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sino una sola cosa, o mejor, dos: aquello de lo que están he­
chas todas las cosas y aquél que las ha hecho, es decir, la ma­
teria que las constituye y la voluntad de Dios, por cuyo m an­
dato son engendradas de tantas formas distintas42.
— ¿Puedes explicarm e esta doctrina,
r , rv
t í Dios supremo: 0
T rim egisto?
d en o m in a ció n — Mira, Asclepio, Dios, el padre y se-
y h se xu a lid a d ~10|. c]e (0das las cosas, o cualquier otra de­
nominación más santa y más piadosa que
los hombres le atribuyan, pues si le atribuimos un nombre para
entendernos entre nosotros, ello nos obliga a que sea sagrado (a
pesar de que, en consideración de tan eminente majestad divina,
ningún nombre pueda hacerle justicia. Pues si la palabra huma­
na es esto — un sonido producido por la percusión del aire con
el aliento y emitido con el fin de expresar cualquier intención o
pensamiento concebido en la mente a partir de los sentidos; un
nombre, cuya sustancia, compuesta de pocas sílabas, está ente­
ramente determinada y circunscrita de modo que posibilite la

42 Lisia de d ioses inteligibles y sensibles. Según S c o tT (III, págs. 107


ss.) son los siguientes (R egión - Dios sensible U sia rc a /d io s inteligible):
Esfera exterior - O rnanos - Z eus (¿H ípatos?); Esfera de las estrellas fijas -
D ecanos - Panlom orfo; E sferas planetarias - Planetas - Destino; A tm ósfera -
¿? - Z eus (¿N eatos?); T ierra y m ar - ¿? - Z eus Otonio. Los dos últim os p ro ­
ceden del § 27, que parece la continuación de la lista. C om o se ve, Scott,
elim ina ‘por in consistente’ la referencia a la Luz - Sol. Según él la lista pro­
cede directa o indirectam ente de una fuente estoica y postula el Péri theón o
el Peri kósmoit de Posidonio. Sin em bargo, tam bién las referencias a Z eus
son ‘inconsistentes’, y, sin ellas, hay elem entos que nos rem iten a alguna
fuenle egipcia: la especulación sobre onsiárchés (cf. las referencias al dios
prim ordial egipcio, que e s arche tés ousias, ousiopátór, noëtàrchès y proa li­
sios, en Jámbi .ico , Mysi. VIII 2-3); la im portancia dada al sol, al disco solar
(R a), situado antes que las m ism as estrellas (decanos); la m ism a referencia a
los d ecanos y, probablem ente, la idea de la división regional porm enorizada
del cosm os. T odo ello procede de Egipto, aunque m ezclado, sin duda, com o
d ice Scott, con ‘alguna fuente estoica’.
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necesaria comunicación entre los interlocutores— , y si también


el nombre de Dios está compuesto de sensación, aliento y aire y
todo lo que ellos comportan, transmiten o producen, entonces,
Asclepio, ¿qué esperanza podemos albergar de que el creador
de toda majestad, el padre y señor de todas las cosas, pueda ser
denominado con un solo nombre ni aun compuesto de muchos?
Por eso, Dios, siendo a la vez uno y todo, o no tiene nombre o
los tiene todos, de m odo que o denominamos a todas las cosas
con su nombre, o le atribuimos a él los nombres de todas las co­
sas). Dios, pues, único a la vez que todo, completamente hen­
chido con el poder generador de ambos sexos, permanentemen­
te embarazado de sil propia voluntad, da a luz eternamente
aquello que quiere procrear; pues su voluntad es (oda bondad,
una bondad que se difunde entre todas las cosas, nacida natu­
ralmente de su divinidad, para que todos los seres conserven su
identidad, actual y pretérita y proporcionen a los seres futuros la
capacidad de reproducirse. De este modo te sea transmitida,
Asclepio, la doctrina sobre el porqué y el cómo son hechas to­
das las cosas.
— ¿He oído bien, Trim egisto, que Dios
rE xcursus. es b ise x u a l? 43.
E l sexo . — Sí, Asclepio, y no sólo Dios, sino
m isterio d iv m o todos los seres, animados o inanimados. Y
no puede haber ningún ser infecundo, por­
que si priváram os de su fecundidad a los seres que existen en
este momento no podrían preservar su identidad en lo sucesi­
vo [pues afirmo que es propio de la naturaleza sentir y engen­
drar y que el cosmos contiene esta naturaleza y conserva to­
dos los seres engendrados]. En efecto, am bos sexos están

