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Tratado de La Imbecilidad Del País Por El Método de Herbert Spencer - Director's Cut
Tratado de La Imbecilidad Del País Por El Método de Herbert Spencer - Director's Cut
Aldo Mazzucchelli
Tratado de la imbecilidad
del País
por el Sistema de Herbert Spencer
© 2006, Aldo Mazzucchelli
© De esta edición:
2006, Ediciones Santillana, S.A.
Constitución 1889. 11800 Montevideo
Teléfono 4027342
Correo electrónico: edicion@santillana.com.uy
***
La donación de estos manuscritos fue hecha por la viuda de Julio Herrera y Reissig,
Julieta de la Fuente, en el año 1946, y ellos constituyen la mayoría de los folios conservados
en ese Archivo. Otras donaciones menores fueron completando el acervo de manuscritos
del poeta.
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Tratado de la Imbecilidad del País
momento: una contra Guzmán Papini y Zas, otra contra Víctor Pérez
Petit.
Herrera y Reissig citó algunos avances de su Tratado de la
imbecilidad… en un texto que hizo conocer en septiembre de 1902
(«Epílogo wagneriano a “La política de fusión”, con surtidos de
Psicología sobre el imperio de Zapicán»), anunciando entonces la
publicación del total de aquella obra, un acontecimiento respecto del
que tenía cifradas grandes esperanzas, pero que nunca cristalizó.
La reunión, el desciframiento, la ordenación y publicación, algo
más de cien años más tarde, de esos manuscritos, que de forma
completa se realiza en este volumen por primera vez,II permite ubicar
y mostrar una íntima consistencia entre dos cuestiones que hasta ahora
parecían separadas: el aislamiento respecto de las líneas hegemónicas
de su sociedad, tanto en términos intelectuales como políticos, que
experimentó Herrera y Reissig durante su corta vida, por un lado.
Por el otro, el aislamiento al que la corriente central de lectura crítica
posterior destinó esta obra en prosa de Herrera y Reissig, del período
1900-1902, segregándola del resto de su trabajo y estableciendo una
especie de cuarentena sobre aquellos textos desafiantes.
En el lapso de esos tres años de apertura del siglo, además de vivir
una agitada vida intelectual montevideana que incluyó no solo el
avance de la nueva estética «modernista» en esa ciudad, sino también
II
Alrededor de un 20% del total de estos manuscritos fue publicado antes de esta edición.
Como ha sido dicho, el propio Herrera y Reissig cita algunos pasajes del Tratado de la im-
becilidad… en su «Epílogo wagneriano a “La política de fusión”, con surtidos de Psicología
sobre el imperio de Zapicán», publicado en Vida Moderna, tomo octavo, Montevideo: sep-
tiembre-noviembre (1902): 19-63. El mismo texto fue reeditado en La Revista Nacional,
año VI, n.o 63, (1943): 430-462, y en libro (Montevideo: Claudio García & Cía.) el mismo
año; Roberto Ibáñez transcribe buena parte de los manuscritos de «El Pudor», que sin
embargo no publica. Las hojas mecanografiadas de tal transcripción están en la Colección
Particular Herrera y Reissig en la Biblioteca Nacional, en Montevideo. El «Epílogo wag-
neriano…» se reeditó luego en Poesía completa y prosa selecta, Caracas, Biblioteca Ayacucho,
1978. Prólogo de Idea Vilariño, edición de Alicia Migdal. En 1989 aparece una trans-
cripción de dos breves pasajes, por parte de Marcelo Pareja: «Dos textos», en Revista de
la Biblioteca Nacional, n.o 26, Montevideo: diciembre (1989): 23-30. Ángel Rama incluye y
comenta dos breves fragmentos del inédito, en su Las máscaras democráticas del Modernismo
(Montevideo: Arca, 1985): 93-98. Abril Trigo hace una transcripción parcial de «Cuentas
y collares» al cerrar su artículo sobre estos manuscritos: «Una olvidada página sociológica
de Julio Herrera y Reissig», en Hispanic Review, vol. 59, n.o 1 (Winter, 1991): 25-36. En
1992 Gwen Kirkpatrick publica un estudio sobre los manuscritos: «La prosa polémica de
Julio Herrera y Reissig", en Revista Nacional, Montevideo, n.o 238, setiembre de 1992.”
Finalmente, en 1992, Carla Giaudrone y Nilo Berriel transcriben y publican una lectura
de buena parte de los manuscritos de «El Pudor» y «La cachondez»: El Pudor y la Cachondez
(Montevideo: Arca, 1992).
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Julio Herrera y Reissig
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Tratado de la Imbecilidad del País
III Dicho sea aquí en beneficio de la síntesis, pues el uso del término en este caso puede
resultar algo anacrónico, si se considera que la eugenesia recién floreció en Gran Bretaña
(que no en el Río de la Plata) entre 1900 y 1914. Sobre este tema, y el modo como tal ten-
dencia se combatió desde dentro mismo de la sociología británica por las corrientes no
spencerianas, véase Robert Nye, «Sociology and Degeneration: the Irony of Progress», en
J. Edward Chamberlin; Sander L Gilman (eds.), Degeneration: the dark side of progress. Nueva
York: Columbia University Press [1985], 303 pp. [p.58].
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Julio Herrera y Reissig
I. La escritura afiligranada
de una inasible persona pública
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Tratado de la Imbecilidad del País
Su primerizo «Canto a Lamartine» de 1898, un folleto que publica, sí, antes de lograr
su madurez como poeta, no cambia la anterior afirmación. La inclusión de un puñado de
sus poemas en la antología El Parnaso oriental, en 1905, es la publicación más importante
de su poesía en vida del autor. El primer volumen de sus Obras completas (publicadas por
Orsini Bertani en cinco tomos), Los peregrinos de piedra, el único que llegó a revisar y cuidar,
apareció en Montevideo en mayo de 1910, pocas semanas después de la muerte del poeta.
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Julio Herrera y Reissig en una de sus imágenes de decadencia, posando para la
revista argentina Caras y Caretas
Tratado de la Imbecilidad del País
VI
Diversos testimonios de sus amistades confirman esto. En particular es interesante el de
Osvaldo Bixio, conservado inédito en el archivo Herrera y Reissig en la Biblioteca Na-
cional, que se cita más adelante.
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Julio Herrera y Reissig
VII En carta a Montagne de 1901 dice Herrera: «Un adjetivo me cuesta quince días de
trabajo. Un verbo, a veces, un mes. Cada soneto me representa un balde de sudor. (…)
Nunca he trabajado más y he producido menos. Nada me satisface al fin y siempre estoy
borrando y suplantando. (…) Creo que tengo en la cabeza todo el léxico blando y tercio-
pelero de la lengua a fuerza de lidiar con esos potros de las palabras que se encabritan
en los diccionarios» (Wilfredo Penco, «Cartas a Edmundo Montagne», en Revista de la
Biblioteca Nacional, n.o 13, Montevideo: abril de 1976: 140-169 [p. 158].
VIII Julio Herrera y Reissig adoptó el nombre de Julio Herrera y Hobbes, que usó en
privado y públicamente por un breve período, en el año 1901. La tradición de con-
siderar Obes «españolización corrupta» —como lo dice Herrera— del apellido inglés
Hobbes tenía larga tradición en la familia. Algunos años antes de que Herrera y Reissig lo
adoptase, explícita y públicamente lo había afirmado en Buenos Aires también su tío, el
ex presidente de la República Julio Herrera y Obes. Una gacetilla sin título de la sección
«Vida Social» de La Razón del 8 de marzo de 1898, p. 1, col. 6, dice: «Otro descubrimiento
del Standard bonaerense! El colega nos asegura que el doctor Julio Herrera y Obes es de
descendencia británica, siendo tataranieto nada menos que del gran Hobbes, el autor
inmortal del Leviathan. El descubrimiento no llamaría tanto la atención si el colega no
hubiera olvidado lo asegurado por él hace dos años ya: que los Obes eran todos descen-
dientes de un belicoso jefe irlandés llamado Hobbes!» (La recuperación de la nota en La
Razón se debe a Roberto Ibáñez).
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Tratado de la Imbecilidad del País
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Julio Herrera y Reissig
XI Las zonas de discurso a que me refiero aquí pueden resumirse en un solo concepto,
que las abarca: el grado en el cual los intelectuales y artistas modernistas apostaban a ser
parte del tronco central de la cultura universal de su época. Esto probablemente suene
tan extrañamente desproporcionado a la mirada contemporánea, que existan incluso
resistencias inmediatas a creer en lo sólido de la tesis. Sin embargo, habría numerosos
ejemplos que podrían ser citados. Cuando Carlos Reyles publique su novela La raza de
Caín, será el propio Max Nordau, uno de los ensayistas clave en la época, el que le envíe
su opinión. Nordau elogia la obra, menciona otra que trata también el tema de la envidia
y que se acaba de publicar en Alemania, Neid, de Ernst Wildenbruch, y declara: «las com-
paraciones se imponen. Pues bien, sobrepasáis en mucho a nuestro autor alemán por
la verdad de vuestro análisis psicológico, por la sombría grandeza de vuestro arte, por
la sencillez sorprendente de vuestros medios. Si vuestra novela obtiene el éxito que se
merece, os hará célebre de un solo golpe». Carta reproducida en La Alborada, n.o 152
(Montevideo: 10 de febrero de 1902). También Rodó despliega todo su arsenal de con-
tactos ya en 1900, y al regalar y dedicar —y escribir, a veces, prólogos que orientan la
lectura de los destinatarios— cientos de ejemplares de su Ariel, consigue una segura di-
fusión y un puesto más que central para su libro, que será comentado en España y toda
Hispanoamérica, y con el tiempo en otros sitios, incluyendo largas y destacadas reseñas en
el Times Literary Supplement y otros medios londinenses. Véase sobre esto Gerard Aching,
The politics of Spanish American Modernism (Cambridge, Mass.: Cambridge University Press,
1997): 97 ss. También Gustavo San Román, Rodó en Inglaterra: la influencia de un pensador
uruguayo en un ministro socialista británico (Montevideo: AGADU-Asociación de Amigos de
la Biblioteca Nacional, 2002).
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Tratado de la Imbecilidad del País
XII Carlos Roxlo, «Julio Herrera y Reissig», Historia crítica de la literatura uruguaya, t. VII
(Montevideo: Librería Nacional A. Barreiro y Ramos, 1912-1916): 26-49.
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Julio Herrera y Reissig
Entierro de Julio Herrera y Reissig, donde Aurelio del Hebrón (Zum Felde) pronunció
su famoso discurso.
XIII José Guillermo Antuña, «La exaltación de un gran poeta», en La Razón, Montevideo,
13 de julio de 1912.
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Tratado de la Imbecilidad del País
XIV Aurelio Del Hebrón [Alberto Zum Felde], discurso pronunciado en el entierro de
Herrera y Reissig. En La Semana, año II, n.o 36, marzo 26 de 1910. Es la tesis exactamente
contraria a la de Ibáñez, de Ángel Rama, que siguen luego otros, sobre la inexistencia de
cualquier interés en la vida de Herrera y Reissig.
XV Roberto Ibáñez, «La Torre de los Panoramas», en Revista de la Biblioteca Nacional,
n.o 13 (abril de 1976): 19-42 [23]
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Julio Herrera y Reissig
XVI En una carta de enero de 1904, más de un año después de publicado el «Epílogo
wagneriano…», Herrera le mostrará a Juan José Ylla Moreno su desencanto por la escasa
repercusión que la publicación de los fragmentos del Tratado… en 1902 tuvo entre los
montevideanos, reiterando y agudizando esas críticas de las que Ibáñez sugiere a Herrera
retractándose ya en setiembre de 1902. Examinamos esa carta oportunamente en esta
introducción.
XVII José Olivio Jiménez, en un concentrado estudio, resume el nudo del problema
crítico que ha provocado este miope dejar de lado lo que parece «superficial» en la obra
herreriana: «¿Tomaba en serio Herrera esos tópicos sémicos, y los otros, y la suya fue así la
obra de un loco genial, de un delirante, o de un esnobista (todo lo cual de él se ha dicho)?
¿O los configuraba, los devolvía, de ese crispado modo suyo, en virtud de una actitud lú-
cidamente crítica y paródica, y resultaba entonces el producto de un artista no menos
genial, y muy consistente, y muy moderno, audaz…? La grandeza de este poeta residiría en
que fuera válida, como hoy empezamos a atisbar, esta segunda posibilidad». José Olivio
Jiménez, «Julio Herrera y Reissig», en Antología crítica de la poesía modernista hispanoame-
ricana: 391-416 (Madrid: Ediciones Hiperión, 1985). Reproducido en PCP: 1310-11.
XVIII Silvia Molloy, quien desarrolla esta idea, observa que José Ingenieros aplica la
categoría de «simulador» a todos los literatos americanos pasibles de ser considerados
«degenerados» en su momento, «in an attempt to provide Latin American culture with a
clean bill of health». Molloy, «Too Wilde to Comfort: Desire and Ideology in Fin-de-Siecle
Spanish America», Social Text, n.o 31/32, Third World and Post-Colonial Issues (1992): 187-
201. Un concepto similar desarrollaba ya Ángel Rama: «Más reveladora que la cacería de
«raros» a que todos se entregaron, al menos literariamente, es la subrepticia limitación
aldeana que impidió que los escritores modernistas aceptaran, y en muchos casos que ni
siquiera vieran, las audacias mayores de esas metrópolis que acechaban. El naturalismo
fue condenado por la mayoría de los renovadores literarios, en nombre de la moral y las
buenas costumbres, y quienes llegaron a incorporarlo, procedieron a una cuidadosa des-
infección con el fin de edulcorarlo», etc. En Rama, op. cit. (1985): 89 ss. La afirmación de
Rama, interesante de por sí, no es aplicable al caso de Herrera y Reissig.
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Tratado de la Imbecilidad del País
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Julio Herrera y Reissig
XXI La acumulación de observaciones críticas que han buscado quitar «importancia» o ge-
nuinidad a aquellos textos de 1900-1902 sería larga. Por ejemplo, refiriéndose a Herrera
y Reissig, dice Teodoro Herrera y Reissig, hermano del poeta, en una conferencia en
donde sienta algunas de estas líneas de interpretación: «Lo malo [en Herrera y Reissig]
consistió a mi ver en ese constante “épater les bourgeois” de que hiciera gala demasiado
ostensible y que por lo demás debe atenuarse teniendo en cuenta los factores de hos-
tilidad o indiferencia del medio y la extrema juventud del poeta de entonces». Teodoro
Herrera y Reissig, «Algunos aspectos ignorados de la vida y la obra de Julio Herrera y
Reissig», en Hiperión, n.o 87 (1943): 2-14 [3]. La segregación de los textos de Herrera a
comienzos de siglo hace también caudal de su relación con De las Carreras, y le atribuye
a éste lo genuino de ella. Roberto Bula Píriz, responsable luego de la edición Aguilar de
Herrera y Reissig, decía por ejemplo, refiriéndose a los escritos de crítica sociológica de
éste: «Todo esto era en Julio una imitación de las protestas paranoicas de Roberto de
las Carreras». Bula Píriz, Herrera y Reissig (1875-1910) Vida y obra - Bibliografía - Antología
(Nueva York, Hispanic Institute, 1952): 21. Siguiendo y consagrando tal mirada crítica,
en su en muchos aspectos excelente artículo dedicado al cenáculo de la Torre de los Pa-
noramas, Roberto Ibáñez dedica algún párrafo al Tratado… herreriano. Comienza Ibáñez
identificando a los textos producidos por los tiempos del Tratado… como un «período»,
que llama «luzbélico», y que dice estuvo «caracterizado —fuera de la poesía, nunca en
ella— por el cultivo del dandismo, un dandismo de linaje parisiense, con que lo exaltó y
contaminó Roberto de las Carreras, su camarada constante desde la publicación del pro-
vocativo Sueño de Oriente (…)». La separación del cuerpo central, principal y poético de
Herrera respecto de este «período luzbélico» y la atribución de un rol central a De las
Carreras contribuyen así en Ibáñez a desestimar la originalidad de los papeles herrerianos
de 1900-1902: «Pero, mientras en Roberto el dandismo era auténtico por entrañable asi-
milación de los modelos franceses, en Julio nunca pasó de brillante y pegadizo ejercicio
intelectual, exclusivamente encaminado a la irritación de la estupidez honorable: juego
de inveterado “enfant gâté”, pasatiempo inocente por lo común, aunque alguna vez en-
sombrecido por penosas claudicaciones. (…)». Abundando en la idea, agrega también
Ibáñez: «tributo a un dandysmo artificial fue también el uso de una nueva signatura, Julio
Herrera y Hobbes (ex-Reissig) que adaptó en la primavera de 1901». En «La Torre de los
Panoramas», Revista de la Biblioteca Nacional, n.o 13 (abril, 1976): 19-42. [23].
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Tratado de la Imbecilidad del País
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Julio Herrera y Reissig
XXV La nota va acompañada por un gran retrato del poeta, una fotografía muy cal-
culada estéticamente, en la que Herrera aparece sentado en un lujoso sillón, rodeado de
espesos cortinados y con las piernas cubiertas por pieles que dan un toque exótico a la
imagen y contrastan con la etérea mirada, perdida en el vacío, del vate.
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Tratado de la Imbecilidad del País
XXVI
Documento manuscrito y firmado por Julieta de la Fuente, en custodia en la Colección
Particular Herrera y Reissig, en la Biblioteca Nacional, Montevideo.
XXVII La gestión fue notificada el 11 de marzo de 1949 por Silvio Frugone, quien la
había hecho ante García Lagos a nombre del director interino del Instituto Nacional de
Investigaciones y Archivos Literarios, Carlos Alberto Passos. La carta de Frugone a Passos
está en la Colección Particular Herrera y Reissig.
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Foto de Julio Herrera y Reissig que acompaña el artículo “En el cenáculo”, de
Vicente Martínez. Publicada en La Alborada en setiembre de 1902
Tratado de la Imbecilidad del País
Agregó también que varias veces fue llamado para abcesos [sic] o forúnculos
que eran consecuencia de infecciones producidas por inyecciones dadas con
falta de higiene. (…)XXVIII
Yo presencié una vez cómo Julio Herrera y Reissig se aplicaba una inyección
de morfina en los fondos de un café —que no existe ahora el café. Le voy a
expresar, entre paréntesis, que no era hombre de tertulias de café, de peñas
literarias, como dicen los españoles. Aseguran que allá en las postrimerías de
su vida, sí apareció por las tertulias. Él no podía tomar café porque le hacía
daño, y yo cuando fui al fondo del café donde habíamos parado en compañía
de otras personas, lo encontré que se estaba aplicando la inyección en una
pierna. Eso le provocaba un poco de sueño, pero amortiguaba el dolor, que
aumentaba bebiendo café.XXIX
XXVIII
Documento citado en nota anterior. Énfasis agregado.
XXIX
Documento mecanografiado, con numerosas enmiendas manuscritas, entregado por el
Sr. Osvaldo Bixio el 21 de noviembre de 1953 a Clara Silva de Zum Felde. Lo encabeza una
nota firmada por Bixio y certificada por Clara Silva, que dice: «Estos apuntes puramente
confidenciales, se entregan a la Sra. Clara Silva de Zum Felde, con la única y exclusiva
finalidad de usarlos para el Archivo del Instituto de Investigaciones Literarias que dirige
el poeta Roberto Ibáñez. Los que serán devueltos inmediatamente, una vez que se haya
hecho el uso exclusivo que hoy se indica». El original sin embargo no fue devuelto, y está
en la Colección Particular Herrera y Reissig de la Biblioteca Nacional.
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Julio Herrera y Reissig se presenta como morfinómano para la revista Caras y
Caretas. Fotografía de Ángel Adami
Tratado de la Imbecilidad del País
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II. El contexto de redacción del Tratado… Las
crisis personales de Herrera y Reissig (de salud,
política, íntima) entre 1900 y 1902. El cambio
filosófico
Julio Herrera y Reissig vive, entre 1900 y 1902, años en los que
trabaja en los manuscritos reunidos bajo el título común de Tratado
de la imbecilidad del país…, una crisis que acumula al menos cinco
dimensiones: de salud, económica, política, íntima o moral, y filosófico-
estética. En ella confluyen una serie de factores. Ha conocido, entre
1899 y 1900, a Roberto de las Carreras, y está leyendo ávidamente
a Spencer, a Guyau, a Taine, a Goethe, a Saint Victor, a Samain,
a Verlaine, a Poe, a Banville, Rimbaud, Laforgue, Kahn, Moreas,
Richepin…,XXX todos ellos factores de su transformación estética,
que se produce de golpe, y lo hace pasar de criticar el simbolismo y el
decadentismo a practicarlos en inmediata y misteriosa maestría.XXXI
Su proyecto editorial, La Revista, está fracasando ya antes de
mediados de 1900, tanto económica como literariamente. Al mismo
tiempo, es ese año 1900 el último que verá a Herrera y Reissig
intentando desempeñar algún rol activo dentro del Partido Colorado,
actitud que rápidamente va a dar paso a una crítica general a la
política local. También en esos años concibe a la que será su única
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Tratado de la Imbecilidad del País
XXXII La fecha de esa crisis puede conjeturarse con cierta precisión, a partir de una
gacetilla aparecida el 24 de febrero de 1900 en el periódico montevideano La Razón, para
informar que «se encuentra en grave estado el señor Julio Herrera y Reissig, que sufrió
hace varios días un ataque al corazón».
XXXIII Herminia Herrera y Reissig, Julio Herrera y Reissig. Grandeza en el infortunio (Mon-
tevideo: ed. de la autora, 1949): 86.
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Julio Herrera y Reissig
(…) diez médicos rodeaban su lecho, sin encontrar alivio para su corazón
arrítmico, desorbitado. (…) El Dr. Bernardo Etchepare, pariente y amigo,
indicó la morfina, pasando por todas las sugestiones contrarias de sus
colegas. Y el sabio afirmábase: «Es necesario atenacear al monstruo…» y
efectivamente el tóxico lo dominó instantáneamente».XXXIV
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Tratado de la Imbecilidad del País
XXXVI La misiva se publica en La Revista, año I, n.o 1 (20 de agosto de 1899). De las Ca-
rreras, amigo personal de Batlle y Ordóñez y accionista de El Día, no pierde oportunidad
de hacerla reproducir en ese medio unos días más tarde. En esa carta se trasluce una re-
lación formal entre ambos, quienes, de acuerdo con todos los testimonios, no se habían
tratado aún personalmente. Probablemente el envío del texto a La Revista es la pronta
respuesta de De las Carreras ante el pedido de colaboraciones que Herrera distribuyó a
una serie de personas en el momento de iniciar la publicación.
XXXVII Varios autores se limitan a aceptar este asunto sin más trámite, siguiendo en ello
probablemente el testimonio de los hermanos del poeta. Por ejemplo, Ángel Rama, que lo
da en su «Prólogo» a Roberto de las Carreras, Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas (Mon-
tevideo: Arca, 1967): 25. Pese a que coinciden en ese punto, las memorias de Teodoro
Herrera son también poco fiables en cuanto a precisión, si tenemos en cuenta que el
hermano menor del poeta comienza errando aún más, al trasladar sucesos acaecidos en
1900 a 1901 (en Teodoro Herrera y Reissig, op. cit.: 3.)
XXXVIII Herminia Herrera agrega otro detalle desconcertante: dice que el corto período
de convalecencia del poeta, que como vimos ocurrió entre los meses de marzo y abril de
1900, transcurrió en la ciudad de Minas, a invitación de su hermano Eduardo. El problema
con este dato es que se sabe positivamente que Herrera visitó Minas entre julio y agosto de
1904, por invitación de su hermano. ¿Hubo una visita anterior a Minas, también a pedido
del hermano, o se trata de una confusión, quizá de la mezcla de dos convalecencias dis-
tintas, separadas por cuatro años?
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Julio Herrera y Reissig
XXXIX Edmundo Montagne le recomienda, el 12 de junio de 1902: «En cuanto tenga re-
lación con sus intereses y pasiones, no debe Ud. tomar las cosas tan a pecho como lo hace.
Es Ud. muy atropellado, muy impulsivo, muy revolucionario. Y lo es más aún porque se
deja llevar: goza Ud. en sentirse arrebatado por el huracán que exagera sus inclinaciones:
voluptuosidad ésta que lo entrega al delirio. Por eso se resiente su espíritu —psique— y el
neumogástrico no le sirve ya de freno, no resiste la tempestad» (carta de junio 12 de 1902,
en Penco, op. cit.: 165).
XL Giaudrone también discute este punto en «Deseo y modernización: el modernismo
canónico esteticista en el fin de siglo uruguayo», en H. Achugar y M. Moraña (eds.),
Uruguay: Imaginarios culturales. Desde las huellas indígenas a la modernidad (Montevideo:
Trilce, 2000): 259-292 [esp. 267-68].
XLI Teodoro Herrera y Reissig, op. cit.: 3.
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Tratado de la Imbecilidad del País
XLII Ídem: 2-4. Roberto Bula Píriz es otro de los críticos que reduce la influencia
mutua en el período a unilateral accionar de uno al comentar que las actitudes y puntos
de vista de Herrera por aquel tiempo fueron meramente una imitación de De las Carreras.
Bula desarma además la intensidad crítica de Herrera, leyéndola de un modo condescen-
diente: «Durante sus años de amistad con De las Carreras tuvo algunos desplantes reñidos
con su idiosincrasia, como el de su infundado antipatriotismo, que le hacía llamar Ton-
tovideo a su ciudad, y “la toldería”, y escarnecer a sus compatriotas (…)» (Bula Píriz, op.
cit. (1952): 20.
XLIII Por ejemplo, De las Carreras emplea en su carta pública a Herrera del 8 de
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Julio Herrera y Reissig
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Tratado de la Imbecilidad del País
Roberto de las Carreras, estamos seguros, que cambiará algún día de rumbo,
anclando —a la hora crepuscular, cuando las ideas nadan tranquilas como
cisnes en la soledad del espíritu […] Entonces producirá algo útil, algo serio,
algo que no perezca, algo que, como Sueño de Oriente, no sea un juguete
para los que no han vivido y una piedra de escándalo para los que comienzan
a vivir.
XLV «Yo no tengo ningún motivo para ocultar que mis elogios eran tan poco sinceros
como los que él mismo, con coquetería felina, me prodigara» (Roberto de las Carreras,
«El atentado contra la ONDA. ¡Reissig marital!», en La Tribuna Popular, año XXVII,
n.o 9231, Montevideo: abril 23 de 1906, p. 2, cols. 4 y 5. Reproducido en «Tres polémicas
literarias», Número, año II, n.o 6-7-8 (enero-junio 1950): 314-340 [330].
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Julio Herrera y Reissig
XLVI Dice Herrera y Reissig en medio de su final polémica con De las Carreras, y
refiriéndose a éste: «aquel que requiriera —(exhausto por la derrota, chupado por el
vampiro de la fatalidad en sus naufragios morales, enfermo, caído del pensamiento)— mi
salvavidas literario, esto es, páginas enteras que yo he cincelado y que él firmara (…)». La
referencia es con toda probabilidad a la carta contra Álvaro Armando Vasseur que De las
Carreras publica en junio de 1901, cuyo estilo es el mismo que el de las de puño y letra
de Herrera contra Papini y Zas y contra Víctor Pérez Petit. Un recuerdo personal de Juan
Picón Olaondo, recogido por Roberto Ibáñez en ficha inédita, confirma este hecho.
XLVII Estas dos diatribas se publican junto con esta edición.
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Tratado de la Imbecilidad del País
La crisis política
XLVIII El Partido Colorado y el Partido Nacional (o Blanco) son los dos partidos po-
líticos históricos del Uruguay desde comienzos de su vida independiente.
XLIX La serie incluye, aunque no se agota en ellos, a Julio Herrera y Obes, a Manuel
Herrera y Obes, a Melchor Pacheco y Obes, y antes a Nicolás Herrera y a Lucas Obes.
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Primera página del manuscrito de “Cosas de Aldea”
Tratado de la Imbecilidad del País
(…) mi repugnancia por los favores públicos, y en especial por los cargos
de menor cuantía sujetos a la imperiosidad brutal de los de arriba ha sido
tan grande como constante, y de esto he dado prueba desde los albores de
mi juventud, abandonando un puesto que, en mejores tiempos, hube,LIV
El dato, con copia del decreto correspondiente, consta en El Día del 24 de octubre de
1898, p. 5, col. 4. Información recogida inicialmente por Roberto Ibáñez.
LI El nombramiento de Abel Pérez, sucesor de Massera, se produce el 7 de julio, y de
acuerdo con el mismo Herrera y Reissig, él presenta su renuncia «al día siguiente», es
decir, el día 8 de julio de 1900.
LII Consigna Herrera en su «Cosas de aldea»: «Noticiado de la renuncia del doctor
Massera conceptué un deber de delicadeza, sólo un deber de delicadeza, entiéndase bien,
y de ningún modo una obligación, presentar inmediatamente renuncia de mi cargo».
LIII El tono de Pérez es realmente seco en la oportunidad: «Comunico a Vd. que he re-
suelto aceptarle la renuncia por Vd. presentada del Cargo de Secretario en la Inspección
Nacional. Saluda a Vd. etc. Firmado: Abel J. Pérez» (el texto está transcripto en «Cosas de
aldea»).
LIV Herrera y Reissig se refiere a un puesto que, efectivamente, desempeñó en la Alcaldía
de Aduanas en su juventud.
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Ca-
ri-
Tratado de la Imbecilidad del País
y cuya mi deserción se
debe considerar como una
verdadera protesta contra la
mecánica de los turiferarios
de la rutina, los cuales no
pasan jamás de ser simples
correas o humildes tornillos
del engranaje gubernativo,
pues, en nuestro país el
estímulo es letra muerta y los
honorarios del Presupuesto
solo existen para los
juglares de conciencia,
para los paniaguados
incondicionales, con
vocación de cimbalistas
y testaferros de los
gobernantes: sacristanes
de las execrables liturgias Herrera y Reissig con su tío,
del servilismo, fetiches del Julio Herrera y Obes
inmundo becerro de oro,
funámbulos de la maroma que más alto cuelga, colaboradores de cuanto
chanchullo existe y verdaderos Salta Pericos pues siempre caen parados y
rara vez se descomponen.
LV Del carácter difícil del momento (octubre de 1898) en que tal nombramiento tiene
lugar, y de la firmeza de Massera en su pedido ante Cuestas, no dejan duda algunos frag-
mentos de «Cosas de aldea», los que a su vez prueban el posicionamiento político, para
ese entonces resueltamente «colectivista», de Herrera y Reissig: «fue el doctor Massera
quien contra viento y marea me propuso al gobierno del señor Cuestas, y consiguió que
el mandatario firmase mi nombramiento, después de mil contorsiones de voluntad y mil
flujos de violento desagrado, pues mis lectores se imaginarán lo mucho que mi nombre y
apellido serán queridos por el señor Don Juan Lindolfo Cuestas. (…) En [aquellos aciagos
días de espionaje y de violencia, de sospechas y represalias, cuando un saludo por la calle,
48
Caricatura de Julio Herrera y Obes en 1905
49
Tratado de la Imbecilidad del País
50
Batlle y Acevedo Diaz en La Alborada
Tratado de la Imbecilidad del País
52
Batlle y Cuestas en La Alborada
Tratado de la Imbecilidad del País
* Cuerdo quiere decir en uruguayo ser blanco o rojo, adular a la Patria y a sus Epaminondas,
fundirse en exclamaciones románticas sobre el terruño y su porvenir. Siendo cuerdo se
consigue una banca de diputado y la aureola de un ciudadano antiguo.
***
LX Ídem, 666.
54
Carlota Reissig, madre de Julio Herrera y Reissig
Tratado de la Imbecilidad del País
LXI En El Día, polemizando Batlle con Carlos María Ramírez. Editorial del 21 de enero de
1898.
56
Manuel Herrera y Obes, padre de Julio Herrera y Reissig
Tratado de la Imbecilidad del País
No hay paz ni orden público posible sin la unidad del mando en el gobierno
de la Nación. Un país con dos gobiernos, uno de derecho y otro de hecho,
es una monstruosidad política y social. Este estado de cosas no estable tiene
que ser transitorio, porque las leyes morales, como las leyes físicas, pueden
ser perturbadas pero no pueden ser derogadas.LXII
LXII Carta pública de Herrera y Obes de 1900, citada en Washington Reyes Abadie,
Julio Herrera y Obes. El primer jefe civil (Montevideo: Banda Oriental, 1977): 128.
LXIII Tan agudo e irreconciliable será este enfrentamiento entre los dos estadistas,
que cuando Herrera y Obes muera, el 6 de agosto de 1912, siendo Batlle presidente, éste
intentará negarle los correspondientes honores máximos, y ofrecerá solamente los de
teniente general (vetando incluso, en extremos de empecinamiento, una resolución de
velar su cadáver en la sala de sesiones y enterrarlo en el Panteón Nacional, que tomó la
Asamblea General, la cual levantó finalmente el veto por 55 votos en 61), dando lugar a
una áspera discusión en que fueron ventiladas consideraciones sobre el honor debido a
los muertos y el nivel al cual es adecuado llevar las diferencias de ideas. El episodio pro-
bablemente aumentó en el momento el cariño público por Herrera y Obes, cuyo cadáver
fue acompañado al cementerio por miles de ciudadanos. Sobre este episodio, véase Carlos
Manini Ríos, Anoche me llamó Batlle (ed. del autor, Montevideo, 1970: 32-35.
58
Manuel H y Obes, abuelo del poeta
Tratado de la Imbecilidad del País
60
Julio Herrera y Reissig
LXV «Al Partido Colorado», publicado originalmente como folleto. Montevideo: Ti-
pografía l´Italia al Plata, 1900. Aquí citado de PCP: 652.
LXVI Ídem, 653.
LXVII Entre los cuales se encontraba militando activamente José E. Rodó. Esta dife-
rencia política en un momento clave es una razón más para el sostenido distanciamiento
entre ambos. Un trazado completo de la relación entre Rodó y Herrera y Reissig está
hecho por Emir Rodríguez Monegal, «Rodó y algunos coetáneos», en Número, año II, n.o
6-7-8 (enero-junio 1950): 300-313 [300-309].
LXVIII «La conferencia de Herrera y Reissig», en El Día, Montevideo: diciembre 20 de
61
Tratado de la Imbecilidad del País
1900, p. 1, col. 8.
LXIX El tema de la pertenencia política de Herrera y Reissig se volvió a discutir alguna
vez en vida del autor, especialmente cuando éste acepta escribir en La Democracia, dirigido
por Luis A. de Herrera, el 20 de abril de 1906. En esa ocasión dirige al líder nacionalista
unas líneas, que éste incluye en su periódico, y que una vez más habrán sido escandalosas
por hacer el poeta una fuerte declaración contraria al gobierno colorado del momento,
confirmando su oposición a Batlle y Ordóñez. Decía Herrera y Reissig: «La Democracia»
es el león de los derechos públicos. Salve orgulloso y fiero paladín de la libertad y de la ley
hoy conculcados. ¡Tú eres más que una bandera. Eres una conciencia que grita!». El 17
de junio de ese mismo año publicará, en el mismo periódico, una declaración en la que
dice: «Yo nunca he pertenecido ni pertenezco a ningún partido tradicional (…) soy y seré
libre de cálculos filibusteros (…) fieramente independiente. (…) Un cometa (…) con su
órbita individual y consciente en medio a los sistemas fijos de la política aborigen, lo cual
no quiere decir que no me encuentre abanderado circunstancialmente en la propaganda
del partido blanco o lila, si la razón y la dignidad del país, se encuentran de su parte —con
cuya actitud me enorgullezco».
También puede argüirse la existencia de un costado político posterior en Herrera cuando
gestiona —en general, sin resultados— algún cargo público a través de amigos que actúan
en el nivel partidario orgánico. Sin embargo, no se registran más acciones de política
directa, como la reseñada, en el resto de la vida de Herrera y Reissig.
LXX Algunas referencias directas en el Tratado de la imbecilidad… y en correspon-
62
Julio Herrera y Obes en la tapa de La Alborada, en 1903
Tratado de la Imbecilidad del País
dencia privada muestran una alternancia entre la virulencia del apóstata y el reconoci-
miento del discípulo a las virtudes cívicas e intelectuales de esos antecesores. Ejemplo
de las primeras, dice por ejemplo en carta a Tiberio: «mi familia de politicuelos zafios»;
además, sus contertulios veían, en su cenáculo del altillo de la calle Ituzaingó, un retrato
de su tío acompañado por la irónica inscripción: «Un impostor». De las segundas son sus
observaciones elogiosas en el Tratado… sobre «Manuel Herrera y Obes, Andrés Lamas,
Santiago Vázquez, Cándido Joanicó, Pacheco, los Varela, los Berro, Vázquez y Vega, Juan
Carlos Gómez, entre los antiguos —y entre los modernos Carlos María Ramírez, Ángel
Floro Costa y Julio Herrera y Obes».
64
Julio Herrera y Reissig
LXXI Alberto Zum Felde, Proceso intelectual del Uruguay y crítica de su literatura, tomo II,
Montevideo, edición subvencionada por la Comisión Nacional del Centenario, 1930, t. II,
p. 22 y ss.
LXXII Sobre el «anarquismo» de Herrera, corresponde esta observación de Rodríguez
Monegal: «(…) hacia 1900, por sus lecturas y hasta por algunos desplantes personales,
Roberto de las Carreras y Herrera y Reissig pudieron incorporarse a una corriente anar-
quista en la que militaban ya Sánchez y Vasseur; de éstos los aislaba la posición estética o
el ostentoso dandysmo de las actitudes». En «La generación del 900», Número, año II, n.o
6-7-8 (enero-junio 1950): 37-61 [46].
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Tratado de la Imbecilidad del País
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Soledad Luna, la hija de Julio Herrera y Reissig
Tratado de la Imbecilidad del País
LXXIV Debido a que se la asocia con la defensa de la ciudad de Montevideo: sitiada por
el ejército argentino de Rosas y sus aliados durante el largo período de la llamada Guerra
Grande (1839-1852).
LXXV Sin asimilar simplemente a Rodó con el batllismo, el Rodó de esos años 1900
a 1904, cercano a Batlle por entonces, coincide con Herrera y Reissig en su desánimo
por lo que considera condiciones no suficientemente refinadas —ni siquiera suficien-
temente «civilizadas»— de la vida institucional y cultural del Uruguay. Véase por ejemplo
este pasaje de una carta de Rodó de 1904: «Por aquí todo va lo mismo: guerra y miseria,
caudillos y fanáticos, ríos de sangre y huracanes de odio. En todo eso, vida febril; y en todo
lo demás, muerte y silencio». En otra carta agrega: «(…) para los que tenemos aficiones
intelectuales (…) resultan, más que incómodas, desesperantes las condiciones (siquiera
sean transitorias) de este ambiente, donde apenas hay cabida para la política impulsiva y
anárquica (…)». (Emir Rodríguez Monegal, «Introducción general» a J. E. Rodó, Obras
completas, 1.ª ed. (Madrid: Aguilar, 1957): 34. La categoría de «impulsividad», subrayada
por el propio Rodó, constituye uno de los conceptos centrales en la crítica que desarrolla
el Tratado de la imbecilidad… herreriano.
Dicho esto, hay a la vez que reconocer que la actitud de desprecio de Herrera y Reissig
con respecto, por ejemplo, a los inmigrantes que estaba recibiendo el país —incluyendo,
claro está, a la inmigración italiana, uno de los fuertes soportes del batllismo— nunca
podría haber sido homologada por los batllistas, portadores de una visión radicalmente
democrática que está ausente en Herrera.
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Julio Herrera y Reissig
La crisis íntima
Octubre de 1901 es un mes señalado para Herrera y Reissig por
dos motivos diferentes. En la mañana del 8 de ese mes, Roberto de
las Carreras, reconocido en toda la ciudad por su rechazo visceral
del matrimonio, envía «a Julio Herrera y Hobbes (Ex Reissig)» una
desopilante e imperdible carta pública,LXXVII en la que explica las
razones por las que ha aceptado, después de todo, casarse con su
sobrina, Berta Bandinelli, «una señorita, menor de edad, [que] es mi
amante, como tú no ignoras: una esclava de mi voluntad, sugestionada
sumisa de mi harén de Gran Visir».
LXXVI En sus observaciones Rama incluye también la errónea noción de que el texto
«pudo haberse titulado Los Nuevos Charrúas», así como también cuando dice al pasar «el
largo ensayo nunca concluido» de Herrera y Reissig, concepto ampliamente discutible
una vez que se recorre el total de los manuscritos, y en el que Rama sigue probablemente
conclusiones de Roberto Ibáñez que no parecen haber salido del examen detenido de
aquéllos. Apura Rama la tesis de que fue la «vulgaridad» del texto lo que lo conservó
inédito.
LXXVII
Publicada originalmente en el periódico El Trabajo, año I, n.o 20, el 8 de octubre de 1901.
Reproducida por Ángel Rama en Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas de Roberto de las Ca-
rreras (Montevideo: Arca, 1967): 61-64.
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Tratado de la Imbecilidad del País
LXXVIII Soledad Luna, hija de Julio Herrera y Reissig y Maria E. Minetti Rodríguez, nació
en Montevideo el 8 de julio de 1902. En mayo de 1904 su padre cumplió con los trámites
legales de reconocimiento de la niña como su hija natural.
La crianza corrió por cuenta de su madre; es difícil —por las brumas de que se ha rodeado
el episodio— saber en qué medida Herrera y Reissig se ocupó de ella. En su juventud fue
becada por el gobierno uruguayo para «cursar estudios superiores de piano en la capital
alemana, con el objeto de perfeccionar las admirables condiciones naturales de que
hiciera gala desde su más tierna adolescencia», según dice Teodoro Herrera y Reissig en
anotaciones manuscritas tituladas «La destacada personalidad de una becada uruguaya».
En 1929, Soledad Luna Herrera y Reissig se casa y pasa a residir en Buenos Aires con su
esposo.
