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Laclau, E., & Mouffe, C.  (2004).

Introducción, Hegemonía y radicalización de la


democracia. Hegemonía y estrategia socialista: Hacia una radicalización de la
democracia. (25 – 29; 191 – 239). Buenos Aires, Argentina: FCE. & Laclau, E. (2016).
Introducción, El pueblo y la producción discursiva del vacío. La razón
populista. Recuperado de https://ebookcentral.proquest.com

El presente texto tiene como propósito exponer los presupuestos de la reflexión política del autor
argentino Ernesto Laclau desarrollados en los capítulos “Hegemonía y radicalización de la democracia”
y “El pueblo y la producción discursiva del vacío” de los libros Hegemonía y estrategia socialista
(HES),  escrito junto a Chantal Mouffe, y La razón populista (RP).

PRESUPUESTOS GENERALES

La propuesta teórica de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe se gesta en un contexto


histórico de luchas y movimientos sociales que dan lugar al cuestionamiento de los
modelos y órdenes que determinan las prácticas sociales y políticas de los sujetos, y del
fundamento de las relaciones políticas al interior de la sociedad. El desarrollo de estos dos
problemas tiene como eje central una lectura postestructuralista de la tradición marxista a
partir de la cual argumentan, diecisiete años después de iniciada su propuesta, la pertinencia
en la actualidad de un proyecto hegemónico democrático y socialista alternativo al modelo
hegemónico neoliberal. Este enfoque teórico es concebido por los autores como
postmarxista en tanto su apropiación del marxismo consiste en una deconstrucción de las
categorías que lo fundamentan, es decir, en un desplazamiento de algunas de las
condiciones de posibilidad de estas para desarrollar nuevas posibilidades de lo que podría
llamarse su aplicación. (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 9) 

La diversidad discursiva marxista en que los autores se sitúan corresponde al campo de la


Segunda Internacional, considerado por ellos como un periodo creativo que abarcó un
amplio espectro de problemáticas sociales y políticas. Dentro de este campo se encuentra el
filósofo Antonio Gramsci, referencia capital de su análisis político. “Sólo el ejemplo
aislado de Gramsci, escribiendo desde las cárceles mussolinianas, puede ser citado como un
punto de partida cuyo nuevo arsenal de conceptos es el punto de arranque de nuestras
reflexiones.” (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 9) 
 

En este sentido, la perspectiva intelectual y política de Mouffe y Laclau expuesta


en HES tiene como objetivo comprender la naturaleza de las relaciones de poder y de la
dinámica de la política y, hacer un análisis de la crisis teórica del pensamiento de izquierda
a partir de la categoría de hegemonía, situada al margen de la incuestionable concepción
marxista de la historia y la sociedad como totalidades inteligibles. La transformación de
esta categoría, definida en conclusión como una relación “por la que una cierta
particularidad asume la representación de una universalidad enteramente inconmensurable
con la particularidad” (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 14), se presenta como el hilo conductor
del texto, detrás del cual se revela una lógica social que hace posible pensar las luchas
sociales contemporáneas en su especificidad. Vale decir, esta crisis teórica se hace evidente
según Mouffe y Laclau por distintas transformaciones históricas, entre ellas los fracasos y
desilusiones del proyecto socialista y el surgimiento de múltiples luchas sociales que, por
su pluralidad, cuestionan los conceptos fundantes de clase, revolución y voluntad colectiva.

HEGEMONÍA Y RADICALIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA 

La propuesta de un proyecto hegemónico democrático pone en cuestión la relación


existente entre socialismo y democracia, por esta razón los autores encuentran en la lectura
de la Revolución Francesa el momento histórico en el que emerge un discurso o punto
nodal[1] que los articula en un nuevo imaginario del espacio social, además de explicar el
modo de ser de las luchas políticas actuales. 

En un primer momento la lectura se apoya en la reflexión hecha por Arthur Rosenberg a


mediados del siglo XX sobre la historia europea contemporánea; según el historiador
alemán entre el periodo de enfrentamientos que van de 1789 a 1848 y la segunda década del
siglo XIX existe una cesura radical, es decir, una ruptura en la constitución de los polos
populares antisistema. En el momento del “estallido anárquico”, nos dice Rosenberg, las
protestas son protagonizadas por un pueblo (plebs) amorfo, constituido por “las masas
escasamente organizadas y diferenciadas”, mientras que para 1850 el nuevo protagonista es
la clase obrera constituida como un polo popular unificado y sólido. Lo que en apariencia
se presenta como la “transición a un momento de racionalidad política más elevado de los
sectores populares” (Mouffe y Laclau,2004, pág. 191) que daría lugar a una mayor eficacia
política de su lucha, representa según el autor alemán el fracaso del movimiento obrero
para hacer del pueblo un agente histórico, fracaso que obedece a los procesos de
complejización social efectuados por la industrialización y el orden capitalista.

