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EN TORNO

AL PROBLEMA
DE JESÚS
Claves de una cristología
ACADEMIA CHRISTIANA EDWARD SCHILLEBEECKX, OP
1. E. O. James: Introducción a la historia comparada de las religiones.
353 págs.
2. L. Boff: Gracia y liberación del hombre. Experiencia y doctrina de la
gracia. 2.a ed. 340 págs.
3. E. Lohse. Teología del Nuevo Testamento. 286 págs.
4. J. Martín Velasco: Introducción a la fenomenología de la religión. EN TORNO
3.* ed. 340 págs.
5. M. Meslin: Aproximación a una ciencia de las religiones. 267 págs.
6. F. Bockle: Moral fundamental. 324 págs.
AL PROBLEMA DE JESÚS
7. M. Benzo: Hombre profano-hombre sagrado. Tratado de Antropología
Teológica. 277 págs.
8. G. Baum: Religión y alienación. Lectura teológica de la sociología.
318 págs.
Claves de una cristología
9. R. H. Fuller: Fundamentos de la cristología neotestamentaria. 286 págs.
10. J. B. Metz: La fe, en la historia y la sociedad. Esbozo de una teología
política fundamental para nuestro tiempo. 253 págs.
11. W. Zimmerli: Manual de teología del Antiguo Testamento. 287 págs.
12. X. Léon-Dufour: Los Evangelios y la historia de Jesús. 510 págs.
13. M. Eliade: Tratado de Historia de las Religiones. Morfología y dialéc-
tica de lo sagrado. 47'4 págs.
14. X. Léon-Dufour: Estudios de Evangelio. Análisis exegético de relatos
y parábolas. 366 págs.
15. Ch. Perrot: Jesús y la historia. 268 págs.
16. X. Léon-Dufour: Jesús y Pablo ante la muerte. 302 págs.
17. X. Léon-Dufour: La fracción del pan. Culto y existencia en el NT.
318 págs. N
18. M. Gesteira: La Eucaristía, misterio de comunión.
19. J. Gómez Caffarena: Metafísica fundamental. 2." ed. 510 págs.
20. M. Delcor/F. García: Introducción a la literatura esenia de Qumrán.
21. E. Schillebeeckx: En tomo al problema de Jesús. Claves de una cristolo-
gía. 175 págs.

EDICIONES CRISTIANDAD
Huesca, 30-32
ÍJATM3Tn
Este libro fue publicado por CONTENIDO
UITGEVERIJ H. NELISSEN B. V., Baarn 1978
con el título
TUSSENTIJDS VERHAAL OVER TWEE
JEZUS BOEKEN
*
Traducción de
EMILIO PALACIOS
Revisión de
MANUEL FRAIJO

Derechos para todos los países de lengua española en


EDICIONES CRISTIANDAD, S. L.
Madrid 1983
Depósito legal. M. 7.970.—1983 ISBN: 84-7057-331 >-6

Printed in Spain
Prólogo 11
Introducción 13

1. El camino hacia el cristianismo en un mundo mo-


derno 17

2. Todo comenzó con una experiencia muy precisa. 23


I. Revelación y experiencia 25
II. Experiencia e interpretación 28
III. Experiencia interpretativa y modelos de
pensamiento 33
3. La experiencia de salvación realizada en Jesús y
las primeras denominaciones cristianas 37
I. Estructura de la denominación neotesta- .
mentaría de Jesús: falso dilema entre cris-
tología funcional y cristología ontológica. 39
II. La investigación histórica sobre Jesús ... 46
1. No al neoliberalismo .. 46
2. Ni preferencia por la tradición Q ni
olvido del Evangelio de Juan y de la
tradición eclesiástica 57
3. Consecuencias del reconocimiento de
la importancia teológica de una inves-
tigación histórica sobre Jesús 73
4. Cómo entender hoy a Jesús: tradición viva y ex-
periencia renovada 75
I. Correlación crítica entre el ayer y el hoy. 75
1. Principios de estructuración 76
2. La experiencia actual y su estructura-
ción cristiana 80
II. Realización práctica de la correlación crí-
tica 87
5. Vuntos fundamentales de discusión 91
I. Jesús, el «profeta escatológico» mosaico-
mesiánico 91
10 Contenido
II. Valoración de la cristología pascual 103 PROLOGO
III. Prolegómenos para una cristología 129
1. Equívocos sobre los enunciados de fe
de «primero» y «segundo orden» ... 129
2. Prolegómenos y el problema de I,
541-627 136
IV. ¿Ausencia de la Iglesia? 142
El acontecimiento revelado, transmitido a través de una
6. Reino de Dios: creación y salvación 145 experiencia de fe, nos impulsa a la reflexión. Como conse-
cuencia de ello, el contenido de la fe cristiana nos viene ya
I. La creación como acto de confianza divina dado en proposiciones teológicas (Escritura, magisterio ecle-
en el hombre 147 siástico, teologías diversas y articulaciones de las experien-
II. La confianza que Dios deposita en el hom- cias de fe). Por tanto, sólo se hablará responsablemente, a
bre no será definitivamente frustrada 151 nivel teológico-científico, del contenido de la fe si se refle-
III. Creación: permanencia amorosa de Dios en xiona también simultáneamente sobre ese hablar del conte-
la realidad finita y limitada 155 nido de la fe. En efecto, el contenido de la revelación jamás
se nos presenta en estado puro, sino siempre en un lenguaje
IV. La reserva del Dios creador 164 de fe que, hasta cierto punto, implica ya una reflexión (teo-
V. Inagotable sobreabundancia creadora 167 lógica). Nunca es tan sólo expresión de experiencias inmedia-
VI. Sobreabundancia escatológica 169 tas de fe. Por tanto, el que busca, en el plano teológico, lo
que la tradición viva denomina el valor revelado de Jesús de
Una pregunta clave: la divinidad de Jesús 171 Nazaret habrá de tener en cuenta la estructura de ese dis-
curso de fe sobre Jesús. En otros términos: una reflexión
sobre el contenido de la fe debe ser, al mismo tiempo, una
reflexión sobre la forma en que se ha pensado y hablado
(siempre desde determinados puntos de vista teológicos) de
dicho contenido.
Se ha dicho a menudo que únicamente al final de una
investigación, es decir, a cierta distancia, podemos dar razón
de los caminos y rodeos que el pensamiento se ha visto obli-
gado a recorrer en el transcurso de la investigación. Sólo es
posible una metodología, cuando se reflexiona sobre el mé-
todo de interpretación empleado en una obra, en este caso
en mis dos obras sobre Jesús: Jesús. La historia de un Vi-
viente (citado como I) y Cristo y los cristianos. Gracia y libe-
ración (citado como II).
En estas reflexiones intento, sobre todo, aclarar los pre-
supuestos, los principios de comprensión y el método inter-
12 Prólogo

pretativo de que he partido y a tenor de los cuales fueron INTRODUCCIÓN


escritos mis dos libros. Deseo abordar al propio tiempo los
puntos que han sido objeto de crítica o que han dado pie a
que se presentara una imagen deformada, especialmente del
primer tomo sobre Jesús. Deseo advertir que no me ocuparé,
como es obvio, de escritos no científicos, sobre todo de aque-
llos que cabe incluir en el género literario del panfleto y la Bajo el título Jesús. La historia de un Viviente x se publi-
caricatura, que nada tienen de cristiano. có en holandés, en 1974, la primera parte de una trilogía, y,
en 1977, la segunda: Cristo y los cristianos. Gracia y libe-
EDWARD SCHILLEBEECKX, OP ración 2. El primero es, en pocas palabras, un libro sobre
Jesús, que no olvida a Cristo, mientras que el segundo es un
libro sobre Cristo, que no olvida a Jesús de Nazaret (II, 16).
En cuanto hecho lingüístico objetivado, un libro jsuede
remitir a su autor mientras éste vive. En efecto, el texto se
convierte en una realidad sustantiva, al margen e indepen-
dientemente del autor, quien, al igual que los demás, se con-
vierte en lector de su libro. Sin embargo, mientras vive el
autor, el texto no queda definitivamente objetivado: además
del acceso al libro, siempre queda la posibilidad de un contac-
to con el propio autor. Pero también yo, lo mismo que mis
críticos, al interpretar esos dos volúmenes, estoy ligado a mi
texto tal y como objetivamente se presenta, no puedo apelar
a otras posibles intenciones, a no ser que los propios libros
den pie para ello. El autor, por consiguiente, también está
atado al texto. Se sigue de ahí que, al menos desde un punto
de vista programático, es posible establecer una correcta dis-
cusión basada en un denominador común: mi texto.
Sin embargo, los lectores, cuando toman un libro en sus
manos, tienen ya ciertos interrogantes. Están en su derecho.
Téngase presente, con todo, que en el transcurso de la lec-
tura puede acentuarse lo que el autor no pretendía acentuar
y que luego, apoyándose precisamente en ello, se enjuicia el
libro. Por lo demás, no me parece que la diversidad de pun-
1
Edición española: Jesús. La historia de un Viviente (Madrid,
Ed. Cristiandad, 1981).
2
Edición española: Cristo y los cristianos. Gracia y liberación (Ma-
drid, Ed. Cristiandad, 1983).
14 Introducción Introducción U

tos de vista con los que hoy vivimos en nuestras Iglesias cia, una crítica de tipo exegético. Precisamente han sido los
constituya un verdadero y auténtico pluralismo dogmático, exegetas alemanes y anglosajones quienes me han escrito car-
sino más bien un «pluralismo de temores y preocupaciones». tas de elogio y aliento. Quizá ello baste para mostrar el desa-
Desde ahí se explica la variedad de acentos, las diversas pro- sosiego que existe entre los teólogos sistemáticos, perplejos,
blemáticas y finalmente la pluralidad de doctrinas. Estamos sobre todo, ante los resultados críticos a los que ha llegado
obligados a aceptar esta diversidad de preocupaciones. Pero la exégesis. A pesar de ello, y paradójicamente, habré de
nadie tiene derecho a monopolizar sus temores y preocupa- admitir quizá que valoro de forma diferente la crítica de los
ciones considerándolos como los únicos válidos. La preocupa- exegetas y la que me dirigen los teólogos sistemáticos, aun-
ción por la «ortodoxia» es legítima, como igualmente justi- que agradezca ambas. La razón estriba en que, por lo que a
ficada resulta, y en ciertos períodos incluso más urgente, la los detalles se refiere, entre los exegetas existe gran variedad
preocupación por transmitir de forma íntegra y comprensible de opiniones y su crítica sólo resultaría importante desde el
a la vez la buena nueva. Y el mejor modo de hacerlo puede punto de vista sistemático en caso de que invalidara mis tesis
ser una introducción que se articule en varias etapas. Esta fundamentales. Resulta marginal, en cambio (aunque siempre
fue la intención que me animó al escribir mis dos libros so- de agradecer), cuando se refiere a detalles que no afectan
bre Jesús. sustancialmente a la auténtica orientación y realización de este
Las reacciones ante mis dos volúmenes sobre Jesús, tanto proyecto cristológico. Por tanto, no deseo entrar aquí en esos
por parte de las Iglesias reformadas como del lado católico, detalles, aunque la crítica pueda ser justa. El problema fun-
arrojan, en cuanto yo las conozco, un balance globalmente damental que me planteo es si este proyecto soteriológico
positivo. No se aprecian, en dichas reacciones, diferencias es- y el cristológico que de él deriva encuentran un fundamento
pecíficamente confesionales. En las diferentes confesiones hay razonable en la Escritura 3 .
aprobación y crítica. Falta tan sólo una reacción típicamente
hebrea. Por eso, a pesar de ciertas críticas marginales, que
no afectan a la orientación general de este proyecto cristo-
lógico, puedo constatar un acuerdo de fondo en lo que a los
dos libros se refiere. Ello no excluye que se hayan formulado
observaciones críticas fundamentales, que también yo abor-
daré críticamente. Pero la intención fundamental de este libro
es, sobre todo, exponer las claves hermenéuticas que me han
servido de base para escribir los dos volúmenes sobre Jesús.
De este modo, quien me haya leído de forma equivocada,
esto es, en una perspectiva ajena a la que me ha guiado, en-
contrará de inmediato la respuesta a sus numerosos interro-
gantes. Este libro no pretende ser una apología o una oratio 3
Tras algunas vacilaciones, me he decidido a no responder a algu-
pro domo. Si la crítica es justa, la aceptaré. Por lo demás, yo nas críticas que, aun cuando aporten algo, identifican el verdadero
mismo manifestaba en el prólogo al primer volumen mi agra- cristianismo o la ortodoxia con su articulación romano-helenista, hasta
el punto de convertir la filosofía griega en criterio para juzgar las
decimiento a toda crítica (leal). Sorprende, no obstante, que interpretaciones de la fe. Por este motivo no aludiré a críticas como
la crítica de fondo no proceda de los exegetas, sino de los la de C. de Vogel, De grondslag van onze zekerheid (Assen-Amsterdam
teólogos sistemáticos, cuando yo esperaba, casi con impacien- 1977), cuya refutación exigiría un análisis particular.
1
EL CAMINO HACIA EL CRISTIANISMO
EN UN MUNDO MODERNO

Antes del concilio Vaticano II, la teología cristiana, es


decir, la reflexión de los creyentes sobre la acción de Dios
sobre nosotros los hombres, en y a través de Jesús, experi-
mentó una renovación general entre los católicos. Pero en
una sola dirección: el retorno a las fuentes de las que todo
ha brotado. Esta renovación enriqueció a la teología, pero
unos años después del concilio la teología ha atravesado un
nuevo umbral crítico: con más intensidad que nunca se ha
llegado a la convicción de que la teología cristiana brota
siempre no de una sino de dos fuentes, que habrán de man-
tenerse continua y críticamente enlazadas entre sí: por un
lado, toda la tradición experiencial del gran movimiento ju-
deocristiano; por otro, la nueva experiencia humana que hoy
realizan cristianos y no cristianos. En este terreno, las cien-
cias humanas e incluso las ciencias naturales aportan su con-
tribución, puesto que también ellas condicionan nuestras ex-
periencias concretas, actuales. Personalmente, en mis dos
libros sobre Jesús, estudio la relación entre las dos fuentes
en los siguientes términos: la situación en que vivimos —se-
gunda fuente— es un elemento interno y constitutivo de
nuestro modo de comprender el lenguaje de ese Dios que se
manifiesta en la historia de Israel y en la historia de Jesús, al
que los cristianos confiesan —primera fuente— como salva-
ción de Dios y para los hombres. No se trata, por tanto,
como en algunos tiempos se pensó, de aplicar a la situación
contemporánea aquello. que de antemano creemos conocer
muy bien de la tradición bíblica. Nos hemos ido convencien-
2
18 Hacia el cristianismo en un mundo moderno Hacia el cristianismo en un mundo moderno 19
do, por el contrario, de que nadie está en condiciones de son- la línea de una crítica social). De este modo se pretende
dear lo que significa para nosotros hoy el mensaje evangélico, recuperar, con ayuda de la macroética, esa fuerza integradora
a no ser en referencia a la situación actual. Podemos emplear sin la que ninguna religión puede vivir. Por último, se tiende
con sentido el término «Dios» en nuestra vida, término que a volver nostálgicamente a la antigua imagen de la Iglesia,
Jesús colocó en el centro de su mensaje de salvación para los cuando la religión era el factor social que todo lo integraba.
hombres —y quizá deberá ser empleado por algunos en un Actualmente se discuten todos los aspectos institucionales
sentido nuevo—, únicamente en el caso de que la palabra de las religiones, pero ningún estudio sociológico ha demos-
«Dios» se experimente como respuesta liberadora a nuestros trado que la dimensión religiosa de la existencia humana haya
problemas vitales. Si esto es así, nuestras experiencias actua- dejado de fascinar a los hombres. Y por más que las insti-
les deberán ofrecernos ocasiones reales para hablar de Dios tuciones y los dogmas representen aspectos esenciales de la
en forma humana y razonable. De lo contrario, nos limitare- religión, permanecen siempre subordinados a la experiencia
mos a repetir en los esquemas tradicionales lo que hemos religiosa referida a Dios, es decir, a la apertura religiosa de
aprendido de otros. Pero en ese caso, antes o después nues- la fe.
tros contemporáneos abandonarán esas adquisiciones en las
Se aprecia, por otra parte, que precisamente en un mun-
que no palpitan los problemas cotidianos y profundamente
do secularizado surge de nuevo y con toda claridad la expe-
humanos de su vida. El hombre de nuestros días exige una
riencia de la alienación. Esto se debe, sobre todo en nuestros
presentación razonada de la fe.
días, a que la fe secular en el progreso, basada en la ciencia
En realidad, el problema de la relación esencial entre fe y la tecnología, ha sufrido un rudo golpe. Tendremos que
y experiencia o mundo vital propio (Lebenstuelt) no es nue- concluir que raras veces o nunca pueden interpretarse inequí-
vo: toda la historia de la teología, a partir del Nuevo Testa- vocamente las experiencias como religiosas. Pero una religión
mento, puede comprenderse en esa clave. En el pasado se que no quiera autodestruirse no podrá renunciar a su capaci-
trataba de una experiencia elitista realizada por teólogos a dad de integración definitiva, aunque tenga que comportarse
través de sistemas y métodos académicos continuamente reno- de modo distinto que en el pasado. De hecho, la fuerza reli-
vados y en los que siempre estaba presente el modo de sentir giosa de integración no coincide nunca con ia función que
propio de la época. En nuestros días, nos encontramos frente antes se consideraba válida: la necesidad de las religiones
a las experiencias de la vida diaria, frente al modo de sentir para garantizar los valores fundamentales de una sociedad o
la vida de los hombres que se encuentran en el mundo, fren- legitimar las instituciones sociales incapaces de sustentarse
te a los profundos problemas que afectan a lo humano, a la por sí mismas. Diremos, más bien, que esas experiencias que
vida y a la sociedad. hacen secular al hombre moderno lo sitúan frente a nuevas
Pero una ruptura entre fe práctica y experiencias contem- experiencias y decisiones. En un mundo desacralizado no
poráneas resulta problemática, sobre todo en un mundo en el experimenta ya el hombre lo religioso como un pathos, de
que la religión no sirve ya de aglutinante social y, por tanto, forma pasiva, en una especie de experiencia privilegiada (o
no encuentra confirmación alguna en la vida sociocultural. que, a priori, resulta sospechosa). El actual comportamiento
Sin embargo, en este nuevo contexto, las religiones están religioso manifiesta claramente una respuesta personal y re-
expuestas a algunos riesgos nuevos, por ejemplo, a la tenden- flexiva a experiencias que apuntan a diversas direcciones,
cia a retirarse al coto de lo privado, donde parece que toda- religiosas y no religiosas. Pese a su apariencia de inmediatez,
vía queda espacio, o a reducir la religión a una escuela ética la religión tenía y tiene siempre algo de reflexivo, sin que
para la sociedad (en el sentido de un despertar ético o en deba por ello perder su propia espontaneidad. Eso es, sobre
20 Hacia el cristianismo en un mundo moderno Hacia el cristianismo en un mundo moderno 21

todo, lo que sale a flote en un mundo secularizado. El hom- conduce (en toda interpretación de carácter religioso) a inte-
bre moderno reflexiona sobre determinadas experiencias y las grar esas primeras experiencias ambivalentes en una experien-
interpreta —con frecuencia con gran circunspección y caute- cia nueva, la de una totalidad conscientemente anticipada: la
la— en términos religiosos. Las experiencias ambiguas que religión. El hombre dispone así de una experiencia alternativa
él hace son tanto positivas {la esfera de las experiencias de la respecto a las experiencias ya realizadas.
infinitud) como negativas (las de la finitud). Ambas sitúan Pero esta «experiencia concomitante» no se produce nun-
al hombre contemporáneo frente a una decisión, es decir, son ca, de hecho, en forma abstracta ni a través del individuo
una invitación a esas experiencias y una «experiencia con- aislado, sino siempre mediante alguien que vive en una deter-
comitante» 1. La vida vivida en un vacío que puede abrirse minada cultura y en una tradición religiosa, como la cristiana
en cualquier momento, y la libertad como provocación con- o la budista. Esta experiencia religiosa con experiencias hu-
tinua y carga permanente nos hacen entrever, quizá hoy con manas ambivalentes sólo se convertirá en una experiencia
más intensidad que nunca, la precariedad de nuestra existen- cristiana de fe cuando alguien, a la luz de lo que ha oído
cia. Más aún: precisamente en medio de sus logros sociales, sobre el cristianismo en esta «experiencia concomitante», llega
los hombres se sienten particularmente amenazados. La pro- al siguiente convencimiento: «efectivamente, es así». Lo que
pia amenaza adopta formas «trascendentes». En cuanto tales, las Iglesias proclaman en su mensaje como posibilidad vital
esas experiencias no son religiosas (algunos incluso renuncian que también otros pueden experimentar, lo que consideran
a la antigua fe), pero llevan siempre al hombre a un límite, a provisionalmente sólo como un «proyecto de búsqueda» 2 ,
algo definitivo: o bien al convencimiento de que la facticidad llega a ser en esta experiencia concomitante (dentro del pro-
desnuda y vacía de la existencia es la última, amarga y defi- yecto de búsqueda) un acto enteramente personal de fe cris-
nitiva palabra, o bien a la fe positiva en una realidad tras- tiana, una convicción personal de fe con un contenido
cendente y misericordiosa. Estas experiencias ambiguas pro- concreto y cristiano. En el mundo moderno, los hombres no
vocan una decisión: no una decisión cerebral, sino una expe- podrán ya aceptar por mucho tiempo el credo cristiano ba-
riencia al lado de esas experiencias ambivalentes, para estar sándose simplemente en la autoridad ajena: lo acogerán en y
en condiciones de ofrecer una interpretación con sentido. Sin a través de la «experiencia concomitante» interpretada a la luz
embargo, el tránsito de unas experiencias vagas, ambiguas o de lo que la Iglesia les transmite de su larga historia de ex-
carentes de orientación, a una experiencia religiosa positiva periencia cristiana. Parece que es éste el camino que muchos
seguirán para llegar a la religiosidad y al cristianismo, y no
1 el de ser cristianos desde su nacimiento.
La expresión «experiencia concomitante» (Erfahrung mit Erfahr-
ungen) fue empleada por vez primera —en forma independiente uno Las consecuencias que de ahí emanan para la catequesis
de otro, según tengo entendido— por E. Jüngel y G. Ebeling. El y la teología son extraordinariamente importantes. Y consti-
primero, en Unterwegs zar Sache (Munich 1972) 8 y en su nuevo
libro Gott ais Geheimnis der Welt (Tubinga 1977) 25; G. Ebeling, tuyen también los presupuestos fundamentales que me han
en Das Erfahrungsdefizit in der Theologie, Wort und Glaube III servido de punto de partida para escribir mis dos libros so-
(Tubinga 1975) 22. Con esta expresión acentúan ambos autores que bre Jesús. Si mi análisis de las premisas sobre las que se
la experiencia de Dios o de la fe implica esencialmente también una apoya la fe para un mundo moderno es correcto, se sigue que
experiencia de sí mismo y del mundo. Me uno a esta opinión, hoy
bastante compartida (cf. II, 48); pero, como se deduce del contexto,
doy un significado ligeramente distinto a la expresión «experiencia El concepto de «proyecto de búsqueda» procede de H. Kuitert,
concomitante». Ambos significados ponen de relieve que la teología no Wat heet geloven? Structuren en berkomst van de christelijke geloof-
puede prescindir de la experiencia (cf. II, 21-57). suitspraken (Baarn 1976) espec. 115-119.
22 Hacia el cristianismo en un mundo moderno

la catequesis y la predicación no están llamadas únicamente


a iluminar las actuales experiencias humanas, sino que deben
desarrollar responsablemente, de la manera más concreta y
2
sugestiva posible, el significado concreto para los hombres TODO COMENZÓ
de nuestro tiempo de una orientación cristiana de la existen- CON UNA EXPERIENCIA MUY PRECISA
cia. El hombre debe saber en qué «proyecto de búsqueda» se
ocupa y en qué confía. Pero si las Iglesias expresan su anti-
gua tradición de experiencia cristiana en un sistema concep-
tual ajeno al hombre moderno, privarán a la mayoría de los
humanos del placer de entender este proyecto de búsqueda
como posible interpretación de sus experiencias. Por otra
parte, una catequesis experiencial que no se preocupe además En los orígenes del cristianismo tenemos una experiencia
de desarrollar la historia de Jesús resulta cristianamente in- muy precisa. Todo empezó, efectivamente, con un encuentro.
eficaz. Según la tradición cristiana de fe, Dios mismo nos ha Unos hombres, judíos, entraron en relación con Jesús de Na-
mostrado quién es y cómo quiere ser experimentado a través zaret y, fascinados, permanecieron a su lado. En virtud de
de una historia singular, en un acontecimiento que se funda- ese encuentro, y a causa de lo que aconteció en su vida y,
menta en Jesús y su prehistoria. Y esta historia deberá na- más tarde, en su muerte, su vida adquirió un sentido nuevo,
rrarse de la forma más clara posible, para que los hombres un nuevo significado. Se sintieron regenerados y comprendi-
puedan realizar una experiencia cristiana «con sus experien- dos. Su nueva identidad se expresó en un entusiasmo renovado
cias humanas». La experiencia de Dios se comunica por me- por el reino de Dios y, por tanto, en una solidaridad análoga
dio de las historias experienciales que comprometen a los con los demás, con el prójimo, tal y como Jesús la había vivido
oyentes, hasta el punto de que aceptan hacer con y en las ante ellos. Este cambio de conducta fue fruto de su encuen-
experiencias humanas otras experiencias análogas, esto es, tro concreto con Jesús, sin el cual hubieran seguido como
cristianas. eran, según confesarán más tarde (cf. 1 Cor 15,17). No fue
Esta es la perspectiva en que han sido redactados los dos una iniciativa suya, sino algo que les salió al encuentro.
libros sobre Jesús, aunque no en el plano catequético, sino Este sorprendente y transformador encuentro de algunos
teológico. hombres con un miembro de su estirpe y religión, Jesús de
Nazaret, suministró al Nuevo Testamento el punto de partida
para comprender la salvación. Esto significa que gracia y sal-
vación, redención y religión no tienen por qué expresarse ne-
cesariamente en conceptos inusuales, marcadamente «sobrena-
turales», sino más bien en el lenguaje humano corriente, en
el lenguaje del encuentro y la experiencia y, sobre todo, en
el de imágenes, testimonios y relatos; lenguaje que nunca
deberá aislarse del acontecimiento concretamente liberador.
Y precisamente aquí está en juego la revelación divina.
Encontramos así tácitamente formulados los principios
hermenéuticos fundamentales en los que se fundan los dos
24 Una experiencia muy precisa

libros sobre Jesús, es decir, los polos en torno a los que gira I
toda la historia que narran.
Es precisamente ese trasfondo, en el que ambos libros REVELACIÓN Y EXPERIENCIA
han sido concebidos y elaborados, el que intento poner en
primer plano. Este desplazamiento —del trasfondo al primer
plano— puede ayudar al lector imparcial a situarse en el ca-
mino recto, enfrentándose críticamente con todo prejuicio Los dos libros sobre Jesús fueron escritos desde el con-
subjetivo. vencimiento, tan propio del Antiguo y Nuevo Testamento,
de que revelación y experiencia no se contradicen entre sí.
La revelación de Dios pasa por el camino de las experiencias
humanas. La revelación —pura iniciativa de la libertad de
un Dios que ama a los hombres— trasciende por su misma
esencia cualquier experiencia humana, es decir, no deriva de
una experiencia o reflexión de carácter humano-subjetivo;
pero, por otra parte, tan sólo puede percibirse a través de las
experiencias humanas y en ellas. No se da revelación alguna
al margen de la experiencia. La revelación de Dios es algo
completamente distinto de un producto o proyecto humano;
pero esto no excluye que abarque también proyectos y expe-
riencias humanas. Es decir: no se realiza al margen de nues-
tra experiencia. La revelación se muestra en toda una serie
de acontecimientos, experiencias e interpretaciones. Pero, si
los cristianos afirman que Jesús es la revelación decisiva de
Dios, encontramos en su convencimiento un doble aspecto:
objetivo y subjetivo. Por una parte, hay hombres (cristianos)
que afirman: así lo vemos nosotros. Se nos remite aquí, ante
todo, a determinadas repercusiones que Jesús ha tenido sobre
esos discípulos que, en su propio lenguaje, afirman contun-
dentemente: hemos experimentado a Jesús como la salvación
decisiva y definitiva de Dios. Por otra parte, según la convic-
ción de los discípulos, esta afirmación presupone una inten-
ción: hay que verlo así, porque él es así. Se afirma, por con-
siguiente, algo sobre Jesús: que es la suprema autoexpresión
de Dios. Según el Nuevo Testamento, la particular relación
de Jesús con el reino de Dios es la que lo convierte en nues-
tra salvación, ya que nos hace partícipes de esa relación y nos
abre al viejo sueño de Israel: el reino de Dios como salva-
ción para los hombres. Es verdad que lo primario fue la
26 TJna experiencia muy precisa Revelación y experiencia 27

experiencia de salvación; pero es precisamente esta experien- cierto modo, incluso su propia perspectiva. Si esto es así, se
cia la que de modo inevitable desencadena la pregunta: impone afirmar que la revelación se realiza en un largo pro-
¿Quién es éste que puede hacer semejantes cosas? En otros ceso de acontecimientos, experiencias e interpretaciones y no
términos: el Nuevo Testamento habla de la persona de Jesús en una «intervención» sobrenatural o especie de truco má-
de forma que quede claro por qué fue capaz de hacer lo que gico, aunque de ningún modo se reduce a un mero producto
hizo. La fe de los discípulos no ha constituido a Jesús en humano. Viene «de arriba». La autorrevelación de Dios no es
revelación decisiva de Dios, aunque sin esa experiencia de fruto de nuestra experiencia, sino que se manifiesta en ella
fe no habrían podido decir nada sobre la revelación: la expe- como referencia interior a lo que esta experiencia y este len-
riencia interpretativa pertenece esencialmente al concepto de guaje interpretativo de fe han producido. En la respuesta de
revelación. Pero si Jesús hubiera sido realmente insignifi- fe que damos en la experiencia se transparenta, en última
cante, y si en el Nuevo Testamento dispusiéramos tan sólo instancia, la interpelación divina, aunque por medio de ges-
de juicios subjetivos sobre él, no tendríamos ya ningún mo- tos humanos.
tivo, en mi opinión, para hacernos cristianos o continuar No son, pues, los hombres quienes fundamentan la reve-
siéndolo (aunque el Nuevo Testamento estaría aún en condi- lación, sino ésta la que provoca nuestra respuesta de fe. La
ciones de ofrecernos abundantes estímulos). Del Nuevo Tes- conciencia de fe, aunque ejerce una función constitutiva, se
tamento se desprende con claridad que la soteriología es el experimenta a sí misma como constituida. Sin embargo, son
camino que conduce a la cristología. los hombres quienes afirman que hablan en nombre de la
El hombre sabe que existe una distinción entre el ser revelación y quienes, por tanto, deben asumir esa responsabi-
auténtico de las cosas y el modo en que éstas se nos mues- lidad. De lo contrario, resulta demasiado fácil hacer pasar
tran. Esto no equivale a afirmar un dualismo entre «aconte- por «palabra de Dios» —¡que procede de lo alto!— las pa-
cimiento» y «experiencia subjetiva». El que alguien realice labras y opiniones propias.
una experiencia es un hecho nuevo y, en cuanto tal, distinto
del modo en que esos hechos son experimentados por otro,
o incluso por él mismo en otro momento. En cuanto experi-
mentados por nosotros, esos hechos no quedan estructurados
exclusivamente a través de nuestra perspectiva personal; son
como se nos muestran en nuestra perspectiva, pero condicio-
nados por su «propia aportación». Nuestra experiencia de las
cosas y de los acontecimientos, en la naturaleza y en la his-
toria, no se adecúa, por tanto, a esas cosas y acontecimientos.
Esto explica por qué «el comportamiento de las cosas» se
opone con frecuencia diametralmente a todas nuestras expec-
tativas. El análisis de nuestros proyectos, concepciones y es-
peranzas, es decir, el análisis de la adecuación de nuestras
afirmaciones con los hechos de experiencia es, en principio,
posible y, hasta cierto punto, humana y significativamente
realizable. «Lo que se anuncia» trasciende en sí nuestra per-
cepción y experiencia, como el hombre mismo trasciende, en
Experiencia e interpretación 29

II riencia primaria, original, interpretativa, como afirmaciones


de primer orden, first order). Sólo esta autoexpresión cada
EXPERIENCIA E INTERPRETACIÓN vez más intensa permite profundizar en la experiencia origi-
naria. Gracias a la nueva experiencia se manifiesta de manera
progresivamente explícita la experiencia original (en I, 513-
514 considero estas afirmaciones extraídas de una experien-
El segundo polo en torno al que giran mis dos libros so- cia más desarrollada, refleja e interpretativa, como afirmacio-
bre Jesús se refiere a la relación —en las experiencias huma- nes de segundo orden, second order, que no deben tener el
nas y, por tanto, en el aspecto experiencial de la revelación— significado despectivo de «segundo rango», sino todo lo
entre el elemento experiencia y el elemento interpretación o contrario).
articulación de la misma (aquí lo llamaremos interpretament, También así, la primera experiencia que algunos hombres
al margen de cómo lo entiendan otros autores; cf. I, 644). han tenido al encontrarse con Jesús se convierte en auto-
La interpretación no comienza en el momento mismo en expresión, que ha ido desarrollándose poco a poco hasta lle-
que nos preguntamos por el sentido de lo que experimenta- gar a lo que hoy llamamos cristología. Una crístología (que se
mos. La identificación interpretativa es ya un momento inter- mantenga ceñida a su objeto) es, por tanto, la historia de
no de la experiencia misma, primero no articulada y luego una particular experiencia de encuentro, que identifica lo que
conscientemente refleja. Pero en nuestras experiencias se dan experimenta, es decir, que da un nombre a lo experimentado.
elementos interpretativos que encuentran su fundamento y su Estas experiencias identificativas de los primeros cristia-
fuente inmediatamente en el experimentar en cuanto tal, nos se fijaron por escrito al cabo de cierto tiempo. En reali-
como contenido de una experiencia consciente y, por lo mis- dad, todo escrito neotestamentario trata de la salvación expe-
mo, bastante transparente; y hay elementos interpretativos rimentada en y a través de Jesús. Las experiencias de gracia
que proceden del exterior de esta experiencia, aunque no po- que aquí se expresan reproducen el mismo acontecimiento
demos recalcar demasiado esta distinción o considerarla siem- fundamental y una experiencia fundamental que todos reco-
pre adecuada. Así, por ejemplo, una experiencia amorosa nocemos, aunque cada escrito del Nuevo Testamento repro-
contiene en su misma dinámica elementos interpretativos su- duce la experiencia radical, compartida por los cristianos,
geridos por la misma experiencia concreta del amor. El amor desde su propia óptica. Tanto los sinópticos como la corrien-
experimentado sabe ya qué es el amor, sabe incluso más de te paulina o joánica (por recordar tan sólo tres corrientes
lo que es capaz de expresar en ese momento. La identifica- fundamentales del Nuevo Testamento) contaban ya con una
ción interpretativa es, pues, un momento interno de la expe- prehistoria en la que estaba implícita la experiencia de sal-
riencia del amor. Esta experiencia amorosa se expresará vación y de gracia y su correspondiente interpretación: la
quizá posteriormente en un lenguaje que puede estar toma- veterotestamentaria, intertestamentaria y protocristiana o pre-
do de Romeo y Julieta, del Cantar de los Cantares, de los neotestamentaria.
himnos de Pablo al amor o de cualquier composición poética Una rápida visión de este proceso histórico nos permite
moderna. Esta tematización posterior no es una superestruc- comprender que no estamos en condiciones de actualizar de
tura indiferente y sin sentido. La interpretación y la expe- manera absolutamente directa la teología neotestamentaria de
riencia se condicionan mutuamente. El auténtico amor vive la salvación y redención, lo cual significa que esta concepción
de la experiencia amorosa y de su continua expresión (en bíblica no nos interpela de modo directo o «inmediato». De
I, 513-514, considero las afirmaciones extraídas de la expe- ahí se sigue que un análisis teológico de los conceptos neo-
30 Una experiencia muy precisa Experiencia e interpretación 31

testamentarios sobre la salvación únicamente podrá inspirar hayamos encontrado en la Biblia no podremos, pues, «apli-
y orientar en realidad a los hombres de hoy si va acompa- carlo» sin más a nuestro mundo vital, como si nos fuera
ñado de la conciencia de las mediaciones históricas, las de posible extraer de la cascara histórica un fruto atemporal.
entonces y las de ahora. En el Nuevo Testamento nos encon- Los autores neotestamentarios no nos ofrecen el mensaje cris-
tramos con una experiencia fundamental que ensambla todos tiano en estado puro, sino teñido por el mundo de entonces.
los escritos y que, precisamente por eso, pudo ser recogida Nos preguntamos, por consiguiente, hasta qué punto esa his-
en un «Nuevo Testamento» canónico: Jesús, experimentado toria de su experiencia de salvación en Jesús —salpicada de
como el acontecimiento salvífico decisivo y definitivo, la sal- motivos biográficos, tanto personales como colectivos— pue-
vación de Dios, el antiguo sueño de Israel. Pero, precisa- de inspirar y orientar todavía a los hombres de nuestro tiem-
mente porque se trata de experiencia, los autores expresan po. ¿Estamos acaso ligados, como cristianos, a todos los
esa salvación sirviéndose de los conceptos propios de su mun- Ínterpretament, es decir, a todos los conceptos experienciales
do vital (Lebenswelt), de su ambiente y de sus problemas judíos y griegos del mundo de entonces? En la tradición de
y, por lo mismo, del mundo de su experiencia. Y es aquí la experiencia cristiana, que abarca ya casi dos milenios, se
donde surgen interesantes diferencias en el Nuevo Testa- han ido acumulando sin cesar estos elementos interpretativos.
mento. Como ésa es también la razón de que en la Escritura ¡Y con toda razón! En cada época, en efecto, los cristianos
se hable en forma tan diversa del significado salvífico de se esfuerzan por expresar su experiencia de la salvación en
Jesús. Jesús, utilizando conceptos experienciales característicos de
Mi intención era, en rigor, diseñar esas variaciones, tanto su mundo contemporáneo. Pero entonces se corre el riesgo
preneotestamentarias (sobre todo en I) como neotestamenta- de que los cristianos de nuestros días se aferren a un deter-
rias (especialmente en II). La pregunta era: ¿cómo interpre- minado «Ínterpretament» del pasado más que a la realidad
tan los diversos autores neotestamentarios su experiencia salvífica, que se traduce, mediante él, en múltiples lenguas.
fundamental con Jesús? De hecho, las experiencias privadas Para los cristianos del pasado, muchas de esas interpretacio-
se realizan siempre en determinados contextos interpretativos. nes constituían una expresión vital de las experiencias coti-
Por eso es también preciso buscar los diversos marcos inter- dianas realizadas en su ámbito sociocultural (por ejemplo, el
pretativos en los que la experiencia cristiana fundamental se rescate de los esclavos, el sacrificio cultual de los animales,
ha articulado. Pues los hombres no experimentan nunca la la posibilidad de disponer de un poderoso intercesor en las
salvación en abstracto, sino siempre en sus contextos vitales altas esferas, de un señor del mundo, etc.), mientras que,
(diversos entre sí). Hay que analizar, pues, constantemente para nosotros, hoy, ya no lo son. No se puede, ciertamente,
ese contexto, ya que la relación con su presente fue también obligar para siempre a cristianos que creen en el valor salví-
decisiva para establecer la manera en que ellos experimenta- fico de la vida y muerte de Jesús a creer también en todas
ron y comprendieron la salvación de Jesús, si bien hay que esas interpretaciones. Ciertas imágenes e interpretaciones, su-
añadir que los problemas permanentes de la vida reaparecen gerentes y plenamente legítimas en una época, pueden resul-
de continuo, aunque experimentados de formas diversas. tar irrelevantes en una cultura distinta. Hay que preguntarse
si, en una cultura como la nuestra, que se horroriza ante las
Pero no podemos limitarnos a analizar ese horizonte. En matanzas de carácter sacro, puede todavía considerarse el sig-
efecto, nosotros mismos vivimos en un mundo vital diverso, nificado salvífico de la muerte de Jesús como un sacrificio
que plantea problemas e interrogantes también diversos y cruento, exigido por un Dios airado para aplacar su-ira. Así
que, en un contexto histórico y sociocultural distinto, aborda es como se desacredita, en las actuales circunstancias, la
los problemas siempre presentes en la humanidad. Lo que
32 Una experiencia muy precisa

auténtica fe en el verdadero significado salvífico de esa III


muerte: es algo que choca con experiencias modernas crítica-
mente asumidas. EXPERIENCIA INTERPRETATIVA
El Nuevo Testamento se siente libre para hablar de la Y MODELOS DE PENSAMIENTO
experiencia de salvación realizada con Jesús utilizando con-
ceptos diferentes, con tal de que en estas diferentes inter-
pretaciones se exprese lo que realmente sucedió con Jesús.
Y esto nos confiere también a nosotros la libertad para ex- Esta breve exposición sobre revelación, experiencia e in-
presar, de manera inédita, la experiencia de salvación que terpretación nos ofrecería una imagen deformada del proceso
realizamos con Jesús y traducirla a un lenguaje extraído de real de la revelación si nos limitásemos a afirmar que toda
nuestra cultura moderna y contemporánea, con sus proble- experiencia va acompañada de articulaciones conceptuales y
mas, expectativas y necesidades, aunque tenga que permane- metafóricas. En nuestros días se abre camino la convicción
cer abierto a la crítica de la espera de Israel tal y como se de que concepto y modelo no son la misma cosa. A partir
ha cumplido en Jesús. Es más, deberemos hacerlo así para de Kant y de las actuales discusiones sobre teoría de la cien-
permanecer fieles a lo que los cristianos neotestamentarios cia en torno a K. Popper, Th. Kuhn, L. Lakatos, P. K. Fe-
experimentaron, anunciaron y prometieron como salvación yerabend, escuela de Erlangen, etc. (cf. bibl. II, 23, n. 1),
en Jesús. El próximo párrafo pondrá aún más de relieve esta se concede actualmente una cierta primacía de la teoría o del
necesidad. modelo sobre la experiencia, al menos en el sentido de que,
por un lado, no puede darse experiencia alguna que no lleve
consigo, al menos implícitamente, una teoría y, por otro, que
las teorías no se obtienen inductivamente a partir de la expe-
riencia, sino que constituyen una iniciativa creadora del espí-
ritu humano.
En consecuencia, tampoco los enunciados de fe bíblicos y
eclesíales son puras y simples expresiones o interpretaciones
de «experiencias religiosas inmediatas» (como las realizadas
con Jesús). De modo más o menos consciente, también ellas
expresan teorías. El llamado momento interpretativo de la
experiencia queda enmarcado en un contexto más amplio, es
decir, teórico, de interpretación. Y dichos contextos teóricos
podemos encontrarlos tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. Ambas series de escritos no sólo expresan expe-
riencias religiosas inmediatas, sino que emplean también mo-
delos teóricos, desde los que intentan comprender un frag-
mento de la historia experiencial vivida por Israel. Así, en el
Antiguo Testamento el yahvista interpreta la historia expe-
riencial judía en forma distinta de como lo hacen la tradición
sacerdotal y la deuteronómica. Recurren, por tanto, a mode-
3
34 Una experiencia muy precisa
Modelos de pensamiento 35
los interpretativos diversos o, para expresarnos en términos
modernos, a diferentes teorías. Y lo mismo hace, aunque guíente, enunciados teóricos y no sólo «enunciados de expe-
quizá con menos claridad, el Nuevo Testamento; incluso los riencia». Como cualquier teoría, intentan aclarar e iluminar
dogmas conciliares han brotado de un determinado «pensar- al máximo el mayor número posible de fenómenos de expe-
por-modelos». En II, 23-71, no he hecho más que esbozar riencia. Y eso lo consigue una teoría mejor y de forma distin-
este aspecto fundamental (II, 26-28), pero es un problema ta que otra. Así, en el Antiguo Testamento, la tradición sacer-
que merecería un tratamiento más profundo y cuidadoso. La dotal emplea un modelo de interpretación de la experiencia
persuasión de que los modelos teóricos acompañan siempre histórica completamente distinto —se apoya en la estabili-
a los enunciados religiosos, bíblicos y dogmáticos me ha ins- dad— del modelo interpretativo profético, que apunta hacia
pirado también en la elaboración de mis dos libros sobre el cambio y el futuro (cf. N. Lohfink, Unsere grossen Wórter.
Jesús. Das Alte Testament zu Themen dieser ]ahre, Friburgo de Br.
En la fe y en la teología sucede exactamente lo mismo 1977, espec. pp. 44-56, 76-91 y 156-189). La interpretación
que en la ciencia y las experiencias humanas normales: las sacerdotal de las experiencias históricas de Israel utiliza el
experiencias articuladas subyacen siempre a una teoría (tema- modelo de un mundo ideal estable, mientras que el modelo
tizada o no). En nuestros días las discusiones sobre la recí- deuteronómico interpreta los hechos de experiencia partiendo
proca influencia entre experiencia y teoría han dejado bien del modelo del Éxodo: salir de la estabilidad para adentrarse
claro que una dogmatización de la experiencia es tan infun- en un futuro siempre mejor. Los modelos y teorías son hipó-
dada como una dogmatización de la teoría; por otra parte, tesis o invenciones humanas, un «marco» en el que se intenta
también ha quedado claro que ningún enunciado de fe es dar sentido a los diversos datos. Su importancia reside en su
pura y simple reproducción de una experiencia religiosa (tan- capacidad para situar de manera comprensible y lo más sen-
to si utiliza conceptos propios como ajenos), sino también cilla posible los diversos datos de una determinada esfera de
teoría (necesitada, por tanto, de revisión). Por eso me parece la realidad.
que la ingenua confianza en las denominadas experiencias in- La revelación, en su conjunto, se nos da a través de la
mediatas es una forma de neoempirismo. Como hemos dicho, mediación de un largo proceso no sólo de acontecimientos,
una teoría, en cuanto tal, no brota nunca de la inducción de experiencias e interpretaciones, sino también de interpretacio-
determinadas experiencias. Es una realidad autónoma del es- nes según determinados y distintos modelos o teorías. La re-
píritu humano creador, mediante la cual el hombre (con la velación, en cuanto inefable, es decir, en cuanto fundamenta
impronta ya, por supuesto, de una larga historia experiencial) la fe e induce a los creyentes a actuar y pensar, sostiene y
sale al encuentro de las experiencias. En lo que algunos lla- abarca no sólo la experiencia de fe, sino también su interpre-
man «experiencia religiosa» se oculta, pues, no sólo la inter- tación según modelos o teorías diferentes. Las cristologías del
pretación (en el sentido de determinados conceptos e imáge- Nuevo Testamento nos lo demuestran con claridad. Tanto
nes), sino también un modelo teórico a partir del cual se a través del momento interpretativo como también, y quizá
sintetizan diversas experiencias. sobre todo, a través del momento teórico (fruto del pensar
Un enunciado de fe, es decir, todo lenguaje religioso que a base de modelos), el dato revelado, en cuanto articulado
hable de revelación, elabora al mismo tiempo un modelo teó- lingüísticamente por los creyentes, pasa a ser un aconteci-
rico que, en cuanto tal, permanece hipotético, por más que miento perfectamente humano del que, sin embargo, no de-
designe íntimamente lo experimentado y lo revelado en su penden ni el contenido ni el acto de fe. Todo esto nos garan-
articulación concreta. Los enunciados de fe son, por consi- tiza que la revelación no se basa en nosotros, pero al mismo
tiempo nos pone en guardia contra toda interpretación funda-
36 Una experiencia muy precisa

mentalista, tanto de la Biblia como del dogma eclesial. De


este modo, una interpretación auténticamente cristiana no es, 3
de hecho, más fácil, puesto que también quien interpreta
piensa siempre mediante modelos. Pero el análisis de esa es- LA EXPERIENCIA DE SALVACIÓN
tructura de la revelación y del acto de fe responde mejor a los REALIZADA EN JESÚS
datos reales del proceso revelador y nos mantiene así más an- Y LAS PRIMERAS DENOMINACIONES CRISTIANAS
clados en la realidad.