Una publicación de la década de 1920 muestra la foto de una hermosa joven y dice: «No-
ticias recibidas recientemente de Berlín nos dan cuenta de los progresos realizados en sus
estudios de piano, por la señorita Soledad Luna Herrera y Reissig, con cuyo retrato enga-
lanamos hoy esta página».
Su carrera artística no es, sin embargo, completamente exitosa, aunque parece continuar
durante años. Su tío Teodoro la alienta en cartas privadas, recomendándole más reso-
lución y menos dudas y timideces, para imponer al público un talento musical que él juzga
muy importante.
En octubre de 1932 es, junto con Michel Zadora, una de los dos pianistas en un concierto
celebrado con fines benéficos por una comisión de damas de la alta sociedad oriental, en
el Teatro 18 de Julio de Montevideo.
Tardíamente nace su hijo, Juan Carlos Albani, nieto de Julio Herrera y Reissig, de quien
su madre dice en una carta que «ha heredado el talento de su abuelo y el físico». Es cierto
70
Julio Herrera y Reissig
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Porque no es otra cosa que un crimen, y de los más bajos, arrastrar hasta el
abismo a una pobre mujer, quitarle todo lo que posee en el mundo, hogar,
ventura, reputación, porvenir, belleza… todo… abandonarla con un hijo,
sin nombre, en el medio de la calle.
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LXXXIII Sobre esta lectura, véase Roberto Ibáñez, «Obras dramáticas de Julio Herrera y
Reissig», en Fuentes, año I, n.o 1 (1961): 207-270. [218].
LXXXIV Esta participación de Herrera y Reissig está fundada y discutida en mi artículo
«Camafeísmo del insulto en el ‘900 montevideano. Herrera y Reissig y de las Carreras
intervienen en la polémica Ferrando-Papini», en Maldoror, n.o 24, nueva época (mayo de
2006): 36-43. El episodio, y el manuscrito, abonan la tesis de que Herrera intervino como
redactor parcial o total de la famosa diatriba que, en un estilo exactamente igual, De las
Carreras publica contra Álvaro Armando Vasseur en junio de 1901.
Un testigo de época, Osvaldo Bixio, que estaba en relación con todos los actores y con-
currió al sepelio de Ferrando, informó también sobre otro nivel en el cual Herrera y
Reissig tuvo participación activa en el episodio. Dice: «Ahora le voy a narrar en qué cir-
cunstancias Quiroga mató a Ferrando. Era ésta una polémica que se mantenía acerca
del Modernismo, desde “La Tribuna Popular”, y tomaban parte contra Papini, Horacio
Quiroga y Federico Ferrando, que se singularizaban los dos porque se vestían igual y
usaban una luenga barba. Y éstos hicieron la defensa de Julio, del Modernismo, contra
la tendencia antagónica de Papini. Debido a esto se preparaba un duelo entre Ferrando
y Papini. Ya ve que la muerte de Ferrando se provocó por Julio». (Testimonio inédito del
Sr. Osvaldo Bixio, conservado en la Colección Particular Herrera y Reissig, Biblioteca Na-
cional, Montevideo.)
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Julio Herrera y Reissig
LXXXV Carta de Herrera a Montagne de 1 de junio de 1902, en Penco, op. cit.: 162.
LXXXVI Hay una discusión más específica acerca de la crisis filosófica en el Posfacio
crítico, incluido en el cd-rom.
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Herrera con su gato Holofernes. Dibujo de Vicente Puig
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LXXXIX Lo que se conserva de ese diálogo se publica completo en este volumen. Otra
referencia a un trabajo en común se encuentra en la carta pública de De las Carreras a
Herrera y Reissig publicada en El Trabajo el 8 de octubre de 1901: «La noticia de mi pre-
sentación al Juez ha levantado una tromba de alegría entre los trilingües burgueses, reos
de imbecilidad que enviaremos a la horca, en nuestra próxima catilinaria; cuyas fauces
serán rellenadas por el polvo olímpico de nuestro carro de combate. ¡En esa obra colosal,
hermética, lo único bueno que se haya escrito en el país hasta la fecha, cuyos ecos ca-
vernosos atronarán las Españas, le pondremos la nación de sombrero a los estólidos uru-
guayos! Ella será la credencial gloriosa de nuestra psique revolucionaria, de nuestro valor
único, de nuestra personalidad ungida por Minerva!».
79
Tratado de la Imbecilidad del País
***
XC Una última anotación, de carácter anecdótico, sobre este punto, la aporta Roberto
Bula Píriz (sin informar de dónde ha sacado el dato) que vincula el proyecto supuesto
en común con la nota a pie de página en el Tratado… mencionada antes: «Todo esto era
en Julio una imitación de las protestas paranoicas de Roberto de las Carreras, quien le in-
fundió además el propósito de escribir en colaboración un libro que titularían Literatura
Colonial, para burlarse acerbamente de todos los literatos, sin excepción, “que escribían
en la toldería de Tontovideo”. Carlos Reyles tuvo noticia del proyecto, y manifestó: “Si
esos dos me llegan a maltratar en lo más mínimo los mataré como a perros, sin vacilación”.
Y como ambos sabían muy bien que Reyles no era hombre para amenazar en vano, el libro
permaneció en proyecto». Bula Píriz, op. cit. (1952): 21. Si lo que dice Bula es correcto,
confirma que Literatura Colonial fue realmente la denominación de la parte de De las Ca-
rreras. Es probable que Reyles se haya «enterado del proyecto» a partir de lo publicado
por Quiroga, quien como se ve lo nombra como uno de los autores a (des)tratar en el
misterioso libro.
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Julio Herrera y Reissig
Hace un año que trabajo sin descanso en este libro, que creo será lo único
bueno que hasta la fecha haya producido, y donde verdaderamente haya
vaciado toda mi alma artística. El libro en cuestión abraza todo mi país y
parte de la América del Sur. Es un estudio psico-fisiológico de la raza y un
examen crítico de sus manifestaciones emocionales e intelectuales. Destrozo
en él a esta sociedad, imbécil y superficial, y a sus literatos, uno a uno,
examinando detenidamente sus obras.
XCI
Bordenave es presentado en junio de 1900 en la revista La Alborada como «uno de los
jóvenes inteligentes que en la república vecina trabajan en provecho de la estabilidad del
arte». La misma presentación dice que «hace apenas tres años que se inició públicamente
en el reinado de las letras». Bordenave había actuado como militar hasta 1896. La nota
informa también que Bordenave «ha sido redactor de Vida Artística y de La Aurora, y ac-
tualmente dirige La Revista Literaria…».
XCII La fecha de la carta es estimada por Roberto Ibáñez, que es como en tantos otros
casos el primero en estudiarlas. Tiberio publicó éstos y otros fragmentos de su correspon-
dencia con Herrera y Reissig recién el 20 de abril de 1913, en El Día, de La Plata, sin dar
indicaciones precisas respecto a las fechas de las misivas.
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Para que tú, como tus colegas, noten la diferencia que existe entre escribir
por vanidad y por ambición, y se persuadan de que en esta tierra se ha
tomado la literatura por sastrería, inserto unos renglones de mi famoso libro,
y termino con ellos esta ya extensa carta sinapismada que quizás a cuántos
estólidos llene de consternación…!
Su principal aporte en ese sentido es haber preparado y redactado la Ley de Divorcio, que
se aprobó en 1907. Además de su trabajo sobre La política de fusión, publicado por el Club
Vida Nueva en 1902, escribió El pacto de La Unión (11 de noviembre de 1855). Sus antecedentes
y consecuencias (1900), El país y la vida institucional (1904), La diplomacia del Brasil en el Río de
la Plata (1904).
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XCVII Carta recuperada por Wilfredo Penco y publicada en Maldoror, «Informe desde
la Aldea», en Maldoror, n.o 15 (1980): 41-43.
XCVIII Dice Herrera en la citada carta a Ylla Moreno, quien está viviendo en Colonia
del Sacramento: «Le veo brumoso de nostalgia por Tontovideo. [Sin embargo] Todo el
país, y no esa ciudad cataléptica, debería llamarse Colonia. La ingenuidad disculparía la
indigencia del ambiente rústico en que bostezamos. (…) Nada excepto el grupo escogido
de mis amigos, me interesa en esta Pampa monótona y ceñuda. (…) tomo algún chopp de
pampero en mi terraza gringo-gallega (…) voy a la Playa y subo a los caballitos de a vintén
la vuelta, lo cual me da la impresión de la vida que se lleva en Montevideo y cómo se pasa
el tiempo de una manera infantil».
XCIX El sistema satírico que ordena el texto del Tratado… había mostrado en Herrera
algunas preocupaciones que se continuarán en los años que le queda de vida, pero luego
el enfoque parece haber dado un golpe de péndulo, de la extrema negatividad necesaria
a la creación de la denuncia sardónica que funciona en la obra de 1901, a la practicidad
de propuesta manifestada especialmente en el texto «En el Circo», que abre su efímera
revista de ciencia positiva y esoterismo, La Nueva Atlántida, en 1907. En esta última, aquella
visión que se mofaba de las pretendidas riquezas minerales del Uruguay y lo juzgaba todo
piedra inservible en el Tratado…, sin abandonar el interés por esa dimensión mineral, se
trueca en esperanza de que las que ahora considera grandes riquezas sean explotadas,
mostrando una visión emprendedora que lo llevará a él mismo, poco después, a hacer
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general de su aproximación
y las prioridades vitales lo que
cambia, profundizando su
soledad personal, alejándolo
cada vez más del ambiente en
que vivió en los primeros años
del siglo, de la época y del tono
en que podría haber empujado
sus manuscritos hacia la
publicación.
En febrero de 1904
conocerá a Julieta de la Fuente,
con la que establecerá un largo
noviazgo de cuatro años y
luego se casará. Ese mismo año,
sobre el mes de septiembre,
viaja a Buenos Aires para una
estadía de cinco meses en
esa ciudad, aprovechando la
Julieta de la Fuente oportunidad de un trabajo
en la oficina del Censo en
la capital porteña. A su vuelta la ciudad y el país estarán cambiando
aceleradamente, como consecuencia de una situación política nueva. Su
amistad con De las Carreras se ha enfriado y se encamina a su áspero fin,
que no ocurrirá explícitamente hasta 1906; pero las alianzas literarias se
han rehecho aislando a Herrera y Reissig de varios de sus antiguos amigos,
ahora alineados en filas «enemigas». El antiguo pontífice de la Torre
de los Panoramas, ya sin visitantes, se encierra en un nuevo cambio y se
reconcentra en la elaboración de su obra lírica.
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Portada de la revista La Alborada en uno de sus números de 1902
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Criterios gráficos empleados en esta edición
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Los Nuevos Charrúas
El Medio físico determina las acciones humanas, el
Carácter y la Civilización. El alma de los minerales y las
plantas es hermana de la del hombre. La naturaleza hace a los
pueblos a su imagen y semejanza. Sugestión y simpatía de las
cosas. La tierra que ha formado a los charrúas, ha formado a
los Uruguayos. Los Nuevos Charrúas
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treinta luchas civiles (¡Gran Dios! ¡30 luchas en 60 años!). Día llegará
en que celebraremos la famosa guerra de los cien. Todo está en que
los blancos se decidan de una vez por todas a conquistar el poder.
Según Figueira los charrúas, «desde el punto de vista intelectual, poseían
una organización inflexible, incapaz de adaptarse permanentemente a
una civilización superior. Durante los tres siglos que estuvieron en contacto
con los europeos modificaron muy poco su género de vida».
Está por discutirse si los Nuevos Charrúas, esto es, los uruguayos,
aunque tal vez poseen una organización superior a la de los charrúas
(los viejos), son menos incapaces de adaptarse a un orden superior
de vida. Por mi parte, creo que unos siguen las huellas de los otros,
es decir, que los más modernos, no por ser modernos dejan de ser
infranqueables a la civilización. Parecen hallarse poco dispuestos a
modificarse ni en tres siglos, ni siquiera en veinte de contacto con los
europeos. Estoy por creer que ni con este libro que les dedico podré
a este respecto conseguir gran cosa. Su dureza inflexible, su indígena
sansfaçonería, son superiores a mis fuerzas…
Hablando de los viejos charrúas, dice Figueira: «Los misioneros
difícilmente lograban convertirlos…» Está visto. No puedo dudar del éxito
de mi tratado. Dice el mismo autor, hablando de los viejos charrúas: «eran
vengativos y falsos.» Digo yo, hablando de los nuevos: Vengativos tal vez
—ejemplo el Dr. Cuestas, Jefe de la tribu—; falsos, no…
Los primitivos uruguayos, o sea viejos charrúas, eran holgazanes;
los hombres se dedicaban a la caza: trabajaban para comer y vivir.
Igualmente, los nuevos uruguayos serían vencedores en un concurso
de holgazanería. En este país todo está por hacer; excepto lo que no
se debía haber hecho nunca. El nuevo charrúa se dedica a la caza de
los puestos públicos… Con el fruto de esa caza come y vive. ¡Nótese la
semejanza!
Por lo demás, no creo que exista en la tierra pueblo más activo que
el uruguayo, ni el holandés siquiera. En cuanto se ocupa de no hacer
nada, es un fenómeno de locomoción.
Su mayor industria es la política. Su comercio es el que operan los
órganos digestivos y secretivos. No labran la tierra, pero en cambio
miran el cielo, que ha prestado a su bandera el candor evangélico de
su pupila celeste. A los uruguayos se les hincha el vientre de perezosos.
Los sastres tienen una misma medida, que viene perfectamente a los
chalecos y pantalones de todos los hombres.CI La protuberancia del
CI
Entiéndase que los uruguayos no tienen sexo ni vientre sino después de casados.
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CIII
Advierto que hago una generosa excepción con nuestras distinguidas mujeres al no ca-
lificarlas de nuevas charrúas… Creo firmemente que son de otra raza distinta a la de los
hombres. Solo se las podría llamar charrúas por ser hijas o casadas con charrúas…
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CIV He recordado todas estas heroínas del Cristianismo hojeando La Rêve de Zola.
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CV La gratitud me obliga a ser bueno con los médicos; todos los que me asistieran hasta la
fecha han tenido la previsión de no enviarme la cuenta.
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Oración:
He sido injusto, amables uruguayos, al inculparos con demasiada
precipitación por los defectos de que adolecéis. Tales defectos son
los de la comarca que habitáis, de la querida patria de Yamandú y
Artigas,21 de la corvina y del yaguareté. El destino ineluctable os ha
hecho nacer sobre un terreno cuyo estado patológico es semejante al
vuestro; un terreno vesánico, neurótico, lesionado de imbecilidad, y
con diversas manías. Vosotros sus icónicos ejemplares, vaciados en el
molde prístino de la naturaleza. Necio yo, si os exigiese que fuerais
distintos a vuestra madre, aquella de cuya matriz enigmática surgieron
vuestros viejos hermanos, los valientes y estúpidos charrúas. Un
mismo bramante os tiene sujetos al dueño fatídico de la existencia.
La máquina diabólica que os hace querer, pensar y sentir, está aliada
por una traílla fatal al rodaje adamantino que fabricó Vulcano en el
corazón del mundo. Nada resiste a la pasión centrípeta de las cosas
que nos gobiernan misteriosamente.
Vosotros sois charrúas y seguiréis siendo charrúas por los siglos
de los siglos. La cal europea que brilla en vuestra carne desaparecerá
algún día. Vuestro actual color caucásico asemeja a una capa de cera
que cubriera un bronce antiguo.
El tiempo ha de tostar en breve vuestro mármol caucásico, del modo
que el temible Vulcano quemó las impolutas diosas de Pompeya.
Os repito que no es vuestra la culpa de que seáis un hato de
excelentísimos charrúas. Guárdeme Dios de arrojaros al rostro la
bajeza más bárbara, la más indigna excentricidad. La caprichosa artista
que modeló por igual al orangután y al Africano, os ha modelado a
vosotros y a vuestros dignos antecesores, los indomables charrúas. La
tierra, solo la tierra es culpable de su obra. Los hombres nada valen,
nada pueden. ¡Infelices!
Ella, egoísta y profunda en su amor a los seres que alimenta,
dijérase un amante que no deja un instante de acariciarlos con el
beso aterciopelado de sus virtudes, y de herirlos dulcemente con el
mordisco celoso de sus defectos. Teme que alguna fuerza extraña
se los arrebate, se los conquiste antes de que llegue la suprema hora
nupcial de las voluptuosidades negras en el lecho de la tumba; y por
asegurarse que no le olviden les incrusta parte de su alma, les entrega
su vida, su savia, su energía, en prenda de que luego les ha de entregar
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Parentesco del hombre con el suelo22
La civilización mineral y geológica en relación con
el carácter y el progreso de los pueblos. La piedra como
expresión moral y artística del Uruguay
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Vista de Montevideo, calle Ituzaingó, desde la Torre de los Panoramas
Fo-
to-
grafía de Mallarmé que se hallaba en una pared de la Torre de los Panoramas
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Escalera de acceso a la Torre de los Panoramas
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Detalle de la escalera de ascenso a la Torre de los Panoramas, casa de Herrera y
Reissig
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como la concibió [Nietzsche] cuando dice […], algo más que tonto y
menos que genio).
He dicho y repito que Grecia es para mí su rico mármol de Paros.
Yo rezaría como Renan una oración en presencia del Acrópolis, yo
clamaría contra la barbarie que el Cristianismo ha introducido en
el Arte, y contra las herejías de originalidad que en estos tiempos se
cometen en detrimento de la belleza.
Sin el mármol, Grecia, ni Alejandría, ni Roma, ni Florencia hubieran
sido lo que son. El mundo no admiraría la Venus de Praxíteles, el
Apolo, el Dioniso, la Afrodita, la Deméter, la Venus de Milo, la Diana
Cazadora, el Aquiles, el Gladiador contrahecho, la Minerva, el Baco
y el muy célebre Mercurio, el grajo de Níobe, la Venus de Médicis,
las dos Amazonas y la Juno del Capitolio, el Apolo de Belvedere, la
Flora de Nápoles, el Hércules Farnesio y los bajo-relieves del Vaticano,
toda la inmensa estatuaria anónima de la Italia latina, y la que en el
Renacimiento, lució a Miguel Ángel por Emperador.
El Mármol desarrolló inmensamente el genio escultórico de los
griegos. Por lo demás, hay que tener en cuenta que si los Griegos fueron
también astutos en cerámica y en bronce fue porque aprendieron tal
arte a fuerza de tallar el mármol, y arrancarle todos sus secretos. Sin
este material, los trabajos que se hubieran hecho en cualquier otro
material, hubiesen sido de un fausto chillón y superficial, de una
grandeza aparatosa y pesada, de una deslumbradora majestad, pero
sin la elegancia, la vida, el vigor y la gracia de sus creaciones en mármol
que vibra tanto como vibra el mundo.
Sabido es que el arte Asirio-Caldeo, sin dejar de ser admirable, por
la imaginación y el amor a la naturaleza que revelaron sus escultores,
ocupa un lugar secundario, a causa de que el mármol no existía,
y hubo que echar mano del granito y de la cera, produciéndose
un arte de fruslerías imponentes, de colosales fanfarronadas, de
relieves decorativos, de rincones, oros, palmas, vajillas, divinidades
y oropeles, un verdadero arte de muñecas, semejante al que Grecia
habría legado a la posteridad si la naturaleza se hubiese mostrado
menos pródiga con ella, si el mármol no la hubiese enseñado el
camino a la gloria.
Digo esto en razón a que su mármol, espiritualizado por sus
escultores, es su literatura misma, es el estilo sereno, elegante, sobrio
y escultural; es la límpida estrofa perfecta de Sófocles, es la epopeya
de Homero, es el alma didáctica de Hesíodo, la libertad guerrera
de Terpandro, el sereno yambo de Tirteo, la gracia sensual de
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CVI La ingenuidad de los orientales llegó a tal punto, que hasta hace algún tiempo se
creyó en que existían valiosas minas de petróleo en el depósito de Aduana llamado «Las
Bóvedas» —y todo porque el piso y las paredes de la citada barraca estaban impregnadas
de ese mineral, y despedían un olor muy fuerte, debido a que en un tiempo se utilizó
dicho edificio como depósito de Kerosene.
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CVII Decíame un amigo que el hada Oro, en marcha para el Brasil, donde tiene uno
de sus mejores palacios, acertó a pasar por Cuñapirú. Y hete que a lo mejor se le cae un
botoncillo de oro de la blusa. Volviese el hada con desdén al sitio en que cayó la prenda y
dijo: tierra sin fósforo vestida de cardos y de piedra, conserva este recuerdo de la fortuna.
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Etnología. Medio sociológico
En el día nadie duda que la herencialidad es una ley rigurosa que
pesa fatalmente sobre las generaciones de las especies, determinando
sus propiedades. Sin embargo, no se conoce a punto fijo el proceso
gradual de la transmisión, ni las circunstancias favorables a los desvíos,
a las reversiones y a las anormalidades que forman, por decir así, las
mesetas de la escala por que sube o desciende un grupo dado.
A través de una extensa prosapia de variedades y subvariedades
puede ser reconocido el tipo padre, por la similitud de rasgos que se
observa entre los individuos de una misma familia, bien que estos
individuos difieran entre sí ligeramente a causa de las distintas
modificaciones que ejercen sobre cada uno la domesticidad, el
cruzamiento, el hábito, la adaptación, las diferencias de latitud y los
agentes climatológicos.
Cualquiera que conozca a Darwin sabrá tan bien como yo que
la perfectibilidad no ha sido producida repentinamente, sino por
sedimentos graduados: «la naturaleza da variaciones sucesivas; el
hombre las va añadiendo en pos de la utilidad.»
La selección es el molde soberano en que la vida se perfecciona,
se dignifica, se trasmuta, se hace brillante; es un arte soberbio que
colabora en las creaciones, que agrega una maravilla a la arquitectura
animada de la naturaleza.
El principio científico de la lucha por la vida está perfectamente
relacionado con lo que llama un ilustre naturalista selección natural.
Los seres se perfeccionan o desaparecen. Un dilema de hielo clava
su interrogación pontificia en la Ciudad maravillosa y famélica de los
organismos.
Dijérase la mano bienhechora de un hada, que corrige sabiamente,
mientras un ángel extermina con su alfanje milenario.
La selección natural es un poder tan inconmensurablemente
superior a los esfuerzos del hombre, como las obras de la naturaleza lo
son a las del arte.CVIII
Todo progreso tiene eliminaciones: heces negras de un cáliz de
oro, que se traga la eternidad.
El equilibrio, implacable y rígido como un abracadabra asirio, no
se conmueve nunca. Los débiles se hunden, y los idóneos, como dice
CVIII Darwin.
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52
Bien sé yo que desde la época gestática de nuestra sociedad hasta el
momento en que escribo estas líneas, el Uruguay, bastante adelantado
en la funambulía, se ha dignado honrar al porvenir emprendiendo un
maravilloso salto atrás, lo que prueba que está de regreso a las tolderías
indígenas, a la muy noble y leal metrópoli del cuero.
El corolario científico del salto atrás tiene su perfecta aplicación a
esta comarca, cuya reducida inmigración ha sido una sociometrorragia,
una demodisentería, que representa en el problema de la
reproducción un coeficiente antropodegenerativo; una inmigración,
en fin, que es la conductora de un sinnúmero de morbosidades que
se aíslan, o son repudiadas por la civilización europea hacia estas
playas misérrimas, donde se han ayuntado con sus congéneres típicas
hispano-indígenas, dando lugar a un estado patológico que se traduce
en todas las manifestaciones vesánicas del país, como ser idiotismo,
ninfomanía, neurastenia, demencia, histerismo y melancolía.
Se explica la regresión de esta sociedad, que no ha recibido de la
civilización europea inyecciones hipodérmicas que la impulsaran
a progresar, teniendo presente que el principio darwiniano que se
refiere al salto atrás expresa que «toda variedad doméstica abandonada
a un estado primitivo retrocede gradualmente a un tronco natural.»
(Darwin)
Por otra parte, ningún país de América ha tenido la honra de tener,
como factores generatrices de su sociabilidad, a dos familias súper-
humanas, a dos razas eminentes, intelectuales, que constituyen el
blasón adamantino de nuestro heroico pueblo.
Estas nobles familias de alta alcurnia son, como nadie me lo negará,
los gallegos y los charrúas. (Me descubro con respeto ante la señora
Pardo y el ilustre Yamandú).53
Lo original en este caso, es que se han ayuntado felizmente dos razas
que son una sola, que se confunden por sus caracteres emocionales,
que riman a perfección el gran verso de la bravura; que tienen los
160
Dos imágenes de la familia Herrera. En la de arriba, el poeta aparece de pie, el primero de
la izquierda. En la de abajo, es el segundo empezando de la izquierda, sentado con una
mandolina en las manos. Existen testimonios sobre el talento que tenía Herrera para tocar
la guitarra. Entre ambas fotos, una imagen de la carta de Herrara a Montagne donde
anuncia la redacción de este Tratado
Tratado de la Imbecilidad del País
CIX Bruno Mauricio de Zabala fue el encargado por la Corona española de la fundación
de Montevideo, que se concretó en 1726.
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¡Si fuera Dios arrasaría por medio del fuego la América toda,
haría llover sobre este continente estúpido los rayos fulminantes que
destruyeron a Sodoma!
¡Nada perdería la estética del mundo! ¡La faz inexpresiva y
apelotonada de este continente ilota me espeluzna, me eriza de
vergüenza! Su fisonomía es idéntica a la de África. No tiene una
facción inteligente, o que haga pensar en Europa. Parece formado
con un cuajarón del menstruo de la Tierra: es un cairel de guano que
remata en punta.
¡Colón maldito, Solís estulto! Os habéis hecho acreedores a la
estrangulación hercúlea del destino. Bien merecisteis, el primero que
os devorase la miseria, y el segundo un caníbal uruguayo. ¡No pasáis
de haber sido unos locos aventureros, unos soñadores neuropíricos,
unos calenturientos megalómanos!
¡Mal haya vuestras desmedradas conquistas, exploradores famélicos
que habéis venido a esta tierra en busca del vellocino infame!
¡Hubierais arrancado en buena hora todo el metal de la tierra, pero
no hubierais dicho en Europa, a vuestros amos, que habíais dado por
casualidad con el maldito continente que sólo pudo soñar el tonto de
Platón!
La inmigración, en la forma en que actualmente se efectúa,
constituye para el país, al revés de un adelanto, un proceso regresivo,
una contramarcha ignominiosa, una operación infortunada, que
arroja en el balance económico de la sociedad un déficit gravoso de
agitación y miseria. Los elementos europeos que se incorporan al país
son la última expresión de la inutilidad, los residuos peligrosos, las
cimerias de la civilización, que infortunadamente es lo único que nos
depara el Centro de la vida.
Nadie más partidario que yo en el sentido de extranjerizar el
país, de hacer todo lo posible porque desaparezcan cuanto antes los
caracteres charrúas de esta sociedad, sus atavismos africanos, indígenas
y gallegos, en la cruza del ganado nacional con gentes refinadas y
verdaderamente constituidas de los países más adelantados de Europa,
único medio de que el Uruguay evolucione y no perezca, que es lo más
probable dentro del plazo más reducido que le marca la Naturaleza.
De lo contrario, me placiera que desaparecieran cuanto antes en
la vorágine de uno de esos cataclismos que favorecen al progreso y
constituyen un bien colectivo de la sociedad. Pero lo que no puedo
soportar es este medio término estúpido, esta caprichosa oscilación de
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Tratado de la Imbecilidad del País
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Julio Herrera y Reissig
analfabetos o con algún vicio, que con frecuencia arriban a sus puertos
procedentes de los muladares de la tierra, gente nociva a la sociedad,
conductora de contagio, semillero de morbos. Generalmente por su
procedencia, se preserva de sus hábitos de vagancia, de holgazanería,
de envilecimiento y se obra al repelerlos en armonía con los principios
de profilaxia colectiva, que prescriben la absoluta inmunidad del todo
sin consideración a las partes.
De ese modo la sociedad, el perfecto organismo, como la llama
Spencer, se pone a salvo de las bacterias fatales que la asaltarán
continuamente. Así lo han comprendido Australia, Canadá, Norte-
América, Méjico, Chile, la Argentina, y varios otros países, donde
el sentido social de conservación prevalece incólume contra la
vergonzosa rapacería de los políticos especuladores, de los belitreros,
de los buharros del oro que, en connivencia con los pseudos-financistas
o los depravados gobernantes, proceden en beneficio de sus intereses,
de abierta oposición con las leyes más rudimentarias de la sociología.
Pero el Uruguay, que tiene el sprit de llamarse país, representa
siempre la excepción, con tal de que esta excepción sea
indefectiblemente mala…
En nuestra comarca no hay que hablar de control, pues el
significado de esta palabra se lo debería hacer entender, por lo menos,
el protectorado oficial de Turquía o Santo Domingo…
Antes de admitirla en el diccionario administrativo, sería preciso
controlar la geografía del país: a este respecto nadie sabe los límites
fijos o naturales de la comarca.
El viajero que da con la región Este, se encuentra resolviendo por
casualidad el más grande de los absurdos, como si el genio de Aladino
lo asiera por las espaldas, pues, si se introduce un pie en la inmensa
lagunilla de Merín, ya no está en el Uruguay, sino en la República
Brasilera, y quién sabe si en Thule, Menfis, o Palmira (compréndase
que no hablo del pueblo de Palmira, situado en el departamento de
Colonia).
El uruguayo, que parece hallarse tan tranquilamente en su
domicilio, no es dueño de dar un paso en él sin consentimiento del
vecino. El infusorio-lago de Merín,55 la mitad uruguayo, considerado
geográficamente, y del todo uruguayo considerado por su importancia,
no es lo uno ni lo otro. Ningún oriental puede navegar en él si no
exalta previamente el pabellón brasilero; y si por casualidad pretende
tomar el baño, tiene que procurarse un calzoncillo verde-oscuro,
parecido por su forma al taparrabos que lucieron sus abuelos… No
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CX Siempre he lamentado que Carlos Ma. Ramírez haya respondido con una ironía al
distinguido sonámbulo, etc.
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Físico de los uruguayos
[[Voy a]] tratar de un asunto por de[[más]] [[dolor]]oso. Nada
me con[mueve] más que el físico de los uruguayos. Asaz difícil me
parece expresar con tonos acentuados y verdaderos la humana
corteza de los híbridos nacionales, así como de la recua que se agita
en las zahúrdas de inquilinato. Voy a tratar de los orientales, cuyo
abolengo más o menos lejano y de carácter cosmopolita, se halla en
todos los continentes. Ha sido determinado por la inmigración de los
elementos más inferiores de los países europeos, y por el concúbito
de estas gentes entre ellas mismas y con las de género charrúa, negro-
charrúa, hispano-charrúa, cuarterones de trogloditas napolitanos,
pardos y gallegos, de etiópicos y portugueses, chinas y canarios, etc.,
etc.: toda una vorágine de ambigüedad, un vórtice de sangre que
produce escalofríos…
La estatura de los uruguayos es inclasificable. No cabe un término
medio. En Inglaterra los hombres son altos, en Laponia bajos, en
España de estatura regular. En el Uruguay o son muy altos, o parecen
pigmeos. Todo en nuestro país es ilógico. Los altos son por lo común
de una flacura indecorosa y se diferencian de los bajos en que son
[[…]] desgarbados [[…]] los primeros les sobran manos y pies, brazos
y cuello, lo que no quita que les falte soltura y movimiento no diré
en los pies, la lengua, ni aun en los dientes, sino en los brazos, en el
cuello, y en los resortes cerebrales, etc., etc. Son los más ininteligentes,
es una media parálisis la que padecen que afecta como si se tratara de
una hemiplejia, el órgano del pensamiento.
Hablo de parálisis, porque los altos uruguayos o mejor dicho los
uruguayos altos, son tiesos, rígidos, acartonados: verdaderos rabinos
endurecidos, cariátides imponentes.
No tienen, tal parece, tendones, cartílagos, coyunturas, una
armazón elástica; goznes en la cintura, que en otra parte sí los
tienen según el caso… ¿Cómo se moverán? Son desagraciados como
cualquier caña del país, pero al menos son tan huecos como las cañas
de los países más civilizados…
Esta dureza forma una antítesis huroniana con la blandura pastosa,
con la bonomía del carácter de los uruguayos, más o menos altos,
que en este caso lo mismo da… ¡Anomalías de los charrúas! Pero en
tratándose de retórica, no sólo hay antítesis, pleonasmos, hipérboles, y
otras figuras, sino ripios que cuelgan en forma de brazos enormemente
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Salubridad
La sub raza de los uruguayos o Nuevos Charrúas es, del punto de
vista de la salud orgánica, muy inferior a la de los viejos charrúas.
Estos según Figueira61 aventajaban a los españoles en resistencia,
no padecían de enfermedades particulares. Los uruguayos son
enfermizos, anémicos y enclenques. Por lo general viven poco. Son
contados los que llegan a la ancianidad. En otros países abundan
los octogenarios. Los charrúas según Figueira llegaban a una
edad avanzada. Propensos a todos los males, los Nuevos Charrúas
no resisten a las intemperancias del clima, a las viarazas de las
estaciones… Siempre se les ve pálidos, angustiosos, taciturnos como
si tuviesen ante la vista la cuenta del doctor.
Su existencia es una anomalía; una constante lucha del organismo
contra el medio en que se agita. Cosa extrañísima que siendo los
uruguayos de tan ruda condición hayan venido al mundo para existir
en invernáculos como ciertas plantas exóticas.
No sirven para nada. Son flojos como la yerba de Tacuarembó,
como la famosa turba del país. No resisten a trabajos fuertes; como los
europeos, quienes se ocupan en las operaciones pesadas de la industria
y el comercio, trabajando de sol a sol, con ahínco indescriptible.
Las faenas más ímprobas de carga y descarga de mercancías en los
depósitos aduaneros están a cargo de gallegos y genoveses y otros
ejemplares vigorosos de distintos países, sobre cuyas espaldas pesan
constantemente bultos enormes. Apenas uno que otro uruguayo se
nota entre aquel rebaño de bestias robustas, que corren de un lado
a otro por los muelles de la Aduana. Y en este caso, el hijo del país, es
producto legítimo de uno de esos pelasgos infatigables, sujeto desde la
infancia a la disciplina del cordel.
Tampoco resisten los uruguayos a trabajos rigurosos de industria
mecánica, como ser de molinería, fabricación de azúcar, fideos, vidrio,
suelas, etc.
Ignoro si no se ocupan de trabajos manuales por falta de constancia
o sobra de habilidad. Creo que por ambas cosas. Tampoco se ocupan
de agricultura: hacen bien, se rebajarían con ser agricultores… A
más quién se va a ocupar en ensuciarse las manos, cuando el suelo
no produce otro vegetal que la piedra. Nótese que los uruguayos son
holgazanes, porque son previsores. ¿Pero entonces, argüirá el lector,
serán excelentes picapedreros?
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Fo-
tografía de Herrera (1903) con dedicatoria a Alberto Nin Frías: "Al Hipólito Taine de
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CXII Llama la atención que los universitarios, por regla general no se hagan dandys,
hasta que no se posesionan del título. Los estudiantes de medicina sueñan cándidamente
con recibirse de doctores para permitirse el lujo de usar jacket y sombrero de copa. No
critico esta costumbre. Me inspiran mucho respeto los uniformes de los montevideanos…
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Herrera y Reissig. Grabado de Blanes Viale (1909).
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existen caños de barro, sin respiraderos para dar salida a los gases, ni
canillas hidráulicas [[para hacer]] correr las materias.
El Ingeniero Municipal miembro de la Junta, un megalómano,
[[…]]yo contestó con mucho aplomo al ex-charrúa que esta era una
ciudad demasiado higiénica que tiene de sobra con el aseo que le ha
dado la naturaleza, que todo lo demás era lujo en nuestra tacita de
plata; que las cloacas sólo se necesitaban en ciudades inmundas como
Buenos Aires.
Convencido con las razones del Ingeniero, y gratamente
impresionado de la cultura de nuestro país y de su higiene natural, ese
mismo día tomó pasaje para Buenos Aires, el soñador de cloacas.
La ciudad de San Felipe —fuese lo que fuese por su aspecto
hipócrita de limpia, y su interior desaseo recuerda una mujer vestida
de seda y con los bajos sucios…
En Buenos Aires la limpieza pública se verifica escrupulosamente,
como en las capitales más adelantadas de Europa. Hay un verdadero
ejército de limpiadores que día y noche, a toda hora recorren la ciudad
munidos de un carro de hierro, en el que arrojan a grandes paladas los
detritus y bostas que encuentran en ella, de modo que el transeúnte
atraviesa bulevares serenamente, sin cuidarse del pavimento, en la
seguridad de que sus botines no tendrán que habérselas con uno de
esos tortazos de oso, tan ajenas a los escrúpulos higiénicos de nuestros
municipales, que se encuentran a cada paso en las calles más céntricas
de Montevideo, la tacita de plata, la perla maravillosa, el Edén de
América del Sur, donde hasta los microbios tienen que ser celestiales…
como lo son todas las cosas del país.
De mañana a las 8, de tarde a las 2 y a distintas horas de la noche, se
lavan todas las calles de la ciudad vecina utilizando para ello un sistema
de caños de goma elástica llamados hidrantes, de gran volumen, que
arrojan una masa de agua colosal, con una fuerza mecánica, que hace
que el riego penetre fácilmente a través de las fosas del pavimento.
En cada cuadra hay tres llaves hidráulicas y en ellas son tornillados
los hidrantes cuyo manejo precisa cinco individuos perfectamente
diestros en la tarea.
Acto continuo comienza el cepillaje que lo efectúan con maravillosa
disciplina algunos cientos de personas, después de lo cual aparece
la calle brillante de limpidez, inmaculada, con aire de juventud,
aristocrática, semejando un salón hermoso, cuya alfombra es el asfalto
de terciopelo, lustroso de galantería que invita a la danza y al ejercicio.
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CXIII Hago saber que los médicos son enemigos afectuosos de los veterinarios.
Atribuyo este odio a un sentimiento de rivalidad. Las funciones de ambos se confunden:
es un caso fatal de escalafón.
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Teodoro Reissig, abuelo del poeta
Psicología de los uruguayos
Caracteres emocionales
Rangos y Niveles. Caracteres emocionales. Intelectualidad.
Cultura. Idiosincrasia Social. Temperamento. Hábitos.
Civilización. Estética.
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CXIV Hago notar que el olivo no produce en nuestro país. Bien se echa de ver que la
aceituna es amarga.
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Manuscrito correspondiente al capítulo «Agregaciones sobre el pudor»
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Dos de las listas terminológicas que elaboraba Herrera como parte de su trabajo de es-
critura. En la que está en la pagina siguiente, por ejemplo, se acumulan adjetivos es-
drújulos con acento en la a
Tratado de la Imbecilidad del País
CXV Se observa que los burgueses ultramarinos, al poco tiempo de residir en el país
se hacen infinitamente más burgueses que los uruguayos. Aumentan prodigiosamente sus
órganos plomosos, de rutinas, prejuicios y complacencias. El ázoe se posesiona traicione-
ramente de ellos, y si tenían en su patria alguna tendencia progresista, la pierden a poco
de residir en nuestro país. Sus hijos heredan aumentado el bagaje oscuro de los neo-bur-
gueses.
206
Paralelo entre el hombre primitivo emocional
y los uruguayos. Semejanza de caracteres
Introducción
Como agregado social, los uruguayos poseen el convencimiento de
una superior valía. Relativamente al mundo psíquico, se consideran
en la etapa más hermosa del progreso intelectual. Prescíndese en este
momento de la idea de número y pretensión que tienen los uruguayos.
Que sean 50.000 o 900.000 en esta circunstancia, nada importa. Los
Aracucanos fueron veinte veces más que los cuatro mil charrúas, y ni
una vez siquiera más civilizados. Los chinos son millones, y día llegará
en que como los japoneses y los uruguayos se vestirán a la europea, sin
que por esto se deba decir que los chinos son europeos en su manera
de pensar.
El psicólogo ve una chirinada humana donde el autor de una guía
contempla una multitud. El Uruguay, hijo de veinte madres distintas,
criado por el ambiente salvaje que generó a los indígenas, que es
como si dijéramos criado por una nodriza charrúa, salido apenas de
la crisálida inmigratoria, y con el aturdimiento del lepidóptero que
ve la luz de repente, no es ni puede ser un grupo adelantado. Si se
le considera como un embrión colonial, estercolado por las limosnas
de Europa, es un plasma caótico, cuyos caracteres de una simplicidad
confusa pueden ser sus capullos de modificación en el decurso lógico
de la Vida. Una vez que el agregado crezca y se depure, el uruguayo
físico y moral tiene que adquirir lógicamente peculiaridades ventajosas,
si es que como me temo, las condiciones ambientes no determinan
un salto atrás más bien que un adelanto, por motivos expuestos en
capítulos anteriores.
El grupo de los uruguayos me resulta una cosa que no está formada,
algo primitivo que corresponde a la primera etapa de la evolución
sociológica, cuyas unidades físicamente ordinarias parecen apósitos
nerviosos elementales, donde no se concibe integración de ideas,
complejidad de agregados intelectuales, y por lo mismo apropiaciones
psíquicas compuestas.
Haciendo síntesis: el uruguayo interno es una acción refleja. No
hay que ver en los uruguayos de raza blanca a los griegos, como dijo el
doctor Soca, sino la sociedad primitiva, cuyos aluviones están húmedos
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CXVI Spencer.
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Uno de los folios manuscritos de «Parentesco del hombre con el suelo»
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CXVII Hechos tan primitivos como los mencionados nos recuerdan algunos espeluz-
nantes, que cita Spencer, los que ocurren en varias tribus indígenas. Por ejemplo, entre
los haidahs de los Estados del Pacífico, el brujo inspirado se abalanza sobre la persona y
le arranca de donde puede uno o dos bocados de carne. Entre los nutras, el hechicero y
los fanáticos se ceban en los cadáveres. En Oceanía, las mujeres se arrancan los cabellos
y los ofrecen a sus dioses en sufragio por el muerto. En África, a la muerte de un rey, las
mujeres se desesperan gritando, corren, sollozan y se entregan a grandes abstinencias.
