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¿QUÉ ES LA MEDITACIÓN?

F. F. B.

Grupo de Ciencia Cósmica de Popayán

¿Alguna vez te has planteado esta pregunta?, ¿qué importancia tendrá?, ¿quién será la
persona más idónea para responderla?, ¿dónde debo buscar la mejor explicación?,
¿cómo podremos aprender a meditar?, ¿cuál es la mejor técnica?

Para las personas que empiezan a tener una inquietud espiritual la meditación aparece
como una búsqueda que puede generar más preguntas que respuestas, más confusión
que sosiego y además más frustraciones que soluciones. Posiblemente, para la persona
que no le interesa una respuesta trascendental, sea más sencillo tratar de entenderlo. El
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos dice que meditar es “aplicar
con profunda atención el pensamiento a la consideración de algo, o discurrir sobre los
medios de conocerlo o conseguirlo”. En otras palabras, nos presenta la meditación como
una acción de la mente, como un acto racional que permite enfocar el pensamiento o
darle solución práctica a un problema.

Así, que en términos comunes no parece ser una cuestión muy compleja. Meditar suele
ser entendido como una acción de la mente, y teniendo en cuenta dicha definición un acto
muy común. Claro está, la situación se complica si nos preguntamos para qué sirve
meditar y saliéndonos de la visión intelectual nos interesamos en ella como una
posibilidad de desarrollo interior. Indudablemente, para quien tenga un interés
trascendental la pregunta se torna mucho más difícil, aunque haya muchas explicaciones.
De hecho, si formulamos esta pregunta hoy al Internet podremos encontrar 3460 páginas
que se dedican a hablar sobre ello en idioma castellano.

Para responderlo, he querido resistir la tentación de buscar las respuestas que dan otros
pensadores y antes, explorar a partir de las experiencias y reflexiones que como
buscadores de la verdad interior hemos en el grupo de Ciencia Cósmica de Popayán,
Colombia.

Una primera respuesta que puede orientar por su sencillez, la dio una chica de tan ocho
años que veía a su padre meditando desde pequeña “meditar es el teléfono para hablar
con Dios”. Esto querría decir, como punto de partida, que meditar es un modo y un medio
de comunicación espiritual, un camino interior a la búsqueda de aquello que nos parece
tan complejo e inaccesible como la comprensión de lo sagrado. Pero para qué serviría
hablar con Dios, si la Biblia nos dice que Dios habló a los hombres en el comienzo de la
humanidad, pero que luego, con su caída el hombre común ya no puede escuchar su
palabra directamente, como lo hacía Moisés.
Precisamente por eso, porque dado el desarrollo de la cultura Occidental queremos que
nos den explicaciones de todo, nos parece que sólo a través de las palabras podremos
entender la realidad. Los latinoamericanos y en general los occidentales somos una
cultura verbal, racional y práctica, queremos respuestas rápidas, encontrar explicaciones
intelectualmente aceptables y especialmente que tenga utilidad inmediato, que se nos
brinde soluciones inmediatas a nuestros problemas. A eso nos ha llevado el
materialismo.

Entender la meditación como un proceso de comunicación sugiere que se requeriría del


uso del lenguaje y de las habilidades lógicas del pensamiento, al fin y al cabo lo que
hacemos al usar un teléfono es hablar y para ello necesitamos usar palabras. Sin
embargo, estamos refiriéndonos a un modo de comunicación más complejo y
trascendental, que requiere del desarrollo de otras capacidades humanas. Meditar
requiere que empleemos el pensamiento de un modo diferente y además, exige el uso de
la palabra con otros propósitos.

