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Inicios
Era el menor de ocho hermanosa e hijo de un carpintero-carretero,
familia trabajadora de la clase media preponderante en un pueblo de
casi tres mil habitantes. Tres de sus hermanos fueron religiosos y
una hermana, monja clarisa. En Granátula había recibido clases de
latín y humanidades con su vecino Antonio Meoro, preceptor de
Gramática, con gran fama en la zona, dado que preparaba a los
chicos para acceder a estudios superiores. De hecho nombraría
posteriormente al hijo de este, Anacleto Meoro Sánchez, obispo de
Almería. Cursó sus primeros estudios oficiales en la Universidad
Nuestra Señora del Rosario de Almagro, donde residía un hermano Casa de Granátula de Calatrava
suyo dominico, y obtuvo el título de Bachiller en Artes y Filosofía. donde supuestamente habría nacido
Almagro contaba con su propia Universidad desde 1553 por Real Baldomero Espartero. Grabado
Cédula de Carlos I y era una ciudad muy activa y próspera. Su padre publicado en 1879 en La Ilustración
deseaba para Espartero una formación eclesiástica, pero el destino Española y Americana.
truncó esa posibilidad. En 1808 se alistó en el ejército para formar
parte de las fuerzas que combatieron tras el levantamiento del 2 de
mayo en Madrid contra la ocupación napoleónica. Las universidades habían sido cerradas el año anterior por
Carlos IV y la propia Almagro había sido ocupada por los franceses.
Fue reclutado junto a un numeroso grupo de jóvenes por la Junta Suprema Central que se había constituido
en Aranjuez bajo la autoridad del entonces ya anciano conde de Floridablanca, con el fin de detener en La
Mancha al invasor antes de que las tropas enemigas llegasen a Andalucía. Fue alistado en el Regimiento de
Infantería Ciudad Realb en calidad de Soldado Distinguido, grado que adquirió por haber cursado estudios
universitarios. Durante el tiempo que estuvo en las líneas del frente en la zona centro-sur de España,
participó en la batalla de Ocaña, donde las fuerzas españolas fueron derrotadas.c De nuevo su condición de
universitario le permitió formar parte del Batallón de Voluntarios Universitarios que se agrupó en torno a la
Universidad de Toledo en agosto de 1808,d pero el avance francés lo llevó hasta Cádiz donde cumplía su
unidad funciones de defensa de la Junta Suprema Central. Las necesidades perentorias de un ejército casi
destruido por el enemigo obligaron a la formación rápida de oficiales que se instruyeran en técnica militar.
La formación universitaria previa de Espartero permitió que el coronel de artillería, Mariano Gil de Bernabé,
lo seleccionara junto a otro grupo de jóvenes entusiastas en la recién creada Academia Militar de Sevilla. El
nuevo destino no evitó que actuase desde el primer momento en escaramuzas con el enemigo durante su
formación como cadete, y así consta en su hoja de servicios.e Se lo integró, junto a otros cuarenta y ocho
cadetes, en la Academia de Ingenieros el 11 de septiembre de 1811 y ascendió a subteniente el 1 de enero
del siguiente año. Suspendió el segundo curso, pero se le ofreció como alternativa incorporarse al arma de
infantería, al igual que a otros subtenientes. Tomó parte en destacadas operaciones militares en Chiclana, lo
que le valió su primera condecoración: la Cruz de Chiclana.
Sitiado por los ejércitos franceses desde 1810, fue espectador de primera línea de los debates de las Cortes
de Cádiz en la redacción de la primera constitución española, lo que marcó su decidida defensa del
liberalismo y el patriotismo.
Mientras la guerra tocaba a su fin, estuvo destinado en el Regimiento de Infantería de Soria, y con dicha
unidad se desplazó a Cataluña combatiendo en Tortosa, Cherta y Amposta, hasta regresar con el Regimiento
a Madrid.
Camino de América
Terminada la guerra, y deseoso de proseguir su carrera militar, se alistó Espartero en septiembre de 1814 —
al tiempo que era ascendido a teniente— en el Regimiento Extremadura, embarcando en la fragata Carlota
hacia América el 1 de febrero de 1815 para reprimir la rebelión independentista de las colonias.
La corte fernandina había conseguido desplazar a ultramar a seis regimientos de infantería y dos de
caballería. A las órdenes del general Miguel Tacón y Rosique, Espartero quedó integrado en una de las
divisiones formadas con el Regimiento Extremadura que se dirigió hacia el Perú desde Panamá. Llegaron al
puerto de El Callao el 14 de septiembre y se presentaron en Lima, con la orden de sustituir al marqués de la
Concordia como virrey del Perú por el general Joaquín de la Pezuela, victorioso en la zona.
Los mayores problemas se concentraban en la penetración de fuerzas hostiles desde Chile y las Provincias
Unidas de Sud América al mando del general José de San Martín. Para obstaculizar los movimientos, se
decidió fortificar Arequipa, Potosí y Charcas, trabajo para el cual la única persona con conocimientos
técnicos de todo el Ejército del Alto Perú era Espartero, por tener dos años de formación en la escuela de
ingenieros. El éxito de la empresa le valió el ascenso a capitán el 19 de septiembre de 1816 y, aún antes de
cumplir un año, el de segundo comandante.
Táctica militar
Véase también: Independencia del Perú
Tras el pronunciamiento de Riego y la jura de la Constitución gaditana por el rey, las tropas peninsulares en
América se dividieron definitivamente entre realistas y constitucionalistas. San Martín aprovechó estas
circunstancias de división interna para continuar su acoso al enemigo y avanzar, ante lo cual un numeroso
grupo de oficiales destituyó a Pezuela como virrey el 29 de enero de 1821, nombrando en su lugar al general
José de la Serna e Hinojosa. Se desconoce con exactitud el papel que en este movimiento jugó Espartero,
aunque su unidad en conjunto fue leal al nuevo virrey. Sea como fuere, el que sería más tarde duque de la
Victoria se empleó a fondo en el sur del Perú y este de Bolivia en un modo de combate singular
caracterizado por escasas tropas y acciones rápidas donde el conocimiento del terreno y la capacidad de
aprovechar al máximo los recursos a mano eran determinantes. Este modo de operar será el que más tarde
desarrolle también en la guerra en España.