Los indígenas del Brasil, mucho tiempo después de un fallecimiento, concurren en pere-
grinación al lugar en que falleció el héroe. Los vivos en otros puntos se comen, cuando se
trata de un héroe, una parte del muerto, en la creencia de que por este medio se apropian
las cualidades que le adornaron en su paso por la tierra. Creen asimismo que se le honra
con este acto.
El ayuno, las lamentaciones, las abstenciones carnales, y las alabanzas a grandes gritos de
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las mujeres constituye un rito funerario entre los salvajes, cuando ocurre la muerte de un
cacique.
El hecho de que se haya ideado la muerte del caballo en que montaba el vencedor de Tres
Árboles, nos recuerda el sacrificio de camellos y toros pertenecientes a un héroe entre los
beduinos, inmediatamente de ocurrido el fallecimiento. Palgrave nos refiere varios de
estos hechos supersticiosos.
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Detalle de la última foto de Herrera y Reissig - 1910
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CXIX Spencer.
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CXX Existe en nuestro país la bárbara costumbre de degollar a los prisioneros y a los
heridos. En lo más aciago de la retirada, se oye un grito pavoroso, que vuelve de trapo las
piernas de los fugitivos: vienen degollando. Y la horda salvaje, viniendo aprisa, atraída
por el olor de la sangre, sienta sus caballos junto a los infelices, desmonta, saca el facón
y degüella. En medio del espanto de la carnicería, se oyen trágicamente las súplicas do-
lorosas de los infelices, que imploran por sus madres y sus esposas la salvación de la vida.
Impávidos, los asesinos responden con chufletas repugnantes, en medio de una sonrisa
picarona que da horror.
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en que vive, está incapacitado para ello, puesto que como sólo sabe
que la posesión lleva consigo satisfacción, y esto lo adquiere por la
experiencia, si falta ésta, porque las condiciones no lo consienten,
el sentimiento de la propiedad individual no puede nacer. Puede
afirmarse, en sentido general, que a la gran masa de nuestros campos
le falta lo que el sociólogo llama «experiencia de la propiedad»,
debido a las continuas guerras civiles que han asolado en todo tiempo
nuestra campaña, violando las propiedades, despojando de éstas a
los individuos; pasándolas a poder de los vencedores, dividiéndolas a
capricho etc. etc., lo cual ha impedido el arraigue consciente de ese
placer civilizado que acompaña a la posesión. Además, hay que tener
en cuenta, para explicar la esencia de facultad adquisitiva de nuestros
hombres, que la vida industrial del país, es la más tosca y primitiva de
cuantas existen; me refiero al pastoreo, ocupación salvaje, que marca
apenas la primera etapa de la evolución, y de la cual no puede nacer el
sentimiento de la propiedad. Para satisfacer sus necesidades bastaba a
nuestra gente rural aumentar sus ganados mediante la procreación, y
esta suma facilidad con que obtienen el alimento y los demás recursos
de la existencia, impide el desarrollo de la reflexión y el apego a lo que
se ha adquirido.
Basta esto para explicar la carencia del instinto de acumulación que
se nota en nuestros hombres de campo, los cuales en determinadas
circunstancias se desprenden de una estancia, con la misma facilidad
con que sacrifican la Vida de una vaquillona. Da una idea de este
rudimentarismo de nuestro carácter el concepto que la propiedad
mereció a Rivera, el más ilustre y valiente de nuestros caudillos. En
ocasión en que algunos de sus numerosos compadres o partidarios,
por alguna contingencia, se hallaban apurados de dinero, decíales el
general, con un aire de naturalidad que encantaba: «no te aflijas, che,
andate al campo de mi Compadre fulano, y sacale 500 vacas; hacé que
te acompañe el pardo zutano y ocho milicos.»
Esto, aunque en otra forma, ocurre a menudo en nuestro
país, cuando alza el poncho algún Aparicio, gritando: «¡Muera el
Gobierno!»
El sentimiento de la propiedad no puede existir en nuestro país
en tanto la ganadería sea la principal ocupación de sus habitantes.
Esta industria salvaje, padre de la pereza, del abandono, de la guerra,
del vicio y de la imbecilidad, es tan contraria como nuestro clima al
desarrollo de la facultad adquisitiva de los uruguayos. Se comprenderá
pues, que la magnanimidad de los uruguayos y su natural desprecio
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manifiestan una ternura incomparable para con sus hijos desde que
éstos nacen. Ellas se vuelven, desde que se casan, todo sacrificio para
el esposo y la descendencia. Los padres son al par modelos de cariño,
y ayudan a las madres en los quehaceres domésticos, moviendo la
cuna del niño para que éste duerma, colocándole la bolsita en
ciertas circunstancias, le peinan, y lo sacan a paseo llenos de orgullo,
chorreando almíbar del labio inferior, enternecidos de su azucarada
paternidad. Esto no tendría nada de particular, y probaría en todo
caso que desde el punto de vista del instinto parental, los uruguayos
se hallan muy por encima del salvaje. Pero por desgracia, sucede,
mejor dicho contrasta con el exceso de maternidad, que el afecto
por los hijos no es real sino cuando las mujeres a vista de todo el
mundo pueden tener el hijo, es decir, cuando son casadas. Se da con
frecuencia el hecho de que las mujeres no casadas, apenas tienen el
hijo lo ahogan en sus brazos, o bien lo dividen en pedazos con un
hacha, arrojándolo al carro municipal envuelto cuidadosamente, y
por último hasta lo llevan a la orilla del mar a hora que nadie pueda
descubrirlas.
Esto probaría que el instinto de maternidad, el que más contribuye
a la «conservación» de la especie, no se despierte en nuestras
mujeres sino a condición de una partida legal de matrimonio, sin
la cual, ellas no reconocen por hijos al ser que durante nueve meses
han llevado en las entrañas, y obtenido al precio de óptimas delicias.
Sea porque en ellas pueden más los convencionalismos de la vanidad
y los escrúpulos del falso honor que el afecto de la madre, sea que
en realidad, no siendo casadas, miran al recién nacido como a un
extraño animal de caza condenado al suplicio por la naturaleza, es
el caso que tamaña anomalía coloca a los uruguayos al nivel de las
australianas.
Toda irregularidad en los afectos revela, según Spencer, una faz
primitiva del colectivismo. Eso de que las madres no casadas maten
a sus hijos, o los arrojen brutalmente en el torno, es un extraño
fenómeno que caracteriza un modo de ser del instinto paternal en
nuestras buenas mujeres. Nada contrario prueba que las madres
autorizadas por la ley sean excelentes, desde que en los pueblos
salvajes «el sacrificio es tan grande o más si cabe que en los pueblos
civilizados», lo que no quita que se produzcan irregularidades tan
monstruosas como aquella de que los fueguenses, que son muy cariñosos
con los niños, los vendan no obstante a los patagones. Del mismo
modo, los naturales de Nueva Guinea profesan un intenso amor
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CXXI Spencer.
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Lucrecias; una Sofías de la Edad Media, las mujeres fuertes del poema
bíblico, las inexpugnables amazonas blancas del mito escandinavo,
sino simplemente unas continuadoras atávicas, unos eslabones
orgánicos de costumbres seculares, unos arbustos de trivialidad cuyos
frutos están al alcance de cualquier bimano masculino que se fije en
ellos.
La frialdad de su temperamento, generada por el medio físico y
orgánico, es cómplice natural de esa pseudo virtud mística transmitida
por herencia de que están orgullosos sus cándidos admiradores. Y
debe ser el clima y los alimentos, lógicamente, lo que las escuda de que
la novela o el drama celebre sus torceduras, el clima que ha dado a las
aborígenes de América esa inercia constitucional y esa destemplanza
en el sexo a que hace alusión Spencer cuando habla de los impulsos.
Si se tratase de la sociedad futura, cuando la mujer haya de elegir
esperar sin más interés que el propio amor y la felicidad deseada, una
consecuencia como la que nuestras montevideanas observan respecto
al marido, fuera digna de homéricos ditirambos, de laudatorias
fantásticas, y no tendría más explicación que el carácter elevado de una
idiosincrasia emocional, de una especialización hermosa en el alma
del bello sexo uruguayo. Pero dentro de la sociedad imperfecta en que
se agita actualmente el hombre, donde la unión sexual es sólo interés
e instinto vaciados dentro de una mediana simpatía, la fidelidad de las
esposas uruguayas no significa otra cosa que vulgarismo heredado y
falta de temperamento.CXXII85
Tal es así, que nuestras mujeres son algo así como parodias vivas
de su sexo, símbolos humanos que representan la estabilidad de las
rutinas, incapaces de sentir en su naturaleza la garra de fuego de las
pasiones, que no creen en la realidad de las Manon, las Julias, las
Teodolindas, las Elisas, las Adelaidas, etc., y refiriéndose, con escéptica
risilla, a las representaciones que en sus obras nos hacen los psicólogos
y los dramaturgos, exclaman: «¡Cosas de los libros!».
Con ese mismo aire de perfección que muestran los niños precoces
cuando se niegan a creer en alguna historieta de gigantes, ellas
responden a quien les habla de los acontecimientos galantes que
ocurren en Europa: «Los inventan los escritores para ganar dinero.»
CXXII El modo de ser de piedra de las mujeres da lugar a un ecuador muy caprichoso
en nuestro mundo femenino. Se conoce a las galantes por las que pegan al frito, y a las que
no lo son, por las de coño duro; a esto se debe que, en el concepto general, las amantes son
prostitutas (pegadoras).
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reserva corta, que ese recato de vergüenza llamado pudor honesto por
los españoles y por los devotos de la casta Clarisa.86
En virtud de una transmisión genética, las mujeres vulgares
conservan importantísimamente ese rasgo primitivo, ese velo
huraño que las vírgenes villanas ostentan con orgullo, como una
reliquia honrosa de los patriarcas de familia. Este sentimiento en
las uruguayas asume, como en las salvajes, un carácter de defensa
fieramente espantada, de aislamiento arisco, de fortificación guerrera,
de punzadora venenosa, de instinto zahareño, que repele toda
insinuación galante, colocando un biombo de distancia entre el varón
y la hembra.
Este sentimiento, que es un antídoto deplorable contra la vocación
por la aventura, sueño de Oriente contra toda determinación atrevida
por parte de las mujeres, se encuentra debilitado, y tenderá a
desaparecer en los grandes centros de la cultura, como ser en París,
Londres, Viena, y otras ciudades, conservándose fieramente en los
grupos parasitarios, donde la fuerza vital de la originalidad no ejerce
su contrapeso respecto de la herencia.
Maravilla el pudor de nuestras mujeres, pudiendo ser comparado
al de las jóvenes boschimanas y al de las sumatrienses, y al las fuegias.
Las uruguayas se vanaglorian de ese pudor, sin el cual las mujeres
fueran, en su concepto, baratijas miserables, ludibrio de la honra,
muebles de serrallo. Ellos ignoran que esta esquivez es una polvorosa
idea de los tiempos bárbaros que ha tomado carácter de sentimiento
incorporándose a la vida emocional por la fuerza de la costumbre. Un
pudor tan acentuado es a las claras un atavismo de los más oscuros,
hallándose a los 90 grados de la ridiculez sobre el polo de la estulticia.
Fatigaría al lector con la narración de hechos, a cual más cómico,
referentes a ese convencimiento inveterado que los orientales tienen
de la inmunidad sacrosanta del pudor, y de que este sentimiento es un
timbre innato de virtud en la naturaleza de toda mujer bien élevé.
Un amigo se expresaba así hablando de su pretendida: «Si cuando
yo le exigí el primer beso, ella hubiese accedido, yo le hubiera tomado
asco. Ella tardó tres años en dejarse acariciar, y aún así derramó muchas
lágrimas, sin lo cual yo hubiese perdido la ilusión.» Otro: «nunca
consintió en que yo le tomase la mano, y se hubiese guardado bien de
usar el escote más discreto. Mi delicadeza se hubiese resentido de tal
modo, que la hubiese abandonado.» Otro: «cuando yo, para probar
su honor, le exigí un anticipo, por medio de una carta adelantándole
que en caso de no cederme la abandonaría, ella guardó lecho durante
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piropos con bofetadas y palos. Recién pasados los tres días se apaciguó
algún tanto, y aderezó la comida de su futuro.»
Esta esquivez de la mujer salvaje es semejante al pudor de las
uruguayas. Según Spencer, no tiene otro objeto que crear reputación;
lo que en tal caso constituye una estrategia de los afectos, ridícula y
supersticiosa, pero que a los buenos montevideanos tiene el honor de
parecer un timbre de divinidad.
Tal pudor, que denota una resistencia a la compañía, y un obstáculo
a la cooperación social, aparece en las razas inferiores en toda su
bárbara plenitud y por lo tanto, no se extrañarán que los uruguayos,
cuyos rasgos emocionales son todos primitivos, lo glorifiquen
orientándolo a la derecha del escudo de su hipocresía.
Existen en el país diversas manifestaciones de esta esquivez, a cuál
más afectada. En la sociedad rural, sobre todo, donde este sentimiento
hipertrofiado vive salvajemente, la resistencia bajo el disfraz de
múltiples ceremoniales caballerea a sus anchas, dándose el caso de que
los matrimonios en nuestra campaña revisten un carácter insensato de
artificiosidad salvaje, que recuerda las uniones de los araucanos y los
sumatrenses.
Se trata de un velorio de personas vivas, o de un espionaje de
castidad, que sucede inmediatamente al acto de la ceremonia durante
una noche entera. Los novios vuelven de la Iglesia o el Juzgado a casa
de la familia de la desposada, ostentando una gravedad fúnebre.
Luego de recibir las felicitaciones de la concurrencia, se ocupan
dos asientos en un ángulo de la pieza. A su alrededor se sitúan las
personas más allegadas, con el oído atento a lo que hablan los novios,
significando con esta actitud la protección a los recién casados de
hablar pecaminosamente de actos sexuales, durante esa noche de
misteriosa capilla en que el prejuicio debe guardar abstinencia, y la
virginidad despedirse con largas cavilaciones de los azahares silvestres.
Por lo común si no se baila esa noche, por ausencia de acordeonistas,
un susurro de monstruoso aquelarre, de brujas del Hartz, vibra
quiméricamente en la alcoba. Los novios, vigilados, permanecen en
silencio, bajo el auspicio espectral de algunos candiles moribundos
que dibujan en la pared largas momias de sombra, y de cursivas pupilas
enigmáticas que agujerean como búhos cabalísticos la carne muerta
de la infeliz paisana. Es lúgubre el espectáculo. Entre tanto, los padres
sollozan, y los parientes ostentan en la inmovilidad de su fisonomía la
honda preocupación del estanque.
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CXXIII Hago notar que los bonaerenses aprecian a los uruguayos y tratan de favore-
cerlos en cuanto pueden. Hay en ese país cerca de 50.000. Los montevideanos detestan
a los extranjeros, odian en particular a los bonaerenses, a quienes tienen por rivales y no
pierden la ocasión de hablar mal de ellos.
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pulmones, nadando a la manera del ser humano por encima del agua.
Las anomalías que a este respecto se notan, contrarias a los uruguayos,
son muy considerables, y por lo tanto merecen un capítulo especial.
Si examinamos la influencia del individuo respecto de la sociedad
nos hallaremos que, en Buenos Aires, sea por el mayor número de
las unidades, o porque son psíquicamente superiores, los hombres
ejercen una influencia más honda sobre la masa que la que en su
centro determinan los montevideanos.
Esto no tendría nada de notable si la confluencia en ambas partes
guardase una proporción de equivalencia. Pero se da el caso de que
el influjo individual es nulo en Montevideo. La sociedad uruguaya es
una masa de témpanos inconmovibles. Las acciones y reacciones entre
los miembros, de que nos habla Spencer, se circunscriben a la política,
pues en otros círculos de emociones el individuo desaparece en el
nivel monótono de una fría regularidad.
Mientras en Buenos Aires fructifican los talentos, se desarrollan
las actividades, lucen las aficiones, se aprovechan los esfuerzos,
se imprimen todos los ecos del espíritu, las radiaciones emotivas
se distienden para el bien común, y la acción individual vibra en el
colectivismo modificando las estructuras, en Montevideo, por el
contrario, el hombre en sí no es nada, todo se asfixia, todo sucumbe,
nada se oye, todo desaparece en un vértigo de apática imbecilidad,
de trivialismo rústico; las originalidades se aplastan, los caracteres
se malogran; lo multiforme, lo diverso, lo idiosincrásico, se entierra
silenciosamente en el tembladeral común; una sola línea, un solo tono,
un solo sabor, una sola voz llena el circuito de cuatro leguas poblado
por 25.000 catalépticos. Toda la población es un monótono Mar
Muerto, cuyas olas blancas y coloradas piden famélicas un mendrugo
en la política para devorarlo hasta la muerte.
Por eso nadie hace carrera en nuestro país sino a condición de
chapotear en el partidarismo y adorar las momias atávicas. Quien se
distinga de los caucásicos salvajes y aspire a la gloria de una posición
intelectual, tiene que disponer de medios para trasladarse a Europa.
De otro modo, le conviene irse a Buenos Aires, donde hallará estímulos
para el trabajo y espíritus sensitivos en que se impriman las ondas de
sus emociones.
He afirmado, y con razón, que es una monstruosa anomalía lo
que ocurre en nuestro país respecto a la influencia recíproca entre la
sociedad y sus unidades, y si se compara dicha influencia en ambas
márgenes del Plata. Consecuencia de esto, es otra anomalía no menos
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Psicofisiología de los uruguayos.
Continuación de los caracteres
emocionales. Agregaciones
sobre El Pudor.
Sus distintos grados. El Pudor es el país. Delirio absurdo
de este sentimiento. Anomalías monstruosas. Faz antitética
del Pudor: reverso de este vicio. Sus relaciones con la moral,
la estética, el temperamento, las costumbres y la cultura.
Hipocresía que determina en hombres y mujeres. La cachondez
como oposición a la frialdad. Vulgarismo en los afectos.109
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Pudor periodístico
Se sabe que a ciertas representaciones, comunes en Europa,
no asiste por pudor la sociedad montevideana. Cuando Zazá,112 El
Bien,113 diario católico, amenazó a las señoritas que tuvieren la poca
delicadeza de asistir al drama con publicar sus nombres al siguiente
día, exponiendo a la execración del público el ignominioso pecado de
las rebeldes. Era de suponer que el fondo del castigo fuese, en realidad,
que excomulgadas por El Bien, las señoritas perdieran por lo menos
99% de probabilidad de encontrar un novio religioso. Palpitaba, en la
sombra de la tinta con que fue impreso dicho auto, el dedo terrible de
Fouquier-Tinville.
Últimamente, cuando Iris,114 se repitieron dichas amenazas. El
mismo diario se ocupó, en extensos editoriales, de la inmoralidad de
la obra, empleando en sus apreciaciones términos subidos. Parecía dar
a entender que los uruguayos son capaces de dar una lección a Europa
en materia de gusto y de placer estético. Muchas familias se abstuvieron
de pecar, porque creían ofendían con esa obra la susceptibilidad
pundonorosa de sus virtudes astringentes. Un diario, defendiendo
la obra, dijo que Iris se hallaba por encima de Manon, La Dama de
las Camelias, Rigoletto y Bohème�,115 debido al mayor encubrimiento
de las escenas corruptivas y al perfume virginal que se escapa de la
protagonista, la que, como se sabe, prefiere las mordeduras de los
gusanos a los zarpazos de la deshonra. Este argumento pareció,
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estrellas del chic, con un candombe de guitarra, con una risilla ultrajante
de moralista, con una sorna canallesca. «Mujeres de tal jaez…», decía
el bárbaro en uno de los pasajes. ¡Sauvage Americain!
No faltan sin embargo las excepciones. La impulsividad puede
más que el pudor, ya lo hemos dicho, y es prueba de nuestro aserto
lo que aconteció con motivo de unas denuncias [[…nal]] referentes
a castigos aplicados en los cuarteles. El Día117 d[[…]] publicación
purpurina, por odio político, en un ataque de impulsividad fulminante
al que denunciaba, salió en defensa de los jefes acusados, explicando
las causas por las cuales sufrieron los delincuentes, los rigores de la
disciplina.
Orgullo de naturalidad, con aire de absoluta candidez, de no saber
qué [es] lo que hace, dicho diario (sin cuidarse en absoluto de velar
los hechos, y con prescindencia del pudor de los lectores) daba cuenta
de toda una pornografía de género masculino, en la que intervinieron
los cazadores del batallón N.o 4. Se hablaba de concúbitos en las tuberías
bajo el túnel, de ofrecimientos a domicilio, de becerradas nocturnas, de
enfermedades posteriores, en un lenguaje zafio, soez, de relator de
prostíbulo. Fue tan agudo el ataque de impulsividad que El Día no
pensó siquiera en los propios intereses, en que las familias [pudiesen]
escandalizarse, y al efecto de coser la boca al periódico nacionalista,
hizo una descripción que hubiera escandalizado a Zola.
El pudoroso El Día se bajó los pantalones en plena calle. ¡Trogloditas
púdicos!118
Pudor asociacionista
Los clubs y distintas agrupaciones del país [[…]] intervienen con
frecuencia en la vida privada de los asociados. A continuación van dos
ejemplos:
Florencio Sánchez, perteneciente a un círculo social de la Colonia,
paseaba un día con una amante por las pastosas calles de aquel [sitio]
histórico. En posesión del hecho, la Directiva del Club llamó al
imprudente para someterlo a juicio.
Apenas hubo entrado Florencio, señalósele con gravedad una silla,
y los jueces, poniéndose a distancia, dieron principio al interrogatorio.
Sánchez, ignorando hasta entonces lo que significaba aquella
ceremonia, se apercibió por fin de lo que acontecía; tomó el sombrero,
y esquivando toda respuesta, abandonó sonriente el banquillo de los
acusados.
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Carta de invitación a colaboradores para el segundo tomo de La Revista. Herrera escribió
parte de este Tratado... en el reverso de estas hojas
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Hojas cortadas de un documento de la Comisión Especial encargada del proyecto para la
construcción del Puerto de Montevideo. Su reverso fue otra de las superficies que empleó un
Herrera escaso de papel
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Pudor anti-estético
Es notoria la acritud que se tiene al naturalismo en la literatura,
como en las artes plásticas. El gusto almibarado y la crítica pudorosa
execran hasta el fanatismo los libros en que palpita la desnudez,
aunque tengan éstos un mérito subido. Se prefieren los mamarrachos
de biblioteca, sahumados con el perfume virginal de la Edad Media,
a los manjares modernos de los sibaritas de la sensualidad; los
enternecimientos de sacristía, a las visiones pecadoras del misticismo
baudeleriano; las perfecciones áureas de la inverosimilitud romántica,
a los modelos palpitantes de la forma antigua. Se prefiere Lamartine
a Marcel Prevost,120 Jorge Onet a Paul Adam, José Zorrilla a Richepin,
Etchegaray a Suderman, Campoamor a Sardou, Alejandro Dumas a
Flaubert. Desde que Mauricio Zabala fundó Montevideo, la obra
que más representaciones [[…]] belleza no vale para los uruguayos
serios [[…]] moralidad. Horroriza el humo de las orgías, el benjuí de
los gabinetes secretos, la encrucijada de las citas, los misterios de la
enagua.
La notable Zazá se representó sin el primer acto, arreglada por
Samuel Blixen, para el pudor del país. La amputación de la obra es lo
de menos cuando se trata del gusto del público, ya que nada se tiene
en cuenta la tesis y el resultado del acontecimiento.
Cuando se desliza en la escena algún pasaje de dudosa moralidad,
las señoras se ponen a discurrir sobre temas indiferentes. Miran
con aire de discreción para la platea o el cielorraso, haciéndose las
desentendidas. Por más brillante que una artista sea, si no se conserva
pura, la sociedad de Montevideo la mira con desdén, y el público
indignado le niega sus favores.
Algunas actrices sobresalientes que han trabajado en el Solís,121
la Della Guardia122 por ejemplo, se han ido decepcionadas, con la
impresión de que esta gente si no es salvaje, lo anda cerca.
Y todo porque la distinguida actriz desagradó con sus blasones de
amante (siendo casada) al pudoroso público uruguayo, y cometió,
en concepto de éste, una inmoralidad, representando las obras
naturalistas de los grandes dramaturgos. No faltó periódico que
opinase en el país del agravio a las condiciones de la artista, tildándola
de mediocridad con fama. En cambio la Guerrero, por ser esposa con
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hombres las sigan. ¡Encógete, inclina la frente, baja los ojos; dame el
brazo; de esta manera no se te conoce tanto!»
––
Pudor ingenuo
Abundan en Montevideo las demi-vierges. Merecen este calificativo la
mitad, por lo menos, de las señoritas. Por un convencionalismo de los
más ridículos, se dejan tocar y retocar sin que por ello cedan. Su fiebre
alterna entre los 39 y 40 grados, sin que llegue a los soñados 41, que es
cuando sobreviene el delirio delicioso y la paciente ignora lo que se
hace. Consideran ingenuamente nuestras demi-vierges, hijas de María,
que lo único que les arrebata la diadema sacra de la castidad es el acto
de la posesión. Otra de las razones de la purísima es que se la juzga
una virtud aristocrática. ¡Qué paradoja indígena! Se finge ignorar
la conducta de las grandes mujeres de París, de la nobleza pecadora
de Saint Germain. Una señora no cede porque cree con eso dejar de
ser señora. Las mujeres del pueblo, que tienen mucho orgullo, por
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Julio Herrera y Reissig
Pudor temeroso
Otra de las razones porque no ceden las señoritas, es el pánico del
qué dirán. Un pánico tan intenso acoquina sus deseos. Hace que las
palomas del divino cazador se duerman en sus nidos, trémulas de
miedo. Temen perder su cetro de representación, las demi-vierges,
entregando la otra mitad a sus pletóricos galanteadores.
Pudor gazmoño
Algunos jóvenes que, aunque reconocen el estilo magistral de
Pierre Louis y otros autores sensualistas, declaran que no les gusta el
género, son enviados a la campaña por prescripción facultativa, al poco
tiempo de su matrimonio, a consecuencia, como se comprende, de los
excesos del tálamo. Dichos jóvenes, aunque se conservan sobrios en el
hablar y poco dados a transigir, se empinan el tálamo hasta las heces.
Las señoras uruguayas, aunque tengan catorce hijos, gustan del
estilo romántico, y exclaman ante la obra de un sensualista, con
gesto de asco: «¡Qué chanchos!». Por lo común son lacrimosas,
sentimentales, gustan de Lamartine y de Dumas. Su moralidad se
deleita en esas obras. Se enternecen cuando leen estos autores.
Cuando se publicó Sueño de Oriente,123 hombres y mujeres babeaban
escandalizados. El pudor de unos y otras se revolvía con espanto en
una epilepsia de maldiciones y sonrojos. Esto no quita que, por lo
bajo, todos se regocijaron, y buscaron ávidamente la clave del libro.
Durante días y días, indagaron con gran secreto acerca de la heroína y
de su esposo. En todo lo cual ostentaban una risilla canalla que parecía
decir: «¡Nos gusta!» Un ex redactor de un diario católico, casado y con
hijos, que se distingue por su exaltación pudorosa, se ofreció a una
artista como amante oficial, exponiendo que se había hecho cargo
de un puesto importantísimo, y que esto lo ponía en condiciones de
responder a su compromiso. Agregó que era soltero, y poco después
enviole una carga de dulces de El Telégrafo, como para que la señora
se diese cuenta de su elevada posición. No hemos podido averiguar el
resultado de la golosina.
Se advierte que muchas personas morales, entre quienes se
notan excelentes maridos, tienen por amantes a las capatazas de los
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Tratado de la Imbecilidad del País
prostíbulos. Es lógico: les gusta variar. Por regla general, los amantes
oficiales de las mujeres más frescas de Santa Teresa124 son diputados.
Éstos tienen derecho a estar con ellas dos noches a la semana,
y los domingos por la tarde a la siesta. Los jóvenes distinguidos
tienen también por amantes a las teresinas; las dejan para casarse
ofreciéndoles, al despedirse, una comida romántica.
Contrasta con el lenguaje bajo que usan los uruguayos por calles y
plazas, con sus agresiones a mano a la virginidad de las mujeres, y con
la calumnia de que las hacen objeto en sus conversaciones, la olímpica
indignación que muestran por un término violento en una polémica,
por un giro pornográfico. El terror de ellos es que esas palabras sean
leídas por sus mujeres, por sus novias, por sus hermanas.125 Tales
expresiones, dichas en público y envueltas por lo común en oropeles
de retórica, afectan en su concepto la integridad de sus mujeres.
Temen celosamente que estas cosas provoquen en las puras ardores
lúbricos, y puedan las Santas Cecilias pecar con el pensamiento. ¡Qué
sensualidad tan refinada la de estos creófagos enmascarados!
Se observa a pesar de todo que nuestras mujeres son menos
moralistas que los hombres. Se ve que Nietzsche tiene razón cuando
asegura que la mujer es más natural que el hombre.
Se debe saber que algunas uruguayas no se disgustaron de El Sueño
de Oriente. Mientras los hombres se enfurecían, ellas, en secreto,
enviaban por el libro a un mensajero de confianza. Casi no faltó una
que no leyese el divino sueño a horas en que el esposo no las veía.
¡Ojo maridos!
Varios señores aconsejaron a una casada que no leyera tal obra por
ser un libro monstruoso. Ella no hizo caso; y por el contrario, se nos
afirma que lo halló del todo bien.
¡Un aplauso a la señora!
¡Mis felicitaciones a Roberto!
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Julio Herrera y Reissig
Distintos casos
Dos hijas naturales eran mal recibidas en los salones. Cuando hacían
su presentación, las mujeres las evitaban, riendo estrepitosamente.
Una señorita reprochaba a otra que se metiera desnuda en la
bañadera; la pudorosa tiene la costumbre de coleccionar estampillas
obscenas. Muchas personas de la buena sociedad sacan niñas del
expósito de 10 a 12 años para traficar con ellas. Las ofrecen a sus
íntimos por dinero. Esto da lugar a que en el asilo tomen muchas
precauciones para ceder una niña; los varones se entregan más
fácilmente, sin requisitos complicados.
Una señorita dejó de saludar a una amiga porque ésta se acercaba
demasiado a su novio cuando hablaba con él en el teatro. Se debe
saber que toda la familia de esta pudorosa escandalizada la ha corrido
famosamente. Una envió dos hijas al expósito; la otra no era ajena a los
alquileres ambulantes. A propósito, se nota que muchas señoritas muy
devotas juegan a las escondidas por dinero en las amuebladas, con
personas ya provectas. Algunas señoritas tienen un perrito cachondo
aleccionado de marido para todas ellas. Se turnan el perrito. De ese
modo transigen con el mimoso.
Se debe saber que algunas señoritas de Montevideo que no
asistieron a la representación de Iris en Solís, se embarcaron poco
después para Buenos Aires con el objeto de ver en esa ciudad la
impudicia de Mascagni. Las familias que tuvieron rubor de asistir a Iris
en Montevideo, no tienen inconveniente de realzar con su presencia
el éxito de algunas zarzuelas españolas de chiste desnudo y grueso, en
que abundan las alusiones a los distintos alvéolos del organismo. La
obra predilecta de las montevideanas es La Trilla. He aquí un pasaje:
«Después de la rodada del patrón le enjarreté la untura en la vena que
se le ablandaba, y ahora está tan dura que nuestro amo sirve hasta para
el amor: ¿Qué les parece a todos mi ungüento? ¡Véale Vd. ahora la
vena al patrón!»
Al oír esto, los solteros aplauden locamente; se pide el bis en medio
de una orgía de carcajadas. Los maridos guardan discretamente una
circunspección de censura, y escrutan con disimulo el rostro de sus
mujeres para notar el efecto. Las señoras y las señoritas se hacen las
que no advierten; un ligero rubor tiñe sus rostros; algunas se sonríen
mirando al suelo con un recato de mimosa coquetería. Otras, con
disimulo práctico, se dirigen seriamente en actitud normal a sus
compañeras.
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***
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***
Pudor antifilial
Una señora pudorosa, enemiga acerba del escándalo, dejó que
naciera su hijo sin que ella le hubiese hecho ni siquiera una camisa.
La madame preguntóle con extrañeza si hubo estado imposibilitada
durante el tiempo del embarazo. Y ella respondió, muy sorprendida
de que se le hiciera tal pregunta: «¿Cómo quiere Vd.. que yo le abra los
ojos a mis hijos?» Debe saber el lector que la más nena de las hijas no
pasa de 20 años.
Pudor sucio
Se sabe que nuestras mujeres se descuidan el cuerpo, debido
más que todo a un escrúpulo de pudor. Si no se lavan ciertas partes
con la prolijidad necesaria es porque lo consideran un pecado.
Pueden, mientras dura el lavaje, tener un mal pensamiento. No usan
irrigadores ni otros aparatos de limpieza por miedo a la fractura de
la virginidad, esa aureola matrimonial que representa para ellas el
precio de su liberación. Muy al contrario, creen ingenuamente que la
antisepsia prolija y el lavado interior son impropios de una señorita;
290
Julio Herrera y Reissig
y no tienen más uso que en las locas, como dicen ellas. Las señoras
no se lavan al acostarse, porque en su concepto es un impudor cuidar
excesivamente de la flor maldita de Satanás. Todo está en tener limpia
la conciencia y en lavarse el alma en los confesionarios cada siete días.
Respecto a las señoritas, el perfume virginal impide que se perciban los
olores desagradables. Este deprecio por la carne, nacido en el pesebre
de Bethleem, conserva toda su integridad en nuestra gente pudorosa.
Consecuente con este mito, se confunden las defecaciones con los
sublimes efectos genitales, debido a la mínima distancia que existe
entre los alvéolos. En las casas, todos se ocuparán de los salones y piezas
de recibo, pero nadie repara en la letrina. Es un impudor ocuparse
del lujo higiénico de los comunes.129 Éstos, que nada saben de water
closet,130 cañerías, baños, bidets, jabón y toalla, son unas cuevas de dos
metros de largo, por medio de anchura, en las cuales el protagonista
navega en un océano de bacterias, nada en una Venecia inmunda, y
sale luego medio asfixiado por el pudor que allí se respira.CXXVI Estos
templetes de promiscuidad cular, levantados por la pureza necia
de nuestra gente, tienen una ubicación muy racional, razonable y
orgánica pues, como se sabe, distan apenas dos metros de la cocina.131
La falta de cámaras higiénicas y cuartos de baño en los domicilios de
Montevideo no simboliza otra cosa que un exceso de escrúpulos de
moral, la cual, severa como es, desprecia dignamente las funciones de
la materia. ¡Qué gesto de repulsión hubieran hecho los Petronios del
paganismo, los adoradores de su cuerpo, los perfumados varones de
Atenas, Roma y Alejandría, los poetas de los baños, ante la suciedad
salvaje de este pudor hispano indígena que fermenta en nuestros
uruguayos!
***
CXXVI
Contrastar estas letrinas con las de última moda de París en las cuales hay perfumadores y
bibliotecas.
291
Tratado de la Imbecilidad del País
Pudor zoológico
Una señora de mucho pudor a quien le regalaron varias gallinas
y un solo gallo, consecuente con su moral monógama, se propuso
celebrar el casamiento de dichas aves y para el efecto compró un gallo
CXXVII Tal confunden la inmundicia con la sensualidad, que se oye con frecuencia
decir a los uruguayos: «Una vez que se me entregó le tomé asco, perdí completamente la
ilusión». Efecto del olor a chivo, como diría Javier de Viana.
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CXXVIII Se dicen en cambio aludiendo los temperamentos fríos: tener sangre de pato,
cuando este animal es tan fogoso como el cerdo. Después del connubio el pato sufre un
desmayo violento una epilepsia lasciva. Y como no goza tanto como la paloma.
293
Tratado de la Imbecilidad del País
O de otro modo:
O bien,
Pudor jurídico
Unos doctores en jurisprudencia, entre los cuales hay jugadores,
tramposos y libertinos, se han presentado a un señor de mucha
autoridad rogándole que encabezara un petitorio dirigido al Tribunal,
con el objeto de que éste suspendiera en sus funciones a un abogado
pederasta; petición que se fundaría en el pudor de las leyes.
Pudor inhospitalario
Un joven se presentó en uno de los principales hoteles de
Montevideo, pidiendo alojamiento para una señora. Contestole el
dueño, con un gesto de disgusto, que en el hotel no se reciben señoras
que no se hagan acompañar de sus esposos. La señora se vio obligada
294
Julio Herrera y Reissig
Pudor municipal
Se sabe que por una reglamentación del Municipio, atentatoria
a la libertad, existe un radio para las prostitutas, cosa inicua que no
rige en ningún país. El comercio de las mujeres es tan considerable
como libérrimo. Esta costumbre se remonta a la época de los Papas
en Roma, cuando se creyó posible moralizar de un golpe la sociedad,
suprimiendo la prostitución. Este atentado prohibitivo se basa en que
es un impudor que la vecindad honrada tenga que sonrojarse a la vista
de esas pecadoras infames, que deberían esconder su vergüenza en las
tinieblas de un claustro. Habiéndosele preguntado a un miembro de
la Junta acerca de esa disposición czarina, éste se limitó a responder:
«¿No tiene Vd. hijas?»
Se debe saber, a esto, que no ha mucho se habló con entusiasmo
de un proyecto de la Municipalidad referente al ostracismo de las
prostitutas, convertidas, por otra gracia del Julio Verne administrativo,
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Tratado de la Imbecilidad del País
Pudor policial
Existe una disposición policial por la que se prohíbe
terminantemente salir a la calle, y ni siquiera asomar a la ventana,
mientras alumbre el sol, a las pupilas de Santa Teresa. Esta prohibición,
gemela casta de la municipal que hemos referido, se funda como
aquélla en las inmunidades que el pudor de las familias debe gozar.
Dicho pudor, a juicio de la Jefatura, debe ser garantido por los sables
y las multas, pues fuera escandaloso que la autoridad no velase por
la buena conservación de los perfumes virginales. Los guardianes del
orden tienen derecho a llevar presas a las buscadoras de marchantes,
como llaman los uruguayos a las prostitutas nocturnas que se lanzan de
paseo. Se advierte que para salir en libertad, las pecadoras tienen que
ceder a los empleados de policía, lo que se juzga más moral que andar
de paseo escandalizando cuando la gente ni las ve. También, no deja
de ser muy pudoroso que en las comisarías se ejerza clandestinamente
la prostitución. Por lo demás, se sabe que ésta no se permite fuera
del radio. No obstante, hay excepciones; los comisarios la permiten a
cambio de que la dueña los acaricie cuando hace frío una que otra vez,
o les agencie algunos budines, como dicen ellos.
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Pudor incrédulo
Si por casualidad un amigo hace a otro una confidencia de
género galante, el camarada parece no oírlo. Pocas horas después,
ha olvidado que tal confidencia le ha sido hecha. Su rostro expresa
una incredulidad de hielo. Los uruguayos, en fuerza de no tener
nunca una conquista, han llegado a considerar ingenuamente que es
imposible que un hombre tenga amores libres fuera de la consabida
Santa Teresa. Quejándose Roberto134 de su desengaño del placer, se le
contestó con gesto de disgusto, que esto se debería a la baja condición
de las mujeres con que él tiene amistad, y le aconsejó la misma persona
que se casase … A un hombre que manifieste desvío por Santa Teresa
se le considera pedante, y se sonríe de su pretensión.
Pudor envidioso
Si, contrariamente, el amigo logra que se le escuche porque se ha
expresado con un misterio dramático, el oyente se aflige, ostenta un
aire compungido, parece implorar con un gesto de amargura suspenso
de una desesperación infinita que se le desengañe cuanto antes, que
se le diga que todo ha sido una broma. Le sucede como a los niños a
quienes se ha referido un cuento doloroso, y los que se tranquilizan
luego con el clásico engaña pichanga.
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Tratado de la Imbecilidad del País
Pudor compasivo
Pudor áspero
Los hombres son respetuosos con las mujeres casadas. Acatan
la dignidad del matrimonio, y creen ingenuamente que cualquier
libertad les está permitida con una amante, a la que consideran una
prostituta y califican con el nombre de hembra. En su concepto, las
amantes no tienen derecho a la consideración social. Se mofan de
ellas con una risilla canalla, que hace pensar en los visajes picarescos
de los niños cuando aluden a cosas de la carne que impresionan su
sensibilidad. Las amantes son tratadas como esos indios de la Tierra del
Fuego a quienes, por un caprichoso desprecio, se acribilla a disparos
desde los buques que costean aquellas regiones.
No hay que decir que ningún hombre se atrevería a salir de paseo
o a presentarse en público con una amante. Tal audacia le divorciaría
de la sociedad. Él y su compañera no serían mirados. A este respecto,
un sentimiento de solidaridad intuitivo pone en comunicación
eléctrica todas las voluntades para que el vacío se produzca alrededor
de los escandalosos profanadores del respeto social. Los conocidos
pasarían junto a la pareja, bajando los ojos, con aire jesuítico, para
evitar el saludo. Al día siguiente, 50.000 personas condecorarían con
epítetos agresivos a los audaces enamorados. A más, evitan el saludo
por un sentimiento que ellos llaman delicadeza. Creen, los ingenuos
pudorosos, que una cortesía en tales casos equivale a una sanción o,
de otro modo, a una complicidad rufianesca, que ellos están lejos de
ejercer.
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CXXIX Becerro - Consiste en que varios individuos se aprovechen por fuerza de una sola
mujer.
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***
Pudor apático
Es notable la insensibilidad filosófica de las mujeres en lo que
se refiere a escenas de la vida libre que se representan en el teatro
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Pudor virgófago
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Pudor morfeico
Las uruguayas para dormir se hacen un peinado en extremo
ridículo. Consiste en estirarse el cabello como carpeta hacia atrás
lo más posible, haciendo rematar sobre la nuca en unas trencitas o
caireles, que a modo de colas de ratón cuelgan de un rodete nudoso,
torcido como una cuerda, y acribillado de horquillas. Este peinado
montañés, muy parecido al de las inmigrantes de Nápoles y Galicia,
les hace caras funambulescas de vejetes pelados. Las cabezas de las
señoritas dan la impresión de cocos.