Meditar es importante porque nos permite acercarnos a la fuente original de nuestra


existencia; puesto que la presencia de Dios en nosotros, no nos habla con palabras, sino
que continuamente se comunica con nosotros a través de intuiciones, sentimientos,
imágenes o experiencias, que son más poderosas que las palabras pero más difíciles de
interpretar pues sólo pueden ser interpretadas apropiadamente desde nuestro ser interior.
Para poder tener una clara visión de esas intuiciones, sentimientos, imágenes y
experiencias, requerimos tener una mente atenta, vigilante, abierta, libre de prejuicios y
dispuesta a escuchar con otros ojos, con otros oídos, con una sensibilidad ampliada,
diferente a la cual la vida cotidiana, los medios de comunicación, los prejuicios y la cultura
nos han habituado. La meditación aplaca los estímulos ruidosos del exterior y agudiza
nuestros sentidos internos permitiéndonos comprender lo que la vida interior nos dice.

Desde ese punto de vista, todos los seres humanos podemos y necesitamos meditar,
pero hacerlo requiere de una actitud básica, que es distinta de las formas habituales de
comunicación que practicamos en la vida ordinaria. La mayoría de las prácticas
espirituales de Oriente platearon diversas formas de llegar a la meditación, empero, las
religiones occidentales no emplean usualmente este término. El cristianismo habla de
oración, pero la forma de orar más extendida y la menos útil es la súplica, la imploración y
el ruego, lo que implica expresar necesidades, intereses, pedir ayuda, etc. Esto sucede
porque en nuestra cultura, que se vive en la exterioridad, en la cotidianeidad, en la
superficialidad de la existencia material, se usan las palabras y las imágenes con fines
utilitarios y en consecuencia ocupan nuestro pensamiento con sus esquemas
preestablecidos impidiéndonos darle importancia y valor a las experiencias interiores,
quitándole la posibilidad al ser humano de escuchar su verdad interna, interfiriendo e
impidiendo el crecimiento humano.

Ello sucede porque las palabras crean, pero también pueden destruir y es necesario
conocer su poder y sus límites. La Biblia reconoce el poder creador de la palabra desde
el Génesis cuando afirma que el verbo se hizo carne y ratifica a lo largo de muchos textos
su poder creador. Cuando hacemos una afirmación estamos creando una situación, si
decimos ¡que afortunado soy!, estamos decretando nuestra ventura, y con esa afirmación
atraemos más bienestar, pero también, cuando alguien dice ¡que bruto soy!, lo único que
está atrayendo hacia si es más ignorancia y rudeza para sí. Al hablar, estamos
reforzando con las palabras nuestras ideas o las ideas de otros, reconocer esta capacidad
y practicarlo constituye la ciencia de la palabra hablada.

Por otro lado, las palabras tienen grandes limitaciones. Si yo digo ¡esta rosa es roja!, las
palabras rosa y roja no son suficientes para que podamos percibir la flor y la vibración de
luz que reflejan sus pétalos. Hay muchos tipos de rosas y multitud de tonalidades de rojo,
así que poder llegar a conocer una rosa exigiría más palabras que hablen de su tamaño,
aroma, tersura o intensidad y matiz de su color, describir si la rosa está en botón o
completamente abierta. Incluso si compusiéramos un hermoso verso o relatáramos con
los detalles más finos su anatomía, no dejarían de ser signos o sonidos que no nos
permitirían experimentar el gozo y la belleza que producen contemplar una rosa en el
jardín. Incluso podría suceder que alguien que está aprendiendo el idioma como un niño
o un extranjero, no logren si quiera entender que hablo de una flor.

Esta paradoja, las palabras crean, pero no son nunca suficientes para comunicar una
realidad, nos genera un problema al intentar acercarnos a Dios. Cuando me dirijo al Padre
Todo Poderoso y le agradezco la vida que me ha dado, declaro mi disposición a dedicar
cada segundo del día a lo sagrado e incluso declaro ¡Yo Soy el camino, la verdad y la
vida!, lo más seguro es luego de mis palabras inevitablemente seguirá el silencio, y no es
común que el Padre me responda como nos lo advierte Khalil Gibran en El Loco:

En tiempos muy antiguos, cuando el primer estremecimiento del lenguaje llegó a


mis labios, ascendí a la montaña sagrada y hablé a Dios, diciendo “Señor, yo soy
tu esclavo. Tu voluntad oculta es mi ley y te obedeceré eternamente”. Pero Dios,
no respondió, y se alejó como si fuera una poderosa tempestad.

