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Tratado de la

imbecilidad del país


por el sistema de Herbert Spencer

Julio Herrera y Reissig


Transcripción, edición, estudio preliminar, postfacio crítico y notas

Aldo Mazzucchelli
Tratado de la imbecilidad
del País
por el Sistema de Herbert Spencer
© 2006, Aldo Mazzucchelli
© De esta edición:
2006, Ediciones Santillana, S.A.
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ISBN de la obra: 9974-95-133-X

He­cho el de­pó­si­to que indica la ley.


Im­pre­so en Uru­guay. Prin­ted in Uru­guay.
Pri­me­ra edi­ción: diciembre de 2006.
Segunda edi­ción: junio de 2007.

To­dos los de­re­chos re­ser­va­dos. Es­ta pu­bli­ca­ción no pue­de ser re­pro­du­ci­da ni en


to­do ni en par­te, ni re­gis­tra­da en, o trans­mi­ti­da por un sis­te­ma de re­cu­pe­ra­ción
de in­for­ma­ción, en nin­gu­na for­ma ni por nin­gún me­dio, sea me­cá­ni­co, fo­to­quí­mi­
co, elec­tró­ni­co, mag­né­ti­co, elec­troóp­ti­co, por fo­to­co­pia o cual­quier otro, sin el
per­mi­so pre­vio por es­cri­to de la edi­to­rial.
Tratado de la imbecilidad
del País
por el Sistema de Herbert Spencer

Julio Herrera y Reissig

Transcripción, edición, estudio


preliminar, postfacio crítico y notas
de Aldo Mazzucchelli
Julio Herrera y Reissig alrededor de 1901
Las ideas, mi querido Montagne —¡eso no es nada! lo que
falta siempre es la palabra— el rubí, la corchea, el 3/4, el compás,
la línea justa, el brochazo genial —el epíteto, el verbo, el giro
onomatopéyico (…) Para nosotros la palabra es todo; sin ella no
hay literatura, no hay arte fino, no hay filigrana, no hay lo que se
quiere expresar.

Julio Herrera y Reissig - Carta a Edmundo Montagne, 1901.

***

Y además, lo que yo escribo en estos momentos es tan hijo de


la risa como de la ciencia. Bien que Voltaire haya dicho de la risa
que es una ciencia burlona… Por otra parte mis constataciones
son hipótesis de hipótesis como dijo el filósofo, y esto te servirá de
consuelo, lector bizantino, colorado o blanco.

Julio Herrera y Reissig - Tratado de la imbecilidad del país, por


el sistema de Herbert Spencer.
Estudio preliminar

Por Aldo Mazzucchelli

En la Colección Particular Herrera y Reissig del Departamento


de Investigaciones y Archivo Documental Literario de la Biblioteca
Nacional, en Montevideo, se encuentran, custodiados dentro de
un conjunto de unas cinco grandes carpetas plásticas, un total de
586 folios de prosa, manuscrita entre los años 1900 y 1902. Escritos
con tinta lila y tinta negra sobre toda clase de superficies —hojas de
libro contable, reverso de mapas, tiras de papel diario, al reverso de
formas de una compañía de telégrafos, o aun como series parásitas
garabateadas a continuación de otros textos y ensayos del propio
autor—, de su lectura se desprende que tal prosa reúne una obra
unitaria, el Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert
Spencer, que incluye además algunos ensayos laterales, sobre el mismo
tema, y escritos en el mismo estilo y momento. Además de ello, se
conserva una larga serie de anotaciones preparatorias que están,
en buena medida, refundidas luego en el cuerpo de los capítulos
terminados. Tres textos circunstanciales están ligados temáticamente
a ese conjunto y completan esta zona de los manuscritos, sin ser, sin
embargo, parte del tratado: un diálogo —incompleto, pues uno de sus
folios está perdido— entre Roberto de las Carreras y Herrera y Reissig
titulado «Prolegómenos de una epopeya crítica - A la manera de
Platón» y dos violentas diatribas inéditas dedicadas a intelectuales del

 La donación de estos manuscritos fue hecha por la viuda de Julio Herrera y Reissig,
Julieta de la Fuente, en el año 1946, y ellos constituyen la mayoría de los folios conservados
en ese Archivo. Otras donaciones menores fueron completando el acervo de manuscritos
del poeta.

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Tratado de la Imbecilidad del País

momento: una contra Guzmán Papini y Zas, otra contra Víctor Pérez
Petit.
Herrera y Reissig citó algunos avances de su Tratado de la
imbecilidad… en un texto que hizo conocer en septiembre de 1902
(«Epílogo wagneriano a “La política de fusión”, con surtidos de
Psicología sobre el imperio de Zapicán»), anunciando entonces la
publicación del total de aquella obra, un acontecimiento respecto del
que tenía cifradas grandes esperanzas, pero que nunca cristalizó.
La reunión, el desciframiento, la ordenación y publicación, algo
más de cien años más tarde, de esos manuscritos, que de forma
completa se realiza en este volumen por primera vez,II permite ubicar
y mostrar una íntima consistencia entre dos cuestiones que hasta ahora
parecían separadas: el aislamiento respecto de las líneas hegemónicas
de su sociedad, tanto en términos intelectuales como políticos, que
experimentó Herrera y Reissig durante su corta vida, por un lado.
Por el otro, el aislamiento al que la corriente central de lectura crítica
posterior destinó esta obra en prosa de Herrera y Reissig, del período
1900-1902, segregándola del resto de su trabajo y estableciendo una
especie de cuarentena sobre aquellos textos desafiantes.
En el lapso de esos tres años de apertura del siglo, además de vivir
una agitada vida intelectual montevideana que incluyó no solo el
avance de la nueva estética «modernista» en esa ciudad, sino también

II
Alrededor de un 20% del total de estos manuscritos fue publicado antes de esta edición.
Como ha sido dicho, el propio Herrera y Reissig cita algunos pasajes del Tratado de la im-
becilidad… en su «Epílogo wagneriano a “La política de fusión”, con surtidos de Psicología
sobre el imperio de Zapicán», publicado en Vida Moderna, tomo octavo, Montevideo: sep-
tiembre-noviembre (1902): 19-63. El mismo texto fue reeditado en La Revista Nacional,
año VI, n.o 63, (1943): 430-462, y en libro (Montevideo: Claudio García & Cía.) el mismo
año; Roberto Ibáñez transcribe buena parte de los manuscritos de «El Pudor», que sin
embargo no publica. Las hojas mecanografiadas de tal transcripción están en la Colección
Particular Herrera y Reissig en la Biblioteca Nacional, en Montevideo. El «Epílogo wag-
neriano…» se reeditó luego en Poesía completa y prosa selecta, Caracas, Biblioteca Ayacucho,
1978. Prólogo de Idea Vilariño, edición de Alicia Migdal. En 1989 aparece una trans-
cripción de dos breves pasajes, por parte de Marcelo Pareja: «Dos textos», en Revista de
la Biblioteca Nacional, n.o 26, Montevideo: diciembre (1989): 23-30. Ángel Rama incluye y
comenta dos breves fragmentos del inédito, en su Las máscaras democráticas del Modernismo
(Montevideo: Arca, 1985): 93-98. Abril Trigo hace una transcripción parcial de «Cuentas
y collares» al cerrar su artículo sobre estos manuscritos: «Una olvidada página sociológica
de Julio Herrera y Reissig», en Hispanic Review, vol. 59, n.o 1 (Winter, 1991): 25-36. En
1992 Gwen Kirkpatrick publica un estudio sobre los manuscritos: «La prosa polémica de
Julio Herrera y Reissig", en Revista Nacional, Montevideo, n.o 238, setiembre de 1992.”
Finalmente, en 1992, Carla Giaudrone y Nilo Berriel transcriben y publican una lectura
de buena parte de los manuscritos de «El Pudor» y «La cachondez»: El Pudor y la Cachondez
(Montevideo: Arca, 1992).

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Julio Herrera y Reissig

alianzas, rompimientos y hasta alguna muerte trágica, Herrera y Reissig


atraviesa una crisis personal amplia y profunda, que tiene varias aristas.
En el nivel físico, para empezar —pues su salud experimenta entonces
la primera de una serie de complicaciones graves que terminarán por
matarlo al cumplirse una década justa—; en el nivel ideológico —es
entonces que abandona su fe partidaria, se ve a sí mismo para siempre
en el llano, y elabora su distancia crítica respecto del funcionamiento
de la política y del Estado en su país—; en el nivel filosófico y estético
—en diálogo con Roberto de las Carreras, con quien traba amistad
al comenzar tal período, produce su renovación del romanticismo
al esteticismo «modernista» y desarrolla su propia lectura satírica de
la vida mental de su «Tontovideo»—; y en un plano que podríamos
llamar íntimo —el nacimiento de una hija natural a mediados de 1902
lo enfrenta con decisiones y angustias que parecen haber tensado su
credo filosófico y su ética, y que dejarán trazas en parte de su obra
y en su correspondencia—. Finalmente, su economía se ve también
sacudida —su apartarse (obligado o voluntario) de la vida política lo
dejará al margen de los empleos estatales que la mayor parte de los
intelectuales de su generación usufructúan, poniendo a Herrera, uno
de los primeros «literatos profesionales» en la historia de Uruguay,
en muy precarias condiciones materiales, cuestión que nunca logrará
resolver.
La confluencia de todos estos factores deja a Herrera y Reissig
desocupado, obligado a largas convalecencias y con tiempo para
escribir; contrariado, además, con el medio político que les daba la
espalda a él y a figuras y tradiciones del pasado por él respetadas; y en
estado de estimulación respecto de problemas sociológicos, culturales
e ideológicos de la sociedad montevideana, cuestiones sobre las
que sin duda Roberto de las Carreras ejerce, al comienzo, un efecto
catalizador.
Es en medio de este panorama que Herrera se propondrá escribir un
«tratado» de acuerdo con los principios de la ciencia de su momento.
La idea era, según el propio autor dice a un corresponsal en una carta
de 1901, preparar «un estudio psico-fisiológico de la raza y un examen
crítico de sus manifestaciones emocionales e intelectuales». Pero
lejos de reducirse a un aséptico examen científico de la civilización
uruguaya, el texto se movía también tras una intencionalidad
menos desapasionada, como lo prueba el mismo Herrera y Reissig,
quien advierte enseguida: «Destrozo en él a esta sociedad, imbécil y
superficial».

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Tratado de la Imbecilidad del País

El tratado resultante está tachonado de descripciones y enfoques de


espíritu naturalista. Siguiendo el método de los ensayos sociológicos,
psicológicos y antropológicos de Herbert Spencer, quiere probar
Herrera que existen dos grandes grupos de causas que han llevado al
provincianismo mental y cultural de la sociedad montevideana, de la
que se siente cada vez más ajeno: la influencia del ambiente natural
sobre el carácter y la civilización (que llamará, en uno de sus ensayos,
«Parentesco del hombre con el suelo») y la influencia de las razas que
confluyen en el territorio uruguayo (que acremente analizará, en dura
línea eugenésica,III especialmente en el capítulo «Etnología - Medio
Sociológico», y también en el ensayo «Los Nuevos Charrúas»).
Los dos textos mencionados en primer término en el párrafo
anterior estaban destinados a sentar las bases, los principios científicos
que se seguirían en la consideración del tema elegido. A partir de
esos ensayos o capítulos preparatorios —los cuales ya, sin embargo,
incluyen numerosas digresiones—, el texto cambia y se estabiliza, para
entrar decididamente en el anunciado análisis «psicofisiológico» del
carácter emocional e intelectual de los uruguayos, cuerpo central
del Tratado de la imbecilidad del país, por el sistema de Herbert Spencer,
que se verá nutrido por largas descripciones de la conducta de sus
contemporáneos en una amplia diversidad de ámbitos, de lo cultural y
lo político, a lo más íntimo y recóndito de la vida privada.
La escritura de este tratado no está separada de indicios, peripecias
y decisiones que impregnaron la vida de Herrera y Reissig entre
los años 1900 y 1902, hasta el punto de que su vida parece aparecer
enlazada en los textos, los textos convertirse en la real peripecia de su
vida. Si vida y obra, la experiencia vivida y la tersa y cuidada superficie
de imágenes y textos, tienden a fundirse en ese especial período, dan
en ello muestra no de una debilidad o una vaciedad del hombre, sino
por el contrario el indicio de una imbricación de Herrera y Reissig con
esa nueva máscara de intelectual/artista que fue pionero en construir
en su sociedad. Para ello, lejos de haber afrontado con ligereza las
cuestiones que tensionaban su proyecto vital —su acción política o
su abandono de ella, su orientación intelectual y cultural, el modo en

III Dicho sea aquí en beneficio de la síntesis, pues el uso del término en este caso puede
resultar algo anacrónico, si se considera que la eugenesia recién floreció en Gran Bretaña
(que no en el Río de la Plata) entre 1900 y 1914. Sobre este tema, y el modo como tal ten-
dencia se combatió desde dentro mismo de la sociología británica por las corrientes no
spencerianas, véase Robert Nye, «Sociology and Degeneration: the Irony of Progress», en
J. Edward Chamberlin; Sander L Gilman (eds.), Degeneration: the dark side of progress. Nueva
York: Columbia University Press [1985], 303 pp. [p.58].

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Julio Herrera y Reissig

que organizará su inserción social, lo cual involucra su supervivencia


económica y su independencia para escribir—, tomó respecto de esos
campos decisiones que lo marcaron hasta su temprano fin. Las tomó
mientras luchaba con una enfermedad que lo obligó a enfrentar una
anticipada conciencia de su propia muerte, y a negociar con ella su
tiempo y su trabajo.
Para considerar estos asuntos, en este estudio preliminar
repasaremos primero la cuestión que organiza las demás: el modo en
el que se nos revela la mezcla entre su biografía privada y su persona
pública, o el modo en que, como lo dijo Rubén Darío al hacer su
panegírico del poeta, en 1912, Herrera y Reissig «sufrió (…) la tristeza
correspondiente a su hipersensibilidad, a su intravisión del mundo y a
su inadaptación de las cosas corrientes de la vida».IV
Al repasar estos aspectos puede verse que el dandismo, el
distanciamiento del ambiente y el tipo de ideas que adoptó y
desarrolló, lejos de ser ejercicio superficial e impostado, fue en
cambio el resultado de su aguda conciencia intelectual de los frenos e
incapacidades de su provinciano entorno. Sus posturas intentaron ser
un llamado —por la vía no sólo de la palabra, sino de la performance, a
través de una máscara pública que elaboró en conjunto con Roberto
de las Carreras— a corregir tal rumbo, a acelerar la modernización,
apostando a la asunción de una madurez cultural y productiva que
hiciese posible la consumación de una más intensa y completa
«occidentalización» cultural y mental de su sociedad.

I. La escritura afiligranada
de una inasible persona pública

El extraño proyecto vital de Herrera y Reissig se aparece a los ojos


de quien se asoma a él, hurgando en papeles y datos biográficos,
como mezcla de destino y deliberación agudísima, de impulso y gélida
estrategia. Elabora su máscara pública siguiendo un sistema de avances
y cautelas.

IV Rubén Darío, «Julio Herrera y Reissig», conferencia en el Teatro Solís, Montevideo,


11 de julio de 1912. Julio Herrera y Reissig, Poesía completa y prosas. Edición crítica.
Ángeles Estévez, coordinadora. 1.ª edición (Madrid et. al.: ALLCA XX, 1998): 1309-1312
[1173]. [En adelante esta edición será referida como PCP.].

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Tratado de la Imbecilidad del País

Su imagen visual es cuidadamente divulgada en revistas ilustradas


de 1902 en adelante; deja ver poemas en revistas, pero jamás publica
un solo libro; antes de publicar su propia obra —es decir, durante
todo el tiempo en que estuvo vivo— escribe prólogos como lo
haría un poeta consagrado; edita una revista literaria en la que se
reserva las potestades de juez; divulga sus opiniones sobre sus pares
—aprovechando para ubicarse él mismo más allá de los problemas
e insuficiencias que denuncia— en abundante correspondencia
privada; participa en intrigas y polémicas desde la sombra; es su
pluma lunáticamente agresiva, más de una vez, la que inspira —o
directamente escribe— el texto de los que se retarán a duelo; aunque
no se da en libros, abunda en la prensa, sobre todo como mencionado;
son escasas las polémicas en las que él directamente participa, pero es
el objeto de algunas importantes, que se organizan a propósito de él;
funda sucesivos cenáculos de los que todo el mundo que debe saber,
en la ciudad, sabe y todos saben que él es en ellos el pontífice; sus
amigos cercanos se decantan entre los que a lo sumo pueden alcanzar
a elogiarlo con talento, y traba relaciones de calculada distancia con
los que tienen talento propio —Quiroga, Rodó, Reyles, Ferrando,
Vasseur, y finalmente también De las Carreras—; se cambia el nombre
y escandaliza a la sociedad. En general, no pierde oportunidad de
actuar un papel de literato decadente, sin que por ello deba sacarse
la conclusión, demasiado simple y lineal, de que tal actuación implica
que deba buscarse insinceridad o artificio en ello: los frutos de tal
actuación son, precisamente, lo interesante y lo productivo de frente a
su contexto de época y sociedad.
Al tiempo que Herrera y Reissig toma las decisiones enumeradas
en el párrafo anterior, distribuye la información respecto de ellas por
carriles siempre más o menos indirectos. Anuncia que publicará un
tratado terrible, pero nunca lo publica; escribe una y otra carta para
demoler a un burócrata, pero no las envía (pero las guarda entre su
papelería, con destino a la posteridad); moviliza a sus amigos para que
expandan sus hazañas poéticas, pero —tímido y misantrópico— se
deja ver escasamente en los cafés y demás lugares en los que la práctica

 Su primerizo «Canto a Lamartine» de 1898, un folleto que publica, sí, antes de lograr
su madurez como poeta, no cambia la anterior afirmación. La inclusión de un puñado de
sus poemas en la antología El Parnaso oriental, en 1905, es la publicación más importante
de su poesía en vida del autor. El primer volumen de sus Obras completas (publicadas por
Orsini Bertani en cinco tomos), Los peregrinos de piedra, el único que llegó a revisar y cuidar,
apareció en Montevideo en mayo de 1910, pocas semanas después de la muerte del poeta.

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Julio Herrera y Reissig en una de sus imágenes de decadencia, posando para la
revista argentina Caras y Caretas
Tratado de la Imbecilidad del País

literaria y cultural se hace sociabilidad;VI escribe dos, tres diatribas,


acumulativos y recamados camafeos del insulto (contra Papini y Zas,
contra Víctor Pérez Petit, probablemente contra Vasseur…); en el
caso de Papini, envía la diatriba a Federico Ferrando, quien luego la
refundirá —en un estilo mucho más aburrido— en un artículo de
periódico, el último que escribirá Ferrando, pues, como se sabe, su
polémica con Papini y Zas indirectamente le costará la vida. Entonces,
Herrera y Reissig, ahora públicamente, dirá un discurso en la tumba
de Ferrando en el que lamenta el accionar del destino sobre un talento
en ciernes. Antes, había informado a Quiroga —de quien, no obstante,
habla pestes en privado— de sus planes respecto a este Tratado de la
imbecilidad…, de modo que Quiroga lo difunda —vía Ferrando— en
un periódico salteño. A lo largo de los últimos diez años de su vida,
esta estrategia se repetirá una y otra vez. Herrera es un personaje
público que casi nadie ve, una carga de profundidad que explotará
tardíamente, después de su muerte.
Todas estas maniobras de construcción de una máscara social
se alimentan de un mecanismo fundamentalmente negativo: si
segrega textos que —como los de Roberto de las Carreras, que
además los publica— comprometerían del todo su viabilidad
dentro de los mecanismos de la legitimación literaria, esos textos
serán administrados con grandes reticencias. Hay una cautela, una
restricción, que domina en Herrera y Reissig y está ausente en De
las Carreras. Se amenaza con esos textos, se los anuncia, se los da en
cantidades homeopáticas; se es calculador con nombre y apellido en
las cartas, y calculador alusivamente en los periódicos.
La interpretación de tal actitud está abierta. Claramente no se
trata de una conspiración, quizá tampoco de esencial deshonestidad:
se trata acaso de una aritmética intuitiva, de un destino literario que
procede por partes y que la individualidad cumple como puede.
Al mismo tiempo, una severísima ética de la escritura domina
la vida creativa de Herrera y Reissig, quien estudia la materia del
lenguaje y llena de ella libretas y cuadernos. Ochenta y cuatro
páginas de apuntes sobre textos de Renan y Guyau; ciento veintiuna
páginas, en letra menuda, de estudios minuciosos del lenguaje de
otros poetas y prosistas: Rubén Darío, Horacio, Martínez de la Rosa,

VI
Diversos testimonios de sus amistades confirman esto. En particular es interesante el de
Osvaldo Bixio, conservado inédito en el archivo Herrera y Reissig en la Biblioteca Na-
cional, que se cita más adelante.

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Julio Herrera y Reissig

Pablo el Silenciario, Meleagro, Safo, Chateaubriand, Grimm, poesía


hindú, Lamartine, Homero, Petrarca, Turguenieff, Gautier…; listas
y listas de adjetivos, de versos, de rimas; centenares de páginas de
apuntes sobre Goethe, sobre un estudio de Saint Victor que analiza
las figuras femeninas del Fausto, y sobre otros ensayistas. Y sobre
todo, decenas de hojas sueltas con vocabularios, términos raros para
emplear en su propia poesía y prosa; atento al sonido, ordena su
pesca de palabrerío por cantidad de sílabas, no en orden alfabético.
Los frutos siempre estuvieron a la vista en su poesía. Y su Tratado… de
nuevo lo confirma ahora: es una continua sorpresa al oído, y rara vez
no se encuentra, olvidada en el diccionario, la palabra extraña que el
erudito terminológico Herrera y Reissig quiere poner en ese arsenal
de materia poética y de ideas. Esa ejercitación en la técnica de la letra
es parte de su silencio editorial.VII
El montaje de tal imagen pública se aceita relativamente tarde,
en una vida corta. A los 24 años funda su primera revista literaria y
se instaura como crítico. A los 25 años cumplidos se hace llamar, por
unos meses, Herrera y Hobbes,VIII reivindicando para sí la prosapia
—y sobre todo la asumida crueldad de la visión social— del autor del
Leviathan. Organiza con De las Carreras un sistema de calificativos
mutuos y convoca a sus amigos —correa de transmisión de su genio
durante su vida y después de su vida— para que informen al resto de
la ciudad. Intenta —sin ninguna fortuna— contactos con el exterior
que le den el apoyo que precisa de parte de críticos y escritores de

VII En carta a Montagne de 1901 dice Herrera: «Un adjetivo me cuesta quince días de
trabajo. Un verbo, a veces, un mes. Cada soneto me representa un balde de sudor. (…)
Nunca he trabajado más y he producido menos. Nada me satisface al fin y siempre estoy
borrando y suplantando. (…) Creo que tengo en la cabeza todo el léxico blando y tercio-
pelero de la lengua a fuerza de lidiar con esos potros de las palabras que se encabritan
en los diccionarios» (Wilfredo Penco, «Cartas a Edmundo Montagne», en Revista de la
Biblioteca Nacional, n.o 13, Montevideo: abril de 1976: 140-169 [p. 158].
VIII Julio Herrera y Reissig adoptó el nombre de Julio Herrera y Hobbes, que usó en
privado y públicamente por un breve período, en el año 1901. La tradición de con-
siderar Obes «españolización corrupta» —como lo dice Herrera— del apellido inglés
Hobbes tenía larga tradición en la familia. Algunos años antes de que Herrera y Reissig lo
adoptase, explícita y públicamente lo había afirmado en Buenos Aires también su tío, el
ex presidente de la República Julio Herrera y Obes. Una gacetilla sin título de la sección
«Vida Social» de La Razón del 8 de marzo de 1898, p. 1, col. 6, dice: «Otro descubrimiento
del Standard bonaerense! El colega nos asegura que el doctor Julio Herrera y Obes es de
descendencia británica, siendo tataranieto nada menos que del gran Hobbes, el autor
inmortal del Leviathan. El descubrimiento no llamaría tanto la atención si el colega no
hubiera olvidado lo asegurado por él hace dos años ya: que los Obes eran todos descen-
dientes de un belicoso jefe irlandés llamado Hobbes!» (La recuperación de la nota en La
Razón se debe a Roberto Ibáñez).

19
Tratado de la Imbecilidad del País

más renombre. Unamuno lo desprecia, Zeda se ríe de él. Darío llegará


con su mano extendida un año y medio después de que Herrera haya
muerto.IX Rodó —en su suave estilo— le niega todo, y él le niega todo
a Rodó con su estilo áspero e insidioso.
Pero no publica. Sigue elaborando la madeja, busca que cada
bloque de su mosaico literario encaje. Es un prodigio de proyección.
Rubén Darío es el primero que se da cuenta de que Herrera ha
construido una máscara y se ha transformado en ella. Críticos que
vienen muchos años después asumen la idea de la máscara, pero
dejan de lado la idea de que Herrera se haya transformado en ella, y
lo consideran un «simulador» de decadencia sin tragedia propia, pero
con talento para hacer versos. Lo convierten en un dandi falso, en un
imitador, abocado a la siempre inútil tarea de «espantar al burgués»,
en un poeta lleno de sonidos propios pero sin ideas propias —como si
una cosa pudiese darse sin la otra.
En ese camino hacia la elaboración de una persona pública que
pudiese apelar a toda una sociedad entrando en ella por caminos
distintos de los más transitados, su más conocido cenáculo, la Torre de
los Panoramas, es su tarjeta de visita: aunque casi nadie más lo visitará
allí después de 1904, él la mantendrá «abierta». Andrés Demarchi,
en carta pública que envía en 1909 al presidente Claudio Williman,
cuenta, patético, cómo encontró a Herrera y Reissig solo, a su regreso
de una misión diplomática. Todos los demás del cenáculo, todos ellos
quizá sin talento especial, habían hecho su camino en la política,
la diplomacia o el foro. Herrera no tenía empleo ni sitio alguno de
acuerdo con los códigos oficiales. Demarchi lee a Herrera en clave de
fracaso: «No lo han reconocido». Habrá otro «reconocimiento» de
más largo aliento, pero con toda naturalidad es del caso que Herrera
no lo sospeche. Poco antes del fin le dice a su esposa, confirmando el
andar a tientas: «No quiero morirme así, sin haber hecho nada».

IX La importancia de este espaldarazo de Rubén Darío está reflejada en el impacto que


le provocó a uno de los más grandes enemigos de Herrera y Reissig, Horacio Quiroga,
quien le confesará en carta de 1912 a Fernández Saldaña: «Me lastimó el disparate de
Darío…» (referido en Wilfredo Penco, op. cit. [148].
 Andrés Demarchi: «El celebrado autor de “El Enemigo” pide justicia para Julio
Herrera y Reissig, y al efecto dirige una larga e interesante epístola al primer magistrado
del país», en La Razón, Montevideo, 30 de agosto de 1909.

20
Julio Herrera y Reissig

El aislamiento herreriano como resultado


de su estrategia de persona pública

Estos textos de Herrera y Reissig son el lado escrito de las decisiones


vitales que toma en esos primeros tres años del siglo. Se aparta
realmente de la política, con costo económico y social para él; se juega
por un decadentismo que armoniza natural y no impostadamente con
su precaria salud y su nueva visión, las que lo marginan del discurso
central de su tiempo. La mirada, entre severa y condescendiente, que
la crítica elaboró sobre su aislamiento, su morfinomanía o sobre la
misantrópica superioridad aristocrática de la que hizo gala, convirtió
a todos estos desafiantes asuntos en desafilados aspectos anecdóticos.
Esa condescendencia echada sobre tales dimensiones de la vida de
Herrera y Reissig, que es actitud central en la mirada establecida
sobre este personaje, puede ser el indicio del modo como el Uruguay
neutralizó aquellas zonas del discurso del Novecientos que no pudo
asimilar.XI
Hay que decir, no obstante, que fue el propio Herrera y Reissig
quien inició el aislamiento y el desconocimiento sobre algunas de las
dimensiones de su pensamiento que le seguirían después de morir,
por la vía de esa acción pública ya descrita, extremadamente indirecta.
Su aislamiento surge, inicialmente, del rechazo de una sociedad

XI Las zonas de discurso a que me refiero aquí pueden resumirse en un solo concepto,
que las abarca: el grado en el cual los intelectuales y artistas modernistas apostaban a ser
parte del tronco central de la cultura universal de su época. Esto probablemente suene
tan extrañamente desproporcionado a la mirada contemporánea, que existan incluso
resistencias inmediatas a creer en lo sólido de la tesis. Sin embargo, habría numerosos
ejemplos que podrían ser citados. Cuando Carlos Reyles publique su novela La raza de
Caín, será el propio Max Nordau, uno de los ensayistas clave en la época, el que le envíe
su opinión. Nordau elogia la obra, menciona otra que trata también el tema de la envidia
y que se acaba de publicar en Alemania, Neid, de Ernst Wildenbruch, y declara: «las com-
paraciones se imponen. Pues bien, sobrepasáis en mucho a nuestro autor alemán por
la verdad de vuestro análisis psicológico, por la sombría grandeza de vuestro arte, por
la sencillez sorprendente de vuestros medios. Si vuestra novela obtiene el éxito que se
merece, os hará célebre de un solo golpe». Carta reproducida en La Alborada, n.o 152
(Montevideo: 10 de febrero de 1902). También Rodó despliega todo su arsenal de con-
tactos ya en 1900, y al regalar y dedicar —y escribir, a veces, prólogos que orientan la
lectura de los destinatarios— cientos de ejemplares de su Ariel, consigue una segura di-
fusión y un puesto más que central para su libro, que será comentado en España y toda
Hispanoamérica, y con el tiempo en otros sitios, incluyendo largas y destacadas reseñas en
el Times Literary Supplement y otros medios londinenses. Véase sobre esto Gerard Aching,
The politics of Spanish American Modernism (Cambridge, Mass.: Cambridge University Press,
1997): 97 ss. También Gustavo San Román, Rodó en Inglaterra: la influencia de un pensador
uruguayo en un ministro socialista británico (Montevideo: AGADU-Asociación de Amigos de
la Biblioteca Nacional, 2002).

21
Tratado de la Imbecilidad del País

menos compleja ante su marcado elitismo, cuyas posibles razones una


Montevideo concentrada en su propio desarrollo material está lejos
de tener interés, y quizá tiempo, en entender. La común evaluación
que de Herrera y Reissig hizo a su turno tal sociedad está dada en la
palabra de un testigo directo de los hechos, Carlos Roxlo, quien dice
en su Historia crítica de la literatura uruguaya, en 1914:

El egoísmo, por sacro que sea, se ahoga en nuestro ambiente. No


simpatizamos con los que se aíslan, aunque su aislamiento sea una fulgurosa
ascensión. Queremos al hombre, aunque el hombre se aparte del nivel
común, hermano de los hombres en sus luchas por el progreso material o
efectivo de la patria y de la ciudad. El orgullo de los que se desprenden de la
caravana, mirando con desdén el prosaísmo de nuestros goces y de nuestras
penas, nos parece un ultraje y una deserción. Lo artificioso; lo que alardea
de aristocrático; lo que quiere treparse sobre nuestros hombros de obreros
ennegrecidos por el hollín de las fraguas del hoy —fraguas de que saldrán
los tirantes de hierro de lo que viene— se nos antoja un insulto insufrible a
la verdad y a la democracia. Es por eso que, siendo el más brillante y el más
original de nuestros rimadores de última data, fue el menos popular y el más
discutido de todos ellos Julio Herrera y Reissig.XII

Los juicios resumidos por el pasaje de Roxlo no obstaron a que


las maniobras de incorporación del capital simbólico generado
por Herrera y Reissig fuesen llevadas adelante por tal sociedad
inmediatamente a la muerte del autor.
En 1912, con ocasión de la venida de Rubén Darío a Montevideo y
del discurso que sobre Herrera y Reissig pronunció entonces, un ex
integrante del cenáculo herreriano devenido en periodista escribe en
La Razón, y da conceptos que son especialmente interesantes por el
temprano momento en que fueron escritos:

Era un público numeroso, más o menos selecto, pero público diverso al


fin, el que victoriando el nombre del gran poeta compatriota, olvidaba
noblemente aquel su gesto de agria misantropía y su despectiva indiferencia
hacia las cosas circundantes. Ninguna razón seria ha de atribuir al ambiente
en que su genio vegetara, la causa egoísta y oscura de su adversidad. Es el
mismo caso de Oscar Wilde que Darío considerara con talento y profunda

XII Carlos Roxlo, «Julio Herrera y Reissig», Historia crítica de la literatura uruguaya, t. VII
(Montevideo: Librería Nacional A. Barreiro y Ramos, 1912-1916): 26-49.

22
Julio Herrera y Reissig

Entierro de Julio Herrera y Reissig, donde Aurelio del Hebrón (Zum Felde) pronunció
su famoso discurso.

discreción cuando terminaba su estudio sobre el elegante esteta inglés


diciendo: Jugó al fantasma y llegó a serlo inesperadamente.XIII

Según este artículo, no hay «razón seria» en el ambiente para las


actitudes de Herrera resumidas en su Tratado de la imbecilidad del país.
El poeta habría practicado un «juego» que terminó atrapándolo
y convirtiéndolo en el personaje que él mismo «artificialmente»
ideó. Apenas desaparecido Herrera, Montevideo decidía así ya
«perdonarlo», incorporarlo en su panteón literario y usufructuar
el capital simbólico que él, en gran medida contra la ciudad, había
generado. Un problema evidente en esta primera valoración es que
el «juego» era lo único real y posible en la cosmovisión de Herrera
y Reissig; algo vacuo, en cambio, para la solemne cortedad de aquel
imaginario montevideano.
Aurelio del Hebrón (Alberto Zum Felde), en su famosa oración
fúnebre con la que interrumpió (y dio fin) a los discursos programados
en el entierro de Herrera, sintetizó ya ese día todo este problema
que surge de la imposibilidad de asimilar la postura vital del autor
del Tratado de la imbecilidad del país, aunque se asimile su literatura

XIII José Guillermo Antuña, «La exaltación de un gran poeta», en La Razón, Montevideo,
13 de julio de 1912.

23
Tratado de la Imbecilidad del País

(intentando separarlas), cuando deslizó: «Yo sé la frase que está ahora


en muchos labios: “reconocemos su talento, pero creemos que su vida
ha sido un error”. ¡Mentira! Lo más grande que ha tenido este hombre
es su vida».XIV
La misma permanencia mayormente inédita de parte de su acervo
de manuscritos, de los cuales ni siquiera se conocía exactamente que
constituían un libro prácticamente terminado, muestra el sesgo con
el cual esta incorporación de lo que Herrera y Reissig produjo fue, no
obstante, hecha.
Roberto Ibáñez, pionero en realizar extensos y precisos estudios
documentales y biográficos sobre Herrera y Reissig, y custodia
material de los manuscritos durante décadas, resume, en un párrafo
que dedica a estos papeles, esa visión condescendiente sobre ellos que
se encuentra también otras veces, explícita o en sordina, en otras voces
de la crítica herreriana:

La obra, en que se escarnecía a los hombres de mayor boga o trascendencia


en el ambiente político, social y literario del Uruguay —incluso a Rodó—,
sumaba más páginas que méritos (llegó a las seiscientas como pude verificarlo
al ordenar los originales) y más riesgos que páginas.

El mismo crítico, habitualmente preciso y documentado en cada


una de sus palabras, al continuar su párrafo desliza, sin embargo, la
inexacta noción de que el «Epílogo...» es en realidad una especie de
resumen pulido del Tratado de la imbecilidad del país, fruto del retroceso
o arrepentimiento de Herrera y Reissig:

Julio concluyó por retroceder y empezó a pulir y condensar distintos


fragmentos, purgándolos de onerosas malignidades. Así compuso el «Epílogo
Wagneriano», que terminó y dio a la estampa un año después en «Vida
Moderna» (Montevideo, setiembre de 1902).XV

Esta consideración, que incluye una muestra privilegiada de la


mencionada condescendencia para lo que se consideran aspectos

XIV Aurelio Del Hebrón [Alberto Zum Felde], discurso pronunciado en el entierro de
Herrera y Reissig. En La Semana, año II, n.o 36, marzo 26 de 1910. Es la tesis exactamente
contraria a la de Ibáñez, de Ángel Rama, que siguen luego otros, sobre la inexistencia de
cualquier interés en la vida de Herrera y Reissig.
XV Roberto Ibáñez, «La Torre de los Panoramas», en Revista de la Biblioteca Nacional,
n.o 13 (abril de 1976): 19-42 [23]

24
Julio Herrera y Reissig

pasajeros o no genuinos de su historia personal e intelectual, y que


atribuye a Herrera y Reissig una voluntad de «retroceder» que en
ningún momento existió, de acuerdo con testimonios posteriores
del propio Herrera,XVI revela ese peculiar punto de vista al que nos
referíamos al principio, y que ha sido elaborado sobre todo por
la crítica uruguaya que se ocupó década tras década del poeta. Se
trata, para decirlo sintéticamente, de un punto de vista que procede
separando lo «real» de lo «artificial», y descartando lo que, primero,
ha decretado mera imitación sin sustancia.XVII Esta distinción se
encuentra, repetida una y otra vez, en distintos críticos que se han
ocupado de Herrera y Reissig, y particularmente de su trabajo de
los años 1900 a 1902. La repetición de tal distinción opera como un
narcótico interpretativo que elimina el filo de los textos en prosa más
agudos de Herrera y Reissig, los que precisamente por ello no fueron
considerados dignos de publicación.
El concepto de «simulador»,XVIII empleado con centralidad por
algunos ensayistas argentinos del cambio de siglo, es interesante

XVI En una carta de enero de 1904, más de un año después de publicado el «Epílogo
wagneriano…», Herrera le mostrará a Juan José Ylla Moreno su desencanto por la escasa
repercusión que la publicación de los fragmentos del Tratado… en 1902 tuvo entre los
montevideanos, reiterando y agudizando esas críticas de las que Ibáñez sugiere a Herrera
retractándose ya en setiembre de 1902. Examinamos esa carta oportunamente en esta
introducción.
XVII José Olivio Jiménez, en un concentrado estudio, resume el nudo del problema
crítico que ha provocado este miope dejar de lado lo que parece «superficial» en la obra
herreriana: «¿Tomaba en serio Herrera esos tópicos sémicos, y los otros, y la suya fue así la
obra de un loco genial, de un delirante, o de un esnobista (todo lo cual de él se ha dicho)?
¿O los configuraba, los devolvía, de ese crispado modo suyo, en virtud de una actitud lú-
cidamente crítica y paródica, y resultaba entonces el producto de un artista no menos
genial, y muy consistente, y muy moderno, audaz…? La grandeza de este poeta residiría en
que fuera válida, como hoy empezamos a atisbar, esta segunda posibilidad». José Olivio
Jiménez, «Julio Herrera y Reissig», en Antología crítica de la poesía modernista hispanoame-
ricana: 391-416 (Madrid: Ediciones Hiperión, 1985). Reproducido en PCP: 1310-11.
XVIII Silvia Molloy, quien desarrolla esta idea, observa que José Ingenieros aplica la
categoría de «simulador» a todos los literatos americanos pasibles de ser considerados
«degenerados» en su momento, «in an attempt to provide Latin American culture with a
clean bill of health». Molloy, «Too Wilde to Comfort: Desire and Ideology in Fin-de-Siecle
Spanish America», Social Text, n.o 31/32, Third World and Post-Colonial Issues (1992): 187-
201. Un concepto similar desarrollaba ya Ángel Rama: «Más reveladora que la cacería de
«raros» a que todos se entregaron, al menos literariamente, es la subrepticia limitación
aldeana que impidió que los escritores modernistas aceptaran, y en muchos casos que ni
siquiera vieran, las audacias mayores de esas metrópolis que acechaban. El naturalismo
fue condenado por la mayoría de los renovadores literarios, en nombre de la moral y las
buenas costumbres, y quienes llegaron a incorporarlo, procedieron a una cuidadosa des-
infección con el fin de edulcorarlo», etc. En Rama, op. cit. (1985): 89 ss. La afirmación de
Rama, interesante de por sí, no es aplicable al caso de Herrera y Reissig.

25
Tratado de la Imbecilidad del País

antecedente respecto de esta actitud recelosa hacia los lados menos


aceptables para la conciencia finisecular americana de los productos
culturales transoceánicos. Un libro de José María Ramos Mejía,
quizá el más importante ensayista del positivismo argentino, se llama
precisamente Los simuladores del talento en las luchas por la personalidad
y la vida (1904). José Ingenieros, por su parte, empleó el concepto
—en su práctica clínica— como herramienta que diferenciaría a
aquellos perversos «reales» de otros que simplemente «simulan» una
perversión que «en realidad» no poseen.
Los principales intelectuales de la modernización en el cambio de
siglo —Martí, Darío, Rodó…— habrían filtrado algunos aspectos de
esa cultura europea en su recepción americana, ofreciendo su lectura
de tal tradición que, a la vez que la incorporaba, la despojaba de
elementos potencialmente «degenerados» —empleando el término
del archifamoso, por entonces, libro de augurio de la decadencia
final de la cultura occidental, publicado por Max Nordau, Entartung
(‘Degeneració)—, en un intento de edificar y mantener una versión
«sana» de la flamante cultura autónoma Hispanoamericana.XIX
Esa tendencia a cultivar una autoimagen «saneada» parece haber
pasado a la crítica continental y nacional del Uruguay, la que debería
entonces, siguiendo en ese rumbo de cautelas, excluir la noción de
que la decadencia y el desafío pueden haber sido más que meras poses
en algunos de los artistas verbales del Novecientos, especialmente
aquellos que se revelaban excéntricos a la opción profiláctica antes
descrita, como Herrera y Reissig o De las Carreras. Siguiendo esa
aproximación, la «simulación» que habría hecho Herrera y Reissig
de un dandismo y un decadentismo repetidamente calificados por la
crítica de «falsos» asegura que no habrá problema en integrarlos en
sus otros aspectos aceptables al canon literario e histórico.
La deformación de la figura incluye hasta una desautorización de
la dimensión personal de la crisis herreriana. Siguiendo las pésimas
intuiciones de Osvaldo Crispo Acosta (Lauxar), pionero en éstas
ya en 1914, se ha llegado a afirmar también que Herrera y Reissig
padecía de un «vacío interior», y que no tenía una «voz propia», sino
que era un «instrumento a disponibilidad», juzgándolo como «un
artista extraordinario y una corta dimensión humana»,XX lo cual

XIX Véase Molloy, op. cit., esp. p. 196 ss.


XX Estas afirmaciones, que reflejan nociones de recibo en la crítica de ese momento,
las exhibe sin suscribirlas Idea Vilariño, en «Julio Herrera y Reissig. Seis años de poesía»,
Número, año II, n.o 6-7-8 (enero-junio 1950): 109-161.

26
Julio Herrera y Reissig

postula cierta imposibilidad que no es fácil defender y que deroga


deliberadamente todo lo que en Herrera no sea una sabiduría formal
misteriosa y en último término estéril.XXI
Hay en cambio una consecuencia perfecta entre la crisis vital que
sufre Herrera entre 1900 y 1902, su emocional y extrema reacción
ante la visión de la muerte, y su intensa lucidez estética, que no oculta
su desdén y su desprecio por la incomprensión general que lo rodea,
vertida en cartas ásperas, como una a Montagne en que destroza Los
arrecifes de coral de Quiroga. Hay consecuencia entre la cosmovisión
positivista en que se mueve como pez en el agua Herrera ya al escribir
su Tratado de la imbecilidad… y su concepción estética más refinada, que
está expresada con sorprendente precisión en sus dos mejores ensayos
sobre estética: «El círculo de la muerte» y «Psicología literaria»,
refundición parcial del anterior. Ambos, aunque publicados, están
olvidados y parecen no haber sido interesantes sino para unos pocos

XXI La acumulación de observaciones críticas que han buscado quitar «importancia» o ge-
nuinidad a aquellos textos de 1900-1902 sería larga. Por ejemplo, refiriéndose a Herrera
y Reissig, dice Teodoro Herrera y Reissig, hermano del poeta, en una conferencia en
donde sienta algunas de estas líneas de interpretación: «Lo malo [en Herrera y Reissig]
consistió a mi ver en ese constante “épater les bourgeois” de que hiciera gala demasiado
ostensible y que por lo demás debe atenuarse teniendo en cuenta los factores de hos-
tilidad o indiferencia del medio y la extrema juventud del poeta de entonces». Teodoro
Herrera y Reissig, «Algunos aspectos ignorados de la vida y la obra de Julio Herrera y
Reissig», en Hiperión, n.o 87 (1943): 2-14 [3]. La segregación de los textos de Herrera a
comienzos de siglo hace también caudal de su relación con De las Carreras, y le atribuye
a éste lo genuino de ella. Roberto Bula Píriz, responsable luego de la edición Aguilar de
Herrera y Reissig, decía por ejemplo, refiriéndose a los escritos de crítica sociológica de
éste: «Todo esto era en Julio una imitación de las protestas paranoicas de Roberto de
las Carreras». Bula Píriz, Herrera y Reissig (1875-1910) Vida y obra - Bibliografía - Antología
(Nueva York, Hispanic Institute, 1952): 21. Siguiendo y consagrando tal mirada crítica,
en su en muchos aspectos excelente artículo dedicado al cenáculo de la Torre de los Pa-
noramas, Roberto Ibáñez dedica algún párrafo al Tratado… herreriano. Comienza Ibáñez
identificando a los textos producidos por los tiempos del Tratado… como un «período»,
que llama «luzbélico», y que dice estuvo «caracterizado —fuera de la poesía, nunca en
ella— por el cultivo del dandismo, un dandismo de linaje parisiense, con que lo exaltó y
contaminó Roberto de las Carreras, su camarada constante desde la publicación del pro-
vocativo Sueño de Oriente (…)». La separación del cuerpo central, principal y poético de
Herrera respecto de este «período luzbélico» y la atribución de un rol central a De las
Carreras contribuyen así en Ibáñez a desestimar la originalidad de los papeles herrerianos
de 1900-1902: «Pero, mientras en Roberto el dandismo era auténtico por entrañable asi-
milación de los modelos franceses, en Julio nunca pasó de brillante y pegadizo ejercicio
intelectual, exclusivamente encaminado a la irritación de la estupidez honorable: juego
de inveterado “enfant gâté”, pasatiempo inocente por lo común, aunque alguna vez en-
sombrecido por penosas claudicaciones. (…)». Abundando en la idea, agrega también
Ibáñez: «tributo a un dandysmo artificial fue también el uso de una nueva signatura, Julio
Herrera y Hobbes (ex-Reissig) que adaptó en la primavera de 1901». En «La Torre de los
Panoramas», Revista de la Biblioteca Nacional, n.o 13 (abril, 1976): 19-42. [23].

27
Tratado de la Imbecilidad del País

de sus críticos. En ellos, Herrera se pregunta por la aparente paradoja


de que a una evolución general de la humanidad en términos físicos
no la acompañe una pareja evolución estética y del gusto, y vuelve a
postular la existencia central de una función inquietante, desafiante,
del arte. En ellos expresa su desdén por cualquier comprensión
del arte verbal que proceda separando significante y significado,
intentando explicaciones «matemáticas» del poema: «¿Qué es la
idea sin el signo? ¿Qué es el signo sin la idea? Y bien, todo es idea,
y todo es signo».XXII Su positivismo ecléctico, base de un misticismo
monista en el que la materia es espíritu y el espíritu es materia, se ha
trasladado a su lenguaje, lo ha orientado a abandonar todo binarismo
—dualismo— crítico.

***

Retomando los caminos por los cuales parte importante de la crítica


herreriana ha desviado la mirada de su obra de aquellos años 1900-
1902, puede observarse que la mera idea de un dandi falso suena como
una contradicción en los términos, al ser el dandismo por definición
ejercicio de máscara, rol que se agota en su superficie.XXIII Si la esencia
del dandismo está en la deliberada exhibición del refinamiento, éste
puede reconocerse en Herrera y Reissig tanto en su figura personalXXIV
como en el manejo que hizo —y que permitió y estimuló que otros
hicieran— de lo que anacrónicamente, pero en bien de la síntesis,
llamaremos su imagen pública.
Más aún, parece descaminado intentar derogar la legitimidad de tal
imagen pública de un literato acusándola de «ficticia»: precisamente
en ese carácter ficticio es que consiste tal imagen. ¿Cómo determinar el
grado de «ficción» o de «elaboración» de la postura vital de Rimbaud,
de Baudelaire, de Verlaine, de Tristan Tzara, de Filippo Marinetti…?

XXII «Psicología Literaria», en Prosas de Julio Herrera y Reissig, con un prólogo de


Vicente Salaverri (Valencia: Editorial Cervantes, 1918): 99 a 113 [100].
XXIII Sobre la historia del dandi y su esencia de superficie, véase Françoise Coblence:
Le dandysme, obligation d´incertitude (París: Presses universitaires de France, 1988).
XXIV El escritor Emilio Barreda, que lo conoció en Buenos Aires, destacó que no
había en su persona «nada que no hiciera pensar en aristocracia»; su íntimo amigo César
Miranda lo recuerda en su «americana negra, plastrón de faya, sombrero blando y guantes
grises», reclinado en su chaise longue y envuelto en un acolchado de plumas. Su hermana
también destaca que, pese a los apuros económicos en que normalmente estuvo, su figura
personal era de un atildamiento extremo e incluía siempre algún toque extraño pero de-
licado.

28
Julio Herrera y Reissig

Son parte de la historia de la literatura, es decir, de la historia de


uno de los modos imaginarios de elaborar significado por parte de
grupos humanos. Su vida y su presencia —incluso sus nombres— son
artefactos culturales, y como tales cumplen su rol: presentan aspectos
de la cultura que la sociedad no ha podido integrar como propios, y al
hacerlo hay, a la vez, una colaboración entre inconsciente y deliberada
de las personas que los encarnan. Por cierto que tal rol, en parte el
antiguo rol del chivo expiatorio que carga con las oscuridades de la
comunidad, tensiona y extrema los resortes psicológicos de quienes
son sus actores.
Herrera y Reissig y su círculo no fueron ajenos ni inocentes
a la creación de tal clase de imagen pública, cosa que acompañaba
naturalmente su deseo de independizarse de todo otro oficio para
vivir como literatos profesionales, lo que aquella generación se
propuso de modo pionero en estas regiones sudamericanas. Herrera
será consistente en los signos que difunde respecto de su persona.
La profesional mise en scène de Herrera incluirá, desde constantes
referencias a dimensiones culturales de curso universal (y no local)
y el uso de notorias pieles y recargados decorados art nouveau en
algunas de sus fotografías, hasta una explícita representación de
su —completamente real, sin que ello implique mérito o demérito
alguno— uso regular de la morfina.
Herrera y Reissig transmitió pues, de modo deliberado, una
imagen visual de elegancia, cuidadamente distante, que mezcló con
ingredientes de bohemia. Una y otra vez, desde la visualmente pionera
publicación del artículo «En el cenáculo», de Vicente Martínez en la
revista La Alborada, en 1903, todos los elementos simbólicos —en texto
e imagen— de que Herrera y Reissig se rodeó confluyen a construir
tal figura, grávida de aquellos signos que serían descodificables
(entonces o en el futuro) por las zonas más cosmopolitas de lectores e
intelectualidad, a las que siempre se dirigió.XXV
El carácter más real o menos real de los hechos tras esa figura
literaria que Herrera elaboró no es, pues, criterio para evaluar la
eficacia de aquélla ni su interés como indicio de las dimensiones
simbólicas de una sociedad.