Éste es un artificio pudoroso al sentir de las uruguayas, las cuales
opinan que conservar durante la noche un peinado elegante es propio
de locas.
Una doncella satisfecha con su peinado pudoroso exclamaba:
«¡Qué bien estoy así; qué fresquita!», burlándose de otra que no usaba
ese artificio. Y proseguía: «¡Qué asquerosas, qué sinvergüenzas las que
duermen de peinado!»
Otro caso. Una porteña preguntaba a una señorita de Montevideo:
«¿Qué peinado me haré cuando me case, la primera noche, para
dormir?» (Estupefacción de la uruguaya): «¿Qué preguntas; no sabes
hacerte la trenza?» Y agregó: «A los maridos les gustan las mujeres
hacendosas, y no las cocotonas.» Otra decía, con énfasis inapelable:
«Una señora que realmente es señora se hace trenza para dormir.»
Otra: «¡Anoche no me hice trenza, y mi marido me gritó tanto!»,
dando a entender, babeada de satisfacción, la delicadeza del esposo.
Algunas señoras extreman la castidad [[…]] peinado nocturno
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Pudor prostibular
Las cellencas criollas, por un atavismo de pudor, se resisten a los
acomodamientos más adelantados de la lujuria. Las extranjeras se
ríen de estos escrúpulos de las uruguayas. En concepto de éstas,
el placer debe llegar a cierto punto, y no pasar de ahí. Riñen como
agrimensores, por pulgadas, y nada saben de la geometría de Venus.
Se da el caso de una cumbleza, con cinco meses de prostitución,
que se resistía ferozmente a ser gozada por un hombre que no la
solicitare largo tiempo.
Después de una ruptura de camisa y forcejeos desesperados, cierto
individuo que la codició tuvo que desertar de su temible empresa
hasta nueva resolución de la Troyana. Hechos como éste se repiten a
cada paso.
Pudor galante
Las pocas Safos que existen en Montevideo son a cuál más pudorosa.
Resisten en primer término a dejarse admirar su desnudez, y sin mucho
abrigo y poca luz no se abandonan a los brazos del amante. No quieren
saber de los refinamientos sibaritas de la sensualidad parisiense;
imponen gravemente condiciones para el acto, no tocan toute la lire.
Por el contrario, sólo chapurrean estilos criollos de mecánica lujuria
en una vieja guitarra.
Se da el caso de una mujer galante de Montevideo que imploraba
de un parisiense (juntando piadosamente las manos): «¡Por Dios, lo
más natural posible!»
Pudor saturniano
Parecería un horror a los uruguayos que los hombres se bañasen
junto a las señoras, como sucede en todas partes del mundo. ¡Hasta
en España! Un fluminense enloquecido con nuestras aberraciones
locales se expresaba del siguiente modo en el Hotel de los Pocitos,
haciendo alusión al divorcio marino de las desnudeces montevideanas:
«En mi tierra no se creería que la gente de esta sociedad lleva el pudor
hasta el océano. En todos los países civilizados que conozco los seres
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Pudor religioso
Este pudor es muy joven; tiene apenas un lustro. Considerando
Monseñor Soler y algunos otros prelados que es una inmoralidad
y una falta de respeto a Jesucristo que los hombres se hallen en los
templos junto con las mujeres, ha prescripto la separación de los sexos,
señalando la nave central para las señoras, y el trasero de las colaterales
para los hombres. Se evita, con esa determinación, el roce de las
carnes y los asfixiamientos de calor que producen en un lugar santo
las enaguas y los pantalones, a efecto una impudorosa promiscuidad.
Durante las solemnidades, las iglesias dan la impresión de lujosas
caballerizas, con apartamientos separados para animales de distinto
sexo.
Pudor parental
Entre todos los pudores éste es uno de los más furiosos, y el que
entraña más solapamiento. Es, por decir así, el alma de este pueblo
[[leng…]], en que el individuo desaparece para dar lugar a la familia y
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Pudor injusto
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Pudor espía
Este pudor terrible, omnipotente, cabalístico, enmascarado,
misterioso como la masonería, resume el mayor número de actividades
de los uruguayos, y constituye el ejército permanente de los maridos de
Montevideo. Nace de un sentimiento de moral colectiva; es un alerta
de conservación; un instinto dinámico de eunucos y guardadores de
mujeres, que velan por el honor de los hogares.
Hermano legítimo de la paz armada que tanto cuesta a las naciones,
debe tener representación en el próximo congreso del desarme que
se efectuará en Bruselas.
Los hombres de Montevideo se parecen a las solteronas por la
chismografía, fruto del celibato, del onanismo. Son excéntricos,
envidiosos, irascibles, con emulación por las queridas ajenas. Los que a
falta de dinero no han podido casarse, tienen el hígado infectado. Este
órgano no desempeña en los uruguayos otra función que el chisme.
Los uruguayos son espías por temperamento. Hombres de todas las
edades, mujeres de todas layas, se ocupan con deleite de averiguar lo
ajeno. La delatación es intuitiva en esta gente aviesa. A semejanza de los
indios poseen, tratándose del espionaje, sentidos en extremo agudos,
y sus percepciones se verifican con una rapidez pasmosa. No se les
escapa nada a los uruguayos, ni siquiera una aguja, cuando se empeñan
en seguir los rastros de los pecadores. Rastrean admirablemente,
como los perros de Diana. Dragones de mirada cabalística, adivinan a
las mujeres bajo el misterio de los disfraces. Gatos satánicos, agujerean
con sus miradas las cortinillas de los carruajes. Gozan, a semejanza de
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Julio Herrera y Reissig
Espionaje público
Cuando pasea un hombre con una señorita, todo el mundo se
conmociona, la gente sale a las puertas, se asoma por los balcones,
escruta por los resquicios de las ventanas; se preguntan con tono
misterioso: «¿A dónde irán?; ¿De dónde vienen?; ¿Lo sabrá la madre?;
¿Quiénes son?; ¡Qué pícaro, ¿no se podría avisar a un celador?!; ¡Y qué
joven que es la muchacha!; ¡Pobrecita!; ¡Cómo se pierden esas niñas!;
¡Esos padres que las dejan solas!» Y se la mira por todos lados.
La gente se para; se ven rostros afligidos, rabiosos, huraños;
los cocheros de los vehículos dan vuelta y se hacen guiños con
los transeúntes. Los guardatrenes sonríen canallescamente; los
conductores de los tranvías tocan la corneta: «Bartolo tenía una flauta
con un aujerito solo». Los casados miran a la señorita con aire de jueces,
demostrando un ansia loca de ser fiscales de menores. Es de notar la
obstinación sañuda de la mirada en que la crucifican. La asociación
de estos babuinos es tan simple, tan animal, tan refleja… Cuando ven
dos amantes, se les representa el acto, y sus bocas se fruncen, se dilatan
con una risilla concupiscente de mono que se masturba a la vista de
una mujer. Por el contrario, cuando ven dos esposos, se les aparece
el sacramento, la sotana, el campanario el principio de la virtud; se
hacen a un lado y bajan la vista con respeto.
Una familia pagó a una sirvienta para que dijera a una señorita
que no es hija de sus padres, sino que fue sacada del Expósito, cosa
que la señorita ignoraba. Otro caso. Una sirvienta iba todas las
mañanas, durante un tiempo, a interesarse por el clítoris de una
señora, preguntando si el señor había pasado la noche en casa. Una
señora de la alta sociedad, que da los más espléndidos recibos en sus
salones, hablaba con un periodista. Inmediatamente el esposo de la
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Tratado de la Imbecilidad del País
Otra aventura
El gran complot
Recientemente ha conmovido nuestra aldea, ha hecho ruborizar
hasta los huesos, la campaña de un tutor byroniano con su pupila,
una estrella descarriada de la moral ambiente, prima del corregidor,
en cuya sangre italiana, cardenalicia (el cardenal Rampolla, el futuro
Papa, es tío abuelo de la señorita), arde el fuego del Vesubio, fermenta
la combustión imperial de los Borgias y los Boccanera.138
La noticia descuajó la sociedad, cundió como el incendio en una usina.
Todos se preparan al ataque. Por donde ellos pasaban se interrumpía el
tránsito; la gente llenábase de horror, como al toque siniestro del carro
de los bomberos. Se dio aviso a la Policía, y merodearon los agentes
alrededor de la pareja. En las tiendas se suspendía el crédito a la señorita.
Ningún hotel les quiso dar alojamiento. En las casas amuebladas se
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Julio Herrera y Reissig
les despedía de mal modo, se los miraba con desconfianza. Por fin
encontraron donde pasar la noche.
Habiendo sabido, por los espías voluntarios en inusitado
movimiento, el paradero de la pareja, unas señoritas fueron al hotel
a prevenir al gerente que tenía en su casa una prostituta de Santa
Teresa. Una de ellas alquiló una pieza de hotel para estar en el asunto,
haciendo al dueño varias algaradas, gritándole, loca de indignación,
que de cualquier modo debía de arrojar a la señorita del hotel, que el
novio traficaba con ella. La espía, rodeada por sus relaciones, llamó a
la sirvienta, preguntándole cuántos hombres le había traído el novio
a la señorita; durante el parto, que si la señorita pasaba hambre.
Habiéndosele contestado negativamente, manifestó la espía que era
de la conveniencia comercial del joven tenerla gordita.
A los pocos días de haberse efectuado la aventura, cuando la
multitud tuvo conciencia de aquella ostentación zafada de amor libre,
curtida por el latigazo en plena frente de los libertos exóticos, cuando
sufrió la tortura de mil vértigos fulminantes, de mil puntazos cardíacos;
cuando los lidiadores hicieron brotar el humo del testuz de la nación,
y se sentía el chisporroteo de la carne provocada, la sociedad, tomando
altura de represalia eficiente, fingió no advertir el paso de los amantes
cuando éstos se presentaban en público a marcha de emperadores.
Fue como un desdén legal a los que prevaricaron. Un estigma de
silencio, una ejecución de vacío. ¡Los megalómanos del país fingieron
tener enajenadas las percepciones, indiferente la sensibilidad, el
ánimo hiperbóreo ante la sacrílega pareja nunciadora del escándalo,
que marcaba con orgullo el orto de las rebeldías!
Un uruguayo amigo de la señorita pasaba por delante del Hotel.
La princesa, al verlo, enarboló entre sus manos el primogénito real,
como para que el súbdito se descubriese humildemente.
No lo hubiera hecho. El rebelde, con brusquedad, dio vuelta el
rostro.
Otra aventura
Un joven tenía amores con una casada de la sociedad. Los amigos
del marido se turnaron para seguir los pasos de la mujer y evitar que
ésta se viera con el galán.
Uno de ellos, de palabra fácil, persuasiva, fue comisionado por el
grupo para hablar a la señora solemnemente, y convencerla de que
no debía continuar faltando a su marido. El comisionado cumplió
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Tratado de la Imbecilidad del País
Última aventura
Una de las señoritas más bellas de Montevideo salió de su casa
escoltada por su novio en dirección a una calle sospechosa. Esto llama
la atención de un espía del pudor, el cual sigue a la pareja. La señorita
penetra en una amueblada. El espía, durante el trayecto, requirió la
asistencia de varios conocidos para atestiguar el hecho. Ínterin duraba
la merienda de los novios, partieron del grupo cinco ayudantes de
campo, mensajeros espías, que dispersaron la noticia hacia los cuatro
puntos cardinales. La sociedad se trasladó presurosamente, en alas de
la denuncia, al barrio infecto. No faltaron las bicicletas. Los teléfonos
funcionaron. Hervía la indignación. Al salir por separado los novios
desfilaron por una avenida de […], por [una] batahola de lenguas
bifurcadas triunfantes, ante el vivac del grande ejército de los espías.
El jefe de la línea, el delator generalísimo, recibió noches después
una condecoración de sangre en medio de la cabeza, una corona de
ñandubay.
Desde entonces la señorita cambió de nombre: Virguito.
Sospechada una señorita de tener relaciones con un joven, fue
seguida por una rufiana. Como hemos dicho, se dividen las mujeres
entre las que pegan y las que no pegan. Las primeras se conceptúan
inexpugnables como plazas fuertes, y el dirigirse a ellas despierta
escrúpulos de moral. Es considerado como una balacada de chiquillo,
como una pedantería tartarinesca, como uno de los más intensos
despropósitos. Todas se dirigen a la que afloja, a semejanza de los
visabostas, que esperan impacientes el bosteo de la vaca para lanzarse
en montón sobre el manjar codiciado.
De todos modos, hay que hacer honor a la ingenuidad de los
perdigueros montevideanos y a su espionaje habilísimo. Cuando ya no
haya país, cuando la patria se liquide, cuando se cierren las puertas del
comedero político, los orientales podrán hallar colocación ventajosa
al servicio de las soberanas, en la policía del Czar de Rusia, entre los
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CXXX Decíale el marido: «Si no traes dinero para comprar leche, te partiré el corazón
de una puñalada. Ya sabes tú que Vicente no puede pasar sin leche: ¡Vicente, un hombre
débil!».
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ciosas quemazones que le produce el mozo en sus desnudeces más recónditas. Apenas
atina helada a decirle: «Qué quieres, hurón mío; qué haces; te has vuelto loco?» «Me caso.
Me caso», es la sola respuesta del razonable galán. Y, en efecto, se casaba el hurón hace dos
siglos como se casan hoy los que no inclinan la cerviz ante la más baja de las supercherías,
ante el más ridículo de los fraudes de la sociedad.
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elegante. Otro que lo oyó repuso, sin conocerlo: «¡Tiene Vd. muy mal
gusto!»
En Montevideo se consideran sólo elegantes los trajes moderaditos.
Cierta modista, rival de la citada, se indignó ante la insistencia de una
cliente que le pedía un escote que no fuera toilette monsieur, por lo cual,
dando pruebas de despecho malhumorado presentole la madama
un escote de orgía que abarcaba espalda y vientre, diciéndole con
sarcasmillo: «¡Va Vd. a estar muy espléndida!»
La elegante tuvo que llamar al orden cierta vez en que la
insurrecta insistió sobre la razón de poner al traje cinta negra, en vez
de malva y granate como se le exigía. La modista exclamó con tono
recriminatorio: «La gente va a hablar mal de Vd. señora, y también de
mí.»
Sólo en Montevideo se puede encontrar modistas que, en vez
de hacer el reclamo de la moda, complacer en todo a sus clientes y
fomentar el buen gusto, hacen propaganda ardiente por los hábitos
monacales y no tienen en su paleta otro color que el oscuro.
Hay otras modistas que, sin hablar, obran a su voluntad con política
espontánea, haciendo caso omiso de la clientela. Éstas agrandan los
trajes, abultan el vientre, dejan la falda suelta, anchota. Tratándose de
señoras, ellas no hacen el traje al cuerpo, y multiplican su ingenio para
dejar a sus clientes sin cintura y sin contornos.
La creadora de la toilette monsieur, al ver a una elegante, partidaria
del escote, con un traje ancho desgastado, moderadito, exclamó
embelesada, conmovida hasta los huesos, abriéndole los brazos como
a un hijo pródigo: «¡Ahora sí que es Vd. una verdadera señora, una
señora elegante!»
323
Tratado de la Imbecilidad del País
Pudor exclusivista
Las señoras no bailan más que con sus esposos en las tertulias.
Las iniciadas recientemente ostentan un aire compungido de garzas
melancólicas. Los ojos se les caen sobre el pavimento. Los maridos,
hieráticos, pasean con sus mujeres, con pompa china, una legitimidad,
un derecho, algo así como el viático, como la constitución de un
imperio.
Pudor de arrepentimiento
En concepto de los montevideanos, las mujeres que han cometido una
falta deben arrepentirse, mostrarse compungidas, no salir a la calle,
retirarse a la campaña, hacer penitencia, visitar mucho los templos.
Sus amigas hablan con turbación religiosa de que un pícaro la engañó,
de que la joven ha tenido una desgracia. Parece darse a entender que
la señora no ha tenido ninguna complacencia en su desventura; que
por lo contrario, ha sufrido. No se concibe que la delincuente no haya
cambiado de fisonomía, que tenga un aspecto normal, que no se afloje,
que se muestre en público, que no haya desmejorado. Esto parece
una desfachatez absurda. En cambio, se espera que la recién casada
se transforme favorablemente en menos de 15 días, que florezca, que
primaverice, que aumente de volumen, que su rostro se tiña con los
más vivos colores matinales. Sugiérese que la casada tiene la concesión
del goce, el privilegio de la cópula divina. El dulce le hace provecho.
Verdad que una digestión tranquila es la base de la salud.
324
Una de las fotografías del artículo sobre Herrera en Caras y Caretas de 1907, con su pie
de foto. Fotografía de Ángel Adami
Tratado de la Imbecilidad del País
(Adolfo Berro)
326
Julio Herrera y Reissig
Pudor político
327
Tratado de la Imbecilidad del País
Pudor literario
El arte sin pudor es letra muerta. El estilo evocador, altisonante,
plúmbeo de los albatros anunciadores de nuestra grave literatura, de
las pitonisas que cantan desde su trípode los secretos del Porvenir,
impide que se escuche el froufrou de la manera suave y deleitosa, el
lánguido fraseo de la pereza galante, de la hermosura entregada, de
las aspiraciones quejosas en que se inician las flores lúbricas.
El Pensamiento que no huele a doncellas inmaculadas, a flores
de naranjo, a mirra de consistorio, se considera fácil, superficial,
328
Julio Herrera y Reissig
329
Tratado de la Imbecilidad del País
330
Julio Herrera y Reissig
(Espronceda)
331
Tratado de la Imbecilidad del País
332
Julio Herrera y Reissig
Ejemplos
El Honor, de Sudermann,141 es, como se sabe, una obra cuya tesis
libertaria combate el sofisma ridículo de la honra en las mujeres. La
traducción castellana de El Honor es traidora del dramaturgo, pues
exalta el sentimiento de la honra o, lo que es lo mismo, afirma todo lo
contrario a lo que dice Sudermann. Los traductores hispanos llaman
cándidamente a este degüello atentatorio «adaptar la obra al gusto de
la Península.»
La Fontain, de Goncourt, se convierte en muchacha pudorosa,
siendo así que la protagonista es una histérica sin escrúpulos que
naufraga en el delito.
El pacienzudo Menéndez y Pelayo, coleccionador galante de las
odas de Horacio, ha suprimido dos de las mejores silvas del amigo de
Mecenas, acusándolas de que ofenden a la moral, en los siguientes
términos de su advertencia al público: «Es forzoso alegar, entre las que
conozco, las menos malas, para que ninguna de sus poesías líricas deje
de leerse aquí; fuera de las dos odas del Epodon “a una vieja libidinosa”,
las cuales, por su extremada obscenidad, que llega hasta lo soez y
tabernario, no parece bien que corran en romance, ni menos en un
libro popular y destinado a la común lectura.»
Recientemente el español Bartolomé Amengual ha traducido unos
retazos del Quo Vadis?, los únicos que merecen el honor de la lectura,
por la decencia de las [deconfeccionés].
El señor Amengual ha creído aleccionar a Sienkiewicz dándole al
mismo tiempo una prueba de alta estima.
Ha corregido paternalmente las escenas del polaco, con el apoyo
más entusiasta del arzobispado de Sevilla, quien da a entender que
el autor habíase internado en casa de Petronio sin acordarse de San
Pedro… Reconoce el protagonista que la purga de Amengual ha
sufrido gran efecto en la novela Quo Vadis?
333
Tratado de la Imbecilidad del País
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Julio Herrera y Reissig
335
Tratado de la Imbecilidad del País
Pudor consejil
Este sentimiento colectivista es ingénito en los uruguayos.
Converge al matrimonio, a la honra y a la moral privada. Diluvia
continuamente alrededor de los noviazgos, y tiene por divinidades
el juez y el sacerdote. «¿Cuándo se casa? No puede hacerla perder
tiempo. Es una señorita muy virtuosa; le ha sido muy constante. ¿Qué
espera? ¡Cómo hablará la gente!» Así se expresan los intermediarios,
los corredores de matrimonio, mostrándose amables o duros según
las circunstancias y el temperamento del galanteador. En casos graves,
constituye una alianza instigadora entre las familias y los amigos.
Todos a una, intervienen solemnemente con diplomacia estudiada,
invocando las sombras de los muertos, poniendo por anatema el mito
de la mancha, el arsenal de la crítica, el degradamiento del nombre. En
todo lo cual persiguen, los muy ladinos, recurriendo a la tragedia, el
acollaramiento ante el código de los dos amantes, de los imprudentes
cínicos que viven, como se expresan ellos, en escandaloso concubinato.
Cuando se trata de encubrir un adulterio, de poner tierra a un
escándalo, de reconciliar novios o cónyuges, se ofrecen nuestros
corredores a los interesados con una galantería deleitosa de abate de
Palacio en tiempos de Luis XIV. Con el índice puesto sobre la boca
para Misterio, entre una turba de rufianes ceñudos y apesadumbrados
que se esmeran en su misión ortodoxa de componer el himen, deslizan
un anillo.
Pudor conventillero
Cuando se conoce la falta de una señorita en un hogar, la señora
y todos los miembros de la familia la insultan a grandes voces. Suele
haber agresiones a puño y amenazas de Buen Pastor.
Una señorita amante se hallaba haciendo compras en casa de la
modista. Unas personas de su amistad que vieron entrar a la señorita,
se precipitaron tras ella desde una casa de enfrente, sin sombrero, en
traje de matinée, dando gritos, descompuestas como Ménades furiosas,
como demonios borrachos. Clamaban fuera de sí; dirigiéndose a saltos
336
Julio Herrera y Reissig
Pudor turista
Un montevideano hallábase en París, en carácter de Plenipotencia.
Algunos compatriotas visitáronle en su casa. Él les dio noticia de la
vida de París, revelando a los parvenus que ese desborde de placer y
de inmoralidad atribuido a la ciudad maldita es un prejuicio del
mundo, una preocupación calumniosa; que París, respecto al orden
social, es semejante a Montevideo, que las orgías, los escándalos,
las perturbaciones de la capital de Europa son charlas de los libros,
«inventos de los novelistas.»
La compañera de uno de los visitantes se convenció de la verdad
de este juicio al ver algunas señoras de la aristocracia, las cuales
le sorprendieron por su seriedad y compostura. Como la honesta
cónyuge escuchara en Montevideo que las señoras de París solían tener
amantes a discreción, pensó hallarles el aire descocado, libre; el sello
del libertinaje en el vestir, en el modo de caminar. Viendo el porte
severo de las aristócratas parisienses, decía la señora edificada: «¡Qué
seriedad, qué corrección, qué juicio! ¡No miran! ¡Es una calumnia que
las parisienses tengan amantes!»
El Señor Ministro, jefe del grupo, dio instrucciones terminantes
a uno de los montevideanos sobre la conducta que debía observar
en las carreras de Auteuil: «Se le acercan a usted muchas mujeres,
pero tenga usted cuidado en entablar conversación con ninguna. Se
comprometerá Vd. muy seriamente; enterraría su reputación.»
El ministro, en las carreras, hizo saber a sus compatriotas, a las
familias, a sus huéspedes, que los hombres elegantes, regios, que
acompañan a las demi-mundo, no eran personas honorables, sino
caballeretes decorativos, pagados por aquellas locas, vestidos por ellas
mismas para que las acompañaran en público.
Pudor antidiurético
En todas las ciudades civilizadas del mundo hay, de distancia en
distancia, desde [[…]] orinaderos para hombres y señoras, lo que
es bastante lógico, y no debiera asombrar a nadie. No obstante, gran
escándalo causó entre los uruguayos la colocación de los orinaderos en
la Plaza Independencia. Los periódicos, olvidándose de la política, se
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Tratado de la Imbecilidad del País
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Julio Herrera y Reissig
Pudor entontecido
Una señora muy pudorosa dejaba que su hija145 regresase de Los
Pocitos en tranvía junto a su pretendiente, quien durante el trayecto
tocaba el piano en los muslos de su compañera. En cambio la mamá
no pudo transigir en que la flor de Mayo regresase de Ramírez junto a
su novio, entregada con distracción al masaje caliente del sibarita.
He aquí la sentencia de la madre cuando protestó la esclava: «¡De
Los Pocitos es otra cosa!»
Viendo a un amigo que iba de paseo con una niña, un joven se
expresaba así: «Yo no lo saludo; porque la mujer que lo acompaña
puede ser una cualquiera. Es cierto que en París, se saluda sin
escrúpulos a una pareja sospechosa; pero es distinto en Montevideo…
puede ser una prostituta.»
Pudor parteril
Este sentimiento se funda esencialmente en el pudor que tienen las
uruguayas de tener hijos en casa de la familia. Los sanatorios funcionan
en los domicilios de las parteras, donde las madres, a precios módicos,
son perfectamente cuidadas con oporto, caldos de pulpa, y huevos del
día.
No obstante, para los lavajes emplean las cuidadoras, en vez de
bicloruro, querosén, vino seco y caña. Las parteras, por orgullo, por
rivalidad con los médicos, no admiten la farmacopea. Esto aboca a las
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Tratado de la Imbecilidad del País
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Julio Herrera y Reissig
Pudor dogmático-feudal
Un joven literato hablaba, con un eximio personaje de un bando
de la política,147 sobre lo agradable de las caricias de una esposa al
regresar el marido… El personaje contestó con indignación que eso
era según las mujeres con que se tratara; que él consideraría una grave
falta de moralidad en la esposa que se insinuase al marido con la más
tímida demostración. He aquí «lo inverosímil en lo cierto», como
dice Maupassant. Continuó diciendo el abogado que él pudiera pasar
seis meses sin intimidad con su esposa, seguro de que su cónyuge no
profanaría lo sacrosanto del lecho con la caricia más leve.
¡Qué modo de prescindir de todo derecho de la mujer! Se la
considera como un lujo de moralidad.
341
Tratado de la Imbecilidad del País
Otra nota
Un marido viendo unos fotograbados de artistas europeas exclamó
con entusiasmo ante una cara montevideana: «¡Qué ideal! Ésta será
excelente para esposa.» Al notar otra de vivaz fisonomía, de aire suelto,
clarificó en un rapto de cachondez luciente: «¡Qué hembruna! ¡Qué
polvareda! ¡Qué limonero! ¡Qué caderazas! ¡Me le afirmaría por la
retaguardia!»
CXXXIII
Expresión de los uruguayos: puta como una gallina.
342
Julio Herrera y Reissig
Dogmatismo férreo
343
Tratado de la Imbecilidad del País
La mujer rubia, de piel blanca, linfática, etc., tiene sus deseos casi apagados.
Se necesita una serie grande de excitaciones para que llegue a sentir deseo.
344
Julio Herrera y Reissig
Pudor abortivo
Este sentimiento sanguinario consiste en hacer abortar a las
señoritas para ocultar la deshonra. Se da el caso frecuente de novios,
padres y hermanos, que suministran el contraveneno para salvar
el honor de la probable víctima, la señorita que lo toma de la mejor
voluntad.
Aumenta incesantemente la estadística de los abortos, con lo cual se
ve que la moral entre los uruguayos no es otra cosa que la hipocresía.
Todo se reduce a parecer que se tiene himen, aunque para esto se
exponga la propia vida y se desprecie la de los hijos.
Pudor infanticida
En distintas partes del libro hemos hablado de este pudor, que
consiste en matar los recién nacidos y arrojarlos al aljibe, a la calle
o al carro de la basura. Suele haber entre las uruguayas excelentes
estranguladoras. Al hijo, por lo común, lo envuelven en un periódico,
después de haberlo picado como para hacer pasteles.
345
Pudores piccolos
Pudor franco
Pudor cronológico
Hay novios que embarazan a las señoritas. Interviene la parentela.
Se casan. Naturalmente que la señora tiene el hijo a los nueve meses
de haberla visitado la célula fecunda que se parece a los congrios, y a
los seis o siete meses de haberse unido en matrimonio. Al destaparse
el champagne entre familias, todos se convienen en soportar la nueva
que ha visto la luz del mundo un hermoso sietemesino.
¡Cómo se calumnia al almanaque! Los trapos sucios, como dicen
los montevideanos, se lavan en la cocina.
Dos niños, hijos naturales de diferente madre, albergados en casa de
una familia moral, llevábanse cuatro meses. Esto indicaba claramente
que las amantes se habían divertido en una misma época, lo que era
bastante feo y había que ocultar al mundo por necesidad. En consejo
de familia se decidió que los niños se llevaran dos inviernos, con lo
cual parecía que se atenuaba las infracciones de las madres, ya que dos
pecados juntos era un escándalo vivo.
Pudor chúcaro
Se ubica este pudor en los alrededores de la ciudad, y se hace notar
por movimientos regresivos, vueltas de espaldas, cierre de puertas,
346
Julio Herrera y Reissig
Pudor insomne
Un matrimonio que vive lejos de la ciudad perdió el tren de media
noche que va para las afueras. Considerando impropio que gente
de buen vivir pernocte en una casa de huéspedes, se decidiera a no
dormir, y para el efecto dirigieron a la Iglesia Matriz en cuyo atrio
estuvieron hasta la mañana. Se entiende que no tomaron un carruaje
porque juzgaron que eso de coche, después de las 12, es altamente
inmoral o criminal.
Pudor dantesco
Una señorita tiene un dije que lleva colgado al cuello con esta
inscripción: «Húndase el mundo antes que faltar a Dios o a mi
esposo.»
347
Tratado de la Imbecilidad del País
Pudor criminal
Se trata de un pudor educativo, de un pudor con que se nutren los
estudiantes de derecho, los futuros jueces de la nación, aquellos que
se encargaran un día de fallar con conciencia lo que en la cátedra se
les predica.
En Medicina Legal, tratado de que es autor José Ferrando y Olaondo
—obra llena de ridiculeces bárbaras— que lleva el visto bueno de
don Elías Regules, y que los estudiantes de Montevideo se tragan de
memoria, sin la menor protesta puede leerse el comentario que va a
continuación, relativo a las disposiciones sobre el aborto de nuestro
Código Penal.
(Múnase el lector de agua meliz y éter)
348
Julio Herrera y Reissig
***
349
Psicofisiología de los uruguayos,
con continuación de los caracteres
emocionales.
350
Julio Herrera y Reissig
tibias entre las uruguayas. Esto induce a juzgar, como una de las causas
más eficientes de la oposición climatológica de su sangre, la variedad
de las temperaturas, el antitético sube y baja de los termómetros,
las bocanadas libidinosas del Viento Norte a las que suceden los
repentinos rafagueos del Pampero, y los tiritamientos polares del
Viento Sur. A un clima que no es templado, ni regular, ni culto, ni
estable, no pueden corresponder mujeres de un temperamento fijo.
Deben existir cachondas alentadas por los abegos tropicales de las
selvas brasileñas; por el meridiano fogoso que irrita la sensualidad
de los titís; y muñecas de nieve insípida, de carne embalsamada, que
viven del amparo del Polo Austral, y con los chuchos de los desiertos
pampeanos.
De este modo, las uruguayas se dividen en pampas, frigoríficas o
polares, y en selváticas nórdicas o cachondas.149 ¡Oh, delicia del
milagro!
Los vientos cachondos y frigoríficos tienen la virtud de mantener
en el país dos familias de mujeres rabiosamente diversas; por lo que el
Uruguay es como ciertas montañas del Ecuador y de Andalucía, donde
se reproducen indistintamente las floras del equinoccio y de los climas
fríos.
A las cachondas, pertenecen las variables o desequilibradas, que son
las que se corresponden con el estado del tiempo.
Según prive el Sur o el Norte se muestran frías o cálidas. Muchos
las confunden fácilmente con las pampeanas por cierto estado de
serenidad glacial que las invade cuando el Pampero y los alientos
del Sur azotan al territorio. Pero en cambio, si los vientos del Brasil
queman el aire, se excitan afiebradamente; su carne se estremece,
presa de los apetitos más apremiantes, de temblores de animal en
celo.
Las desequilibradas varían constantemente. En tiempo muy reducido
se hielan o se calcinan, según las variaciones atmosféricas y las
temperaturas de las diversas estaciones. Extraviados, confundidos, sin
saber a qué atenerse, los cazadores galantes se llevan sendos chascos
apuntando en el momento menos propicio, cuando el Pampero
anestesia celosamente la carne de las tentadas.
Las cachondas llegan a su mayor grado de excitación en las horas
de la siesta, inmediatamente después de la comida, de ocho a once de
la noche, y al venir la madrugada. La primavera es por excelencia la
estación en que florece la cachondez.
351
Tratado de la Imbecilidad del País
Luego en el verano, por ser ésta la época en que más sopla el Viento
Norte, las cachondas llegan al delirio; se encabrita su sensualidad;
ignoran lo que hacen cuando se hallan con un hombre.
En varios capítulos de este libro, y sobre todo en el que antecede, me
he ocupado, refiriéndome al pudor y a la hipocresía de los uruguayos,
de las cachondas y de las frías, de aquellas que con un traje de recato
insospechable, y de bondad amorosa, penetran en los aposentos de
Lucifer, de las que se ocupan tranquilamente de dar tetas a los hijos,
seis meses en el año, y también de no dejárselas tocar por nadie; ni se
le ocurra a la honrita.
Pero es el caso que conviene gravemente a los fines de esta obra
dejar detalle por detalle, constancia de todo lo que concierne al país,
y es por esto que nos ocupamos con detención del temperamento de
las uruguayas. De las pudorosas hemos hablado suficientemente; de
las frías no cabe apenas hacer una alusión pues, como todo lo frío,
no tienen gracia, y además debe considerarse que están muertas
por su misma temperatura, no dando nada que decir con su estéril
abstinencia, su cómodo solteraje, o su maternidad de bestias mansas.
En cambio la cachondez es manantial milagroso de sensaciones
lozanas, de interesantes vicisitudes, de terremotos de escándalo,
de anécdotas espeluznantes, de mágicos episodios, de mitológicas
ridiculeces. No hay oro en el mundo con qué pagarla, y así como hace
mis delicias y hará sin dudas las de mis pudorosos lectores, hubiera
enloquecido de desbordamiento al gran Voltaire y hecho envejecer de
risa a Byron y Heinrich Heine.
Entro pues en materia, al hombro el documento humano, y con el
país a la espalda.
Por lo que se refiere a la cachondez y a lo que con ella reza,
nuestros hombres se dividen en maridos cabañeros; maridos cornudos
(hay unos cuantos más de lo que parece); en novios onanistas, que
se contentan con mirar a las novias y masturbarse; en paraninfos
moralizadores (que abundan entre los estudiantes y en la aristocracia);
en Teresianos;150 en ovejistas (los uruguayos rurales, la gente de las
estancias que tienen por mujeres a las ovejas); ambulantes (entre los
que se notan muchos sifilíticos y atáxicos); algunos tienen mataderos.
Las mujeres se dividen en histéricas-masturbadoras (que despedazan
velas); en consolatrices (que usan consoladores comprados en
lo de Müller); en homófagas (que se comen a los maridos); en
uterinas (que connubian con los sirvientes, con los cocheros y con
los niños); en canisólatras (que viven con perritos amaestrados); en
352
Julio Herrera y Reissig
Cachondez fulminante
Un abogado muy distinguido casó no ha mucho con una hermosa
señorita de la sociedad, que atrajo en todo tiempo el mimo de los
salones con sus ojos tenebrosos. El nido de la pareja, ubicado en la
calle Cámaras 25, fue objeto inmediatamente de los telescopios de
los espías, incansables como siempre por acechar embelesados la
misteriosa luna de las delicias nupciales. Los estrategas del espionaje,
vecinos del palomar, tomaron, desde el siguiente día de la boda, las
avanzadas más altas en las azoteas y miradores contiguos, procurando
no ser vistos en el momento de robar con la instantánea las siluetas de
los novios. El plan, hábilmente combinado, tuvo un éxito maravilloso,
gracias a la paciencia y al sigilo de los que le fraguaron. Durante nueve
días no aparecieron los novios por el patio de la casa. Era indudable
que dormían. Por fin el décimo, siendo las dos de la tarde, la novia,
con su atavío de nieve, hecha un hada deliciosa, halló el mármol del
zaguán, sentándose regiamente en un canapé soberbio y amplio,
de seda malva y granate. A punto de dar un grito de satisfacción los
incansables espías, no obstante que el triunfo no estaba sino a medias
asegurado. Pasó una hora, dos, tres horas.
Los espías aguardaban, detrás de una chimenea, con una paciencia
apostólica, sacando las cabecitas, como animales silvestres que temen
al cazador. Por fin, eran casi las cinco, cuando la novia dio un salto
distendiendo los brazos en una efusión de loca, incrustándose en
un hombre que abalanzó frenético, metiendo su cabeza de oso en el
escote blanquísimo. Dos mundos polares descubrieron los Colones
353
Tratado de la Imbecilidad del País
Cachondez alevosa
Hace cosa de año y medio casó triunfalmente con una bella
uruguaya, un fino animal criollo de barba y bigote negro, corpulento
y sólido como un castillo. Sin duda no hubo, a semejanza de otros
a quienes les da mucho que pensar el suceso de la primer noche,
meditado un plan sesudo para escurrirse en el lecho de los desposados,
cosa por demás difícil, sabido que a las selváticas pudorosas les duele,
les llega al alma el aparato demasiado grande de los uruguayos.
Sucedió, pues, que la novia, libre de su ajuar nivoso, se arrebujó
entre las sábanas, aguardando al príncipe celestino que, sin que ella
lo sospechara, se desnudaba pared por medio. Abriéndose de súbito
las puertas, un orangután se presentó solemnemente a la vista de la
cónyuge, quien loca de terror al verlo, clamaba: «¡Socorro, socorro!
¡Dios me proteja!» En el instante perdió el sentido, quedándose
sumida en un letargo apopléjico.
El uruguayo completamente desnudo, ennegrecido de pies a cabeza
por un matorral de pelo, se hallaba en el medio de la alcoba, ebrio de
cachondez. Cuando la novia volvió en sí, pareciole haber soñado con
un animal tenebroso que tenía bajo el vientre una trompa inverosímil.
Éste es el único caso en que la cachondez fracasó.
354
Julio Herrera y Reissig
Cachondez reflexiva
Cachondez parturienta
Es inmenso el número de señoritas y de consortes de Montevideo
relacionadas con las parteras. Existen veinticuatro o treinta doctoras
que reciben en su casa, a hora de consulta, multitud de jóvenes
heridas en la parte más delicada. Fácil es hacer el cálculo de las que
abortan clandestinamente, ilustrando de ese modo nuestra anémica
estadística. Varias parteras nos han manifestado que concurren a su
355
Tratado de la Imbecilidad del País
Operación 25 parteras
x 30 abortantes
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Resultado 750 que abortan con felicidad151
356
Julio Herrera y Reissig
«¡Las que vienen aquí son mujeres muy calientes; tienen petróleo en
las venas; hay algunas que son histéricas, verdaderamente terribles!»
Esta partera es una defensora acérrima del aborto. «Crea —nos
decía— que esto es hacer obra de virtud, evitar el escándalo. ¡Cuántos
maridos no matarían a sus mujeres; cuántos suicidios, cuántas cárceles;
cuántos cornudos vencidos de vergüenza, si no fuera por este aparato!»
Y diciendo esto, me enseñó unas tenazas que saben más de honrita
que todos los maridos juntos.
«Yo —agregaba— soy una mujer de sacrificio; estas cosas sólo las
premia Dios; yo tengo más secretos que un confesor. ¿Acaso las mujeres
dicen la verdad a los curas? Van a la Iglesia para engañar a los maridos.
¡Ah, si esta cama hablase! Usted no, pero si usted fuese casado quizás
se cayese muerto de terror, oyendo el nombre de su esposa. La mitad
de las mujeres que hoy figuran en Montevideo me deben la Vida, la
salvación de su honra.»
—¿Vd. les ha compuesto la honra? —me atreví a decir.
—Sí señor —repuso la partera sonriendo—, pero es el caso que
cada cuatro meses se la descomponen y yo soy después la que tengo
que estar dale que dale con el espejo y con las pinzas.
—¿Qué tal le pagan? —le dije.
—Eso va bien. ¡Cien pesos, precio fijo, a los médicos! A los clientes
pobres, cincuenta pesos. Hay que ser caritativa.
—Dígame —seguí diciendo— ¿entonces abortan muchas?
—¡Bah, usted no sabe! Todo Montevideo aborta —repuso la
partera, sin dar importancia a lo que decía— ¡Cuántos disgustos
habría en los matrimonios si se conocieran las personas que se han
sentado donde usted se sienta! ¡A cuántas señoritas antes de ponerse
los azahares, les he puesto con esta mano las tenazas eléctricas y el
espejito! No me hable usted de vírgenes.
—¿Pero cómo es eso que aquí nada se sabe? Porque a usted no se
ocultará, madama, que nuestras mujeres son demasiado virtuosas en
concepto de los uruguayos.
—Virtuosas…; me río yo de la virtud de Montevideo; yo se las he
dado por cien pesos.
—Entonces, ¿es cuestión de hipocresía?
—¡Ah sí, sí! Ningún país conozco, donde haya más hipocresía que
éste. Tenga usted seguro que si acá no se abortase, al cabo de algunos
años habría tanta gente como en mi tierras.CXXXV
CXXXV Rusia.
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Tratado de la Imbecilidad del País
Aborto filarmónico
La madama enternecida con la discreción, con el disimulo de sus
pensionistas, con lo bien que se conducen respecto a la observancia de
las prescripciones, nos dijo:
—Así da gusto; son todas muchachas buenas, gente honrada la que
viene a mi consultorio. Yo no quiero pueblo, chusma de los suburbios.
Métase usted en negocios con la plebe y estará usted en la cárcel
inmediatamente. Si yo asistiese a una cualquiera, pobre de mí. La
policía, los jueces, las acusaciones, la prensa. ¡Cuánto barullo! Porque
una mujer de ésas, si por casualidad enferma con el aborto, lo dice a
todo el mundo, y quien paga es la partera.
—Dígame señora, ¿son guapas sus clientes; para sufrir abortan con
dificultad; cómo anda su naturaleza?
