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Y NO QUISIERON CONVERTIRSE.

Pastor Andrés Felipe Machado.

Recorred las calles de Jerusalén, y mirad ahora, e informaos; buscad en sus plazas a
ver si halláis hombre, si hay alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la
perdonaré. Aunque digan: Vive Jehová, juran falsamente. Oh Jehová, ¿no miran tus
ojos a la verdad? Los azotaste, y no les dolió; los consumiste, y no quisieron recibir
corrección; endurecieron sus rostros más que la piedra, no quisieron convertirse.
Jeremías 5:11-3.

El texto que hemos leído en esta oportunidad, nos habla dos atributos que está buscando
Dios, y aunque los busca en Jerusalén, me atrevería a decir que los está buscando en toda
la humanidad. Y lo que busca es encontrar personas que hagan justicia y que busquen la
verdad. Israel había cometido el gran pecado de olvidar a Dios y adorar a otros dioses, y
por esto debía llegar el juicio. A raíz de ese abandono de Dios y de esa actitud de no querer
convertirse, se cometían todo tipo de injusticias como el abuso de poder y de autoridad y la
desigualdad e injusticia social, de tal manera que no se defendía el derecho de los pobres y
de los huérfanos. Lo más triste es que ni aún después de ser castigados por Dios quisieron
prestar atención, ni ser corregidos, ni arrepentirse. Olvidar a Dios era el centro de la maldad
de Israel y de Judá, y fue la causa por la cual se había abandonado la justicia y la verdad.
Si en los tiempos de Jeremías la ira de Dios para destrucción se manifestaría por estas
causas, ¿cómo interpretará Dios las injusticias que se cometen en la actualidad? Si la ira de
Dios se manifestaba por el abandono de los niños huérfanos, ¿cómo interpreta Dios la
maldad generalizada que se comete contra los niños en el mundo, y en nuestro caso, en
Colombia?
La manera de actuar de Dios y sus leyes en el Antiguo Testamento era una manifestación
de su carácter, al igual que los hechos aberrantes actuales nos hablan del carácter enfermo
de nuestra sociedad colombiana. En Colombia cada 20 minutos es violado un niño,
diariamente 21 niñas son agredidas sexualmente, el 41 por ciento de los menores de 18 años
en el país han sufrido algún tipo de maltrato, ya sea físico, psicológico o sexual. Esto sin
hablar de los casos aberrantes en los que los niños han sido torturados, incinerados,
desmembrados o del caso del asesinato y la violación de un bebé de tan solo 22 meses en
Bogotá a principios de este año.
Frente a estos casos, la indignación de muchos se manifiesta en el deseo de que en
Colombia se implemente la cadena perpetua para violadores y asesinos de menores de edad.
Al parecer la ley finalmente ha sido aprobada y defendida por los partidos cristianos. Sin
embargo, muchos expertos en derecho afirman que el endurecimiento de las penas no es
garantía de que disminuyan este tipo de delitos, en Colombia, desde 1980 hasta hoy, hemos
sextuplicado las penas sin que ello haya sido suficiente para reducir la criminalidad.
Además, se deberían enfocar mayores esfuerzos en prevención, es decir, en el núcleo
familiar, ya que la mayoría de los casos son perpetrados por miembros de la familia o por
personas cercanas. Las leyes en Colombia demandan que se proteja el bienestar de los
niños y hace responsables al estado, la sociedad y a la familia, sin embargo la pregunta
entonces es: ¿está en manos del gobierno detener el abuso contra los niños? o ¿son los
esfuerzos sociales los que detendrán este mal? No se puede menospreciar los esfuerzos que
se realizan a nivel social y político, pero sigue siendo la familia la principal responsable.
En las familias en las cuales la violencia corporal es aceptada e incuestionada como
práctica cultural, la violencia es considerada como la forma normal de la resolución de
conflictos; también las personas que han sido maltratadas en la infancia tarde o temprano
repiten su historia de agresión; también lo hacen los que fueron violentados, es decir, los
que vivieron la violencia asociada a la cultura del país; son violentos con los niños los que
consumen sustancias psicoactivas ya sean los cuidadores o los padres; vemos violencia
también en padres adolescentes; también vemos mayor nivel de violencia, maltrato y abuso
en familias con bajo nivel educativo y socioeconómico.
Nuestros cimientos emocionales se construyen desde la familia, por tanto las pautas de
crianza hacen y forman a los niños. Esto nos lleva a reflexionar: ¿cuáles son las familias
que tenemos? Y ¿cuáles son las políticas públicas del estado frente a la familia? Muchos
afirman que lo que se necesita es más educación, pero ¿Cuál es nuestra responsabilidad
frente a la formación de nuestros niños? Muchos ven la salida en que se realice un fuerte
énfasis en la formación en valores y principios morales, lo cual es una tarea necesaria, pero
no solo hacia los niños, sino, definitivamente hacia los padres. ¿Cómo podemos detener la
cadena de abusos que padres cometen contra sus hijos? ¿Será suficiente con una charla de
moralidad o de ética? No cabe duda de que la inequidad, la pobreza y la injusticia social
son también hechos responsables de la violencia que se practica contra los menores de
edad, ya que otra forma de violencia es el trabajo y la explotación infantil, pero el problema
va mucho más allá. ¿Cuál es nuestra responsabilidad entonces como padres, como
sociedad, como nación y lo más importante, como iglesia?
Si nos remitimos a las palabras de Jesús, no cabe duda de que somos responsables siempre
de una u otra manera:

