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PUER AETERNUS:

El arquetipo de la eterna juventud


José Antonio Delgado González
(Publicado en www.soriaymas.com)

1. INTRODUCCIÓN

Hace tiempo que albergaba la idea de escribir un ensayo cuyo tema principal versara
sobre el arquetipo del puer aeternus. Las experiencias personales y los casos
particulares se han ido aglutinando, alrededor de ese núcleo arquetípico, a medida que
iba profundizando en el estudio de la unión de los opuestos psíquicos. Pero ha sido la
lectura del libro de Marie-Louise von Franz, titulado El Puer Aeternus, el detonante que
ha echo brotar cuanto quería haber expuesto ya, pero que, por motivos personales y
profesionales, había postergando hasta la fecha.

Uno de los motivos principales por los que abordo el concreto tema de la juventud
eterna es su apremiante, acuciante y alarmante actualidad. El incremento de los deportes
de riesgo, como la escalada, el alpinismo, el “puenting”, etc., los viajes extraterrestres
que algunos magnates de las finanzas se permiten realizar, el descenso del interés de los
jóvenes españoles en enrolarse en el ejército para prestar el servicio militar, el culto al
cuerpo, tanto en varones cuanto en mujeres, el aumento de “singles” o jóvenes que
viven sin pareja, así como la homosexualidad y los cada día más numerosos casos de la
mal llamada violencia de género, así como los miles de jóvenes que permanecen con sus
padres más allá de los treinta años, constituyen algunas de las manifestaciones más
conspicuas de este arquetipo.

Contrariamente a lo habitual, comenzaré abordando el arquetipo del puer aeternus


desde su casuística. De esta suerte, en una primera parte, trataré de definir a qué se
refiere la psicología cuando habla del puer aeternus, para, posteriormente, abordar sus
manifestaciones más sobresalientes en varios casos concretos. Seguidamente, en la
segunda parte, me serviré de material mitológico para amplificar el aspecto positivo del
arquetipo y su vinculación con el proceso de individuación. Para finalizar, dedicaré la
tercera parte del ensayo a explorar su extensión actual y el problema de fondo que
suscita.