XXV La nota va acompañada por un gran retrato del poeta, una fotografía muy cal-
culada estéticamente, en la que Herrera aparece sentado en un lujoso sillón, rodeado de
espesos cortinados y con las piernas cubiertas por pieles que dan un toque exótico a la
imagen y contrastan con la etérea mirada, perdida en el vacío, del vate.

29
Tratado de la Imbecilidad del País

Dicho esto, hay que agregar además que, en el caso de Herrera


y Reissig, esos «hechos» eran mucho más reales de lo que la crítica
estableció, en otra decisión de evitar datos clamorosos, y sobre los que
existía documentación que a menudo no se publicó.
Si es verdad que la jeringa que aparece en la famosa fotografía
incluida en el reportaje que Soiza Reilly le hace y publica en la
importante revista rioplatense Caras y Caretas en 1907 había sido
comprada minutos antes en una farmacia por Ángel Adami (el luego
célebre piloto aeronáutico, autor de las fotografías) y contenía agua,
no es menos cierto que su esposa, Julieta de la Fuente, dejó constancia
de que su esposo usaba morfina. Algunas de las trazas de aquella
«degeneración», contra la cual elaboraban su discurso tanto Rodó
como Ingenieros, pero de las cuales hacía alarde Herrera y Reissig,
estuvieron pues presentes, tanto en su discurso como en su vida.
En este caso, la consistencia entre vida y discurso, aunque no
deba ser el rasero para medir lo interesante de los gestos literarios,
es patente. De la Fuente dejó testimonio escrito de cómo el poema
«Tertulia lunática» fue compuesto cuando su marido estaba

(…) convaleciente de un estado febril ocasionado por una infección de


un pinchazo de una inyección, con 40-42º de fiebre deliraba estos versos
sublimes, mejorando muy quebrado moral y físicamente [sic] con pulso
firme, tuvo tiempo de mandar a la imprenta para su libro Los Peregrinos
de Piedra de puño y letra de él, del cual no pude recuperar el verdadero
original.XXVI

El uso de morfina y el efecto infeccioso de los pinchazos, que afirma


De la Fuente, están confirmados y ampliados, además, por uno de los
médicos personales de Herrera, el Dr. Horacio García Lagos. Ante
consulta personal que se realizó a este facultativo,XXVII respondió:

(…) que J. H. y R. padecía de taquicardia paroxística y solía tener coli-


hepáticos más o menos frecuentes. Indicó seguidamente que para ambas
enfermedades se receta y se usa la morfina. Aclaró por otra parte que él no

XXVI
Documento manuscrito y firmado por Julieta de la Fuente, en custodia en la Colección
Particular Herrera y Reissig, en la Biblioteca Nacional, Montevideo.
XXVII La gestión fue notificada el 11 de marzo de 1949 por Silvio Frugone, quien la
había hecho ante García Lagos a nombre del director interino del Instituto Nacional de
Investigaciones y Archivos Literarios, Carlos Alberto Passos. La carta de Frugone a Passos
está en la Colección Particular Herrera y Reissig.

30
Foto de Julio Herrera y Reissig que acompaña el artículo “En el cenáculo”, de
Vicente Martínez. Publicada en La Alborada en setiembre de 1902
Tratado de la Imbecilidad del País

lo vio usar dicho tóxico ni se lo recetó nunca como medicamento. Expresó


además que J. H. y R. tomaba morfina sin ser o llevar por este hecho vida de
toxicómano. Insistió especialmente en esta diferencia.

Agregó también que varias veces fue llamado para abcesos [sic] o forúnculos
que eran consecuencia de infecciones producidas por inyecciones dadas con
falta de higiene. (…)XXVIII

Dos testimonios coincidentes dan pues a Herrera y Reissig


empleando jeringas que «varias veces» le causaron infecciones. Estas
jeringas, por otra parte, contenían morfina, como permite saber un
tercer testimonio directo, dado por escrito por el Sr. Osvaldo Bixio,
quien reconfirma lo aseverado por los dos testigos anteriores:

Yo presencié una vez cómo Julio Herrera y Reissig se aplicaba una inyección
de morfina en los fondos de un café —que no existe ahora el café. Le voy a
expresar, entre paréntesis, que no era hombre de tertulias de café, de peñas
literarias, como dicen los españoles. Aseguran que allá en las postrimerías de
su vida, sí apareció por las tertulias. Él no podía tomar café porque le hacía
daño, y yo cuando fui al fondo del café donde habíamos parado en compañía
de otras personas, lo encontré que se estaba aplicando la inyección en una
pierna. Eso le provocaba un poco de sueño, pero amortiguaba el dolor, que
aumentaba bebiendo café.XXIX

La morfina, los delirios infecciosos de un cuerpo enfermo, el


Tratado…, las fotografías estéticamente cuidadísimas que dan los signos
de la bohemia, el dandismo, el cultivo de la diatriba personal como un
arte impersonal, en el que los signos y los sonidos se sobreponen a la
degradación moral del ocasional oponente, son todos elementos de
una misma constelación vital.

XXVIII
Documento citado en nota anterior. Énfasis agregado.
XXIX
Documento mecanografiado, con numerosas enmiendas manuscritas, entregado por el
Sr. Osvaldo Bixio el 21 de noviembre de 1953 a Clara Silva de Zum Felde. Lo encabeza una
nota firmada por Bixio y certificada por Clara Silva, que dice: «Estos apuntes puramente
confidenciales, se entregan a la Sra. Clara Silva de Zum Felde, con la única y exclusiva
finalidad de usarlos para el Archivo del Instituto de Investigaciones Literarias que dirige
el poeta Roberto Ibáñez. Los que serán devueltos inmediatamente, una vez que se haya
hecho el uso exclusivo que hoy se indica». El original sin embargo no fue devuelto, y está
en la Colección Particular Herrera y Reissig de la Biblioteca Nacional.

32
Julio Herrera y Reissig se presenta como morfinómano para la revista Caras y
Caretas. Fotografía de Ángel Adami
Tratado de la Imbecilidad del País

Esta estrategia, la quizá inconsciente sabiduría de crearse un


personaje, es absolutamente central en Herrera y Reissig, y quizá su
logro más destacable, comparable al de la poesía que los lectores más
finos vislumbraron desde muy temprano. Ella involucra decisiones
políticas que lo afectaron para siempre, y tenían que hacerlo
especialmente en la sociedad politicocéntrica que él mismo describió
con agudeza ya en 1901. Sobre estas decisiones, y sobre la sucesión de
crisis que se desatan en su vida en el lapso en el que escribe el Tratado
de la imbecilidad..., versa el próximo capítulo.

34
II. El contexto de redacción del Tratado… Las
crisis personales de Herrera y Reissig (de salud,
política, íntima) entre 1900 y 1902. El cambio
filosófico

Julio Herrera y Reissig vive, entre 1900 y 1902, años en los que
trabaja en los manuscritos reunidos bajo el título común de Tratado
de la imbecilidad del país…, una crisis que acumula al menos cinco
dimensiones: de salud, económica, política, íntima o moral, y filosófico-
estética. En ella confluyen una serie de factores. Ha conocido, entre
1899 y 1900, a Roberto de las Carreras, y está leyendo ávidamente
a Spencer, a Guyau, a Taine, a Goethe, a Saint Victor, a Samain,
a Verlaine, a Poe, a Banville, Rimbaud, Laforgue, Kahn, Moreas,
Richepin…,XXX todos ellos factores de su transformación estética,
que se produce de golpe, y lo hace pasar de criticar el simbolismo y el
decadentismo a practicarlos en inmediata y misteriosa maestría.XXXI
Su proyecto editorial, La Revista, está fracasando ya antes de
mediados de 1900, tanto económica como literariamente. Al mismo
tiempo, es ese año 1900 el último que verá a Herrera y Reissig
intentando desempeñar algún rol activo dentro del Partido Colorado,
actitud que rápidamente va a dar paso a una crítica general a la
política local. También en esos años concibe a la que será su única

XXX Puede seguirse aproximadamente el itinerario de lecturas de Herrera y Reissig


en los primeros años del siglo XX, consultando sobre todo dos fuentes. Una son sus textos
y manuscritos éditos e inéditos, en los que acumula referencias. La segunda, importan-
tísima, es una carta que envía a Edmundo Montagne el 1 de junio de 1902. Véase Penco,
op. cit. [163].
XXXI Su amigo César Miranda dice que por esos días Herrera y Reissig tuvo su «camino
de Damasco» estético, sobre el cual nunca quiso dar explicaciones a sus allegados. Ángel
Rama sintetiza (sin aceptarlas) las explicaciones vulgares, que se confían a las influencias:
«¿Acaso los sonetos de Los crepúsculos del jardín de Lugones, escuchados en el cilindro de
una experimental grabación fonográfica en ese destartalado cuarto de estudiantes que
Horacio Quiroga y sus compañeros designaban pomposamente como el “Consistorio
del Gay Saber” fue motivación suficiente para tan alta pirueta estética? ¿Acaso fueron los
poemas que Toribio Vidal Belo imitaba de un Darío cuyas obras eran conocidas desde
hacía un quinquenio en Buenos Aires y Montevideo? ¿Acaso el encuentro con Sueño de
Oriente del dandy Roberto de las Carreras, librito que decoraba con lujos y displicencias
la literatura francesa de alcoba, pudo generar una modificación tan instantánea?» (Ángel
Rama, «La estética de Julio Herrera y Reissig, el travestido de la muerte», en Río Piedras,
n.o 2: 23-40, Universidad de Puerto Rico (marzo de 1973). Reproducido en PCP: 1261, de
donde citamos.

35
Tratado de la Imbecilidad del País

hija, Soledad Luna Herrera y Reissig. Hija natural de la que Herrera,


aparentemente, no se hace cargo en términos prácticos, aunque la
reconoce y le da el apellido. Es un episodio sobre cuya importancia
íntima Herrera y Reissig dejará anotados algunos rastros que no parece
oportuno desdeñar, teniendo en cuenta la importancia que asumen
sus reflexiones, presentes en el Tratado…, sobre los temas en los que
lo moral práctico se intersecta con los códigos imaginarios en aquella
sociedad montevideana.
Al hilo del repaso de los datos de este período se podrá ir
reconstruyendo el rompecabezas de la elaboración y ubicación de
los papeles del Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert
Spencer.

La crisis de salud y el encuentro con De las Carreras


A mediados del verano de 1900, Julio Herrera y Reissig, ya estrenado
como poeta algunos años atrás, y director y editor de La Revista (que
había fundado seis meses antes y que entregaba a sus suscriptores
48 páginas de literatura y ciencias el 10 y el 25 de cada mes), sufre
su primera crisis cardíaca seria.XXXII Había tenido anuncios de su
dolencia desde su más temprana infancia, pero esta vez el impacto del
golpe y el modo en que éste condiciona su capacidad de llevar una
vida normal es intenso como nunca antes.
Según Herminia Herrera y Reissig —que publica sus memorias
varias décadas más tarde—, su hermano recibe en esos días de verano
una invitación de Francisco Piria para viajar a su por entonces nuevo
«castillo», en Piriápolis, 100 kilómetros al este de Montevideo,
donde la costa del Río de la Plata ya enfrenta el océano Atlántico.
Ese viaje habría terminado cuando «a los pocos días de la partida de
Julio, la familia recibe un telegrama de Francisco Piria —urgente—
reclamando la presencia de algún familiar, pues Julio, encontrábase
enfermo».XXXIII Según tal recuerdo, Herrera habría sido trasladado de
apuro a la capital, en donde

XXXII La fecha de esa crisis puede conjeturarse con cierta precisión, a partir de una
gacetilla aparecida el 24 de febrero de 1900 en el periódico montevideano La Razón, para
informar que «se encuentra en grave estado el señor Julio Herrera y Reissig, que sufrió
hace varios días un ataque al corazón».
XXXIII Herminia Herrera y Reissig, Julio Herrera y Reissig. Grandeza en el infortunio (Mon-
tevideo: ed. de la autora, 1949): 86.

36
Julio Herrera y Reissig

(…) diez médicos rodeaban su lecho, sin encontrar alivio para su corazón
arrítmico, desorbitado. (…) El Dr. Bernardo Etchepare, pariente y amigo,
indicó la morfina, pasando por todas las sugestiones contrarias de sus
colegas. Y el sabio afirmábase: «Es necesario atenacear al monstruo…» y
efectivamente el tóxico lo dominó instantáneamente».XXXIV

Tal es el origen del uso de la morfina por parte de Herrera y


Reissig.
El 10 de marzo de 1900, una «Nota de Redacción» en La Revista
agradece, en nombre del director,

(…) las mil manifestaciones de afecto recibidas durante su enfermedad,


tanto de sus amigos de Montevideo, como de Buenos Aires y otros puntos
de la República Argentina. […] [El director] también considera que cumple
con su deber de sinceridad periodística al participar a los distinguidos
lectores de La Revista que por mandato médico, en un plazo de dos meses
no podrá dedicarse a ningún género de trabajo intelectual […]. Como en
uno de estos días se ausenta de Montevideo, lejos de la cual permanecerá un
buen tiempo, se despide de todas sus relaciones y se disculpa con los colegas,
colaboradores y amigos de la República Argentina por tener forzosamente
que interrumpir la afectuosa correspondencia que con ellos mantiene.

El comienzo del fin de La Revista se marca en esa gacetilla. Si bien


los suscriptores eran «todo Montevideo» para ese momento, éstos no
pagaban la mensualidad requerida.XXXV Con las dificultades de su
director para dedicarse con intensidad a ella, La Revista, huérfana de
apoyo económico y político, sobreviviría cuatro meses más antes de
desaparecer.
Es por esos mismos días que Julio Herrera y Reissig conoce a
Roberto de las Carreras. Hay un primer documento de la existencia de
un contacto, en una carta que De las Carreras envía a Herrera en agosto
de 1899 (y que Herrera reproduce enseguida, en el n.o 1 de La Revista),

XXXIV Ibídem. Sin embargo, contradiciendo el testimonio de Herminia Herrera, hay


otro de Juan Picón Olaondo, amigo íntimo de Herrera y que tenía la edad del poeta, por
lo que su memoria parece en esto más confiable, que informa que Julio «convaleciente
—la morfina lo salvó, aplicada por primera vez tras veinte noches sin sueño— se trasladó a
Piriápolis, invitado por Piria, con Roberto de las Carreras» (testimonio recogido en ficha
inédita de Roberto Ibáñez). Si el recuerdo de Picón es correcto, podemos conjeturar que
sería éste el viaje de descanso, realizado a mediados de marzo, que es informado en las
«Notas de Redacción» del número 5 de La Revista que transcribimos enseguida.
XXXV Herminia Herrera y Reissig, op. cit.: 86.

37
Tratado de la Imbecilidad del País

en la que aquél incluye un fragmento de su por entonces aún inédito


y sólo tenuemente escandaloso Sueño de Oriente, libro que se publicará
recién el 11 de abril del año siguiente.XXXVI Tanto la ya mencionada
Herminia Herrera como otro hermano del poeta, Teodoro, están de
acuerdo en que el vínculo de conocimiento personal y amistad con
De las Carreras tiene su comienzo inmediatamente después de la
aparición de una reseña que, sobre Sueño de Oriente, publica Herrera
y Reissig en La Revista. Este último hecho ocurrió sólo siete meses más
tarde, el 25 de abril de 1900.XXXVII
Sin embargo, los testimonios de ambos hermanos del poeta han
demostrado no ser siempre confiables,XXXVIII y los detalles que
involucran la sucesión de esos hechos (crisis cardíaca, convalecencia,
amistad con De las Carreras) sufren, al tratar de restablecerlos en su
correcto detalle, de la vaguedad y el carácter contradictorio de los
datos aportados por quienes han informado de ellos.
El asunto es materia de biografía y su final resolución no interesa
aquí. Sea como sea, esos meses —entre agosto de 1899 y abril de
1900— encierran dos hechos que tendrán una incidencia cierta en
el cambio radical que, en los planos estético, político y en su imagen
social, está procesando Herrera y Reissig.
Por un lado, su enfermedad lo enfrenta por vez primera a la certeza
de la muerte, la negociación con su anticipación; al mismo tiempo,
como efecto práctico, obliga a Herrera y Reissig a dosificar su trabajo,

XXXVI La misiva se publica en La Revista, año I, n.o 1 (20 de agosto de 1899). De las Ca-
rreras, amigo personal de Batlle y Ordóñez y accionista de El Día, no pierde oportunidad
de hacerla reproducir en ese medio unos días más tarde. En esa carta se trasluce una re-
lación formal entre ambos, quienes, de acuerdo con todos los testimonios, no se habían
tratado aún personalmente. Probablemente el envío del texto a La Revista es la pronta
respuesta de De las Carreras ante el pedido de colaboraciones que Herrera distribuyó a
una serie de personas en el momento de iniciar la publicación.
XXXVII Varios autores se limitan a aceptar este asunto sin más trámite, siguiendo en ello
probablemente el testimonio de los hermanos del poeta. Por ejemplo, Ángel Rama, que lo
da en su «Prólogo» a Roberto de las Carreras, Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas (Mon-
tevideo: Arca, 1967): 25. Pese a que coinciden en ese punto, las memorias de Teodoro
Herrera son también poco fiables en cuanto a precisión, si tenemos en cuenta que el
hermano menor del poeta comienza errando aún más, al trasladar sucesos acaecidos en
1900 a 1901 (en Teodoro Herrera y Reissig, op. cit.: 3.)
XXXVIII Herminia Herrera agrega otro detalle desconcertante: dice que el corto período
de convalecencia del poeta, que como vimos ocurrió entre los meses de marzo y abril de
1900, transcurrió en la ciudad de Minas, a invitación de su hermano Eduardo. El problema
con este dato es que se sabe positivamente que Herrera visitó Minas entre julio y agosto de
1904, por invitación de su hermano. ¿Hubo una visita anterior a Minas, también a pedido
del hermano, o se trata de una confusión, quizá de la mezcla de dos convalecencias dis-
tintas, separadas por cuatro años?

38
Julio Herrera y Reissig

a prever incapacidades, a pasar por largos períodos de descanso, a


cambiar incluso, en lo posible, su involucramiento emocional con los
asuntos que maneja,XXXIX todo ello propicio a lecturas y escrituras de
largo aliento.
Por otra parte, la presencia de ese vínculo productivo e intenso
con De las Carreras apura la formulación de alguna visión propia
sobre la comunidad en la que vive, y su posicionamiento estético. En
este momento es preciso, pues, referir aunque sea rápidamente a la
cuestión de la relación entre ambos y la posible «influencia», siempre
mencionada, de De las Carreras sobre Herrera y Reissig en ese
«período luzbélico» de ambos.

Acerca de la influencia de Roberto de las Carreras


La relación entre Herrera y Reissig y Roberto de las Carreras,
que tiene su auge precisamente entre 1900 y 1902, ha organizado a
menudo la evaluación de las ideas y productos textuales de Herrera y
Reissig en ese período. Buena parte de la crítica ha partido en general
de la noción, a menudo bastante simplificada, de que una influencia
unilateral de De las Carreras sobre Herrera y Reissig permitía explicar
tal fase en la obra del segundo.XL
Uno de los primeros y principales impulsores de tal tesis es un
hermano del poeta, Teodoro Herrera y Reissig, quien en una temprana
conferencia narra cómo comenzó la amistad entre ambos personajes,
a partir de una nota que Herrera y Reissig escribió y publicó en La
Revista comentando Sueño de Oriente, un «bello y escandaloso folleto»
de De las Carreras. «Aunque no se conocían Roberto apareció al
día siguiente, tuteándole. Se hicieron inseparables», dice Teodoro
Herrera.XLI Y agrega luego:

XXXIX Edmundo Montagne le recomienda, el 12 de junio de 1902: «En cuanto tenga re-
lación con sus intereses y pasiones, no debe Ud. tomar las cosas tan a pecho como lo hace.
Es Ud. muy atropellado, muy impulsivo, muy revolucionario. Y lo es más aún porque se
deja llevar: goza Ud. en sentirse arrebatado por el huracán que exagera sus inclinaciones:
voluptuosidad ésta que lo entrega al delirio. Por eso se resiente su espíritu —psique— y el
neumogástrico no le sirve ya de freno, no resiste la tempestad» (carta de junio 12 de 1902,
en Penco, op. cit.: 165).
XL Giaudrone también discute este punto en «Deseo y modernización: el modernismo
canónico esteticista en el fin de siglo uruguayo», en H. Achugar y M. Moraña (eds.),
Uruguay: Imaginarios culturales. Desde las huellas indígenas a la modernidad (Montevideo:
Trilce, 2000): 259-292 [esp. 267-68].
XLI Teodoro Herrera y Reissig, op. cit.: 3.

39
Tratado de la Imbecilidad del País

A esa influencia diaria debió quizás Julio mucho de lo bueno y a


ratos de lo malo que leemos en su obra. Lo bueno fue acaso contribuir
a inmunizarlo contra la tiranía del prejuicio, contra la escolástica rígida
y el academismo ritual y endeble. (…) Lo malo consistió a mi ver en ese
constante «épater les bourgeois» de que hiciera gala demasiado ostensible
y que por lo demás debe atenuarse teniendo en cuenta los factores de
hostilidad o indiferencia del medio y la extrema juventud del poeta de
entonces.
Traigo a colación estos recuerdos y apunto estas reflexiones, porque
fue Roberto de las Carreras, sin duda alguna, el poder personal y espiritual
más influyente que sufriera Julio en su corta y fecunda vida de escritor.
(…) de esa época data (…) la agresividad artificiosa de su temperamento,
ingénitamente refractario a tan infantiles arrogancias (…)XLII

Obsérvese que, luego de atribuir —a guisa de disculpa— lo que


Teodoro Herrera llama «desplantes» de su hermano exclusivamente a
la influencia de Roberto de las Carreras, agrega que el temperamento
de éste era «refractario» a tales cosas. Esta línea argumental
que consiste en atribuir incómodas pero consistentes actitudes,
pensamientos y acciones de Herrera en esos años a una influencia
externa, sólo comprensible en el marco de una efusión familiar,
llegaría sin embargo a filtrar intentos críticos más serios.
La simplificación de reducir la producción herreriana de esta época
a una influencia unilateral de De las Carreras es relativamente fácil
de desmontar a poco que se lea la producción de Herrera y Reissig
de ese comienzo de siglo, que estaba en sus manuscritos, inédita pero
elaborada en su mayor parte: nada conocemos aún en la obra de De
las Carreras que se aproxime a estas concreciones de su supuesto
«discípulo». Pese a las innegables cercanías en estilo y giros, tampoco
hay razón clara para atribuirlos a originalidad de De las Carreras:
ambos los emplean al mismo tiempo, e incluso Herrera lo hace antes
en varios casos clave.XLIII

XLII Ídem: 2-4. Roberto Bula Píriz es otro de los críticos que reduce la influencia
mutua en el período a unilateral accionar de uno al comentar que las actitudes y puntos
de vista de Herrera por aquel tiempo fueron meramente una imitación de De las Carreras.
Bula desarma además la intensidad crítica de Herrera, leyéndola de un modo condescen-
diente: «Durante sus años de amistad con De las Carreras tuvo algunos desplantes reñidos
con su idiosincrasia, como el de su infundado antipatriotismo, que le hacía llamar Ton-
tovideo a su ciudad, y “la toldería”, y escarnecer a sus compatriotas (…)» (Bula Píriz, op.
cit. (1952): 20.
XLIII Por ejemplo, De las Carreras emplea en su carta pública a Herrera del 8 de

40
Julio Herrera y Reissig

También el carácter completamente autógrafo de los manuscritos


herrerianos disipa la vaga noción, muchas veces repetida sin
examinarlos, de que se deben a un trabajo en conjunto con De las
Carreras, pese a referencias de época que lo sugieren.
Pero incluso observando con cierto detenimiento el abordaje
inicial que hace Herrera de la escritura de De las Carreras se percibe
la independencia de criterio de aquél. Tal observación, lejos de
presentarlo como un mero aprendiz, revela que tenía Herrera y Reissig
una estatura propia relativamente consolidada, y una capacidad
escritural ya seguramente mayor que la de su novel amigo, si bien era
este último el que iba a aportar la información —asimilada de primera
mano y conscientemente elaborada— sobre las tendencias últimas de
la literatura francesa. Compartirán, pues, algunos giros y elementos de
estilo que aparecen en la prosa de ambos. El sentido de la influencia
aquí no es ni posible ni interesante de determinar por completo,
aunque es un hecho que los productos literarios de Herrera y Reissig
casi siempre suenan mejor, más complejos y más acabados que los de
De las Carreras.
En el ensayo crítico que Herrera le dedica a De las Carreras,
cosa que ocurre en el inicio mismo del vínculo entre ellos, y antes
que influencia personal alguna de De las Carreras pudiese haberse
asentado y ser evidente, hay ya maduros en Herrera conceptos sobre el
hijo de Clara García de Zúñiga que merecen ser considerados. No hay,
en efecto, en todo ese ensayo, nada de obsecuente deslumbramiento
por parte de Herrera. Lo que se ve, en cambio, es un texto crítico que
celebra a un igual, y que por eso mismo se permite no ser blando en el
elogio.XLIV
Especialmente reveladores, por el sitio relativo en que ubican al
ocasional crítico en relación con una obra tan importante de De las
Carreras, son los párrafos finales. Allí Herrera adopta un tono casi
paternal:

octubre de 1901 las expresiones «babuinos emponzoñados», «trogloditas púdicos»,


e incluso copia un párrafo entero del Tratado de la imbecilidad… En cada caso, inmedia-
tamente le reconoce a Herrera la paternidad de las expresiones citadas.
XLIV Algo, por otra parte, que es característico de todos los textos críticos de Herrera,
tanto los publicados como, sobre todo —y ello es aún más valioso— los privados, enviados
en numerosas cartas a sus destinatarios, casi siempre escritores de poca importancia con
quienes Herrera tuvo no obstante, y a menudo, una respetuosa meticulosidad en la crítica
específica, directa y abierta, que alternaba con ocasionales elogios.

41
Tratado de la Imbecilidad del País

Roberto de las Carreras, estamos seguros, que cambiará algún día de rumbo,
anclando —a la hora crepuscular, cuando las ideas nadan tranquilas como
cisnes en la soledad del espíritu […] Entonces producirá algo útil, algo serio,
algo que no perezca, algo que, como Sueño de Oriente, no sea un juguete
para los que no han vivido y una piedra de escándalo para los que comienzan
a vivir.

Por más que pueda observarse que la relación personal entre De


las Carreras y Herrera pueda haber cambiado esta actitud inicial del
segundo, es claro que Herrera y Reissig tenía, al trabar contacto con
de las Carreras, ya una personalidad crítica propia, que se expresa
en el tono de los fragmentos referidos. Director de una publicación
de relativa importancia, establecida ya una red de vínculos con
escritores e intelectuales del país y la región que se expresa en un
intenso flujo epistolar durante ese año de 1900 y que crecerá en los
siguientes, no hay en él una consideración infantil o adolescente de
lo que representaba la movida cultural de De las Carreras, sino una
comprensión de su dimensión, sus riesgos, y un cálculo del tipo de
impacto de ésta en la sociedad montevideana de entonces. Hay —sea
esto dicho en un terreno hipotético— también un gesto calculado de
acercamiento a De las Carreras, dentro de esa política de alianzas que
siempre ha formado parte más o menos oculta de la vida literaria, y
que ha acarreado siempre también tantas colaboraciones entusiastas
como rompimientos repentinos y absolutos, avatar del que como se
sabe no iba a estar exenta la relación Herrera-De las Carreras. Cuando
se produzca este rompimiento, De las Carreras dirá que las muestras
de afecto y cercanía entre ambos habían sido hipócritas de ambas
partes.XLV También dirá De las Carreras, en ese marco polémico
y ofuscado, que Herrera y Reissig le debe todo a él: «es como si mi
espejo me acusara de imitarlo», dice cuando Herrera reclama, a su
turno, que es De las Carreras el seguidor. Tales intervenciones de De
las Carreras en la mutua polémica pueden haber contribuido, muy
tempranamente, a que el medio intelectual montevideano asimilase la
noción del «maestro» y el «imitador», que luego la crítica continuaría.

XLV «Yo no tengo ningún motivo para ocultar que mis elogios eran tan poco sinceros
como los que él mismo, con coquetería felina, me prodigara» (Roberto de las Carreras,
«El atentado contra la ONDA. ¡Reissig marital!», en La Tribuna Popular, año XXVII,
n.o 9231, Montevideo: abril 23 de 1906, p. 2, cols. 4 y 5. Reproducido en «Tres polémicas
literarias», Número, año II, n.o 6-7-8 (enero-junio 1950): 314-340 [330].

42
Julio Herrera y Reissig

Por otro lado, si la influencia y la colaboración fueron mutuas,


alguno de los ejemplos más característicos de lo que hasta ahora se ha
considerado el estilo polémico característico de De las Carreras parece
haber sido escrito o sugerido por Herrera y Reissig.
En efecto, la habilidad para demoler literariamente a sus rivales
de turno, el estilo afiligranado de derogar moralmente al rival que
ellos mismos bautizaron «camafeísmo del insulto», que procede por
acumulación —de metáforas, imágenes, sonidos—, se pensó obra
sobre todo de Roberto de De las Carreras, debido probablemente a
que él era el rodeado por las polémicas. Sin embargo, del examen de
los papeles de Herrera y Reissig surge información que recomienda
al menos reconsiderar el punto, que no está claro en absoluto. Dos
diatribas escritas de puño y letra de Herrera se conservan entre sus
originales inéditos. Una contra Guzmán Papini y Zas es fuente de datos
que empleó F. Ferrando en una de sus contestaciones a Papini, en su
recordada polémica con éste de febrero-marzo de 1902. El estilo de
esa diatriba recuerda exactamente al de la que Roberto de las Carreras
publicó, con su firma, contra Álvaro Armando Vasseur unos seis
meses antes. Existen sin embargo al menos dos indicios serios de que
esta última fue, también, escrita por Herrera, lo que el estilo tiende
a confirmar, además.XLVI Una segunda diatriba de puño y letra de
Herrera, ésta contra Víctor Pérez Petit, reconfirma la misma maestría
para el insulto literario.XLVII
La cuestión de la «influencia» de De las Carreras merecería muchas
más observaciones que no podemos hacer aquí sin desbalancear
este estudio. Retomaremos oportunamente el asunto en ocasión de
considerar la cuestión de la autoría del Tratado de la imbecilidad… y
otros manuscritos de ese tiempo. Pasemos ahora a examinar una de las
más importantes crisis de ese momento en la vida de Herrera y Reissig,
una que tiene la más directa de las incidencias en su estrategia y en el
contenido de su Tratado de la imbecilidad…

XLVI Dice Herrera y Reissig en medio de su final polémica con De las Carreras, y
refiriéndose a éste: «aquel que requiriera —(exhausto por la derrota, chupado por el
vampiro de la fatalidad en sus naufragios morales, enfermo, caído del pensamiento)— mi
salvavidas literario, esto es, páginas enteras que yo he cincelado y que él firmara (…)». La
referencia es con toda probabilidad a la carta contra Álvaro Armando Vasseur que De las
Carreras publica en junio de 1901, cuyo estilo es el mismo que el de las de puño y letra
de Herrera contra Papini y Zas y contra Víctor Pérez Petit. Un recuerdo personal de Juan
Picón Olaondo, recogido por Roberto Ibáñez en ficha inédita, confirma este hecho.
XLVII Estas dos diatribas se publican junto con esta edición.

43
Tratado de la Imbecilidad del País

La crisis política

La época modernista impuso, a las personas llamadas a actuar en el


nivel público —en el Uruguay y en los demás países hispanoamericanos
con una intelectualidad más o menos madura—, unos canales de
socialización en tensión.
La tradicional politización del literato —o literarización del
político— era la norma. Sarmiento las había transitado para un
lado y para el otro, lo mismo que todos los que tuvieron algo que
decir en esos planos desde la independencia hasta la generación
inmediatamente anterior a la de Herrera y Reissig. Nada había en el
arte verbal que pudiese ser considerado independientemente de la
elección de partido. En el Uruguay, esa elección de partido, para fines
de la década de 1890 —cuando Herrera y Reissig entra, siguiendo a su
tío Herrera y Obes, en el radio de las decisiones partidarias—, se abría
en dos caminos fundamentales, y en un no muy ancho abanico de
caminos secundarios. O colorado, o blanco.XLVIII Y en términos muy
minoritarios, se abrían las opciones católica, anarquista, socialista,
constitucionalista. Herrera y Reissig, sobrino del anterior presidente
en ese último lustro del siglo, descendiente de una serie de figuras de
primer orden en la historia política del país,XLIX con innegable talento
para la palabra, habría sido, si hubiera venido al mundo unos años
antes, una caricatura del hijo de una familia principal con destino
político. Sin embargo, su modo de entrar en el mundo de las personas
públicas sería distinto, y se haría no solo por fuera, sino en contra de la
política partidaria.
Aquel cambio de siglo es un tiempo agitado políticamente en el
Uruguay, y si rápidamente manifestará Herrera y Reissig su desdén
por haber sido ignorado en sus aportes a la vida político-partidaria, ésa
no es aún la situación a lo largo del año 1900.
La sucesión en el poder del Estado y en la Presidencia, que se
definirá a comienzos de 1903, se está ya debatiendo. Distintos sectores
pugnan por acrecentar su caudal dentro del Partido Colorado, al que
Herrera y Reissig pertenece por tradición.
Un primer episodio anuncia y prepara su apartarse de toda vida
partidaria. Herrera trabaja, desde octubre de 1898, como secretario

XLVIII El Partido Colorado y el Partido Nacional (o Blanco) son los dos partidos po-
líticos históricos del Uruguay desde comienzos de su vida independiente.
XLIX La serie incluye, aunque no se agota en ellos, a Julio Herrera y Obes, a Manuel
Herrera y Obes, a Melchor Pacheco y Obes, y antes a Nicolás Herrera y a Lucas Obes.

44
Primera página del manuscrito de “Cosas de Aldea”
Tratado de la Imbecilidad del País

particular del inspector nacional de Instrucción Primaria, Sr. José


Pedro Massera. A comienzos de julio de 1900,LI se produce el cese
de Massera en su cargo. Esto lleva a que Herrera y Reissig presente
él mismo nota de renuncia, «sólo por un deber de delicadeza».LII
El nuevo inspector, Abel J. Pérez, lejos de rechazar tal renuncia de
Herrera y Reissig, la acepta en el acto sin siquiera agradecerle los
servicios.LIII
Este episodio motivó que Herrera y Reissig redactase —y no
publicase— un texto, «Cosas de aldea», que adoptó la forma de una
irónica diatriba contra Pérez. El texto muestra que ya en julio de 1900
Herrera y Reissig tenía en mente algunos conceptos e ideas respecto
de los para él cuestionables vínculos entre Estado y política partidaria,
que desarrollaría en su Tratado… unos meses más tarde. Incluyó ya
aquí, desde sus primeros ataques a la forma de administración del
presupuesto estatal, hasta su desdén por los empleados públicos, a
quienes acuña ya como «turiferarios de la rutina», expresión que
repetirá. En tal párrafo de su acusación plantea además, recién
cesado, su actitud de rechazo de los «favores públicos», que prefigura
su posicionamiento excéntrico respecto de la mecánica, habitual en
los literatos finiseculares, de ligar su suerte económica a los avatares
de la política partidaria a través de la asunción de funciones estatales.
El párrafo es, por estilo y contenido, un calco de los que irán luego
construyendo su Tratado de la imbecilidad:

(…) mi repugnancia por los favores públicos, y en especial por los cargos
de menor cuantía sujetos a la imperiosidad brutal de los de arriba ha sido
tan grande como constante, y de esto he dado prueba desde los albores de
mi juventud, abandonando un puesto que, en mejores tiempos, hube,LIV

 El dato, con copia del decreto correspondiente, consta en El Día del 24 de octubre de
1898, p. 5, col. 4. Información recogida inicialmente por Roberto Ibáñez.
LI El nombramiento de Abel Pérez, sucesor de Massera, se produce el 7 de julio, y de
acuerdo con el mismo Herrera y Reissig, él presenta su renuncia «al día siguiente», es
decir, el día 8 de julio de 1900.
LII Consigna Herrera en su «Cosas de aldea»: «Noticiado de la renuncia del doctor
Massera conceptué un deber de delicadeza, sólo un deber de delicadeza, entiéndase bien,
y de ningún modo una obligación, presentar inmediatamente renuncia de mi cargo».
LIII El tono de Pérez es realmente seco en la oportunidad: «Comunico a Vd. que he re-
suelto aceptarle la renuncia por Vd. presentada del Cargo de Secretario en la Inspección
Nacional. Saluda a Vd. etc. Firmado: Abel J. Pérez» (el texto está transcripto en «Cosas de
aldea»).
LIV Herrera y Reissig se refiere a un puesto que, efectivamente, desempeñó en la Alcaldía
de Aduanas en su juventud.

46
Ca-
ri-
Tratado de la Imbecilidad del País

y cuya mi deserción se
debe considerar como una
verdadera protesta contra la
mecánica de los turiferarios
de la rutina, los cuales no
pasan jamás de ser simples
correas o humildes tornillos
del engranaje gubernativo,
pues, en nuestro país el
estímulo es letra muerta y los
honorarios del Presupuesto
solo existen para los
juglares de conciencia,
para los paniaguados
incondicionales, con
vocación de cimbalistas
y testaferros de los
gobernantes: sacristanes
de las execrables liturgias Herrera y Reissig con su tío,
del servilismo, fetiches del Julio Herrera y Obes
inmundo becerro de oro,
funámbulos de la maroma que más alto cuelga, colaboradores de cuanto
chanchullo existe y verdaderos Salta Pericos pues siempre caen parados y
rara vez se descomponen.

Retrocediendo ahora dos años en nuestro relato, de la lectura de


«Cosas de aldea» se desprende que Massera había tenido que luchar
para imponer ante Cuestas —ferviente contrario a Herrera y Obes, en
un enfrentamiento que era especialmente agudo para fines de 1898—
el nombramiento de un sobrino de aquél, Herrera y Reissig, para un
cargo de confianza como el de secretario del inspector de Instrucción
Pública.LV El cargo había nacido pues en un ambiente político

LV Del carácter difícil del momento (octubre de 1898) en que tal nombramiento tiene
lugar, y de la firmeza de Massera en su pedido ante Cuestas, no dejan duda algunos frag-
mentos de «Cosas de aldea», los que a su vez prueban el posicionamiento político, para
ese entonces resueltamente «colectivista», de Herrera y Reissig: «fue el doctor Massera
quien contra viento y marea me propuso al gobierno del señor Cuestas, y consiguió que
el mandatario firmase mi nombramiento, después de mil contorsiones de voluntad y mil
flujos de violento desagrado, pues mis lectores se imaginarán lo mucho que mi nombre y
apellido serán queridos por el señor Don Juan Lindolfo Cuestas. (…) En [aquellos aciagos
días de espionaje y de violencia, de sospechas y represalias, cuando un saludo por la calle,

48
Caricatura de Julio Herrera y Obes en 1905

49
Tratado de la Imbecilidad del País

adverso, y gracias a una especie de maniobra de fórceps. Apenas este


cargo desaparece —dejando a Herrera y Reissig dependiente una
vez más de los menguados dineros familiaresLVI—, se hará evidente
y financieramente tangible para el escritor que su destino político es
sombrío, cosa que comprobará definitivamente en pocos meses.
El tono y la perspectiva con los que Herrera y Reissig se refiere ya
en su Tratado de la imbecilidad… a la política partidaria en su país, desde
una distancia independiente que parece el fruto de una consolidada
convicción, podría suscitar la idea de que tal independencia de
criterio y tal objetividad crítica le vienen de lejos, o quizá que fue capaz
de establecer tal punto de vista debido a que era un temperamento
sustancialmente ajeno a lo político. Creo que sería un error importante.
Tanto el episodio que acabamos de repasar como otro que ocurrirá en
pocos meses muestran que, si a la larga desdeñó Herrera y Reissig la
política, no lo hizo antes que la política lo desdeñase a él.
Dice un amigo cercano del poeta, que estuvo también en el núcleo
del cenáculo herreriano en sus diversas reencarnaciones, y por tanto
testigo presencial de los hechos de 1900, Juan Picón Olaondo:

El partidismo político siempre lo apasionó, pese a lo cual críticos […]


ignorantes de la verdadera personalidad de Julio afirmaran lo contrario. […]
En 1898, cuando Cuestas tomó las riendas del poder, significó ello un rudo
golpe para la familia de Herrera. Este turbión exaltó hasta lo indescriptible
el fuego partidista que ardía en el alma del Poeta. Saliendo de la casa de su
tío «don Julio», convulsionada por los sucesos del momento, y que estaba
colmada por sus amigos que esperaban la reacción del «Águila», Herrera
me pidió un trozo de papel y lápiz, y allí mismo en un zaguán vecino,
sobre su pared, escribió casi de un tirón, en un rapto lírico apasionado e
incontenible: «La dictadura».LVII

un parentesco “presidencial” (…) se convertían por magia (…) en procesos de acusación á lo


Fouquier-Tinville, en cárceles y destierros] obligar al gobernante a poner su rúbrica al pie
de una propuesta de nombramiento que podía considerarse un verdadero acto de fe co-
lectivista, arrojado al rostro del más implacable enemigo de mi homónimo, le pudo costar
al doctor Massera el alto cargo que desempeñaba» (los fragmentos entre corchetes están
tachados por Herrera y Reissig en el original).
LVI Roberto Ibáñez sugiere, en sus apuntes inéditos, una relación directa entre la pérdida
del trabajo por parte de Herrera y el cese de la publicación de La Revista, cuyo último
número es precisamente de julio de 1900, conjeturando que eran esos ingresos los que
permitían al poeta editar una publicación literaria que por sí brindaba muy escaso retorno
económico.
LVII Este olvidado testimonio está en Juan Picón Olaondo, «Julio Herrera y Reissig,
su vida, su obra, su época», en Suplemento Femenino de La Mañana, 22 de mayo de 1955,

50
Batlle y Acevedo Diaz en La Alborada
Tratado de la Imbecilidad del País

Este apasionamiento en la defensa de la causa «colectivista» de


su tío Herrera y Obes se mantiene vigente aún hacia el límite inicial
de la escritura de los manuscritos que culminarían en el Tratado de
la imbecilidad del país…, aunque evidentemente su postura respecto
de los partidos y sus luchas cambió aceleradamente en el curso de
tal redacción. Como se ha visto en párrafos anteriores, tenemos
las primeras muestras de tal cambio y de la aparición del estilo que
desarrollará, ya en «Cosas de aldea», de julio de 1900, en ocasión de
perder su trabajo. En el lapso que va de julio de 1900 a septiembre
de 1902, Herrera habrá completado su reformulación interna con
respecto al valor, la ubicación y los mecanismos de la política local.
La habrá reformulado, sobre la base de sus lecturas, sí, pero sin
duda también como fruto de su reacción respecto de su experiencia
personal en ese nivel político, para la cual el episodio consignado en
«Cosas de aldea» parece haber sido importante.
Su desengaño —incluso su resentimiento— puede ser, así, aliado
de la nueva lucidez que inaugura y que se refleja en las páginas de su
Tratado…, así como en la orientación general desde la que le escribe
a su amigo Carlos Oneto y Viana a mediados de 1902 su «Epílogo
wagneriano» al libro de este último,LVIII en el cual su principal
argumento será la ausencia casi total de crítica entendida en un sentido
profundo y filosófico —no meramente periodístico o partisano—, en
la cultura uruguaya. En ese texto Herrera y Reissig reconoce su propio
cambio de posición de la manera más abierta y explícita:

A ser yo colorado como lo he sido en un tiempo, cuando era virgen mi


espíritu, cuando juzgaba que era una doncella la chandra gubernativa,
cuando era cuerdo, como dicen por esas calles algunos incircuncisos;*
cuando mi pensamiento nevando ingenuidades no había sido nutrido con
el áspero y grave tónico de ciencias como la sociología, la filosofía y la psico-
fisiología, te hubiera aplaudido con el frenesí de un devoto musulmán por
su profeta (…)LIX

p. 6. El episodio es confirmado en una conferencia de César Miranda pronunciada en el


Club Juventud Salteña, en Salto, en 1913. «La dictadura» es un encendido poema político
del joven Herrera y Reissig.
LVIII El libro de Carlos Oneto y Viana, La política de fusión, examina el período pos-
terior a la Guerra Grande desde una óptica historiográfica colorada. Fue publicado por el
Club Vida Nueva (liderado por Carlos Reyles) en abril de 1902.
LIX «Epílogo wagneriano a “La política de fusión”», PCP: 665.

52
Batlle y Cuestas en La Alborada
Tratado de la Imbecilidad del País

* Cuerdo quiere decir en uruguayo ser blanco o rojo, adular a la Patria y a sus Epaminondas,
fundirse en exclamaciones románticas sobre el terruño y su porvenir. Siendo cuerdo se
consigue una banca de diputado y la aureola de un ciudadano antiguo.

Su postura para 1902 se revela la de un observador irónico,


desencantado y filoso a la vez:

Como te digo, anclado lejos de la costra atávica, libre por excelencia de la


cureña aborigen, sin la mochila disciplinaria del palaciego pedestre, me
arrebujo en mi desdén por todo lo de mi país, y a la manera que el pastor
tendido sobre la yerba contempla, con ojo holgazán, correr el hilo de agua,
yo, desperezándome en los matorrales de la indiferencia, miro, sonriente y
complacido, los sucesos, las polémicas, los volatines en la maroma, el galope
de la tropa púnica por las llanuras presupuestívoras, el tiempo que huye
cantando, los acuerdos electorales, las fusiones y las escisiones, todo, todo lo
miro y casi no lo veo, Carlos, amigo…!LX

Pero si Herrera comenzó a escribir su Tratado… hacia fines de


1900, vale la pena recordar cómo los episodios políticos de tal año lo
contaron aún como uno de sus participantes. Esto mostrará en qué
grado no llegó a tal postura de bucólico e irónico observador crítico, ni
abandonó cualquier perspectiva de acción política que pudiera haber
abrigado, sin dar previamente un intento de lucha pública, de la que
se constató no obstante rápidamente derrotado, como es evidente al
repasar el curso y la lógica de aquel panorama político, y el tipo de
inserción que en él buscó y no obtuvo.

***

Para 1900 se discutía ya la sucesión en la presidencia, que tendría


que definirse al terminar el año 1902, con tres o cuatro apellidos
mencionados para ocuparla: Mac Eachen, Blanco, Tajes, Batlle
y Ordóñez. El Partido Colorado está para entonces desunido.
Julio Herrera y Obes estaba exilado en Buenos Aires, fuertemente
enfrentado al presidente Juan Lindolfo Cuestas. Éste había dispuesto
su exilio el 30 de noviembre de 1897, en medio de un período en el
que la Asamblea General, controlada en su mayoría por Herrera y
Obes, se negaba a votar a Cuestas presidente constitucional, y en

LX Ídem, 666.

54
Carlota Reissig, madre de Julio Herrera y Reissig
Tratado de la Imbecilidad del País

que una serie de maniobras de restricción de las libertades públicas


adoptadas por éste —con el apoyo, entre otros, de Batlle y Ordóñez—,
intentando así forzar a la Asamblea y recuperar el control del partido
y de la opinión pública, fueron acusadas por diversos sectores de tener
carácter dictatorial.
El uso de la palabra dictadura aquí puede, sin embargo, arriesgar una
simplificación de las cosas. Se trata de un período en que se debaten
con pasión varios asuntos clave en el marco de la modernización del
Uruguay. Por un lado existe un conflicto de tipo político, que atañe a
las formas institucionales del poder, reflejado en las diversas tensiones
a que se ve sometido el sistema electoral y de representación. En esa
lucha, Cuestas —interpretando probablemente bien la visión de los
sectores empresariales y financieros del país, cuyo anhelo central era
recuperar la paz y el orden— opera en tren de desplazar del poder
al grupo de Herrera y Obes, quien no respaldaba ni garantizaba de
ningún modo el futuro de su acuerdo de coparticipación con los
blancos, lo cual era casi segura amenaza de una continuación de la
guerra civil que a duras penas se había detenido a fines de 1897.
En ese intento, y para neutralizar la existente mayoría de los
«colectivistas» de Herrera y Obes en la Asamblea (responsable de
elegir al presidente), Cuestas no para mientes en obrar explícitamente
contra el espíritu y la letra de la Constitución, cosa que incluso Batlle y
Ordóñez, quien ha apoyado tales medidas, consideraba necesario:

El Día fue partidario de la dictadura desde que pudo conocer la tendencia


de la mayoría parlamentaria. Para él la dictadura significaba la destrucción
completa de la ilegalidad existente y el restablecimiento total del régimen de
las instituciones de la República.LXI

En segundo lugar, está en juego la cuestión del control político del


territorio entero del país, con todos sus mecanismos de producción
y de institucionalidad, incluido el ejército. En este aspecto, Cuestas
pacta con los blancos una «coparticipación» en el poder que en los
hechos implica la división en dos del poder del Estado. Aunque Batlle y
Ordóñez apoyó a Cuestas en esta época, cambiado el poder de manos,
apenas Batlle lo asuma se verá en situación de obrar decisivamente para
destruir toda coparticipación, y superar la situación de cogobierno
que había surgido de aquel acuerdo Cuestas-Saravia de 1897.

LXI En El Día, polemizando Batlle con Carlos María Ramírez. Editorial del 21 de enero de
1898.

