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En 2013, Xi Jinping inspeccionó la aldea Shibadong de la provincia de Hu´nan.

Una
anciana local, Shi Pazhuan, como no tenía ni televisión en casa, no conocía al
dirigente chino. “¿Cómo se llama usted?” la anciana preguntó a Xi Jinping.

“Soy servidor del pueblo.” Dijo Xi, con sonrisa.

Desde aquel momento, Xi Jinping visitó todas las zonas más pobres del país, y la
tasa de pobreza de China bajó desde un 10,2% hasta un 4%, más de 60 millones de
habitantes necesitados se liberaron establemente de la pobreza. Es un milagro para
toda la humanidad.

Debe ofrecer al pueblo, “mejor educación, un empleo más estable, mejor salario,
mejor seguro social, mejor nivel de servicio médico, mejor condición de
alojamiento, mejor medioambiente, mejor vida espiritual y cultural..”

“Es un compromiso del Partido Comunista de China con el pueblo, y debemos


cumplirlo.” Así se comprometió Xi Jinping.

El Sueño

La suerte política empezó a virar en 1990 con su nombramiento como secretario del
Partido en la ciudad de Fuzhou, de nuevo en Fujian. Un poco antes, su vida personal
también había ido a más. En 1987 contrajo segundas nupcias con Peng Liyuan. Peng
traía bajo el brazo un regalo importante: era famosa. Mucho más que Xi. Para
entonces ya tenía millones de admiradores que la seguían, especialmente en las
galas de año nuevo, el programa de mayor audiencia anual en la televisión nacional.
Peng ha hecho su carrera en las unidades de coros y danzas del ejército chino. En
1989, en los días posteriores a la represión de Tiananmén, sus canciones
tonificaban a los soldados armados hasta los dientes que ocupaban la plaza. Es
decana de la Academia de las Artes del Ejército Popular; ostenta un grado castrense
equivalente al de mayor general; tiene un título superior en música étnica
tradicional; y es miembro de la Conferencia Política Consultiva Popular, un
organismo cuyos miembros dicen representar a la sociedad civil.

Pocos hubieran pronosticado cuando se casó que Xi pudiera llegar tan lejos. De
hecho, en el Decimocuarto Congreso del Partido (1997), cuando ya pujaba por
ascender, Xi no consiguió los votos suficientes para entrar en el Comité Central.
Pronto, sin embargo, se arrimó a un buen árbol, el de Jiang Zemin, a cuya sombra
creció con rapidez. En 2000 fue nombrado gobernador de la provincia de Fujian y en
2002 secretario del Partido en la de Zhejian. En 2007 desempeñó el mismo puesto en
Shanghái y se convirtió en miembro del Comité Permanente del Politburó. De ahí pasó
a Pekín, donde se puso al frente de la Escuela Central del Partido y fue designado
presidente del comité coordinador de los Juegos Olímpicos de 2008. En 2010 se
convirtió en vicepresidente de la Comisión Militar Central y en 2012 fue elegido
secretario general en el Decimoctavo Congreso del Partido Comunista Chino. En 2013
se convirtió en el presidente de la República y de la Comisión Militar Central.

Xi parece sentirse relativamente incómodo con el rígido protocolo del


neomandarinato y fulge radiante cuando se acerca, no mucho, a las multitudes. Le
gusta hacer pensar que aceptaría la invitación de cualquier admirador espontáneo
para una partida de mahjong. En 2013, al poco de celebrarse el Tercer Pleno del
Comité Central, donde se exhibió como el reformista mayor de la República, Xi se
dejó caer por Qingfeng Baozipu, un restaurante popular de comida casera que
TripAdvisor clasifica en el puesto 1.790 de entre los 11.853 restaurantes de Pekín.
Se puso en la cola; pidió seis bollos rellenos de picadillo de cerdo, un plato de
hígado frito y una sopa; se los comió en una mesa sin mantel; y pagó al contado 21
yuanes (tres dólares y medio). Un hombre del pueblo, vaya. (En una de sus múltiples
semblanzas hagiográficas, el Diario del Pueblo lo retrataba como «el muchacho que
llegó [a Lianjiahe, el pueblo de su deportación] como perdido y se marchó un hombre
hecho y derecho a los veintidós años y con la determinación de hacer algo notable
para su pueblo [...] cuyas necesidades gravitan sobre su corazón». El diario
remataba que Xi había advertido a los militantes del Partido de que «tienen que
amar al pueblo de la misma manera en que aman a sus padres; tienen que trabajar en
su beneficio; y tienen que asegurar su prosperidad» ) (Kerry Brown, op. cit., loc.
1023). [https://www.revistadelibros.com/la-china-de-xi-jinping/el-sueno-de-xi-
jinping]

Más importante que el intento de convertir a Xi en el ápice de la cultura de masas,


por supuesto, ha sido su creciente requisa de todo el poder político y militar.
Lejos de aceptar el papel tradicional de primus inter pares, Xi ha orillado a sus
colegas del Comité Permanente del Politburó. En su primer año llevó a cabo una
serie de reformas orgánicas para acumular todo el poder en su persona o, según la
jerga oficial, para «modernizar la gobernanza del sistema estatal y su capacidad de
gobierno». Entre otros, Xi preside todos los nuevos organismos de reforma, como el
Grupo Dirigente para la Profundización Integral de las Reformas, la Comisión
Nacional de Seguridad o el Comité de Ciberseguridad e Información. Para Caixin,
«eso significa que todas las instituciones del Partido, del Consejo de Estado
[Consejo de Ministros] y de las fuerzas armadas responden hoy ante Xi y sólo ante
él. En resumidas cuentas, se ha convertido en el presidente del Partido: como Mao
Zedong».