2. CASUÍSTICA

El término puer aeternus es el apelativo con el que se referían al dios niño en las
religiones mistéricas pre-cristianas. Se identificó al dios niño con Dioniso y con Baco,
así como con el resto de dioses consortes en la época en que se rendía culto a la Diosa
Madre. El mismo motivo vuelve a aparecer en el cristianismo con el niño Jesús y la
Virgen María. Así pues, puer aeternus significa joven eterno, eterna juventud. En
psicología se utiliza también para designar a un cierto tipo de individuo con un marcado
complejo materno, prolongando en el tiempo una actitud adolescente. Los pueri aeterni
son, pues, personas que continúan manifestando actitudes que cabría esperar en un
joven de entre quince y dieciocho años, acompañadas de una excesiva dependencia de la
madre. Las dos expresiones típicas de un varón con un marcado complejo materno son
la homosexualidad y el donjuanismo1. En el primer caso, la tendencia exogámica o la
libido heterosexual está ligada a la madre, único objeto amoroso, por lo que el sexo no
puede experimentarse con otra mujer. En realidad, toda mujer es tenida por rival de la
madre, de ahí que se satisfagan las necesidades sexuales con miembros del mismo sexo.
En el segundo caso, se busca a la madre en toda relación con una mujer, pero cuando el
hombre se da cuenta de que su pareja no es su madre, pierde el interés por ella y
reanuda la búsqueda de su “media naranja”, esto es, la mujer perfecta, la Madre. En la
actualidad, asistimos a una novedosa manifestación de este arquetipo en los
denominados “singles”, hombres que han decidido vivir solos, manteniendo relaciones
sexuales esporádicas, con el fin de no comprometerse con mujer alguna. Algunos de
estos varones frecuentan los clubes de alterne para acostarse con prostitutas y/o se
masturban compulsivamente, en orden a satisfacer sus necesidades instintivas. Anhelan
la mujer maternal que les abrace y les proteja, les cuide y les comprenda. Cuando entran
en contacto íntimo con una mujer, estos hombres se decepcionan al comprobar que la
imagen que ellos habían proyectado no encaja con la persona de carne y hueso que
tienen delante, de modo que se alejan sólo para volver a proyectar la misma imagen de
la Diosa Madre en su próximo contacto. Los pródromos de sus relaciones suelen ir
acompañados de una atmósfera de romanticismo, que se esfuma apenas el puer aeternus
intima con la mujer. De modo que van saltando de flor en flor, sin realmente conseguir
el preciado néctar que se encuentra detrás de una verdadera relación de pareja2.
Conozco a un hombre de treinta y siete años que es el clásico puer aeternus. Cuando
supo que se habían editado varios libros míos de psicología y que solía publicar ensayos
para revistas digitales especializadas, me pidió que le ayudara a escribir un libro. Yo le
dije que podía contar conmigo, pero que si deseaba escribir, antes debería documentarse
bien sobre el concreto tema que quisiera plasmar en su libro. Entonces afirmó que él
quería escribir un libro sobre el arte de la seducción y que en él plasmaría sus muchas
experiencias con las mujeres. Pero lo quería hacer desde un punto de vista psicológico.
Al principio sonreí, percatándome del complejo materno que exhibía con semejante
actitud, pero después, para que no se sintiera molesto, le dije que ese era un tema con
mucha enjundia y que ya había habido muchos autores que habían escrito sobre ello.
Pero él no prestó demasiado interés a mis palabras y me dijo que quería leer libros en
formato digital, para no gastarse dinero en comprarlos, de autores modernos que
hubieran investigado el comportamiento de las mujeres, para así compartir con otros
hombres el arte de la seducción. En una de nuestras conversaciones me preguntó dónde
residía el alma, a lo que respondí que esa era una pregunta que se habían venido
cuestionando los hombres durante siglos y que no tenía una respuesta concluyente.
Entonces adoptó una actitud arrogante y me espetó que el alma se albergaba en el
cerebro. Al parecer había visto un documental en el que varios científicos de distintas
disciplinas relacionadas con la neurociencia aseguraban que el alma estaba en el
cerebro. Ciertamente, aquella era una clara muestra de su neurosis, una neurosis que
comparte con el colectivo de ésta época. Si consideramos que su alma, o sea, el anima o
imagen del alma, le era completamente inconsciente y atendemos a lo que me había
contado, este joven proyectaba su anima en todos sus contactos, relacionándose con las
mujeres a través del intelecto. Con ello, lo que hacía era cortar sus sentimientos, por lo
que era incapaz de amar. Antes bien, cada nueva conquista era un acto de poder. Le era
imposible unirse a una mujer a través del sentimiento, pues ello le haría intimar y,
finalmente, llegaría a un mayor compromiso, cosa que él evitaba a toda costa.
Lamentablemente, esta actitud desencadenó un ataque de ansiedad con un fuerte dolor
en el pecho (corazón), lo que le obligó a darse de baja en su trabajo. Este hombre creía
que podría encerrar en una teoría científica a su anima maternal, que se serviría del
poder intelectual para atraer a las mujeres y usarlas a su antojo y lo inconsciente
reaccionó golpeándole en el corazón. ¡Como si el amor se pudiera encerrar en una
botella de cristal! Tal vez sería oportuno explicitar aquí la existencia de dos instintos
básicos que, hasta cierto punto, se contraponen: el instinto de poder y el instinto del
amor o Eros. En el ámbito puramente natural, o sea, en el reino animal, existen dos
instintos básicos, que se corresponden con el poder y el amor, y son los siguientes: el
instinto de conservación de la especie y el instinto de autoprotección. El primero se
manifiesta en la época de celo y se observa cuando los machos luchan por cubrir a las
hembras y, sobre todo, cuando al aparearse bajan la guardia y se exponen a ser atacados
por sorpresa. El instinto de autoprotección podemos observarlo en la agudización de los
sentidos, en el constante estado de alerta y en el ataque o huída cuando se presenta una
situación de peligro. En el ámbito humano, sendos instintos se manifiestan en lo que
denominamos poder y amor. Cuando es el poder la tendencia o pulsión dominante
entonces se ridiculiza, se manipula y se intenta encerrar al amor, rebajándolo al nivel
animal, convirtiéndolo en puro sexo. Así, aquel hombre pretendía encerrar el amor en
un sistema intelectual y servirse de él para utilizarlo a su antojo, de modo que cortaba
todas sus relaciones apenas notaba algún atisbo de enamoramiento. Muchas mujeres
hacen exactamente lo mismo cuando utilizan su belleza y sexualidad para atraer a
hombres ricos y poderosos, o para conseguir sus metas o ambiciones. Se engañan a sí
mismas diciéndose que aman, cuando en realidad lo que subyace a esos contactos es un
puro negocio. Utilizan su cuerpo para obtener poder, convirtiéndose en la moneda de
cambio para alcanzar cuanto su ego se proponga. De esa suerte, cortan toda posibilidad
de enamoramiento, encerrando su Eros en una botella de cristal y, así, lo reprimen en
statu nascendi, no vaya a ser que se enamoren de un don nadie, o pierdan los encantos
que les conducen a obtener cuanto se proponen. Cuando es la mujer la que realiza este
tipo de maniobras, quien corta toda posibilidad de amor es su ambicioso animus, que
sólo repara ante lo que le es más conveniente. A veces, si el animus de la mujer desea
obtener poder sobre su pareja, monta en cólera y hace una escena, golpeando al marido
o al novio, o bien, puede manipular y provocar a la pareja, hasta que consigue que sea
ella la que monte en cólera y la golpee, lo que suelen conseguir si el hombre no tiene el
suficiente autocontrol para manejar las provocaciones constantes de un animus3, salvaje.
En cualquiera de los dos casos, lo que subyace es la pulsión de poder. Semejante
estratagema está utilizándose, cada vez con mayor frecuencia, para dominar a la pareja,
al encontrar un importante respaldo en la actual legislación. ¡Quizás sea el modo más
directo de que la pareja caiga en sus manos, y, así, el animus consuma su propósito! En
definitiva, esto es lo que sucede cuando el Amor desaparece de la escena y es el Poder
el que reclama toda la atención. Las capas bajas de la psique se hacen con la consciencia
y la frialdad, la barbarie, el egoísmo y la falsedad emergen a la superficie. Los juzgados
de guardia están rebosantes de este circo simiesco que, de un modo preocupante, se
extiende por doquier; es la muestra más palpable de la antítesis del Amor entre los seres
humanos. La oleada de inmigración que en los últimos años ha recibido España, desde
países latinoamericanos, ha encontrado en la prostitución un suelo fértil en el que las
extranjeras han podido amasar dinero. He mantenido conversaciones con bastantes
latinoamericanas y he comprobado cómo su animus cortaba toda posibilidad de amor.
Su animus expresaba la opinión de que habían venido a España a ganar dinero para
mandarlo a sus familias y si se enamoraban no ganarían suficiente dinero y, por tanto,
no podrían mandar remesas a sus países. Lo cierto es que no hay ninguna
incompatibilidad entre llevar una vida amorosa plena y ganar dinero para enviarlo a sus
países, pero eso es lo que opinaba su animus. La ambición por ganar dinero, o sea, el
instinto de poder dominaba la esfera de la vida de algunas de las mujeres que tuve
ocasión de conocer.
Otro de los aspectos característicos de un puer aeternus es la dificultad que tiene en
adaptarse a la sociedad, al tiempo que demuestra un falso individualismo. Estos
individuos viven en las nubes, tienen ideas grandilocuentes de lo que pueden llegar a
hacer, fabulan con que ellos son diamantes en bruto y la gente que les rodea es incapaz
de apreciar su enorme valor. Ellos son superiores al resto de los mortales, con unas
aptitudes y una inteligencia descollantes, y todo por ser hijos de mamá. Al considerarse
personajes especiales no tienen por qué adaptarse, algo impensable en todo genio
escondido, y son los demás quienes deben adaptarse a él, venerándole como a un
auténtico dios olímpico. Su falta de adaptación, junto a su ingenuidad e inexperiencia,
les hacen ser los blancos perfectos de estafadores. Parece como si dispusieran de un
imán que atrae a personas que les van a engañar. Recuerdo el caso de un joven que
conocí poco antes de que se fuese a comprar un coche de segunda mano. En lugar de
inspeccionarlo bien, probarlo y, en su caso, llevarlo a un mecánico, para que hiciera un
diagnóstico del estado del vehículo, con una actitud desenfadada, ingenua y pueril
realizó la operación de compra-venta fiándose del vendedor. A resultas, al poco tiempo,
se percató de que le habían engañado, vendiéndole un coche que estaba repleto de
averías ocultas. En otra ocasión, conocí a un joven de veinticinco años, a través de unos
amigos, justo cuando se disponía a adquirir una vivienda con su pareja. Con un
desconocimiento absoluto de las condiciones del mercado, de los requisitos que habían
de cumplirse en los contratos, así como de los tipos de interés que ofrecían los
diferentes bancos se aventuró a comprar un piso. Como consecuencia, los vendedores de
la casa lo engañaron, dado que no firmó ningún documento, en el que figurarán las
condiciones estipuladas por ambas partes, con anterioridad a la compra; la responsable
de la inmobiliaria, por su parte, les estafó cobrándoles una cantidad de dinero superior a
lo que era habitual, al tiempo que se confabuló con el banco para que la operación se
realizara con el tipo de interés más alto, aquel que, de ordinario, suelen aplicar a
extranjeros. Yo sabía que de nada servirían mis advertencias pues, estas personas,
necesitan pasar por cierto tipo de experiencias traumáticas para que su actitud se
modifique, y esto último suele suceder después de que hayan sufrido bastante. Y es que
acostumbran a mostrar una actitud arrogante hacia los demás, alojando una falsa imagen
de superioridad que no es sino la máscara que esconde un profundo complejo de
inferioridad. Estas personas suelen tener muchas dificultades en encontrar un trabajo,
porque nunca es lo que ellos buscan. Siempre le encuentran un “pero” a todo. Además,
como tienen miedo de enfrentarse a la realidad, intentan evadirse a su mundo de
fantasía, construyendo castillos en el aire. Evitan cualquier tipo de compromiso que les
haga bajar de las alturas y poner los pies en el suelo. Todo esto les conduce a padecer un
tipo se neurosis que se caracteriza porque su vida no es real, es una vida “provisional”4,
es decir, propia de alguien que aún no está en el aquí y ahora. Ya se trate de un trabajo o
de una pareja siempre es provisorio. En el futuro llegará lo verdaderamente real,
conseguirán el trabajo que les llene o conocerán a la mujer de sus sueños. La
prolongación en el tiempo de esta actitud implica una evasión de la realidad, un rechazo
constante a implicarse en el momento. En ocasiones a todo esto le acompaña un
complejo de mesías, con lo que el individuo está convencido de que algún día podrá
salvar al mundo, de que encontrará el gran descubrimiento o la última palabra en
ciencia, filosofía, política, religión, arte, música o en cualquier otro campo, o bien, en
todos ellos. La exageración de este síntoma puede transformarse en una megalomanía
patológica de lo más deplorable. Lo que más teme un hombre así es el ser fijado a la
tierra, el plantar los pies en el mundo real, entrar en el espacio y en el tiempo
demostrando el ser humano particular que cada uno es, con sus imperfecciones y sus
limitaciones. Conocí a un hombre de treinta y seis años, en el gimnasio al que suelo
acudir, afectado por el arquetipo del joven eterno. Cuando me contó que una de sus
aficiones preferidas era el vuelo con parapente, mostré interés y quise profundizar un
poco más en otras facetas de su vida personal. Se trata del típico joven moderno afecto
de un complejo materno, que vive solo y no se compromete con ninguna mujer. Al
preguntarle si se había enamorado alguna vez, me contestó que no y que él era muy
sincero con ellas, puesto que, cuando deseaban una relación que demandara un poco
más de cercanía sentimental y de compromiso, él las “cortaba” diciendo que estaba muy
a gusto con ellas, que lo pasaba muy bien, pero que no estaba enamorado. Como es
natural, siempre obtenía una protesta abierta ante semejante actitud y la relación solía
finalizar en ese momento.
Los pueri aeterni suelen tener una predilección especial por los deportes de riesgo,
como la escalada, el “puenting”, el montañismo, etc., así como una atracción por el
vuelo en parapente o en avioneta. De hecho, muchos pilotos jóvenes están afectados por
un complejo materno. Algunos de estos hombres pueden morir jóvenes, como
consecuencia de un dramático accidente. Hace poco, un amigo argentino me hizo llegar
un libro que creía podría interesarme. Y, en efecto, me interesó, aunque no en la manera
en que mi amigo había pensado. Resulta que su autor es un expiloto de las fuerzas
aéreas de la república argentina que se llama Pedro. Dado que estaba haciendo acopio
de material de investigación, para escribir sobre un ensayo (en aquel momento, no sabía
que se trataría de éste), aquel libro me vino como anillo al dedo, produciéndose una de
las clásicas sincronicidades que suelen acontecerme cuando comienzo a trabajar sobre
un arquetipo. No deseo anticipar lo que analizaré en detalle en otro apartado, pero aquel
señor estaba afectado por el arquetipo del puer aeternus. El libro presentaba una serie
de ideas que eran propias de los jóvenes que engrosaron las filas del nacional-
socialismo alemán durante la época nazi. De hecho, el autor detenta una actitud de
superioridad, típica del endiosamiento que se produce cuando un individuo poco
preparado tiene un contacto directo con lo inconsciente. Al parecer, D. Pedro se
accidentó estando al borde de la muerte y tuvo una experiencia muy vívida con el
mundo del más allá, es decir, con lo inconsciente. Así que su accidente de aviación lo
hizo caer a Tierra, pero esa caída fue tan estrepitosa y su ego estaba tan poco preparado
para asimilar tamaña experiencia, que, finalmente, se despeñó dramáticamente contra
los peñascos de lo inconsciente.
En general, los pueri aeterni suelen ser muy impacientes, actúan precipitadamente y
tienen un especial pavor por todo aquello que les suponga grandes esfuerzos, algo que
requiere una cierta fortaleza del ego y de la voluntad. He conocido muchos casos de
jóvenes pueri aeterni que entrenaban musculación en gimnasios sólo para alimentar su
imagen de adonis, ostentando un auto-enamoramiento narcisista de lo más femenino.
Ellos son los hombres más fuertes, más hermosos y con el mejor cuerpo del mundo,
auténticas bellezas que todos deben admirar y adorar. El deporte denominado físico-
culturismo está atestado de este tipo de puer aeternus, si bien es cierto que, según he
podido comprobar, este deporte les ayuda, en cierta medida, a robustecer su voluntad
dado que requiere de un esfuerzo prolongado.
Suelen negarse a asumir cualquier tipo de responsabilidad que les suponga cargar con el
peso de una situación. Por eso, es frecuente que vivan en viviendas alquiladas, aunque
su salario les permita comprarse una casa, con tal de no hipotecarse. Lo mismo sucede
con las relaciones personales, de las que huye despavorido apenas una mujer le muestre
su intención de fortalecer los lazos afectivos, para asumir un mayor compromiso. Si el
complejo materno es muy acusado el hombre puede incluso huir de toda relación, tanto
con hombres cuanto con mujeres, para satisfacer sus necesidades sexuales sólo a través
de la masturbación compulsiva. He conocido el caso de un joven de treinta y dos años
cuya influencia materna era tan poderosa que en nuestras conversaciones expresaba las
ideas de su madre. Su ego estaba tan disuelto en el complejo materno que era incapaz de
pensar por su cuenta. Si así lo hiciera podría llegar a cuestionar a la madre y, con ello,
precipitaría el necesario conflicto que lo separaría de ella para convertirse en un
verdadero individuo, y no en un mero apéndice suyo. Este joven se comportaba como el
típico puer aeternus: realizaba preguntas profundas, se interesaba por temas espirituales
y cuando hablaba de ellos los ojos le brillaban, rezumando un carisma especial. Sin
embargo, él creía que tenía todas las respuestas a las grandes preguntas, que lo sabía
todo y que de todo podía opinar y hablar. Desde luego que disponía de ciertos
conocimientos en filosofía, por la que siendo adolescente se había interesado, y había
mantenido conversaciones de psicología y astrología con su madre, una mujer con una
vasta cultura y un fuerte carácter. Sin embargo, al profundizar en dichos conocimientos,
pude comprobar que no se trataba sino de mera fachada, dado que aquellos no procedían
de su experiencia, ni tampoco eran fruto de su esfuerzo personal. Como un mono listo
no hacía sino repetir lo que su madre le había enseñado y lo hacía hasta tal extremo que,
en ocasiones, reproducía palabra por palabra lo que ella le había dicho. Lo cierto es que
la madre tenía una gran responsabilidad en la actitud del joven, puesto que con sus
conocimientos de psicología lo atraía hacia ella, devorándolo cada vez más. En cierto
modo, ella se convirtió en la Esfinge que lo atraía hacia su seno con preguntas como:
¿Crees que es el momento de mantener una relación? ¿Crees que estás preparado? O
bien, con afirmaciones del tipo: ten cuidado con las mujeres que conozcas, porque te
van a utilizar; céntrate en encontrar trabajo y olvídate de las mujeres, etc. Con esa
actitud, no hacía sino atraerle y devorarle cada día más, hasta que, como pude
comprobar, consiguió amputar su masculinidad. Marie-Louise von Franz dice al
respecto lo siguiente: “soy muy pesimista con respecto a las generaciones que han
crecido con padres que han hecho un análisis (…) porque veo que actualmente el
animus de la madre utiliza incluso la psicología para cortarle las alas al hijo (…) Ese es
el truco que se oculta tras el mito de la Esfinge y la demoníaca pregunta de la Baba
Yaga en el cuento de hadas. Es la madre-anima quien dice: “Oh, sí, puedes ir, pero
¡primero tengo que hacerte unas preguntas!”. Y tanto si él responde como si no, es
torturado. (…) En la vida real, vemos cómo las madres hacen todo lo que pueden para
castrar a sus hijos: les mantienen en casa y los convierten en mujeres, y luego se quejan
de que son homosexuales o de que a los cuarenta y tres aún no se han casado. (…) ¡Y
ellas serían tan felices si se casaran! (…) Pero si entra en escena una chica, ella cambia
de enfoque, porque nunca es la chica adecuada; la chica en cuestión nunca le hará feliz,
ella lo sabe seguro; hay que impedir la relación. Así que la madre juega en ambas
direcciones. Castra a su hijo y luego ataca constantemente su debilidad, criticándole y
quejándose sin parar5.” En otras ocasiones, exhibía un comportamiento atolondrado,
como si estuviera completamente ausente, siendo indisciplinado y muy perezoso. Usaba
ropa con más de diez años de antigüedad, incluso aunque estuviera rota o desgastada,
sólo por pereza de no ir a comprar una nueva. Así, además, se sentía muy original y
creía que, por el hecho de no hacer lo que todo el mundo (comprar ropa en los grandes
almacenes, cosa que él consideraba un gasto inútil de dinero), él era un hombre muy
especial.
Habitualmente, los pueri aeterni tienen un serio problema con el trabajo. Son perezosos
porque la energía está confiscada en lo inconsciente, dado el complejo materno, lo que
va unido a un débil complejo del ego. No se trata de que el joven eterno no pueda
trabajar, puesto que si lo que hacen les fascina, pueden llegar a pasar horas enteras
imbuidos en una tarea, olvidándose hasta de comer. Lo que no puede hacer es trabajar
en algo que no sea de su agrado, en una labor aburrida, tediosa o rutinaria, porque no
disponen de la fuerza de voluntad para ello. No es extraño escuchar a muchos
universitarios, con un pronunciado complejo materno, que ellos sólo trabajarán en algo
que tenga que ver con sus estudios, incluso aunque sean unos incompetentes, o sea, que
no hayan trabajado nunca antes. Si les ofrecen trabajo en un sector distinto, entonces
declinan la oferta, pues ¡cómo iban a trabajar ellos en eso! Lo que subyace a esas
negativas es el complejo materno, el deseo de permanecer en el nido y el rechazo a todo
lo que suponga tener que enfrentarse a la realidad, a darse cuenta de sus limitaciones
individuales, sus errores humanos, sus incapacites y, por supuesto, a aceptar la carga de
responsabilidad que todo trabajo implica. Los sermones que los padres a veces les dan
no tienen el menor efecto positivo y, sí, en cambio, les hacen impacientarse,
encolerizarse y, finalmente, marcharse. Lo que parece surtir algún efecto es intentar
ayudarles a conseguir un trabajo que les guste, llegando así a obtener un compromiso
con lo inconsciente, promoviendo el fluir de la energía por la vertiente natural.
Cualquier intento que pretenda ir en contra del curso natural de la energía, en un hombre
(o una mujer) sin voluntad, están abocados al fracaso. Una vez conseguido un trabajo
así, el nuevo obstáculo surgirá cuando ese trabajo, inicialmente atractivo, comience a
manifestarse rutinario. Entonces perderá su encanto inicial y el puer aeternus se dirá
que eso no es lo que él buscaba. Es, en ese momento, cuando se precisa una ayuda para
que el individuo continúe con el trabajo, pese a que le resulte aburrido, lo que a veces se
manifiesta en sueños en los que el joven tiene que luchar en alguna batalla, o superar
algún obstáculo, empujar alguna pesada piedra, etc… En verdad, sólo el trabajo puede
ayudar a un puer aeternus a librarse de su complejo materno, de su tendencia a la
irresponsabilidad infantil y a permanecer cómodamente disfrutando de las ventajas del
nido. Lo que suele ir acompañado del abandono del hogar paterno (interior y/o
exteriormente), lo cual simboliza la separación de la madre y el comienzo de su
emancipación.
Tengo la impresión de que el arquetipo del puer aeternus se ha vuelto muy actual, y se
ha visto reforzado por las dificultades laborales y de acceso a la vivienda, lo que,
además, puede comprobarse en el incremento estrepitoso de la homosexualidad, incluso
entre los adolescentes. Pese a todo, lo antedicho no explica que se haya convertido en
un problema de nuestra época, puesto que las madres siempre han trabajado en
connivencia con la tendencia natural de sus hijos a permanecer en el cálido y cómodo
nido, y los hijos siempre han luchado contra esa tendencia acomodaticia. Sin embargo,
el problema de fondo, a mi entender, es de tipo religioso, una suerte de compensación
del estado anquilosado y rígido en que ha caído el cristianismo, lo que es propio de la
decrepitud que acompaña a todo sistema viejo y gastado, que necesita una revitalización
creativa y que sólo hallará a través de la experiencia vital6. Y aquí llegamos a un asunto
que es fundamental: el arquetipo del puer aeternus tiene dos vertientes o dos caras, por
así decirlo. Una de ellas, que creo haber caracterizado ampliamente, es la sombra
infantil, el complejo materno, la tendencia que tira del individuo hacia el pasado, que lo
atrae hipnóticamente al regazo materno, a la ignorancia y a la irresponsabilidad infantil.
La otra, positiva, es una tendencia hacia el futuro, hacia la renovación de la vida, el
aspecto lúdico y espontáneo que acompaña a todo acto creativo. Esta faceta positiva es
la que todo individuo debería mantener durante toda su vida, una manifestación del
contacto íntimo con el Sí-Mismo, lo que permite que esa actitud de espontaneidad y de
curiosidad ante la vida perdure. Muchas personas, cuando arrostran el concreto tema de
la sombra infantil, tratan de cortar de raíz su tendencia a mantenerse en el nido y, con
ello, matan, también, al niño divino en su interior, quedando completamente
desvinculados de su centro. Exteriormente, estos individuos han conseguido utilizar su
voluntad, han fortalecido su ego y hasta puede que logren ascender en la escala social a
puestos de gran responsabilidad, pero sus rostros denotan la rigidez y el
anquilosamiento que se aprecia en los cadáveres. Se han convertido en auténticos
zombis, al inmolar la chispa vital que subyace a la experiencia directa del niño divino
que yace en su interior. Se han forjado una máscara para adaptarse al ambiente exterior
(social), pero, al mismo tiempo, han dinamitado el puente que les une con su mundo
interior. Marie-Louise von Franz afirma sobre estos hombres lo siguiente: “Esos
individuos suelen crecer más deprisa que los demás, porque en estadios muy primarios
se vuelven muy realistas y desilusionados, con un ego contenido, y enseguida son
independientes –los rigores de la vida les han forzado a ello-, pero generalmente, por su
expresión más bien amarga y falsamente madura, puede detectarse que algo salió mal.
Fueron expulsados de la infancia demasiado pronto y se estrellaron contra la realidad. Si
analizas a esas personas, descubres que no han resuelto el problema de las ilusiones
infantiles, sino que simplemente lo han cortado de raíz, convencidos de que su deseo de
amor y sus ideales les lastran como un saco de piedras a la espalda, así que tienen que
acabar con ellos. Pero eso es una decisión del ego que no les ayuda en absoluto, y un
análisis más profundo demuestra que están completamente atrapados en las ilusiones de
la infancia. Su anhelo de una madre amante o de felicidad sigue estando ahí, pero en un
estado reprimido, de modo que en realidad son mucho menos maduros que otros,
mientras que simplemente han arrinconado el problema. (…) A través de la
transferencia empiezan a esperar que quizás puedan volver a confiar o a amar, pero
podemos estar seguros de que el amor que surge de entrada será completamente infantil,
y el paciente muy a menudo sabe lo que ocurrirá y que significará una nueva decepción
y será inútil. Y esto es bastante cierto, porque estas personas suelen sacar algo tan
infantil que debe ser rechazado por el analista o por la propia vida. Se trata de personas
tan inmaduras en sus sentimientos que si, por ejemplo, el analista coge una gripe y debe
guardar cama, ellos lo viven como una ofensa personal, un chasco y una decepción
terribles. (…) Sermonear es tan inútil como lo sería hacerlo con un niño furioso, que
simplemente no escucha7.”
En una ocasión, analicé a un hombre que rozaba los sesenta años, con una expresión
dura en su rostro y tremendamente rígido. Me explicó que tenía problemas con su hija
de veintitrés años, porque se había vuelto muy rebelde. Al avanzar en el análisis pude
observar que éste hombre pretendía que su hija se convirtiera en una especie de madre-
amante, que comprendiera su situación económica, todas sus dificultades y sus
problemas, etc. Es decir, tenía la pretensión, inconsciente para él, de que su hija se
convirtiera en una especie de sustituta de su madre. Cuando su hija protestaba ante
semejante exigencia, éste señor se sentía ofendido por la falta de comprensión de su
hija. Yo le expliqué que era natural que una joven de esa edad no comprendiera los
rigores de la vida, porque aún era demasiado joven, y que él debería ser más
comprensivo con ella. Entonces, me espetó enojado que qué era de sus necesidades, que
él también necesitaba que le entendieran y le comprendieran. Sus sentimientos estaban
en un estado tan infantil que era incapaz de comprender que era él, el padre y hombre
adulto, quien debía ser comprensivo con su joven hija, y no al revés, como reivindicaba.
Cuando me interesé por su infancia, me explicó que, en su juventud, tuvo que hacerse
cargo del negocio familiar, desde muy pronto, y los rigores de la vida le habían obligado
a crearse una armadura. Así, nada podía penetrar en ella, pero, al mismo tiempo, se
había aislado del resto de los seres humanos y, por consiguiente, de toda relación
humana. Quizás el relato que mejor describe la situación en la que se encontraba aquel
hombre sea El caballero de la armadura oxidada. Como el caballero del cuento, él se
había aislado de toda relación personal, para no sufrir ante las numerosas penalidades de
su juventud. Y, por ese motivo, no confiaba en nadie, utilizaba a las personas como si
éstas fuesen fichas de un tablero de ajedrez, ostentando su incapacidad de generar
vínculo afectivo alguno. También había perdido toda espontaneidad y capacidad de
sentirse realmente vivo, algo que sucede cuando se aparca al niño interior. En ese
estado, era incapaz de sentir empatía por los demás, de ponerse en el lugar del otro, y,
por su puesto, se había convertido en un inepto en el amor. Al hablar de su madre, me
dijo que ella se lo había echo pasar muy mal, expresando amargamente un resentimiento
de lo más infantil. Tan era así, que aún seguía discutiendo con su anciana madre,
culpándola de todas sus frustraciones, sus desilusiones y sus decepciones. En cierto
modo, su sombra infantil lo perseguía allá dónde fuera. La debilidad de su sentimiento
le impedía, a su vez, tomar consciencia de su situación, por lo que plagaba de
proyecciones infantiles toda relación de pareja.
El problema con la infantilidad incorregible de la gente que ha sufrido desilusiones
demasiado temprano y que se ha forjado una armadura consiste en que, al estar
interiormente marchitos, impregnan de negatividad y de muerte toda relación humana.
Se comportan como auténticos vampiros, como parásitos que succionan la vitalidad que
ellos son incapaces de generar. No es de extrañar, por consiguiente, que las mujeres que
conviven con estos individuos sufran de depresiones, de falta de actividad, de ataques
de ansiedad que, a veces, se somatizan en malestares físicos, etc..., como consecuencia
de su destructividad. En definitiva, actúan a modo de inhibidores de la espontaneidad y
de la vitalidad, expresiones ambas de todo ser humano realmente vivo. De hecho, esta
gente siente un terrible rechazo ante toda manifestación de espontaneidad y de cercanía.
Su armadura no sólo les impide a ellos tener contactos humanos, sino que, al tiempo,
coarta, espanta, amedrenta, amilana y aterroriza a todo aquel que intenta acercarse a él.
Cuando esto sucede, se lamentan amargamente de que nadie les quiere, de que, incluso
los más allegados, acaban por distanciarse de ellos.
3. Sobre el aspecto positivo del arquetipo

