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Conferencia pronunciada en la I Jornada de actualización académica y encuentro de docentes e
investigadores de centros de formación docente y de institutos universitarios de investigación “La
Investigación Educativa hoy, escenarios y perspectivas”, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 9 de mayo
de 2014.
* Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IICE), UBA.
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Respecto de lo primero, en el aplicacionismo, la pedagogía era concebida originalmente
como derivada de la filosofía, para luego dar lugar a otra versión, las Ciencias de la
Educación, es decir la psicología de la educación, sociología de la educación, y más
recientemente, la etnografía de la educación. Para esta perspectiva, los saberes
vinculados a lo educativo eran “derivados” de otras ciencias, de otros saberes. Ahora
bien, hace ya décadas, desde el campo de la investigación educativa, comenzó a
producirse una oposición que podemos caracterizar así: contra el aplicacionismo
proveniente de otras ciencias y por la investigación interna, propia al campo educativo.
Hoy queda claro que la aplicación de los saberes de otras ciencias –los que necesitamos
imperiosamente que dominen los docentes- no es inmediata ni directa. Así, por ejemplo
desde las didácticas específicas de las matemáticas o de la lengua se ha mostrado que
los conocimientos sobre la enseñanza y el aprendizaje escolar no pueden derivarse
directamente de la psicología, ni de una sociología. (Lerner, 2001; Castorina, 2003)
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docentes capaces de posicionarse críticamente con respecto a lo instituido (ante el
habitus propio del oficio –diría Pierre Bourdieu- que casi siempre escapa a la conciencia
de los sujetos).
Lo dicho anteriormente nos lleva a evocar una cuestión que Elena Achilli (2006) ha
mencionado: que los estudiantes no se están formando estrictamente como
investigadores (en el sentido académico del término), pero que a su respecto se plantea
el problema: ¿cuál es el lugar de la investigación en dicha formación?
Siguiendo las ideas de esta autora, me permito insistir en que hay lógicas diferentes que
presiden la investigación y la formación docente. Por un lado, el proceso de
construcción de una problemática de investigación (construir un problema, formular
estrategias metodológicas y establecer condiciones de trabajo peculiares). Por el otro, un
proceso de construcción de una problemática pedagógica, que supone la complejidad de
poner en circulación un área de conocimientos a enseñar y aprender. De todos modos,
queda claro que lo que reúne a ambas actividades es el trabajo que se realiza con el
conocimiento. Es como un campo de intersección entre ambos, que remite a oficios
diferentes, con sus especificidades, lo que nos advierte sobre distorsiones que pueden
producirse.
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En este sentido, se puede producir otra especie de “aplicacionismo”, cuándo muchas
investigaciones realizadas fuera de las escuelas, aún con aportes teóricos y
metodológicos, son utilizadas para resolver directamente los problemas educativos. En
términos generales, se requiere un re-trabajo que re-signifique tales investigaciones a los
fines de ser iluminadoras para la práctica docente. Otra distorsión, es una simplista idea
de que hay que formar “docentes investigadores”, lo que puede llevar a ignorar las
diferencias entre los oficios, con sus exigencias propias. Y, lo que es curioso, esta
última perspectiva puede llevar a una desvalorización de la propia práctica docente en
toda la complejidad de su especificidad, en base a la “mayor legitimidad” de la
investigación aún entre los propios docentes. Podría decirse que al incluir la
investigación como una profesión se la disminuye como una actividad dirigida a
mejorar las prácticas. Esto último sería “actitud investigativa”, como lo diría Emilia
Ferreiro “… que un maestro llegue a tener una actitud investigativa quiere decir que es
alguien que piensa y que por lo tanto sigue aprendiendo. Alguien que no tiene
respuestas para todas las preguntas, sino que es capaz de decir “hay problemas, hay más
para saber, esto me plantea un desafío” (1999, pág. 50).
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situaciones de aprendizaje intersubjetivos. Aquí sí se puede hablar de
investigación, porque se trata de “un conocimiento acerca de alguna
problemática, que procede de un modo sistemático y riguroso, con preguntas
recortadas, y procedimientos metodológicos” (Achilli, 2006).
Pero hay que admitir diferentes grados de investigación: una básica, desarrollada por
profesionales de la investigación, en laboratorios u otros contextos, vinculada o no a la
transformación educativa; y por otra hay una necesidad de pensar las prácticas en pos de
mejorar de la actividad de enseñanza (Landau, 2004). De ahí la necesidad de promover
una actividad reflexiva de los docentes, que no tienen respuestas para todas las
preguntas, se plantean problemas y desafíos intelectuales. Básicamente, la investigación
se incluye no como una profesión, sino como una actividad tendiente al mejoramiento
de las prácticas. Por lo general, el propósito de la investigación docente es la reflexión y
desarrollo profesional más que la generación de conocimientos para expandir más allá
de un escenario local (Anderson y Herr, 2007).