Lo más importante estaba por llegar. En abril de 2016, Xi había estrenado un nuevo
título: comandante en jefe del mando militar, convirtiéndose así en el presidente
de la Junta de Jefes del Estado Mayor Conjunto y máximo responsable operativo. En
20 de octubre del mismo año, los medios oficiales anunciaban que, tras el Sexto
Pleno del Comité Central, Xi se había convertido en el héxīn del Partido. El
ideograma chino se traduce al castellano como centro, núcleo o meollo. De hecho, el
puesto de secretario general lleva aparejado ese sentido de centralidad, pues es la
posición clave del sistema de poder. Pero, en este caso, lo de núcleo o meollo
adquiere un simbolismo especial. Parece que el título deriva de una observación de
Deng Xiaoping con motivo del nombramiento de Jiang Zemin como secretario general,
en un momento en el que el nuevo líder estaba necesitado de una reafirmación
pública. Deng se refirió a Jiang como el núcleo indiscutible del Partido en su
tercera generación, de forma similar a como Mao Zedong lo había sido en la primera
y el propio Deng en la segunda. Pero, una vez más en China, lo que contaba era el
adjetivo y no el sustantivo. Como el papa de Roma, el héxīn del Partido goza de
infalibilidad en materia de fe y de costumbres, y su doctrina no puede ser
discutida por los fieles. Hu Jintao nunca fue designado como tal mientras ostentó
la Secretaría General, aunque posteriormente sí se le celebra con ese mismo honor.
La distinción especial de esta temprana designación de Xi estriba en haber sido
elevado a figura indiscutible prácticamente desde el comienzo de su carrera.

La próxima celebración del Decimonoveno Congreso del Partido a finales de 2017 ha


venido acompañada de otra ronda de halagos. La vigente Constitución partidaria de
2012 precisa que su guía para la acción la constituyen el marxismo-leninismo, el
pensamiento Mao Zedong, la teoría de Deng Xiaoping, la «importante noción de las
tres representaciones» y la perspectiva científica sobre el desarrollo: por si
resulta necesario mencionarlo, las tres representaciones y el desarrollo científico
son las aportaciones teóricas respectivas de Jiang Zemin y de Hu Jintao. ¿Verá Xi
elevada a ideología oficial del Partido su decisiva contribución de los cuatro
cabales?

Todos estos movimientos han dado pie a amplias discusiones en los medios
occidentales sobre el papel que Xi quiere desempeñar en el futuro de China. ¿Habrá
decidido seguir las huellas de Mao Zedong? ¿Conseguirá ese eventual objetivo? Las
respuestas incluyen toda clase de conjeturas y son de improbable confirmación para
quienes no participamos de los secretos de Zhongnanhai, el centro de decisión del
Partido Comunista Chino. Pero, sea cual fuere el resultado del Congreso futuro, por
el momento la eventual disputa por la dirección del Partido parece tener un ganador
15. De forma más mundana, habrá que estar atentos a la posibilidad de que Xi
consiga imponer o no su poco disimulado deseo de sustituir el pacto de
institucionalización partidaria y alargar su mandato para saber si, como Mao, habrá
conseguido enmendarle la plana al propio Deng. El problema para el Partido y para
Xi Jinping, si llega a imponer su línea política, aparecerá de inmediato: ¿cómo
hacer real su ambicioso sueño chino?

El nacionalismo de los comunistas chinos, empero, no se limita a la desaparición


del dominio extranjero. Una vez alcanzada esa meta, el despegue de la economía
nacional les ha permitido derivar paulatinamente hacia su gran ambición
geopolítica. Cuando habla de ese sueño chino, al que define como el
rejuvenecimiento de la nación, Xi Jinping tiene en las mientes un quinto cabal:
recuperar cabalmente la secular hegemonía de China en la política de Asia Oriental
y, más tarde, en el mundo entero. Es un sueño que sólo tiene un parentesco léxico
con la tradición del sueño americano que prometía mejoras sustanciales en su suerte
a quienes estuviesen dispuestos a trabajar honestamente dentro de la ley. Mientras
el sueño americano convertía a los individuos en el eje de la vida nacional, el
sueño de Xi Jinping los subordina a ella o, por mejor decir, a quienes, como los
dirigentes del Partido, se creen con derecho a decidir por todos.

Es esa llamada a un nacionalismo militante, muy similar al de Mao, lo que inspira


las ambiciones de Xi y sus partidarios en el seno del Partido actual. No son pocas.
El contrato de mejora impuesto al pueblo chino lleva implícita una cláusula de
realización de grandes proyectos. Desde la creación de una sociedad medianamente
acomodada y de consumo masivo hasta el aumento de los gastos en defensa; desde la
apropiación del Mar del Sur de China hasta el control total de la información a la
que puedan acceder los chinos; desde la Nueva Ruta de la Seda que se propone
subordinar la gran masa terrestre euroasiática a los intereses de China hasta la
creación ex nihilo de nuevas grandes urbes en el territorio nacional17, todo en los
planes de Xi Jinping y de su corte lleva un marchamo de grandeza que haría
palidecer de envidia al Rey Sol. ¿Es una apuesta juiciosa?