56
Manuel Herrera y Obes, padre de Julio Herrera y Reissig
Tratado de la Imbecilidad del País

Para mostrar lo intrincado de las visiones en pugna, y cómo lo


político táctico se entrelazaba con lo estratégico en el nivel del Estado,
es oportuno recordar que en este aspecto (e inesperadamente, dado
que la historia los recuerda como claros enemigos), Batlle coincidiría
estratégicamente con Herrera y Obes, quien en 1900 había advertido:

No hay paz ni orden público posible sin la unidad del mando en el gobierno
de la Nación. Un país con dos gobiernos, uno de derecho y otro de hecho,
es una monstruosidad política y social. Este estado de cosas no estable tiene
que ser transitorio, porque las leyes morales, como las leyes físicas, pueden
ser perturbadas pero no pueden ser derogadas.LXII

En tercer lugar, está en juego la cuestión de cómo diversos sectores


sociales (especialmente la clase media y baja y los inmigrantes) podían
o no ser integrados como actores más directos de la vida política. En
este punto, el democratismo radical de Batlle y Ordóñez se enfrentará
a la tendencia a elaborar un gobierno de elites que defiende y
predica con el ejemplo Julio Herrera y Obes. Tal enfrentamiento será
definitivo; el elitismo liberal de Herrera y Obes será incompatible con
el democratismo radical de Batlle.LXIII Mientras Herrera y Obes había
practicado un gobierno que centralizaba fuertemente el poder en
la figura del presidente, sobre todo, había aceitado los mecanismos
institucionales y parainstitucionales que garantizaban la influencia
decisiva de la elite gobernante incluso en el plano electoral, Batlle
y Ordóñez aparece en la escena del poder para imponer —y con
el tiempo lo hará— una verdadera revolución democrática en el
funcionamiento institucional de su partido y del Estado.
Es en este marco que, en el año 1900, un grupo de jóvenes que
comandaba el Dr. Juan María Lago, y del cual participan entre otros

LXII Carta pública de Herrera y Obes de 1900, citada en Washington Reyes Abadie,
Julio Herrera y Obes. El primer jefe civil (Montevideo: Banda Oriental, 1977): 128.
LXIII Tan agudo e irreconciliable será este enfrentamiento entre los dos estadistas,
que cuando Herrera y Obes muera, el 6 de agosto de 1912, siendo Batlle presidente, éste
intentará negarle los correspondientes honores máximos, y ofrecerá solamente los de
teniente general (vetando incluso, en extremos de empecinamiento, una resolución de
velar su cadáver en la sala de sesiones y enterrarlo en el Panteón Nacional, que tomó la
Asamblea General, la cual levantó finalmente el veto por 55 votos en 61), dando lugar a
una áspera discusión en que fueron ventiladas consideraciones sobre el honor debido a
los muertos y el nivel al cual es adecuado llevar las diferencias de ideas. El episodio pro-
bablemente aumentó en el momento el cariño público por Herrera y Obes, cuyo cadáver
fue acompañado al cementerio por miles de ciudadanos. Sobre este episodio, véase Carlos
Manini Ríos, Anoche me llamó Batlle (ed. del autor, Montevideo, 1970: 32-35.

58
Manuel H y Obes, abuelo del poeta
Tratado de la Imbecilidad del País

José Enrique Rodó y Carlos Reyles, hace un esfuerzo unificador de


las distintas tendencias dentro del Partido Colorado, amenazado
muy concretamente por los resultados de las elecciones senatoriales
parciales para seis departamentos de 1900, a las que los colorados
concurrieron divididos en sus distintas tendencias (el «cuestismo», el
«colectivismo», y el sector de Batlle y Ordóñez) y perdieron cinco de
los seis cargos en disputa.
Ante la perspectiva de una derrota similar en las elecciones
generales que debían llevarse adelante en 1901, las cuales elegirían
la Asamblea General que a su vez sería responsable de la elección del
próximo presidente de la República, muchos ciudadanos colorados
comienzan a actuar en pos de una unificación que les garantizase la
continuidad en el poder. Este movimiento unificador se pone como
meta culminante la realización de un «banquete de confraternidad»,
el que finalmente se concretará el 21 de enero de 1901.
Contrario a la preparación de tal banquete, Herrera y Reissig
decide pronunciar un discurso público, que fija para el día 19 de
diciembre de 1900, en el local de la Sociedad Francesa. De acuerdo
con informaciones publicadas por El Día de esa misma fecha, el acto
había sido obstaculizado por el gobierno de Cuestas. Dice El Día que
la conferencia de Herrera y Reissig «será prohibida porque el permiso
para dicho acto no se ha hecho conforme a la ley», agregando que
«el Presidente de la República entiende que dicha solicitud debe
ir firmada por tres vecinos de la sección… personas de arraigo que
puedan resumir la responsabilidad de la ley (…)».LXIV
Pese a tales amenazas, finalmente la conferencia es autorizada y
Herrera y Reissig la pronuncia ese mismo día, 19 de diciembre.
Esta conferencia muestra ya el cambio al que el autor del «Epílogo
wagneriano…» está apuntando en su concepción personal de la vida
política y partidaria uruguaya. Su objetivo inmediato es pronunciarse
en contra de la realización de tal banquete de confraternidad, si bien
ya al principio del discurso advierte que su objetivo último es salvar
la unidad del Partido Colorado. Para ello invita a disminuir el odio
entre las distintas fracciones, odio que sin embargo entiende motivado
por los graves sucesos de la dictadura de Cuestas, a la que llama con
evidente hipérbole «la Orgía Constitucional de la Dictadura».
Reconoce Herrera que el Partido Colorado «ha tenido siempre
por causa de sus desventuras los desgarramientos y las desavenencias

LXIV El Día, 19 de diciembre de 1900. La referencia dada en ficha inédita de Roberto


Ibáñez.

60
Julio Herrera y Reissig

entre sus hijos».LXV Reivindica una vez más el espíritu de la Defensa:


«nosotros lucharemos por los generosos ideales que han dado vida
a nuestro Partido dentro de las cuatro piedras de Montevideo, y en
contra de los apetitos de la tiranía».LXVI A pesar de ello, Herrera y
Reissig rechaza completamente la «comedia ridícula de la unión
que pretenden realizar los ciudadanos del intitulado Banquete de
Confraternidad»LXVII por considerarla una «falsa unión». Su discurso
toma en ese momento un giro más agresivo. Recuerda —pese a haber
dicho que no lo haría— la responsabilidad de «los que anduvieron
descarriados por los vericuetos de la aventura política en días no
lejanos a los presentes», refiriendo a los adversarios del colectivismo.
En particular, se refiere a Batlle y Ordóñez, a quien comenzará a
apuntar sus ataques de aquí en más en la alocución. Aunque nunca
lo nombra personalmente, Herrera identifica entre sus adversarios,
por ejemplo, a «varios jóvenes que escriben de política menuda en un
diario que está muy lejos de ser colorado independiente, y que, antes
bien, responde de una manera muy directa a un conocido hombre
público que aspira abiertamente a ser el sucesor del gobernante
Cuestas».
A la mañana siguiente El Día, dirigido por el propio Batlle y
Ordóñez, publica una reseña de la conferencia. Dice el cronista
que el «acto se verificó en privado y por invitaciones personales»,
seguramente el modo de los organizadores de superar la censura
impuesta por el gobierno. Dice el suelto, con evidente sorna:

El Sr. Herrera y Reissig disertó sobre el banquete de la confraternidad


colorada, oponiéndose resueltamente a su realización, porque él no
implica otra cosa que simples uniones estomacales, según el criterio del
conferenciante. También el Sr. Herrera comentó a propósito de esta fiesta,
la política de algunos personajes colorados, expresándose en términos
severos. En algunos párrafos de su conferencia fue muy aplaudido el Sr.
Herrera y Reissig.LXVIII

LXV «Al Partido Colorado», publicado originalmente como folleto. Montevideo: Ti-
pografía l´Italia al Plata, 1900. Aquí citado de PCP: 652.
LXVI Ídem, 653.
LXVII Entre los cuales se encontraba militando activamente José E. Rodó. Esta dife-
rencia política en un momento clave es una razón más para el sostenido distanciamiento
entre ambos. Un trazado completo de la relación entre Rodó y Herrera y Reissig está
hecho por Emir Rodríguez Monegal, «Rodó y algunos coetáneos», en Número, año II, n.o
6-7-8 (enero-junio 1950): 300-313 [300-309].
LXVIII «La conferencia de Herrera y Reissig», en El Día, Montevideo: diciembre 20 de

61
Tratado de la Imbecilidad del País

Los hechos darán rápidamente, sin embargo, la medida de la


influencia nula que Herrera y Reissig podía esperar ejercer en
ese momento. El banquete se realizará el 21 de enero de 1901, y el
trabajo de unión dará sus frutos. Los colorados suman sus votos en las
próximas contiendas electorales, abriendo en los hechos la sucesión a
Batlle y Ordóñez, quien es —dificultosa y algo inesperadamente, no
obstante— electo presidente en 1903, luego de un largo y complejo
proceso de negociaciones.
Un primer episodio había dejado a Herrera y Reissig, al promediar
1900, sin trabajo en las maquinarias del Estado y sin ingresos fijos.
Este segundo episodio, medio año más tarde, luego del fracaso de su
intento de participación y del crecer de la marea política que se opone
al colectivismo que ha heredado, determinará su apartamiento de la
política.
Éste será, entonces, casi total —si tenemos en cuenta la ausencia
casi completa de referencias al respecto a partir de aquel discurso de la
Sociedad Francesa—.LXIX Herrera y Reissig, joven cuando estos asuntos
se definen con dramatismo, como lo pinta Picón Olaondo, adhiere a
la causa de su tío. Al hacer su definición personal más consciente, sin
embargo, en el momento en que escribe el Tratado de la imbecilidad
del país…, se apartará de ella y de su tradición familiar, de la que a
menudo se reirá de modo agridulce luego,LXX sin por eso adherir a la
tendencia democratizadora de Batlle.

1900, p. 1, col. 8.
LXIX El tema de la pertenencia política de Herrera y Reissig se volvió a discutir alguna
vez en vida del autor, especialmente cuando éste acepta escribir en La Democracia, dirigido
por Luis A. de Herrera, el 20 de abril de 1906. En esa ocasión dirige al líder nacionalista
unas líneas, que éste incluye en su periódico, y que una vez más habrán sido escandalosas
por hacer el poeta una fuerte declaración contraria al gobierno colorado del momento,
confirmando su oposición a Batlle y Ordóñez. Decía Herrera y Reissig: «La Democracia»
es el león de los derechos públicos. Salve orgulloso y fiero paladín de la libertad y de la ley
hoy conculcados. ¡Tú eres más que una bandera. Eres una conciencia que grita!». El 17
de junio de ese mismo año publicará, en el mismo periódico, una declaración en la que
dice: «Yo nunca he pertenecido ni pertenezco a ningún partido tradicional (…) soy y seré
libre de cálculos filibusteros (…) fieramente independiente. (…) Un cometa (…) con su
órbita individual y consciente en medio a los sistemas fijos de la política aborigen, lo cual
no quiere decir que no me encuentre abanderado circunstancialmente en la propaganda
del partido blanco o lila, si la razón y la dignidad del país, se encuentran de su parte —con
cuya actitud me enorgullezco».
También puede argüirse la existencia de un costado político posterior en Herrera cuando
gestiona —en general, sin resultados— algún cargo público a través de amigos que actúan
en el nivel partidario orgánico. Sin embargo, no se registran más acciones de política
directa, como la reseñada, en el resto de la vida de Herrera y Reissig.
LXX Algunas referencias directas en el Tratado de la imbecilidad… y en correspon-

62
Julio Herrera y Obes en la tapa de La Alborada, en 1903
Tratado de la Imbecilidad del País

Parece haberse mantenido, a partir de allí, toda la vida al margen


de esta definición, que apuraba a casi todos en su tiempo. En ese
momento tiene su inicio esa mirada distante que elaboró respecto del
entero funcionamiento político del país.
Su mirada ha cristalizado justo antes de que Batlle sea una realidad
de poder. Su visión de la política de su país es la fotografía tomada,
sobre la base del derrumbe de sus propias expectativas, en los últimos
momentos de una larga tradición de elitismo liberal e «influencia
directriz» que está a punto de ser, a la vez, sacudida hasta sus raíces, y
en parte renovada por el ascenso y la consolidación del batllismo. Su
crítica a los aspectos desbalanceados, «impulsivos», excesivos, miopes
de todas las líneas partidarias que tenían expresión en su momento
puede ser acusado quizá de falta de pragmatismo, de distanciamiento
excesivo respecto de las complejidades de la Realpolitik. Sin embargo,
determinados peligros en germen del tipo de experimento que
Batlle y Ordóñez estaba impulsando no le fueron, por eso mismo,
ajenos, desde tan temprano, precisamente a él, supuestamente el más
«ingenuo» políticamente de los intelectuales del Novecientos.
Su juventud y su apertura a lo nuevo quizá lo hubieran inclinado
a sumarse a la línea de cambios democráticos que definirían el
segundo impulso modernizador que acaudilló Batlle y Ordóñez. Su
peripecia personal, su destino familiar, sin embargo, le obturaron esa
posibilidad: los dos hombres fuertes del partido Colorado a lo largo de
toda su vida activa serán sus enemigos: Cuestas y Batlle y Ordóñez.
Desde el limbo político en el que cayó es que elabora su crítica,
pues lo que le quitó poder real lo liberó en el mismo movimiento de
compromisos partidarios y personales. Fue abandonado por cualquier
perspectiva política viable, pero a la vez que su maniobra personal
de salida de la lógica de su tiempo y su ciudad le veda el acceso a los
mecanismos oficiales de aquélla, le abre como contrapartida las
puertas a una crítica más sólida y hasta cierto punto de visión más larga
que las que fueron de curso en su momento.

dencia privada muestran una alternancia entre la virulencia del apóstata y el reconoci-
miento del discípulo a las virtudes cívicas e intelectuales de esos antecesores. Ejemplo
de las primeras, dice por ejemplo en carta a Tiberio: «mi familia de politicuelos zafios»;
además, sus contertulios veían, en su cenáculo del altillo de la calle Ituzaingó, un retrato
de su tío acompañado por la irónica inscripción: «Un impostor». De las segundas son sus
observaciones elogiosas en el Tratado… sobre «Manuel Herrera y Obes, Andrés Lamas,
Santiago Vázquez, Cándido Joanicó, Pacheco, los Varela, los Berro, Vázquez y Vega, Juan
Carlos Gómez, entre los antiguos —y entre los modernos Carlos María Ramírez, Ángel
Floro Costa y Julio Herrera y Obes».

64
Julio Herrera y Reissig

No obstante, su postura es ideológicamente ecléctica. Si por


momentos en su Tratado de la imbecilidad… parece elogiar el
anarquismo, como cuando al fin del capítulo sobre el pudor reclama
«que brille la ciudad de la Anarquía», es sin embargo difícil adscribirlo
sin más a tal corriente, incipiente por entonces en el país, y traída por
obreros ácratas españoles e italianos emigrados de Buenos Aires, de
donde el gobierno argentino los había expulsado al comenzar el siglo.
El tipo de individualismo «evolucionista, spenceriano, de carácter
conservador, que era doctrina universitaria e ideario de la burguesía
doctoral»LXXI rezuma en todas partes en su Tratado…, al tiempo que
lo hacen duros ataques a muchas de las convenciones sobre las que
aquella misma burguesía basaba toda posible convivencia social.LXXII
Su deserción de la política es significativamente expresada
en el «Epílogo wagneriano». Hay allí frases en que se revela que es
la conmoción existencial de la caída de las certezas respecto de
cualquier «verdad», el derrumbamiento de los programas metafísicos
y la consiguiente angustia existencial que es característica del espíritu
«modernista» lo que labra en su espíritu. Han sido los filósofos que
enseñan la duda —Spencer, Nietzsche, Taine— los que enseñaron
a Herrera y Reissig a dudar de sí mismo, e incluso de esos filósofos.
Tales influencias apuraron una transformación que hace menos
provinciano, más cauto intelectualmente, a Herrera y Reissig, quien
pasa a descreer de todas las certezas, o a asignárselas irónicamente a
los oficiantes en las capillas políticas:

En vez de Juan Carlos Gómez y mi pariente Melchor —algunos ingleses y


alemanes que hacen inútilmente pensar en sabe Dios cuántas cosas que no
interesan a los uruguayos, se hospedan en mi cuchitril. De un mordisco
helado y hondamente acerbo me han roto el umbilical del nacionalismo, del
pandillaje, del énfasis de partido, del ceremonial caribe, de la ingenuidad
celícola, del cazurro catonismo; hicieron trizas los viejos goznes convencionales.
De un salivazo han desteñido mi caduca divisa roja, no dejando en ella sino

LXXI Alberto Zum Felde, Proceso intelectual del Uruguay y crítica de su literatura, tomo II,
Montevideo, edición subvencionada por la Comisión Nacional del Centenario, 1930, t. II,
p. 22 y ss.
LXXII Sobre el «anarquismo» de Herrera, corresponde esta observación de Rodríguez
Monegal: «(…) hacia 1900, por sus lecturas y hasta por algunos desplantes personales,
Roberto de las Carreras y Herrera y Reissig pudieron incorporarse a una corriente anar-
quista en la que militaban ya Sánchez y Vasseur; de éstos los aislaba la posición estética o
el ostentoso dandysmo de las actitudes». En «La generación del 900», Número, año II, n.o
6-7-8 (enero-junio 1950): 37-61 [46].

65
Tratado de la Imbecilidad del País

un débil rosicler que se halla en buenas relaciones con el siglo XX y el


dandysmo neurasténico. No vayas a entender por eso que soy un disolvente,
un paradojista, un nietzscheano. No, no. Es demasiada pedantería permitirse
tener ideas a este respecto, pretender hallarse en lo cierto; la verdad no se
halla en nada, y ni se sabe si existe. En caso de que palpite, bien lo saben los
filósofos, quienes están más cerca de ella son los blancos o los colorados…

Pese a la existencia ya para entonces, en la misma política uruguaya,


de una tradición de independencia de algunos intelectuales respecto
de los partidos mayoritarios, y pese a que tales intentos de abandono
de los aspectos indeseables que acompañaban la lógica bipartidista
serán frecuentes desde dentro y fuera de esos partidos, no es la actitud
de Herrera la de organizar una postura política independiente en el
sentido práctico. Se ubica como un intelectual independiente que
hace el proceso de toda la lógica política, sin intentar unirse a las líneas
exteriores a los grandes partidos.
Al tomar esta decisión, Herrera y Reissig se convierte en uno de
los primeros intelectuales del país que exploran un camino realmente
autónomo para la práctica de la literatura.
Visto desde la distancia de un siglo largo, la caída del proyecto
del que participó Herrera de «occidentalizar» Montevideo procedió
por la vía, paradójica, de la ironización de su pretensión europea. Es
decir, hizo la crítica de una europeización impostada, azuzando a sus
compatriotas para que fuesen occidentales y americanos a la vez, y
la llevó a cabo sobre la base de la intuición de que una más madura
asunción, incluso en sus aspectos trasgresores, de la moderna cultura
europea debía ser adoptada y actuada en su propia ciudad.
La sustitución, lenta pero sostenida, de aquel proyecto
occidentalizador del que participaron Herrera y Reissig y casi todo
el Novecientos, por lo que podría gruesamente resumirse como un
proyecto de regionalización y latinoamericanizaciónLXXIII cultural
y mental del país, puede haber sido así una derrota secretamente
victoriosa, si se atiende a los duraderos efectos de centralidad
cumplidos de todos modos por el imaginario moderno occidental,
que pueden constatarse especialmente en las décadas de los veinte a
los sesenta, en el Uruguay.

LXXIII O de «macondización», en todas las dimensiones que da Volek al término. En


Emil Volek, «José Martí, ¿fundador de Macondo?». Hermes Criollo, año 2, n.o 5 (julio de
2003): 23-32.

66
Soledad Luna, la hija de Julio Herrera y Reissig
Tratado de la Imbecilidad del País

Tales resultados, que en general se atribuyen a la revolución


batllista, dieron sin embargo también cabida y espacio para la
expresión de aquel imaginario a la vez elitista y liberal que fue el de
Herrera y Reissig, y que, centrado en Montevideo —verdadera ciudad
hanseática de mediados del XIX—, constituyó la marca de la ideología
llamada de la Defensa.LXXIV
Heredero de esa zona del pensamiento montevideano, el hacer
ideológico de Herrera y Reissig debe inscribirse completamente
a caballo de dos momentos políticos e imaginarios de su país, y es
esencial recordar que el período en el que escribe este Tratado de la
imbecilidad del país… es todo previo al triunfo del proyecto batllista.
Al ensayar su crítica de lo que considera aspectos infantiles de la
mentalidad uruguaya, Herrera y Reissig se dedicó a criticar un estado
cultural y cívico prebatllista. Es por eso que en su crítica —y pese a
su honda resistencia a Batlle y Ordóñez— converge a veces con la
crítica hecha por la misma elite del batllismo más de una vez.LXXV Sin
embargo, ninguno de los dos agentes —ni Herrera y Reissig, ni la elite
del batllismo— logrará destruir o debilitar seriamente algunos aspectos
provincianos, elementales, básicos, de esa mentalidad uruguaya,
que aparecen con claridad retratados en el ejercicio del Tratado… y
que pueden incluso ser reconocidos por el lector contemporáneo, a
poco que conozca con cierta profundidad la vida mental y social del
Uruguay.

LXXIV Debido a que se la asocia con la defensa de la ciudad de Montevideo: sitiada por
el ejército argentino de Rosas y sus aliados durante el largo período de la llamada Guerra
Grande (1839-1852).
LXXV Sin asimilar simplemente a Rodó con el batllismo, el Rodó de esos años 1900
a 1904, cercano a Batlle por entonces, coincide con Herrera y Reissig en su desánimo
por lo que considera condiciones no suficientemente refinadas —ni siquiera suficien-
temente «civilizadas»— de la vida institucional y cultural del Uruguay. Véase por ejemplo
este pasaje de una carta de Rodó de 1904: «Por aquí todo va lo mismo: guerra y miseria,
caudillos y fanáticos, ríos de sangre y huracanes de odio. En todo eso, vida febril; y en todo
lo demás, muerte y silencio». En otra carta agrega: «(…) para los que tenemos aficiones
intelectuales (…) resultan, más que incómodas, desesperantes las condiciones (siquiera
sean transitorias) de este ambiente, donde apenas hay cabida para la política impulsiva y
anárquica (…)». (Emir Rodríguez Monegal, «Introducción general» a J. E. Rodó, Obras
completas, 1.ª ed. (Madrid: Aguilar, 1957): 34. La categoría de «impulsividad», subrayada
por el propio Rodó, constituye uno de los conceptos centrales en la crítica que desarrolla
el Tratado de la imbecilidad… herreriano.
Dicho esto, hay a la vez que reconocer que la actitud de desprecio de Herrera y Reissig
con respecto, por ejemplo, a los inmigrantes que estaba recibiendo el país —incluyendo,
claro está, a la inmigración italiana, uno de los fuertes soportes del batllismo— nunca
podría haber sido homologada por los batllistas, portadores de una visión radicalmente
democrática que está ausente en Herrera.

68
Julio Herrera y Reissig

Es importante conservar esta cautela a la luz de consideraciones


genéricas que se han hecho acerca de que estos textos no corresponden
a la ciudad que pintan. Ángel Rama, en los comentarios que hace
sobre este texto en uno de los capítulos de su Las máscaras democráticas
del Modernismo, dice que Montevideo «era un ejemplo de dinámica
sociedad democrática en la época en que escribía Herrera y Reissig».
La afirmación no parece corresponder a la realidad de la política
uruguaya de 1900-1902, dominada por componendas de cúpula y
que aún no había siquiera empezado a instrumentar los cambios y
ajustes administrativos que abrieron el cauce a un funcionamiento
cabal de la democracia representativa, que solo advinieron al andar
de las sucesivas administraciones batllistas, de incipiente y turbulento
comienzo en 1903, cuando estos textos estaban concluidos.LXXVI
No será esta peripecia política la única fuente de conmoción para
Herrera y Reissig. Justo en los años que ocupa redactando su Tratado
de la imbecilidad…, cuestiones personales, íntimas, tensan también su
visión de la moral ambiente y ponen a prueba la solidez última de las
creencias que recientemente parece haber abrazado.

La crisis íntima
Octubre de 1901 es un mes señalado para Herrera y Reissig por
dos motivos diferentes. En la mañana del 8 de ese mes, Roberto de
las Carreras, reconocido en toda la ciudad por su rechazo visceral
del matrimonio, envía «a Julio Herrera y Hobbes (Ex Reissig)» una
desopilante e imperdible carta pública,LXXVII en la que explica las
razones por las que ha aceptado, después de todo, casarse con su
sobrina, Berta Bandinelli, «una señorita, menor de edad, [que] es mi
amante, como tú no ignoras: una esclava de mi voluntad, sugestionada
sumisa de mi harén de Gran Visir».

LXXVI En sus observaciones Rama incluye también la errónea noción de que el texto
«pudo haberse titulado Los Nuevos Charrúas», así como también cuando dice al pasar «el
largo ensayo nunca concluido» de Herrera y Reissig, concepto ampliamente discutible
una vez que se recorre el total de los manuscritos, y en el que Rama sigue probablemente
conclusiones de Roberto Ibáñez que no parecen haber salido del examen detenido de
aquéllos. Apura Rama la tesis de que fue la «vulgaridad» del texto lo que lo conservó
inédito.
LXXVII
Publicada originalmente en el periódico El Trabajo, año I, n.o 20, el 8 de octubre de 1901.
Reproducida por Ángel Rama en Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas de Roberto de las Ca-
rreras (Montevideo: Arca, 1967): 61-64.

69
Tratado de la Imbecilidad del País

En esa carta, la actitud, supuestamente cultivada por ambos, de


posesión y dominio erótico sobre el sexo opuesto (acompañada,
paradójicamente, por una exaltación de la libertad de la mujer,
apoyándola ruidosamente en la exploración de su propia sexualidad)
es expresada en rasgos elocuentísimos. La misiva termina con De las
Carreras invocando a Herrera y Reissig de esta manera:

Yo, amante de nacimiento, hidrofobia de los maridos, duende de los


hogares, enclaustrador de las cónyuges, sonámbulo de Lisette, me sujeto a
tu dictamen, oh Lucifer de Lujuria, hermano mío por Byron, Parca fiera del
País, obsesión de pecado, autopsista de una raza de charrúas disfrazados de
europeos. ¡Yo imploro tu absolución suprema, oh Pontífice del libertinaje!

Por los días en que recibe esta carta, clímax en la realización de


su imagen pública como «poeta maldito», en la que De las Carreras
implora su absolución como «Pontífice del libertinaje», Herrera
y Reissig está concibiendo —al margen de Zoraida, su eterna novia
de la época, y con una maestra primaria de nombre María Minetti
Rodríguez— una hija natural, que nacerá exactamente nueve meses
más tarde, el 8 de julio de 1902. Se llamará Soledad Luna, y al crecer
empleará ese nombre, seguido del apellido Herrera y Reissig.LXXVIII

LXXVIII Soledad Luna, hija de Julio Herrera y Reissig y Maria E. Minetti Rodríguez, nació
en Montevideo el 8 de julio de 1902. En mayo de 1904 su padre cumplió con los trámites
legales de reconocimiento de la niña como su hija natural.
La crianza corrió por cuenta de su madre; es difícil —por las brumas de que se ha rodeado
el episodio— saber en qué medida Herrera y Reissig se ocupó de ella. En su juventud fue
becada por el gobierno uruguayo para «cursar estudios superiores de piano en la capital
alemana, con el objeto de perfeccionar las admirables condiciones naturales de que
hiciera gala desde su más tierna adolescencia», según dice Teodoro Herrera y Reissig en
anotaciones manuscritas tituladas «La destacada personalidad de una becada uruguaya».
En 1929, Soledad Luna Herrera y Reissig se casa y pasa a residir en Buenos Aires con su
esposo.
Una publicación de la década de 1920 muestra la foto de una hermosa joven y dice: «No-
ticias recibidas recientemente de Berlín nos dan cuenta de los progresos realizados en sus
estudios de piano, por la señorita Soledad Luna Herrera y Reissig, con cuyo retrato enga-
lanamos hoy esta página».
Su carrera artística no es, sin embargo, completamente exitosa, aunque parece continuar
durante años. Su tío Teodoro la alienta en cartas privadas, recomendándole más reso-
lución y menos dudas y timideces, para imponer al público un talento musical que él juzga
muy importante.
En octubre de 1932 es, junto con Michel Zadora, una de los dos pianistas en un concierto
celebrado con fines benéficos por una comisión de damas de la alta sociedad oriental, en
el Teatro 18 de Julio de Montevideo.
Tardíamente nace su hijo, Juan Carlos Albani, nieto de Julio Herrera y Reissig, de quien
su madre dice en una carta que «ha heredado el talento de su abuelo y el físico». Es cierto

70
Julio Herrera y Reissig

Este episodio contribuirá —de acuerdo con indicios de oscura


interpretación que no obstante afloran en su obra y en su biografía—
a un conflicto moral de proporciones importantes.
Arturo Ardao, en su pionero estudio sobre la evolución intelectual
de Herrera, dice que se trató de «un vuelco sentimental en la vida del
poeta»,LXXIX y juzga que «parece inevitable relacionarlo con la honda
y decisiva renovación filosófica y estética, de hecho inseparables,
que por entonces experimenta».LXXX Este juicio parece compartible
a poco de examinar la multiplicidad de líneas de tensión que se van
acumulando en este período sobre Herrera y Reissig, de las que hemos
repasado ya algunas.
Enfrenta este episodio, en la práctica, al autor del Tratado… con
varios de los temas sobre los que estaba pontificando teóricamente en
sus escritos: la posibilidad de la elección por encima de la convención
de las clases sociales; el rol del género frente a la libertad; el aborto —
que estudia, con desparpajo, en su fenomenología y en su estadística,
escandalosas ambas por sus ocultas dimensiones, y se le habrá quizá
presentado entonces como opciónLXXXI—; la relación ética no siempre
fácil entre el discurrir intelectual acerca de principios generales y la
decisión concreta sobre un caso específico y personal.
Todo este conflicto está quizá en última instancia presente en el
trasfondo —digámoslo pese al natural recelo que suscita la asociación
simple entre productos artísticos y biografía— de una de las dos obras
dramáticas que se conservan de Herrera y Reissig, titulada La sombra
—que también llevó en algún momento el título de Alma desnuda.
En La sombra, Alberto, el protagonista, un «filósofo de treinta y tres
años, esbelto […], de familia noble […] pero con ideas anarquistas a

que en una fotografía de sus ocho años se lo ve bastante parecido al poeta.


En su madurez, Soledad Luna lee y practica teosofía, «inquietud también de mi padre en
sus últimos años de vida», según ella misma afirma.
LXXIX Arturo Ardao, «De ciencia y metafísica en Herrera y Reissig», en Etapas de la in-
teligencia uruguaya (Montevideo: Departamento de Publicaciones de la Universidad de la
República, 1968): 287-296 [292].
LXXX Ibídem.
LXXXI Un testimonio de Soledad Luna permite inferir algunos rasgos de la perspectiva
con la cual Minetti enfrentó la circunstancia de su embarazo y el cuidado de su hija. Dice
aquella en una carta privada enviada a un amigo uruguayo en 1954: «Amó a un solo
hombre, mi padre, luchó como leona para brindarme todo lo posible, su lucha fue digna,
no se valió de sus encantos físicos, ya que era bellísima cuando joven, para “conseguir
dinero”; fue maestra, después directora de escuela, tuvo conservatorio de música, etc. y se
mantuvo dentro de una perfecta y santa moral, fiel a mi padre, hasta el fin. Fue la mujer
que lo dio todo y no pidió nada».

71
Tratado de la Imbecilidad del País

outrance inculcadas en el medio intelectual extraño y escépticamente


revolucionario en que actúa desde hace tiempo», perfil que tiene
ciertos parecidos con el propio poeta, tiene un hijo natural con
Laura, «buena mujer, de clase humilde y carácter resuelto. Bella pero
en extremo ajada […] Fue amante de Alberto hasta poco antes del
matrimonio de éste […]».
Laura es, además, una «maestra primaria», igual que la madre de
Soledad Luna. Esta maestra «tuvo un hijo de sus breves amores con su
seductor». En la obra, Alberto dice de Laura:

La hice mía, le vacuné mi virus sentimental. Desaté todas las cadenas y


todos los lazos de su alma. De pobre eslabón de la especie, yo la hice Reina,
Hada, Diosa, Estrella. De burguesa [la convertí] en anarquista; de vulgar,
en sibarita; de esclava católica, en rebelde paradojal; de señorita maestra,
en hurí luciferiana… con todos los elíxires del vicio enfermo y todas las
insinuaciones de la serpiente fatal!…

Los estereotipos de femineidad constreñida por una moral


determinada desde la religión tradicional, contra los que apunta
Herrera en su Tratado de la imbecilidad…, aparecen aquí, bajo el sintético
apelativo de «esclava católica». El drama concluye en anagnórisis, con
el reconocimiento del hijo oculto por parte de Adelfa, la esposa de
Alberto, por quien habla a su vez una voz convencional de la «conciencia
moral» que suena como el estereotipo de la censura clásica de la visión
burguesa ante episodios tan comunes como el que ocurre en la obra:

Porque no es otra cosa que un crimen, y de los más bajos, arrastrar hasta el
abismo a una pobre mujer, quitarle todo lo que posee en el mundo, hogar,
ventura, reputación, porvenir, belleza… todo… abandonarla con un hijo,
sin nombre, en el medio de la calle.

Cuándo se escribe este textoLXXXII y en qué medida pueda ser


ciertamente indicativo de la repercusión de una crisis moral mayor

LXXXII Roberto Ibáñez, quien se ha ocupado extensamente de esta pieza, adhiere a la


información, dada por Julieta de la Fuente, de que la redacción de La sombra es de 1908, y
que fue dictada por el poeta para su presentación a un concurso literario. Sin embargo, ya
en 1904, en carta a Juan José Soiza Reilly, Herrera informa que tiene «el ropero atestado
de inéditos», entre ellos «un drama». No puede descartarse (e Ibáñez no lo hace, aunque
cree que se trata de otro diferente) que este drama sea el germen, o el original, de La
sombra, que el poeta puede haber rehecho o simplemente pasado en limpio en 1908 para
enviarlo a ese concurso.

72
Julio Herrera y Reissig

en la vida del poeta, no lo sabemos con certeza. Sin embargo, existen


en la obra algunas importantes referencias y pasajes que hacen pensar
en el tono y contenido del Tratado de la imbecilidad… En La sombra,
el protagonista desarrolla en interesantes monólogos —pese a lo
no interesante, quizá, de la obra en su conjunto— una concepción
crudamente evolucionista del amor, que es «una lucha cruenta a gana
o pierde, un combate antiguo en que uno de los dos contendientes
—o el más fuerte, o el más apto, o el más ingenioso— queda arriba
triunfante, y el otro abajo, humillado y maltrecho. (…) simplemente
un arte sutil de adaptación y de análisis, de apariencia y de engaño».
Esta asunción de la validez de los principios evolutivos —y de la
supervivencia del más fuerte— da al discurso de Alberto un continuo
parecido con el del propio Herrera y Reissig en tantos pasajes de su
ensayo de 1900-1902.
Esta línea de pensamiento, sin embargo, se revela al final como
inconsistente, o el personaje no puede mantenerla cuando los hechos
lo desafían en el nivel emocional. Como le apunta su esposa: «Para
lo que te ha servido tu divina ciencia… ¡Ni siquiera te ha enseñado
a ser moral!…». Hay una especie de vuelta a Dios del ateo —nada
conmovedora, quizá por su imperfecta factura técnica— en los últimos
momentos de la obra, cuando éste se enfrenta melodramáticamente a
la crisis provocada por el reconocimiento de su culpa, frente a sus dos
mujeres y a su hijo.
Distintas lecturas se abren ante este final, y ante el tipo de
protagonista que Herrera construye. Por un lado, puede hacerse una
lectura directa, según la cual habría una especie de renunciamiento
último de Alberto, al que lo emocional, por un lado, y la censura de
las convenciones sociales, por otro, «quiebran» en sus convicciones
intelectuales, por seductoras y sólidas que éstas hayan sonado hasta
ese momento.
Otra lectura, irónica, podría hacerse entendiendo que lo ridículo
de la situación de tal «filósofo», y la obra toda, es una boutade más de
Herrera y Reissig, quien muestra a quien pueda entenderlo lo patético
del sistema de valores al que finalmente se rinde Alberto, por la vía
de hacer un cuadro «objetivo» de tal peripecia íntima. La derrota del
filósofo no es la de su filosofía, sino la del hombre incapaz de estar a
su altura. Que lo sea, de todos modos, no excluye que la pieza ventile
algunos temas muy íntimos de su autor, quien no se esfuerza en
ocultar coincidencias biográficas clamorosas. Julieta de la Fuente dijo
alguna vez que el autor leía a sus amigos «como una gracia» el discurso

73
Tratado de la Imbecilidad del País

del filósofo ateo y revolucionario que en las malas se vuelve a Dios, lo


que indicaría que la segunda lectura, la «irónica», podría haber estado
cerca de la que hizo el propio autor.LXXXIII
La obra, cuyo examen más extenso nos apartaría completamente de
nuestro tema, admite pues múltiples lecturas a poco que se reflexiona
sobre el modo como su trama y la contextura de sus personajes
pueden hacerse productivos a la luz de la sospechada complejidad
interna del autor con respecto a uno de los temas centrales de este
«drama lírico», el de la coherencia interna entre filosofía y práctica,
especialmente cuando la decisión debe asumirse desde un marco
filosófico fuertemente determinista, aspectos que seguramente no
fueron ajenos al incidente en el que el propio Herrera y Reissig debió
tomar las decisiones en torno a la concepción, el nacimiento y la
relación con su hija natural y con la madre de ésta.
El nacimiento de su hija ocurre en el mismo año 1902 en que,
más temprano, Herrera y Reissig había contribuido, indirectamente,
al pistoletazo que mata a Federico Ferrando. En efecto, una diatriba
que Herrera y Reissig escribe en privado contra Guzmán Papini y Zas,
el contendiente y agresor de Ferrando (quizá con la intención de
que éste directamente la publicara con su firma), es empleada como
insumo por Ferrando para su segunda contestación a los ataques
públicos del primero, que lo acababa de amenazar públicamente
recomendándole «las píldoras de plomo del Dr. Smith Wesson».LXXXIV
Ante la agudización de la violencia potencial de la situación,

LXXXIII Sobre esta lectura, véase Roberto Ibáñez, «Obras dramáticas de Julio Herrera y
Reissig», en Fuentes, año I, n.o 1 (1961): 207-270. [218].
LXXXIV Esta participación de Herrera y Reissig está fundada y discutida en mi artículo
«Camafeísmo del insulto en el ‘900 montevideano. Herrera y Reissig y de las Carreras
intervienen en la polémica Ferrando-Papini», en Maldoror, n.o 24, nueva época (mayo de
2006): 36-43. El episodio, y el manuscrito, abonan la tesis de que Herrera intervino como
redactor parcial o total de la famosa diatriba que, en un estilo exactamente igual, De las
Carreras publica contra Álvaro Armando Vasseur en junio de 1901.
Un testigo de época, Osvaldo Bixio, que estaba en relación con todos los actores y con-
currió al sepelio de Ferrando, informó también sobre otro nivel en el cual Herrera y
Reissig tuvo participación activa en el episodio. Dice: «Ahora le voy a narrar en qué cir-
cunstancias Quiroga mató a Ferrando. Era ésta una polémica que se mantenía acerca
del Modernismo, desde “La Tribuna Popular”, y tomaban parte contra Papini, Horacio
Quiroga y Federico Ferrando, que se singularizaban los dos porque se vestían igual y
usaban una luenga barba. Y éstos hicieron la defensa de Julio, del Modernismo, contra
la tendencia antagónica de Papini. Debido a esto se preparaba un duelo entre Ferrando
y Papini. Ya ve que la muerte de Ferrando se provocó por Julio». (Testimonio inédito del
Sr. Osvaldo Bixio, conservado en la Colección Particular Herrera y Reissig, Biblioteca Na-
cional, Montevideo.)

74
Julio Herrera y Reissig

ocasionada por lo áspero de los conceptos y palabras de crítica


empleados por los contendientes, Ferrando compra por esos días un
arma para defenderse ante un eventual ataque físico o la realización
de un duelo. Horacio Quiroga va a visitar a su íntimo amigo Ferrando
a su casa, al volver de un viaje, y lo mata sin querer al escapársele un
tiro mientras examinaba el arma.
La violencia de este episodio trágico, más la tribulación moral
que parece haber acompañado el nacimiento de su hija, pueden
haber labrado en el espíritu de Herrera y Reissig, contribuyendo a su
reformulación personal por entonces. Es de esa época (del 1 de junio
de 1902) su confesión a Edmundo Montagne: «Muy triste me hallo.
Muy abatido (…)».LXXXV

III. El itinerario de escritura


del Tratado de la imbecilidad del país…

Hemos repasado las crisis que atraviesa Herrera y Reissig entre


1900 y 1902,LXXXVI y hemos visto que ellas proveen el marco para una
transformación radical de aquel poeta que, aún en 1899, publicaba
sus pequeñas piezas de un romanticismo trasnochado en periódicos
y se apasionaba con las luchas de banderías políticas al uso. Es en esos
días turbulentos de comienzos del siglo que da forma a estos textos, su
Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert Spencer, y pone en
ellos toda su esperanza de estar construyendo un trabajo importante
y perdurable. Las cartas a sus amigos Edmundo Montagne, Oscar
Tiberio, y algunas otras declaraciones públicas de Herrera y Reissig
trazan, con cierto detalle, el itinerario de la escritura del Tratado…
Ese itinerario puede resumirse desde ya. A fines de 1900, Herrera
y Reissig encara la redacción de algunos textos en prosa que, en un
comienzo, serían parte de un trabajo en común con De las Carreras.
Eventualmente, la zona herreriana de tales manuscritos creció y
se independizó del proyecto original, para dar lugar a los ensayos y
capítulos de su Tratado de la imbecilidad del país…, el cual parece estar
definido como proyecto autónomo, y con su propio título, ya para

LXXXV Carta de Herrera a Montagne de 1 de junio de 1902, en Penco, op. cit.: 162.
LXXXVI Hay una discusión más específica acerca de la crisis filosófica en el Posfacio
crítico, incluido en el cd-rom.

75
Tratado de la Imbecilidad del País

octubre de 1901.LXXXVII De la parte correspondiente a De las Carreras


del proyecto, si alguna vez se escribió, no tenemos noticia cierta,
aunque son abundantes las semimitológicas referencias a tales papeles
en diversas fuentes. Tampoco sabemos el tono real de tal obra de De
las Carreras, salvo por reportes indirectos.LXXXVIII
Veamos ahora los testimonios de época que dan cuenta de estos
asuntos.
La primera mención de la que tenemos noticia a un trabajo que
podría tener relación con el posterior Tratado de la imbecilidad del país
por el sistema de Herbert Spencer es de carácter público. Abre, a su vez, una
innecesariamente larga saga de especulaciones acerca de la autoría de
los manuscritos producidos en aquellos tiempos, entre ellos los que
compondrán el Tratado…
En la edición popular del periódico montevideano El Siglo
del 7 de junio de 1901, en la página 1, columna 6, hay una noticia
«bibliográfica» que dice:

Los señores Herrera y Reissig y Roberto de las Carreras, dos escritores


sobresalientes, terminan el libro de crítica literaria y de crítica de literatos
que hace tiempo están preparando. Esa doble crítica, en estilo vigoroso y
nuevo, tendrá el privilegio de provocar debates interesantes.

LXXXVII En una anotación inédita comentando una carta de Quiroga que


citamos enseguida, Roberto Ibáñez llegaba ya a esta misma conclusión, que por otro lado
parece la única posible luego de examinar manuscritos y testimonios.
LXXXVIII Alberto Zum Felde cita algunos inéditos de De las Carreras: «Su obra
maestra quedó inédita, sin embargo; y probablemente ya ni existen los manuscritos de
ella. Era una especie de crónica montevideana, burlesca y licenciosa, titulada El sátiro,
donde el escritor hacía gala de toda la agudeza de su ingenio y de su estilo, y en la cual fi-
guraban, como personajes, hombres y damas conocidos del ambiente político y mundano
de la época. Por tal razón —y mediando influencias amistosas— el autor no se decidió a
publicarla, siendo solo conocida, en parte, por lecturas privadas. Zum Felde, Proceso in-
telectual…, op. cit. [329]. Arturo Sergio Visca («Prólogo» a Antología de poetas modernistas
menores [Montevideo: Biblioteca Artigas, 1971]: xxi) y Ángel Rama añaden a esa refe-
rencia otras, también tomadas de Zum Felde. Dice Rama, en uno de los textos más inte-
resantes que se hayan escrito sobre este período: «[De las Carreras] encara con [Herrera
y Reissig] la realización de algunos de los libros escandalosos que diariamente dictaba a
sus secretarios en el Moka, interrumpiéndose de pronto para tararear una melodía vaga
que explicaba: “invoco la palabra”, “silencio, busco el vocablo”. Entre estos libros estaba
la Antología de la aldea, crítica de escritores, El sátiro, que al parecer narraba con fruición la
vida privada de muchos uruguayos, dícese que incluso la de Batlle y Ordóñez, y Fuego sobre
el Ateneo, ambicioso volumen referido al “amor libre” y del que llegó a adelantar un escrito
ocasional, Don Amaro y el divorcio, publicado con motivo del escándalo que De las Carreras
y otros anarquistas promovieron en el santuario ateneísta, echando de la tribuna al Dr.
Amaro Carve que dictaba una conferencia contra el proyecto de ley de divorcio y reempla-
zándola con un alegato por el “amor libre”». En Rama, op. cit. (1967): 26-27.

76
Herrera con su gato Holofernes. Dibujo de Vicente Puig
Tratado de la Imbecilidad del País

Una importante noticia aparecida ese mismo año, y casi enseguida,


el 20 de junio, en el periódico El Imparcial de Salto, página 1, columnas
1 y 2, continúa aportando datos sobre el proyecto por entonces en
común. El periódico salteño publica entonces una extensa carta
que, desde Montevideo, envía Horacio Quiroga a su amigo Federico
Ferrando. En ella, entre otros comentarios y noticias sobre la
actualidad del mundillo literario montevideano, se encuentran los
siguientes párrafos:

La noticia de un libro a aparecer, escrito por Roberto de las Carreras


—prólogo de Julio Herrera y Reissig— no es probable se conozca en
esas regiones agrícolas. Trátase de una obra eminentemente nacional,
con bonito título y tendencias más que humanitarias. Se pretende en
ese libro dar una cabal idea de lo que somos, es decir, de lo que son
nuestros compatriotas, explicando el origen de ciertas piedras cerebrales
tan edificantes en la República Oriental del Uruguay, así como la virtud
nacional de ser presuntuosamente estúpidos —perdón por la palabra, pero
se trata de eso en el libro.
Desfilan en el prólogo de J. H. y R. muchas cosas: la República, su
aspecto, Zorrilla de San Martín, las cañas dulces, singular parecido de
Montevideo con Salto y Paysandú, los charrúas —indios que existieron
antes— terrenos de sedimento, y algún […]pico.
Hay otras cosas, pero no las recuerdo.
Roberto de las Carreras moraliza. Extirpa a Eduardo Ferreira, excelente
caballero, pero detestable escritor, (Carreras no cree que sea caballero), a
José Rodó, víctima de ciertas cosas; a Víctor Pérez Petit, que tiene una
enfermedad en la cabeza; y así pasan por la obra muchos hombres de letras,
Carlos Reyles, Bobadilla (cubano), Papini y Zas y algunos otros.
Hasta pasa graciosamente Lugones, que es el primer poeta actual.
Hay además un diálogo-introducción en el que no me atrevo a decir
se burlan, pero sí se ríen de los 200.000 kilómetros cuadrados de fértiles
campiñas que en los mapas se llaman R. O. del U. En verdad, y esto es
necesario para la tranquilidad nacional, no se trata de que todos crean lo
que dice el libro como en un evangelio. Va la obra a título de información,
nada más. Cierto es que las páginas son graves; pero estoy seguro de que
mis buenos amigos no pretenden organizar un movimiento de vergüenza
hacia la suma de habitantes de nuestra tierra.

78
Julio Herrera y Reissig

Hasta aquí el informe de Quiroga —quien por esos tiempos pasaba


por una etapa de aparentemente buena relación con Herrera y sus
allegados, cosa que no iba a mantenerse así en el futuro.
¿Cuál es, pues, la interpretación que puede darse al informe
quiroguiano, así como al previo suelto en El Siglo, que hablan de una
obra en común entre ambos amigos?
Atendiendo a algunos de los contenidos citados, se ve que varias
de las zonas que hoy componen el Tratado de la imbecilidad… ya
estaban redactadas, por Herrera y Reissig, para mediados de 1901. En
efecto, todo lo que menciona Quiroga como parte del «prólogo» de
Herrera y Reissig está efectivamente en los manuscritos que en este
volumen se publican. Hay algunos pasajes en que se habla de «ciertas
piedras cerebrales», como dice Quiroga, y también de Juan Zorrilla
de San Martín (aunque no de su obra literaria, sino de sus opiniones
urbanísticas).
Pero estos dos textos públicos no son el único testimonio de alguna
colaboración efectiva entre Herrera y De las Carreras. Un breve —e
incompleto— texto se conserva entre los papeles del primero, llamado
Prolegómenos de una epopeya crítica (A la manera de Platón). Manuscrito por
Herrera, es efectivamente un diálogo entre ambos amigos, Herrera y
De las Carreras, y constituye una de las pocas referencias directas de
los escritores a un posible libro compuesto en común.LXXXIX En este
diálogo se hace referencia, una vez más, a dos textos, o a un texto
escrito en partes separadas por uno y otro interlocutor. Por otro lado,
las referencias, que son bastante generales, no permiten asociar ese
texto referido con el Tratado de la imbecilidad… tal como llegó en su
redacción por Herrera y Reissig.
De estos hechos, seguros, no tiene por qué inferirse la inexistencia
de otros textos aún no conocidos, entre ellos ese posible «tratado
literario» que Quiroga anticipa. Como hipótesis, no debe descartarse
que De las Carreras haya escrito su parte, que quizá realmente haya

LXXXIX Lo que se conserva de ese diálogo se publica completo en este volumen. Otra
referencia a un trabajo en común se encuentra en la carta pública de De las Carreras a
Herrera y Reissig publicada en El Trabajo el 8 de octubre de 1901: «La noticia de mi pre-
sentación al Juez ha levantado una tromba de alegría entre los trilingües burgueses, reos
de imbecilidad que enviaremos a la horca, en nuestra próxima catilinaria; cuyas fauces
serán rellenadas por el polvo olímpico de nuestro carro de combate. ¡En esa obra colosal,
hermética, lo único bueno que se haya escrito en el país hasta la fecha, cuyos ecos ca-
vernosos atronarán las Españas, le pondremos la nación de sombrero a los estólidos uru-
guayos! Ella será la credencial gloriosa de nuestra psique revolucionaria, de nuestro valor
único, de nuestra personalidad ungida por Minerva!».