En mi primer libro, Jesús. La historia de un Viviente,


planteo el problema del origen de los primeros nombres cris-
tianos utilizados para designar su persona; pregunto incluso
por las denominaciones utilizadas por los primeros cristianos,
de ascendencia judía, y que, con cierta seguridad histórica,
pueden rastrearse en el período preneotestamentario. Eso no
significa que dichos nombres fuesen también los de mayor
garantía o los más definitivos. Lo excluyo expresamente:
« [ . . . ] tampoco puede servir como norma o factor constante
de unidad la más antigua imagen reconstruible de Jesús» (I,
45) y: «por importante que pueda ser la tradición más an-
tigua [... ] la primera formulación de una experiencia de re-
conocimiento no es necesariamente la más rica ni la más ma-
tizada» (I, 45-46). Da la impresión de que algunos críticos
no han leído estas afirmaciones. Lo que digo es que tales
tradiciones siguen siendo «una pauta importante para el pro-
ceso ulterior en que se intenta articular, cada vez con mayor
claridad, la riqueza de las auténticas experiencias» (1,46);
por último: «las formulaciones antiguas y las más recientes
de una experiencia ejercen muchas veces una crítica mutua»
(I, 46). Esto significa que, a causa de la estructura de la ex-
periencia interpretativa y de su posterior interpretación expe-
riencial (cf. supra, c. II, B), es importante reconstruir las más
antiguas denominaciones cristianas de Jesús (pero sin recono-
cerles preeminencia alguna), dado que la posterior tematiza-
ción presenta también un aspecto «histórico-ideológico», es
38 La experiencia realizada en Jesús

decir, está guiada por la experiencia original, articulada ya de I


manera muy precisa. En esta compleja situación se corre el
peligro de que una tematización posterior haga prevalecer el ESTRUCTURA DE LA DENOMINACIÓN NEOTESTAMENTARIA
aspecto interpretativo, en detrimento del aspecto experiencial, DE JESÚS: FALSO DILEMA ENTRE CRISTOLOGIA FUNCIONAL
y se construya incluso una «historia de las ideas» desligada Y CRISTOLOGIA ONTOLOGICA
de la experiencia. Eso es precisamente lo que entiendo cuan-
do hablo de «advertencia limitadora» 1 que puede derivar de
las más antiguas interpretaciones de Jesús. Cada hombre recibe al nacer el nombre que le imponen
los demás. El recién nacido inicia así su perfeccionamiento y,
como persona inconfundible, entra en la red de las relaciones
humanas. Se le reconoce en lo que tiene de específico por la
imposición del nombre. Es aceptado por sus padres y familia-
res. Puede existir. Con su aceptación en una pequeña comu-
nidad da comienzo la integración del niño en la gran comu-
nidad humana. De forma absolutamente original, ese nuevo
ser, con su insustituible nombre, se incorpora a la vieja «his-
toria humana» y le añade un nuevo capítulo. Podrá hablarse
de los términos concretos en que se desenvuelve su historia
únicamente después de muerto, dado que, mientras viva, ha-
brá que contar siempre con la posibilidad de que se altere el
curso de su vida o, por lo menos, adquiera nuevos acentos.
De este modo, cierto judío de Nazaret, apenas nacido, re-
cibió el nombre de Jesús (es decir, «salvación»). Pero lo que
ese nombre realmente significaba se manifestaría plenamente,
como resultado de su vida, en el momento de la muerte.
Es interesante observar que, para expresar lo que deter-
minados individuos significan en realidad para los demás, en
virtud de sus acciones concretas, se les impone frecuentemen-
te un segundo nombre. Así, por ejemplo, Abrán se transfor-
ma en Abrahán, Jacob en Israel, Saulo en Pablo y Simón en
Pedro, la piedra sobre la que se edifica la comunidad del cris-
tianismo primitivo. El segundo nombre es, pues, funcional o
de servicio (1,458). De esta manera, hay personas que reci-
ben un segundo nombre debido al significado que revisten
1 para los demás. En la esfera religiosa, ese segundo nombre
La expresión indica la «prioridad», aunque mediante reconstruc-
ciones de carácter histórico, de la persona de Jesús frente a la res- revela justamente una entronización o vocación que proviene
puesta del creyente, aunque en el Nuevo Testamento ambos aspectos de Dios.
están tan vinculados que no es posible distinguirlos con claridad; cf. Así, Jesús fue llamado «Cristo», o incluso «el Cristo»,
también la nota 2 del epílogo.
40 La experiencia realizada en Jesús ha denominación neotestamentaria de Jesús 41

por los judíos que le «siguieron» y para quienes representó imposibilidad de comprender a Jesús). Precisamente por eso
un significado fundamental en su vida. Cristo significa Ungido es poco lo que podemos afirmar, en el plano histórico, sobre
(Mesías), es decir, ungido por el Espíritu de Dios (Is 61,1; la psique de Jesús. Los demás pueden conocerlo identificándolo
cf. 52,7) para salvar a su pueblo, para traer salvación, reden- a través de lo que dice y hace. Esa llamada vía indirecta es
ción y liberación. «Entérese bien todo Israel de que Dios ha seguida sugestivamente por el Evangelio de Mateo, donde
constituido Señor y Mesías al mismo Jesús a quien vosotros Juan el Bautista, desde la cárcel, envía a Jesús algunos discí-
crucificasteis» (Hch 2,36); y en otro pasaje: gracias a una pulos para que le pregunten: «¿Eres tú el que tenía que ve-
«unción» (Hch 4,27, que se basa en Is 61,1-2; cf. también nir o esperamos a otro?» (Mt 11,3). Su respuesta es: «Los
52,7). _" ciegos ven [... ] a los pobres se les anuncia la buena noticia»
«Jesús es el Cristo» es ya una confesión de fe. Este enun- (Mt 11,5). Jesús responde remitiendo a sus palabras y accio-
ciado implica que los que ie llaman con ese nombre han ex- nes. Así como en Ex 3,14 no se revela directamente el nom-
perimentado y siguen experimentando, en y por medio de bre o identidad del Dios de Israel, sino que se remite a lo
Jesús, la salvación decisiva de Dios. No se trata, pues, de un que Dios hace con el pueblo de Israel: «Os tengo presentes»
enunciado meramente descriptivo, como si se dijese: «Jesús, (Ex 3,16), que significa: «Me solidarizo con el pueblo», del
a quien los cristianos llaman el Cristo». mismo modo, en el relato de Mateo, Jesús dice: «Yo soy el
Ese proceso de reconocimiento y denominación de Jesús que lleva la buena noticia a los pobres, el que acaba con la
comenzó en una atmósfera de ambigüedad, de preguntas y desventura». También para Jesús vale: «Me solidarizo con mi
suposiciones. Y, en la estructura material de los cuatro evan- pueblo». Esta función es su esencia, lo mismo que en 1 Jn
gelios, los autores nos lo dejan entrever con bastante claridad, 4,8 y 16b la esencia de Dios es «amor a los hombres». La
aunque el lector (y también el autor) conozca ya el desenlace. moderna distinción entre cristología funcional y cristología
Las atribuciones explícitas del nombre, a partir de las cuales ontológica es totalmente ajena a las categorías neotestamen-
fueron escritos los cuatro evangelios, tuvieron lugar no al co- tarias. La misma esencia de Jesús es salvación de Dios.
mienzo, sino más bien después o hacia el final de la relación Pero en esta denominación «indirecta», tal y como la en-
experiencial tenida con Jesús, que duró un año o como máxi- contramos en Mt 11,5, hay algo más. Mediante esa denomi-
mo dos, es decir, desde el bautismo de Jesús a orillas del Jor- nación identificativa, se reconoce que en Jesús se cumple una
dán hasta su muerte. Al principio, se desconoce todavía el promesa de Isaías (Is 29,18-19; 35,4-6; 61,1-2, que aquí im-
verdadero nombre o identidad de Jesús (desde el punto de plícitamente se cita). Resulta entonces clara la estructura de
vista judío, ambas realidades se identifican), igual que sucede la denominación neotestamentaria de Jesús: se trata de un
con todos los hombres: «¿Qué será de este niño?» es una conocimiento (y reconocimiento) explícito de lo que antes «se
pregunta que explícita o implícitamente se formula cada vez conocía ya» vagamente, al menos como promesa. Existía ya
que nace un pequeño. Incluso en los evangelios, que fueron un cierto modelo de expectativa en la tradición experiencial
escritos partiendo de la imposición identificadora del nombre, judeo-religiosa. Sin embargo, la identificación explícita no re-
se recurre al camino «indirecto» del proceso de reconocimien- sulta, de hecho, tan evidente, ya que a renglón seguido se
to (cf., sobre todo, II, 809-815, donde se habla del proceso añade: «Dichoso el que no se escandalice de mí» (Mt 11,6).
de identificación de Jesús en los cuatro evangelios). De ahí Conocer a Jesús como el Cristo no es una comprobación de
se infiere que el propio Jesús se mostró más bien reservado tipo objetivo (como tampoco es posible ninguna prueba de
cuando se trataba de desvelar directamente su identidad (a carácter histórico-científico); ese conocer exige, al mismo tiem-
excepción del Evangelio de Juan, que más bien tematiza la po, una metanoia fundamental, en virtud de la cual queda
42 La experiencia realizada en Jesús La denominación neotestamentaria de Jesús 43

transformado quien conoce a Jesús como el Cristo. Conocer en Jesús, porque el modelo expresaba la impresión que Jesús
a Jesús, el Cristo, conlleva siempre una nueva comprensión les había producido» (I, 448) y recurren «a conceptos un tan-
de sí, en y a través de una renovación de la propia vida. Lo to ajenos a la realidad que pretendían expresar» (I, 43). De
primero no puede separarse de lo segundo, ya que de lo con- esta manera, no se niega el carácter proyectivo de la denomi-
trario la fe cristiana quedaría reducida a una fórmula muerta nación, sino que se regula y explica. Jesús no es un descono-
(claro que esto no significa tampoco que arabas cosas se cido sobre el cual puedan los hombres proyectar arbitraria-
confundan). Este aspecto de la metanoia, esencial y necesario mente sus necesidades y expectativas. ¿Por qué habríamos de
para una verdadera profesión de fe en Cristo, lo encuentro necesitar aún a Jesús, si nos limitamos a proyectar sobre él
también en el reconocimiento apostólico definitivo de Jesús todo lo que ya conocemos? Es la novedad que aparece en él
como el Cristo, el Hijo de Dios, que el Nuevo Testamento la que a) nos permite volver a lo que, en cierto modo, ya
nos describe en forma de apariciones (cf. I, 360-362 y 350- conocemos para articular lo nuevo en un lenguaje propio que
360). Pues llamar a Jesús «el Cristo» es, efectivamente, im- nos resulte suficientemente comprensible, y b) destruye, al
ponerle un nombre a partir de una concreta experiencia de mismo tiempo, el significado ya conocido de esos nombres.
salvación, redención y liberación, que viene de Dios a través Jesús es el Mesías, pero no como lo esperaban muchos judíos
de Jesús. de la época y, al principio, incluso los discípulos. En la deno-
minación neotestamentaria de Jesús se oculta un vestigio de
Esta denominación identificativa de Jesús se presenta,
teología negativa. Jesús es el Señor, pero no como eran kyrios
pues, como una realidad con dos aspectos: a) un aspecto de
los déspotas de su tiempo: él es el Señor que considera nega-
proyección, es decir, los nombres que los judíos y luego los
tivas todas las relaciones que se basan en el binomio siervo-
cristianos procedentes del paganismo conocían ya por su tra-
amo: «Pero entre vosotros (seguidores de Jesús) no debe ser
dición cultural y religiosa fueron proyectados sobre Jesús (la
así» (Le 22,24-27; Me 10,42-43; Mt 20,25-26). A pesar de
exégesis habla de títulos de soberanía como: Cristo, Hijo de
todos los nombres judíos y «paganos» que los cristianos uti-
Dios, etc., o también metáforas como: agua viva, pan del
lizan para identificarlo, Jesús sigue siendo, «para los judíos,
cielo, buen pastor, etc.); y b) un aspecto de donación, un
escándalo; para los paganos, una locura» (1 Cor 1,23). Esto
elemento de oferta del Jesús histórico. El estímulo, el des-
demuestra una vez más que la denominación cristiana de Je-
encadenante de estas proyecciones denominativas es el propio
sús implica una renovación de la propia vida aun en el plano
Jesús, lo que él fue, teniendo en cuenta su vida y muerte (I,
cognoscitivo, una metanoia incluso del conocimiento, es decir,
41-46). En este proceso de denominación «la prioridad co-
implica je.
rresponde a la oferta real que es Jesús» (I, 48). Pero encon-
tramos también en este proceso de denominación un elemento A causa precisamente de esta tensión en los nombres que
crítico: los nombres ya conocidos (Cristo, Hijo de Dios, etc.) se aplican a Jesús «pueden intercambiarse, ser sustituidos
y las expectativas salvíficas presentes en ellos no determinan por otros e incluso desaparecer» (I, 39). Pueden también sur-
quién es Jesús, sino a la inversa: «la historia singular y con- gir otros nuevos. No mucho después del Nuevo Testamento,
creta de Jesús asume esas expectativas, pero las transforma, los Padres de la Iglesia llaman a Jesús el «verdadero Orfeo»,
reestructura o corrige» (I, 16). Se enlaza de nuevo con mode- que con su música alivia y sana el corazón de los hombres.
los precedentes, pero bajo la presión de lo que realmente era Eso debió de sonar muy bien a los cristianos griegos. He teni-
Jesús, de lo que decía y hacía, todos los modelos quedan do ocasión de observar a menudo que algunos cristianos reac-
hechos añicos: «si utilizaron ese modelo no fue por razón cionaban instantáneamente con un profundo rechazo, como
del modelo como tal, sino por lo que se había manifestado diciendo: «Eso no puede ser», cuando yo hablaba de «Cristo
44 La experiencia realizada en Jesús
La denominación neotestamentaria de Jesús 45
como Orfeo», mientras les parecía obvio que el Evangelio de
Juan hable de Jesús como «Logos». Pero, visto desde el am- que ya sabemos por otro conducto, es decir, por nuestra cre-
biente cultural y religioso de su época, los Padres de la Igle- ciente experiencia humana. Cuando se trata de designar a Je-
sia hicieron lo mismo que el Evangelio de Juan al llamar a sús no encuentro a veces, en la literatura cristiana de nues-
Jesús «el Verbo» (Logos). Naturalmente, todas esas denomi- tros días, ese aspecto crítico. Aunque el origen de nuestras
naciones son algo arriesgadas. denominaciones actuales de Jesús sea la así llamada experien-
En la denominación neotestamentaria de Jesús (compara- cia «secular» que tenemos de la vida y del mundo, la impo-
ble con los «nuevos nombres» que los cristianos han dado sición del nombre (si pretende ser auténticamente cristiana)
a Jesús a lo largo de la tradición) se manifiesta así un prin- tendrá que someterse a la crítica de lo que Jesús fue en su
cipio hermenéutico, a saber: el origen del nombre que expre- realidad histórica (y para comprender lo que Jesús verdadera-
samente damos a este Jesús —partiendo de una experiencia mente fue hay que contar con la gran prehistoria judía de
concreta de salvación realizada con él— está, por una parte, Jesús y su poshistoria). Puede que, partiendo de nuestra ex-
en nuestro mundo actual y concreto de experiencia, es decir, periencia, Jesús admita mejor el calificativo de liberador que
en las experiencias que tenemos hoy con otros hombres den- el de redentor, pero teniendo en cuenta la estructura de los
tro de una cultura como la nuestra, que cambia y se transfor- nombres neotestamentarios que se aplican a Jesús, nos encon-
ma continuamente; por otra, incluso las palabras claves que tramos frente al problema de saber en qué consiste la autén-
adquirimos en nuestra experiencia actual de la vida y del tica liberación y, por tanto, de saber cuál es el fundamento,
mundo y que luego «proyectamos» sobre Jesús —por ejem- el origen de la alienación y esclavitud humanas, así como qué
plo, Jesús el liberador— deben ser sometidas a la crítica de clase de salvación esperaba Israel y cuál es la que Jesús ofre-
lo que era realmente Jesús. Ni para el Nuevo Testamento ni ce a los hombres: el reino de Dios como salvación de y para
para nosotros puede hablarse de una pura correlación entre los hombres. La crítica transformadora del Mesías de Israel,
nuestras expectativas y lo que Jesús fue en realidad. Toda Jesucristo, preside, por consiguiente, lo que nosotros los
denominación cristiana de Jesús de Nazaret habrá de ser, hombres, mediante la teoría y la práctica, podemos ahora ex-
pues, fundamentalmente crítica, tanto frente a cualquier re- perimentar y formular. Esta es una de las razones por las que
ducción de Jesús a un fenómeno histórico concreto cuanto el paulinismo y los himnos protocristianos sostienen que a
frente a la tradición cultural y las experiencias de las que Jesús le ha sido dado un nombre «que sobrepasa todo título»
extraemos los nombres que nos parecen más adecuados para (Flp 2,9; Ef 1,21). Ningún nombre extraído de nuestro co-
él. De este modo, apoyándonos en nuestras profundas expe- nocimiento humano y de nuestras tradiciones experienciales
riencias humanas de Jesús, quizá podremos, en nuestro si- es del todo adecuado; cada nombre debe ir acompañado de
glo xx, calificarlo de liberador más que de redentor. Esto es calificaciones que sólo podemos encontrar en la obra entera
algo que está ocurriendo. Pero una investigación histórica que Jesús llevó a cabo en el transcurso de su vida y, por su-
sobre el Nuevo Testamento nos enseña (y sin una búsqueda puesto, dentro del horizonte veterotestamentario. Nuestros
de este estilo puede fácilmente olvidarse) que el recurso a intentos de proyectar con ayuda de denominaciones —y
palabras clave, tomadas de nuestra tradición humana de expe- como hombres no podemos actuar de otro modo— deben
riencia, puede ofrecernos los nombres más adecuados para someterse siempre a la crítica de lo que Jesús fue. Precisa-
calificar a Jesús, pero al mismo tiempo esos nombres habrán mente por eso, dentro de ciertos límites, la pregunta histórica
de ser transformados radicalmente si han de ser válidos para por Jesús posee un significado teológico y religioso.
él. De lo contrario, reconoceremos en él exclusivamente lo
La investigación histórica sobre Jesús 47

II consistente, ese saber de carácter histórico. Precisamente por-


que el cristiano parte del presupuesto de que eso es así, es
LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA SOBRE JESÚS
decir, que el relato kerigmático sobre el Jesús neotestamen-
tario, aunque narrado por otros, está lleno de recuerdos refe-
ridos a las palabras y acciones, a la vida y muerte de Jesús
—recuerdos que impulsaron a aquellos hombres a formular
1. No al neoliberalismo su denominación cristiana—, adquiere también un relieve
cristológico propio la pregunta histórica por la vida y mensaje
Hay un fondo de verdad en el recelo que muestra Rudolf de Jesús. Sólo habría que negar su significado teológico si se
Bultmann frente al «Jesús histórico» (del que cabría contar afirmara (cosa que algunos hacen, a mi juicio incorrectamen-
muchas cosas, también según Bultmann, desde el punto de te) que también es válido para Jesús lo que vale para ciertas
vista puramente histórico), a quien no concede importancia personalidades históricas, a saber: lo de menos es qué fueron
dogmática alguna. Lo cierto es que no existen datos históri- a nivel histórico; lo que interesa es que a determinadas figu-
cos sobre Jesús que prueben que él fue el Cristo. Esto me ras históricas se les dan dimensiones simbólicas que son re-
parece evidente y creo que, sobre este punto, reina también presentativas para posibilidades de vida humanas y concre-
el acuerdo entre los teólogos de nuestros días. Ya he dicho tas; otros los convierten por completo en un símbolo repre-
que llamar a Jesús «el Cristo» no es fruto de ninguna recons- sentativo 2 . Con otras palabras: de los dos elementos que he-
trucción de carácter científico; semejante enunciado implica mos mencionado en la denominación cristiana de Jesús sólo
una autocomprensión transformada como elemento de una permanece el elemento proyectivo. Del análisis de la denomi-
metanoia y renovación de vida. A Jesús, el Cristo, no pode- nación neotestamentaria de Jesús resulta que ese modelo cul-
mos aproximarnos en el plano meramente científico y objeti- tural-antropológico, es decir, esa proyección, desempeña desde
vante. Sin una «recepción» de fe no sería el Cristo para na- luego un papel; pero también queda claro que ese modelo,
die. Y en esta recepción y denominación neotestamentarias, a causa de la intencionalidad religiosa de la Escritura y la tra-
el recuerdo de lo que fue Jesús en el plano histórico se con- dición, está sometido al correctivo crítico de lo que histórica
vierte en un relato kerigmático (que no hay que confundir y realmente apareció en Jesús por obra de Dios. No se trata
con un «reportaje» histórico de tipo moderno). Al narrar sus sólo de un acontecimiento humano en el que los hombres, a
recuerdos sobre Jesús de Nazaret, los evangelios lo confiesan través de Jesús, descubrirían su más profunda concepción de
como el Cristo que vive entre ellos en la Iglesia. Bultmann la vida —Jesús como intérprete de las más profundas y deci-
no tiene razón, por el contrario, cuando vincula todo interés sivas experiencias existenciales humanas—, sino de confesar
teológico por el problema del Jesús histórico con el intento, al mismo tiempo que, en Jesús, nos sentimos interpelados
ciertamente ilegítimo (e imposible), de demostrar histórica- por los planes de Dios sobre él. Pero, entonces, Dios no da
mente el kerigma neotestamentario, eclesial, de que Jesús es su aprobación a un modelo o proceso de tipo cultural-antro-
el Cristo. Pero si es posible el saber histórico sobre Jesús pológico, sino al hombre Jesús. Y lo que este hombre haya
(cosa que también Bultmann admite y que difícilmente podrá
negarse en nuestros días), toda imagen de Jesús diseñada des- 2
de la fe —es decir, toda identificación creyente de Jesús Así, entre otros, Ch. Davis, Religión and the Sense of the Sacred,
en C. T. S. A., Proceedings of the Thirty-First Annual Convention (Nue-
como salvación decisiva de Dios— únicamente será legítima va York 1976) 87-105, y también, aunque con algún matiz diverso,
si tal interpretación identificativa incluye también, de forma D. Tracy, Blessed Rage for Order (Nueva York 1975) 214-223.
48 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 49
sido realmente en el plano histórico tendrá su importancia. ción de fondo y a toda la exposición práctica de mis dos li-
No se trata aquí de una reconstrucción histórico-psicológica bros sobre Jesús. La fe que busca una comprensión históri-
de los estados psíquicos de Jesús; sobre este tema hay bien ca 4 es consecuencia intrínseca de que en el cristianismo no
poco que decir, y aun ese poco no posee excesiva importan- se trata sólo de un mensaje decisivo de Dios, sino también
cia teológica. de la persona de Jesucristo, de alguien que apareció en nues-
Se trata más bien de intentar percibir, con la mayor preci- tra historia (y que, por lo mismo, debe ser relacionado tam-
sión histórica posible, las líneas maestras del mensaje y vida bién con la totalidad de la historia de Dios con nosotros).
de Jesús, de su actuación pública y de su muerte, ya que en Esto plantea un interrogante fundamental a una exégesis de
ellas se nos manifiesta la forma en que Jesús comprendía a cuño puramente científico-literario que sólo preste atención
Dios, al hombre, al mundo y sus recíprocas relaciones. Pues, a los «textos», restando así importancia, como es usual en
en realidad, son este mensaje y estos hechos, todo el compor- la moderna investigación científica, a la pregunta por el Jesús
tamiento histórico de Jesús, los que indujeron a ciertos hom- histórico. Se trata de una postura exegética que, en virtud de
bres a reconocer en él, con un acto de fe, al «Cristo» —sal-' lo específico del dato cristiano —el judío Jesucristo—, es re-
vación decisiva de Dios— que les reconcilió consigo mismos. ligiosamente insostenible si se entiende como algo definitivo.
A Jesús se le llama Cristo no a pesar y al margen de lo que Por otra parte, diversos motivos concretos me han obli-
real e históricamente fue. Una reconstrucción histórica nos gado a conceder bastante espacio, en mi primer libro sobre
ayuda a entender de manera más profunda tanto el aspecto Jesús, al problema del Jesús histórico. Recordaré tan sólo
«objetivo», de invitación, como el subjetivo, «proyectivo», uno. Un año antes de la publicación del libro Jesús. La histo-
que encontramos en la denominación neotestamentaria de Je- ria de un Viviente apareció el de Rudolf Augstein, Jesús
sús, aunque ambos aspectos nunca podrán separarse clara- Menschensohn5. Se ocuparon de él ampliamente diarios, se-
mente. No existe ningún «Jesús en sí», no interpretado, que manarios y revistas. Algunos se quedaron con la impresión
pudiésemos reconocer en el Nuevo Testamento. Calificar mi de que, hasta entonces, la Iglesia les habría narrado fábulas
planteamiento de neoliberal, o afirmar que intento llegar a y leyendas y que la «ciencia histórica» mostraba ahora que el
un Jesús prekerigmático3, es algo que se opone a la declara- Jesús histórico no es capaz de sostener todo el andamiaje y
superestructura que la Iglesia ha levantado sobre ese fenóme-
3
W. Kasper, Libérale Christologie: «Evangelische Kommentare» 6 no histórico. Alguien me preguntó entonces, con toda serie-
(1976) 357-360, no lo dice expresamente y hasta parece que el título dad, cómo podía seguir siendo cristiano después de haber
no es suyo. Pero, con todo, afirma que mi proyecto teológico «asume, leído el libro de Augstein. Los teólogos pueden ignorar esta
aunque en forma renovada, la intención fundamental de la teología
liberal, especialmente la de W. Herrmann» (360). Se da aquí un des- obra, pero al precio de no darse cuenta de la influencia que
conocimiento del peculiar interés de saber teológico que ha inspirado ese escrito y otros parecidos ejercen sobre muchos cristianos.
mi investigación sobre Jesús, y de la propia tendencia de mi libro; Se comportan como si la fe concreta viviese en el hortus
interés que dimana de un horizonte de experiencia, de problemática conclusus de la Iglesia, sin compartir las alegrías y sufrimien-
y de comprensión completamente distinto del de Herrmann. A juicio
de Kasper, yo intentaría, a pesar de solemnes declaraciones de fondo
y de la tendencia real del libro, llegar a un «Jesús prekerigmático y los motivos por los que analizo precisamente Q, sin atribuir a esta
predogmático», como criterio de toda cristología (op. cit., 359). Y aña- tradición ninguna prioridad teológica.
de: de este modo, los estratos preneotestamentarios y especialmente Q, 4
Así puede verse en mi respuesta a la reseña de H. Berkhof a mi
que no contiene kerigma pascual alguno, pasan a ser teológicamente primer libro sobre Jesús, Vides quaerens intellectum historicum: «Ne-
normativos (olvida que Q sólo puede ser comprendido a partir de un derlands Theologisch Tijdschrift» 29 (1975) 332-349.
kerigma de la parusía, I, 379). Esto significa desconocer por completo 5
Gütersloh 1972.
4
30 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 51

tos del «mundo». Como no quiero entablar polémica con a cabo dicho contraste. Por esta razón procuré, sobre todo en
libros como el de Augstein, he procurado mostrar con toda mi primer libro sobre Jesús, seguir el método histórico-crítico
claridad a los cristianos que la utilización teológica de las más riguroso e incluso radical, con el fin de averiguar qué
ciencias históricas no vacía necesariamente la fe, sino que, puede afirmarse con seguridad científica o con gran proba-
por el contrario, le sirve de ayuda, aunque la acompañe tam- bilidad sobre el fenómeno histórico de Jesús. Todo ello con
bién como instancia crítica. La historia de los dogmas, que la esperanza de que fuera posible captar algún destello de
tanto contribuye a la comprensión cristiana de un dogma, no por qué supuso Jesús una conmoción tan grande (positiva y
comienza después del Nuevo Testamento, sino antes y en el negativa) para sus contemporáneos. Debió de tratarse de una
Nuevo Testamento mismo. Una cristología planteada según auténtica conmoción, si se tiene en cuenta, por una parte, que
el esquema clásico, que no profundice en todos estos proble- Jesús fue ejecutado, y por otra que, al principio, sus discí-
mas, originará inevitablemente conclusiones precipitadas en pulos quedaron totalmente desconcertados creyendo que se
los fieles. El problema debe ser abordado de una forma cris- había desvanecido toda esperanza para Israel. Naturalmente,
tiana y no convencional, profundizando en las preguntas críti- no pretendí demostrar la fe cristiana basándome en una in-
cas tal como se plantean, al menos a la conciencia occidental. vestigación de carácter histórico, empresa por lo demás bas-
Hacer auténtica teología tiene sentido sólo dentro de una tante absurda. Mi intención era, más bien, la siguiente:
conciencia real de los problemas, históricamente determinada, «Quiero buscar posibles signos en la imagen de Jesús que
que no siempre y en todas partes es la misma. Nadie defen- nos ofrece la crítica histórica, signos capaces de orientar la
derá que para las culturas asiática y africana la conciencia búsqueda humana de salvación hacia la respuesta cristiana
histórica tenga el mismo significado que para el Occidente que habla de una peculiar acción salvífica de Dios en ese Je-
moderno. Además, si todos estuvieran de acuerdo en que el sús» (I, 2 8 ; 93s; 235). Calificar esto de neoliberalismo o,
Nuevo Testamento, en su interpretación creyente de Jesús, peor todavía, de herejía, significa no tomar en serio al autor
parte con toda seguridad de un hombre histórico y sumamen- y atender tan sólo a corrientes de pensamiento o a una vaga
te concreto, cuyo modo de obrar, a grandes rasgos, resulta «historia de las ideas», en las que lo peculiar de un autor no
históricamente determinable, desaparecería de la teología oc- cuenta para nada. Es verdad que mi proyecto se basa en un
cidental la excesiva problematización de la pregunta por el planteamiento distinto del de la cristología tradicional y clá-
Jesús histórico. Todo esto confiere inevitablemente al pensa- sica. Sin embargo, el canon de la Escritura y la tradición ecle-
miento teológico un factor temporal absolutamente propio, siástica conservan, también para mí, toda su validez, ya que
mas también relativo: está determinado histórica e incluso esa investigación histórica sobre Jesús se orienta «hacia la
geográficamente. Pero una teología que se escribiese para la oferta cristiana de respuesta», como muestra el pasaje que
eternidad, es decir, una teología desencarnada de la historia, acabamos de citar. No es, por tanto, la investigación histórica
se convertiría en algo intrascendente para los hombres que vi- la que puede dar esta respuesta 6 . Precisamente porque tam-
ven en la temporalidad. Con frecuencia son otros los que dic-
tan al teólogo lo que debe hacer en cada momento y lugar.
6
Si quiere significar algo para la vida de los demás, el teólogo Cf. I, 44-53, y espec. II, 58-63. El canon y la tradición han sido
tendrá que contrastar permanentemente su «proyecto teoló- mis guías, la meta hacia la que intento orientar a mis lectores de ma-
nera gradual. Sólo por no haberlo entendido así se explica la crítica
gico» con los problemas reales que preocupan a los hombres. infundada que me dirige W. Loser: «Theologie und Philosophie» 51
Si esto no sucede, los «libros teológicos» no los leerá nadie, (1976) 257-266, por no hablar de la interpretación —inconcebible des-
mientras que es bien sabido que los lee mucha gente si llevan de el punto de vista científico— que ha dado de mi primer libro
L. Scheffczyk, Jesús für Philanthropen: «Theologisches» 77 (1976)
52 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 53
bien hoy, partiendo de la Escritura y sirviéndonos de toda la histórico es el mismo Lutero que interpreta con categorías
tradición eclesiástica, seguimos creyendo en la palabra del freudianas. De igual modo, el Jesús histórico es, para el cris-
testimonio apostólico, una investigación sobre el origen his- tiano, precisamente el Jesús de la fe. El enunciado de fe «Je-
tórico de esta fe neotestamentaria conservará una especial im- sús es el Cristo» implica la pretensión de que el Jesús de la
portancia para la fe. La Escritura y el dogma pueden ilumi- fe es la imagen más adecuada para expresar a Jesús. No es
narse mutuamente, pero el origen de la Escritura no puede posible, ciertamente, fundamentar la confesión cristiana sobre
interpretarse a partir del dogma posterior. Lo que yo intento bases histórico-críticas, pero una investigación de esta índole,
es hacer «historia de los dogmas» sirviéndome de la investi- originada por un interés cognoscitivo y creyente, puede decir
gación histórica; con otras palabras: seguir con mis lectores algo con sentido sobre esa confesión, no como revelación de
el itinerarium mentís de los primeros discípulos, que entraron Dios, sino como determinada interpretación de Jesús de Na-
en contacto con un correligionario, lo siguieron y, tras su zaret. Precisamente aquí reside el significado teológico de una
muerte, lo confesaron como Cristo e Hijo de Dios. Si los investigación histórica sobre Jesús guiada por un interés cog-
cristianos confiesan que Dios mismo realiza, de forma deci- noscitivo y creyente.
siva y definitiva, en la historia de Jesús de Nazaret, la salva-
ción para la liberación de los hombres, entonces (ya en virtud Según A. C. Danto 7 y su intérprete H. M. Baumgartner 8,
de esa confesión) la vida histórica de Jesús no podrá disipar- la historia es «un orden (o construcción) narrativo de acon-
se en la bruma. Habrá que identificar los rasgos proféticos tecimientos pasados, basado en un interés fundamental» 9. La
de la vida pública de Jesús, pues, de lo contrario, todo lo que narración histórica describe y explica simultáneamente. De
se narre sobre su muerte y resurrección se convertirá en una este modo, la historia se construye mediante la narración. Se
formalización abstracta. Me intereso por el fenómeno histó- trata de algo que se aprecia también claramente en los relatos
rico y terreno de Jesús de Nazaret precisamente por razones kerigmáticos del Antiguo y el Nuevo Testamento. Toda re-
de carácter teológico y pastoral, aunque ese fenómeno sólo construcción histórica se apoya en una «perspectiva» y en un
resulte perceptible a nivel de una reflexión, es decir, en su interés. La perspectiva creyente es una entre muchas posibi-
reflejo en la primera comunidad de fe (I, 38). lidades. No veo por qué la perspectiva creyente habría de ser
«menos objetiva» o «más subjetiva» que una reconstrucción
Por lo demás, con frecuencia se han contrapuesto, de ma- histórica basada en otras perspectivas e intereses, por ejem-
nera incorrecta, los conceptos «Jesús de la historia» y «Jesús plo, «profanos». Y, sin embargo, la interpretación creyente
de la fe». En otros casos no se da esa contraposición. Así, sobre Jesús (Jesús es el Cristo) ha de ser una interpretación
por ejemplo, ningún discípulo de Freud o de Jung —que plausible, contemplada en el contexto de una reconstrucción
aplique un determinado contexto interpretativo o una teoría histórico-científica del mensaje y praxis de Jesús, de su vida
hipotética, como hace el creyente en Cristo, que asume el y muerte. En Jesús. La historia de un Viviente, la investiga-
obrar de Dios en la historia como contexto interpretativo—
distinguirá nunca entre el «Lutero histórico» y el «Lutero de
la interpretación freudiana o jungiana»: para él, el Lutero 7
A. C. Danto, Analytical Philosophy of History (Cambridge 1965).
s
H. Baumgartner, Kontinuitat und Geschichte. Zur Kritik und
2080-2086; 78 (1976) 2097-2105, y 79 (1976) 2129-2132, tomado de Metakritik der historischen Vernunft (Francfort 1972). A esta obra
«Entscheidung» 69 (1976) II, 3ss. La reseña fue traducida al italiano tan instructiva le ha añadido algunos matices importantes D. Mieth,
bajo el título L'ultimo libro erético di Schillebeeckx: «Chiesa Viva» 6 Moral und Erfahrung. Beiirdge zur theologischetischen Hermeneutik
(1976) 14-17; 7 (1976) 14-16, y 8 (1976) 19-21; tampoco este título (Friburgo 1977) espec. 67-72 y 97-100.
será del autor, pero refleja perfectamente la línea del trabajo. 9
H. Baumgartner, op. cit., 249-294, espec. 282.
54 La experiencia realizada en Jesús ha investigación histórica sobre Jesús 55
ción histórico-científica sobre Jesús se inserta en esa perspec- reconstrucción histórica nos servirá entonces para seguir el
tiva y, por tanto, en un interés cognoscitivo y creyente. itinerañum mentís que recorrieron los primeros discípulos
Lo afirmo expresamente: «La tradición de la historia ecle- de Jesús, desde el bautismo a orillas del Jordán hasta des-
sial de Jesús es el presupuesto para afrontar la pregunta pués de su muerte. Y en ese caso, los lectores actuales, al
histórico-argumentativa sobre Jesús» (en una mirada retros- seguir el relato, podrán también llegar a descubrir: «¿No
pectiva del II al I, cf. II, 17). Sin embargo, con ello no niego ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros por el
el modesto, pero siempre peculiar, significado de una recons- camino?» (Le 24,32). Se trata, por tanto, de una fides quae-
trucción de carácter histórico-crítico. Reconstrucción que re- rens intellectum historicum y, simultáneamente, de un in-
sulta incluso más significativa desde el momento en que se tellectus historicus quaerens fidem. Calificar todo esto de teo-
afirma que el cristianismo no es «una religión de libro», sino logía liberal decimonónica o de cristología para filántropos
más bien, y esencialmente, la referencia religiosa a un acon-
equivale a no querer ver.
tecimiento histórico, a una personalidad histórica, Jesús de
Nazaret, y que el trasfondo histórico del Nuevo Testamento En este contexto pude escribir: «Con una actitud de fe,
resulta ahora problemático para muchos, influidos por publi- pero recogiendo las dudas sobre el "Cristo de la Iglesia' que
caciones sensacionalistas. En semejante situación, continuar escuchaba a mi alrededor —en Holanda y en todos los países
haciendo cristología con toda tranquilidad como en el pasado que he visitado—, formuladas unas veces con agresividad y
(entonces se podía hacer) significa desconectarse de antemano otras con tristeza, e incluso con la angustia existencial de
de los lectotes de nuestros días e incapacitarse para íormular quien 'no puede aguantar más', he querido proceder de modo
una cristología plausible. Esto no implica, en modo alguno, 'metadogmático', es decir, prescindiendo metódicamente del
que la reconstrucción histórica de la imagen de Jesús se con- dogma (aun siendo consciente de que ese mismo dogma es lo
vierta en norma y criterio de la fe cristiana. Esto sería com- que me impulsaba a investigar) y buscando pistas sin saber
pletamente absurdo, dado que los primeros cristianos no se adonde me conducirían, sin saber si tal intento estaría con-
enfrentaron nunca con este «abstracto histórico» al que equi- denado al fracaso» (1,28). Algunos críticos parecen fascina-
valdría la imagen histórico-científica de Jesús (I, 28-29). En dos por el concepto de «metadogmático» y olvidan el con-
este sentido existe una diferencia entre el «Jesús de la his- texto global de mi primer libro sobre Jesús en el que tal
toria», es decir, el Jesús que vivió en Palestina en contacto concepto se sitúa. ¿Cómo es posible hacer dogmática sin dog-
con sus contemporáneos, y el «Jesús histórico», resultado ma? Expresado así, se trata, efectivamente, de una contra-
abstracto de una investigación histórico-crítica. En el procedi- dicción interna. Pero también un no creyente puede ofrecer-
miento histórico-argumentativo se realiza una inversión cuali- nos un magnífico estudio sobre la historia de los dogmas.
tativa respecto al relato espontáneo, vivo, que se ha hecho Por lo demás, puede muy bien comenzarse tematizando el
de Jesús en el transcurso de los siglos (I, 28-29). Al principio dogma, aunque yo en esta «cristología no convencional» (I,
no tenemos la imagen histórica de Jesús, sino el Jesús vi- 11) prefiero hacerlo al final (una tercera parte que seguirá).
viente de la historia, que es fuente, norma y criterio de lo Comienzo con una historia de los dogmas preneotestamenta-
que los primeros cristianos experimentaron en él al interpre- ria y neotestamentaria, tomando como ayuda la investigación
tarlo. Pero teniendo en cuenta precisamente esa estructura de histórica sobre Jesús. Un exegeta de la talla de A. Descamps
la primitiva fe cristiana, una investigación histórico-crítica considera este procedimiento exegético mejor que el que si-
podrá aclararnos cómo el contenido concreto del primer cris- guen muchos otros exegetas (como F. Hahn, V. Taylor,
tianismo fue «llenado» por el Jesús de la historia. Así, una O. Cullmann y otros), demasiado sistemático, a su entender,
56 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 57