Para Laclau y Mouffe el análisis de Rosenberg propone una intuición no desarrollada, a


saber, que la ruptura mencionada, según la cual la democracia pasa de conducir
unitariamente la lucha campesina y de ciudadanos pobres a tratar de hacer converger los
movimientos de los campesinos y los obreros – producidos por la industrialización –,
describe la caída de una forma política para la que es necesaria la división del espacio
social en dos campos antagónicos, expresados en la confrontación pueblo / antiguo
régimen, y el ascenso de una nueva caracterizada por la inestabilidad esencial de los
espacios políticos: la forma hegemónica de la política que “se impone como condición de
emergencia de toda identidad colectiva una vez que las prácticas articulatorias han llegado
a determinar el principio mismo de la división social”. (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 193) 

En el contexto de esta nueva forma política aparece la apuesta teórica de Marx que
introduce un nuevo principio político de la división social, el enfrentamiento de clases. Para
los autores, la oposición de clase comparte con el imaginario jacobino  los siguientes
[2]

presupuestos: la postulación de un momento fundacional de ruptura y de un espacio único


de constitución de lo político. A la luz del cuestionamiento y rechazo de estos presupuestos
exponen los fundamentos de un nuevo imaginario político construido radicalmente en
función de los valores compartidos por la democracia y la izquierda clásica: libertad e
igualdad. 

1. EL TERRENO HISTÓRICO DE LA EMERGENCIA DEL NUEVO


IMAGINARIO POLÍTICO: LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA 

La forma hegemónica de la política señalada anteriormente no excluye de su dinámica las


luchas sociales y la conflictividad, sin embargo, ésta no se encuentra fundada en agentes
apriorísticamente privilegiados ni en principios antropológicos naturales. En efecto, para
los autores, la categoría de clase y en general cualquier categoría esencialista de los sujetos,
desconoce que estos, al igual que sus luchas, están sometidos a constantes desplazamientos
y procesos de redefinición. (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 195) Por el contrario, para Laclau
y Mouffe las luchas de poder son emergentes, variadas y sólo en determinados casos
adquieren un carácter político, pues sólo algunas acciones están orientadas a la
transformación de una determinada relación social que sitúa a un sujeto en relación de
subordinación. En este sentido, es necesario esclarecer las condiciones discursivas de
emergencia de estas acciones, lo cual implica marcar los límites entre los conceptos
de subordinación, opresión y dominación.

Entendemos por relación de subordinación aquella en la que un agente está sometido a las


decisiones de otro (…) Llamaremos, en cambio, relaciones de opresión a aquellas
relaciones de subordinación que se han transformado en sedes de antagonismos.
Finalmente, llamaremos relaciones de dominación al conjunto de aquellas relaciones de
subordinación que son consideradas como ilegítimas desde la perspectiva o el juicio de un
agente social exterior a las mismas. (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 196)

Hecha esta distinción, Mouffe y Laclau aclaran que una relación de subordinación no es en
sí misma antagónica, dado que en ella las identidades sociales se construyen al interior de
un sistema de diferencias como positividades (definidas por sí mismas), es decir, un sistema
en el que los límites y fronteras están dados y en el que sólo es concebible la reproducción
de los sujetos subordinados. Así, el modo de ser antagónico de la política emerge al
subvertirse la positividad de las relaciones de subordinación transformándose en relaciones
de opresión, esta transformación depende de un “‘exterior’ discursivo a partir del cual el
discurso de la subordinación pueda ser interrumpido”. (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 196)
De acuerdo con esto, el discurso que según Mouffe y Laclau irrumpe con las relaciones de
subordinación y hace posible las luchas contra la desigualdad es el discurso democrático. 