Sin duda, los docentes pueden investigar sus prácticas, pero para ello hay que abandonar
la identificación de toda investigación con la que se hace en la universidad. Sin
embargo, debemos añadir que para constituir o formar investigadores se requiere de una
serie de condiciones estructurales, espacios, tiempo para dedicar a la tarea, participación
en encuentros de diversa índole, etc., y hasta subsidios. Aparecen problemas, que se van
despejando en la medida en que se constituyen los equipos y se van consolidando las
actividades.
Insistimos, aún se sigue discutiendo quién tiene la legitimidad para realizar el trabajo de
producir conocimientos sobre la práctica de enseñanza de los “prácticos”. Así,
encontramos propuestas clásicas acerca de los docentes que hacen investigación en el
aula (Cardelli y otros, 2002) o más actualmente sobre la documentación de narrativas
docentes, las que se presentan como una modalidad de la investigación-acción
participativa (Daniel Suárez, 2007). Son propuestas que sostienen que el estudio de las
prácticas está a cargo de los propios docentes. Quizás fuera necesario señalar que la
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construcción de saberes pedagógicos en la experiencia tiene predominantemente dos
peculiaridades: baja escala y ajuste al contexto, que la distingue de la producción de
saberes en cualquier otro ámbito. No hay claramente una hegemonía de unos saberes
sobre otros, no se puede prescindir ni de los saberes de los profesionales de la
investigación ni de aquellos producidos por los docentes, que se basan en la
problematización de la vida cotidiana en la escuela y dialogan con otros colegas. Pero
también son necesarios los estudios de didácticas específicas, donde se ponen a prueba
secuencias didácticas, o materiales de enseñanza, entre otros, con la participación de
quienes enseñan (Terigi, 2012).
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Los investigadores universitarios y la investigación docente
Pero no solo se trata de las actividades mencionadas con los docentes, es preciso
también considerarlos como sus interlocutores válidos. Ante todo, señalamos la
prioridad de la investigación dirigida a elaborar los serios problemas referidos, entre
otros, a la democratización de la vida escolar y a la producción de conocimientos de los
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alumnos. Para estudiar esas temáticas, se hace imprescindible modificar la “posición de
diálogo” de los investigadores con los docentes. Es parte de nuestra perspectiva
contribuir a una genuina “escucha” de los conocimientos que éstos aportan para
formular las preguntas y avanzar en las respuestas adecuadas, a una incorporación de
sus conocimientos de la vida educativa, una instancia imprescindible para las
investigaciones. Justamente, en la línea que antes desarrollamos, de valorar la propia
producción de conocimientos por los docentes.
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orientarse en las redes de investigación y para formular adecuadamente los proyectos
para aplicar en diversas instituciones. Pero es probable que el nuevo sujeto de la
investigación pueda renovar los métodos y concepciones del objeto de investigación, a
pesar de algunas “desconfianzas” de los investigadores profesionales, se va a imponer
un diálogo entre tradiciones de investigación, lo que va a pluralizar el espacio de la
investigación educativa.
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Por otra parte, queremos subrayar los riesgos para la transferencia que derivan de la
inserción de muchos investigadores en el sistema internacional de ciencia y tecnología.
Asistimos a su creciente incorporación a redes interuniversitarias, al financiamiento por
agencias y fundaciones u otras organizaciones internacionales de la investigación. Dicha
inserción exhibe un rasgo preocupante: cada vez más las temáticas propuestas son
fijadas predominantemente por “los centros de excelencia” situados en los países
centrales. Por lo general, esta unilateralidad de las decisiones da lugar a una integración
“subordinada” de los investigadores a los intereses y problemáticas planteadas en los
países centrales. De esta forma, se obstaculiza la libre elección de las temáticas a
indagar, incluso se dificulta que sean pertinentes a los problemas significativos del
contexto educativo local o se evita directamente que el investigador interrogue
básicamente aquellas demandas sociales mencionadas.
Una síntesis
Hemos abordado de una manera provisoria una problemática que solo puede ser
resuelta, en buena medida, por la adopción de políticas institucionales que apunten a
promover la investigación en la formación docente, tanto desde el punto de vista del
enfoque estratégico como en la asignación de recursos, asesoramiento y espacios en la
actividad de los docentes. La investigación de las “prácticas” es imprescindible para
producir una enseñanza de calidad, con una participación protagónica de los propios
docentes.
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serán reconsiderados, mediante el diálogo y el intercambio de experiencias de todos los
actores y en conjunto.
Bibliografía
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