y centrado, sobre todo, en los títulos cristológicos de sobe- una tarea pastoral, que la «teología dogmática» contemporánea
' 10
debe afrontar si quiere llegar a todos los hombres y no sólo
rama . a los especialistas. En mis dos libros sobre Jesús he intenta-
Con este procedimiento genético, me encontraba frente a do precisamente cubrir ese «déficit de experiencia» en la teo-
dos concepciones fundamentales: por una parte, es absoluta- logía, aunque considero dicho intento tan sólo como un co-
mente necesario, al menos para nuestros contemporáneos oc- mienzo («prolegómenos»).
cidentales, buscar una imagen de Jesús que resista cualquier
crítica histórica. Y, en la duda, no se puede invocar el prin-
cipio in dubio pro tradito, ya que, en tal caso, neutralizaría-
2. Ni preferencia por la tradición Q ni olvido del Evangelio
mos desde el principio el rigor de una investigación imparcial.
de Juan y de la tradición eclesiástica
Ello implica incluso, a veces, aunque sea provisionalmente,
que no puedan resolverse problemas exegéticos concretos y
queden, por consiguiente, abiertos. Por otra parte, tenía tam- Es algo que se sigue claramente de todo lo dicho. No
bién presente que cada hombre, en su irreductible singula- obstante, tendremos que profundizar más en la crítica que,
ridad, se sustrae a la investigación científica. Frente a la suma en este contexto, me han dirigido algunos teólogos.
de todos los resultados críticos, nos encontramos siempre a) Ante todo quiero pronunciarme sobre la crítica ge-
con un «plus» de sentido: «A una persona sólo se la conoce neralizada de algunos exegetas. En una conversación me vino
y reconoce en una experiencia de desvelamiento, experiencia a decir uno de ellos (y ciertas recensiones manifiestan la mis-
que para unos es de apertura y para otros de cerrazón, con ma idea, aunque en forma más mitigada): antes de lanzar se-
o sin motivos reales y comprobados» (I, 77). La confianza mejante proyecto teológico deberías haber esperado a que los
en una persona, por válidos que sean los motivos en que se exegetas llegaran a un consenso más general. A esto sólo pue-
basa (también aquí vislumbramos la importancia de una in- do responder que, con semejantes presupuestos, la teología
vestigación histórica sobre Jesús), no puede nunca ser racio- sistemática hubiera tenido que permanecer inactiva hasta el
nalizada por completo, pero tampoco ser impuesta por la fin de los tiempos o limitarse a reflexionar sobre la tradición
fuerza, sobre todo en nuestro tiempo. Si se quiere creer incon- posbíblica, eclesiástica. Esto último es sin duda una tarea
dicionalmente en Jesús, habrá que realizar, en algún sentido esencial de la teología, pero la Biblia no puede quedar fuera
—con el «proyecto de búsqueda» de la predicación eclesial del ámbito de investigación del teólogo hasta que los exege-
como guía—, una experiencia cristiana con las experiencias tas lleguen a posturas unánimes; esto sería una forma extra-
humanas de nuestros días (cf. supra, pp. 17ss). Y precisamente ña de concebir la teología, que no hace sino ahondar el fu-
una investigación histórico-dogmática sobre el origen de esta nesto abismo que media entre exégesis y dogmática. Por lo
confesión eclesial de fe puede convertir ese «proyecto de demás, me parece que suponer que llegará un momento en
búsqueda», ofrecido a todos, en un proyecto lleno de sentido que por fin se agotará el arsenal exegético, literario, y el tra-
y recibido con aceptación, como base de posibles experiencias. bajo exegético quedará definitivamente cerrado, equivale a
Algunos llamarán a esto «apologética». Personalmente pien- desconocer, tanto en el plano hermenéutico como en el cien-
so que no hay que tener miedo a la apologética, pero además tífico-literario, las posibilidades de una «relectura» no cerrada
veo este «rodeo» (¿se trata realmente de un rodeo?) como de textos del pasado. Se sigue, como consecuencia, que toda
teología sistemática, como tematización, permanece provisio-
10 nal, en principio, tan incompleta como la interpretación de
A. L. Descamps, Compte rendu: «Revue Théologique de Lou-
vain» 6 (1975) 212-223, espec. 216-217.
los textos cuya historia se sigue narrando siempre «de nue-
58 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 59

vo», como transformación de la antigua historia. Todo esto ción realizada. Yo mismo afirmaba que en la redacción de mi
no impide que en cada época, y en las situaciones concretas primera obra sobre Jesús (por haberme ocupado anterior-
en que se vive, se pueda e incluso se deban expresar los lo- mente del tema en las clases) tenía siempre presente las cris-
gros alcanzados, aunque basándose en un material que se pre- tologías patrísticas, carolingias, medievales y postridentinas
senta en parte (todavía) como hipotético. Pues una teología (1,29).
transhistórica, atemporal, es absolutamente imposible. La teo- La objeción de un crítico, que considera que una cristo-
logía patrística, con su exégesis alegórica, a menudo tan ge- logía contemporánea que parta exclusivamente del Nuevo
nial, pero que desdeña lo que para el exegeta actual es deber Testamento y descuide la gran tradición eclesial conduce in-
sagrado, sirvió en su época de mediación a la fe cristiana de evitablemente a conclusiones precipitadas 12, puede ser correc-
manera realmente fecunda. Esto nos mueve a reflexionar so- ta, pero no afecta a mis dos libros sobre Jesús. Un teólogo
bre la relatividad y condicionamiento históricos de la auténti- luterano ha comprendido esto mejor que mi colega católico,
ca mediación de la fe cristiana a lo largo de los tiempos (cf. al escribir en su recensión: «El teólogo dogmático está siem-
I, 33) y no nos dispensa de la tarea de ser también hoy un pre presente, y sólo de este modo abarca y ordena un material
elemento de mediación. tan amplio» 13. Por lo demás, si hubiera recogido en mis dos
b) He reconocido como algo obvio, desde el punto de libros todo el material (prescindiendo de las desmesuradas
vista hermenéutico, la imposibilidad de llegar a una deno- proporciones que habría adquirido el volumen), hubiera que-
minación actual de Jesús —«¿y vosotros quién creéis que dado claro que en la historia de la tradición cristiana siempre
soy?»—, pasando directamente del Nuevo Testamento al mo- nos encontramos con los cuatro principios estructurales (II,
mento presente, sin tener en cuenta toda la tradición eclesiás- 615-627) que, gracias al método empleado en mis dos libros
tica que media (I, 29 y 32-33). También he afirmado que el sobre Jesús, he logrado deducir del Nuevo Testamento, a
punto de partida de la cristología es, desde luego, la irrup- veces con un desplazamiento de acentos. El método empleado
ción del hombre Jesús en nuestra historia, pero sin desvincu- es, por tanto, un servicio para el progreso de la tradición
larla de su historia precedente (el Antiguo Testamento) ni de eclesial, servicio que una teología «repetitiva» pierde de vista
su historia posterior (es decir, toda la vida de la Iglesia: I, con frecuencia. Si hubiera incluido el material de las inves-
37-38). De este modo quedaba fundamentalmente afirmada la tigaciones realizadas sobre la tradición eclesial, que por lo
necesidad de la mediación de la tradición cristiana de la Igle- demás va incluido en gran parte en la bibliografía, habría
sia (Escritura y tradición). Afirmar, como W. Lóser ", que quedado claro que en la historia de la espiritualidad cristiana
niego la importancia del canon y la tradición para la teología existen altibajos cuando, a veces, algunos de estos cuatro
cristiana no puede encontrar el mínimo respaldo en mis dos principios estructurales caen en el olvido. No obstante, se da
libros sobre Jesús. Parece olvidarse que también en teología una permanente continuidad en la gran tradición cristiana, a
son posibles diversos «géneros literarios» y se juzga a los de- pesar o precisamente en el progreso de la tradición experien-
más según el prisma personal de una «teología desde arriba». cial cristiana. También se habría puesto de manifiesto que la
Pero ¿por qué una «teología desde abajo» habría de implicar estructura neotestamentaria de la denominación de Jesús, con
la negación del significado teológico del canon y la tradición? su tensión interna entre el elemento proyectivo (Jesús Cristo,
La pregunta es si en la redacción final de un libro hay Jesús Logos, Jesús Orfeo, Jesús luz de luz, Jesús verdadero
que incluir necesariamente todo el material de la investiga-
12
W. Loser, op. cit., 263-264.
13
Cf. W. Loser, op. cit., n. 6, 263. W. Dantine: «Luterische Monatshefte» 15 (1976) 212.
60 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 61

hombre y verdadero Dios, Jesús Sagrado Corazón, Cristo da más que cualquier «teología del Denzinger» a aceptar en
Rey, etc.) y lo que se «impone» y «arraiga» partiendo de lo la fe que todo está bajo la guía del Espíritu de Dios. Además,
que Jesús mismo fue históricamente, reaparece siempre en la la situación en que se encuentran la religión, el cristianismo
auténtica tradición cristiana; en cambio, dicha tensión o co- y el mundo no está exigiendo tanto lo que «uno debe creer
rrección crítica está ausente o, con frecuencia, no aflora con como cristiano», desde el punto de vista cuantitativo, cuanto
suficiente claridad para los contemporáneos, en las corrientes una concentración cualitativa en los planes de Dios sobre nos-
que en el cristianismo son calificadas de heréticas. otros en y a través de Jesucristo. Por último, existe también,
Quedaría también claro que denominaciones de Jesús ex- como recuerda el concilio Vaticano II en el Decreto sobre el
traídas de experiencias actuales, pero no reflexionadas crítica- Ecumenismo, una hierarchia veritatum y, por tanto, un men-
mente (por ejemplo, las procedentes de la espiritualidad de saje central. Conducir a los hombres, o a los creyentes que se
Cristo Rey en el siglo xx), después de un corto período de encuentran en crisis, a decir «sí» a tal mensaje es más de lo
tiempo, desaparecen de la liturgia y caen en el olvido. que un teólogo puede desear. Me consta, por las numerosas
Se objetará lúcidamente que, en realidad, todo esto no cartas de agradecimiento recibidas, que es así.
aparece, dado que se ha eliminado ese material. Es cierto. Esta breve digresión no debe, sin embargo, desviarnos de
Pero tampoco era ésa mi intención al escribir los dos libros la auténtica pregunta, es decir, de si nuestra intención pasto-
sobre Jesús. En cambio, queda claro que su finalidad era con- ral no nos habrá llevado, aunque sin pretenderlo, a exponer
ducir, poco a poco y a través de fases sucesivas, a los fieles de forma equivocada la auténtica fe cristiana. Por esta razón
que hoy atraviesan una crisis a la fe de la gran tradición no puedo dar por terminada esta serie de reflexiones, sino
cristiana, tal y como surgió del Antiguo y del Nuevo Testa- que tendré que desarrollar más los principios hermenéuticos
mento. Me pareció que el mejor método para ello era investi- de mis dos libros sobre Jesús y, ante todo, analizar más de-
gar la génesis histórica de la fe cristiana, que es el tema en tenidamente las objeciones y críticas que los colegas me diri-
el que la literatura no eclesial más inquieta a los cristianos. gen por mi forma de utilizar la exégesis.
Por diversas manifestaciones (expresadas sobre todo en car- c) Una objeción, que se me hace con frecuencia, se re-
tas) de seglares no formados teológicamente y no afectados fiere a lo que denominan mi predilección por la tradición Q.
por los escritos de la teología clásica ni por el desarrollo de Respondo sencillamente que se trata de una ilusión óptica.
la teología a partir del siglo xix, tengo la impresión de que De ninguna forma cabe hablar de «predilección». Pero quien
este método ha «ayudado» efectivamente a descubrir una fe busca las imágenes cristianas más antiguas sobre Jesús tendrá
cristiana integral. El desconcierto surgió cuando algunos ecle- que utilizar consecuentemente los métodos que pueden con-
siásticos, que sólo conocen el «género clásico» y se aferran ducir a dicho objetivo. Habrá que examinar, en primer lugar,
a él, comenzaron a utilizar por todas partes la etiqueta de el Evangelio de Marcos y la tradición común a Mateo y Lu
«herético». Los cristianos están demasiado poco acostumbra- cas, la llamada tradición Q, además de la tradición propia de
dos al pluralismo que aparece en mis dos libros y que ya está Mateo y Lucas y algunas tradiciones presentes en el Evange-
presente en el Nuevo Testamento. Aceptarlo es para ellos una lio de Juan, así como antiguos himnos cristológicos y la cita
liberación cristiana, porque elimina la idea que preocupa a del credo de Pablo (1 Cor 15,3-5). Todo este material ha sido
muchos cristianos actuales, la de que todo vendría «simple- detenidamente analizado en mi primer libro sobre Jesús. La
mente llovido del cielo». Me parece que mostrar que precisa- función que desempeña la tradición Q, al menos en mi pri-
mente lo que viene «de arriba» se manifiesta en un proceso mera obra, y que desaparece casi por completo en la segunda,
de experiencia e interpretación extremadamente humano ayu- es, en ambos casos, la consecuencia lógica de lo que se pre-
62 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 63

tende en el primer libro y de lo que se persigue en el segun- dos «retoques de la comunidad» encontramos el modelo que
do. Hay que juzgar a un autor en el plano en que se halle nos enseña cómo hacer fecundas en nuestras situaciones, y en
un libro o una determinada secuencia del mismo: histórica- otras diferentes, las palabras y acciones de Jesús. Una crítica
mente, si se trata de una secuencia histórica; teológicamente, que menosprecie el término «retoque» está, pues, completa-
si se trata de una secuencia teológica. Lo cual nada tiene que mente fuera de lugar.
ver con una predilección personal. Pero precisamente una Sin embargo, sé muy bien que existen diversos interro-
investigación de carácter histórico puede llegar a un resultado gantes sobre la tradición Q. Los más importantes han sido
importante en el plano teológico o en el de la historia de los formulados por un especialista en dogmática, P. Schoonen-
dogmas. Esto es lo que ocurre, a mi entender, con la tradi- berg, y por un exegeta, A. L. Descamps M. Su crítica se refie-
ción Q; como tradición inicial, con su carácter peculiar re a dos puntos: a) la tradición Q, reconstruida científica-
(igual que la tradición joánica), es el centro de interés teo- mente, no contiene anuncio alguno de la pasión, muerte y
lógico de mi primer libro sobre Jesús. resurrección. La pregunta crítica es, sin embargo, si la autén-
Precisamente porque intento averiguar cómo se manifes- tica tradición Q no lo presupone; b) resulta problemático,
tó realmente Jesús, hablo a menudo de «retoques de la co- además de superfluo, deducir de la tradición Q la existencia
munidad», concepto que algunos críticos han interpretado de una comunidad Q 15.
equivocadamente como «por tanto no-histórico» o «por tanto Se trata de interrogantes claros, aunque me parecen aprio-
no-verdadero». En cualquier caso, estas conclusiones no son rísticos y abstractos, es decir, desvinculados de los hechos
las que yo extraigo. Retoque, en definitiva, no significa más concretos y muy determinados, en los que posibles preguntas
que reactualización; por ejemplo, una palabra pronunciada abstractas adquieren sentido o no parecen apropiadas. La tra-
por Jesús en una situación determinada se emplea luego en dición Q es sólo una hipótesis científica, pero con la que se
el Nuevo Testamento en una situación diversa, en un contexto puede trabajar, mientras que no es posible (al menos por
eclesial, donde dicha palabra muestra su fecundidad. Es lo ahora) afirmar lo mismo de otras muchas hipótesis. Y desde
que hace, por lo demás, cualquier buen predicador que inten- el punto de vista teorético-científico esto es más de lo que
te hablar a hombres de hoy sobre Jesús. Sólo en aquellas se puede esperar 16. En la tradición Q, que los exegetas re-
secuencias de mis libros sobre Jesús (sobre todo del primero) construyen, no se habla de soteriología de la cruz ni de cristo-
en las que se pretende identificar y, a ser posible, experimen- logia de la resurrección, pero sí de cristología de la parusía.
tar la situación concreta en la que Jesús mismo pronunció Sobre este punto, Schoonenberg coincide conmigo, pero plan-
por vez primera la palabra, hablo a menudo de «retoques tea la cuestión de si el argumentum e silentio aquí emplea-
neotestamentarios» y, por tanto, no en sentido peyorativo.
Lo que ocurre es que mi interés no se centra en la fecundi- 14
dad de esta palabra para la vida cristiana de las generaciones P. Schoonenberg, Schillebeeckx en de exegese: «Tijdschrift voor
Theologie» 15 (1975) 255-268. A. L. Descamps, Compte Rendu: «Re-
futuras, sino en el contexto originario en el que Jesús pro- vue Théologique de Louvain» 6 (1975) 212-223.
nunció la frase, aunque con frecuencia sólo logramos com- 15
P. Schoonenberg, op. cit., 256-259. A. Descamps, op. cit., 219.
16
prender cómo Marcos, la tradición Q, Mateo y Lucas aplican Últimamente, M. Devisen, La source dite des Logia et ses pro-
la frase a sus situaciones concretas. «Retoques» es, por con- blémes: «Eph. Théol. Lov.» 51 (1975) 82-89 (véase también el escrito
aún más reciente de A. Polag, Die Christologie der Logienquelle, Neu-
siguiente, una expresión que sólo tiene sentido en un proyec- kirchen-Vluyn 1977), nos ofrece una síntesis breve y muy matizada
to en el que se busca lo que he llamado «autenticidad his- del estado actual del problema Q (sin aludir, sin embargo, a una
tórica de Jesús». Por otra parte, precisamente en los llama- comunidad Q).
64 La experiencia realizada en Jesús ha investigación histórica sobre Jesús 65

do no resulta problemático. Yo me pregunto, sin embargo precanónico de tradición. Apoyándome, sobre todo, en los
(por lo demás con muchos exegetas), si el argumentum e estudios de W. Lührmann, H. E. Tódt y muchos otros, pongo
silentio puede ser empleado aquí con sentido. De hecho, en en tela de juicio precisamente los dos presupuestos, desde
los relatos sinópticos de la pasión y de las apariciones no se los cuales resultan, en efecto, comprensibles las objeciones
encuentra rastro alguno de la llamada auténtica tradición Q, críticas y al mismo tiempo parece superflua la (hipó)tesis de
mientras que Lucas y Mateo han empleado obviamente no la una comunidad Q. En este punto me han servido de especial
tradición Q «reconstruida por los exegetas», sino la tradición ayuda los detallados análisis de J. Robinson y de H. Kóster,
real. ¿Dónde está entonces el silentium? Ello indica que en que rehusan tratar de modo científico la literatura vetero-
la auténtica tradición Q no se habla de soteriología de la cruz testamentaria sobre la base del concepto de canon, aunque
ni de cristología de la resurrección. es un concepto cristianamente legítimo. Dichos autores per-
Sin embargo, sigue en pie todavía una cuestión: ¿No po- ciben así una continuidad en el cristianismo preniceno, hasta
dría esta tradición Q haber estado presente en las comunida- el siglo n i , entre las diversas fases de la tradición precanó-
des al mismo tiempo que una predicación cristológica más nica y poscanónica. Su método me ha revelado claramente
directamente soteriológica y referida a la Pascua, predicación que tradiciones muy circunscritas exigen determinados porta-
que habría ocupado el primer plano en las mismas comunida- dores con premisas socioculturales y religiosas propias. No
des en otras circunstancias? En abstracto, se trata de una obstante las diferencias fundamentales que aparecen en la
posibilidad real. Esto nos lleva a la segunda objeción, es de- historia posterior, es posible trazar una línea que parte de Q,
cir, al innecesario y problemático «salto» que yo efectuaría pasa por Mateo y desemboca en el Evangelium Thomae y en
desde la tradición Q a una comunidad Q con su propia cristo- los Acta Thomae, que efectivamente muestran algo parecido
logía claramente referida a la parusía. A mi juicio, los pre- a comunidades Q que perduran (aunque más evolucionadas).
supuestos apriorísticos pueden desempeñar aquí un papel. Schoonenberg observa que en Pablo y en los Hechos de
Schoonenberg y Descamps parten, al parecer, del punto de los Apóstoles algunos textos hablan únicamente de una cris-
vista, usual sobre todo desde Bultmann y Kásemann, de que tología de parusía (por ejemplo, Hch 2,46; 1 Cor 11,26),
sólo existió un único kerigma originario, el de la resurrec- cuando es de todos sabido que en esos escritos se habla tam-
ción, del que habrían derivado después distintos desarrollos. bién, en otros pasajes, de una cristología de Pascua. Pero na-
O también de la hipótesis, propuesta anteriormente por die negará que en la predicación del cristianismo neotesta-
T. W. Manson, de que los logia habrían sido algo así como mentario cruz y resurrección constituyen una unidad compacta,
«a manual of instructions in the duties of Christian life» (un y que a pesar de ello, o precisamente por eso, Pablo, por
manual de instrucciones para los deberes de la vida cristiana) ejemplo, habla en ocasiones exclusivamente de la muerte sal-
y, por consiguiente, un componente esencial de una «tradi- vífica de Jesús, sin mencionar la resurrección, y en otros pa-
ción cristológica» sobre la resurrección, todavía viva en la sajes parece ver la salvación sólo en la resurrección, sin men-
misma comunidad. Pero precisamente esta concepción ha sido cionar la muerte (por ejemplo, compárese 1 Cor 1,17-2,5
refutada por H. E. Todt y por la mayoría de los estudiosos con 1 Cor 15,12-18 y, en las cartas deuteropaulinas, Ef 1,17-
de Q posteriores a él. Q es una tradición con intenciones 2,10 con Ef 2,11-22). Efectivamente, aquí no podemos apelar
dogmáticas muy precisas, de naturaleza teológica y cristo- a un argumentum e silentio. Pero también ello refleja la si-
lógica. No nos ofrece una cristología explícita de la resurrec- tuación de los libros canónicos. En su origen, y por tanto
ción, sino una cristología sumamente refleja y acabada, a pesar independientemente de su aceptación canónica, éstos presu-
de las múltiples incertidumbres sobre el alcance de ese estadio ponen un largo proceso durante el cual va creciendo, por

5
66 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 67

motivos cristianos muy diversos, una conciencia eclesial co- mentó de que la diferencia entre cristología de parusía y cris-
mún sobre la unión existente entre la muerte de Jesús y el tología de Pascua era tan grande que exigiría dos grupos de
período en el que va surgiendo la Escritura. En este período, comunidades como soporte. Es un argumento que precisa-
la «experiencia pascual», común a todas las tradiciones, se mente rechazo. Sostengo explícitamente que cuando estas tra-
interpreta de diferentes formas y no siempre, de por sí, en diciones o grupos cristianos se relacionan entre sí, o bien
la forma del kerigma paulino de la resurrección, al menos si con tradiciones o comunidades de distinta orientación que
nos atenemos a las reconstrucciones históricas con su mayor tienen un explícito kerigma de la resurrección, pueden expe-
o menor grado de probabilidad. rimentar fácil y espontáneamente una explicitación de su pro-
Por todo ello, más bien existen desde el punto de vista pia fe (I, 437s). Que esto no era posible a todas se deduce
científico motivos para suponer (más no afirmo yo) que el de la existencia (muy posterior en el tiempo) de comunidades
punto de partida del Nuevo Testamento está constituido por que presentan todos los rasgos de la cristología Q. ¿Se trata
un pluralismo de tradiciones cristianas y quizá también de de comunidades que más tarde se separaron de la gran Igle-
comunidades que disponen de cristologías completas, aunque sia ortodoxa? ¿No es acaso más probable que cristologías
«abiertas», en lugar de suponer que existía al comienzo una precanónicas, mantenidas por grupos de cristianos, sobrevi-
comunidad cristiana única (por ejemplo, la de Jerusalén) con vieron aun después de que empezara a configurarse la regula
el «credo canónico de la resurrección» existente ya desde el fidei común en la Iglesia? Los datos históricos sobre ello son
comienzo". De ninguna forma nos basábamos en el argu- escasos, ya que sabemos muy poco del cristianismo primitivo
siro-oriental, con sus rasgos —al menos los que conocemos—
Por desgracia, los ejemplos que aduce Schoonenberg para negar de tradición Q, al igual que del primer cristianismo egipcio,
una comunidad Q no resultan convincentes. El hecho de que Pablo y silenciado por los Hechos de los Apóstoles. Pero los datos
los escritos deuteropaulinos anuncien algunas veces la muerte del Señor que existen sobre este cristianismo vivo más bien apuntan
sin aludir a la resurrección en la que Pablo, sin duda alguna, cree, hacia la hipótesis de una determinada teología de la comuni-
no parece un argumento en contra, ya que la mayoría de las veces
se trata de textos citados por él (con frecuencia en un contexto litúr- dad con un fuerte matiz judío centrado en la llegada del rei-
gico) y que naturalmente están integrados en la cristología pascual de no de Dios en la parusía de Jesús. El resentimiento, todavía
Pablo. No obstante, eso no significa que hayan sido integrados de igual vivo, de la cristiandad egipcia por el «silencio neotestamen-
modo en su contexto originario no paulino. Con frecuencia, las inter- tario» sobre su antigua tradición cristiana no es infundado.
polaciones y retoques paulinos en textos citados por él indican lo con-
trario. Tampoco puede partirse de la premisa de que la teología de la
Puedo, en cambio, hasta cierto punto, compartir la afir-
cena del Señor haya sido la misma en todas las comunidades del cris- mación de que la teología sistemática no se interesa por la
tianismo primitivo. En tal caso, se presupone ya una regula fidei pregunta sobre los portadores de la tradición Q (por tanto,
que se encontraba aún en proceso de formación. Las dificultades para
aceptar o rechazar la canonicidad de ciertos escritos neotestamentarios
muestran cómo muchas comunidades tuvieron, en la edad posapostóli-
ca, una teología propia, hecho que se explica por el contexto geográfico of verhoging?: «Bijdragen» 36 [1975] 118-144) delata más un deter-
y cultural en que dichas comunidades vivían. Todo esto, evidentemen- minado planteamiento cristológico-sistemático que una reconstrucción
te, no excluye los desarrollos teológicos incluso dentro de una misma de carácter puramente histórico-exegético. Típico resulta en Lambrecht,
comunidad. En efecto, también la relación entre elevación y resurrec- a este propósito, el añadido de «al menos lógicamente» (p. 138). Esto
ción es muy compleja desde el punto de vista histórico (cf. I, 502, equivale a argumentar partiendo del concepto de Pascua, convertido
n. 51). Por otra parte, suponer que la idea de resurrección deba ser ya en canónico, o de determinados presupuestos dogmáticos. Pero la
el fundamento de la elevación y que esta última lleve consigo la pri- pregunta es: ¿Qué entienden verdaderamente por experiencia real de
mera (como afirma J. Lambrecht, De oudste christologie: verrijzenis la Pascua las tradiciones precanónicas?
68 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 69

por el problema de las comunidades Q). Desde el punto de contramos ante tradiciones que nos transmiten recuerdos de
vista del contenido, esto significa realmente poco. A pesar de cómo Jesús vivió en Palestina. Esto no significa en modo
ello, la pregunta no es del todo superflua, porque la res- alguno tener prejuicios frente al posterior desarrollo dogmá-
puesta que se le da nos ofrece un perfil histórico-dogmático tico en las cristoíogías preneotestamentarias y neotestamenta-
de la génesis del kerigma primitivo de la resurrección. Las rias. Yo mismo he repetido con frecuencia que no es posible
primitivas interpretaciones sobre Jesús no parecen ser, por emitir un juicio definitivo sobre Jesús antes de su muerte.
tanto, un desarrollo puramente inmanente dentro de una co- Más bien se podría afirmar que algunos críticos muestran
munidad, sino que más exactamente contienen, desde los tener prejuicios frente a las interpretaciones cristianas de Jesús
comienzos, un intercambio recíproco o una crítica evangélica en el judaismo primitivo. En estos pasajes de mi primer libro
entre las diferentes comunidades. Esta reconstrucción histó- sobre Jesús a los que se refiere tal crítica no pretendo ofrecer
rico-dogmática, aun con toda su relatividad científica, nos el estadio final (siempre provisional) de la cristología, sino que
ayuda a comprender mejor, desde el punto de vista sistemá- me limito a recorrer algunas de sus fases histórico-dogmáticas.
tico, el significado de la única Ekklesia y de las muchas Incluso el hecho de que el credo citado por Pablo en 1 Cor
Ekklesiai locales. Veo en esta evolución la presencia activa 15,3-5 sea más antiguo, por ejemplo, que la tradición Q,
de un principio «ecuménico» (cf. I, 51, nota 6), y ello es tampoco significa que en este antiguo credo prepaulino esté
importante en el plano sistemático. contenida toda la cristología paulina y que además tenga que
Por el contrario, debo considerar como «ciencia ficción» ser válido para todos los cristianos.
la crítica de Lóser sobre mi forma de utilizar la tradición Q. d) Varios críticos me reprochan, finalmente, que, deján-
En opinión de dicho crítico, concedo a la tradición Q y a la dome influir por la exégesis alemana, muestro cierto escepti-
premarcana, es decir, a todo el material presinóptico, una cismo respecto a la historicidad del Evangelio de Juan, hasta
prioridad respecto a las posteriores corrientes, con el fin de el punto de que mi imagen histórica de Jesús sería unilate-
relativizar de este modo la cristología de la resurrección IS. ralmente sinóptica. Por una parte, acepto esta observación;
Más adelante, al analizar la cristología pascual, trataré con por otra, pienso que tal crítica se basa en un malentendido.
mayor profundidad y detalle el tema. Aquí puedo afirmar ya Es cierto que cuando escribía mi primer libro sobre Jesús
que en todo mi primer libro sobre Jesús he intentado preci- no conocía todavía suficientemente el Evangelio de Juan. Lo
samente integrar la cristología pascual en el mensaje, vida y estudié con mayor profundidad durante la preparación del
praxis de Jesús, pues de lo contrario una cristología pascual segundo libro. Gracias a ello pude completar la imagen his-
se convertiría en un kerigma «formal» sin fundamento en la tórica de Jesús que muestra el primer volumen, aunque sin
vida de Jesús. En todo el Nuevo Testamento, la cristología modificar por ello las líneas maestras. Por otra parte, al pla-
pascual se refiere a Jesús, «profeta escatológico», y no a un nificar lo que originariamente iban a ser mis dos libros sobre
señor X. En vez de rejudaizar a Jesús a costa del kerigma Jesús (sólo durante la redacción del segundo volumen me di
cristiano, reconozco que las primeras interpretaciones cristia- cuenta de que debía componer una trilogía) estaba previsto
nas de Jesús fueron judías (judeocrístianas), realizadas por que el estudio de la cristología neotestamentaria (prescindien-
hombres que no sólo se encontraron frente al. drama de la do, por tanto, del dato preneotestamentario) quedase reser-
muerte de Jesús, sino que se sintieron también fascinados vado, sobre todo, a la segunda obra. No puede, pues, repro-
por su mensaje, su comportamiento y vida pública. Nos en- charse a la primera parte no haber tratado lo que se estudia
en la segunda. Pero, por otro lado, esta crítica se basa en un
W. Loser, op. cit., 263. malentendido. Los detallados análisis, sobre todo de J. Ro-
70 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 71

binson, hacía tiempo que habían denunciado la unilateralidad, fiendo no a priori11, sino a posteriori ( I , 6 5 , 76-78)— se
especialmente en la exégesis alemana, de una investigación aplica, pues, a los cuatro evangelios y no sólo a los sinópti-
sobre Jesús realizada según esquemas puramente sinópticos. cos. Precisamente el Evangelio de Juan (I, 40, donde se habla
En su libro sobre Jesús, H . Braun había escrito: «El Evange- de Pneuma y anamnesis) contribuyó sustancialmente a acep-
lio de Juan, el cuarto evangelio, no sirve en absoluto para tar esa presunción.
resolver la pregunta por el Jesús histórico» 19. Su argumenta- Aunque rechazo decididamente la acusación de escepticis-
ción estriba en que este evangelio se aparta completamente mo respecto a la historicidad del Evangelio de Juan, manten-
de lo judío y lo palestinense y tiene un origen helenístico- go que existe un fondo de verdad en la interpretación unila-
oriental. Esta forma de entender el Evangelio de Juan ha sido teral que de Jesús da la exégesis alemana basándose en los
profundamente cuestionada sobre todo por la exégesis anglo- sinópticos. Precisamente en este punto radica el malentendi-
sajona de esta última década. Es, sobre todo, mi segundo do de mis críticos. Al contrario de lo que ocurre con los
libro sobre Jesús el que pone de manifiesto que para mí el sinópticos, para muchos detalles del Evangelio de Juan el
Evangelio de Juan no presenta una estructura diversa de la material comparativo es escaso o nulo. Por eso, en la prác-
de los sinópticos: como éstos, también él elabora, de modo tica, es difícil establecer, por lo que a los detalles se refiere,
evangélico o kerigmático, los recuerdos históricos sobre Jesús. si tal o cual dato del Evangelio de Juan es realmente histó-
Juan se basa decididamente en tradiciones antiguas, incluso rico. De ahí que sea completamente legítimo declarar, por
de origen palestino, y conserva un interés histórico, aunque una parte, que Juan posee, en principio, el mismo valor que
tal vez con otra articulación, por determinados aspectos de la los sinópticos en lo que a información histórica se refiere y,
vida de Jesús y sobre todo por su marco geográfico. Por esta por otra que, en la praxis, no es posible formular un juicio
razón, ya en mi primer libro el Evangelio de Juan era para histórico sobre muchos detalles del Evangelio de Juan. Nos
mí fuente de conocimiento histórico sobre Jesús, exactamente encontramos ante la pobreza del método histórico, por eficaz
igual que los tres primeros evangelios (aunque entonces igno- que éste sea. Por ejemplo: yo afirmo que el dato, referido
raba todavía que este evangelio históricamente es incluso más sólo por Juan, de que también Jesús bautizaba, podría ser
fiable que los sinópticos en lo que concierne a algunos aspec- históricamente exacto. Pero ¿cómo se puede garantizar su
tos de la vida de Jesús). «Las dos corrientes evangélicas se exactitud histórica? Hay que dejarla abierta. Por el hecho
iluminan mutuamente, tendiendo un puente entre los sinópti- de no remitirme a Juan en muchos detalles, los he dejado,
cos y Juan» 3 0 , y también: «El 'problema sinóptico' necesita en efecto, abiertos. Pero no podemos considerarlos históricos
ser reformulado como 'problema evangélico'» 21. Mientras re- a priori cuando los criterios históricos no lo permiten; de lo
dactaba el primer libro sobre Jesús, ya tenía presentes estas contrario, procederíamos según la consigna del «hacer como
afirmaciones de J. Robinson. Debo, por consiguiente, recha- si...». A este respecto resulta plenamente válido lo que dice
zar una crítica que pretenda situarme en la línea de H . Braun. B. van Iersel: la aceptación de una historicidad global no
La aceptación de fondo de la historicidad global —que de- decide nada sobre los detalles, a no ser que se asuma el onus

