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Abril - Mayo 2002 • Año II • Número 5

#5 Abril / Mayo
2002
SUMARIO
¿De qué sufrimos? La memoria y la muerte en la película
Por Marie-Hélène Brousse Memento - Recuerdos de un crimen
Por Damasia Amadeo

LA FORMACIÓN DEL ANALISTA

Conferencia en la ECF sobre el efecto de Una arqueología de la formación del


formación de los analistas analista
Por Graciela Brodsky Por Jorge Alemán Lavigne

El buen uso de la supervisión Virtudes de la turbación en la formación


Por Eric Laurent del analista
Por Vera Gorali

PASE

La apuesta del pase El pase: Una forma eminente de saber


Por Florencia Dassen lo que piensa la Escuela
Por Guillermo Belaga

HOLOCAUSTO

SHOA El holocausto y su actualidad


Por Silvia Elena Tendlarz Por Oscar Sawicke

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El buen uso de la supervisión


Por Eric Laurent
Eric Laurent es psicoanalista, miembro de la Ecole de la Cause Freudienne (ECF), de la Escuela de la Orientación Lacaniana
(EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
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El buen uso del dispositivo de la supervisión implica la profundización de varios términos basados en la enseñanza de
Lacan, según la cual la estructura en sus aspectos lógicos “está en lo real” . Quedan así planteadas una barrera entre lo
esotérico y lo exotérico; ubicada la función del tercero, y la necesidad de la perspectiva del pase como posibilidad de preser-
var el lugar del deseo del psicoanalista.

En la perspectiva tomada por Jacques-Alain Miller, que sitúa la enseñanza de Lacan en un doble retorno, a Freud y a la lógica,
interrogo el estatuto del relato del caso utilizado como procedimiento demostrativo.

Nosotros formulamos la experiencia en los términos freudianos y simultáneamente los construimos en el marco de la lógica que
Lacan forjó. Pero al mismo tiempo nos vemos conducidos a captar que el corazón de la cuestión se encuentra en la báscula
radical que hay entre el caso del analizante establecido por otro y el caso del analizante establecido por él mismo. Esta báscula
es congruente con la enseñanza de Lacan según la cual la estructura en sus aspectos lógicos está «en lo real». Es un punto de
vista que se opone a la elaboración del caso como «modelo» o «representación» de un real.

Si el verdadero caso es el del pasante en lucha con su sinthome, el que testimonia acerca de lo irreductible de lo simbólico en
lo real, ¿en qué consiste entonces el relato de caso «de otros», el que se intercambia en ocasión de las presentaciones públicas o
el que se presenta en las supervisiones?

Esta doble vertiente del caso público y del caso expuesto en las supervisiones aparece en principio como el enunciado de una
oposición entre lo que se puede decir entre practicantes, de un modo esotérico, y lo que puede decirse «para todos», de modo
exotérico. Esta distinción que nos viene de la filosofía, es retomada en nuestra época, la del triunfo de la técnica, como la distin-
ción entre lo que se puede decir entre especialistas y lo que puede decirse a todos.

El control da cuenta por un lado de la evaluación hecha por un grupo de pares, peer group evaluation. La oposición entre lo que
puede exponerse frente a todos y lo que puede exponerse frente a un grupo restringido de pares muestra que, aún en la cultura
técnica, la barrera entre lo esotérico y lo exotérico es difícilmente reductible.

Esta primera distinción es solo un aspecto del problema. Sin duda es necesaria la perspectiva del pase, la que aísla la “mentira
en lo real”, para que la extrañeza de la supervisión se muestre con toda su claridad. De lo contrario aparece más bien como una
falsa evidencia.

Cada uno a su práctica, desplegada extensamente en el secreto del consultorio, de la que resulta difícil saber lo esencial, y es de
hecho imposible de estandarizar. Este es el prototipo de la situación que, en nuestra civilización, con la exigencia del indi-
vidualismo democrático, convoca a una vigilancia, a un «más» de transparencia. Es lo que hizo que desde que el viejo sistema
soviético quiso volverse moderno, sus sostenedores hayan también gritado : «glasnost !» Es un problema candente desde el
origen de los Derechos del Hombre y de la Revolución: Jean Starobinski tituló un muy lindo libro sobre Jean-Jacques Rousseau
“La transparencia y el obstáculo”. Pone de relieve en él cómo la paranoia de Rousseau consuena con el nuevo mundo que iba a
surgir. Tanto uno como otro lamentan que no tengamos, como dice Rousseau, «espejo intelectual» y que estemos condenados a
vivir en la opacidad.

