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Algunas flores
sobreviven al tornado,
mas no a la plaga.
Cuelgan roídas
en el árbol marchito
guayabas verdes.
En los sepulcros
el rojo de las flores
aún perdura.
Lluvias deslíen
las espigas rosadas
junto a las tumbas.
¡Centelleantes!,
huyen los animales
sin ataduras.
Árbol caído,
la sombra de los hongos
cubren sus grietas.
Una colilla
dinamita un fortín
en vacaciones;
sobre la piel de un plátano
cientos de egos esquían.
Palmas reales
atraviesan la niebla
con sus penachos.
Bajas y subes,
la estatua de las nubes
se ha roto un brazo,
destroza los querubes,
un solo fogonazo.
A Los Palacios
lo hacen vibrar los trenes
y las tormentas.
Muda el color:
¿cuál lucirá esta noche
la lagartija?
Templos en ruina,
se amontonan ladrillos
en la necrópolis.
Falto de luz
junto al viejo arcabuz
pende un farol.
Sendos bejucos
alcanzan las palmeras
trepando muros.
Humos y escorias,
taponan sus capullos
las yerbas tóxicas.
Rumiantes tiran
con tarros mutilados
el carromato;
lucen yugo y una argolla
en tanto que los castran.
Libres de cargas
pastan los asnos plácidos
entre los cerros.
Suena el laúd,
las aves en los cables
posan y trinan;
el viento silba en ráfagas
improvisando acordes.
Sobre la losa
los adornos de plata
y un gesto impúber.
Solo un nenúfar
reluce entre las hojas
al expandirse.
Tras la llovizna
las chicas van al parque
y desesperan.
¡Cala el rocío!
Y aroman juntos robles
y florecillas.
En la antecámara
marsupiales y humanos
muestran su herencia;
el sótano es el púlpito
de los ogros ególatras.
Cruz y leyenda:
La RECONCILIACIÓN
de moda y prórroga
sin tilde en la mayúscula
pende de un hilo incógnito.