19 22
H. Braun, Jesús, el hombre de Nazaret y su tiempo (Salamanca La afirmación en I, 73: «Frente a lo que algunos seguidores de
1975) 48. la historia de las formas consideran obvio, la presunción no está en
20
J. M. Robinson y H. Koerster, Trajectories Tbrough Early Chris- contra, sino a favor del interés histórico de las primeras tradiciones
tianity (Filadelfia 1971) 267. cristianas sobre Jesús», y no es de carácter apriorístico ni un mero
21
Op. cit., 238. punto de partida, sino el resultado de una seria investigación.
72 La experiencia realizada en Jesús La investigación histórica sobre Jesús 73

probandi23. Sin embargo, también en Juan pueden conseguir- su misma naturaleza, cualquier reconstrucción histórica nos
se muchos resultados recurriendo al principio de la consis- ofrece una imagen algo deformada, pero sin embargo es sufi-
tencia. Personalmente lo he utilizado al tratar, por ejemplo, ciente para considerar la tradición creyente, incluso ante el
el tema del mensajero de los últimos tiempos en Juan (I, 503- foro del pensamiento crítico, como una experiencia e inter-
506 y 521-522), precisamente porque en este punto dispo- pretación de la realidad apropiadas y plenamente fundadas;
nemos de un material en categorías joánicas o prejoánicas es también suficiente para caracterizar la relación de Jesús
susceptible de ser cotejado con los sinópticos. Admito de con el reino de Dios futuro e incluso para hacer inteligible
buen grado que podrían extraerse, con toda probabilidad, en su calidad de dato histórico la predicación y la praxis reli-
más datos históricos del Evangelio de Juan de los que yo giosas de Jesús, en su crítica al mundo y ala sociedad.
extraigo (como, por lo demás, también de los sinópticos). Sin
embargo, sigo pensando que la acusación de escepticismo
carece de fundamento. 3. Consecuencias del reconocimiento de la importancia
De la inevitable relatividad del método histórico —aun- teológica de una investigación histórica sobre Jesús
que conserve su validez— se sigue, por un lado, que puedo
afirmar, en principio, que lo que en un determinado testigo, La pregunta por el Jesús histórico, planteada por un in-
por ejemplo en Marcos, es «secundario» o «redaccional», terés teológico, ha producido, entre otras cosas, la nueva
puede ser un auténtico dicho de Jesús en el conjunto de las valoración teológica de la vida profética de Jesús, de su men-
comunidades orientadas hacia otros intereses, mientras por saje y de su consecuente praxis de vida; además, la muerte y
otro lado la aplicación de este principio a los detalles es, en resurrección de Jesús no están estructuradas formalmente
la práctica, casi insignificante en mi exégesis (crítica de desde el punto de vista kerigmático. Se trata de un énfasis
Schoonenberg)24. Sin embargo, no se trata de una incon- distinto del de las primeras cristologías, centradas casi exclusi-
gruencia, sino de la lógica de un principio mantenido conse- vamente en la muerte y resurrección de Jesús y en la «unión
cuentemente: hay que aceptar el onus probandi histórico. En hipostática», y opuesto asimismo a la vieja cristología, por
el acontecimiento histórico de Jesús sucedieron muchas más ejemplo, la de un Tomás de Aquino que, aunque guiado por
cosas de las que podemos probar en el plano histórico. Por un interés de tipo medieval, dedica la mayor parte de su cris-
tología a los mysteria carnis Christi, es decir, a toda la vida
23 pública de Jesús: bautismo, predicación y praxis25. En esta
B. Van Iersel, Onontbeerlijke prolegomena tot een verhaal over
Jezus: «Kosmos en Oecumene» 7 (1974) 174-179, espec. 176. nueva valoración teológica, muerte y resurrección de Jesús
24
P. Shoonenberg, op. cit., n. 14. Schoonenberg aduce un ejemplo se relacionan más estrechamente, mientras que también su
que, por desgracia, no resulta pertinente, ya que yo defiendo en el muerte vuelve a concebirse como implicación de la radica-
texto secundario mencionado precisamente la autenticidad de Jesús. lidad de su vida: de su mensaje, de sus parábolas y de su
En I, 281s digo que Me 14,25b (la segunda parte «hasta el día en praxis (II, 777-781). Esto significa que se toma muy en serio
que...») es secundario. Si nos atenemos a mi explicación, eso no signi-
fica que no sea auténtico. Afirmo expresamente: «el segundo miembro todo el cristianismo primitivo y no sólo el paulinismo o joa-
'hasta que' tiene otro origen; también en otras ocasiones se alude al nismo; de este modo, estas dos tendencias adquieren mayor
banquete escatológico» (op. cit.; para lo que luego se analiza en I, relieve. Para Pablo y el paulinismo, la muerte de Jesús es
279s, cf. I, 281, n. 95, y I, 187-198). Con otras palabras: también el efectivamente el compendio de su mensaje y vida. Pero esto
segundo miembro «hasta que» es auténtico de Jesús. Lo que afirmo,
por tanto, es que sólo la «combinación» de dos datos auténticos de
Jesús es secundaria (I, 281). 25
Tomás de Aquino, Sutnma Theologiae I I I , q. 30-q. 59.
74 La experiencia realizada en Jesús

sólo se pone de manifiesto gracias al método empleado en los


dos libros sobre Jesús —sobre todo en el primero—, en el
que desempeña un notable papel la reconstrucción del «Je-
4
sús de la historia» y de las más antiguas denominaciones cris-
tianas (como, por ejemplo, del «profeta escatológico»), ínti- COMO ENTENDER HOY A JESÚS:
mamente vinculadas a él, a diferencia de lo que nos han TRADICIÓN VIVA Y EXPERIENCIA RENOVADA
mostrado y nos muestran todavía incluso las «cristologías
clásicas» de cuño progresista.
Precisamente este planteamiento metodológico nos mues-
tra con claridad por qué una imagen histórica de Jesús tiene
que quedar incompleta, mientras permanezcan oscuras las cir-
cunstancias históricas de la ejecución de Jesús, y con ello el Lo que ayer fue experiencia para otros es hoy tradición
nexo íntimo entre su muerte, su mensaje y toda su vida pú- para nosotros, y lo que para nosotros es hoy experiencia será
blica (I, 304-333; II, 777-785). El hecho de que la muerte mañana nuevamente tradición para otros. Ahora bien, lo que
de Jesús haya desalentado tanto a sus discípulos es, histórica- en un tiempo fue experiencia sólo podrá transmitirse, al me-
mente, la mejor prueba de que ya antes de su muerte espera- nos como tradición viva (II, 23-57), a través de nuevas expe-
ban grandes cosas de él. Ya la lastimosa situación en que riencias. Sin una permanente renovación de la experiencia
se encontraban supone una primera e incluso acentuada iden- surge una ruptura entre el contenido experiencial de la vida
tificación personal, anterior a la muerte de Jesús, cuando presente y la articulación de las experiencias del pasado; se
todo parecía perdido y toda esperanza para Israel desvane- daría así un hiato entre experiencia y doctrina, entre hombre
cida para siempre: «nosotros esperábamos que él (a saber, e Iglesia. Esto quiere decir que el cristianismo no es tanto
«Jesús de Nazaret, que resultó ser un profeta poderoso en un mensaje que hay que creer cuanto una experiencia de fe
obras y palabras», Le 24,19b) fuera el liberador de Israel» que se transforma en mensaje y que, como mensaje anuncia-
(Le 24,21). Puede que la formulación de Lucas esté influida do, quiere ofrecer nuevos horizontes de vida a quienes se
por la «posterior» confesión de fe cristológica. Pero debemos abren a él en su experiencia vital.
concluir también que los discípulos esperaban cosas extraor-
dinarias de Jesús aun antes del acontecimiento pascual, como
nos lo confirma, por otra parte, el hecho de que los enemigos
quisieran eliminarlo. En mi opinión, estas suposiciones pre-
I
pascuales se mueven en la dirección del concepto «intertesta-
mentario» del profeta escatológico igual a Moisés, mayor que CORRELACIÓN CRITICA ENTRE E L AYER Y E L HOY
él (cf. infra, pp. 91ss).
El tercer polo en torno al que se mueven mis dos libros
tiene que ver con la correlación crítica —de la que ya hemos
hablado— entre las dos fuentes de la teología, es decir, con
la tradición experiencial cristiana y con nuestras experiencias
actuales.
Por lo dicho se ve ya claramente que no podemos limi-
76 Cómo entender hoy a Jesús Correlación crítica entre el ayer y el hoy 77
tamos a aceptar todas las interpretaciones sobre el significado mundo, tan distinto del mundo del cristianismo neotesta-
salvífico de Jesús que nos transmite la tradición. Por otra mentario.
parte, este significado salvífico de Jesús no es tampoco un Los cuatro principios estructurales que, a partir de la
dato atemporal, suprahistórico, abstracto. Y, finalmente, en misma experiencia fundamental, enlazan entre sí internamen-
cuanto cristianos, no podemos manipular a capricho la figura te las diversas interpretaciones del Nuevo Testamento, a pe-
de Jesús ni reducirla a una especie de «clave» para nuestras sar de sus diferencias, y aparecen claros al compararlos entre
propias experiencias humanas. Se trata más bien de una sí, son los siguientes (II, 615-627):
correlación crítica en la que confrontamos nuestra fe y acción — el principio teológico y antropológico; es decir, creer
en el mundo que nos ha tocado vivir con lo que se expresa que Dios desea ser salvación de y para los hombres e inten-
en la tradición bíblica. Dicha correlación exigirá, por tanto: ta serlo con la ayuda de nuestra historia, en medio del absur-
1) un análisis de nuestro mundo actual de experiencia; 2) una do que reclama un sentido. Hallar la salvación en Dios
búsqueda de las constantes estructurales de la experiencia significará entonces que el hombre se encuentra a sí mismo,
cristiana fundamental de la que habla el Nuevo Testamento que se reconcilia con su propia historia.
y también la posterior tradición cristiana; 3) una compara- — la mediación cristológica, es decir, creer que es preci-
ción crítica entre esas dos «fuentes». De hecho, estos ele- samente Jesús de Nazaret quien desvela plena y definitiva-
mentos bíblicos habrán de servir a los cristianos de hoy para mente lo que se refiere a Dios y al hombre.
estructurar las experiencias que realizan, como sirvieron tam- — la historia y la praxis eclesiológica, es decir, creer que
bién a los diversos autores bíblicos para estructurar cristiana- esta historia de Dios en Jesús se narra de continuo para
mente las que ellos tuvieron. Sólo así habrá continuidad en incluirnos también a nosotros en ella. También nosotros po-
la tradición cristiana. Continuidad que exigirá atender a los demos y debemos seguir a Jesús, escribiendo así nuestro capí-
cambios de horizonte en que los problemas se plantean. tulo en esa historia viva y permanente de Jesús.
— la plenitud escatológica, es decir, creer que esa histo-
ria no puede alcanzar su meta en el marco terreno de nuestra
1. Principios de estructuración historia y que tiene, por tanto, un desenlace escatológico para
el que resultan demasiado estrechos los límites de nuestra
Habrá que describir, ante todo, las diferentes interpreta- historia. Es decir, creer en el «ya» y el «todavía no».
ciones que da el Nuevo Testamento para compararlas luego Frente a cuestiones y problemas tan complejos, los dis-
entre sí e iniciar la búsqueda de las constantes estructurales tintos autores neotestamentarios no hacen sino recomponer
que encontramos en cada libro neotestamentario y que sirven continuamente esos cuatro datos de la historia fundamental,
de enlace a esas diferentes interpretaciones. Gracias a esa ex- darles nueva forma sin ser infieles a la historia fundamental.
periencia fundamental, diversamente interpretada, pero siem- Deseo analizar más detenidamente los tres primeros princi-
pre única, se pondrán de relieve los elementos estructurales pios (el cuarto cerrará mi análisis más adelante).
en que se articula una experiencia neotestamentaria. La nues- a) La experiencia cristiana con Jesús, hecha por un
tra, es decir, el actual modo de pensar y vivir la fe, de grupo de hombres, de origen judío, creció hasta transformar-
actuar según el espíritu cristiano, tendrá que estructurarse se en la confesión de que para estos hombres, llamados al
con los mismos elementos, si lo que creemos y hacemos aspi- principio «cristianos» sólo por los extraños, la dolorosa pre-
ra a ser calificado de cristiano. Pero tendrá que traducirse a gunta, humanamente insoluble, por el origen y sentido de la
un mundo experiencial diferente, es decir, a nuestro propio vida humana en la naturaleza y en la historia, en un contexto
78 Cómo entender hoy a Jesús Correlación crítica entre el ayer y el hoy 79

de sentido y absurdo, de sufrimiento y alegría, obtuvo una o la vocación del hombre, se ha manifestado y hecho percep-
«respuesta» positiva y singular que superaba toda expecta- tible en la experiencia que unos creyentes realizaron en la
tiva: Dios mismo garantiza que la vida humana tiene sentido. persona, vida y vocación de Jesús de Nazaret: en su mensaje
Para ello pone en juego su propia gloria; gloria que consiste y vida, en su praxis y en las circunstancias concretas de su
en su identificación con el hombre marginado y explotado, muerte. Una vida y muerte de este género tienen valor en sí
con el que carece de libertad, especialmente con el pecador, mismas, previamente a cualquier ratificación o confirmación
es decir, con quien aflige al prójimo y a sí mismo de tal modo posterior. Pero, precisamente por eso, tienen valor ante todo
que esta aflicción «llega basta Dios» (cf. Ex 2,23-25; 3,7-8). para Dios, que reconoce en ellas la propia solidaridad con su
Y entonces «Dios baja» (Ex 3,8): «Tanto amó Dios al mun- pueblo, el propio nombre, y se identifica no sólo con los
do que dio a su Hijo único para que tenga vida eterna y no ideales y visiones de Jesús, sino con su persona. Así, la voca-
perezca ninguno de los que creen en él» (Jn 3,16). Por últi- ción de Jesús llega a su plenitud, más allá de la muerte, en
mo —y esto es al mismo tiempo «un comienzo»—, Dios su resurrección, en el amén de Dios a su persona y obra,
decide sobre el sentido y la vida del hombre en favor del en la aceptación divina del propio ser: «solidario con el pue-
mismo hombre. No deja esta decisión en manos de los pode- blo» es tanto como decir «Dios es amor» (1 Jn 4,8 y 4,16).
res cósmicos e históricos, caóticos y demoníacos, sobre cuyas En la historia religiosa de la humanidad Dios puede asumir
líneas torcidas sabe escribir recto, además de desear endere- muchos nombres, pero para los cristianos revela su verda-
zarlas. Como creador, Dios promueve el bien y lucha contra dero rostro en la opción desinteresada de Jesucristo, el buen
el mal, el sufrimiento y la injusticia, es decir, contra los ele- pastor, que busca la oveja descarriada, perdida y pisoteada.
mentos que hunden al hombre en el absurdo. En su expe- En Jesús se manifiestan plenamente los planes de Dios
riencia de sentido y plenitud, los discípulos de Jesús, al en- sobre el hombre y el sentido de toda la existencia humana:
contrarse con él, experimentan la salvación de Dios. Y, al alentar lo bueno y luchar contra todo mal. Por eso, su des-
tratarse de una iniciativa de Dios, que trasciende todas las tino fue objeto de una especial preocupación por parte de
expectativas, el sentido y la plenitud se experimentan como Dios. El es el amado especial de Dios, su mejor don a la
don inmerecido, como gracia. El Antiguo y el Nuevo Testa- humanidad. La vida de Jesús es cumplimiento y manifesta-
mento coinciden en que Yahvé es un Dios de los hombres, ción del amor de Dios a los hombres, pero siempre en y a
que se autodefine como «yo soy», (Ex 3,14), es decir, como través de la iniciativa misma de Jesús, una iniciativa respon-
el que «nos tiene presentes» (Ex 3,16). El nombre de Dios sable, humana y religiosa, mantenida en el conflicto y en la
significa: «solidario con mi pueblo». La gloria de Dios está resistencia que su defensa de la causa del hombre como cau-
en la felicidad y bienestar, en la salvación de los hombres, sa de Dios provocó. Jesús se convierte así en símbolo de la
que, a su vez, encuentran la salvación en Dios. La predestina- problemática humana y del carácter definitivo de la voluntad
ción divina y la experiencia humana del sentido de la vida salvífica de Dios.
son dos aspectos de la misma y única realidad salvífica. Por c) La evocación «bíblica» de la historia de Dios con los
tanto, en la Escritura se muestra ya la correlación crítica en- hombres en Jesús no se agota en un mero recordar lo que
tre religión y experiencia humana. La salvación de Dios tiene sucedió en el pasado. Se evoca narrativamente el pasado, pero
que ver con la integridad y felicidad humanas, y éstas, a su con la mirada puesta en lo que Dios hace ahora en favor de
vez, están esencialmente vinculadas a la solidaridad del hom- un futuro de liberación. Dios «recuerda» sus obras salvíficas
bre con un Dios vivo que ama a la humanidad. del pasado realizando nuevas acciones liberadoras. De este
b) El sentido trazado y deseado eternamente por Dios, modo, la fe cristiana es un recuerdo de la vida y muerte de
80 Cómo entender hoy a Jesús Correlación crítica entre el ayer y el hoy 81
Jesús resucitado, un recuerdo que conduce al seguimiento. una fuerza propia originaria, capaz de identificar crítica y efi-
No se trata de imitar lo que él hizo, sino de afrontar las nue- cazmente las experiencias universales y humanas de nuestro
vas situaciones como él, desde una intensa experiencia de mundo.
Dios. La vida cristiana puede y debe ser recuerdo de Jesu- Si la tradición —en este caso la tradición judeocristia-
cristo. La auténtica ortodoxia es la expresión de una vida na— sólo puede transmitirse como tradición viva gracias a
verdaderamente cristiana como «recuerdo de Jesús». Sepa- nuevas experiencias, ello implica necesariamente que nuestra
rada de esta praxis, propia del reino de Dios, el credo cris- actual situación es parte integrante de lo que significa para
tiano pierde de antemano su mordiente y «credibilidad». La nosotros el mensaje cristiano. Llama, por tanto, la atención
comunidad viviente es la única reliquia auténtica de Jesús. que las épocas en las que se insiste con renovado énfasis en
El cristiano coopera libre y responsablemente en la realiza- las propias experiencias, tanto individuales como colectivas,
ción del proyecto divino que otorga sentido último a la rea- sean siempre épocas de crisis en las que se vive una ruptura
lidad. Así se actualiza la relación recíproca entre la salvación entre tradición y experiencia en lugar de una continuidad en-
universal de Dios en Jesús y la salvación y felicidad humanas tre la tradición experiencial (por ejemplo, cristiana) y la expe-
para todo hombre. riencia que la actualiza. Naturalmente, también las experien-
En último término, sólo podemos hablar sobre la historia cias del pasado poseen una fuerza crítica y transformadora. Es
de Jesús —primera fuente de la teología— empleando con- algo que nos recuerdan constante y críticamente los cuatro
ceptos de la historia de la comunidad cristiana, presente en principios de estructuración. Pero también las nuevas expe-
las experiencias de nuestro tiempo (segunda fuente de la teo- riencias tienen su fuerza productiva y crítica; de lo contrario,
logía). Resurrección, formación de la comunidad y adaptación el recurso a las «interpretaciones» de viejas experiencias sólo
del mundo a las exigencias del reino de Dios constituyen, por ejercería sobre nuestra historia una función ratificadora y pa-
tanto, un único acontecimiento con una vertiente pneumática ralizante.
y otra histórica. Pero ¿cuáles son nuestras experiencias mo- ¿Cuál es hoy nuestro mundo de experiencia? Es lo que
dernas? he intentado analizar, sobre todo en la cuarta parte de mi
segundo libro. Estudio allí la nueva sensibilidad del hombre
actual. Para ello, centro mi atención en dos puntos nuclea-
2. La experiencia actual y su estructuración cristiana res: por una parte, en la esperanza, tan hondamente arraiga-
da, de un futuro más humano; por otra, en el fuerte miedo
Sólo tras haber analizado, a la luz de estos cuatro princi- que todos experimentamos ante ese futuro, ya que constan-
pios estructurales, el contenido de sus experiencias, proble- temente nos vemos enfrentados al candente exceso de sufri-
mas e interrogantes, podrán los cristianos articular de forma miento de tantos hombres y a la absurda injusticia bajo la
creyente, creativa pero fiel al evangelio —en una correlación que gime la mayoría de la humanidad. ¿Y por qué, precisa-
crítica—, cómo experimentan hoy en Jesús la salvación di- mente en nuestros días, se vive tan ¿olorosamente esta expe-
vina. Las experiencias actuales poseen un significado herme- riencia?
néutico, es decir, favorecen la comprensión del contenido cris- Los análisis modernos han mostrado con toda claridad
tiano en su doble vertiente de experiencia y conocimiento; que, en realidad, nuestra sociedad occidental ha vivido y vive
y, a la inversa, las experiencias específicamente cristianas y bajo el lema del «individualismo utilitarista». Esta concep-
sus interpretaciones, tal y como fueron expresadas en la Es- ción fue formulada por vez primera, y de forma crasa, por
critura y en la larga tradición experiencial cristiana, poseen T. Hobbes durante la Ilustración; más tarde fue suavizada
6
82 Cómo entender hoy a Jesús
Correlación crítica entre el ayer y el hoy 83
por J. Locke (ocultando así su contradicción con el evange-
lio); A. Smith la volvió a proponer valiéndose de conceptos emigran de la sociedad (ejerciendo así una función crítica).
Todas las instituciones estrechamente vinculadas a semejante
económicos. La versión de Locke es el alma de toda la mo-
modelo de sociedad quedaron afectadas.
derna sociedad occidental: un Estado neutral, en el que cada
Las protestas éticas revelan una antropología implícita.
cual puede y debe tender hacia la máxima satisfacción de los
No resultaba ya tan evidente que el continuo desarrollo de
propios intereses. El resultado final sería la prosperidad para
la prosperidad y del poder fueran un valor en sí. ¿Acaso la
todos, tanto a nivel privado como público. Es verdad que
acumulación ilimitada de poder y riqueza no destruye la cali-
semejante tendencia exige un cierto autocontrol y sentido
dad y el sentido de la vida humana, tanto en el plano ecoló-
ético, que, sin embargo, no pasan de ser simples medios. En
gico y sociológico como en el personal? Las cosas y relaciones
este autocontrol se valoraba también el papel de la religión, que habían estado supeditadas a la racionalización instrumen-
pero en realidad ésta sólo servía como medio para elevar al tal cobraron de repente un nuevo significado. Se comenzó a
máximo el propio interés que, gracias al duro trabajo, a la valorar de nuevo como fines una naturaleza incontaminada,
diligencia y al ejercicio de las virtudes cívicas (mito de unas relaciones sociales auténticas y unas genuinas sensacio-
Nixon), terminaría triunfando. También la ciencia y la tecno- nes personales. Se desea liberar estas fuerzas del control re-
logía se convirtieron en medios para elevar al máximo los presivo de una razón tecnológica que todo lo avasalla y sirve
intereses particulares. El valor central de este individualismo tan sólo al utilitarismo individualista. No puede negarse que
utilitarista es la libertad, pero se procura suprimir cuidado- esta reacción fue acompañada de ciertos excesos. Pero antes
samente la fundamental diferencia que existe entre este tipo de señalar las desviaciones habría que valorar el carácter
de libertad y el concepto bíblico de la misma —libertad del ético de esta protesta contra el utilitarismo y el individua-
pecado, del egoísmo y de la codicia; libertad para hacer el lismo, presentes en todos estos movimientos. Se trata, en el
bien; libertad solidaria— favoreciendo así una «libertad libe- fondo, de una nueva forma ética de percibir los valores que,
ral», es decir, la libertad de perseguir sin trabas los propios en su entraña, es también bíblica, mientras que la «ética» de
fines e intereses. En realidad, se imponía la ley del más fuer- la sociedad dominante, por su misma naturaleza, es ajena a
te. A ella se sometía todo, incluso la naturaleza, sometida a lo bíblico, egoísta y opuesta a toda solidaridad.
una contaminación ilimitada; también se le sometían las rela- Lo que en el pasado parecía interesar casi únicamente a
ciones sociales e interhumanas, y hasta las sensaciones de tipo hombres religiosos es hoy objeto de diversas ciencias huma-
personal, que debían ser controladas para que no obstaculi- nas, técnicas y acciones: todas aspiran a la salud, integridad
zaran el incremento del bienestar y la satisfacción de los pro- o salvación del hombre y su sociedad. Es difícil negar que la
pios intereses. Pero la meta final, el sentido de la libertad pregunta por una humanidad sana, que viva en condiciones
humana, quedó vacío de contenido y la racionalización de los dignas, es hoy más actual que nunca; y que, en nuestro tiem-
medios se convirtió en un monótono trajín, justo lo contrario po, la respuesta a esta pregunta se hace tanto más urgente
de lo que significa libertad. a medida que constatamos que, por una parte, el hombre
Las Iglesias oficiales, con frecuencia inconscientemente, falla, no está suficientemente en el centro y, sobre todo, es
se aliaron con esa sociedad de signo utilitario e individualista explotado y, por otra, experimenta ya atisbos de realización
y exaltaron sus virtudes cívicas. Pero precisamente esta socie- humana y autoliberación. La pregunta por la integridad del
dad sufrió de repente, en los años sesenta, una crítica ma- hombre y por una humanidad que pueda vivir dignamente
siva, tanto por parte de los movimientos sociales revolucio- (problema vivo también en los nuevos movimientos «religio-
narios como por parte de nuevos movimientos religiosos que sos») se plantea en las situaciones reales de desarraigo y des-
Cómo entender hoy a Jesús Correlación crítica entre el ayer y el hoy 85
84
integración, de alienación y de las más variadas violaciones frecuencia a lo largo de la historia, los cristianos han acepta-
de la dignidad humana. El tema de la salvación, en otras do situaciones de esclavitud remitiéndose al «bien común»,
épocas tema exclusivo de las religiones, se ha convertido más al amor y a actitudes místicas y contemplativas, en las que
que nunca en el gran acicate y fermento de toda la existencia el sufrimiento queda paliado gracias a la presencia mística de
humana moderna, al margen de cualquier religiosidad. El pro- Dios. Es posible que esto último sea verdad, pero pierde su
blema de la salvación no es, pues, exclusivamente religioso carácter cristiano cuando sirve para afianzar la injusticia, a
o teológico, sino que se ha convertido, incluso a nivel cons- veces incluso con legitimaciones teológicas. Todavía hoy se
ciente, en algo universal, en el gran estímulo de toda la his- puede escuchar cómo algunos cristianos proclaman que la fe
toria humana. cristiana se refiere sólo al corazón, a la conversión personal,
y que Jesús invitó a la conversión del corazón, a la interio-
Es dentro de esta nueva visión del mundo donde plan-
ridad, pero no a reformar las estructuras que esclavizan a los
teo la pregunta por la aportación específica del cristianismo.
hombres. Un análisis más preciso de las mediaciones históri-
Las nuevas experiencias nos permiten contemplar el cristia-
cas en la Escritura nos muestra que esta visión unilateral no
nismo desde otra perspectiva, a no ser que lo consideremos
es cristiana, sino tan sólo una verdad a medias sacada de la
como mero resto del pasado. Las religiones que no se abren
Biblia. Un testimonio significativo a este respecto es Le 22,
a nuevas experiencias ni están en condiciones de integrarlas
25: «Jesús les dijo: Los reyes de las naciones las dominan,
críticamente envejecen y, a la larga, mueren. Mi intención es
y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero
mostrar que el cristianismo sólo gana en credibilidad y com-
vosotros nada de eso», y más crudamente todavía Mt 20,
prensión cuando y en la medida en que es capaz de acoger
25-26: «Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y
los impulsos de una humanidad que vive, lucha y ora, descu-
que los grandes las oprimen. No será así entre vosotros»
briendo en ellos semejanzas con los propios impulsos cristia-
(cf. también Me 10,42-43). En las comunidades cristianas no
nos y siendo solidariamente crítico con ellos, movido por la
tiene cabida la humillante relación esclavo-amo. El Nuevo
convicción cristiana de que Dios no quiere que el hombre
Testamento reconoce claramente que la praxis del reino de
sufra. Más aún: lo que nosotros experimentamos hoy como
Dios implica, además de una renovación interior, una refor-
salvación de Dios en Jesús es que la gloria de Dios coincide
ma y mejora de las estructuras sociales. Y los cristianos neo-
con la salvación del hombre. ¿En qué consiste la salvación
testamentarios la realizaron en el ámbito en el que podían
de y para el hombre en el mundo actual?
actuar, es decir, en la estructura de la propia comunidad,
Dado que la salvación cristiana es una salvación de y para que, por tanto, fue experimentada como una primera realiza-
los hombres —hombres dotados de espíritu, corazón, senti- ción del reino de Dios sobre la tierra, como un espacio de
miento y corporeidad, hombres que necesitan la naturaleza libertad y de paz, de justicia y amor. Dadas las relaciones
para construir su propio mundo y que se necesitan también sociales y políticas de la época, muy poco o nada podían ha-
mutuamente para aceptarse unos a otros en la justicia y en cer, como minoría, fuera de la propia comunidad. Su distan-
el amor, logrando así una sociedad en la que puedan vivir ciamiento de la política social no era una elección consciente,
humanamente (cf. II, 860-872)—, habremos de concluir que sino efecto de una presión externa. Y cuando esta presión
la salvación cristiana no podrá ser sólo «salvación del alma», cesa, o mejor, cuando los cristianos, junto con otros, están
sino liberación integral del hombre y de la sociedad en la en situación de modificar la sociedad, ello se convierte en
que vive. Por tanto, la salvación cristiana comprende también una obligación cristiana urgente que brota del evangelio de
aspectos ecológicos, sociales y políticos, aunque no se agota Cristo.
en ellos. Es más que eso, pero también es eso. Con excesiva
86 Cómo entender hoy a Jesús

Se aprecia, en esta perspectiva, la importancia sociopolí- II


tica del evangelio. La política queda así sometida a crítica, en
el sentido de que la identificación del cristiano con la polí- REALIZACIÓN PRACTICA DE LA CORRELACIÓN CRITICA
tica, como sistema totalizante de salvación, no es cristiana.
El cristianismo rechaza toda absolutización de la política y su
ideologización; pero, por otra parte, radicaliza también el
compromiso político en favor del hombre y la sociedad. Pre- Si observamos ahora críticamente los dos polos de la
cisamente a este compromiso radical en favor del hombre y correlación, podremos hacer algunas afirmaciones.
la sociedad se le ha prometido una particular presencia de En el Nuevo Testamento se vive la historia de Jesús
Dios. En efecto, si el símbolo fundamental de Dios —«ima- como el símbolo que irradia y transforma, que nos revela la
gen de Dios»— es el hombre, entonces también el lugar don- dimensión más profunda de nuestra existencia finita. Lo que
de el hombre es escarnecido, humillado y esclavizado, tanto se manifiesta en las palabras y obras de Jesús, en su vida y
en el corazón como en la sociedad, se convierte en el lugar muerte, resulta evocador para nuestras propias experiencias
privilegiado donde se hace posible la experiencia religiosa humanas, ya que nos descubre nuestra propia existencia e ilu-
en y a través de una praxis de vida que quiere dar forma a mina lo que puede ser una auténtica vida humana, si es
este símbolo, sanarlo y liberarlo. La verdadera liberación, re- consciente de que está en manos del Dios vivo. Además, gra-
dención y salvación desemboca siempre, por tanto, en la mís- cias a esta «coincidencia» entre lo que se nos revela en Jesús
tica, ya que para el creyente el fundamento último y la fuente y lo que el hombre experimenta en lo hondo de su existen-
del bien y de la salvación para vivos y muertos sólo se en- cia cotidiana, el lenguaje cristiano desvela a los creyentes, de
cuentran en Dios. Su gloria es la salvación del hombre. Fuera modo decisivo y definitivo, el sentido humano del mundo.
de él no podemos mantener esperanza «fundada», pues la Y de este modo, se (re)conocen en Jesús Señor. La fuerza
historia no puede ofrecernos garantías, salvo en la historia transformadora de este gran símbolo invita al mismo tiempo
de Jesús, el Cristo. a la conversión. Con otras palabras: la «coincidencia» se rea-
Sólo quien resiste a la injusticia en todas sus variantes liza únicamente en una metanoia o conversión y no en una
y, por ese motivo, padece a causa de otros, puede sufrir por simple correlación.
los demás, es decir, por una buena causa. Entonces, el com- Los hombres que buscan los símbolos más adecuados
promiso es tan radical que sus repercusiones sobre la propia para expresar la dimensión profunda de su existencia —sólo
vida carecen de importancia. Ahí reside precisamente el valor expresable en símbolos, parábolas y metáforas, es decir, en
salvífico de la muerte de Jesús, que nos remite a la radica- una historia— no encontrarán, en cuanto cristianos, un sím-
lidad de su mensaje y de su correspondiente praxis, al carác- bolo más adecuado y pertinente, más eficaz que la Palabra
ter incondicional de su entrega y de su compromiso, a la como Palabra de Dios: Jesús, como el símbolo representa-
bondad de toda su persona, mensaje y acción. tivo y eficaz de la auténtica existencia humana en un mundo
que pertenece a Dios. La manifestación más adecuada de la
dimensión profunda, presente en todas nuestras experiencias
humanas cotidianas —la que, con toda justicia, podemos lla-
mar confianza originaria o fe fundamental—, la encuentran
los cristianos en Jesucristo. Precisamente por eso se unen en
Jesús la irreductibilidad individual histórica y la universali-
88 Cómo entender hoy a Jesús Realización práctica de la correlación crítica 89

dad humana. Así como en una relación especial e irreductible que me revela mi propia identidad manifestándome mi fun-
de amor entre dos personas se realiza un acontecimiento um- damento y mi salvación. Por este motivo, los cristianos con-
versalmente humano (la mayoría de los hombres tiene esta sideramos a Jesús intérprete decisivo y definitivo de Dios,
experiencia), también lo irreductible, lo históricamente con- Palabra de Dios, y no sólo intérprete de nuestra existencia
creto de Jesús revela algo de lo universalmente humano. La humana: Dios como salvación de los hombres y para los
particularidad histórica no suprime la universalidad, sino que hombres. El cristianismo tiene mucho que ver, por tanto,
la pone de manifiesto. Este es el motivo de que el encuentro con la integración de lo humano en y a través de la expe-
de algunos hombres con Jesús se convirtiera en una religión riencia de un hontanar en el que —confrontados con el hom-
universal, con un mensaje capaz de interpelar a todos los bre Jesús— el mundo, el nosotros y el yo están unidos con
hombres. el fundamento absoluto, con el Dios viviente, con nuestra
La estructura de la fe cristiana explica, por consiguiente, salvación.
que la verdad de Jesucristo, todo lo que desvela las más pro- Para el cristiano que, a la luz de la tradición experiencial
fundas dimensiones de nuestra existencia —nuestra confianza cristiana, ha tenido esta experiencia de vida cristiana junto
práctica fundamental y Dios como su hontanar—, puede ser con las demás experiencias ambiguas de la vida, el credo cris-
escuchada por todos los que, cultos o ignorantes, se enfren- tiano deja de ser un proyecto de búsqueda para convertirse
tan a la misma problemática vital. No es preciso ser exegeta en una firme convicción de vida, que se desarrolla hasta
para ser un buen cristiano, aunque la función de los especia- desembocar en la mística y en la correspondiente praxis de
listas resulte necesaria para la comunidad de fe. La idea de vida. Pero también en ese caso deberá estar dispuesto «a dar
que el profundo sentido humano, extraído exegéticamente razón de su esperanza» (1 Pe 3,15b) y, además, deberá tener
de la vida y muerte de Jesús, sólo sería experimentable en el presente que, mientras la historia continúe, sus experiencias
contexto del pensamiento crítico, se basa en un malentendido resultarán limitadas y sometidas al rito de nuevas experien-
intelectualista de la realidad de fe. Sólo es necesario prestar cias. A pesar de todas sus convicciones, el cristiano debe
atención a la estrecha afinidad existente entre las palabras, permanecer abierto. En otras palabras: ante la posibilidad de
obras, vida y muerte de Jesús y nuestra propia experiencia nuevas experiencias, la convicción firme se convierte conti-
existencial. En ambos casos se trata de los mismos problemas nuamente en «proyecto de búsqueda», que tiene que pasar
existenciales. La vida y muerte de Jesús pueden abrir nues- por la criba de nuevas experiencias.
tra experiencia existencial, expresando así críticamente que No es posible separar soteriología, cristología y antropo-
podemos descubrir en ellas posibilidades de vida auténtica- logía; se trata de dimensiones que se hacen recíprocamente
mente humanas. Vivir así significa vivir auténticamente. Se comprensibles. El problema de la identidad cristiana está
da entonces una coincidencia entre la vida de Jesús y la nues- esencialmente vinculado al de la integridad humana; este
tra. Y aparece el don de una nueva «justicia», que se atreve problema de identidad no puede resolverse de forma pura-
a correr el riesgo de vivir en el límite, en presencia del Dios mente teórica, sino que exige, esencialmente, una praxis
misericordioso y justo que se reveló en Jesucristo. determinada, contemplativa y política. Dios y Cristo deben
Como cristianos, en Jesús no únicamente nos sentiremos ser comprendidos en conexión con el tema de nuestra praxis.
confrontados con Dios, hontanar de nuestra existencia y sal- Ireneo expresó estas ideas de manera penetrante: «Glo-
vación, sino que en él también nos sentiremos interpelados ria Dei, vivens homo. Vita autem hominis, visio Dei» (Adv.
por Dios. La opción por Jesús, desde nuestras experiencias Haereses IV, 20,7). Esta cita patrística resume con exactitud
humanas, será vivida como un ser elegido por Dios en Jesús, el contenido de aquello que puede alcanzar una relación crí-
90 Cómo entender hoy a Jesús

tica entre las experiencias del pasado y las contemporáneas.


La gloria de Dios estriba en la felicidad y en la elevación del
hombre pobre y humillado. Pero la gloria y felicidad del
5
hombre residen, en última instancia, en Dios. Evidentemente, PUNTOS FUNDAMENTALES DE DISCUSIÓN
esta convicción cristiana asume en Ireneo —dentro de su
concepción de la vida propia de la Antigüedad tardía— un
matiz helenista, para nosotros demasiado formal y abstracto.
En la formulación de Ireneo, la mediación concreta e histó-
rica de Jesús de Nazaret —que culminó en un fracaso hu-
mano— se sitúa en primer plano, aunque más desde un
punto de vista formal que de contenido. En mis dos libros I
sobre Jesús he intentado dar mayor concreción a esas ideas,
partiendo de una investigación sobre Jesús planteada en clave JESÚS, E L « P R O F E T A ESCATOLÓGICO»
predominantemente histórica, y también en estrecha conexión MOSAICO-MESIANICO
con los problemas de la vida contemporánea: nuestra vida y
aspiraciones, nuestros sufrimientos, luchas y sueños utópicos a) Una de las tesis fundamentales de Jesús. La historia
en una historia de sentido y absurdo vivida de modo suma- de un Viviente afirma que es más que probable que la pri-
mente real. Debería haber quedado claro que la fe cristiana mera interpretación de Jesús propuesta por el cristianismo
en Jesús —el profeta escatológico que anuncia el reino inmi- preneotestamentario fuera la del profeta escatológico seme-
nente de Dios y que fue ajusticiado por los hombres, pero jante a Moisés, y que esta tendencia aparece en diversos es-
llamado a la vida por Dios— presenta dos momentos: tratos protocristianos ya en el Nuevo Testamento (I, 439-
1) Ante todo, es una confesión de fe en el obrar de Dios 465; II, 284-293).
específicamente orientado hacia este Jesús. Dios se muestra Este concepto religioso protojudío, intertestamentario, co-
solidario con este profeta de salvación rechazado y eliminado necta con una concepción «deuteronómica» (Dt 18,15-19;
por los hombres y ratifica definitivamente su modo de vivir. 30,15-20; 32,2). «Voy a enviarte a un ángel por delante
2) La fe consecuente en Jesús, el Cristo resucitado, exige para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he
también de nosotros una praxis conforme al reino de Dios, preparado. Respétalo y obedécele. No te rebeles, porque
es decir: a) la persuasión de que quien cree en esta resurrec- lleva mi nombre y no perdonará tus rebeliones. Si le obede-
ción habrá de atreverse, si quiere seguir a Jesús, a optar ces fielmente y haces lo que yo digo, tus enemigos serán mis
generosamente por los oprimidos y humillados; b) sabiendo, enemigos y tus adversarios serán mis adversarios. Mi ángel
por una parte, que también él, como Jesús, corre el riesgo irá por delante» (Ex 23,20-23; cf. 33,2). «Un profeta de los
de ser oprimido y eliminado por «este mundo», y c) conven- tuyos, de tus hermanos, como yo (Moisés), te suscitará el
cido, por otra, de que también él —siguiendo a Jesús— será Señor, tu Dios: a él le escucharéis» (Dt 18,15).
irrevocablemente aceptado por Dios (aunque el Estado y la En su origen, la tradición del profeta de los últimos
Iglesia lo rechacen). «El compartir sus sufrimientos es señal tiempos no estaba unida a la vuelta de Elias (Mal 3,23-24;
de que compartiremos también su gloria» (Rom 8,17). Esta es cf. también Eclo 48,10-11). Pertenecía a la tradición de Moi-
la fe neotestamentaria en Dios, que a pesar de todas las apa- sés, ya que está claro que en Mal 3,23-24 el precursor, Elias,
riencias mundanas y eclesiales, «vence al mundo» (1 Jn 5,4). es una figura incluida posteriormente (cf. Mal 3,1, que
92 Puntos fundamentales de discusión
Jesús, el «profeta escatológico» 93
vuelve a enlazar con el profeta originario semejante a Moi-
sés). En el primitivo judaismo, la figura de Elias asumió la teroisaías habría hablado del siervo de Dios sufriente con una
función de precursor del Ungido. Pero esta tradición secun- terminología que recuerda mucho la imagen del «profeta esca-
daria se apoya en una tradición más antigua, la deuteronó- tológico» igual y mayor que Moisés (II, 298-311). Como Moi-
mica, según la cual Moisés es un profeta, un anunciador de sés, también él trae la ley y el derecho (Is 42,1-2), pero ahora
la palabra. Esencialmente, el Deuteronomio está estructurado a escala universal: el «Ebed» sufriente igual a Moisés es la
como un discurso de Moisés (Dt 5,1.5.14; 6,1). Moisés es «luz del mundo» (Is 49,5-9; 42,1-6); como Moisés, es media-
mediador entre Dios y el pueblo (Dt 5,5); al propio tiempo, dor de la alianza (Is 42,6; 49,8), guía del nuevo éxodo, esta
es un mediador sufriente, pues además de interceder por su vez del exilio de Babilonia. A través de este éxodo se con-
pueblo (Dt 9,15-19; 9,25-29), sufre por él, por Israel (cf. Jr gregan de nuevo las doce tribus (Is 49,5-6; 40,3). También
1,37; 4,21-22). Según el Deuteronomio, Moisés es el pro- ahora el profeta escatológico mayor que Moisés hace brotar
feta sufriente. Por este motivo, los profetas posteriores sue- agua de la roca y ofrece a su pueblo el «agua viva» (Is 41,
len presentarse con los rasgos proféticos de Moisés (compá- 18; 43,20; 48,21; 49,10; cf. el Evangelio de Juan). El siervo
rese Jr 1,7 con Ex 4,10; Jr 1,9 con Ex 18,18; cf. Jr 15,1, de Dios sufriente es el Moisés del nuevo éxodo (Is 43,16-21).
donde se nombra expresamente a Moisés; cf. también Elias Es quien expía los pecados, quien sufre por su pueblo; es el
y Elíseo, 1 Re 19,19-21; compárese 2 Re 2,1-15 con Dt 34,9 siervo de Dios, que lleva efectivamente en sí todos los rasgos
y Nm 27,15-23: el dúo Moisés-Josué). En esta tradición se que en el judaismo primitivo se atribuían esencialmente al
afirma también: «Cuando hay entre vosotros un profeta del profeta mesiánico-escatológico semejante a Moisés. Además,
Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; este motivo (inmediatamente antes del tiempo de Jesús) se
no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. convirtió en una mística de Moisés (denominada también «si-
A él le hablo cara a cara» (Nm 12,6-8); «el Señor hablaba naitismo»; cf. Eclo 45,1-5): ¡Moisés profeta real y mesiánico,
con Moisés cara a cara como habla un hombre con un amigo» el «divino»!
(Ex 33,10-11). La tradición dice asimismo del Moisés pro- Llama la atención que el concepto de «profeta mosaico-
fético que es el «Ebed» de Yahvé, el siervo de Dios (Ex 14, escatológico» se encuentre claramente documentado en las
31; Nm 12,7-8; Dt 34,5; Jos 1,2.7; Sab 10,16; Is 64,3-11). más diversas primitivas tradiciones cristianas: en la más an-
Moisés es, además, un siervo de Yahvé sufriente «que lleva tigua (Marcos) y en el último evangelio (Juan), en el discurso
la carga del pueblo» (Nm 11,17; Is 53,4). lucano de Esteban, en la tradición Q, etc.
¡Moisés, siervo de Dios sufriente y profeta! Pero quizá Me 1,2 comienza el evangelio con una alusión implícita
podremos decir algo más. Probablemente, incluso el tema a los textos clásicos de la tradición del profeta escatológico
del «justo sufriente» (un tema con consistencia propia) se (Ex 23,20; Mal 3,1 e Is 40,3): «Mira, te envío mi mensajero
funde en el Deuteroisaías con el tema de «Moisés siervo pro- por delante» (Me 1,2); «por delante», es decir, Juan el Bau-
fético y sufriente de Dios»: el siervo de Dios sufriente del tista, encargado de anunciar al «profeta que viene después
Deuteroisaías (cf., sobre todo, Is 42,1-4; 49,1-6; 50,4-1 la; de Moisés» y que es «mayor que él», es enviado por delante
52,13-53,12). En la redacción final de Isaías, efectivamente, de Jesús. «Un profeta de entre sus hermanos, como tú»
no pueden yuxtaponerse, como bloques diversos, el primero, (compárese Dt 18,15-18 con Me 6,4). Además, en Me 6,
segundo y tercer Isaías; se impone una visión de conjunto. 14-16 se descartan tres falsas identificaciones proféticas de
Desde ella, el Moisés profético y real, que lleva la carga del Jesús: a) Jesús no es Juan el Bautista resucitado (el cadáver
pueblo, es el siervo de Dios del segundo Isaías. Así, el Deu- de Juan yace en el sepulcro, Me 6,29); b) ni tampoco es
Elias, identificado entonces con el Bautista (Me 1,2 y 9,
94 Puntos fundamentales de discusión Jesús, el «profeta escatológico» 95