—Perfectamente señor; a pedir de boca; ninguna se queja; así como
les place el hombre y se enloquecen por el gustito, sufren la operación
sin exhalar un lamento. «Quien quiera celeste que le cueste», como se
dice. Algunas de mis muchachas son muy nerviosas; y en el momento
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Julio Herrera y Reissig
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Tratado de la Imbecilidad del País
Cachondez bellaca
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Julio Herrera y Reissig
Cachondez refinada
El sueño de los libertinos de la calle Santa Teresa es tener un
matadero; vale decir, una casa o algún cuarto donde poder llevar de
noche una mujer tres X, de esas reservaditas, que llaman ellos. Los
teresinos emplatados realizan esa ilusión de toda su juventud. En
calles apartadas de la Ciudad Vieja y de extramuros se ubican estos
harenes de los cachondos aristócratas, de aquellos que están hartos
de correrlas por los prostíbulos y devorarse toda la lista de los mejores
hoteles.
El calavera que es dueño de un matadero de rango se considera
entre sus amigos un exigente, un sibarita cortés, un paladeador de
quintaesencias brahamánicas, un hijo de D´Annunzio, un extenuado
versátil de liviandades mimosas, un descontento del mundo.
Disfrutan del matadero los amigos del sibarita, con la condición
expresa de dividir la mujer con el hastiado exigente, con el hijo de
D´Annunzio.
Un paladeador brahmánico que fue a París, volviendo más generoso
con finuras de última novedad, ofreció a un amigo el Matadero,
manifestándole que lo hacía sin interés de partición.
La noticia cundió como un relámpago por la calle Santa Teresa,
dejando asombradas a todas las prostitutas.
Cachondez pública
Las esposas cuando marchan de paseo convierten en rufianes a
los transeúntes, haciéndoles espectadores de sus mimos azucarados.
Fingen no reparar en que les están mirando, y ostentan con orgullo
retozón su felicidad meliflua. Durante los espectáculos tienen
actitudes lánguidas; se adormecen contemplándose en un transporte
361
Tratado de la Imbecilidad del País
Cachondez platónica
No hay delicia más sabrosa que contemplar a los novios casi
pegados, abstraídos, hipnóticos, mirándose fijamente en los salones
y en los espectáculos. Sus ojos idos en extenuación fluídica tienen
la vaguedad vítrea, la quietud bobática de los ojos de muñeca: se
reconoce en ellos la mirada lechosa, afligente, polarizada, idiótica,
rendida, del masturbador de oficio que trata de fijar la imagen para
servirse de ella.
Los extranjeros se admiran de ésta y otras manifestaciones
de onanismo público, que constituyen el orgullo de la sociedad
montevideana. El paddock de Maroñas,152 el Prado,153 el [Sporting],
son los sitios preferidos de los cachondos platónicos. En tales sitios,
362
Julio Herrera y Reissig
Cachondez pateada
Los uruguayos en París son objeto del ridículo por parte de las
cocottes, quienes se admiran de su potencia asnal y al mismo tiempo
de su zafia grosería, de su plebeyismo libidinoso. C´est une épicier
(panadero, palabra con que se afrenta en París a la canalla lasciva),
dicen los parisienses, aludiendo a nuestros bárbaros, que ignoran
hasta las fórmulas elementales, las posturas más simples y la política de
estilo, cuando se hace sociedad en cama con una reine de plaisir.
Un uruguayo que concurrió al último certamen de París, se
hizo presentar a una cocotte muy distinguida. Apenas la cocotte hubo
quedado en corsé cuando el uruguayo volteola sobre el lecho,
subiéndosele encima de un empuje, con rigor de jinete de araucaria,
al mismo tiempo que decía echando manos a los senos de la señora:
«¡Hembraza, hembraza, verás qué polvo!»
Repuesta la cocotte del susto, comenzó a bailar un cancán sobre
el vientre desnudo del uruguayo, a quien sacó del lecho a patadas
furiosamente, gritando: «¡������������������������������������������������
Gardez, votre argent, salot! Allez, achetez une
vache��
!»
Cachondez negociante
Cuando alguna señorita por inconstancia rechaza al novio (lo que
sucede muy rara vez) alegando que no lo quiere, la mamá, con ayuda
de las casadas de la familia, se reúnen para persuadirla de que lo debe
aceptar. En tono de firmísima convicción, se le dice: «Tú no tienes
experiencias; tú no sabes; el cariño viene después…»
363
Tratado de la Imbecilidad del País
Cachondez ovejista
Muchos ignoraran que la gente que se ocupa de la hacienda, los
peones de las estancias, connubian con las ovejas. Estos mansos
animales reemplazan a las mujeres en el interior de nuestra salvaje
tierra. Excepción hecha del capataz o de uno que otro peón, quienes
se permiten el lujo de tener su china por los alrededores, el resto de la
gente no toca una mujer, a veces en todo el año, para lo cual tendría
que trasladarse a las poblaciones de importancia, distantes leguas y
leguas del establecimiento donde ellos viven.
Hallándome de paseo en una estancia, interrogué a su dueño,
acerca de cómo hacía esa pobre gente para dar satisfacción a sus
necesidades fisiológicas, no acertándome explicar la indiferencia que
se nota [en] esa humanidad apática de nuestros campos.
—«¡Qué inocente!» —me dijo el estanciero— «¿Para qué sirven
las ovejas? ¿Se van a masturbar los peones como hace la juventud
montevideana, los mequetrefes universitarios?»
—«¿Las ovejas? ¡No diga! ¿Cómo lo hacen?»
—«¡Es muy sencillo, cada peón tiene la suya, perfectamente
enseñada! Ellas conocen a su marido; no vaya a creer que disparan.
¡Bien que les gusta! Al principio cuesta bastante; es cuestión de manea,
patadas y de encierro en el corral. Pero después, en el medio del
campo, donde se quiera; el animal es inteligente. Con que la llamen
es bastante. Ustedes en Montevideo no saben nada. Viven como en la
luna.»
Cachondez artificiosa
El onanismo mujeril ha tomado en nuestra tierra un incremento
prodigioso. Tiene que ser así. Las mujeres, obsedidas por la honrita,
con terror al embarazo, se rehúsan a los hombres, y prefieren ser
devoradas en el silencio de la alcoba por vicios solitarios a que se
entregan las calenturientas. ¡Qué necias, y qué inocentes! ¡Qué virtud
364
Julio Herrera y Reissig
tan complicada las subyuga! ¡Qué zonza hipocresía! ¡Qué temores tan
primitivos!
Entre nuestras masturbadoras hay eruditas, ignorantes, y brutales.
Las primeras efectúan la operación con aparatos a propósito; las
segundas, suavemente con el dedo; las últimas, despedazan velas de
estearina; y no faltan en este grupo las que se sirven de una botella.
Son frecuentes las operaciones a la vagina para extraer fragmentos
de vidrios que se quedan en el conducto cuando se rompe la botella.
Nuestros cirujanos las hacen con toda felicidad.
Se extraña que las eruditas no se entreguen a los hombres; pues ellas
que saben de consoladores no debieran ignorar que hay varios modos
de impedir el embarazo, de poner a salvo la honrita al aproximarse
el monstruo, como ser pastillas, irrigaciones de Permanganato, y
laxantes. Sin embargo a este respecto hay una ignorancia crasa en
nuestra sociedad.
Por último debe hacerse constar que existen, entre las eruditas,
muchas pobres (Cordón, Tres Cruces, Arroyo Seco, Barrio Reus,
Aguada, etc.) que no teniendo para consoladores, tienen que emplear
la vela. Entre todas las onanistas, éstas son las únicas que se entregan
por desesperación, cansadas de angustiarse sin encontrar el placer que
los aparatos proporcionan. La Casa de Müller gana cien pesos al mes
en la venta de consoladores para Montevideo, Buenos Aires, y centro
de la República. Es la única que tiene concesión del gobierno en el Río
de la Plata; concesión secreta, se sobreentiende. Esa casa, tan vulgar
en apariencia, es un sitio de conspiración de la cachondez. Tiene
tesoros escondidos que son una curiosidad. Müller da a las señoritas
el anuncio y reclamo de los aparatos que consuelan con este título:
«Objetos graciosos de arte para señoras.» Hay también aparatos para
hombres. Consisten estos últimos en un objeto de mórbido cauchuit
con un alvéolo contráctil, de distintas dimensiones, y un receptor
interno que se llena de agua tibia. Los marinos compran en lo de
Müller estas vulvas artificiales a precios reducidísimos.
Por lo que respecta al uso que hacen de los aparatos las eruditas
cachondas, se sabe que uno solo de estos objetos presta sus auxilios a
varias personas consanguíneas o allegadas por una relación estrecha.
Existe una familia muy highlife que usa consoladores, incluso
la casada. Esto recuerda los niños que tienen teta y se ayudan con
biberón.
Una consolatriz agradecida a los favores del chiche, lo llamaba
tiernamente: «La salvación de mi honra.»
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Tratado de la Imbecilidad del País
Cachondez ambulante
366
Una de las últimas fotos de Julio Herrera y Reissig, su gato Holofernes y su esposa,
Julieta de la Fuente, tomada a comienzos de 1910 en su casa de la calle Buenos Aires
124 (actual 377)
Tratado de la Imbecilidad del País
Cachondez tortillera
Las Ángelas y las Luisas abundan en Montevideo, aunque los
uruguayos afirmen que estos vicios son cosas de París. Los frotamientos
con el clítoris no dejan de agradar a las cachondas, sin que su honor
se rebaje con ello, pues nada más inocente que dos personas del
mismo sexo que se estiman en sumo grado jueguen al matrimonio,
consolándose mutuamente.
El amor libre es un hecho entre las selváticas. Tomen nota de lo
apuntado los novios montevideanos.
Cachondez uterina
Pululan en la sociedad, con aire de discreción, las morbosas
genitales, las afiebradas del útero, las que padecen ataques de lascivia
hidrófoba, las que se comen repentinamente al primero que se les
allega. Los sirvientes de confianza, los cocheros y los infelices, son los
368
Julio Herrera y Reissig
Cachondez canisólatra
Las ovejas y los perros llenan en nuestra República las funciones
sexuales de las mujeres y de los varones. Los hombres de la
Enciclopedia, los sonámbulos Juan Jacobo Rousseau, D´Alembert,
Montaigne, Raynal, Buffon, Condorcet, Diderot, los demócratas
ideológicos, los humanistas más delirantes de la Revolución Francesa,
no soñaron con la igualdad en el vasto reino de las especies.
Ninguno dijo: establezcamos los derechos de los animales. Hoy no
lo dicen, pero lo dan a entender en el país, muchos buenos partidarios
de esa nivelación socialista. ¡Por otra parte, lo exigen las necesidades
de la cachondez! Se impone la fisiología con una ley fatal, ineludible,
sorda a los preceptos de la religión, a los anatemas de la Biblia. Si se
quieren corregir esos abusos contra natura, se hace indispensable el
envío de una plenipotencia al Viento Norte.
Entre tanto, los Haeckhel, los Darwin, los Boas, los Comtes,
sociólogos, codificadores, naturalistas, antropólogos, se verán
obligados, en lo futuro, a considerar, en honor de los orientales, las
CXXXVI Voltaire.
369
Tratado de la Imbecilidad del País
relaciones ocultas del ser humano con ciertas especies que le son
adictas.
¡Oh, qué inocente Voltaire, cuando se pasma, por boca de su
Cándido, de que las señoritas del Paraguay tuvieran por amantes
a los simios, de que las desdichadas se abracen llorando a los
cadáveres de sus raptores! Bien se nota que Voltaire no conoció a los
uruguayos…CXXXVII
Forman un grupo importante las damas que se ocultan en el tálamo
con un gracioso faldero. Nuestros hábiles espías han averiguado, por
medio de la servidumbre, las ternuras acarameladas de esos amores
secretos entre doncellas y cuzcos.
Largo fuera de referir toda una historia sorprendente de
matrimonios antrocanistas que no figuran en nuestras crónicas
sociales. Conténtese el lector con una página de esos infolios oscuros,
que conservo bajo llave en lo más sagrado de mi discreción.
Una familia de la aristocracia tenía un perrito faldero que era
un catedrático de cachondez. Hacíase notar este perrito porque
se metía con frenesí libidinoso entre las piernas de las mujeres que
iban a la casa de visita. Habiendo pasado una doncella la noche en
esa casa, despertó sobresaltada por el perro, que se le introdujo entre
los muslos olfateando con desesperación, emitiendo resoplidos
fatigosos. Rechazado el cuzco, se retiró a paso de entierro, lánguido,
meditabundo, con la cabeza abatida y el rabo a la funerala. «Dos
lagrimones refulgían en sus ojos de Jesucristo».154 Era Musset,
cantando «las noches» de su primer decepción.
En el pueblo de Sarandí Grande todo el mundo comentaba, no
ha mucho tiempo, los amoríos de una señorita muy robusta, de una
tez bronceada y amplias caderas, con un pletórico terranova, una
especie de bárbaro Septentrional a quien le huían llenos de espanto
las colegialas de la parroquia. El famoso libertino volteaba a la señorita
detrás de un cerco en el fondo del corral a la hora de la siesta, cuando
la esposa, burlando la vigilancia de sus padres, íbase junto a su dueño.
Personas que los espiaban aseguran que el terranova era un hombre.
CXXXVII Elmismoarenglónseguido,recordándosedeLocke,haciéndoseelposibilista
se adelanta, medio en broma, a la ciencia de su tiempo, cuando dice con hermoso re-
gocijo que los simios son parientes de los hombres. Desconfío que Voltaire ha dado en
ensalzar al mono presintiendo, más aún que la futura antropología, la sátira que medio
siglo después le regalara Fontanes: «tiene como el mono movimiento gracioso y facciones
deformes.» De cualquier manera, a los entusiasmos de lujuria de una señorita con un
perro y de un hombre con una oveja, «bien se los puede apartar» de los llantos y alaridos
de una infeliz paraguaya sobre el cadáver de un mono.
370
Julio Herrera y Reissig
Últimas informaciones
Tres señoritas eran novias de un perrito. Teníanlo atado a la pata
de la cama para que no se cansase con las perras, cosa de tenerlo
fresco en la hora de la recepción. Dábanle mucho café para excitarlo.
No recibió más mimos ni comió más caramelos el Augusto Alfonso
XIII. Estos amores produjeron indignación en la cocina. La cocinera
exclamaba: «¡Yo le había de dar perritos… unos baldazos de agua fría
en la cabeza!»
El foxterrier adorado por las amas era curtido a puntapiés por los
sirvientes. ¡La moral refugiada entre las ollas! Como en Pot Bulle.
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Tratado de la Imbecilidad del País
Literatura cachonda
Fuera un vastísimo trabajo la prolija enumeración de los decires
corrientes en las diversas clases de la sociedad, los cuales rezan con la
lujuria primitiva y canalla de que se trata en este capítulo. Locuciones,
chufletas, proverbios, retruécanos, en forma y en consonancia, todo
un lenguaje de tugurio, carcomido de lepra vergonzosa, de babeante
pornografía; un bosteo popular de retórica de basura, de infecciosidad
de capstan,155 corre de gente en gente, desde el señor hasta el cochero,
desde la señorita hasta el criado, desde el joven de familia hasta el
vendedor de fruta. He aquí algunas expresiones de esa pintoresca
literatura que hace las delicias de los cachondos y que es la verdadera
literatura nacional.
La tiene más grande que un bañadero de patos; me gusta el virgo trasero;
le pega al frito; Bah, si es un putón patrio; cómo tendrá la huevera; ¡qué
huasca para enlazar!; se le afirma por la retaguardia; tiene unos ojos que me
desabrochan la bragueta; no juegue mucho al hoyito; es loco por el bacalao;
es un culiador de órdago; anda por el limonero; le va a romper el carozo; ¡qué
cacho!; ¡qué gran quesito!; me sacó el perro de las casillas; ni un rayo le parte
la butifarra; le sobó las tres ventanas; Bartolo tiene una flauta con un aujerito
solo; mamá dora los cuchillos; ¡cuánto afrecho en el pesebre!; tiene una lanza
macuca; se hace la cusca; sube al palo enjabonado; le saca punta al lápiz;
trabaja con la lengua; ¡se lo mandó guardar!; ¡le hizo sonar los caracuces!;
que se ponga en veinte uñas; revolverle los orejones; ¡qué lastima no ser perro
para tomarle las señoritas!; ¡tiene un pito cojonudo!; se le escapó la mula antes
de entrar al corral; se equivocó de portera; que te… tardas en venir; arrímese
al asador; moje amigo, que todos mojan; tiene seca la salchicha; agarrate
Catalina, que vamos a galopear; aflojale que colea; y salí con la sortijita
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Cuentas y collares. Vanidad inferior del
uruguayo. Atavismo salvaje156
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Toda civilización se caracteriza, ya lo hemos dicho, por
fenómenos intelectuales.
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y otros bandos que Vd. cita, habrán estando compuestos por gente
inútil, sin valor y sin ideales; por eso habrán caído, no como dice Vd.
porque haya sido fatal su desmoronamiento.»
He tenido ocasión de discurrir con varios uruguayos acerca de
ciertos fenómenos que se observan en la sociedad, comunes, se
sobreentiende a todos los países. Inútil ha sido de mi parte encarar
cuestiones con cierta altura, generalizando, reuniendo lo semejante
que se observa en todos los pueblos, con prescindencia de lo diferente
que los supera. Uno me contestaba: «es Cuestas el culpable; son los
blancos a quienes hay que reventar cuanto antes; eso se debe a la
farsa electoral del doctor Herrera; la falta de patriotismo es la causa
de lo que Vd. dice.» Al proponerles que hicieran abstracción de su
partido, de su país, de sus supuestos personales, que distinguiesen
entre lo que les interesa personalmente y lo que debe servir de base a
la discusión, que considerasen una unidad los elementos que en todas
partes del mundo coadyuvan al fenómeno, varios me respondieron:
«Eso no, querido amigo; Vd. se va por las nubes; si Vd. se enreda con
afirmaciones; si Vd. se sale de la Historia y de la Política de nuestro
país, no seguimos el debate. ¡Europa es Europa y nosotros somos
nosotros!»
Fácil es explicar el porqué de la no abstracción en las gentes
ordinarias. Puede decirse que el salvaje, más que ideas, posee las
representaciones o imágenes de los objetos que dan a conocer las
facultades sensitivas. Aquellas que son productos del entendimiento,
y que se conocen como ideas abstractas y generales, implican de una
operación menos espontánea, y constituyen la elaboración de un
intelecto más desarrollado.
La abstracción es reducidísima
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Mientras las experiencias sean escasas y se distingan tan solo por leves
diferencias, la naturaleza concreta de las ideas correspondientes, apenas
es afectada por el desenvolvimiento de ideas abstractas. Como quiera que una
de estas últimas se deduce de varias ideas concretas, no se las puede aislar
de las mismas, Ínterin su multiplicidad y variedad no conduzcan a borrar
sus diferencias, dejando que subsistan sólo aquellas que le son comunes.
385
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Es evidente que una idea abstracta engendrada de este modo supone que
la correspondencia entre las ideas y las cosas ha llegado a ser más lata y
heterogénea; que la representatividad de los numerosos concretos de los
cuales se ha sacado la idea abstracta ha aumentado en la conciencia; y en
suma, que la vida mental se ha apartado algo más de la acción refleja.165
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dos cosas, la 1.ª de un modo explícito, que nuestra gente tiene una
enorme dificultad en abstraerse por ser incapaces de un esfuerzo de
atención considerable; la 2.ª —implícitamente se desprende de la
primera—, que necesita de signos visibles y materiales para aprender,
que las facultades perceptivas en que se desarrolla su educación
escolástica constituyen su pseuda intelectualidad, facultades que como
he dicho le ayudan a manifestar superficialmente en los exámenes lo
que ellos han tomado a las Ciencias de la Naturaleza, sin comprender
en absoluto lo que estas Ciencias entrañan.
Con efecto: hallamos esta prueba de la falta de abstracción en lo
reacios, en lo impenetrables que se muestran los estudiantes respecto
a las Matemáticas y ciencias adyacentes que tratan de extensión,
figura, etc. Los hemos visto en la pizarra ante un problema, trémulos,
sudorosos, hacer papeles desairadísimos, borrando y escribiendo, sin
salir del paso, con expresión angustiosa que daba pena; los hemos
visto ante definiciones y cálculos de Geometría y Trigonometría
desplomados de impotencia. Los examinadores, benévolos por
excelencia, conocen todo lo que al respecto pueden dar los
examinandos, y es por eso que se satisfacen con demostraciones
elementales por parte de éstos; de otro modo, puédese asegurar que
fuera una excepción milagrosa el que saliere con éxito, y muchos
de los que ahora son doctores y bachilleres no lo serían de ningún
modo. Varios maestros y examinadores con quienes hemos hablado
en intimidad sobre la buena memoria que tienen los uruguayos para
aprender Geografía, Historia, Botánica, Fisiología, etc., y de su pésima
disposición para las ciencias abstractas, y aun para la Psicología, la
Lógica, la Metafísica, la Economía Política, y hasta la misma gramática,
han concordado unánimemente con nuestras opiniones respecto
a lo reducido del intelecto de los estudiantes, a que casi no poseen
facultades abstractivas, a lo tardos que se muestran en materias que
hacen indispensable un ejercicio elevado del intelecto, o lo que es lo
mismo, combinaciones cogitacionales, no heredadas; y finalmente a
que les es imposible salir airosos en estudios que no tengan por campo
de actividad operaciones más sensitivas que intelectuales, como ser la
percepción, la memoria y la imaginación, tal como se los halla en la
infancia de la inteligencia.
Se objetará tal vez, por lo que he dicho, de la rudeza primitiva de
los estudiantes respecto a las Matemáticas y nociones adyacentes,
que las ideas abstractas no son las más difíciles en sí, antes más bien
son claras debido a su sencillez. Esto, precisamente, constituye la
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que el padre del citado joven no hubo testado a favor de éste, que su
conducta fue mala. Su coloradismo no vio sino la divisa, un objeto
de venganza. Incapaz de una abstracción, no le fue posible distinguir
entre el padre y el nacionalista.
Discutíase con un uruguayo acerca de la excelente topografía de
Montevideo, de sus espléndidos panoramas, y al mismo tiempo, de la
estúpida vulgaridad de su edificación, del laberinto de sus calles, del
descuido de sus paseos, a causa del pésimo gusto de los propietarios,
de la desidia del municipio, y en general de la ordinariez, de la poca
educación de nuestra gente por lo que respecta a la belleza. Se le
dijo al uruguayo: figúrese a Vd. a Montevideo en el Mediterráneo,
en manos de franceses; qué sería esta Ciudad, que chiche. Cuántas
avenidas, cuántos parques; ¡y qué lujo, qué elegancia en los edificios!
El uruguayo, que opinaba que todo estaba del mejor modo en
Montevideo, respondió: «Nadie puede imaginar lo que Vd. dice:
Montevideo tiene que ser siempre Montevideo; de otro modo dejaría
de serlo; perdería su carácter propio. Si Vd. la lleva a la luna, ¿como es
posible que sigamos hablando?»
Se le adujo: haga usted abstracción de lo que es actualmente
Montevideo, y piense sólo en lo que pudiera ser, en posesión de una
raza distinguida, cuyo espíritu de empresa juega un rol importantísimo
en todas las actividades, a lo que respondió el uruguayo: «Yo no
puedo pensar locuras; los habitantes de Montevideo serán siempre
Montevideanos; no podrían ser de otro modo. ¿Qué han hecho los
extranjeros por el adelanto de la Ciudad? Si Vd. quiere hablar de
Francia discuta sobre París.»
***
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CXXXIX De Huxley: El hombre futuro ya que será inminentemente intelectual olvidará los
detalles, abarcando los conjuntos, en una visión extensa de lo pasado y de lo porvenir.
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de los sofismas, la opresión estúpida del estado, igual poco más o menos
en todas partes del mundo. Para los uruguayos son desemejantes,
débense atribuir a distintas cosas, la emigración italiana que la española;
la miseria de Londres que la de Nápoles; la paralización de Buenos
Aires que la de Montevideo. En su concepto, un hombre con una banda
presidencial puede hacer perfectamente la felicidad de un pueblo.
Si se les habla de miseria en tal o cual nación dicen «¿Qué banco ha
quebrado? ¿Qué presidente robó?»; si de usuras y de monopolios, «eso
durará hasta el fin del mundo, mientras existan hombres malos»; si de
criminalidad, «¡Que se fusilen, que acaben con los malhechores; los
delitos se suprimen suprimiendo los asesinos; nada es culpable de lo
que ellos hacen; si ellos matan es para robar, porque se les da la gana»;
si de prostitución, «esas mujeres son locas de nacimiento porque sí; que
las destierren; ese es el único modo de acabar con la corrupción.»
Cuando se habla con uruguayos del malestar de los pueblos, de
ciertos fenómenos sociales que son comunes a todas partes, ellos dicen:
«aquello no es igual a esto; las causas son distintas; los resultados tienen
que serlo; allá tendrán la culpa de todo los anarquistas, los radicales o
los autócratas; el partido Colorado ¿no es acaso diferente de todas las
colectividades? De su programa, ¿no se desprenden la ventura de los
ciudadanos, la libertad, el orden, la riqueza, la Civilización?»
La psique de los uruguayos a este respecto es parecida a la del
salvaje. Véase lo que dice Spencer refiriéndose a la conciencia de las
conformidades y las semejanzas:
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CXL* Los límites del Uruguay son: por el Norte Aparicio Saravia; por el Sur Juan
Lindolfo Cuestas; por el Este una lengua del Brasil que se bebe toda el agua del lago de
Merín; por el Oeste una garra de la República Argentina que se ha posesionado de Martín
García.
CXLI Sobre la tumba de don Andrés Lamas, debiera ser colocado un collar de
cuentas… Nuestro Talleyrand charrúa merece este honor simbólico.
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un organismo cuya fuerza vital excede del tipo medio; o bien experimenta
la necesidad de nuevas situaciones, o bien, si en ellas se encuentra colocado,
las domina y se adapta a ellas sin atenerse estrechamente a los ejemplos
conocidos ni dejarse dirigir por los hábitos de los antepasados; un organismo
de esta índole rebasa triunfalmente por encima de las barreras de la herencia
que sólo alcanzan a una cierta altura, y con un vuelo al que jamás se elevan
las individualidades débiles, se desarrolla sin trabas, adoptando formas
personales diferentes por completo de todas las demás.
no busca situación alguna que no haya sido familiar a sus antecesores, obra
según las analogías acostumbradas y permanece encerrado en el círculo de la
herencia, sin salirse de la costumbre, de acuerdo con el medio, conservando
la fisonomía tradicional, dejándose sugestionar por lo que le rodea, dentro
del cauce de las ocupaciones y de los hábitos de la masa.
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nada hay más estimable que el buen sentido, y el acierto del espíritu en el
discernimiento de lo verdadero y lo falso: todas las demás cualidades del
espíritu tienen usos limitados; pero la exactitud de la razón es generalmente
útil en todas las partes y en todos los empleos de la Vida.
Kant dice del mismo modo: «El juicio es el carácter distinto del buen
sentido, y la falta del buen sentido no la puede suplir ninguna escuela.»
Hasta en un orden de verdades enteramente prácticas manifiestan
nuestros hombres la falta de sensatez, o sea la condición indispensable
de un buen espíritu. No hay más que hablar con un individuo sobre
lugares comunes para ver como incurre a cada paso en desaciertos;
del mismo modo que un niño. En una conversación sobre el tema más
insignificante trasluce, cualquiera de nuestros hombres, la falsedad
de su juicio. A este respecto podríase aducir infinidad de ejemplos
que suprimimos por no fatigar la paciencia de los lectores, quienes
habrán observado en distintas circunstancias la verdad que hemos
afirmado.
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No debe desdeñarse esta clase de aptitud, pues para la mayor parte de los
hombres que sólo tiene que habérselas con las realidades de la vida, es
más importante que otras cualidades superiores, y su ausencia contribuye
a esterilizar las mejores de ellas. Por esto vemos frecuentemente espíritus
brillantes que salen mal en todo cuanto emprenden, por falta de sensatez.
Nunca hacen lo que importa hacer, ni ven lo que deberían ver. Aumentan o
atenúan las cosas a su antojo, se estrellan en las más fáciles, acometen contra
las dificultades sin haberlas medido, y engañándose siempre, creen que
nunca se engañan. Se parecen a los escolares sobresalientes que descuidan
la gramática y siembran solecismos en sus metáforas. Cuando la originalidad
neutraliza estos defectos, puede tolerarse; pero la ausencia de sensatez no es
una prueba de genio, y un hombre puede ser loco sin dejar por eso de ser
necio.
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salvaje tiene raciocinio «que siempre que es natural suele ser la razón
misma».
El conocimiento propiamente mediato implica distinción de
principios y consecuencias, contrataciones, antítesis, lo que dice
Spencer, compatibilidades, o incompatibilidades.
Hablando más claramente: raciocinar es juzgar. Entre el juicio y
el raciocinio, como dice Amédée Jacques, hay sólo la diferencia de
una operación más simple a otra más compleja. Además es cierto lo
que observa Locke, que existen en el raciocinio dos facultades, «la
sagacidad para encontrar las ideas medias, y la facultad de inferir»,
de sacar conclusiones. Rabelais supuso la exactitud como elemento
notable de una facultad raciocinadora.
En suma, los uruguayos, incluso los intelectuales, que como hemos
visto revelan un juicio en germen, o rudimentario, propio de un
hombre que posee facultades inferiorísimas, como el salvaje, se eleva
apenas en el raciocinio, lo que se puede comprobar sometiéndolos
a la experiencia. Son incapaces de la menor especulación, en un
orden que sobrepase la práctica de cada día. Si la premisa es algo
estrecha, si hay algo que inquirir, si hay que deslindar las apariencias
de las realidades, para remontarse en lo futuro, para rasgar un velo,
para enunciar una predicción, en suma, como diría Augusto Comte;
para descubrir o para inventar, según dice Leibnitz, los uruguayos
muéstranse torpes; no dan un paso adelante, se extravían a cada paso,
no deslindan lo diferente de lo semejante; confunden todas las cosas,
efecto de su falsedad de juicio, que no clarifican, no caracterizan, no
definen, no llegan a la esencia de los seres de conocimiento, de que la
actividad de su espíritu es automatismo ciego.
Terciemos con un uruguayo de Universidad sobre historia,
ciencias económicas, política, filosofía; tratemos de que arribe a una
consecuencia; y se verán en un todo confirmadas nuestras afirmaciones.
Se palpará que su inteligencia, como la del africano, no sale ni puede
salir de la órbita de los sentidos, o que es incapaz de remontarse a
lo venidero. Saquémoslo de un orden que traspase las experiencias
vulgares, tratemos de que confirme la relación de dos proposiciones;
que demuestre su creencia en algo, que apoye lo que asegura, y se
hará patente la índole primitiva de su intelecto. El ensayo no podría
durar mucho tiempo; su espíritu quedará incapacitado para elaborar
pensamiento de un orden que no sea el más simple y condicional; pues
de otro modo enredárase en contradicciones; tropezase a cada paso
con dificultades, dará por real lo que es aparente, incurrirá en toda
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[[…]] electricidad o la materia radiante; del famoso chisme
uruguayo, en el que toman parte desde el mozo de cordel hasta el
Presidente de la República; del chisme, que es arma de combate en
la Política y en los tribunales, en el hogar y en la plaza. Difícilmente se
hallara un pueblo más amigo de habladurías y cuentos; más ávido de
pormenores triviales.
Todo lo que a este respecto se diga resulta insuficiente. Entiéndase
que no es la masa del vulgo, la que únicamente se ocupa de roer como
el gusano la corteza de las cosas, de devorar en cantidad partes no
nutritivas, de absorber lo insignificante para expelerlo bajo forma de
un palabrerío insustancial, de una murmuración mecánica. El país
entero, los personajes de figuración, los universitarios, los del foro y
de la política sobresalen en este arte minúsculo de chismografía. En la
mesa, en el lecho conyugal, en el paseo, en el café, en el estudio, en la
oficina, en las antesalas del senado, en los gabinetes de los Ministerios,
en la sala del Presidente, el Chisme es soberano de las inteligencias;
nadie se ocupa de otra cosa que de rendirle homenaje. Bien puede
afirmarse que éste es el país del chisme. La Política es chisme; la
sociedad es chisme; el ejército es chisme; los negocios son chisme; la
Prensa es chisme; la Bolsa de Comercio es chisme; los médicos son
portavoces del chisme; el teléfono es su conductor continuo; las
bicicletas, son sus medios locomotores; Cupido es su padrino; las
iglesias sus escondites; las visitas sus diplomacias; sus caños intestinales
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CXLII
Recuérdase con este motivo que Carlos María Ramírez no gustaba del notable novelista
autor de Reconditè; y sí, por lo contrario, de algunos inferiores del pasado Romanticismo.
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CXLIII En Buenos Aires tampoco los comprenden; los compran por vanidad.
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CXLIV
Entiéndase que no me refiero a la melodía en el concepto que de ella tienen Wagner y
Schopenhauer, sino en el sentido usual.
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CXLV A propósito de esto, se sabe de muchísimas personas que compran los diarios
sólo por leer las sociales, para enterarse de las defunciones, los crímenes y los enlaces.
¿Harían esto los campesinos?
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CXLVI Todo lo que se avisa en este paralelo de nuestros hombres lo hemos demostrado
en diferentes capítulos, y lo seguiremos probando en el resto de este análisis.
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sobre todo los malgaches muestran con ventaja esas condiciones. Mas
la aptitud en cuestión es sólo para las cosas sencillas. «Los hechos, dice,
las anécdotas, las metáforas, los acertijos, las fábulas relativas a objetos
sensibles, sencillos, son al parecer la base de sus ejercicios mentales».
Por lo demás, estos mismos indígenas son tan limitados en cosas
algo superiores, que sobresalgan de la costumbre de conocimiento,
como cualquiera de nuestros hombres; son igualmente como el resto
de los salvajes, como el campesino y como el uruguayo, incapaces de
reflexionar. Dice Spencer: «un ejemplo de que es general entre las
razas inferiores esta carencia de facultad de reflexión, es el aserto del
Doctor Pickering, quien, tras de repetidas tentativas, no ha hallado
más que un pueblo salvaje, el fidgio, que razone, y con el cual se pueda
seguir una conversación.»191
Hemos visto que los uruguayos no pueden ni podrían poner el
raciocinio en esfera que traspase el orden más ordinario, por ausencia
de condiciones indispensables a la actividad citada. Hemos probado
la falta de esos elementos y del Raciocinio, con detenido análisis del
espíritu de nuestros hombres en todo cuanto se manifiesta, fuera
del trámite vulgar de la razón práctica. Hemos descubierto en su
mentalidad las relaciones negativas entre sus no facultades, ascendiendo
por grados desde la abstracción, genialidad y reflexión, hasta las ideas;
desde las ideas hasta el Juicio; y desde el Juicio hasta el Raciocinio.
Hemos entrado luego en esta actividad, y ahondando más el análisis
de las condiciones esenciales y lejanas que la constituyen, conclusiones
en que nuestros hombres no tienen en el orden ya indicado, juicio,
sagacidad, exactitud, espíritu abierto y reflexión, y por consiguiente,
facultad raciocinadora; que en ordinariez intelectual no se diferencian
del campesino europeo; y que guardando las proporciones, son
idénticos al salvaje, quien como he visto no posee ninguna de las
condiciones de un buen espíritu; es incapaz de raciocinar.
Por último, en un examen de las manifestaciones colectivas y de
algunas particulares, como asimismo del modo como se observa que
se pronuncian los uruguayos, palpamos lo que habíamos afirmado en
la página 434, es decir, la ausencia del raciocinio, o la falsedad de esta
operación, por no existir, como se comprende, las actividades más
inferiores o adyacentes de que se forma, o que coadyuvan al acto de
raciocinar.
No obstante, sería deficiente nuestro análisis si no apoyáramos
lo demostrado sobre la ausencia de raciocinio en el espíritu de
nuestros hombres, con ejemplos, que sirvan a los lectores de pruebas
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Ca-
ricatura del Dr. Alberto Palomeque, uno de los personajes criticados por Herrera en su
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tales cosas dejaría de ser mujer; una señora pierde mucho en el manejo
de ciertos asuntos que sólo incumben al hombre. El Estado debe velar
por conservar a la mujer bien femenina. Está contra la naturaleza,
contra el honor, contra las leyes sociales, una mujer echando firmas
aquí y allá por cuanto juzgado existe. Yo creo que el Código Civil a ese
respecto no puede ser más razonable.»
Hallando de que nuestras viñas están todas filoxeradas, y que el
vino recuerda al agua, a causa de la debilidad de la tierra, de nuestras
uvas neurasténicas, dulzonas, femeninas, sin espíritu, lamentaba
un extranjero el fracaso de una industria tan importante como la
vinícola.192 Un uruguayo le rebatió en los siguientes términos: «Lejos
de ser una calamidad para el país lo que Vd. dice, es al contrario
una fortuna. De ese modo no habrá borrachos; el vino flojo no hace
daño a nadie. Sería una suerte para Europa, donde se cuentan tantas
víctimas del vicio, que la tierra fuese débil. Por lo demás esta probado
en sociología: que disminuyendo la ebriedad aumenta la riqueza, pues
hay más brazos para el trabajo.»
En la práctica política se suceden continuamente los actos más
ridículos, que ponen de manifiesto la falsedad de juicio en los
gobernantes. No ha mucho que por una presunta conspiración el
Presidente Cuestas se apoderó de varios ciudadanos, de quienes se
sospechaba. Un alto funcionario leía al señor Cuestas la lista de los
conspiradores, a quienes deberíase conducir a la Fortaleza. Al llegar
al señor Don Duncan Stewart,193 interrumpió el presidente: «No,
Duncan está muy viejo: lleven al hijo, que es lo mismo»; y acto continuo
escribió, con un lápiz rojo, el nombre de Diego Stewart, que horas más
tarde era conducido al Cerro.
Finalmente en la Oratoria, no menos que en la Política, puede verse
al desnudo lo que afirmamos respecto a la carencia de raciocinio en
los intelectuales. Un joven Danton, de interesantes melenas, con fama
de filósofo y de elocuente dio, no ha mucho, una conferencia sobre
Política, a la que asistió toda la juventud del partido rojo, mereciendo
los aplausos más entusiastas de la Prensa y de los literatos. Decía la
gente del orador, días antes de la conferencia, «hace 5 años que no
habla, esto mismo va a hacer que hable mejor que nunca; ¡Qué tigre!
¡Es sin duda nuestro primer filósofo! ¡Vean Uds. qué lógica a lo Pitt!
¡Qué inflexiones a lo Veigniaud! ¡Qué ademanes a lo Barbarrose! ¡Qué
vuelos a la Mirabeau! ¡Qué apóstrofos demostenianos!» Sin exordio
ni cosa que se pareciera, comenzó nuestro uruguayo su discurso tan
ponderado. Alabó la filosofía de la Historia; elogió a Littré; citó a
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La inteligencia del uruguayo
como producto del medio
Estagnación mental. Quietud primitiva de las creencias. El
horror a lo nuevo. Misoneísmo.194 La Concepción de Verdad
es muy reducida. No hay escepticismo ni crítica filosófica.
Falta de originalidad. Imaginación reminiscente. Falta de las
condiciones, etc. Espíritu imitativo -no hay creación en el
arte ni en las costumbres. El cerebro grafofónico de nuestro
pueblo es semejante al de los salvajes.
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CXLVII
Desciendo de Tomás Hobbes, hijo amado de Epicuro, padrino egoísta de La Roche-
foucauld; luna negra de escepticismo que visitó las noches de Schopenhauer y Nietzsche.
Mi genio lo proclama. Sé que no soy comprendido. Esto me regocija. Las montañas
no fueron hechas «para ser miradas, por los uruguayos»… Desprecio el Cerro para pe-
destal; éste es una medianía, como los poetas comarcanos, cuya lira cimarrona es una vieja
guitarra…
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de las Blasfemias anatematiza e injuria al nunciador de la futura fe, antes que él haya apa-
recido sobre la tierra, yo te amo y te bendigo, profeta que anhelamos, sin que el bálsamo
reparador de tu palabra haya descendido sobre nuestro corazón.»
Nadie se conoce a sí mismo. Es por eso que nuestro crítico no tiene de sí propio, o sea,
del revelador, sino una imagen vaga y misteriosa. ¡No decía yo que el Mesías ha nacido en
Montevideo: y que tiene un alma buena y cándida, incapaz de maldecir y de injuriar como
la del Turiano Jean Richepin!
Continúa el revelador: «El vacío de nuestras almas sólo puede ser llenado por un grande
amor, por un grande entusiasmo; y este entusiasmo y ese amor sólo pueden serles ins-
pirados por la virtud de una palabra nueva.» No se puede exigir una ingenuidad más
uruguaya. Afirmar, en pleno siglo XIX de escepticismo y de crítica, de Ciencia y de
Trabajo, en el siglo de la Anatomía y de la Mecánica, que el Vacío de la Humanidad, que
es túnel de las Danaidas, sólo puede ser llenado por un grande Amor, y que este grande
Amor puede ser recetado por un hombre de letras, genial o como sea, es algo que da la
medida de la infantilidad de nuestras psiques. Según esto, cualquier fraile caritativo que
haga escuela en literatura basta para colmar los deseos del monstruo humano, para dar
término a los sufrimientos de la especie, y hasta para revelar los problemas económicos
de actualidad, pues nuestro crítico parece dar a entender «que el dios desconocido» y
que aún está por venir, no será otro sino un literato, un cincelador de frases evangélicas y
ardientes; y exclama para terminar «¡Revelador! Revelador!, la hora ha llegado!» … (Fin
de Rodó)
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Era ante todo franco, leal y directo. Aunque el mundo se viniera abajo, tenía
que decir lo que pensaba. No podía tolerar el disimulo, ni la atenuación de
las ideas en beneficio de preocupaciones existentes. Tenía horror a todo lo
que fuera sacrificar al dios vulgo, al dios éxito. «Un conde Nietzsky no puede
jamás mentir. La sinceridad más absoluta debe de ser su norma, aunque le
cueste la Vida», decía a un hermano, siendo niño. Muestra una profunda
repugnancia por todo lo vulgar o nulo. Posee una voluntad heroica y una
inteligencia dominadora. Él solo se pone en frente de todo el universo, y reta
hasta los fantasmas de su posible conciencia. Detesta toda debilidad, toda
componenda; todo lo mediocre le subleva. Odia la hipocresía y el servilismo
como los mayores crímenes. Sigue la trayectoria que le ha trazado su
superior naturaleza sin que nada le detenga, y en tal conducta es implacable
hasta para consigo mismo; sin temblar sacrifica a sus ideas, su reputación, su
bienestar, su vida.