Lo anterior se explica a partir de una segunda lectura de la Revolución Francesa,  apoyada


en las reflexiones de los historiadores franceses Alexis de Tocqueville y François Furet.
Para Tocqueville, la ‘revolución democrática’ – expresión que toman los autores para
denominar el terreno en que aparece la mutación del imaginario político de las sociedades
occidentales – designa, gracias a la irrupción de la formación discursiva “derechos
inherentes a todo ser humano”, el fin del tipo de sociedad jerárquica y desigual que
concebía la sociedad como una totalidad en la que los individuos se fijaban en posiciones
diferenciales. Este principio democrático de igualdad y libertad da lugar, según Mouffe y
Laclau, a una nueva lógica de desplazamiento que, en palabras de Tocqueville, penetraría
en todos los dominios o prácticas sociales, no solo en el político. (Mouffe y Laclau, 2004,
pág. 199) Por otra parte, para Furet el valor histórico y el carácter disruptivo de
la Revolución Francesa radica en la “afirmación del poder absoluto del pueblo”, primera
experiencia democrática fundada en la autonomía del pueblo, en lugar de una legitimidad
externa. Esta ruptura con el Ancien Régime enfatizada por ambos historiadores proporciona
para los autores: 

Las condiciones discursivas que permiten plantear las diferentes formas de desigualdad
como ilegítimas y antinaturales, y de hacerlas, por tanto, equivalerse en tanto formas de
opresión. Esto es lo que va a constituir la fuerza subversiva profunda del discurso
democrático, que permitirá desplazar la igualdad y la libertad hacia dominios cada vez más
amplios, y que servirá, por tanto, de fermento a las diversas formas de lucha contra la
subordinación. (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 198)

Hasta el momento se ha dicho que la ruptura de la Revolución Francesa representa un


cambio en la organización de las relaciones sociales y por tanto en el modo de ser de la
política, que esta transformación se debe a la emergencia del discurso democrático, y que
sólo en función de este discurso es posible hablar de relaciones de opresión y del
surgimiento de luchas y resistencias. Para ilustrar lo anterior Laclau y Mouffe toman como
ejemplo luchas que a pesar de provenir de sectores distintos se dan al interior de la
revolución democrática y en las cuales se evidencia, además, que la base de las relaciones
de opresión es la imposibilidad de hacer de las relaciones de subordinación sistemas
cerrados de diferencias, es decir, se fundamentan en la negación recíproca de identidades.
En el caso del discurso y las luchas feministas es gracias al desplazamiento que hace Mary
Wollstonecfraft del discurso democrático del campo de la igualdad política entre
ciudadanos al terreno de la igualdad entre sexos que es posible hablar del nacimiento del
feminismo. Por otra parte, citando a Gareth Stedman el caso del cartismo inglés es una de
las muestras de que las luchas socialistas construyeron su discurso, mediante la demanda
del sufragio universal, sobre la base de la libertad política. 

En el análisis de estas últimas luchas se hace visible otro elemento característico del modo
de ser de la política cuya condición de posibilidad es el antagonismo, la pluralidad y la
indeterminación de lo social. Veamos, para Laclau y Mouffe la subversión del orden
demuestra que las estructuras sociales son contingentes y que su devenir se fija
parcialmente mediante imposiciones de poder que niegan alguna forma de identidad. En
este terreno de identidades que se definen a partir de su relación con otras, entran en juego
una serie de condiciones que las sobredeterminan, al interior de las cuales las identidades
pueden legitimarse como subordinadas o representarse como una negación que no puede
ser determinada, lo cual “implica una exterioridad recíproca entre las identidades” (Mouffe
y Laclau, 2004, pág. 199) que demuestra los límites de todo sistema para constituirse
plenamente. En el caso de las luchas socialistas Mouffe y Laclau hacen énfasis en que las
más radicales, como las de los artesanos, son aquellas que revelan los límites del sistema
capitalista emergente, pues es su identidad – un modo de vida que se extiende a lo social,
político y cultural – la que se ve amenazada y se resiste al orden capitalista. No es este el
caso de los movimientos obreros de finales del siglo XIX, que al ser producidos y
legitimados por el orden capitalista luchan por la transformación de las relaciones al
interior del sistema y no por la transformación del orden mismo.  

Sin embargo, para los autores no es suficiente el análisis de las luchas pasadas, dado que la
externalidad del poder descrita anteriormente no se constituye únicamente como reacción
defensiva a una fase superada, sino que pueden surgir al interior de un determinado orden
bajo el que se han aceptado como legítimas relaciones de subordinación. Por esta razón,
Mouffe y Laclau pasan a analizar “tanto el potencial democrático como las ambigüedades
(…) a la vez que la matriz histórica de la emergencia” (2004, pág. 202) de estos nuevos
antagonismos contemporáneos. 