En el apartado anterior nos habíamos dedicado a caracterizar, principalmente, el aspecto


negativo del arquetipo, la sombra infantil, manifestada en el complejo materno y su
tendencia a perpetuar una actitud inmadura y regresiva ante la vida. Vimos también
cómo esta tendencia regresiva se ha ido extendiendo en nuestra sociedad, hasta el
extremo de que una buena parte de los jóvenes permanecen en sus hogares maternos y/o
paternos –o sea, en el nido- a edades que, muchas veces, superan los treinta años. Y este
es un hecho objetivo que plantea, a su vez, cuestiones como la inmadurez enfermiza de
las nuevas generaciones, su creciente analfabetismo y la parvedad en el interés de los
adolescentes contemporáneos por la cultura, así como la responsabilidad de los
supuestos adultos en dicho estado de cosas. No olvidemos que los jóvenes aprenden con
el ejemplo y que de nada sirven las moralinas en torno a lo importante que es ilustrarse.
El pretendido adulto ha olvidado sus orígenes y, con ello, se ha escindido del primitivo
sustrato sobre el que descansa toda verdadera cultura. Por lo tanto, habría que plantearse
el iniciar las acciones educativas ante todo en los educadores, a la postre los padres.
Pues éstos, las más de las veces, son adultos sólo exteriormente, en tanto que han
alcanzado la madurez biológica.

Posteriormente, dábamos cierre al apartado con un ejemplo paradigmático de la


infantilidad interior de aquellos individuos que se han adaptado a las demandas de la
sociedad, arrancando de raíz al verdadero puer aeternus, el niño divino que representa al
Ser, el potencial de maduración o autorrealización futura, que yace en lo recóndito de su
alma. Resulta alarmante comprobar la formidable cantidad de personas, en especial de
extravertidos, que aparentan ser adultas en la superficie pero que, apenas se descorren
los primeros velos, se descubre una adultez que no es sino una máscara encubridora de
un infante rapaz de terribles exigencias, que demanda una atención, unos cuidados y una
comprensión rayana en lo patológico. Esta puerilidad viene simbolizada en alquimia
con la imagen del lobo, animal que, a su vez, como podemos comprobar en las
imágenes del Tarot, está asociado a la Luna. Consecuentemente, la adaptación a las
exigencias del mundo exterior es requisito necesario, más no suficiente, en el proceso de
maduración del individuo. Puesto que esa adaptación ha de ir pareja a una atención al
mundo interior, a lo inconsciente y, por consiguiente, a un desarrollo de las
posibilidades futuras que el puer simboliza, también. Jung lo expresa del siguiente
modo:

“El niño es futuro en potencia. (…) En el proceso de individuación anticipa la figura


que resulta de la síntesis de los elementos conscientes e inconscientes de la
personalidad. Es, por eso, un símbolo que une los opuestos, un mediador, un salvador,
es decir, un hacedor-de-la-totalidad. (…) A esa totalidad que trasciende la consciencia
yo la he denominado “el sí-mismo”. La meta del proceso de individuación es la síntesis
del sí-mismo (…) los símbolos de la totalidad se presentan con frecuencia al principio
del proceso de individuación, y hasta se los puede observar en los primeros sueños de la
más remota infancia. Esta observación apoya la hipótesis de que la potencialidad de la
totalidad ya existe a priori8 (…)”

El siguiente sueño presenta el motivo del niño incidiendo en el peligro al que está
expuesto y la oscuridad que rodea su nacimiento:
“Estoy en un lugar oscuro y lejano, pero conocido y familiar. Una mujer da a luz a un
bebé. El recién nacido corre peligro, por cuanto un ser terrible trata de apoderarse de él.
La oscuridad del lugar de nacimiento está emparentada con el ser maléfico que pretende
causarle daño al bebé. Y, así, pareciera que el lugar en el que nace el niño es el que
posibilita el nacimiento y, a la vez, el causante del peligro de muerte que asedia al niño
por aquel maléfico ser”.

Dado que este sueño se produjo en los inicios de un proceso de individuación, la mujer
parturienta (lo inconsciente) da a luz a un bebé que simboliza la totalidad potencial. La
oscuridad que rodea al infante y el peligro de que un ser terrible (lo inconsciente, en su
aspecto devorador) se apodere de él representa la enorme dificultad que semejante
empresa conlleva. Puesto que llegar a lograr ese preciado bien es una titánica tarea
digna de un verdadero héroe. También apunta a las trabas y los obstáculos de toda
índole que las influencias ambientales imponen a toda individuación. Frente a ese
impulso vital que obliga a todo ser viviente a someterse a la ley de la realización más
completa, las circunstancias lo limitan, lo coartan y hasta lo cohíben, imponiéndole las
más severas dificultades. Dificultades y obstáculos contra las que el individuo se ve
forzado a luchar y, eventualmente, a superar. El hecho de que el sueño advierta que el
peligro de muerte procede precisamente del maléfico ser que, a su vez, le ha dado a luz,
significa que la totalidad (el niño divino), que surge del vientre de lo inconsciente (la
Virgen), en definitiva, de la Diosa, puede volver a ser engullido por ella.

