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EL REGRESO DEL ACTOR

Alain Touraine
14 de abril, 1978
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES: ¿OBJETO PARTICULAR O PROBLEMA
CENTRAL DEL ANALISIS SOCIOLOGICO
La sociología, definida generalmente como análisis del funcionamiento del sistema social, ¿puede dejar
un lugar para el estudio de los movimientos sociales? ¿O más bien hace falta intentar reconstruir la
sociología alrededor de éste? Tal segunda solución ya fue propuesta bajo dos formas muy diferentes. Para
algunos debía renunciarse a la idea de sistema social y reconocer que todo es cambio y que los
movimientos sociales son los actores del cambio; para otros, al contrario, debía mantenerse la idea de
sistema social, pero reconstruirla a partir de un análisis de los movimientos sociales, del campo cultural
donde están ubicados y de las formas de institucionalización de sus conflictos.
Ante todo, debe rechazarse claramente la ilusión empirista: es imposible definir un objeto denominado
"movimientos sociales" sin elegir primero un método general de análisis de la vida social, a partir del cual
podría constituirse determinada categoría de hechos llamados movimientos sociales. Existen numerosos
estudios puramente empíricos sobre conflictos: pero a menudo no se sabe de qué están hablando
realmente, a pesar de la gran calidad descriptiva de muchos de ellos al referirse a acontecimientos parti-
culares bien delimitados.
Si, por el contrario, nos quedamos con el enfoque de la construcción y el análisis de categorías
generales, desde el vamos debemos reconocer la existencia de por lo menos tres tipos de conflictos
orientados hacia la modificación de uno o varios aspectos importantes de la organización social cultural.
Para aclarar el vocabulario propongo denominar conductas colectivas a aquellas acciones conflictivas
que pueden ser entendidas como un esfuerzo de defensa, de reconstrucción o adaptación de un elemento
enfermo del sistema social, se trata de un valor, una norma o de la sociedad misma. En este sentido, Neil
Smelser 1 usó la expresión collective behaviour. Si, al revés, los conflictos se analizan como mecanismos
de modificación de decisiones y por lo tanto como factores de cambio (fuerzas políticas en el sentido más
amplio del término), propongo hablar de luchas. Por fin, cuando las acciones conflictivas tratan de transfor-
mar las relaciones de dominación social ejercidas sobre los principales recursos culturales -la producción,
el conocimiento, las reglas éticas utilizaré la expresión movimiento social. Naturalmente, puede elegirse
otras convenciones de léxico: preferí éstas porque me parecen más cercanas a los usos actuales. Lo esen-
cial es diferenciar claramente estos tres modos de construcción de este campo de la realidad observable
-el mismo conflicto puede referirse a uno, dos o tres de estos tipos- de manera que el análisis sociológico
no puede reemplazar aquí al análisis histórico, el cual abarca el conflicto en su complejidad específica.
Las conductas colectivas
Pueden analizarse mejor numerosos conflictos si se los considera como efectos de la descomposición y
los esfuerzos de reconstrucción de un sistema social amenazado. Por ejemplo, algunos inmigrantes crean
una comunidad homogénea; poco a poco se diferencia, pues, unos se enriquecen, otros se empobrecen y
algunos se casan fuera del grupo: por lo tanto, la comunidad está amenazada. Aparece, entonces, un me-
sías (…) para restablecer las antiguas costumbres, es decir la homogeneidad e integración de la comu-
nidad. Esta dimensión es importante en los movimientos llamados reformistas y hasta en las revoluciones
como la de Inglaterra en el siglo XVII, además de los movimientos mesiánicos (…) que acabo de evocar.
De la misma manera, una parte importante de la acción sindical consiste en defender calificaciones y
remuneraciones -contra las consecuencias de un cambio técnico, de una modificación del mercado o de
una decisión de la empresa. Estos ejemplos muestran que el campo de semejantes conductas sigue
restringiéndose en sociedades de cambio rápido, altamente diversificadas, y por consiguiente cuyo grado
de homogeneidad e; integración es más débil que en las sociedades llamadas tradicionales. En las
sociedades industriales las acciones colectivas se definen más a menudo por un esfuerzo para dominar el
cambio y orientar el porvenir, que por una voluntad de conservación o de vuelta al pasado.