Desde fines de 2016, al presidente Xi, quien también es presidente de la Comisión


Militar Central del Partido, se le dio el título de "el corazón de la dirección"
del partido y "comandante supremo" (最高 统) "de las fuerzas militares de la nación.
La promoción del pensamiento de Xi como principio rector oficial del Partido y del
Estado marcará otro hito importante en la agenda de auto-congratulación implacable
del presidente (Radio Free Asia, 17 agosto; HKO1.com, 15 de julio). Esto es a 2017

Al entrar en el papel de un líder sin un alto nivel de educación formal y al que le


gusta hablar en tonos populistas, las perlas de sabiduría Xi se expresan a menudo
en las consignas gritadas y atractivas. Específicamente, a Xi Dada [papito Xi] -
como se le llama amorosamente - le gusta recoger sus instrucciones en criterios y
objetivos divididos en cuatro partes. En los albores del Sueño chino y de las
Importantes observaciones, la máquina de propaganda entró en el exceso de trabajo,
alabando los "cuatro compresividades" de Xi: comprensivamente la construcción de
una sociedad modestamente acomodada; comprensivamente profundizar las reformas;
comprensivamente gobernar la nación según la ley; y comprensivamente gobernar el
Partido de manera estrecha. Aunque este lema fácil de recordar ha sido elogiado por
el Diario del Pueblo como "un esquema estratégico para guiar el renacimiento de la
gente [china]", no aporta ninguna novedad en la Ideología del Partido (Outlook
Weekly, 20 de agosto; People’s Daily, 8 de septiembre de 2015).

Además de la campaña contra la corrupción, Xi lanzó una cruzada ideológica contra


los "Cuatro Vientos del Mal", o estilos de vida aberrantes entre los representantes
oficiales. Esta es una referencia a la lucha contra el formalismo, la burocracia,
el hedonismo y un estilo de vida decadente (Xinhua, 9 de septiembre de 2016;
People’s Daily, 3 de mayo de 2013).

Uno de los últimos edictos de Xi para reforzar el Partido y la nación, está


descripto por el vocero oficial las “Cuatro grandezas (四个伟大). Esto se refiere a
“entablar grandes luchas, construir grandes proyectos, promover grandes empresas y
realizar grandes sueños”. Mientras la atención a los grandes proyectos, a las
empresas y a los sueños más bien banales, “entablar grandes luchas”, recuerda un
famoso dicho de Mao, que dice “es muy divertido luchar contra el cielo, luchar
contra la tierra y luchar contra los seres humanos”. Para Han Qingxiang, profesor
de la Escuela central del Partido, “las Cuatro grandezas son una innovación
teorética entre las más importantes en la crítica coyuntura histórica de
desarrollar una nación hacia la modernización socialista (de China)” (Nanfang
Ribao, 21 de agosto; People´s Daily, 28 de julio)

Para un grupo de protagonistas que usan el pseudónimo colectivo de “Notas sobre el


estudio de Xi” (学习笔记), “entablar las luchas” no es otra cosa que la
quintaesencia de la visión mundial del supremo líder en lo que se refiere al
Partido y a loos negocios internacionales. Así, Xi Jinping elevó la moral de los
representantes oficiales mediante sus operaciones anti-corrupción y a través de
movimientos políticos que consisten en la “luchas ideológicas” entre los cuadros
más ancianos. Y en otra genuflexión delante de Mao, el “corazón de la dirigencia”
quiere también comprometerse en luchas contra los colonialistas y los
imperialistas, como también contra el proteccionismo en el comercio. Es también
significativo, que la administración de Xi se haya comprometido en la lucha contra
el separatismo, que comprende movimientos pro-independencia a Taiwan, Hong Kong,
Tibet y Xinjiang (Qiushi [Beijing], Agosto 17).

El perfil de Xi Jinping

Xi Jinping es un “príncipe rojo”; pertenece al clan de aquellos altos funcionarios


que participaron en la revolución y desempeñaron cargos de cierta relevancia en su
aparato político-burocrático. Es el caso de su padre, Xi Zhongxun, víctima en su
día de la Revolución Cultural y quien en la etapa de la reforma y apertura abierta
tras la muerte de Mao se convirtió en referente de la implementación de las
llamadas “zonas económicas especiales” u oasis capitalistas que desempeñaron un
papel fundamental para atraer capitales, tecnologías y métodos de administración
del exterior, contribuyendo de forma decisiva a los primeros éxitos de la
desmaoización en lo económico (Gittings,2005).

El “sueño chino”, que Xi Jinping ha convertido en señuelo de su mandato, obedece a


un programa de carácter profundamente nacionalista que reivindica la revitalización
del poderío nacional para poner fin a los últimos siglos de decadencia provocados
tanto por las guerras del Opio como por el aislamiento del Imperio del Centro.