79
Tratado de la Imbecilidad del País

existido ese otro tratado de crítica literaria, hoy perdido —u oculto


entre los papeles de Roberto de las Carreras—. A ese tratado, escrito en
común, se referirían entonces los «Prolegómenos» antes mencionados.
Apoya esta hipótesis que las referencias hechas en los «Prolegómenos»
no parecen corresponder a los textos reunidos en el Tratado…, sino a
una obra de carácter más literario con prólogo de Herrera y Reissig,
reafirmando lo anunciado por Quiroga. También sería un indicio
de la existencia de, al menos, algún manuscrito preliminar de De las
Carreras, una cita que Herrera incluye en el Tratado…, en la que, en
nota al pie de página, dice «Véase Literatura Colonial de Roberto de las
Carreras».
No obstante, tanto esa remisión como los «Prolegómenos» pueden
haberse escrito por anticipado a la obra, remitiendo a una idea aún
no realizada, o en vías de realización luego abortada, elogiando lo que
aún no existía.XC
En resumen, en cuanto a la autoría, pues, pese a la posibilidad de
una colaboración literaria y ensayística en los años que nos ocupan
entre Herrera y Reissig y De las Carreras, existe la certeza de que el
Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert Spencer es de
Julio Herrera y Reissig, con independencia del grado en que esa
colaboración haya derivado en otros proyectos no llevados a cabo o en
otras realizaciones perdidas. Herrera y Reissig escribe las seiscientas
páginas de su puño y letra, trata a sus páginas como propias, dispone
de ellas, anuncia en privado y en público la aparición del libro como
suyo, y no es nunca desmentido o cuestionado en su autoría por De las
Carreras.

***

XC Una última anotación, de carácter anecdótico, sobre este punto, la aporta Roberto
Bula Píriz (sin informar de dónde ha sacado el dato) que vincula el proyecto supuesto
en común con la nota a pie de página en el Tratado… mencionada antes: «Todo esto era
en Julio una imitación de las protestas paranoicas de Roberto de las Carreras, quien le in-
fundió además el propósito de escribir en colaboración un libro que titularían Literatura
Colonial, para burlarse acerbamente de todos los literatos, sin excepción, “que escribían
en la toldería de Tontovideo”. Carlos Reyles tuvo noticia del proyecto, y manifestó: “Si
esos dos me llegan a maltratar en lo más mínimo los mataré como a perros, sin vacilación”.
Y como ambos sabían muy bien que Reyles no era hombre para amenazar en vano, el libro
permaneció en proyecto». Bula Píriz, op. cit. (1952): 21. Si lo que dice Bula es correcto,
confirma que Literatura Colonial fue realmente la denominación de la parte de De las Ca-
rreras. Es probable que Reyles se haya «enterado del proyecto» a partir de lo publicado
por Quiroga, quien como se ve lo nombra como uno de los autores a (des)tratar en el
misterioso libro.

80
Julio Herrera y Reissig

Con el correr de los meses —y, previsiblemente, al progresar


Herrera en su trabajo de escritura— las referencias a la obra se
multiplican y se hacen más precisas. Hay, así, dos fragmentos de una
carta que envió Julio Herrera y Reissig al poeta platense Oscar Tiberio,
que resultan también útiles a la hora de estudiar la mirada del propio
Herrera sobre su manuscrito.
«Oscar Tiberio» es el seudónimo de Jacinto Bordenave, poeta
y escritor de La Plata que mantuvo correspondencia con Herrera,
sin llegar a conocerlo personalmente, entre 1899 y 1902.XCI En esos
fragmentos, ambos de una carta de septiembre del año 1901,XCII el
uruguayo revela las grandes expectativas que abrigaba respecto del
triunfo de su obra, al tiempo que hace una breve definición de lo
que él entendía estaba escribiendo. Hace una primera mención, al
pasar, a un «próximo libro» que está escribiendo y que espera servirá
como «prueba» de su «descendencia» de Hobbes, «abofeteador de
imbéciles, domador de bellacos, catapulta contra las mentiras de la
sociedad (…)», para enseguida volverse más específico:

Hace un año que trabajo sin descanso en este libro, que creo será lo único
bueno que hasta la fecha haya producido, y donde verdaderamente haya
vaciado toda mi alma artística. El libro en cuestión abraza todo mi país y
parte de la América del Sur. Es un estudio psico-fisiológico de la raza y un
examen crítico de sus manifestaciones emocionales e intelectuales. Destrozo
en él a esta sociedad, imbécil y superficial, y a sus literatos, uno a uno,
examinando detenidamente sus obras.

Si esta carta es, como se conjetura, de septiembre-octubre de


1901, eso nos informa que la redacción del Tratado… comenzó en
ese último cuarto del año 1900. Herrera se refiere a un libro que es
tanto un «estudio psico-fisiológico de la raza y un examen crítico de
sus manifestaciones emocionales e intelectuales» como un tratado

XCI
Bordenave es presentado en junio de 1900 en la revista La Alborada como «uno de los
jóvenes inteligentes que en la república vecina trabajan en provecho de la estabilidad del
arte». La misma presentación dice que «hace apenas tres años que se inició públicamente
en el reinado de las letras». Bordenave había actuado como militar hasta 1896. La nota
informa también que Bordenave «ha sido redactor de Vida Artística y de La Aurora, y ac-
tualmente dirige La Revista Literaria…».
XCII La fecha de la carta es estimada por Roberto Ibáñez, que es como en tantos otros
casos el primero en estudiarlas. Tiberio publicó éstos y otros fragmentos de su correspon-
dencia con Herrera y Reissig recién el 20 de abril de 1913, en El Día, de La Plata, sin dar
indicaciones precisas respecto a las fechas de las misivas.

81
Tratado de la Imbecilidad del País

de crítica literaria. De él tenemos lo primero, incluyendo el destrozo


anunciado, que es lo que se publica en este volumen. En cuanto al
prometido «examen detenido» de las obras de los literatos del
Uruguay, quizá Herrera esté en este caso exagerando el papel de
los pasajes del libro en que, efectivamente, menciona y comenta la
creación literaria en el Montevideo de su tiempo. En todo caso, lo
seguro es que no contamos con el prometido «examen detenido»
de casi ninguna obra, salvo una larga nota al pie en que se critica un
aspecto de El que vendrá de Rodó, una consideración de un artículo
urbanístico de Zorrilla de San Martín, y un comentario sobre el punto
de vista moral adoptado por Rafael Sienra en su libro sobre el Bajo
montevideano que se titulaba Llagas sociales.
Por los mismos días, también a Edmundo MontagneXCIII toca ser
informado por Herrera y Reissig del trabajo que éste tenía entre
manos. La primera de esas informaciones ocurre en una misiva que
Herrera fecha hacia fines de noviembre de 1901, y esta mención es
importante, porque en ella se da por vez primera el título de la obra.
Dice Herrera:

Trabajo muchísimo en mi futuro libro de prosa: El Tratado de la imbecilidad


del país, por el sistema de Herbert Spencer. Aparecerá esa obra para principios de
año.XCIV

Y enseguida, precisando más el espíritu de su obra, el 8 de diciembre


de 1901, insiste:

Oh, cuando aparezca mi libro (de crítica) ¡qué revolución en América!


Aguardemos hasta entonces, querido Montagne. Todo esto hay que
ponerlo en la picota. Lo único que cabe hacer aquí, es la risa amarga y
eterna de Voltaire y de Byron! Hacer una obra de demolición, de crítica, es
inmortalizarse. Eso es lo único que vivirá. Creo que mi libro será una de las
obras más originales y valiosas de cuantas se hayan escrito sobre un país, una
época y una raza! Creo de veras que no morirá y tendrá resonancia hasta en
Europa, pues la haremos traducir al francés y al italiano. Me faltan todavía 6
meses de trabajo. Es una joya literaria. Hay que limpiarla, pulirla siempre.

XCIII Edmundo Montagne (Montevideo: 1880), hijo de inmigrantes franceses. Pasó


con su familia a vivir a Buenos Aires siendo un niño. Publicó muy joven sus primeros
versos, en 1894. Su obra, marcada por el modernismo, es extensa y recorre todos los
géneros. Se suicidó el 24 de abril de 1941.
XCIV PCP: 813.

82
Julio Herrera y Reissig

El fragmento da una clara idea de la expectativa y el interés intenso


que Herrera tenía por entonces en su trabajo con el Tratado de la
imbecilidad… También de la centralidad que en el proyecto tiene esa
«risa amarga», que se asocia directamente en esta concepción con la
crítica, una crítica esencialmente irónica, pues. También es importante
ver que Herrera calculaba terminaría su trabajo para mediados de
1902 (dice que le faltan «6 meses» de trabajo). Esa estimación es
consistente con la que desliza, en un tono mucho más deprimente, en
su próxima mención al Tratado, en nueva carta a Montagne del 1.o de
junio de 1902:

Muy triste me hallo. Muy abatido — Muy pobre. Así me ha tomado su


carta. Estuve dos meses enfermo, con palpitaciones nerviosas al corazón
— A consecuencia de esa calamidad tengo forzosamente que haraganear,
dejando la conclusión del Tratado de la imbecilidad de mi país para dentro de
un par de meses, si para entonces, como se entiende, estoy bien de salud.

Hasta este momento, junio de 1902, pues, Herrera y Reissig tiene


avanzado pero no terminado su trabajo. En setiembre de 1902 tendrá
lugar la publicación de algunos fragmentos. Esa publicación guarda
abundante información sobre la estructura, intención y carácter del
libro.

El «Epílogo wagneriano a La política de fusión»


y la caída del proyecto
Como hemos visto ya en otra parte, un crítico, al comentar los dos
fragmentos de la carta de Herrera a Tiberio de septiembre de 1901 en
que aquél se refiere a su Tratado…, dice que «del conjunto [de esta
obra], segregó Herrera al cabo algunos pasajes que reorganizó y adaptó
con un rótulo, “Epílogo wagneriano a ‘La política de fusión´”. Tales
páginas dan una idea bastante explícita de la entidad originaria».
El «Epílogo wagneriano» no es, sin embargo, en su entidad
ensayística, un zurcido de fragmentos reorganizados del tratado que
hoy publicamos. Lejos de ello, es una carta-ensayo, publicada en
la revista trimestral Vida Moderna en septiembre de 1902, en la que
Herrera y Reissig hace la crítica del ensayo histórico La política de
fusión, publicado por su amigo Carlos Oneto y VianaXCV en abril del

XCV Carlos Oneto y Viana, jurisconsulto y político nacido en Montevideo el 7 de no-


viembre de 1877. Se graduó de abogado en 1902. Fue diputado durante varios períodos.

83
Tratado de la Imbecilidad del País

mismo año, y en el cual incluye una serie de citas textuales de otro


libro, el Tratado de la imbecilidad…
El hilo conductor de Herrera en este trabajo es la observación de
que lo que hace falta al mundo intelectual uruguayo no es la clase de
textos de revisionismo histórico —del que es ejemplo el de Oneto—,
que, a juicio de Herrera, pese a sus virtudes ocasionales, no alcanza a
elevarse por sobre la tradicional discusión de banderías y política más
o menos menuda. En cambio, el poeta pide una visión más amplia y
profunda, de conjunto, que explique a los partidos como uno más de
los elementos que intervienen en la dinámica social del país. Herrera y
Reissig aboga por el estudio «sociológico» y «científico» que sustituya
al ensayo político-histórico de sesgo partidario.
En ese marco es que Herrera incluye, sí, fragmentos de su tratado.
Pero, lejos de ser una «reorganización y adaptación» de aquellos, se
trata de citas, aunque extensas, de carácter ilustrativo de un tipo de
texto distinto al de Oneto. Lo que hace Herrera es dar un verdadero
«adelanto» de partes de su Tratado…, aclarando además la ubicación
que les corresponde en la entidad original a la que pertenecen.
Todavía en el momento de publicar el «Epílogo…», septiembre de
1902, Herrera tenía —como las seguirá teniendo por un tiempo aún—
grandes expectativas sobre su Tratado… y sobre el impacto público
que llegaría a tener.
En el «Epílogo wagneriano…» anuncia a su corresponsal Oneto y
Viana: «en una extensa obra de crítica enciclopédica, sobre el país,
que saldrá a luz próximamente, inserto un juicio tan largo como tu
Política de fusión sobre lo que en mi concepto significan los partidos
tradicionales». Y más adelante previene:

Para que tú, como tus colegas, noten la diferencia que existe entre escribir
por vanidad y por ambición, y se persuadan de que en esta tierra se ha
tomado la literatura por sastrería, inserto unos renglones de mi famoso libro,
y termino con ellos esta ya extensa carta sinapismada que quizás a cuántos
estólidos llene de consternación…!

Su principal aporte en ese sentido es haber preparado y redactado la Ley de Divorcio, que
se aprobó en 1907. Además de su trabajo sobre La política de fusión, publicado por el Club
Vida Nueva en 1902, escribió El pacto de La Unión (11 de noviembre de 1855). Sus antecedentes
y consecuencias (1900), El país y la vida institucional (1904), La diplomacia del Brasil en el Río de
la Plata (1904).

84
Julio Herrera y Reissig

E inmediatamente a esto, en nota, agrega «Auguro un aumento de


mortalidad para cuando aparezca mi Tratado… Habrá tantos muertos
como páginas…».
Estas puntualizaciones muestran nuevamente que el espíritu con
el cual Herrera publica los fragmentos a que nos venimos refiriendo
es el de dar un adelanto de su gran obra, que para septiembre de
1902 aún espera publicar, y sobre la que en esa fecha tiene enormes
expectativas. De ninguna manera existe entonces o después un
«retroceso» o «arrepentimiento» sobre estos textos, como se ha
sugerido equivocadamente.
¿Por qué el libro anunciado en privado y en público por las diversas
vías reseñadas hasta aquí no llegó a ver la luz? ¿Cuánto tiempo se
prolongaron tales expectativas, al pasar los meses y no verificarse la
publicación del anunciado Tratado…?
Aunque no exista una explicación única y simple a esta cuestión,
pueden aventurarse al menos cuatro factores.
Un primer factor, cierto —que no descarta otros posibles—, es el
desánimo de Herrera y Reissig ante la ausencia de reacciones luego
de su publicación de los fragmentos del Tratado de la imbecilidad…
dentro de su «Epílogo wagneriano». Tenemos prueba de esto último
un año largo más tarde. En enero de 1904, en una carta del poeta a su
amigo Juan José Ylla Moreno, Herrera se queja del poco eco que sus
fragmentos tuvieron en una Montevideo que, aún entonces, más de
un año más tarde, le parece un «Tontovideo», lleno de «indigencia
rústica». Dice Herrera:

Yo publiqué en Vida Moderna y en La Alborada.XCVI Ni un eco, ni una


resonancia… silencio. Muerte de imbecilidad y de sombra, la más mortal de
las Muertes, la más incolora y la más uruguaya.

XCVI La publicación referida, en la revista La Alborada, no está directamente rela-


cionada con el Tratado… En la edición del 27 de septiembre de 1903, año VII, n.o 289,
aparecen varias referencias y textos de Herrera. En ese número ve la luz el poema «La
cita», de Herrera y Reissig, y un breve texto titulado «La vejez de Anacreonte», del mismo
autor. Finalmente, y lo más importante, aparece la ya citada crónica de dos páginas ti-
tulada «En el cenáculo» y firmada por Vicente Martínez. En ella se hace una muy positiva
valoración de Herrera y Reissig, se lo pinta ya como el más talentoso de los poetas de su ge-
neración, se lo describe como una eminencia intelectual aislada en su torre de un medio
que no lo comprende.

85
Tratado de la Imbecilidad del País

Termina esa carta en tono entre irónico y desesperanzado,


calificándose a sí mismo como un «herido en el campo de batalla de
los charrúas».XCVII
El clima espiritual e intelectual, así como el estilo y las opiniones
sobre su país expuestas en el Tratado… escrito en 1901 y 1902, están
intactos aún,XCVIII aunque el desengaño por la falta de eco que han
recibido los adelantos publicados es patente, y probablemente,
entonces, una de las causas de que el libro no se haya dado a la
imprenta entonces.
Una segunda causa posible de la no publicación es la naturaleza
excesivamente transgresora, hasta llegar a lo crudamente ofensivo, del
texto. Su ubicación, extramuros de cualquier estándar de corrección
literaria y política para su época, debe haber desestimulado al menos
a todos los potenciales editores. A ello debe agregarse, como tercer
factor a no desdeñar, que la publicación de un texto tan extenso sin
un editor que la financiase se convertiría en un problema económico
importante, y las finanzas de Herrera y Reissig nunca fueron, y menos
en 1902, florecientes.
Un cuarto factor es el cambio en el propio Herrera y Reissig. No un
cambio ideológico que lo hubiese llevado a renegar de las ideas de su
texto ni a abandonarlas, pues puede verse aún en 1907 y más tarde que
su aproximación a las cuestiones que le preocupaban a comienzos de
siglo se consolida y en todo caso se profundiza, aunque tomando un
aspecto más constructivo que destructivo.XCIX En cambio, es el tono

XCVII Carta recuperada por Wilfredo Penco y publicada en Maldoror, «Informe desde
la Aldea», en Maldoror, n.o 15 (1980): 41-43.
XCVIII Dice Herrera en la citada carta a Ylla Moreno, quien está viviendo en Colonia
del Sacramento: «Le veo brumoso de nostalgia por Tontovideo. [Sin embargo] Todo el
país, y no esa ciudad cataléptica, debería llamarse Colonia. La ingenuidad disculparía la
indigencia del ambiente rústico en que bostezamos. (…) Nada excepto el grupo escogido
de mis amigos, me interesa en esta Pampa monótona y ceñuda. (…) tomo algún chopp de
pampero en mi terraza gringo-gallega (…) voy a la Playa y subo a los caballitos de a vintén
la vuelta, lo cual me da la impresión de la vida que se lleva en Montevideo y cómo se pasa
el tiempo de una manera infantil».
XCIX El sistema satírico que ordena el texto del Tratado… había mostrado en Herrera
algunas preocupaciones que se continuarán en los años que le queda de vida, pero luego
el enfoque parece haber dado un golpe de péndulo, de la extrema negatividad necesaria
a la creación de la denuncia sardónica que funciona en la obra de 1901, a la practicidad
de propuesta manifestada especialmente en el texto «En el Circo», que abre su efímera
revista de ciencia positiva y esoterismo, La Nueva Atlántida, en 1907. En esta última, aquella
visión que se mofaba de las pretendidas riquezas minerales del Uruguay y lo juzgaba todo
piedra inservible en el Tratado…, sin abandonar el interés por esa dimensión mineral, se
trueca en esperanza de que las que ahora considera grandes riquezas sean explotadas,
mostrando una visión emprendedora que lo llevará a él mismo, poco después, a hacer

86
Julio Herrera y Reissig

general de su aproximación
y las prioridades vitales lo que
cambia, profundizando su
soledad personal, alejándolo
cada vez más del ambiente en
que vivió en los primeros años
del siglo, de la época y del tono
en que podría haber empujado
sus manuscritos hacia la
publicación.
En febrero de 1904
conocerá a Julieta de la Fuente,
con la que establecerá un largo
noviazgo de cuatro años y
luego se casará. Ese mismo año,
sobre el mes de septiembre,
viaja a Buenos Aires para una
estadía de cinco meses en
esa ciudad, aprovechando la
Julieta de la Fuente oportunidad de un trabajo
en la oficina del Censo en
la capital porteña. A su vuelta la ciudad y el país estarán cambiando
aceleradamente, como consecuencia de una situación política nueva. Su
amistad con De las Carreras se ha enfriado y se encamina a su áspero fin,
que no ocurrirá explícitamente hasta 1906; pero las alianzas literarias se
han rehecho aislando a Herrera y Reissig de varios de sus antiguos amigos,
ahora alineados en filas «enemigas». El antiguo pontífice de la Torre
de los Panoramas, ya sin visitantes, se encierra en un nuevo cambio y se
reconcentra en la elaboración de su obra lírica.

un intento de entrar en el mundo más positivo del comercio, a través de la importación y


venta de vinos franceses.

87
Tratado de la Imbecilidad del País

IV. CUESTIONES FILOLÓGICAS

La definición de una zona de trabajo en los


manuscritos

Dentro del total de los manuscritos que se custodian, desde el año


1946, en la Colección Particular Herrera y Reissig del Departamento
de Investigaciones y Archivo Documental Literario de la Biblioteca
Nacional, en Montevideo, hemos definido una zona en la que hemos
concentrado nuestro trabajo. Esa zona puede definirse como el total de
los textos en prosa, exceptuando cartas y prólogos (ensayos, diatribas,
anotaciones de estudio y borradores de notas de diversa índole) que
pueden datarse como compuestos entre los años 1900 y 1902.
Hemos transcripto la totalidad de esos materiales en el caso de
que estuvieran inéditos, y hemos hecho una nueva transcripción de
los manuscritos de «El Pudor» y «La Cachondez», independiente
de la realizada para su publicación en 1992, y sin tener a la vista ese
antecedente (ni tampoco la transcripción efectuada, mucho antes,
por Roberto Ibáñez, que se conserva inédita), a efectos de no sesgar
nuestra propia lectura de una caligrafía cuya comprensión es a
menudo difícil. El resultado final de nuestra transcripción difiere en
muchos puntos de la publicada en 1992.
Este volumen reúne la publicación de esos papeles, aunque hemos
dejado fuera de la edición los textos de estudio (vocabularios, análisis y
apuntes sobre otros autores, etc.), así como algunas de las anotaciones
preparatorias del Tratado de la imbecilidad…, aquellas que aparecen, casi
textuales, refundidas en el texto. En cambio, publicamos los apuntes
preparatorios que puedan ofrecer información complementaria para
la comprensión de referencias en el Tratado…
Las fuentes manuscritas para esta publicación se describen, pues, a
continuación. Todos los mencionados son manuscritos autógrafos de
Herrera y Reissig. Se los nombra de acuerdo con su catalogación actual
(que ha cambiado respecto de la que tenían antes de comenzar este
trabajo, pues los hemos reordenado como consecuencia de él) en la
Colección Particular Herrera y Reissig, Biblioteca Nacional. El número
de hojas de cada grupo manuscrito puede no coincidir con el total
que se desprende de la numeración, debido a que frecuentemente

88
Portada de la revista La Alborada en uno de sus números de 1902
Tratado de la Imbecilidad del País

Herrera y Reissig intercaló páginas con numeración repetida (por


ejemplo, 17, 17a, 17b).
• Ms. C5c1 - D245-46. Lleva el título «Los Nuevos Charrúas».
Son 47 hojas, 6 sin numerar y 41 numeradas de 2 a 42. Texto escrito en
tinta negra, sobre hojas de libro contable, ocupa las caras anteriores.
Última hoja escrita al reverso de una planilla de inspección comercial
del Estado; sin filigrana; interlínea 8 a 10 mm; en buen estado de
conservación; 200 x 300 mm.
• Ms. C5c2 - D246-45. Son 46 hojas numeradas de 1 a 36, llevan
el título «Parentesco del hombre con el suelo». Texto escrito en tinta
negra, en hojas de libro contable; interlínea 8 a 10 mm; en buen estado
de conservación; 200 x 300 mm.
• Ms. C5c3 - D247-79. Son 80 hojas numeradas 1 a 70A, llevan
el título «Etnología - Medio sociológico». Texto escrito en tinta negra,
en superficies diversas, según el siguiente detalle: 29 hojas de libro
contable de 200 x 300 mm; 3 hojas al reverso de una carta de invitación
a colaboradores de La Revista, de 210 x 280 mm; 2 en hojas de papel
pautado, de 220 x 310 mm; 30 en hojas de bloc común, de 180 x 210
mm; 14 en el reverso de una sección cortada de un mapa de Uruguay,
de 200 x 310 mm. En el reverso de algunas hojas de este grupo se
encuentra el manuscrito de «Prolegómenos de una epopeya crítica».
Interlínea 8 a 10 mm; en buen estado de conservación.
• Ms. C6c1 - D248-103. Son 105 hojas. 18 hojas, numeradas 72 a
88, llevan el título «Psicología de los uruguayos. Rangos y caracteres».
4 hojas a continuación contienen anotaciones preparatorias. Texto
escrito en tinta lila, ocupando el reverso de una sección repetida de
un mapa del Uruguay; sin filigrana; interlínea 8 a 10 mm; en buen
estado de conservación; 310 x 195 mm.
• 83 hojas numeradas 89 a 157 llevan el título «Paralelo entre
el hombre primitivo y los uruguayos». Texto escrito en tinta negra
al reverso de hojas del Anteproyecto de Obras para la construcción
del Puerto de Montevideo; sin filigrana; interlínea 8 a 10 mm; en
buen estado de conservación; 360 x 180 mm. Otras en hoja de libro
contable, 200 x 315 mm.
• Ms. C6c4 - D249-7. Son 8 hojas marcadas de A a H, llevan el
título «Cuentas y Collares. Vanidad inferior del uruguayo. Atavismo
salvaje». Texto escrito en tinta lila (hojas A a F) y las restantes en tinta
negra, ocupando el reverso de hojas del Anteproyecto de Obras para
la construcción del Puerto de Montevideo; sin filigrana; interlínea 8 a

90
Julio Herrera y Reissig

10 mm; en buen estado de conservación; hojas A a F, 290 x 360 mm;


hoja G, 180 x 235; hoja H, 180 x 320 mm.
• Ms. C7c1 - D250-87. Son 88 hojas numeradas 1 a 43, llevan
el título «El Pudor». Texto escrito en tinta negra, en superficies
diversas, según el siguiente detalle: 4 hojas en el reverso de papeles
del Anteproyecto de Obras para la construcción del Puerto de
Montevideo, de 180 x 360 mm; 61 hojas de libro contable, de 200 x
300 mm; 13 hojas de papel carta rayado, de 216 x 280 mm; 2 hojas
de papel pautado, de 310 x 210 mm; 3 hojas escritas al reverso de un
talonario de La Revista, de 120 x 270 mm; 5 hojas de cuaderno, con
margen rojo, de 230 x 175 mm. Interlínea 8 a 10 mm; en buen estado
de conservación, aunque con ocasionales roturas y pérdidas de texto.
• Ms. C7c2 - D251-25. Son 25 hojas numeradas 1 a 23, llevan
el título «La cachondez». Texto escrito en tinta negra, en papel carta
rayado; interlínea 8 a 10 mm; en buen estado de conservación; 220 x
280 mm.
• Ms. C8c1 - D252-44. Son 45 hojas numeradas 1 a 11 y 21 a
46; llevan el título «Psico-fisiología de los uruguayos. Caracteres
intelectuales. I». Texto escrito en tinta lila, ocupando recto y verso de
papel carta rayado; sin filigrana; interlínea 8 mm; en buen estado de
conservación; 310 x 195 mm.
• Ms. C8c1 - D253-25. Son 26 hojas, numeradas 12 a 34; llevan
el título «Intelectualidad inferior del hombre de campaña». Texto
escrito en tinta negra, ocupando anverso y reverso de papel carta
rayado; sin filigrana; interlínea 8 mm; en buen estado de conservación;
310 x 195 mm.
• Ms. C8c3 - D254-61. Son 62 hojas, que llevan el título «Psico-
fisiología de los uruguayos. Juicio y Raciocinio». Texto escrito en
tinta negra. Hojas numeradas 57 a 72, en recto de papel carta grueso,
rayado, de 224 x 265 mm; hojas numeradas 73 a 120 y 128 a 130, al
reverso de planillas sin especificación de 214 x 246; hojas numeradas
121 a 127, en recto de papel carta fino, rayado, de 218 x 278 mm,
interlínea 8 a 10 mm; en buen estado de conservación.
• Ms. C9c10. Son 4 hojas, numeradas 1 a 4, llevan el título «El
Payador Guzmán Papini y ¡Zas! que pudo llamarse Apolo». Texto
escrito en tinta negra, ocupando el reverso de una forma para envío
de telegramas de The River Plate Telegraph Company; sin filigrana;
interlínea 8 a 10 mm; en buen estado de conservación, con erosión y
roturas en el margen; 276 x 200 mm.

91
Tratado de la Imbecilidad del País

• Ms. D.279. Son 9 hojas, numeradas 1 a 9, sin título; se trata de


la diatriba contra Víctor Pérez Petit. Texto escrito en tinta negra, en
papel ordinario de bloc; interlínea 8 a 10 mm; en regular estado de
conservación, con erosión y roturas amplias en el margen inferior de
las últimas 4 hojas; 221 x 270 mm.

Ordenamiento de los manuscritos

La ausencia de toda mención a un plan general para el Tratado


de la imbecilidad del país deja al investigador enfrentado a la tarea de
descifrar ese plan y reconstruirlo, librado a la conjetura sobre la base
de unos pocos elementos.
Primero, están las ya citadas menciones que el propio Herrera
hace a este trabajo, que pueden rastrearse en unas pocas cartas y en
el valioso «Epílogo wagneriano a La política de fusión»; en segundo
lugar, puede consultarse la numeración de los manuscritos hecha
por el autor; en tercer lugar, están las referencias internas del propio
texto, que aquí y allá anticipa o alude a otras zonas de sí mismo; por
último, se cuenta con ciertas escasas referencias de allegados al autor
en tiempos en que el manuscrito se escribía, también mencionadas en
el apartado anterior.
Varias preguntas debían, pues, responderse al enfrentar la edición
de estos manuscritos. En primer lugar, a efectos de reunir el conjunto,
hubo que rebuscar entre la totalidad de los papeles del archivo
herreriano todos los textos y fragmentos pertenecientes a la relativa
unidad temática que hoy presentamos. Esa tarea no siempre fue fácil,
debido a que varios de esos fragmentos se encontraban confundidos,
en la papelería, con manuscritos y textos de otra índole, y también
debido a que el ordenamiento con que se los integró en el Archivo no
era el correcto en numerosos casos.
Para reordenarlos naturalmente se debió primero descifrar los
textos, y así, profundizando en el contenido, pudo decidirse su
atribución al conjunto del que nos estamos ocupando aquí.
Esta tarea, que obliga a leer textos laterales, una vez terminada
probó que los capítulos —o ensayos— quedaron en avanzado estado
de elaboración y corrección por parte de su autor.
No se trata, pues, de un conjunto fragmentario de intenciones
que nunca fueron llevadas a término, como la amplitud y ambición

92
Julio Herrera y Reissig

de la empresa y la diversidad de los papeles en que se realiza podría


llevar a pensar, sino de un conjunto, cada una de cuyas partes ha sido
releída por el autor hasta darle una cierta forma —si no final, al menos
relativamente elaborada.

***

Un segundo grupo de problemas es el de la existencia o no de


una obra unitaria a la cual estos manuscritos pertenecen, así como la
posible estructura de ésta.
Me inclino a pensar que la mayoría —pero no la totalidad— de los
textos que aquí se incluyen componen un tratado unitario, aunque
de crecimiento impulsivo y no siempre ordenado. Al cuerpo central
se le han ido añadiendo, al hilo de la creación, varias continuaciones
y «agregaciones», hasta el punto de que quien aborde el conjunto
(incluido como tal sólo en el texto electrónico, pues la publicación
impresa es una selección) no podrá dejar de percibir cierta incómoda
redundancia, superposición de las mismas ideas retomadas de diversas
maneras, no suficientemente diferentes entre sí. No obstante este
relativo caos creativo, es posible establecer un plan que sigue las
grandes líneas de la filosofía sintética de Herbert Spencer.
De acuerdo con esta hipótesis, Herrera procedió estudiando
primero los elementos materiales del territorio y la raza, para seguir
luego con el tratado sobre «Psico-fisiología de los Uruguayos», que se
divide a su vez en el estudio, primero, de los «caracteres emocionales»
más cercanos a la biología, para culminar con el estudio de los
«caracteres intelectuales», consecuencia de todo lo anterior y a su vez
clave de bóveda de la civilización neocharrúa —tal como Herrera la
entiende.
Los manuscritos herrerianos de tal zona de su producción, sobre
estos temas, que se conservan en archivo, forman una serie de capítulos
(o ensayos independientes), dotados de comienzo y título en todos
los casos, a los que se agrega un índice analítico al inicio, el cual, no
obstante, no siempre es seguido con rigor.
La sólo relativa disciplina herreriana para conservar, al fluir de las
frases, ese orden temático anunciado al principio de cada bloque hace
difícil determinar, en algunos casos, si el capítulo está completamente
terminado de acuerdo con el plan anunciado por el autor en ese
índice.

93
Tratado de la Imbecilidad del País

La numeración aportada por Herrera, que se continúa de un


capítulo a otro, ha ayudado también a la reconstrucción del orden del
libro, aunque tampoco este recurso alcanza siempre, puesto que existe
más de una serie de numeración paralela que comienza en el número
1. Así, inician su numeración con el 1 los capítulos: «Los Nuevos
Charrúas»; «Parentesco del hombre con el suelo»; «Etnología - Medio
sociológico»; «El Pudor»; «La Cachondez»; «Cuentas y Collares»; y
«Psicofisología - Caracteres Intelectuales». Esto hace que exista sólo
una serie continua, que comienza con el capítulo de «Etnología»
y se continúa por el de «Psicología de los Uruguayos - Caracteres
Emocionales», alcanzando el conjunto las 157 páginas. Debido a la
evidente progresión temática, que —como expliqué— procede de lo
racial a lo físico y al examen de las operaciones básicas o «reflejas» del
intelecto, para seguir luego por el examen de los rasgos intelectuales,
considerados en la cosmovisión spenceriana los más complejos desde
el punto de vista evolutivo, se puede decir con seguridad que hay un
orden de la exposición que va de los capítulos de «Etnología - Medio
Sociológico», pasando por «Psicología de los uruguayos - Caracteres
Emocionales», a «Psico-fisiología de los uruguayos - Caracteres
Intelectuales». Siguiendo esa misma lógica, debe agregarse al
comienzo el estudio del medio físico, geológico, botánico, climático,
en el que la cultura uruguaya se desarrolla. Este último está tratado
en el capítulo «Parentesco del hombre con el suelo». Agregando este
capítulo, pues, al comienzo de esta serie, nos quedan sin asignar los
manuscritos correspondientes a «El Pudor» y «La Cachondez», así
como «Los Nuevos Charrúas», y «Cuentas y Collares».
La asignación de los dos primeros no es difícil. Responde a dos
criterios. Por un lado, los capítulos de «El Pudor» y «La Cachondez»
son considerados por Herrera, en ambos casos, continuación de la zona
de «Psico-fisiología de los uruguayos - Caracteres emocionales», como
consta en los respectivos índices analíticos que figuran al principio
de cada uno de ellos. De modo que he optado por incluirlos, uno a
continuación del otro, al fin del capítulo de «Caracteres emocionales»,
del que constituyen una «agregación», según el autor. Confirma esta
ubicación el hecho de que en el propio cuerpo principal del capítulo
sobre «caracteres emocionales», en el tramo llamado «Impulsividad
en las mujeres y en los niños», especialmente cuando se comenta la
muerte del coronel Diego Lamas, se encuentran los primeros pasajes
en que se refiere al «pudor». Este es definido, recurriendo a Spencer,
más adelante en ese mismo capítulo, y allí da inicio la serie descriptiva

94
Julio Herrera y Reissig

que luego se desarrollará en ese largo agregado. Al comenzar éste,


a su vez, y a modo de final confirmación de la secuencia, se dice: «a
más de los pudores huraños, religiosos, felinos, guerreros, selváticos,
matrimoniales, enemigos del lecho, votivos, cimarrones, de que he
tratado en el capítulo antecedente (…)», lo que confirma la ubicación
de esta agregación.
Todo esto deja sin ubicación tan solo dos manuscritos. El ensayo
titulado «Los Nuevos Charrúas», y el llamado «Cuentas y collares».
De muy diferente extensión e importancia relativa, el primero es una
especie de resumen de una de las ideas centrales de todo el trabajo.
Su forma lo hace completamente independiente del resto. En él, al
hilo de una lectura del libro Los primitivos habitantes del Uruguay, de
José H. Figueira, de1892, Herrera traza un paralelismo general que,
lejos de pretender exactitud científica, es una amplia metáfora en la
que las semejanzas entre los viejos y los nuevos charrúas se deducen
de un concepto, entre paródico y satírico sobre los segundos, que las
antecede. Éste culmina con una «oración», de tono entre determinista
y desopilante, para absolver a los habitantes del país de responsabilidad
en todos los defectos y cortedades que en el texto se les atribuirá. Con
tales características, este ensayo debe considerarse independiente del
resto, aunque esté obviamente ligado con él por tema y estilo.
El segundo de los ensayos, «Cuentas y Collares», por su parte, es de
enigmática ubicación. Podría encontrar su espacio al fin del capítulo
sobre «Caracteres emocionales», puesto que en el índice analítico
de éste se anuncia, al final, la consideración de la «Estética» de los
habitantes del Uruguay, cosa que no ocurre en el cuerpo conocido del
capítulo. He optado, pues —con grandes reservas, pero a falta de una
ubicación mejor—, por intercalarlo allí.
Con esto se concluyen las razones generales que expongo para
la ordenación que ofrezco. Sus líneas generales se ven confirmadas
numerosas veces en el texto, gracias a frecuentes remisiones que hace
el autor hacia otros momentos y zonas de su tratado.

La diferencia entre el texto impreso en esta


edición, y el texto electrónico
Conceptualmente, es fácil establecer una distinción tajante entre el
texto electrónico, y el que se publica en papel y tinta.

95
Tratado de la Imbecilidad del País

El texto electrónico es la edición total del manuscrito herreriano,


sin testado de variantes, pues Herrera ha dejado una versión
sucesivamente corregida del manuscrito. Hemos decidido que agregar
una transcripción de variantes, además de escasamente interesante
en demasiados casos, haría inmanejable la obra, considerando sus
dimensiones y el hecho de que Herrera reescribe a veces páginas
enteras de su texto.
En ese sentido, el texto electrónico busca ser la transcripción
completa, fiel y sin cortes o agregados, de los manuscritos que
permanecían inéditos (incluyendo en ello también los fragmentos
ya editados) dentro la zona de trabajo definida al comienzo de este
capítulo, de acuerdo con los criterios de selección de textos para su
publicación ya expresados.
En cuanto al texto en papel, se trata del cuerpo central del Tratado
de la imbecilidad del país…, es decir, los capítulos de «Psico-fisiología -
Caracteres Emocionales», y «Psico-fisiología - Caracteres Intelectuales»,
con los apartados y agregaciones que ellos incluyen. Se han realizado
algunos cortes —debidamente indicados en cada caso— por razones
tanto de espacio como de ajuste de un texto original que no siempre
ha terminado de pulir sus repeticiones y digresiones. Se agregan a esto,
en el texto publicado en papel, algunos fragmentos de otros capítulos.
En la edición en papel se ha efectuado, a efectos de facilitar y
ordenar la lectura y la referencia, el subtitulado de textos que, en su
mayor parte, carecían en su estado original de subdivisiones. Esos
subtítulos se han agregado entre corchetes, indicando así al lector que
no se trata de un texto de Herrera y Reissig, sino de una intervención
del editor.
En lo demás, el texto publicado en papel se mantiene fiel al
manuscrito. La titulación original de capítulos y secciones, y los
índices analíticos que Herrera y Reissig dispuso, se conservan también
en la edición en papel, así como las notas a pie de página que el autor
incluyó.
Esta división de la edición en dos textos, uno electrónico y otro
en papel, permitió resolver algunos problemas editoriales de difícil
solución de otro modo, en un texto complicado como es éste. Por un
lado, permite dar la totalidad de los manuscritos en edición fiel a los
originales, sin las lógicas preocupaciones de espacio y presentación al
lector no especializado que un conjunto de textos como éstos habría
supuesto.

96
Julio Herrera y Reissig

En segundo lugar, permite que el lector interesado en profundizar


en los manuscritos originales lo haga, y así mismo que contraste las
decisiones editoriales tomadas con sus fuentes, aportando así a la
transparencia de la edición.
En tercer término, el carácter electrónico del texto permite
organizar búsquedas en una cantidad masiva de páginas, cosa que en
el texto en papel se hace dificultoso.

La transcripción. Problemas y criterios

En cuanto a la lectura y transcripción del manuscrito, ésta planteó


problemas de dos clases. Por un lado, si bien la conservación general
de los papeles es aceptable, existen roturas que han ocasionado que
se pierdan algunos fragmentos del texto. En general, se trata de
fragmentos muy breves, cuya pérdida no compromete la comprensión
general de lo que se dice. Se ha indicado con puntos suspensivos
encerrados en corchetes dobles [[…]] cuando esto ocurre.
Además, todo ejercicio de la transcripción es conjetural. Si bien
la frecuentación de la caligrafía y el creciente conocimiento del
idiolecto del autor hace posible que quien transcribe adquiera una
mayor destreza y rapidez para descifrar lo que está escrito, han sido
numerosas las ocasiones en las que ha sido necesaria una lectura
repetida muchas veces, y en diferentes momentos, para arribar a
una conclusión segura respecto del término en duda. En los casos en
que no he arribado a una conclusión que considere suficientemente
segura, dejo constancia de ello con puntos suspensivos encerrados
en corchetes simples [...]. He preferido esa salida a dar una hipótesis
no convincente por el mero hecho de no dejar el espacio en blanco.
Posteriores revisiones del manuscrito, u otros ojos y mentes más
agudos, podrían llenar esos huecos, que de todos modos son escasos y
no comprometen la lectura.
El hecho de que Herrera y Reissig trabajase este texto sin reescribir
—en general—, sino tachando, corrigiendo entre líneas o agregando
párrafos enteros en los márgenes o en hojas separadas, no contribuye
a la facilidad de la transcripción, aunque el autor ha sido prolijo
siempre en indicar con signos gráficos de obvia interpretación el
sitio de las intercalaciones, de modo que éstas han podido hacerse
siempre con seguridad. En este mismo orden de problemas, el estilo

97
Tratado de la Imbecilidad del País

herreriano, sorprendente a menudo por la creación de palabras


o el uso de neologismos, la intercalación de términos en lenguas
diferentes del castellano, y sobre todo por su reconocida tendencia a
la creación de metáforas o figuras inesperadas y originales, aumenta la
imprevisibilidad de su lenguaje, lo que como es natural va en contra
de la facilidad de la transcripción, pues quien la hace debe enfrentarse
a caprichosos matices, a giros difíciles de predecir.

98
Criterios gráficos empleados en esta edición

• En todos los casos en que existen pasajes tachados y reescritos,


así como agregaciones, he dado la lectura indicada por Herrera y
Reissig, sin mencionar las variantes desechadas por él.
• Para la edición en el formato electrónico, el texto que se ofrece
es en todos sus detalles el manuscrito de Herrera y Reissig, en el estado
de corrección en el que él lo dejó. Existen tres clases de intervenciones
que este editor ha realizado sobre ese material. La primera: en el caso
de algunos fragmentos del Tratado de la imbecilidad… extraídos de
los originales y publicados en el «Epílogo wagneriano a La política de
fusión», los he restituido a su sitio original en el manuscrito, guiándome
para ello por las indicaciones que en el propio «Epílogo…» da el autor,
y por la lógica del texto. He dejado constancia de esas restituciones en
el sitio correspondiente.
Segundo, en el proceso de unificar ortografía y puntuación —
que en un manuscrito no revisado en su totalidad como éste incluía
numerosas muestras de descuido e inconsecuencia— he introducido
algunos cambios definidos, que se detallan en el siguiente párrafo.
Pese a que se trata de una intervención en el manuscrito —ortografía
y puntuación conllevan decisiones que influyen en la sintaxis—, debe
tenerse presente que cualquier editor, incluso en los tiempos de
redacción del manuscrito, habría corregido al menos los descuidos,
que por otra parte no revelan ningún aspecto particular en la
redacción de Herrera digno de mención. No obstante lo cual, admito
que estoy ofreciendo una lectura posible del texto, si bien creo que en
cada caso es la más clara y evidente.
Los criterios que he seguido para hacer esta unificación de la
ortografía han sido los siguientes: los signos de interrogación simples
(es decir, los que se insertan sólo al terminar la pregunta, tendencia
común en el momento en que el Tratado… se escribió), han sido
reemplazados por signos de interrogación dobles, a comienzo y fin
de la frase interrogativa; la preposición o conjunción acentuada á,
así como la conjunción acentuada ó, propias de la época, han sido
reemplazadas por las correspondientes sin acento, como es de uso
actualmente. Como es natural, se han corregido ocasionales errores
ortográficos presentes en el manuscrito; la sintaxis se ha hecho así más
consistente, al salvar las omisiones de comas, mayúsculas, diacríticos y

99
Tratado de la Imbecilidad del País

signos de puntuación, todos ellos atribuibles a descuido en un primer


manuscrito de estas dimensiones.
• Los nombres propios se han verificado, y su grafía se ha
corregido en los casos en que había errores. En particular, los
numerosos nombres extranjeros han sido vertidos con la grafía que
llevan en su lengua original. En el caso de las denominaciones de tribus
y etnias mencionadas en traducciones de Herbert Spencer, que son
numerosas en este trabajo, he consultado el original de Spencer para
encontrar la versión adecuada, y he unificado todas las menciones.
Herrera no es consistente en ellas, al cambiar, por ejemplo, «demasas»
por «damaras» por «damasas», etc.
• Lo demás se ha conservado de acuerdo con el manuscrito,
incluyendo:
– Empleo de verbos con pronombre personal enclítico,
muy comunes en su prosa aunque desusados hoy (por
ejemplo, diole, achacole, etc.).
– Galicismos y préstamos otros orígenes se han
mantenido, unificando la ortografía, al igual que lo hecho
en el caso de los nombres propios.
– Neologismos y creaciones verbales de Herrera se han
conservado.
• Las notas que Herrera y Reissig mismo elaboró para su
Tratado… aparecen en esta edición como notas a pie de página
indicadas con números romanos. Las notas, por su parte, incluidas por
este responsable de la transcripción y edición, se dan numeradas al
final. El lector puede acceder a la nota haciendo clic sobre el número
correspondiente, y desde la nota puede volver a donde estaba en el
libro con otro clic.
• Las palabras que en el manuscrito aparecen destacadas con
subrayado han sido vertidas en cursiva en esta edición.
• El texto, dentro de cada capítulo, sigue el orden determinado
por Herrera y Reissig. Allí donde he hecho intercalaciones que
implicaron una decisión no evidente a la vista del manuscrito, lo he
hecho constar en nota.
• En los casos en que hay fragmentos del texto definitivamente
perdidos debido a rotura de los folios, se indica con el signo [[...]]. En
los casos en que no he sido capaz de determinar una lectura para un
término, debido a dificultades en la interpretación de la caligrafía del
autor, lo he indicado con el signo […].

100
Julio Herrera y Reissig

Si debido a decisiones de edición se ha suprimido texto del


manuscrito original, ello se indica con el signo {…}

101
Los Nuevos Charrúas
El Medio físico determina las acciones humanas, el
Carácter y la Civilización. El alma de los minerales y las
plantas es hermana de la del hombre. La naturaleza hace a los
pueblos a su imagen y semejanza. Sugestión y simpatía de las
cosas. La tierra que ha formado a los charrúas, ha formado a
los Uruguayos. Los Nuevos Charrúas

La relación del medio inorgánico sobre la animalidad y las


facultades psíquicas ocupa en los tiempos presentes uno de los grados
más altos de la evidencia. También determina el medio físico toda clase
de actos, particularmente morales y volitivos cuyo nacimiento se debe
a perturbaciones más o menos profundas en la naturaleza del hombre,
a morbosidades del entendimiento, a depresiones del espíritu, a
fatigas de la voluntad y a otras varias contracorrientes fenomenales
que aparecen o desaparecen con los agentes que las producen.
La fisiopsicología y la psicoantropología se hallan unidas por un
parentesco fatal al hombre sociológico y a los elementos de vida en que
se agitan sus manifestaciones. La influencia de los climas y de los vientos
sobre lo físico y lo moral del hombre se presenta a los estadígrafos y
sociólogos como expresión matemática de una verdad científica que
no se discute, y de la que arrancan otras series de manifestaciones
individuales que atañen en conjunto a la masa, es decir a la sociedad,
pasando a formar el grupo de caracteres etnológicos que distinguen
a los pueblos en su vinculación con la Moral, el Orden, la Historia, el
Arte y la Civilización.
Es tan grande esta influencia sobre el hombre de los climas y de los
vientos que yo le pediré cuenta de un asesinato, de un suicidio, de un
incendio, de un delito cualquiera, no tanto al agente sociológico, a la
Higiene, a la Patología, a la máquina humana, sino a la Atmósfera, a la
Electricidad, al Viento, a la Estación, a la tormenta que se aproxima,
al calor que altera los nervios y deprime el organismo, al viento que
melancoliza, al frío que esplinea.
Nadie duda que los vientos Africanos que soplan en la región
Meridional de Europa, como ser el Siroco y el Silano, avivan la
sensualidad, exasperan los nervios, alteran el ritmo de la circulación,
afiebran el cerebro, originando una acritud en los ánimos que se traduce

102
Julio Herrera y Reissig

por malos modos, accesos de violencia, explosión de los apetitos,


locuras esotéricas, determinaciones repentinas, tristeza en los actos del
pensamiento y bruscas inconexiones en el ejercicio de la voluntad.
Se ha probado que estos vientos predisponen al suicidio, al hurto,
al estupro y a la locura.
Hasta las plantas y los animales sufren de un modo sensible la
influencia perniciosa de estos nómadas asesinos que vienen de las
costas Africanas.
Lo mismo sucede en nuestro país, cuando sopla el viento Norte.
Dos puños de piedra atenacean, estrujan, comprimen el encéfalo,
aflojan los resortes de la voluntad, desenfrenan, castigan, embrutecen
la lujuria, y convierten las operaciones del espíritu en un monstruoso
titereo de actividad pueril.
Fuera del viento hay acciones permanentes y entidades del
medio físico que determinan con más o menos fuerza los caracteres
emocionales de la raza.
Este poder absoluto de lo físico se extiende al mismo tiempo que
al hombre, al animal y a la planta. Dijérase una mano que en medio
de las tinieblas obra sin preferencia sobre todo lo que existe; dijérase
que no hay cartas en el mundo y que todas las cosas tienen un mismo
derecho en la gran democracia de la Vida.
El hombre y el sapo son hijos de una sola madre ha dicho un
antropologista, expresando de esa manera la unidad de fuerzas de
la Naturaleza y la correlación de leyes invariables que constituyen el
Gran Todo, la Suprema Causa y la Primera Esencia de la vida.
Si el hombre intelectual es hijo del hombre físico, es decir, si la
psicología es el reflejo de la fisiología, de igual modo el hombre
psicológico —o lo que es lo mismo el todo natural, como le llama
Bossuet— es pariente del hombre geográfico, del hombre botánico,
del hombre meteorológico, es decir del hombre montaña, del hombre
león, del hombre árbol, del hombre viento, del hombre lluvia.
Todo está unido en la naturaleza. Dijérase que un espíritu social
envuelve todas las cosas de tal suerte que todo es uno y uno es todo. Tal
planta me da a conocer un país, sus animales y sus hombres. Tal clima
me representa un alma, un carácter, una costumbre. Tal horizonte,
tal montaña, me enseñan el camino del Inventor, me comunican
con Dios. Yo miro el pensamiento contemplador de Jesús como la
prueba. Para el grave poeta del Calvario «aquellas montañas, aquel
mar, aquellas elevadas llanuras de su tierra fueron el vínculo cierto, la
sombra transparente de un mundo invisible y de un cielo más azul».