En la llamada al control en la práctica analítica, no creemos más en un operador estandarizado que tendría una clara visión de
su acción y sabría, en relación a las normas de la cura, en qué punto preciso él se encuentra. Somos reenviados a la opacidad del
hombre para el hombre. Hay entonces que vigilar.

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La «terceridad» en todos los niveles


Esto se dice en la lengua de la IPA contemporánea: «hay que rendir cuentas a un tercero». Escuché hace poco a una persona
importante trazar un cuadro de su asociación, retomando muy extensamente la descripción hecha por Jacques-Alain Miller en
su última «Carta a la opinión ilustrada». Este responsable admitía que en la IPA, no hay más desde Freud/Klein controversy,
ni ortodoxia ni tampoco escuelas. Agregaba: «salvo quizás algunos kleinianos aislados» –sin duda es una pica hacia algunos, y
para no nombrarlo, hacia Horacio Etchegoyen.

El término lacaniano Escuela era retomado, pero usado en el sentido más general de escuelas, como se habla de escuelas
de Medicina. Más exactamente, jugaba con los dos sentidos de la Escuela como invención institucional: el sentido preciso,
lacaniano, y el sentido que se recibe a través de la lengua. No hay más escuelas de psicoanálisis, pero las había aún en los años
ochenta: la Escuela de Lacan, los kleinianos, etc.

Él concluía con la necesidad cada vez mayor de la supervisión para asegurar que esta disolución no conduzca a un no importa
nada generalizado. La supervisión le parecía la manera más evidente de «rendir cuentas a un tercero». Contribuía al estableci-
miento de lo que llamó «la terceridad en todos los niveles». En esta perspectiva, el relato de caso moderno está confirmado
como una forma de reseña de actividad, más que como soporte de un avance teórico.

André Green introdujo ese neologismo «terceridad» en un coloquio que organizó siendo presidente de la SPP. Retoma y desar-
rolla su contribución de entonces en el libro que acaba de publicar «El pensamiento clínico». Precisaba, en esa ocasión, en un
liminar que «Desde la publicación de la Monografía en la que se relatan los intercambios, la terceridad - concepto que tomé
prestado de C.S. Peirce- conoció una cierta repercusión y su uso se extendió». La terceridad en todos los niveles es una exten-
sión suplementaria de ese significante que tuvo éxito.

¿De dónde viene ese éxito en el área de la lingüística francesa? Ese neologismo que traduce la thirdness de Pierce evoca la
solución que, en otro registro, había encontrado Serge Leclaire para las dificultades institucionales del movimiento psico-
analítico. Para él, cada uno podía proceder institucionalmente como quisiera, a condición de que haya una instancia tercera,
como la había llamado, que sirva de recurso para los posibles conflictos y verifique que un código de buenos procedimientos
sea observado para cada uno. Esta continuidad entre «la instancia tercera», la «terceridad» y la «terceridad a todos los niveles»,
en tres lectores de Lacan como Serge Leclaire, André Green y Daniel Widlöcher, pone sin duda de relieve la fuente común de
esta inspiración en la enseñanza de Lacan. Indudablemente, la repercusión de su enseñanza no es ajena a la receptividad que
encontró el «ab tercero» en psicoanálisis.

Lecciones de la lógica
Philippe la Sagna llamó mi atención sobre el hecho de que algunos psicoanalistas americanos retoman esta idea del «tercero
analítico», analytic third, tomando sus referencias en Lacan, y en filósofos americanos como Donald Davidson o Richard
Rorty. Sería interesante, para quienes recurren a estas referencias, constatar que el primer psicoanalista que se tomó el trabajo
de leer a Charles Sanders Peirce con atención a partir de los años sesenta y extraer lecciones para el psicoanálisis, fue Jacques
Lacan. Alentemos entonces a nuestros amigos americanos a releer a su gran filósofo lógico con una mano y a Lacan con la otra,
porque antes de él esta referencia no había sido integrada al discurso analítico.