El de Xi es un nacionalismo basado en un PCCh indisolublemente identificado con el


país de modo que la sociedad china debe asumir como normal la primacía del PCCh y
el liderazgo del propio Xi como núcleo del mismo. La centralidad del PCCh en la
China contemporánea, reforzada por Xi, destierra la vieja creencia de que el
desarrollo económico de China traería consigo, inexorablemente, una apertura
política de signo liberal. Por el contrario, Xi ha acentuado el discurso de que no
solo el PCCh es capaz de modernizar el país evitando que el caos y la decadencia
vuelvan por sus fueros a la realidad china sino
de lograrlo potenciando a la vez su propia identidad cultural y civilizatoria (Xi,
2017). Ese énfasis permanente en las “peculiaridades chinas”, presente por doquier,
constituye otra forma de expresión nacionalista que preconiza la adaptación a la
realidad china de cualquier manifestación externa como igualmente contribuye a
argumentar la excepcionalidad frente a idearios pretendidamente universales.

En el orden interno y en el ámbito de los intereses vitales no negociables que


nuclean dicho nacionalismo, además del propio sistema político basado en la
preeminencia indiscutible del PCCh, cabe destacar la respuesta a los problemas
territoriales que hoy tienen como principal exponente la situación en Xinjiang,
donde el riesgo de atentados terroristas ha conducido a la adopción de medidas de
excepción que conllevan el internamiento de cientos de miles de uigures, según
varias fuentes, en campos de reeducación que las propias autoridades
finalmente reconocen. Tanto Xinjiang como Tíbet son dos territorios
estratégicamente claves (Duchâtel, 2017). Tíbet es un espacio esencial para una
China que debe gestionar unas relaciones habitualmente complicadas con el vecino
hindú. Por su parte, Xinjiang representa hoy el mayor riesgo para la seguridad del
Estado habida cuenta que la minoría uigur que ha abrazado el Islam radical también
proyecta sus acciones fuera del territorio de su región autónoma. Las invocaciones
al sueño chino sugieren en algunas nacionalidades minoritarias matices relevantes
respecto a su identificación con la nacionalidad mayoritaria, la Han, y lejos de
convertirse en una proclama
aglutinante, ofrece una línea de fractura que puede tensionar la
estabilidad en áreas territorialmente muy sensibles para la seguridad del país al
ubicarse en esa larga periferia fronteriza que China posee con estados vecinos.

A otra escala, pero igualmente relacionado con el problema territorial, las


tensiones en la región administrativa especial de Hong Kong advierten de las
consecuencias de la laminación efectiva de la autonomía y de los límites del modelo
“un país, dos sistemas” cuando Beijing lo apuesta todo a la recentralización
política. La impronta nacionalista en la China de Xi se advierte igualmente en el
énfasis aplicado a la cuestión de Taiwán, otra herida por cerrar producto de los
tiempos en que China no era capaz de defender sus intereses frente a terceros. La
cuestión de Taiwán no deriva solo de una guerra civil inacabada, la que enfrentó al
PCCh con el Kuomintang, sino también del Tratado de Shimonoseki (1895), cuando
debió cederla a Japón, la potencia que ejerció el control de la isla hasta el fin
de la IIª Guerra Mundial (Ríos, 2005). Es por eso que en el imaginario del PCCh
resulta inadmisible pensar en una China próspera y soberana que no encuentre
solución a este problema. El hecho de que Taipéi abrace la democracia liberal y el
pluralismo político y que Washington se implique cada vez más en su devenir
político y defensivo como parte de la estrategia de obstaculización de su
emergencia, provoca una irritación cada vez menos disimulada en Beijing. Xi ha
dejado claro que este asunto “no puede ser dejado de generación en generación”,
dando a entender que antes de 1949 debe estar encaminada la reunificación, lo cual;
puede convertir el problema de Taiwán en el principal factor de inestabilidad en
toda la región.

Otro tanto cabría decir de las tensiones marítimo-territoriales en las que China se
halla inmersa y que la enfrentan a países vecinos y otros más alejados con
intereses estratégicos en la zona. Xi se ha mostrado mucho más asertivo que otros
líderes chinos en la consolidación del control sobre la inmensa plataforma del Mar
de China meridional (Ríos, 2012). La Marina china se ha convertido ya en la segunda
del mundo y su guía orientativa consiste en alejar a EEUU de su zona de interés
directo, disuadiendo a los buques estadounidenses de intervenir
en beneficio de sus rivales. Xi ha dado pasos para instaurar el
ejercicio de un control de facto sobre las áreas que considera territorio bajo su
soberanía.

El programa de modernización de China es inequívocamente nacionalista y responde a


la necesidad de recuperar su posición central en el orden global. Esto implica
desarrollar acciones cada vez más contundentes para proyectar poder y liderazgo en
el escenario regional y mundial. Para Xi, llegó el momento de impulsar un
reconocimiento del poderío de China, de su condición de gran nación que está de
retorno en el mundo.

Xi es también más beligerante con los valores liberales y rehúye cualquier


propósito de experimentación destinada a alargar la frontera del pensamiento
tradicional en el partido, considerando la democratización o los derechos humanos
universales parte de aquellos tabúes que se deben combatir sin la menor concesión.
En tal sentido, el uso de tecnologías avanzadas para perfeccionar el control sobre
la población ayuda a reforzar y no debilitar esa preeminencia del PCCh. El sistema
de crédito social que debe generalizarse en 2020 integrado por millones de cámaras
de vigilancia con capacidad de reconocimiento facial, es presentado por las
autoridades como una ventaja incomparable para impedir los fraudes y los abusos y
minimiza los riesgos de violación de la intimidad; no obstante, sin
controles democráticos el peligro de las intrusiones no deseadas y su uso para
condicionar la orientación política entraña un riesgo mayor. Este nuevo
autoritarismo digital se implementará a fondo para facilitar el bloqueo de la
penetración de las ideas liberales en un contexto en que, por el contrario, se
alienta una mayor conexión de China con el resto del mundo. La doble
intensificación de la apertura por un lado y del control social por otro, es una
característica de la China de Xi y ambas deben converger para hacer realidad su
sueño, el de la emergencia de China o, por el contrario, extremar las tensiones
hasta el punto de hacerlas insostenibles.