Cuando se presenta el motivo del niño haciendo especial hincapié en los peligros que le
rodean, se ha producido un cambio en el estadio inicial del individuo. Así, el puer ya no
representa el estado de infantilidad descrito en el apartado anterior, sino que se ha
originado una transformación de la consciencia. El peligro en este momento radica en la
identificación con el arquetipo “niño”, lo que suele ir acompañado de una inflación. En
semejante estado se corre el riesgo de ser engullido por lo inconsciente. Como afirma
Jung, ese hecho encarna:

“En especial el riesgo de perder la propia singularidad, amenazada por dragones y


serpientes, (lo que) remite al peligro de que la adquisición de la consciencia pueda ser
otra vez absorbida por el alma instintiva, por lo inconsciente. (…) De esta situación
surge “el niño” como contenido simbólico que se encuentra separado o aislado de su
trasfondo (la madre) de modo claramente reconocible pero que incluye también a veces
a la madre en una situación peligrosa, y que se ve amenazado, de un lado, por la actitud
de rechazo de la consciencia, de otro, por el horror vacui de lo inconsciente, que está
dispuesto a volver a devorar a todo lo que trae al mundo, ya que sus partos tienen un
carácter lúdico, y la destrucción es parte inevitable de ese juego9.”

Una vez se consigue disolver el estado de identificación, entonces la consciencia puede


reconocer al puer como imagen primigenia nacida de lo inconsciente y, por
consiguiente, un contenido distinto de sí misma, posibilitándose el análisis de lo
inconsciente. El niño se convierte en el portador de ciertos objetos mágicos que auxilian
al individuo a llevar a cabo su proceso de individuación. El siguiente sueño, aun
redundando en el desvalimiento y la precariedad en la que el niño se encuentra,
representa abiertamente los dones que ofrece a la consciencia del soñante:
“La escena del sueño transcurre en un bazar, en el que me hallo con un amigo. Paseando
por los puestos del mercado, veo uno en el que atiende un niño de tez oscura, de
probable ascendencia árabe, que vendía toda una serie de souvenirs. Me acerco a su
puesto y le pregunto, acongojado al ver su situación, que por cuánto me vendería una
baraja de cartas. El niño me dice que por un precio ridículo, precio que, al decirlo, me
hace darme cuenta de que apenas obtenía beneficio por la venta. De manera que
comprarle la baraja por ese precio era como explotarlo y engañarlo. Unas lágrimas
recorrieron mis mejillas, apenado por la situación de indigencia en la que se encontraba
aquel niño. Entonces decidí comprarle la baraja de cartas más cara que tuviera, así como
otro objeto que no recuerdo –tal vez algún walkman o un equipo de música, no lo sé-
para que, cuanto menos conmigo, obtuviera unas ganancias por la transacción.”

Ya hemos indicado que la precariedad en la que el niño aparece en sueños simboliza la


tremenda dificultad y la incertidumbre que acompaña a toda autorrealización. En este
sueño, el niño es de tez oscura y origen árabe, lo que simboliza el carácter primitivo u
originario del símbolo. Alude a las raíces instintivas propiamente dichas, que el soñador
no debe olvidar que posee, lo que viene representado en el sueño mediante los souvenirs
que el niño vende al público. Dos son los objetos que ofrece al soñador: una baraja de
cartas10 y un equipo de música. El primero de los objetos está relacionado con el juego,
expresión ésta privativa de la edad juvenil. El segundo es un elemento que reproduce el
sonido armónico de las notas musicales, siendo la música un medio de expresión (al
igual que la poesía) de lo inconsciente y, también, una vía de armonización del espíritu
y el cuerpo (los opuestos). Es a través del juego que el individuo adquiere
progresivamente consciencia. Gracias al juego va moldeando el futuro, y así la totalidad
potencial se va desplegando en el ámbito espacio-temporal. El soñador se siente
acongojado y rompe a llorar ante la precaria situación del puer. El niño es un símbolo
del Ser, de la personalidad total y, por tanto, es una unidad de opuestos. Unidad que es
aún potencialidad pura, puesto que para la consciencia del individuo ese contenido es, al
menos en sus inicios, desconocido. Sentirse acongojado, sin embargo, es ya un signo
positivo, dado que moviliza al soñador en el sentido de posicionarse a favor de su
totalidad. Un deseo de mejorar el estado incierto en el que dicha totalidad se encontraba
(de ahí que sobreviniera una psicosis y, con ella, la emergencia de contenidos
inconscientes). Sin embargo, a diferencia del sueño anterior, en éste el niño es un
vendedor ambulante, una suerte de comerciante (como el joven mercurio astrológico,
entre cuyas habilidades destaca su capacidad para el negocio y las transacciones
comerciales). Ahora bien, esa transacción, en realidad, es beneficiosa principalmente
para la consciencia. Esta obtiene dones que, aún aparentando ser insignificantes,
resultan imprescindibles para entrar en contacto con el mundo infantil (en tanto que
totalidad y capacidad creativa de desarrollo de la misma) y, por ende, para un
despliegue efectivo de la totalidad potencial. Volvemos a encontrarnos con la paradoja
de la insignificancia del niño y la importancia de los dones que él ofrece.

La consciencia del adulto no presta atención al niño, a quien considera irrelevante para
solventar el conflicto de opuestos en el que se encuentra inmerso. Pero es, justamente, el
niño divino quien le brinda los presentes necesarios para llevar a cabo la individuación
(siendo él un símbolo de una autorrealización potencial). En los mitos, la música juega
un papel muy importante en la bajada a los infiernos. Recordemos a Orfeo, que en su
descenso a los infiernos duerme al can Cerbero con su música y ablanda el frío corazón
de Hades en su deseo de recuperar a su amada Eurídice. Así también, el flautista de
Hamelín, con su música, consigue seducir a las ratas para que lo sigan y abandonen el
lugar. Estos ejemplos simbolizan la capacidad que tiene la armoniosa música de
amansar a las fieras, o sea, de aplacar los instintos, de sublimarlos y de encauzarlos en
beneficio de la sociedad (consciencia).

La festividad de la Navidad, festejada todos los años por los cristianos en el mes de
diciembre, conmemora el nacimiento de Jesús. Dado que el niño personifica, como
hemos dicho, la totalidad que ha de ser desplegada en el proceso de individuación o de
autorrealización, “mientras no os hagáis como niños” el ser humano permanecerá en el
estado de infantilidad del puer aeternus con complejo materno. De ahí también que el
colectivo siga adorando, pese a los años transcurridos desde el nacimiento de la Era de
los Peces, la imagen del niño Jesús, puesto que a través de la proyección vive el hombre
su totalidad inconsciente; lo que debería ser en acto pero que sólo es en potencia. En
este sentido, el puer aeternus no se refiere sólo a la infantilidad y a la irresponsabilidad
infantil características de los adolescentes sempiternos, sino, antes bien, como
representante del niño divino es un símbolo de una autorrealización que se despliega en
el tiempo en una lúdica e inagotable actividad creativa. La genuina expresión creativa, y
no el producto neurótico de los puer infantiles, procede del lúdico contacto con la
Diosa, de las relaciones entre el yo consciente y lo inconsciente colectivo, de la
manifestación de los arquetipos constelados, del alineamiento entre el sol del medio día
y el Sol de la media noche.

Cuando el individuo evoluciona, en el sentido de des-identificarse o des-ilusionarse de


la imagen primigenia, hacia una objetivación de los contenidos de lo inconsciente,
resulta de ello la posibilidad de analizar lo inconsciente y llevar a cabo una síntesis de
los elementos conscientes e inconscientes. Se produce así un desplazamiento desde el
ego consciente al arquetipo del Ser, convirtiéndose éste en adalid del Destino
individual. Lo que viene representado en sueños con la imagen del hermafrodita o del
andrógino, un elocuente símbolo del Ser o del Anthropos interior. Este símbolo figura la
meta más elevada de todo ser humano, puesto que alude a la más completa
autorrealización, nunca alcanzable en su totalidad sino sólo aproximadamente.

Pese a lo extendido del símbolo de la Cruz que carga Cristo, y a su raigambre en el


mundo occidental, al igual que sucede con el niño Jesús, parece que el común de los
hombres y de las mujeres ha olvidado su profundo significado. Ese símbolo encarna la
particular condición humana, la tensión de opuestos que subyace, de un lado, a la
adaptación a las exigencias del cuerpo, de la familia, de la sociedad, esto es, del ámbito
material, y, de otro, a la respuesta a las demandas de ese vasto mundo interior que es lo
inconsciente. El héroe ha de tomar el camino del medio, el de la Cruz, y ese sendero lo
conduce a su propia muerte. Pero esa muerte, que simboliza la inmolación de la vida
prosaica y, por lo tanto, de una vida colmada de ignorancia, ingenuidad y puerilidad, en
último término, la muerte del ego, da lugar a un renacimiento: el nacimiento del niño
divino. En los mitos esa muerte iniciática viene simbolizada por la entrada del héroe en
las fauces de una ballena de cuyo interior resurgirá renovado, o bien, por la lucha con el
dragón. El Dragón, como la Cruz o el madero en el que fue crucificado Cristo y, antes
que él, toda una caterva de héroes consortes o hijos de la Diosa, simboliza la Madre, o
sea, en definitiva, la Diosa. Pero quien se enfrenta al dragón y lo vence obtiene como
premio el tesoro difícil de alcanzar, un Conocimiento (gnosis) que no es de este mundo,
sino del otro, del más allá. El puer re-nacido, recién nacido de las entrañas de la Madre,
puede ser considerado como un puer aeternus genuino, el prístino hijo de la Diosa. Y
es, precisamente, la secreta relación del puer con su Madre, tan íntima como incestuosa,
la que es grata a Dios. El resultado de semejante acto incestuoso es que la Madre hiere
al puer, al transformarse en una serpiente que lo muerde, envenenándolo y
paralizándolo. Lo que este mito simboliza, traducido al lenguaje de la psicología, es la
emergencia de contenidos desde las profundidades de lo inconsciente. Inicialmente,
éstos aparecen bajo la forma de un aluvión de sentimientos negativos de culpabilidad,
de inadecuación, etc., que es lo que tiende a suceder cuando el individuo se enfrenta a
su sombra. Sin embargo, si después de un tiempo de afloramiento de sentimientos y
afectos que parecen desgarrar al individuo, invadiendo a la consciencia como si de una
violación psíquica se tratara, se consigue que el ego permanezca firme y trabaje con
esos sentimientos, comienzan a emerger las imágenes de lo inconsciente, tanto en
sueños, como en toda suerte de manifestaciones “artísticas” como la pintura, la
escultura, la poesía, etc… Originariamente, la forma que adoptan esos contenidos es de
lo más grotesca y las imágenes primordiales, que van tomando forma, ya no tienen que
ver con la biografía del individuo. Así, lo que en un principio parece provenir de la
sombra familiar, es decir, aquellos conflictos irresueltos por los padres, abuelos y, en
general, por los ancestros, no es sino la manifestación más próxima de bretes y
contrariedades que afligen a todo el colectivo de una época. Por lo tanto, allende la
sombra individual hallamos una larga cola de dragón que nos conecta con la serie
filogenética de nuestros antepasados, en último término, con los arquetipos de lo
inconsciente colectivo psicóideo. Y, si se logra penetrar más allá de la maraña, puede
entreverse que dichos conflictos tienen un carácter cósmico o universal. Lo que exige
del puer que afronte la emergencia de arquetipos de un modo creativo, y es que la
verdadera creatividad radica en su contacto con la fértil tierra de lo inconsciente, de la
que, en propiedad, él ha renacido.

El siguiente sueño proviene de ese estrato inconsciente que está allende la sombra del
ego o inconsciente personal. Procede de un individuo que ha permanecido largo tiempo
bajo análisis terapéutico:

“Voy caminando hacia una mansión, abro la puerta y accedo a su interior, donde me
encuentro con una joven mujer que hacía muchísimo tiempo que no había visto, y que
era mi prima. La escena cambia y ahora estoy sentado en el salón de aquella mansión.
Al cabo de un rato aparece mi prima que se acerca y se sienta junto a mí. Comenzamos
una conversación:

-Hola, ¿cómo estás?- Me pregunta.


-Muy bien- respondo- y tú, ¿cómo estás?
-Muy bien- responde.
-Bueno, cámbiate de ropa y ahora continuamos hablando- la sugiero.
-Sí, espera unos minutos que enseguida regreso.

Entonces se marcha y vuelve al poco tiempo cambiada de ropa. Su nuevo atuendo


denota que es una especie de bruja, una médium, una astróloga poseedora de una
percepción extrasensorial muy aguda. Me dice que me va a incluir en el libro de los
astrólogos de la familia. El conocimiento de éste libro y de la existencia de astrólogos
en la familia parece que se ha mantenido en el más alto secreto. Pero, el hecho es que la
astrología que ella conoce y practica se basa más en una profunda intuición y en su
percepción extrasensorial, que en el enfoque científico que impera en la actualidad. Ella,
mi prima, parece una Bruja perteneciente al paganismo, una mujer cuyos conocimientos
provienen de una época pre-cristiana. Al mostrarme el Gran Libro de los astrólogos
quedo muy asombrado al percatarme de que mi nombre aparece dos veces en el listado.
Motivo por el cual, al firmar junto a mi nombre, como perteneciente a este selecto grupo
de privilegiados, lo hago en la casilla que está más abajo de la lista y, en la otra, ella
hace una especie de tachadura, para que no quede ningún espacio en blanco en el que
anotar a nadie más.”