Sin embargo estas actitudes reformadoras e integradoras parecen, desde hace algún tiempo, volver a
ocupar un lugar importante por el hecho de que los valores "modernos" -cambio, crecimiento, desarrollo-
considerados durante mucho tiempo como intangibles en la misma forma que el progreso y el movimiento
natural de la historia están nuevamente cuestionados, especialmente en países dependientes o coloniza-
dos donde la modernización y la industrialización, importadas desde el extranjero, trastornaron la organiza-
ción social y cultural tradicional.. Semejantes movimientos ya observables en Asia, América Latina o África;
durante el gran período de expansión colonial del siglo XIX se desarrollaron recientemente en forma
notable. Como ejemplo sirve el éxito del khomeinismo en Irán. En el mundo comunista también resurgen
las conciencias nacionales, mientras que en el "primer mundo", el de los países industriales occidentales,
los temas de comunidad e identidad se difunden y desencadenan acciones que corresponden adecuada-
mente a lo que llamé conductas colectivas.
El significado de las conductas colectivas se encuentra necesariamente, muy lejos de la conciencia de
los actores, puesto que se define en términos de funcionamiento del sistema social no de representaciones
o proyectos de los actores (de la misma manera que el suicidio en el análisis durkheimiano. Por eso las
conductas colectivas son heterónomas, orientadas por restricciones económicas o políticas externas, o,
más aún, impulsadas por un jefe que encabeza una secta o movimiento integrista, y quien se identifica con
el orden a restablecer.
Las luchas
Así, la referencia a la sociedad y al orden social tiende cada vez más, en nuestros países, a definir no
tanto acciones vinculadas con el cambio, sino más bien acciones que lo combaten en nombre de un orden
antiguo o nuevo. Esto nos lleva muy lejos de lo que llamamos espontáneamente "movimiento". Por consi-
guiente, la tendencia natural de los participantes y observadores de los conflictos sociales en las sociedad-
des industriales 'es insistir, por el contrario, en considerar a estos conflictos como mecanismos de cambio.
Pero esta definición ya no tiene el mismo sentido que en el siglo pasado, cuando el movimiento obrero
era el actor de los conflictos más importantes y parecía representar valores nuevos -aquellos del progreso
e industrialización-~ al mismo tiempo que luchaba contra sus formas sociales de apropiación.
Actualmente se cuestiona ese rol central de un movimiento Actualmente se cuestiona ese rol central de
un movimiento social como agente principal de transformaciones históricas. No se visualiza con claridad lo
que unifica a estos múltiples conflictos, que no se refieren a valores centrales ni luchan contra un poder
dominante, y sí tratan únicamente de transformar algunas relaciones de fuerza o mecanismos específicos
de decisión. En este caso, es evidente que los agentes de cambio no pueden definirse de manera global
en nombre de algún "sentido de la Historia". Tanto más que dentro del mundo laboral, en la vida urbana se
comprueba ese pasaje de los movimientos sociales centrales hacia luchas específicas. Numerosos
estudios realizados sobre las luchas urbanas contemporáneas demuestran que, en la mayoría de los
casos, se trata de acciones limitadas, dirigidas contra propietarios o autoridades administrativas, para
conseguir mejores condiciones de alojamiento. Aun un creciente número de luchas urbanas tienden a
acercarse a lo que llamamos aquí conductas colectivas, al defender un medio amenazado. Por ejemplo,
las luchas -victoriosas- realizadas en Madrid para salvaguardar el centro histórico de la ciudad.
Estas luchas adquieren mayor importancia cuando tratan de acceder en forma más directa al poder de
decisión y se asocian más estrechamente con los partidos políticos.
Por tal causa en varios grandes países industriales la socialdemocracia (tanto su rama revolucionaria
como la reformista) asoció íntimamente las luchas sociales con Ia acción política y de hecho las subordino
a esta última, ya que su objetivo fundamental era la toma del poder.