Los ascensos de Espartero por acciones de guerra fueron constantes. En 1823 era ya coronel de Infantería a
cargo del Batallón del Centro del ejército del Alto Perú. Cuando el bando independentista lanzó la Primera
Campaña de Intermedios a inicios de 1823, el general chileno Rudecindo Alvarado trató de penetrar con
fuerzas muy superiores por las fortificaciones de Arequipa y Potosí, de las que se sentía especialmente
orgulloso Espartero, el general Jerónimo Valdés no dudó en encargar a este la defensa de la posición de
Torata, con apenas cuatrocientos hombres, con el fin de hostigar desde ella al enemigo, al tiempo que Valdés
organizaba una encerrona. Al llegar los sublevados, Espartero mantuvo durante dos horas la posición
causando importantes bajas y replegándose a órdenes de Valdés de manera ordenada, mientras este salía al
encuentro del enemigo sin permitirle avanzar y, en un error del
general Alvarado al desplegar una línea de frente excesiva,
Valdés lanzó un ataque desde el que desbarató las pretensiones
de penetración. Tras la llegada de José de Canterac, el enemigo
fue puesto en fuga, siendo el Batallón de Espartero uno de los
que persiguió a las fuerzas que huían por Moquegua y destacó
por destruir por completo la llamada Legión Peruana. El
general Valdés consignó en sus calificaciones sobre Espartero:
El 9 de octubre de 1823, el victorioso comandante fue ascendido a brigadier otorgándosele el mando del
Estado Mayor del Ejército del Alto Perú. Tras finalizar labores de control de los restos de insurgentes, La
Serna lo envió a la conferencia de Salta como representante plenipotenciario del virrey para la firma de un
armisticio que permitiese la extensión de los acuerdos con los insurrectos de Buenos Aires al Perú. En Salta
se reunió Espartero con el general José Santos de la Hera, que actuaba en nombre de los comisarios regios.
Acreditado, Espartero comunicó a Las Heras que el acuerdo no era posible, pues las fuerzas enemigas
carecían de toda capacidad operativa y no se sentía el virrey obligado a otorgar más que la generosidad con
la que habían sido tratados. La actitud hostil de La Serna y el propio Espartero hacia los delegados en
nombre del rey Fernando se ha interpretado como una afrenta a la Corona para algunos, o como una medida
de contención de las aspiraciones independentistas para otros.f
La figura de Espartero a esta edad fue trazada por el conde de Romanones como la de:
El fin del Trienio Liberal y el retorno al absolutismo volvieron a dividir al ejército expedicionario. La Serna
envió a Espartero a Madrid con el encargo de recibir instrucciones precisas de la Corona, partiendo para la
capital desde el puerto de Quilca el 5 de junio de 1824 en un barco inglés. Llegó a Cádiz el 28 de septiembre
y se presentó en Madrid el 12 de octubre. Aunque obtuvo para el virrey la confianza de la Corona, no pudo
garantizar los refuerzos pedidos.
Embarcó en Burdeos camino de América el 9 de diciembre,
coincidiendo con la pérdida del Virreinato del Perú. Arribó a
Quilca el 5 de mayo de 1825 sin noticias del desastre de
Ayacucho, y fue hecho prisionero por orden de Simón Bolívar,
estando a punto de ser fusilado en más de una ocasión. Gracias
a la mediación entre otras personas, del liberal extremeño
Antonio González y González que sufría exilio en Arequipa, fue
liberado tras sufrir dura prisión, pudiendo regresar a España con
un numeroso grupo de compañeros de armas.
En 1828 fue nombrado comandante de armas y presidente de la Junta de Agravios de Logroño y después se
lo destinó al Regimiento Soria destacado en Barcelona primero, y Palma de Mallorca más tarde.
Aunque no participó en la decisiva batalla —lo que provocaba sus iras al serle mencionado—, sí que lo hizo
en muchos otros enfrentamientos y, de hecho, él y muchos de los oficiales que lo acompañaban serían
conocidos en España como «los Ayacuchos», en recuerdo de su pasado americano y de la influencia que
sobre sus ideas políticas tuvieron otros militares liberales que participaron en aquella guerra. Su actividad en
la campaña americana fue febril y destacada por sus conocimientos en topografía y construcción de
instalaciones militares, su capacidad de actuar rápido y con pocos efectivos, la virtud de movilizar con
prontitud tropas y la autoridad que le reconocían sus soldados. Los méritos de guerra fueron numerosos,
aunque hizo poca mención de ellos en los años posteriores.
El general «isabelino»
A la muerte de Fernando VII, Espartero apoyó la causa de Isabel II y de la regente María Cristina de Borbón
frente al hermano del difunto rey Fernando, Carlos María Isidro.
Durante la primera guerra carlista el general Espartero dio
muestras de sus cualidades como militar que ya había
demostrado durante las campañas americanas y entre las que
destacaban su valentía —que fue lo que más contribuyó a
convertirlo en un héroe nacional, especialmente tras su victoria
en la batalla de Luchana—, su honestidad —un diplomático
norteamericano dijo de él que «disfruta de una fortuna
independiente y no pretende aumentarla a expensas de la tropa,
como es costumbre aquí»— y el interés por los hombres que
estaban bajo sus órdenes, como lo demostraba su continuo
empeño en conseguir los fondos para pagar sueldos y vituallas
de sus soldados —un problema que padeció su antecesor al
frente del Ejército del Norte, el general Luis Fernández de
Córdoba, y que su hermano Fernando describió en sus
memorias: «El dinero, nervio del Ejército, faltaba
lastimosamente en el Norte, y así es que, además de la carencia
de subsistencias y pertrechos, los oficiales no cobraban sus
sueldos ni el soldado sus reducidos sobres»—.1
Estatua ecuestre del general Espartero.