Xi ha reafirmado la verticalidad de la política china. El centralismo democrático


se ha convertido en autocrático. Cualquier crítica potencial, cualquier voz
contraria es calificada de deslealtad y por lo tanto, con independencia de
cualquier voluntad constructiva, es simplemente acallada. Las expresiones
laudatorias abonadas de hipérboles visiblemente exageradas se imponen ante los
juicios objetivos y el derecho de los intelectuales a expresar su parecer. Solo se
admite la “energía positiva”, las expresiones de lealtad sin fisuras. Todo por el
bien de la estabilidad social. Tanto el estrecho marcaje a la intelectualidad como
la represión de la abierta disidencia o la
corrupción (y los rivales políticos que en ella anidan) como igualmente los nuevos
instrumentos de control social deben estar al servicio del proyecto del PCCh, que
diferencia con nitidez entre la mejora de la posición global del país, la mejora
del nivel de vida de la sociedad china que implica la actual fase y la necesidad de
asentar un modelo socio-político que desoiga cualquier reclamación asociada al
reconocimiento y ejercicio de más derechos o libertades individuales que pongan en
peligro su magisterio.

Desde 2012, las universidades chinas controlan de forma más intensa la utilización
por parte de los estudiantes y los profesores los libros, revistas y otros
documentos académicos del exterior. Xi es diplomado de estudios marxistas de la
universidad Qinghua y la promoción de Marx y su ideario se ha convertido en uno de
los trazos de sus prioridades ideológicas. Hasta el punto de que ha dado lugar a la
aparición de un movimiento de jóvenes estudiantes radicales que se implican en las
luchas obreras para contrarrestar el auge de las desigualdades derivado de décadas
de desarrollo. Muchos de estos activistas, de varias universidades pequinesas,
fueron detenidos.

¿Una potencia estabilizadora o desestabilizadora


del orden global?

El surgimiento de un posible orden mundial post-ideológico es tema de reflexión y


la ebullición que reflejan las relaciones internacionales apunta en tal dirección.
La Estrategia Nacional de Seguridad de EEUU, dada a conocer en diciembre de 2017
(1), identifica la expansión global de China como el mayor desafío para preservar
la prosperidad y la seguridad de la potencia hegemónica, advirtiendo de las
consecuencias de no responder a la competición estratégica de largo plazo promovida
por un poder que califica de “revisionista”. Mientras el entendimiento de China y
Rusia parece avanzar a ritmo sostenido a pesar de las diferencias y contradicciones
que les separan (Ríos, 2005), EEUU, ahora abonado al proteccionismo y el
unilateralismo bajo Donald Trump, excluye cualquier matiz que diferencie en lo
sustancial la realidad política de ambos países, equiparados al signo anti-liberal.
Esto facilita que las sinergias en el comercio, la energía o en la defensa entre
Moscú y Beijing trasciendan sus hipotecas y ambas lideran la integración
euroasiática contra la hegemonía estadounidense apoyada especialmente en el poderío
militar de uno y el económico del otro.

Los chinos tampoco amenazan con interferir o intervenir en la política interna


africana, no pretenden cambios en el régimen político de turno bajo la supuesta
«cláusula democrática», ni condicionan la venta de armas a Estados parias,
considerados enemigos por Occidente. «El nuevo enfoque de Beijing está diseñado
para utilizar la cooperación económica y política como el medio para reforzar y
hacer avanzar la agenda política y económica del Sur, con la perspectiva de
construir un orden internacional más justo y equitativo»

El comercio bilateral es administrado por 49 delegaciones comerciales y cámaras de


comercio sino-africanas, en tanto en el nivel multilateral se están negociando
acuerdos de libre comercio con los grupos regionales, como es el caso del Mercado
Común de África Oriental y Austral (COMESA, por sus siglas en inglés). China
importa petróleo de Egipto, Camerún, Sudán, Senegal, Angola y Nigeria. Angola es el
socio comercial más importante: allí se origina 64% del crudo que se importa de
África. También compra oro de Burundi y Tanzania, fibras textiles de Burundi y
Burkina Faso, metales no ferrosos de Sudáfrica, Zambia y Botsuana, café y té de
Etiopía, Kenia y Uganda, textiles de Túnez y Marruecos y tabaco de Zimbabue y
Malawi.

El salto fue impresionante. Las inversiones de China en África se incrementaron de


911 millones de dólares en 2000 a 68.000 millones de dólares en 201020. Para 2012
estaban concentradas principalmente en Nigeria (15,4%), Argelia (9,2%), Sudáfrica
(6,6%), República Democrática del Congo (6,5%), República del Níger (5,2%), Egipto
(3,2%), Libia (2,6%), Zambia (2,4%), Sudán (2,2%) y Etiopía (1,9%)21. Para
desarrollar sus inversiones, los chinos crearon 11 centros de promoción, poseen una
filial del Eximbank (para financiar importaciones y exportaciones) en Khartoum,
capital de Sudán22, y representaciones del Bank of China y del China Construction
Bank en Johannesburgo; el ICBC compró asimismo un importante porcentaje del
Standard Bank, uno de los bancos sudafricanos de mayor relevancia y proyección
internacionales. También están presentes en África occidental en alianza con el
Ecobank Transnational, un banco panafricano con filiales en más de 30 países del
continente.