Los movimientos sociales
Hablar de conductas colectivas es considerar los conflictos como respuestas a una situación que debe
valorarse por sí misma, es decir en términos de integración o desintegración de un sistema social, definido
por un principio de unidad. Hablar de luchas, por el contrario, implica una concepción estratégica del
cambio social. Las luchas no son respuestas sino iniciativas, cuya acción no lleva, ni lo pretende, a
construir un sistema social. En consecuencia, la idea de luchas está más o menos directamente
relacionada con la representación de la sociedad como mercado o campo de batalla. Además de la
competencia y la guerra existen muchas otras estrategias conflictivas, pero tampoco se refieren a la idea
de un sistema social definido por valores, normas e instituciones.
El pasaje de luchas a movimientos sociales restablece, al contrario, la relación entre acción colectiva y
sistema social, pero invirtiéndola. Demos un ejemplo. En una fábrica surgen movimientos reivindicativos
para luchar contra desigualdades salariales entre obreros de calificación parecida (ejemplo sencillo de
conducta colectiva) o para aumentar la influencia de los asalariados sobre las decisiones que afectan sus
condiciones de trabajo, lo que constituye una lucha. Pero la propia organización de la empresa no es la
expresión de una racionalidad técnica; tampoco es el resultado directo de una relación de fuerzas siempre
cambiante. de la industria es que la influencia de los poseedores de capital se extienda de la venta de
productos a las condiciones de trabajo de los productores, reunidos en una fábrica y sometidos
autoritariamente a determinada organización colectiva del trabajo. La acción obrera lucha contra esta
dominación y trata de brindar a los trabajadores, o al conjunto de la colectividad el control de la
organización del trabajo y de los recursos creados por la actividad industrial.
Un movimiento social según esa definición, no resulta de ninguna manera una respuesta a una situación
social. Al revés ésta constituye el resultado del conflicto entre movimientos sociales que luchan por el con-
trol de los modelos culturales y de la historicidad, conflicto que puede desembocar en una ruptura del siste-
ma político o, por el contrario, en reformas institucionales y que se manifiesta cotidianamente en la forma
de organización social y cultural y en las relaciones de autoridad. Un movimiento social es una acción
conflictiva mediante la cual se transforman las orientaciones culturales y un campo de historicidad en
formas de organización social, definidas a 1a vez por normas culturales generales y por relaciones de
dominación social.
El debilitamiento cada vez más rápido de la noción de sociedad y de la sociología clásica nos obliga a
elegir entre dos caminos: por un lado una sociología de puro cambio en la cual ocupa un lugar importante
la noción de lucha; por otro, una sociología de la acción basada en nociones de modelos culturales y
movimientos sociales. Gran parte de los debates generales de la sociología puede encararse como
competencia, conflicto o compromiso entre estas tres orientaciones.
La sociología clásica nació en países -Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos, Francia- que
constituían 'conjuntos políticos económicos y culturales tan diferentes que se podía hablar no sólo de
sociedades sino también de actores sociales (sindicatos o empresariado por ejemplo) definidos nacional-
mente. Ya no es la situación actual: numerosos actores sociales defienden sus intereses en mercados,
campos de competencia de conflictos definidos sobre todo por una tecnología, una coyuntura económica,
conflictos estratégicos, corrientes intelectuales de acción internacional, y no tanto por una realidad nacional
global. Hoy, ningún movimiento social puede identificarse con el conjunto de conflictos y fuerzas del
cambio social en una sociedad nacional.
De tal manera, el campo de luchas se vuelve cada vez más autónomo- -tendencia que podría volcarse
en otras situaciones sociales- relacionado con la acción de movimientos sociales, y las conductas
colectivas tienden cada vez más a transformarse en lo que llamé antimovimientos sociales. La disociación
entre el modo de desarrollo económico y las formas de funcionamiento de los sistemas económicos y
sociales en la mayor parte del planeta, en efecto, provocó una reaparición masiva de conflictos sociales y
acciones colectivas sustentados en nombre de la integración social y cultural de una comunidad. Esta
fuerte disociación de los movimientos sociales, de las luchas y conductas colectivas protege a la sociolo-
gía, centrada en el análisis de los movim. sociales, del peligro de transformarse en filosofía de la historia.
