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¿Por qué dejamos las cosas para mañana?

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Le Monde - 07.01.11 | 17h48
La procrastinación es la tendencia (más cognitiva que patológica, como lo veremos más adelante) a dejar
sistemáticamente las cosas para mañana. Sin embargo – nos hace recordar el periodista David McRaney
en su blog – la procrastinación corresponde a una idea que afirma que somos perezosos y que manejamos
mal nuestro tiempo, cuando en realidad ésta es alimentada por nuestra debilidad para controlar nuestros
impulsos.

Si le echa un vistazo a la lista de espera de películas que planea ver (como se da en el caso de un servicio
VOD2 o de alquiler de DVD como Netflix), se dará cuenta que está conformada por muchos documentales
fascinantes y películas de autor más que por los últimos éxitos de taquilla (que siempre figuran entre
los más alquilados, como lo muestra esta impresionante cartografía de locales de Netflix). Según un
estudio realizado en 1999 (.pdf) por Daniel Read, George Loewenstein et Shoban Kalyanaraman que trata
justamente sobre nuestra capacidad de elegir entre películas memorables y exigentes o películas divertidas
e intrascendentes, tenemos una tendencia general a elegir las segundas en lugar de las primeras. Otros
estudios más recientes también confirman nuestra inconsistencia en este tema.

Todos tenemos tendencia a decir que preferimos las frutas, pero cuando un pedazo de torta se nos presenta
al lado de una manzana es, estadísticamente, mucho más probable que nuestra mano se dirija hacia la torta.
Es por eso que las listas de espera de películas que debemos ver están llenas de buenos filmes.

Los psicólogos se refieren a esto como el “sesgo del presente” para caracterizar el hecho de que muy
frecuentemente somos incapaces de entender que lo que queremos a largo plazo y lo que queremos ahora
no es la misma cosa. El sesgo del presente explica por qué compra vegetales y frutas que luego olvida
comer.

Al momento en que tomamos buenas decisiones, la procrastinación nos conduce a actuar de manera
contraria. Esa es la razón por la que esperamos hasta el último minuto para hacer las compras navideñas,
nos olvidamos de inscribirnos para votar, preferimos jugar un pequeño juego de video cuando tenemos una
tarea que entregar mañana en la mañana, etc.

“Puede intentar combatir esta inclinación natural. Compre una agenda. Redacte una lista de tareas…
Puede leer todos los libros que quiera para cambiar sus malos hábitos… Puede convertirse en un adicto
a la productividad, rodeado de herramientas (como RescueTime) que le hagan la vida más eficaz. Estos
instrumentos no le servirán de nada puesto que el problema no radica en la gestión del tiempo, sino en el
conflicto que se desarrolla en nuestro cerebro”.

El secreto del control sobre uno mismo no está en la voluntad, sino en la distracción

En los años 60, Walter Mischel llevó a cabo experimentos en la universidad de Stanford sobre los

1 Artículo encontrado en: http://www.lemonde.fr/technologies/article/2011/01/07/pourquoi-


remettons-nous-souvent-les-choses-au-lendemain_1462548_651865.html
2 Video on Demand o video bajo demanda: http://es.wikipedia.org/wiki/V%C3%ADdeo_bajo_demanda
conflictos de negociación de los niños. Este experimento es bastante conocido. Los niños estaban sentados
delante de una mesa de malvaviscos3. Ellos podían comérselos inmediatamente o esperar a que el
investigador regrese. En cualquiera de los casos, él les ofrecería el doble de dulces.

Cuando Walter Mischel comenzó a analizar los resultados, notó que los niños que había tomado más
rápidamente los dulces eran más susceptibles a tener problemas de conducta, en tanto que obtenían notas
escolares más bajas que los otros niños, explica Jonah Lehrer en un excelente artículo para el New Yorker
sobre “el secreto de controlarse a sí mismo”.

30% de los niños lograron esperar el regreso del investigador, de 10 a 15 minutos más tarde. Aunque
también estuvieron igualmente sometidos a la tentación, encontraron una forma de resistirse a ella.