Un agente importante del involucramiento chino en África es la Chinese


Communications Construction Company Ltd. (CCCC), la mayor corporación china, que se
ocupa de la construcción de puertos, puentes y rutas. Los chinos invierten en áreas
productivas y replican en África su modelo de «regiones económicas especiales»;
exportan la creación de nodos industriales con incentivos fiscales que se conectan
al mundo; tal el caso de Zambia, que se constituirá en un metal hub. Gracias a su
tecnología básica, su capacidad de movilizar a miles de trabajadores a las obras en
cualquier lugar y su extraordinaria reserva de dinero, China tiene la oportunidad
de asumir una posición de liderazgo en África con potencialidades para transformar
el continente.

"....Xi Jinping: “Nadie está en posición de dictar a China lo que debe hacer..." 18
dic 2018

La neocolonización: cómo es el plan de China para conquistar América Latina y las


peligrosas consecuencias
El gigante asiático somete a países empobrecidos a fuerza de préstamos y promesas
de inversiones. Mano de obra barata, precarización y deterioro ambiental. El modelo
impuesto en África
. Laureano Pérez Izquierdo Director de Infobae América | laureano@infobae.com
China ha iniciado -desde hace ya algunos años- un lento pero constante proceso de
“neocolonización” sin freno. Principalmente en América Latina. Los rígidos
estándares morales impuestos por el Partido Comunista (PCC) a la población y a su
clase dirigente le impedirían al régimen someter a otros pueblos a fuerza de
crucifijos o evangelios tal como ocurriera en siglos pasados. Tampoco los actuales
tiempos permitirían invasiones militares. Es por eso que su voracidad expansionista
lleva el sello de la Reserva Federal de los Estados Unidos: sus funcionarios
ofrecen dólares. Muchos dólares. De a miles de millones. Y parece funcionar.

La sabiduría milenaria rinde frutos al PCC. Sus jerarcas -encabezados por Xi


Jinping, el presidente del Gobierno central- conocen cada una de las debilidades y
necesidades de los países del Tercer Mundo, cuya mayoría de líderes y conductores
solo piensa en perpetuarse en el poder o en sobrevivirlo. África y América Latina,
continentes relegados históricamente, son claros ejemplos del uso que Beijing hace
de su dinero para explotar sus recursos e intentar imponer costumbres y leyes.

Un informe elaborado por el Colectivo sobre Financiamiento e Inversiones Chinas,


Derechos Humanos y Ambiente (CICDHA) -compuesto por un consorcio de ONG de Ecuador,
Argentina, Perú, Bolivia y Brasil- documentó “la falta de cumplimiento del Estado
chino de sus obligaciones extraterritoriales en materia de derechos humanos por al
menos 18 proyectos operados por 15 consorcios empresariales chinos, que han actuado
con el apoyo de 6 bancos chinos en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y Perú. De
los 18 casos documentados, 7 pertenecen a la industria minera, 6 a la industria
petrolera y 5 al sector hídrico. Asimismo, 15 afectan a territorios indígenas, 11 a
áreas naturales protegidas, 5 son patrimonio natural y cultural reconocidos por la
Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultural
(UNESCO) y 12 corresponden a la región amazónica ecuatoriana, boliviana y
brasileña”.

La vulneración de los derechos de las comunidades es una constante. “En Ecuador, el


proyecto San Carlos Panantza, ha reportado varios allanamientos, detenciones
arbitrarias e investigaciones judiciales contra líderes indígenas a raíz de la
confrontación por los desalojos forzosos de agosto 2016, evento que dejó un policía
muerto y nueve personas heridas”, denuncian las organizaciones de derechos humanos.
Detalle: todos los ataques eran conducido por las corporaciones a cargo del plan de
inversiones.

En la mayoría de los proyectos, China desoye las recomendaciones internacionales y


atropella a las comunidades -sobre todo originarias- y al medio ambiente. En
Bolivia, por caso, “el bloque petrolero Nueva Esperanza se superpone con uno de los
tres territorios del pueblo indígena Tacana, el cual alberga a un pueblo indígena
en aislamiento voluntario, Toromona. A pesar de que los Tacana se opusieron a la
exploración petrolera, el Estado boliviano impuso el proyecto, y realizó un proceso
de consulta en el que se acordaron condiciones para salvaguardar el territorio y
proteger a los pueblos Tacana y Toromona. Sin embargo, BGP Inc. desconoció los
acuerdos y causó daños ambientales afectando sus medios de vida”, señala el mismo
documento. Para Evo Morales algunos indígenas tienen más derechos que otros.

En la Argentina, en tanto, el Gobierno de Cristina Kirchner y el de Mauricio Macri


-de diferente signo político- coincidieron en algo. Permitieron y alentaron la
instalación de una base de “observación” en la Patagonia de uso exclusivo del
gobierno chino. Allí está vedada la participación de funcionarios argentinos. Nadie
se puede acercar a ver de qué se trata esa gigantesca antena capaz de recoger las
comunicaciones en todo el continente. So lo uniformados con bandera roja y
estrellas amarillas pueden cruzar sus portones.