Pero durante la guerra civil también aparecieron dos de sus Está situada frente a la puerta de Hernani
defectos: que su valor alternaba con recurrentes episodios de del jardín del Retiro de Madrid (España).
desidia y falta de firmeza —que pudieron estar relacionados con Al pie de la estatua reza la leyenda: «A
su dolencia en la vejiga que padeció toda su vida y que le hacía Espartero, el pacificador. 1839, la nación
extremadamente doloroso montar a caballo— y su excesiva agradecida».
severidad en todo lo relacionado con la disciplina. En cuanto a
esto último, el incidente que tuvo mayor repercusión fue el que
se produjo por la orden dada por Espartero de diezmar un batallón de chapelgorris —voluntarios liberales a
sueldo— guipuzcoanos cuyos miembros supuestamente habían asesinado al párroco de la aldea alavesa de
Labastida, profanado la iglesia y arrasado el lugar, y que fue cumplida el 13 de diciembre de 1835. La
operación fue dirigida personalmente por Espartero, quien en su informe oficial afirmó que los actos
cometidos por estos soldados exigían la «pública demostración a las tropas y a los pueblos... con un severo
escarmiento», y durante la misma se echaron a suertes los chapelgorris que iban a ser fusilados, uno de cada
diez, y de entre ellos se escogió a diez, «y sin darles más tiempo que algunos momentos para confesarse, a
los diez que cupo tan aciaga suerte fueron inhumanamente fusilados», según relató el comandante del
batallón.2 Asimismo Espartero ordenó ejecutar prisioneros carlistas en represalia por el asesinato de
liberales, que el general justificó afirmando en una carta que «el empleo de represalias no es más que
defensa propia» y «porque perdería la mágica ilusión que la fortuna me ha otorgado, desde el momento en
que se observe en mí indiferencia por castigar los crímenes de los rebeldes, y por proteger a mis
subordinados».3
Entre los cambios en la dirección del Ejército que la regente María Cristina adoptó en los primeros días de
gobierno para eliminar a los elementos carlistas, Espartero fue nombrado comandante general de Vizcaya en
1834, bajo las órdenes de un antiguo jefe suyo, Jerónimo Valdés, que lo había reclamado para el servicio en
campaña. Participó así en el frente norte durante la Primera Guerra Carlista, desempeñando un destacado
papel, no sin antes haber puesto en fuga distintas partidas carlistas en Onteniente.
Sus primeras medidas recuerdan mucho la etapa americana. Al frente de una pequeña división, ordenó la
fortificación de Bilbao, Durango y Guernica para defenderlas de las incursiones carlistas, y persiguió las
pequeñas partidas que se formaban en distintos puntos. La primera operación de envergadura enfrentándose
al grueso de las tropas enemigas tuvo como escenario Guernica en febrero de 1834. Sitiados los cristinos por
una columna de seis mil hombres, Espartero liberó la ciudad el día 24 con cinco veces menos fuerzas que los
atacantes, lo que le valió el ascenso a mariscal de campo.
La primera derrota
En mayo se le otorgó la Comandancia General de todas las Provincias Vascongadas. La segunda gran acción
que recibió como encargo fue a mediados de 1835. El general carlista Zumalacárregui había conseguido
agrupar las partidas de voluntarios en un ejército bien organizado. Los cristinos, sin embargo, pasaban por
una grave crisis al haber sido cambiados los mandos en varias ocasiones por la propia situación de
conflictividad que vivía Madrid. En estas circunstancias, Zumalacárregui emprendió una ofensiva que lo
llevó a fijar posiciones avanzadas en Villafranca de Ordicia, dominando así una amplia zona de
movimientos. Espartero recibió el encargo de Valdés de enfrentarse a Zumalacárregui, para lo que contaba
con dos divisiones y un batallón, más otras dos divisiones que se aproximaban desde el valle del Baztán. El
2 de junio consiguió sin esfuerzo situarse en un alto a la vista de Villafranca, en el camino de Vergara.
Aseguró las posiciones a la espera de los refuerzos, pero cambió de parecer y se dirigió a Vergara. Al estar a
la vista del general carlista Francisco Benito Eraso, este aprovechó la vulnerabilidad del batallón de
retaguardia para atacarlo en su repliegue con poco más de tres compañías de infantería. La impresión de los
atacados fue que el grueso carlista era numeroso y, poco a poco, se extendió el pánico entre la tropa, que
llegó a huir de manera desordenada hacia Bilbao. Ese fue el primer fracaso militar de Espartero y las
consecuencias de la derrota fueron muy graves, ya que los carlistas ocuparon pocos días después Durango,
por lo que les quedó abierto el camino para sitiar Bilbao.
Su valentía y arrojo fueron incuestionables como en el Primer Sitio de Bilbao, que consiguió levantar. Tras
la batalla de Mendigorría, donde los cristinos obtuvieron su segunda gran victoria en la guerra, Espartero
debió enfrentarse a su superior, Luis Fernández de Córdoba, en una pugna entre ambos por recibir los
méritos de las acciones de campaña.
En Bilbao, cuando catorce batallones carlistas asediaban la ciudad el 24 de agosto de 1835, Espartero
participó activamente en el levantamiento del cerco sin apenas esfuerzo. De camino a Vitoria tras salir de
Bilbao el 11 de septiembre, batallones carlistas se opusieron a sus unidades, por lo que ordenó arremeter
contra ellos persiguiéndolos hasta Arrigorriaga, donde se encontró con importantes fuerzas carlistas que lo
obligaron a retroceder hasta la capital vizcaína. En este repliegue encontró tomada la entrada a la ciudad,
con lo que recibió ataques por vanguardia y retaguardia. Acorralado, Espartero decidió enfrentarse a las
tropas que en el puente sobre el río Nervión le cortaban el paso, por lo que pudo cruzar al fin camino de la
ciudad en una brillante acción que le valió la Cruz Laureada de San Fernando y la Gran Cruz de Carlos III,
además de una herida en el brazo.
No obstante su desafiante capacidad, sus mandos no lo consideraban capaz de dirigir el grueso de los
ejércitos cristinos, dado su ímpetu alocado y sus reiterados actos de desobediencia a los superiores. En 1836,
el Ejército del Norte quedó en manos de Luis Fernández de Córdoba como general en jefe. Recibidas
órdenes de atacar al enemigo en cualquier situación de ventaja, Espartero ocupó en marzo el puerto de
Orduña con fuerzas menguadas, con lo que ganó así una ventajosa posición para el ejército. Ello le valió una
nueva Laureada de San Fernando y la posibilidad de efectuar una nueva acción días después sobre Amurrio.
Tras las acciones con la III División, al abrir franco el paso a Vizcaya, Fernández de Córdoba lo propuso,
muy a su pesar, para el ascenso a teniente general el 20 de junio. Aún le permitió la guerra obtener el acta de
diputado por Logroño a las Cortes Generales en las elecciones celebradas el 3 de octubre de 1836 junto a
quien sería otro gran adalid del liberalismo, Salustiano de Olózaga. Todavía sería elegido en otras tres
ocasiones a lo largo de su vida, aunque no ocupó jamás su escaño y renunció en favor de otras provincias.