El sueño que acabo de reproducir, aparte de los múltiples motivos simbólicos y de lo


fabuloso del relato en sí, apunta a la existencia de un plan inherente al individuo. Lo
primero que resalta en la historia onírica es la figura de una mujer, conocedora,
iniciadora e indicadora del destino del soñador, mucho antes de que éste sea consciente.
En cierto modo, ella es la Madre de la consciencia. De ahí que aparezca duplicado el
casillero de la firma. Ese contenido estaba apunto de emerger a la consciencia. El
soñador sabe de su ascendencia esotérica gracias a ella. Además, el sueño nos informa
de que la joven astróloga del sueño es su prima. C. G. Jung denomina a esta figura
femenina, que aparece en sueños dirigiendo el destino del hombre, con el nombre de
anima; y la define del siguiente modo:

“Todo hombre lleva la imagen de la mujer desde siempre en sí, no la imagen de esta
mujer determinada, sino de una mujer indeterminada. Esta imagen es, en el fondo, un
patrimonio inconsciente, que proviene de los tiempos primitivos y, grabada en el
sistema vivo, constituye un “tipo” de todas las experiencias de la serie de antepasados
de naturaleza femenina, un sedimento de todas las impresiones de mujeres, un sistema
de adaptación psíquica heredada (…) Lo mismo vale para la mujer, también ella tiene
una imagen innata de hombre (…) El anima es el arquetipo de la vida (…) Pues la vida
llega al hombre a través del anima, si bien su opinión es que le llega por el
entendimiento. El hombre rige la vida por el entendimiento, pero la vida vive en él por
el anima11.”

Las últimas palabras de Jung son especialmente interesantes en lo que al contenido


onírico se refiere, por cuanto la mujer del sueño, el anima, conoce el porvenir,
sirviéndose de una fina intuición y de una percepción extrasensorial. Ella es una viva
personificación de la corriente de Vida, conectando al individuo con el más allá, esto es,
con lo inconsciente. De hecho, la prima es, en realidad, una bruja proveniente del
mundo antiguo. Consecuentemente, al proceder de las capas más profundas de lo
inconsciente, el sueño parece referirse a las antiguas imágenes femeninas del Destino.
Para los griegos, el Destino tenía la forma de mujer, y lo representaban bajo la triple
manifestación de la Luna a la que denominaban Parcas. Las Parcas eran tres mujeres,
vestidas de blanco y engendradas por la Noche, llamadas: Cloto, Láquesis y Átropo. Al
triple rostro de la diosa luna también se lo conoce como las Moiras. Ellas son hijas
partenogenéticas de la Gran Diosa Necesidad, que recibía el nombre de “el implacable
Destino”. Según Robert Graves12, el mito de las Moiras, o de las Tres Parcas, se basa en
la costumbre de tejer las marcas de la familia o del clan en los pañales de los recién
nacidos. Esta última idea sugiere que el destino está vinculado a “ciertas marcas”
familiares, es decir, a lo que hoy llamaríamos herencia familiar. De modo que, la
herencia genética sería el correlato moderno de las Parcas. En cierto sentido, todos los
seres humanos dependemos de nuestros instintos y no nos podemos sustraer a sus
efectos, por más que utilicemos toda suerte de artimañas apotropaicas o enarbolemos la
bandera del libre albedrío y del poder de la fuerza de voluntad. De igual modo, tampoco
podemos sustraernos al paso del tiempo, ni a la muerte. Y esto lo representan los
antiguos mediante los nombres asignados a las Parcas: Cloto, la más joven, la luna
creciente, es la “hilandera”; Láquesis, “la medidora” y “Átropo”, “la que no puede ser
evadida o rechazada”; aluden, las tres, a las fases lunares: la luna creciente es su aspecto
fértil de doncella, como la primavera, el primer período del año; la luna llena es la diosa
Ninfa del verano, que representa el segundo período vital; la luna nueva, de siniestra
oscuridad, es la anciana del otoño o último período vital. Tan es esto así, que el nombre
Moira significa “fase” o “parte”. A las Parcas también se las conocía como Erinias, o
Euménides, nombre éste último que significa “las bondadosas”, en un intento
apotropaico destinado a adularlas, con el fin de soslayar su temible cólera. Se trata de la
personificación de fuerzas primitivas que no reconocen autoridad alguna, y que no
tienen más ley que ellas mismas. Se las representa como genios o daimones alados, con
serpientes en sus cabelleras y llevando antorchas o látigos en las manos. Imagen que
recuerda, inmediatamente, a la Gorgona Medusa o a Cerbero, el perro de tres cabezas.
Se dice que cuando se apoderan de una víctima, la enloquecen y la torturan de mil
maneras ¿acaso no es esto lo que nos sucede cuando somos presa de nuestros instintos?
¿Acaso no se apodera del individuo una especie de daimon al encolerizarse o cuando es
presa de un deseo compulsivo, como el deseo sexual o cuando lo posee un arrebato de
violencia incontenible, pese a las nefastas consecuencias de semejantes actos?

A menudo se las compara con “perras” que persiguen a los humanos, como los perros
de Acteón que fueron enloquecidos por Artemisa, la virgen negra. La mansión de las
Erinias es la Tiniebla de los Infiernos, denominada Érebo. Así, las Erinias, las Moiras,
las Parcas, las Nornas o las Valquirias, encarnan la idea de una ley inquebrantable.
Incluso prohíben o impiden que los dioses acudan en auxilio del héroe en el campo de
batalla cuando ha llegado su “hora”. Y, justamente, las Horas son sus hermanas, hijas
todas de la Noche y divinidades de las estaciones. Las Horas son, también, tres:
Eunomia, Dice y Eirene, cuyos nombres significan Disciplina, Justicia y Paz. Los
atenientes las llamaban Talo, Auxo y Carpo nombres que evocan las ideas de brotar,
crecer y fructificar. Por tanto, las Horas presentan un doble aspecto: como divinidades
de la naturaleza presiden el ciclo de la vegetación; como divinidades del orden, (hijas de
Temis, la Justicia) aseguran el equilibrio social. Sólo posteriormente las Horas
representaron las horas del día. Estos atributos sugieren que nos hallamos ante la
antigua deidad femenina, la Gran Diosa, quien personificaba la Vida como energía
indestructible que, al igual que la luna, va desapareciendo de una forma para reaparecer
en otra, aunque, como en el caso de la luna nueva, resulte inmediatamente
imperceptible. De hecho, el mismo Jung relaciona a las matronas con las Moiras,
puntualizando que la imagen de la madre acaba por convertirse en el símbolo del mundo
(interior) entero13.

Todos estos símbolos relacionados con el Destino tienen un aspecto ambivalente. Por
ejemplo, son diabólicos la bruja, el dragón, la serpiente, la ballena o cualquier animal
devorador, la fosa, el sarcófago, las profundidades abismales, el infierno, las tinieblas,
las pesadillas, los duendes, los trolls, etc. Las transformaciones mágicas, la muerte y el
renacimiento tienen lugar en el reino de la Madre, de la Gran Diosa, quien gobierna el
mundo infernal y a todas sus criaturas. Una descripción muy elocuente de la Madre
Terrible, o del anima negativa, nos la ofrece Baltasar Gracián, si bien lo hace en forma
de proyección:

«Fue Salomón el más sabio de los hombres y fue el hombre a quien más engañaron las
mujeres, y con haber sido el que más las amó, fue el que más mal dijo de ellas,
argumento de cuán gran mal es del hombre la mujer mala, y su mayor enemigo, más
fuerte es que el vino, más poderosa que el Rey y que compite con la verdad siendo toda
mentira. Más vale la maldad del varón que el bien de la mujer, dijo quien más bien dijo,
porque menos te hará un hombre que te persiga que una mujer que te siga. Mas no es un
enemigo sólo, sino todos en uno, que todos han hecho plaza de armas en ella; de carne
se compone para descomponerle, el hombre la viste, que para poder vencerle a él se
hizo el mundo de ella, y la que el mundo se viste del demonio se reviste en sus
engañosas caricias. Gerión de los enemigos, triplicado lazo de la libertad, que
difícilmente se rompe, de aquí sin duda procedió el apellidarse todos los males hembras:
las furias, las parcas, las sirenas y las harpías, que todo es una mujer mala. Hácenle
guerra al hombre diferentes tentaciones, en sus edades diferentes, unas en la mocedad y
otras en la vejez, pero la mujer en todas. Nunca está seguro de ellas: ni mozo, ni viejo,
ni sabio, ni valiente, ni aun santo; siempre está tocando al arma este enemigo común y
tan casero que los mismos criados del alma la ayudan, los ojos franquean la entrada de
su belleza, los oídos escuchan su dulzura, los labios la pronuncian, la lengua la vocea,
las manos la atraen, los pies la buscan, el pecho le suspira y el corazón la abraza. Si es
hermosa, es buscada; si fea ella busca; y si el Cielo no hubiera prevenido que la
hermosura fuera de ordinario trono de la necedad, no quedara hombre a vida, que la
libertad lo es14...»

Sin embargo, de ahí proceden también los animales benéficos, aquellos que auxilian al
héroe cuando su vida o su libertad corren serio peligro. Quizás no sea superfluo decir
que la relación con la madre biológica está teñida por estas imágenes, de manera que la
percepción que se tenga de ella está vinculada al modo en que vivimos nuestro destino.
Dado que allende la madre está la matrona, bajo el ropaje de la relación con la madre
real nos topamos con las ideas de “origen”, “destino”, “útero”, “cueva”, o sea, con las
profundidades de lo inconsciente colectivo. Y este argumento es válido para ambos
géneros.

En la mujer del sueño descubrimos, además, una alusión directa a la astrología, siendo
ésta una conspicua parcela del Destino. Heimarmene, la compulsión planetaria, así
como el término fatum, o fatalidad, apuntan a la ley natural que gobierna los cielos y la
tierra. Y el anima está indicándole al soñante que es parte de su destino conocer esa ley
inquebrantable. No en balde, la palabra horóscopo significa consideración de la hora y,
como hemos apuntado, las Horas eran hermanas de las Moiras.

Volvemos a descubrir la imagen del Destino en el sueño de otro hombre moderno, que
paso a relatar a continuación:

“Voy a visitar a una anciana que me recuerda a mi abuela. Ella me regala un reloj
precioso y muy lujoso y la digo que no era menester haber gastado tanto dinero en aquel
regalo, pero estoy muy feliz y se lo agradezco con una gran sonrisa dibujada en mi
rostro.”

El sueño es tan explícito que apenas requiere interpretación. Esboza una vida colmada
de buena Fortuna15, o sea, la Diosa regala al soñador una Vida plena, siempre que siga
el camino “dictado” por su vocación, o el plan inherente que brota de sus honduras.
Durante las sesiones previas al sueño, el analizado, a quien llamaremos Fernando, fue
relatando su biografía por lo que el contexto del sueño me era conocido. Al parecer,
Fernando tuvo la suerte de contar con la ayuda de una mujer anciana que reorientó el
curso de su destino, en un momento decisivo de su vida. Así, el reloj lujoso representa
la Vida a la que tenía acceso, tras su encuentro con aquella anciana (la imagen externa
del Destino). He ahí el rostro benévolo de las Erinias. Sin embargo, esto no debe
conducirnos a conclusiones precipitadas, dado que un encuentro con el Destino, como el
que se perfila en el sueño, provoca una transformación completa en la orientación y en
la vida de una persona. No hay parcela alguna de la vida individual que no se vea
radicalmente alterada tras semejante encuentro. De modo que, con una vida “colmada
de buena fortuna”, no debe interpretarse que todo irá “miel sobre hojuelas”. Antes al
contrario, como bien sabemos, la individuación es un camino sumamente difícil,
plagado de retos y batallas que ganar y de obstáculos que sortear. Un sendero que
conduce directamente a la boca del lobo, a las fauces de la bestia, a la serpiente
venenosa que amenaza con paralizar toda energía masculina, al enfrentamiento con el
dragón que escupe fuego por la boca; en definitiva, una incursión en los peligrosos
dominios de la Diosa.

Ya habíamos indicado antes que el Destino se presenta bajo la forma de una mujer y
tiene mucho que ver con la herencia familiar. En este sentido, Liz Greene afirma lo
siguiente:

“Perhaps one of the reasons why there is an inevitable association between fate and the
feminine is the inexorable experience of our mortal bodies. The womb that bears us, and
the mother upon whom we first open our eyes, is in the beginning the entire world, and
the sole arbiter of life and death… Our bodies are at one with our mothers´ bodies
during the gestation that precedes any independent individuality. If we do not remember
the intra-uterine state and the convulsions of the birth passage, our bodies do, and so
does the uncounscious psyque. Everything connected with the body therefore belongs to
the world of the mother –our heredity, our experiences of physical pain and pleasure,
and even our deaths. (…) The feminine fate, which we have been exploring, is, in a
sense, the psychic parallel to the genetic patterns inherited from the family line. Or, in a
broader sense, it is the archetypal image for the most primitive instinct that coil within
us. (…) Fate and heredity therefore belong together, and the family is one of the great
vessels of fate16.”