No sólo ya no es posible ubicar el análisis sociológico dentro de la representación evolucionista que
llevaba de lo tradicional a lo moderno de la solidaridad mecánica a la solidaridad orgánica de la comunidad
a la sociedad, sino que, además, la desaparición de la he hegemonía de los países capitalistas centrales
sobre el conjunto mundial no permite identificar su historicidad y sus propios movimientos sociales con una
Historia universal cuyas etapas debieran ser recorridas necesariamente por todos los países.
Por consiguiente, debemos romper con la idea clásica que identificaba la creatividad humana con sus
obras, y la historicidad definida como razón y progreso, con el dominio de la naturaleza por la ciencia y la
técnica. Y como corolario, reintroducir en el análisis sociológico otra concepción del sujeto, colocando el
acento sobre la distancia entre la creación y las obras, entre la conciencia y las prácticas. Pues si bien es
cierto que los modelos culturales se transforman en prácticas sociales a través de conflictos entre movi-
mientos sociales opuestos, también es necesario que, se desprendan de estas prácticas para constituirse
como modelos de inversiones y creaciones de normas, lo que supone reflexión, distanciamiento y,
retomando esta palabra tan arraigada en la tradición cultural de Occidente, conciencia.
En determinadas épocas el pensamiento social insiste más dentro de la historicidad, sobre la inversión
económica y la producción de conocimiento; en otros momentos se muestra más receptivo para la creación
y la transformación de modelos éticos, lo que tiende a otorgar mayor importancia al distanciamiento que a
la inversión. A decir verdad ambos movimientos se complementan y sería tan peligroso caer en la filosofía
moral como en la filosofía de la historia.
La noción de movimiento social es inseparable de la de clase. El movimiento social se opone a la clase
porque ésta puede definirse como una situación, mientras que el movimiento social es una acción, la del
sujeto, es decir del actor que cuestiona la formalización social de la historicidad. Durante demasiado
tiempo el estudio del movimiento obrero se redujo al del capitalismo, sus crisis y su coyuntura. En grado
más extremo aún los estudios sobre movimientos sociales y nacionales en el Tercer Mundo siguieron
dominados por los análisis del imperialismo y el sistema económico mundial, hasta tal punto que la
formación de movimientos masivos parecía imposible lo que llevó a prestar mayor importancia a la lucha
armada, ya sea de guerrillas, o la lucha militar masiva dirigida por un partido revolucionario.
A partir del momento en el cual se evita recurrir a un principio metasocial, por consiguiente a la idea de
una contradicción entre sociedad y naturaleza, se hace necesario concebir a las clases como actores
ubicados en conflictos y no en contradicciones. Entonces resulta preferible, para subrayar este importante
cambio, hablar de movimientos sociales antes que de clases sociales. El movimiento social es la acción, a
la vez culturalmente orientada y socialmente conflictiva, de una clase social definida“ por su posición
dominante o dependiente en el modo de apropiación de la historicidad, de los modelos culturales de
inversión, de conocimiento y moralidad, hacia los cuales él mismo se orienta. ''
Los movimientos sociales no quedan nunca aislados de los demás tipos de conflictos. El movimiento
obrero, que cuestiona el poder social de los dueños de la industria, es inseparable de las reivindicaciones y
presiones destinadas a aumentar la influencia de los sindicatos en las decisiones económicas, sociales y
políticas. Pero lo que indica su existencia es presencia de elementos no negociables en las concerta-
ciones, y en consecuencia la imposibilidad para un sindicato, exponente del movimiento obrero de llevar a
cabo una acción puramente instrumental en lo que concierne a costos y ventajas. Lo que se llamó
sindicalismo de mercado no pertenece al movimiento obrero, de donde, como contragolpe, el desarrollo de
conductas de ruptura: huelgas ilegales, ausentismo, merma acentuada de las tareas, actos de violencia o
de sabotaje que traducen la presencia reprimida del movimiento obrero en un sindicalismo de mercado, o
cuyas reivindicaciones están muy fuertemente institucionalizadas.