11-13); c) por último, Jesús no es tampoco «un profeta com- tre la decisión del hombre frente a Jesús y su destino defi-
parable a los antiguos» (Me 6,15). Elias, Moisés y Jesús (Me nitivo (recalcada especialmente en el Evangelio de Juan) se
9,2-9); a esta enumeración sigue: «Escuchadlo» (Me 9,7; Dt remonta, sin duda, en su núcleo histórico, a la autocompren-
18,15 y Ex 23,20-23). En todos los evangelios encontramos sión misma de Jesús. Los primeros cristianos expresaron esta
el tema: Jesús es profeta, pero «no como los otros». En nin- . autocomprensión manifestada por Jesús en su vida, con el
gún lugar se polemiza contra la concepción de Jesús como concepto de «profeta escatológico»: mediador en la realiza-
profeta, sino contra aquella que lo entiende como un profeta ción del reino de Dios. Por tanto, la convicción cristiana de
igual que los demás. En nuestra predicación cristiana, esta que, con la venida de Jesús irrumpe Dios mismo en medio
concepción originaria de Jesús profeta — u n concepto que, de nosotros, tiene su origen, en definitiva, en la autocom-
por lo demás, no invalida otros títulos— casi ha desaparecido. prensión de Jesús.
De este modo, puede hacerse de Cristo una imagen celeste, Si el futuro o la influencia histórica de un hombre perte-
e identificarla hasta tal punto con un Dios, previamente ale- nece a la identidad de su persona (I, 37-38), esto se aplica
jado del mundo de los hombres, que pierda toda su carga A de manera totalmente singular a Jesús, pues las comunidades
profética y crítica en nuestro mundo. cristianas actuales no pertenecen, históricamente, por simple
Algunos críticos mantienen que «profeta escatológico» casualidad, a la perfecta identidad personal de Jesús. En tal
(que no significa tan sólo el «profeta último») sería un título caso, la influencia histórica de una persona pertenece, de mo-
cristológico de soberanía excesivamente genérico, incapaz de do especial, a su identidad. Es precisamente lo que los pri-
canalizar los demás títulos neotestamentarios, quizá más im- meros cristianos intentaron expresar con el concepto de «pro-
portantes. Pero entonces se minusvalora el significado de «es- feta escatológico». A través de su persona, su palabra y ac-
catológico». El concepto de «profeta escatológico» implica ción, Jesús remite, más allá de sí mismo, a toda la historia
(desde luego en el Nuevo Testamento) que dicho profeta tie- de la humanidad como advenimiento del reino de Dios.
ne significado universal e importancia para la historia entera, Si no se confía en Jesús, se puede naturalmente afirmar
prescindiendo de cómo lo hayan concebido Jesús y los suyos. que en esta autocomprensión se equivocó o sobrevaloró. Des-
«Profeta escatológico» significa, pues, un profeta que pretende de el punto de vista histórico, podemos probar que él pensó
anunciar un mensaje definitivo, válido para toda la historia. así, pero no que haya tenido razón. Confesar esto es un acto
Que Jesús estaba convencido de ello, más aún, que atribuía de fe cristiana, que no puede transmitirse de manera teórico-
a su persona un significado universal, se deduce de los textos apodíctica. Sólo la praxis viviente de los cristianos en el trans-
de la tradición Q, en los que, con toda garantía, nos encon- curso de los tiempos podrá en alguna medida mostrar que la
tramos con el eco histórico de la autocomprensión de Jesús: actividad liberadora y conciliadora de las Iglesias, como «mi-
«dichoso el que no se escandalice de mí» (Le 7,23 = Mt 1 1 , nisterio de reconciliación» (2 Cor 5,19), no es un aconteci-
6), dicho desarrollado ulteriormente en otro texto Q: «Y os miento fortuito, sino la realización histórica del mensaje de
digo que, por todo el que se pronuncie por mí ante los hom- Jesús, que, de este modo, manifiesta algo de su verdad en la
bres, también este Hombre se pronunciará ante los ángeles de historia. Un judío justo, Gamaliel, lo formulará más tarde
Dios. Y si uno me niega ante los hombres, será negado él ante enérgicamente a propósito de la primera persecución sufrida
los ángeles de Dios» {Le 12,8-9 = Mt 10,32-33; cf. Le 7, por los cristianos: «No os metáis con esos hombres, soltadlos.
18-22 = Mt 11,2-6; y Le 11,20 = Mt 12,28), que se des- Si su plan o su actividad es cosa de hombres, fracasarán;
arrollará posteriormente en los sinópticos (Mt 12,32; Le 12, pero si es cosa de Dios, no lograréis suprimirlos» (Hch 5,
10; Me 3,28-29). La afirmación de una relación positiva en- 38-39). Este prudente consejo presenta también afinidades
96 Puntos fundamentales de discusión Jesús, el «profeta escatológico» 97
con la idea del «profeta mayor que Moisés»: «Voy a enviarte se encuentra la idea del «profeta» y del que «está por ve-
un ángel por delante [...] No te rebeles [...] porque lleva nir» . Con otras palabras: en la literatura exegética se perfila
mi nombre» (Ex 23,20-23; cf. 33,2). un creciente consenso acerca de una cristología palestinense
Ahora bien, ¿qué afirman mis críticos de esta exposición? originaria, centrada en la figura del profeta. La verdadera
Llama la atención que A. Descamps, que analiza cuidadosa- crítica no se refiere, pues, a lo que hasta aquí hemos venido
mente toda la parte exegética de mi libro, no formule crítica diciendo, sino a lo que sigue.
alguna sobre el significado del profeta escatológico tal como
aparece en mi primer libro sobre Jesús. Exceptuando un par b) A mi modo de ver, el concepto de «profeta escato-
de teólogos, parece que los exegetas consideran correcto su lógico» mesiánico-mosaico es una matriz de la que nacieron
enfoque. Por lo demás, la creciente bibliografía (cf. II, 304 cuatro modelos neotestamentarios de «credo», recogidos des-
n. 8; 236 n. 19) sobre el profeta escatológico, como trasfondo pués bajo el tema unificador de la cristología pascual. Dichos
cristiano preneotestamentario del Nuevo Testamento, atesti- modelos son:
gua un amplio consenso. La idea del profeta escatológico no 1) Las cristologías del maranatha, que confiesan a Jesús
es tema de discusión, sino hasta qué punto esa idea existía como Señor del futuro, como el que vendrá.
en la época precristiana y en tiempos de Jesús y, más exacta- 2) Una cristología que considera a Jesús como «el tau-
mente, cuál fue el contenido concreto de esa representación. maturgo», inspirándose no tanto en las teorías del theios
J. Nützel, que adopta una actitud más bien crítica respecto aner, entonces poco difundidas, cuanto en el taumaturgo sa-
a posiciones tan tajantes como las de R. Peseh y Kl. Berger, lomónico, bueno y sabio., que no realiza milagros en provecho
se ve obligado a conceder que en tiempos de Jesús existía la propio, sino para salvar a los demás y que, precisamente por
esperanza no sólo de profetas escatológicos, sino incluso de ello, es eliminado, aunque Dios lo rehabilita gloriosamente.
profetas muertos y resucitados, pero que regresan a la tierra; 3) Las cristologías sapienciales, que ven a Jesús como
aunque esta idea no estaba muy difundida, sin embargo, se enviado (lo sapiencial genérico) por Dios a través de la sabi-
conocía en Egipto y Asia Menor, aunque por influjo palesti- duría, o lo identifican con la sabiduría personificada que anun-
nense \ En mi opinión, esta discusión está excesivamente cia (en las supremas formas sapienciales) los misterios salví-
influida por la búsqueda de claros paralelismos precristianos ficos de Dios.
y por el inconfesado temor apologético de que el modelo del 4) Por último, las diversas formas de cristología pascual,
profeta escatológico muerto, pero resucitado, pueda menosca- en las que la muerte y resurrección de Jesús ocupan el primer
bar el carácter absolutamente peculiar de la resurrección y plano (I, 372-407).
ascensión de Jesús. En mis dos libros sobre Jesús no sigo Cada uno de estos cuatro credos muestra un interés par-
ninguno de los dos caminos; pretendo únicamente identi- ticular por determinados aspectos históricos de la vida de
ficar en el Nuevo Testamento las denominaciones cristianas Jesús: Jesús, que anuncia el futuro reinado de Dios, cuyo
preneotestamentarias de Jesús y concluyo que, en el centro, reverso es el juicio final; Jesús, que recorre los caminos de
1 2
J. Nutzel, Zum Schicksal der eschatologischen Propheten: «Bibl. Después de mi primer libro sobre Jesús han sido publicados
Zeitschrift» 20 (1976) 59-94, en relación con R. PescK, Zur Entstehung (además de los que se citan en la bibliografía de II, 304, n. 8; 236,
des Glaubens an die Auferstehung ]esu: «Tübinger Theol. Quartal- n. 19) los escritos de Fr. Schnider, Jesús, der Prophet (Friburgo-Go-
schrift» 153 (1973) 201-228, que podía ya utilizar el libro, publicado tinga 1973); F. Mussner, Ursprünge und Entfaltung der neutestament-
más tarde, de Kl. Berger, Die Auferstehung des Propheten und die lichen Sohneschristologie, en L. Scheffczyk (ed.), Grundfragen der
Erhóhung des Menschensohnes (Gotinga 1976). Christologie heute (Friburgo de Brisgovia 1975) 77-113.
7
98 Puntos fundamentales de discusión Jesús, el «profeta escatológico» 99

Palestina haciendo el bien; Jesús, que revela a Dios al hom- tro caso. Es cierto que considero a Jesús, profeta escatológico,
bre y al hombre a sí mismo; Jesús, el condenado a muerte.. como el vínculo que mantiene unidas las cuatro corrientes de
De aquí se sigue que todos los credos y concepciones del credo (se trata de «tendencias») en la naciente Iglesia. Tam-
cristianismo primitivo sobre Jesús se dejan siempre guiar y bién es verdad que una vez llamo a esta concepción preneo-
regular por aspectos reales e históricamente verificables de la testamentaria «credo más antiguo» de todo cristianismo (I,
vida de Jesús. Precisamente este aspecto ha sido acogido fa- 375). Sin embargo, también es cierto que, al catalogar las
vorablemente por muchos de los exegetas que han hecho cuatro corrientes de credo preneotestamentarias, no menciono
recensiones de mi libro. el credo de Jesús profeta escatológico. Esto significa que, para
El que estos cuatro intentos de interpretación cristológica mí, «profeta escatológico» no constituye una corriente de
del «acontecimiento histórico de Jesús» hayan podido con- credo. Si he hablado una vez de «credo fundamental», lo
fluir, corrigiéndose y completándose mutuamente, en la única hago en el mismo sentido en que E. Kásemann, por ejemplo,
Escritura canónica, dentro de la concepción evangélica y neo- habla de la apocalíptica como «madre de todo cristianismo».
testamentaria fundamental del crucificado resucitado, indica Por eso hablo yo también de «matriz». Precisamente porque
que en todas estas interpretaciones de Jesús debe haber esta- ya en el período prepascual existía la sospecha de que Jesús,
do presente una identificación personal común, desarrollada el que ha de venir, era el profeta escatológico, no hablo de
más tarde en varias direcciones. Esto significa, a mi juicio, que un específico credo del cristianismo primitivo, referido al pro-
Jesús es el profeta escatológico que la tradición profética de feta escatológico. Esto significa que este concepto, o mejor,
Cristo interpreta como el «inspirado por Dios», el que «está este estrato previo a las cuatro corrientes de credo, se nutre
lleno del Espíritu de Dios», el que trae «la buena nueva de siempre en el período pospascual de uno de los que he llama-
que Dios reinará» (una fusión entre Dt 18,15 y los textos do cuatro credos. Yo mismo considero la cristología del ma-
del segundo y tercer Isaías del judaismo), el profeta escato- ranatha o de la parusía como «el credo probablemente más
lógico mayor que Moisés, que habla con Dios «cara a cara», antiguo» (I, 375 y, espec, I, 379).
«boca a boca» (Nm 12,6-8; Ex 33,10-11), el Hijo querido Mi tesis es, por tanto (aunque no la haya aclarado sufi-
de Dios, a quien envía en último lugar (Me 12,6): él es el cientemente) 3 que, después de la muerte de Jesús, su identi-
profeta escatológico mayor que Moisés. De hecho, este con- ficación con el profeta escatológico debió adoptar en seguida
cepto clave, que luego se llena con la vida y muerte de Jesús, la forma del kerigma de la parusía, es decir, que a pesar de
es capaz de apoyar todos los demás títulos de soberanía y la muerte y aparente fracaso de Jesús, el gran héroe del fu-
mostrar su profundo significado salvífico. Podemos decir que turo reino de Dios, este reino vendrá. He afirmado repetidas
la continuidad entre el Jesús prepascual y pospascual queda veces que la tradición Q, si bien desconoce la resurrección,
garantizada mediante el reconocimiento de que Jesús es el se adhiere a una cristología del maranatha (I, 374). El exegeta
profeta escatológico, una primitiva interpretación cristiana de A. Descamps considera esta concepción, es decir, la cristo-
la autocomprensión de Jesús. logía de la parusía del profeta escatológico, la cristología de
Algunos han criticado mi tesis de que el profeta escato- aquel que vendrá —cristología anterior al kerigma de la re-
lógico es la base de los demás títulos de soberanía que se
3
desarrollarán más tarde. Pero, antes de entrar en este tema, P. Schoonenberg, Schillebeeckx en de exegese: «Tijdschrift voor
quisiera aclarar un equívoco de fondo. Las reacciones de los Theologie» 15 (1975) 258; a esta obra se remite también L. Bakker,
Het oudtestamentisch tegoed van de christelijke theologie, en Proef
demás manifiestan con frecuencia lo que uno mismo pensaba en Toets. Theologie ais Experiment (Amersfoort 1977) 86-102, espe-
y no logró formular con precisión. Este es precisamente nues- cialmente 90.
100 Puntos fundamentales de discusión Jesús, el «profeta escatológico» 101

surrección desde el punto de vista cronológico—, como «el de aclarar todos los demás títulos cristológicos de soberanía,
logro de mayor novedad» de mi primer libro sobre Jesús, y que no serían sino variantes de lo que ya contiene implícita-
le otorga una favorable acogida4. mente el concepto de «profeta escatológico» (I, 409-417).
Completando así más explícitamente mi intención, insu- Habría que tener presente que, en tiempos de Jesús, las figu-
ficientemente aclarada en mi primera obra sobre Jesús, com- ras escatológicas, proféticas, no eran tenidas en tan escasa
prenderemos la razón por la que considero a Jesús, el profeta consideración como tal vez tendemos a suponer hoy; se trata-
escatológico dentro del kerigma de la parusía, como la matriz ba de algo más que de «grandes profetas». No hay que olvidar
de todos los títulos cristológicos de soberanía. Es cierto que que la hipótesis de que ese concepto pueda dar lugar «por
esta idea no aparece con el debido relieve en mi libro. Sin sí mismo» a todos los demás títulos de soberanía se apoya
embargo, ésta era mi intención. Por lo cual, expresándome en algunos datos bastante fiables. Pero no se puede sostener
más exactamente, podría afirmar que la cristología de la pa- que su desarrollo haya sido totalmente lineal; por tanto, mi
rusía es la madre de todo cristianismo: Jesús es «el que ven- afirmación de que el profeta escatológico es la fuente prin-
drá». Con otras palabras: la madre de todo cristianismo no cipal (I, 446) de todos los títulos de soberanía no está toda-
es la apocalíptica como tal, sino la convicción de fe de que, vía suficientemente confirmada, por lo menos fuera del con-
a pesar de las apariencias en contra, el reino de Dios se acer- texto de su asunción en una cristología de la parusía 5. La pre-
ca. Por eso, la petición fundamental del cristianismo es: gunta crítica es si Marcos combinó dos tradiciones indepen-
«Venga a nosotros tu reino». Queda así más clara mi afirma- dientes al vincular a Jesús, el profeta más grande que todos
ción (I, 375) de que los que anunciaron esta cristología de los demás, con Jesús como Hijo de Dios. Lo cierto es que
la parusía pudieron y tuvieron que experimentar de modo Marcos, precisamente por su consideración escatológica de
espontáneo y personal, como explicitación de su propio ke- Jesús, el profeta enviado por Dios, distingue a Jesús Hijo de
rigma de parusía, otro kerigma de la resurrección, también Dios de los restantes profetas, como sugiere claramente Me
antiguo y de distinta procedencia, basado en las «apariciones» 12,1-12 en relación con Me 11,27-33: todos los siervos en-
(apariciones que vinculo históricamente con el segundo mode- viados son perseguidos y asesinados; entonces, el señor de la
lo de credo, centrado en la figura del bienhechor: I, 393-397): viña envió ton éschaton, al último de todos, «a su hijo que-
«el que ha de venir» vive ya junto a Dios, dispuesto a inter- rido» (Me 12,6). ¿Nos encontramos ante dos tradiciones in-
ceder por nuestra salvación. La cristología de la parusía del dependientes, o pudo deducir Marcos la filiación basándose
profeta escatológico se desarrolla enteramente bajo el signo en el carácter escatológico del profeta Jesús? Es algo que
del reino de Dios, anunciado por Jesús, y de la función me- debemos investigar más detenidamente. Sin embargo, dado
diadora de Jesús en esta venida; está, por tanto, menos cen- que la manera totalmente peculiar de invocar a Dios con el
trada en la persona de Jesús que la cristología explícita de la nombre de Abba constituye una realidad fundamental e indu-
resurrección, que acentúa el señorío actual de Jesús. dable en la vida de Jesús, tampoco podrá ponerse en duda
Esta aclaración es ya una primera respuesta a otras obje- la consecuencia obvia de este hecho: Jesús tenía conciencia
ciones que se me han hecho y, en especial, a la que me re- de ser hijo de ese Padre de un modo peculiar. Aunque el
procha haber atribuido al «profeta escatológico» la capacidad Nuevo Testamento no ofrece ningún pronunciamiento de Je-
sús sobre este tema, su modo de hablar sobre su Padre debió
4
«Creemos que esta tesis puede defenderse, y ésa será —al menos
para muchos— la aportación más nueva de la lectura de este 'Jesús'»
5
(A. Descamps, Compte rendu: «Revue Théologique de Louvain» 6 Esta es la crítica expresada por H. Berkhof, Over Schillebeeckx'
[1975] 220). Jezusboek: «Nederlands Theol. Tijdschrift» 29 (1975) 322-331.
102 Puntos fundamentales de discusión

de revelar a los demás algo de su autocomprensión. En este II


sentido, la denominación cristiana de Jesús como Hijo de Dios
se remonta claramente a la autocomprensión de Jesús, aun- VALORACIÓN DE LA CRISTOLOGÍA PASCUAL
que ello no signifique que Jesús se haya predicado a sí mis-
mo como Hijo de Dios. Sobre todo en II, 418-423, he recor-
dado las diversas tradiciones en que se habla de Jesús el Hijo.
Pero incluso los conocidos títulos de Mesías, Hijo de Dios, A diferencia del exegeta A. Descamps, que, aun expre-
Siervo de Dios y similares podían relacionarse fácilmente en sando algunas reservas de carácter histórico frente a mi inter-
aquel tiempo con el concepto de «profeta mosaico escatoló- pretación del sepulcro vacío y de las apariciones, ha dicho
gico». Tendremos que reconocer, pues, que la cristología pa- repetidas veces que con mi interpretación no minimizo en
lestinense, centrada en la figura del profeta, se ha unido con modo alguno la cristología pascual y, por tanto, tampoco la
otras tradiciones cristianas primitivas y con sus títulos de so- fe cristiana6, otros teólogos, como W. Lóser 7 y, en forma
beranía que, al menos para nosotros, resultan más relevantes. más mitigada, W. Kasper 8 , sostienen que la cristología pas-
Se trata, por tanto, de títulos desarrollados no sólo de forma cual de mi primer libro es, por lo menos, demasiado estrecha
inmanente a partir de la cristología del profeta, aunque tam- y deformada. ¿Qué se dice, en cambio, en mi texto?
poco se puede negar que haya sido así. No hay que olvidar, Debo admitir, ante todo, que, contra mis propósitos, he
en efecto, que precisamente el «profeta mosaico» podía estar podido dar pie, al menos en las dos primeras ediciones en
internamente relacionado con la experiencia del Abba propia lengua holandesa, a algunos equívocos. Al darme cuenta de
de Jesús. Dios habla con su siervo Moisés «boca a boca», ello, disipé esos malentendidos en un artículo, publicado pri-
«cara a cara» (Ex 33,10-11; Nm 12,8), «como un hombre mero en Kultuurleven y luego en Tijdschrift voor Theologie9,
habla con su amigo» (Ex 33,11), a diferencia de como lo hace y recogido sustancialmente por la tercera edición holandesa.
con los demás profetas. La naciente concepción de «aquel que Es un artículo reproducido también, desde la primera edición,
vendrá» (identificado terminológicamente con el profeta esca- en las diversas traducciones, por tanto también en la espa-
tológico) se vincula también a esa tradición. La peculiar expe- ñola («Significado salvífico de la resurrección de Jesús», I,
riencia de Dios es, pues, central en el concepto de «profeta 604-609). Se trata, pienso, de la auténtica interpretación de
escatológico» mosaico. Este es el motivo de que, en la cuarta mis intenciones y no de su corrección. Con todo, debo admi-
parte de mi libro Jesús. La historia de un Viviente, a causa tir que la distinción entre «apariciones» (como expresión de
de la idea fundamental de «profeta escatológico», haya toma- la experiencia pascual) y «relatos evangélicos sobre aparicio-
do la experiencia de Abba como punto de partida de la siste-
matización provisional que allí se ofrece (volveremos sobre
6
el tema). A. Descamps: «Revue Théologique de Louvain» 6 (1975) 212-
223, espec. 218, 220, 221. Cf. también A. Descamps, Résurrection de
A mi entender, la comprensión que Jesús tiene de Dios Jésus et «croyable disponible», en Savoir, ¡aire, espérer: les limites de
como Padre, junto con su manera de vivir y actuar, fue la la raison I I (Bruselas 1976) 713-737.
7
fuente que permitió a sus discípulos reconocer en él la mani- W. LSser: «Theologie und Philosophie» 51 (1976) 257-266, es-
pecialmente 264-266.
festación del profeta escatológico que habrá de juzgar a vivos s
W. Kasper: «Evangelische Kommentare» 9 (1976) 357-360, espe-
y muertos. cialmente 360, nota.
9
«Kulturleven» 42 (1975) 81-93, y «Tijdschrift voor Theologie»
15 (1975) 1-24, espec. 19-23.
104 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cristología pascual luí

nes» no se mantuvo de forma totalmente consecuente en los historia y en nuestra historia y, en cuanto tal, fundamental-
textos de la primera edición. Por eso algunos han podido mente accesible a un análisis de carácter histórico-genétíco.
pensar que la fe en la resurrección quedaba aislada de lo que Este análisis es precisamente lo que yo he intentado realizar.
en el Nuevo Testamento se entiende por «apariciones». En Mi tesis con el primer libro sobre Jesús es: cualquiera que
I, 604-609 queda expresamente eliminado ese malentendido sea el valor histórico del «sepulcro vacío» y del acontecimien-
(que mi primera redacción pudo favorecer): es cierto que el to psicológico de las visiones (volveré sobre el tema), la fe
kerigma de la resurrección precede a los relatos sobre las en Jesús resucitado, que vive junto a Dios y en medio de
«apariciones» de Jesús, pero no puede negarse, por otra par- nosotros, no puede cimentarse en un sepulcro vacío ni tam-
te, que en el Nuevo Testamento existe un vínculo intrínseco poco en elementos visuales que puedan haber existido en las
entre resurrección de Jesús y experiencia cristiana de Pascua, «apariciones» de Jesús; esto no implica necesariamente la
expresado en el modelo de las «apariciones». Sigue siendo un negación de la historicidad del sepulcro vacío ni de las apa-
misterio para mí cómo algunos críticos alemanes, que dispo- riciones. ¿Cuáles son entonces los factores reconstruíbles,
nían únicamente de esta versión (que no corregía, sino más como mediación histórica de la gracia de Jesús resucitado,
bien explicaba), han podido interpretar mi tesis de modo que condujeron a los discípulos a esta fe? Los descubro en
equivocado. A. Descamps sostiene con razón que la tesis se- un proceso de conversión, en el que resulta determinante el
gún la cual la tradición de las apariciones sería posterior a la elemento cognoscitivo. Tras analizar las críticas, no encuentro
de la fe en la resurrección y que, por tanto, la fe en la resu- razón alguna para cambiar de opinión. El Nuevo Testamento
rrección sería independiente de las «apariciones» (esto signi- muestra un vínculo intrínseco entre la confesión cristiana de
fica para mí: de lo que con ellas se indica) es históricamente la resurrección de Jesús y lo que manifiestan los relatos sobre
insostenible; con otras palabras: es históricamente seguro que las apariciones. En otros términos: existe un nexo no con
la experiencia de la presencia del Resucitado precede crono- estos relatos como tales, sino con lo que ellos pretenden ex-
lógicamente a la posterior estructuración del kerigma pas- presar. Es interesante observar, en efecto, que el contenido
cual 10. Pero ésta es precisamente mi tesis, como pone de ma- verbal de las «apariciones», narrado por diversos autores neo-
nifiesto más claramente el añadido (I, 604-609) que Descamps, testamentarios, queda coloreado por la cristología y eclesio-
a diferencia de algunos críticos alemanes, desconocía cuando logía propias de los evangelistas, y que Pablo, que empleaba
formulaba su crítica. la misma terminología clásica (ophthe: se ha mostrado a la
A mi juicio, el problema desemboca en la pregunta: vista), no vio nunca a Jesús. Vio únicamente un resplandor
«Ho'w do you know?», es decir, ¿cómo llegaron los primeros y escuchó una voz (por lo demás, en los tres relatos que los
cristianos al convencimiento de que Jesús había resucitado y Hechos de los Apóstoles nos ofrecen, esa voz habla, en cada
de que no resucitaría sólo al fin de los tiempos? La resurrec- ocasión, de cosas completamente distintas: Hch 9, 22 y 26).
ción en sí, como acontecimiento no empírico de Jesús, y que Ello basta para indicarnos que no podemos hacer decir a la
afecta a Jesús mismo después de su muerte, es transhistórica, Escritura lo que ella, en realidad, no quiere decir. De ahí que
pero la je en la resurrección de Jesús es un suceso de nuestra sea necesario precisar, ante todo, qué es lo que el Nuevo Tes-
tamento intenta afirmar en cada caso. Y ello es, sin duda:
10
A. Descamps, op. cit., 218. Evidentemente, Descamps tiene ante a) la fe en la resurrección no es una invención humana, sino
los ojos no la tercera, sino las dos primeras ediciones holandesas. Pero una gracia debida a la revelación divina en y a través de Jesús
el mismo autor añade: «La tesis del autor no es incompatible con la mismo (Gal 1,1.16; Mt 16,16-18); b) esta gracia no cae, de
fe» (218). Su non liquet (223) sólo se explica teniendo en cuenta el
equívoco a que han dado origen las dos primeras ediciones holandesas. improviso, de lo alto, no es arte de magia, sino algo presente
106 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cris tolo gía pascual 107
y activo en y a través de las realidades y experiencias psíqui- muerte de Jesús y ese anuncio eclesial? La resurrección es un
cas de los hombres. Se entienda por aparición lo que se en- acontecimiento real, realizado por Dios en Jesús, pero, como
tienda, la experiencia de una «aparición» es una realidad psí- tal, es un acontecimiento que se realiza más allá de la muer-
quica. Precisamente por eso, sostengo que lo que se entiende te; por tanto, los discípulos no pudieron «experimentar» ese
por apariciones no es, sin más, puro fruto de una reflexión acontecimiento metahistórico. A diferencia de ciertos apócri-
de los discípulos sobre el Jesús prepascual, aunque tal refle- fos, el Nuevo Testamento renuncia a narrar el acontecimiento
xión haya desempeñado inevitablemente un importante papel de la resurrección.
en la génesis histórica de la fe en la resurrección de Jesús. Quien primero se escandaliza por el prendimiento y muer-
En los relatos de las apariciones, el carácter gratuito de la fe te de Jesús y después lo anuncia como el único y universal
en la resurrección aparece de una manera que podríamos ca- portador de la salvación ha realizado un cambio, ha tenido
lificar de «vertical»: Jesús mismo da a entender a sus discí- una experiencia de conversión. Esto es una realidad histórica-
pulos que él es el que vive. ¿Cómo acontece esto? Aquí la mente verificable. Es necesario aceptar históricamente un pro-
investigación del creyente no puede poner barreras a las posi- ceso de conversión —de la desilusión respecto a Jesús a la
bilidades de Dios ni tampoco atribuir a los autores bíblicos metánoia y al reconocimiento de que éste era y es efectiva-
representaciones simplistas. Es innegable que ha habido ju- mente el «profeta escatológico», aquel que viene, el redentor
díos y cristianos que identificaron la resurrección del cuerpo del mundo, el Cristo, el Hijo del hombre e Hijo de Dios—
con la resurrección de un cadáver. Sin duda, se vieron indu- si se quiere comprender en alguna medida, como hecho histó-
cidos a ello por la aparición del tema del sepulcro vacío, o rico, el cambio experimentado por los discípulos. Ya el Evan-
—suponiendo histórico el hallazgo del sepulcro vacío— por gelio de Marcos encuentra una conexión entre «negación» y
el significado teológico que los evangelistas le atribuyeron «aparición de Jesús» (Me 14,28 - » 14,29-31 -» 16,7). No se
(compárese Me 6,10 con 6,29). Pero, en el hallazgo de un trata sólo de arrepentimiento por haber abandonado a Jesús,
sepulcro vacío no puede fundamentarse una fe razonable en puesto que Marcos dice, refiriéndose a Pedro, que lloró amar-
la resurrección, aunque el sepulcro vacío sea símbolo gran- gamente antes de que Jesús muriese. Se trata del proceso de
dioso de la no presencia de Jesús entre los muertos, de su conversión por el que llegan a ser cristianos en el pleno sen-
resurrección (I, 351-353)". No se busca en un cementerio a tido de la palabra: en esto reside la gracia de la Pascua. En
quien está vivo. todo el Nuevo Testamento, esta última se encuentra íntima-
La muerte puso fin a la comunión de vida entre los dis- mente vinculada a la conversión, cuya radiante plenitud se
cípulos y el Jesús histórico. Hay que añadir que, de algún encuentra en el bautismo cristiano: photismos, bautismo como
modo, abandonaron a su maestro, es decir, no lo siguieron iluminación. En este proceso intervienen muchos factores: el
como es obligación de todo discípulo de Jesús. Algún tiempo recuerdo del mensaje fundamental de Jesús sobre un Dios
después, esos discípulos consternados anuncian que su maes- misericordioso, atento a las necesidades de la humanidad, y
tro ha resucitado de entre los muertos. Surge en seguida la que ama sin condiciones; la sospecha, tenida en otro tiempo,
pregunta: ¿qué sucedió en el período comprendido entre la de que debía de ser el profeta escatológico; la reflexión sobre
11
el destino del Siervo de Yahvé y del profeta sufriente, etc.
Me pregunto qué teoría del símbolo tiene W. Kasper si, según ¿Es posible que Dios se identifique con lo que los hombres
él, puede considerarse el sepulcro como un «signo real» para la fe rechazan? Este había sido el núcleo del mensaje y de la praxis
en la resurrección, y, cuando yo expreso lo mismo con el término
«símbolo», Kasper lo reduce, de antemano, a «puro símbolo» (op. cit., de Jesús. También la espiritualidad judía, que Jesús confirma
359, nota). e intensifica desde su relación íntima con el Padre, atestigua
108 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cristología pascual 109
que la comunión con Dios es más fuerte que la muerte. Todo «acontecimiento en sí», desprovisto de toda referencia salví-
esto es un proceso de gracia: los discípulos reconocen en Je- fica para el hombre. Se trataba de una explicación «objeti-
sús al Cristo y experimentan su presencia viva en medio de vista» de la resurrección. No podía faltar la reacción frente
ellos. a ese objetivismo empirista, en virtud del cual se accedía a la
Añádase a ello que, en tiempos de Jesús, existían mode- resurrección de Jesús fuera del acto de fe y, por tanto, al
los de relatos de conversión: con frecuencia, la conversión margen de la experiencia de fe. En los relatos sobre las apari-
de un pagano al judaismo se exponía según el modelo de las ciones, Jesús no se «aparece» al mundo o a los incrédulos,
«apariciones», sobre todo de apariciones luminosas. La con- sino sólo a los creyentes (cf. Jn 14,19). Se trata de un dato
versión es fruto de una iluminación de lo alto. Por último, que nos debe hacer reflexionar. Resurrección y fe en la resu-
los discípulos de Jesús (e históricamente parece que Pedro rrección no son una misma cosa, pero tampoco son realidades
fue el primero) experimentaron en sí mismos una total reno- separables. En mi libro afirmo: «Algunos teólogos parecen
vación de vida. A través de esta renovación y de la experien- suponer que la resurrección y la fe en la resurrección son una
cia de la presencia pneumática de Jesús, los discípulos llegan misma cosa, es decir, que la resurrección no se realizó en la
a entrever lo que Dios ha realizado en Jesús: lo ha rehabili- persona de Jesús, sino exclusivamente en los discípulos cre-
tado resucitándole de entre los muertos. Verdaderamente Je- yentes. Así, la resurrección sería una expresión simbólica de
sús ha resucitado. La resurrección no puede, por tanto, inter- la nueva vida de los discípulos, si bien en virtud de la ins-
pretarse únicamente como confirmación del mensaje de Jesús. piración proveniente del Jesús terreno» (I, 605). Y, a pro-
Según la mentalidad semítica, los mensajes proféticos encuen- pósito de esta tesis, digo expresamente: «Creo que esta inter-
tran su confirmación a través de su cumplimiento. La fe en la pretación es ajena tanto al Nuevo Testamento como a la gran
resurrección, como se nos refiere en el Nuevo Testamento, tradición cristiana. Con ella estoy en pleno desacuerdo (ibíd.).
sólo tiene sentido si se atribuye a Jesús, a su predicación y Tras haber leído estas frases, W. Loser se atreve todavía a
vida pública un significado fundamental para la venida del escribir: «En Schillebeeckx la experiencia pascual es una ex-
reino de Dios, si se le reconoce un espacio que ocupará siem- periencia cuyo 'objeto' son los discípulos mismos y su nuevo
pre, a pesar del rechazo de sus correligionarios. Por tanto, estado de conciencia tras la muerte de Jesús» 12, y, según mi
la fe en la resurrección está esencialmente ligada a la fe en exposición, la experiencia pascual «no (sería) la experiencia
el significado permanente y constitutivo de Jesús para el ad- de una acción creadora de Dios en Jesús crucificado» (ibíd.).
venimiento del reino de Dios: es aquí donde encuentra su Al leer esto, uno se queda perplejo. Mi libro pretende preci-
fundamento único y suficiente. Este es el núcleo de la cristo- samente subrayar tanto el aspecto objetivo de la fe en la
logia de la parusía. resurrección como el subjetivo; hace así frente a todas las
En las publicaciones protestantes actuales, e incluso, aun- unilateralidades objetivantes y subjetivistas, de forma que
que no con tanta claridad, en algunos escritos católicos, pre- resulten inseparables entre sí el «objeto» —la resurrección
domina la tendencia a identificar la resurrección de Jesús con personal-corpórea de Jesús y su elevación a Dios— y el «su-
la renovación de vida y la fe de los discípulos y con lo que jeto» —la experiencia de fe que la Escritura expresa en el
ellos predican. En mi libro me distancio decididamente de relato de las apariciones 13—. Sin la experiencia cristiana de
esta identificación. Pero, antes de acusar de unilateralidad a 12
esta tendencia, es necesario preguntar si no contiene algún W. Loser, op. cit., 265.
" Sobre esta conexión esencial ha llamado la atención, sobre todo,
núcleo de verdad que otros pasan injustamente por alto. En P. Schoonenberg, Wege nach Emmaus. Unser Glaube an die Aufer-
el pasado no era extraño considerar la resurrección como un stehung Jesu (Graz 1974).
110 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cristología pascual 111
fe carecemos de toda instancia que nos permita penetrar en la experiencia de la nueva presencia (pneumática) de Jesús
la resurrección de Jesús. Pero también es cierto que, sin la resucitado, en la comunidad que vuelve a congregarse. Para
resurrección de Jesús, no es posible experiencia alguna cris- mí, se trata del punto esencial de todo este proceso de con-
tiana de fe pascual. La resurrección de Jesús no significa, por versión.
tanto, únicamente que ha sido resucitado de entre los muer- Me parece claro que el Nuevo Testamento, con el fin de
tos por obra de Dios, sino, al mismo tiempo, y de manera expresar todo este conjunto de experiencias, fruto de la gra-
igualmente esencial, que Dios le concede en la dimensión de cia de Dios en Jesús resucitado, emplea un modelo de conver-
nuestra historia una comunidad o Iglesia. Esto significa tam- sión que ya existía y que utilizaba el concepto de «aparición».
bién que ese Jesús elevado al cielo está activamente -presente Pero hay que tener en cuenta que los elementos constantes
en medio de nosotros. De ahí procede el significado salvífico y los estereotipos de un modelo no sólo pertenecen por sí
de su resurrección. Precisamente al experimentar esta nueva mismos al modelo, sino que pueden también formar parte de
presencia en medio de ellos, los discípulos vivenciaron que los sucesos narrados M. En otros términos: la existencia de
Jesús había resucitado. Resurrección es, pues, simultáneamen-
te, envío del Espíritu y congregación de los discípulos disper- 14
A este punto aluden con razón A. Descamps, op. cit., 222 (donde
sos, reunidos ahora en el surgir concreto de una Iglesia, de se distingue entre «visiones» como procedimiento literario y como
una fraternidad. Jesús, por obra del Padre, está presente y documento histérico-psicológico), y P. Schoonenberg: «Tijdschrift voor
vivo en medio de los suyos de una forma nueva. En la expe- Theologie» 15 (1975) 262. Sin embargo, Descamps olvida decir que
riencia pascual (la nueva presencia de Jesús y la renovación en los relatos evangélicos sobre las «apariciones» falta por completo
que ella comporta) se habla de lo que ha sucedido al propio la estructura psíquica de lo que bíblicamente se llama visión; aquí no
se habla, en efecto, de elementos extáticos ni propiamente visionarios.
Jesús: de la resurrección. El Jesús que se aparece es descrito como un Jesús que habla, e incluso
He querido, por tanto, evitar en mi libro ambos escollos, come con los suyos, un Jesús presente como lo están Pedro y los
el del empirismo y el del fideísmo. Resurrección y presencia demás, aunque algo más «débilmente». No me parece, pues, muy apro-
piada la alusión a las visiones bíblicas. La narración evangélica se
salvífica de Jesús en medio de los suyos sobre la tierra son mueve más en la línea de la aparición del ángel en el libro de Tobías
una misma y única realidad con diversos aspectos, de suerte o de los tres extranjeros (tres y, sin embargo, uno) a Abrahán. Más
que, en la experiencia de la presencia salvífica, se manifiesta que de una «cristofanía» se trata de una «epifanía» de Cristo. Debo
la resurrección de Jesús, que se «muestra» a los creyentes. admitir, con todo, que también mi interpretación del elemento visual
en el proceso de conversión (que es igualmente cognoscitivo) de los
Esta es la estructura que se pone de manifiesto con toda cla- discípulos y, por tanto, como aspecto de redundancia de un aconteci-
ridad en los relatos sobre las apariciones: «Aquel día cono- miento de tipo cognoscitivo y emotivo, se mueve en la dirección de
ceréis que yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y yo con las «visiones». Tampoco esta interpretación respeta, por lo mismo, el
vosotros» (Jn 14,20; cf. 14,23b). Para los discípulos, el acon- específico género literario de los cuatro evangelios. Lo que a mí me
interesa es explicar teológicamente al hombre de nuestro tiempo por
tecimiento pascual es el bautismo con el Espíritu Santo a qué los primeros cristianos eligieron el modelo de las apariciones vete-
través del cordero (el «profeta») que quita los pecados del rotestamentarias de Dios y de los ángeles para expresar su experiencia
mundo, mas también el momento en que los discípulos son pascual. Admito, con todo, que éste no tiene por qué ser necesaria-
enviados al mundo para continuar «ayudando a la reconcilia- mente un mero modelo y que puede implicar un acontecimiento histó-
ción» (las «apariciones» son también, y en su forma actual rico. No obstante, remito al análisis (que entonces desconocía) de
J. Lindblom, Geschichte und Offenbarungen (Lund 1968) 66 (cf. tam-
esencialmente, visiones de misión). Ahora bien, si considero bién A. Trobel, Vision im. NT: RGG VI, 1410-1412), del que se
la experiencia pascual como un proceso de conversión, no se deduce que tampoco en el Nuevo Testamento el elemento visual es
puede olvidar el aspecto cognitivo que ello implica, es decir, nunca fuente del kerigma, sino sólo un medio que sirve para recibir
112 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cris tolo gía pascual 113
coincidencias totales, por ejemplo en la literatura intertesta- los suyos. Se trata de lo que en esta experiencia se anuncia.
mentaria, no significa necesariamente que los elementos con- Pero la experiencia de la presencia del Señor y, con ella, de
tenidos en el Nuevo Testamento no sean históricos; dichos la singular experiencia de «conversión» de los discípulos des-
paralelismos pueden ayudarnos bastante a interpretar el ca- pués de la muerte de Jesús, experiencia que les llevó, por
rácter singular de experiencias como la de las apariciones, medio de la gracia, a convertirse en cristianos, ¿no es por sí
sepulcro vacío, etc. Teniendo en cuenta la mentalidad del misma también un acontecimiento «patético» muy emocional?
hombre primitivo —y quisiera añadir con Descamps: tenien- Si en algún lugar se ha dado una experiencia inefable de lo
do en cuenta los datos de la historia de la salvación «desde el divino fue precisamente aquí. A esta experiencia se debió que
Génesis al Apocalipsis»—, ni siquiera me parece necesario surgieran nuevas comunidades a través de Jesús resucitado,
negar los elementos visuales en la experiencia pascual de los presente entre sus discípulos de nuevo reunidos. Esta nueva
primeros cristianos. La gracia pascual se apodera del corazón congregación de los discípulos, dispersos tras la muerte de
y de los sentidos, llegando a éstos a través del corazón y el Jesús, es fruto de la nueva presencia de Jesús, ahora glori-
espíritu. Sería un racionalismo unilateral eliminar de este ficado. El elemento visual de la experiencia pascual asume,
acontecimiento experiencial todo aspecto emocional. La exis- como elemento de redundancia, un denso significado cuando
tencia de efectos secundarios o incluso visuales es normal se destaca (como hicimos en el capítulo 2, I) el aspecto cog-
para hombres insertos en la cultura de entonces (el modelo nitivo del proceso de conversión, implícito en la denomina-
existente nos orienta ya en esta dirección; con otras palabras: ción cristiana o identificación de Jesús. En mi primer libro
también los modelos se forman a partir de determinadas me interesé por ese aspecto cognitivo del proceso de conver-
experiencias históricas). Pero no se trata de esas apariciones sión. No sostengo en modo alguno que lo que significa en el
visuales secundarias; a lo sumo, ellas constituyen un signo Nuevo Testamento «ver a Jesús» sea igual que la conquista
emocional de lo que real y sorprendentemente les aconteció: de una nueva autocomprensión. El elemento cognitivo, con su
la experiencia de la nueva presencia salvífica de Jesús entre redundancia visual, se refiere intencionalmente al Jesús muer-
to y resucitado; se abre así camino a una renovación de vida
y articular una revelación. En el Evangelio de Juan, el ver creyente se y a una nueva autocomprensión.
convierte incluso en una categoría de pura reflexión teológica. En este Partiendo de esta visión de conjunto, me gustaría analizar
sentido, también el análisis de Kl. Kienzler, publicado más tarde, ahora algunas críticas referidas a detalles concretos, ya que
Logik der Aujerstehung (Friburgo de Brisgovia 1976), que interpreta
las apariciones de Jesús como autotestimonio, representa una notable en un tema tan central cualquier detalle me parece impor-
contribución. ¿Cuál es la lógica particular de nuestro lenguaje sobre tante. Se trata, sobre todo, de las reflexiones de A. Descamps,
la resurrección de Jesús? Para él, se trata de un testimonio performa- el exegeta que con más minuciosidad se ha ocupado de la
tivo. Yo pongo más el acento en el fundamento experiencial de ese problemática de fondo de mi primer libro sobre Jesús. Su
testimonio, pero Kienzler se aproxima bastante a lo que pretendo
decir. Desde el punto de vista histórico, me parece segura esta afir- crítica afecta sólo a algunos aspectos de carácter histórico,
mación: poco después de la muerte de Jesús, algunos hombres afirma- pero no a mi tesis de fondo. Más aún: no existe diferencia
ron haberlo visto. Y no hay motivo alguno para dudar de ello. Es sustancial alguna entre su exégesis y la mía por lo que se
justo, en cambio, investigar críticamente qué pretendieron afirmar con refiere al contenido de los textos sobre las apariciones. Ade-
ello, ya que «revelación», articulada en términos de «ver», es un dato
fundamentalmente bíblico, en el que debe comprobarse siempre, te-
más del elemento visual, Descamps acepta los otros elementos
niendo en cuenta su correspondiente contexto, qué se entiende por esenciales de la experiencia pascual: el proceso de conver-
«ver». Es lo único que afirmo (cf. también J. Lindblom, op. cit., 101- sión, el recuerdo de la actividad terrena de Jesús, la com-
104, que yo desconocía cuando escribí mi primer libro sobre Jesús). punción por el comportamiento durante la captura y muerte
8
114 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cristología pascual 115
de Jesús, la confianza en Dios como un Dios de los hom- da es considerado por algunos panfletos, escritos contra mi
bres, la tradición del profeta humillado y exaltado y, final- libro, como «la norma cristiana» y la ortodoxia desde la que
mente, el papel de Pedro en la congregación de los discípu- hay que juzgar mi libro.
los 15. La única diferencia entre nosotros estriba en que Con todo, entre Descamps y yo sigue habiendo ciertas
Descamps, en su condición de exegeta, concede, histórica- diferencias. Para él, el elemento visual es lo que nos ofrecen
mente, un lugar más preciso que yo al aspecto visual, en el los textos escriturísticos en una lectura directa, mientras que
conjunto de lo que yo llamo «proceso de conversión»; pero la hipótesis del proceso (también cognoscitivo) de conversión
tampoco él admite en modo alguno que Cristo resucitado no es inmediatamente reconocible en dichos textos, aun sien-
«se haya mostrado físicamente» 16 en un signum —ya se trate do una deducción rigurosa y correcta. Desde el punto de vis-
del sepulcro vacío, de las apariciones o de un proceso (cog- ta histórico-literario, le asiste la razón más a él que a mí.
noscitivo) de conversión (mi tesis)—. Esa era también mi Pero, en el plano sistemático, ello no implica diferencia algu-
intención. Y ése fue el motivo de que prescindiera conscien- na. E incluso puede detectarse ahí una legítima diferencia en-
temente de posibles elementos visuales contenidos en el pro- tre el exegeta y el teólogo sistemático. Yo mismo admito que
ceso de conversión o en la experiencia pascual. Pretendía dis- en el Nuevo Testamento se habla efectivamente de «ver»
minuir la considerable importancia dogmática que algunos (visiones, apariciones); sólo un ciego podría negarlo. Concedo
atribuyen a dicho elemento visual, considerándolo como el también que, a excepción de los relatos sobre la conversión
fundamento de toda la fe cristiana 17. Ahora caigo en la cuenta de Pablo, en los evangelios no se encuentra nunca, al hablar
de que hubiera sido preferible tratar también de este elemen- de las apariciones a Pedro y a los demás, una terminología
to visual, señalando su indudable valor histórico-psicológico, de conversión. A pesar de ello, hay textos que nos ofrecen
pero también su escaso relieve dogmático. Descamps parece ciertas indicaciones en ese sentido (cf., entre otros, I, 360-
suponer, en forma un tanto apresurada, que, por fortuna, ya 363). Por tanto, prefiero no hablar, como lo hace Descamps,
no existen creyentes para los que la verificación empírica de sólo de una deducción bien fundada, sino más bien del eco
un Cristo que se ve físicamente sea la base de la fe cristia- de un acontecimiento originario de conversión que, en el pro-
na 1S. Sin embargo, lo que Descamps califica de tesis anticua- ceso de desarrollo de los relatos de las apariciones, transfor-
15
madas más tarde en auténticas y explícitas apariciones de
A. Descamps, op. cit., 221-222. misión, pasa a un segundo plano. Podemos encontrar una
16
«En efecto, desde el punto de vista de la fe, 'tumba vacía' y
'apariciones' no son signos que pertenezcan a un orden totalmente dis- clara analogía con la línea seguida por Hch 9; 22 y 26, don-
tinto de 'experiencia de conversión'. Ninguno de estos signos 'mues- de, a juicio de algunos exegetas, un proceso de conversión
tra' físicamente al resucitado» (Descamps, op. cit., 221). (Hch 9 y 22) se transforma en un acontecimiento casi exclu-
17
Cuando, tras la publicación de Jesús. La historia de un Viviente, sivamente de misión {Hch 26). Admito que estos tres relatos
se me preguntó si yo negaba todos los elementos visuales, como acon- son los que me han orientado —también por lo que se refiere
tecimiento histórico-psicológico de los hechos que en el Nuevo Testa-
mento se denominan «apariciones de Jesús», respondí negativamente, a los relatos sobre las apariciones a Pedro y a los once—
añadiendo, no obstante, que ese elemento visual no puede constituir
el fundamento de la fe cristiana en la resurrección. Cf. «De Bazuin»
muy raramente en nuestros días— que la visión del resucitado fue, no
58 (1975) 18 de marzo, p. 2, y H. Kuitert/E. Schillebeeckx, Jesús
un acto de fe, sino la percepción experimental de una evidencia, en
van Nazaret en het heil van wereld (Baarn 1975) 51-52. (Se trata de
cuyo caso la resurrección sería no un dogma, sino el fundamento in-
la crónica de un debate televisivo).
18 discutible de los dogmas» (op. cit., 221). Mi interés se centra precisa-
A continuación del texto ya citado (n. 16), A. Descamps afirma: mente en esa tesis a la que se tacha de anticuada, pero que conserva
«A no ser que se suponga —como se ha hecho con frecuencia, pero una gran actualidad.
Valoración de la cristología pascual 117
116 Puntos fundamentales de discusión
dos»), de las que sólo la cuarta —la cristología pascual, que
hacia las «apariciones» que, en su origen, podrían haber pre- también, según mi opinión, sería la más reciente— precisa
sentado rasgos de conversión más pronunciados que los que por primera vez la idea exacta de resurrección; d) sólo más
encontramos en la redacción bíblica final. Sin duda, desde el tarde se expresó esta representación en las imágenes de las
punto de vista histórico, podrán acentuarse las cosas de ma- «apariciones»; e) más tarde aún se convirtió en objeto de los
nera distinta de como yo lo he hecho, pero en el plano teo- relatos sobre apariciones, tal como nos las refiere el Nuevo
lógico-sistemático no alcanzo a ver cómo la formulación de mi Testamento, es decir, anacrónicamente situadas en los días
hipótesis sobre la conversión pueda significar una reducción que siguen inmediatamente a la muerte de Jesús y en los
de la cristología pascual. Por lo demás, en esta hipótesis toda posteriores 20. Descamps afirma que este esquema de repre-
la iniciativa parte del Cristo resucitado; cf. I, 606, donde se sentación cuadra perfectamente con la fe cristiana; con otras
afirma expresamente la prioridad lógica y ontológica de la palabras: está totalmente fuera de lugar hablar de «herejía»
resurrección personal y corporal de Jesús frente a la fe en la u «ortodoxia» en esta interpretación. En cambio, discute la
resurrección. Pero Descamps, en modo alguno me reprocha validez histórica de tal reconstrucción y añade que la negación
semejante reducción. de ciertos aspectos históricos puede influir en la compren-
Además, me llama la atención que, según Descamps, el sión cristiana de fe. Admite, sin embargo, que en Pedro, que
logro de mi primer libro sobre Jesús estriba en que ahora desempeña el papel más importante en los relatos sobre las
queda más claro que la idea general de «vida eterna» del apariciones, la fe en el Cristo vivo está subordinada a la fe
crucificado, junto con el convencimiento de que este crucifi- en una «resurrección física» 21. Niega únicamente que esa re-
cado volverá pronto «con poder» (la cristología de la parusía presentación más precisa sea fruto de un largo proceso, cosa
del profeta escatológico; cf. Hch 1,6) precede históricamente que tampoco yo he afirmado nunca.
a la representación más precisa de la resurrección corporal Con todo, no me reconozco plenamente en este modo de
de Jesús 19. Esta era, en efecto, la tesis de mi primer libro. reconstruir mi libro. Puedo aceptarlo como esquema abstrac-
Descamps, sin embargo, añade que esta representación poste- to, prescindiendo, por tanto, de la sucesión cronológica que
rior se efectuó muy pronto, y ello en virtud de la comproba- Descamps inserta22. Descamps olvida, sin embargo, que dicho
ción histórica del sepulcro vacío y de las apariciones. No tengo esquema no es para mí el desarrollo de una comunidad homo-
razón alguna para contradecirle, puesto que, según mi libro, génea del primer cristianismo, sino que parto de comunidades
la cristología de la parusía contiene también implícitamente primitivas originariamente diversas, al menos en el sentido de
lo que la cristología de la resurrección articula de manera ex- tradiciones del cristianismo primitivo de los distintos rinco-
plícita. Al reconstruir mi esquema, Descamps ve la génesis de
la fe en la resurrección, descrita por mí en el libro, en los 20
Op. cit., 220-221.
siguientes términos: a) tras la muerte de Jesús se dio la ex- 21
«... más acá de la idea precisa de resurrección física» (op. cit.,
periencia de la conversión, que condujo a ver, en el Jesús 221).
22
muerto, al resucitado; b) sigue la identificación de Jesús con Sobre todo, si se prescinde de b). Descamps, en su reseña, no
el profeta escatológico humillado y exaltado en la que todavía profundiza en mi idea fundamental del «profeta escatológico», quizá
porque la comparte. Pero, de algún modo, deforma la imagen, ya que
no se distingue el modo peculiar de vida de Jesús tras su la suposición de que Jesús es el profeta escatológico aparece como
muerte y elevación al cielo; c) vienen luego las cuatro ten- «prepascual» en mis dos libros sobre Jesús. Una reconstrucción más
dencias protocristianas de credo (Descamps habla de «cre- exacta de mi pensamiento la ofrece L. Bakker, Het oudtestamentisch
tegoed van de christelijke' theologie, en Proef en Toets. Theologie ais
Experiment (Amersfoort 1977) 86-102, espec. 89-96.
A. Descamps, op. cit., 220.
118 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cristología pascual 119
nes de Palestina en los que se movió Jesús. Una crítica ade- mentó de articulación o interpretación fuese el mismo en to-
cuada tendría que atacar, ante todo, este presupuesto. A este das las tradiciones originarias. Así, por ejemplo, en el ámbito
problema he dedicado, además de algunos pronunciamientos judío e intertestamentario, la resurrección corporal era tan
ocasionales, un tratamiento específico en mi libro, al hablar sólo una posible representación de la llegada a Dios de un
de la «experiencia pascual» (cf. sobre la ambigüedad del tér- profeta torturado hasta la muerte (I, 482-488). Por tanto, lo
mino «experiencia pascual», I, 363-367). También la cristo- que Descamps considera en mi libro como un desarrollo cro-
logia del maranatha es una auténtica experiencia pascual, aun- nológico dentro de una comunidad cristiana única, yo lo veo
que carezca de ideas explícitas sobre la resurrección. Admito más bien como la convergencia de diversas tradiciones origi-
que la afirmación de que desde el principio existían diversas narias que, con frecuencia, apenas se dejan reconstruir crono-
«comunidades cristianas» y que, por tanto, no se puede par- lógicamente. Y de este modo, lo que para una tradición re-
tir de una única Iglesia madre de Jerusalén, sigue siendo sultaba un añadido, para otra era un dato más antiguo. Una
hipotética, al menos por lo que a los orígenes del cristianis- reconstrucción precisa de la cronología es a menudo imposible
mo se refiere. Me parece, sin embargo, que no puede negarse y, la mayoría de las veces, permanece en un estadio casi hipo-
desde el punto de vista histórico que aquí y allá, en los lu- tético. Es lo que ya, a nivel de principio, enuncié en mi libro,
gares que Jesús frecuentó, se formaron particulares tradicio- al enfrentarme con el problema de las ipsissima verba et jacta
nes sobre Jesús. Y esto es lo esencial. Mi manera de com- Jesu; pues lo que en un determinado texto (por ejemplo, en
prender el acontecimiento no excluye, por consiguiente, en Marcos) es secundario o redaccional, en otras tradiciones
modo alguno (más bien lo implica) que en determinadas tra- puede ser «auténtico de Jesús» (1,74).
diciones del cristianismo primitivo la fe en la resurrección Nos quedaría todavía, respecto a la cristología pascual,
de Jesús haya sido el punto de partida de todo el proceso a , un tema que hasta ahora no ha sido profundizado lo suficien-
mientras en otras tradiciones la fe en «el que ha de venir» te, al menos de forma explícita: el significado histórico real
estaba en el origen de los ulteriores desarrollos, de forma que del «sepulcro vacío».
aquí la resurrección no era inicialmente objeto de predica- También el exegeta (o el teólogo que profundiza en este
ción. En esta cristología del maranatha, la resurrección se pre- punto más que los demás exegetas) A. Descamps afirma con
suponía implícitamente, pero no explícitamente, como algunos, razón: «un cadáver desaparecido no es aún un cuerpo resu-
sin motivo, parecen suponer. Esta es la razón de que algunos citado» 24 (adviértase en todo caso que tal expresión, sin ir
defensores de una cristología de la parusía, al entrar en con- acompañada de una mención de la persona física, es un dua-
tacto con otras tradiciones explícitas de resurrección, creyeron lismo insoportable). Con otros términos, a los que yo mismo
poder reconocer en ellas espontáneamente la propia concep- he recurrido en mi libro: el sepulcro, que históricamente fue
ción de fe. Pero esta influencia recíproca entre diversas tradi- encontrado vacío, no podrá nunca constituir el fundamento
ciones constituyó también el presupuesto para que la resu- de la fe cristiana en la resurrección. En el problema neotesta-
rrección fuese considerada objeto de predicación (I, 367). Ha- mentario del sepulcro vacío no se trata, pues, directamente
blo, pues, de una «experiencia pascual» común a todas las de cosas de fe, sino más bien de lo que real e históricamente
tradiciones del cristianismo primitivo, pero niego que el ele- sucedió en el sepulcro de Jesús. Yo mismo, en oposición a
una determinada tendencia de la exégesis, afirmo en mi libro
23
Esta idea se expresa —a mi juicio, de modo excesivamente siste- que la tradición del sepulcro debe ser muy antigua (I, 305,
mático— en un estudio publicado cuando mi libro sobre Jesús se
encontraba ya en prensa: G. Schille, Osterglaube (Stuttgart 1973). 24
A. Descamps, op. cit., 218.
120 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cristología pascual 121