En el verano Espartero cayó enfermo y se desplazó a Logroño para recuperarse. Los movimientos liberales
en toda España se sucedieron mientras descansaba. Los éxitos militares logrados lo catapultaron finalmente
a ser nombrado general en jefe del Ejército del Norte y virrey de Navarra, en sustitución de Fernández de
Córdoba. El motín de los sargentos de La Granja, que había colocado a la regente en la necesidad de
abandonar el Estatuto Real y dar más protagonismo a los liberales con el restablecimiento de la Constitución
de Cádiz de 1812, favoreció también el nombramiento.
El general en jefe
Alcanzar el grado de general en jefe hizo que el futuro duque de la Victoria moderase su crueldad, limitase
sus acciones impetuosas y dedicase un tiempo a reorganizar el ejército isabelino que contaba con dos
problemas graves: uno, la necesidad de moverse por un territorio, el carlista, bien asentado, donde las
fuerzas leales a María Cristina sólo contaban con algunas grandes ciudades y fortificaciones, pero no
libertad de movimientos; en segundo lugar, la falta de recursos para equipar las tropas y la ausencia de
disciplina interna.
Especialmente satisfecho, un oficial envió según sus instrucciones el siguiente Oficio al Gobierno del que se
extrae lo sustancial:
... Las privaciones y sufrimientos de las tropas de mi mando han quedado recompensadas en este
día. Ayer a las cuatro de la tarde dispuse la atrevida operación de embarcar compañías de
cazadores que se apoderasen de la batería enemiga de Luchana. Al poco tiempo, aunque en medio
de una terrible nevada, se ejecutó la operación con el éxito más feliz para la bravura y entusiasmo
de aquellas, y eficaz cooperación de la Marina inglesa y Española. El puente quedó en nuestro
poder; los enemigos lo tenían cortado; pero a la hora y media ya estaba restablecido. Los
enemigos, reuniendo considerables fuerzas, acudieron sobre aquel punto: el combate se empeñó ya
de noche: el temporal de agua, nieve y granizo, fue espantoso: la pérdida que experimentó este
ejército en las muchas horas de combate fue también de consideración. Los momentos fueron
críticos; pero las cargas decididas á la bayoneta nos hicieron dueños de todas sus posiciones,
haciendo levantar el sitio de esta villa, en la que he verificado hoy la entrada. Todas sus baterías,
municiones é inmenso parque quedó en nuestro poder... Cuartel General de Bilbao, 25 de
diciembre de 1836. Excmo. Sr. Baldomero Espartero. Excmo. Sr. Secretario de Estado y del
Despacho de la Guerra.
Su victoria en la batalla de Luchana «puso el nombre de Espartero en labios de todo el mundo, al menos en
la España liberal, y lo convirtió en objeto de pinturas, innumerables artículos en periódicos, de discursos
parlamentarios y también sin duda, de conversaciones de café. Según Antonio Espina [biógrafo de
Espartero], tras Luchana, Espartero "adquirió proporciones épicas". Fue un regalo de Navidad idóneo para la
causa liberal. Para el pueblo se convirtió en la "Espada de Luchana", y posteriormente recibió el título de
conde de Luchana».4
Después de Luchana, la guerra tocaba a su fin. Las fuerzas leales a Isabel II eran superiores en número y
capacidad operativa. Desde Bilbao, Espartero se trasladó por el norte del País Vasco hasta Navarra,
concentró y organizó a las tropas, se dirigió al Maestrazgo y se vio obligado a enfrentarse con la
denominada Expedición Real encabezada por el pretendiente carlista, último intento de este de conquistar
Madrid y obtener la victoria en la guerra. Espartero les alcanzó a las puertas de la capital, donde se libró la
batalla de Aranzueque con victoria del general "isabelino". El éxito lo colocó en una posición dominante
entre los liberales, pero también entre todos los ciudadanos agradecidos por haberles salvado de la incursión
y haber provocado el desmoronamiento del ejército enemigo. Los homenajes y agradecimientos públicos y
privados convencieron a Espartero de que la popularidad obtenida era un equipaje muy valioso para alcanzar
el poder político.
Entre 1837 y 1839, al tiempo que formó un gobierno fugaz por falta de sostén parlamentario suficiente,
derrotó a las tropas carlistas en Peñacerrada, en Ramales —que se llamó Ramales de la Victoria desde
entonces— y en Guardamino.
Fomentó la división entre los carlistas y firmó la paz, promovida muy activamente por el representante
militar de Gran Bretaña en Bilbao, lord John Hay, con el general carlista Rafael Maroto mediante el
Convenio de Oñate el 29 de agosto de 1839, confirmado con el abrazo que se dieron estos dos generales dos
días más tarde ante las tropas de ambos ejércitos reunidas en los campos de Vergara, acto que se conoce
como el Abrazo de Vergara.
El acuerdo entre Espartero y Maroto sellado con el "abrazo de Vergara" el 31 de agosto de 1839 consistía en
que los carlistas depondrían las armas a cambio de que los oficiales y soldados de su ejército se incorporaran
al ejército regular y que los fueros de Guipúzcoa, Álava, Vizcaya y Navarra serían respetados por el
gobierno. La idea de utilizar los fueros para alcanzar la paz parece que surgió a principios de 1837, aunque
se discute de quién partió —Antonio Pirala en su Historia del Convenio de Vergara publicada en 1852 se la
atribuyó a Eugenio de Aviraneta—.5
La firma del acuerdo de paz con Maroto había sido contestada por muchos sectores carlistas, entre los que se
encontraba el general Ramón Cabrera que, refugiado en el Maestrazgo, plantó cara a Espartero hasta que fue
derrotado con la conquista de Morella el 30 de mayo de 1840, acción por la cual la reina Isabel le concedió
el título de duque de Morella y el Toisón de Oro. Cabrera huyó hacía Cataluña con la mayor parte de los
restos del Ejército del Norte, perseguido por el general Leopoldo O'Donnell.