Walter Mischel se dio cuenta de que había un nexo entre el rendimiento escolar de los niños y su capacidad
para autocontrolarse. En 1981, retomó contacto con 653 niños que habían participado en el experimento
original, que cuestionaba su capacidad de planificar, de enfrentar problemas y de escuchar a sus pares.
Mischel se dio cuenta de que los chicos que había cedido más rápidamente eran más susceptibles a tener
problemas de comportamiento que los demás.

Para Walter Mischel, la inteligencia se parece, en gran parte, al control de sí mismo. Para entender por qué
ciertos niños no pueden esperar y otros sí logran controlarse, es necesario llegar a pensar como ellos. El
experimento de Mischel demostró que el autocontrol depende de una competencia esencial: la “repartición
estratégica de la atención”. Es decir que en lugar de estar obsesionados con el malvavisco que tenían frente
a los ojos (“el estímulo caliente”), los niños intentaron distraer su atención cubriéndose los ojos, jugando
a las escondidas debajo del escritorio o cantando canciones. “Su deseo no fue vencido, simplemente fue
olvidado”. La clave se encuentra en evitar pensar en el malvavisco.

En el caso de los adultos, esta competencia es normalmente definida como la “metacognición” o


la “reflexión sobre la reflexión”, que permite a la gente destruir el olvido. Los niños que tenían una idea del
funcionamiento del autocontrol han sido buenos incluso en retrasar el premio. Pero algunos niños pensaron
que la mejor forma de resistir era pensar en el dulce, la cual es una idea terriblemente insostenible incluso
para quien no le gusta las golosinas.

Para Mischel, la prueba del malvavisco es un test predictivo poderoso. Si uno es sensible a los estímulos
calientes, entonces habrá que actuar de forma que se ahorre más dinero para la jubilación que los demás,
por ejemplo. Otras investigaciones han demostrado que las diferencias conductuales entre los niños eran
observables incluso en los niños de 19 meses. Mientras que algunos niños estallaban en llanto, se aferraban
a la puerta frente a una experiencia estresante, los otros superaban su ansiedad, se distraían, jugaban con
juguetes. Los niños llorones fueron también aquellos que, llegando a los cinco años, no lograron resistir la
tentación del malvavisco.

Según Mischel, nuestra habilidad de autocontrol es tanto genética como social. Pero el test demostró
que la capacidad de los niños para el autocontrol, venidos de familias de bajos recursos del Bronx, era
menor que la de los niños de Palo Alto. “Cuando uno crece pobre, uno no tiene la costumbre de hacer
esperar las retribuciones. Y si uno no practica, no sabrá como distraer su atención, no sabrá cómo elaborar
mejores estrategias”. Las personas aprenden a controlar su voluntad como cuando aprenden a utilizar una

3 Marshmallows, masmelos, nubes.


computadora; por medio de intentos y errores.

Pero aquello se aprende de manera muy rápida y simple. Al darles como consejo a los niños que se
imaginen un marco alrededor de los dulces, los resultados fueron rápidamente sorprendentes. “La única
manera de vencer nuestros instintos es evitarlos, de prestar atención a otra cosa. Decimos que es la
voluntad, pero esto no tiene nada que ver con la voluntad”, explica John Jonides, un neurocientífico de la
Universidad de Michigan.

Mischel está preparando un estudio a gran escala que involucra centenares de escolares, para ver si las
competencias del autocontrol pueden ser enseñadas para que persistan a largo plazo. En otras palabras,
él quiere enseñarles a los niños que las cosas no funcionan solamente en experimentos, sino que también
pueden aprender a aplicarlas en casa; por ejemplo, al momento de decidir entre las tareas y la televisión.

Para Angela Lee Duckworth, catedrática de psicología en la Universidad de Pensilvania y responsable de


este programa, enseñarle álgebra aun adolescente que no tiene autocontrol es una práctica bastante simple.
Según ella, la capacidad de hacer esperar una retribución sería un factor predictivo de conducta mucho
más eficaz que el QI [coeficiente intelectual]. Si la inteligencia es importante, lo es mucho menos que
control sobre sí mismo. Walter Mischel sabe que no es suficiente enseñarle a los niños a darse unas cuantas
vueltas; el verdadero desafío es transformar esas cosas en costumbres, lo cual requiere frecuentemente
años de práctica constante. “Es ahí donde los padres son importantes”, reconoce Mischel. “¿Han puesto en
práctica los rituales que les enseñan a retrasar sus impulsos diariamente? ¿Ellos los alientan a aprender a
esperar? ¿Actúan ellos de forma que esta espera valga la pena?”