Sprit
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junto al Nilo siguen un tipo tan constante casi como los nidos de las aves;
cada tribu tiene un tipo particular, como cada especie de ave. Estos hechos
nos revelan que esas razas, en que las ideas están encerradas en límites
estrechos impuestos por el uso, no gozan de la necesaria libertad para
entrar en nuevas combinaciones y dar origen, por ende, a otras maneras
de obrar y a productos de forma nueva.207
Es, pues, una verdad científica que las razas inferiores no poseen
el don de la inventiva; su imaginación no hace más que repetir, y en
este caso se halla, como he dicho, la gente de este país y de otras varias
naciones de América del Sud, cuya literatura es servilmente parasitaria,
cuyas manifestaciones intelectuales en cualquier género son placas
fotográficas de las que intentan otras razas; sin que se haya producido
hasta el presente una nota original; algo en que se perciba el aliento
de una creación.
Esta falta de originalidad se nota hasta en las costumbres más
insignificantes; en la conducta; en el modo como los hombres se
manifiestan en sociedad; en las ideas prácticas sobre la vida, en las
convenciones de toda especie, en el amor, en el trabajo, en fin en todo
lo que cae bajo la lente del observador.
Se entiende que no habiendo imaginación constructiva, no hay
imaginación destructiva.
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Intelectualidad inferior del hombre de
campaña.
Enumeración de sus caracteres. Su semejanza con el salvaje.
Su agudeza sensorial. Su memoria indígena. Su habilidad
primitiva. En qué consiste su astucia. Su aptitud para la
ganadería. Su destreza para la guerra. Inactividad reflexiva.
El gaucho no se ocupa de otra cosa que del presente. Le
basta, como al indígena, la satisfacción de sus necesidades.
Su inteligencia no sale de los sentidos. Es incapaz de
razonamiento. Su credulidad de niño. La superstición del
gaucho en relación con la del uruguayo de Montevideo.
Conclusión.
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La mayor parte de los autores que hablan de los salvajes, confirman que
éstos poseen sentidos agudísimos, y que sus percepciones se verifican con
rapidez. Tomemos primero los sentidos. En opinión de Lichtenstein, los
boschimanos gozan de una vista telescópica; «sus ojos penetrantes están sin
parar en movimiento.» (Barrar) Los karios de la India ven tanto a la simple
vista, como nosotros con anteojos; citan igualmente el «alcance de la vista»
de los habitantes de las estepas de la Liberia. «Los indios del Brasil —dice
Rendon—, tienen los sentidos muy vivos; ven y oyen cosas imperceptibles
para nosotros.» Southey afirma lo mismo de los tupís. Según Dobinzhoffer,
los abipones «están siempre moviéndose como los monos» y distinguen cosas
que pasarían desapercibidas al europeo, dotado de la vista más perspicaz.
Con respecto al oído, conocemos hechos análogos, si no tan abundantes.
Todos hemos oído hablar de la habilidad de los indios de la América del
Norte, para percibir los ruidos más insignificantes; «una prueba de la finura
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del oído de los veddahs es que sólo por el zumbido descubren los nidos de
las abejas.210
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detalle por detalle, con todos los lineamientos del dibujo, y todos
los contornos, ni más ni menos que una placa fotográfica, lo que fue
objeto de su percepción maravillosa. La mayor prueba de su memoria
salvaje se halla en el modo de referir los sucesos; cosa por cosa, fecha
por fecha, siempre del mismo modo, sin la menor variación. Un viejo
cuentista, a quien le hice de ex profeso repetir una misma historia,
díjomela como la vez primera, sin agregar ni suprimir detalle. El sitio,
el panorama, la hora, la circunstancia, todo fue desvelando a su turno.
El viejo tenía en su imaginación tan fresco lo pasado, que parecía que
la historia le hubiera sucedido ayer.
Fácil es suponer que un desarrollo tan notable de los sentidos en
nuestra gente rural, y de lo que puede llamarse memoria perceptiva, se
debe, como afirma Burton de los indios de los Llanos, a la observación
constante y minuciosa de un número limitado de objetos. Un
ejercicio continuado de esas facultades, es lógico que produzca un
desenvolvimiento como el que demuestran.
Continúa Spencer:
Hechos hay que denotan la rigurosa exactitud con que los chipenayos, como
los dacotaks, se enteran de los sitios que hayan visto pocas veces; pero los
más concluyentes que acerca de este punto tenemos se refieren a las razas
salvajes de la América del Sur. Bates hace notar el extraordinario «sentido
de los lugares» de los indios brasileños. «Allí donde un europeo no puede
descubrir ningún indicio, un arawako, dice Hillhouse, indicará las posadas de
cualquier número de esclavos, el día preciso en que pararon, y hasta la hora,
si es que cruzaron por la comarca en aquel día»; Brett afirma que un indio
de una tribu de la Guayana «dirá cuántos hombres, mujeres y niños han
pasado por un sitio donde el europeo sólo distinguirá las huellas confusas en
el suelo»; «alguien que no es de nuestro pueblo ha pasado por aquí», decía
un natural de Guayana en cierta ocasión que estaba reparando en las pisadas
del suelo; Schomburgh, que cita este hecho, declara que dicha facultad, en
aquellos salvajes, «raya en la magia».212
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razas negras más adelantadas. «Diez minutos, dice Burton, hablando a los
Africanos orientales, bastan para cansar al más inteligente, si se les interroga
sobre su sistema de numeración». Obsérvase igualmente que una raza tan
inferior como la de los malgaches, no posee, al parecer, las cualidades
intelectuales necesarias para pensar con rigor y perseverancia.221
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cuando son trece en una mesa; que este número presagia siempre
desventura; que la araña negra es desgracia y la blanca fortuna; que
encontrarse con un jorobado o que guardar una herradura usada
es suerte; que de contar las estrellas salen verrugas; que saludar a la
luna es buena noticia; que derramar sal o aceite es anuncio de dolor;
que un objeto que caiga denota con su inicial la persona que piensa
en el dueño de lo caído; que soñar con vacas y espejos es peligroso,
y feliz con muslos de criatura; que una picazón en el ojo derecho es
fortuna, y en el izquierdo llanto; que haciéndoles cruces de sal debajo
del asiento a las visitas éstas se marchan; que soñar que una persona se
muere es anuncio de larga vida.
Respecto a lo que antecede los uruguayos de la ciudad tienen
supersticiones que van a la delantera de las del gaucho. Fuera de que
creen en las adivinas, que abundan en Montevideo, explotando la
credulidad; en los presagios; en agentes sobrenaturales; en aparecidas;
en duendes; brujerías; en curas por palabras y signos; en magia de
colores, etc., es algo que sobrepasa los engaños del campesino, quien
mira con espanto el mal de ojo, el chamizo, la maldición en el mate, las
ánimas en pena que vagan en la luz mala; la vuelta de la pisada, el daño
con cabezas de víbora y vidrios rotos, polvo de huevo y vinagre; la paletilla
caída, el retrato dado vuelta; que creen que cuando canta un gallo en
la puerta de la alcoba donde hay un enfermo, éste se muere; y que si
canta en la puerta de la sala, vendrán visitas inmediatamente; que si
los perros aúllan de noche, arribo de forasteros; que si bala una vaca,
fallece alguno; que se cura el mal de ojo quitando la camisa al paciente
y poniéndosela al revés, con dos padre nuestros y cruces en la mano;
que se enamora a un hombre dándole en un terrón de azúcar algunas
gotas de sangre de la menstruación; o haciéndole beber en el mate
el agua en que la novia se lavó la vulva; que se hace daño a alguno
apoderándose de una media que le pertenezca, y acribillándola con
agujas, y otras cosas por el estilo, que bien se pueden igualar a las más
groseras supersticiones de los groenlandeses, los fidgios, los caribes, los
tudas, los inuitas, los boangos, los malgaches, los indígenas de Oceanía, y
los negros del centro de África.
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Conclusión
Para que la figura del gaucho quede bien redondeada, para que
nadie ponga en duda su similitud con el salvaje en la mente del lector,
preciso es consignar algunos de sus rasgos emocionales más salientes,
y que más lo acercan al hombre incivilizado.
El gaucho siempre acciona por el primer movimiento. Mil historias
nos refieren que tal o cual individuo de la campaña ha dado muerte al
mejor de sus amigos, o a algún ser de la familia; en un instante de ira,
sin darse cuenta de lo que hiciera.
Recordaré con este motivo varios hechos de impulsividad en que
fueron protagonistas caudillos importantes. Poco antes de la acción
de Perseverano, hallábase el General Aparicio225 disponiendo la
pasada por un arroyo del ejército a su mando. En esto acercósele un
oficial, nacido y criado en Montevideo, ignorante en absoluto de las
cuestiones de campo. Con todo el respeto de la disciplina, le preguntó
al Caudillo en qué orden, cuándo y cómo efectuaría el pasaje. El
General contestóle guarangamente, con un acento de burla: «Pasarás
en una balsa, tirando de una piolita; ¿no te enseñó tu mamá lo que
eran balsas; qué aprendiste en la escuela?». Y como el subalterno se
sonriera, Aparicio, montando en cólera, loco de rabia, precipitóse
sobre el oficial y le atravesó con su lanza, de parte a parte, a la vista
de todo el ejército. Otorgués cometió actos semejantes en distintas
ocasiones. Esta fiera se arrojó sobre un prisionero con una piedra y le
deshizo la cabeza, porque el godo, como él decía, se quedó serio cuando
le hablaba «de ensartar al asador a los reyes de su Galicia.»
Facundo, «el tigre de los llanos», era un feroz impulsivo. Por una
cuestión, la más insignificante, mató a tacazos de su bota a la querida
en el patio de la casa. La escena duró un minuto. Un gesto y una
palabra que no le gustaron al tigre, fueron lo bastante para que éste se
precipitara ciegamente bufando, trémulo de ira, sobre la mujer, a la
que trituró con mecánica fiereza.
En tiempo de revolución es cuando la impulsividad adquiere
mayor empuje. Los hombres matan inconscientemente, acometidos
de extraña furia contra una divisa. El gaucho, que bien puede ser
magnánimo y hospitalario, se convierte en alevosa bestia, en un
monstruo de desolación. Atropella, viola, incendia, roba, despedaza; es
incapaz de dominar sus emociones. Una prueba de la impulsividad de
los gauchos está en que continuamente llenan las cárceles, convictos
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Anotaciones
preparatorias y otros
textos vinculados con el
Tratado de la imbecilidad del
país229
Anotaciones. Fragmentos. Comentarios
sobre «Salubridad».230
Datos231 y Cultura232
Los sombreros altos que se ven cuando llega una Compañía de
ópera. Para la ópera, las señoras se visten – al drama no se le concede
tanto (o cuando hay un baile).
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Esa mirada es del onanista que trata de fijar la imagen para servirse de
ella.
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Axioma de imbecilidad.
Un uruguayo culto, sociable, que ha viajado decía: Calculo de la
temperatura un día con otro, ¡qué clima templado, divino!
***
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El país más chico que tiene el himno más grande del mundo. Haydn
– Ruso – Invocación mística –
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Los jóvenes hablando «de las mujeres que hacen vida galante» las
llaman agriamente ovejas – es una manera de moralizar estigmatizando
– ¡Pudibundos bellacos!
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Hotel de París. Una sola sirvienta para todo el Hotel – ésta sirve a la
que le paga más – el remate del servicio – El baño del Hotel, uno para
todo el Hotel, colocado en un desván donde se ponen los trastos y la
bomba de regar los […] (desprecio por la limpieza). Una canilla de
agua fría; al agua caliente se la sube desde una distancia de 2 pisos en
jarras – El bañista no tiene dónde colocar los pies al salir del baño.
El piso es de piedra – Se ruega al Ministro francés, que por el honor
de la cultura de su país, haga honor al nombre del Hotel. – […]
Las letrinas – son tres – ubicadas juntas en el final de cada piso – y
cada […] desfila en las letrinas.
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***
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Prolegómenos de una Epopeya
Crítica (A la manera de Platón)239
Julio Herrera y Reissig
Roberto de las Carreras
(Un salón alhajado con muebles Luis XV. Reina una luz suave.
En un ángulo un busto de Atenea. En las paredes varios motivos de
Watteau. Roberto en un diván con aire de pereza. Julio indiferente
echado sobre un cojín, fumando un cigarrillo, y aureolando con el
humo las redondeces de una Bacante. Sobre una mesa de plata un
manuscrito próximo a imprimirse de Roberto y Julio.)
Julio (galante) Has metodizado una carcajada.
Roberto (complicado) Has cincelado un insulto.
Julio ¡Hemos nacido, como Minerva, de la cabeza del Dios del rayo!
Roberto (con modestia) El rayo es como nosotros…
Julio (Compasivo) Tengamos piedad de este país tan niño, que se
halla en formación geológica, en proceso de levantamiento, surgiendo
lentamente de la matriz de las aguas.
Roberto (dirigiendo una mirada al manuscrito que está sobre la
mesa) ¡Nosotros apresuramos su levantamiento!
Julio Has desgarrado en este país con tu sátira mordedora, con tu
dentellada Byroniana la obra de los hombres, ¡oh, Anaxágoras!
Roberto Y tu la de Dios mismo, ¡oh, Satán!
Julio (con altivez) Provoco el aplauso de los insultos; ¡amo la
popularidad del odio!
Roberto Pienso como tú, oh Byron. ¿No sería acaso humillar a
Epicuro y a los más grandes libertinos connubiar con la Euménide?
Julio (con gravedad) ¡Somos los malditos!
Roberto (sonriendo) ¡Los insolentes!
Julio Tu obra, tu burla orquestal es una ópera en prosa.
Roberto (ingenuo) ¿Como las de Flaubert…?
Julio (exaltado) ¡Eres un camafeísta del insulto!
Roberto (con vehemencia) ¡Eres un poeta en erupción!
(Un silencio)
Roberto Hemos insultado a la América del Sur, desde el Uruguay
hasta el istmo de Panamá.
Julio (Reflexivo) Un insulto de […]240
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Julio Herrera y Reissig
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Víctor Pérez Petit243
Entre todos los acorchados megalómanos del país, figura un caso
patológico digno de laboratorio. Es un Torquemada literario, o
iliterario como se quiera, armado con toda la pertrechería de Tartarín.
Irascible, avinagrado y con más espinas que la corvina criolla es además
un tonto de la mejor calidad.
Girardin hubiérale dicho: «encantador de víboras, hasta para odiar
se necesita tener talento», y Byron: «Moscón hidrófobo, ponte un
cerebro». Es un hombre-pincho, el tal grafómano, de una encantadora
ridiculez. Es un serrucho humano, este literatófago sentimental y por
sus neurosis me recuerda una damisela impertinente con alma de gato
montés. Entiéndase que estoy hablando del temible, del simpático, del
malo Víctor Pérez Petit.
¿Malo? Malo no le llamaré, porque es honrar a un tonto llamarle
malo. Lo que le llamaré es tonto quintaesenciado, tonto divino —tres
veces tonto. Jamás le he conocido una idea; sus escritos son de una
inmensa vacuidad y el horror inofensivo que me ha inspirado siempre
lo atribuyo al que según la vieja filosofía, tiene la naturaleza por el
vacío.
Víctor Pérez Petit es un isquemiado común, un macrobio deletéreo, un
anormal inferior, un involutivo, que diría Ferri y en el cual el psiquiatra
experimentador hallaría enormemente desarrollada la protuberancia
del idiota.
Parece mentira que este barrilete pedante y pretencioso se haya
impuesto como escritor, con cuatro sandeces insípidas e incoloras
zancochadas en baba, con cuatro chascarrillos hipnóticos, y con
cuatro colazos de lagarto hambriento, con cuatro diatribas guarangas
y con cuatro melosidades revulsivas que me saben a empanada criolla
y a licor de rosa. Y sin embargo, pasa por ser un crítico en este país de
angelitos – y aunque la Verdad se rasgue – la fama de Pérez Petit pesa
más que toda su colosal estupidez.
En oposición con el principio a priori de los antiguos, ex nihilo nihil
—nada viene de nada— este señor Petit ha salido de la nada y aunque
orgullo de aristócrata me obliga a sonreír de su origen plebeyo, no
puedo menos que hallar la disculpa de su falta de talento en la pobre
savia genealógica que da limosna a sus células.
Si como dice Lombroso la Ciencia Moderna está llamada a dar
celebridad histórica a los más eximios idiotas, al menos como uruguayo
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como le considero un mal zonzo, así lo hago, y le digo sin andarse con
mohines todo lo que pienso de su ilustre personalidad.
Por último, no sólo le creo un zonzo insuperable sino un
mistificador innoble, un envidioso, un falso y un cobarde.
Espero sus padrinos.
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El Payador Guzmán Papini y ¡Zás!
(que pudo llamarse Apolo)244
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Cosas de aldeaCXLIX
Hay rasgos, uno tan solo, que pintan a un hombre, y hay hombres
que se pintan solos para ser afrentados por la verdad fotográfica;
por esa verdad indiscreta, cruel, austera, enérgica, implacable, que
habla para hacerse oír y grita para hacer temblar a los deformes, a los
blandos, a los pecaminosos, a los reincidentes, a los que si se les habla
de cuerda es como si se les condenara a la horca, a los que en este
momento, como la sombra del lúgubre personaje de Shakespeare,
huyen despavoridos de mi pluma por temor de que los ponga en la
picota de la pública execración.
¡Líbreme el Dios de la Misericordia de emprender una semejante
tarea de verdugo, pues si me sobran la energía, la entereza y el
ánimo para eso y para mucho más, me falta en cambio la crueldad
de doble filo con la que otros se han complacido en hacer morir a
su víctima, haciéndola probar antes, con lentitud torturadora, todos
los refinamientos más dolorosos del martirio, todas las sanguinarias
caricias del metal frío y sin conciencia.
Se trata solo de tajear un rostro, de hacerle un pequeño rasguño
con un alfiler sin punta, pues es mi intención que la marca quede por
mucho tiempo y que, cuando la vean otros de la parentela moral de
mi acusado, aprendan la sana lección del escarmiento, y se ahorren de
esa manera el mal rato de verse ridículamente machucados, sacudidos
en ese rápido zamarreo, infantilmente perverso, que deja los moretones
como manchas de humillación, como estigmas oprobiosos, insensibi-
lizando los miembros hasta hacer que el dolorido, entre zambo y mal-
trecho, corra a ocultarse en un rincón de su vergüenza, y purgue allí
sus abyectas debilidades.
Sabrán mis lectores y mis amigos, porque conviene que lo sepan,
que iba para dos años que desempeñaba el cargo de Secretario
de la Inspección Nacional de Instrucción Pública, cargo de cierta
representación administrativa y para el que se requieren dotes
CXLIX Este texto (aún primerizo y vacilante en su estilo, sin duda) fue con toda pro-
babilidad redactado por Herrera y Reissig a comienzos de julio de 1900, luego de re-
nunciar (el día 8 de ese mes) a su empleo como secretario privado del inspector nacional
de Instrucción Primaria, que ocupaba desde octubre de 1898. Pese a haberlo revisado y
corregido, finalmente optó por no publicarlo. Este es el primer texto en el que Herrera
comienza a emplear su nuevo lenguaje crítico respecto de las prácticas políticas en su país.
Los detalles de este episodio y sus probables efectos para la vida de Herrera se discuten en
las pp. 44 y ss. de mi «Estudio preliminar».
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Firmado:
Abel J. Pérez
CLIII Esta de «payaso» y las demás referencias en el pasaje que sigue —«Dios-pan»,
«patrón de todas las hambres», etc.— remiten todas al presidente Cuestas.
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CLIV Herrera y Obes estaba para 1900 exilado en Buenos Aires por un decreto de
Cuestas, y sin posibilidad de ejercer actividad política directa.
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Posfacio
Nueve provocaciones
críticas para leer
el Tratado de la imbecilidad del país
Aldo Mazzucchelli
1. Genealogías
Las tesis de este libro no son originales. Son, en esencia, las mismas
ya elaboradas por Domingo F. Sarmiento en su Conflicto y armonías de
las razas en América, de 1883. Esas tesis las resume José Ingenieros, en
el prólogo que aún en 1915 acompaña a la reedición del libro de Sar-
miento: la herencia española y el mestizaje habrían sido factores con-
trarios a la modernización continental, mientras que la inmigración
europea y la educación general serían los principales remedios a
aplicar para corregir el rumbo de su desarrollo. En la región, otros en-
sayistas argentinos, desde José M. Ramos Mejía a Carlos Octavio Bunge,
Agustín Álvarez o el propio Ingenieros, desarrollaron esta línea de
pensamiento en numerosos volúmenes, publicados los últimos bien
entrado el siglo XX.
Influencia directa no parece haber existido entre esos autores y
Herrera, quien no muestra haberlos conocido. Pero sea como sea,
aunque las líneas generales del diagnóstico herreriano no son nuevas,
el texto –la textura, la realización- sí lo es. El carácter irónico, barroco
y excesivo de cada página del "Tratado de la imbecilidad" lo apartan
de la solemnidad "científica" de los tratados al uso en el momento de
su escritura. La asignación del escrito de Herrera y Reissig a cualquier
genealogía cultural o de género literario es, por eso, un asunto difícil.
El componente desafiante de la obra de Herrera y Reissig se articula
en textos y gestos, en un hilo que consiste tanto en las tiradas satíricas
533
Tratado de la Imbecilidad del País
Peter Gay: The bourgeois experience: Victoria to Freud, vol. 3: The cultivation of hatred
(Nueva York: Norton, 1984-c1998).
II La frase de Trotsky citada en Octavio Paz: Los hijos del limo; del romanticismo a la van-
guardia, 2.ª ed. (Barcelona: Seix Barral, 1974).
III En estas tertulias, munidos de extraños instrumentos musicales, en teatros, o enca-
ramados en estatuas y otros dispositivos del ornato público a los que se empleaba como
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Julio Herrera y Reissig
estrados primero y como parapetos enseguida (pues el público respondía, como mínimo,
a tomatazos), Marinetti desplegaba una cuidada selección de frases, todas ellas tendientes
a burlarse de aquello que para la ciudad o el pueblo que los recibía constituyese lo más
sagrado. La tradición más valorada localmente sería la más ridiculizada. Estos episodios
artísticos terminaban siempre en grandes tumultos, quizá con algunos de los participantes
detenidos en la comisaría, mientras Marinetti renovaba su credo, que en este punto con-
sistía precisamente en lograr ser silbado, rechazado y agredido, demostrando con ello el
impacto ideológico y artístico de su trabajo ante un público normalmente ignorante.
L a
semejanza entre la actitud de los futuristas (y el lugar de la literatura y el arte escénico
como vehículo verbal de esa actitud) no puede desarrollarse en este espacio, pero es pa-
tentemente similar, en forma y espíritu, a la que subyace a la composición de los textos
de Herrera y Reissig, y sobre todo a la de Roberto de las Carreras al irrumpir en el Ateneo
para dispersar un acto político contra el divorcio organizado por el legislador Amaro
Carve, o la de entrar en el velorio de una señora de alta sociedad muerta violentamente
y arrojar volantes mientras se lee un poema ante el cadáver, o la de Aurelio Del Hebrón
irrumpiendo en 1910 en el entierro de Herrera y Reissig para pronunciar la última
diatriba que el poeta generó (post mortem), y Del Hebrón mediumnizó ante sus amigos y
demás asistentes.
IV Que las fuentes que manipuló Herrera para construir este ensayo no habían sido his-
tóricamente simpáticas a la poesía queda claro apenas uno se arrima a examinar los es-
quemas que organizaron la lucha de ideas en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX.
Uno de los escasos autores que en los últimos ochenta años han estudiado la revolución
que significó entonces el evolucionismo en sociología y antropología, considera que esta
tendencia positivista ha obligado a los poetas a una defensa de valores aparentemente
contrarios desde al menos el siglo XVII: «En un contexto más amplio que la teoría po-
lítica, es posible, por cierto (…) presentar la historia intelectual de Inglaterra desde el
siglo XVII, como una batalla por la supervivencia, librada por aquellos que deseaban dar
a la emoción y la espontaneidad el espacio que les corresponde, defender la intuición
como fuente válida de conocimiento, ver a la tradición como una justificación válida, y a
la vida de la imaginación como algo más que unas vacaciones de la realidad, en contra de
un positivismo que todo lo erosionaba». J. W. Burrow (John Wyon): Evolution and society: a
study in Victorian social theory (Londres: Cambridge U. P., 1966): 1.
Marta de la Vega ha argumentado persuasivamente sobre diferencias fundamentales
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Tratado de la Imbecilidad del País
2. Positivismo
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Julio Herrera y Reissig
VIII Hugo Edgardo Biagini: Filosofía americana e identidad: el conflictivo caso argentino
(Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, c1989): 3. Al mismo tiempo, Real
de Azúa cree ver que no hubo elaboración americana en cuanto a las ideas predominantes
en el continente en ese período. «Doctrinas hay, que han influido hondamente, sin una
perceptible o recordable elaboración por nuestra parte. ¿La han tenido, acaso, el bio-
logismo evolucionista, o el organicismo sociológico?», En «Ambiente espiritual del 900»,
Número, año II, n.o 6-7-8 (enero-junio 1950): 15-36 [17].
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Tratado de la Imbecilidad del País
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Julio Herrera y Reissig
3. Hibridación textual
Ya establecida la ola positivista en el continente hacía tiempo, el
contacto con los Principios de Sociología de Herbert Spencer produjo
no obstante una inmensa impresión en el joven Herrera y Reissig.
XII Juan Agustín García: Introducción la estudio de las ciencias sociales argentinas. 4.ª ed.
(Buenos Aires: A. Estrada, 1907 [1899]): 84-85.
XIII Véase esta frase de Terán: «Por otra parte, cuando el evolucionismo de Spencer
se convierta en la oferta positivista más recurrida, no serán pocos los intelectuales que
hallarán en los temas del darwinismo social nuevos estímulos para interpretar —dentro
de los parámetros de la lucha por la vida y la supervivencia del más apto— el agitado
mundo social que la modernización había lanzado a la vida urbana, de manera especial
en aquellos países en los cuales la política inmigratoria había promovido activamente la
irrupción de una población aluvional a raíz de la cual se temió a veces por la goberna-
bilidad de estas naciones». Op. cit.: 13.
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Tratado de la Imbecilidad del País
XIV Por supuesto, estamos refiriéndonos aquí a la segunda generación positivista, su-
perado ya el primer momento de elaboración en el que se debe contar, en el Uruguay,
por lo menos a Ángel Floro Costa, y especialmente a la obra mayor de José Pedro Varela
—sumados a intentos menores de figuras como Martín C. Martínez y otros.
Para observar el arco temporal que estas tendencias ocupan en la región, basta advertir
que José Ingenieros comienza su escrito de 1909, «La psicología en la República Ar-
gentina», mencionando como obra pionera en la materia la de Ramos Mejía Las neurosis
de los hombres célebres en la historia argentina, publicada en 1875. «Ramos Mejía ha
contribuido a la psicología como alienista y sociólogo», dice, mostrando la interconexión
entre esos calificativos, y la concepción de la disciplina como un ámbito en que convergían
otras. En otro trabajo de título parecido, Los estudios psicológicos en la Argentina, éste
de 1919, Ingenieros informa que desde 1822 en la Universidad de Buenos Aires los es-
tudios filosóficos se dieron del nombre de ideología, y allí se incluyeron estudios de psi-
cología. En cuanto a los últimos estertores productivos de estas corrientes en la región,
llama la atención observar que todavía en 1937 Lucas Ayarragaray usa en Buenos Aires un
lenguaje exaltadamente racista cuando «se opone a la irrupción de grupos considerados
incompatibles para la complexión nacional: la “marea amarilla”, la “ralea judaica” o los se-
diciosos políticos, proclamándose una América para la humanidad blanca y cristiana, una
inmigración científicamente selectiva en un país “de criadores y mestizadores eximios”
como el nuestro que amenazaba con transformarse en “la cloaca del mundo” si no se lo
poblaba “con método”». (Frases extraídas de dos libros de Ingenieros: Cuestiones y pro-
blemas argentinos contemporáneos [Buenos Aires: Talleres L. J. Rosso, 1937]: 231, 449, 233, e
Ideario [Buenos Aires: Hachette, 1939]: 16, 140.)
I n -
genieros menciona decenas de nombres y publicaciones en ese período, revelando una
activa vida científica en este terreno en la Argentina. Aparte de Ramos Mejía, Ingenieros
cita entre 1890 y 1910 algunos trabajos publicados que comparten preocupaciones con las
de Herrera y Reissig. Cito los más relacionados con el punto de vista que adopta Herrera.
540
Julio Herrera y Reissig
El Dr. Francisco Veyga «aplicó al estudio de la psicopatología legal los criterios más re-
cientes de la psicología biológica; son numerosas sus publicaciones en tal sentido, y,
aunque esparcidas en folletos y revistas, forman un digno corolario a sus magníficos “Es-
tudios médico-legales sobre el Código Civil argentino”. El Dr. Benjamín T. Solari editó un
libro, Degeneración y crimen, y algunos estudios interesantes sobre el estado mental de los
leprosos, la castración de los degenerados, la pedagogía correctiva, etc. […] El libro del
doctor Lucas Ayarragaray sobre Las pasiones fue bien acogido, pero obtuvo mejor éxito La
anarquía argentina y el caudillismo, rico en observaciones de psicología social».
XV Terán: op. cit., p. 14.
XVI Hugo Vezzetti dice que Las neurosis de los hombres célebres es ineludible por su «ca-
rácter inaugural de una serie histórica que bajo distintas nociones y figuras (raza, carácter
nacional, alma colectiva, personalidad nacional, pueblo) va delineando y problema-
tizando la composición étnica y moral de la sociedad argentina». Véase Carlos O. Bunge
(et al.): El Nacimiento de la psicología en la Argentina: pensamiento psicológico y positivismo;
estudio preliminar y selección de textos por Hugo Vezzetti (Buenos Aires: Puntosur,
c1988).
XVII Ibídem, 19.
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Julio Herrera y Reissig
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Tratado de la Imbecilidad del País
4. Monismo y misticismo
El estudio que Arturo Ardao dedica a la visión filosófica de Herrera
y Reissig ha tenido larga influencia en la crítica posterior. Si en él se
anota de modo muy aclarador la crisis de ideas del poeta alrededor
de 1900 y se la vincula con su crisis personal en otras dimensiones, el
destacado ensayista establece una «vuelta a la metafísica» de Herrera,
en 1903, en términos muy sutiles, que a veces han llevado a un uso pos-
terior de la noción de metafísica que puede llamar a equívocos. Incluso,
la asociación entre Rodó y Herrera que hace, parcialmente, Ardao, no
puede llevar a confundir las visiones filosóficas de ambos, que se man-
tuvieron aparte de un modo muy hondo. La demostración del giro o
vuelta de Herrera a las inquietudes metafísicas está hecha en el estudio
de Ardao a partir de una fuente única: el poema herreriano «La vida»,
de 1903. Pero de ahí no surge que Herrera haya abandonado alguna
vez sus ideas monistas y místicas a la vez, que ya estaban en él antes de
1903, como es evidente cuando se leen estos pasajes, de su Tratado de
la imbecilidad…:
544
Julio Herrera y Reissig
todo sobre las unidades. Yo los imagino con cierto movimiento pasivo, que
los hace entrar con más o menos intensidad en la mecánica del conjunto.
Ellos tienen un alma como todas las cosas: una voluntad, un sentimiento,
una expresión y una idea.
XVIII El por otro lado muy interesante y raro estudio que Carmen de Mora dedica a
la relación entre poesía e ideas estéticas «Herrera y Reissig o la búsqueda de la palabra
himética» (PCP: 1060-1082, esp. 1064), asume esta distinción, lo mismo que lo hace Idea
Vilariño en su estudio en la edición Ayacucho. Ángel Rama, en cambio, destaca la vin-
culación entre el giro spenceriano del Novecientos y la concepción estética general de
Herrera y Reissig, expresada en «El círculo de la muerte».
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Tratado de la Imbecilidad del País
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Julio Herrera y Reissig
XX
Especialmente las primeras 22 páginas del tomo II de su Proceso intelectual del Uruguay,
en el que traza las líneas fundamentales del escenario ideológico y filosófico monte-
videano a comienzos del siglo XX.
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Tratado de la Imbecilidad del País
5. Ironía
XXI
Coinciden en esta centralidad de la ironía en la poesía de Herrera y Reissig, con dife-
rentes formulaciones, los más importantes estudios críticos sobre el poeta de las últimas
décadas: Emir Rodríguez Monegal («El caso Herrera y Reissig: reflexiones sobre la poesía
modernista y la crítica», en Eco, v. 37, n.o 224-226, [junio-agosto 1980]: 199-216); Américo
Ferrari («La poesía de Julio Herrera y Reissig», en Inti, n.o V-VI: 62-71, University of Con-
necticut [primavera-otoño de 1977]); Guillermo Sucre («La imagen como centro», en La
máscara, la transparencia: 49-60 (Caracas: Monte Ávila, 1975); Saúl Yurkievich («Herrera y
Reissig: El áurico ensimismamiento», en Celebración del modernismo [Barcelona: Tusquets,
1976]: 75-98]; Eduardo Espina (Julio Herrera y Reissig. Las ruinas de lo imaginario [Mon-
tevideo: Graffiti, 1985]); Jorge Luis Castillo (El lenguaje y la poesía de Julio Herrera y Reissig
[Montevideo: Biblioteca de Marcha, 1999]).
XXII Hans Ulrich Gumbrecht, quien estudia la emergencia histórica del fenómeno
como un «momento epistemológicamente decisivo», menciona entre quienes desarro-
llaron el concepto, por supuesto, a Michel Foucault en su Les mots et les choses, y también
a Niklas Luhmann. En ese mismo pasaje, Gumbrecht recuerda que tres son las dimen-
siones que ese observador de segundo orden inaugura en el contexto de la modernidad
decimonónica: «Primero, el observador de segundo orden descubrió que cada elemento
de conocimiento y cada representación que pudiese jamás generar sería necesariamente
dependiente de su ángulo específico de observación. […] Al mismo tiempo, redescubrió
el cuerpo humano y, más específicamente, los sentidos humanos como parte integral de
cualquier observación. […] por otro lado, y lo más importante de todo, trajo al ruedo
la cuestión de una posible no-compatibilidad entre una apropiación del mundo a través
de los conceptos («experiencia») y una observación del mundo a través de los sentidos
(«percepción»)» (H. U. Gumbrecht: Producción de presencia. Lo que el significado no puede
transmitir [México D. F.: Iberoamericana, 2004]: 50 ss.).
548
Julio Herrera y Reissig
Pero ante todo, querido lector, te pido perdón por si lastimo tu amor
propio, que es uruguayo, de lo más susceptible. Tú eres un ciudadano de
las cuchillas y de las piedras, y yo soy el Júpiter de Vermeer, con ciudadanía
del Mundo.
XXIII «Lo que yo escribo en estos momentos es tan hijo de la risa como de la ciencia.
Bien que Voltaire haya dicho de la risa que es una ciencia burlona… Por otra parte
mis constataciones son hipótesis de hipótesis, como dijo el filósofo, y esto te servirá de
consuelo, lector bizantino, colorado o blanco.»
XXIV Es difícil, al acercarse con cierta imparcialidad al panteón de la literatura
«neocharrúa», discrepar aún hoy con la exactitud del juicio herreriano. Veinticinco años
después, desde Buenos Aires —siempre pronta y sabia para reconocer ese ceño adusto de
los esforzados orientales—, la revista porteña Martín Fierro ilustraba su edición del 4 de
mayo de 1924 con una gran caricatura en la que algunos «próceres» de la intelectualidad
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Tratado de la Imbecilidad del País
Esto explica que los uruguayos —o sea los nuevos charrúas— sean graves,
siendo tan superficiales. Los uruguayos no comprenden la ironía. Es gente
triste que se aburre. Les falta el sentido de la risa: son universalmente
taciturnos. No se ha heredado el sentido humorístico del carácter español.
La risa, en literatura o en lo que sea, parece cosa nimia. Los uruguayos son
serios como una pitonisa puesta en el trípode.
550
Julio Herrera y Reissig
6. Sátira
La mezcla de observación de su cultura y su sociedad a partir de
modelos transoceánicos, y la simultánea observación de sí mismo al
hacerlo, que dispara una sensación de desesperación que se resuelve
en humor, reúne pues en sí el mecanismo clásico de la sátira.
objetivo de la serie de veinte novelas de Émile Zola, Les Rougon-Macquart, era «explicar la
historia de varias generaciones de una familia, a través de la convergencia entre su dispo-
sición genética y la influencia de múltiples entornos sociales». Op. cit.: 52.
XXVI
Jonathan Lamb: «Originals and Copies: The Double Principle in Eighteen Century
Comic Fiction», en Pavel Petr, David Roberts y Philip Thomson: Comic Relations. Studies in
the Comic, Satire and Parody. (Frankfurt: Peter Lang, 1985).
551
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XXVII Octavio Ramírez: «El humorismo de Julio Herrera y Reissig», en La Nación, Su-
plemento, domingo 23 de agosto de 1925, tomo I, n.o 9: 15-16.
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XXVIII Agustín Álvarez: South América; historia natural de la razón (Buenos Aires: Imprenta
de la Tribuna, 1894). Publicado en 1918 en nueva edición (Ed. La Cultura Argentina),
que lleva el título South America. Ensayo de psicología política.
XXIX Peter Elkin: «The Problem of Virtue in Satire», en Pavel Petr, David Roberts y
Philip Thomson: Comic Relations. Studies in the Comic, Satire and Parody. (Frankfurt: Peter
Lang, 1985): 140
553
Tratado de la Imbecilidad del País
XXX (Ibídem.)
554
Julio Herrera y Reissig
en ese caso es que Herrera y Reissig se impuso una tarea difícil: «ir
en contra del patriotismo multitudinesco; de los partidos; de la
historia del país; de todo, en fin, lo que es tabú para el hombre de las
ciudades». Después de observar los «errores» en que incurrió Herrera
al no ver la valía de tantos de sus conciudadanos, y luego de notar
que las nociones raciales y biológicas de Herrera y Reissig resultaban
también equivocadas, Montero complementa aquella primera idea
respecto de la actitud de Herrera contraria al patriotismo vulgar o
«multitudinesco», afirmando ahora que
7. Sexo
La actitud de Herrera y Reissig frente al sexo y al género es compleja
y contradictoria. La imagen de lo femenino que se dedica a atacar y
desenmascarar es una que se ha instalado por todo Occidente para
esos años. Pese a los nacientes movimientos feministas a ambos lados
del Atlántico —los que cuentan con contradictorias muestras de apoyo
de los anarquistas y algunos socialistas—, vemos en Europa tanto como
en Estados Unidos y en el Río de la Plata una sorprendente unidad
imaginaria en este punto.
Una de las formas centrales que la concepción de lo femenino
toma hacia la segunda parte del siglo XIX es lo que Bram Dijkstra
llama «el culto de la monja doméstica». La expresión es gráfica: para
comienzos de la década de 1850, «el siempre creciente encierro de
las mujeres dentro de las ornadas paredes del hogar de clase media,
y su siempre menor derecho de ejercer cualquier forma de elección
intelectual y social —un patrón que se había venido desarrollando por
más de un siglo— estaba virtualmente completo».XXXI Hombres como
John Ruskin, Jules Michelet o el mismo Auguste ComteXXXII cantaban
XXXI Bram Dijkstra: Idols of Perversity. Fantasies of Feminine Evil in Fin-de-Siècle Culture
(Nueva York-Oxford: Oxford University Press, 1986): 3-4.
XXXII Ídem, 11 ss.
555
Tratado de la Imbecilidad del País
loas a esa mujer vista como fuente de descanso y renovación para las
batallas en que se pintaba continuamente envuelto a aquel hombre
que estaba «construyendo el progreso». Y por cierto, son las mismas
mujeres quienes se suman frecuentemente a tal visión, incluso cuando
están intentando defender las virtudes de su propio sexo. Manuales
que enseñan a la mujer a adoptar ese rol sumiso aparecen, como el de
Sarah Stickney Ellis en 1839, The Women of England: Their Social Ruties
and Domestic Habits, que se convierte en un éxito inmediato a ambos
lados del Atlántico. Buena parte de estos nuevos ideales dirigidos a la
mujer son elocuentemente repasados en un texto de John Ruskin:
556
Julio Herrera y Reissig
8. Degeneración
Herrera y Reissig no repite puntualmente en su tratado la
concepción predominante respecto de la «degeneración». Roza
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XXXIV Gilman: Sandor: Difference and Pathology. Stereotypes of Sexuality, Race, and Madness.
Ithaca y Londres, Cornell University Press, 1985 (67).
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XXXV Robert Nye: «Sociology and Degeneration: the Irony of Progress», en J. Edward
Chamberlin y Sander L Gilman (eds.): Degeneration: the dark side of progress (Nueva York:
Columbia University Press, 1985): 64-65.
XXXVI José Pedro Barrán: Historia de la sensibilidad en el Uruguay (Montevideo: Ediciones
de la Banda Oriental y Facultad de Humanidades y Ciencias, 1989-1990).
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Julio Herrera y Reissig
XXXVII Antes que él en Uruguay hizo uso de similar lenguaje directo Francisco Acuña de
Figueroa en su Nomenclatura y apología del carajo, aunque la transgresión tiene un peso
diferente en el contexto más permisivo de Acuña.