El final victorioso de la guerra carlista le valió la dignidad de grande de España y el título duque de la
Victoria, amén de los de duque de Morella, conde de Luchana y de vizconde de Banderas. Muchos años más
tarde, en 1872, el rey Amadeo I le concedió también el de príncipe de Vergara, con el tratamiento aparejado
de Su Alteza Real. Posteriormente, este otorgamiento fue confirmado por el rey Alfonso XII.6
El político liberal
Aunque en 1826, durante la década ominosa, denunció una
conspiración liberal que estaba siendo organizada en Londres por
unos «traidores» dirigidos por el general exiliado Espoz y Mina para
derribar la monarquía absoluta de Fernando VII, tras la muerte de
este, Espartero siempre fue partidario del liberalismo frente al
absolutismo.7 Sin embargo nunca puso por escrito su ideario y «su
pensamiento político nunca fue más allá de unos vagos
pronunciamientos sobre la libertad y las constituciones, así como la
lealtad a la monarquía, que pueden resumirse en un lema que él
mismo hizo famoso: "Cúmplase la voluntad nacional"». Otra de las
frases que resumen su pensamiento político fue que lo que deseaba Escudo personal de Espartero como
para España era la «libertad apropiadamente entendida», cuyo príncipe de Vergara.
modelo era la monarquía constitucional británica, porque allí «se
respeta como un derecho la reunión y la petición con el fin de
conocer la opinión y evitar la fuerza que lleva consigo un cambio repentino que aquí se llama revolución».8
Su primera declaración política apareció implícita en un poema escrito para celebrar el restablecimiento de
la Constitución de 1812 tras el motín de los sargentos de La Granja en agosto de 1836:9
Siempre mostró una lealtad total a la reina Isabel II, hasta el punto de que al final del bienio progresista no
quiso encabezar la resistencia al golpe moderado porque eso podría poner en peligro a la monarquía
isabelina y «yo, monárquico y defensor de esa augusta persona, no quiero ser cómplice de su
destronamiento»; incluso permaneció un tiempo en Madrid, antes de retirarse a Logroño, a petición expresa
de la reina con el fin de sofocar una revuelta que en la ciudad había «tomado por bandera la persona de VE».
Esta lealtad se mantuvo también después de haber sido destronada en la Revolución Gloriosa de 1868
defendiendo los derechos al trono de su hijo, el futuro Alfonso XII.10
En su actuación como político también influyó su condición de militar pues siempre pensó que la vida
política podía manejarse militarmente, como le comentó en una carta a su esposa en noviembre de 1840:3
No hagas caso de periódicos ni matices; con la Constitución se manda como con la ordenanza;
cuando el que manda es justo y firme y cuando no se separa de la ley, nadie debe arredrarle y nada
lo detendrá en la marcha... Yo no hago caso de matices ni de papeles porque yo soy la bandera
española y a ella se unirán todos los españoles.
Esta forma de entender el gobierno se puso de manifiesto cuando en octubre de 1841 ordenó fusilar a los
generales y políticos comprometidos en un intento de golpe de estado que incluía el rapto de la futura reina
Isabel II, de once años de edad, y entre los que se encontraba el joven general Diego de León.11
La entrada en la vida política se produjo tras la victoria de Luchana cuando tanto moderados como
progresistas le ofrecieron formar parte del gobierno ocupando el Ministerio de Guerra, pero él se negó
porque la Guerra aún no había concluido. Su decantamiento por los progresistas, según Jorge Vilches, se
debió a que el gobierno del moderado Evaristo Pérez de Castro no aprobó la petición de Espartero de que su
ayudante Linage fuera ascendido a mariscal de campo,14 aunque también pudieron influir sus
enfrentamientos con el general moderado Ramón María Narváez que venían desde años atrás, cuando no se
le suministraban las mismas tropas, material y fondos que al Espadón de Loja.
Las incursiones de Espartero en política desde 1839 eran duramente contestadas por la prensa moderada.
Consciente de su poder y opuesto al conservadurismo de María Cristina, tras las revueltas de 1840 consiguió
ser nombrado presidente del Consejo de Ministros,g pero el insuficiente apoyo lo obligó a dimitir. Espartero
lideraba sin oposición el Partido Progresista y necesitaba una mayoría suficiente en las Cortes. El motín de
la Granja de San Ildefonso había llamado la atención a los moderados sobre la fortaleza de los liberales y,
por tanto, del propio Espartero. Así, el enfrentamiento con la regente acerca del papel de la Milicia Nacional
y de la autonomía de los Ayuntamientosh concluyó en una sublevación generalizada contra María Cristina
en las ciudades más importantes —Barcelona, Zaragoza y Madrid, las más destacadas— y en la renuncia y
entrega de ésta de la Regencia y custodia de sus hijas, incluida la reina Isabel, en manos del general.
Espartero alcanzó la regencia mientras María Cristina marchaba al exilio en Francia. No obstante, el Partido
Progresista se encontraba dividido respecto a cómo ocupar el espacio dejado por la madre de Isabel II. Por
un lado, los llamados trinitarios abogaban por el nombramiento de una Regencia compartida por tres
miembros. Por otro, los unitarios capitaneados por el propio Espartero mantenían la necesidad de una
Regencia unipersonal sólida.i Finalmente, Espartero fue elegido el 8 de marzo de 1841 regente único del
Reino por 169 votos de las Cortes Generales contra 103 votos que obtuvo Agustín Argüelles. La fortaleza
del general le permitió alcanzar la Regencia no sin antes haberse enemistado con una parte significativa del
Partido Progresista que veía en el general un autoritarismo latente, teniendo que haber utilizado incluso parte
de los votos moderados para alcanzar la regencia única.
En 1843 se vio obligado a disolver las Cortes, ante la hostilidad de las mismas. Narváez y Serrano
encabezaron un pronunciamiento conjunto de militares moderados y progresistas, en el que las fuerzas
propias del regente se pasaron al enemigo en Torrejón de Ardoz. Sevilla se sublevó en julio y fue
bombardeada por las fuerzas de Van Halen y, a partir del día 24, por Espartero en persona.17
Tras huir por El Puerto de Santa María, marchó al exilio en Inglaterra el 30 de julio. Las nuevas autoridades
ordenaron que, de ser hallado en la península, fuera »pasado por las armas« sin esperar otras instrucciones.
Pero las maniobras de Luis González Bravo y del propio Narváez contra los progresistas, en especial contra
Salustiano Olózaga, hicieron que éstos no tardaran en reclamar de Espartero, exiliado, el liderazgo de los
liberales.j En Inglaterra Espartero vivió una vida austera, aunque era agasajado constantemente por la Corte
británica y toda la nobleza. No perdió de vista la política nacional y, sin duda, buena parte de las acciones
civiles y militares de los progresistas en este periodo contaron con su beneplácito.