Esta observación puede ser ampliada. Lo propio de la democracia representativa es la dependencia de
los actores políticos con respecto a los actores sociales a quienes representan, al mismo tiempo que
conservan mayor o menor autonomía, y de esta manera actúan, simultáneamente, en función de su
posición en sistemas de decisión y como mandatarios de grupos de interés o de movimientos. La opinión
percibe con ironía este fenómeno cuando pone en evidencia el doble discurso de los diputados, según
hablen en sus circunscripciones electorales o en las sesiones de comisión del Parlamento. Así un debate
político puede ser al mismo tiempo, lo que llamo lucha y traducir un movimiento social.
De igual modo, el funcionamiento de una organización no puede analizarse únicamente en términos de
relaciones de autoridad. Las decisiones tomadas por los ejecutivos se explican también por las políticas de
los dirigentes de empresas o de los dueños; y el comportamiento de los obreros o empleados en sus
talleres u oficinas está ampliamente influido por su representación de un conflicto general de intereses que
supera al marco de su existencia profesional.
Estamos demasiado acostumbrados a hablar del pasaje de la clase "en sí" a la clase "para sí”, de la
situación soportada a la conciencia que se forma con el traslado a la acción política. En realidad no existe
clase "en sí", no existe clase sin conciencia de clase. Por otro lado, lo que conviene diferenciar es la
conciencia social de clase –es decir, un movimiento social siempre presente aunque sea de manera difusa,
al haber conflicto sobre la apropiación social de los principales recursos culturales- y la conciencia política,
la cual asegura la traducción del movimiento social en acción política. Un acto dirigido contra una domina-
ción social no se reduce nunca a una estrategia con respecto al poder político.
La definición brindada hasta aquí de los movimientos sociales los presenta como agentes de los
conflictos estructurales de un sistema social. ¿Pero acaso no encontramos movimientos sociales en el
nivel mismo de los modelos culturales y no en su utilización social? Por otra parte, ¿el análisis de los
movimientos sociales debe limitarse a una perspectiva sincrónica o puede extenderse hasta el terreno del
cambio? La innovación cultural -o la resistencia a ésta- no puede constituir por sí misma un movimiento
social, pues este por definición combina la referencia a un campo cultural con la conciencia de una relación
social de dominación. Pero un conflicto cultural puede abarcar una dimensión social, y en última instancia
siempre la abarca: no existe modelo cultural en sí, enteramente independiente del modo de dominación
ejercido sobre él. Entre el puro conflicto cultural, por ejemplo en el interior de una comunidad científica o
artística, y la expresión cultural de un conflicto directamente social se delimita un campo ocupado por movi-
mientos culturales definidos a la vez por su oposición a un modelo cultural, antiguo o nuevo, y .por un
conflicto interno entre dos modos de utilización social del nuevo modelo cultural.
El movimiento cultural más importante actualmente es el de la mujer. Por un lado, se opone a la
condición femenina tradicional, y por eso mismo transforma nuestra imagen del sujeto; por otro, se divide
en dos tendencias que representan en los hechos fuerzas sociales opuestas. Una tendencia liberal, que
lucha por la igualdad y atrae a categorías sociales altas (es más interesante reclamar el acceso al ejercicio
de la medicina o al Parlamento que a tareas no calificadas); y una tendencia radical que lucha por la
especificidad más que por la igualdad desconfiando de esta última, hasta de sus trampas, y combate una
dominación a la vez social y sexual, ya sea ligando su accionar al del proletariado, denunciando la
dominación netamente sexual, o finalmente oponiendo una concepción relacional de la vida social, más
próxima a la experiencia biopsíquica de la mujer que a una concepción tecnocrática de origen masculino.
Los movimientos culturales resultan importantes, sobre todo al comienzo de un nuevo período histórico,
cuando los actores políticos no son todavía representantes de demandas y movimientos sociales nuevos y
cuando, por otra parte, la transformación del campo cultural abre debates fundamentales sobre la ciencia,
la inversión económica o las costumbres.
Al lado de movimientos sociales, en sentido restringido del término, y de movimientos culturales, o más
exactamente socioculturales, debemos aceptar también la existencia de movimientos sociohistóricos.