África bajo China


El continente africano es una de las mayores apuestas de China. Políticamente
inició sus primeros pasos en los años 60, cuando comenzó a disputar su influencia
en aquella región con los Estados Unidos y su rival en el comunismo, la Unión
Soviética. Eran tiempos de Guerra Fría en los cuales el dinero no florecía en la
capital de la Ciudad Perdida. Ahora es otra la historia... al menos económica.

En Nigeria, por caso, además de las grandes empresas asociadas con Beijng como
Huawei o China Bridge, el régimen empuja a empresarios más pequeños a instalarse en
el extranjero y penetrar en poblaciones hasta el hueso. Abandonan China por la
escasa oportunidad de negocios internos que pueden encontrar en una población
mayoritariamente empobrecida. O por orden directa.

En aquel país africano los ejemplos abundan. Igbesa, una pequeña área a 60
kilómetros de Lagos, la ciudad más importante de la nación es uno de ellos. En esa
zona de libre comercio quienes mandan son empresarios chinos a quienes el poder
central nigeriano les facilitó todo. Los “inversionistas” prometieron mejorar las
infraestructuras. Lo hicieron al extremo: ahora en el importante y extenso poblado
lograron imponer leyes propias, una policía que les responde y su administración.

Un estado dentro de otro donde quienes tienen el manejo son hombres de negocios
enviados por el PCC, que además de controlar el terreno, ordenan quién puede y
quien no comercializar productos a través de las fronteras.

Pero la olvidada ciudad del estado de Ogun no solo sufre el yugo policial chino.
También el medio ambiente es víctima de la destrucción. Su población ha hecho
pedidos desesperados para que las autoridades pusieran un freno a lo que llaman una
“invasión” de tierras. La comunidad ha denunciado que al menos 500 hectáreas habían
sido destruidas por los “inversores” a pesar de que no podían hacer una explotación
de ellas.

En términos absolutos la fracción aludida no parece extensa... si uno no es


propietario de alguna de las hectáreas de allí. Los representantes legales chinos
respondieron con dureza: amenazaron a los dueños con demandarlos ante la Justicia y
retrotraer la adquisición que habían conseguido en 1977. Un litigio para ellos
resultaría impensado en términos económicos. El gobierno de Nigeria, mientras
tanto, mira hacia otro lado.

“Cada vez que vengo a África veo el dinamismo del continente y las aspiraciones de
su gente para el desarrollo”. Las palabras corresponden a Jinping. Las pronunció en
julio de 2018 en su cuarto viaje al continente. Seguramente no se refería al
dinamismo y desarrollo percibido por los hombres y mujeres de Ogun.

Namibia es otro claro ejemplo. Le abrió completamente las puertas de sus recursos
naturales, casi la exclusiva fuente de ingresos para la economía de aquel estado
relativamente nuevo. A pesar de las promesas de crecimiento hechas por los
“inversores”, ninguna permitió el desarrollo de su economía o infraestructura. La
nación continúa atrasada.

Pero no solo aquella explotación de sus riquezas (diamantes, cobre, uranio, oro,
plata, plomo, estaño, litio, cadmio, tungsteno, zinc y ¿petróleo?) interesa a
Beijing. También su influencia política. Hace apenas diez días ambos gobiernos
firmaron un acuerdo por el cual el régimen chino capacitaría a sus fuerzas armadas.
Se trata del Colegio de Personal y Comandos dirigido por el PCC. Para el presidente
del país africano, Hage Geingob, se trata del aporte de conocimiento en guerras
tácticas y operativas y del papel de los militares en una “sociedad democrática”.
Nadie se animó a lanzar una carcajada cuando las palabras “China” y “democracia”
fueron conjugadas en la misma oración.

También emerge otra ironía: Namibia logró independizarse definitivamente en 1990.


La rebeldía que supo tener en épocas coloniales parece haberla olvidado al dejar en
manos de otro imperio recursos y entrenamiento militar, instrumentos que cualquier
discurso político colocaría bajo el paraguas de la soberanía.

Otras naciones africanas también han permitido el desembarco del dinero y


funcionarios y empresarios enviados del régimen comunista chino: Angola, Etiopía,
Kenia, Senegal, Sudán o Yibuti, son otras de las bendecidas. En septiembre de 2018,
Jinping había prometido flamantes capitales en el continente por 60 mil millones de
dólares. A los gobernantes les brillaron los ojos. Alguno habrá exagerado una
emoción. El gesto del jerarca chino, en cambio, era indescifrable. Su objetivo, no.
Tres años antes también había ofrecido una suma idéntica que fue concretando. Los
leones se relamían.

En concreto, esa última suma -anunciada el año pasado en la cumbre del Foro de
Cooperación China-África- se repartirá en 15.000 millones de dólares en préstamos
sin intereses, 20.000 millones en líneas de crédito, 10.000 millones en fondos para
el desarrollo y 5.000 millones para financiar las importaciones africanas. El resto
en otro tipo de capital privado.

El comercio bilateral entre China y el continente crece alrededor de un 20% anual.