n. 32). No debiera negarse con excesiva precipitación la im- ción corporal o ascensión a Dios con la «desaparición del
portancia neotestamentaria de esta declaración. Es verdad cadáver»; b) la posibilidad de una leyenda cultual en torno
que, para mí, un sepulcro vacío no constituye, desde el punto a un sepulcro, como hipótesis plausible, pero (en el caso de
de vista filosófico, ninguna prueba de la resurrección; esto Jesús) con poco fundamento real; en cambio, tal vez podrían
desempeña un cierto papel en la manera de comprender el encontrarse otras explicaciones con una base más sólida, aun-
Nuevo Testamento. Pero no se trata de un factor determi- que, históricamente, no estemos aún en condiciones de for-
nante, aunque orienta la búsqueda y la interpretación. No mularlas.
podrá objetarse nada en contra mientras esa precomprensión Mientras tanto, ha aparecido un estudio de John E. Alsup
no nos lleve a proceder arbitrariamente con los datos del texto que arroja un poco de luz sobre el tema, pero que deja to-
bíblico. davía abierta la discusión exegética M. El autor nos ofrece una
Tras larga indecisión opté, en mi primer libro sobre Je- explicación del texto, sin necesidad de remitirse a una leyen-
sús (cf. I, 305, n. 30), por una conocida exégesis: la de una da cultual. Esto me parece una gran ventaja, dado el carácter
leyenda cultual (peregrinos que vienen a visitar la tumba del peculiar de los textos neotestamentarios. Gracias a su análi-
«héroe» venerado; la Antigüedad nos ofrece gran número de sis, se ve todavía con más claridad que el motivo del sepul-
ejemplos en este campo). Pero sólo lo hice después de pro- cro es muy antiguo, pero se infiere también —y ésta es la
longada vacilación, ya que el material aducido por algunos novedad— que, al principio, no desempeñaba función algu-
exegetas modernos me pareció insuficiente y demasiado tardío na dentro de un contexto de resurrección. Al contrario, el
(en todo caso, no quiero excluir del todo esta hipótesis). En sepulcro vacío provocó únicamente efectos negativos; no con-
mi interpretación ha desempeñado sin duda un papel el con- dujo a la esperanza triunfante en la resurrección, sino a la
vencimiento teológico-filosófico de que la pregunta por el perplejidad y a la tristeza. En su trabajo, Alsup ha identi-
sepulcro vacío a no tiene importancia teológica. Pero concluir ficado tres estratos presentes en el tema neotestamentario del
de esta carencia de importancia para nosotros que el tema sepulcro. Ciertas partes del texto de Juan (Jn 20,1-2 y 20,
del sepulcro tampoco tuvo importancia para los primeros cris- 11-13) nos transmiten, con toda probabilidad, la forma más
tianos, me parece irresponsable. La antigüedad y persistencia antigua del motivo del sepulcro (esto coincide con mis afir-
del tema del sepulcro muestran su importancia para los pri' maciones en el segundo libro sobre Jesús, donde constato
meros cristianos. Por esta razón, en mi primer libro analicé que, en lo referente a los últimos días que Jesús pasó en Je-
qué clase de importancia habría podido tener un sepulcro rusalén, el Evangelio de Juan contiene elementos históricos
vacío en aquel tiempo. Y encontré dos elementos: a) una más fiables que los sinópticos). En su forma más antigua,
determinada tradición judaica, que vinculaba con toda natu- este motivo se vincula tan sólo a María Magdalena y quizá
ralidad, apoyándose en razones antropológicas, la resurrec- a otras mujeres. La forma sinóptica del mismo relato la en-
contramos en Me 16,1-6, donde se ha añadido reflexión teo-
25
lógica. Y, finalmente, contamos con el relato del sepulcro
Sigue en pie, con todo, el problema histórico de si Jesús pudo centrado en la figura de Pedro (Jn 20,3-10 y Le 24,12).
ser sepultado en un sepulcro individual. Esto no sucedía generalmente
en las crucifixiones practicadas por los romanos, pero parece que se Alsup sostiene que el dato más antiguo de la tradición es el
dieron excepciones. La iniciativa de José de Arimatea, que pide a Pila- del motivo del sepulcro desprovisto de ángeles, y que el ha-
to el cadáver de Jesús y —según la tradición sinóptica de Me 15,
43-45; Mt 27,58; Le 23,50-56, al igual que la de Juan, Jn 19,38—
26
lo consigue, posee ciertas garantías de historicidad, a pesar de que este John E. Alsup, The'post-Resurrection Appearance Stories of the
relato posee paralelos en aquel tiempo. Gospel Tradition (Stuttgart 1975).
122 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cristología pascual 123
Uazgo del sepulcro vacío no provocó la fe en la resurrección, Una última observación, para precisar mejor la respuesta
sino únicamente miedo. Desde el punto de vista histórico, que debo a la cordial crítica que Descamps ha hecho de la
ésta parece ser la primera «experiencia del sepulcro». Esta parte exegética de mi primer libro. Tiene palabras de elogio
antigua tradición fue integrada posteriormente en algunas tra- incluso para mi exégesis en detalle, pero sostiene que está
diciones de apariciones, es decir, por medio de las apariciones demasiado orientada hacia una sistematización teológica pos-
de Jesús, y no de un ángel o joven que se aparece a las mu- terior; en otros términos: que se trata de una «exégesis com-
jeres (Mt 28,9-10). Lucas conoce ambas tradiciones, pero las prometida» 31, o más aún, de una exégesis al servicio de una
deja coexistir. Habremos de concluir, pues, que la tradición de cristología preconcebida32, que lleva al teólogo, «que con toda
las apariciones es históricamente independiente de la tradi- razón no quiere someterse al magisterio del exegeta», a so-
ción del sepulcro y de la tradición del kerigma pascual27. Di- meter la exégesis al magisterio del teólogo. Quisiera respon-
cho de otro modo: según el análisis de Alsup, no podrá ne- der ante todo que, en todo caso, esto está en contradicción
garse, desde el punto de vista histórico, el hallazgo de un se- con mi declaración programática de principio. Descamps exige
pulcro vacío, algo sobre lo que también insiste Descamps M; del exegeta que se lance a la búsqueda: «sans savoir exacte-
pero también resulta históricamente evidente que este hecho ment oü il aboutira». Pues bien, he dicho expresamente que
no tuvo una importancia decisiva para el nacimiento de la fe en el plano exegético intento lanzarme a la búsqueda «sin
en la resurrección. El hallazgo del sepulcro vacío adquirió saber adonde me conducirá» (I, 28), es decir, haciendo
esa importancia sólo porque quedó integrado en otras tradi- exactamente lo que Descamps exige de una exégesis honrada.
ciones del cristianismo primitivo. Este análisis deja muchos Es verdad que, a pesar de esas solemnes declaraciones de
problemas sin resolver, pero nos hace ver que un dato his^ principio, puedo haber actuado de manera inconsecuente. Pero
tórico, que para nosotros carece de importancia teológica, al entonces, el onus probandi incumbe a quien me acusa. En
integrarse en otras tradiciones puede haber tenido un signi- realidad, no podía seguir los esquemas de una cristología
ficado muy especial para los hombres de aquel tiempo. Aun- preconcebida, es decir, de la cristología de la parusía del pro-
que la primera reacción fuera de miedo y desorientación, se feta escatológico (punto de partida de mi primer libro), por-
puede afirmar con Descamps s que ello provocó un primer que ésta sólo la tuve clara al final de la obra, y aun entonces
shock que, si bien no condujo a la fe en la resurrección, se con cierta vaguedad, como muestra el libro. Pero cuando tuve
relacionó con tradiciones de apariciones independientes en su claro el resultado, inserté en la redacción final algunos com-
origen (es el punto que destaca Alsup), y que podían servir, plementos a las partes anteriores, como preludio a la con-
en aquella época, como apoyo simbólico de la fe en la resu- clusión, para dar al libro una mejor estructura interna. Esto
rrección, sobre todo para ciertos judíos que relacionaban la es legítimo en toda redacción final, ya que el ordo exposi-
resurrección corporal con el destino mismo del cadáver. Se- tionis se distingue del ordo inventionis. Tales reproches ge-
gún otra tradición judía, al final de los tiempos o en la resu- Jesús (Me 15,38-47); pero, también según este exegeta, nos encontra-
rrección universal, el nuevo cuerpo celeste que desciende del mos aquí frente a muchos elementos hipotéticos (op. cit., 218). A mi
cielo es el don de gracia de los santos 30. juicio, el problema histórico del tema del sepulcro vacío no ha sido
suficientemente aclarado desde el punto de vista exegético, aunque
27
28
J. Alsup, op. cit., 147. cualquier otra aclaración habrá de partir del relato, históricamente muy
29
A. Descamps, op. cit., 217-218. antiguo, de esta tradición neotestamentaria.
30
A. Descamps, op. cit., 218. 31
Las observaciones de Descamps (op. cit., 218) ponen de manifies- A. Descamps, op. cit., 215-216.
32
to que descuidé demasiado el relato de Marcos sobre la sepultura de Op. cit.
124 Puntos fundamentales de discusión
Valoración de la cristología pascual 125
néricos apenas contribuyen a una clarificación objetiva. Añá-
dase a ello que Descamps olvida un dato fundamental, que que precisamente este procedimiento abierto del análisis de
aclaré explícitamente en I, 29-33; allí distingo entre una los textos originarios del cristianismo me conduce a la for-
exégesis crítico-literaria y una exégesis «teológica», que (uti- mulación de una síntesis cristológica, cuyos perfiles no alcan-
lizando el método crítico literario, científico) se consagra a la zo todavía a definir por completo; es difícil, por tanto, que
búsqueda de las manifestaciones salvíficas de Dios (I, 31-33; tal síntesis haya podido ser el presupuesto de mi exégesis.
cf. todo el contexto). No digo que Descamps, como creyente, Quisiera ahora desplazar la atención de la crítica de los
no haga en definitiva lo mismo, pero entonces vale también exegetas, más bien positiva, a la que los teólogos dedican a
para él la pregunta crítica que me dirige y que un crítico, a esta parte central de mi primer libro. Me refiero, sobre todo,
su vez, le plantea a él: «Descamps mismo depende también a W. Kasper y W. Loser. Este último, en especial, sostiene
de presupuestos filosóficos y dogmáticos» M. Por eso quisiera que doy preferencia a la tradición Q y a la tradición pre-
añadir —por lo que respecta al llamado magisterium exegético marcana para poder relativizar luego el kerigma pascual
y teológico— que la «exégesis teológica», aun cuando depende (cf. todo lo dicho anteriormente). Esta interpretación no en-
de una honrada exégesis de tipo científico-literario, rechaza cuentra apoyo alguno en mi libro, aunque sí en los de suyo
cualquier tutela de la ciencia como respuesta última. La cien- legítimos temores y preocupaciones de estos críticos, que pa-
cia como tal desconoce la categoría de un obrar salvífico de recen ver por todas partes cristianos que niegan la resurrec-
Dios en nuestra historia; únicamente puede constatar el he- ción de Jesús e intentan seguir junto a él sólo por el sendero
cho y la forma en que los hombres hablan de Dios y hasta «moralizante», es decir, el de la crítica social34. Sólo después
qué punto ese lenguaje está condicionado por la propia cul- de algún tiempo llegué a comprender cómo había sido posi-
tura. Sin ánimo de reducir á priori, desde el punto de vista ble que teólogos de la talla de Loser y Kasper hubieran inter-
humano, las posibilidades de Dios, una exégesis teológica pretado torcidamente mi libro: lo habían leído bajo el im-
actual podrá, por tanto, llegar a distintas conclusiones de pacto de la polémica desencadenada por R. Pesch, a finales
aquellas a las que llega quien analiza los mismos textos lite- de 1973, en la revista de Tubinga «Theologische Quartal-
rarios partiendo de otro punto de vista teológico frente a schrift» 35. Tanto Kasper como Loser remiten a esta publica-
las manifestaciones de Dios, aunque ambos habrán de reco- ción 36. A ninguno de los dos se le ocurrió que yo no podía
nocer lo que de hecho digan los textos y la manera en que conocer aún esas aportaciones (y, por tanto, no podía citarlas,
hablan de Dios. En una exégesis teológica moderna desempe- hecho que Kasper califica de «sorprendente»), ya que por
ñan, por tanto, un papel particular, como ocurre en todas las entonces mi primer libro estaba ya en prensa. La polémica de
épocas —¿cómo sería posible de otro modo?—, las concep- Tubinga no ha ejercido, pues, influjo alguno sobre mi prime-
ciones teológicas propias del momento. Pero esto, a mi enten- ra obra sobre Jesús; sin embargo, ambos críticos leen mi
der, es sustancialmente distinto de la manera como los ma- 34
W. Loser coloca mi presunta reducción del kerigma pascual di-
nuales de teología utilizan la exégesis; únicamente se sirven rectamente en relación con la «moralización de la fe» (op. cit., 264) y
de ella para «ilustrar» una cristología preestablecida. Rechazo, con la frase: «El hombre que actúa tendrá ahora que descubrir la sal-
por tanto, decididamente la observación incidental de Des- vación, que le ayuda en sus dificultades, en la misma ortopraxis»
camps, cuando afirma que mi exégesis estaría al servicio de (op. cit., 264). Si nos atenemos tanto al primero como al segundo
una cristología establecida de antemano, y puedo asegurar libro, esta interpretación raya en lo increíble. ¿Un pluralismo de te-
mores? Además, la ortopraxis se identifica aquí con toda claridad con
la frase «por tanto, sin la gracia».
35
B. Lauret, op. cit.: RSPT 61 (1977) 601. «Tübinger Theologische Quartalschrift» 153 (1973) 201-228.
36
W. Kasper, op. cit., 359; W. Loser, op. cit., 266.
126 Puntos fundamentales de discusión Valoración de la cristología pascual 127

libro influidos por tal polémica. Esto los incapacita para en- aquellos cristianos que creían que con la resurrección de Je-
tender lo que escribo y, por tanto, para captar las diferencias sús también ellos habían resucitado, y que nada quedaba por
esenciales que existen entre R. Pesch y yo. Me acusan de esperar en el plano escatológico (1 Cor 15,12; el propio
reducir la fe en la resurrección a una simple interpretación Pablo tendría dificultades con Ef 2,6 y Col 1,13) (I, 401-407;
del Jesús prepascual. Es verdad que no niego —algo que tam- cf. II, 183-185). Y estas cristologías pascuales, atacadas por
bién Descamps admite— que en el origen de la fe en la re- Pablo, no son rebrotes tardíos, sino una corriente con la que
surrección este dato haya desempeñado un papel importante; Pablo tuvo que enfrentarse muy pronto. Precisamente el con-
incluso insisto mucho en ello. Pero también he afirmado que texto completo de 1 Cor 15, donde Pablo asume el kerigma
eso es absolutamente insuficiente: después de la muerte de prepaulino de la resurrección, revela que Pablo convierte
Jesús tienen que haber existido nuevas experiencias, incluso dicho kerigma en parte integrante de la más antigua cristolo-
un nuevo ofrecimiento de salvación, para poder fundamen- gía de la parusía (1 Cor 15,12-19; 15,20-28 y, sobre todo,
tar cristianamente la cristología de la parusía y la pascual 15,23). Más aún: Pablo es el único que, en el Nuevo Tes-
(I, 604s). ¿Cómo se compagina todo esto con las acusaciones tamento, se atreve a decir que, en último término, Jesús
de W. Lóser y W. Kasper? 37 Sólo puedo entenderlo pen- mismo devolverá su reinado a Dios Padre (1 Cor 15,24-25;
sando en el miedo, no del todo ilegítimo, con que se lee mi. pero esto no tiene consecuencia alguna para nuestra historia
libro y en el influjo que tendencias ajenas a él han ejercido38. terrena desde el punto de vista de la salvación cristiana, ya
Ya había expuesto, además, cómo el concepto neotestamen- que la entrega del reinado de Jesús es un acontecimiento de
tario de euangelion incluye tanto la nanatio de la obra que los últimos tiempos y, por tanto, no implica una reducción
Jesús realizó en vida como el kerigma eclesial de Pascua del significado intrahistórico de Jesús). En mi libro defiendo
(I, 97-103, y espec. 100). ¿Por qué un crítico ha de suponer la tesis de que no son realmente canónicas ni la tradición Q,
que el autor se aparta constantemente de lo que él mismo es decir, una cristología que probablemente no conoce la
estableció como principio fundamental, a no ser que pueda cristología de la resurrección, sino sólo una cristología de pa-
acusarle de incongruencias? rusía, basada en el mensaje y praxis vital de Jesús, ni una
cristología pascual, interpretada en el sentido de que el men-
Pero existe otro equívoco. No se puede identificar la
saje profético de Jesús, sus milagros y praxis, no tendrían
«cristología pascual» con la paulina. En muchos pasajes, Pa-
ningún significado dogmático (I, 404; cf. I, 601-604). El
blo se opone a una cristología pascual ajena a la suya: la de
auténtico canon abarca muchas corrientes del primer cristia-
37
nismo, que he resumido en cuatro tendencias de credo; y en
Prosiguiendo sus reflexiones, Kasper admite que «se trata más dichas corrientes resultan esenciales tanto el mensaje, los
bien de un acontecimiento nuevo y distinto del de su pasión y muer-
te, de un acontecimiento que fundamenta un modo de existir comple- logia, milagros y praxis de Jesús, como su muerte y la expe-
tamente nuevo, en virtud del cual Jesús, definitivamente unido a Dios, riencia que tuvo, después de ella, la comunidad (y que tema-
se encuentra de manera nueva entre nosotros» (op. cit., 359 B). Pero tizó en la cristología' de la parusía y de Pascua). Un mensaje
evidentemente eso no influye para nada en su valoración negativa. y una praxis de Jesús, desgajados de la cristología de la paru-
38
No quiero, en absoluto, negar aquí la fecundidad de tesis como sía o de Pascua, son el exponente de una utopía desesperada,
las de Pesch para nuestro problema. A mi entender, si se comprenden
en forma crítica, constituyen un componente esencial de lo que llamo sin perspectiva alguna de esperanza {así lo afirmo en I, 603,
en mi libro experiencia pascual. Yo mismo insisto en que la inter- y II, 826). Pero también es cierto que una cristología pas-
pretación de la obra realizada por el Jesús terreno es un elemento cual, desvinculada de este mensaje y praxis, se convierte en
esencial de la experiencia pascual (I, 363-365), pero acentúo también un mito (I, 603s; I, 404; cf. I, 45, y I, 372ss). El canon
que dicha experiencia es más amplia.
128 Puntos fundamentales de discusión

bíblico se ha propuesto una síntesis, y ésta es la norma de III


toda teología cristiana. No se trata, en modo alguno, de pre-
ferir a «Jesús de Nazaret» en lugar del «Cristo pascual». PROLEGÓMENOS PARA UNA CRISTOLOGÍA
Esto sería una contraposición ajena a mi pensamiento. Se
trata más bien del hecho histórico de que la «cristología pas-
cual» fue aplicada a Jesús de Nazaret, es decir, a este hom-
bre concreto, con su mensaje, su praxis de vida y su muerte, 1. Equívocos sobre los enunciados de fe de «primero»
y no a un señor X. Debido precisamente a que la cristología y «segundo orden»
pascual se separó del mundo concreto en el que surgió ese
credo (es decir, la obra de Jesús y la expectativa veterotesta- Algunos críticos han puesto objeciones a esta terminolo-
mentaria del reino de Dios, con la necesaria mediación de las gía (I, 511-516)*. Quisiera decir, ante todo, que semejante
figuras escatológicas), ha sido posible neutralizar, en el trans- distinción nada tiene que ver con la triple distinción que he
curso de los siglos, la fuerza crítica del cristianismo y con- hecho en otro lugar entre historia fáctica, coyuntural y es-
vertirlo en aliado de los «poderes de este mundo». A este tructural (I, 542-549). Ya anteriormente, en el epígrafe «ex-
peligro sí que hago referencia explícita. Pero no logro des- periencia e interpretación», he aclarado el contexto en el que
cubrir dónde se encuentra en mi libro una reducción del mis- debe entenderse esa distinción lingüística. En algunos ha
terio pascual39, cuando precisamente mi intención es vincular producido equivocadamente la impresión de que los enuncia-
la cristología pascual con lo que Jesús histórica y realmente dos de «segundo orden» equivaldrían, en un juicio de valor,
fue, dijo e hizo. a enunciados menos importantes. Pero esta interpretación es
Kasper y Loser propugnan, en definitiva (el primero en la que intentaba evitar expresamente cuando afirmaba: «no
franca oposición a lo que ha escrito en otras publicaciones), nos referimos con ello a proposiciones de fe de 'segundo
una cristología pascual formal, más bultmaniana incluso de rango'» (I, 515). Y, a pesar de ello, se ha interpretado, pour
lo que ellos quisieran. Pero una cristología pascual formali- le besoin de la cause, de distinta manera. Por este motivo,
zada, tanto si es religiosa como política, es ajena al Nuevo en mi segundo libro sobre Jesús he evitado la terminología
Testamento. adoptada en el primero, al tratar de profundizar con más
detalle en el tema «experiencia e interpretación» (II, 21-71).
Las conclusiones que, sobre todo W. Loser y W. Kasper,
extraen de dicha terminología no encuentran en mi libro la
mínima fundamentación. Su falsa interpretación depende,
pues, esencialmente de su equivocado modo de entender lo
que yo llamo cristología pascual (cf. anteriormente). De he-
cho, si ésta es tan sólo una interpretación creyente de la obra