103
Tratado de la Imbecilidad del País

En una concepción sincrética de la naturaleza, un país constituye


una sociedad de seres y de propiedades comunes que se ligan, como
para un filósofo, un hombre no es sino una sociedad de células
vivientes y de conciencias rudimentarias.
De otro punto de vista el hombre, la planta y el valle son una cosa
de muchas cosas, cuyo espíritu converge al centro de la circunferencia
vital donde reside el carácter común de toda la masa. Ese punto de
contacto de los individuos habla de la reciprocidad de sus relaciones
generatrices y de sus corrientes modificadoras.
Admitida la familia del todo aceptamos como un hecho la semejanza
de las partes. Pieza por pieza se conocen las que en la máquina activa
juegan su acción sobre todas, como también se adivinan las conexiones
de todas para mover una sola.
Por mi parte, así como un estuche me da la idea de la joya que
contiene, la topografía, el clima, y las condiciones fisiográficas de una
comarca me señalan el carácter de sus habitantes.
A un lado el principio antropológico y la influencia del ambiente
social, la psicología de un pueblo coincide perfectamente con la
psicología de su territorio. El alma, en un sentido naturalista, no es una
entidad puramente humana, sino una fuerza individual, un espíritu
complementario, resultante del organicismo personal de todos los
seres. Hay que imaginar el yo de las cosas y penetrar suavemente en ese
mundo subjetivo, cuya real idealidad interroga a la metafísica y abre
una puerta a la estética. Invirtiendo los términos, y con un concepto
[conforme] de su naturaleza, ese universo interior es idealmente real.
Una aurora científica anuncia el orto de un astro nuevo que
alumbrará las almas de todos los seres, dando relieve y color al
pensamiento activo de la naturaleza. Yo creo que tienen alma las
plantas y los animales, y hasta las cosas llamadas inorgánicas en un
sentido superficial. Tal cerro y tal mineral existen y eso me basta
para que les crea sujetos a la variabilidad de la sustancia, amén que
susceptibles a la modificación, y al magnetismo que ejerce el todo
sobre las unidades. Yo los imagino con cierto movimiento pasivo,
que los hace entrar con más o menos intensidad en la mecánica del
conjunto. Ellos tienen un alma como todas las cosas: una voluntad, un
sentimiento, una expresión y una idea.
¿Por qué no creer en una repercusión, en una reflexibilidad mutua
y común?
Se sabe que varios fenómenos de la naturaleza como los terremotos,
las erupciones volcánicas, y los hundimientos insulares, no solo vienen

104
Julio Herrera y Reissig

precedidos de anuncios atmosféricos y convulsiones marinas, sino


de inquietudes y rarezas psicológicas por parte de ciertos animales,
que se manifiestan por un malestar, una tristeza, y una serie de
manifestaciones a cuál más anormal y extraña.
El mundo de la sensibilidad es tan inmenso como ignorado. Acaso
el hombre es un espejo de sensaciones que se proyecta confusamente
en él, determinando sus actos. Del modo que Descartes, para explicar
la unión del alma y el cuerpo, ha imaginado los espíritus animales, que
en sentido fisiológico no son sino partes sutilísimas del organismo, yo
me imagino, para explicar la conexión de los cuerpos unos con otros,
la existencia de espíritus naturales de sociabilidad común, igualmente
sutiles y vaporosos, compuestos de una materia extraña que existe en
todos los seres de la naturaleza, desde los minerales hasta los animales.
Esto me explica el raro fenómeno que los seres mineralógicos influyan
tan poderosamente sobre la animalidad.
Ahora bien, la unión de estos espíritus, o lo que es lo mismo, la
materia de que se componen, ¿no forma por decir así el alma
universal de las cosas? ¿No es acaso la naturaleza plástica concebida
por Cud-worth?…
De un punto de vista estético Guyau explica la simpatía del hombre
por la naturaleza inorgánica del modo siguiente; «Los objetos que
llamamos inanimados son mucho más vivientes que las abstracciones
de la ciencia, y es por eso que nos interesan, nos conmueven, nos
hacen simpatizar con ellos. Un simple rayo de sol evoca en nuestro
pensamiento las imágenes sonrientes de dos astros amigos. Tomemos
el paisaje: nos aparece como una sociedad entre el hombre y los seres
de la Naturaleza.»1
Es el caso de preguntar si unos seres que nos interesan y nos
conmueven llegan o no a sugestionarnos. Desde luego la respuesta es
afirmativa.
Aplicando otra frase de Guyau a la conexión que se observa entre el
carácter del alma y de la naturaleza, puede decirse: la simpatía es una
forma refinada del contagio.
Ahora bien, probado que el contagio existe y da lugar a la simpatía,
se sigue que toda simpatía es armónica, sociable, y susceptible de
mayor o menor intensidad. El águila simpatiza con la montaña, el
pescador con el mar, el beduino con el desierto, el salvaje con la selva,
el mono con el árbol, el fabricante con el carbón, el literato con la
tinta, el naturalista con la planta, el pintor con el paisaje, etc.

105
Tratado de la Imbecilidad del País

Cada país sugestiona su naturaleza al pueblo que lo habita, y de ahí


la perfecta igualdad de temperamentos entre la masa y el hombre. La
montaña hace pastores, el mar navegantes, el desierto vagabundos, el
valle agricultores, la bruma metafísicos. Así mismo el frío hace a los
hombres flemáticos, sobrios y reflexivos, y el calor los hace guerreros,
apasionados y artistas.
Taine atribuye el genio artístico de los Griegos, a los efectos de una
naturaleza prodigiosa, que reunió en una pequeña comarca todos sus
favores, todos sus encantos, todas sus inteligentes insinuaciones. En aquel
paraíso de genios flota el hábito de los dioses; el cielo es una paleta; las
líneas de sus tierras, la elegancia de sus horizontes, la vivacidad de su
cielo revelan los más hermosos secretos de las artes plásticas.
La literatura y el carácter de los hijos del Septentrión se explican
por las eternas neblinas, por el gris melancólico y lleno de suspiros
de su cielo enfermo. Quién no recuerda el apóstrofe de Schiller: «En
vano el sol de la Jonia centellea sobre tu frente. ¡La maldición caída
sobre el Norte embarga tu espíritu taciturno!» Un crítico eminente
dice del genio de Ossian: «es una tempestad de Escocia atravesada por
la luna».
Los países y los hombres no existen por sí solos. Todo depende de
todo. No hay almas libres, no hay cuerpos, no hay albedrío: hay solo
causas, concausas, efectos, proyecciones, fluidos, hálitos creadores,
destructores y conservadores, y arriba de todo el Enigma, la terrible
Esfinge de piedra, interrogando perezosamente a los viajeros de ese
inmenso desierto que lleva el nombre de Ciencia.
De conformidad con ese determinismo yo veo el genio pictórico
de los holandeses en la brumosa tristeza de su cielo, en la media luz
crepuscular de sus tardes neurasténicas; en sus paisajes, húmedos,
lagunosos, llenos de pensamientos y de lágrimas; en los álamos grises
que semejan en sus llanuras signos admirativos de tristeza. No halla
mejor aplicación que aquí, la poética frase de Renan: «hasta la alegría
es un poco triste».2 Holanda tiene un alma apagada y libre, como
los cuadros de Rembrandt, Van Dyck, Rubens y Wouvermans. Italia
y Grecia con sus golfos, sus mármoles, sus islas y su cielo, son patrias
augustas de la línea, del color y de la serenidad. A ellas les cabe la
gloria de haber sido cunas de la civilización y del arte. Palestina grave,
montañosa, pálida y sombría, no pudo legar a la Humanidad sino
profetas, apocalipsis y religiones. Y así, necesariamente, todos ellos son
hijos de la naturaleza, y presentan de tal modo sus caracteres que las

106
Julio Herrera y Reissig

sociedades forman, por decir así, el alma y el monumento del mundo


físico en que se desarrollan.
Siguiendo este raciocinio ¿Quién no ve la ascendencia moral del
salvaje Africano o el león del Sahara, en el desierto, en la sed, en la
infernal perfidia de los calores tropicales, en el apocalipsis vegetal de
sus bosques enmarañados y llenos de fieras, en las bravuras felinas de
las tempestades, y en la lujuria estúpida de la naturaleza?
De igual modo la prosapia congénita del charrúa. Los colaboradores
de su historia y de su fiera intelectualidad no son otros que el pampero,
desmedidamente salvaje, vandálico y traidor; la cafeta de arbolejos
venenosos y erizados de púas de esta comarca misérrima; la fauna
parvífica, estólida y miserable que habita sobre un suelo intérmino,
sobre un párvulo geológico digno de conmiseración; la peñasquería
friática, brutal y tosca, que levanta sus ásperas pezuñas por todos
lados del territorio; la versatilidad lunática de las estaciones, y otros
generadores mezquinos de la belicosa estulticia de los vasallos de
Zapicán.3
El hombre es un autómata intelectual ligado a todas las cosas que
le rodean, y cuyos actos obedecen a esa inmensa voluntad armónica
que mantiene el equilibrio de los elementos, que labra la montaña y
elabora la tempestad, que hace sanguinario al tigre, antropófago al
australiano, artista al castor y servicial al perro. Esa voluntad mecánica,
esa fuerza inconsciente hace a los hombres intelectuales u obtusos,
ásperos, sociables, apasionados o activos.
Esa voluntad es permanente y local. En cada comarca domina
de distinta manera. En la nuestra ha hecho haraganes, revoltosos
y estultos a los Charrúas, y seguirá haciendo haraganes, revoltosos y
estultos a los descendientes de los europeos, a los nuevos charrúas,
blanqueados de civilización.

Los Nuevos Charrúas

El lector tendrá presentes los principios que acabo de sentar,


respecto de la influencia del medio físico sobre el carácter y la
civilización de los hombres, así como del parentesco que liga desde
el mineral hasta la planta regularmente a todos los seres de la
naturaleza.

107
Tratado de la Imbecilidad del País

Estos principios constituyen la base o prolegómeno del estudio que


a continuación expreso referente a la similitud de caracteres emocionales
que existe entre los nuevos Charrúas y los viejos charrúas, o lo que es
lo mismo, entre aquella tribu errática de cuatro mil salvajes, que pasó
por este mundo «sin hogar en la tierra ni en el cielo», y los ochocientos
mil terrícolas descendientes de todas las castas de universo que viven
a sus anchas en este paraíso de 170.000 kilómetros, que tiende costas
sobre el Atlántico, el Plata y el Uruguay, regado a las mil maravillas
por ríos, arroyos y temporales, y tan fértil que ni necesita semillas ni
agricultores…
El antropologista Boas,4 después de haberse entregado a innúmeras
observaciones y profundos trabajos paleontológicos, arriba a la
conclusión científica de que las razas europeas sufren en América de
tal modo la influencia de la naturaleza que acaban por revestir todos
los caracteres de los indígenas, llegando a ser exactamente iguales a las
especies umbráticas que la civilización tanto se empeña en extirpar.
Entre los blancos descendientes de los primeros colonos ingleses
y los individuos de varias tribus de indios norteamericanos existe una
similitud fisonómica bastante pronunciada. Se nota que los rasgos
europeos van desapareciendo gradualmente, así como las líneas del
cuerpo, que se hacen menos armónicas y ligeras, para dar lugar a la
degradación de los contornos y a la amplitud carnosa de las facciones
indígenas.
La nariz se hace chata, los pómulos salientes, los ojos hundidos y
pequeños, la boca abultada, el pie ancho, el cabello grueso y oscuro.
Hasta el color sufre los efectos del medio físico, y va subiendo de
tono hasta presentar un moreno amarilloso que se asemeja al de los
naturales.
Boas, cómicamente horrorizado, no trepida en asegurar que se
aproxima el día en que sus conciudadanos parezcan salvajes, vestidos
a la europea.
Yo también tiemblo de terror, pensando que mi descendencia
serán charrúas, horribles charrúas. En la gran soireé del Juicio Final,
cuando el ángel Gabriel me los presente, yo me negaré de vergüenza
a reconocerlos y les volveré la espalda. ¡Oh Gautier, Gautier, divino
ateniense, hermano mío!; lo mismo que a ti, la obsesión de lo
feo me persigue por todos lados. La innoble Phorkias5 que hizo
temblar a Elena me consterna con su mirada petrífica, con su aliento
nauseabundo.

108
Julio Herrera y Reissig

No es solo la degeneración física que se opera gradualmente en las


razas de origen caucásico que existen en América, sino la degeneración
moral.6 No hay para qué decir que, modificada la materia, se modifica
el espíritu. De la organización más o menos perfecta de la máquina
dependen las operaciones del cerebro. Aun platónicamente definido,
el hombre no es más que alma que se sirve de un cuerpo. ¿Quién ignora
la relación de las operaciones sensitivas con las del intelecto; la de los
actos afectivos y volitivos con las circunstancias fisiológicas? ¿Quién
no sabe que la vida humana comienza y sigue siendo animal; que una
sensible diferencia de distribución sobre el volumen y la actividad de
los órganos determina la fuerza de un carácter? ¿Quién no ha hollado
la rodilla en el templo de Müller, Claudio Bernard, Flourens, Cuvier
y Magendie; quién no sabe que el secreto de la inteligencia reside en
unas cuantas circunvoluciones?
Es probable que el genio no alcance a pesar más de una libra. El
imaginador penetra en su castillo ovoideo y admira en el movimiento
de las células, la misteriosa telegrafía que lo liga a la inmortalidad;
en los laberintos de los hemisferios, la Jerusalén de la gloria; en las
eminencias de su cráneo, el Tabor de la grandeza; en la sustancia
cortical, el óleo de la creación, y en los cuerpos estriados el reloj de sus
victorias.
La encarnación de la divinidad cristiana en una mísera porción
de harina parece menos imposible que el encierro de ese poderoso
gigante en un pequeño caracol de seso.
Volviendo a la influencia de la naturaleza sobre las razas, no existe
la menor probabilidad de que, modificados los caracteres físicos del
hombre, no se modifiquen paralelamente las aptitudes morales. Hoy,
al contrario, no cabe la menor duda que el hombre, bajo todos los
aspectos, se transformará, por grados, hasta llegar al postrero dintel de
su constitución orgánica, y hasta el vestíbulo umbrático que lo separa
del bruto.
La fenología histórica del hombre en sus relaciones con las ciencias
sociales nos asombra, a este respecto, con datos elocuentísimos. Se da
el caso de algunas razas de origen mongólico que han radicado en
Europa desde hace pocos siglos, que han perdido completamente sus
caracteres congénitos; al contrario, de otras de tipo caucásico que,
introducidas en Oriente o en África, experimentan con rapidez que
aterra la estólida labor del trópico, la caricia salvaje de las fiebres del
desierto.

109
Tratado de la Imbecilidad del País

No se crea que estos desgastes requieren mucho tiempo para


efectuarse; media docena de siglos bastan y sobran para formar un
aluvión humano, para borrar la heterogeneidad que separa, dentro
de un grupo social, a los extranjeros del clima y de la naturaleza que se
avienen a comerciar con el aire, los productos y las gentes de la nueva
tierra que habitan.
Los casos antropológicos a que me refiero datan de tiempos
históricos que se pueden llamar recientes, del período de
Constantino, de la invasión de los árabes en España, de las guerras
contra los musulmanes, de la invasión de Tamerlán, de la toma de
Constantinopla por los turcos, y de los principios de la edad moderna,
cuando el cristianismo conquistó el mundo, colonizando gran parte
de África y Oceanía. La América del Sur no ha sido una excepción a
esta ley de la naturaleza, sin embargo de que hace apenas cuatro siglos
que tiene el honor de ser habitada por individuos de raza blanca.
Muy al contrario, los efectos de esa ley brutal se aceleran, se
apresuran, se precipitan con ávido encono; no parece sino que la salvaje
naturaleza, exasperada por las heridas de la civilización, hace fuerzas
por desasirse de sus cadenas, y en medio de su estertor bravío lanza su
vómito oscuro sobre el cráneo de su adversario. Con efecto, la América
española, lejos de progresar, es cada día más estúpida; más inaccesible
a los refinamientos del progreso. Su anemia intelectual ahonda. El
carácter de sus pueblos difiere inmensamente del carácter europeo;
la civilización está como prendida con alfileres a su carne aceitunada,
que solo puede soportar el taparrabos de las costumbres sencillas; no ha
dado un filósofo, un pensador, un economista, un hombre de ciencia;
sus escritores y sus políticos son casi malos; su intelectualidad, que se
alimenta de mendrugos europeos, es una tilinguería condimentada, un
bodrio de tinta sucia, hecho con sobras de librería.
Si pasamos a la masa del pueblo, y al elemento llamado criollo, no
hay ya para qué hacer diferencia entre los indígenas y los descendientes
de los Europeos. Unos mismos hábitos —groseros y primitivos—
idénticas inclinaciones: haraganería, cretinismo, belicosidad,
despilfarro, desidia, etc., hablan de que cada día más se confunden
en una misma familia los blancos y los indígenas, y que está cercano el
tiempo en que la América se pierda como un aerolito en las profundas
sombras de la historia.
Pero ningún país como el Uruguay presenta un ejemplo más
palpitante de retrogradación, de contramarcha, de maniobra hacia
el sepulcro de Abayubá.7 Tengo por seguro que si cerrasen en este

110
Julio Herrera y Reissig

país las puertas a la inmigración, dentro de unos siglos seríamos


completamente salvajes, tanto como los que se comieron a Solís, según
el historiador de aquella época Don Pedro de Anglería.8 9
La naturaleza en este país es tan vengativa como los charrúas. Todos
los días descarga sobre la civilización un formidable mazazo.
Yo me explico que los hijos de este pueblo sean unos catalépticos
de la civilización y que, en el desconcierto de las naciones de América,
ocupe el Uruguay el sitio más honroso como pueblo apegado a
sus rutinas, como verdadero molusco adherido a la peña de sus
tradiciones.
Los Charrúas eran los indios más salvajes y más estultos de toda la
América. José H. Figueira, autor de un notable estudio paleontológico
sobre esta tribu,10 dice lo siguiente: «La estructura y funciones sociales
de la nación charrúa eran muy rudimentarias, figurando al lado de los
tipos más atrasados de las razas humanas. En su sistema civil no tenían
leyes que obligaran, ni recompensas, ni castigos. Cada cual hacía lo
que era de su agrado. No tenían en su trato palabras ni acciones que
significaran, en lo más mínimo, consideración de respeto y urbanidad.
No tenían ni sentimientos ni ideas. Eran sucios y por lo regular no se
lavaban».
Se comprende que un árbol de siempre iguales frutos. La naturaleza
no ha podido variar en cuatro siglos, y si ha dado Charrúas11 hasta
hace poco, seguirá produciéndolos en cantidad, aunque tenga que
luchar contra todas las fuerzas de los hombres.
Finalmente, para que se palpe la verosimilitud de mis afirmaciones,
obsequio al lector con este paralelo uruguayo-charrúa, que servirá
tanto para halagar mi vanidad, como para dislocar la suya, si es que
todavía se sigue creyendo ciudadano del pueblo más inteligente de la
tierra, como diría el Dr. Soca de la Atenas de América del Sur.12
La palabra Charrúa, según Ángelis, es de origen guaraní, y significa
«somos turbulentos y revoltosos» —de cha nosotros, y rua, enojadizo
(Ángelis, Vol. I, Pág. XVIII).13
Los Charrúas eran belicosos y turbulentos. Los Uruguayos también
lo son, aunque en grado muy superior. La historia de nuestra
nacionalidad es un batallerío incesante. Las conmociones intestinas
casi no han dado tregua desde que somos independientes. Del
levantamiento de Oribe hasta el de Lamas, se pueden contar como

 No se han hallado hasta el momento testimonios arqueológicos que induzcan a creer


en la existencia de una raza anterior a los Charrúas o en un estado culto de esta nación en
tiempos remotos.

111
Tratado de la Imbecilidad del País

treinta luchas civiles (¡Gran Dios! ¡30 luchas en 60 años!). Día llegará
en que celebraremos la famosa guerra de los cien. Todo está en que
los blancos se decidan de una vez por todas a conquistar el poder.
Según Figueira los charrúas, «desde el punto de vista intelectual, poseían
una organización inflexible, incapaz de adaptarse permanentemente a
una civilización superior. Durante los tres siglos que estuvieron en contacto
con los europeos modificaron muy poco su género de vida».
Está por discutirse si los Nuevos Charrúas, esto es, los uruguayos,
aunque tal vez poseen una organización superior a la de los charrúas
(los viejos), son menos incapaces de adaptarse a un orden superior
de vida. Por mi parte, creo que unos siguen las huellas de los otros,
es decir, que los más modernos, no por ser modernos dejan de ser
infranqueables a la civilización. Parecen hallarse poco dispuestos a
modificarse ni en tres siglos, ni siquiera en veinte de contacto con los
europeos. Estoy por creer que ni con este libro que les dedico podré
a este respecto conseguir gran cosa. Su dureza inflexible, su indígena
sansfaçonería, son superiores a mis fuerzas…
Hablando de los viejos charrúas, dice Figueira: «Los misioneros
difícilmente lograban convertirlos…» Está visto. No puedo dudar del éxito
de mi tratado. Dice el mismo autor, hablando de los viejos charrúas: «eran
vengativos y falsos.» Digo yo, hablando de los nuevos: Vengativos tal vez
—ejemplo el Dr. Cuestas, Jefe de la tribu—; falsos, no…
Los primitivos uruguayos, o sea viejos charrúas, eran holgazanes;
los hombres se dedicaban a la caza: trabajaban para comer y vivir.
Igualmente, los nuevos uruguayos serían vencedores en un concurso
de holgazanería. En este país todo está por hacer; excepto lo que no
se debía haber hecho nunca. El nuevo charrúa se dedica a la caza de
los puestos públicos… Con el fruto de esa caza come y vive. ¡Nótese la
semejanza!
Por lo demás, no creo que exista en la tierra pueblo más activo que
el uruguayo, ni el holandés siquiera. En cuanto se ocupa de no hacer
nada, es un fenómeno de locomoción.
Su mayor industria es la política. Su comercio es el que operan los
órganos digestivos y secretivos. No labran la tierra, pero en cambio
miran el cielo, que ha prestado a su bandera el candor evangélico de
su pupila celeste. A los uruguayos se les hincha el vientre de perezosos.
Los sastres tienen una misma medida, que viene perfectamente a los
chalecos y pantalones de todos los hombres.CI La protuberancia del

CI
Entiéndase que los uruguayos no tienen sexo ni vientre sino después de casados.

112
Julio Herrera y Reissig

cerebro, la tienen en miriñaque los uruguayos. Ni más ni menos que


los viejos charrúas, que a decir de Figueira, eran macizos de formas
y de tronco robusto… El vientre de gongorino y franciscano de los
uruguayos es apático, sencillo, soñoliento y beatífico. Es un pleonasmo
de la fisiología. Yo lo miro con curiosidad. Se me hace una facción
robusta, que expresa imbécilmente la negligencia estúpida de un
monstruo.
He dicho que los uruguayos son máquinas soporíferas de pereza.
Como los viejos charrúas. ¿Quién lo duda? Uno de los caracteres
más acentuados de nuestra etnología silvestre lo dan los empleados
públicos, los parásitos sangradores de la sociedad, los muñecos
rutinarios de nuestra fantochería, los magníficos gorreros que se
duermen sobre los taburetes de los escritorios; y los ejemplares
amodorrados, las marmotas universitarias que forman nuestra
burocracia de provincia. Está visto: los uruguayos se sirven más que
de las manos, del cigarrillo para trabajar; y estudian, milagrosamente,
con el libro cerrado.
Dice Figueira, hablando del carácter rebelde y descontentadizo
de los Viejos charrúas: «No se sometían a nadie.» ¡Qué decir de los
neo-charrúas! Dónde se ha visto una tribu de 800.000 individuos más
revoltosa, más turbulenta. Los Uruguayos no se someten a nadie;
(entiéndase que nadie, de ningún modo significa Presupuesto). El
Presupuesto es muy hábil; no los somete con tropas disciplinadas y
numerosas, sino con partidas…
Algo más descontentadizos que los viejos charrúas, son los nuevos.
Para éstos no ha existido, hasta el presente, gobierno que pase de
abominable. Desde Rivera14 hasta Cuestas, todos los magistrados han
sido ambiciosos, ladrones, corruptos, tiranos. Dese por feliz el señor
Cuestas con que yo no lo llame nada de esto, por miedo a que se me
descubra el segundo pellejo color bronce que debo tener, sin duda…
No quiero pasar por descontento, quejándome de sus necedades de
gobernante; y si alguna vez fui charrúa, ahora no quiero serlo. Por
tanto declaro que estoy contentísimo del Señor Cuestas… Soy de otra
raza. ¡Me he rehabilitado ante la civilización!
Dice el señor Figueira, de los Viejos Charrúas, que eran «poco
perseverantes»; sólo en el espionaje y en la caza demostraban tener
mucha paciencia. ¡Qué decir de los uruguayos! ¡Habrase visto unos
hombres más volubles, más inconstantes! Hoy adoran el ídolo que
escupirán mañana. Los hombres hacen, durante la semana, no sé si
una muda de jefe, pero sí puedo asegurar que varias mudas de ideas…

113
Tratado de la Imbecilidad del País

Los hombres se abrazan al día siguiente de haberse escupido, y vice-


versa. Existen malabaristas sobresalientes; prestidigitadores y juglares
que no tienen rivales… Nuestros hombres son tan poco perseverantes
y sinceros como nuestro clima, como nuestros vientos. En una de las
cosas que perseveran los uruguayos es en la hipocresía: cada día son
más hipócritas. Conozco algunos transformistas de nuestro teatro
político que en un abrir y cerrar de ojos han aparecido con distinto
traje.
Como los Viejos Charrúas, los uruguayos solo en la caza son
perseverantes (entiéndase que en la de perdices oficiales), y en el
espionaje… Oh, sí en el espionaje. Todos los uruguayos son espías,
unos de otros. Los hombres cuidan a las mujeres ajenas.CII15 Este es
el país de la intriga y la malevolencia. La delación privada y pública
asume grandes proporciones en esta comarca.
Si los Viejos Charrúas eran perseverantes en el espionaje, los nuevos
no le van en zaga. El espionaje nacional, pago por el gobierno, cuesta
a la nación sendos millones de pesos. La piedra y el chisme constituyen
la mayor riqueza del país…16
Dice Figueira, hablando de los Viejos Charrúas: «Todos se
consideraban iguales, sin existir otras diferencias que las establecidas
por la sagacidad y el valor.»
Exactamente lo mismo ocurre entre los nuevos charrúas. En
nuestro país, casi no hay clases sociales. Los guarda-trenes se tutean
con los jóvenes que pretenden pasar por distinguidos. No hay mayor
respeto ni consideración por la aristocracia, por la gente de alcurnia.
Yo me vanaglorio de un apellido histórico ilustrísimo. Yo, que
pertenezco al Patriciado, desdeño con cierta especie de lástima a los
que han salido del polvo de las calles, a los hijos de los sirvientes de mis
abuelos, a los guarangos intelectuales cuyos progenitores se remontan
al Hotel de Emigrantes, o a los antiguos gremios de zapateros. Nótese
que no quiero ser charrúa, y por eso no me codeo con los que están a
mil metros bajo la tierra que piso. Entre los uruguayos no hay el menor
desnivel. No existe el orgullo de la sangre. Son muchos ganados
confundidos en una sola tropa. Los apellidos, a cual más estrambótico
y original, pueden dar fe de que este país es una fanfarria de rústicos
exaltados, zafios campesinos, una truculenta mezcla de gente adiposa
que recuerda los tugurios de ultramarinos.17

CII Véase Literatura Colonial, de Roberto de las Carreras.

114
Julio Herrera y Reissig

Por mi parte reconozco, en la democracia conventillera de los


nuevos charrúas, al comunismo indígena de que nos habla Figueira.
Entre los viejos charrúas las diferencias de autoridad tenían por base
la astucia y el valor; entre los nuevos charrúas, el dinero y el título, dos
zancos milagrosos para crecer de repente.
Si hay alguien que cree que los uruguayos no se distinguen en
cuestiones de trato social y de urbanidad, se equivoca, de la manera
que se ha de haber equivocado Figueira cuando asegura que entre
los viejos charrúas «no existían ni respeto ni urbanidad»… El señor
Figueira induce de presente a pasado; habrá visto que los nuevos
charrúas no son muy etiqueteros y ha calumniado bajamente a
los patriarcas de la tribu. Hay que perdonarle sus exageraciones.
Es demasiado partidario de la teoría de la herencia. Yo no creo en
semejante atavismo… Sin embargo tiene que admirar la semejanza de
rasgos entre unos y otros. ¡Verdad que son hermanos! Mientras que
según Figueira los viejos charrúas, como los nuevos, «arreglaban las
cuestiones personales dándose de bofetones (por las calles no, pues no
las había), rompiéndose los dientes o ensangrentándose las narices.»
Es admirable que individuos de una misma raza no hayan adelantado
nada en trescientos años…
Los Viejos Charrúas casi tenían el mismo talento de los nuevos, por
lo que respecta a cuestiones de arte. Dice Figueira que no existían en
sus costumbres juegos, bailes, ni cantares, ni instrumentos musicales.
Carecían de todo género de adorno. Sus sentimientos estéticos recién
empezaban a manifestarse…
Los Viejos Charrúas como los nuevos charrúas tenían una diversión
refinadísima; pero que desgraciadamente para ellos, no se efectuaba
sino durante los días más calurosos del verano. Asómbrese el lector: se
bañaban.
Fuerza es reconocer que los Uruguayos se bañan, aunque más no
sea que como diversión, durante los tres meses del Verano, y si no me
equivoco, la mañana del mismo día en que se casan…
Como se ve, los nuevos charrúas son tan divertidos como los viejos…
gracias a que la tierra se mueve.
Si alguno duda de que los Uruguayos son charrúas blanqueados
de civilización, fíjese en que unos y otros poseen idénticos caracteres
emocionales, las mismas inclinaciones, igual temperamento.
Dice Figueira, hablando de los Viejos Charrúas: «Nunca
permanecían célibes. Se casaban tan luego sentían las necesidades
sexuales.»

115
Tratado de la Imbecilidad del País

Con nuestros modernos charrúas sucede exactamente lo mismo.


La blanca teoría de las novias penetra con pudoroso recato en
los harenes católicos de Montevideo. Un plenilunio beatífico de
azúcar cándida alumbra con timidez las noches salvajes en que la
intemperante virilidad del hombre eyacula poderosamente.
El matrimonio constituye un instinto. Para los uruguayos, casarse
como quiera, con quien quiera y en cualquier condición es un ideal
purísimo. Sé de un casado que tiene novia para el caso de que se le
muera la mujer con quien se unió, lleno de brío, en segundas nupcias.
Tiene una sangre intrépida; es valiente; le rinden acatamiento
veintiséis hijos.
Sigue diciendo Figueira de los viejos o de las viejas charrúas: «La
mujer jamás se rehusaba a unirse con el hombre que la pidiera, aun
cuando éste fuera viejo y feo.»
La galantería me obliga a decir que las uruguayasCIII son la antítesis
de las viejas charrúas… A los hombres decrépitos y feos no hay
uruguaya que los quiera mal. Entiéndase que si se casan con ellos es de
lástima, por un sacrificio de virtud cristiana, y jamás por el dinero ni
por ninguna otra cosa…
Continúa Figueira: «Desde el momento en que el hombre tomaba
mujer, constituía una familia propia y podía ir a la guerra y asistir a las
asambleas.»
Nótese que los Viejos Charrúas adquirían cierta majestad episcopal
desde que se casaban. ¿Puede darse algo más parecido a lo que ocurre
entre los uruguayos? El hombre, desde que se casa, adquiere cierta
gravedad curial, concejal; cierta flema de Ministro, cierta suficiencia
de filósofo, de moralista, de juez, cierta austeridad de largas barbas y
de ceño amenazante, cierta pausa jamona de vientre anciano, de buey
babilónico, de coloso pancrático, de santurrón. Un casado son dos
hombres, en vez de uno. Himeneo fecunda mágicamente la hombría,
la hace doble, haciéndola pasar por una arista espejante, la estira, la
almidona y la pone tiesa… Entre los uruguayos, el que se casa adquiere
un nuevo sentido: el del juicio…
Es divinamente cómico que entre los nuevos charrúas ocurra
exactamente igual que entre los viejos… Es algo que petrifica.
Sacramentada la sensualidad, legalizado el lúbrico deseo, bendita la

CIII
Advierto que hago una generosa excepción con nuestras distinguidas mujeres al no ca-
lificarlas de nuevas charrúas… Creo firmemente que son de otra raza distinta a la de los
hombres. Solo se las podría llamar charrúas por ser hijas o casadas con charrúas…

116
Julio Herrera y Reissig

fuerza reproductiva, el tifón del erotismo sale sahumado de incienso,


la aglutinación genitiva es una ceremonia sagrada; el fálico trasiego es
una casta caricia que mana hidromiel fecunda, néctar lilial. Mientras
permanecen solteros los Nuevos Charrúas se consideran unos niños,
sin juicio, sin reflexión, de una gracia venusina: verdaderas formas
perfumadas, son gente de zafatela, gachines mimosos, pero de
ninguna manera, hombres acabados; apenas si llegan a ser pródromos
masculinos, régulos de los salones, que no pueden sostener en su
cabeza el yelmo de la responsabilidad.
Es preciso casarse. El matrimonio es una orden severa. El título de
casado da ciencia y virtud, y espectabilidad.
A Julio Herrera y Obes su celibato mentiroso, testarudo, mujeriego
y despilfarrador, casi le cuesta la Presidencia, la más hermosa de sus
queridas, su mejor conquista…
Dice Figueira de los Viejos Charrúas: «Su carácter era taciturno.
Hablaban siempre en voz baja. Desconocían por completo la más
ligera carcajada. El conjunto de todos sus rasgos daba a su fisonomía
un aspecto serio y a menudo feroz.» Esto explica que los uruguayos
—o sea los nuevos charrúas— sean graves, siendo tan superficiales.
Los uruguayos no comprenden la ironía. Es gente triste que se aburre.
Les falta el sentido de la risa: son universalmente taciturnos. No se
ha heredado el sentido humorístico del carácter español. La risa,
en literatura o en lo que sea, parece cosa nimia. Los uruguayos son
serios como una pitonisa puesta en el trípode. Lo que más se alaba
en un hombre es la carencia de movilidad en la fisonomía. El ceño
metafísico y los lentes doctorales constituyen una recomendación
de talento y de honradez. Una mujer que ría demasiado es ligera,
sospechosa, maligna, nadie la compra en la feria matrimonial. Ahora
doy en la causa de por qué las señoras, ni en la vejez, tienen arrugas en
los costados de la boca: si nunca ríen… Es preferible llorar, mesarse
los cabellos, hacer penitencia, castigarse el cuerpo. Reina entre las
mujeres el odio cristiano contra la carne. Se odia con entusiasmo al
terco enemigo del alma.
Dice Figueira, hablando de los viejos charrúas, que la mujer venía a
ser esclava de su marido. Ella confeccionaba los utensilios, preparaba
las pieles, armaba el toldo y cargaba con él cuando era necesario,
etc. Exactamente igual a lo que pasa en nuestro país con las infelices
mujeres que se casan.
Cuando hablé del instinto matrimonial de los neo-charrúas, y de los
harenes católicos de Montevideo, olvidé hacer constar que la mujer

117
Tratado de la Imbecilidad del País

uruguaya, una vez que ha casado, se convierte en esclava de su marido.


Ella cría a sus hijos, se encarga de los quehaceres domésticos, colabora
en las tareas de sus sirvientes, lava, plancha, friega, sacude; remienda
o limpia la ropa de su hombre, cuando no le hace camisas; y se pone
al corriente del arte culinario para hacerse agradable al paladar del
sultán… digo del patrón. Hasta con el paladar gustan los maridos a sus
mujeres… ¡Es un refinamiento!
Esa esclavitud charrúa de las mujeres tiene su aspecto interesante
por el lado de la fecundidad… Es un cenobitismo pitagórico lleno
de misterio. Al cabo de algún tiempo, la mujer delgada y ágil pasea
rozagante. No es ya la mujer de nieblas, la mujer romántica con
paso aprisionado: es una mujer automática, que multiplicada por un
hombre ha dado un resultado de veinte pedazos de carne blanca y
ligera…
Los viejos charrúas eran sumamente hipócritas y disimulados. Dice
Figueira: «nunca manifestaba su semblante las pasiones del ánimo.
Hablaban en voz baja y poco expresiva.» Otros autores agregan que
eran fingidos y mentirosos, como no lo fueron otros indígenas del
continente. Ni más ni menos que los uruguayos.
Uno de los defectos más dignos de admiración de este pueblo es la
soberbia, la relevante, la maravillosa, la hermética hipocresía que le
distingue. Es una hipocresía cándida, encantadora, coqueta, inocente,
que se hace perdonar y que recuerda aquella hermosa frase de Saint-
Victor sobre Margarita de Fausto: «su ignorancia le imprime la marca
patética de la fatalidad, y sigue siendo virgen aun después de ser
casada.»
Así como la gracia nació francesa, la hipocresía tiene el honor de
ser genuinamente uruguaya… Por lo demás, esta hipocresía tiene algo
de francesa: es una hipocresía que tiene gracia…
En realidad, yo no creo que sea hipocresía la de los uruguayos,
pues difiere de la hipocresía en que la sobrepasa… Lo que hay es que
los hombres, ya lo he dicho, son tan variables como los vientos y los
charrúas. Sus sentimientos giran a cada instante. Hoy se muestran
buenos, y mañana malos, lo que no quita que ayer, al mostrarse buenos,
en realidad no hayan sido buenos o peores… que lo mismo da… Si los
uruguayos son hombres, de lo cual no hay duda, Bossuet los defiende
con estas bellas palabras: «El corazón humano es tan engañador para
sí mismo como para los demás…» Está visto: los uruguayos engañan
no porque sean uruguayos, sino porque son hombres… Éste es el
pueblo de la falacia, de la mistificación, del dolo, de la capciosidad,

118
Julio Herrera y Reissig

de la fraudulencia y de la doblez… ¡Me enojo! En esta tierra se vive de


mentira y de apariencia. Miente el Río de la Plata diciendo que es un
océano, miente el cerro de Montevideo diciendo que es una montaña,
mienten los nuevos charrúas diciendo que son civilizados… Todo
miente en este país…
Dije que los uruguayos eran hombres, de lo cual no podía caber
la menor duda; ¡me he equivocado!… Un moralista afirma que
el mentiroso, menos es un hombre verdadero, que la engañosa
apariencia de un hombre…
Esta sociedad es de una refinada gazmoñería; en esto sí que no
me equivoco. Molière hubiera hallado su célebre personaje en este
país con sólo haber extendido la mano al primer uruguayo que
encontrase.
Hay dos clases de hipocresía: la pública y la privada, con otras
divisiones y subdivisiones que recorren toda la escala hierosolimitana,
desde el disimulo hasta el engaño.
Es una hipocresía complicada… ¡Me embelesa!
Hablaré de la pública: Los hombres que se dicen moralistas y que se
muestran más celosos de la virtud son los más depravados.
La política nos da ejemplos a ese respecto que no dejan lugar a
duda.
Día a día caen en los aluviones excrementicios del sumidero las
reputaciones más consagradas; los hombres honestos escasean a tal
punto, que se les señala con el dedo como si fuesen criminales. Los
Arístides que predican desde la llanura contra los protervos de la
patria, aquellos graves retóricos espongíneos que cuentan los átomos
del escrúpulo; sensitivos del ideal que metodizan en su violín sagrado
los místicos ensueños de Platón, aquellos estoicos de la austeridad
que se prosternan misteriosamente en el cenáculo de la teoría, y que
fulminan sus anatemas contra los tiranos, son, en cuanto escalan el
gobierno… ¿qué pueden ser?… unos constitucionalistas, es decir,
unos profesores de hipocresía constitucional. Yo no condeno que
nuestros políticos sean malos, sino que se empeñen en no parecerlo…
Las vestales del constitucionalismo18 son de un disimulo tan exquisito
como las parisienses que se hacen arrancar los ovarios… Hacen bien
en ser discretos. Me desdigo. No pueden ser hipócritas los santones
musulmanes que caminan en un solo pie dentro de la mezquita, los que
ostentan una impecable virginidad… Ejemplo: los constitucionalistas.
Tal aserción sería la menos constitucional de las blasfemias, o lo que es
lo mismo, la menos hipócrita de las verdades…

119
Tratado de la Imbecilidad del País

Respecto al constitucionalismo privado: esta sociedad es


completamente farisaica. Bajo una apariencia de recato y de pudor,
bajo una máscara religiosa, suele palpitar la incontinencia en toda
su desnudez. Phriné se pasea por Montevideo con aire de Sulamita.
Sin embargo, se odia la carne; es un odio medioeval. Los hombres,
a ese respecto, se muestran rigurosos hasta el extremo de no reparar
en el sexo. Mas apenas casados, los pseudo enemigos de las carnes se
convierten en excelentes padrillos. ¿Qué pasará?
Son incoherentes los uruguayos…
Lo que hay es que la incontinencia uruguaya es legal, o comprada,
que lo mismo da. Se trata de emparejamientos zoológicos, de cruzas
ganaderas, hechas al azar y sin arte en las cabañas sociales, con
autorización del Juez. Es una lujuria idealista; pura, lamartiniana,
bendita, sacramental, con todos los éxtasis de Santa Teresa de Jesús,
que hace el milagro de convertir en abuelos a los hombres de cuarenta
años…
Los hombres se casan por amor ideal. ¿Quién lo duda? Es un amor
tímido, lleno de encogimientos, ruborizado, con hipnosis miríficas,
insólitas, un amor galvánico, esotérico, de imantaciones fakíricas, de
tembloreos sutiles… Durante el noviazgo, la alondra de Julieta insinúa
con delicadeza el beso furtivo. Parece que no deseasen la posesión
de su amada. Pero se casan y todo se transforma. En el carruaje, al
salir del templo, una voracidad rústica, una glotona concupiscencia,
los lleva al más grosero de los atentados… Al llegar aquí me ruborizo.
(Caen las cortinas del carruaje). Durante la noche un temporal
afrodisíaco, un vórtice caliente sacude la nerviosidad del tálamo; los
elásticos excitantes se estiran, ondulan y se contraen, siguiendo los
movimientos de una danza etiópica, de una farándula grotesca llena
de brusquedades y desmayos, de restregones salvajes. Amor ha tenido
un ataque de epilepsia suspirante. Los azahares yacen marchitos por la
alfombra.
La cortina eucarística del lecho se ha desgarrado como si fuera la
de un tabernáculo… Pero esta vez anunciando una gran felicidad.
Está visto: los uruguayos son castos. Aman con el más ideal de los
amores. Casi con un amor cabalístico… Este amor no es de la tierra.
La virtud en muchas mujeres suele ser hipocresía. El pánico de qué
dirán acoquina sus deseos, y de ahí que aparezcan como invulnerables,
ilesibles, de una pureza lumínica, relamida, acaramelada, que cohíbe,
que refrena… Esto no impide que se rindan a un pechero; todo está
en que se conserve la apariencia de la dignidad… La música estridente

120
Julio Herrera y Reissig

de los goznes, y los ángulos de los portales, saben más de intrigas


amorosas que todos los confesionarios… Es tan considerable la virtud
de todas estas santas, que puede competir con sus olores. De cuando
en cuando, una megalómana del humor, una virgen hipertrofiada,
un modelo de la más pura delicadeza, arroja un ángel al Miguelete;
y verdad que si el Miguelete lo ahoga ellas no tienen la culpa… Pudo
muy bien el ángel encubrir una hija de Faraón, una princesa caritativa
de esas que no faltan en Montevideo.
Yo, tribunal, la absolvería. Sólo por un sentimiento de dignidad,
por un excesivo impulso de honor, por un escrúpulo de virtud pudo
la virgen repetir la heroicidad de Anteia. En todo caso, vale más la
apariencia de la virtud que la virtud misma. Esto no se debe llamar
hipocresía.
Con su aspecto conventil, los domicilios de Montevideo son
hipócritas desde la puerta de calle hasta la cocina… Por lo demás, el
secreto de que muchas vírgenes tengan, como Isabel de Inglaterra, un
sagitario celeste que las libre de la jabalina fálica, no es otro que su
falta de temperamento.
Más que mujeres son petrificaciones de carne. Por lo que se ve, los
nuevos charrúas no son menos hipócritas que los viejos. Satanás ha
dejado su cola dentro de la tierra.
No por eso la doncellez uruguaya deja de ser una primavera de
ángeles. No escasean las Santa Lucías que resisten a mil hombres y
cinco yuntas de bueyes, y no estoy seguro si a un título de propiedad;
las AnastasiasCIV de candor resplandeciente, que dejarían ciego a quien
se atreviese a besarlas, y hasta con calentura; las Santas Cecilias que
no se dejan tocar por los Valerianos, sus maridos, no obstante que
duermen juntos en el mismo lecho; inocentes adúlteras enamoradas
de un arcángel. Sólo que nuestras Santas Cecilias permiten, de cuando
en cuando, que sus maridos las acaricien: éstos las seducen con un
regalo… dulces del Telégrafo… una alhaja, una miseria cualquiera…
También tenemos Isabeles, reinas piadosas, viudas castas que si
no hilan, ni llevan un manto remendado por vestidura, en cambio,
cosen para las sastrerías, saben hacer chalecos, y están prácticas en
asuntos de pantalones… Pero las que más abundan, son las Inés, las
exageradamente castas, lavanderas espirituales, que tienen horror al
agua (nótese la antítesis), que por miedo al dragón de los infiernos,
que muerde las pantorrillas de las vírgenes, no se atreven, apenas, a

CIV He recordado todas estas heroínas del Cristianismo hojeando La Rêve de Zola.

121
Tratado de la Imbecilidad del País

mojar el dedo. Nuestras Inés inmaculadas, tienen a la Higiene por un


endriago de los Avernos. Cuando se lavan, cierran los ojos castamente,
y dejan que el jabón resbale de sus manos… Sin embargo son limpias
de alma… y eso basta para los buenos maridos, que gustan con respeto
del olor a santidad de sus mujeres, y no sienten otros olores que,
sin embargo, de no ser tan santos ni milagrosos, resucitarían a los
muertos…
Hasta aquí he calumniado a los nuevos charrúas, digo a los
Uruguayos. Ahora quiero rehabilitarlos.
Se trata nada menos que de honradez.
Los Viejos Charrúas, según Figueira y otros autores, eran unos
acendrados conquistadores de lo ajeno, unos ladrones sin tacha,
poseían una ligereza de manos de prestidigitador japonés; eran de
una moralidad patética, de una filantropía inocente cuando se trataba
de aliviar a los compañeros de alguna carga valiosa…
La antítesis de los uruguayos.
Estos son unos vampiros más delicados, y si ejercen la piratería es solo
por diversión, del modo que por diversión se bañan, y por diversión se
unen, y por diversión son holgazanes y fingen hipocresía…
No quiero parecerme al Mago de Persépolis, que según Voltaire,
probó metódicamente las cosas más claras, enseñó lo que sabía
todo el mundo, se exaltó sin ánimo, y bajó del púlpito sudando y sin
respiración, después de haber hecho cuanto pudo para fastidiar a unos
cuantos zonzos; por eso no me detendré, inocente lector, haciéndote
el inventario de los robos públicos de nuestros gobernantes, desde
Rivera hasta…Zoroastro; de las defraudaciones del Banco Nacional
y de otros bancos, que no son nacionales y han funcionado en una
pata… Por lo demás, creo que ser político en esta tierra equivale a ser
ladrón muy entendido en finanzas, derecho constitucional, estadística,
y tramoyas electorales.
Pero si nuestro rebaño público es una gavilla de la Calabria, sirva
de consuelo que el suntuoso comercio nacional es un consorcio
de ladrones, de contrabandistas, de míseros salteadores, cuyos
ascendientes genealógicos deben haber estado en Ceuta o en
Filipinas.
En punto a hipocresía, nadie aventaja a nuestros comerciantes de la
alta aristocracia. Son la expresión más uruguaya de esta virtud nacional.
Ellos hablan de moral política, encabezan las manifestaciones en pro
de la paz, desean como nadie la felicidad del país. Ellos protestan
contra los gobiernos dilapidadores, y maldicen furiosamente de los

122
Julio Herrera y Reissig

sátrapas de la administración; lo que no quita en modo alguno que


sean unos raspas impecables, finos, habilidosos, que debieran ocupar
el rango más alto de la política, por su patriótica afición desmedida al
hurto y a las manipulaciones de las finanzas…
Como se ve, los nuevos charrúas, a semejanza de los viejos, son
ladrones a carta cabal. Comerciantes, políticos y leguleyos, boticariosCV,
usureros y comadrejas, son hermanos por parte de Barrabás.
Con lo que precede, el lector habrá quedado convencido de
que los nuevos charrúas son exactamente iguales a los aceitunados
uruguayos, que en número de «dos mil poblaron la costa del río de la
Plata y la región comprendida entre Maldonado y la embocadura del
Uruguay».
Pero entiéndase que hasta ahora me he referido a los neo-charrúas
de las ciudades, o sea, a los urbanos, si decir se puede urbanos
tratándose de indígenas. Por el contrario si examino los gauchos, o
sea los neo-charrúas cimarrones, silvestres, cerriles o montaraces, me
encuentro con una raza que es la misma de Zapicán. No hay más que
quitarles el poncho, y ponerles una pampanilla, acentuar el marrón
de su cara, asestarles un puñetazo en la nariz, coser un poco sus ojos
en los ángulos del párpado, y dejar reducida su barba a unos cuantos
pelos desechos…
¡Horror!
Se me aparecen, como a Virgilio, los tenebrosos lemures. Del
fúnebre Lago de Añang,19 me hacen muecas espantosas las figuras
sombrías, los durmientes subterráneos de los malignos emperadores
de los cerros, de los trágicos Tersites que hicieron temblar al Sol.
El Pampero me consterna con el desaforado alarido del malón; con
el apocalíptico trompeteo de mil bocas horriblemente abiertas. Mi
corazón se constriñe. Aquellos demonios iracundos, aquellos idiotas
infernales, aquellos vestigiales hipocondríacos, aquellos Tupás
quiméricos de un aquelarre sangriento aparecen de pronto. Me
siento alelado. Una extraña procelosía barrunta la tempestad del
salvaje. Yo les veo segando cráneos, destruyendo todo lo que a su paso
encuentran, como un ejército de bisontes que atravesasen una selva
humana. Los charrúas se levantan de sus tumbas, golpeando los labios.
Echan a correr locos de ira, en dirección a los blancos, a los ángeles
hijos hermosos de Tupá.20

CV La gratitud me obliga a ser bueno con los médicos; todos los que me asistieran hasta la
fecha han tenido la previsión de no enviarme la cuenta.