Hablar a Dios, nos genera una inevitable respuesta: el silencio. Ante ellos, muchas
personas, cuando después de muchas oraciones Dios no solo no les responde, sino que
su situación de dolor, infortunio o desasosiego persiste, entonces llegan a concluir que
Dios no los escucha o incluso pueden considerar que Dios no existe. Todo el problema
radica en que las palabras nos exigen conocer su poder creador. Cuando pedimos al
Padre salud porque “la enfermedad nos agobia”, la enfermedad nos seguirá agobiando,
pues la afirmación solo perpetua lo que percibimos.

De esta manera, la meditación es interferida por el lenguaje ordinario. Eso no implica que
debamos renunciar a las palabras, ni que subvaloremos la oración, sino más bien, que
necesitamos aprender a orar, y además saber que la oración es una forma de crear, pero
no la mejor forma de hablar con Dios, más bien, orar es saber usar correctamente la
energía creadora del verbo que Dios, al hacernos a su imagen y semejanza nos concedió,
pero ello si bien nos acercamos a lo divino, no nos permite directamente comunicarnos
con Él. Para meditar, por el contrario se requiere del silencio de nuestra mente y eso
suele ser inquietante pero esencial, pues meditar es saber escuchar la palabra divina, que
nos habla con el lenguaje de la vida, que no necesita palabras.
Para acercarnos a Dios se requiere de una actitud, de un estado de consciencia especial,
de una disposición particular. A esta actitud contemplativa de la vida, a esta consciencia
divina, al encuentro sagrado lo llamamos meditación.

En realidad, sin darnos cuenta, todos hemos estado en meditación en ciertos momentos
de nuestra vida. Suele suceder especialmente cuando estamos un poco cansados, y
hacia el final de la tarde nuestra mente agotada de pensar, se queda en silencio, por un
instante, tal vez cuando vamos de regreso a casa en un trasporte público, y evitando
recordar un día de labores posiblemente tedioso, nos quedamos ensimismados,
contemplando las nubes del atardecer, o la cara de un niño que viaja a nuestro lado y
generalmente suspiramos profunda y lentamente. Es tan solo un instante, pero somos
capaces de reconocer que ese suspiro que provoca la simple belleza de ese instante, nos
relaja, nos colma, nos serena.

Otro momento de la vida que nos lleva a la meditación pasa totalmente desapercibido
para nosotros. Sucede cuando dormimos en el estado más profundo del sueño. Se
requieren que hayan pasado tres a cuatro horas de habernos dormido y entonces poco a
poco nuestra mente va bajando escalones, desprendiéndose de pensamientos, recuerdos
y problemas, hasta quedar en absoluto silencio, nuestro cuerpo queda completamente
relajado, la respiración se torna muy lenta y si alguien nos quiere despertar, puede
resultar bastante difícil. Los científicos saben ahora que esos diez o quince minutos de
profunda relajación física, mental y emocional, de paz mental, son esenciales para la
salud y necesarios para nuestro equilibrio psíquico.

La llamada fase VI del sueño es una verdadera meditación. La mente liberada de ideas,
imágenes o emociones se relaja totalmente y cuerpo, intelecto y afecto se renuevan. Es
tan importante, que las personas que no logran entrar en esta fase durante el sueño viven
cansadas, con una fatiga intensa que los lleva a cuadros de dolores crónicos repetitivos,
abatimiento emocional y agotamiento físico. Enfermedades como la Fibromialgia y
trastornos emocionales como la Depresión están íntimamente ligadas a un sueño no
reparador, como lo llaman los expertos en sueño. Además, impedir que una persona
duerma conlleva un desequilibrio mental grave, que si se prolonga más de dos semanas
puede conducir a la locura permanente.