En la misma línea, Jung sostiene:

“Tengo la viva impresión de que estoy bajo la influencia de cosas o interrogantes que
quedaron sin respuesta para mis padres y abuelos. Muchas veces me pareció que en una
familia existía un “karma” impersonal que se transmitía de padres a hijos. Me lo pareció
siempre, como si hubiera de dar respuesta a cuestiones que se plantearon a mis
antepasados, sin que ellos pudieran responderlas, o como si debiera terminar o proseguir
cosas que el pasado dejó inconclusas. A este respecto es muy difícil saber si estas
cuestiones tiene un carácter más personal o más general. A mí me parece que se trata de
lo segundo. Un problema colectivo aparece siempre -mientras no se le reconoce como
tal- como problema personal, y despierta, en un caso dado, la ilusión de que en el
terreno de la psique personal algo no está en regla. (…) Por lo tanto, las causas del
desarreglo deben buscarse en tal caso no en el ámbito personal, sino más bien en la
situación colectiva17. “

Sin embargo, la cuestión de la línea causal de un “Karma impersonal” parece que es una
ilusión, una apariencia inmediata de algo que simula estar allende la herencia familiar.
Verdaderamente, nos hallamos ante una cuestión que no admite una respuesta unívoca,
sino, más bien, paradójica o ambivalente. Puesto que es cierto que somos el producto de
nuestros antepasados, nuestro cuerpo es el resultado de la herencia genética familiar.
Pero, al tiempo, más allá de la herencia, topamos con los arquetipos. Entonces, ¿nuestra
psique es el resultado de conflictos y problemas que desbordaron las capacidades de
nuestros antepasados? ¿Acaso no sea sino el reflejo del estado al que el individuo llegó
en una vida pasada? O, tal vez, ¿No será que ambas cosas son ciertas? El mismo Jung
admitía no disponer de una respuesta satisfactoria a esta cuestión esencial:

“La idea del karma no debe separarse de la idea del renacer. La cuestión decisiva es si el
karma es personal a un hombre o no. Si la determinación del destino, con la que un
hombre entra en la vida, representa el resultado de acciones y realizaciones de la vida
pasada, existe entonces una continuidad personal. En otro caso se concibe un karma en
cierto modo como un nacimiento, de suerte que se encarna nuevamente sin que subsista
una continuidad personal. (…) No conozco respuesta alguna a la cuestión de si el
karma, que yo vivo, es el resultado de mi vida pasada o es quizás el patrimonio de mis
antepasados, cuya herencia coincide en mí. ¿Soy una combinación de vida de los
antepasados y encarno nuevamente su vida? ¿He vivido anteriormente como
personalidad determinada y llegué en aquella vida tan lejos que puedo ahora intentar
una solución? No lo sé18.”

Liz Greene se plantea la misma pregunta y su respuesta es igualmente paradójica:

“Los conflictos inconscientes irresueltos se manifiestan en el niño en forma de herencia


psíquica. En la vida adulta este secreto vínculo entre el inconsciente del niño, ahora
mayor, y la herencia inconsciente de los padres permanece tan potente como siempre.
(…) Vamos a considerar este punto con más detenimiento ya que (…) el trabajo con
estos problemas familiares afecta (…) a los otros miembros de la familia. Es como si la
unidad esencial del psiquismo de la familia se hiciera evidente en un individuo que
tomara sobre sí la responsabilidad de asumir los complejos familiares. La unidad
sustancial de la familia no muere con la muerte física de los padres porque estos siguen
permaneciendo vivos como imágenes en el psiquismo del hijo. Los “ancestros” siguen
siendo la herencia viva del mismo modo que la herencia genética permanece viva en el
cuerpo y va pasando de generación en generación. (…) Sin embargo, el tema de la
“herencia” de los factores psicológicos es un asunto problemático porque supone una
contradicción aparente (yo diría, más bien, una auténtica paradoja). (…) Esto evidencia
un problema (…) terapéutico (y) también desde el punto de vista filosófico o, en otras
palabras, desde el punto de vista del destino. Si las experiencias dolorosas de la vida
están “causadas” por los padres, sea por su conducta abierta o, (…), por medio de
conflictos inconscientes que afectan al niño vía identificación inconsciente con los
padres, el hecho de traer un niño al mundo supone una acción de enorme
responsabilidad. Sin embargo, es dudoso que los padres asuman totalmente su
responsabilidad. (…) Sin embargo, hay otro modo de considerar esta herencia familiar
que aparentemente es opuesta (…) Las figuras de los padres, los dilemas y conflictos
inconscientes que llevan en sí y que transmiten a sus hijos y la naturaleza intrínseca del
matrimonio parental ya están presentes como imágenes en el horóscopo de nacimiento
(en lo inconsciente, podríamos decir). En otras palabras, hay un a priori inherente desde
el comienzo… A consecuencia de esta predisposición innata a experimentar a los padres
a través de la perspectiva del propio psiquismo del individuo la “herencia” no es sólo
causal. (…) No hay la menor duda de que existe una relación, e incluso una
confabulación entre los padres objetivos y la imagen interna de los mismos19.”
Como también apunta Liz Greene, el individuo debe enfrentarse a su herencia tomando
consciencia de y trabajando con esos patrones interiores, los arquetipos, como
constituyentes del destino familiar que él encarna. Podríamos explicar la herencia
familiar como una unión interrelacionada de varios factores, unos causales y otros
acausales:

1. Factores causales:

 Los correspondientes a la atmósfera inconsciente (y, por supuesto, también


de las actitudes conscientes adoptadas por los progenitores) que emana de
todos aquellos miembros de la familia que han estado en contacto directo
con los hijos.

 Las influencias peri-natales o intrauterinas que, especialmente los padres,


han tenido sobre el infante durante todo el proceso de gestación (tanto a nivel
físico, cuanto emocional, o sea, psíquico).

2. Factores acausales:

 La impronta arquetípica que el niño parece albergar como predisposición innata


y que proyecta en las figuras parentales.
4. HERENCIA Y DESTINO
4.1 Algunas consideraciones concernientes a los factores causales
involucrados en la herencia

En otro lugar, ya apunté la importancia que tiene el ambiente familiar que rodea a la
madre embarazada, así como la propia disposición de la misma con respecto al nonato,
en el modo en que el niño, y luego el adulto, percibirá el mundo, trasladando vía
inconsciente los conflictos y vivencias del entorno que le rodea. Los comportamientos
de los familiares que circundan al niño (y al feto, en la madre embarazada) dependen de
un conglomerado inextricable de factores sistémicos, entre los que se incluyen el
carácter de las personas, su nivel cultural, su educación, su posición social, sus
opiniones, los conflictos no resueltos, sus miedos inconscientes y, en general, aquello
que pretenden mantener oculto a los ojos de los demás. Todos estos componentes
conforman el sistema familiar que rodea al bebé, formando una intrincada maraña que
configura la actitud de la madre y sus allegados hacia el niño, de la cual, en pocas
ocasiones, son plenamente conscientes. De hecho, con demasiada frecuencia las
intenciones conscientes, con respecto a los niños, y el comportamiento inconsciente
difieren en no poca medida.

Por tanto, la comunicación no verbal tiene una influencia decisiva en la conducta del
infante y en la creación de un yo consciente. Las experiencias en esta época pueden
marcar profundamente al niño (y al feto). Como no es consciente de ello, le resultará
imposible sustraerse a su influencia y marcará profundamente su desarrollo futuro como
adulto. Y, por lo común, lenta y dificultosamente llegarán a tomar consciencia, ya de
adultos, de los conflictos mamados en sus primeros años (y, también, durante el proceso
de gestación). A menudo encontramos que muchos adultos reproducen
comportamientos que quedaron grabados en su inconsciente, durante los primeros años
de su infancia. Sólo después de un largo y penoso período de terapia serán capaces de
extraer a la luz de la consciencia dichos conflictos, problemas o influencias negativas.
Motivo por el cual ya Jung20 insistiera en que “los padres que yugulan con sus críticas
todos los arranques emocionales independientes de hijos e hijas, que con erotismo y
tiranía afectiva mal disimulados miman a sus hijas, manteniendo bajo su tutela a los
hijos e introduciéndolos a la fuerza en determinados oficios para casarlos al final
“convenientemente”; o esas madres que ya en la cuna excitan a sus hijos con insana
ternura, para después hacer de ellos muñecos serviles, y que, finalmente, escudriñan
celosamente el erotismo de la descendencia (…) No saben lo que hacen, y no saben que,
puesto que están sometidos a esa constricción, la transmiten a sus hijos, esclavizándolos
a los padres y a lo inconsciente. Tales hijos portarán durante bastante tiempo la
maldición transmitida de los padres, aun cuando éstos hayan muerto hace mucho. (…)
La inconsciencia es el peccatum originale.”

En este sentido, desearía presentar algunos fragmentos de un trabajo del que he tenido
conocimiento recientemente y que resulta altamente ilustrativo, puesto que coincide con
lo ya expuesto por mí, yendo un paso más allá al servirse de los recientes
descubrimientos en el área de la neurobiología, concernientes a las relaciones entre el
embrión y el feto, en el interior de la madre gestante, y su entorno (interior y exterior),
así como de las consecuencias que se derivan de las mismas en el desarrollo del cerebro
humano y, también, de su psique. Así, Reiner María Kohler, en su artículo Archetypes
and complexes in the Womb, afirma lo siguiente:

“The fertilizad egg (zygote) with the DNA of the two parents does not contain a
determinative program for the growth and development of the fetus, but only a range of
options of how the development might proceed depending on the environment of the
motherly womb, both physically and emotionally. The environment of the womb
includes the actual physical container, the influences of the mother´s physical and
emocional functioning and the outside influences which are constellated in the mothers
life, including the father and other people who interact with the mother. (…) Learning
by the child does not begin only at birth, but begins immediately after conception. Quite
possibly, a human being learns more in the first nine months (during pregnancy) than in
the entire remainder of life. Furthermore, this learning does not occur in a vacuum but is
embedded in the relationship within and without the embryo and fetus; within are the
ever changing relationships of the various cells and cell aggregations including organs,
and without are the relationships of the fetus to the mother and the people to whom she
relates. This means, most importantly, that we, the adults –be we more or less “adult”-
do and can have an influence on what and how the fetus learns”.

La toma de consciencia del inconsciente personal, es decir, de todos aquellos conflictos


que tienen que ver con la biografía del individuo es el primer paso en el proceso de
individuación. Una vez atravesada esta primera etapa, y tras profundizar en el análisis
de lo inconsciente, topamos con un ámbito que no tiene relación alguna con las
experiencias biográficas y que recibe el nombre de inconsciente colectivo. Jung21 lo
expresa del siguiente modo:

“Una capa, en cierto modo superficial, de lo inconsciente es sin duda alguna personal.
La designamos con el nombre de inconsciente personal. Pero esa capa descansa sobre
otra más profunda que ya no procede de la experiencia personal ni constituye una
adquisición propia, sino que es innata. Esa capa más profunda es lo así llamado
inconsciente colectivo.(…) Los contenidos de lo inconsciente personal son ante todo los
llamados complejos sentimentalmente acentuados, que forman la intimidad personal de
la vida anímica. Los contenidos de lo inconsciente colectivo, por el contrario, son los
llamados arquetipos (…) los arquetipos no están determinados en el contenido sino
únicamente en la forma, y esto último sólo de modo muy relativo. Un arquetipo está
determinado en su contenido cuando es consciente y por lo tanto ha sido rellenado con
el material de la experiencia consciente. Su forma, en cambio, (…) se puede comparar
con el sistema de coordenadas de un cristal, sistema que en cierto modo predetermina la
formación del cristal en la lejía madre, sin poseer él una existencia material. Ésta sólo
aparece en tanto en cuanto cristaliza los iones y luego las moléculas.”

El Dr. Kohler, en su mencionado artículo, relaciona el resultado de las últimas


investigaciones en el campo de la neurobiología, sintetizadas por Gerald Hüther y Inge
Krens en su libro Das Geheimnis der resten neun Monate. Uniere frühesten
Prägungen22, con la psicología analítica. Más concretamente, el Dr. Kohler encuentra
una equivalencia clara entre las pautas neurológicas heredadas genéticamente y los
arquetipos descritos por Jung, incidiendo especialmente en la importancia de la
influencia perinatal. Así, sostiene que:
“It seems to me that the original (neuronal) switches and (synaptic) connections out of
the (range of) neuronal switching possibilities and synaptic connection opportunities
which are available in (the child´s) brain are the inherited genetic neuronal patterns
which become the archetypes when some of these patterns are select(ed), firm(ed) up,
(…) anchor(ed) and ground(ed) in the form of inner representations when the child is
influenced by and reacting to the accumulated knowledge, feelings, experiences,
abilities and aptitudes from his mother, from his father, and from all the people in his
culture.”