           2. LOS NUEVOS ANTAGONISMOS: MERCANTILIZACIÓN,


BUROCRATIZACIÓN Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Para comprender la formación de estos nuevos movimientos sociales es necesario


considerar que se constituyen en un imaginario social transformado por la ideología liberal
democrática y que los nuevos sujetos políticos que los conforman se inscriben en una
relación antagónica con las nuevas formas de subordinación derivadas de las relaciones de
producción capitalista y de la intervención del Estado. Laclau y Mouffe encuentran en la
reorganización posterior a la Segunda Guerra Mundial las condiciones que dan lugar a una
nueva forma hegemónica, la cual “articula modificaciones al nivel del proceso de trabajo,
de la forma estatal y de los modos de difusión cultural dominantes, que van a transformar
profundamente las formas sociales existentes.” (2004, pág. 203) Estas tres modificaciones
de las relaciones sociales contemporáneas se deben, según los autores, a tres hechos
históricos: la instauración del fordismo, del Welfare State (Estado de Bienestar) y de los
medios de comunicación de masas. De los cuales se desprende el reconocimiento de una
progresiva mercantilización, burocratización y masificación de las relaciones sociales que
devienen en una expansión de la conflictividad social a múltiples niveles y en la creación
de nuevas desigualdades.

A la luz del análisis del fordismo hecho por el economista francés Michel Aglietta, quien
sitúa el sistema de producción industrial como el principio de la articulación entre los
procesos de producción y de consumo, Mouffe y Laclau encuentran la primera
transformación significativa del campo social, a saber, que la sociedad se estructura como
un gran mercado productor de necesidades y reproductor de una lógica de la acumulación
que crea formas nuevas de subordinación, distintas por ejemplo a la forma del trabajador
subordinado al capital.  

Por otra parte, para los autores la formación del Estado de bienestar[3] y de sus prácticas
burocratizadas hace de este un fenómeno ambiguo, puesto que su creación obedeció a
necesidades requeridas por el régimen capitalista, por un lado, y por otro a una serie de
luchas generadas en su contra; por tanto, la serie de efectos que se derivan de su acción
pueden beneficiar el orden de las relaciones capitalistas o hacer emerger nuevos
antagonismos. Entre muchos de estos efectos ambiguos se encuentra, por ejemplo, el
desplazamiento de las fronteras entre lo privado y lo público, que visibilizan el carácter
político de las relaciones sociales y el hecho de que son instituidas, a razón de lo cual se
pueden imponer espacios no democráticos. (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 206) De igual
forma, la emergencia de la democracia social que fundamenta este tipo de organización
gubernamental ha contribuido a la extensión del principio igualitario  y a la ampliación de
la esfera de los derechos. 

Por último, el factor de la expansión de los medios de comunicación de masas se presenta


también como un fenómeno ambiguo. Al igual que en los anteriores procesos, la
masificación reproduce mediante la uniformización de consumidores el orden de la
sociedad capitalista de consumo, y en esa apariencia de igualdad da lugar a luchas contra
los estatutos privilegiados que favorezcan no solo la igualdad sino también la libertad y la
autonomía. “En tanto que de los dos grandes temas del imaginario democrático – el de la
igualdad y el de la libertad – era el de la igualdad el que había tradicionalmente
predominado, las demandas de autonomía hacen adquirir al tema de la libertad una
centralidad cada vez mayor.” (Mouffe y Laclau, 2004, pág. 208) Es así, que las luchas
emergentes se constituyen no sólo al nivel de la colectividad sino también de la
individualidad. 
 

Pluralismo y Radicalidad 

El propósito de situar la expansión del campo de la conflictividad y caracterizar la


constitución de los nuevos sujetos políticos, era hacer visible que en todos los casos
emergen antagonismos y que el modo de ser de estos es el mismo, a saber, siempre esta en
juego la construcción de una identidad social que soportada en una lógica de equivalencia
entre elementos o valores exteriorizan aquellos otros a los que se oponen. De ahí, que las
luchas sociales puedan ser articuladas por discursos con diferente orientación política. Por
otra parte, pretendía hacer énfasis en el carácter plural del espacio social y en la
imposibilidad de constituir identidades plenas. Estos dos factores fundamentan el proyecto
democrático pluralista y radical, “la lucha por una máxima autonomización de esferas,
sobre la base de la generación de la lógica equivalencial igualitaria”. (Mouffe y Laclau,
2004, pág. 211) 

[1] El concepto de Punto Nodal es tomado por los autores de la teoría de Lacan. Se define
como aquel que puede totalizar e incluir todos los elementos libres y flotantes en una serie
de equivalencias, en esta articulación es que adquiere sentido la identidad de cada
elemento. 