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Sin embargo, hay que decir que no sólo los «decadentes» del
Novecientos tuvieron visión e intereses puestos en la dimensión
sexual mucho más crudos y realistas que los que deducía el prestigioso
historiador en su publicación de 1989, sino que fueron mucho más
allá —Herrera y Reissig al menos— que Acuña de Figueroa. Donde
Acuña juega y provoca, Herrera juega y describe con lujo de detalles,
analiza y ríe a la vez. El «modernismo» herreriano, tan íntimamente
contaminado de romanticismo y rebeldía, está en este punto antes,
después y más allá del eje que ha acostumbrado a menudo a la
intelectualidad uruguaya a esquematizar su pasado fundacional en
términos de imaginario.
9. Un anti-Ariel
La cronología y el análisis de la evolución estética e intelectual que
experimenta Herrera y Reissig en el cambio de siglo ha sido ensayada
por Arturo Ardao.XXXIX Sus conclusiones hacen oportuna alguna
observación al terminar estas provocaciones críticas.
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XL Ardao no conocía el texto del Tratado de la imbecilidad del país… al escribir este ensayo.
Dice al pasar que Herrera «transcribe [en su «Epílogo Wagneriano»] pasajes de un
extenso libro inédito sobre el país, “que saldrá a luz próximamente” (pero que nunca
publicó, si es que lo concluyó)». Op. cit., p. 290.
XLI La Nueva Atlántida se proponía hacer la síntesis entre los fenómenos paranormales
(para usar una expresión anacrónica) y la ciencia, y en la presentación que escribe
Herrera para el primer número resalta que «los experimentos del magnetismo y del hip-
notismo [son] hoy dominio de la ciencia positiva». En la revista, siempre con la preocu-
pación central de la estética, las tendencias a una síntesis de lo material, lo intelectual y lo
espiritual, entendidos como elementos no excluyentes entre sí, aparecen con un grado de
explícita madurez en Herrera. La revista se inaugura con una discusión planteada sobre
563
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564
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***
XLII Por esta razón, a menudo pienso que es descaminada o poco significativa
la sorpresa con que algunos autores se sorprenden y resaltan el carácter «caótico» del
modernismo, como si hubiese alguna razón para pensar que un momento de inquietud
espiritual debiera presentar un «rostro» coherente o consistente. El modernismo no es
caótico, sino que es variado y ancho, como variadas e idiosincrásicas son las respuestas a
una inquietud existencial y epocal por parte de temperamentos distintos y distantes.
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XLIII «El predominio en España de esa especie de retórica, aún persistente en se-
ñalados reductos, es lo que combatimos los que luchamos por nuestros ideales en nombre
de la amplitud de la cultura y de la libertad. No es, como lo sospechan algunos profesores
o cronistas, la importación de otra retórica, de otro poncif, con nuevos preceptos, con
nuevo encasillado, con nuevos códigos. Y ante todo, ¿se trata de una cuestión de formas?
No. Se trata, ante todo, de una cuestión de ideas».
XLIV Véase PCP: 920 ss.
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XLIX La conciencia de esta oposición está lejos de ser un hallazgo posterior: fue cla-
ramente expresada ya en la época, por otros autores aparte de Herrera y Reissig. A su
vez, debe consignarse en esta posición de Herrera un cambio en el propio poeta, quien
pocos años antes, en 1899, había publicado en La Revista un texto, llamado «Conceptos
de crítica», en el que mostraba una línea de pensamiento cercana a la de Rodó en «El que
vendrá», y manifestaba además su aún escaso interés por las nuevas tendencias literarias.
El problema con la lectura parcial y falsa que hace Rodó de la cultura sajona en su
Ariel fue percibido enseguida. Un ejemplo paradigmático es Colmo: «La filosofía de
Rodó», en Nosotros, año XI, tomo XXVI, n.o 97 (Buenos Aires, mayo de 1917): 173-185.
LI Uno de los mayores desajustes en la evaluación que hace Rodó de Estados Unidos
en su Ariel está en el escaso conocimiento de los logros culturales y «espirituales» norte-
americanos ya para el cambio de siglo. La lectura norteamericana e inglesa del Ariel lo ha
puesto de manifiesto.
571
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***
LII Abril Trigo, en su estudio de parte de los manuscritos aquí transcriptos, ha señalado
esta crítica de la modernidad empleando las propias fuentes ideológicas de la misma,
aunque Trigo adopta a su vez un tono crítico respecto de esta opción. Véase Abril Trigo:
«Una olvidada página sociológica de Julio Herrera y Reissig», en Hispanic Review, vol. 59,
n.o 1 (invierno de 1991): 25-36 (28 ss.).
LIII Ramos: op. cit.: 81-82.
LIV Ver sobre esto Julio María Sanguinetti: El Doctor Figari (Montevideo: Aguilar, 2002):
124 y ss.
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Referencias bibliográficas
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Apéndice
información sobre algunos nombres propios
citados por Herrera y Reissig
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Viriato (180 a. C.-139 a. C.). Uno de los líderes de las tribus lusitanas que
combatieron a los romanos en las actuales Portugal y Extremadura.
Particularmente central fue su participación en la resistencia que
Numancia ofreció a los romanos.
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1 Jean-Marie Guyau, L´art au point de vue sociologique. (París: F. Alcan, 1895) [Première
Partie. Les Principes-Essence sociologique de l´Art – Chapitre Premier – «La solidarité
sociale, principe de l´émotion esthétique la plus complexe». II – «L´émotion esthétique
et son character social».]: 14.
<volver>
2 La cita pertenece a Prière sur l´Acropole, que Herrera y Reissig leyó (de acuerdo con su
resumen manuscrito de tal obra, que se conserva entre sus papeles) en Ernest Renan,
Souvenirs d´enfance et de jeunesse (París: Calmann-Lévy, 1883): «El sol apenas se conoce
en este país, sus flores son las algas, las plantas marinas, y las conchas coloridas que se
acumulan en el reflujo de las bahías solitarias. Las nubes parecen no tener color, y hasta la
alegría es un poco triste aquí».
<volver>
4 El antropólogo y lingüista Franz Boas (1858-1942), nacido en Alemania pero que desa-
rrolló toda su carrera en los Estados Unidos, es una de las figuras determinantes en la dis-
cusión científica acerca del rol que raza y cultura juegan en el adelanto de una sociedad.
En ese sentido, esta remisión de Herrera a Boas debe entenderse en un sentido muy li-
mitado. Aquí Herrera se apoya en la autoridad científica de Boas sobre las relaciones entre
el clima y los aspectos físicos, para sustentar su propio punto de vista estético y racial. Sin
embargo, y dejando de lado detalles contextuales, las ideas de Boas han estado muy lejos
de las que Herrera sigue aquí. Franz Boas fue uno de los primeros en defender las ideas de
«relativismo cultural» que llegarían a ser predominantes en la mayor parte del siglo XX;
de acuerdo con este autor, no es la raza sino la «historia cultural» de una sociedad la que
debe explicar su grado y forma de desarrollo. En otras palabras, Boas es uno de los autores
que con más fuerza han contradicho las ideas de evolucionismo cultural y eugenesia a las
que Herrera parece afiliarse en este libro.
<volver>
5 La referencia está tomada de Goethe, Fausto, Acto III. Herrera y Reissig estudió en meti-
culoso detalle la obra —y también Las mujeres de Goethe, de Paul de Saint Victor—, como lo
prueba una libreta inédita de apuntes sobre la última obra, que supera las 250 páginas.
<volver>
6 Estas ideas de Herrera y Reissig, aunque con un alto componente satírico, también
deudoras del «cabañismo» social e innegablemente próximas a la eugenesia, se trocarán
más adelante, al menos en aquellos textos en los que hace su exposición «seria», en un
enfoque más bien pedagógico que biológico. Para 1907, en un breve ensayo que escribe
para abrir el primer número de su nueva revista, La Nueva Atlántida, si bien clama todavía
por una reforma de la «raza» americana, lo hace ahora claramente por la vía de la edu-
cación, entendida en el sentido más amplio. Intelectual y física. Pide «cultura psicológica.
Profilaxia moral. Estímulo educativo». Llama a cincelar «el nuevo tipo social: el varón
fuerte y digno: la Conciencia; el microcosmos armónico; el as futuro de la especie». Luego
de esas definiciones vagas y generales, enumera un programa de desarrollo pedagógico
y psicológico para la población; programa de tipo todavía positivista, y que, dicho sea de
paso, a lo sumo profundizaría las tendencias educativas en vigencia en el Uruguay desde
hacía ya unos treinta años. Pide «Escuelas de agronomía, agropecuaria y de mineralogía
en los departamentos. Enseñanza nocturna para obreros. Difusión de las Artes plásticas.
Universidad libre. Ateneo de verdad. Liceos de enseñanza preparatoria y gimnasios en
595
Tratado de la Imbecilidad del País
toda la República. (…) Democratización de las Ciencias. (…) Tracemos la periferia psico-
lógica futura de la nacionalidad». Véase En el circo (PCP: 608 ss.)
<volver>
8 Pedro Martire de Anglería, nacido en Italia. Viaja a España a fines del siglo XV, y se
convierte en cronista en la guerra de Granada, llegando a ser luego capellán de Isabel la
Católica y miembro del Consejo de Indias. En el libro de su amigo José H. Figueira Los
primitivos habitantes del Uruguay (Montevideo: Dornaleche y Reyes, 1892), que Herrera y
Reissig empleó extensivamente para escribir este ensayo, el antropólogo uruguayo cita
la obra de Anglería De Rebus Occeanicis et Orbe Novo, decades tres, publicado en Basilea en
1533 (libro X, p. 66 A, recto, líneas 5 a 10), como dudosa influencia para crear la noción
de una antropofagia charrúa. Figueira es reticente a creer en la versión de Martire de An-
glería, que es precisamente en la que se apoya Herrera y Reissig. La versión de Anglería,
como todas las que manejaba este historiador, eran de segunda mano, como lo hace notar
Figueira, que dice: «Se había creído hace algún tiempo, y aún hoy día no falta quien así
lo afirme, que existía el canibalismo entre los charrúas. Nada tendría de particular que
tuvieran esta costumbre, la cual estaba generalizada entre varias tribus brasileñas y gua-
raníes; pero los que sostienen que eran antropófagos los charrúas se basan en Pigafeta,
Gomara, y sobre todo en Herrera. Pero estas afirmaciones las han hecho con poste-
rioridad a los sucesos y exagerando lo dicho por referencias por el historiador de la época,
Pedro Martire de Anglería, cronista de los Reyes católicos al narrar la muerte de Juan Díaz
de Solís». (Figueira, 1892: 26-27). Luego cita Figueira una serie de autores posteriores que
tuvieron contacto directo con los charrúas y que niegan la antropofagia en éstos.
<volver>
11 En el año 2004, Iriarte, Holst y otros mostraron sólidos indicios de la existencia, hace
unos 4.100 años, de la primera civilización que habría desarrollado formas de agricultura
en América del Sur, así como formas originales de arquitectura, avances, no obstante,
596
Julio Herrera y Reissig
desconocidos por los charrúas varios miles de años más tarde. Ver «Evidence for cultivar
adoption and emerging complexity during the mid-Holocene in the La Plata basin», en
Nature, n.o 432 (2 de diciembre de 2004): 614-617.
<volver>
12 Refiere a Montevideo.
<volver>
13 Esta cita de Ángelis está con seguridad tomada por Herrera de una nota al pie del
propio Figueira, en la página 18 de su libro sobre los charrúas. Esta parte del capítulo
parece haber sido escrita por Herrera teniendo a la vista el libro de Figueira, que por otro
lado se convierte en la única fuente citada en toda esta zona del manuscrito.
<volver>
15 Literatura colonial, de Roberto de las Carreras, es el título una obra en que se «des-
trozaba a los literatos» del país, proyectada y no publicada. No sabemos si llegó a ser
escrita.
<volver>
16 Esta cuestión del «control social» ejercido por la sociedad respecto de las costumbres
sexuales será desarrollada ampliamente en el capítulo de «El Pudor».
<volver>
17 Las consideraciones raciales —y racistas— que hace Herrera y Reissig en este capítulo
se apoyan centralmente no sobre la idea de que los habitantes del Uruguay eran ra-
cialmente «indígenas», sino sobre la noción ideológica de que la influencia del territorio
estaba rápidamente «charruizando» a esos habitantes europeos del Uruguay.
Que esa es la motivación herreriana es fácil de demostrar mirando los datos censales, cons-
tantemente disponibles y con razonable grado de confiabilidad para Uruguay desde la
segunda mitad del siglo XIX, que muestra que lejos de tratarse de una población de origen
racial americano o criollo, era predominantemente la del Uruguay, y especialmente la de
Montevideo, una población directamente europea, o de muy directa e inmediata ascen-
dencia europea.
De acuerdo con el censo realizado en 1900, la población del Uruguay en ese año era de
936 120 personas. La composición demográfica del país, atendiendo al origen de sus ha-
bitantes, muestra una sostenida y muy importante participación directa de los extranjeros.
En 1889, un censo que se realizó exclusivamente en Montevideo, da un total de 164 028
habitantes en la capital, de los cuales un 53% era nacido en el país, y el 47% restante,
nacido fuera del territorio nacional. Esta proporción había sido de 56% a 44% en 1868,
como lo había probado Adolfo Vaillant, el primer demógrafo con que contó el país, con
los datos del censo levantado ese año. No obstante, en ese momento en la capital, Mon-
tevideo, la cantidad de extranjeros supera a la de nacionales, invirtiendo la relación (55%
de extranjeros sobre 45% de nacionales).
Puede tenerse una idea del origen de esos extranjeros tomando los datos existentes para
Montevideo en la década de 1880, luego de producidas ya las principales olas inmigra-
torias del siglo. Para el año 1889, un 20% del total de la población montevideana ha
nacido en Italia, un 15% en España, y algo menos de un 4% en Francia. El conjunto de las
demás nacionalidades europeas suman casi un 2,5%. En esa misma década del ochenta,
los censos levantados en Montevideo registran también una cantidad apreciable de ar-
gentinos, quienes sumaban aproximadamente la mitad que los franceses. En cuanto al
peso relativo de la población montevideana respecto de la que vivía en el resto de un
597
Tratado de la Imbecilidad del País
muy poco densamente poblado territorio, en 1868, la población de la campaña (258 163
habitantes) más que duplicaba a la de la capital (126 096). Para 1900, la relación de más
de 2:1 se mantiene: hay 647 313 personas en el campo y las pequeñas ciudades fuera de la
capital, y 288 807 en Montevideo.
El país recibió cuatro flujos importantes de inmigración durante el siglo XIX, que se al-
ternaron con momentos de cierto reflujo, en alguno de los cuales la emigración superó a
la inmigración.
Una primera oleada se da en los tiempos pioneros de la organización institucional del
país. De 1835 data la llegada de artesanos vascos y bearneses. En 1836 se organizó una
inmigración de 400 familias de colonos canarios, a la que seguirían otros contingentes del
mismo origen, compuestas por agricultores, artesanos y gente de oficio. Del mismo año es
la llegada de vascos franceses y la primera llegada en masa de italianos, la que aumentó a
partir de 1838, debido al bloqueo del puerto de Buenos Aires, bajo Rosas. La inmigración
vasca —española y francesa— y canaria fue, pues, la dominante en los primeros 20 años
de vida del país. Andrés Lamas la resume, y para el período 1834-1842 las cifras son las
siguientes: 17 536 franceses, 11 995 italianos, 8 200 canarios, 4 520 africanos, 4 305 es-
pañoles, 1 218 brasileños, más una pequeña cantidad de individuos de otras naciona-
lidades. La casi totalidad de esa primera oleada inmigratoria se quedó en Montevideo o
sus inmediaciones.
La segunda ola inmigratoria, que continúa a la primera, y está compuesta sobre todo
por italianos, se detuvo a comienzos de la década de 1870. En esa década se produce un
«reflujo» que lleva a un momento de emigración, hacia Argentina, hacia los países de
origen, y hacia Brasil, Chile y Perú. Reyes Abadie y Vázquez Romero (W. Reyes Abadie y A.
Vázquez Romero, Crónica General del Uruguay. Tomo VI, «El siglo xx» [Montevideo: Edi-
ciones de la Banda Oriental, 2000]: 10). avanzan la hipótesis de que uno de los factores
que incidieron en este fenómeno, más acentuado hacia fines de la década, y mayor en el
interior que en la capital, fue «la desocupación tecnológica, producida por el alambra-
miento de los campos».
La tercera oleada, que coincide con la administración de Máximo Tajes, hacia fines de la
década de 1880, fue también mayoritariamente de italianos, y también se radicó en Mon-
tevideo. Para ese entonces (1889), como se ha mencionado antes, los italianos son ya una
clara mayoría entre los extranjeros que viven en la capital.
La cuarta oleada, que se da entre 1893 y 1902, no aumentó el número relativo de ex-
tranjeros, sino que meramente contribuyó con un contingente menor pero continuo que
lo mantuvo estable, al equipararlo a la tasa de crecimiento demográfico de la población
local.
Para los tiempos en que Herrera escribe este tratado, pues, las dos mayores mareas inmi-
gratorias que el país había experimentado (hasta 1870) habían sido las que habían tenido
realmente una mayor incidencia en la composición de la población. Ni la cantidad, ni la
«calidad» de los inmigrantes era, para el cambio de siglo, un fenómeno nuevo ni espe-
cialmente relevante ya en términos demográficos. Era otro el fenómeno que entonces se
hacía ver, y al que creo hay que atribuir la mayor parte de las molestias y sorna de Herrera
y Reissig: los hijos de aquellas dos oleadas de inmigrantes, y muy especialmente los ita-
lianos, estaban por primera vez comenzando a aparecer como parte de la elite dirigente
del país, acumulando cargos políticos, alternando con brillo en el comercio y las altas
finanzas. Esto contrastaba con el origen de la mayor parte o todos los intelectuales de
la generación del Novecientos, que eran descendientes o estaban emparentados (Rodó,
Herrera y Reissig, Reyles, De las Carreras, Vaz Ferreira, etc.) con las familias criollas diri-
gentes durante la totalidad del siglo XIX, familias que se habían asentado en el país en
general en el siglo XVIII.
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19 De acuerdo con una creencia tradicional, «Añang» habría sido el término para de-
nominar al demonio o principio negativo entre los charrúas.
<volver>
20 De acuerdo a noticias tradicionales, nombre del principio positivo entre los charrúas
<volver>
599
Tratado de la Imbecilidad del País
22 Este ensayo, numerado de modo independiente por Herrera y Reissig, forma parte
por su temática del examen de las condiciones materiales de la civilización «neocharrúa».
A un inicio en que se pone de manifiesto la visión de una unicidad entre todas las dimen-
siones de la existencia, que prefigura un misticismo que Herrera y Reissig explorará en
otras vetas y por otras vías en los años subsiguientes, se sigue un examen geológico en
que se trata de argüir la juventud de parte del territorio de Uruguay, y se relaciona esto
con el carácter culturalmente poco desarrollado de sus habitantes. La influencia aquí es
más que nadie de Taine, como Herrera mismo lo reafirma al pasar en su carta a Juan
José Ylla Moreno de enero de 1904. Al referirse a la influencia del país sobre sus amigos,
dice Herrera: «(…) A César hace diez o doce días que no lo veo, a los demás cofrades, he
perdido la cuenta de su falta… ¡Qué versatilidad femenina! Parécenme sugestionados por
la indiferencia petrífica del país, cumpliéndose la ley de Taine, etc. etc.».
Es especialmente interesante en el capítulo la consideración de un texto de Zorrilla de
San Martín sobre Montevideo, y valiosas por su filo irónico las metáforas sobre la cultura
local que se avanzan a partir de la idea de la omnipresencia de la piedra.
Aunque César Miranda (en La Razón de Montevideo el 20 de abril de 1910, firmando
con su habitual seudónimo Pablo de Grecia) asigna el título «Los peregrinos de piedra»
a un episodio de Las mil y una noches, es interesante (y no contradictorio con lo anterior)
pensar en la relación que pueda tener esta asignación de la piedra al Uruguay con el título
de ese libro, el primero de las Obras completas de Herrera y Reissig publicadas a partir de
1910, y el único que el poeta llegó a corregir y ordenar.
<volver>
24 Referencia a Goethe.
<volver>
27 Una de las fuentes clásicas para la teoría de la relación entre factores territoriales y
culturales (compartida por todos los positivistas) con que aquí abre Herrera y Reissig su
tratado (aunque éste le da además aquí una perspectiva cuasimística), es Buckle: «Buckle,
tal vez el más genial de los historiadores filósofos, en su introducción a la civilización de In-
glaterra, estudia el desenvolvimiento de las naciones y atribuye a dos causas las distintas di-
600
Julio Herrera y Reissig
recciones que han seguido: el medio externo, la naturaleza física, dominadora en los países
de flora exuberante, de tierra pródiga, de grandes montañas o desiertos, donde el hombre
tiene que luchar constantemente con un medio hostil, el clima, las enfermedades, los
animales feroces; la intelectual en las regiones de una naturaleza moderada, fácilmente
reductible, como las europeas. Buckle es positivista por su método y por su concepción
general de la historia, sometida a leyes fijas e inmutables» (García, op. cit., 88).
<volver>
30 Golconda, ciudad fortificada del sur de la India que floreció en los siglos XVI y XVII,
famosa por sus diamantes, extraídos de las colinas circundantes.
<volver>
31 Visapour, capital del reino del Decan, una de las mayores ciudades de Asia en el siglo
XVIII, época en la que el nombre despertó interés en Europa. Hay una pintura de Pieter
van der Aa, circa 1719, así titulada. También en Gobseck (1840), de Balzac, en un párrafo
se refiere a la ciudad por sus joyas, y ésa es seguramente la referencia que ha inspirado a
Herrera, pues en ella aparecen también unidas Golconda y Visapour: «Beaux diamants!
Cela aurait valu trois cent mille francs avant la révolution. Quelle eau! Voilà de vrais
diamants d´Asie venus de Golconde ou de Visapour! En connaissez-vous le prix? Non,
non, Gobseck est le seul à Paris qui sache les apprécier».
<volver>
601
Tratado de la Imbecilidad del País
20 de 1899): 31 y 32. Allí, en uno de los sueltos que habitualmente la dirección publicaba
bajo el nombre de «Notas de Redacción», hay una que, entre los libros «en prensa»
de los que informa, incluye una «Geografía de la República Oriental del Uruguay por
Julio Herrera y Reissig (Imprenta Artística de Dornaleche y Reyes)». Dos meses después,
aparentemente el proceso de publicación sigue normalmente. Esta vez es el periódico El
Siglo el que anuncia, en su edición popular del 30 de octubre de 1899, la impresión de una
geografía de la República —400 hojas en cuarto— de Herrera y Reissig. Finalmente, aun
entrado el año 1900, y después que Herrera había dejado su cargo en la Inspección de
Primaria, el 9 de septiembre la revista Rojo y Blanco hace una silueta de Herrera y Reissig
(bajo el título «Nuestros colaboradores»), en la que entre otras cosas dice que el poeta
«cultiva también la geografía nacional»: «Fruto de sus investigaciones, es un grueso libro,
manuscrito aún y que deseamos vea pronto la luz…» No figura, como se ve, referencia
alguna a Fournier en estas noticias. Debo estas informaciones a investigaciones llevadas
adelante por Roberto Ibáñez.
¿Cuál fue, entonces, la causa de no publicación de esa Geografía? Fernández Saldaña
informa al pasar que el manuscrito «se perdió», pero sabemos que antes de ello llegó a
tenerlo la casa Dornaleche y Reyes pronto para publicación, por lo que tiene que haber
ocurrido algún cambio de planes entre fines de 1899 y fines de 1900. El cese de Massera en
la Inspección de Primaria en julio de 1900, lo cual llevó a la renuncia de Herrera y Reissig,
con la consiguiente pérdida de influencia de este último en esa repartición, y la distancia
que existía con el nuevo inspector, Abel J. Pérez —según sabemos con certeza por el texto
Cosas de Aldea, que Herrera redactó y no envió, en julio de 1900—, podrían haber con-
tribuido, pues, a hacer caer la prioridad del proyecto de publicación de esa curiosa obra,
que además sirvió a Herrera para interiorizarse de temas de los que habla en este mismo
Tratado, sobre todo en el capítulo Parentesco del hombre con el suelo, en el que hace largas
consideraciones geológicas, topológicas y botánicas sobre el territorio uruguayo.
<volver>
34 Cuñapirú y Corrales, junto con las demás que se mencionan en este párrafo, son loca-
lidades del Uruguay.
<volver>
38 El artículo de Juan Zorrilla de San Martín (véase índice de nombres) que aquí critica
Herrera y Reissig se publicó en dos partes, en La Revista (publicación dirigida por el
propio Herrera), año I, Tomo II, n.o 1, (enero 10 de 1900): 1-8, y en la misma publicación,
año I, Tomo II, n.o 7 (abril 10 de 1900): 289-293.
<volver>
602
Julio Herrera y Reissig
40 Esta iglesia católica, de la década de 1860, con ingredientes estilísticos del renaci-
miento francés, es obra de Victor Rabu. También el aquí criticado Rabu había sido el
arquitecto de la elegante quinta montevideana de Manuel Herrera y Obes en que nació
el poeta. Ubicada en Lucas Obes y Buschental, fue demolida en 1934, después de haber
sido propiedad de las familias Urquiza, Verney y Beherens. Véase J. M. F. Saldaña, «Dónde
nació Herrera y Reissig», en Mundo Uruguayo (Montevideo, 29 de agosto de 1935): 8-9.
<volver>
42 También en esto Herrera apunta a una cuestión clave del desarrollo de la capital. Si
bien es cierto que en 1837 el arquitecto Carlos Zucchi había propuesto algunas directivas
mínimas sobre cuestiones urbanísticas, la ciudad había crecido desordenadamente.
Observa el mismo Abella: «Montevideo carecía de planos de fraccionamiento, y desde
el año 1887 se había extendido hasta Propios y el arroyo Miguelete sin intervención
municipal alguna; la Junta Económico-Administrativa recién el 29 de agosto de 1905,
aprobaba los planos definitivos del amanzanamiento de la ciudad» (ibídem, 81).
<volver>
44 Perseverando en este divertido hallazgo, dirá Herrera aún en 1904, en carta a J. J. Ylla
Moreno: «tomo algún chopp de pampero en mi terraza gringo-gallega».
<volver>
45 Esta complicada referencia parece aludir a una pintura perdida, que corresponde a
los inicios de la carrera de Jan Vermeer —puesto que no hay ninguna otra referencia
a Júpiter en el catálogo del maestro holandés del siglo XVII—. El cuadro se titulaba
«Júpiter, Mercurio y Venus», y se desconoce su paradero, lo que puede haber dado pie a
la alusión de «ciudadano del Mundo» que irónicamente hace Herrera y Reissig. Más im-
portante que esto es notar que la cita de Herrera refleja también el interés de su época por
603
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46 La piedra de canteras uruguayas fue empleada a fines del siglo XIX como material
para obras civiles en la localidad argentina de La Plata.
<volver>
49 El autor se refiere por «blancos y colorados» a los dos partidos políticos más antiguos
del Uruguay, el Partido Nacional o «blanco» y el Partido Colorado. Por tradición familiar,
Herrera y Reissig pertenecía al segundo —en general considerado el partido liberal y
urbano, representante además de los extranjeros inmigrantes que contribuyeron a la for-
mación del país—, partido con el cual Herrera y Reissig guardó a lo largo de su vida, y es-
pecialmente a partir del año 1900, relaciones tensas y difíciles que lo llevaron a alejarse de
la política práctica. En este pasaje comienza a notarse una posición política que Herrera
y Reissig mantendrá, sobre todo en los primeros años del siglo, y que consiste en una
especie de elevación intelectual por encima de las pasiones con las que identifica a ambos
bandos de contendores políticos tradicionales, para buscar una solución a través de la
«Ciencia», que contribuya al progreso material y espiritual de la nación. Esto lo llevó a
declarar, por ejemplo, que el país debía evitar seguir exaltando el fervor partidario, y por
ello rechaza, por ejemplo, la práctica de la Historia tradicional, escrita desde uno u otro
punto de vista partisano. En cambio, pide más educación, y una vida intelectual que deje
de ocuparse seriamente de discusiones partidarias sin fin, para sustituirla por la elabo-
ración de tratados «científicos» que, con el apoyo de la sociología, la biología y la psi-
cología evolucionistas, explicasen las causas de las repetidas luchas, derramamientos de
sangre y precariedad institucional que caracterizaron al país entre 1830 y 1904. Estas ideas
se desarrollarán ampliamente a lo largo de este Tratado, y más brevemente en su «Epílogo
wagneriano a “La política de fusión”», que publicará en la revista Vida Moderna en sep-
tiembre de 1902.
<volver>
50 El «cabañismo social» que de modo crudo y literal propugna Herrera y Reissig aquí
—y que en este pasaje no tiene visos de ser tratado humorísticamente— era más común
de lo que se recuerda en el Río de la Plata para el cambio de siglo. En diferentes medidas,
casi todos los ensayistas positivistas que escribían en la región por entonces adherían a un
grado u otro de estas ideas, derivadas, por otra parte, de la ciencia del momento.
<volver>
51 La referencia es al macizo montañoso del Hartz, sitio en el que Goethe sitúa la acción
de Fausto.
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604
Julio Herrera y Reissig
«la miseria y el hambre se explican por los gastos excesivos y la ausencia de industrias, la
vida antihigiénica porque la Inquisición ha estigmatizado y proscrito las ciencias, y porque
considera concuspicente y pecaminoso el cuidado del cuerpo, incluso las abluciones que
la religión islamita santifica». En la última parte del argumento asoman los vínculos con
las múltiples observaciones que más adelante hará Herrera sobre «el pudor».
<volver>
54 Entre los apuntes preparatorios para su tratado, Herrera y Reissig escribió unos pá-
rrafos titulados «Los anormales - Enrico Ferri» en que sintetiza brevemente alguna de las
teorías a este respecto del autor italiano, especialmente la idea de que son los «anormales»
los que hacen avanzar las sociedades.
<volver>
56 Ángel Floro Costa (1838-1906), político y publicista uruguayo, contribuyó con sus es-
critos a la era positivista americana. Inició estudios de medicina, pero finalmente no pudo
continuarlos por no habérsele concedido una beca para estudiar en el extranjero, por
lo que siguió estudios de derecho en su país y se recibió de abogado en 1862. En 1864,
sin embargo, obtuvo por concurso y ejerció por un tiempo la cátedra de geografía y as-
tronomía de la Universidad. Interesado siempre en las ciencias, tuvo un costado político
que combatió sobre todo a Latorre —luego de haber intentado asesorarlo en 1878— y
mantuvo una relación compleja con Santos, que sucesivamente lo apoyó y lo encarceló,
para liberarlo luego. Sostuvo en algunos momentos polémicas posiciones de apoyo a una
reanexión del Uruguay a la República Argentina, aunque juzgaba que lo más probable era
que el país, inviable en su visión, terminase siendo reincorporado al Brasil. Tuvo un distan-
ciamiento con Julio Herrera y Obes —cuando éste era presidente y Costa senador— por
el poco caso que el mandatario hacía a sus repetidos consejos en materia financiera y eco-
nómica, especialmente. Publicó, además de numerosos artículos periodísticos, temas bio-
gráficos y folletos de economía, Nirvana (1880), un interesante estudio sobre la identidad,
la situación y el futuro regional del Uruguay, en clave positivista y utópica a la vez, del que
este Tratado herreriano podría ser en algunos aspectos continuador.
<volver>
57 Referencia a una polémica que sobre este punto mantuvieron Carlos María Ramírez y
Ángel Floro Costa. Tachado en el texto de la nota al pie de Herrera, hay un pasaje que lo
confirma. Dice «Siempre he lamentado que Carlos Ma. Ramírez haya respondido con una
ironía al más cáustico de nuestros ironistas, en la interesante polémica a que dio lugar este asunto»
<volver>
605
Tratado de la Imbecilidad del País
60 Entre los apuntes preparatorios de Herrera, este fragmento, que podría insertarse
aquí, según indicación escrita del propio Herrera: «La particularidad de nuestras mujeres
de tener las manos grandes, pies soportes, sotabancos, pies fabulosos. (Físico de los uru-
guayos) Las manos de villanas. Las manos lindas han venido a resultar cosas de los libros.
En Europa, todas las mujeres tienen las manos proporcionadas a sus sexos, ya sean feas o
lindas, y de cualquier clase social. De ahí la expresión corriente: manos de mujer. ¿Habrá
habido un cambio de estructura física en los uruguayos – es un caso de evolución bio-
lógica regresiva. Se desconoce el ópalo – no se lustran las uñas – No se usan los guantes.
«No sea loca; no […] quién se hace […] de uñas?»
<volver>
61 Se refiere a José H. Figueira, quien en 1892 publicó Los primitivos habitantes del Uruguay
(véanse las notas 8 y ss.), obra pionera de la antropología nacional en donde se hace el es-
fuerzo de recoger diversos testimonios de fuentes europeas y criollas existentes sobre los
antiguos habitantes del territorio.
<volver>
62 Eduardo Ferreira fue crítico literario y cultural, colaborador en varios medios perio-
dísticos a comienzos del siglo XX. Manifestaba por esos tiempos una marcada animad-
versión contra la innovación en poesía, y contra el «modernismo», al que consideró por
entonces una moda vacía que pasaría sin dejar rastros.
<volver>
63 Julio Herrera había escrito aquí a continuación del nombre de Rodó, y después tachó:
«el autorcillo de Ariel».
<volver>
64 Una clase agresiva de lucha libre, parte del conjunto de competencias en las antiguas
Olimpíadas, en Grecia.
<volver>
66 Pese a su aparentemente escaso resultado, los reglamentos sobre higiene no eran des-
conocidos en Montevideo. Ya en la década de 1830 se habían dictado decretos relativos a
la instalación de establecimientos industriales que pudiesen perjudicar la higiene pública,
los que luego se complementaron en las dos décadas que siguieron al fin de la Guerra
Grande, en los que se removían los establecimientos industriales perjudiciales a la higiene
pública (1858), se reglamentaba su ubicación (1866), y otras disposiciones complemen-
tarias en 1858. En 1902 se aprobarán en Montevideo nuevos decretos sobre ubicación de
606
Julio Herrera y Reissig
67 Por extraño que hoy pueda sonar, el guarango resultaba, dentro de la literatura psi-
cosociológica de la época, una categoría perfectamente definida. Ramos Mejía en su Las
multitudes argentinas, lo ubica como uno de los «tipos menores» dentro del mundo social,
aparecidos en América como producto de la inmigración, junto al burgués-aureus, el huaso,
el canalla, etc. Dice entre otras cosas del guarango, a quien define como «un indigente del
buen gusto», que es «un invertido del arte, y se parece a los invertidos del instinto sexual
que revelan su potencia dudosa por una manifestación atrabiliaria de los apetitos. Ne-
cesita de ese color vivísimo, de esa música chillona, como el erotómano del olor intenso
de la carne; quiere las combinaciones bizarras y sin gusto de las cosas, como éste de las
actitudes torcidas y de los procedimientos escabrosos, para satisfacer especiales idiosin-
crasias de su sensibilidad». Ramos Mejía, José María: Las multitudes argentinas; estudio de
psicología colectiva para servir de introducción al libro «Rosas y su tiempo». Nueva ed. corr. con una
introducción de A. Bonilla y San Martín. (Madrid: V. Suárez, 1912): 273 y ss.
<volver>
68 Referencia a Eduardo Ferreira (cf. nota 60), periodista cultural y crítico literario de
la época, colaborador de La Alborada y otras publicaciones, cuyas opiniones contrarias a
las nuevas tendencias en literatura eran bien conocidas, e irónicamente combatidas por
Herrera y Reissig y los demás escritores renovadores del momento.
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69 Hidrógeno.
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70 En 1874 el Uruguay «contaba con un solo viñedo, y recién en 1883 tuvo lugar la
primera vendimia en la granja de don Francisco Vidiella, ubicada en Colón, donde aquel
pionero tenía poco más de 120 000 pies de viñas, que con 3500 olivos cubrían unas 30
cuadras» (Reyes Abadie y Vázquez Romero, op. cit., t. 5: 372). No obstante ese comienzo
tardío, en 1893 los viñedos ya ocupaban 2883 hectáreas. Herrera y Reissig se vincularía
más tarde directamente al comercio de tal bebida como representante único para Mon-
tevideo y Buenos Aires de la marca francesa Vieux Carignan. La Dirección General de
Impuestos Directos certifica, el 17 de junio de 1909, que «Herrera y Miranda» están regis-
trados como «detallistas de vinos». Julio Herrera y Reissig y su socio y amigo César Miranda
ubicaron su depósito en los bajos de la casa adonde se mudó a vivir luego de casado, en
la calle Buenos Aires 124 (numeración antigua, actual 375-377). De la lectura de la co-
rrespondencia herreriana surge que la empresa le trajo pérdidas y una buena dotación
de dolores de cabeza, debido a problemas con prestamistas y a la escasa repercusión del
emprendimiento.
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607
Tratado de la Imbecilidad del País
73 El término colectivismo fue primero un mote, puesto por sus enemigos políticos, al
grupo que encabezaba Julio Herrera y Obes. Luego, los propios «colectivistas» adoptaron
el nombre. Dice José María Fernández Saldaña: «Los colectivistas —así nos gustaba lla-
marnos a los opositores, reivindicando como honor la denominación que los cuestistas
habían elegido como ofensivo mote para los legalistas (…)». En «Dónde nació Herrera y
Reissig», Mundo Uruguayo (29 de agosto de 1935): 8-9.
En este uso —genérico y no referido a ningún grupo— que hace Herrera y Reissig puede
verse una acepción que era de uso en la época —algo así como el bien común de la tra-
dición liberal, pero con un toque de sociología.
<volver>
74 Herrera y Reissig refiere con seguridad al período que sigue al fin de la revolución
blanca de 1897, momento en el cual el Partido Nacional alcanzó una importante parti-
cipación en el poder efectivo en el país, gracias a la política de coparticipación acordada
entonces con el gobierno colorado.
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77 Ídem: 65.
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79 Este pasaje sobre la imprevisión es desarrollo del que Spencer dedica al tema en el
apartado 34 del capítulo VI de sus Principios de Sociología: 63 y ss.
<volver>
80 Ídem: 71.
<volver>
81 Ibídem.
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608
Julio Herrera y Reissig
85 Este párrafo ha sido intercalado aquí. Figura originalmente entre los manuscritos de
«Agregaciones a El Pudor», con una nota de Herrera que dice: «Esto va en la Sociología,
donde se habla del temperamento de las mujeres».
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86 Ésta es la primera definición que da Herrera de su concepto de «pudor», que dará lugar
a una serie de ejemplos en el pasaje que aquí comienza, y que luego será complementada
por el capítulo que es titulado por él «Agregaciones sobre el Pudor». Al comienzo de esas
«Agregaciones», dice Herrera y Reissig: «A más de los pudores huraños, religiosos, felinos,
guerreros, selváticos, matrimoniales, enemigos del lecho, votivos, cimarrones, de que he
tratado en el capítulo antecedente…». Esa referencia, pues, remite a este capítulo, y a su
vez ayuda a ordenarlo, mostrando que es el inmediatamente anterior al de las «Agrega-
ciones». En nota que insertan Giaudrone y Berriel (op. cit: 27) a su edición del capítulo
sobre El Pudor, afirman: «Se refiere el autor a un capítulo que se encuentra extraviado».
Pienso que tal apreciación es un error. Tal capítulo existe, y es éste que aquí se transcribe.
Las variantes del pudor a las que Herrera referirá al comienzo del capítulo siguiente son
las que a partir de aquí desarrolla, aunque en este caso no lo hace analíticamente ni sub-
titulándolas. En cambio, describe aquí de modo interrelacionado los tipos de pudor a los
que alude al comienzo del capítulo siguiente («huraño, felino…», etc.).
<volver>
88 Spencer, Principios de Sociología, vol. I, Parte III, Capítulo IV. «Exogamia y endogamia».
<volver>
89 Ibídem.
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90 Ibídem.
<volver>
91 Ibídem.
<volver>
92 De acuerdo con todos los datos biográficos disponibles, Herrera y Reissig nunca estuvo
en Cerro Chato, lo cual desde luego no es central a la verosimilitud ni a la validez de su
relato. Afirmaciones de una improbable «presencia directa del autor» como ésta se hacen
repetidamente a lo largo del Tratado… Contribuyen a la construcción de una voz autoral
que no coincide con el individuo Herrera y Reissig.
<volver>
93 Ibídem.
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95 Referencia a las luchas de Viriato (véase el índice de nombres) frente a los romanos.
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609
Tratado de la Imbecilidad del País
96 Batalla de la revolución de 1897, en la que el coronel Diego Lamas venció a las fuerzas
gubernamentales.
<volver>
97 Herrera y Reissig mismo fue animador de esas «desavenencias» muchas veces, lo cual
es claro una vez que se consultan sus cartas, llenas de comentarios críticos —a veces con
escasa elegancia— para otros escritores de su tiempo, y su participación —indirecta u
oculta en su momento— en una serie de polémicas durante los primeros años del siglo,
cosa que se ha documentado también como parte de esta investigación. Véase la nota
XXX en esta misma edición. También A. Mazzucchelli, «Camafeísmo del insulto en el
‘900 montevideano. Herrera y Reissig y De las Carreras intervienen en la polémica Fe-
rrando-Papini», en Maldoror, n.o 24 (mayo de 2006): 36-43.
<volver>
98 La fecha aludida, 1841 o 1842, es una confirmación más del momento de redacción de
estas páginas, en 1901-1902.
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99 Este párrafo, resumen de unas ideas sobre la República Argentina y sobre Buenos Aires
que Herrera y Reissig elaboraría y cambiaría —al menos en un nivel anecdótico— luego de
su residencia en esa ciudad en 1904-5, es particularmente interesante a la luz del proceso
histórico rioplatense. Herrera y Reissig refiere aquí a la estabilidad política argentina, que
para 1900 contrastaba agudamente con la inestabilidad oriental. El Uruguay había vivido
los primeros 70 años de su vida independiente en medio de continuos levantamientos,
pronunciamientos, guerras civiles y más o menos provisorios entendimientos entre las fac-
ciones. A partir de 1904, el Uruguay encauzará una estabilidad democrática y una serie de
logros sociales que le fueron en general reconocidos entre quienes se ocupan del estudio
del continente, mientras que Argentina comenzaría lentamente un proceso de deterioro
de la institucionalidad que llevará a que, a partir de 1930 y durante la gran mayoría del
siglo XX, sea la Argentina la que viva en casi permanente inestabilidad institucional.