Según el Dr. Kohler, el conjunto de originarias activaciones neuronales y conexiones


sinápticas disponibles en el cerebro humano (del niño) se convierten en arquetipos al ser
seleccionados, reafirmados y afianzados, es decir, influidos por el ambiente que rodea al
niño, adquiriendo la forma de representaciones internas23. Desde mi punto de vista,
existe una clara analogía entre el funcionamiento cerebral descrito por Kohler y el
modo en que se constelan los arquetipos de lo inconsciente colectivo. A fin de cuentas,
los arquetipos no son sino formas de representación heredadas. Lo que significa que es
la forma la que se hereda, no el contenido (la imagen simbólica) en sí. No hay que
olvidar que el arquetipo es el modelo instintivo congénito y preexistente, análogo a la
pauta de conducta en los animales. Ahora bien, aún conviniendo con Kohler en que, en
efecto, ciertas condiciones ambientales particulares parecen activar ciertas pautas
arquetípicas, incluso durante el período de gestación, esto no explicaría por qué lo
contrario también es cierto, y la activación o constelación arquetípica parece precipitar o
atraer determinadas condiciones ambientales.

Las afirmaciones del Dr. Kohler se refieren, principalmente, al ámbito de la herencia


genética, apuntando directamente al aspecto más genuino con el que se presenta el
Destino: el reino de la materia (mater = madre). El Destino se experimenta a través del
organismo como predisposiciones hereditarias a sufrir determinadas enfermedades, por
ejemplo, y que nuestra conciencia y nuestros abnegados esfuerzos son incapaces de
modificar. Los instintos son patrimonio de la familia, ligados a ella y, en un sentido más
general, forman parte de un conjunto mayor de instintos que le son privativos a la
especie humana. Y las pautas neuronales heredadas genéricamente tal vez constituyan la
base genética de transmisión de los arquetipos.

Sin embargo, las Horas, como hemos indicado, exhiben un doble aspecto: uno natural y
el otro de orden social. Estos dos carices se corresponden con los dos rostros del
dinamismo inconsciente: instinto y arquetipo. El primero es el determinante de la
conducta física o natural, mientras que el segundo es el modo de ordenación del
material inconsciente, determinante de la percepción psíquica y de la experiencia vital.
El arquetipo es el correlato psíquico del instinto, presentándose a la consciencia en
imágenes simbólicas. Así, resulta que no es posible transgredir nuestros límites
naturales, en tanto que no podemos sustraernos a la acción del instinto o del arquetipo.
Séneca expresa esta misma idea en su epístola XI a Lucilio, intitulada “La sabiduría no
corrige los movimientos naturales”:

“(…) ninguna sabiduría puede borrar nuestras imperfecciones naturales; lo que aparece
inscrito en nosotros congénitamente, el arte puede suavizarlo, pero no extirparlo (…) De
estas cosas no pueden protegernos ni las lecciones ni la práctica, pues la Naturaleza nos
revela en ello su imperio; (…) Todo aquello que nos procura la ley del nacimiento o el
temperamento del cuerpo no nos abandonará por más que el alma trate por largo tiempo
y con toda energía de desasirse de ello. No hay ninguna de estas cosas que pueda
evitarse, ni tampoco que pueda provocarse (…) son cosas que se gobiernan solas;
vienen sin orden nuestra, y sin orden nuestra se van.”

La imagen arquetípica es el modo en que se enviste el arquetipo y, por tanto, el modo en


que se experimenta psíquicamente el instinto. Son las imágenes simbólicas de lo
inconsciente colectivo el cariz primigenio de la ley inmutable inherente a la Vida, de la
energía indestructible simbolizada antaño con la imagen de la Gran Diosa, siendo las
Moiras o las Parcas sus representantes más conspicuas. Llegados a este punto, quizás
sea conveniente utilizar el símil del que se sirvió Jung para intentar explicar el
funcionamiento dual o paradójico de la psique. Así, si comparamos la psique humana
con la luz nos percatamos de su analogía: la luz se comporta de un modo paradójico,
como onda y como corpúsculo o partícula; de igual modo, la psique actúa como
materia, que se manifiesta en las pulsiones o instintos, y el equivalente de la onda sería
el arquetipo. De esta suerte, si asimilamos la psique al espectro lumínico, en un extremo
ubicaríamos la radiación infrarroja y en el opuesto la radiación ultravioleta. La radiación
IR sería el equivalente al cuerpo físico y, por tanto, a los instintos; la radiación UV
atañería al inconsciente colectivo y, por ende, a los arquetipos. El ego se encontraría en
un lugar intermedio (anima inter bona et mala sita), pudiéndose desplazar (o, lo que
sucede con frecuencia, ser abrumado por) hacia uno u otro lado24. Cuando lo hace hacia
el flanco de los instintos, nos encontramos en el ámbito de las pulsiones (sexo,
nutrición, etc.). Si el desplazamiento tiene lugar hacia el lado de los arquetipos,
entonces éstos se manifiestan en ideas delirantes, imágenes simbólicas, fantasías, etc.
Nada sabemos del lugar del que proceden dichas fantasías, como tampoco nos es
conocido el origen preciso del instinto, salvo, tal vez, que es un legado genético, y,
siendo rigurosos, sólo podemos observar sus manifestaciones. Lo que sí es factible
afirmar es que desde la banda de los procesos físicos, instintivos, hasta la banda de los
procesos arquetípicos, simbólicos, hay toda una gama intermedia que conecta, de algún
modo, a uno y otro aspecto dándose, incluso, manifestaciones mixtas como son las
conocidas enfermedades o dolencias psicosomáticas.

Por lo tanto, aunque consideremos la herencia genética, el asunto crucial sigue sin
aceptar una respuesta unívoca. La casuística familiar incluye todos estos integrantes, de
eso no cabe duda. Ahora bien, ¿cómo explicar la confabulación existente entre los
patrones arquetípicos del individuo y sus experiencias, tanto intrauterinas o perinatales,
cuanto biográficas? He ahí el auténtico meollo de la cuestión.

La experiencia enseña que los niños reaccionan, ante todo, a la atmósfera inconsciente
que se respira en el ambiente familiar, antes que a los argumentos racionales y a las
directrices conscientes. En cierto modo, son vulnerables a la influencia que ejercen los
miembros adultos que lo rodean. Y son los niños más sensibles quienes perciben,
inconscientemente, todo aquello que sus progenitores mantienen oculto. Por eso, Jung
mantiene que:

“El niño participa tanto de la atmósfera psíquica de sus padres hasta el punto de que los
secretos y los problemas irresueltos entre ellos puede afectar profundamente a su salud.
La participación mystique, es decir, la primitiva identidad inconsciente del niño y sus
padres supone que el niño sienta y sufra los conflictos de sus padres como si fueran sus
propios conflictos. Casi nunca son los conflictos abiertos o manifiestos los que tienen
un efecto negativo, sino sobre todo la falta de armonía reprimida y negada por los
padres. La primera causa real de toda perturbación neurótica es, sin excepción alguna, el
inconsciente. Son las cosas difusamente sentidas por el niño, la atmósfera opresiva de
aprensión y autocontrol las que van invadiendo lentamente la mente del niño como un
venenoso vapor y las que terminan destruyendo la seguridad de su adaptación
consciente25.”

Esa inmersión del niño en la atmósfera inconsciente del medio que lo rodea, durante la
fase mágica, lo hace participar de toda la información que fluye en dicho entorno. Esa
zambullida constituye la conditio sine que non para que se produzca una comunicación
telepática entre la madre y el niño. Especialmente con la madre, o con la figura materna,
esto es muy común. Y ello es así porque el niño, en esos primeros años, es incapaz de
comunicarse conscientemente para expresar sus deseos o necesidades.

Este vínculo telepático va desapareciendo, a medida que el niño crece y se desapega de


sus padres, para ir formando, gradualmente, un yo regente. La conexión va perdiendo su
función vital y su actividad. Karen Hamaker-Zondag26 explica éstas y otras
experiencias, que ha tenido ocasión de confirmar en su práctica psicológica. Según esta
autora, existe un “cordón umbilical psíquico” que une al niño con su madre. Este
cordón, en realidad, es extensible al resto del ambiente que rodea al niño.

Por lo tanto, no sólo a través de la madre se generan esas influencias inconscientes sino,
también, por mediación de las personas que se ocupan regularmente del niño. De hecho,
pueden producirse trasvases, desde lo inconsciente de los parientes, influyendo
poderosamente en el desarrollo de la psique del niño. Y esto, como el Dr. Kohler
apunta, también sucede durante el desarrollo perinatal del niño.

Algunos astrólogos han apuntado que el sector o la casa XII se relaciona con las
experiencias prenatales. Así, durante su desarrollo, el embrión no sólo sería afectado por
la alimentación que la madre ingiera o del tipo de actividad física que realice, sino,
también, por la propia actitud que esta adopte para con el hijo y para con la vida. Las
actitudes y vivencias de la madre son transmitidas al hijo, de modo que acaban por
quedar grabadas en lo inconsciente (Sasportas, 1987). Por ejemplo, una madre
angustiada por su situación o cuyo embarazo no es deseado, adoptando una actitud de
resignación, transmitirá al hijo dicha información. Así, es muy probable que este nazca
con un sentimiento de falta de valía, de no ser querido y tenderá a no darse su lugar en
la sociedad. Es como si se creara la condición propicia para la formación de un fuerte
complejo de inferioridad. De modo que las experiencias que el niño reciba las tomará
como si el mundo exterior lo despreciara.

El Dr. Kohler ha realizado un excelente trabajo de síntesis al correlacionar los


arquetipos con los patrones neuronales heredados, lo que arroja algo de luz al intrincado
y complejo tema del destino. La influencia materna en el niño no se limita al período
biográfico, como vemos, sino que actúa ya a un nivel intrauterino. Además, no sólo
afecta el estado físico y emocional de la madre, primero en el embrión y luego en el
feto, sino, también, influyen en él, tanto los hábitos insalubres, como el consumo de
alcohol, tabaco u otras drogas, cuanto las actitudes y conflictos que embargan a los
miembros más próximos de la familia. De ello se desprende que la vida psíquica del
individuo es un conglomerado de arquetipos (patrones neuronales)/instintos heredados
de sus progenitores. Así, los conflictos y las cuestiones que los antepasados no han
conseguido solventar se van transmitiendo, de generación en generación, hasta
materializarse en un verdadero problema que acaba, finalmente, por mostrarse bajo la
forma de una neurosis o de una psicosis, por ejemplo.

En la misma línea, Stanilav Grof, pionero en la psicología transpersonal, sugiere la


existencia de un reino perinatal en lo inconsciente. En él se encuentran las experiencias
vividas durante el proceso de gestación del niño. El término perinatal tiene un origen
grecolatino compuesto por el prefijo peri que significa “cerca, próximo” o “alrededor”,
y la palabra natalis “peteneciente al nacimiento”. Por lo tanto, el término perinatal hace
referencia al proceso biológico que tiene lugar poco antes, durante o justo después del
momento del nacimiento. Los trabajos de exploración de los estados no ordinarios de
conciencia, parecen proporcionar una evidencia indiscutible de recuerdos de
experiencias perinatales, almacenadas en nuestro psiquismo. Este nivel o estrato de lo
inconsciente constituiría una especie de bisagra entre las experiencias extrauterinas y,
por lo tanto, biográficas, y aquellas que pertenecen al ámbito de lo inconsciente
colectivo27.

4.2 Los factores acausales y lo inconsciente colectivo

Para el Dr. Köhler, como hemos visto, el ambiente que rodea el desarrollo ontogénico,
en el interior del útero materno, comenzando por la propia madre (su estado de ánimo,
los complejos afectivamente cargados que actúen en ella, los arquetipos constelados
durante todo el proceso de gestación) pasando por el padre y las personas que, de un
modo u otro, han estado en contacto con la madre (tanto familiares cuanto foráneos)
influye en la constelación arquetípica, primero del feto, y, después, del niño. En cierto
sentido, el sistema psíquico que forma parte de un individuo, y que la astrología
representa mediante el mandala que es el horóscopo, sería un reflejo –al menos en parte-
de esa situación ambiental originaria. En otras palabras, el desarrollo del cerebro
humano y de su psique se ven altamente influenciados por las condiciones ambientales
imperantes durante el período de gestación, desde el mismo momento en que se produce
la fecundación. De igual modo, se podría afirmar que del conjunto total de posibles
conexiones sinápticas y activaciones neuronales (patrones filogenéticos de conducta o
arquetipos de lo inconsciente colectivo), se acaban activando o constelando (o como
gustan en llamar los biólogos, seleccionando) los relacionados con la familia y la
cultura en la que el niño ha nacido (el ambiente que lo rodea). Según este planteamiento
causal el medio ambiente ejerce una tremenda influencia en el genotipo psíquico del
individuo. En la clásica fórmula que utilizan los genetistas para explicar el fenotipo,
genotipo + ambiente, el segundo factor de la suma adquiere para Kohler una
importancia sobresaliente.

Ahora bien, no es menos cierto que el niño ya porta en su sistema psíquico toda una
constelación arquetípica y que dicha constelación se relaciona sincronísticamente, tanto
con los miembros más próximos de su familia, cuanto con el modo en que experimenta
su entorno familiar. Esto significa que cuando se profundiza lo suficiente en lo
inconsciente personal nos topamos con una larga cola de dragón, que nos conecta con la
serie filogenética de nuestros antepasados, con los arquetipos, precisamente con lo
inconsciente colectivo psicóideo. Y, una vez superados los conflictos que la sombra
familiar plantea, el individuo ha de bregar con las imágenes primigenias que emergen
de lo inconsciente colectivo.