[2] El imaginario jacobino hace referencia a los ideales compartidos por los miembros del
grupo político de la Revolución Francesa. Los ideales republicanos de libertad e igualdad
en defensa de la soberanía popular.
 

[3] Así se denomina a la forma de gobierno en que el estado o una red de instituciones


sociales desempeñan un papel clave en la protección y promoción del bienestar económico
y social de los ciudadanos. Se basa en los principios de igualdad de oportunidades,
distribución equitativa de la riqueza y responsabilidad pública para aquellos que no pueden
aprovechar las disposiciones mínimas para una buena vida.

Universidad Santo Tomás


Filosofía Latinoamericana
Luis Mario Luna Velásquez
La Razón Populista 
 
 

El pueblo y la producción discursiva del vacío

En el capítulo número cuatro titulado El Pueblo y la Producción Discursiva del Vacío,


Laclau quiere dejar por sentado los diversas maneras de afrontar el populismo, ya sea como
ideología o como una unidad de grupo, una identidad. Para el interés de este capítulo, el
autor, tomará la segunda, haciendo análisis en las categorías ontológicas que sirven para
comprender el populismo como una construcción relacional del hombre con lo político.
Para ello, tratare ser fielmente correspondiente al desarrollo dado por el autor. En primera
instancia, se hablará de la construcción de lo social, y luego, del antagonismo y la
estructuración interna de pueblo y por último a manera de conclusión, se propone dejar
planteado como Laclau, entiende el populismo junto con un comentario crítico que ayude
en el desarrollo del tema.

1.      Construcción de lo social. [Editar]


Antes de comenzar, recordemos la tesis que Laclau quiere defender durante este capítulo,
dado que al parecer, el populismo no es una cuestión sociológica, es decir, que surge de los
fenómenos o acontecimientos dentro de una sociedad,  sino que, por el contrario, es una
cuestión que compete a lo político, es decir, parte del sujeto y su relación con los demás
entes dentro de una sociedad. En esta medida, se puede traer a colación la tesis planteada
por el autor: “el populismo es la vía real para comprender algo relativo a la construcción
ontológica de lo político como tal” (Laclau, 2005, p. 91).

Partiendo del presupuesto anterior, demos paso al desarrollo del tema, preguntándonos cuál
es la unidad mínima de análisis del populismo. Para ello, Laclau señala, que se puede
concebir al populismo como ideología o como unidad de grupo, en este sentido, si nos
quedamos con la primera, lo más probable es que se retroceda a la discusión planteada en el
primer capítulo, por lo tanto, conviene para el desarrollo de este, quedarnos con la segunda,
identificando al populismo como una forma de construcción propia de la unidad de grupo.
Pero, ¿Cómo se construye la unidad de un grupo? Para este filósofo argentino, la unidad de
grupo se gesta estrechando relaciones entre los agentes sociales de dicha sociedad, es decir,
la unidad de grupo, se gesta cuando los elementos pertenecientes a ese grupo, se van
relacionando hasta construir la unidad en la que todos se ven identificados, vale señalar que
esta es una forma, no es la única; en este caso se podría hablar de la categoría de pueblo.

¿Existe una unidad más pequeña que grupo? Tal parece que sí, Laclau habla de la demanda
social, que en su traducción al inglés demand, según señala, tiene dos connotaciones que
podrían ser claves para comprender el populismo en sus primero rasgos, dichas
connotaciones son las siguientes: la primera, entendida como petición y la segunda, como
reclamo. Ahora bien, es necesario que se identifique primero ¿Qué constituye una
demanda? Y en relación con la anterior ¿Cuándo son peticiones y cuándo son reclamos?
¿Pueden servir de petición y reclamo al mismo tiempo? Para dar respuesta a estos
cuestionamientos, empecemos por hacer mención de la constitución y aplicabilidad de una
demanda.