Y el que recibe en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí. Pero, si alguien
hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le
colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del
mar.

Mt. 18:5-6.

Este versículo se refiere a aquellos que hacen tropezar con sus malas acciones a aquellos
“pequeños”, es decir, a los nuevos creyentes, pero se debe notar que Jesús estaba hablando
de los niños literalmente. No cabe duda que está en nuestras manos no hacer pecar, es decir,
no dañar la ingenuidad e inocencia de nuestros pequeños, y que una vez más se nos hace la
advertencia: la catástrofe llega cuando no traemos la justicia y la verdad al seno de nuestros
propios hogares. La verdadera adoración no se realiza solo los domingos, sino en lo que
edificamos con nuestros pequeños cada día de la semana.
La iglesia debe seguir anunciando el mensaje a un mundo que necesita ser redimido y
alcanzado con la gracia de Dios, la iglesia debe formar a los padres y liberarlos de las
cadenas de violencia que ellos mismos han tenido que cargar desde su niñez y hacerlo por
medio del mensaje de la cruz, del perdón y de la liberación espiritual que Dios ofrece a
todos los que se acercan a él. La iglesia debe ser un lugar seguro para los niños, de tal
manera que pueda ser fuente de formación y de coherencia entre lo que se predica y lo que
ellos ven. Y sobre todo, la iglesia debe seguir anunciando proféticamente la verdad. Porque
por supuesto, el perdón y la gracia están disponibles, pero la justicia y la verdad no la
podemos ocultar ni detener, porque solo cuando el deseo de Dios manifestado en su justicia
se predica y se enseña, la conciencia de los hombres puede comenzar en un desarrollo
acumulativo y progresivo de cambios que reflejen efectivamente el reino de Dios.
Es tiempo de cortar esa cadena de violencia y maltrato que se lleva de generación en
generación; basta ya de seguir replicando las acciones injustas de nuestros padres y
llevándolas a nuestros hijos. Nosotros los que hemos querido convertirnos, ahora es tiempo
de seguir creciendo. No será fácil la tarea, porque enfrentamos el gran desafío de un mundo
caído y lleno de maldad no solo externa, sino interna, en lo profundo de nuestro corazón.
Y podemos terminar diciendo, frente a semejante realidad de nuestros niños, ¿que podemos
esperar de parte de Dios? Ahora tenemos la oportunidad de escuchar a Dios hablar,
manifestar su voluntad y su deseo, pero que sucederá si no quieren frenar esa cadena de
maldad? Si no quieren convertirse y escuchar la voz de Dios? Imposible pensar que Dios se
quedará impávido, inmóvil o indiferente, y si alguna vez alguien nos pregunta de nuevo
acerca de las causas por las que Dios permite ciertos males en el mundo, respondería, sin
duda alguna, que el mal que hacemos a los niños ha causado la indignación de Dios y que
tarde o temprano, también se manifestará su juicio y su verdad.

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