Espartero fue recibido en Inglaterra con gran efusión, ya que su fama no se limitaba a España —había sido
condecorado por varios monarcas extranjeros: la reina Victoria le concedió la Order of the Bath; el rey Luis
Felipe de Orleans la Legión de Honor francesa; la reina María II de Portugal, la Orden de la Torre—. Solo
un día después de su llegada a Londres, según relató el diario The Times «su hotel fue literalmente sitiado
por visitantes de todos los rangos. El duque de Wellington estuvo entre los primeros en hacer una visita a Su
Excelencia». También fueron a visitarle el conde de Clarendon y sir Robert Peel y fue invitado a cenar por
lord Palmerston, entre otros. Fue recibido en audiencia por la reina Victoria y el 26 de septiembre de 1843 el
alcalde de Londres organizó una cena en su honor en la Mansion House, durante la cual pronunció un
discurso —que tuvo ser aprobado tras un larguísimo debate por la Cámara de los Comunes.13
Mientras, en España el editor Benito Hortelano Balvo publicó una biografía por capítulos de Espartero,
escrita por Carlos Massa Languinete, que tuvo un enorme éxito. El propio Hortelano recordó en sus
memorias la popularidad de la que seguía gozando Espartero a pesar de su exilio:18
Los madrileños no solo eran grandes entusiastas del general, sino también fanáticos admiradores.
Durante su exilio en Londres, todas sus esperanzas fueron puestas en él. Era su salvador, su ídolo;
no podían contemporizar con los moderados, porque habían condenado al ostracismo al Mesías del
pueblo.
La Constitución moderada de 1845 no aseguró la estabilidad política. Antes al contrario, la distancia entre
liberales progresistas y moderados se agrandó. Isabel II, aconsejada por su madre, trató de acercar a
Espartero de nuevo hacia la Corona, sabedora de que, más temprano que tarde, habría de contar con un
hombre admirado por su pueblo y de tan importante influencia. Así, el 3 de septiembre de 1847, el entonces
presidente del Gobierno, Joaquín Francisco Pacheco, le expidió el Decreto por el cual la reina lo nombraba
senador y, poco más tarde, embajador plenipotenciario en Gran Bretaña. Era el tiempo de la reconciliación.k
Espartero también fue considerado como el símbolo de la lucha de la clase obrera, incluso en Barcelona,
ciudad que había ordenado bombardear dieciséis años antes. Así en la huelga de las selfactinas entre julio y
diciembre de 1854 los obreros decían: «Y perque nols engañen / dos pilars hi han posat / lo un es Espartero /
i l'altre la Societat». Y cuando se declaró la huelga general en 1855 y una delegación obrera se preparaba
para salir hacia Madrid, se elaboró un manifiesto que concluía con un «¡Viva Espartero! ¡Viva la Milicia
Nacional! ¡Viva la libertad! ¡Viva la libre asociación, orden, trabajo y pan!».22
Pero el propio O'Donnell terminó por desplazarlo del poder con su proyecto de Unión Liberal, tramando
desde su puesto como ministro de la Guerra cuanto convenía a sus intereses. Espartero ya no era el hombre
capaz de agotarse hasta el extremo y comprendió que la reina Isabel había colocado, al decir de Romanones,
«dos gallos en el mismo gallinero» para mantener a dos de los más prestigiosos generales de su lado.
Tras abandonar definitivamente el gobierno del Bienio Progresista, Espartero jamás tuvo intención de
volver. Cualquiera que se aproximase a tener noticias, recibir consejo, informarse para una obra histórica,
era bien recibido. Él mismo era consciente de que su tiempo había pasado, pero disfrutaba de la compañía de
antiguos compañeros de armas, diputados liberales, nobles ingleses que pasaban por España visitándole para
recordar los tiempos del exilio en Inglaterra.
Cuando fue destronada la reina Isabel II por la Revolución de 1868, Juan Prim y Pascual Madoz le
ofrecieron la Corona de España, cargo que no aceptó. Los años habían hecho mella en su persona y no se
consideraba con fuerzas para tan alta empresa. La ciudadanía y buena parte de la prensa liberal reclamaba al
viejo general septuagenario para ser proclamado rey. Panfletos, artículos —sobre todo en los diarios La
Independencia y El Progreso— e incluso canciones con mejor o peor fortuna y gusto pedían en las grandes
ciudades que se ofreciera al general la Corona.
Una de las canciones populares en favor de Espartero como nuevo
rey de España decía así:23
La carta, pues, invitaba a ser candidato, más que a ser rey, con la prevención de que no se sublevase si no era
elegido. Tal era el temor que el viejo capitán general todavía producía en las filas de algunos mandos del
Ejército. Envió una breve respuesta negativa y cortés a Prim —en la que le decía «que no me sería posible
admitir tan elevado cargo porque mis muchos años [75] y mi poca salud no me permitirían su buen
desempeño»—24 y a Nicolás Salmerón, que encabezaba la delegación parlamentaria, le expresó, entre otras
cosas:
... al trasmitir ustedes la expresión de mi gratitud al general Prim y demás amigos que en mí
pusieron las miras con tan alto pensamiento, díganles de mi parte que la abandonen por completo y
que alarguen el paso en el camino de la constitución monárquica del país. Que desistan de traer al
solio español a ningún príncipe extranjero porque eso sería prolongar la peligrosa interinidad en
que vivimos...
Les advertía así sobre el alcance funesto que podía tener para España una monarquía extranjera y la
frustración que entre el pueblo eso iba a generar.
Tras el fracaso de la monarquía democrática de Amadeo I que dio paso a la Primera República Española,
parece ser que fue sondeado para que aceptara la presidencia de la República, si bien Espartero la
rechazó.24
Aún recibiría en su hogar al propio Estanislao Figueras tras la proclamación de la Primera República
Española y a otro rey que vendría a cumplimentarlo por tres veces: Alfonso XII.
El rey Alfonso acudió por vez primera el mismo año de su elección, el 9 de febrero de 1875, acompañado
del ministro de Marina y también pasó, como Amadeo, la noche en casa del duque. La delicada salud del
viejo general le impidió acudir a recibir al monarca, que encontró a un hombre envejecido pero que
guardaba parte de sus antiguas fuerzas. El rey le comunicó la concesión de la Gran Cruz de San Fernando, a
lo que el propio Espartero hizo buscar entre sus condecoraciones alguna de las ganadas con anterioridad y
quiso imponérsela a Alfonso XII para, en sus propias palabras.