En un supuesto, una población X está padeciendo de algún problema en relación a sus


necesidades básicas necesarias para vivir, por lo tanto, deciden realizar una demanda como
petición a la institucionalidad, con el fin de buscar soluciones prontas a su necesidad. Pero,
si la demanda es satisfecha el problema para la institucionalidad habrá acabado, caso
contrario, si no es satisfecha, porque se ira acumulando con otras demandas, en cuyas
connotaciones pueden ser similares, iguales o en su defecto diferentes, pero que en dicha
medida, se relacionan equivalentemente en una misma intencionalidad, es decir, en la falta
de alguna necesidad dentro de las condiciones mínimas necesarias para el buen vivir.

Al sistema político de ese momento no le conviene mantener una cierta cantidad de


demandas acumuladas insatisfechas, a razón de que, su institucionalidad se muestra como
incapacitada y por lo tanto, al  no poder determinarlas de manera diferencial, las unas de las
otras, dar una posible solución será complejo, dado que, no se concibe la particularidad,
porque ellas se han relacionado de manera equivalencia. Así pues, la demanda que
inicialmente surge como una petición, se convierte ahora en reclamos y por lo tanto no hay
posibilidad de ser petición y reclamo al mismo tiempo. Por otro lado, aquellas demandas
insatisfechas, crean una frontera interna entre lo político y la equivalencia de dichas
demandas, es decir, entre lo institucional y la población. Hay que tener presente que
aquellas demandas que son aisladas, ya sean satisfechas o no, Laclau, las denominó como:
“demandas democráticas” y aquellas cuya pluralidad de demandas se articulan en una
equivalencia, las denominó como: “demandas populares” (Laclau, 2005, p. 99).

Así pues, se dirá, que las demandas populares son las que permiten el comienzo de la
constitución del pueblo, en ese sentido según señala Laclau, se conciben unas
precondiciones del populismo, como se enuncian a continuación: la primera, el surgimiento
de una frontera interna, dada por la acumulación y la equivalencia de las demandas, dicha
acumulación y formación de las equivalencias, permiten el surgimiento del pueblo, esta
será la segunda precondición y como tercera, la unificación de dichas demandas en una
misma significación, en otras palabras, estas surgen solo cuando ha trascurrido un tiempo y
no se ha generado ninguna solución a la realidad señalada.

Por otro lado, parece que la cadena equivalencia de las demandas, pueden ser todo un
fracaso, gracias a que no se da la extensión o apropiación de otros sectores en una
equivalencia, puesto que no identifican un vínculo equivalencia con dichas demandas, es
así, que entre ellas no se identifica un enemigo en común que las haga vincularse en una
misma equivalencia. Por lo tanto, una cadena equivalencia se gesta, cuando la diversidad de
razones permiten a los sectores amotinarse por una misma equivalencia, así se dará que,
“cuanto más extendida es la cadena equivalencia, más mixta será la naturaleza de los
vínculos que entran en su composición” (Laclau, 2005, p. 101)

Dicho de otra manera, existen muchas razones dentro de una misma equivalencia para
hacer salir a un pueblo a la calle con diversidad de razones, tales como, el robo de recursos
en la educación, el alza en los impuestos a la mano factura, la mala prestación de los
servicios médicos, la defensa de un pueblo originario o campesino, etc. Todas ellas, se
vinculan en un mismo enemigo, y salen a la calle amotinarse con el fin de realizar un
reclamo a la institucionalidad que se ha demostrado ser insuficiente por la no respuesta a
sus peticiones. En consecuencia, la consolidación de una cadena de equivalencias, permite
la construcción de una identidad popular, surgida de la diversidad de razones que haría que
un pueblo por completo que se sienta identificado, salga y exprese por medio de la protesta
su necesidad.
Todo lo anterior, nos servirá para hablar de la construcción de lo social, dentro de la
relación entre las lógicas de la equivalencia y la diferencia, es decir, dentro de la
construcción de lo social, la equivalencia y la diferencia funcionan como una tensión, en
donde, la particularidad de una demanda se relaciona con otra por la diferencia; y en la
equivalencia, la particularidad se claudica para hacer posible la identificación de lo común
entre las diferencias, por lo tanto, la equivalencia no elimina la diferencia. Pero, en una
sociedad como la nuestra que está en constante cambio y expansión, hacer posible la
construcción de lo social, es decir, consolidar un pueblo, una relación de equivalencias y
diferencias, será imposible, dado que, a cada demanda se le podría satisfacer de una manera
diferente.