Liz Greene expresa esta misma idea del siguiente modo:

“No hay la menor duda de que existe una relación, e incluso una confabulación entre los
padres objetivos y la imagen interna de los mismos. (…) Puede decirse, y esto es lo que
afirmo tras mi experiencia de muchos casos, que la percepción que el niño tiene de su
madre está teñida por su propia proyección hasta el punto de que el niño puede
manifestar precisamente aquellas cualidades que le reprocha. (…) La conducta y el
sentimiento, consciente o inconsciente, puede forzar a la madre a asumir el defecto más
crítico de su propia naturaleza manteniendo una conducta negativa hacia su hijo por
razones que escapan a nuestra capacidad de comprensión y que pueden ocasionar un
considerable sufrimiento y culpa tanto al hijo como a la propia madre. (…) Estas
imágenes míticas son su destino y el sujeto debe afrontar la necesidad de trabajar con
ellas durante su vida.28”

Khalil Gibrán lo expone en un bellísimo lenguaje:

“Y esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros corazones:

El asesinado no es irresponsable de su propia muerte.


Y el robado no es libre de culpa por ser robado.
El justo no es inocente de los hechos del malvado.
Y el de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace.
Sí; el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y, aún más a menudo, el
condenado es el que lleva la carga del sin culpa.
No podéis separar el justo del injusto, ni el bueno del malvado.
Porque ellos se hallan juntos ante la faz del sol, así como el hilo blanco y el negro están
tejidos juntos.
Y, cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe examinar toda la tela y examinar
también el telar29.”

Este es el modo opuesto de considerar el asunto de la herencia y del destino. Según este
enfoque, existe un a priori en el niño, que luego se convertirá en adulto, y que actúa por
detrás de las bambalinas. Así, como dice K. Gibrán, padres e hijos participan de la
misma madeja, del mismo telar cuyos hilos conforman la sustancia psíquica de toda la
familia. Los arquetipos actúan por detrás del umbral de la consciencia, de manera que el
individuo proyecta en los padres reales determinadas características que sólo
parcialmente tienen una relación objetiva con ellos. Por consiguiente, la herencia
genética no es sólo un asunto causal. En astrología, los padres arquetípicos y, por ende,
el modo en que se experimentará a los padres biológicos vienen simbolizados por la
posición del Sol y de la Luna en la carta natal, así como por las casas X y IV30.
Asimismo, la casa XII nos proporciona información sobre el sustrato psíquico del que
participan todos los miembros de una familia. Sería algo así como la puerta de acceso al
mundo de los ancestros, a lo inconsciente colectivo. Como me he ocupado en otro lugar
de los factores acausales que se relacionan con la herencia familiar, así como del
simbolismo astrológico de la casa XII, aquí sólo me limito a hacer mención expresa
sobre este particular. Remito al lector interesado a mis otros trabajos31.
1
Algunos de los personajes cinematográficos con más éxito en la gran pantalla exhiben un donjuanismo
que es clásico en todo complejo materno. Tal es el caso del celebérrimo James Bond, el agente 007 del
servicio secreto británico y servidor de la Reina, la Madre.
2
En los períodos en los que se produce una ruptura de la proyección del anima tiene lugar una crisis de
pareja. Las acusaciones y las discusiones tienden a emerger a la superficie de la consciencia y el
individuo sufre una desilusión. Es, en esos momentos, cuando los pueri aeterni cortan la relación y se
alejan, al comprobar que aquella persona con la que han convivido no es la mujer que ellos creían que era
(su anima-madre). Cuando en un varón el Eros es muy débil o, lo que es lo mismo, cuando su capacidad
de relacionarse íntimamente está completamente indiferenciada o aqueja de una debilidad patológica, la
decepción les hace separarse de su pareja y, con ello, pierden toda posibilidad de adquirir
autoconocimiento, al tiempo que el avance en el proceso de individuación se ve obstaculizado. Si en lugar
de separarse y alejarse de la relación, ésta continuara, pese a las discusiones y a las escenas, a la
frustración y a la desesperación que indefectiblemente acompañan a toda toma de consciencia de la
proyección del anima, y lograra mantenerse impertérrito ante las dificultades, entonces puede que se
origine un acto de gracia y, en mitad de todo ese maremagno, consiga mirar hacia su interior. En ese
momento, se produce una especie de alejamiento, que favorece la observación de la relación desde una
perspectiva objetiva. Y, desde esa recién adquirida objetividad, el individuo puede observarse a sí mismo
y preguntarse ¿qué esperaba de la relación? Y, también, ¿qué esperaba de mi pareja o de mi esposa? Esas
preguntas conducen a la toma de consciencia de que, en realidad, había proyectado la imagen de su anima
en la persona de carne y hueso, con lo que se cargaba a la mujer real con unas exigencias imposibles de
cumplir, puesto que sólo una Diosa podría desempeñar el rol que le había asignado inconscientemente. A
partir de ese momento, da comienzo un proceso largo y penoso en el que, poco a poco, al individuo se le
ofrece la oportunidad de diferenciar la imagen de su alma, su anima, y separarla de su pareja real. Esta
diferenciación da lugar a un avance importantísimo en el autoconocimiento y en el conocimiento de la
mujer concreta, con sus virtudes y sus defectos.
3
De acuerdo con una frecuente tendencia observada en psicología, hay una sexualidad psíquica contraria
a la física predominante. La consciencia femenina es más lunar que la masculina y tiende a las relaciones
personales y, por lo tanto, su inconsciente tiene las cualidades de un espíritu al que la psicología
denomina animus. El animus se exterioriza en forma de imposición petulante de opiniones, de pretensión
de llevar siempre la razón, de creerse en posesión de la verdad, estando, sin embargo, bien alejado de ella.
En general, el animus podría caracterizarse como un espíritu tradicional que espeta opiniones que no han
sido suficientemente meditadas. Cuando una mujer, verbigracia, se siente engañada por su esposo, pese a
que objetivamente no exista motivo imputable, su animus puede exteriorizarse en escenas brutales, en
opiniones ilusorias y, frecuentemente, inflexibles. He conocido algunos casos en los que el animus de una
mujer ha montado en cólera por haber recibido una llamada telefónica equivocada. De esta suerte,
prejuzgó, sin ninguna prueba fehaciente, que la llamada procedía de una amante, creando una atmósfera
hostil y colmada de malentendidos. En otra ocasión, el animus exteriorizó toda una suerte de prejuicios
disparatados, esgrimiendo opiniones acerca del modo en que su esposo la había engañado. El análisis
desveló que no había infidelidad alguna, pero como había visto a su marido hablando con otra mujer y
“los vecinos murmuraban que la habían visto entrar en casa”, ella se creó una opinión plagada de
prejuicios. Así como la primera portadora de la proyección del anima del varón es la madre y, por lo
tanto, es ella la que está en condiciones de echar a perder el ser interior de su hijo, o bien, de alimentarlo,
así también, el padre, en no pocas ocasiones, influye negativamente en el ser interior de la hija,
precisamente en su animus. Posteriormente, este conflicto generado por la madre o el padre encuentra su
reflejo en la futura relación de pareja, que se convierte en un auténtico campo de batalla de proyecciones
ilusorias y de luchas abiertas, por el daño que provocaron los progenitores. Por lo tanto, podría decirse
que la hija o, en su caso, el hijo encuentran en su esposo/a un reflejo de su oscuro padre o de su madre
devoradora. Y el estropicio provocado por un padre o una madre, sólo puede ser resuelto por un padre, un
tutor, un consejero o un psicólogo, o bien, por una madre, una tutora, una consejera o un psicólogo. A
veces este problema se presenta en sueños personificado en imágenes de familiares o antepasados, como,
por ejemplo, abuelos/as. Lo que significa que, ese conflicto, se ha ido arrastrando de generación en
generación, como si de una maldición familiar se tratara.
4
H. G. Baynes, The Provisional Life en Analytical Psychology and the English Mind. Citado en el libro
de M.L. Von Franz El puer aeternus. Pp. 15 y ss.
5
Von Franz, Marie-Louise (2006). El puer aeternus. Ed. Kairós. Barcelona. Pp. 252-255.
6
Está reservado a un nuevo ensayo el tratamiento de la repercusión que el retorno de lo Femenino, en
último término, de la Diosa está teniendo en el incremento de la homosexualidad entre varones, así como
de la actualidad del arquetipo del puer aeternus.
7
Ibíd., Pp. 58-60
8
C. G. Jung. Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Madrid. Ed. Trotta. Obras completas. Vol.9. Ps.
152-153. La negrita es mía.
9
L.c. Pp. 156.
10
Como elemento típico en los juegos de azar las cartas se relacionan con el arquetipo del Prestidigitador,
del Ilusionista o del Mago, tal y como aparece en la baraja de cartas del Tarot de Marsella, por ejemplo.
Lo que indica la semejanza del niño del sueño con el arquetipo del Ser.
11
C. G. Jung, Sobre el arquetipo con especial consideración del concepto de ánima. L.c.
12
Robert Graves, Los mitos griegos. Ed. Círculo de Lectores. P. 50.
13
C. G. Jung, Símbolos de transformación. Barcelona. Paidós.
14
Baltasar Gracián, El Criticón. Madrid. Espasa Calpe.
15
La experiencia enseña que la vivencia del Destino como Fatum (fatalidad) o como Providencia
(aspecto benévolo del destino) depende de la actitud de la consciencia para con lo misterioso y
enigmático de la vida. Desde luego que, cuando a un joven se le muere su madre, al tiempo que su padre
es hospitalizado con un grave pronóstico, por ejemplo, él lo vivirá como una auténtica fatalidad. Sin
embargo, esos mismos acontecimientos nefastos pueden considerarse, una vez transcurrido el tiempo y
tras una penetración en la maraña del Destino, como un mal necesario, desencadenante de una serie de
posibilidades de desarrollo y diferenciación que yacían ocultas a la consciencia del joven. Visto con la
suficiente perspectiva ese fatum puede que lo fuerce a iniciar un camino de maduración, diferenciando su
relación con la Madre.
16
Liz Greene, The Astrology of Fate, Samuel Weiser. Inc. P. 21.
17
C. G. Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos. Barcelona. Ed. Seix Barral. P. 240
18
L.c. Ps. 322-323
19
L.c. Capítulo 4.
20
C. G. Jung Freud y el Psicoanálisis. Madrid. Ed. Trotta. Obras completas. Vol. 4.
21
C. G. Jung. Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Madrid. Ed. Trotta. Obras completas. Vol.9.
22
El libro al que hace mención Köhler está escrito en alemán y aún no está disponible en ningún otro
idioma. La traducción de Kohler del original alemán al inglés es la siguiente The Mystery of the First
Nine Months. Our Earliest Formative Influences. En castellano, El Misterio de los Nueve Primeros
Meses. Nuestras más tempranas influencias formativas.
23
Aunque el autor no lo menciona expresamente lo inconsciente colectivo se correspondería con el
conjunto de posibilidades de activación neuronales y conexiones sinápticas. De hecho, Kohler dice que
esas posibilidades constituyen las pautas filogenéticas disponibles en todo ser humano por el hecho de
serlo.
24
En realidad, y siendo rigurosos, el ego puede ser afectado desde sendas bandas del espectro psíquico.
Quizás podríamos explicar este fenómeno sirviéndonos del extendido simbolismo del Cielo y del
Infierno. El infierno sería, propiamente, las profundidades instintivas de la Diosa. El Cielo el Mundo de
las Ideas, o sea, el ámbito de los arquetipos. Cuando el ego es alterado desde abajo son los instintos los
que entran en juego, manifestándose en deseos sexuales compulsivos, verbigracia, que parecen dominar o
minar la voluntad del individuo. Si la irrupción procede de arriba, del Cielo, lo hace en forma de ideas,
concepciones o percepciones que invaden el ámbito de la consciencia, poseyendo al complejo del yo. Los
grupos de antifascistas, neonazis, etc., constituyen algunos ejemplos modernos de posesión de la
consciencia por ideas delirantes provenientes del Cielo. Los duendes han accedido a la vivienda (la
consciencia) por el desván.
25
C. G. Jung, Psicología y Educación. Barcelona. Paidós.
26
Hamaker-Zondag, K. (1995), La casa doce. El poder oculto del horóscopo. Barcelona. Urano.
27
Para mayor abundamiento véase Stanislav Grof, Psicología Transpersonal. Nacimiento, muerte y
trascendencia en psicoterapia. Barcelona. Kairós; José A. Delgado González, El Retorno al paraíso
perdido. La renovación de una cultura. Soria. Sotabur.
28
Liz Greene, Astrología y Destino. Barcelona. Ed. Obelisco.
29
Gibrán, K. (1987) El Profeta. Obras Completas. Barcelona. Edicomunicación.Vol. 2
30
L. Greene. L. c. P. 116.
31
Véase mi ensayo Psicología y Astrología en www.odiseajung.com ; también, El Retorno al paraíso
perdido. La renovación de una cultura. Soria. Ed. Sotabur.

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