... recuerde que el Rey Constitucional, a más de valeroso debe ser justo y fiel custodio de las
libertades públicas, con lo que asegurará la felicidad del pueblo y logrará captar su amor...
Regresó el monarca el 6 de septiembre de 1876 para comunicar al victorioso general de la Primera Guerra
Carlista que, nuevamente, el carlismo había sido vencido, y tiempo después, el 1 de octubre de 1878,
celebrándose una ceremonia religiosa por las almas de las esposas de ambos, fallecidas hacía poco tiempo.
Últimos años
Pasó los últimos años de su vida en su hogar, rodeado del afecto de
sus paisanos, como referente de muchos de los políticos de la época.
Su conocida altanería dio paso a un hombre de Estado, consejero
para todos y que manifestó en cuantas ocasiones pudo, su deseo de
que las desavenencias entre las distintas facciones políticas no se
solventasen más por la vía de las armas. La muerte de su esposa
Jacinta lo sumió en un profundo pesar y ya no atendió más que a su
propio final.
Memoria histórica
El funeral del general fue sufragado por el Estado y sus restos
recibieron el protocolo debido a un capitán general fallecido en acto
de servicio, a pesar de llevar mucho tiempo retirado de la vida
militar y política activas. El gobierno de Cánovas del Castillo
designó el mayor número posible de soldados para que participara en
la ceremonia. Poco después se le erigió en Madrid una estatua
sufragada con fondos públicos, que «representase al insigne Príncipe
de Vergara como pacificador de España, título que condensa todas
sus altas dotes, los actos de su gloriosa vida y explica el fervoroso y
perdurable reconocimiento de la patria». Sin embargo, fracasó este
intento por parte de las élites de la Restauración borbónica de
utilizar la figura de Espartero para «nacionalizar a las masas», ya
que cuando murió a los ochenta y seis años de edad «su recuerdo se
había perdido sustancialmente entre la mayoría de la población». En
la crónica de su funeral, La Ilustración Española y Americana
señaló que era «vagamente recordado por el pueblo». Miguel Maura
relata que, durante los primeros días de la Segunda República
Paso del entierro de Espartero.
Española, se encontró con una multitud que intentó derribar la
estatua ecuestre situada frente al Retiro; alguien gritó: «Vamos a
ejecutar a ese tío», a lo que él respondió que «ese tío había sido un
liberal».25
Una de las primeras decisiones que tomaron las autoridades franquistas tras el final de la Guerra Civil
Española de 1936-1939 fue cambiar el nombre de la calle Príncipe de Vergara por la de general Mola. Según
el historiador Adrian Shubert hoy el recuerdo de Espartero «es todavía más débil. Poco es lo que queda:
algunas estatuas; algunos nombres de calles; una estación de Metro —Príncipe de Vergara, cuya identidad se
desconoce— en Madrid; un dicho grosero sobre su caballo... En Bilbao, lugar donde se produjo su única
gran victoria, nada queda: el primer ayuntamiento democrático, dirigido por el PNV, renombró la calle de
Espartero en favor de uno de sus propios héroes
nacionalistas, Juan Ajuriaguerra. Sin embargo,
Zumalacárregui se quedó con la calle que le habían dado los
franquistas».26
Hoja de servicios
Año Día y mes Empleo
1809 1 de noviembre Soldado Distinguido
1812 1 de enero Subteniente
1814 2 de septiembre Teniente
1816 9 de septiembre Capitán
1817 1 de agosto Segundo Comandante
1821 26 de febrero Comandante
1822 23 de marzo Coronel Graduado de Infantería
1823 1 de febrero Coronel Efectivo de Infantería
1823 9 de octubre Brigadier
1834 17 de febrero Mariscal de campo
1836 21 de junio Teniente general
1838 1 de mayo Capitán general
Regente del Reino de España
Sucesor:
Predecesor:
Declaración de la mayoría de edad
María Cristina de Borbón-Dos
de
Sicilias
Isabel II
1841-1843
Presidente del Consejo de Ministros de
España
Predecesor: Sucesor:
Ildefonso Díez de Rivera Eusebio Bardají Azara
1837
Presidente del Consejo de Ministros de
España Sucesor:
Predecesor:
Joaquín María Ferrer y
Vicente Sancho
Echevarría
1840-1841
Presidente del Consejo de Ministros de
Predecesor: España
Sucesor:
Ángel Saavedra y Ramírez de
Leopoldo O'Donnel Jorris
Baquedano
1854-1856
Ministro de la Guerra
Predecesor: Sucesor:
Ildefonso Díez de Rivera Evaristo San Miguel y Valledor
Baldomero Espartero 1837 Baldomero Espartero
Francisco Ramonet 1837 José Carratalá
1837-1838
Véase también
Reinado de Isabel II
Regencias de María Cristina y Espartero
Primera Guerra Carlista
Isabel II de España
Notas y referencias
a. Algunos biógrafos hablan de nueve hermanos.
b. El destino primero de Espartero es discutido. En unos casos se habla de Ciudad Real y en
otros directamente de Sevilla, desde donde acudió hacia el centro de la península en las
primeras operaciones en las que participó.
c. El fracaso en Ocaña hizo afirmar a Espartero: Aquél día principié a ser hombre.
d. La formación de unidades y batallones por parte de las universidades fue algo habitual. Las
denominaciones usadas fueron varias. En cualquier caso se trataba de nutrir a un ejército en
retirada de hombres capaces con cierta formación para ascender después. Estos grupos se
disolvieron en las academias creadas más tarde por la Junta Central.
e. En la hoja de servicios de Espartero figura su participación en algunas acciones de no
excesiva importancia. Las calificaciones académicas que obtuvo fueron corrientes, excepto en
táctica, donde destacó con «sobresaliente».
f. La Conferencia de Salta sigue provocando diferencias en el análisis de los historiadores. Los
comisionados regios, Antonio Luis Pereira y Luis de la Robla, habían alcanzado un acuerdo en
Buenos Aires que incluía una importante autonomía en materia económica y comercial.