En ese sentido, se requiere de intereses políticos desde algunos sectores, como la industria
textil, la agricultura, el comercio, etc, que fuercen a la sociedad a identificar enemigos e
instaurar un discurso en el que se evidencia la división de lo social, basándose en lógicas
equivalenciales, en el que una parte se identifica con el todo, haciendo las veces de
significante vacío, es decir, asumiendo como suyo aquello que identifica a cada una de las
equivalencias en un mismo colectivo o persona, o sea, en una universalidad.

Por consiguiente, la cadena de equivalencia requiere una identidad social, que nace del
encuentro entre la equivalencia y la diferencia, permitiendo la construcción de lo social. Así
el pueblo, logrará colocar sujetos o colectivos que defiendan el estado de bienestar. Pero,
esto supone un problema, porque según Laclau, el pueblo no expresa la totalidad de la
comunidad gracias a la distinción entre populus y plebs, donde el primero es el cuerpo de
todos los ciudadanos y el segundo, lo menos privilegiados. Es en este sentido, se hace
necesario que el populismo entendido como plebs, es decir, todos aquello que están siendo
afectados, los menos privilegiados, requieren del populus como unidad legitima, como
única representación de la unidad total del pueblo, que por medio de un(os) representante(s)
buscan significar a su pueblo construyendo una identidad global, esta cuestión se ampliara
en el siguiente apartado.

2.      Antagonismo y estructuración interna del pueblo [Editar]

Siguiendo en nuestro análisis, se podría hacer una posible conclusión de lo desarrollado


hasta ahora, dicho en las palabras de Laclau:

El populismo requiere la división dicotómica de la sociedad en dos campos -uno que se presenta a sí mismo como parte que reclama ser
el todo-, que esta dicotomía implica la división antagónica del campo social, y que el campo popular presupone, como condición de su
constitución, la construcción de una identidad global a partir de la equivalencia de una pluralidad de demandas sociales (Laclau, 2005,
p. 101)

Dicho en otras palabras, hasta ahora se ha identificado en el populismo, la división


dicotómica del campo social, con la gestación de una frontera política gracias a la división
antagónica que supone la división de lo social en dos grupos. Unos que se identifican
como plebs, es decir, creando una identidad y se reclaman como pueblo, como
unidad, populus, haciendo visible que ellos están siendo víctimas, oprimidos, vulnerados,
maltratados(mujeres), sacados de sus tierras - migrantes, desheredados culturalmente
(pueblos originarios). A este grupo de personas en relación con el resto del cuerpo de lo
social, son los diferentes. En consecuencia, se ven obligados a crear vínculos de relación en
el que se gesta una identidad global surgida de la suma de demandas en una misma
equivalencia, en el caso de América Latina, todos ellos, los diferentes, se identifican como
los pobres. A esta distinción, es lo que llamaremos antagonismo, aquello que les hace falta
a un grupo, la diferencia, en relación al otro.

En este sentido, la falta, lo ausente, lo excluido será aquello que construye el pueblo, “sin
esta ruptura inicial de algo en el orden social –por más pequeña que esa ruptura haya sido
inicialmente-, no hay posibilidad de antagonismo, de frontera o, en última instancia, de
‘pueblo’” (Laclau, 2005, p. 113) Si en el inicio de la construcción de lo social no se da una
brecha, una ruptura que haga diferencia entre la sociedad, no será posible, como se
evidencia en la cita, el antagonismo. Dicho antagonismo surge de la consolidación de
demandas, que inicialmente, como ya se ha mencionado, son insatisfechas por la no
respuesta del destinatario, y en cuya acumulación se hace posible la constitución de
equivalencias, hasta el punto de sentirse identificados en una misma identidad global.

Por otro lado, es necesario dejar claro que cada demanda, según señala Laclau, está dirigida
a alguien, con ello se quiere mostrar que existe una dicotomía entre la acumulación de
demandas insatisfechas y la incapacidad del destinatario por resolverlas. En conclusión y
relacionando lo antes mencionado, se podría decir, el populismo fue más que el fracaso del
Estado, al no funcionar como eje articulador de una sociedad, capaz de mantenerla en un
sistema de dominación, antes bien, "fue una crisis en la capacidad del ‘pueblo’ para
totalizar, ya fuera la identidad del enemigo o su propia identidad ‘global’” (Laclau, 2005, p.
121).