La terceridad, en Peirce, se llama thirdness. La noción puede ser presentada con un esquema:

Este esquema se basa en la idea de que hay que contar justo hasta tres para poder engendrar el mecanismo del sentido. Tenemos
primero la presencia del Uno, un elemento «a». Es comparándolo con «b» que se produce un efecto de sentido para saber lo
que es «a», de lo contrario éste aparecerá en su «primariedad». La introducción del nuevo término llama a la dimensión de
secundariedad. Por el hecho de ponerlos en relación, surge un término medio, que viene como tercero para asegurar la com-

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paración y la constitución de una cadena. Peirce agrega que el término medio sólo ocupa su lugar si permite verificar el lazo
entre «a» y «b». Comparar «a» y «b», juzgar a propósito de uno y otro implica una anticipación respecto de una verificación
por venir.

El lugar del tercio allí está en estrecha correlación con el término inferencia. Para Peirce, todo juicio, toda percepción se en-
cuentra ya tomada en una anticipación, en una inferencia, en un fenómeno de tercero.

La dritte person
En el psicoanálisis fue Lacan el que enfatizó la función del tercero y las estructuras ternarias, indispensables para concebir la
experiencia misma. Añade, sin embargo, que hay que contar hasta cuatro: «una estructura cuadripartita es desde el inconsciente
siempre exigible en la construcción de un ordenamiento subjetivo». Para llegar a cuatro, es antes necesario el tres –un curso de
Jacques-Alain Miller, «1, 2, 3, 4», implica la necesidad de la enumeración.

Hay dos fuentes de la relación al tercero en la enseñanza de Lacan, que no se recubren exactamente. Primero la fuente lógica,
en la cual el tercero está presente como aquello que finge. Por otro lado y más profundamente todavía, Lacan situó la función
del tercero, en el retorno a Freud, como el rol de la dritte person, de la tercera persona en el funcionamiento del chiste. Hizo del
mismo el fundamento del dispositivo del pase, pero hay algo del mismo orden en el dispositivo de la supervisión.

Del lado de la IPA, se interpreta la dritte person de un cierta manera. La voluntad de establecer el tercero en todos los niveles,
del responsable francés que yo citaba, consuena con la importancia que Otto Kernberg le da al proceso de supervisión en la
institución analítica tal como él la concibe. Esto corresponde, para ellos, a la puesta en marcha del Otro de lo simbólico, el Otro
de la buena fe, el Otro en el que se establecería el pasaje de lo privado a lo público, en la transmisión.

El problema parece, por la introducción de esta instancia simbólica, una vía de resolución al encierro imaginario. ¿Pero está
resuelto verdaderamente de la buena manera? ¿Asimismo está planteado correctamente?

No podemos pensarlo así por dos órdenes de razón distintos. En principio porque hay que separar el Otro de la buena fe, del
Otro como lugar lógico. El Otro de la buena fe como sitio universal no es para nada el mismo que el del Otro del chiste tal
como lo presenta Lacan en el Seminario, Libro V . Allí, este Otro es el sitio en que lo particular del chiste es recibido en su
irreductible novedad. Es el lugar en el que es necesario que lo nuevo que se produce sea registrado como formando parte de la
familia de los juegos precedentes, en un sentido homólogo al de Wittgenstein y sus familias lógicas, da cuenta de una misma
serie, sin ser sin embargo, calificable con un rasgo común.

¿Cuál es el Otro que va a ser puesto en marcha? ¿Es el Otro de la vigilancia que verifica que las cosas marchen según las
normas, o bien es el Otro que autoriza lo nuevo en la misma familia? Son siempre dos fases: en un sentido yo soy el Otro de la
interdicción, en un sentido yo soy el Otro de la autorización. Hay que prestar atención porque esto puede acarrear confusiones
con el lugar del superyó tal como lo aborda el psicoanálisis: en un sentido la interdicción, en otro sentido el «empuje a».