40
Especialmente W. Loser, op. cit., 263; W. Kasper, op. cit.,
358 B, y en menor medida, A. Weiser: «Lebendiges Zeugnis» 31
(1976) 73-85, espec. 82s; W. Breuning: «Theologische Revue» 73
(1977) 89-95, espec. 91-92; y L. Renwart: «Nouvelle Revue Théolo-
Así W. Loser, op. cit., 264. gique» 109 (1977) 224-229.
9
130 Puntos fundamentales de discusión Prolegómenos para una cristología 131
41
realizada por Jesús durante su vida y no se funda en expe- cuando no se tiene en cuenta la peculiar estructura de la fe.
riencias peculiares y nuevas, realizadas después de su muerte Pero en el capítulo en que utilizo esta terminología (I, 511-
(a saber, en la experiencia de fe de la presencia del Jesús 516), parto de la «identificación de la persona de Jesús»
resucitado, en la comunidad, como núcleo cognoscitivo de lo (I, 515), que implica ya, por tanto, la experiencia de Pascua.
que llamo experiencia pascual como proceso de conversión), A este respecto, sostengo que la identificación de una per-
entonces todos los enunciados de fe que califico «de segundo sona «puede ser intensificada» (I, 515) y que «en esta se-
orden» son también inferiores en valor. Pero, en mi libro, la gunda reflexión no aparecen propiamente conocimientos com-
experiencia de la presencia gloriosa de Jesús en la comuni- pletamente nuevos» (ibíd.). Sólo después de estas precisiones
dad tiene una estructura propia, que no coincide con la es- hablo de la distinción entre enunciados de «primero» y «se-
tructura de la interpretación creyente de la obra realizada por gundo orden». Con otras palabras: los enunciados pascuales
Jesús en vida (cf. más arriba). Por otra parte, tampoco nos básicos —desde el punto de vista histórico-genético la cris-
resulta comprensible esa peculiaridad si se desconecta del re- tología de la parusía, a la que sigue poco después el kerigma
cuerdo que los discípulos tuvieron e interpretaron del Jesús de la resurrección— pertenecen, a mi entender, al ámbito de
prepascual. A pesar de la específica estructura de la expe- los enunciados de «primer orden». Además, todo el análisis
riencia pascual, ésta no puede ser considerada como una se- de la muerte y resurrección de Jesús precede, en mi libro, al
gunda fuente, adecuada y distinta, de la aproximación cre- capítulo en que hablo de una teología de «segundo grado»
yente a Jesús, como si la narratio de la obra terrena de Jesús (I, 511). Cualquier enunciado esporádico, y muchas veces
y la experiencia pascual constituyesen una doble fuente del sintético, sobre un tema determinado debe interpretarse a la
conocimiento creyente. Precisamente ahí me parece que radi- luz de los enunciados fundamentales sobre dicho tema. Por
ca el núcleo de verdad de la tesis defendida por R. Pesch en eso, en mi libro se entiende claramente por «teología de Je-
la «discusión de Tubinga», publicada después de mi primer sús», como fundamento de una cristología, el reconocimiento
libro. Núcleo que, por tanto, debe ser aceptado. Una sepa- de la venida del reino de Dios en las palabras y obras de
ración estricta de lo prepascual y lo pospascual nos llevaría Jesús, tal como llegó a concienciarse explícitamente en y a
a la cristología kerigmática «formal» que yo combato y en la través de la experiencia pascual. Hablo, en cambio, de cris-
que la narratio o el recuerdo de la obra profética realizada tología, en el sentido de «teología de segundo grado», cuando
por Jesús durante su vida queda casi relegada a un segundo la atención por el reino de Dios gira en torno a la persona
plano y no parece.tan importante. Debido precisamente a la misma de Jesucristo, y cuando el mediador histórico del
peculiaridad y, al mismo tiempo, a la íntima trabazón entre reino de Dios es identificado con el Hijo preexistente que
las llamadas «dos fuentes» del conocimiento creyente sobre trae la salvación de Dios a la tierra.
Jesús o, en otros términos, a causa de la singular estructura
de la fe en el Jesús terreno, predicado como el Jesús que En mis libros sobre Jesús intento expresar que la sote-
viene, pero ya resucitado y glorificado, el empleo de la ter- riología —reino de Dios como salvación para los hombres, el
minología analítico-lingüística de enunciados de «primero» y núcleo de la predicación de Jesús— precede a la cristología
«segundo» orden puede originar malentendidos, al menos por lo que se refiere a la forma como surge el conocimiento
cristológico. También la específica experiencia pascual es un
Así W. Kasper: «La verdadera experiencia pascual consiste en
acontecimiento de carácter soteriológico 42. Sólo entonces ad-
el conocimiento y aceptación de toda la vida de Jesús como revelación
de Dios» (op. cit., 359). Para mí es éste, sin duda, un aspecto esencial 42
Evidentemente, W. Kasper entiende lo que yo denomino «teo-
de la experiencia pascual, pero no el único. logía de Jesús de Nazaret» (I, 514) en un sentido que excluye equi-
132 Puntos fundamentales de discusión Prolegómenos para una cristología 133

quiere la pregunta «¿quién es éste, capaz de hacer seme- que estudiará el tema de la experiencia de la salvación de
jantes cosas?» su pleno significado. Con otras palabras: la Dios en Jesús, mostraré que el vínculo intrínseco entre sote-
explícita «religión del quién» sigue a la «religión del qué», riología y cristología es de carácter pneumatológico. Pero,
utilizando una moderna distinción judía, aunque ya desde los incluso sin ese tercer volumen, mis dos libros son ya sufi-
comienzos la «cristología del quién» estaba implícitamente cientes para demostrar que el juicio según el cual en mi
contenida en la «cristología del qué». Desde este punto de primer libro se aprecia la tendencia a derivar en «una futura
vista, la pregunta soteriológica por la cristología es una pre- jesuología con intenciones ortopráxicas» 4S, es una caricatura.
gunta de «segundo orden», ya que presupone un primer En Jesús el Cristo, Kasper nos presenta una cristología que
acontecimiento, la experiencia salvífica con Jesús. Pero pre- incluye, desde el principio, una tematización completa del
cisamente esta pregunta revela que la identidad personal de dogma. En cambio, mis dos libros pretenden «conducir» a los
Jesús es el fundamento de su obra redentora, no ya en el fieles a una cristología. Ambas perspectivas son legítimas.
orden del conocimiento, sino en el de la realidad; de este Pero no se puede absolutizar la propia perspectiva como la
modo, la «cristología» precede a la soteriología. En este con- única posibilidad teológica válida, despreciando por completo
texto, no logro entender cómo Kasper me pregunta precisa- las demás. Ciertamente, lo mejor que pueden hacer los teó-
mente a mí si es posible una cristología que no sea al mismo logos no es contribuir también ellos a polarizar los frentes,
tiempo soteriología43. Mis dos libros muestran que se trata dando la impresión de que una determinada teología se pre-
de dos dimensiones inseparables. Mi intención es construir ocupa más que otra de mantener intacta la fe. Esto sería
una cristología que parte de la soteriología y se mantiene contribuir a aumentar los temores.
dentro de ella **. En la tercera parte de mi anunciada trilogía, La experiencia de la salvación (soteriología) nos impulsa
necesariamente a preguntarnos por la identidad de Jesús
vocadamente de este concepto el peculiar elemento soteriológico de la (cristología). Por tanto, lingüísticamente es lícito considerar
experiencia pascual.
43
W. Kasper., op. cit., 360. Es interesante señalar que W. Dan-
la cristología como un plano de «segundo orden» en relación
tine, Tendenzwende oder adaptative Beharrung? Gedanken zur ge- con la soteriología. Ello no significa que la cristología se si-
genwartigen katholischen Christologie: «Materialdienst des Konfes*- túe únicamente en el plano de los «enunciados abstractos» *\
sionskundlichen Instituís Bensheim» 26 (1975) 108-113, afirma que Yo mismo he dicho: «No obstante, tampoco se trata simple-
yo sitúo la soteriología en el centro y, partiendo de ahí, intento llegar mente (en esta segunda reflexión) de un 'metalenguaje', es
a una cristología. Lo cual se opone radicalmente a la interpretación
que Kasper ha dado de mi libro. decir, de un lenguaje sobre 'el lenguaje creyente acerca de
44
R. Michels confiesa que tuvo bastante dificultad en entender la Jesús' en el sentido del análisis lingüístico» (I, 514). Dicho
verdadera intención de mi libro, pero que, tras la lectura del segundo
sobre Cristo, ha comprendido que en las dos obras aflora una sote- guíente, infundada no cualquier interpretación errónea de mi escrito
riología con la mirada puesta en una cristología («De Standaard» del (especialmente del primero), sino sólo la que nace de una ortodoxia
23-XII-1977). Se trata de una intuición muy lograda. Estas dificul- cerrada.
tades que surgen al leer mi texto demuestran que mi investigación W. Kasper, op. cit., 360. Expresiones parecidas en W. Lóser,
no parte de una idea preconcebida, sino que estuvo siempre «abierta», op. cit., 264. Es significativo que M. Lohrer: «Schwizerische Kirchen-
atenta al resultado final. Cuando el trabajo se encontraba ya en fase zeitung» 145 (1977) 7-12, que compara las cristologías de Küng,
avanzada e iban aclarándose las perspectivas, reorganicé el material Kasper y Schillebeeckx, afirme de Kasper y de mí: «La cristología no
en la redacción final. Pero ésta no puede hacer olvidar al lector el queda, en modo alguno, reducida a una jesuología» (10b), y así, tanto
ordo inventionis, en el que también para mí quedaban —obviamen- para Kasper como para mí, la unidad del Jesús terreno y del Cristo
te— muchos puntos oscuros. Pueden detectarse algunas huellas de esa elevado es el principio fundamental de toda cristología (art. cit., 10b).
oscuridad incluso en la redacción definitiva. Me parece, por consi- 46
W. Kasper, op. cit., 360 A.
134 Puntos fundamentales de discusión Prolegómenos para una cristología 135

de otro modo: la explicitación de la pregunta por la verda- tica respecto a las llamadas «evidencias» que nos han sido
dera identidad de Jesús, como experiencia de la salvación de iransmitidas. Desde el punto de vista teológico, esto no sig-
Dios, no es sólo objeto de la teología, sino ante todo de la nifica desconfianza en el Espíritu Santo que guía a la Iglesia,
fe que experimenta la salvación. También los textos concilia- sino más bien buscar, por respeto al Espíritu, las mediacio-
res son homologías litúrgicas. Y ¿qué teólogo no sabe que el nes históricas en las que se concreta esa guía pneumática en la
fundamento del dogma trinitario reside históricamente en la evolución de la Iglesia. El mismo aspecto socioeconómico de
fórmula litúrgica bautismal? Me pregunto tan sólo cómo este proceso —demasiado descuidado por mí— podría hacer-
W. Kasper y W. Loser, teniendo en cuenta el uso que hago nos comprender mejor cómo actúa el Espíritu Santo en los
de la terminología de los enunciados de «segundo orden», se «altibajos» de la Iglesia. Precisamente por eso, el método
atreven a suponer que yo niego semejantes evidencias teoló- histórico-genético adquiere en mis dos libros sobre Jesús pro-
gicas. El texto no ofrece base alguna para ello, como explí- porciones relativamente amplias como prolegómenos para una
citamente reconocen otros críticos. Admito, no obstante, que cristología. Por el mismo motivo llamo a mi segundo libro
de haber podido prever tales malentendidos habría formulado prolegomenon, no por retórica, sino consciente de la proble-
de manera distinta determinados pasajes, es decir, de modo mática real (II, 17-18). En ese contexto, la distinción entre
que contuviesen ya la respuesta a dichas objeciones 47. Esto enunciados de fe de «primero» y «segundo orden» adquiere
revela que también entre los teólogos se advierte un pluralis- su sentido. Nada de esto tiene que ver con un romanticismo
mo de preocupaciones, temores e intenciones que llevan a de los orígenes.
destacar ciertas cosas y a colocar otras en segundo plano. Me juzgan, por último, equivocadamente quienes piensan
Cuando se desarrolla genéticamente una cristología, los acen- que contrapongo el modelo sinóptico al joánico. En un análi-
tos serán obviamente distintos de los que refleja un proyecto sis muy objetivo que B. Lauret ha hecho de mi primer
cristológico que, desde el comienzo, presenta una «cristología libro48, tiene razón al afirmar que no contrapongo ambos
completa». Pero si nosotros hoy, con la mediación de la Igle- modelos, sino que intento devolver su significado, dentro de
sia, seguimos creyendo realmente en el testimonio de los una cristología pascual, a los sinópticos y la tradición pre-
Apóstoles (y sobre este punto insisten, con razón, W. Lóser, nicena, para provocar luego la pregunta real (y yo añado:
W. Kasper y otros), será también sumamente necesario que pregunta que ya había sido planteada en la gran obra en tres
consigamos entender la génesis de esta fe apostólica. Seme- volúmenes, Das Konzil von Chalkedon. Geschichte und Ge-
jante modo de proceder podrá desempeñar una función crí- genwart [El concilio de Calcedonia. Historia y presente],
editada por A. Grillmeier y H. Bacht) por modelos tal vez
47
Evidentemente en mi libro pueden encontrarse, aquí y allá y en nuevos (I, 525-536, y las reflexiones que siguen, I, 536s).
pasajes no esenciales, afirmaciones sintéticas en las que se dice que la El autor insiste repetidamente en que para mí la cristología
cristología es una interpretación de la vida de Jesús (¡también en Je- no es únicamente interpretación de la obra realizada por Je-
sús el Cristo de W. Kasper, Salamanca 1976, cabe encontrar afirma- sús durante su vida, sino que implica también, desde el co-
ciones parecidas!). ¡Pues también esto es cristología! Con ello ni Kas-
per ni yo intentamos negar la peculiar estructura de esa compleja mienzo, el reconocimiento de la fuerza que emana del Jesús
interpretación y, por tanto, el elemento específico de la experiencia resucitado que vive entre nosotros (aquí remite a I, 607) y
pascual. Quiero decir que una interpretación cristológica sólo puede triunfa sobre la muerte. Me complace que uno de mis lecto-
comenzar después de la muerte de Jesús, y no que esa tal interpreta-
ción sea pura reflexión sobre el Jesús prepascual, sin ninguna expe-
48
riencia formalmente nueva. Esto equivaldría a negar la importancia B. Lauret, Bulletin de christologie, n.° 8: E. Schillebeeckx: «Re-
que atribuyo a la metanoia tras la muerte de Jesús. vue des Sciences Phil. et Théol.» 61 (1977) 596-604, espec. 602.
136 Puntos fundamentales de discusión Prolegómenos para una cristología 137

res críticos formule esta concepción que para mí es evidente de que así no respetaba el esquema de una cristología que se
y que él ha encontrado en mis libros. desarrolla progresivamente (en las últimas páginas, I, 628-
632, he intentado restablecer el nexo con la «cristología de
búsqueda» de las partes precedentes). Por tanto, soy el pri-
mero en admitir que el lector, después de tanta fatiga para
2. Prolegómenos y el problema de I, 541-627 seguir las primeras partes (más I, 541-588), se sentirá un
tanto frustrado al leer esa interpolación clásica (provisional)
Respecto a la última parte, la sistemática, de Jesús. La de I, 541-627. En efecto, todo nuestro esfuerzo por tender
historia de un Viviente, se dan las más diversas reacciones. un puente entre la teología académica y la fe del cristiano
Por un lado, algunos descubren en ella la confesión de una. en el mundo contemporáneo queda interrumpido con dicha
inesperada y elevada ortodoxia cristiana en abierto contraste interpolación, para reanudarse de nuevo en el segundo libro.
con las partes precedentes. Al no seguir, en la cuarta parte,, Se trata de una opción muy consciente, cuyo precio he asu-
la estructura interna del libro, presente en las tres primeras, mido por dos motivos. Primero porque soy consciente de que
habría recaído en una «cristología clásica» (que algunos aco- si hubiera publicado el libro sin una breve reflexión sobre el
gen favorablemente, pero dando a entender que hubiera sido dogma de Calcedonia y, por tanto, confrontando a muchos
mejor no tratar de las tres primeras). Por otra parte, los en- lectores creyentes únicamente con la génesis de la fe neotesta-
tusiastas de las tres primeras partes se desilusionan con la mentaria, los habría intranquilizado de manera irresponsable.
cuarta, que no mantendría el peculiar dinamismo y las pro- El hecho de que ahora incluso unos cuantos teólogos no de-
mesas de las primeras. claradamente «conservadores» —si es que tiene sentido
Ambas reacciones son comprensibles. Aun sin conocer la utilizar estos términos— hayan entendido mal mi libro con-
prehistoria del primer libro sobre Jesús, parecen haberla in- firma que mi temor a perturbar ilegítimamente la fe no era
tuido (el texto da pie para ello). Me veo, por tanto, obli- infundado, aunque pienso que pueden existir legítimos moti-
gado a explicar dicha prehistoria. En mi plan original estaba vos cristianos para «perturbar la fe». En segundo lugar, por-
prevista la publicación de Jesús. La historia de un Viviente, que hubiera existido el peligro de que, sin una reflexión
sin esta cuarta parte (o por lo menos sin I, 541-627) para sobre el concilio de Calcedonia, el énfasis que pongo en el
llegar a una síntesis cristológica que respondiera a las necesi- significado teológico de un análisis histórico-genético de la
dades de los tiempos, sólo después del análisis de las sote- fe quizá hubiera parecido a muchos aún más sospechoso.
riologías y cristologías neotestamentarias, al final de mi se- Sabía muy bien que con dicha interpolación el intento de
gundo libro sobre Jesús. A última hora alteré el plan per- diseñar progresiva y consecuentemente mi proyecto cristoló-
suadido de que, sin una síntesis cristológica, el primer libro gico sufriría un frenazo. Pero pienso que «la misericordia de
suscitaría muchos interrogantes de fondo. Únicamente por la fe» (cf. II, 579-580) debe caracterizar también al teólogo.
eso añadí, a toda prisa y con carácter provisional, una «parte Se me podrá criticar, quizá con toda razón, pero por amor
sistemática» (I, 589-627, unas cuarenta páginas). En el plan a la causa que el teólogo cristiano defiende, asumo de buen
primitivo, el libro terminaba con I, 588. En otras palabras: grado este inconveniente.
I, 541-588 debía constituir la conclusión del primer libro Ello no significa que esta interpolación anticipada y sin-
sobre Jesús. Su finalidad era sacar a luz los verdaderos pro- tética me lleve, de repente, a tomar un camino completamen-
blemas que servirían de introducción al segundo libro sobre te distinto. Como fundamento de esta síntesis provisional he
Jesús. Muy a mi pesar añadí I, 589-627, siendo consciente escogido precisamente un núcleo de la concepción del profeta
138 Puntos fundamentales de discusión Prolegómenos para una cristología 139
escatológico mosaico-mesiánico, es decir, de Moisés, el guía de todo cristianismo»49 y, por tanto, como criterio que guía
del pueblo que «habla con Dios cara a cara», «como un e inspira toda «cristología de segundo grado» (I, 511-516).
hombre habla con un amigo», lo que en el Nuevo Testa- No tiene, por consiguiente, demasiado sentido tratar aquí
mento, referido a Jesús, se expresa en su experiencia del detenidamente las objeciones que me reprochan semejante
Abba. He insistido en que esta experiencia del Abba no pue- deficiencia, puesto que me vería obligado a anticipar dema-
de disociarse de la praxis liberadora de la vida de Jesús, ya siado lo que diré en el tercer libro. Por otro lado, no puedo
que únicamente en ella encuentra su especificidad. Más que tampoco prescindir de que existe esta cuarta parte del libro.
predicar una nueva doctrina sobre Dios, en contraste con la Me centro, por tanto, en la crítica referente al contenido real
tradición yahvístico-judaica, Jesús tuvo una mirada particu- de esta parte.
larmente aguda y profética para la efectiva resonancia social Un reproche frecuente: en la exposición de la historia del
que ese concepto de Dios tenía en la sociedad judía de la dolor humano (I, 561-589), donde se habla por extenso de
época en perjuicio de los «pequeños». Denunció un concepto sentido y absurdo, justicia e injusticia, amor y odio en nues-
de Dios que esclaviza a los hombres y predicó un Dios que tra sociedad humana, ¿se evoca también el pecado y la cul-
los libera. Como he dicho, su experiencia del Abba es total- pa? ¿Cuál es la naturaleza específica de la salvación que
mente singular dentro del mensaje liberador que anuncia y Jesús nos ofrece? Se trata, en efecto, de problemas funda-
de la praxis que sigue. Jesús invoca a Dios con el nombre de mentales para una cristología que quiere desarrollarse a partir
Padre fundándose en su actuar liberador y moviéndose en tal de una soteriología. Pero a dichos interrogantes ya he res-
contexto. Quien disocia la experiencia del Abba de Jesús de pondido detalladamente en mi segundo libro sobre Jesús, de
su acción liberadora y encaminada a la reconciliación desco- acuerdo con mi plan de un progresivo paso de la soteriología
noce la realidad histórica de Jesús. a la cristología. En el primer libro todo esto está presente, de
No me parece justo, pues, afirmar que esta «interpola- modo provisional, en el término clave «salvación de Dios»
ción clásica» de la cuarta parte de mi primer libro sobre Je- a través de la mediación de Jesús, el profeta escatológico del
sús habría olvidado, de repente, la cristología de parusía del reino de Dios futuro. Mas ¿por qué se supone a priori que
profeta escatológico, aunque es cierto qué me he limitado ex- intento reducir la salvación a la prosperidad humana y a la
clusivamente a aclarar un aspecto de ella. En el Nuevo Tes- libertad emancipadora, negando la salvación de tipo religio-
tamento se trata de la particular relación de Jesús con el so?En todo caso, mis críticos encuentran la respuesta a sus
futuro reino de Dios como salvación de y para los hombres dudas en el segundo libro sobre Jesús.
en la que Jesús quiere hacernos participar. En mi síntesis Una objeción aún más importante la encontramos formu-
(I, 589-628) no he hecho otra cosa que relacionar ese dato lada, en términos casi idénticos, en W. Kasper y W. Lóser ^r
fundamental, que extraigo de los análisis de mi libro, con el para mí las experiencias parciales ya no serían una participa-
dogma cristológico de Calcedonia. Soy muy consciente, por ción implícita en el sentido global de la realidad, sino más
tanto, de que las posibilidades y promesas de mis tres prime-
ras partes no han sido actualizadas en esa síntesis y de que 49
Quisiera corregir así la referencia a la apocalíptica tal como
esta última se encuentra desplazada. Sobre todo no se halla aparece recientemente en J. B. Metz (espec. en La fe, en la historia
elaborado todavía a nivel sistemático (como espero hacerlo y la sociedad [Ed. Cristiandad, Madrid 1979] 178-192, y en Las órde-
en mi tercer libro sobre Jesús) el resultado fundamental de nes religiosas [Barcelona 1978]). La apocalíptica no es «la madre del
los precedentes análisis, es decir, la cristología de parusía del cristianismo», sino más bien la interpretación cristiana de la venida
profeta escatológico del futuro reino de Dios como «madre del reino de Dios: la cristología de parusía del profeta escatológico.
50
W. Loser, op. cit., 264; W. Kasper, op. cit., 358 B.
240 Puntos fundamentales de discusión V role gómenos para una cris tolo gia 141
bien la anticipación de un sentido total en medio de un vación final, en última instancia, no está en el aire51. La fe
mundo todavía en devenir (I, 582s). Ninguno de los dos nos lo asegura. Pero, en mi opinión, no es posible aclarar
autores precisa qué tiene que objetar a esta postura. Se limi- ulteriormente, en el plano teórico-teológico (I, 609s), de qué
tan a afirmar, como tesis, que hablar de anticipación, como modo puede armonizarse esto con la historia de sufrimiento
yo hago, en lugar de participación es «más bien superficial y de culpa que la humanidad continúa viviendo52. Para mí,
desde el punto de vista filosófico». Quisiera exponer aquí en esta incompatibilidad teórico-argumentativa entre la salvación
forma más positiva cuál es el sentido de esta distinción, a dada en Jesús y la realidad de una historia aún abierta (algo
primera vista bastante sutil. Y, ante todo, quisiera asegurar que muestra claramente los límites de la razón humana) es
la apertura de nuestra historia en devenir y, por tanto, la la razón para hablar no de participación implícita en un sen-
realidad de una historia que continúa aún después del acón-, tido total ya dado, sino más bien de una anticipación «orto-
tecimiento de Cristo. Esto significa que la redención, cumpli- práxica»; y esto no a pesar de, sino incluso en el sufrimiento,
da en Jesús, debe exponerse de tal modo que nuestra historia gracias a lo que se ha realizado en Jesús el Cristo y que se
siga siendo efectivamente historia humana. Mientras continúe celebra también en la liturgia (para más detalles cf. II, 788-
en devenir, la historia no constituye una totalidad en sí mis- 821). Me distancio así de las concepciones en las que la sal-
ma y su sentido sólo puede consistir en una anticipación glo- vación en Cristo queda del todo escatologizada. Tales con-
bal, por ejemplo, en las anticipaciones de sentido de tipo cepciones, al parecer cada vez más extendidas, privan —a
marxista, cristiano u otras (por lo demás, especialmente Kas- causa de su unilateral carácter escatológico— a Jesucristo
per, parece haber olvidado de repente que también él recurre, del significado definitivo que reviste para nuestra historia.
en otras obras, al concepto de «anticipación de sentido»). No veo, sin embargo, cómo puede identificarse incluso lo que
Pero el fundamento y, sobre todo, la específica forma de yo escribía en mi primer libro con una «jesuología de inten-
realidad de estas diversas anticipaciones son de la más diver- ción ortopráxica» (la formulación es de Kasper). He dado
sa naturaleza. Para el cristiano son lo que se ha realizado por supuesto que incluso la Ilustración cristiana del siglo xvni
en Jesucristo; pero también esto puede expresarse de diversa consideró el mito de un «Rabbi Yeshúa» como demasiado
forma. ¿Quién negará que, con frecuencia, la idea de «reden- insuficiente para su cristianismo burgués. ¿Habremos de limi-
ción objetiva» —todo se ha cumplido en Jesucristo— ha tarnos ahora, olvidando una vez más la enseñanza de la his-
neutralizado la fuerza crítico-profética del cristianismo? No toria, a ofrecer a nuestro mundo un «Rabbi Yeshúa» disfra-
es casual que, entonces, el lugar del cristiano sea tan sólo el zado de progresista?
edificio de la iglesia, donde se celebra la redención, mientras
el mundo y su historia de sufrimiento e injusticia quedan
abandonados a sí mismos. Naturalmente, en y por medio de
Jesús, el cristiano sabe que, a pesar de todo, el reino de
Dios, como salvación para los hombres, se acerca; se lo ga-
rantiza lo que se ha realizado ya en Jesús. La promesa del 51
Cf. también J. B. Metz, La je, en la historia y la sociedad
sentido total no es, pues, tan sólo una simple promesa, sino (Ed. Cristiandad, Madrid 1979) 143, que critica justamente una «sote-
una realidad hecha vida en el «primero» de muchos herma- riología condicional».
52
nos. La idea de una «redención objetiva» recibe así su evi- Cf. también J. B. Metz, op. cit., 143s, que fundamenta aquí la
dente significado dogmático. No se puede escatologizar unila- necesidad de un cristianismo práctico-narrativo. Cf. B. Wacker, Ñarra-
teralmente la salvación cristiana. Con otras palabras: la sal- tive Theologie? (Munich 1977) y las importantes preguntas críticas de
D. Mieth, Erfahrung und Moral (Friburgo 1977).
¿Ausencia de la Iglesia? 143
poder. En cambio, una Iglesia que anunciase más a Jesucristo
IV y menos a sí misma sería acogida por muchos cristianos muy
favorablemente.
¿AUSENCIA DE LA IGLESIA? Mi intención, expresada en la manera misma de escribir
los dos libros, es favorecer la nueva concentración eclesial en
el reino de Dios y en el papel que Jesucristo desempeña en
éí. Un colega protestante expresa un juicio correcto cuando,
Sólo unos cuantos críticos me reprochan que en los dos a propósito de mi segundo libro sobre Jesús, afirma: «Tal
libros escritos sobre Jesús no hablo de la «Iglesia». vez parece que el libro, al situarse críticamente frente a la
Ya antes he dicho que, en mi interpretación cristiana, Iglesia como institución, se distancia de la Iglesia. Pero el
toda la tradición eclesial desempeña un papel hermenéutico. 'no' se inserta en un 'sí' más profundo» B . En definitiva, na-
En el primer libro repito con frecuencia: sin la mediación die escribe una cristología para la eternidad, sino para ser
histórica de la Iglesia no estaríamos en condiciones de decir útil a los hombres que viven en nuestro tiempo, con la espe-
algo razonable sobre un tal Jesús de Nazaret (I, 14; también ranza de hacer oír, de algún modo, el eco de la fe apostólica.
I, 28s). Admito, sin embargo, que muy raras veces he utili- Muchos cristianos se sienten interpelados enérgicamente
zado el término «Iglesia». Se trata de una «omisión cons- por este Jesús, pero buscan un modelo de identificación. Sin
ciente» que pretende reaccionar cristianamente contra un ese modelo, en efecto, no puede vivir el hombre, tampoco
determinado eclesiocentrtsmo que debilita el cristocentrismo como cristiano. En realidad, la identidad personal cristiana
orientado hacia el reino de Dios. Otro motivo de esta omi- y la identidad eclesial son correlativas: ambas necesitan de
sión radica en que en el tercer volumen de esta trilogía sobre
confirmación recíproca. Y, cuando ésta falta, cuando única-
Jesucristo (cf. II, 823) pretendo tratar explícitamente el
mente son posibles las identificaciones parciales —de los cre-
tema de la pneumatología y la eclesiología, implícitamente
yentes con la Iglesia universal o de la «Iglesia oficial» con
contenidas en los dos primeros libros; pero lo pienso hacer
con la mirada puesta en el reino de Dios y en el significado los creyentes o de las Iglesias cristianas entre sí—, la historia
mesiánico que Jesús reviste para la llegada del reino de un de la tradición experiencial cristiana entra en crisis.
Dios preocupado por la salvación del hombre. Quien conozca algo la historia y la «antihistoria» sabe
que esa crisis no se la ahorra ninguna época del cristianismo.
Es interesante observar que el concilio Vaticano II, por Aunque resulte seductor un poderoso idealismo (religioso) de
ejemplo, nos ha presentado una amplia Constitución dogmá- los orígenes —si bien la historia del cristianismo primitivo
tica «sobre la Iglesia» (Lumen gentium), pero no ha sabido nos muestra sus inconvenientes—, una de las tesis funda-
darnos un mensaje gozoso acerca de lo que hoy puede signi- mentales, persistentemente defendida por la Iglesia católica,
ficar Jesucristo para nuestra búsqueda de un Dios preocupa- afirma que la Iglesia también es, en todos sus aspectos, una
do por los hombres. Con otras palabras: el concilio nos
ofrece una eclesiología explícita, mientras la cristología per- 53
manece más bien implícita. Y esto tal vez sea comprensible A. Geense, Het vijfde evangelie: «De Tijd» del 16-XII-1977,
p. 47. Por eso encuentro un poco precipitado el juicio de J. B. Metz
desde el punto de vista histórico, pero teológicamente no sobre todas las cristologías contemporáneas (junto a las de K. Rahner,
representa ninguna ganancia. De ahí la dificultad para rebatir W. Kasper y H. Küng nombra también la mía), que, según él, pre-
la acusación de que, detrás de palabras tan elevadas y sagra- sentan un carácter «idealista» (es decir, una relación no dialéctica
das sobre la Iglesia (pronunciadas por sus propios jerarcas), entre teoría y praxis). Cf. J. B. Metz, La fe, en la historia y la socie-
se esconde el deseo de salvaguardar las propias posiciones de dad (Ed. Cristiandad, Madrid 1979) 67, n. 6.
144 Puntos fundamentales de discusión

Iglesia de pecadores, y que una de las intenciones fundamen-


tales de Jesús era la de oponerse a la idea de una comunidad 6
del «resto santo», es decir, a la idea de Qumrán, que parece
estar presente en todas las épocas del cristianismo. La salva- REINO DE DIOS: CREACIÓN Y SALVACIÓN
ción en Jesús, experimentada y acogida por hombres que,
partiendo de la misma inspiración y experiencia salvífica,
forman esencialmente una comunidad, la Iglesia, es vivida
por esta comunidad y sus pastores en la condition humaine.
Y tal «deficiencia humana» no constituye ninguna coartada
para la culpa y la infidelidad, sino que es la llamada auténti-
camente cristiana que nos viene de Jesús, invitándonos a per- Algunos mantienen que en la cuarta parte de mi segundo
manecer siempre en guardia y a no mostrarnos nunca menos libro sobre Cristo he hablado demasiado de liberación socio-
generosos que nuestro Dios, que «murió por nosotros cuando política y excesivamente poco de liberación mística del hom-
éramos aún pecadores: así demuestra Dios el amor que nos bre. Creo que semejante juicio valora la importancia de una
tiene» (Rom 5,8). Pero con ello estoy anticipando ya la parte cuestión por el número de páginas que se le dedican. Por su
eclesiológica del libro que espero publicar, que será el ter- complejidad, un tema puede exigir una exposición más am-
cero de la obra. plia, sin que eso signifique que es más importante. Por lo
demás, rechazo la alternativa: liberación política o liberación
mística. La intención de esta cuarta parte es la salvación del
hombre, y esta salvación tiene dimensiones tanto sociopolíti-
cas como místicas que no pueden contraponerse entre sí. La
nueva estructuración y la conversión interior son un proceso
dialéctico. Es un hecho, además, que los siglos o las épocas
de la mística también pueden determinarse socioeconómica-
mente.
En el evangelio cristiano, el «símbolo» DIOS y el «sím-
bolo» JESÚS adquieren una fuerza particularmente crítica y
eficaz. Una religión que —poco importa cómo— produzca
efectos deshumanizantes es una falsa religión o una religión
que se entiende a sí misma de forma equivocada. Una mís-
tica que permanece indiferente frente a situaciones de injus-
ticia, o que intenta superarlas exclusivamente a través de la
mística, demuestra una estrecha concepción del hombre. Pero
un pathos de liberación carente de mística es sólo una brizna
de humanidad y, si excluye toda mística, produce efectos
igualmente alienantes. Este criterio de «humanización» no
reduce el verdadero cristianismo, sino que constituye, en la
actualidad, el primer presupuesto de posibilidad y credíbíli-
10
146 Reino de Dios: creación y salvación

dad humanas. En toda la Biblia, la llegada del reino de Dios I


es la venida de Dios como salvación de y para los hombres.
Jesucristo es el gran símbolo de ese Dios y de ningún otro: LA CREACIÓN COMO ACTO DE CONFIANZA DIVINA
«imagen de Dios invisible» (Col 1,15). Esta concepción bí- EN EL HOMBRE
blica exige que los cristianos se preocupen incondicionalmente
de cada hombre, sobre todo de aquel que se encuentra en
dificultades de orden personal o estructural. Esto exige que
se esfuercen por mejorar las estructuras y por satisfacer las Tanto la concepción deuteronómica del reino de Israel
verdaderas necesidades de los hombres concretos, necesidades como la yahvista —reino instaurado en el siglo x antes de
que no coinciden con las que la propaganda burguesa nos Cristo con Samuel y Saúl— tienen su importancia para en-
presenta. Sobre este punto tendrá mucho que decirnos el con- tender el concepto judeocristiano de señorío y reino de Dios,
cepto bíblico de «señorío de Dios». aunque tal concepto adoptará más tarde, sobre todo en la
apocalíptica, nuevos matices que influirán en el Nuevo Tes-
tamento.
Cuando la teología deuteronómica, unos cincuenta años
después del comienzo del reino de Israel, reflexiona, en su
grandiosa visión histórica, sobre estos grandes acontecimien-
tos del pasado, el reino ya no existe. La concepción deutero-
nómica es que sólo Yahvé «reine en Israel» y que, donde
Yahvé reina, debe cesar todo poder del hombre sobre el hom-
bre (cf. también, para el Nuevo Testamento, Mt 20,25-26;
Me 10,42-43; Le 22,25). Cuando 1 Sm 8,11-18 nos describe
el señorío humano, oímos hablar únicamente de explotación,
gravámenes fiscales, guerras, expropiaciones- y esclavitud. Por
eso se dice al pueblo, que quiere un rey como los demás
pueblos: «entonces gritaréis contra el rey que os elegisteis,
pero Dios no os responderá» (1 Sm 8,18). Precisamente por-
que sólo Yahvé es Dios de Israel (1 Sm 12,12), la instaura-
ción de la monarquía no podrá significar sino esclavitud y
explotación. A Israel le sucederá lo que a todo el mundo.
Sin embargo, la monarquía llegó. La teología deuteronómica
no puede negar este hecho y resuelve el problema con un
compromiso. «Si respetáis al Señor y le servís, si le obedecéis
y no os rebeláis contra sus mandatos, vosotros y el rey que
reine sobre vosotros viviréis siendo fieles al Señor, vuestro
Dios» (1 Sm 12,14). Entonces reina, en última instancia,
sólo Dios. Y habrá salvación y paz para los hombres en Is-
rael. Según esta teología, señorío de Dios equivale a libera-
148 Reino de Dios: creación y salvación La salvación, confianza divina en el hombre 149
ción del hombre. Más aún: el acontecimiento histórico de la nardo en la unción de Betania, también él rehusa beber del
«liberación de Israel de Egipto» por mano de Yahvé consti- agua preciosa de Belén, que uno de sus soldados había traído,
tuye, según los conceptos jurídicos de la época, el funda- con riesgo de su vida, de la ciudad ocupada, y la derrama
mento jurídico del señorío de Yahvé sobre Israel. Por eso, «absurdamente» para mostrar su solidaridad con las tropas
Israel debe «seguir» a su libertador, es decir, servir tan sólo (2 Sm 23,13-17; cf. 5,13-25; Jn 12,1-8). Este hombre inte-
a Yahvé y no tolerar ninguna otra servidumbre: la obligación ligente, rey e hijo del hombre, obra así porque es consciente
de servir a Yahvé significa que se está libre de todas las de que Dios tiene puesta una confianza incondicional en él,
demás sumisiones. Se sirve sólo a un Señor. Así, el reino de el rey; David se toma incluso la libertad de recordar a Yahvé
Dios es efectivamente señorío, pero en cuanto señorío de Dios su promesa (2 Sm 7,25). El rey, fiel a Yahvé, es el libre
es, al mismo tiempo, eliminación de todo señorío ajeno, de lugarteniente de Dios, que habrá de recrear según sus sabios
cualquier servidumbre que los hombres imponen a otros criterios —siguiendo el modelo de la creación divina, que
hombres y a sí mismos. Libres de todo «para el reino de pone orden en lo caótico— la historia humana, llevándola
Dios»: éste es el único señorío que hace libres, porque signi- del caos al orden o shalom. David, ese hombre insignificante,
fica el señorío de la justicia y del amor, un dominio que «sacado de los apriscos, de andar tras las ovejas» (2 Sm 7,8c;
exalta a los pequeños (Dt 7,6-9). Más tarde, también para 7,18b), «sacado del polvo» (1 Re 16,1-3; cf. 1 Sm 2,6-8;
Pablo el hecho de que los cristianos se liberen de la ley signi- Sal 113,7; Gn 2,7) y no merecedor de confianza alguna, es
ficará un en-nomos, un estar bajo la ley de Cristo (1 Cor elevado del polvo y en él deposita Dios su incondicional con-
9,21), que es una ley de amor y no arbitrariedad sin límites. fianza (2 Sm 7,8-12): sacado del polvo o de la nada es exalta-
El natural desagrado que sentimos frente a todo lo que se do a la condición de rey (se trata de una antigua y estereoti-
asocia al término «dominio» —también frente a la «omnipo-. pada fórmula empleada en la ceremonia de entronización del
tencia de Dios», término tan instrumentalizado— debe des- rey). Basándose en esa confianza divina y siguiendo los dic-
aparecer cuando se trata de la omnipotencia salvífica de Dios, támenes de su propia sabiduría, David, libre y responsable-
que se muestra solidaria con la impotencia humana y desea mente, habrá de realizar la historia en favor de su pueblo. La
exaltar a los humillados. Esto es lo que realmente significa prosperidad de este pueblo depende de la sabiduría del rey,
«señorío de Dios». fuente de vida para todos.
La teología yahvista tampoco cerraba los ojos ante los El yahvista sabe que David falta a ese deber. Dios ten-
fallos del rey de Israel y, mucho antes que la teología deute- drá, pues, que corregirlo y castigarlo (2 Sm 7,14), pero «no
ronómica, había elaborado una teología completamente dis- le retirará su lealtad» (2 Sm 7,15). Dios no retirará nunca la
tinta, la teología real. Según esta tradición, la instauración de confianza depositada en el rey.
la monarquía en Israel, en el siglo x, con todo su sincretis- El rasgo peculiar de esta tradición yahvista consiste en
mo, es el acontecimiento completamente nuevo, casi seculari- que intenta comprender la historia de los hombres, desde
zante, de este siglo, que, en cierta medida, rompe con el pa- Adán en adelante, partiendo de las experiencias realizadas
sado sacral de Israel (cf. II, 709, n. 3; 710, n. 5). También con la casa real de David. Lo que aquí sucede es típico de
David, como más tarde Jesús, transgrede las prescripciones nuestra condición de hombres. Lo que sucede con David es
rituales. Acuciado por el hambre, se come el pan consagrado la clave para comprender la condición humana. El yahvista
(1 Sm 21,1-6; cf. Me 2,23-28). No observa las prescripciones ve «al Adán» del (segundo) relato de la creación como el
rituales en la muerte de su propio hijo (2 Sm 12,16-23), y lo «hombre real» o «hijo del hombre», que significa simple-
mismo que Jesús permite que se derroche el perfume de mente: todo hombre, pero entendido según el modelo del
250 Reino de Dios: creación y salvación
II
rey David, que Dios saca del polvo o de la nada y le consti-
tuye virrey o visir sobre la tierra (cf. Gn 2,7). El creador LA CONFIANZA QUE DIOS DEPOSITA EN E L HOMBRE
deposita en ese hombre —que no cuenta para nada y que, NO SERA DEFINITIVAMENTE FRUSTRADA
como David, es «sacado del polvo»— su plena confianza.
A ese hombre, representante de Dios, se le confía el paraíso.
Deberá comportarse responsablemente, con honor y concien-
cia, determinando con toda libertad lo que ha de hacer, aun- Para el Nuevo Testamento, el hombre Jesús —el Hijo
que siempre dentro de los límites puestos por Dios («no del hombre, el hijo de David, el segundo Adán— son la cla-
comeréis de este árbol»; en esta teología real se modifican ve definitiva y última para la comprensión de esa existencia
antiguos mitos). El hombre, responsable de esta historia humana en la que se cifraba el viejo sueño de Israel: la pro-
terrena, deberá transformar, igual que el rey David, el caos mesa final de la fidelidad incondicional de Dios a la humani-
en orden y shalom. A él se le confían el mundo y la historia dad y la respuesta plenamente humana a esa confianza divina.
en sus límites creaturales; de este modo, Yahvé confía en En Jesús, la fidelidad de Dios al hombre y la respuesta del
el hombre. hombre a Dios adquieren históricamente su configuración de-
Pero, lo mismo que David, también «el hombre», cada finitiva. Jesús es Alfa y Omega. Este es el mensaje del Nue-
Adán, cada hijo del hombre, falla. Y Dios lo castiga, siempre vo Testamento.
menos de lo que merecería, pero sin retirar nunca la confian- En vida de Jesús, los discípulos le habían preguntado:
za que ha depositado en él. A pesar de todo, Dios no deses- «Señor, ¿cómo estaremos cuando comience ese reino final?».
pera del hombre. Este es el mensaje yahvista de la creación; Pero la situación cambiará radicalmente en las Iglesias neo-
no se trata de una doctrina «caída quién sabe de dónde», testamentarias. La pregunta pasó a ser: Señor, ¿cómo hemos
sino de una experiencia histórica concreta, interpretada se- de vivir los cristianos en medio de este mundo? A este inte-
gún el «modelo davídico». Dios confía al hombre la misión rrogante responde sobre todo el Evangelio de Mateo con su
de transformar el caos de nuestra historia en shalom y orden, sermón de la montaña, recordando la inspiración de Jesús
en salvación de y para los hombres. Y por eso, con un decre- y muchas de las orientaciones dadas por él. En este sermón
to soberano y real de Dios, se otorga al hombre la bendición y en el contexto de las bienaventuranzas dirigidas a los po-
divina de la creación. La fidelidad de Dios es mayor que bres, a los que lloran y son oprimidos (Mt 5,3-12), tenemos
todo fallo humano. Su reino viene, y un día se constituirá. la gran profecía veterotestamentaria de Isaías que Jesús hace
Dios confía también en el hombre de cara al futuro. suya: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor
me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a
los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para
proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la
libertad... para consolar a los afligidos... para cambiar su
ceniza en corona, su traje de luto en perfume de fiesta, su
abatimiento en cánticos» (Is 61,1-3; cf. I, 156-163). Un
mensaje para los pobres, para los que lloran y para los que
viven en la opresión: éste es el núcleo del sermón de la mon-
taña y la ley fundamental del cristiano en este mundo. ¿Cuál
152 Reino de Dios: creación y salvación La confianza de Dios en el hombre no será frustrada 153