En ese sentido, se dirá, que el populismo tomo fuerza, no por la falta de acierto en la
respuesta o solución del Estado, la institucionalidad frente a los problemas no satisfechos,
sino que, tomó fuerza, por la capacidad de construcción de las equivalencias de las
demandas insatisfechas, y el surgimiento de una identidad totalizadora en la que muchos se
sentían identificados con un mismo enemigo. Es así, que el populismo se identifica con
aquellos que son oprimidos, con aquellos que no son reconocidos, con aquellos que han
sido estigmatizados, con aquellos que han sido explotados, todos ellos sin importar
su status quo, haciéndoles sentir participes de una identidad, en busca de un ideal en común
por el que la fuerza de sus sinergias, se encaminan a un mismo sentido.

Por otro lado, es necesario retomar lo expuesto en párrafos anteriores sobre las dos formas
de entender el pueblo: populus – plebs. Ya que en lo expuesto hasta ahora, se hace evidente
un problema con dicha dicotomía, puesto que el plebs siendo aquel en el que se identifican
los menos favorecidos, se reclaman como un único pueblo, populus; en este sentido, se
plantea un problema, dado que al parecer el populus no es de un todo totalizadora. Dicho en
otras palabras, el populus siendo lo que está, lo que hay, las relaciones entre la sociedad,
hace que se exprese como fuente de opresión, a razón de que en su totalidad no se
contempla los menos favorecidos.

En este sentido, se hace evidente el reclamo del plebs como único populus, es decir, como


el ideal de la unidad de las equivalencias que representan a un pueblo, construyendo un
verdadero populus capaz de contrastar a realidad presente, para la aspiración de un ideal
utópico o universal. “por otro lado, la plebs, cuyas demandas parciales se inscriben en el
horizonte de una totalidad plena –una sociedad justa que sólo existe idealmente- puede
aspirar a construir un populus verdaderamente universal que es negado por la situación
realmente existente” (Laclau, 2005, p. 123).

La universalidad que debería de expresar el populus, es la misma que asume la plebs, es


decir, todo parte de la unidad de demandas insatisfechas en una cadena de equivalencias, en
la que su unificación permite la construcción de una identidad. Dicha identidad no
condensa del todo, las particularidades de las demandas anexadas a la equivalencia, por lo
tanto se requiere que se privilegie algunas del todo, para que ellas en función de
significante, asuma la totalidad de las equivalencias y busque una solución hacia la
insatisfacción de las necesidades expresadas por la demanda. Así pues se dirá que “la
demanda popular funciona como un significante tendencialmente vacío” (Laclau, 2005, p.
125).

3.      Conclusión [Editar]

Con los presupuestos expuestos anteriormente podríamos llegar a una posible conclusión,
así pues para Laclau, se deben tener presente tres elementos: el primero, es que el
populismo no es un movimiento, es decir, que tenga una determinada ideología, sino que,
por el contrario, es una lógica política. Segundo, el discurso populista siempre va hacer
impreciso y fluctuante, es decir, por la condensación de demandas en busca de una solo
identidad, el discurso no puede abarcar la totalidad de las intenciones expuestas por cada
demanda y en la misma medida ello hace que sea fluctuante.

Y tercero, la organización del espacio comunitario, esta medida por la diferencia, es decir,
para este filósofo, la organización social, el espacio comunitario, se organiza según las
diferencias de las particularidades, puede ser entendido también como la sectorización de
una sociedad por las clases sociales o más comúnmente identificadas como comunas.
También es importante dejar claro la función del significante vacío, ellos, colocan una
frontera dicotómica dentro de la sociedad, haciendo posibles las diferencias y las
equivalencias, quedando claro que sin ellas la existencia del populus, no sería posible.

Así pues, el populismo se comprende como la suma de las sinergias de aquellos oprimidos
por una sociedad en donde no encuentran una identidad dado su valor particular de
diferencia, y buscan por medio de la equivalencia con otros sectores que igualmente se ven
afectados por otras razones, buscar equivalencias y consolidarse como un grupo, con una
identidad y en su defecto con héroe que proclama sus necesidades y es en constante
búsqueda de soluciones, asumiéndose el, como significante vacío dentro de la construcción
del pueblo. En relación a lo mencionado, se podría pensar en Luis Carlos Galán; Mons.
Romero; Álvaro Ulcue Chucue; Camilo Torrez; entre otros muchos más, quienes asumieron
en su rostro, el rostro de los oprimidos, de los olvidados, de no lo reconocidos y
emprendieron búsquedas que ayudaran en la promoción de su vida y el salvación de sus
pueblos.

Referencia Bibliográfica

Laclau, E. (2005). La Razón Populista . Buenos Aires : Fondo de Cultura Económica .

   

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