Hay que pensar la cosa en su diferencia y no contentarse con pensar que se agota en el «rendir cuentas a un tercero». ¿Cuál es
la intención que soporta este «rendir cuentas» y cuál es la operación que se espera de él? No es la misma calificación la que
hace que un sujeto sea llevado a pensar ocupar el lugar del garante de la norma o a ocupar el lugar de recibir lo nuevo en una
familia de prácticas.

Hay un segundo orden de argumentos que objeta esta solución, es que la «terceridad en todos los niveles» da un error de per-
spectiva sobre el problema de la transmisión en psicoanálisis en su conjunto.

El lugar del psicoanalista


El psicoanalista no se encuentra durante el proceso en el lugar del Otro universal de la buena fe. Ocupa más bien, a partir de
que el proceso se desarrolla y se pone en marcha, el lugar del muerto anticipando el lugar del objeto a que descompleta al Otro
de los significantes.

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La terceridad en todos los niveles, Thirdness at every level –advierto respecto de la traducción del slogan– es una suerte de falsa
evidencia inofensiva. Declarar «el lugar del muerto en todos los niveles» sería más inquietante. En esta dirección, recordemos
que para soportar la estructura de los tres, Lacan llama al cuarto término que implica la cuestión de la muerte: «El cuarto tér-
mino está dado por el sujeto en su realidad, como tal forcluida en el sistema y no entra en él más que bajo el modo del muerto
en el juego significante, pero volviéndose el sujeto verdadero a medida que el juego de los significantes va a hacerlo significar».
La realidad del viviente forcluida en el sistema será luego abordada de otro modo con el objeto a minúscula. Es sin embargo,
por la vía del cuarto término por la que hará objeción a la omnipresencia del tercero de lo simbólico.

Lacan no tomó las cosas por la punta según la cual se trataría de saber lo que califica a aquél que ocupa el lugar del Otro, con
O mayúscula. No se está jamás calificado para hacerlo,y Lacan pudo decir en un momento que creer poder hacerlo es una
canallada: es una impostura creer ocupar el lugar del Otro de manera legítima.

El lugar del psicoanalista, en la enseñanza de Lacan, se aborda a partir de un «hacer el muerto» para luego ser situado en el
lugar del objeto pequeño a: éste descompleta el lugar de la buena fe y no se identifica con él.

Desde «Variantes de la cura-tipo», a mediados de los años 50, para calificar lo que se requiere de la persona del psicoanalista,
Lacan evoca, en el orden de la subjetividad a realizar, todo lo que hace al borramiento del yo, para dar lugar al «punto-sujeto»
de la interpretación.

¿ Qué es un deseo de borramiento tal que alcance al punto sujeto de la interpretación? Que sea suficiente en el instante de
subrayar la lista de las cualidades requeridas del analista: «reducción de la ecuación personal, […] imperio que sepa no insistir,
[…] desconfianza de los altares de la beneficencia, […] modestia verdadera sobre el propio saber». No se trata de jugar a estar
verdaderamente en el lugar del Otro, sino de estar más bien en el lugar del muerto o del sujeto barrado, para que advenga el
sujeto verdadero.

En su «Proposición sobre el psicoanalista de la Escuela», a propósito del pase, Lacan precisa antes el orden de subjetividad a
realizar. No sólo evoca la «reducción», sino la «destitución» del sujeto que se produce. A la reducción de lo imaginario del yo
se agrega «el borramiento del nombre». No se trata solamente del «yo» sino del «nombre», listo para «reducirse […] al signifi-
cante cualquiera». La destitución es correlativa a la pérdida de la captura que el sujeto tenía de su deseo por el fantasma. Por el
dominio del fantasma que jugaba con él, él creía saber lo que era su deseo.

En la última enseñanza de Lacan, una vez que la captura del deseo por el fantasma zozobra, la presencia del sinthome viene al
primer plano. El borramiento del sujeto ilumina el lugar fuera de sentido de lo simbólico en lo real, el partenaire-sinthome.