Estos últimos no se ubican en el interior de un campo de historicidad, como los movimientos sociales, sino
en el pasaje de un tipo de sociedad a otro (pasaje del cual la industrialización es históricamente la forma
más importante). Aquí el elemento nuevo consiste en que el conflicto se organiza alrededor de la gestión
del desarrollo y, en consecuencia, el actor dominante no es una clase dirigente, definida por su rol en un
modo de producción sino una élite dirigente, es decir un grupo que conduce el desarrollo y el cambio
histórico y se define en primer lugar por la dirección del Estado.
Un movimiento socio histórico puede estar ya asociado con el Estado industrializador, ya opuesto a él.
Los campos enfrentados tienen ~ en común el desarrollo y la modernización, pero uno desea reforzar la
capacidad de inversión movilización del Estado, cualquiera sea, mientras que su adversario recurre a la
Nación y la participación popular.
Existe cierto parentesco entre estos tres tipos de movimientos, lo que da pie a que algunos,
colocándose en una tradición revolucionaria, afirmen la unidad fundamental del movimiento obrero, de los
movimientos de liberación nacional y del movimiento de liberación de la mujer. Sin embargo, más
importante es subrayar las profundas diferencias que los separan y les impiden unirse. Así, en el Tercer
Mundo predomina constantemente la oposición entre movimientos clasistas y nacionalistas, y no su unifi-
cación. Estos dos tipos de movimiento sólo pueden unificarse bajo la égida de un partido revolucionario,
siempre al precio de la destrucción tanto de uno como de otro, volviéndose totalitario el partido que los
absorbe. Igualmente, las tentativas de acercamiento entre el movimiento obrero y el movimiento de la
mujer chocaron con tantas dificultades que 1a mayoría de las militantes radicales han empezado por
alejarse de una acción, sindical o política, que consideraban sorda a las demandas específicas de la mujer.
Acción, orden, crisis y cambio El conjunto de los problemas que acabamos de considerar constituye una
de las grandes "áreas" del análisis sociológico, la de la acción social. Pero existen igualmente otras
"áreas". Lo propio de la acción social es analizarse siempre en función de relaciones sociales desiguales
(poder, dominación, influencia, autoridad); pero las relaciones sociales no quedan siempre completamente
"abiertas". Ya dijimos que también se cierran, se transforman en orden social, mantenido por agentes de
control social, cultural y, finalmente, por el poder estatal. Este orden social también es susceptible de entrar
en crisis sobre todo cuando su estabilidad se opone a los cambios del medio de manera que, al área de la
acción social y a la del orden, se agrega la de la crisis. Para terminar, siempre en un mismo tipo de
sociedad, en este caso la sociedad industrial, las relaciones sociales y el orden están constantemente en
cambio. ¿El análisis de los movimientos sociales puede salir de su área propia y penetrar en aquellas del
orden, la crisis y el cambio?
Hay que descartar toda pretensión hegemónica de la sociología de los movimientos sociales: no dirige
directa y enteramente al estudio del orden (es decir también de la represión y exclusión), ni tampoco al de
la crisis o del cambio. Actualmente, todo transcurre como si la sociología de los movimientos sociales fuera
uno de los dominios más débiles y menos elaborados del análisis sociológico.
Sin embargo, no podemos quedarnos satisfechos con un total pluraÏismo metodológico que llevara a
desmembrar completamente la realidad social y su análisis.
La penetración de una sociología de los movimientos sociales dentro de lo que llamé el área del orden
parece casi imposible, por la posición tan opuesta de estas dos orientaciones intelectuales. Desde hace
por lo menos veinte años, de Marcuse a Foucault, de Althusser a Bourdieu, todo un conjunto de
reflexiones, por otra parte muy diferentes unas de otras, conquistó una amplia influencia en las ciencias
sociales al sostener que la sociedad contemporánea se controla y vigila cada vez más estrechamente, de
manera que la vida social se reduce sólo a un sistema de signos de una dominación no compartida. De
esta manera se excluye todo movimiento social al cual, como si fuera una revuelta, se rechaza
rápidamente hacia los márgenes de una "sociedad unidimensional". La influencia creciente de la sociedad
sobre sí misma lleva en lugar de ampliar el espacio público, a hacerlo desaparecer al otorgar al poder
central los medios para intervenir en todos los aspectos de la vida cultural y de la personalidad individual.