Momentos de meditación surgen también cuando estamos en situaciones límite. Cuando


agobiados por crisis inesperadas, intensas y estresantes nos vemos sometidos a
responder con todo nuestro ser, como lo que sucede en accidentes automovilísticos,
terremotos, incendios o situaciones de guerra, muchas personas logran mantenerse
estables, actuando eficazmente y logrando sobrevivir gracias a que su mente entra en un
estado de concentración excepcional. Si bien algunos colapsan y sucumben física,
mental y emocionalmente y quedan paralizados sin poder reaccionar adecuadamente, son
muchos los que en fracciones de segundo o durante varios días extenuantes son capaces
de fluir y tomar decisiones apropiadas, concentrarse en medio del caos y resolver
problemas complejos, a pesar de tener heridas o tener que lidiar con seres queridos
afectados. La energía necesaria para estas situaciones la conduce un estado mental
alterado efectivo, que equivale a una meditación activa.
Pero fuera de estas circunstancias, que son desapercibidas, involuntarias o esporádicas,
los seres humanos tenemos la capacidad de enfocar nuestra mente fuera de la vida
cotidiana y llevarla a esa condición especial, que solo estando en ella podemos
comprender como esencial para ser, actuar y convivir trascendentalmente. De otra
manera, nuestra vida cotidiana enfocada usualmente en sobrevivir, cuidar la salud,
trabajar, estudiar o disfrutar, termina haciéndonos olvidar nuestra esencia y por la presión
de los hábitos sociales y los medios masivos de comunicación, que buscan cultivar
consumidores y seres obedientes a los intereses económicos que nos alienan y nos
hacen buscar la felicidad en cosas agradables, sensuales y pasajeras.

Recapitulando, la meditación se nos presenta como una posibilidad de ir más allá de la


realidad inmediata, que nos da la posibilidad de tener un encuentro con Dios, pero no a
través de las palabras, de las oraciones convencionales y del pensamiento racional, que
requiere poder entrar en un estado de consciencia especial que nos permita
ensimismarnos, entrar en una profunda paz y fluir en armonía más allá de las trampas de
la vida cotidiana haciendo habitual y activa la meditación. Y claro surge la pregunta:
¿cómo aprender a meditar?, ¿cuál será la mejor técnica?

Bueno, este texto no pretende ni podría responder adecuadamente a estas preguntas en


unos cuantos renglones. Verdaderamente resulta imposible enseñar a otros a meditar,
porque entrar en este estado es tan personal y singular que las técnicas que existen
buscan reducir la actividad de la mente, ayudarla a entrar en silencio y elevar la
consciencia hacia el Padre. Podrán encontrar diversas estrategias para meditar, que
parten de las diferentes tradiciones: el Yoga, el budismo, el Zen, la Meditación
Trascendental, la respiración holotrópica o los 112 métodos de Osho para meditar, etc.
Pero todas tendrán algunos elementos en común que se deben tener en cuenta como
fundamento de la meditación. Lo esencial es entender algunos elementos centrales que
queremos enfatizar:

1. Meditar es un estado de consciencia, todas las técnicas son caminos para aquietar
la mente y permitirle volver al estado original de paz.

2. La meditación no requiere palabras, cuando entramos en meditación, entramos en


el silencio, la mente es como un mono incesante que debemos aquietar.

3. Sin embargo, algunas oraciones, mantras y afirmaciones nos pueden ayudar a


enfocar la mente, lo importante es hacerlo conscientemente, no son la clave solo
unos pasos.

4. La meditación es también un estado físico, generalmente requiere de nuestra


atención a nuestro cuerpo, ello exige un control atento de la respiración.

5. Contando con la respiración, es necesario prestar atención a las sensaciones


corporales, percibir nuestra postura, nuestras extremidades y tronco, relajarnos.
6. Aquietado nuestro cuerpo, se requiere aprender a aquietar la mente.
Generalmente lo más importante no es luchar contra la mente, sino solamente
observarla, hacernos testigos.

7. Finalmente, meditar es una tarea de toda la vida, no se trata de llegar a ningún


grado o nivel, sino simplemente estar ahí y vivir ese instante en plenitud, así se
trate de unos pocos segundos. Lo demás lo hace la constancia, la paciencia y el
amor.

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