Tomar las cosas por este sesgo nos pone a salvo de lo que podría inflar el tercero por una identificación con su lugar de tercero,
con su nombre, con su escucha, con su posición de vigía de la verdad. En última instancia, se trata de ponerse a distancia de una
vocación que haga consistir al Otro que no existe.

Contar hasta cuatro


Planteándose como «instancia veridiccional», para parafrasear a Foucault, la tentación del tercero es la de localizar la «men-
tira» del caso en la impotencia del supervisante para mantenerse a la altura. La tentación del tercero es la de historizarse como
tercero, olvidando el resto irreductible de la operación analítica y de lo que no tendrá jamás nombre en el Otro. La puesta en
guardia de Lacan contra los que querían ocupar el lugar de los supervisores universales es siempre actual: «Lo impropio no
es que alguien se atribuya la superioridad, incluso lo sublime de la escucha, ni que el grupo se garantice sobre sus márgenes
terapéuticos, […] es que infatuación y prudencia hacen oficio de organización». Esta puesta en guardia vale para la perspectiva
de vigilancia en todos los niveles y vale para nuestra organización.

Vemos una oposición entre dos tipos de solución institucional: La que cuenta con el tercero en todos los niveles y la que cuenta
hasta cuatro. Las instituciones que no cuentan más que hasta tres eliminan de hecho el deseo del analista, prefieren antes el
saber del analista porque puede sostener la figura de un sujeto que escaparía a la equivocación del sujeto supuesto saber.

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Función del control


Después de estas perspectivas que oponen dos tipos de instituciones, volvamos a la función precisa que puede tener la super-
visión. Lacan jamás despreció la función del control. El final de «De una cuestión preliminar…» es un llamado al control, al
menos una referencia a lo que puede transmitirse de una pragmática de la cura. El texto termina con «la concepción a formarse
en la maniobra, en ese tratamiento, de la transferencia. Decir lo que podemos hacer en ese terreno sería prematuro». Es, de este
modo, oponer lo que exotéricamente sería prematuro decir, y alentar esotéricamente al control.

Luego de haber puesto a punto el pase, Lacan reconoce una dimensión original del decir en el control, y observa en 1975: «No
se por qué se llama a eso supervisión. Es una super-audición. Quiero decir que es muy sorprendente que se pueda, escuchando
lo que les relata un practicante –sorprendente que a través de aquello que él les dice se pueda tener una representación de aquel
que está en análisis […] Es un nueva dimensión». Reconoce que hay un real en juego en esta experiencia. No lo toma por una
conquista evidente, pero lo constata como sorprendente.

Lo que el dispositivo del pase modifica de la falsa evidencia de la supervisión, es el fantasma del supervisor, aquél que sería el
único en poder escuchar la dimensión en juego en la supervisión, el fantasma de un saber del que algún sujeto pudiera ser amo.
Es siempre por allí que despunta el narcisismo que viste al pequeño a. El narcisismo del supervisor constituiría la revancha por
tener que ocupar el lugar del pequeño a en la experiencia analítica.

Para ser contemporáneo, la supervisión debe haber integrado la aporía del acto analítico. Es el punto que indicaba Lacan en
su «Discurso a la EFP»: «Es otra cosa que controlar un “caso”: un sujeto […] al que su acto sobrepasa, ese no es el problema,
pero si él sobrepasa su acto, esto da cuenta de la incapacidad que vemos florecer en el patio de los psicoanalistas.» Lacan recon-
oce en principio la función del control: es «controlar a un sujeto sobrepasado por su acto». Agrega: «no es el problema » –eso
pasa, es el trabajo, lo hacemos, la cuestión no está allí. La cuestión es la del sujeto que sobrepasa a su acto, es decir el que se
cree su amo, aquel que se pasa de vivo, el que viste el acto con su narcisismo y que, en lugar de captar la dimensión del deseo
en juego, quiere llevar eso a un saber, incluso a un saber hacer que él tendría.