Es cierto que, por otro lado, a la intensa actividad de protesta de la década del sesenta sucedió un
debilitamiento duradero de los movimientos sociales.
Estas concepciones pesimistas tuvieron tanto más influencia en cuanto a que los estudios sobre la
enseñanza o el trabajo social demostraron su impotencia para luchar contra las desigualdades sociales y
hasta, su tendencia a reforzarlas con mecanismos de selección. De tal forma la sociología de los
movimientos sociales choca hoy no tanto con la sociología de las Instituciones y del sistema social
debilitada por las crisis culturales sociales y sino más bien con determinada sociología de los aparatos
ideológicos del Estado, de donde surge la importancia de hacer penetrar la sociología de los movimientos
sociales dentro de ese territorio aparentemente hostil.
Subrayemos, ante todo, la posibilidad actual de destacar las limitaciones de las tesis que presentan la
escuela o el trabajo social como instituciones incapaces de modificar sensiblemente las desigualdades
sociales lo que lleva implícito que docentes o educadores no pueden en manera alguna ser realmente
actores. A estas a afirmaciones perentorias pueden oponerse muchas investigaciones, 2 de las cuales
surge claramente que la desigualdad se da de entrada sólo en forma parcial y luego se desarrolla en el
seno del sistema escolar impulsada por este último. Conviene sustituir la responsabilidad impersonal del
"sistema" con la responsabilidad individual y colectiva de los docentes. Todo lo que permita limitar la
formalidad escolar en provecho de un aprendizaje activo donde el niño no sea solamente un escolar sino
un individuo aceptado con su pluralidad de roles (incluida su ubicación en clase), contribuye a reducir la
desigualdad de oportunidades 3.
En segundo lugar el orden no reina nunca de manera absoluta. Se habla de control ideológico, de
manipulación, de alineación, pero lo que, ante todo existe, en realidad, es la represión física, la violencia y
la revuelta, reducidas en formas degradadas. Lo mismo que el silencio no reina nunca totalmente en el
mundo de la esclavitud o en los campos
de concentración, pues siempre subsiste cierta resistencia y como corolario una represión directa,
detrás de la apariencia del orden sobreviven siempre relaciones sociales de dominación y protesta.
No hace mucho tuvimos una excepcional demostración que despedazó la idea, demasiado fácilmente
aceptada, según la cual los regímenes totalitarios tienen la capacidad de estabilizarse al punto de reducir a
la impotencia o completa marginación toda oposición. Polonia, casi de un día para otro, vio desmoronarse
el orden oficial y renacer la vida social, cual Lázaro saliendo del sepulcro. En pocas semanas actores,
debates, conflictos y negociaciones surgieron de todas partes: prueba de la impotencia del régimen, si no
le quedara el recurso de la violencia del Estado. Del mismo modo, en otro países .aparentemente
silenciosos un debilitamiento o una crisis del sistema represivo pueden liberar una vida social aún viva, a
pesar de las persecuciones y del reino de las "bocas amordazadas". ¿No es, acaso, notable verla resurgir
en lugares donde parecía aplastada, en Brasil y hasta en Chile, en Polonia, Rumania y hasta en China? Lo
más conmovedor en la obra de Solyenitsyn no es tanto la descripción del horror de los Gulag (que por otra
parte ya se conocía) sino la exteriorización de las voces que la exterminación no pudo reducir al silencio.
Si consideramos los análisis realizados en términos de crisis, vemos que captan más adecuadamente la
idea de movimiento social que aquellos basados en la noción de orden. Tomemos un ejemplo muy actual,
el de los efectos sociales del desempleo. Los numerosos estudios dedicados a este tema tienden sobre
todo a hablar sólo de anomia y marginalidad. Evidentemente, era muy difícil en la década del treinta
conformarse con hablar de los efectos psicológicos de la desocupación y la marginación, mientras Estados
Unidos asistía a marchas del hambre y en Europa los movimientos fascistas se alimentaban con los des-
ocupados. Remontémonos más atrás en el pasado. ¿Era posible en el siglo XIX separar completamente
las llamadas, en aquel momento, "clases peligrosas" de las "clases trabajadoras"? Más cerca de nosotros,
¿se podía hace pocos años, en Oakland, considerar al pequeño grupo de los Black Panthers solamente
como una pandilla de jóvenes negros marginales? Lo mismo, hoy, ¿los jóvenes inmigrantes de Les
Minguettes * son simples "marginales" o también artesanos de un naciente movimiento social.