43 D esde aquí y h asta el § 29, véase en anexo la traducción del texto


copto paralelo ( N il VI 8, 65, 14-78, 43); en las notas que siguen se se ñ a­
lan las prin cip ales d iscrep an cias.
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llenos de fuerza procreadora y la conjunción de am bos, o me­


jor su unión, correctam ente denom inada Cupido o V enus, o
los dos, es un misterio que no podem os com prender.
Conserva esto en tu mente como algo que sobrepasa en
verdad y evidencia a cualquier otra cosa: el señor de toda la na­
turaleza, Dios, ha inventado y asignado a todos los seres el mis­
terio de la eterna procreación, un misterio al que son innatos el
afecto, el júbilo, la alegría, el deseo y el amor divino. Y tendría
que subrayar cuál es el poder y la necesidad de este misterio si
no lo supieseis de sobra cada uno de vosotros con sólo conside­
rar vuestros más íntimos sentimientos. Fíjate en ese momento
supremo al que llegamos por el continuo frotamiento, observad
cómo vierte cada naturaleza su semilla en la otra y como se la
arrebatan ávidamente entre sí y la esconden en su interior, ese
momento en el que, tras la común unión, las hembras se apro­
pian de la energía de los machos y éstos se fatigan en languidez
femenina. Pues bien, el acto de este misterio, algo tan dulce y
necesario, lia de consumarse en el secreto para que no se aver­
güence del acto sexual la divinidad de ambas naturalezas, a
causa de las burlas del populacho ignorante o, lo que es más
grave, con las miradas de los hombres impíos.
22 No son m uy abundantes, en efecto, los
L o s d io se s hombres piadosos, tan pocos, que podrían
terren a les
Carácter divino contarse a todos los que hay en el mundo.
del hombre Por el contrario, la maldad abunda en la ma­
yoría por falta de sabiduría y de conoci­
m iento4“1 de todo lo real, pues para rechazar y poner remedio a
todo el vicio del mundo es preciso llegar a comprender el plan
divino que ha diseñado todas las cosas. Por eso, cuando persis-

44 Sabiduría y conocimiento fprndenda y scientia); la terminología varía a lo


largo del parágrafo: ratio, disciplina; pm denlia, disciplina; disciplina, intelectus;
ratio, disciplina. En el texto copto, y en todos los casos, epistenië ygnósis.
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ten incólum es el desconocim iento y la ignorancia, el mal se res­


tablece y vulnera al alm a con vicios incurables que la infectan y
corrom pen; y el único rem edio total, para esta alm a com o infla­
da por un veneno, reside en la ciencia y el conocim iento.
A u n q u e sólo sea p ara co n o c im ien to de estos p o co s
hom bres, vale la pena p ro seg u ir y c o m p letar esta ex p o sició n
sobre el po rq u é la d iv in id a d sólo h izo p artícip e s a los h o m ­
bres de su e n ten d im ien to y su ciencia. A tie n d e, pues.
C uando D ios, padre y señor, hubo creado a los hom bres,
tras los dioses, com binando en igual proporción la parte m ate­
rial y corruptible con la divina, ocurrió que los vicios de la m a­
teria, una vez unidos a los cuerpos, perm anecieron en ellos, ju n ­
to con los que son el resultado de nuestra necesidad de
alimentos y víveres, com ún a los dem ás seres vivos; pues es in ­
evitable que, por m edio de los alim entos, se asienten en el alm a
hum ana las apetencias del deseo y todos los otros v ic io s ^
Los dioses, por su parte, fueron m odelados de la parte m ás
límpida de la m ateria y no necesitan para nada del auxilio de la
razón y de la cien cia46; pues, aunque la inm ortalidad y el vigor
de una eterna juventud hagan en ellos el papel de sabiduría y
ciencia, Dios, para que no se viesen enajenados de ellos y se
m antuviese la unidad de su plan, instituyó para ellos, com o

45 Es la tesis de P o r i i r i o (Sobre la a b stin en cia I 33-34): «H ay que


abstenerse... de cierto s alim en to s que,, por su propia indole, pueden d e s ­
pertar las pasio n es en nuestra alm a», pues « ‘d ro g a s’... no son sólo los p r e ­
parados de la m edicina, sin o tam bién las com idas y bebidas que se tom an
cada día por nuestra n ecesidad de m anutención, pues el elem ento letal que
de éstas se tran sfiere al alm a es m ucho m ás peligroso que el que se d e s­
prende d e los ven en o s para la d estrucción del cuerpo»; en d efinitiva, p o r ­
que «un cu erp o gordo... con tam ina al alm a, pues la hace corpórea y la
arrastra hacia lo ex trañ o » (ibid., IV 20).
46 C oinp. con P i .a t ó n , Tínico 40a: «En cuanto a la especie divina,
Dios m odeló de fuego su estru ctu ra en su m ayor parte... y situó en su parte
más poderosa una sab id u ría (phrónesis) cap az de seguir el orden del To­
do» (R iv m jd ).
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ciencia y conocim iento, el orden de la necesidad en form a de