El problema del control no es rectificar la posición del sujeto al que su acto sobrepasa. El problema, es el analista de experien-
cia, el que deja de darse cuenta que él surge del acto analítico, el que quiere escapar a la necesidad del «deseo del analista». El
problema comienza cuando hay que intervenir sobre la incapacidad del analista de hacerse causa del deseo. Esta incapacidad
está en el origen de todas las tentaciones de ceder frente al deseo del analista, y es por eso que en el «Discurso a la EFP», los
ejemplos dados, las desaprobaciones recaen sobre el analista de experiencia que se coloca en la posición de quien tiene el saber
y quien en el mismo movimiento, cede: «frente al apremio del obsesivo […] ceder a su demanda de falo, interpretarlo en térmi-
nos de coprofagia».

Ceder en relación al deseo del analista


La crítica apunta a una interpretación proferida por uno de los oyentes importantes del momento en la EFP. Da cuenta, sin em-
bargo de un modelo del que la IPA francesa se muestra gustosa formando parte del séquito de Maurice Bouvet. Esta posición,
por otro lado, es actual para algunos. La interpretación que se criticó consistía en ceder al acoso del obsesivo respondiendo en
términos de «aquí y ahora», interpretando «¿usted, quiere eso de mí ?, se lo doy». La demanda, interpretada en términos de
objeto regresivo es considerada como si reenviara a una verdad objetiva, a una verdadera objetivación del deseo.
En el caso de Bouvet que Lacan critica en el Seminario, Libro V, el analista cede frente al acoso del obsesivo interpretando el
deseo en términos de demanda oral del falo imaginario. Lacan decía que el analista interpreta el deseo en términos de falofagia.
No se trata de coprofagia, como en el «Discurso a la EFP», sino de falofagia. Alcanza con poner estas dos fagias en homología
para ver que se trata del mismo problema.

En el Seminario, Libro V, Lacan desarrolla su crítica hacia una técnica con la que el analista se vuelve apremiante, insistente,
por sus interpretaciones, para que el sujeto consienta tragar, incorporarse fantasmáticamente el objeto parcial.
Se trata de un sujeto obsesivo que sueña y se dirige al analista: «Lo acompaño a su casa . En su dormitorio hay una cama
grande. Me acuesto. Estoy muy molesto. En una rincón del cuarto hay un bidé. Estoy feliz aunque incómodo». El analista in-
terpreta inmediatamente al sujeto obsesivo diciéndole: «es su tendencia homosexual pasiva, usted quiere recibir de mí el falo».
Esto llega después de una larga serie de interpretaciones en las que Bouvet está preparado, con una disponibilidad que lo honra,

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para dar su falo para que sirva como término tranquilizador colmando la falta del sujeto. Se ofrece en sacrificio para la falofagia
fantasmática en cuestión. Lacan critica el término «homosexual pasivo» porque, «hasta nueva orden, nada hay allí manifiesto
que haga en esta ocasión del Otro un objeto del deseo.» Por el contrario, pone por delante en el sueño un objeto plenamente
articulado como tercero: el bidé,! indicando lo que es problemático. Lacan ubica muy bien, en la época, la copa hueca pudiendo
representar al falo; recuerda que es típico en los sueños de los obsesivos que la copa hueca funcione como los genitales, el falo
pues. Es el falo «en tanto que pregunta: ¿el Otro lo tiene o no lo tiene?».

He aquí lo que el bidé encubre en posición tercera; es una posición menos gloriosa que la del «tercero en todos los niveles».
Hay niveles en los que no es para nada agradable encontrarse en ese lugar, ni es fácil estar a la altura de la pregunta fálica. No
se trata de querer estar listo para la falofagia fantasmática generalizada e interpretarla en términos de aquí y ahora, sino por el
contrario dejar que la cuestión aparezca como pregunta. Se trata de distinguir una orientación de la cura hacia una relación entre
dos colmada por un objeto imaginario, y una dirección que interroga el lugar del Otro y deja lugar a la pregunta que apunta a la
completud de este Otro, ¿tiene o no el falo?