123
Tratado de la Imbecilidad del País

A los Nuevos Charrúas

Oración:
He sido injusto, amables uruguayos, al inculparos con demasiada
precipitación por los defectos de que adolecéis. Tales defectos son
los de la comarca que habitáis, de la querida patria de Yamandú y
Artigas,21 de la corvina y del yaguareté. El destino ineluctable os ha
hecho nacer sobre un terreno cuyo estado patológico es semejante al
vuestro; un terreno vesánico, neurótico, lesionado de imbecilidad, y
con diversas manías. Vosotros sus icónicos ejemplares, vaciados en el
molde prístino de la naturaleza. Necio yo, si os exigiese que fuerais
distintos a vuestra madre, aquella de cuya matriz enigmática surgieron
vuestros viejos hermanos, los valientes y estúpidos charrúas. Un
mismo bramante os tiene sujetos al dueño fatídico de la existencia.
La máquina diabólica que os hace querer, pensar y sentir, está aliada
por una traílla fatal al rodaje adamantino que fabricó Vulcano en el
corazón del mundo. Nada resiste a la pasión centrípeta de las cosas
que nos gobiernan misteriosamente.
Vosotros sois charrúas y seguiréis siendo charrúas por los siglos
de los siglos. La cal europea que brilla en vuestra carne desaparecerá
algún día. Vuestro actual color caucásico asemeja a una capa de cera
que cubriera un bronce antiguo.
El tiempo ha de tostar en breve vuestro mármol caucásico, del modo
que el temible Vulcano quemó las impolutas diosas de Pompeya.
Os repito que no es vuestra la culpa de que seáis un hato de
excelentísimos charrúas. Guárdeme Dios de arrojaros al rostro la
bajeza más bárbara, la más indigna excentricidad. La caprichosa artista
que modeló por igual al orangután y al Africano, os ha modelado a
vosotros y a vuestros dignos antecesores, los indomables charrúas. La
tierra, solo la tierra es culpable de su obra. Los hombres nada valen,
nada pueden. ¡Infelices!
Ella, egoísta y profunda en su amor a los seres que alimenta,
dijérase un amante que no deja un instante de acariciarlos con el
beso aterciopelado de sus virtudes, y de herirlos dulcemente con el
mordisco celoso de sus defectos. Teme que alguna fuerza extraña
se los arrebate, se los conquiste antes de que llegue la suprema hora
nupcial de las voluptuosidades negras en el lecho de la tumba; y por
asegurarse que no le olviden les incrusta parte de su alma, les entrega
su vida, su savia, su energía, en prenda de que luego les ha de entregar

124
Julio Herrera y Reissig

toda la carne fecunda de su cuerpo, toda la invicta lujuria de su helada


virginidad.
Ella, la hurí negra de la Vida, ejerce sobre su amante, el hombre,
todo el imperio hipnótico de la sugestión. Ella, como la temible
montaña oscura del cuento árabe, atrae el barco de la existencia, le
domeña, le avasalla y luego lo despedaza, tragándose su esqueleto.

125
Parentesco del hombre con el suelo22
La civilización mineral y geológica en relación con
el carácter y el progreso de los pueblos. La piedra como
expresión moral y artística del Uruguay

No hay entidades autónomas en la Naturaleza. Yo veo en todas las


cosas, en todos los seres, una misteriosa telegrafía, una correspondencia
armónica que admira y aterra.
El hombre, el animal, la piedra, la nube, la gota de agua, la planta
tienen algo de común, algún carácter que las asemeja.
Por esto y por mi amor a la naturaleza, más que por razones
de química, he llegado a creer en la unidad de la materia; en la
homogeneidad del principio eterno con que hizo el gran arquitecto
su obra ciclópea. Por esto también he caído en contradicciones
filosóficas, dejándome narcotizar por el absurdo a fin de no creerme
nada y creerme todo al mismo tiempo. El espíritu de contraste me ha
llevado a todos los polos de la contradicción y a todos los mundos de la
embriaguez. He volado despavorido, como el Euforión,23 de la íntima
realidad, para regresar más tarde a ella, aniquilado por la misma fuerza
que me levantó. He querido nadar en el espiritualismo de Berkeley,
para creerme luego un «filósofo de imágenes», como diría Taine; he
viajado en los círculos de Schelling y de Fichte, para caer en tierra
bajo el plomo de Lucrecio; he subido por la escala del gran Darwin,
desde el pólipo y el ganglio hasta el sublime arquetipo de la futura
epopeya, y he vuelto jadeando a los divinos brazos de Spinoza… ¡Oh,
sí; he perdido la conciencia de mi yo, he sentido la sustancia única, he
alcanzado a comprender la infinita geometría del infinito mecánico;
he visto a Dios en mí, fuera de mí y en todo, y lo he creído, como los
averroístas, el espíritu del Mundo!
¡La Naturaleza! ¡Sólo la naturaleza es vida, ciencia, lógica,
moral, arte y eternidad! Bien ha dicho el poeta24 en un arranque de
panteísmo: «hay momentos en que la naturaleza parece formar parte
del alma, y el alma parte de la naturaleza.»
Goethe es un Dios cuando exclama, por boca de Werther: «¡Ah,
cuántas veces deseé volar a las orillas de la mar inmensa, beber la
vida en la copa de delicias del Ser, causa de todo por sí y para sí!»
Sublime hilozoísmo.25 ¿Quién, en ciertos momentos de su vida, no

126
Vista de Montevideo, calle Ituzaingó, desde la Torre de los Panoramas

Fo-
to-
grafía de Mallarmé que se hallaba en una pared de la Torre de los Panoramas
Tratado de la Imbecilidad del País

ha comprendido la naturaleza como un todo único, como un cuerpo


animado, y una especie de ser vivo «cuyo espíritu es Dios y cuyo mundo
es el cuerpo?»
Yo imagino que tienen sensibilidad la ola y el viento, la llama y la
flor. Todo vibra, todo se mueve, todo nos dice alguna cosa vaga, todo
tiene sus misteriosos atributos, todo siente lo que nosotros sentimos,
todo reclama el sublime bautismo de Claude Bernard: «sentir es vivir.»
El mundo es una inmensa sociedad de seres. El encanto comienza en
la flor, la flor con la piedra, el huracán con el mar; el hombre con el
cielo, con la nube, con el campo. El alma es un espejo que refleja todo,
y todo refleja el alma.
Los paisajes, ha dicho el autor de L´Estetique Contemporaine,26«se
hallan tanto dentro como fuera de nosotros; hay que humanizarlos y
saberlos leer, hay que pensar más claramente el pensamiento vago de
la Naturaleza.»
Por lo demás, quién ignora la correspondencia íntima de las cosas,
la ley que subordina el hombre a los distintos objetos que lo rodean.
Ese poco de hierba sagrada que nos da el pan de la vida, según
Musset, nos sugestiona sus propiedades, vive con nosotros y nos da la
voluntad. El alma y el cuerpo son un terrón de arcilla. Esta planta, ese
río, aquella montaña, me han animado el cuerpo y me han educado el
alma.
¿Qué es el hombre? El panorama que le rodea, el aire que lo
ensordece, la fiera que lo amenaza, el agua que lo avispa, la fuente que
lo deleita.
El hombre, como todo lo que le rodea, es un producto variable
de diversos factores; es un eslabón de tierra unido a los infinitos
eslabones de la gran cadena que va, desde los puntos matemáticos
de Boskovich, desde la monada de Leibnitz, hasta las más inmensas
ciudades astronómicas.
La naturaleza física es madre, legisladora, artífice y maestra de todo
lo que existe, desde la hormiga hasta la humanidad. La arcilla que
huellan nuestros pies es semejante a la que contiene nuestro espíritu.
Cada comarca tiene su arcilla, de la que están formados sus hijos. Por
eso ha dicho Taine: «un hombre es un país», y un ilustre naturalista:
«los caracteres de un pueblo son los de la tierra en que ha nacido.»27
Spencer ha dado alojamiento en su cerebro a la idea de que el
hombre moral corresponde perfectamente al animal geológico.
Así tendremos que tal terreno de formación —neptuniana,
plutónica, revolucionaria— da lugar a un hombre cuyo carácter

128
Escalera de acceso a la Torre de los Panoramas
Tratado de la Imbecilidad del País

refleja las condiciones físicas de la comarca en que vive. Así se


explica el apasionamiento, la fogosidad, la turbulencia, el espíritu
de exploración, el instinto guerrero, la audacia omnipotente, la
ebullición erótica, la extremosidad de los afectos y las antipatías en
Italia, en la Grecia, y en todas las islas de constitución volcánica que se
hallan diseminadas en los golfos del Mediterráneo: patrias del fuego
que responden a las lavas del Sol con llamas de sus volcanes.
El alma de los italianos es el alma del Vesubio. Sus héroes y sus
criminales son bautizados con lava ardiente y con vapores infernales
de las fumarolas. Sus mujeres han aprendido a besar con fuego, a
vengarse con fuego, a celar con fuego, y a matar con fuego. Soñando
con el Strómboli Milton forjó su Satanás, y Shakespeare su Otelo
soñando con el Strómboli.
El espectáculo de una erupción es algo que fascina y atormenta. Un
volcán da la idea de lo sublime en estética. Es algo tumultuoso, mezcla
de dolor y placer, «que rechaza y atrae». Es el carácter de los italianos,
es su temperamento artístico, es el alma afectuosa y revolucionaria
de esa gran nación, donde se sufre cuando se ama, y donde se goza
cuando se hiere; donde la venganza es tan terrible como la afrenta,
y donde se pasa del amor más transparente al odio más tenebroso. El
placer en Italia, a fuerza de ser placer es casi dolor. Es, como dice Kant,
«un placer negativo».
Con arcilla italiana creó Dante su «Francesca», Goethe a Mignon,
Shakespeare a Julieta: eterna arcilla dramática de Capuletos, Borgias y
Fra Diávolos,28 que encierra los venenos de las Adelaidas, las fiebres de
las Fredegundas,29 el fuego de las Teodolindas, el vino de las Gracielas,
y la sangre de las Mesalinas.
Lo mismo que decimos de Italia podemos decir de Grecia. El
vulcanismo está en la tierra y en los hombres. De su tempestuosa
fogosidad y de su coraje hablará eternamente Júpiter, padre del
rayo; Prometeo, el Satanás de la rebeldía; Belerofonte, tirano de los
Monstruos; Perseo, matador de la Medusa; Hércules, fulminador de
titanes, despellejador de leones, libertador de Tebas, exterminador
de Centauros; Edipo, despedazador de Esfinges, y otros semidioses
formidables de sus heroicas leyendas.
Con arcilla Hermes fabricó a Príamo y Agamemnón, a Paris y a
Menelao, a Héctor y Patroclo, a Pirro y Aquiles. La Grecia geológica
fue padre de los sátiros y de las Danaidas sangrientas, de las bacantes
lujuriosas, de las nereidas y de las ninfas provocativas.

130
Detalle de la escalera de ascenso a la Torre de los Panoramas, casa de Herrera y
Reissig
Tratado de la Imbecilidad del País

Patria de Elenas, Fedras, Ledas y Afroditas; madre libidinosa de


Venus, Hipodamias, Frinceas, Onfalias, Medeas y Proserpinas, Clitemnestras
y Galaicas. Grecia es un volcán de lujuria, un volcán de carne explosiva
que arroja por su boca senos, caderas, ojos y lenguas encendidas.
De igual modo que el plutonismo geológico determina el
plutonismo humano, los distintos caracteres de la tierra son factores
indispensables de la idiosincrasia de los países.
Nadie ignora que la topografía y la geología de un territorio
determinan el carácter de sus individuos. Holanda, ese buque de la
Europa, Bélgica, y parte de Inglaterra, han formado respectivamente
con sus pantanos y sus bajíos, sus terrenos blanduzcos, gredosos,
aguados, de capas horizontales regularmente superficiales, el
hombre trabajador, económico, prudente, sobrio y limpio, arreglado,
perseverante; en suma un reloj que ni atrasa ni adelanta; un hombre
cronómetro, con la facultad de la reflexión sumamente desarrollada.
El holandés ha tenido que desaguar su casa para vivir; de ahí el género
de su actividad; su temperamento medio no es sino la geología
de su país, el subsuelo regular, de formación lenta y tranquila, sin
peculiaridades mineralógicas, ni masas extrañas que interrumpan la
unidad monótona de los depósitos.
El Septentrión de Europa y Asia posee igualmente caracteres
geológicos y topográficos en armonía con las facultades psíquicas
de los hombres. La misma ley, en lugares remotos, se observa en el
Oriente y particularmente en la India, donde la naturaleza parece
hallarse recogida en un misterio religioso y sombrío que se ha
contagiado al carácter de los hijos de Brama. Desde el Nepal hasta
Ceilán, bloques, deformidades y cavernas, abismos, montañas
y barrancadas, semejan extraños símbolos, miedos fantásticos,
horrendas supersticiones, grandezas del alma tenebrosa y profunda
de esa gran nación prehistórica, madre anónima de la Ciencia, de la
Poesía, de la Religión y de la fábula. La tierra de los hindúes es un
misterio tan enorme como la metafísica de los graves sacerdotes de
ese templo humano donde los fakires se duermen en el nirvana, los
profetas se elevan en el aire, y los déspotas mueren despedazados bajo
la carga de sus terribles Divinidades. Por lo demás, la geología del
Indostán es un laboratorio inexplicable, de elementos heterogéneos,
de formaciones confusas, que van desde el simple detritus vegetal hasta
el período carbonario. Allí se confunden, como en un inmenso museo
arqueológico del universo, los residuos universales de todos los siglos,
los vestigios de todos los cataclismos, de todos los terremotos, de todos

132
Julio Herrera y Reissig

los levantamientos, de todas las inundaciones. La edad de piedra, la


edad de hierro, la edad de bronce, todas las edades de la civilización,
el plutonismo, el antidiluvianismo, la infancia geológica, el último
período, la genealogía mundial, desde los terrenos primitivos hasta los
depósitos de aluvión, todo está en magnífico desorden, en misteriosa
promiscuidad. Es el harem de la riqueza; enorme fábrica de oro,
diamantes y piedras preciosas, que cuentan historias de Golconda30 y
de Visapour,31 de ojos de pantera y cortes de rajahs.
La historia de la India y su gran alma complicada no es nada
más que su suelo. La humanidad fantástica de ese pueblo irregular,
taciturno, pensador y revolucionario, es equivalente de esa otra
humanidad subterrestre, babeliana, monstruosa y laberíntica, que
habla de cosas lejanas, abrumadora de elocuencia de doscientos mil
años, y de doscientos mil enigmas.
En parentesco estrecho con la Geología, los elementos
mineralógicos determinan, aunque no de inmediato, el desarrollo
de ciertas facultades del hombre. Ejercen también una influencia
considerable sobre lo físico y lo orgánico de la naturaleza, y guardan
cierta consonancia con el carácter de la sociedad.
Por lo demás, y muy importante, los minerales fijan la antigüedad
de un terreno, y la conformación química de sus elementos, que
puede variar entre lo más simple y lo más complejo, recorriendo toda
la escala del origen, desde el marino hasta el palustre.
Por lógica, a una antigüedad mineral corresponde una antigüedad
sociológica, y si no un progreso intelectual equivalente a los refinados
adelantos del sub-suelo, por lo menos un grupo de caracteres
distinguidos y de humanas disposiciones, susceptibles de alcanzar sin
gran esfuerzo toda la suma de civilización posible.
Yo veo en los viejos diamantes, en las divinas esmeraldas, y en las
regias turquesas del Asia, en sus ópalos, en sus ónix, en sus rubíes y sus
topacios, una lujosa civilización antigua, una pompa de voluptuosidad y
bienestar no superada jamás en ninguna otra parte de la tierra. Indostaní,
Cochinchina, Arabia, Asiria, los montes Urales, Persia, y Afganistán, me
hablan con sus oros, sus preciosas cristalizaciones, sus extrañas piedras,
de los caracteres morales de Oriente; de su amor por la belleza y por el
lujo, de su pasión por la estética social, de sus refinamientos, de su vida,
de la gloriosa variedad de sus religiones, del brillo de sus imperios, y de
la indumentaria deslumbradora de sus mujeres.
Yo veo en los granitos cuarzosos mezclados con guijarros, o sea en
las arenas que forman los inmensos desiertos de Arabia y de Siria, la

133
Tratado de la Imbecilidad del País

pereza, la melancolía, y la regularidad monótona de los amigos del


camello. Yo me explico la dureza de carácter de los sicilianos, su ligera
frugalidad y su temperamento volcánico en la piedra pómez, que
existe hasta la abundancia en las islas de Lipari y de Sicilia, así como en
cierta parte de Francia.
El azufre es uno de los más poderosos elementos de ignición
pasional y de actividad, tal que ya imagino la existencia de solfataras
en ciertas gentes de Nápoles y de Sicilia. Abunda este mineral en la
parte sur de Italia, donde los hombres son más violentos y ebullidores.
La mina de Pirezzoles, inmediato al Vesubio, es célebre desde la más
remota antigüedad, así como las que existen en las proximidades del
Etna. El azufre sirve tanto para fabricar pólvora y aceite de vitriolo,
como para fabricar sensualidad, carne explosiva y ardor anímico,
hombres y mujeres que recorren toda la escala volátil y destructora
y quemante, desde el vitriolo hasta la pólvora y, si no miento, hasta la
dinamita.
El salitre llamado nitro, que sirve para fabricar la pólvora y el ácido
nítrico, se encuentra de igual modo en ciertos países cuya temperatura
social es sumamente cálida, v. g. en ciertas regiones arenosas de la
India, de Persia, de Arabia y de Italia.
La hulla o carbón de tierra es por excelencia el mineral que
determina el grado de actividad de un pueblo, y el desarrollo de su
espíritu de industria. Aparte de la influencia que ejerce sobre la
mecánica, la iniciativa fabril y el intercambio, sugiere la idea de
semejanza con el carácter de ciertas razas industriales aventureras,
motrices y de gran peso en la reflexión, razas que yo llamo carboníferas,
como por ejemplo la anglo-sajona.
La formación de la hulla asciende a un pasado geológico muy
remoto. Yo digo de ella que constituye una vieja civilización enterrada;
es así como una Pompeya arqueológica. Se debe su existencia a
la inhumación de selvas inmensas bajo el mar, épica huella de los
hundimientos y de las rajaduras de los continentes, cuando el globo
padecía de una espantosa erisipela y no había diablo que se la curase.
La civilización hullera, desde su tumba en la base de los terrenos
secundarios, a gran distancia de nuestra cabeza, ha determinado en
cierto modo la civilización económica, física y dinámica de los ingleses
y de los belgas y de los franceses.
Vaya uno a explicar esos misterios de la Naturaleza, que obligan a
dar por un hecho la existencia de moléculas minerales, verdaderos
hilos de contagio, que sirven de intermediarias entre los seres,

134
Julio Herrera y Reissig

comunicando al hombre con el carbón, la piedra pómez, o el azufre,


al bruto con el hombre, y a la planta con el animal.
Inglaterra, Francia y Bélgica, del punto de vista fabril y maquinario,
tienen para mí todas las propiedades de la hulla, esto es, el 80 por
ciento de carbón puro, o lo que es lo mismo, de fuerzas para el trabajo;
mucho gas, que sirve para alumbrar; mucha materia bituminosa que yo
entiendo por reflexión; y finalmente un cierto olor alquitranado que
me dice que las locomotoras, los cañones, las máquinas de la industria,
y todos los útiles de la vida, se elaboran en esa inmensa fragua de
civilización, que tiene por contable a la voluntad y a la perseverancia.
Pasando por otros cuerpos inorgánicos más o menos conexionados
con la manera de ser del hombre se llega al mármol, la divina carne de
la naturaleza, príncipe de la civilización mineral, alimento del genio,
pergamino de la inmortalidad, preciosa levadura de la gloria. El
mármol es el Salomón de los siglos, el rey profeta de las eternidades.
Él tiene personalidad creadora. Él ha cincelado el genio antes que el
genio lo cincelase a él. Divino despertador del arte, llamó a las puertas
de la belleza, y el monstruo sentimental que llevan en el alma algunos
hombres le despedazó mágicamente con mordeduras de Dios.
El Mármol es Grecia, es Roma, es Alejandría. Es el arte plástico,
es la estatuaria, y la arquitectura; es la forma, es el ideal, la gloria, la
naturaleza, la línea, el vigor y la majestad. Atenas, Corinto, Roma,
Florencia, Génova, no existirían en él si él no hubiera existido en
ellas. Sin el mármol Fidias, Calímaco, Ictino, Policleto, Mirón, Scopas,
Lisipo y Praxíteles, serían fetos anónimos de la sombra en vez de Dioses
resplandecientes. El bosque blanco, que no creó Jehová, ni existiría,
desde los árboles de Egina hasta el Partenón, desde el Acrópolis hasta
la mole de Adriana, desde los Propileos hasta las Cariátides del Erécter,
desde las columnas de la cretense Áptera al inmortal Coliseum, desde
los portales del Coloso de Alejandría hasta los frontones del templo de
Tegea.
Me estremezco de terror, cuando pienso que ni el mármol, Grecia,
la divina institutriz del arte, no hubiera sido para mí otra cosa que una
pedante matrona científica, una Minerva grave y ceñuda, una grosera
conquistadora.
Por lo demás, la Grecia preceptiva no es de mis simpatías, y aun
desdeño a muchos de sus inmortales que no han tenido la gracia de
hacerme feliz.
Nada me interesan Licurgo (un doctor), Silvio (un político
sentimental), Dracón (un codificador tan riguroso como estúpido),

135
Tratado de la Imbecilidad del País

Pitágoras (un idealista esotérico, un místico sacramental), Temístocles


(un arconte audaz), Herodoto (que tiene más barba que juicio
crítico), Leonidas (un militar) Arístides (un hábil vanidoso con vetas
de romanticismo), Píndaro (un patriotero), Sócrates (un heterista
moralizador que ha merecido la cicuta por lo mucho que con sus
diálogos ha hecho y hace aburrir a la humanidad), Hipócrates (el
fundador del crimen legal), Pericles (un cornudo genial, superior
a César, Mahoma, Belisario y [Byron], que son los cuatro cornudos
más gloriosos de la Historia), Tucídides (un estratega narcotizador),
Hypérbolos (un calumniador burgués), Platón (un charlatán, un
sonámbulo, un presumido mediador de intrigas amorosas como le
llama Byron), Heráclito (un llorón infortunado), Demóstenes (un
concertista de la palabra), Esquimes (un barbero parlamentario,
un fraseador astuto), Zenón (un estoico pueril, majadero y pesado
enemigo de la experiencia).
Son tan solo acreedores del alto honor de mi consideración Homero,
Esquilo, Sófocles y Eurípides (mis abuelos poéticos), Aristófanes
(el castigador, el caricaturista de los políticos, el mal educado, el
abofeteador de los filósofos, «favorecido de las Gracias» como le
llamaban los atenienses), Anaxágoras (un rebelde burlón, un histérico,
un […], Alcibíades (un refinado libertino, un hermoso aventurero que
se burló mil veces de su patria), Lisandro, Epaminondas, Pelópidas
y Agesilao (dos veces hombres), Demades (humorista ingenuo y sin
moral), Alejandro el Grande (una personalidad completa, un elegante
caballero del placer) y Aristóteles, su maestro (después de Dios, lo más
grande que se concibe), Empédocles (el divino panteísta, quien no
reconoció sino cuatro elementos en la naturaleza cuyos principios
la ciencia persigue), Demetrio el bello (un sensualista encantador,
príncipe de las mujeres, amante oficial de Afrodita), Anacreonte
(que emborracha a las musas antes de voluptuosear con ellas),
Epicuro (el bueno y voluptuoso fraile de Atenas, amante de la buena
vida), Demócrito (un escéptico despreciador, un materialista más
genial que Schopenhauer y más tormentoso que Alfredo de Vigni),
Anaximandro (que buscó la explicación científica del mundo en la
materia alumbrada), Pirrón (que dudaba de su propia existencia y se
atrevió a decir que si Dios existiera, se hallaría loco de remate), Aristipo
(un individualista más equilibrado que Nietzsche, un dominador viril,
eterno amigo de la sensualidad). Por último Diógenes (un cínico
Satánico, un lechuzón fatídico, un puerco espín revolucionario, más
salvaje que Rousseau, cuya meta era la vuelta a la vida primitiva, tal

136
Julio Herrera y Reissig

como la concibió [Nietzsche] cuando dice […], algo más que tonto y
menos que genio).
He dicho y repito que Grecia es para mí su rico mármol de Paros.
Yo rezaría como Renan una oración en presencia del Acrópolis, yo
clamaría contra la barbarie que el Cristianismo ha introducido en
el Arte, y contra las herejías de originalidad que en estos tiempos se
cometen en detrimento de la belleza.
Sin el mármol, Grecia, ni Alejandría, ni Roma, ni Florencia hubieran
sido lo que son. El mundo no admiraría la Venus de Praxíteles, el
Apolo, el Dioniso, la Afrodita, la Deméter, la Venus de Milo, la Diana
Cazadora, el Aquiles, el Gladiador contrahecho, la Minerva, el Baco
y el muy célebre Mercurio, el grajo de Níobe, la Venus de Médicis,
las dos Amazonas y la Juno del Capitolio, el Apolo de Belvedere, la
Flora de Nápoles, el Hércules Farnesio y los bajo-relieves del Vaticano,
toda la inmensa estatuaria anónima de la Italia latina, y la que en el
Renacimiento, lució a Miguel Ángel por Emperador.
El Mármol desarrolló inmensamente el genio escultórico de los
griegos. Por lo demás, hay que tener en cuenta que si los Griegos fueron
también astutos en cerámica y en bronce fue porque aprendieron tal
arte a fuerza de tallar el mármol, y arrancarle todos sus secretos. Sin
este material, los trabajos que se hubieran hecho en cualquier otro
material, hubiesen sido de un fausto chillón y superficial, de una
grandeza aparatosa y pesada, de una deslumbradora majestad, pero
sin la elegancia, la vida, el vigor y la gracia de sus creaciones en mármol
que vibra tanto como vibra el mundo.
Sabido es que el arte Asirio-Caldeo, sin dejar de ser admirable, por
la imaginación y el amor a la naturaleza que revelaron sus escultores,
ocupa un lugar secundario, a causa de que el mármol no existía,
y hubo que echar mano del granito y de la cera, produciéndose
un arte de fruslerías imponentes, de colosales fanfarronadas, de
relieves decorativos, de rincones, oros, palmas, vajillas, divinidades
y oropeles, un verdadero arte de muñecas, semejante al que Grecia
habría legado a la posteridad si la naturaleza se hubiese mostrado
menos pródiga con ella, si el mármol no la hubiese enseñado el
camino a la gloria.
Digo esto en razón a que su mármol, espiritualizado por sus
escultores, es su literatura misma, es el estilo sereno, elegante, sobrio
y escultural; es la límpida estrofa perfecta de Sófocles, es la epopeya
de Homero, es el alma didáctica de Hesíodo, la libertad guerrera
de Terpandro, el sereno yambo de Tirteo, la gracia sensual de

137
Tratado de la Imbecilidad del País

Safo, la desenvuelta hermosura de Corina y la extracción liviana de


Anacreonte.
El bien decir de los Griegos, su gesto insuperable, su lógica en la
concepción, la sobriedad en el estilo, no es nada más que su estatuaria,
su mármol, su divino mármol que Apolo formó con nieve de la barba
de Júpiter y la espuma de la carne de Venus. La leyenda refiere que
Diana, es decir la Luna, hallándose de caza una mañana de estío, se
hirió contra unas peñas, y su divina sangre blanca, absorbida por la
luna y solidificada, tornose mágicamente en mármol del Pentélico.
No he hallado un sentido más perfecto para expresar el arte literario
de la Grecia, representado por su mármol hecho estatua, que la bella
Ifigenia del autor de «Fausto», tal como lo describe Saint Victor32
cuando dice: es la estatua de Fidias, de puro perfil, fija la mirada,
erguida gallardamente bajo su túnica de pliegues perpendiculares.
Circula por sus miembros el ritmo trágico. De su boca de mármol
mana la poesía de Sófocles.
En cierto modo y si nos atenemos a la respetable opinión de
Lamennais, autor de Esquisse de une philosophie, Grecia debe su adelanto
en la pintura al mismo mármol, pues este mineral es el verdadero
factor de su arquitectura, y sabido es que el eminente hombre de
ciencia que he citado hace ingeniosamente derivar todas las artes de la
arquitectura, de lo que él llama el templo, es decir, la mirada que eleva
el hombre a los dioses y que es la primera de sus creaciones.
Del templo que imagina Lamennais una segunda creación
semejante a la de Dios, salieron todas las artes como de un acto inicial,
por un desenvolvimiento semejante al de la creación misma.
He aquí parte de lo que extrae en su ingeniosa teoría el distinguido
civilizador, refiriendo al parto de la escultura, y cuyo fruto es por
lógica, el sublime arte de Apeles:

La escultura es un desarrollo de la arquitectura. En su principio es un simple


relieve que poco a poco con arreglo a las leyes de la forma se desprende del
medio donde tuvo nacimiento, como se desprende el ser vivo de las entrañas
maternas. Muy luego otra vida anima la piedra y el templo: es la luz y el color;
en un principio es la luz que atraviesa por las aberturas del edificio y baña sus
paredes; luego es el color que el arte añade a la luz en los frescos y pinturas
murales. Finalmente la pintura se desprende también como la escultura y
vive con vida propia.

138
Julio Herrera y Reissig

De modo pues, que Grecia, verdadera madre de todas las artes


plásticas, y especialmente de la pintura, debe al mármol su mayor
gloria, su eternal triunfo, su divina inmortalidad. Gracias al mármol
puede mostrar orgullosa al gran Apolodoro, que combinó las sombras
con la luz; a Zeuxis, maestro del contenido y de la concepción ideal;
a Parrasio, el rey de la fantasía; a Eufranor, gran técnico del arte; a
Polignoto de Tasos, que inventó los principales colores; a Panemos
y Protógenes, dos efectistas del detalle; al sublime Apeles, profundo
observador del alma, psicólogo de la extensión innominada y sultán
de la línea.
Prueba de que la escultura ha determinado el mayor grado de
progreso del arte pictórico, es que casi todas las esculturas griegas
cultivarán, como más tarde las romanas y las florentinas, el dibujo
y hasta la pintura, de idéntico modo que muchos arquitectos se
entregaron con gran efusión al cultivo de la estatuaria y de la
cerámica.
De todos modos —y para terminar con esta digresión— diré lo que
creo haber dado a entender, esto es, que natural o indirectamente, a
semejanza de la hulla, el nitro, las piedras preciosas, la arena y otros
seres minerales, el mármol desarrolla el espíritu artístico de un pueblo.
Con la misma moral que le ha dado la naturaleza, y por los mismos
rasgos que determinan un adelanto intelectual de los más refinados,
hace a los hombres finos, elegantes y estéticos.

***

Después de haberme referido a la estructura mineral y geológica


de varias comarcas del Universo, haciendo apreciaciones sobre
la correspondencia que se observa entre los caracteres de la masa
terráquea y de la sociedad, voy a personalizarme con el Uruguay, país
éste que provoca mi atención como si se tratara de un delincuente que
atenta por todos lados contra mi vida.
Me llena de orgullo la compilación que he podido efectuar del
íntimo parentesco que une a los hombres este país con el suelo que
tanto aman, de la similitud que existe entre el estado de bárbara niñez
geológica, y otro de insipiencia social que presenta las mismas rudezas
y los mismos cruzamientos del primero.
El alma de nuestros hombres es el espejo de su suelo; su sentido
artístico, por más que se eduque, será siempre como la dura armonía

139
Tratado de la Imbecilidad del País

de la tierra. La estética, dice Guyau, es la armonía sentida y no la


armonía deseada.
Dijérase que Cibeles recobra su imperio sobre Urano. Bajo nuestros
pies un salvaje desnudo, armado de un hacha de piedra cortante
proyecta su sombra maldita sobre nuestro ser.
Ese salvaje es la piedra; mi pensamiento brahmánico me hace ver la
extraña metempsicosis de una raza nuestra convertida en un inmenso
monstruo de granito que se extiende por todo el territorio, enseñando
a cada paso sus miembros pavorosos.
Antes de referirme en particular a este monstruo, causa de las
bien tristes modalidades de los uruguayos, voy a probar que nuestra
insipiencia social corresponde, como he dicho, a la bárbara matriz
geológica de nuestro suelo.33
Lejos de toda deducción que responda a la probabilidad que ha
querido verse de una vieja edad geológica, a mi juicio las estructuras
físicas y la composición mineral de las masas del territorio, dispuestas
en forma tan irregular como elevada; el carácter macizo de las rocas
que se levantan en protuberancias multiformes; la figura, por lo
común elíptica, de los bloques desprendidos, que sugieren la fantástica
idea de un péndulo errático, muy cercano; el estado de los esquistos
metamórficos y de los sedimentos, las presencias perpendiculares
de los depósitos calizos; la impureza de los grafitos; los efectos que
se ha encontrado de la reciente acción neptuniana; y por último,
la existencia de minerales pertenecientes al último período de
formación, todo induce a creer en un estado geológico moderno y
revolucionario, muy semejante al del período llamado de la piedra
pulimentada, que toca a los primeros días de la Humanidad, o sea a la
primera etapa de la historia del hombre.
Con excepción de una pequeña comarca situada en las alturas de
los departamentos de Minas y Maldonado en que la masa del suelo
revela por la abundancia de sierritas, y por su composición de rocas
ígneas y sedimentarias, una formación geológica más antigua, el
resto del territorio acusa una infancia absoluta, como lo demuestra
la abundancia de arenas o granitos cuarzosos de naturaleza silícea,
mezclados con guijarros y varias clases de cementos diseminados, que
existen en toda la República. Particularmente en el Este y Sudeste
del territorio se avistan con más claridad los efectos del calor solar y
de las aguas; entre los muchos aluviones, algunos recién formados y
de carácter particular hablan de una inmersión bastante próxima a
nuestros días de las tierras en el Océano, y de que éstas continúan

140
Julio Herrera y Reissig

surgiendo lentamente de la masa líquida, como si salieran de un


baño en el que han estado sumergidas siglos y siglos.CVI Por lo demás,
a gran distancia de la costa, en terrenos bastante elevados y a poca
profundidad, se encuentran vestigios del sumergimiento, como ser
conchillas, despojos marítimos que comprueban la verdad de mis
afirmaciones, y hablan con mágica elocuencia de la niñez mineral de
este país.
Las vetas metálicas, y ciertas cristalizaciones de los terrenos
plutónicos, que pudieran ser pruebas de un estado mineral avanzado,
escasean tanto que casi se puede afirmar que no las hay, pese a la
charlatanería científica o superficial de uno que otro ingeniero iluso,
que abusando de la candidez evangélica de los uruguayos, ha hecho
creer al país que tiene en Cuñapirú y Corrales34 todo el oro del Potosí,
en Minas los mármoles multicolores de París, Carrara, Narbona,
Siena, Campan y de la Mancha, y también los alabastros de Toscana y
de Cerdeña; en el distrito del Campanero minas de hierro superiores
a las de Suecia y Noruega, y que bien podrían proveer de este mineral
a todas las fundiciones del mundo; en la Cuchilla Grande, masas de
plata más extensivas que las de Hungría; en las vertientes del Soldado,
calizas más importantes que las del Jura y de los Alpes, y depósitos de
cobre más valiosos que los de Rusia, Suecia y Japón; en la Calaguala
más plomo que en Almagrera; en Rocha turberas más ricas que las
de Escocia; y en el departamento del Salto, rubíes, topacios, zafiros
y esmeraldas superiores a las de Asia; ágatas que no tienen precio, y
válgame Dios, ¡cuánta riqueza que jamás conoció la Reina de Saba!
Por lo demás, hay ya quien habla de que en las faldas del Cerro35
existen depósitos de azufre, y no sé si de piedra pómez. ¿Y como no ha
de haber por Dios, si el Cerro ha sido o está por ser un Vesubio?
Sólo faltaba que se descubriera, por casualidad, un pedazo de
carbón en cualquier cuchilla del país, para que se supusiera la
existencia de diamantes de gran tamaño, superiores al del Gran
Miguel, al de Catalina II, y al de la «Montaña de luz».
Como anteriormente decía, el Uruguay es un país nuevo en estado
de elaboración geológica, que está saliendo lentamente de la matriz
del mundo, y tal estado físico, a más de corresponder a la menor edad

CVI La ingenuidad de los orientales llegó a tal punto, que hasta hace algún tiempo se
creyó en que existían valiosas minas de petróleo en el depósito de Aduana llamado «Las
Bóvedas» —y todo porque el piso y las paredes de la citada barraca estaban impregnadas
de ese mineral, y despedían un olor muy fuerte, debido a que en un tiempo se utilizó
dicho edificio como depósito de Kerosene.

141
Tratado de la Imbecilidad del País

geológica y botánica que ya Darwin y Humboldt han debido observar


en su visita a esta comarca, es también un perfecto equivalente de
su sociabilidad, que recién se está formando, y que por ahora no
es sino una tribu primitiva y heterogénea de elementos turbios y
desiguales, agobiada por la herencia barrosa de caracteres ordinarios
de intelectualidad, y por los frutos patológicos de una dinámica
mareadora, tan casual, como depresiva y estúpida.
El muy célebre Philippi y el sabio Burmeister han observado que
toda la parte meridional de la América del Sur, se halla en proceso de
levantamiento.
Esto es importantísimo de todo punto de vista, y confirma
triunfalmente la presente seguridad que hasta ahora he abrigado,
con la causa científica del fenómeno etnológico de nuestro país,
constituido por sus hábitos sociales rudos y groseros, por la caparazón
pesada de sus prejuicios de aldea, por su tráfago de rutinas infantiles,
por sus gustos de provincia, por sus ingenuidades de niño de aldea,
por su paladar de neófito para gustar las exquisiteces del arte y los
refinamientos ducales del gran Mundo. Es que, como he dicho,
nuestra sociedad, a semejanza de nuestro suelo, se halla en proceso
de levantamiento, haciéndolo salir de la matriz de la barbarie. Y es que
también se halla fundada, como la tierra en que se agita, por aluviones
extraños que desde hace un siglo nos vienen de todas las razas y de
todos los países, como la fatal resaca, como el infuso légamo que arroja
a nuestras playas el río de la necesidad.36
La Sociología y aun la Historia puede robustecerse, en este
punto, con las observaciones de Burmeister y de Philippi, siguiendo
el procedimiento de Comte y de Buckle; pues de un proceso que
bien se puede llamar cosmológico, pueden seguirse otros procesos
que llamaremos neológicos, con Ampère, y que van desde la moral
hasta la metafísica. Prescindiendo de todo agente exterior, o lo que
es lo mismo, negando valor a la coincidencia de nuestra niñez con la
infancia física del territorio, de cualquier modo nos encontramos con
que una fuerza motriz de alzamiento geológico determina fatalmente,
con su misma lentitud y su propia intensidad, el desarrollo de las
facultades del hombre, como ser: el instinto social, la sensibilidad,
la intuición artística, el espíritu de discernimiento, la libertad de las
ideas, el magnetismo volitivo, la fuerza individualista, el sentimiento
de la formalidad, etc. El grado inferior a que alcanzan todas esas
facultades, lo que hace presumir que el Carácter y la Inteligencia se
hallan en el Uruguay en simple estado de levantamiento, comprende

142
Julio Herrera y Reissig

perfectamente a las observaciones científicas que dan a nuestro


territorio por un núbil efebo, por un gimnasta sin músculos, sin
corpulencia, esbozo de país, proyecto de hombre.
Observo que aquí todas las cosas tienen un aire tímido, irresoluto,
inocente, primaveral, de iniciación, de comienzo, de primeros pasos,
de aprendizaje, de frescura; los hombres entre sí se parecen como
los huevos; un adocenamiento trivial, una disciplina igualitaria; unos
caracteres tirados a cordel; un temperamento que tiene mucho de
agua de pozo, nos habla de un ejército de colegiales desaplicados
que reciben las primeras lecciones del Progreso, que nada saben de
las quintaesencias de la vida, y cuyo entretenimiento es entregarse
al chisme, a las guerrillas, y a los juegos ratoniles de la infancia más
candorosa.
En nuestra República, la sociedad, la política, la historia, el
arte, los caracteres —todo se halla, como la tierra, en estado de
levantamiento—. La gestación es lenta, y el parto durará siglos, como
el de las divinidades del Olimpo. ¡Levántate pronto, oh tierra, para que
se levanten tus hombres! Madrépora o estrella de mar, desarrolla tu
fuerza en medio del universo. Si te falta vigor para levantarte, húndete
trágicamente. Temo que se prolongue por tu culpa más tiempo una
civilización de babosas que me consterna; asilo que me hace daño. ¡Al
menos desapareciendo, no faltara algún épico de talla, hijo de Europa
o de Saturno, que aureole tu suicidio, que glorifique tu muerte!
He dicho que en nuestro país no hay minerales preciosos ¡Qué
ha de haberlos, por Dios! La Naturaleza, como el rico de Lázaro, nos
arrojó de lástima unas migajas de oro, que cayeron en los célebres
yacimientos de Cuñapirú, y que dan más trabajo para hallarlas que lo
que cuestan. Así lo atestiguan los resultados de la empresa que explota
aquel venero tan famoso,CVII y que según se dice, ha mandado para
Europa pepitas de oro del tamaño de un espermatozoide. Pero si las
minas de oro no son gran cosa, en cambio las de plata no valen nada.
El mismo Carlos [Tixite], glorificador de nuestra fortuna subterránea,
que asegura que la «Cueva de las Mil y Una Noches» se encuentra
cada dos metros en nuestro país, con sólo hacer un agujero, guarda
un discreto silencio con respecto a la plata, cuando nos habla del
plomo que existe como la corvina en el notable depósito de Calaguala.

CVII Decíame un amigo que el hada Oro, en marcha para el Brasil, donde tiene uno
de sus mejores palacios, acertó a pasar por Cuñapirú. Y hete que a lo mejor se le cae un
botoncillo de oro de la blusa. Volviese el hada con desdén al sitio en que cayó la prenda y
dijo: tierra sin fósforo vestida de cardos y de piedra, conserva este recuerdo de la fortuna.

143
Tratado de la Imbecilidad del País

Y miren que no decir nada es más que decir mucho, tratándose de


un hombre que para escribir el catálogo mineral del país necesitaría
cuando menos un papel tan grande como todo el territorio.
Antes dije que no había minerales en nuestro país y ahora digo
que miento. En toda esta telita de cieno, como llama Voltaire a la tierra,
no hay un país en que haya ni más adulonería, ni más piedra: con el
primero de estos elementos habría para adoquinar todo el largo
camino de la ignorancia y la mistificación; y en cuanto al segundo, no
basta para cavar trincheras contra la libertad del espíritu.
Y a fe que si me equivoco es sólo por la mitad, pues, dado como
un hecho que la tierra no se mueve en el espacio, ni hay adulonería
en nuestro país, queda por lo menos que la piedra nos dice por todos
lados aquí estoy. Yo encuentro que le hubiera sido a Cristo menos
difícil hacer hablar las piedras en Jerusalén, el célebre Domingo
de las Palmas, que hacer callar a esta gleba granítica que, en donde
quiera que nos encontramos, nos sale al encuentro, en caminos,
campos y playas, despedazándonos los botines, amenazando nuestras
rodillas con sus dentelladas leoninas, burlándose de nuestro empeño
en querer hacer ritmos y líneas perpendiculares con el cuerpo. Del
punto de vista social, la piedra es insoportable. ¡Qué daño hace! La
poca frescura de los hombres, su ordinariez arrabalera, su gruesa
epidermis de urbanidad, se debe a la piedra, a la maldita piedra que
cubre como un inmenso callo todo el suelo del territorio. Bien merece
una piedra que hace tanto daño, el castigo de la serpiente que hizo
pecar a nuestros padres, Adán y Eva, ese castigo ignominioso de ser
pisada con ultraje, de ser vilipendiada, humillada, deshuesada. Día a
día la pisotean y hasta la escupen en nuestras calles miles de verdugos
humanos, rebaños de seres terrígenos que llevan por culpa de ella el
pecado original de la barbarie.
Criterioso lector, antes de proseguir con nuestra riqueza nacional
—vale decir, con la piedra— haré un ligero paréntesis, pues
hacerlo me manda un caso de conciencia, y en punto a conciencia
me considero un casuista. Había mentido una vez, diciendo con
cínico desparpajo que no había minerales en nuestra tierra, y poco
después dije que mentía, pues la piedra casi casi es un mineral;
ahora declaro que soy olvidadizo, como si en algún tiempo mi pobre
cabeza hubiera tenido un mal asunto con la piedra… Es el caso, pues,
que en el país hay aguas minerales superiores a las de Bade, Vichy,
Neris, Passy, Eposom, Baréges-Eaux Bonnes, etc. No se crea que me
refiero a las de los Pocitos, que son un cúralo todo; son otras —o es

144
Julio Herrera y Reissig

otra— la que nos habría dado gloria en la Exposición de París si sus


dueños, demasiado modestos, se hubieran dignado presentarla. He
dicho son otras y es otra, porque siendo, el elíxir, una sola —hablo
de la de «Salus»37—, es como si fuesen muchas, pues no sólo vale por
todas las que se han descubierto hasta el presente, sino que reúne en
sí los diferentes principios minerales de todas las especies de líquidos
de la Naturaleza… Con efecto, el agua de «Salus» es, o tiene que ser,
gaseosa, alcalina, ferruginosa, sulfurosa y salina. Hay que honrar al
país, cuando es el caso, y a fe que merece toda honra, pues tiene un
agua de «Salus» tan exageradamente buena que es casi mala. Sólo
puede ser comparada al champagne infantil de nuestras granjas, que
es superior al verdadero…
Con tu permiso, lector, seguiré a la piedra.
La República del Uruguay debería llamarse por antonomasia la
República de la Piedra. Y no se crea que porque los uruguayos se hallan
en la edad de piedra de la civilización intelectual; lejos tal herejía
tratándose de un país que marcha a la vanguardia del Progreso, sino
porque este mineral, a modo de inmenso impermeable puesto en la
cuna de un niño recién nacido, cubre todo el país de Sur a Norte, de
Oriente a Occidente.
De la piedra considerada como expresión determinante de la
intelectualidad y el arte, pretendo hablarte, lector de piedra, quiero
decir lector uruguayo —y por lo tanto te ruego que me atiendas de la
mejor manera.
Si consideramos este mineral tan culto, como reliquia prehistórica
de la humanidad, tropezaremos a seguida con la barbarie más
adelantada, es decir, con la civilización del paleotherium y del
mastodonte, con la etimología del reno, y un punto más abajo con los
hombres de las cavernas, que luchaban con pedazos de montaña, y
poseían admirablemente el arte de dibujar animales que no tuvieran
menos de diez y seis patas.
En ese buen tiempo de que nos hablan Lartet, Boucher y Cuvier,
existía un arte primitivo, aunque no tan primitivo como el de nuestro
país, se entiende, pues se hacían a las mil perfecciones si no libros de
literatura y casas cuadradas, más originales que las de los castores, por
lo menos flechas, martillos, vestiduras de pieles, y adornos de piedra,
túmulos y utensilios, que rivalizan con las mejores obras de arte del
Uruguay.
Mas fuese lo que fuese, lo cierto es que nuestro país —digo, su
piedra— aunque todavía no ha dado monumentos druídicos que puedan

145
Tratado de la Imbecilidad del País

rivalizar con los que se encuentra en los depósitos de los terrenos


cuaternarios, no por eso ha querido ser menos que sus rivales de
Europa, y al efecto puede ostentar con orgullo una arquitectura de
piedra y arena que le pertenece por completo a él solo, sin que ningún
otro país hasta ahora haya caído en la envidiosa locura de imitarle, lo
que hubiera sido quitarnos la gloria de ser, en cuanto a estética, el país
de más abominable mal gusto, de un mal gusto casi genial, digno de
ser premiado.
Y a fe que el doctor Zorrilla de San Martín se equivoca sólo por
un punto cuando dice, en una de sus más hermosas páginas titulada
«Montevideo»,38 que esta ciudad tiene indudablemente un carácter
arquitectónico difícil de sorprender.39 El doctor Zorrilla no ve aquí lo que
acaba de dejar en Europa, esto es, «bohardillas plomizas ni tuberías de
chimeneas» (todo esto naturalidad de los edificios europeos); pero ve,
en cambio, las hermosas líneas rectas y blancas de nuestras azoteas que
se recortan en el cielo azul.
Según él, esto es «hermoso, de lo más hermoso aun para quien
viene de París […] esta ciudad no se parece a ninguna otra».
En esto tiene razón. ¿Cuál va a ser la desgraciada que se le quiera
parecer; en dónde se encuentra un templo de San Francisco40 que es
una verdadera inmoralidad de ladrillo que da náuseas al buen gusto,
que es un megaterio pesado con una trompa obesa y erguida a modo
de torre, con su arquitectura hermafrodita, de monstruo bisexual, con
sus vísceras góticas, o renacimiento o no se sabe qué estilo? ¿En dónde
existe una empanada tan irregular, un laberinto antigeométrico,
un ovillo inextricable de calles que van haciendo piruetas, zigzags,
requiebros, caracoles, ondulaciones de lombriz, gambetas de avestruz
y toda clase de cabriolas macábricas, por atrás, por delante, y por todos
los costados, de donde se dirige el atolondrado transeúnte; una ciudad,
en fin, sin delineación, sin plan, sin lógica, llena de vericuetos, de líneas
mixtas, angulosa, y tan bien mezclada que parece una montaña rusa?
Sin exagerar, yo creo que es más fácil extraviarse en sus alrededores
que en las catacumbas de Roma o en las peligrosas montañas de la
Calabria.
La descoyuntada ciudad de Montevideo me da la idea desagradable
de un aparato intestinal, de un abdomen quebrado y lleno de
irregularidades y de agujeros, de tumores y depresiones. Es una
infamia municipal, una monstruosidad de los hombres de este país, la
verdadera obra humana del Uruguay, no menos mala que esa obra de
cachivache que nos ha dado la Naturaleza.