Otro parece ser el juicio respecto a las condiciones de sociabilidad, espíritu de empresa,
optimismo, etc., en una y otra orilla del Plata. En este punto, la descripción y aun la crítica
de Herrera y Reissig encontrarán quizá opiniones convergentes en el lector contem-
poráneo conocedor de ambas colectividades. Estas ideas son retomadas y desarrolladas
con gran detalle y extensión por el propio Herrera y Reissig algo más adelante, en este
mismo capítulo.
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100 Todos los referidos ocuparon la presidencia de Uruguay en diversos períodos durante
el siglo XIX. Herrera incluye a su propio tío Julio Herrera y Obes entre los ejemplos de
«tosca impulsividad» que elige. En su altillo de la calle Ituzaingó en Montevideo, conocido
como Torre de los Panoramas, en el que se reunió durante algunos años un cenáculo que
el poeta convocaba, existía un retrato de Julio Herrera y Obes bajo el cual lucía la leyenda
«Un impostor». Tal inscripción es al menos en parte irónica, en el tono de varios de los
signos que se encontraban en la Torre. La relación entre tío y sobrino demuestra en este
texto haber sido compleja y abundante en matices. Si bien hay muestras de admiración y
afecto por parte del sobrino, tampoco escatima las críticas, lo cual queda de manifiesto en
distintos pasajes de este Tratado…
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102 Spencer, op. cit., v. 1., cap. VIII, «Ideas del hombre primitivo»: 102.
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610
Julio Herrera y Reissig
103 Viento pronunciado que se levanta en la zona del Río de la Plata desde la dirección
suroeste, y que por lo tanto afecta especialmente a la costa oriental del río y en particular
a Montevideo.
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105 Esta referencia interna permite asegurar que el capítulo sobre «Etnología - Medio so-
ciológico», que es donde se discutió este punto, era considerado por el autor no como un
ensayo independiente sino como parte del libro, cosa que se confirma por la numeración
de folios hecha por el propio Herrera y Reissig. Ese capítulo puede consultarse completo
en texto electrónico.
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106 Spencer, op. cit., vol. 1, cap.II, «Factores de los fenómenos sociales», p. 8.
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Tratado de la Imbecilidad del País
habían ganado al propio plantel de ejecutivos del Banco. La gran crisis de 1890, bajo la
presidencia de Julio Herrera y Obes, a quien le costó un duro precio político, se produjo
en el contexto someramente descrito. Reus moriría esenguida, en 1891, a consecuencia
de un problema cardíaco.
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111 A esta lista agrega luego Herrera, en el texto mismo, los pudores abortivo, infanticida,
franco, cronológico, chúcaro, insomne, dantesco, retroactivo o pretérito, y criminal.
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112 «La gran actriz francesa Madame Réjane, en su temporada con “Zazá”, “Madame
Sans Géne”, “La parisienne”, y “La dama de las camelias” señala un nuevo y gran estilo de
intérprete […]» (también en 1901) (Á. Curotto, «Vida Teatral Montevideana», en Cua-
dernos de Marcha, n.o 22 [febrero 1969]: 53).
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113 Referencia a El Bien Público, influyente periódico católico fundado por Juan Zorrilla
de San Martín.
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114 Melodrama en tres actos con música de Mascagni. El libreto es de Luigi Illica. Fue
estrenada en noviembre de 1898 en Italia.
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116 Les fils de Coralie, de Albert Delpit, es uno de los más conocidos melodramas franceses
del siglo XIX, con múltiples adaptaciones en distintos idiomas. Parte del conflicto central
consiste en el ocultamiento de una madre a su hijo de su condición de ex prostituta, y el
consiguiente conflicto moral que aparece al ser este hecho descubierto.
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117 Diario fundado en 1886 por quien sería luego presidente de la República por el
Partido Colorado, José Batlle y Ordóñez.
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118 En la carta pública que De las Carreras envía a Herrera y Reissig el 8 de octubre de
1901, cita esta expresión («trogloditas púdicos»), y acota «(tuyo…)», atribuyéndosela ya
en ese fecha a Herrera. Esto no prueba, pero da un indicio de que quizá parte de esta
zona sobre el pudor ya estuviera escrita para tal fecha (y conocida en privado por De las
Carreras).
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612
Julio Herrera y Reissig
119 La primera vez que menciona a esta mujer («la vasca» agrega la segunda vez,
aunque luego eliminó del manuscrito ese apelativo), Herrera pone una A delante de
Mestoy, quedando entonces Amestoy. Subsiguientemente aparece como Mestoy. Dado que
el apellido vasco corriente es Amestoy, entiendo que Herrera corrigió la hoja luego de
haberla escrito, y al hacerlo arregló el nombre sólo en la primera aparición. Así es como
lo incluyo.
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120 Les demi-vierges (1894), del escritor y dramaturgo francés Eugene Marcel Prévost
(1862-1941), es un escandaloso estudio sobre la influencia de la educación parisina sobre
las jóvenes. Le jardin secret (1897); y Les vierges fortes (1900). Frederique y Lea, L´heureux
menage (1901), y Les lettres a Françoise (1902) son sus trabajos contemporáneos a la obra de
Herrera.
<volver>
121 La más importante sala teatral de la ciudad de Montevideo, que abrió sus puertas en
1856.
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122 Clara Della Guardia, actriz italiana, actuó en el Teatro Solís de Montevideo en la tem-
porada de 1901.
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123 Breve texto de Roberto de las Carreras, publicado en Montevideo en abril de 1900. El
relato, escrito en primera persona, consiste en las fantasías eróticas del narrador a partir
de la visión de una dama de la sociedad montevideana, a quien en el texto se identifica
como Lisette d´Armanville. El texto acumula observaciones sobre el cuerpo de la mujer
uruguaya, muy en el estilo que luego Herrera y Reissig empleará en la última parte de su
capítulo sobre «Etnología» en este mismo Tratado… Sueño de Oriente es importante además
porque fue a raíz de su publicación, y de una reseña que del libro escribió, enseguida de
su aparición, Herrera en La Revista, que ambos escritores se conocieron personalmente y
comenzaron su amistad y colaboración literaria.
<volver>
124 La calle Santa Teresa era la principal del Bajo montevideano, zona roja de la ciudad
hasta la segunda década del siglo XX, en que fue demolida.
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126 En una anotación preparatoria se lee, junto a datos para este pasaje: «Domínguez».
<volver>
128 Candeal, especie de ponche de huevo, leche, canela y aguardiente que se servía en la
región platense.
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131 Herrera toma repetidamente esta relación de distancia como imagen espacial a la
vez del pudor y del mal gusto. Véase por ejemplo esta referencia, publicada por él algo
613
Tratado de la Imbecilidad del País
antes de iniciar la redacción de Los Nuevos Charrúas: «La broza de la cursilería abunda en
nuestro campo, y en materia de arte y de confort, preciso es confesarlo, hay todavía quien
gusta habitar una casa que tenga la cocina pared por medio del excusado». En Sueño de
Oriente, reseña aparecida en el n.o 8 de La Revista (25 de abril de 1900): 366-372.
<volver>
132 Probablemente se refiere Herrera al barrio Reus al Sur, una de las urbanizaciones
más notorias que se construyeron en la ciudad gracias al impulso del financista español
Emilio Reus, sobre el que ya se ha informado.
<volver>
133 El parque Urbano (actual parque Rodó), ubicado sobre la costa del Río de la Plata
frente a la playa Ramírez, muy cercano al centro de la ciudad, es una zona que suscitó
repetidas veces el interés de Herrera, cuyo abuelo materno tenía allí una quinta, la cual,
según noticia dada por algunos de sus amigos, era uno de sus paseos favoritos. Herrera se
ocupó también en algún periódico de aspectos urbanísticos de Montevideo, a propósito
de este parque.
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136 Dice Spencer: «En opinión de Lichtenstein los boschimanos gozan de una vista tele-
scópica; “sus ojos penetrantes están sin parar en movimiento” (Barrar). Los karios de la
India ven tanto a la simple vista como nosotros con anteojos» (Spencer, op. cit.: 85).
<volver>
138 Se refiere a la famosa relación que mantuvo Roberto de las Carreras con su sobrina,
Berta Bandinelli, mientras ésta era menor de edad. Ambos se casaron en octubre de 1902,
aunque de acuerdo con una carta pública que el 8 de ese mes envió De las Carreras a
Herrera y Reissig, el casamiento se aceptó con la intención explícita de violar el espíritu del
acuerdo matrimonial. A propósito de esta relación escribió y publicó también De las Ca-
rreras su «Amor libre. Interviews voluptuosos con Roberto de las Carreras» (Montevideo,
1902), en el que expone su concepción de amor libre y describe, al par que las aventuras
de su amada con otro hombre, su desprecio por la idea convencional de fidelidad.
<volver>
614
Julio Herrera y Reissig
en 1894 —texto que por su intención, aunque no por su tono, está algo emparentado
con el de Herrera y Reissig—, se titula La negra honrilla. En ese capítulo, Álvarez hace refe-
rencia al nefasto papel que la concepción española de honor habría jugado en la vida social
y política americana.
<volver>
140 Herrera y Reissig se refiere a Llagas sociales - La calle Santa Teresa, de Rafael Sienra
(Montevideo: Imprenta y Litográfica Oriental). Publicado a comienzos de 1896, un índice
del éxito de esta atractiva crónica ciudadana es que ya en el mismo año 1896 se publicaría
una 3 .ª edición. Las críticas de Herrera al pequeño libro —62 páginas en octavo— buscan
apoyarse en el tono de censura moral que trasunta el punto de vista del autor de Llagas
sociales. Es justo señalar aquí, sin embargo, los valores propios del libro de Sienra. El diario
montevideano La Razón, al comentar la primera edición el 1.o de abril de 1896, los sinte-
tizaba bien: «El más brillante de los escritores católicos del país ha hecho una pintura de
los antros de perdición montevideanos, que envidiarían por su exactitud, por sus detalles
y su estilo, muchos de los encumbrados escritores que han cultivado el naturalismo».
<volver>
144 Citerea, la isla sagrada de Venus, diosa del amor, adonde los céfiros llevaron a la diosa
después de su nacimiento. Hay sobre este tema un famoso cuadro de Watteau (Embarque
para Citerea).
<volver>
145 En anotación preparatoria, consta que la señorita aludida era «la novia de
Quintana».
<volver>
147 Consta en anotación preparatoria que los dos personajes referidos son, respecti-
vamente, Florencio Sánchez (Montevideo, 1875-Milán, 1910), el más importante dra-
maturgo de la historia literaria del Uruguay, y Eduardo Acevedo Díaz (La Unión, 1851-
Buenos Aires, 1921), personaje político del Partido Nacional, y narrador de tono entre
realista y naturalista, autor de un importante ciclo de novelas históricas en la literatura del
mismo país.
<volver>
149 Para la definición herreriana de este término, es útil repasar este fragmento, que se
cuenta entre las anotaciones preparatorias del libro: «Es opinión de los doctores en liber-
tinaje, entre ellos Roberto, que la fidelidad de las esposas montevideanas se debe prin-
cipalmente, aparte de los fenómenos que determina el medio social, a la frialdad de su
temperamento. A su entender son mujeres apáticas, que no aman, para las cuales nada
significa el honor del sexo.
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Tratado de la Imbecilidad del País
Receta-social. En mi opinión, las hay sensuales en extremo, pero sin ese tacto electivo y fi-
namente culto que se educa en las mujeres de otros países, a efectos de su comercio social
con gentes civilizadas en el placer. Esta baja sensualidad que yo llamo cachondez es una glo-
tonería de gnomo de salud, un apetito de puchero que hace que la mujer no sea exigente
en materia de goces y dé la preferencia al vigor sobre el refinamiento. Le basta y sobra un
varón carnoso, robusto, con músculos de locomotora, de [carácter lujurioso], cuya viril
sangradora penetre hasta las entrañas».
<volver>
150 Referencia a los habitués de la calle Santa Teresa, la vía principal de concentración
de prostíbulos en el barrio montevideano conocido como el Bajo, de 1900.
<volver>
151 La cifra estimada es gigantesca y, por supuesto, de muy difícil evaluación. El cálculo
arrojaría una cantidad de 9000 abortos por año. Para tener una idea aproximada de lo
que eso representaría, basta pensar que la población total de Montevideo se componía de
unas 290 000 personas en 1900.
<volver>
155 Parece una referencia a caftan o caften, que son palabras lunfardas para designar al
macró o tratante de blancas. También se ha llegado a emplear, con más frecuencia, la
similar cafishio o cafiolo.
<volver>
156 La ubicación de este texto es la más difícil dentro del conjunto del material. Por su
contenido y por lo breve de su extensión, podría tratarse de un ensayo independiente.
No tiene vinculación en términos de numeración con el resto del material (el manuscrito
consta de 8 folios ordenados por el autor con letras de la A a la H), aunque la vinculación
temática y estilística es evidente. En el índice analítico que Herrera pone al comienzo de
su capítulo sobre «Caracteres emocionales», hay una referencia a que se ocupará de la
«Estética», aunque no es claro que se refiera a este texto. He optado por incluirlo al final
del capítulo de caracteres emocionales, al que pertenecería siguiendo el esquema spen-
ceriano en vigencia en el resto de este Tratado…
Lo que sí es claro es que, una vez más, el modelo para el enfoque de este ensayo está
dado en los Principios de Sociología spencerianos, en el volumen 1, capítulo VI («El hombre
primitivo-emocional»), § 36. Allí, la argumentación del pensador inglés se orienta a
probar que los sentimientos «que quedan satisfechos con la admiración que se inspira
a los demás» (frase citada al comienzo de este texto por Herrera) preceden en las so-
ciedades a aquellos que llama «ego-altruistas», orientados a obtener placer a partir de la
satisfacción del prójimo. Y afirma que «por grande que sea la vanidad del hombre civi-
lizado, es aún más exagerada la del hombre inculto». A partir de allí, Spencer da ejemplos
sobre el empleo, por parte de diversas tribus y naciones, de «objetos de color», «conchas
marinas», «pinturas y adornos», etc. Es ese mismo procedimiento el que sigue Herrera y
Reissig aquí, abundando en su argumento central sobre el parecido nivel de desarrollo
relativo entre los uruguayos y los miembros de tales tribus y naciones.
<volver>
616
Julio Herrera y Reissig
158 Puerto del golfo pérsico de gran importancia en las rutas a Oriente durante los siglos
XVI y XVII, es citado aquí obviamente en referencia al «lujo asiático» en que se complacía
la generación modernista. La referencia es a Máximo Santos (ver índice de nombres),
militar que gobernó inconstitucionalmente el país durante un período en los años
ochenta del siglo XIX. Apegado al fasto y el lujo, y quizá con una inusual intuición para los
aspectos semióticos del gobierno, introdujo muy visibles cambios en el ceremonial estatal
asociado al poder, tanto en el nivel del ejército como en el civil.
<volver>
160 El Cordón y la Aguada son dos barrios de Montevideo, adyacentes al Centro, respec-
tivamente hacia el este y hacia el noreste. Para el cambio de siglo estaban habitados funda-
mentalmente por población de clase media y media baja.
<volver>
162 Spencer, op. cit: 82. Con estas palabras comienza Spencer su capítulo VII de los
Principios de Sociología, dedicado a los caracteres intelectuales del hombre primitivo. Una
nueva prueba de la medida en que Herrera y Reissig reproduce en su libro exactamente la
sucesión de esa obra del autor británico. Lo que Herrera titula «Caracteres intelectuales»
sigue a los «caracteres emocionales», lo mismo que en Spencer el capítulo «El hombre
primitivo-intelectual» sigue a «El hombre primitivo-emocional».
<volver>
164 Luego de la batalla de Quinteros, ocurrida en 1858, una serie de los prisioneros co-
lorados —entre ellos figuras de gran trayectoria y prestigio militar— fueron ajusticiados
por los blancos, ganadores del combate. Esto se hizo pese a que —según lo reportado
por el bando perdedor— se había garantizado la vida a los prisioneros antes que éstos se
entregasen. El episodio generó una serie de importantes consecuencias políticas, pues
terminó de radicalizar definitivamente y por largo tiempo la antigua rivalidad entre ambos
partidos históricos uruguayos, que habían ensayado una política de «fusión» intentando
617
Tratado de la Imbecilidad del País
dejar atrás esa rivalidad, una vez terminada la Guerra Grande. Un primo del padre de
Roberto de las Carreras —Antonio de las Carreras, ministro de Gobierno de Gabriel
Pereira— jugó un papel decisivo en este episodio, habiendo ordenado directamente las
ejecuciones. Agradezco, respecto a esto último, una precisión del periodista C. M. Do-
mínguez que me permitió corregir un error deslizado en la primera edición.
<volver>
169 Ídem: 83
<volver>
171 Este párrafo tiene, en el manuscrito, algunas variantes con respecto a la versión que se
da en el «Epílogo Wagneriano a “La política de fusión”». De acuerdo con la naturaleza de
este trabajo, doy la versión manuscrita. De ese modo, además, el lector interesado podrá
comparar con lo ya publicado en 1902.
<volver>
172 Los lectores avezados en poesía reconocerán enseguida, en esta nota al pie de
Herrera, el antecedente directo de un poema del brasileño Murilo Mendes, publicado
en 1966: «O URUGUAI. O URUGUAI é um belo pais da America do Sul, / limitado ao
norte por Lautreamont, ao sul por / Laforgue, a leste por Supervielle. / O pais nao tem
oeste. / As principais produções do Uruguai são: Lautréamont, Laforgue, Supervielle.*
/ O Uruguai conta três habitantes: Lautréamont, Laforgue, Supervielle, que formam
um governo colegiado. Os outros habitantes acham-se exilados no / Brasil, visto não se
darem nem con Lautréamont, nem com Laforgue, nem com Supervielle. // *Ilustres
poetas franceses do seculo XIX os dois primeiros; do seculo XX, o terceiro, nascidos no
Uruguai».
<volver>
174 Los estudios para la construcción del puerto de Montevideo comenzaron durante la
administración de Juan Idiarte Borda, bajo el impulso de su ministro de Hacienda, el Ing.
Juan José Castro. La licitación y asignación de las obras estuvo rodeada de largas y ásperas
discusiones. En julio de 1901 se iniciaron las obras, que finalmente darían lugar a la inau-
guración del nuevo puerto en 1909.
<volver>
175 Esta indicación confirmaría que el capítulo titulado «Cuentas y Collares. Vanidad
inferior del salvaje» debe leerse como parte del capítulo «Psicología de los Uruguayos.
Caracteres Emocionales».
<volver>
176 El final de este capítulo, desde aquí al final, se encuentra perdido dentro del ma-
nuscrito. Sin embargo, ha sido posible reconstruirlo gracias a que ha sido incluido por
618
Julio Herrera y Reissig
177 El pasaje sigue a Kant, Critica de la razón pura, Introducción. «De la facultad trascen-
dental del juicio en general».
<volver>
178 Los tres primeros citados fueron figuras descollantes en el plano intelectual y político
en Montevideo durante el período llamado de la Defensa (grosso modo la 4.ª década del
siglo XIX). Los tres (el primero, abuelo del poeta) realizaron acciones diplomáticas de-
cisivas para el gobierno de la Defensa (Herrera y Obes y Pacheco), y posteriormente Juan
Carlos Gómez ante el gobierno de Brasil. Ángel Floro Costa, por su parte, perteneciente
a una generación algo más joven, aunque mayor que Herrera y Reissig, fue uno de los
primeros introductores del positivismo en el Uruguay.
<volver>
180 Dice Spencer: «A cada instante hace [el hombre primitivo] multitud de observaciones
sencillas, y las pocas de importancia, confundidas en la masa de las superfluas, pasan por
su cerebro sin dejar en él materiales para ideas dignas de ese nombre» (Spencer, op. cit.:
88).
<volver>
183 «(…) no leen más que novelas de mal gusto, memorias de personajes de poca talla,
volúmenes de correspondencias que son un tejido de patrañas, a veces un libro de historia
donde no ven más que las batallas dadas por los hombres notables. Para espíritus de esta
jaez, incapaces de analizar y sistematizar, este pasto es el único aceptable; querer darles
619
Tratado de la Imbecilidad del País
una cosa más sustancial es lo mismo que pretender alimentar con carne a un toro»
(Spencer, op. cit.: 88).
<volver>
184 Popular zarzuela compuesta por Ricardo De la Vega, era una de las obras de re-
pertorio más populares del teatro en la Península y en América.
<volver>
186 El patio es un sainete, y Los galeotes una comedia, ambas éxitos populares en la época.
Fueron compuestas por los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero (Herrera los
cita equivocadamente como «Hermanos Quinteros») prolíficos autores del género.
<volver>
187 Referencia a La robe rouge (1900), drama de Eugène Brieux (1852-1932). La pieza
incluía una crítica a las injusticias sociales.
<volver>
188 Las citadas anteriormente, composiciones musicales ligeras, a menudo parte de zar-
zuelas y otros espectáculos populares.
<volver>
189 «Esa misma sala [el Solís] gozó [en 1901] de los gorjeos de la más grande cantante
de la época, la gran María Barrientos, en una temporada lírica de un mes de duración en
que se cantaron desde “La sonámbula” hasta “Lakmé” y “Los Hugonotes”» (Curotto, op.
cit.: 53).
<volver>
192 En 1874 el Uruguay «contaba con un solo viñedo, y recién en 1883 tuvo lugar la
primera vendimia en la granja de don Francisco Vidiella, ubicada en Colón, donde aquel
pionero tenía poco más de 120 000 pies de viñas, que con 3500 olivos cubrían unas 30
cuadras» (Reyes Abadie y Vázquez Romero, op. cit., t. 5: 372). Ver nota XXX.
<volver>
193 Duncan Stewart nació en Buenos Aires en 1833, hijo de un escocés y una uruguaya,
pero hizo su educación y su vida en Montevideo. Presidente del Senado (o sea, presidente
en ejercicio desde el 1 al 21 de marzo de 1894) al concluir el gobierno de Herrera y Obes,
y mientras se nombraba el nuevo presidente, fue también ministro y funcionario público.
Colaboró de modo eficiente con varios gobiernos (el de Lorenzo Batlle, el de Latorre,
cuando organizó las aduanas del país). El episodio que se cita ocurrió durante 1898.
Duncan Stewart murió en 1923, a los 90 años.
<volver>
194 Aversión a lo nuevo. El término fue acuñado por Lombroso (C. Lombroso y R.
Laschi, Le crime politique, t. I., p. 8 y ss.). Más adelante en el texto, Herrera menciona, al
pasar, también el origen del vocablo.
<volver>
620
Julio Herrera y Reissig
196 Ibídem.
<volver>
197 La situación que motiva la crítica de Herrera y Reissig es sintetizada por Zum Felde:
«Hacia el 1900 llegaron al país, juntamente con los libros de los teóricos del socialismo
anárquico, un grupo numeroso de ácratas, desterrados de la Argentina, donde el mo-
vimiento ya había adquirido desde poco antes, y en un ambiente obrero más propicio,
proporciones que alarmaron al Gobierno determinando medidas de represión. Había
argentinos entre ellos, pero eran en su mayoría españoles e italianos. El asunto aparecía
enteramente nuevo para el ambiente montevideano; y no creyendo acaso que tales ideo-
logías hallaran aquí mayores resonancias, dado el imperio del tradicionalismo político
en nuestro pueblo, las autoridades no obstaculizaron las actividades de los ácratas ex-
tranjeros. No transcurrió mucho sin que se hiciera sentir, empero, la influencia de su pro-
paganda revolucionaria, así en los círculos intelectuales como en el ambiente de las clases
obreras. El elemento obrero criollo fue poco permeable a esa acción ideológica, pues,
en efecto, tenía aún completo dominio sobre él el tradicionalismo partidario; blancos y
colorados en mayoría y adictos al culto de los manes caudillescos —la llamada “cuestión
social” les era ajena» (Alberto Zum Felde, Proceso intelectual del Uruguay, tomo II (Mon-
tevideo: Edición Subvencionada por la Comisión Nacional del Centenario, 1930): 51-52.
<volver>
199 Spencer, op. cit.: 82. Hay una inexactitud en la cita. La palabra con que termina
Spencer no es «automáticos», sino «correspondientes».
<volver>
200 Este párrafo insertado a partir de lo citado en el «Epílogo wagneriano…» (PCP: 678)
<volver>
201 El tranvía eléctrico sería aprobado y comenzaría a circular por Montevideo en 1906,
unos cinco años más tarde de que Herrera escribiese estas líneas.
<volver>
203 El «profesor de filosofía» aludido es Carlos Vaz Ferreira, de acuerdo con una ano-
tación preparatoria.
<volver>
204 El problema del saneamiento urbano de Montevideo era de larga data para el
momento que Herrera escribe. La red cloacal fue «puesta en cuestión al producirse la
epidemia de fiebre amarilla; en rigor, las protestas ya se habían iniciado en 1856 —por
estimarse que las obras realizadas no se ajustaban a las exigencias técnico-sanitarias de
recibo en la época (…)» (Reyes Abadie y Vázquez Romero, op. cit., tomo 5: 69-70). Ante
un reclamo de la población para que la red fuese cegada, la Comisión de Salubridad de la
Junta Económico-Administrativa resolvió mantenerla en funcionamiento, y recomendó
que se la refaccionase, cosa que no se hizo. En 1868 y ante una nueva epidemia, el
problema volvió a plantearse con fuerza, y esa vez la autoridad departamental determinó
que las instalaciones «debían hacerse de nuevo». Más de treinta años más tarde, para la
época en que Herrera escribe, nada de ello se había hecho aún.
<volver>
621
Tratado de la Imbecilidad del País
208 Todos los nombrados, poetas y dramaturgos que desarrollaron a lo largo del siglo
XIX lo que vendría a conocerse como género gauchesco —de origen normalmente urbano,
pese a su denominación— tanto en Buenos Aires como en Montevideo.
<volver>
209 En la línea de este argumento desarrolla Borges parte de su propia crítica de la lite-
ratura gauchesca años más tarde. Ver por ejemplo su ensayo "El escritor argentino y la
tradición", publicado en primera versión en "Discusión" (1932)
<volver>
212 Ibídem.
<volver>
213 Todos los nombrados, caudillos con actuación militar importante en el Río de la Plata
durante el siglo XIX.
<volver>
215 Ibídem.
<volver>
216 Ibídem.
<volver>
219 Ibídem.
<volver>
220 Ibídem.
<volver>
221 Ibídem.
<volver>
622
Julio Herrera y Reissig
<volver>
227 Ibídem.
<volver>
228 Ibídem.
<volver>
229 En esta última sección se incluyen las anotaciones preparatorias dejadas por Herrera
y Reissig cuyo contenido no está refundido de modo casi literal en el propio Tratado… Así
mismo, se incluye un diálogo que pudo servir de introducción a una obra en común entre
Herrera y Reissig y Roberto de las Carreras de esta misma época, según se explica en nota
al comienzo del texto. Finalmente, se agregan dos diatribas de puño y letra de Herrera y
Reissig, contra rivales literarios del momento. Una contra Guzmán Papini y Zas, la otra
contra Víctor Pérez Petit, que dan ejemplo del «camafeísmo del insulto» que Herrera y
Reissig y de las Carreras se vanagloriaban de haber acuñado y pulido en los primeros años
del siglo XX en Montevideo.
<volver>
230 Entre los manuscritos vinculados con el Tratado de la imbecilidad del país, por el sistema de
Herbert Spencer se encuentran una serie de textos de carácter fragmentario, que se incluyen
en este apéndice. En algunos casos, que ordeno aquí bajo el subtítulo de «Datos» que el
mismo Herrera les dio, parecen corresponder a breves anotaciones hechas con el destino
de ser desarrolladas luego en la obra. En otros casos, que carecen de otra determinación o
aclaración en el manuscrito, se trata de fragmentos, quizá pertenecientes a alguna unidad
mayor, cuya ubicación no resulta clara. Los incluyo porque agregan información sobre la
obra mayor, y tienen interés pese a su carácter aislado e incompleto.
<volver>
232 Este título de «Cultura» aparece en varias partes en las anotaciones, aunque los frag-
mentos bajo ese rótulo en su mayoría no aparecen luego desarrollados en el texto del
Tratado de la imbecilidad… En especial, en el folio 249-20 figura en una anotación que
dice: «Títulos», y debajo «El Pudor», luego «La Cachondez», y finalmente, «Cultura».
Es probable, pues, que Herrera pensase desarrollar un capítulo sobre este tema que fi-
nalmente no desarrolló.
<volver>
233 Véase la referencia, en otra parte del texto, al «abogado suicida» también. Palomeque
es el nombre referido.
<volver>
234 Herrera se refiere a la obra de Eugène Brieux (1852-1932) La Robe rouge (1900). La
pieza incluía una crítica a las injusticias legales.
<volver>
236 Come le foglie (estrenada en 1900) es una de las más importantes obras del dramaturgo
italiano Giuseppe Giacosa (1847-1906). Es interesante la actualidad de la vida teatral
montevideana en el cambio de siglo. Herrera, en 1900 o 1901, podía ya referirse a un
comentario de una obra recién estrenada por su autor en Italia. Giacosa colaboró en el
623
Tratado de la Imbecilidad del País
libreto de tres óperas de Puccini (La Bohème, Tosca, Madame Butterfly); también escribió la
comedia Una partita a sacchi (1873) y el drama I diritti del anima (1894).
<volver>
237 Herrera se refiere con seguridad a la obra de Edmond Rostand Cyrano de Bergerac, es-
trenada en París en 1897 con la actuación del entonces famoso Constant Coquelin.
<volver>
239 Este texto se refiere a dos partes de un mismo trabajo, escritos uno por Herrera y
Reissig y el otro por Roberto de las Carreras. Como se ha discutido en la introducción, si
tenemos certeza y prueba de que Herrera y Reissig escribió su parte, esa «introducción»,
que acumula seiscientos folios y que es el Tratado… que en este volumen se publica, no
tenemos constancia de que la obra de De las Carreras se haya escrito. Ángel Rama, en uno
de los textos más interesantes que se hayan escrito sobre este período, dice: «[De las Ca-
rreras] encara con [Herrera y Reissig] la realización de algunos de los libros escandalosos
que diariamente dictaba a sus secretarios en el Moka, interrumpiéndose de pronto para
tararear una melodía vaga que explicaba: «invoco la palabra», «silencio, busco el vocablo».
Entre estos libros estaba la Antología de la aldea, crítica de escritores, El sátiro, que al parecer
narraba con fruición la vida privada de muchos uruguayos, dícese que incluso la de Batlle
y Ordóñez, y Fuego sobre el Ateneo, ambicioso volumen referido al «amor libre» y del que
llegó a adelantar un escrito ocasional, Don Amaro y el divorcio, publicado con motivo del
escándalo que De las Carreras y otros anarquistas promovieron en el santuario ateneísta,
echando de la tribuna al Dr. Amaro Carve, que dictaba una conferencia contra el proyecto
de ley de divorcio y reemplazándola con un alegato por el “amor libre”» (Rama, prólogo
a Roberto de las Carreras: Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas [Montevideo: Arca, 1967]:
26-27). De todas estas obras proyectadas, se conoce hasta el momento poco y nada, lo cual
no significa que no hayan sido realizadas en alguna medida. A la lista de Rama hay que
agregar la Literatura colonial que menciona al pasar Herrera y Reissig en su Tratado de la
imbecilidad… Del texto de estos «Prolegómenos…», junto a la carta de Quiroga a Ferrando
antes citada, se podría inferir, como lo han hecho tanto el propio Rama como Roberto
Ibáñez, que Herrera escribió su parte del trabajo, y que esto, que en principio iba a ser
una «Introducción» al libro de crítica de Roberto de las Carreras, asumió unas dimen-
siones y una independencia que lo convirtieron en otra obra por derecho propio.
Tuve la tentación de incluir los «Prolegómenos…» a la entrada de esta edición del
Tratado de la imbecilidad… He optado finalmente por darlo al final, como un material
complementario, pues la firma conjunta de ambos escritores, y las referencias que en él
se hacen, puede llevar a innecesarias confusiones respecto de la autoría del Tratado…
No obstante ello, la obra de Herrera y Reissig mencionada por ambos amigos en estos
«Prolegómenos…» coincide con algunos de los apartados, al menos, del Tratado…, espe-
cialmente el titulado «Parentesco del hombre con el suelo», en donde se desarrolla la tesis
de la «infancia geológica» del territorio oriental.
<volver>
240 La tercera página de las cuatro que componen estos «Prolegómenos…» está perdida.
<volver>
241 En el original el nombre del filósofo positivista está escrito erróneamente «Compte».
<volver>
242 En el manuscrito el nombre aparece escrito como «Marz». Es interesante este error
en la transcripción del nombre de Karl Marx (al igual que el recién señalado en el caso de
624
Julio Herrera y Reissig
Comte). Podría confirmar cuán poco familiarizados con textos de tales autores estaban
De las Carreras y Herrera a comienzos del siglo XX.
<volver>
243 Esta diatriba contra Víctor Pérez Petit se conservaba también inédita entre los manus-
critos herrerianos. Por su estilo y factura tiene que haber sido escrita entre los años 1901 y
1902, aunque no está fechada ni referida de otro modo, por lo que su datación es incierta.
Es, seguramente, anterior a 1906, cuando Herrera y Reissig publica, en El Diario Español
de Buenos Aires, un muy encendido elogio de la obra Gil, del mismo Pérez Petit a quien
aquí deroga in totum («Gil, de Víctor Pérez Petit», en El Diario Español, de Buenos Aires, 2
de diciembre de 1906).
Parte del espíritu con el que Herrera y Reissig encaraba estos ejercicios punitivos —como
forma de denuncia de cierta hipocresía ambiente— puede quizá inducirse de este pasaje,
extraído de su Tratado de la imbecilidad…:
«Contrasta con el lenguaje bajo que usan los uruguayos por calles y plazas, con sus agre-
siones a mano a la virginidad de las mujeres, y con la calumnia de que las hacen objeto en
sus conversaciones, la olímpica indignación que muestran por un término violento en
una polémica, por un giro pornográfico».
Pérez Petit fue un importante hombre de letras de Montevideo en el cambio de siglo XIX
a XX. Crítico, dramaturgo, ensayista, tiene una amplia lista de publicaciones. Muy vin-
culado a José Enrique Rodó por amistad y afinidades intelectuales, fue uno de los inte-
grantes del grupo fundador de La Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales. La re-
lación con Herrera y Reissig era correcta en lo externo, y es más que improbable que
Pérez Petit se haya enterado alguna vez de la existencia y contenido de este texto, que
parece haber sido escrito motivado por una cuestión circunstancial, y que desde luego
permaneció guardado y ajeno a su destinatario.
Un enojoso incidente posterior involucró a ambos literatos en 1908, cuando Herrera y
Reissig envió a un concurso literario los originales de su obra dramática Alma desnuda
(también conocida como La sombra), concurso en el que Víctor Pérez Petit era presidente
del Jurado. Entre las complejidades de un fallo dilatado (especialmente, según testi-
monios del presidente del Jurado, Pérez Petit, por el descuido de uno de sus colegas en ese
jurado, José Enrique Rodó), el manuscrito herreriano «se perdió», con lo cual no pudo
acceder al premio, pese a haber estado entre las obras seleccionadas en primera instacia.
También de 1908 es una polémica entre Pablo de Grecia (César Miranda, inseparable
amigo de Herrera y Reissig, quizá inspirado por éste en la ocasión) y Petit, en la que llegó
a intervenir también Lugones, y en la que Pérez Petit se vio acusado por De Grecia de
haber plagiado al argentino en su reciente libro de poemas Joyeles bárbaros. También pre-
sumiblemente contra Víctor Pérez Petit, eco de la anterior polémica, fue emitido uno
de los decretos (publicado en 1909) que Herrera y Reissig fulminaba desde su ya virtual
altillo, el que dice:
«Abomino la promiscuidad de catálogo. Solo y conmigo mismo! Proclamo la inmunidad
literaria de mi persona. Ego sum imperator. Me incomoda que ciertos peluqueros de la
crítica me hagan la barba… Dejad en paz a los dioses! Yo Julio - Torre de los Panoramas».
Al día siguiente de morir Herrera, Pérez Petit cerrará su necrológica de la primera página
de El Tiempo de Montevideo diciendo: «Así ha cruzado Julio Herrera y Reissig. Dentro de
algunos años, cuando releamos su obra, nos extrañaremos que aquel muchacho grande,
desequilibrado y enfermizo, tuviera tanto genio. Entonces, acaso, experimentaremos un
remordimiento y una vergüenza».
<volver>
244 El texto que aquí se transcribe y da a conocer fue, probablemente, una contribución
desinteresada de Herrera y Reissig —y de Roberto de las Carreras— a la agria polémica
pública entre Federico Ferrando y Guzmán Papini y Zas, que culminó cuando, en
un episodio casual, Horacio Quiroga mata de un tiro a su íntimo amigo Ferrando, el 5
625
Tratado de la Imbecilidad del País
626
Julio Herrera y Reissig
Rueda, etc., etc., y ahora plagia a Darío y vuelve a Rueda, lo cual es la agonía postrera, y
roba sus consonantes a los sonetos de Los Arrecifes de Coral».
Herrera había escrito:
«plagiario evidente de Olegario Andrade, Díaz Mirón, Manuel Flores, Leopoldo Lugones,
Gutiérrez Nájera, Vicente Medina, Herrera y Hobbes, Federico Balart, Quiroga, Zorrilla
de San Martín, Bécquer, Ruben Darío, Almafuerte, Eliseo Ricardo Gómez y cuanto poeta
existe en América».
El concepto es el mismo, sólo el orden de los nombres se ha alterado. Otras referencias
comunes difícilmente sean obra de la casualidad, como la mención al «colmillito» de
Papini que hace Ferrando, que sigue la hecha al «colmillo elefantino cascado por la ble-
norragia» por parte de Herrera, o las referencias al mayor Isasmendi y el rol de ayudante
de Papini en sus aventuras amorosas, que están en ambos textos; el párrafo en que critica
la variabilidad política de Papini, la idea de que éste se ofreció como «camarero» al Club
Vida Nueva, etc.
Las semejanzas entre el texto de Herrera y el de Ferrando son notorias y evidentes, y
prueban la participación del primero en el texto del segundo.
***
Hemos encontrado un indicio claro de la participación de De las Carreras en este
episodio. Se trata de un texto que se encuentra en el verso de uno de los folios en los que,
en el recto, Herrera escribía su capítulo sobre «Etnología - Medio Sociológico» del antes
mencionado Tratado… En esa hoja, con la caligrafía inconfundible de De las Carreras,
hay escrito un párrafo, precedido por un número 2/, lo que indica que se ha perdido la
página anterior de este texto. Ese párrafo es el siguiente:
«El ignominioso poetastro Guzmán Papini y ¡Zás! (ex-repartidor de mercado…) modelo
de asco… Versificador de una dulzonería repulsiva, ídolo de la plebe, adulador nacional,
príncipe del ripio, estólido, chato, palafrenero, [lamido] detritus social, plagiario im-
pávido y reconocido de Balart, Díaz Mirón, Olegario Andrade, Vicente Medina (español),
Gutiérrez Nájera y cuanto poeta hay en Sudamérica. Cobarde, mandria, deshonra de su
sexo, insulto a la civilización, lacra de hombre, hijastro de la Naturaleza, Triboulet, ham-
briento camaleón político, plebeyo, molusco repulsivo cuya catadura viscosa revela un
abolengo de carnicería.
»Juan Francisco Piquet, un viveur, un bellaco, un rufián que ha hecho la […] de los
turisferarios».
A primera vista, el fragmento es muy similar a una serie de pasajes en el texto completo
que tenemos de Herrera y Reissig, lo cual ya representa un problema. A esto se agrega otra
complicación en la última línea, pues en ella el texto parece continuarse con una nueva
sarta de insultos, dirigida ésta a Juan Francisco Piquet. ¿Qué significaría tal «continuado»
de insultos literarios? ¿Escribió primero uno de ellos —Herrera o De las Carreras— un
«modelo» de diatriba, aplicado en serie a diferentes personajes, que luego el otro
desarrolló? ¿Se trata de un trabajo en común, que el manuscrito herreriano resume?
¿Había en el texto contra Papini escrito por De las Carreras una mención a Piquet?…
En cualquier caso, la tantas veces mentada colaboración entre Herrera y Reissig y De
las Carreras tiene, en estos fragmentos, una prueba difícil de rebatir. Estos manuscritos
demuestran que la colaboración llegó a niveles estrechos, con textos de puño y letra de
ambos en una misma hoja de papel, y con temas abordados por ambos con un estilo más
que similar.
Roberto Bula Píriz, por su parte, ha afirmado que Herrera había escrito este manuscrito
de «El Payador…» contra Papini en 1908, cuando Herrera «se disgustara» con éste.
De ninguna manera puede, este manuscrito sobre el que hoy escribimos, ser de 1908.
Aparte de las coincidencias mostradas con el texto de Ferrando de 1902 y de la mención
al levantamiento de Zenón de Tezanos en 1899 como «la última revolución» —lo que
circunscribe temporalmente el texto como anterior a 1904—, hay que agregar que, para
627
Tratado de la Imbecilidad del País
1908, el estilo herreriano estaba, en público y en privado, alejado de aquel arte del insulto
que cultivó con cuidado de orfebre en los primeros dos o tres años del siglo.
Estas cuestiones están más ampliamente desarrolladas en mi artículo «Camafeísmo del
insulto en el ‘900 montevideano. Herrera y Reissig y de las Carreras intervienen en la po-
lémica Ferrando-Papini», en Maldoror, n.o 24, nueva época. (Montevideo, mayo de 2006):
36-43.
<volver>
628