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EL CONTEXTO:
Ser hombre en una cultura de guerra, además de ser un riesgo para la vida no es un
evento nuevo, así se considere en apariencia natural. La vida traducida en una batalla, en
competencia permanente deja poco tiempo para que la piel relate una historia distinta a
la de la amenaza. Amenaza porque cualquier cosa que vulnere la armadura del guerrero
como lo puede ser el erotismo y el amor se convierten en asuntos sospechosos para
abandonarse al océano de la intimidad y la entrega. No hay muchas diferencias de este
presente masculino con el guerrero medieval que recibía el cuerpo de la amada como el
trofeo a sus triunfos de macho... haber matado a una gran cantidad de sus colegas y no
haber sucumbido en el intento. Salir de esta carga colectiva de años de historia grabada
en la vida de los hombres, implica un proceso que paradójicamente requiere de mucha
valentía. Esa, que no nos vuelve más machos sino más hombres. Hombres integrales,
dispuestos a aprender en la piel, la expresión de la vida misma traducida en amor. Hecho
del que hemos sido separados a un alto precio por el patriarcado perpetuado por milenios.
Desprenderse de la armadura engañosa de poder, el perseguido poder de tener el control mostrando por
ejemplo la capacidad de consumo de cualquier cosa, nos hace pobres mendigos del amor y el erotismo.
Pobres a la hora de abrir el corazón contraído de miedos, los mismos que se niegan y se camuflan en
expresiones de violencia.
La caricatura de hombres duros, con estándares de calidad de los cuales se espera éxito sin límites, cobra
sus victimas bajo la presión del estrés y sus consecuentes infartos como nota sintomático de una sociedad
medida por la apropiación de lo que no es apropiable: la vida, los sueños, el amor, las personas y mediada
por la presión del ejercicio del poder que casi siempre resulta en violencia.
Desde el nacimiento del patriarcado hace 4.500 años cuando aparece el sentido de se dueños de algo, los
hombres en particular se han apropiado de cualquier cosa que les signifique poder, poder que no puede, ni
podrá reemplazar el vació del poder interior que dan el amor y el erotismo. De hecho miles de mujeres
pagaron con su vida y en la hoguera por la amenaza que representaba para los hombres de la época poseer
el secreto de ese poder.
Nada hace más vulnerable a un macho que entregarse desnudo de prejuicios a la aventura
de una caricia que abarque la expresión del sentimiento para evitar el patrón de “ir al
grano”, y aliviar la frustración de haber aprendido poco de la compañía de que se tiene
al lado. El mito dice y sostiene que no se “puede dar papaya” y que aún en la intimidad
tenemos que ser campeones. La tragedia que no advertimos es que perpetuamos el macho,
dolorido de una armadura que de tan pesada se vuelve asfixiante. Y poco observamos que
es desnudando el miedo como empezamos a escribir otro lenguaje. El lenguaje cuya
sinfonía apasiona a la piel de posibilidades y no de resultados.
El macho se disminuye por el peso agobiante de sus creencias limitadas, la creencia de un modelo
fantástico del sexo másculino centrado en que es el poseedor del placer que transmite cuando
supuestamente quiere. Compra amor para demostrar su virilidad pero se desmorona cuando una erección no
toca la campana de sus expectativas.
EL VIAJE:
Reconocer el macho ostentoso que habita en nuestra vida de hombres, así no queramos, macho que tiene
como argumento fundamental de su virilidad una erección, argumento por demás frágil y pobre pues la
gravedad doblega sus deseos fantasiosos no importa que tanto viagra circule en la ingenuidad de su
consumidor. Frágil y pobre, porque como lo plantea Badinter, el pene no es algo separado de su dueño como
una especie de artículo de lujo que basta exponer para su uso.
Reconocer que la intimidad está en relación estrecha con la capacidad de sentir y sobre todo de expresar
esa sensibilidad, que el aceptar el temor a percibirse vulnerable por sentir el afecto y la ternura son en
principio el camino de transformación hacia la integración. Que el erotismo como vivencia apasionante de la
vida puede ser la alquimia para despertar el arte de la caricia si corremos el riesgo saludable de aprenderlo
de nuestras compañeras. De ellas, porque percibo que están más cercanas a la vida que a la guerra.
Recordemos que la guerra ha sido una propuesta milenariamente patriarcal. El arte de la caricia parecería
ser una estupidez para el lenguaje de la competencia, pero es que la piel no puede seguir siendo estandarte
para las batallas de la ignorancia.
Aprender que no es la rabia, el miedo y la culpa derivadas de la queja, la crítica rancia y la condena la que
nos modifica nuestros patrones de machos, sino la danza que aflora la vida cuando abrimos los ojos a otros
ojos que no se ven enemigos sino más bien espejos donde mirarse puede iniciar el proceso de la
alfabetización del amor.
Reconocer la disociación de mente, cuerpo y de los objetos del deseo como objetivos
“militares” o mejor sexuales. Disociación que se evidencia en el gesto corporal hacia la
vida, gesto que a veces no deja espacio para los tonos conciliadores del abrazo.
Descifrar que las manos y el resto del cuerpo no son instrumentos para escalar escaños al precio costoso
de la desgracia de otras, sino lugares donde puede reposar la vida sin más fines que el encuentro, consigo
misma, con los demás y con el entorno.
Aprender que cuidar y cuidarse como eslabones del acompañar y acompañarse, son el bálsamo donde las
heridas del patriarcado se transforman en aprendizajes y significados que evitan que repitamos la misma
historia, esa de que si no se es macho no se es hombre. Esto volcado en un niño, en una niña deja marcas
muy similares a las del hierro en la piel de una res. El cuidado-ternura que valida, contiene y acoge deja la
misma huella que la crisálida cuando se transforma en mariposa: la huella de la libertad que vuela y se
remonta a la vida.
EL ENCUENTRO:
Amigos y amigas, no vasta que consideremos que esto es de alguna manera posible, es
necesario hacer el viaje y el encuentro para que juntos caminemos otro camino, otra
posibilidad que siembre en el bosque de nuestros sueños la libertad de entregarse a la
intimidad de la vida.
Gracias.