146
Julio Herrera y Reissig

Sin embargo puedo no tener razón, y por eso conviene que


escuchemos al doctor Zorrilla de San Martín. Continúa este señor
diciendo que esta ciudad es «la gran capital de un pueblo distinto de
todos los demás». Tiene razón; no se lo discuto.
«Montevideo, dice, me parece una ciudad núbil, pero muy fuerte,
de una franqueza y de una ingenuidad encantadoras.» (Yo agregaría:
como la de sus buenos hijos).
«Montevideo no es ciudad corregida; es hermosa de nacimiento.»
Esto sí que no se lo permito: fea nació, fea es, y fea será toda su vida,
genio y figura hasta la sepultura, si es que no la hacen de nuevo, que es
lo que yo haría la vez que me hubiese cansado de reírme de ella.
Y esto sucederá después que el Dr. Zorrilla de San Martín halle un
paralelo entre París, la ciudad de la edificación monótona, con sus
grandes edificios «banales y de pacotilla al atraillarse, el uno al lado
del otro, en las largas avenidas», etc., y Montevideo, la ciudad ideal,
elegante, coqueta y proporcionada. Dice lo siguiente: Montevideo es
todo lo contrario; sus calles son proporcionadas; todas ellas tienen
igual derecho a la vida; pues todas tienen aire y luz, ambiente y
distancia —música y color (esto último no lo dice, pero podría haberlo
dicho) proporcionado para sus edificios. «No se siente uno aquí
hundido en una calle como en el fondo de un tajo cortado a pico en la
montaña», etc.
En eso sí que se equivoca el doctor Zorrilla de San Martín, o no
conoce Montevideo; no sólo se siente uno y todos los que quieran
hundirse, metido en el tonel de Diógenes a cada paso, en el arranque
de dos repechos, sino que se siente elevado mágicamente a los pies
del Himalaya con menos de caminar los 80 metros que precisamente
tienen las cuadras de Montevideo. La diferencia está en que el doctor
Zorrilla de San Martín se refiere a la edificación gigante de París, que
naturalmente hace pequeño al observador que va de Montevideo,
acostumbrado a tener por delante ranchos de uno o dos pisos con
balconcitos de mármol.
Habla el doctor Zorrilla, que es tan cumplido hombre de mundo
cuando se trata de Montevideo, como poco galante con la Verdad: se
ven los edificios de dos o tres pisos, intercalados entre otros de menor
altura, pero «siempre graciosos y de correcto estilo» (¿Habrá estado Vd.
en París, señor Zorrilla, o nos habla en tono de chanza?). Aparecen
muy esbeltos, «porque cada uno de ellos tiene entidad y proporciones
propias» (me enojo) «la altura racional (irracional, señor Zorrilla), de
las construcciones permite que se vea la luz al través de los balaustres

147
Tratado de la Imbecilidad del País

o calados de los antepechos superiores; surgen y avanzan en el aire las


cornisas (no entiendo absolutamente nada) apoyadas en sus ménsulas,
se ven y se destacan las grecas, los arabescos, y las volutas de los frisos»
(¡Oh! Maravilla que sólo pasa en Montevideo); por fin, «se cuentan las
líneas de los arquitrabes». (¿Y eso qué importa a la belleza, si a nadie se
le ocurrirá echar números cuando se la contempla?)
El Dr. Zorrilla nos habla después de que ve en su imaginación «a
la ciudad más hermosa del mundo» (esto es poco; ni en Saturno se
concibe otra Montevideo); y en diversas partes de su hermoso opúsculo
se expresa de la siguiente manera: «Venga el arte (aquí no tiene nada
que hacer) y vendrá seguramente a acabar este encantador boceto de
gran ciudad; pero ha de venir con dos condiciones: primero, no ha de
arrebatarle su carácter arquitectónico (el carácter arquitectónico de
Montevideo consiste en que no tiene ninguno41): sus líneas rectas, sus
aristas nítidas, sus techos planos, su arquitectura racional» etc.
Esto es de una impertinencia casi insufrible, tratándose de una
ciudad hecha a remiendos, un mosaico de disparates y charrerías
arquitectónicas, de geometría más irregular que un queso de quesería
horadado de distintos modos…42 arquitectura racional una ciudad,
en fin, que empezó por ser plaza fuerte, y ha concluido por ser un
hacinamiento ridículo de ladrillos amacotados, de construcción de
villorrio sin garbo, sin gusto, sin personalidad, sin esbeltez, sin algo que
no sea un balcón, una azotea, o una zabandija de infelices guarangos,
concebidos por almaceneros y gentes del submundo social, que se han
educado el gusto detrás de un mostrador.
Yo me imagino que para el hombre que viene de Europa,
acostumbrado al confort, educado en el buen gusto, sensitivo y elegante,
las casas de Montevideo han de parecerle como esos trajes, del casimir
más ordinario, que se venden hechos en las tiendas de campaña, y que
apenas sirven para cubrirse el cuerpo.43
Habla el doctor Zorrilla de que la arquitectura de Montevideo; la
bóveda de los grandes edificios, la construcción de azotea, de techo
plano, nos ha sido importada del Mediodía de España, y que a eso se
ha adaptado después admirablemente la arquitectura greco-romana
que nos han traído mucho después los arquitectos de Italia.
En realidad, el señor Zorrilla ha hecho un nuevo poema de
ditirambos, en vez de darnos una impresión serena de la Verdad.
En Montevideo no hay tal arquitectura greco-romana, ni española,
ni chaná, ni siquiera indígena. No hay que hablar de líneas clásicas, de
órdenes, analogías, contemporáneos o góticos, de entallamientos, de

148
Julio Herrera y Reissig

guirnaldas, dinteles, frontones, columnas, balaustres, calados, ojivas,


cornisas, estatuas, cúpulas, bohardillas, ojos de buey, estantes, afilados,
filigranas, cresterías y relieves. Todo esto nos es tan desconocido
como las ciudades submarinas de Julio Verne. La arquitectura es
aquí un producto tan híbrido como grotesco de sobras universales
de estética; es un compuesto de retales plásticos recogidos en el gran
depósito de desperdicios del mundo. No es una arquitectura greco-
romana (que no oiga Fidias), sino una arquitectura gringo-asturiana,44
apostólicamente sencilla, de lo más pobre, necia, cursi, que inspira
desprecio y lástima, chata como la cabeza de un turco, de estilo
provinciano, de aire ingenuo como un melocotón, que recuerda esos
pueblos de pescadores abandonados de las orillas del Mediterráneo, o
a palomares.
La arquitectura de Montevideo es gemela de su sociabilidad.
Su génesis es el mismo, así como su proceso de formación, lenta y
confusa. El genial entrevero de los edificios, unos más altos que otros,
algo distintos entre sí, pero de una perfecta igualdad de mal gusto y de
mendicante tontería. Es símbolo de nosotros la Casa de Emigrantes,
ese Medio Mundo a donde vienen a parar todos los pescados más
raros y ordinarios del Océano social, esa cloaca humana, alrededor de
la cual se han formado los aluviones antropológicos de nuestra raza.
Hecho al azar, nadie se ha preocupado de hacerlo bello, aristocrático y
elegante. El Montevideo arquitectónico no es otro que el Montevideo
social. Su genealogía ascendente es un caótico revoltijo de individuos
anónimos, procedentes de diversos puntos, seres arrojados por
la miseria universal al torno de nuestros asilos, y cuyos nietos son
igualmente las casas que admira el doctor Zorrilla de San Martín y los
principales hombres que hoy figuran en nuestra sociabilidad.
Hablando en serio, no se conoce en nuestro país una civilización
mineral.
El arte no es sino un sentimiento que lo sugiere la naturaleza con
más o menos sutilidad, por uno de esos incomprensibles magnetismos
que pasman la inteligencia. Sólo que como dice Guyau, expresa de
una manera más clara lo que la naturaleza no hace más que balbucear.
En virtud de ese principio, veamos el género de arte que en virtud de
esa necesaria correspondencia de las cosas y los hombres corresponde
a los hijos de esta región del Plata.
Debo ser franco por mi respeto hacia la ciencia, científico al hablar
de la piedra, cuya es la culpa de que el arte, en caso de serlo, ande
disfrazado por nuestro país, pues parece que acostumbrado a las

149
Tratado de la Imbecilidad del País

flechas, a las piraguas y a las boleadoras, no se aviene con las modas


de la civilización, y encogido, triste y huraño, se cubre de vergüenza la
cara para que no le veamos su color cobrizo.
Pero ante todo, querido lector, te pido perdón por si lastimo
tu amor propio, que es uruguayo, de lo más susceptible. Tú eres
un ciudadano de las cuchillas y de las piedras, y yo soy el Júpiter de
Vermeer,45 con ciudadanía del Mundo.
La disposición material de los hijos de este suelo debiera ser,
lógicamente en armonía con las leyes que rigen el determinismo
físico, para cultivar un arte de piedra, que no tuviese semejantes o por
lo menos, si los tuviese, habían de ser el egipcio, el asirio, el ariano,
el persa, el mexicano y otros que hayan asombrado al mundo con
pirámides, esfinges, ciudades como Persépolis, y templos como el de
Buda. No se concibe un arte de filigranas, de camafeos, de monerías,
de bordadoras, de relieves, de porcelanas, en donde la piedra nos
habla del sarcófago monolito, los sepulcros de [Sa K Rarah], de los
obeliscos de Ramsés, de los peñascos de Ipsanbul, de los toros alados
de Babilonia y del terrible Baal Moloch de los Fenicios. Con la piedra
que existe en el país, hay para construir un puente a la luna y humillar
a todos los más grandes.
Bien que un arte como el que he citado no es para mi gusto sino
un arte brutal, elefantino, aplastador, estúpidamente grande, como
ciertos hombres de elevada estatura; un arte de Pelasgos, de muros de
Tirinto, de monstruos de Micenas.
Pero es el caso que nuestra piedra parece tener un alma distinta
de todas las piedras. Es una piedra estúpida. Siquiera las de México
y Perú, inspiraron a los indígenas de esos países a la erección
de monumentos artísticos, de templos y sepulcros de un estilo
orientalista. Eran piedras inteligentes, bastantes sensibles. Pero la
nuestra, belicosa, chata y absolutamente microcéfala, no inspiró a
los imbéciles charrúas sino la fabricación de punzones, percutores,
hachas, morteros, pulidores, dardos, mazas y rompecabezas; una
industria miserable que corresponde al período neolítico. A ella se
debe que los charrúas fueran carnívoros sanguinarios, haraganes,
cretinos y antropófagos. En nuestra época continúa inspirando
largamente a los uruguayos de raza ibérica, incitándolos a que
sean como ella, rudos, groseros, ásperos, impermeables contra
la civilización, tercos, exabruptos, pesados y antiestéticos. No se
concibe un mineral más dañino, una fiera más perversa. Yo la
desterraría del Uruguay, y mandaría exorcizar el suelo en que ha

150
Julio Herrera y Reissig

nacido y donde ha perpetrado sus crímenes más nefandos, como si


se tratara de un esclavo del demonio.
Me calma a ratos la idea de que ha sido castigada, despedazada,
manoseada, desencajada por el barreno, obligándosela a servir de
soldado raso en la lucha que libra día a día el puerto de La Plata contra
las corrientes y los vientos.46
A la verdad que nuestro país es apropósito para ser habitado por
salvajes. Hay que declarar dolorosamente que su suelo viste con toda
la etiqueta de aquellos días primordios del calendario de piedra. La
naturaleza no ha podido a ese respecto ser más lógica, y a una raza de
charrúas no hizo otra cosa que brindarles aquello que se acomodaba
con su mísero estado de civilización; esto es, una flora miserable, llena
de pinchos y venenos, una fauna inmunda, maloliente y sanguinaria, y
una piedra que tiene de sus dos colegas todo el áspero salvajismo, todo
el cruzamiento zahareño, toda la catadura irritante, toda la sordidez
dantesca.
A la verdad, no puede darse mayor artificio, un injerto más ilógico,
una monstruosidad más innatural, que haber introducido gente
blanca, animales humanos de pura raza europea, en esta comarca
feroz, que sólo debe ser habitada por fieras y por indígenas.
Pensad seriamente en lo que digo: la salvaje naturaleza de este país
no ha variado nada de tres siglos a esta parte, cuando los indios eran
reyes de este suelo, y respiraban el aire que respiramos, y bebían del
agua que bebemos y tenían por delante la misma piedra, el mismo
árbol, el mismo pampero con quienes vivimos en perfecta comunidad.
La naturaleza nos ofrece con estúpida galantería lo que les ofrecía a los
charrúas: esto es, pieles de yaguareté, piedras para sus boleadoras y sus
mazas, pampanillas47 y pajonales, su miel silvestre para sus borracheras
de chicha; cueros de zorro para sus toldos groseros; ramas de coronilla,
orines de peludo para sus barbotes infames, cabezas de víbora para sus
ridículos curanderismos, sangre de tinturas para sus tatuajes, y pringos
de todas las especies para engolosinar a sus hembras.
No se puede pedir curiosidad más réproba, nada que indigne más:
decididamente, tú, lector, estarás tan irritado como yo, y convendrás
en que no podemos hacer a este país el honor de habitar en él.
¡Marchémonos cuanto antes, abandonemos la patria de la piedra, la
madriguera de los valientes charrúas, a quienes les hemos usurpado
con cobardía su hogar y su paraíso!
Así como el mármol, el divino mármol, es la expresión nacional
y artística de Grecia, y otros minerales de aptitudes honrosas las

151
Tratado de la Imbecilidad del País

de sus respectivos países, la piedra, la ruda, la bárbara, la tosca, la


riscosa, la guerrera, la exabrupta piedra, es la expresión anímica de
nuestros hombres; es el pergamino en que se leen sus afecciones, sus
modalidades, sus gustos, su temperamento, su educación social y su
adelanto estético.
¿Quién es capaz de comprometer la integridad de su buen sentido,
atreviéndose a decir lo contrario a lo que decimos la ciencia y yo? Los
hijos de este país tienen mucho de la piedra.
Yo colocaría en nuestro escudo nacional, en vez de un caballo, un
adoquín.
Por otra parte, a qué tantos animales en nuestro escudo… Eso es
demasiada irracionalidad. Pensad, honorables legisladores, que el país
está muy mal representado. Yo soy el hombre de las contradicciones.
¡Quién me hace caso! Digo esto porque acabo de afirmar, revestido
de la más solemne gravedad, que la piedra es la deshonra del país…
Ahora digo lo contrario, o más bien dicho, no soy yo sino la mitología
quien lo dice. Se debe saber que los seres humanos de que descienden
los uruguayos han sido hechos por la piedra, de la manera más sencilla
y prodigiosa. Véase que la piedra hace prodigios, si no en el Uruguay,
en Grecia al menos. Deucalión, hijo de Prometeo, puebla la Grecia
de un modo más verosímil que como Dios hizo al hombre, según la
Biblia. Después que Júpiter, irritado, destruyó la raza creada por el
titán del Cáucaso, Deucalión y Pirra, su mujer, consultaron al oráculo
de Delfos, que les mandó arrojar piedras a la espalda.
Convirtiéronse en mujeres las piedras lanzadas por Pirra, y en
hombres las que arrojó Deucalión. Qué piedras más geniales, qué
piedras creadoras. ¡Oh, si las nuestras hubieran nacido en Grecia!
¡Oh, si yo también hubiese nacido allá! Cristo fundó su imperio sobre
una piedra, bien que esta piedra fuese San Pedro, es decir un hombre,
milagro vulgar que se reproduce en nuestro país en carácter colectivo,
pues qué otra cosa que piedras animadas son nuestros hombres. En
nuestro país hay piedras —u hombres, que es lo mismo, para fundar
una religión por lo menos; el imperio universal de la estupidez, un
imperio tan grande como no lo soñaron Cristo, ni Alejandro, ni
Bonaparte.
Renglones antes dije que yo era el hombre de las contradicciones. Sí
lo soy, y necesito para consolarme de estas palabras de Renan: «cuando
se tiene el derecho de equivocarse impunemente, se está siempre
seguro de triunfar.» Si no lo soy, juzgue el lector, oyéndome protestar
en este momento contra la Mitología, esa épica mentira que es mi

152
Julio Herrera y Reissig

amante intelectual, esa megalomanía legendaria, esa alcoholemia


delirante que se atreve a decirme que las piedras pueden formar a los
hombres, y por el contrario los hombres a las piedras. Respecto de lo
primero, estoy conforme, pues tengo por seguro que los uruguayos
no pueden haber sido sino formados por las piedras; pero lo segundo
me descompagina, me desvencija, me disloca, me descoyunta. Pues,
¿en dónde hallar una medusa que convierta los hombres en piedras
del tamaño de una montaña? ¡Oh, sublime descubrimiento, que
haría desaparecer a nuestros hombres en un segundo, tornándoles
en granito! ¿En dónde se encuentra esa Medusa, benemérita de
la Humanidad, para rogarle que forme de nuestros ochocientos
mil hombres una cordillera de ochocientas mil montañas? Ya no se
necesitará la colaboración del Cerro, ni el hundimiento de nuestra
tierra a la manera que se hundió en el piélago la engañosa ballena de
las «Mil y una noches.» Imbécil Mitología, por tu culpa, casi creo que
la Cordillera de los Andes es una humanidad de gigantes araucanos
petrificada por las Gorgonas, y nuestras filosas cuchillas los abuelos de
los charrúas, que seguirán durmiendo su sueño de eternidades bajo
las flechas del sol.
Si soy algo sutil en mis demostraciones, tómese tal cosa por una
prueba de talento. El autor de L´Art48 me defiende en este punto
cuando dice: «Se reprocha a ciertos genios ser demasiado sutiles, pero
¿hay algo más sutil que la naturaleza? El espíritu no igualará jamás a
las cosas en ramificaciones y en sinuosidades.» He dicho esto, porque
se me ocurre, a mala hora (porque me va a malquistar con blancos
y colorados49), que nuestros partidos, ya que no tienen por ilustre
progenie a la piedra, viven al menos bajo su eterno protectorado, a la
manera de un padrinazgo vago y fatal. Las tres agrupaciones políticas
de nuestro país tienen su representación en las tres clases de granito en
que se divide la humanidad pétrea de nuestras canteras. Con efecto, en
correspondencia armónica con nuestros bandos tradicionales, existe
un granito rojo, otro blanco, y otro descolorido que deja adivinar
su simpatía por los constitucionalistas. Excuso decir que el granito
más fuerte y más hermoso es el colorado. El blanco suele ser frágil,
polvoroso, falso.
Ruego al lector que no tome a pecho estas coincidencias científicas,
que dan a los partidos como reflejo de las piedras. La ciencia se
equivoca tanto… Alfredo de Musset se rió de ella a carcajadas. Y
además, lo que yo escribo en estos momentos es tan hijo de la risa
como de la ciencia. Bien que Voltaire haya dicho de la risa que es una

153
Tratado de la Imbecilidad del País

ciencia burlona… Por otra parte mis constataciones son hipótesis de


hipótesis como dijo el filósofo, y esto te servirá de consuelo, lector
bizantino, colorado o blanco.
El granito constitucionalista, quiero decir, el descolorido, tiene
el aspecto de anemia; su palidez clorótica, su fisonomía estúpida, sin
expresión, me da a entender una viciosa juventud que se acaba por un
lento suicidio de masturbaciones continuas, de tormentos eróticos de
colegial lascivo.
Mas sea lo que sea, hay que alabar a la casualidad, ese Dios
verdadero, que mostrándome las afinidades congénitas de las piedras
y los partidos, me ha dado ocasión de hacer florear mi pluma… Mas
¿qué digo? ¿Qué estoy hablando? Otra vez la Verdad me frunce el
ceño…
Mi espíritu es un extraño compuesto de ciencia y arte. ¡Dijérase el
grifo mitológico de la glosa, que tiene la parte de león en la potencia
de la idea, y lo aleatorio del águila en el vuelo de la fantasía!
Ahora es el león que desgarra: escucha amable lector. Dado por un
hecho que no discuto que los partidos hayan sacado sus divisas de las
infelices piedras a quienes he calumniado tan bajamente queda, por
lo menos —y tu no me desmentirás—, que la pertinacia impertérrita,
la duración encomiable, la vida perdurable de nuestros partidos, se
debe a la piedra multicolor, que sugestiona continuamente distintos
matices a los hombres del país, matices de antagonismo, de odio,
de intereses y de guerra. De este punto de vista, la piedra uruguaya,
hechicera terrible, una Medea, es apasionada, biliosa, fanática,
demagoga y revolucionaria. ¡Qué horror! Ahora me explico que los
hombres no cesen en sus rivalidades, en su fermentación mezquina,
en su efervescencia anárquica, cuando tienen bajo sus pies los colores
que más aman, y de los cuales está teñido el cristal con que miran todas
las cosas: la felicidad de la Patria, la invencibilidad del hombre, y el
decálogo del oro.
Mientras tengamos piedra de distintos colores que azuce, concite
y arengue a nuestros partidos, tendremos guerras civiles. El señor
Cuestas, que es amigo de la paz, debe desterrar, al menos, a uno de
los tres contrincantes de la sepultura del granito, sea el cuarzo, la
mica o el feldespato. Desaparecida la piedra blanca o la roja (y ya
para entonces habrá acabado de morir de consunción oprobiosa la
constitucionalista), una paz octaviana reinará en el país, y ya no habrá
lugar de exclamar: ¡República de la Piedra, imperio de la imbecilidad,

154
Julio Herrera y Reissig

madriguera de charrúas, húndete de vergüenza, tírate al agua, la


civilización se ríe de tu escuálida persona!
¡Oh, poderosa, injusta, perversa Naturaleza! ¡Tú eres la cómplice
de la infelicidad de los hombres! No me explico, a veces, cómo mi
admiración por tu misteriosa locura equilibrada, por tu divinidad
despótica, me ha hecho exclamar, como al personaje de la novela: «mi
alma es el espejo de un Dios infinito.»
Yo soy una de tus víctimas cuando pretendo penetrar en tu harem
sagrado y negro. Me acontece como a Sémele, cuando por querer ver a
su amante en todo el brillo de su majestad fue consumida por el rayo.
Ahora comprendo a Michelet cuando exclamó: «Nada de la
Naturaleza me es indiferente: yo la odio y la adoro como a una
mujer.»
Tú eres la culpable de que este país se muera lentamente en el
lecho de la sombra. De tu perfecto organismo, semejante al de los
hombres, y de tu regia vestidura, nos has dado míseros residuos. Otras
tierras tienen el fósforo de tu cerebro, la hulla de tu actividad, la
ardiente flama de tu corazón, las piedras preciosas de tu traje de reina,
el oro y el plomo de tu divino juicio, la cal de tus huesos poderosos, el
mármol de tu genio artístico. A nosotros nos has dado con desprecio
los cálculos de tus vísceras, las concreciones férreas que arrojas en tu
orina, las piedras malditas de tu innoble secreción.

155
Etnología. Medio sociológico
En el día nadie duda que la herencialidad es una ley rigurosa que
pesa fatalmente sobre las generaciones de las especies, determinando
sus propiedades. Sin embargo, no se conoce a punto fijo el proceso
gradual de la transmisión, ni las circunstancias favorables a los desvíos,
a las reversiones y a las anormalidades que forman, por decir así, las
mesetas de la escala por que sube o desciende un grupo dado.
A través de una extensa prosapia de variedades y subvariedades
puede ser reconocido el tipo padre, por la similitud de rasgos que se
observa entre los individuos de una misma familia, bien que estos
individuos difieran entre sí ligeramente a causa de las distintas
modificaciones que ejercen sobre cada uno la domesticidad, el
cruzamiento, el hábito, la adaptación, las diferencias de latitud y los
agentes climatológicos.
Cualquiera que conozca a Darwin sabrá tan bien como yo que
la perfectibilidad no ha sido producida repentinamente, sino por
sedimentos graduados: «la naturaleza da variaciones sucesivas; el
hombre las va añadiendo en pos de la utilidad.»
La selección es el molde soberano en que la vida se perfecciona,
se dignifica, se trasmuta, se hace brillante; es un arte soberbio que
colabora en las creaciones, que agrega una maravilla a la arquitectura
animada de la naturaleza.
El principio científico de la lucha por la vida está perfectamente
relacionado con lo que llama un ilustre naturalista selección natural.
Los seres se perfeccionan o desaparecen. Un dilema de hielo clava
su interrogación pontificia en la Ciudad maravillosa y famélica de los
organismos.
Dijérase la mano bienhechora de un hada, que corrige sabiamente,
mientras un ángel extermina con su alfanje milenario.
La selección natural es un poder tan inconmensurablemente
superior a los esfuerzos del hombre, como las obras de la naturaleza lo
son a las del arte.CVIII
Todo progreso tiene eliminaciones: heces negras de un cáliz de
oro, que se traga la eternidad.
El equilibrio, implacable y rígido como un abracadabra asirio, no
se conmueve nunca. Los débiles se hunden, y los idóneos, como dice

CVIII Darwin.

156
Julio Herrera y Reissig

Spencer, sobrenadan victoriosamente. La Vida es una Necrópolis


alegre, es un Moloch triunfante a cuyos pies arde la hoguera en que
perecen los indefensos, los impotentes, los heridos de la gran batalla.
El hombre, como la planta y el bruto, se agita fatalmente dentro
de estos principios; siguiendo el ritmo sereno y la inquebrantable
armonía que descubrió al gran Lucrecio la voluptuosa Cibeles.
Las razas de la humanidad triunfan o retrogradan, mejoran sus
condiciones o perecen abatidas por los grupos superiores del rebaño,
por los animales fuertes que las desalojan fieramente en el combate
diario de la vida.
Heredan, como todas las demás especies, los caracteres comunes
de las razas-madres y sus desviaciones fisiológicas de constitución y
estructura.
La transmisión genésica de los rasgos, según Darwin debe
considerarse como la regla, y la no trasmisión como la anomalía,
partiendo de que «lo semejante produce lo semejante, como se
observa experimentalmente».
La mejora del hombre, como la de los animales de los ejemplos
seleccionados, descansa en el gran principio del cruzamiento,
en el comercio sexual. Del modo que los criadores modifican
ventajosamente sus haciendas, merced a la introducción en sus cabañas
de líneas valiosas de diversas castas, se podrían perfeccionar las razas,
combinando sabiamente las procreaciones, efectuando injertos en las
sociedades saludables, haciendo que los connubios se realicen entre
los grupos más inteligentes, activos y vigorosos de la sociedad.50
Un entrecruzamiento de animales humanos igualmente superiores
de diferentes países tiene que dar por resultado una raza poderosa,
perfecta, llena de aptitudes para la vida, agente de infinitos adelantos
y de diversas e innúmeras actividades. Por el contrario, cuando se
combinan dos castas ordinarias, los efectos son raquíticos. La selección
natural obra muy lentamente en el sentido de perfeccionar los míseros
productos que han heredado los caracteres inferiores del tronco
primitivo, y que suelen desaparecer en el vaivén aciago de la lucha,
tragados por el monstruo formidable y complejo de la Naturaleza.
Las especies que se degradan abandonan su puesto a los
individuos más útiles, que se han hecho dueños de variaciones
ventajosas, los únicos que en realidad son aptos para la supervivencia
y la reproducción, pues la menor ventaja en un ser constituye una
fuerza complicada y sutil de predominio, un factor inapreciable de
multiplicación biológica.

157
Tratado de la Imbecilidad del País

Se sabe que en todos los actos de


la naturaleza, en todas las vibraciones
de lo existente, hay pérdida o ventaja,
adelanto o retrogradación.
Refiriéndose a la variabilidad de los
seres y a las oscuras leyes correlativas
que determinan su desenvolvimiento,
afirma un sabio ilustre que toda
organización es realmente plástica, y
se diferencia en algún grado de la que
desciende así como de la que genera.
Esta diferenciación gradual, desde
luego, es la base de toda la filosofía
de las especies, el jeroglífico de sus
imágenes, y el principio maravilloso
de sus metamorfosis fatales.
De igual modo que las plantas
y los brutos, el hombre retrocede
o adelanta; las razas se trasfunden,
se mezclan y se absorben; se hacen
débiles o fuertes; se hacen bárbaras o
cultas. El principio de eliminación las
amenaza por un lado, y las atrae por el
otro el gran imán de la Vida. Dijérase
una Esfinge, mitad mujer y mitad fiera,
que ofrenda sus caricias a los púgiles
triunfantes, y destruye con sus garras a
los débiles vencidos.
Una raza inferior, formada
fatalmente por dos grupos ordinarios,
no es nada más que una sub-raza, y
por lo tanto implica un retroceso,
una negación de gérmenes vitales,
una variabilidad perjudicial que,
según Darwin, debe ser rígidamente
Botella de vino francés, importado destruida. A la conservación de las
y vendido por Herrera y Reissig y variantes y diferencias individuales
su socio y amigo César Miranda útiles, y a la destrucción de aquellas
hacia fines de la primera década que son nocivas, es a lo que llama este
del siglo.

158
Julio Herrera y Reissig

sublime arquetipo del pensamiento, «selección natural» y «victoria de


los más aptos».
El instante de la vida es un odio tenebroso, un furor báquico, una
voracidad lobuna de los seres contra los seres. El milagro prolífico
tiene por frontera oscura un borbollón de muerte. Hay una mano
hierática que exprime el fruto ardiente de la vitalidad, y otra severa
que estrangula, que pulveriza los omóplatos del Hércules envejecido.
En las saturnales lúgubres de la naturaleza, crepitan los triunfos y
crujen las derrotas. Del vientre de cada Sémele despedazada sale un
Baco victorioso. El principio de la existencia es un egoísmo helado, un
despotismo acorde, una iracundia ciega que convierte en crimen el
placer, y el sufrimiento, en andrajo.
El Progreso es un dios sanguinario que exige de la vida holocaustos,
dolorosas degollinas pasionales: un tragicómico enloquecido. El mito
de la existencia es un divino esqueleto. De la noche de la muerte surgen
los hombres y las razas, las civilizaciones y los países. La gran fuente
de la vida creadora es una lucha en que se acometen y despedazan
multitudes centenarias. El aquelarre del Hartz51 no alcanza a dar una
imagen de esa sincrónica orgía.
Fruslerías de la eternidad, los individuos y las naciones son arrojados
al gran canasto de los desperdicios.
Toda la economía de la naturaleza es un crimen concienzudo, es un
duelo milagroso, un hundimiento abstruso, un vértigo dinámico, una
aleación caótica. Los seres se baten desde hace siglos en un ajedrez
arcaico: la Victoria se rinde a los más fuertes, a los más hermosos. Los
allegros de la diana y los suspiros del réquiem llenan la bóveda infinita,
sin el que dios lleno de frío que soñó Maeterlinck haga más que reír
báquicamente, de la manera que se «sonríe al ver jugar unas semillas
sobre la alfombra» con la más necia estupidez.
Tengamos amplitud para comprender los hechos. No nos
lamentemos nunca de los accidentes de la vida, de las paradojas de la
historia, de las aberraciones del destino. El debe y el haber no entran
para nada en el gran libro del tiempo.
¡Saludemos a la muerte!
Veamos, como el gran Darwin, a través de la naturaleza brillante de
alegría, la tristeza del osario. «No olvidemos que las aves perezosas que
nos embriagan con sus cantos viven en su mayor parte de simientes y
de insectos, y que de este modo están constantemente destrozando la
vida; no olvidemos que sus huevos y sus pollos son devorados por los
pájaros rapaces y por los brutos de presa. Ellos son como los hombres

159
Tratado de la Imbecilidad del País

y las razas, criminales y al mismo tiempo víctimas sacrificadas al


equilibrio del mundo.»

***

52
Bien sé yo que desde la época gestática de nuestra sociedad hasta el
momento en que escribo estas líneas, el Uruguay, bastante adelantado
en la funambulía, se ha dignado honrar al porvenir emprendiendo un
maravilloso salto atrás, lo que prueba que está de regreso a las tolderías
indígenas, a la muy noble y leal metrópoli del cuero.
El corolario científico del salto atrás tiene su perfecta aplicación a
esta comarca, cuya reducida inmigración ha sido una sociometrorragia,
una demodisentería, que representa en el problema de la
reproducción un coeficiente antropodegenerativo; una inmigración,
en fin, que es la conductora de un sinnúmero de morbosidades que
se aíslan, o son repudiadas por la civilización europea hacia estas
playas misérrimas, donde se han ayuntado con sus congéneres típicas
hispano-indígenas, dando lugar a un estado patológico que se traduce
en todas las manifestaciones vesánicas del país, como ser idiotismo,
ninfomanía, neurastenia, demencia, histerismo y melancolía.
Se explica la regresión de esta sociedad, que no ha recibido de la
civilización europea inyecciones hipodérmicas que la impulsaran
a progresar, teniendo presente que el principio darwiniano que se
refiere al salto atrás expresa que «toda variedad doméstica abandonada
a un estado primitivo retrocede gradualmente a un tronco natural.»
(Darwin)
Por otra parte, ningún país de América ha tenido la honra de tener,
como factores generatrices de su sociabilidad, a dos familias súper-
humanas, a dos razas eminentes, intelectuales, que constituyen el
blasón adamantino de nuestro heroico pueblo.
Estas nobles familias de alta alcurnia son, como nadie me lo negará,
los gallegos y los charrúas. (Me descubro con respeto ante la señora
Pardo y el ilustre Yamandú).53
Lo original en este caso, es que se han ayuntado felizmente dos razas
que son una sola, que se confunden por sus caracteres emocionales,
que riman a perfección el gran verso de la bravura; que tienen los

160
Dos imágenes de la familia Herrera. En la de arriba, el poeta aparece de pie, el primero de
la izquierda. En la de abajo, es el segundo empezando de la izquierda, sentado con una
mandolina en las manos. Existen testimonios sobre el talento que tenía Herrera para tocar
la guitarra. Entre ambas fotos, una imagen de la carta de Herrara a Montagne donde
anuncia la redacción de este Tratado
Tratado de la Imbecilidad del País

mismos gustos, no obstante que la segunda jamás quiso entender de


teología.
Confluencia histórica de sangre ilustre; divina copulación de semi
dioses, que ha fructificado honrosamente, ofreciendo al Porvenir del
mundo el arquetipo ideal, el protoplasma del genio: ¡el sapientísimo
gladiador del arte, el ilustre uruguayo de estirpe olympica, de espíritu
esmerilado, que ha nacido sobre una peana, bajo el peplo sublime del
arrayán, enguirnaldado de luz, teniendo sobre la frente los pentáculos
del Profeta!
¡Yo te saludo, ilustre uruguayo! ¡Yo me inclino hasta besar el divino
suelo que tú pisas con respeto!
Mis compatriotas descienden por línea recta de los charrúas, los
salvajes más salvajes de América, y los gallegos, los salvajes más salvajes
de Europa. Los últimos degenerados de la raza de Sem y de Jafet,
aquellos ejemplares que nacidos en la frontera que separa el bruto del
bruto, se unieron, por un capricho de la Historia, para formar el ilustre
súper-huomo, la divinidad mestiza del Uruguay: matrimonios de la
Muerte y el Vacío, como dijo Michelet de la alianza de los sulpicianos
con los jesuitas.
Me inclino a creer que hubo una cópula incestuosa entre los gallegos
y los charrúas, porque ambos tienen que haber sido hermanos.
Efectivamente, los gallegos son los charrúas de España, y los
charrúas son los gallegos de América. Reduciendo esta expresión
al grado más simple, hallo que los gallego-charrúas de España son
hermanos, por parte de la Barbarie y la Estupidez, de los charrúas
gallegos de nuestra comarca.
¡Quién podrá ser el ilustre criador que, en detrimento de la
dignidad humana, ha querido jugar al mundo tan mala broma!
No lo sé, pero de la carraspera de mi indignación un trueno bronco
redobla furiosamente contra el imbécil ZabalaCIX, tropero estólido,
adelantado exotérico de la estupidez más crasa, que introdujo en
los baches de la procreación los animales más ruines de Galicia, que
determinó criminalmente la cópula de las haráforas, que enarboló
sobre las tiendas charrúas, junto a los rompecabezas y percutores, la
gaita rústica y el tabardo, la pañoleta y el zoclo.
¡Me siento vengado!

CIX Bruno Mauricio de Zabala fue el encargado por la Corona española de la fundación
de Montevideo, que se concretó en 1726.

162
Julio Herrera y Reissig

¡Si fuera Dios arrasaría por medio del fuego la América toda,
haría llover sobre este continente estúpido los rayos fulminantes que
destruyeron a Sodoma!
¡Nada perdería la estética del mundo! ¡La faz inexpresiva y
apelotonada de este continente ilota me espeluzna, me eriza de
vergüenza! Su fisonomía es idéntica a la de África. No tiene una
facción inteligente, o que haga pensar en Europa. Parece formado
con un cuajarón del menstruo de la Tierra: es un cairel de guano que
remata en punta.
¡Colón maldito, Solís estulto! Os habéis hecho acreedores a la
estrangulación hercúlea del destino. Bien merecisteis, el primero que
os devorase la miseria, y el segundo un caníbal uruguayo. ¡No pasáis
de haber sido unos locos aventureros, unos soñadores neuropíricos,
unos calenturientos megalómanos!
¡Mal haya vuestras desmedradas conquistas, exploradores famélicos
que habéis venido a esta tierra en busca del vellocino infame!
¡Hubierais arrancado en buena hora todo el metal de la tierra, pero
no hubierais dicho en Europa, a vuestros amos, que habíais dado por
casualidad con el maldito continente que sólo pudo soñar el tonto de
Platón!
La inmigración, en la forma en que actualmente se efectúa,
constituye para el país, al revés de un adelanto, un proceso regresivo,
una contramarcha ignominiosa, una operación infortunada, que
arroja en el balance económico de la sociedad un déficit gravoso de
agitación y miseria. Los elementos europeos que se incorporan al país
son la última expresión de la inutilidad, los residuos peligrosos, las
cimerias de la civilización, que infortunadamente es lo único que nos
depara el Centro de la vida.
Nadie más partidario que yo en el sentido de extranjerizar el
país, de hacer todo lo posible porque desaparezcan cuanto antes los
caracteres charrúas de esta sociedad, sus atavismos africanos, indígenas
y gallegos, en la cruza del ganado nacional con gentes refinadas y
verdaderamente constituidas de los países más adelantados de Europa,
único medio de que el Uruguay evolucione y no perezca, que es lo más
probable dentro del plazo más reducido que le marca la Naturaleza.
De lo contrario, me placiera que desaparecieran cuanto antes en
la vorágine de uno de esos cataclismos que favorecen al progreso y
constituyen un bien colectivo de la sociedad. Pero lo que no puedo
soportar es este medio término estúpido, esta caprichosa oscilación de

163
Tratado de la Imbecilidad del País

medianía que mantiene el fiel de la balanza dentro de un equilibrio


desesperante.
Que caiga de una vez o que se haga país, es lo que yo exijo de esta
comarca. Y es por esto que execro la inmigración a nuestros lares
de extranjeros que bajan de medianías, y que lejos de apresurar la
metamorfosis, inclinan gradualmente, y no de un golpe como yo
deseo, la balanza de la sociedad, en el sentido de la degeneración y del
empobrecimiento disolutivo de la híbrida sub-raza de los uruguayos.
En ciertos países de América como la Argentina, Chile, Méjico y
Nicaragua, la metamorfosis se opera rápidamente en vía favorable
al adelanto de esas regiones, y esto se explica por la inmigración de
buenos elementos, de animales finos, que en el connubio con otros
elementos producen el hombre razonable, laborioso y activo, la pieza
fuerte de la civilización. Prueba de ello es que el carácter social de esas
naciones está cambiando sensiblemente, pues la característica arcilla
cede al distintivo sajón, y al rasgo francés o británico que forman,
dentro del terreno virgen, los gérmenes animados de una idiosincrasia
reparadora, de una modalidad polítona, desagüe hialino de corrientes
fecundas y de Progreso.
Pero en nuestro país sucede precisamente lo contrario. La peor
inmigración que pueda concebirse, un encebollado de gentuza de
Calabria, Nápoles, islas Canarias, Asturias, Bohemia, Turquía, Siria, y
otros puntos, ludibrio del género humano, procedente de todos los
intestinos del mundo, cae de continuo en el país como un granizo
de infección, como una viaraza de muerte, poblando los lupanares,
conventillos, loberas, tabucos y escondrijos de la ciudad, chusma
apestada y raquítica, defectuosa y harapienta, indolente y corrupta,
carne de hospital, pasto de las epidemias, alimento de la meretricia,
polvo del vagabundaje, lodo de las cárceles, andrajo de los asilos,
cáncer ignominioso de la civilización, escarnio de la Vida.
La inmigración de estos elementos, al sentir de Ferri,54 constituye
un abono inapreciable de la delincuencia, y un factor etiológico de
distintas calamidades.
El notable criminologista expresa con regocijo que para países
como Italia, donde el pauperismo, la desigualdad económica, la
pelagra, la escasez de trabajo etc. contribuyen a formar un substratum
de población completamente endémico, la salida para estas comarcas
de ese bagazo mefítico, es un verdadero sustitutivo penal.
En ciertos países funciona un control cuya eficacia nadie pone
en duda, destinado a rechazar los inmigrantes […], defectuosos,

164
Julio Herrera y Reissig

analfabetos o con algún vicio, que con frecuencia arriban a sus puertos
procedentes de los muladares de la tierra, gente nociva a la sociedad,
conductora de contagio, semillero de morbos. Generalmente por su
procedencia, se preserva de sus hábitos de vagancia, de holgazanería,
de envilecimiento y se obra al repelerlos en armonía con los principios
de profilaxia colectiva, que prescriben la absoluta inmunidad del todo
sin consideración a las partes.
De ese modo la sociedad, el perfecto organismo, como la llama
Spencer, se pone a salvo de las bacterias fatales que la asaltarán
continuamente. Así lo han comprendido Australia, Canadá, Norte-
América, Méjico, Chile, la Argentina, y varios otros países, donde
el sentido social de conservación prevalece incólume contra la
vergonzosa rapacería de los políticos especuladores, de los belitreros,
de los buharros del oro que, en connivencia con los pseudos-financistas
o los depravados gobernantes, proceden en beneficio de sus intereses,
de abierta oposición con las leyes más rudimentarias de la sociología.
Pero el Uruguay, que tiene el sprit de llamarse país, representa
siempre la excepción, con tal de que esta excepción sea
indefectiblemente mala…
En nuestra comarca no hay que hablar de control, pues el
significado de esta palabra se lo debería hacer entender, por lo menos,
el protectorado oficial de Turquía o Santo Domingo…
Antes de admitirla en el diccionario administrativo, sería preciso
controlar la geografía del país: a este respecto nadie sabe los límites
fijos o naturales de la comarca.
El viajero que da con la región Este, se encuentra resolviendo por
casualidad el más grande de los absurdos, como si el genio de Aladino
lo asiera por las espaldas, pues, si se introduce un pie en la inmensa
lagunilla de Merín, ya no está en el Uruguay, sino en la República
Brasilera, y quién sabe si en Thule, Menfis, o Palmira (compréndase
que no hablo del pueblo de Palmira, situado en el departamento de
Colonia).
El uruguayo, que parece hallarse tan tranquilamente en su
domicilio, no es dueño de dar un paso en él sin consentimiento del
vecino. El infusorio-lago de Merín,55 la mitad uruguayo, considerado
geográficamente, y del todo uruguayo considerado por su importancia,
no es lo uno ni lo otro. Ningún oriental puede navegar en él si no
exalta previamente el pabellón brasilero; y si por casualidad pretende
tomar el baño, tiene que procurarse un calzoncillo verde-oscuro,
parecido por su forma al taparrabos que lucieron sus abuelos… No

165
Tratado de la Imbecilidad del País

me explicaría, en verdad, cómo los orientales, tan valientes como los


espartanos, se han dejado arrebatar un pedazo de su casa, si no fuera
por que los considero generosos como Salomón; ellos deben haber
regalado a sus vecinos el lago Merín, el mejor baño de su vivienda,
en razón a que para vivir no hay necesidad de bañarse… (ellos así lo
entienden).
Hallándome en cierta ocasión de paseo en un establecimiento
de campo que linda con la inmensa lagunilla, tuve ocasión de ser el
protagonista de un milagro, pues de pronto, en el plazo de veinte
minutos, y sin moverme de mi sitio, me encontré alelado, lleno de
pavor, en la República Brasilera. Sucedió que me hallaba a media
cuadra del mar de Merín lleno de orgullo, henchido de patriotismo,
considerando la magnificencia del paisaje, y seguro de pisar tierra
uruguaya, y para esto en medio de una crisis de megalomanía charrúa,
loco de suficiencia, como un Tartarín metido dentro de un D. Quijote,
retacaba alegremente, exclamando: estoy en mi país, en la Grecia de
América del Sur; ni todos los ejércitos del Brasil me podrán hacer
salir de este lugar… En esto, y no se cómo, le da al maldito lago por
hacer una Sanchada, y estirándose hipientamente como el reptil del
pecado, llega a mis pies, me escupe con disimulo, me hace abandonar
de un salto la porción que yo tenía por inexpugnable, diciéndome con
sequedad: «esta tierra que estás pisando, oh soñador intruso, es mía, y
es de los valientes brazileros, de tus pasados señores: el día que se me
antoje crecer y llegar hasta Montevideo, todo tu país será mío, y me
tragaré de un sorbo tus locas arrogancias…» ¡Puede imaginar el lector
que desde entonces vivo en un sobresalto, esperando con ansiedad el
día venturoso que al lago Merín le dé por hacernos una visita en nombre
de Campos Salles, quien está sumamente reconocido a la galantería del
Uruguay, y al modo con que lo recibió el amable señor Cuestas…
He dicho que se hace necesario controlar la geografía del país y que
nadie sabe que ignora los límites fijos de nuestra excelsa comarca.
Miento, pues aunque es Verdad que funciona en el país un cuerpo
de Ingenieros, a cual más lleno de ingenio, y otro de astrónomos y
matemáticos, igualmente ingenioso para especular la infelicidad de
los orientales en su provecho exclusivo, es cierto que existen no ya un
solo mapa, como en todas las naciones, sino veinte mapas del Uruguay
—se entiende que todos distintos— lo que prueba tres cosas a la vez.
La primera, que existe un control veinte veces más grande que en
otros países; la segunda, que los ingenieros uruguayos trabajan veinte
veces más que los de ninguna otra parte; y la tercera, que la ciencia se

166
Julio Herrera y Reissig

confunde de admiración, pierde el sentido, en tratándose de un país


que no es país, sino otra cosa…
Sin embargo, todos los mapas, con ser distintos, coinciden en algo
que no deja de ser curioso, en fuerza de ser del país, y es la siguiente:
que nada enseñan de verdad, y que nuestro territorio es realmente
ilimitado…
Verdad es que nuestras fronteras son movedizas como ciertos
bancos. Las crecientes pueden a este respecto tanto como las
arrogancias de nuestros vecinos. No tienen personalidad, su bonomía
rebasa la de los uruguayos. Son fronteras de azúcar; se derriten. La
geografía nacional es un jeroglífico indescifrable. Por un lado, los
límites del país son una calle, y una cuerda imaginaria de trescientas
leguas; por otro, un río Yaguarón que, perteneciendo al país, dice a
este perpetuamente: «Mírame y no me toques». Esto es ya intolerable;
un país que no disfruta de su tierra, como quien dice de su cónyuge,
y permite que su vecino la posea en sus barbas; un país, que luce la
cornamenta de los maridos infortunados… ¡Es no tener delicadeza!
Esta situación se hace insostenible… Ahora me explico perfectamente
el símbolo del toro en nuestro escudo… Esto no acaba aquí, no es
todo. La isla de Martín García es otra esposa uruguaya que vive en
contubernio con el Don Juan Argentino…
Está visto: el valiente suelo de Artigas ha sido poco feliz en su
matrimonio… Napoleón también lo fue…
Entiéndase que no exagero al afirmar que este país carece del
sentido de control, como de otros muchos sentidos que distinguen
a las verdaderas nacionalidades en cuyo funcionalismo no existe ese
desgano de chulo, ese abandono campestre que se deja ver en casi
todas nuestras manifestaciones administrativas.
El doctor Ángel Floro Costa56 ha tenido un maravilloso sueño
científico. Repetidas veces ha delatado a la imbecilidad nacional, el
hurto o explotación privada de la cosa pública, haciendo entender que
él se ahoga por una veintena de millones de pesos, cuando tiene en
sus manos el modo de rellenar sus cajas, procediendo a la revisación
prolija de todos los títulos de propiedades inmuebles, gran parte de
los cuales pertenecen al Fisco, y pudieran utilizarse, si su venta no
conviniese, para el establecimiento de colonias y empresas de fomento
por las que clama a grandes voces la necesidad de la Nación.
Unas cuantas operaciones catastrales, y de agrimensura, amén que
algunas discordias financieras y uno que otro embrollo jurídico darían
por resultado la vindicación de la propiedad del pueblo, y el país se

167
Tratado de la Imbecilidad del País

encontraría de la noche a la mañana en posesión de una fortuna


fabulosa con la que podría pagar todas sus deudas, y propender a su
rápido encumbramiento.
Pero nuestro país, sordo a las concitaciones fundadas y elocuentes
del doctor Costa, ha dado una vez más, prueba inequívoca de su burdo
escepticismo, de su parsimoniosa estupidez, de su rutina musulmana,
haciendo al jurisconsulto erudito una soberbia cuarta de narices…CX57
Volviendo a los inmigrantes, no creo que haya un país como el
nuestro, en que se admitan incondicionalmente todas las sobras
universales, todos los cuartagos de la tropilla humana, sin excepción
alguna.
Voy a narrar una historia que parece cuento. El lector muy bien
educado, si no es inmigrante o hijo de uno de esos cuartagos a que me
refiero, la oirá con gusto.
Sucede que durante el próvido gobierno de Tajes existió una
empresa de Colonización y contrato de inmigrantes, que no dejó nada
que desear en el sentido de hacer las cosas herméticamente al revés.58
Es un pleonasmo agregar que en dicha empresa lucraron, hasta no
poder más, algunos honestos patricios, demasiado entusiastas por el
sol de la patria, aunque a decir verdad prefieren adorar a este sol en el
rostro de una moneda más que en ningún otro lado…
Esta empresa patriótica, ya se sabe, después que se hubo
comprometido a importar unos doscientos mil hombres de la
mejor especie, la nata de los países europeos, y a darles colocación
conveniente, formando una red importante de Colonias cosmopolitas
en varias partes de la República, hizo más de lo que debía, pues en
este país, cumplir bien o mal los pactos es una excepción; la regla es,
indefectiblemente, no cumplirlos…
Durante unos meses, los vapores ultramarinos descargaban en
nuestro puerto, como inmensos carros de basura, un revueltillo de
seres zaparrastrosos, enclenques, descoyuntados, contrahechos,
belfos, que convalecientes de la fiebre amarilla que a poco de su
llegada tomara posesión de la ciudad, pidiendo limosna a diestro y
siniestro en todas las lenguas que se hablaban en Babel…
Al que no era tuerto le faltaban cuando menos los dos ojos; había
mujeres octogenarias, lo que no quita que hubiera algunas que
entrasen en agonía en cuanto pisasen la escalerilla del muelle. Cojos,
mancos, paralíticos, toda una Lourdes infortunada, Jerusalem de

CX Siempre he lamentado que Carlos Ma. Ramírez haya respondido con una ironía al
distinguido sonámbulo, etc.