Por cierto, la crisis da origen más a menudo a movimientos de superconformismo disidente 4 -sectas y
otras formas de antimovimientos sociales- que a movimientos sociales. Pero en todos los casos aparece la
insuficiencia de los análisis realizados en términos de crisis y descomposición de la organización social.
Consideremos, por último, las conductas relacionada5 con el cambio, pues parecen tan cercanas a los
movimientos sociales que muchas veces se las confunden con éstos. Aquí hemos subrayado nítidamente
la distancia que los separa; en efecto, el espacio del cambio social tiene dos pendientes: por un lado remite
a las relaciones sociales y a los efectos dé institucionalización de los conflictos, por consiguiente de las
reformas; por otro conduce hacia el desarrollo, es decir hacia el pasaje de un campo cultural y social a
otro. Esta necesaria descomposición de un conjunto artificialmente constituido permite la penetración de la
sociología de los movimientos sociales en esta área de la vida social.
Una noción importante, pues es utilizable en todos esos casos, es la de refuerzo. Las conductas
observables pueden explicarse, por cierto, como respuestas a la integración o exclusión, a la crisis o al
cambio, pero semejantes explicaciones dejan siempre de lado un residuo importante que sólo puede
analizarse como conjunto de efectos indirectos, sea de la formación, sea, por el contrario, de la ausencia
de movimientos sociales. Allí donde no se forma el conflicto reinan la unidad ficticia del orden y también la
violencia o el retraimiento. Esta noción de esfuerzo tiene la ventaja de respetar la autonomía de los modos
de análisis que corresponden más directamente a determinada área o a otra de la vida social, manteniendo
al mismo tiempo la existencia de principios generales de análisis. Agreguemos que, al hablar de refuerzo,
no queremos de ninguna manera afirmar que la explicación en términos de movimientos sociales da
cuenta, mejor que otras, de toda la realidad histórica. El debilitamiento de muchos conflictos recientes, en
particular de la corriente ecológica, prueba al contrario su débil carga como movimiento social y la
presencia dominante, en su seno, de otros tipos de conductas. Reconozcamos también que, según las
perspectivas y objetivos de cada uno, es posible organizar el conjunto del análisis sociológico alrededor de
tal o cual enfoque general.
De tal modo, cuanto más se ubica uno en una perspectiva sociológica aplicada (por ejemplo para
preparar una política social), tanto más fecundo es el análisis en términos de sistema social, de integración
y crisis; a la inversa, cuando se trata de analizar vastos y complejos conjuntos sociales y determinar la
naturaleza de las fuerzas sociales capaces de transformarlos, las nociones de historicidad y movimiento
social deben ocupar el lugar central.
Numerosos son quienes estiman nuestra sociedad como incapaz de producir nuevos movimientos
sociales: ya porque éstos serían absorbidos por el irresistible ascenso de los estados administradores, ya
porque una sociedad enriquecida sería capaz de absorber todas las tensiones, ya finalmente porque los
movimientos sociales, al ser producto de sociedades de acumulación con cambio rápido, no tienen cabida
si volvemos a sociedades equilibradas.
Tratar, por el contrario, de entender los nuevos movimientos sociales es defender otra representación
de nuestra sociedad y de su porvenir. Según esta representación entramos en un nuevo modo de
producción, el cual al originar nuevos conflictos engendrará nuevos movimientos sociales, extendiendo y
diversificando el espacio público y quizás también dará a luz formas de dominación y control social más
profundas y con mayor capacidad de manipulación.

NOTAS
2 Z Cf. Roger Girod, Politiques de I'Educat~on, P.U.F., 1981 .
3 Este tema fue desarrollado por Jean Foucambert: Evolution comparative de quatre types
d'organrsation à l'école élémentaire, INRDP, 1977-1979.
* Les Minguettes: suburbio de París.
4 William Foote Whyte, Street Corner Society, University of Chicago Press, 1965.

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