Lacan critica este desarrollo de los trabajos de Bouvet, quien finaliza por centrarse especialmente sobre la elaboración de un
fantasma de fellatio, comparable a la absorción de una hostia. Esta perspectiva aplasta la pregunta del Otro. Reduce la cuestión
del deseo a una satisfacción fantasmática imaginaria . Esta reducción del deseo a la dimensión dual de la demanda, en el marco
de la sesión, es el producto de la negligencia de la posición tercera del significante del deseo, el falo.
El mecanismo es muy preciso. El analizante acosa al analista quien responde en términos de objetos cesibles. Es lo que algu-
nos, formados en la IPA de entonces, llamaban, «interpretar en la transferencia». Se trataba también de miembros de la EFP
que se habían formado en el momento de transición entre la SFP y la EFP y que iban pronto a separarse de Lacan para formar
un grupo autónomo. Decirle al analizante: «usted quiere incorporarse el falo como sorete», es lo que él califica como coprofa-
gia. La operación producida en los dos casos, ya como falofagia o como coprofagia, provoca una reducción del deseo a una
demanda imaginaria que Lacan califica así «es lo que del fantasma implica el pegoteo».
En relación a la orientación contemporánea en la IPA, ¿la crítica no es acaso actual? ¿No es lo que arriesga ocurrir cuando se
pone el acento en el «pensamiento entre dos», basado en el equilibrio de la transferencia y la contratransferencia, en el que el
analizante daría sus asociaciones y el analista, más advertido, no daría inmediatamente su falo, pero daría todos sus pensamien-
tos, lo que tiene de más valioso para ayudar al paciente?
¿Esta perspectiva de transferencia/contratransferencia al ignorar profundamente el lugar que hay que salvaguardar no le es
acaso muy cercana? El acento puesto sobre el llamado al tercero, sobre la terceridad, parece allí la huella y el síntoma de un
tormento: ¿ Llegaremos verdaderamente a contar juntos hasta cuatro? Esta pregunta debe verdaderamente considerarse en su
actualidad.

Mantenerse al nivel del deseo


¿Cuál sería la alternativa? ¿Cómo interpretar de otro modo? Habría que mantenerse al nivel del deseo y no al nivel de lo imagi-
nario. Tomemos un ejemplo. Un sujeto apremia al analista diciéndole de forma repetitiva que no tiene nada que decir, luego de
haber enlazado asociativamente la retención de sus ideas y la retención anal cara en su infancia. Le hace soportar al analista el
fruto de sus descubrimientos y su goce retentivo. Hace alarde de que no tiene nada que ceder ni que decir. La cuestión no es
fijarlo a este pegoteo sino relanzarlo sobre el plano del deseo. Se trata de mostrarle el juego destructivo que ejerce sobre el de-
seo del Otro: el objeto anal retenido por el niño tiene por función fundamental destruir el deseo del genitor colgado del objeto
imaginario que se trataría de ceder.

Podemos hacer un montón de cosas: no decir nada, podemos también decirle: «usted quiere sacarme las ganas de analizarlo»;
podemos también remarcarle al sujeto que se queja de no tener nada que ceder ni que decir, pero que goza de eso.
No se trata de fijar al sujeto a su objeto imaginario, sino de hacerle percibir cómo con este objeto anal y el goce autoerótico
que extrae de allí quiere destruir el deseo en el analista. El objeto por el cual él opera sobre el deseo del analista es, en efecto,
indiferente, puede ser oral o anal.

Es el punto sobre el cual Lacan llama la atención en el final de «La dirección de la cura...», pero que no fue entendido sino
nueve años después en el «Discurso a la EFP»: «Este objeto indiferente, es la sustancia del objeto [piensan ello], coma mi

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cuerpo, beba mi sangre (la evocación profanadora le pertenece). El misterio de la redención del analizado, está en esta efusión
imaginaria, de la cual el analista es el oblato».

En esta crítica de la«falofagia» o de la «coprofagia», escuchamos la denuncia de un cambio de plano. En lugar de enviar al
sujeto al enigma de su juego respecto del deseo del Otro, que toma la forma del analista o de sus partenaires, se fija al sujeto al
objeto imaginario que es sólo un medio para alcanzar al Otro.

