76 I El Cactus
Nº 5 / Octubre 2016
María Moreno
Narrativa
caníbal
Referente del periodismo literario latinoamericano,
Ricardo Piglia la definió como la mejor narradora
de Argentina. Lucio V. Mansilla es maestro de
periodistas, dice ella, y su obra más conocida, un
manual de estilo.
Entrevista Mirco Sartore
Trabajó en La Opinión de Jacobo Timerman,
conoció a Rodolfo Walsh, ganó la beca Guggen-
heim, publicó libros de crítica literaria y una no-
vela (El affair Skeffington) y como editora le hizo
firmar con nombre de mujer a personalidades
tan fuertes como Caparrós y Fogwill. Con esas
credenciales, María Moreno dio una charla en la
ex Escuela de Ciencias de la Información sobre el
género que mejor domina: la crónica, y presen-
tó su nuevo libro, una antología de las crónicas
del periodista todoterreno Enrique Raab, desapa-
recido en 1977. En el contexto de las Primeras
Jornadas sobre Crónica organizadas por el Semi-
nario de Crónica y el Proyecto de Investigación
de Historia de la Prensa, junto a ella disertaron el
periodista Dante Leguizamón, Paulina Brunetti
(profesora, investigadora y directora del equipo)
y Víctor Hugo Díaz. Tras la charla, la periodista
habló con El Cactus.
-Cuando la presentan como crítica cultural,
periodista y novelista, usted dice que po-
drían nombrarla simplemente como cronis-
ta, ya que el término sintetiza todo lo demás.
¿Es así?
-A mí me gusta llamar a la crónica un género ca-
níbal, no híbrido como por ahí lo llama la acade-
mia. En la crónica podés hacer una intervención
política, etnográfica, sociológica, literaria. Podés
hacer cualquier tipo de operación de escritura.
Me parece que es una herramienta sin límites.
-¿Un género de géneros?
-Yo diría que, en este momento de monopolios
de medios, medios partidistas y abandono de la
polémica que no sea en términos de escrache, la
crónica puede ser un lugar de resistencia. Nunca
está en la parte de adelante de un diario, nunca
está en política o economía, sino atrás. Me pare-
ce que se puede decir todo allí y hasta se pue-
de eludir más la censura. Hay menos atención,
menos controles (cualquiera que sean) sobre la
crónica. Siempre se esperaba en ella la nota de
color, lo que en mi época se llamaba periodismo
hembra: espectáculos, vida cotidiana, humoris-
mo.
-¿Se pueden hacer crónicas sobre todos los
aspectos de la vida o sólo sobre aquellos te-
mas que consideraríamos noticiosos?
-Eso depende de las políticas de los medios. Uno
allí debe seguir ciertas pautas, pero a la vez to-
dos los espacios tienen lugares como agujeros
profundos donde uno se puede infiltrar para
hacer cosas críticas y alternativas; que incluso
dentro del medio no se den cuenta de que son
transgresoras a su propia política.
Año 5.
-Cuando le hacía la pregunta pensaba en Tom
Wolfe y sus crónicas costumbristas.
-Bueno, su invención es muy querellante con
el periodismo habitual. Las crónicas de Wolfe
tratan justamente temas no noticiosos. Él inicia
el periodismo del reporter y a su vez inventa la
idea de Nuevo Periodismo; bautiza algo que ya
estaba sucediendo, pero también opone una
posición cultural ante (Truman) Capote que está
escribiendo A sangre fría y habla de no ficción. El
desafío de Capote fue transformar esta pequeña
noticia del asesinato de una familia en un pue-
blo de Kansas en una gran historia, y demostrar
que si a esa noticia la agarraba un escritor podía
transformarse en un gran relato. Allí Wolfe está
peleando un campo cultural con Capote, un
campo de lectura, sobre un fondo que ellos des-
criben como una especie de agotamiento de la
fuerza de la literatura de ficción norteamericana.
-¿Se debería enseñar a los autores del Nuevo
Periodismo en las academias de periodismo?
-A mí no me interesa tanto el Nuevo Periodismo.
Me interesan más ciertos textos literarios que
se pueden leer en clave de crónica. Por ejem-
plo, creo que Lucio V. Mansilla es un maestro de
periodistas. Una excursión a los indios ranqueles
es casi un manual de cómo abordar al otro, al

otro peligroso, y a su vez, cómo escribir el rela-
to de esa experiencia. Me parece que el Nuevo
Periodismo fue más superficial, que se basó en
reformas del lenguaje, no tan sustanciales como
genera la no ficción, que realmente produce una
ambigüedad absoluta. A sangre fría es también
una novela, tiene el valor de una novela, y sin
embargo es una investigación de sucesos reales.
Creo que Wolfe es más reformista si se quiere,
trabaja más sobre el lenguaje. Sin embargo, creo
que los cuatro procedimientos de Tom Wolfe si-
guen siendo muy útiles para nuestras escuelas,
eso de contar secuencia por secuencia, el diálo-
go como retrato, el definir formas de alimento,
ropa, arquitectura como signos de estatus y la
cuarta premisa, que es la más cuestionada: ha-
blar en primera persona desde el punto de vista
del personaje. Allí él fue muy criticado porque
eso era tomado como uno de los derechos de la
ficción; decían que se estaba pasando de mam-
bo. Wolfe hizo una nota donde observaba en la
calle a unas prostitutas que llamaban con dife-
rentes nombres al azar a la gente que pasaba
a ver si la embocaban con el nombre real de la
persona. Él cuenta esa escena desde la subjeti-
vidad de una de las chicas. Lo que Wolfe dice es
que no es pura invención, sino que es al revés:
que el nuevo periodista pregunta muchas más
cosas que el periodista habitual.