ley eterna. Y , al m ism o tiem po, distinguió al hom bre, el único
entre los seres vivos, con el don exclusivo de la razón y la cien­
cia, para que, por m edio de ellas, pudiese rechazar y expulsar
los vicios corporales y tender hacia la esperanza y la voluntad
de inm ortalidad. E n pocas palabras, D ios m odeló al hom bre
con am bas naturalezas, la divina y la m ortal, para que fuera
bueno y pudiese alcanzar la inm ortalidad. U n hom bre así cons­
tituido es, po r decreto de la voluntad divina, superior tanto a los
dio se s41,sólo constituidos de naturaleza inm ortal, com o a los
dem ás m ortales. P or eso, el hom bre, unido a los dioses por la­
zos de parentesco, los venera con piedad y santa m ente, m ien­
tras que éstos, a su vez, cuidan y velan por todo lo que concier­
ne a los hom bres con afectuoso cariño.
23 N atu ra lm en te m e refiero a esos pocos h o m b res do tad o s
de u n a m ente p ia d o sa; de los p erv e rtid o s, en v erd ad , no d e ­
bem o s ni h ab lar, no sea q u e este sa n tísim o d isc u rso se vea
m a n cillad o co n su p resen cia.
Y a que el m ism o discurso nos ha llevado a hablar del p a ­
rentesco y la com unidad que liga a los hom bres con los dioses,
conoce ahora, A sclepio, el poder y la fuerza del hom bre.
A sí co m o el se ñ o r y p ad re , o lo q u e es
míls c leVÍ>do, D io s, es el cre a d o r d e los
a rtífic e d e d io se s
dio ses ce lestes, del m ism o m o d o el h o m ­
b re es artífice de los dio ses que h ab itan en los te m p lo s, fe li­
ces co n la p ro x im id a d h u m an a; de m o d o que el h o m b re no
só lo es alu m b ra d o sin o que alu m b ra, no sólo se p ro y ec ta
h acia D ios sino q u e tam b ién p royecta dioses. ¿E stás a s o m ­
brad o , A sclep io , o n o te lo crees, co m o la m a y o ría?
— N o, T rim e g isto , lo que esto y es co n fu n d id o ; p ero
crco lib rem en te en tus p alab ras y co n sid e ro que el h o m b re,

47 Cf. Asc. 6 y nota a d loe.


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al h aber a lca n za d o un d eslin o tan m a ra v illo so , d eb e ser


com pletam ente feliz.
— En efecto, A sclepio, el hom bre es verdaderam ente d ig ­
no de ad m iración y m ás em inente que cualquier otro ser. Por­
que si nos referim os al g énero de los dioses, es evidente y re­
conocido por lodos, que están co n stitu id o s de la parte m ás
pura de la m ateria y que casi sólo se m anifiestan en form a de
cabeza p ero no con los otros m iem bros; sin em bargo, las fig u ­
ras de los dioses producidas por el h om bre, están m odeladas
de am bas naturalezas, de la divina, m ás pura y enteram ente
digna de un dios, y de aquélla de la que el hom bre dispone, a
saber, la m ateria con la que han sid o m odeladas; adem ás estas
figuras no se reducen sólo a la cabeza sino que están m o d ela­
das con el cuerpo entero co n todos sus m iem bros. Por tanto,
la h u m an id ad , en el recuerdo de su naturaleza y origen, perse­
vera en su ser im itando a la divinidad, pues del m ism o m odo
que el padre y señor creó a los dioses eternos para que fuesen
sim ilares a él, así el hom bre m odela a sus dioses a sem ejanza
de sus pro pios rasg o s faciales.
— ¿T e refieres a las estatu as, oh T rim eg isto ?
— A las estatuas, A sclepio. ¿T e das cuenta hasta qué punto
te cuesta creer a ti tam bién? Porque éstas son estatuas anim adas,
dotadas de pensam iento y llenas de aliento vital y capaces de
hacer gran canlidad de cosas de todo tipo; unas estatuas que co ­
nocen de antem ano el porvenir y nos lo predicen por la suerte,
la adivinación, los sueños y m uchos otros m étodos, que produ­
cen las enferm edades a los hom bres y las curan y que nos inspi­
ran alegría o tristeza de acuerdo con nuestros m érito s48.

48 El texto copto se entiende m ejor (N U VI 69, 29): «- -Ay Asclepio, eres


tú el que habla de ‘estatuas’; no puedes creer en mis palabras si denoininas ¡es­
tatuas! a unos seres que tienen alm a y aliento y que hacen tan grandes m ilagros;
¡llamas ‘estatuas’ a quienes nos predicen el porvenir y producen enferm edades
y calam idades!». Sobre la cuestión, cf. Ase. 27 y notas adloc.

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