Una doctrina del control


Esta crítica de los casos contiene una doctrina del control. El buen uso del control es algo a lo que Lacan desea introducir del
modo más extensamente posible a aquellos que tienen necesidad «de aquello que no hay que velar: a saber la necesidad que re-
sulta de las exigencias profesionales cada vez que ellas arrastran al analizado en formación a responsabilizarse de algo analítico
por poco que sea». Es por eso que Lacan no desvaloriza el control en su «Acta de fundación». Muy por el contrario en el lugar
del cursus que, en las sociedades tradicionales, estaba reservado al control para los «admitidos», según procedimientos más o
menos arbitrarios, proponía que «desde el comienzo y en todos los casos un control calificado será en ese marco asegurado al
practicante en formación en nuestra Escuela». No se trata solamente, en esta oferta, de sobrepasar, outbid, la oferta de la insti-
tución rival. Se trata de dar! le al control el lugar y el uso que le corresponden.

Es por el mismo movimiento que el control se ofrece «desde el comienzo» y que la falsa ventana que puede abrir hacia el «de-
seo del analista» debe ser denunciada. El control permite rectificar la posición del sujeto «sobrepasado por su acto» y rectificar
la orientación de la cura. Por el contrario, si permite instalar una categoría de supervisores que, en nombre de su experiencia
mal comprendida cometan regularmente el error de rebajar el deseo a la demanda, entonces la situación se queda sin recursos.
La falsa ventana triunfó, el acto analítico fue desconocido.

Lacan no retrocede frente a la exigencia de darle su lugar al control y a su experiencia . Por el contrario él desconfía de los
efectos perversos que éste puede conllevar en su esfuerzo por atrapar el acto al cual debe igualarse. El psicoanalista es aquél
que se define por no ser amo de lo que enuncia, debe seguir manteniendo abierta «la hiancia que hace su ley [de su acto]». No
se trata en este acto, de «pensar igualarse a la estructura que lo determina […] en su forma mental». Hay que desconfiar de todo
lo que venga al lugar del sueño de esta igualdad, sea el controlador como «superescuchante», sea en la contratransferencia que
permitiría atrapar lo que se fuga. Se trata más bien, como lo subrayó J.-A. Miller, de soportar ocupar ese punto extremo que
Lacan formula como un despojamiento de todo dominio.

La aporía se formula de un modo radical: «una interpretación de la cual se comprende sus efectos no es una interpretación
psicoanalítica.» Así se revela «la posición de sujeto [del analista] en tanto inscripta en lo real». Esta inscripción del sujeto en lo
real se aclara con una luz nueva por la propuesta de situar lo simbólico en lo real como el punto de estructura o de «mentira».
La ausencia de dominio no puede mimarse, no es equivalente al extravío. No es suficiente fracasar para clamar bien alto que se
lo ha logrado. Es por lo que Lacan diferencia cuidadosamente « el acto que nunca triunfa tanto como por ser fallido» y el acto
soporte de las diferentes ficciones psicológicas del sujeto. Las dos primeras ficciones apuntadas por Lacan son la del sujeto de
la representación y la del sujeto de la comunicación. La supervisión adecuada vista desde el pase es la que se deshace de toda
ilusión de comunicación, lo que no es sencillo.

El analista «supervisor que sabe supervisar» mantiene la ilusión del desplazamiento del analista al lugar del Otro. Este des-
plazamiento es coherente con la declinación de toda ortodoxia y el ascenso de la ortopraxia, de la cual J.-A. Miller separaba el
lugar y la función. Es el último recurso para hacer consistir un Otro y no dar lugar al vacío en el proceso analítico.
En la dirección opuesta, Lacan insiste sobre el tema del acto de manera radical en las conferencias italianas hacia fines de 1967:
«Un acto aún sin medida» contra el cual ni el fantasma de un poder, ni el de una vestimenta narcisística, ni el recurso a la expe-
riencia son lugares para protegerse.

La supervisión que nos hace falta es la que respeta esta aporía y encuentra el medio para situarla «de la buena manera». La que
sabe siempre preservar, más allá del espejismo del suplemento de saber, el lugar del deseo del psicoanalista.

Traducción: Graciela Esperanza

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