Desde el año 2000 Beijing concedió créditos por 136.000 millones de dólares, según
datos de la consultora estadounidense McKinsey. El argumento es siempre el mismo
desde la oficina de Jinping: el desarrollo de África. Sin embargo, en ese lapso es
poca la evolución que puede observarse en aquellos países.

En 20 años un total de 5 millones de niños han muerto como consecuencia de la falta


de un sistema sanitario eficiente y de agua potable en el continente que China dice
ayudar. ¿Dónde están las inversiones de miles de decenas de millones de dólares?
Una nota del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) de
enero de este año advertía que “miles de personas viven en riesgo de inanición en
Somalia, Sudán del Sur, Nigeria y Yemen y se hace más importante que nunca no
olvidar para que la tragedia no se repita”.

Difícil de sostener la defensa de esas inversiones que no están orientadas a lo más


básico para el ser humano: la subsistencia alimentaria. En cambio, los planes del
régimen trazan otros horizontes. Decenas de empresas tecnológicas desembarcan en
países africanos para realizar tendidos de todo tipo: redes móviles, eléctricas,
aeropuertos, internet.

El manejo de estas redes implica además el manejo discrecional de la información


que ellas poseen. Y los ejemplos de mal uso son numerosos. El más escandaloso es el
que puso al descubierto una publicación del diario norteamericano The Wall Street
Journal que indicó que la mayor telefónica aliada al PCC -Huawei Technologies Co.-
habría ayudado a gobiernos locales a espiar rivales políticos. La compañía
desmintió de inmediato la información y amenazó con un juicio al periódico radicado
en Nueva York. Sin embargo, las pruebas presentadas por el equipo de investigación
periodística eran contundentes y verosímiles.

En el artículo se describió cómo funcionaba el mecanismo que sirvió para


interceptar y desbloquear comunicaciones encriptadas de opositores, hackear sus
redes sociales o rastrearlos en tiempo real. Hasta uno de los gobiernos favorecidos
agradeció públicamente la gestión. ¿Impunidad o ingenuidad?

Una de las víctimas fue un dirigente político con ascendencia sobre la juventud y
miembro del parlamento de Uganda. Se trata de Robert Bobi Kyagulanyi, quien además
es un reconocido músico. Bobi estaba siendo espiado por la unidad de vigilancia
digital del régimen de Yoweri Museveni. Sin embargo, sus técnicos no pudieron
penetrar su celular ni sus redes sociales. Fue en ese momento cuando habrían
acudido al principal jugador móvil del país.
Los técnicos de la firma china constituyeron entonces la solución al problema que
enfrentaba el régimen: espiar a un rival del presidente Museveni, de acuerdo a The
Wall Street Journal. Necesitaron dos días para cumplir con su misión. Fue así que
consiguieron penetrar sus diálogos a través Whatsapp y de Skype. Documentaron todos
sus movimientos y desarticularon manifestaciones que estaba planificando. Bobi fue
apresado.

En Zambia, otro presidente, Edgar Lungu también sospechaba de sus rivales y no


tenía las herramientas necesarias para atraparlos. Es por eso que ordenó un sistema
de espionaje que no fue suficiente. Fue por ello que su policía digital debió
recurrir a técnicos más confiables. Casualmente, trabajaban para la empresa de
tecnología más grande del mundo a la que Beijing protege.

En esta oportunidad fueron dos los expertos de Huawei que habrían sido contratados
por el gobierno zambiano. Trabajaron en conjunto desde agosto de 2018 hasta fines
de abril de 2019. Dedicaron sus conocimientos a infiltrarse en las redes y los
teléfonos de bloggers molestos para el régimen. Liswaniso Songiso, Patrick Mweetwa,
Derrick Munshya y Emmanuel Kamosha, los espiados, fueron detenidos tras el
“exitoso” hackeo.

El dominio podría extenderse aún más si Huawei consigue contratos de red 5G en


Europa, África y América Latina. ¿Quién controlará las puertas traseras que este
tendido albergaría en todo el planeta? ¿Quién estaría dispuesto a regalarle al
neocolonizador su omnipresencia en las telecomunicaciones?

La tentación es mayúscula para cualquiera necesitado de dinero y promesas de


inversiones. Máxime en continentes pobres y con rumbo dispar. Mucho más si se trata
de naciones cuyos líderes lo único que suelen ver hacia el futuro es su propio
proyecto político y no el desarrollo sostenible en el tiempo sin comprometer los
recursos naturales, uno de los principales valores que un país puede tener, además
de la visión estratégica de sus conductores.

Los 14 principios políticos del "pensamiento Xi"

Garantizar el liderazgo del Partido sobre todo el trabajo.


Comprometerse con un enfoque centrado en la sociedad.
Continuar con una reforma integral y profunda.
Adoptar una nueva visión para el desarrollo
Ver que la sociedad es quien gobierna el país.
Garantizar que cualquier área de gobierno está basada en el derecho.
Defensa de los valores socialistas.
Garantizar y mejorar las condiciones de vida de la sociedad a través del
desarrollo.
Garantizar la armonía entre el humano y la naturaleza.
Perseguir un enfoque global para la seguridad nacional.
Defender la absoluta autoridad del Partido sobre el Ejército popular.
Defender el principio de "un país, dos sistemas" y promover la reunificación
nacional.
Promover la construcción de una sociedad de futuro compartido con toda la
humanidad.
Ejercer un control total y riguroso del Partido.

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