Trasladar el acuerdo al Perú era su misión, pero La Serna, tras sus victorias, no estaba
dispuesto a realizar concesiones. De hecho no quiso acudir a Salta personalmente, enviando
a Espartero con la expresa directriz de no ceder. El argumento en favor de La Serna es que
dio por supuesto que el rey desconocía la situación que se daba en aquellos momentos en el
Perú —no se habían recibido instrucciones de Madrid desde 1821—, y que obraba conforme a
los intereses de la Corona. La posición crítica destaca que la actitud de La Serna fue un
enfrentamiento directo con la Corona y ayudó indirectamente a fortalecer las aspiraciones
independentistas. En cualquier caso, Espartero no fue censurado por su labor en este caso,
sino al contrario, alabado tiempo después.
g. La reina Isabel quiso atraerse a Espartero y nombró a su esposa, dama de compañía.
h. El control de los Ayuntamientos era fundamental en la política nacional. Con un sistema
electoral censitario y caciquil, el control de los municipios permitía el control del voto
ciudadano y de la Milicia Nacional.
i. La presión para una Regencia de tres personas la inició María Cristina con una solemne
declaración. A esa propuesta se unieron algunos miembros del Partido Progresista y todo el
Partido Moderado. La idea era que fuera compartida por el propio Espartero, Agustín Argüelles
y Mendizábal. La oposición de Espartero a la propuesta era frontal. Quería todo el poder o,
amenazó, abandonaría la actividad política. Espartero con toda su influencia en el Ejército y
aclamado por la población, era un peligro mayor conspirando que gobernando.
j. La caída de Espartero estuvo acompañada de una movilización general del Partido Moderado
para desprestigiar su persona, incluso fueron cuestionados sus éxitos militares. La reacción
progresista no tardó en producirse al darse cuenta de la popularidad del general, aún exiliado.
Cuantas más críticas con poco fundamento se lanzaban contra él, más adeptos tenía.
Además, el apoyo explícito de Inglaterra a Espartero condicionaba la propia política nacional
muy dependiente de las potencias francesa y británica.
k. En ese momento Espartero gozaba del beneficio de la leyenda. La multitud lo acompañaba a
cuantos sitios acudía y lo vitoreaba. Para el Partido Progresista era su mejor valor, y la Corona
conocía los riesgos de enfrentarse abiertamente con el duque de la Victoria. Ayudó en la
reconciliación la propia salud de Espartero, más pendiente de gozar de las lisonjas ajenas que
de ejercer de nuevo un papel político en España.
l. Diario de sesiones del Congreso con la elección y votación de los candidatos (http://web.archiv
e.org/web/http://www.congreso.es/presidentes/pdf_presi/1854_11_28.pdf). Fue elegido
presidente por 238 votos, de un total de 255 diputados miembros presentes. Obtuvo cuatro el
marqués de Albaida, tres San Miguel, dos el conde de Reus y Salustiano Olózaga y uno
Gálvez Cañero, Infante y Corrado. Las otras tres papeletas fueron votos en blanco.
Referencias
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1. Shubert, 2000, pp. 191-192, 196.
13. Shubert, 2000, p. 200.
2. Shubert, 2000, pp. 192-194, 198.
14. Vilches, 2001, p. 33.
3. Shubert, 2000, p. 195.
15. «Adrian Shubert: «Nadie se ha atrevido aún
4. Shubert, 2000, p. 198. a reclamar el legado de Espartero»» (https://
5. Shubert, 2000, p. 199. elcultural.com/Adrian-Shubert-Nadie-se-ha-a
6. Hispanidad (http://hispanidad.info/godoyesp trevido-aun-a-reclamar-el-legado-de-Esparte
artero.htm) ro). El Cultural. 29 de octubre de 2018.
7. Shubert, 2000, p. 190. 16. «Adrian Shubert: «Nadie se ha atrevido aún
8. Shubert, 2000, pp. 187-189. a reclamar el legado de Espartero»» (https://
www.abc.es/cultura/cultural/abci-adrian-shub
9. Shubert, 2000, pp. 187-188.
ert-espartero-figura-digna-stendhal-2018111
10. Shubert, 2000, p. 191. 60219_noticia.html). ABC. 19 de noviembre
11. Shubert, 2000, pp. 195-196. de 2018.
17. Archivo General de Andalucía. «El 21. Shubert, 2000, p. 202.
Bombardeo de Sevilla de 1843» (http://www. 22. Shubert, 2000, p. 203.
juntadeandalucia.es/culturaydeporte/archivo
23. Shubert, 2000, p. 204.
s_html/sites/default/contenidos/archivos/ag
a/difusion/documentoMes/Dxpticos/Dxptico_ 24. Shubert, 2000, p. 205.
may_2013.pdf). 25. Shubert, 2000, pp. 205-206.
18. Shubert, 2000, p. 201. 26. Shubert, 2000, pp. 206-207.
19. Shubert, 2000, pp. 197-198. 27. Shubert, 2000, p. 207.
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Bibliografía
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ISBN 84-670-1397-4.
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VILCHES, Jorge (2001). Progreso y Libertad. El Partido Progresista en la Revolución Liberal
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San Baldomero Ucar, José Manuel. «La imagen de Espartero en los artículos de Carlos Marx
en el New York Daily Tribune. Investigación humanística y científica en La Rioja: homenaje a
Julio Luis Fernández.» Sevilla y Mayela Balmaseda Aróspide, 2000, ISBN 84-89362-92-0, pp.
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Fuentes y documentos
Pérez Galdós, Benito. España sin rey. Madrid, 1908.
Gómez, Francisco Javier. Logroño histórico. Descripción detallada de lo que un día fue y de
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Logroño, 1893. Reeditado en edición facsímil por el Ayuntamiento de Logroño en 1998.
Primera Reimpresión 2000 ISBN 84-89362-42-4
Ruíz Cortés, F., y Sánchez Cobos, F., Diccionario Biográfico de Personajes Históricos del Siglo
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Segundo Flórez, José. Espartero. Imprenta Sociedad Literaria. Madrid 1843.
Journée de Torrejon D'Ardoz (Le 22 juillet 1843) par un espagnol. París 1843.
Vida militar y política de Espartero. Imprenta de la Sociedad de Operarios del mismo Arte.
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La España salvada o Espartero en el poder Edición digitalizada del original. Imprenta de
Domingo Ruíz. Logroño (sin fecha). h. 1840.
Crónica de la provincia de Logroño de Giménez Romera, Waldo. Madrid, 1867.
Hoja de Servicios de Baldomero Espartero.
Enlaces externos
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Enciclopedia de Historia de España, vol. IV (Diccionario biográfico). (1991). Madrid: Alianza
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