es el contenido de este mensaje dirigido a los pobres? «El todo —incluso a pesar de la muerte del profeta escatológico
mensaje que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que anuncia el reino inminente de la salvación—, dicho reino
que dice a Sión: 'tu Dios es rey'» (Is 52,7), es decir, que viene en forma de resurrección. La promesa de la creación,
ahora la justicia y el amor habitan en medio de los hombres: a menudo en abierta contradicción con la historia real que
«Yo, el Señor, te he llamado para la justicia... luz de las viven los hombres, es llevada a su plena consumación. El
naciones» (Is 42,6). Aquí confluyen diversas tradiciones ve- viejo sueño, alimentado por Israel, de un reino venidero que
terotestamentarias. es shalom para los hombres y se deja en sus manos, consti-
Hasta tal punto se identifica Jesús con este mensaje, que tuye también el horizonte de espera y de experiencia en el
para el Nuevo Testamento el evangelio de Jesús no puede que hay que ver e interpretar a Jesús. El es el hombre que
disociarse de su persona. Eu-angelion, evangelio, no es sola- realizó felizmente el proyecto de la creación, aunque some-
mente Jesús de Nazaret, sino también, y de manera esencial, tido a las condiciones de una historia de sufrimiento. De ahí
la confesión de fe en Jesús que viene: «Jesucristo, su único se sigue que la confianza en este hombre es la concretización
Hijo, nuestro Señor». Ningún evangelio sin Jesús, mas tam- de la fe en Dios, creador del cielo y de la tierra, que, por
bién ningún evangelio sin el Cristo que viene. Este es el dato medio de la creación, deposita una confianza incondicional
fundamental del Nuevo Testamento. Pero con la modalidad en el hombre. Sin esta confianza divina en el hombre, la
de que todo el contenido de lo que Cristo es queda íntima- creación no tendría verdaderamente sentido. El hombre Jesús
mente determinado por la persona de Jesús de Nazaret, por hace posible la fe en un Dios que ha depositado su con-
lo que dijo, hizo y, como consecuencia de su mensaje y de fianza incondicional en el hombre, mientras que nuestra his-
su actuación, tuvo que padecer. Desde el punto de vista neo- toria de sufrimiento es para muchos el motivo que les impide
testamentario, evangelio significa buena noticia, porque es creer en Dios. Después de Auschwitz, la fe en un Dios que
salvación divina manifestada en y a través de Jesucristo: la confía en el hombre ha sido puesta terriblemente a prueba.
llegada del reino de Dios. «Y, sin embargo, es así», atestigua la tradición experiencial
De este modo, el mensaje y la persona de Jesús —en el judeocristiana.
transcurso de una larga historia— se unen con la gran espe- Se ve entonces que no es posible la fe en Dios sin fe en
ranza salvífica judía del próximo reino de Dios, mas también el hombre. El cristianismo expresa esta idea en su símbolo
con las expectativas mesiánicas de Israel, como modelo de de fe: «Creo en Dios, creador del cielo y de la tierra, y en
esperanza humana y, por último, también con la creación, Jesús, el Cristo, su único Hijo, nuestro Señor». Esta fe tanto
entendida como punto de partida de este acontecimiento fu- en la confianza de Dios en el hombre como en el hombre
turo en el que Dios confía al hombre la lucha contra los Jesús es hasta tal punto paradójica, que únicamente nos re-
poderes del mal. Y, en esta lucha, el hombre es el lugarte- sulta posible gracias a la fuerza del Espíritu de Dios: «Creo
niente de Dios sobre la tierra. Dios confía realmente en el en el Espíritu Santo». La paradoja estriba en que creemos
hombre a pesar de las pocas garantías que éste le ofrece; se que Dios tiene confianza en el hombre, mientras nosotros
trata de una confianza incondicional, de un don libre. En apenas tenemos motivos para confiar en él: ni en los demás
definitiva, el «hombre» o el «Hijo del hombre» —en primer ni en nosotros mismos. Es lo que Pablo expresa en una frase
lugar el rey, luego todo hombre— es «Jesús de Nazaret» que revela muchas reminiscencias veterotestamentarias: «El
(cf. también Heb 2,8-9 para esta transformación del «hom- Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores»
bre» en «Jesucristo»). En él no quedó frustrada la confianza (Rom 5,8).
que Dios se arriesgó a depositar en el hombre. A pesar de El mensaje neotestamentario es, por tanto, universal por
154 Reino de Dios: creación y salvación

el hecho de estar anclado en el acontecimiento universal de III


la creación: en la fe en Dios creador de cielo y tierra, que
juzgará a «vivos y muertos». Creación y salvación se ilumi-
CREACIÓN: PERMANENCIA AMOROSA DE DIOS
nan así recíproca y esencialmente. Cualquier otra concepción
EN LA REALIDAD FINITA Y LIMITADA
—alienante— de la creación, es decir, del acto de confianza
de Dios en el hombre, deformará, por consiguiente, la con-
cepción cristiana de Jesús o la hará incluso imposible. De
hecho, la fe en la creación sólo es liberadora —lo deducimos
En dicho contexto, el dualismo nace de la ira del hom-
de la confianza de Jesús en su creador, el Padre— si la crea-
bre frente a los sufrimientos y al mal, frente a la injusticia
ción misma no se entiende de manera dualista o emanantista.
y al absurdo, presentes en nuestro mundo, en la naturaleza
y la historia. El dualismo niega, por tanto, que Dios haya
querido crear al mundo en su mundanidad y al hombre en
su humanidad. La finitud no es la condición normal de la
creatura, sino algo debido a una catástrofe ocurrida en los
orígenes o a un misterioso pecado original. Si se interpreta
así la situación de las creaturas, la salvación, es decir, la ver-
dadera e íntegra imagen de nuestro ser humano, se encuen-
tra o en un paraíso pasado, ahora perdido, o en una nueva
tierra y humanidad de los tiempos apocalípticos, que Dios
creará tan sólo más tarde, es decir, sobre las ruinas de nues-
tro mundo y en un futuro imprevisto e inesperado que
—dado el cúmulo de miserias en que vivimos— llegará pron-
to. Desde este punto de vista, el mundo creado es una espe-
cie de compromiso entre Dios y un cierto poder tenebroso.
El emanantismo, en cambio, por su propia naturaleza, no
se distingue mucho del dualismo, pero procede de un modo
completamente distinto de ver la vida, es decir, de la pre-
ocupación por garantizar la trascendencia de Dios. Dios es
tan grande y excelso que sería indigno de él ocuparse direc-
tamente de las criaturas y comprometerse en su causa. Confía
así la creación a un mandatario, a un primer lugarteniente
de rango ligeramente inferior. En tales concepciones, el hom-
bre y el mundo son degradaciones de Dios, una divinidad
disminuida, dado que esa emanación divina de las cosas se
concibe como un proceso necesario.
En ambos casos —tanto en la concepción dualista como
en la emanantista de la creación—, la salvación y el bienestar
del hombre consisten en elevarse por encima de sus condi-
156 Reino de Dios: creación y salvación Creación: permanencia de Dios en la realidad finita 157

cionamientos humanos y mundanos, superando su propia como un desgarrón en el ser del hombre y del mundo. Como
condición humana, para alcanzar así un status supracreatural. si el movimiento, la muerte, el fracaso, el error y la ignoran-
Pero esto deforma por completo la buena nueva de la crea- cia no perteneciesen a la constitución normal de nuestra con-
ción. El relato veterotestamentario del Génesis no ve el lla- dición humana, y como si, al principio, el hombre hubiese
mado pecado original del hombre en que éste quiera ser tan poseído ciertos dones «sobrenaturales», como la omnisciencia
sólo hombre en un mundo que es sólo mundo, sino más bien y la inmortalidad, que luego habría perdido con el pecado
en que el hombre no quiere aceptar su propia estructura fini- original. Una lectura atenta del relato del Génesis muestra
ta y contingente; anhela lo infinito, es decir, la inmortalidad que éste rechaza tales concepciones, aunque utilizando con-
y la omnisciencia, para hacerse así igual a Dios. ceptos míticos. Puesto que Dios es creador, es él quien crea
En deliberado contraste con este modo de entender la lo no divino, lo completamente distinto de él, es decir, lo
creación, la fe judeocristiana, tras una larga historia de ma- finito. Las creaturas no son copias de Dios. Y esto lo ha visto
duración, atestigua, en cambio, que Dios es Dios, el sol sol, con exactitud la fe judeocristiana en la creación, aunque hay
la luna luna y el hombre hombre, y precisamente en ello con- que conceder que, con frecuencia y debido a influencias ex-
siste la bendición divina de la creación: es bueno que sea así. ternas, se han mezclado bastantes elementos falsos en la con-
Es bueno que el hombre sea sólo hombre, el mundo sólo cepción cristiana sobre la creación. Intento iluminar aquí lo
mundo, es decir, no-Dios, contingente. Podrían no haber exis- específico de esta fe en la creación, sobre todo desde dos as-
tido, pero es bueno que sean como son. Y ello sin explicación pectos:
alguna o razón que resida en ellos o en algo que se encuemie a) Lo primero que esta fe atestigua es que no necesita-
en el mundo, en la naturaleza o en la historia. Precisamente mos trascender nuestra contingencia o finitud, ni evadirnos
por eso, la fe en Dios creador no puede ser una explicación, de ella, ni considerarla como un mal. Nuestra obligación y
ya que el acto creador divino es, a su vez, incondicionado y ab- nuestro deber consiste en ser sólo hombres en un mundo que
solutamente libre. Finitud significa, pues, que la criatura no es sólo es eso, mundo. Un mundo fascinante, pero siempre so-
previamente necesaria, ni tampoco encuentra explicación en metido a la muerte, a la contingencia y al sufrimiento. Que-
parte alguna de este mundo: en cuanto puro don, permanece rer trascender la finitud significaría ser megalómanos y alie-
inexplicable. En ningún sitio —tampoco en Dios— se prescri- nar al hombre en relación consigo mismo, el mundo y la
be, por consiguiente, cómo deben ser el hombre, la sociedad naturaleza. El ser humano y el mundo no son una caída, un
y el mundo; la forma en que deba existir el mundo debe deci- alejamiento de Dios, una catástrofe, ni tampoco fundamental-
dirla el hombre con dignidad y conciencia; tendrá que proyec- mente una prueba, a la espera de tiempos mejores. Si Dios
tarlo y realizarlo como criatura dentro de los límites del uni- es creador, la criatura es esencialmente no-Dios, algo distinto
verso material y de las inestables situaciones en que éste se de Dios; la criatura es distinta de Dios, y esto implica igno-
presenta. rancia, sufrimiento y muerte, así como movimiento, fracaso y
El error de fondo en el que incurren algunos enfoques error. La finitud o contingencia significa que el hombre y el
de la creación radica en considerar la finitud como una lacra mundo, abandonados a sí mismos, están suspendidos en el
que no debería ser inherente a la realidad. De ahí que, al vacío sobre la nada absoluta. Entre Dios y el mundo no hay
buscar la causa especial de esa finitud, se la sitúe en un cierto nada a lo que pueda recurrir se para interpretar su relación.
poder tenebroso y maléfico o en una especie de pecado ori- Este es el significado de la expresión simbólica «crear de la
ginal. Con otras palabras: se identifica finitud con lo negativo, nada».
con el mal, incluso con el pecado o la caída; es considerada b) Pero la consecuencia de esta fe en la creación es que
158 Reino de Dios: creación y salvación Creación: permanencia de Dios en la realidad finita 159

la amenaza de la nada y del vacío llevan consigo la presen- mundo su peculiaridad y, al mismo tiempo, su no divinidad
cia absoluta de Dios en lo finito. El ser finito es una mezcla y, por lo mismo, su limitación; después se pasa a actuar en
de soledad y presencia; por eso, la fe en Dios creador no consecuencia.
suprime la finitud ni la considera erróneamente como pecado Puesto que sólo es posible hablar de Dios creador indi-
o caída, sino que la acepta en la presencia de Dios sin elimi- rectamente, a través de la mediación cristiana, es decir, a
narla del mundo ni del hombre o considerarla negativamente. través de la contingencia de la naturaleza y de la historia,
La fe cristiana en la creación se diferencia también de las esas mediaciones se experimentan ipso jacto como no divinas,
concepciones de tipo panteísta; en efecto, si la presencia de y no pueden ser absolu tizadas ni divinizadas. Aquí reside la
Dios significa que todo lo que se encuentra fuera de él se fuerza crítica de la fe en la creación; una fe que es, al mismo
reduce a ilusión o forma parte de la definición de Dios, se tiempo, salvación de y salvación para, mas también juicio so-
seguiría que Dios no está suficientemente presente en la crea- bre el hombre y el mundo. Querer eliminar esa frontera que
ción de seres autónomos, pero no divinos. Desde el punto de nos separa de Dios es, para la Biblia, el pecado fundamental
vista cristiano, el mundo y el hombre son totalmente distintos del hombre, pecado que se repite continuamente a lo largo
de Dios, pero requieren la presencia del Dios creador. Lo que de la historia. Por otra parte, esta fe en la creación nos libera
es distinto de Dios no podrá nunca, por tanto, sustraerse al para desempeñar nuestra tarea en el mundo. Gustar y amar
acto creador divino. Dicho de otro modo: Dios sigue presente lo que en el mundo hay de mundano y en el hombre de hu-
en la contingencia, en lo diverso de Dios, en el mundo con mano significa gustar y amar lo que en Dios hay de divino.
su mundanidad y en el hombre con su humanidad autónoma, La gloria de Dios está en la felicidad y prosperidad del hom-
pero finita. bre en el mundo; ésta me parece la mejor definición de crea-
Esta doble peculiaridad implica (en contraste con las pers- ción. La creación no constituye entonces un acontecimiento
pectivas dualista y emanantista) que la salvación divina no único, realizado en los orígenes, sino algo dinámico y perma-
consiste nunca en que Dios nos salve de nuestra finitud y de nente. Dios quiere ser, aquí y ahora, el origen de la munda-
todo lo que ella comporta. Ahí reside precisamente la im- nidad del mundo y de la humanidad del hombre. Quiere per-
potencia de un Dios creador. Y él, de manera absolutamente manecer con nosotros, apoyando nuestra tarea finita en este
libre, quiere esa impotencia. Pero esto significa también que mundo.
quiere ser nuestro Dios en medio de nuestra humanidad y La fe en Dios creador nunca es una explicación ni pre-
finitud; por tanto, nos es lícito ser hombres, aunque some- tende serlo. Es una buena nueva que nos habla de Dios, del
tidos a la muerte y al sufrimiento. Pero, al mismo tiempo, hombre y del mundo en sus relaciones recíprocas. No es un
este pesado lastre significa también que Dios está cerca de anuncio que provenga de una autoridad ajena a las experien-
nosotros y con nosotros, incluso en nuestras deficiencias, su- cias del hombre. Por el contrario, es una invitación, un eco
frimientos y muerte, al igual que en nuestras experiencias que el hombre puede percibir en el mundo de su experiencia
positivas de sentido. Está presente también en el pecado con familiar: en la naturaleza y en la historia. Naturaleza e his-
su perdón. De hecho, la frontera entre Dios y nosotros es toria son medios gracias a los cuales Dios se revela como
nuestra frontera, no la de Dios. De aquí se siguen consecuen- creador, en y a través de nuestras experiencias fundamentales
cias importantes. Al reconocer y aceptar nuestros límites y de finitud.
los de la naturaleza y la historia, aceptamos también la divini- Si la fe judeocristiana en la creación no pretende ser una
dad de Dios; el reconocimiento de la finitud del hombre y explicación de nuestro mundo ni de nuestro ser humano, nos
del mundo lleva a reconocer lo que confiere al hombre y al permite plantear preguntas completamente distintas a las que
260 Reino de Dios: creación y salvación Creación: permanencia de Dios en la realidad finita 161
plantearíamos si la considerásemos, equivocadamente, como otro modo. La finitud de cualquier proceso evolutivo queda
explicación. Si Dios fuera la explicación de que las cosas y anulada si se concibe la creación como explicación de los fe-
los acontecimientos son como son, cualquier intento de nómenos en la naturaleza y en la historia. Esto vale también
modificarlos sería blasfemo. En tal caso, sólo existiría la obli- del hombre. Si somos creados, es decir, si somos creados a
gación de adaptarnos a un universo concebido y determinado imagen y semejanza de Dios, el hombre ya no será un mero
de antemano. Y Dios vendría a ser el garante del orden esta- conservator, restaurator y descubridor de lo que previamente
blecido; no sería salvator, como lo llamaron los cristianos, existe en la naturaleza. Se convierte, más bien, en el prin-
sino conservator, como lo denominaban las religiones romano- cipio de sus propias acciones y de todas las transformaciones
helenistas. La consecuencia de esta errónea concepción sería que realizará en el mundo y en la sociedad; se convierte in-
que, si algo funcionase mal, la única transformación legítima cluso en el principio de todo aquello que podría también no
del mundo y de la sociedad consistiría en una restauración o ser, pero que de hecho existe gracias a la voluntad humana
retorno de las cosas a su orden ideal. Que luego ese orden libre y finita. Dios crea al hombre como principio de la ac-
ideal se sitúe al comienzo del tiempo —en el paraíso terre- ción humana; acción que originará, por tanto, el despliegue
nal— o al final de los tiempos —en una edad de oro futu- del mundo y de su futuro, llevándolo a la práctica en medio
ra— carece de importancia desde el punto de vista estructu- de situaciones cambiantes. Dios, en efecto, no podrá ser nun-
ral. En ambos casos, el concepto de creación queda falsificado ca el origen absoluto de la humanidad del hombre; no será,
como una explicación inapropiada, en lugar de ser buena nue- por consiguiente, creador si el hombre es mero ejecutor de
va para los hombres que se sienten oprimidos por su finitud un plan divino preconcebido. Por el contrario, Dios crea al
y por la amenaza de la nada absoluta. En cuanto esquema hombre como ser libre que proyecta su propio futuro humano
explicativo, no existe diferencia alguna entre concebir la his- y debe realizarlo en las situaciones contingentes, gracias a su
toria como desviación de un estado original ideal o concebir- voluntad humana libre y finita; voluntad que puede elegir
la como un proceso evolutivo que tiende hacia ese estado entre diversas soluciones, incluso entre el bien y el mal. Esta
ideal; en ambos casos, se ignora la contingencia como carac- distinción entre lo bueno y lo malo no es previa a la libertad,
terística esencial del hombre y del mundo. El carácter histó- sino que es obra del hombre mismo que elige libremente. En
rico se atribuye al desarrollo genético de una planificación caso contrario, se suprimiría, aunque de modo sutil, la mun-
previa, o bien a una progresión cronológica de tipo lógico- danidad del mundo y la humanidad del hombre.
evolutivo, o al mismo progreso. Se olvida aquí el aspecto Todavía a principios del siglo xix, un documento pontifi-
más esencial de toda historicidad: la finitud. Todo habría po- cio condenaba la vacunación contra la viruela, considerada en
dido no ser, o ser de otro modo. aquel tiempo como castigo divino. Esta condena se debió,
Esto puede aplicarse a todo lo que existe en el mundo, una vez más, al erróneo modo de concebir y explicar la crea-
en la naturaleza y en la historia. Las instituciones, las realiza- ción. Incluso en nuestros días, el nacimiento de un hijo de-
ciones históricas y concretas —como el lenguaje, la cultura y forme, si bien no se considera como castigo de Dios, se inter-
la civilización, e incluso determinadas formas de religión— preta con frecuencia como una forma de pedagogía divina;
son perecederas, pueden surgir y desaparecer. No debe extra- también en esto se observa un falso modo de concebir y ex-
ñarnos que un día desaparezcan. Todo es contingente. Apli- plicar la creación. Estas interpretaciones blasfemas no hubie-
cado a la materia: también ella, en cuanto fruto del concurso ran sido necesarias si se hubiera profundizado más en la fe
entre el azar y la necesidad, es un resultado fáctico que no cristiana sobre la creación y, con ello, en las incalculables po-
tiene por qué existir necesariamente o que podría existir de sibilidades que encierra nuestra contingencia. Ni Dios ni la
ll
162 Reino de Dios: creación y salvación Creación: permanencia de Dios en la realidad finita 163
criatura son responsables de esas posibilidades, aunque no de la libertad humana. De hecho, no es posible interpretar
permanecen indiferentes ante ellas. Se trata de fenómenos que el futuro en términos puramente teleológicos, según el esque-
exigen una toma de postura. ma causa-efecto, ni tampoco de modo meramente tecnológico
La tarea de transformar el mundo y de alcanzar una so- o lógico-evolutivo. También el futuro es contingente y, por
ciedad mejor y más humana, una tierra nueva, está confiada tanto, no será nunca posesión estable de hombres igualmente
al hombre finito; éste no podrá, por tanto, esperar que Dios finitos en un mundo contingente. Según la fe en la creación,
resuelva nuestros problemas. Una fe correcta en la creación sólo Dios es, por tanto, Señor de la historia. El fue quien
no nos permite delegar en Dios lo que constituye nuestra inició esta aventura, que es, por tanto, su empresa más origi-
misión en el mundo, a la vista de la inexorable frontera que naria. Pero éste es su ámbito, no el nuestro.
existe (para nosotros) entre lo infinito y lo finito; en virtud
de tal frontera, Dios vive en su propia realidad y el hombre
en este mundo. Vencer el sufrimiento y el mal dondequiera
que se encuentren, recurriendo a todos los medios científicos
y técnicos posibles, con la ayuda de otros hombres, y si es
necesario, cuando no quede otra salida, recurriendo quizá
también a la revolución, es nuestra tarea y nuestra cruz en
toda finitud. Sólo es tarea de Dios en el sentido de que la
realizamos en su presencia, y se trata de un tema humano que
le afecta profundamente. El aspecto que ofrece el mundo,
con todos sus azares y concatenaciones causales, ha de ser
comprendido a partir de la voluntad histórico-social de la
humanidad misma en su relación dialéctica con la naturaleza.
Ello implica también, en principio, la posibilidad de una
negación extrema, entendida como anticipación o proyecto de
futuro del mismo hombre. La fe en la creación no nos infor-
ma sobre la naturaleza íntima del hombre, del mundo y de
la sociedad: descubrirla es tarea de la filosofía y de las cien-
cias naturales. No obstante, la fe nos revela la contingencia
de todas sus formas y el hecho singular de que el mundo ha
sido confiado al hombre como posibilidad para que, según
su conciencia, lo transforme dentro de las posibilidades de la
contingencia. El mundo es una posibilidad de proyectos hu-
manos de sentido a realizar en libertad, aunque el futuro
nunca sea mero resultado de la planificación y realización del
hombre; de ahí que la vida contingente del hombre exija una
notable disponibilidad para la aceptación y, en este sentido,
también para la sumisión. Se impone, en beneficio de la li-
bertad humana, un cierto escepticismo frente a la historia
ha reserva del Dios creador 165

IV es difícilmente localizable desde un punto de vista filosófico


y teológico. También aquí la fe cristiana en la creación puede
LA RESERVA DEL DIOS CREADOR
ejercer su función crítica, recurriendo a lo específico del con-
cepto cristiano de Dios. En muchas religiones, la tendencia
dualista, que parece congénita al hombre, se resuelve atribu-
yendo el origen del bien y del mal, en igual medida, a Dios.
La fe religiosa en la creación posee, pues, una fuerza es- Este Dios dispensa con el mismo derecho y en la misma me-
pecialmente crítica y eficaz frente a las concepciones pesimis- dida tanto la vida como la muerte. Ya Job se rebeló contra
tas y optimistas, en última instancia irreales, de la historia y este modo de ver las cosas. Pero, según la concepción cris-
de la sociedad. Así como las transformaciones beneficiosas no tiana, Dios «no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mt 22,
acontecen necesariamente según el patrón lógico-evolutivo, 32). Con otras palabras: esta visión teológica únicamente atri-
tampoco las transformaciones por antonomasia pueden redu- buye a Dios lo positivo, es decir, por su misma esencia, Dios
cirse a una desviación humana o a algo antinatural. Tanto la promueve el bien y combate el mal, la injusticia y el sufri-
tendencia restauracionista como la de un desarrollo progresi- miento. Estas ideas están expresadas, en términos mitológicos,
vo son ahistóricas y representan, en definitiva, una negación en los salmos de la creación, donde el Dios creador entabla
de la contingencia y de la caducidad de las formas sociales, una lucha contra el monstruo demoníaco del mal, contra Le-
políticas, económicas y, por último, de las formas eclesiales viatán. Por tanto, para el hombre que cree en Dios, la inspi-
que la historia adopta. Desde el punto de vista teológico, hay ración y orientación de todo su obrar residen exclusivamente
que hacer valer siempre aquí la reserva del Dios creador, con en una llamada a promover el bien y la justicia, combatiendo
frecuencia erróneamente reducida a una reserva de tipo esca- el mal, la injusticia y el sufrimiento en todas sus formas.
tológico. Desde nuestra frontera, esto significa: aceptación de Pues Dios debe concebirse de tal modo que no puede redu-
la mutabilidad finita del hombre, del mundo y de la historia. cirse a mera idea. Nuestro lenguaje sobre Dios está bajo la
Si creemos en la reserva de Dios no haremos demasiado hin- primacía de la praxis y de la pregunta: ¿hacia dónde nos diri-
capié en la finitud del hombre: reserva divina y finitud del gimos? He afirmado que esta tarea, en toda su finitud, com-
hombre y del mundo son dos caras de la misma moneda. Esta pete a la humanidad: ¿por qué tipo de hombre nos decidi-
reserva no supone un golpe mortal para el hombre (algo que mos en definitiva?, ¿hasta qué punto tiene el hombre en
más bien denotaría dualismo o emanantismo), pues más bien cuenta su status de criatura, es decir, no sólo el status de su
nos asegura que la eventual desesperación que la finitud de humanidad, sino también, dentro de éste, y por su vincula-
nuestra existencia podría provocar, queda neutralizada por la ción con la naturaleza, su status de creatura y los límites que
presencia absoluta de Dios en el mundo finito de su crea- la naturaleza le impone? Por la forma irresponsable en que
ción. Es esa presencia la que no cesa de infundirnos esperan- nos hemos acercado a la naturaleza, hemos llegado a entender
za. El, el Creador, es creador de todo el saeculum, de modo lo que significa concretamente su finitud. Nos hemos perca-
que no existe época alguna, siglo, alguno, ni siquiera una tado de los límites a los que están sometidos los recursos na-
hora, en los que él no esté presente. turales, la utilización de la energía, la explotación de la natu-
raleza y nuestro medio vital. Como consecuencia de ello,
Esto significa, además, que el inicio de la historia humana hemos comprendido también que la expansión económica tie-
de la libertad coincide con el comienzo de la creación. De ahí ne límites. Hemos visto, por los daños que ha producido, que
se sigue que la sustancialización del futuro, que juzga el pa- el desarrollo no es ilimitado.
sado precrítico y premodemo como una prehistoria irracional,
166 Reino de Dios: creación y salvación

Propiamente, hemos caído en la cuenta de que nos hemos V


comportado, aunque dentro de las características del mundo
moderno, del mismo modo que el dualismo y el emanantismo INAGOTABLE SOBREABUNDANCIA CREADORA
del pasado. Hemos buscado la salvación sobrepasando los
límites de nuestra condición de criaturas, privando así, de
manera egoísta, a las generaciones venideras de su posible
futuro. Todo esto es una llamada a lo que podríamos deno- Lo que en el pasado era sólo una tarea de las religiones
minar urgencia de una ascesis colectiva que responda a nues- y del cristianismo, se experimenta hoy como tarea común a
tro status de criaturas; nos es lícito ser sólo hombres en un todos los hombres. Sin embargo, esto no debilita la fe cris-
ámbito que es sólo mundo. tiana, sino todo lo contrario. ¿Desde cuándo un modo de
entender la realidad es menos verdadero por unlversalizarse,
es decir, por ser compartido por muchos? Más bien se con-
firma así su verdad. Mas podría argumentarse también del
siguiente modo: aun admitiendo que la introducción de mu-
chos valores, sobre todo en Occidente, sea un mérito de la
tradición experiencial cristiana, hoy, sin embargo, han pasado
a formar parte del patrimonio común y, por lo mismo, agra-
deciendo al cristianismo los servicios prestados, podremos
también prescindir de la fe cristiana (una idea que encontra-
mos, a veces, en los más diversos ambientes). Pienso que, en
este caso, se reflexiona demasiado poco sobre la inagotable
capacidad de esperanza e inspiración que encierra la fe cris-
tiana en la creación. La llamada tendencia secularizadora, que
considero correcta si se la entiende como progresiva universa-
lización de inspiraciones originariamente religiosas, me parece,
sin embargo, una funesta conclusión precipitada si se afirma
como tesis totalizante. Y ello por dos razones fundamentales.
La primera radica en la finitud misma. La finitud, que,
propiamente, es la definición de toda secularidad, no se deja
secularizar por completo, pues entonces el mundo moderno
tendría que inventar un hechizo para liberar al hombre y al
mundo de su esencial finitud. La segunda tazón estriba en el
modo de autocomprenderse las religiones y, sobre todo, el
cristianismo. Al menos en la tradición experiencial cristiana,
las relaciones interhumanas, el verdadero ámbito en el que
se realiza la experiencia del «mundo», no se entienden como
una orientación exclusivamente ética, sino también, y sobre
todo, teologal (la tradición habla de virtus tteológica). La
168 Reino de Dios: creación y salvación

tradición cristiana ve, pues, en el tejido de las relaciones in- VI


terhumanas, una profunda dimensión religiosa que se vincula
con la convicción creyente de que la finitud no es algo aisla- SOBREABUNDANCIA ESCATOLOGICA
do, sino que se apoya en la presencia absoluta del Dios crea-
dor. Y esta presencia se mantiene como fuente inagotable
que nunca podrá ser secularizada.
Estoy convencido de que la fuerza crítica y fecunda de la La salvación cristiana, que abarca también la salvación
verdadera fe en la creación nos garantiza que lo que en ella terrena, se resiste a todo intento de definición; la salvación
hay de valores universalizables y, en ese sentido, susceptibles terrena se convierte así en un gran misterio. No podemos
también de secularización en calidad de inspiración y orienta- reducir las posibilidades de Dios a nuestras limitadas esperan-
ción para el bien de todos los hombres, «escapa» al monopo- zas de salvación. Todo intento de definir concretamente la
lio o particularismo de las religiones y del cristianismo, y no salvación definitiva se expone a caer en la megalomanía o a
puede nunca agotar el potencial de esperanza e inspiración reducir las posibilidades de Dios, otorgando así al hombre
que contiene la fe en la creación. Secularidad significa, en menor importancia de la que Dios le otorga (II, 774-788).
efecto, finitud. Y aunque la secularidad no religiosa sólo ve Dada esta imposibilidad de definir la salvación, es decir,
en ella finitud, la secularidad religiosa y cristiana descubre la integridad perfecta y universal de todos los hombres, vivos
en esa finitud la presencia inagotable y absoluta de Dios. Por y muertos, nadie puede vivir plenamente o narrar en su inte-
eso, la finitud o secularidad remitirá siempre a su fuente y gridad el desenlace de esta historia de Dios con el hombre,
causa, a esa inspiración y orientación que trasciende toda en Jesús. En el mejor de los casos, la muerte del hombre sig-
secularidad, y que los creyentes llaman Dios vivo, no sujeto nifica el final de una historia de liberación. ¿No existe, pues,
a secularización alguna. Precisamente por eso, la fe en la crea- posibilidad de salvación ni siquiera para quien ha transmitido
ción es el fundamento de la oración y de la mística. En la a los demás la antorcha de la liberación y la ha mantenido
creación se oculta un «plus» que no se deja reducir a ningún encendida entre los hombres, sufriendo quizá por ello el
género de secularidad. Y por eso, tampoco la plenitud de la martirio? La realización final del itinerario salvífico de Dios
salvación se deja reducir a lo que los hombres hagan de ella. con el hombre no podrá ser, por tanto, «de este mundo»,
La salvación del hombre es Dios mismo. Ello implica que la aunque la irrupción liberadora de Dios entre los hombres,
experiencia de fe —nosotros la llamamos «mística», sin alu- que él quiere salvar y liberar, pueda y deba asumir un con-
dir con ello a cosas extraordinarias— constituye el núcleo de tenido perceptible en imágenes que se repiten e integran
toda salvación humana; se trata de una mística que, partien- siempre en nuestra historia.
do de una experiencia interior de Dios, se orienta hacia el Aunque la salvación definitiva es de naturaleza escatoló-
hombre. Así, incluso según el testimonio dé un místico como gica y, como tal, no puede ser experimentada como contenido
Eckhart, el modelo de la mística no es María, que se vuelca de una experiencia ya presente, la conciencia de fe, que cree
en la contemplación, sino Marta, que se preocupa activamente en la promesa de una perspectiva salvífica y definitiva, está
por el prójimo. De este modo, la mística se convierte en fuen- contenida efectivamente en una experiencia actual, es decir,
te de permanente mejora para la vida humana y para la so- en los fragmentos de experiencias salvíficas particulares, gra-
ciedad, en manantial de salvación para el hombre. cias a Jesucristo. Sólo por estas experiencias parciales de sal-
vación, la «promesa y anuncio» de salvación definitiva, que
realiza la Iglesia, adquieren un significado real a partir de
170 Reino de Dios: creación y salvación

la historia de Jesús. Si se prescinde de esta historia religiosa EPILOGO


de Jesucristo, nos encontramos, como mucho, frente a una
utopía liberadora, que sugiere quizá algunas posibilidades de UNA PREGUNTA CLAVE:
vida y salvación para hombres alejados del horizonte de nues- LA DIVINIDAD DE JESÚS
tra historia, pero que excluye de esta prehistoria al resto de
la humanidad, en beneficio de una utopía futura. La salvación
definitiva trasciende nuestra experiencia actual —en definiti- Después de todo lo dicho, considero superfluo que se me
va, nadie experimenta su propia salvación—, pero si ese pregunte si creo en la divinidad de Jesús. Tal pregunta sólo
anuncio de salvación puede y debe ser considerado como vá- puede brotar de la pusilanimidad o de una exagerada pre-
lido, es porque tiene su fundamento en un contexto expe- ocupación por la ortodoxia. Pero tomemos en serio incluso
riencial presente: Jesús, los que le siguen «en este mundo» esos temores.
y todos los que actúan como él. La promesa escatológica no Cuando se trata de exponer gradualmente la experiencia
puede apoyarse exclusivamente en una revelación verbal de salvación que se realiza en Jesús, orientada hacia una cris-
—por lo demás, la «palabra», desde el punto de vista antro- tología explícita, semejante pregunta resulta, en efecto, pre-
pológico, expresa siempre una experiencia y una praxis hu- matura. También es cierto, sin embargo, que, con todos sus
manas—; por tanto, no puede ser un simple anuncio de la proyectos cristológicos, un teólogo es siempre un creyente,
salvación futura, definitiva y universal. Pues, ¿qué valor real pues de lo contrario su mismo proyecto carecería de sentido;
tendría, de hecho, semejante «anuncio»? Como intérprete de el teólogo busca aquello que realmente puede y debe creer,
Dios y realizador de su reino, Jesús no actuó siguiendo un mientras cree cristianamente gracias a la mediación histórica
concepto preciso de salvación escatológica y definitiva. Vio, de lo que he llamado «la gran tradición cristiana». Me limito
en cambio, en y a través de su praxis histórica y, por consi- aquí a repetir el contenido de mis dos libros sobre Jesús, con-
guiente, limitada, en su «pasar haciendo el bien», curando, tenido que habrá quedado suficientemente claro para cual-
liberando de los poderes demoníacos y reconciliando a los quier lector sin prejuicios.
hombres, diseñarse la remota visión de una salvación definiti- Ante todo, pienso que podría tratarse de un falso plan-
va, perfecta y universal: «Esta es la morada de Dios con los teamiento del problema. Naturalmente, es obvio que el men-
hombres; él habitará con ellos y ellos serán su pueblo; Dios saje de Jesús es incomprensible si los oyentes carecen de una
en persona estará con ellos y será su Dios. El enjugará las cierta idea de quién es Dios. También los judíos que estu-
lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte ni luto ni llanto ni vieron en contacto con Jesús y «le siguieron» tenían una idea
dolor, pues lo de antes ha pasado» (Ap 21,3-4). Así interpre- de lo que significa «Dios». Pero, según los cuatro evangelios,
ta el Apocalipsis cristiano la visión de la venida de Jesús: el en los que se narra una historia kerigmática de Jesús, el sig-
reino de Dios en su forma definitiva, que el propio Jesús nificado total del hombre Jesús, que para los judíos era un
nos garantiza ya positivamente. correligionario, reside en que, al manifestarse como hombre
en medio de los hombres, indicó de un modo especial quién,
qué y cómo es Dios, en cuanto salvación para el hombre, y
precisamente en la línea de lo que yo quisiera llamar «la gran
tradición religiosa judía». En definitiva, el Nuevo Testamen-
to no trata de aplicar un concepto extraño de Dios a lo que
aconteció en Jesús, sino de exponer el nuevo concepto
172 Una pregunta clave La divinidad de Jesús 173
1
—dentro de la tradición judía de Yahvé — revelado por que él mismo sacrificó su propia vida, es decir, «apenas la
Jesús. tuvo en cuenta». Por consiguiente, para Jesús, la causa de
Pero la revelación de Jesús, que condujo a los hombres Dios —el reino de Dios como salvación para los hombres—
a experimentar en él la salvación decisiva, la salvación de era más importante que su propia vida. Ninguna teología po-
Dios, mantiene viva la pregunta: ¿quién es éste, capaz de drá minimizar este dato, amparándose en lo que podríamos
hacer tales cosas? Si está en condiciones de comunicarnos una llamar un ataque de los hombres contra Dios. Por más que
nueva relación con Dios y con su reino, es lógico preguntarse: haya hombres que atenten contra Jesús y se conviertan así
¿cuál es su relación con ese Dios? y —sirviéndonos de la en culpables a los ojos de Dios, Jesús mismo ha considerado
respuesta que demos— ¿qué relación tiene Dios con él? En su propia vida menos importante que aquello por lo que lu-
este sentido, la pregunta que nos hacemos no sólo es legítima, chaba: la llegada del reino de Dios como salvación de y para
sino necesaria, a partir del mismo «acontecimiento Jesús». los hombres, y, por consiguiente, menos importante que Dios.
Es decir, resulta claro que Jesús cobra «significado» en La definición, es decir, el auténtico significado de Jesús, radi-
su ser humano, se define, merced a su relación con Dios. ca en esa referencia a Dios —a quien Jesús llamaba creador
Dicho de otro modo: la esencia más profunda de Jesús con- y Padre— y completo olvido de sí. Según la fe cristiana,
siste en su vínculo personal con Dios (se aprecia así una afi- Jesús es: a) la revelación decisiva y definitiva de Dios;
nidad con el concepto de «profeta escatológico», que habla b) con ello nos muestra qué y cómo podemos y deberíamos
con Dios «directamente», «cara a cara», «como con un ami- ser los hombres. La gloria de Dios se hace visible en el ros-
go»). Indudablemente, nuestra relación creatural con Dios es tro de Jesucristo; en ese mismo rostro se nos revela lo que
también esencial para nuestro ser humano. Pero dicha rela- debería ser el hombre. Esta es la interpretación de la fe cris-
ción no determina a nuestro ser humano en su humanidad tiana. De ahí se sigue que la trascendencia de Dios no puede
(nada, ninguna criatura, puede prescindir de tal relación, pero disociarse de su inmanencia ni de su presencia en medio de
con esto nada se dice aún sobre la peculiaridad de esa cria- nosotros. La esencia de Dios es libertad absoluta: ella deter-
tura). En Jesús las cosas son distintas. Del Nuevo Testamen- mina, con total libertad, cómo desea estar entre nosotros, es
to se infiere ya que Dios sólo puede ser definido mediante decir, como salvación para los hombres en Jesús, dentro de
los conceptos de la vida humana de Jesús, y que Jesús mis- esa historia más amplia de salvación que abarca toda la crea-
mo, en cuanto hombre, sólo puede ser definido en su huma- ción, desde el protón hasta el eschaton; todo ello partiendo
nidad plena mediante los conceptos de su singular relación de nuestra historia, en la que apareció Jesús, ya que no dis-
con Dios y con los hombres (también ésta era una nota carac- ponemos de una óptica diferente. No es posible separar la
terística del profeta escatológico). Según el Nuevo Testamen- esencia de Dios de su revelación. Por tanto, el hombre Jesús,
to, Dios entra de manera totalmente peculiar e incomparable por definición, tiene que ver efectivamente con la esencia de
en la definición de qué y quién es el hombre Jesús. Dios,
Dios, no obstante, es mayor que su autorrevelación su- Sigo estudiando si podemos o debemos precisar mejor,
prema, decisiva y definitiva en Jesús («el Padre es más que a nivel teórico, esta realidad y de qué modo. Personalmente,
yo», Jn 14,28). El ser humano de Jesús remite, por tanto, siento miedo de definir, por así decir, hasta el tuétano, el
esencialmente a Dios y a la venida del reino de Dios por el misterio de una persona, máxime cuando se trata de la per-
sona de Jesús 2. Cuando los hombres se ven obligados a de-
' Cf., entre otros, L. Dequeker, Le dialogue judéo-chrétien: un 2
Anteriormente he afirmado que en toda experiencia hay que
défi a la théologie: «Bijdragen» 37 (1976) 2-35. distinguir (aunque nunca adecuadamente) entre elemento experiencial
174 Una pregunta clave La divinidad de Jesús 175

cir más de lo que pueden expresar racionalmente, comienzan de un verdadero ser humano, bueno y auténticamente dichoso
a narrar relatos o parábolas. La evocación simbólica desbor- (en definitiva, la suprema posibilidad humana) coinciden por
da la impotencia conceptual. Y no se trata de ningún agnos- completo en una única e idéntica persona. Es legítima, pues,
ticismo cristológico. Pero definir (horismós, definición) es la tradición cristiana de la mística de Cristo, que encontró
también delimitar, y obviamente se corre el riesgo de com- una expresión apropiada en Nicea y Calcedonia, aunque den-
prometer el misterio, de deformarlo bien por abajo (arria- tro de las categorías conceptuales de la Antigüedad tardía.
nismo, nestorianismo), bien por arriba (monofisismo) o en
la dirección de una mera paradoja atemporal3, eliminando
así, en ese Jesús de Nazaret que vivió un tiempo en forma
histórica entre nosotros, su aparición histórico-temporal de
hombre entre los hombres.
En Jesús, Dios revela su propia esencia, porque en él
quiere ser salvación de y para los hombres. Por esta razón
he acentuado en mis dos libros sobre Jesús dos aspectos:
1) La salvación del hombre radica en el Dios viviente
(«vita hominis, visio Dei»).
2) La gloria de Dios estriba en la felicidad, liberación y
salvación o integridad del hombre («gloria Dei, vivens ho-
mo»; cf. I, 569; II, 629ss, título y reflexiones siguientes). En
el hombre Jesús, la revelación de la divinidad y la apertura

y elemento interpretativo, y que un efecto posterior de esta experien-


cia debe partir de ambos aspectos. No obstante, dado que existe cierta
diferencia (aunque inadecuada), el desarrollo inmanente del elemento
interpretativo de los problemas que el mismo modelo de interpreta-
ción desencadena puede, desde luego, tener vida propia sin vincularse
a la experiencia. Considero, por tanto, que en toda la historia teoló-
gica de la cristología han surgido problemas que sólo son consecuen-
cia interna del modelo interpretativo utilizado. A la larga, este desarro-
llo (puramente inmanente) del modelo conduce a aporías insolubles.
Todos los demás perfeccionamientos del modelo pierden su fuerza; ha
llegado, por tanto, el momento de que, partiendo de la experiencia
originaria, se busque un nuevo modelo que tenga en cuenta la historia
originaria. En otros términos: una cristología especulativa debe hacer
sitio a la evocación simbólico-religiosa.
3
Lo que J. B. Metz, La fe, en la historia y la sociedad (Ed. Cris-
tiandad, Madrid 1979) 145, considera como elemento «rememorativo-
narrativo de la soteriología» debe, a mi juicio, repercutir también en
una cristología sistemática, problema del que Metz, que es un teólogo
fundamental, no se ocupa expresamente, aunque aquí es donde en
realidad empiezan las dificultades.

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