-¿Se mete en la subjetividad de la persona?
-Yo diría que la construye en base a testimonios.
Pero lo que yo digo es que estas preguntas,
que son de una excesiva inducción, te permi-
ten construir después algo que suena como
que seguro no fue preguntado, pero él sugiere
que sí. Igual, todos macanean. Todo lo que no
puede ser probado a través de un testigo ocular
que tengas allí no invalida el valor de verdad del
texto; hay cosas que siguen siendo accesorias.
Cuando conocí azarosamente a Rodolfo Walsh
le pregunté si él, en las biografías iniciales de
Operación Masacre, fue y le preguntó a las viu-
das qué comieron sus esposos la noche que los
mataron o si puso un verosímil de un obrero
que todavía tiene un buen pasar y una buena
alimentación. Claro, Walsh me cargó: nadie va
a ir a juicio por algo así, me dijo; él no les pre-
guntaba por lo que comían. El nuevo periodista,
Tom Wolfe, pretende que sí lo pregunta. Cuando
el periodista crea un dato como lo hizo Walsh,
no hace a la verdad sustancial de la obra. Hoy en
día, hay una tendencia a partir de cierto modelo
norteamericano a que lo fáctico sea riguroso y
me parece que eso no es interesante: hay que
tener una idea de la verdad más amplia, no me-
teorológica.
-Volvamos a la crónica. Borges decía que
cuando un autor muere, deja dos obras: su
literatura y su imagen. ¿Pasa lo mismo con el
cronista?
-Cada vez más el cronista se dedica a construir
su imagen. El ochenta por ciento de la existen-
cia de un autor está dedicada a su personaje. Lo
construye a través del Facebook, de las expe-
riencias límites que viva. Siempre hubo una figu-
ra de un autor extra obra, cultivada en algunos
períodos con mayor atención. Yo creo que hay
un mito Rodolfo Walsh. Y habría que someterlo
a una revisión, como con todo mito. A Walsh se
lo nombra más de lo que se lo lee. Y cuando lo
hacen, lo invocan como un mantra. Supongo
que Cristian Alarcón cultiva un poco la mitolo-
gía, quizá por el modo en que se trabaja él como
cronista en sus propias novelas. Es el heredero
de Walsh en otro plano radicalmente distinto del
cronista en peligro. Cuando la obra es buena, el
lector, a pesar de saber que el autor sobrevivió
puesto que escribió la obra, siente miedo por
éste. En Operación Masacre, Walsh monta un in-
terés hacia él como personaje que lo acompaña
durante todo el libro. Me parece que el valor de
esas obras es que olvides totalmente que el au-
tor lo escribió y que pienses que lo van a matar.
Generar un efecto de ilusión tan eficaz.
La crónica puede
ser un lugar de
resistencia.
-¿Es bueno que se mitifique a los periodistas?
¿Es bueno que exista un mito Walsh, un mito
Thompson, un mito Wolfe?
-Yo no estoy en contra del mito. Es una manera
de leer. Hay que revisar el mito, no tirarlo. Re-
visarlo, trabajar con él. El mito también forma
parte de la imaginación del lector y es necesa-
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rio; no habría que separar asépticamente la obra
del personaje construido, que es, muy a menu-
do, más o menos mentiroso. Hay que agregarle
constantemente al mito nuevas dimensiones.
Píldoras raabiosas
Enrique Raab nació en Austria en 1932 y a los
seis años emigró a Argentina escapando del
nazismo. Como recuerda María Moreno en el
prólogo de la recopilación de sus crónicas, fue
militante del Partido Revolucionario de los
Trabajadores (PRT), judío, cinéfilo empederni-
do, caníbal cultural y periodista (trabajó en La
Opinión, Primera Plana, Clarín y 7Días). Cronista
de raza, nunca se adentró en los terrenos de la
novela o la investigación y tal vez por eso, se ani-
ma a conjeturar Moreno, no tiene un mito a la
altura del de Rodolfo Walsh. Fue secuestrado en
abril de 1977 y hoy integra la lista de los más
de cien periodistas desaparecidos durante la
última dictadura. A continuación, presentamos
tres fragmentos del libro Enrique Raab: periodis-
mo todoterreno, donde María Moreno define al
periodista.
“En otros países de Latinoamérica lo hubieran
llamado periodista todero, pero nosotros prefe-
rimos el adjetivo más ciclístico de todoterreno,
que indica velocidad y adaptación. Porque si
bien la especialidad que más frecuentaba era la
de crítico de arte y espectáculos, Enrique Raab
podía ser anfibio y cubrir tanto la revolución de
los claveles en Lisboa como las ofertas de vera-
no en Radiolandia de Mar del Plata, y pasar de
un reportaje a un cuadro revolucionario a otro a
Juan José Camero (“el Delon argentino”).”
“(..) de muy joven se empleó en una agencia de
viajes —hablaba cuatro idiomas— hasta que se
encontró con el periodismo, un oficio en el que
recaló por estar interesado en todo y no al revés,
es decir que a partir de ese trabajo todo se volvió
transformable en información.”
“(…) creo que hay en sus crónicas manejo del
estilo, del arte de la injuria y la ironía sin salirse
-era otra época- de la idea de que él es un perio-
dista. Y eso es un honor para él.”
*Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social
(FCC/UNC). Periodista en El Milenio (Unquillo).