De acuerdo a Mischel, las rutinas más insignificantes de la infancia (como no quejarse antes de la
cena, esperar hasta la mañana después de Navidad para abrir los regalos) son ejercicios cognitivos de
entrenamiento discretos para enseñarnos a deshacernos de nuestros deseos.

No sabemos convivir con las demoras

Si ofrecemos a alguien $50 ahora o $100 a fin de año, la persona elegirá tomar los $50. Si ofrecemos $50
en cinco años y $100 en seis años, cronológicamente la distancia no ha cambiado, pero pareciera mucho
más natural esperar un año más, ya que hasta el momento uno ya habrá esperado bastante más tiempo. Sin
embargo, si nosotros fuéramos solamente animales razonables, escogeríamos siempre el momento más
alejado, o tendremos más bien la tendencia a tomar aquello de lo que podemos disfrutar más rápido, señala
David McRaney. De esta forma, Twitter nos parece más gratificante que hacer tareas más difíciles (como
escribir un artículo) a pesar de que de ellas depende nuestro salario de fin de mes.

Cuando uno está obligado a esperar, tenemos la tendencia a ser mucho más razonables. Es esto lo que
llamamos “la actualización hiperbólica”. Tradicionalmente, los economistas consideran que los individuos
optimizan una función de utilidad intertemporal al actualizar las ganancias futuras de manera linear; eso
es “la actualización exponencial”. De hecho, la psicología y la economía conductista indican que los
individuos (pero también los animales) actualizan sus ganancias futuras de manera más bien hiperbólica.
La actualización hiperbólica hace posible un fenómeno interesante: la inversión de preferencias que
representa que un momento t, A es preferible a B, pero que en un momento t+n, B se vuelve preferible a
A, según explica Cyril Hédoin en su blog, quien es titular de conferencias en ciencias económicas en la
Universidad de Reims.
La mejor forma de evitar la procrastinación, estima David McRaney, es convivir con las demoras. No
obstante, eso no es tan simple. Un estudio de Klaus Wertenbroch y Dan Ariely hecho en el 2002 (.pdf)
había creado que tres clases de estudiantes debieran entregar tres tareas cada una. La primera debía entregar
las tres tareas al final de las tres semanas. La segunda clase tenía tres plazos distintos. La tercera clase
debía entregar una tarea por semana. Sin mucha sorpresa, la tercera clase obtuvo mejores resultados
mientras que el primer grupo obtuvo, en conjunto, los resultados más catastróficos. Los estudiantes sin
instrucciones tienen, todos, una tendencia a dejar sus tareas para el último momento.

Estos resultados sugieren que si todo el mundo tiene problemas con la procrastinación, aquellos que
reconocen y admiten su debilidad están en una mejor posición para utilizar las herramientas disponibles,
capaces de ayudarles a superar esta dificultad, explica Dan Ariely en su libro (C’est (vraiment?) moi qui
décide)4. “La procrastinación es un impulso, como comprar golosinas en la caja registradora de una tienda”.

Para combatir la procrastinación es necesario convertirse en un adepto de la reflexión sobre la reflexión,


concluye David McRaney. “Es necesario comprender que hay un usted que lee este texto y que es el mismo
usted en algún lugar en el futuro que será influenciado por diferentes deseos e ideas, un usted en otras
condiciones, utilizando otros conjuntos de funciones cerebrales para aprehender la realidad.” Se debe ser
capaz de discernir los costos de las retribuciones cada vez que se esté obligado a elegir.

Es así que es más fácil hablar que hacer.

Hubert Guillaud

Traducción: Karina Montoya [@pressgirlk]

4 Traducción propia: (Soy (¿verdaderamente?) yo quien decide)

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