168
Julio Herrera y Reissig

tiempos de Jesucristo, resucitó mágicamente al golpe de la varilla


presidencial del gran Máximo Tajes…
Hubo, por fuerza, que pagarle el doble de lo que le acordaba el
contrato a la famosa empresa, con tal de que desistiese en sus tareas
fomentistas, o las aflojara por lo menos hasta que Tajes volviese a
ocupar por segunda vez la Presidencia.
Así se hizo, y de los quince mil inmigrantes sanos que llegaron,
catorce mil se fueron para Buenos Aires, y los demás se enfermaron
de miseria, decidiéndose a quedar en Montevideo, en la esperanza
de conseguir algún empleo público, o por lo menos hacerse
periodistas…
Los enfermos, por fortuna, emigraron en su mayor parte al Brasil
y a otros puntos, convencidos de que la filantropía nacional estaba en
relación con la pequeñez del país y con el número de sus charrúas…
Excusado es decir que la Empresa, sin embargo de no haber
fundado colonias, ni haber traído más que enfermos y chamuscados,
cobró por sus promesas algunos millones de pesos, cuyas tres cuartas
partes embolsó generosamente, dando por chancellado, en ocasión de
cierta fiesta patria, el resto de la deuda a que ascendían sus perjuicios
al país…

***

Había quedado en aquello de que los veteranos terrenos cárneos de


nuestra Geología social están formados por un cochifrito de parásitos
calamitosos procedentes de todos los intestinos del mundo, y que
la coqueta, la ideal Montevideo, era una hetaira romántica a la que
recurren para desfogarse todos los harapientos de las naciones.
Sin embargo no son superiores a Montevideo las cellencas de cuarta
clase, indignas hasta de los marineros, que brillan discretamente en el
lenocinio de los arrabales misteriosos…
Volviendo a la demografía, tengo que aclarar un punto
esenciadísimo que determina principalmente nuestro medio
sociológico. Me refiero al cambio, al entrelazamiento infame, a la
promiscuidad coitiva, a la conmutación genital, al aparejo prolífico,
al caballaje humano de todos los elementos inferiores de la población
del país, de los negros con los blancos, los chinos y los mulatos; de los
indios con los negros, los blancos y los pardos, de los europeos con
los naturales, y los naturales con los africanos, etc. Todo un arco
iris de carne multiforme que se revuelve en las cochiqueras de los

169
Tratado de la Imbecilidad del País

conventillos, toda una cociembre sensorial, un hervor de cachondez


inmunda cuyo resultado es una masa de seres estúpidos, inclinados
ingénitamente al vicio, con atavismos oscuros, ahumados por una
herencia maldita, venidos al mundo con la terrible marca negra de las
condenaciones sobre la frente.
Hay que tener en cuenta que muchos de nuestros inmigrantes
han cometido en sus países delitos de todo género, y su venida a estas
regiones constituye más que otra cosa una fuga precipitada. ¿Cuántos
habrá entre ellos que hayan sido ladrones, incendiarios y asesinos?
Puede el lector figurarse cómo saldrán los hijos de estos hebreos de
la expatriación, verdaderas cocottes de la delincuencia, muérdagos
venenosos del arbolado social. Toda esa gavilla de matones, de
orilleros, de compadres, gente errabunda, viciosa, devorada por
la catarsis, que llena por la noche todos los cuchitriles donde se
expenden bebidas, que arma pendencias a cada paso, que riñe con
la policía y apuñala con toda comodidad; es hija de esa otra chusma
inmigratoria que asociada al indierío y al negraje del país, ha dado por
producto un Barrio de Palermo.59
Hay una cierta comodidad en el modo como se efectúan los
connubios entre esa gleba. Se conocen hoy, lo que no quita que ya
mañana sean excelentes esposos. El casamiento natural, el himeneo
anarquista, goza afortunadamente de todas las simpatías de los
parias. Amor es poco ceremonioso con los que no tienen deudas con
la Fortuna. El Catolicismo, a este respecto, es aristocrático; y se hace
pagar a buen oro sus sacramentos, en lo que hace perfectamente mal.
El papel más interesante de la comedia lo representan los
napolitanos y las negras. Cupido, mitad blanco, mitad bruno tiende un
maravilloso puente imaginario que une instantáneamente el rubí del
Vesubio con el carbón de Etiopía. La tarantela se liga de pronto con el
cumblé; calandrunas y caramillos, guitarras y tamboriles, bámbulas y
trombones, atambales y mandolinas, churumbelas y masacallas fingen
una […] inarmónica; un ritmo de tacones y caderas alborotadas,
de gritos onomatopéyicos y de lamentos eróticos de prominencias
culares, que buscan el restregón, y de sangraderas fálicas que sueñan
con los alvéolos. Los napolitanos se enloquecen por las negras. Son
unos caribes, unos creífagos sensuales; adoran de sus elegidas el
maravilloso hueso negro, el calbote lúbrico y apelmazado, la oblonga
y movediza excrecencia, el hemisferio bipartido, el templo tórrido
en que celebran religiosamente sus cruentaciones afrodisíacas, sus
salvajes holocaustos de placer…

170
Julio Herrera y Reissig

Hay en Nápoles una pequeña uva retinta, muy fresca, muy


dulce, muy sabrosa, a la que los napolitanos son afectos en grado
superlativo… Yo veo en esta fruta el símbolo de la extrema afición
de los hijos de San Genaro para las hijas de San Benito, por las bellas
etiópicas redondeadas por la crasicie, cuyas soberbias ancas se yerguen
como gibosidades de labios belfos y melíficos, de senos [generosos] y
enarcados, que se despuntan soberbiamente bajo el corpiño como dos
plenilunios negros de lujuria…
Los napolitanos son libidinosos como los babuinos. Sus erupciones
de lascivia recuerdan las del Vesubio…
Los gallegos, en tratándose de uva negra, son mucho más
moderados… Esto no quita en modo alguno que gustan de las pardas,
uvas muy saludables y dulzonas, sedeñas y brillantes, las que por otra
parte son una variedad civilizada de las negras… La fruta híbrida
siempre es la mejor. Conviene hacer justicia al paladar de los muy
blancos charrúas de la provincia posterior de España…
Pongo punto a esta intrincada cuestión de razas, afirmando que el
último terreno de nuestra geología social, intérmino y blandujo, está
compuesto por bovinos y mastuerzos, por cuartagos mestizos, animales
maulas y apartados, que son el fruto de una monta sexual tan grosera
como absurda, de un ayuntamiento caprichoso y ridículo, de una
conmixtión caótica, babeliana, laberíntica, repugnante, orgiástica en
la que han tomado parte negros, blancos, indios, pardos; individuos
de todos los países, y de todas las razas; tumultuosa muchedumbre
dantesca; […] internacional de carne, resaca de los mundos,
mosquero de granujas que debieran ser devorados por un monstruo,
como los célebres batracios de la fábula.
El número a que ascienden los bimanos inferiores del Uruguay no
anda lejos del millón. Afortunadamente la estadística nos consuela al
expresarnos que esta cantidad no es la misma desde hace un [par] de
lustros.

171
Físico de los uruguayos
[[Voy a]] tratar de un asunto por de[[más]] [[dolor]]oso. Nada
me con[mueve] más que el físico de los uruguayos. Asaz difícil me
parece expresar con tonos acentuados y verdaderos la humana
corteza de los híbridos nacionales, así como de la recua que se agita
en las zahúrdas de inquilinato. Voy a tratar de los orientales, cuyo
abolengo más o menos lejano y de carácter cosmopolita, se halla en
todos los continentes. Ha sido determinado por la inmigración de los
elementos más inferiores de los países europeos, y por el concúbito
de estas gentes entre ellas mismas y con las de género charrúa, negro-
charrúa, hispano-charrúa, cuarterones de trogloditas napolitanos,
pardos y gallegos, de etiópicos y portugueses, chinas y canarios, etc.,
etc.: toda una vorágine de ambigüedad, un vórtice de sangre que
produce escalofríos…
La estatura de los uruguayos es inclasificable. No cabe un término
medio. En Inglaterra los hombres son altos, en Laponia bajos, en
España de estatura regular. En el Uruguay o son muy altos, o parecen
pigmeos. Todo en nuestro país es ilógico. Los altos son por lo común
de una flacura indecorosa y se diferencian de los bajos en que son
[[…]] desgarbados [[…]] los primeros les sobran manos y pies, brazos
y cuello, lo que no quita que les falte soltura y movimiento no diré
en los pies, la lengua, ni aun en los dientes, sino en los brazos, en el
cuello, y en los resortes cerebrales, etc., etc. Son los más ininteligentes,
es una media parálisis la que padecen que afecta como si se tratara de
una hemiplejia, el órgano del pensamiento.
Hablo de parálisis, porque los altos uruguayos o mejor dicho los
uruguayos altos, son tiesos, rígidos, acartonados: verdaderos rabinos
endurecidos, cariátides imponentes.
No tienen, tal parece, tendones, cartílagos, coyunturas, una
armazón elástica; goznes en la cintura, que en otra parte sí los
tienen según el caso… ¿Cómo se moverán? Son desagraciados como
cualquier caña del país, pero al menos son tan huecos como las cañas
de los países más civilizados…
Esta dureza forma una antítesis huroniana con la blandura pastosa,
con la bonomía del carácter de los uruguayos, más o menos altos,
que en este caso lo mismo da… ¡Anomalías de los charrúas! Pero en
tratándose de retórica, no sólo hay antítesis, pleonasmos, hipérboles, y
otras figuras, sino ripios que cuelgan en forma de brazos enormemente

172
Julio Herrera y Reissig

alargados de los huesudos y antigeométricos hombros de los orientales


altos.
Las mujeres son por su belleza, [[dig]]nas de la reputación que
gozan en los megalómanos de harina y agua nacidos en el país. Poco se
diferencian de sus adoradores; sólo que el pan criollo de las mujeres,
igualmente desabrido, suele tener un poco de azúcar, y en ese caso
ya no es pan sino bizcocho… Quiero decir con esto que la fisonomía
de las mujeres es dulce, apacible como la de las aldeanas… tienen
el mismo aire de resignación… Roberto de las Carreras, siempre
exagerado, me acosa con su frase de que las montevideanas tienen
cara de terneras adormecidas.
Nuestras mujeres, cuya estatura deja mucho que crecer son, aunque
muy desproporcionadas, bastante poco elegantes.
Su talle, un talle engrillado, cohibido, hecho de cartón, tiene de
la cintura a los hombros la forma de un balde. Había que electrizarlo
para que se moviese, pues, su quietud glacial, dijérase un reuma
doloroso.
Sin la flexibilidad elástica ni la soltura graciosa del talle de otras
mujeres, cuyo andar es un imperceptible hamaqueo, un aterciopelado
[…] una perezosa aleación […] las uruguayas lo hacen como a
tropiezos; parece que algo les pesara en las rodillas; que llevasen el
cuerpo atornillado y la ropa adherida con almidón a las carnes: al
plantar el pie en el suelo, diríase que se quedan pegoteadas, como
si tuvieran goma en los zapatos. Les falta ligereza, ani[mación], […]
movilidad. Su talle es corto, lo que habla elocuentemente de su falta
de aristocracia. Se piensa en el traje plebeyo de las pontífices de la
familia.
Como ya lo he dicho son desproporcionadas. Las que ostentan
caderas voluminosas, son bajas; cortas de talle; cabezonas; las
deslánguidas son crecidas en extremo; algunas son despechugadas;
otras no tienen prominencias: su cuerpo es una planicie. Las hay que
llevan mochila y hasta timbales… Por lo común todas cargan para
adelante cual si fuesen dromedarios rendidos por la fatiga. Abundan
las derrengadas, las cloróticas, las tórridas, las desacriadas, las
desgoznadas, las desceñidas, las apelmazadas, las flojas, las desatesadas,
las desculadas, las desdormidas, las desenclavadas, las líquidas, las
despernadas, las empachadas, las descosidas y la lunancas.
Durante su vida sufren varias transformaciones: ¡son verdaderos
lepidópteros!

173
Tratado de la Imbecilidad del País

De niñas, son por lo común enjutas; cuando llegan a la pubertad,


se les descompone el torso; se les agrandan las líneas. Luego, el
matrimonio las hidrogena, las esponja, las descoyunta, las irregulariza,
las ablanda, las desadereza, las desencaja, las desmonta. A cierta edad
sin ruinas de carne cansada; son chaflanites que ofenden a la moral
estética.
Finalmente el […] las deja inservibles. Pingajos de cartílagos
o plenilunios de cebo aparecen en el último tercio de su existencia
descoloridas, rugosas, cuarteadas, descinchadas, desfondadas,
chambonas, digástricas, desjugadas, desleídas, mortecinas,
desguisadas, desmoladas, descuajadas y despatarradas: han perdido el
sexo; ¡ya no son mujeres!60
Un fisiognomista se vería en grandes apuros para dar una definición
del rostro de las uruguayas. Son caras tan estúpidas, que no expresan
ni siquiera su estupidez: caras inmóviles, apostólicas, despupiladas,
hipocondríacas, toscas, desaboradas, amerengadas que se derriten:
no tienen personalidad. Carecen de facciones finas. Las que no son
deprimidas son angulosas; las hay poligonales, equiláteras, oblongas,
poliédricas, etc. etc. Toda la geometría de la insipidez…
Estas caras sin excepción poseen ese carácter de vulgaridad, de
baratura, de adocenamiento, de centavo, que es propio de las cosas
del país.

174
Salubridad
La sub raza de los uruguayos o Nuevos Charrúas es, del punto de
vista de la salud orgánica, muy inferior a la de los viejos charrúas.
Estos según Figueira61 aventajaban a los españoles en resistencia,
no padecían de enfermedades particulares. Los uruguayos son
enfermizos, anémicos y enclenques. Por lo general viven poco. Son
contados los que llegan a la ancianidad. En otros países abundan
los octogenarios. Los charrúas según Figueira llegaban a una
edad avanzada. Propensos a todos los males, los Nuevos Charrúas
no resisten a las intemperancias del clima, a las viarazas de las
estaciones… Siempre se les ve pálidos, angustiosos, taciturnos como
si tuviesen ante la vista la cuenta del doctor.
Su existencia es una anomalía; una constante lucha del organismo
contra el medio en que se agita. Cosa extrañísima que siendo los
uruguayos de tan ruda condición hayan venido al mundo para existir
en invernáculos como ciertas plantas exóticas.
No sirven para nada. Son flojos como la yerba de Tacuarembó,
como la famosa turba del país. No resisten a trabajos fuertes; como los
europeos, quienes se ocupan en las operaciones pesadas de la industria
y el comercio, trabajando de sol a sol, con ahínco indescriptible.
Las faenas más ímprobas de carga y descarga de mercancías en los
depósitos aduaneros están a cargo de gallegos y genoveses y otros
ejemplares vigorosos de distintos países, sobre cuyas espaldas pesan
constantemente bultos enormes. Apenas uno que otro uruguayo se
nota entre aquel rebaño de bestias robustas, que corren de un lado
a otro por los muelles de la Aduana. Y en este caso, el hijo del país, es
producto legítimo de uno de esos pelasgos infatigables, sujeto desde la
infancia a la disciplina del cordel.
Tampoco resisten los uruguayos a trabajos rigurosos de industria
mecánica, como ser de molinería, fabricación de azúcar, fideos, vidrio,
suelas, etc.
Ignoro si no se ocupan de trabajos manuales por falta de constancia
o sobra de habilidad. Creo que por ambas cosas. Tampoco se ocupan
de agricultura: hacen bien, se rebajarían con ser agricultores… A
más quién se va a ocupar en ensuciarse las manos, cuando el suelo
no produce otro vegetal que la piedra. Nótese que los uruguayos son
holgazanes, porque son previsores. ¿Pero entonces, argüirá el lector,
serán excelentes picapedreros?

175
Tratado de la Imbecilidad del País

Se equivoca. Los picapedreros concluyen muy mal; los barrenos


casi siempre dan cuenta de su vida. La vida de los uruguayos vale más
que todas las canteras.
Pero entonces, los uruguayos no resisten a ningún trabajo; de qué
se ocuparán; de política, periodismo, literatura. De todas estas cosas se
ocupan con un genial desacierto; pero su mayor habilidad consiste en
saber echar el humo por la nariz… Los uruguayos son efectivamente
cigarreros de primer orden; ellos entienden que la vida se vuelve
humo como el cigarro; son filósofos desde que nacen, mejor dicho
desde que fuman.
Dije que hasta saben de periodismo y literatura; es decir saben
cómo se compone el periódico; distinguen en las cajas la e de la o;
conocen una por una todas las letras de imprenta. Los uruguayos son
tipógrafos, es decir, periodistas en comisión.CXI62
Ambos oficios, cigarreros y tipógrafos tienen la particularidad
de que blanquean la inteligencia y ennegrecen las manos. También
queman la garganta y hasta los riñones, cierto que en los despachos
de bebidas; no se crea que en las imprentas, ni se piense tampoco en
la casualidad de que una chispa de cigarro pudiese caer en el lado en
que se ubican los riñones de los cigarreros.
Los orientales son también aficionados a pasear en coche: es
un trabajo como cualquier otro, al que resisten perfectamente.
Los orientales son guardabarreras, y también cocheros. Casi estoy
arrepentido de haber afirmado que los uruguayos son débiles para el
trabajo. ¿Acaso es una debilidad fumar?; ni es una falta de resistencia y
de talento saber distinguir con buena vista, la e de la o; ni es un prodigio
de actividad rodátil, pasear en tranvía.
Nótese que las mujeres son por demás laboriosas, sin excepción
alguna, desde las aristócratas hasta las plebeyas. Prueba de ello es
que el edicto que anuncia el aparejamiento de una cocinera dice al
caso: labores de su sexo. Esto no tendría nada de particular, pues creo
firmemente que las labores, por más sexo que tengan, no han de tener
un sexo particular para las cocineras. Pero es el caso, que a una niña
de la sociedad, la cual si cocina no lo hace por sueldo, se le ocupa en el
edicto matrimonial de la misma manera que a su cocinera: labores de
su sexo. No se les ocurre a los talentosos jueces de paz de Montevideo
escribir en vez de labores de su sexo, labores de su clase. Y tratándose
de una cocinera, labores de su oficio. Cierto que por este lado iríamos

CXI Eduardo Ferreira continúa siendo mejor tipógrafo que periodista.

176
Fo-
tografía de Herrera (1903) con dedicatoria a Alberto Nin Frías: "Al Hipólito Taine de
Tratado de la Imbecilidad del País

lejos en las clasificaciones; y lo mejor sería decir de un uruguayo que se


casara: labores propias de su nacionalidad: con esto habríamos dicho
todo. Lo que nadie ignora, esto es, que los uruguayos en tratándose de
labores, no tienen sexo.
No hay en toda la metafísica de Schelling nada más complicado
que el sexo trabajador de las uruguayas, o al menos que la mentira de
los geniales redactores de los edictos de matrimonio… Convengo no
obstante en que a pesar de mis tontas protestas contra los Jueces de
Paz, ellos sin darse cuenta de lo que escriben, aciertan por una de esas
casualidades que hicieron a Colón tropezar con el Mundo Americano.
La inconciencia de los jueces puede darse por infalible. Con efecto:
las uruguayas más distinguidas, igualmente que las plebeyas, cocinan,
lavan y planchan. Se ríen de Spencer por no querer ser menos que
José Rodó.63 La especialidad de funciones es para nuestras niñas un
absurdo anglo-sajón…
Sólo en una función se especializan plebeyas y aristócratas: en la de
buscar marido…
Ahora se darán por convencidos del trabajo sexual de nuestras
solteras los que afirman neciamente que las duquesitas del Uruguay
se casan aburridas de no hacer nada, para entregarse con libertad a
labores de su sexo… […]
Decía, poco antes, que los uruguayos son enfermizos, enclenques,
blandos, mientras no les salen las muelas del juicio, y el vientre
conyugal. Agregaré ahora que la muela y el vientre los vuelven aún más
delicados; a pesar del innegable prestigio de reposo que los aureolan.
Conozco un neurasténico que pesa aproximadamente cien kilos, y
hace versos, muy bien medidos y tan juiciosos como su vientre…
Dije también, que los uruguayos no resisten a ningún trabajo
fuerte. Que no tienen complexión de hombres. Esto es Verdad. Ellos
sólo trabajan con el cerebro; casi todos se dedican a profesiones
liberales. Unos estudian para genios en nuestra cátedra; otros, que ya
son genios, piensan en que nunca se van a morir, y trabajan para la
posteridad, escriben en gacetas o hacen libros. Algunos y éstos son los
menos van a Europa a terminar sus estudios: allí los comienzan y luego
retornan trayendo en el meollo no se cuántas experiencias a realizar, y
en otra parte más extendida un doloroso recuerdo de sus estudios en
casa de una doctora…
Admirado el profesor Saneselli de la debilidad de nuestros
estudiantes, al verlos tan pálidos, graves y enflaquecidos como
cualquier moribundo del Hospital, decíales en cierta ocasión con una

178
Julio Herrera y Reissig

sonrisa de misericordia, y un gesto de burla bacteriológica: Yo no me


explico cómo Uds. apenas pueden resistir unas horas de estudio, para
lo cual sin embargo tienen que hacer vida de viejos; acostándose a las
nueve de la noche, con privación de todos los placeres de la juventud.
Ustedes no ríen, ustedes no juegan: ustedes están muertos. ¡Qué seres
son ustedes! En mi tierra, los estudiantes se divierten; loquean que es
un gusto, trasnochan de continuo; duermen lo menos posible, y a la
hora de clase todos se hallan en la clínica, con las lecciones sabidas,
el aire alegre, la mirada chispeante, y bullangueros como pájaros que
recién salen del nido.
Saneselli, el benemérito titeador del país, se asombraba justamente
del físico miserable de sus jóvenes discípulos, de que nuestros entecos
estudiantes de medicina fueran sin fortuna candidatos a la muerte
antes que la pudieran decretar generosamente con toda la buena fe
de una erudita ignorancia…
Advierto que algunos futuros genios de la universidad cuando
adquieren los blasones intelectuales, es decir, cuando pueden lucir
sombrero altoCXII redactan al mismo tiempo su papeleta mortuoria;
pues todo lo que se saca en limpio de sus estudios es que han aprendido
maravillosamente a ser tuberculosos, neurasténicos, sifilíticos y
cardíacos…
De lo dicho el lector deducirá que los uruguayos no pueden
entregarse a las tareas intelectuales sin peligro inminente de su vida.
Esto de ninguna manera quiere decir que no pierdan el juicio antes
de perder la vida. Conozco algunos que por no querer ir a Europa a
terminar sus estudios han ido al manicomio a dorar su título…
¡Qué decir de los gimnasios de Montevideo! Los vigorosos atletas
uruguayos dejan muy atrás a los de Grecia, a los varones fuertes de
aquella raza inmortal. Quedeme pasmado un día, contemplando
las maravillosas pruebas de habilidad y energía que daban mis
compatriotas en uno de los centros olímpicos más concurridos por la
jeunesse.
Contemplando una paralela, se me presentó de pronto la llanura
de Alfeo. Los heraldos saludaban al Plenilunio de Verano, el sonriente
mensajero de divina tregua. La Élide y el Peloponeso quitábanse la
púrpura del odio, y ceñíanse de mirtos y de rosas de Tesalia.

CXII Llama la atención que los universitarios, por regla general no se hagan dandys,
hasta que no se posesionan del título. Los estudiantes de medicina sueñan cándidamente
con recibirse de doctores para permitirse el lujo de usar jacket y sombrero de copa. No
critico esta costumbre. Me inspiran mucho respeto los uniformes de los montevideanos…

179
Tratado de la Imbecilidad del País

Al toque de las trompetas daban principio los juegos: Pentathlón,


el Pugilato, el Pankration.64 Entre el humo de los sacrificios en el
sagrado bosque, y la plegaria rítmica de los luchadores, mil brazos
se elevaban y un alarido de triunfo cundía alegremente haciendo
estremecer el verde olivo de [[…]] En estas fiestas del músculo y el
arte, Grecia mostró al mundo la virtud de sus varones. Los gimnasios
de la vieja Atenas eran templos erigidos a Esculapio, el ilustre y a
Hércules el poderoso; es decir a la salud y a la fuerza. Los gimnasios
de Montevideo, la Nueva Atenas, son templos erigidos a la Parca,
es decir a la muerte. La diferencia es poca, teniendo en cuenta que
según la mitología La Parca, para que no la conocieran, penetraba
en Atenas vestida como Esculapio, de quien era muy amiga.
Si los juegos atléticos de Corinto merecieran el elogio de Aristóteles,
no es menos cierto que los juegos peligrosos de nuestros gimnasios
merecen una de mis sonrisas más delicadas.
Los gimnasios de Montevideo tienen la juguetona originalidad de
alargar las piernas y acortar la vida… En ellos los púberes adquieren
con beneficio de su musculatura enfermedades orgánicas al corazón.
Los discípulos, al cabo de un tiempo, enseñan orgullosos la pujanza de
su brazo, haciendo con bastante mala educación algo así como cortes
de manga a sus íntimos. Lo primero que dicen es: «tócame el brazo;
fíjate; qué músculos; soy un Hércules; es más grueso mi brazo que la
pierna de mi chiquilina (textual); tengo una fuerza bárbara; levanto
seis arrobas».
Creo haber dado a entender que la educación física que se
proporciona en estos centros, regida exclusivamente por los métodos
científicos más modernos y razonables, no tiene por único objeto
transformar los estudiantes en acróbatas japoneses, sino hacerles
perder la salud de un modo artístico y barato. Para esto se obliga al
discípulo a que brinque, ruede, baile de cabeza, sude etc. y se fatigue
hasta no poder más; que luego tendrá tiempo de lucir sus habilidades
al doctor…
Cuando ya el gimnasta puede sin dificultad coger el cigarrillo con
el pie y ponérselo en la boca, se presenta el maestro satisfecho y le
dice, felicitándolo: está Vd. sano. Esto sucede precisamente cuando el
agraciado ha contraído el mal que lo llevará a la tumba.
Herido de insuficiencia núbil, hipertrofia, o angina al pecho, al
cabo de algunos años el acróbata emprende triunfalmente el salto
mortal maravilloso, que lo hace ir al cementerio.

180
Julio Herrera y Reissig

Hay en la ciudad de San Felipe65 un maestro de gimnasia, muy


lector de La Grange, el especialista científico de los ejercicios
corporales, que enseña la salud de un modo peripatético. El discípulo
se suspende como un mono de una escalera horizontal; el Maestro
toma distancia; luego se larga precipitadamente, da un salto, abre los
brazos, y aprieta los dientes y se cuelga como un extraño demonio,
como los ahincadores antiguos de los pies o los hombros del paciente,
digo del gimnasta.
No hay para qué decir que el distinguido maestro hace de sus
discípulos excelentes descoyuntados.
Dije anteriormente que los uruguayos son enclenques, enfermizos,
de constitución misérrima, que no pueden asistir a ningún trabajo
ímprobo.
Esto, sea dicho en honor a la Verdad, disculpa a los orientales de
que sean gloria de la pereza, del charlatanismo y de la megalomanía.
Cuando no se puede hacer gran cosa, qué más se puede hacer que
chismear, dormir y echarse en brazos de la imaginación. Los uruguayos
que no pueden por falta de salud ser labradores ni comerciantes,
ni industriales, son cigarreros, guardatrenes, aurigas, tipógrafos,
presidentes, políticos, rematadores, militares y empleados públicos.
Los empleados públicos son uruguayos por donde quiera que se les
admire. Su mayor trabajo es firmar a fin de mes el recibo de sueldo, o
entenderse a cada momento con los compradores de salarios. Además
fuman en las oficinas y toman mate. Sin embargo, para ser empleado
público se requieren dos cosas: hablar y escribir… Aunque ostenten,
por lo general una mala ortografía, los empleados tienen muy buena
letra… Hay que tener en cuenta que se ejercitan haciendo fiorituras
caligráficas con las novias.
No sólo para empleados públicos, sirven los orientales, sino para
milicos. No deja de ser una gloria y hasta un trabajo lucir un uniforme, y
cargar con un sable, una mochila, y en ocasión con una cicatriz situada
en la línea equinoccial del cuerpo.
Ser soldado equivale, por lo menos, a tener la bombilla en la boca
diez horas al día; a saber sentarse con dignidad, y hasta pararse en dos
pies como todo el mundo, fumar cuando se tiene el vicio, y permitir
que le calienten el cuerpo en pleno estío, con una y hasta con dos
varas…
Si los uruguayos no fuesen tan enfermizos, tan endebles y tan
propensos a la parálisis de la pereza, la República no tendría la gloria
de contar con un ejército superior al de cualquier país… que durante

181
Tratado de la Imbecilidad del País

la última guerra civil dejó pasmado al mundo. Gracias a Dios, la


independencia nacional está asegurada por la flaqueza física de los
uruguayos, por su falta de vigor para otra clase de trabajos que no
sea pasear en tranvía como los guarda trenes, o tomar mate como los
soldados…
Se ha dicho que Montevideo es una ciudad sana por excelencia.
Tiene que ser muy sana, cuando es la ciudad que paga en el Mundo
mayor tributo a la tuberculosis. El 10% de los que mueren deben
el eterno ostracismo al terrible bacillus de la tisis. Celebro como un
triunfo, como una gloria nacional, que en esto siquiera se parezca a
París, la Coqueta Montevideo. Al menos podré decir, cuando se me
interrogue en Europa acerca de mi nacimiento: «soy de la Capital de
la tuberculosis.» Tengo la esperanza de que con esta sola respuesta se
me tome por parisiense.
También Montevideo es una de las ciudades donde existen más
sanos que se mueren del corazón. Atribuyo esta enfermedad a la locura
del clima, al cambio incesante de la temperatura, a la alimentación, y a
las montañas adoquinadas de la muy leal y reconquistadora, que obligan
al transeúnte a echar el alma cada vez que se ve obligado a repetir,
contra su gusto, las campañas de Aníbal y Napoleón.
Por lo demás, Montevideo es tan sana que pululan en ella, con toda
comodidad, el tifus, la tifoidea, la lepra, el [croup], la escarlatina, la
viruela, el […], y otras enfermedades contagiosas.
Esto no quiere decir que la fiebre amarilla y el cólera no nos
hagan de cuando en cuando una visita de diplomacia. Para todo
mal endémico, así como para todo bien en proyecto, hay lugar en la
hospitalaria Villa. No obstante Montevideo es una Tacita de Plata.
Hallo razón para que se la calumnie de coqueta, de limpia, y hasta de
virginal.
Puedo elogiar la tacita llamándola pebetero, pues dentro de ella hay
tantos olores que inciensan a la población, al par que la disminuyen
milagrosamente.
En ella se expende la manteca, leche y tuberculosis a disgusto del
consumidor.
Tonto quien no cree en las originalidades de la Coqueta y limpia
reina del Plata.
Montevideo en un concurso de higiene sería honrosamente
premiada. Es una de las peores ciudades del mundo en que funcionan
tambos. Comprendiendo el horrible Municipio que las vacas en la

182
Julio Herrera y Reissig

ciudad constituyen focos de propagación continua de tuberculosis,


acordó sabiamente permitir el funcionamiento de los tambos…66
Estas cochiqueras de la ciudad, cuyo olor edificante es hermano del
que despiden las aseadas carnicerías de la ciudad, son los verdaderos
rufianes de la clase baja. A los tambos concurren por la noche, vivientes
y vagabundos, obreros y tenorios de alpargata. Cupido excitado con el
perfume del almizcle da en hacer travesuras que no debe…
Los señores ediles, no obstante ser higienistas sobresalientes, son
rufianes de alto vuelo.
Se comprende que sean tuberculosas las vacas lecheras de
Montevideo por más que la autoridad, en su celo de extirpar el bacillus
de la tisis, obligue al patrón del tambo a enviar al pastoreo los animales
moribundos… En primer término, los tambos no tienen ventilación, a
más que son sucios por naturaleza. Las vacas, privadas de oxígeno y de
luz enflaquecen lentamente, volviéndose propensas a la adquisición
del bacillus. Por otra parte, la vaca es un animal que necesita campo
y ejercicio, y encerrada en cuatro tablas, puede afirmarse que está
viviendo artificialmente. Tampoco satisface el alimento. Una cosa es el
pasto arrancado fresco de la tierra, y otra el pasto marchito que se les
arroja en el pesebre.
Decíame un estudiante de medicina, enemigo de la leche, en
circunstancias de hablar sobre los tambos: «Las vacas de Montevideo
son tan tuberculosas, que las moscas de los tambos mueren todas
tísicas.» Yo respondí con un gesto de incredulidad a las palabras de mi
amigo. Hoy ya no sonrío, pues toda esta cuestión de vacas, tambos y
moscas, me explica perfectamente que Montevideo sea la ciudad más
tuberculosa del Mundo, ciertamente que a causa de sus hombres, más
que de sus vacas.
Otro de los flagelos que azotan a la población es la sífilis, precedida
o no de otras enfermedades venéreas que Venus tiene a bien dispensar
a sus aduladores de la calle Santa Teresa, con el fin de que se acuerden
eternamente de sus caricias.
La fuente de estos terribles azotes de la juventud masculina, no es
otra que la prostitución de barrio, decretada con profunda gravedad
por el gobierno, hace ya varios lustros, con el objeto de que los audaces
conquistadores de prostíbulo, haciendo de las suyas a cada momento
no escandalizaran a la ley cristiana que manda muy formalmente:
no fornicar; y menos que se codicie la mujer del prójimo. ¿Acaso las
mujeres públicas no son del prójimo?, y en este concepto el estado
que las coloca bajo su égida y protección cariñosa, en solidaridad con

183
Tratado de la Imbecilidad del País

la tranquilidad de los hogares, paternalmente elevando la nación a la


altura de los grandes cafften.
Cierto que en esto no hace el gobierno sino cumplir con su deber,
pues la religión católica es la religión del Estado.
Montevideo es la única ciudad en el mundo en que existe un radio
fijo decretado por la ley, para dar cabida a la prostitución, amparar
la sífilis, y desarrollar la gonorrea; todo con el objeto de que triunfe
la moralidad, y evitando que las pecadoras vivan cerca de las justas, y
ambas se miren casa a casa desde un balcón o azotea.
Han hecho bien las autoridades. Una manzana picada corrompe
a las más hermosas, como dice el Evangelio. Por lo demás ¿quién les
asegura a los buenos maridos de Montevideo que sus consortes no
tengan un mal pensamiento al reparar con demasiada frecuencia en
la casa del vecino, cuya puerta de calle da escondite a Lucifer… y a los
tentadores más [[…]]antes de su aristocracia infernal…?
El gobierno para evitar todo esto, [[ha fun]]dado una ciudad
dentro de otra ciudad, ubicándola por ser la más antihigiénica y
escandalosa, en los parajes más bellos de la península, esto es en la
ribera sur del Río de la Plata.
La Ciudad de la Sífilis, que no es otra cosa que una rama del Estado,
se mantiene en un aislamiento digno. Sus habitantes femeninos no
pueden moverse de ella sin permiso de la policía, hasta hora avanzada
de la noche. La libertad individual de las prostitutas es cosa que no
ha previsto la Constitución. Sea como sea, el radio obligatorio se
impone por sus resultados de moralidad, pues hasta el momento
no ha determinado sino «10.000 entradas anuales a la Policía».
Se entiende que la calle Santa Teresa es un teatro de «vagancia,
embriaguez, suicidios, crímenes y escenas repulsivas», pero al menos
conserva la tranquilidad de los hogares de Montevideo, cuyas vírgenes
y matronas se enfermarían de horror en caso de que a las damiselas se
les permitiese vivir en las calles donde habitan las familias bien…
El informe producido recientemente por el Municipio, favorable
a una solución racional e higiénica de lo que en nuestro país ha
dado en llamarse con gran énfasis problema de la prostitución, ha
escandalizado de tal modo a los justos montevideanos, que se temió
por un momento el estallido de la guerra civil entre los partidarios y
enemigos de la libertad de las prostitutas.
Es una ignominia uruguaya que recién después de medio siglo
se haya dado en reparar que la prostitución enfocada constituye un
atentado inicuo contra la higiene, contra la moral pública, contra

184
Julio Herrera y Reissig

el derecho, y el mayor foco de propagación de la sífilis y otras


enfermedades contagiosas que tienen que ver muy de cerca con una
de las principales funciones del ser humano.
Y esto sucede en la ciudad del aseo, en la impoluta coqueta, en la
Tacita de Plata, donde la gente se muere sólo por milagro, y los sanos
se enferman por coquetería…
En varias circunstancias y particularmente ahora con motivo de las
polémicas a que ha dado lugar el informe de la Junta sobre las casas de
tolerancia, ha cundido la idea entre nuestros hombres de presentarse
al gobierno solicitando la clausura de los prostíbulos. Para ello invocan
sanísimas razones entre ellas que la prostitución es altamente inmoral
y que si las cosas siguen como hasta ahora, Montevideo llegará a ser
una París…
Cierto que no hay nada más calamitoso y absurdo que el
mecanismo social que determina actualmente el funcionamiento de
los prostíbulos. En mi concepto, los sociólogos que en contra del buen
sentido de los moralistas opinan zafadamente que la prostitución
constituye una válvula de la higiene, inquietan con sobrado motivo a
los uruguayos celosos de su gloriosa reputación de sobriedad. Téngase
en cuenta que si no fuese por las infames prostitutas los sibaritas de
Montevideo conservarían intacto su prepucio para la noche de bodas,
y en tal caso, el matrimonio sería como para ciertos campesinos de las
montañas el santísimo sacramento de la circuncisión.
Existe en este megalómano país la creencia arraigada de que
Montevideo es una ciudad higiénica, al contrario de Buenos Aires
cuyos habitantes son verdaderos batracios que chapotean en el fango,
y viven como quien dice en el mundo de los microbios.
Nada más falso. El sistema de cloacas de la capital argentina
es el más perfecto del globo, es la última palabra en ese género de
construcciones, y por esto mismo Buenos Aires está considerada como
una de las ciudades más higiénicas, habiendo alcanzado el honor de
que varios publicistas europeos se hayan ocupado en este sentido, con
grandes elogios de la Nueva York del Plata.
En uno de los congresos higiénicos celebrados últimamente en
Europa en el que hizo acto de presencia el doctor Piñero, delegado
del gobierno argentino, se comprobó que el pavimento de Buenos
Aires es absolutamente refractario a toda propagación epidémica.
El sistema de cloacas de Montevideo es el más antiguo, el peor
de los sistemas; son unas tripas sucias y angostas de pésimo material,
que llevan las inmundicias a dos cuadras de la población, con gran

185
Tratado de la Imbecilidad del País

escándalo del aseo. De este punto de vista, puedo asegurar que


Montevideo es una de las ciudades más antihigiénicas del mundo, y
que a no ser por sus declives naturales y su ventilación al río, no habría
peste que no tomase en nuestra sucia aldea carta de ciudadanía.
El sub-suelo de Buenos Aires está cruzado por cloacas, inmensas,
lavadas de continuo por torrentes de aguas fluviales, que son impelidas
por máquinas propulsoras a gran distancia y con pasmosa rapidez.
En Montevideo los caños maestros a más de que ignoran lo que
es lavaje, desembocan cómodamente en medio de los bañistas, sin
que hasta la fecha nadie haya protestado de que en nuestras playas se
refresquen coquetamente, con las damas y caballeros más aristócratas,
los desperdicios mal olientes del cuerpo humano. Y esto ocurre en la
tacita de plata; en la limpia y coqueta joya de América, y los aseados
montevideanos se bañan sonrientes y satisfechos en la inmundicia,
creyéndose sumergidos en agua de rosa, en un Jardín Bendito de
salud.
En los pasajes inmediatos a la desembocadura de los conductos
se forma un aluvión excrementicio, un microcosmos infecto en el
que se regodean a placer los pescados cacófagos que paladean los
Montevideanos con inocente delicia.
En los días calurosos del Estío, y por lo regular siempre que sopla
el viento del norte, el transeúnte que acierta a pasar por la rinconada
de la Calle Río Negro frente a la Estación Central, se lleva de pronto el
pañuelo a las narices, so peligro de caer inmediatamente de espaldas.
Una fetidez mortífera que sale profusamente de aquel incensario de
légamo revela a los olfatos menos sensitivos la existencia de una letrina
gigante que abarca muchas hectáreas y cerca de la cual levanta sus
habitáculos un edificio de madera que tiene el nombre de Baños.
En otros parajes de nuestra inmunda Bahía sucede exactamente
lo mismo. Los baños del Sud, así como las playas de Ramírez y Santa
Ana están en posesión de todos los secretos de los intestinos, y de las
glándulas aurinales del bravo pueblo uruguayo.
Por fortuna no existe el peligro de una infección siempre que los
uruguayos se limpien como lo hacen tranquilamente a partir del 8 de
diciembre, día en que se bendicen las aguas.
Tampoco existen en Montevideo, como en otras ciudades del
Mundo, cloacas domiciliarias. Un oriental civilizado que reside en
Buenos Aires propuso al gobierno la construcción de dichas cloacas
que son, en realidad, indispensables del punto de vista de la higiene.
Se sabe que en nuestra capital en vez de esos amplios conductos

186
Herrera y Reissig. Grabado de Blanes Viale (1909).
Tratado de la Imbecilidad del País

existen caños de barro, sin respiraderos para dar salida a los gases, ni
canillas hidráulicas [[para hacer]] correr las materias.
El Ingeniero Municipal miembro de la Junta, un megalómano,
[[…]]yo contestó con mucho aplomo al ex-charrúa que esta era una
ciudad demasiado higiénica que tiene de sobra con el aseo que le ha
dado la naturaleza, que todo lo demás era lujo en nuestra tacita de
plata; que las cloacas sólo se necesitaban en ciudades inmundas como
Buenos Aires.
Convencido con las razones del Ingeniero, y gratamente
impresionado de la cultura de nuestro país y de su higiene natural, ese
mismo día tomó pasaje para Buenos Aires, el soñador de cloacas.
La ciudad de San Felipe —fuese lo que fuese por su aspecto
hipócrita de limpia, y su interior desaseo recuerda una mujer vestida
de seda y con los bajos sucios…
En Buenos Aires la limpieza pública se verifica escrupulosamente,
como en las capitales más adelantadas de Europa. Hay un verdadero
ejército de limpiadores que día y noche, a toda hora recorren la ciudad
munidos de un carro de hierro, en el que arrojan a grandes paladas los
detritus y bostas que encuentran en ella, de modo que el transeúnte
atraviesa bulevares serenamente, sin cuidarse del pavimento, en la
seguridad de que sus botines no tendrán que habérselas con uno de
esos tortazos de oso, tan ajenas a los escrúpulos higiénicos de nuestros
municipales, que se encuentran a cada paso en las calles más céntricas
de Montevideo, la tacita de plata, la perla maravillosa, el Edén de
América del Sur, donde hasta los microbios tienen que ser celestiales…
como lo son todas las cosas del país.
De mañana a las 8, de tarde a las 2 y a distintas horas de la noche, se
lavan todas las calles de la ciudad vecina utilizando para ello un sistema
de caños de goma elástica llamados hidrantes, de gran volumen, que
arrojan una masa de agua colosal, con una fuerza mecánica, que hace
que el riego penetre fácilmente a través de las fosas del pavimento.
En cada cuadra hay tres llaves hidráulicas y en ellas son tornillados
los hidrantes cuyo manejo precisa cinco individuos perfectamente
diestros en la tarea.
Acto continuo comienza el cepillaje que lo efectúan con maravillosa
disciplina algunos cientos de personas, después de lo cual aparece
la calle brillante de limpidez, inmaculada, con aire de juventud,
aristocrática, semejando un salón hermoso, cuya alfombra es el asfalto
de terciopelo, lustroso de galantería que invita a la danza y al ejercicio.

188
Julio Herrera y Reissig

En la tacita de plata se ignora todo esto. El lavaje se efectúa una vez al


día por el rancio sistema de regaderas, que dejan caer algunas lágrimas
de conmiseración sobre la cara sucia de la ciudad, que serán bebidas
con deleite por los microbios montevideanos gratos a la filantrópica
benevolencia de nuestro municipio ilustre. Más bien que lágrimas,
son chorritos infantiles las gotas de agua que caen perezosamente de la
parte trasera de nuestros regadores.
He dicho y con sobrada razón que éste es el país de la ilógica, o
lo que es lo mismo un reverso de país. Esto se nota hasta en las más
pequeñas manifestaciones administrativas. De procedimientos viciosos
se compone todo el funcionamiento orgánico de la República. Una
de tales rutinas es que la limpieza del barrido lejos de llevarse a cabo
como en Buenos Aires a las 2 o 3 de la madrugada, cuando la gente
se halla recogida, se efectúa de 10 a 11 de la noche, cuando todo el
mundo está en la calle, a la hora de salida de los teatros. El transeúnte
aspira inocentemente millares de bacillus que las barredoras levantan
por todas partes, llenando la ciudad de una niebla mefítica de basura
que vela discretamente el resplandor de los candiles eléctricos de
nuestro maravilloso alumbrado. A las 11 de la noche, el público que
sale de los teatros, y los […] libertinos […] enderezan con aire de
conquista a la calle Santa Teresa se encuentran con un simoun de bosta
que ellos aspiran con deleite para la cena de media noche, con lo cual
los montevideanos quedan muy convencidos que la tacita de plata casi
es tan milagrosa como la lámpara de Aladino.

***

Los megalómanos uruguayos siguen y seguirán creyendo por los


siglos de los siglos que nuestra capital es un chiche de aseo, que se
puede comer sobre el pavimento de las calles como sobre una mesa
de mármol. Cierta persona muy patriotera decíame no hace mucho
«compare Vd. el chiquero de Buenos Aires con Montevideo; uno aquí
sale en seguida de haber diluviado y no se moja los zapatos; nuestras
damas pueden andar por la ciudad en traje de baile sin que un átomo
de polvo recojan en el paseo, mientras que allá en aquel pantano
los caminantes andan con el barro hasta las rodillas, tropezando en
los baches cenagosos de las avenidas, dando traspiés a cada paso,
expuestos a caer cuando menos lo piensan bajo las ruedas de algún
carruaje.» [[…]]

189
Tratado de la Imbecilidad del País

Las calles de Buenos Aires están lujosamente asfaltadas como


las de París. Se tra[[ta de un pavi]]mento liso, aristocrático, suave,
el mejor[[que se cono]]ce. Es un tapiz brillante, elástico, que los
carruajes patinan con elegan[[cia, donde]] los caballos marchan
con esbeltez, sin producir ese traqueteo ensordecedor, esa fanfarria
espantosa que las ruedas y las herraduras producen en el empedrado
revolviendo la cabeza de los que van dentro del carruaje.
El asfalto es higiénico por excelencia. No da acceso a los microbios.
No se enloda fácilmente como los adoquines; al contrario, con la lluvia
adquiere una limpidez especial.
Plagiando al montevideano patriota, afirmo que sobre las calles
de Buenos Aires podría comer el más higienista de los miembros de
nuestra Junta, y pasear en traje de baile la más distinguida señora de
Montevideo, aunque a la verdad creo a pie firme contra lo que dicen
los montevideanos, que a ninguna dama del mundo se le puede
ocurrir pasear en traje de baile en pleno día por las calles de ninguna
ciudad, aunque ésta sea la de San Felipe.
El asfalto, como he dicho, a más de higiénico es hermoso. En
Verano es muelle como un algodón; el que lo ve por vez primera, crea
en su pensamiento las avenidas de nieve de las ciudades del Norte.
La piedra en cambio es antihigiénica, inconveniente y malsana.
Lejos de ser refractaria a los microbios, les ofrece sus intersticios
para que se reproduzcan maravillosamente. Entre adoquín y adoquín
cada espacio es un hervidero de bacillus formados con los detritus,
cascarrias y bostas que se introducen de mil modos en los laberintos
microscópicos del pavimento, y que el transeúnte traga de buenas o
malas maneras, cuando soplan las polvaredas del Este, los furiosos
tierrales cuyo aliento morboso es el fúnebre obsequio que las Parcas
hacen a los Montevideanos, en prenda de admiración por la más
higiénica ciudad del Mundo…
Se sabe que la refracción del calórico, en los días de Verano,
por parte de la piedra no puede ser más perjudicial. El cerebro se
atonta; el sistema nervioso sufre horriblemente, pero esto lejos de
disminuir aumenta la creencia de los montevideanos en la higiene
de su Maravillosa Thule… En Invierno la piedra se convierte en
hielo. Concentra todo el frío de la atmósfera y con él atraviesa los
botines de los transeúntes, hasta convertir en minerales el pie de los
montevideanos; pero esto sin reparar en las causas de la temperatura
que los vuelve trémulos de frío, caminan a grandes zancadas, pensando
en lo saludable que es el frío en Montevideo.

190
Julio Herrera y Reissig

Los adoquines revientan los vasos de los caballos. Los animales


de tiro en Montevideo se vuelven […gados] y macetas de pisar
constantemente un pavimento duro. Decía un amigo porteño que a los
dos días de haberse paseado por la ciudad se hallaba lastimosamente
deshecho: «Pisar sobre piedra me hace el efecto de caer de una altura
sobre los talones.»
Por otra parte, los caballos importados de sangre fina al poco de
hallarse en Montevideo pierden su garbo, su bizarría, su airosidad
natural; y adquieren cuando trotan el aspecto ridículo de los petizones
criollos, acostumbrados a trepar, como los burros de la Cordillera, por
los repechos de la Ciudad. Dando tropiezos continuos, ladeándose
con frecuencia, y con la cabeza baja, los corceles montevideanos
dan muestra de su agotamiento y desánimo adquiridos a causa de las
cuchillas empedradas que tienen que subir, bajo el látigo implacable
del auriga.
Sabido es que los adoquines, efecto del continuo roce con las
herraduras, adquieren al cabo de cierto tiempo una mineralización,
una verdadera capa de jabón oscuro que cubre un plano inclinado, la
que no puede ser más perjudicial para los animales, los que resbalan
continuamente, adquiriendo a fin de cuentas una serie de mañas a
cual más ridícula y caprichosa.
La Sociedad Protectora de Animales, en nombre de éstos y de la
Salud de los hombres, ya que el Honorable Consejo de Higiene no
puede descender hasta ocuparse de cuestiones que de algún modo
atañen a veterinariosCXIII, debería solicitar de nuestro Municipio
que hiciera cuanto antes desadoquinar la ciudad asfaltándola
convenientemente, para que los congéneres de Bucéfalo y Rocinante,
con la elocuencia de este último, pudiesen decir en su lenguaje de
relinchos: «Montevideo es una ciudad digna de nosotros; no es ya una
caballeriza, sino un salón; bailemos en ella la cuadrilla elegante de la
marcha.»
Mas no: me he equivocado. Téngase por no dicha la insinuación
que antecede. He venido a saber que en nuestra ciudad no se afirma el
asfalto a causa de los malditos repechos que la forman.
Resignémonos a esperar que se invente un pavimento apropiado
para las montañas rusas.

CXIII Hago saber que los médicos son enemigos afectuosos de los veterinarios.
Atribuyo este odio a un sentimiento de rivalidad. Las funciones de ambos se confunden:
es un caso fatal de escalafón.

191
Tratado de la Imbecilidad del País

Entretanto adoremos a la piedra que es la única fortuna del


Uruguay. Día llegará en que este mineral escasee en otras naciones, y
entonces, nuestro país podrá acuñar triunfalmente en vez de monedas
de nickel, monedas de granito, rojas, blancas, y constitucionalistas.
Por otra parte, ¿a qué necesitamos asfalto en Montevideo? Razón tiene
de sobra el notable ingeniero Municipal, que despreció las cloacas
domiciliarias, y que en tratándose de pavimento hubiera respondido
a secas: «El asfalto está bueno para ciudades inmundas como Buenos
Aires: Montevideo nació limpia como la Virgen de la Inmaculada
Concepción.»

192
Teodoro Reissig, abuelo del poeta
Psicología de los uruguayos
Caracteres emocionales
Rangos y Niveles. Caracteres emocionales. Intelectualidad.
Cultura. Idiosincrasia Social. Temperamento. Hábitos.
Civilización. Estética.

De la vieja aristocracia que llamaré patriciado, establecida en este


país mucho antes de la independencia, sólo algunas familias nobles
conservan con orgullo sus blasones, el viejo patrimonio de la sangre,
los pergaminos de distinción que han heredado de sus ilustres abuelos,
aquellos hombres que antaño tuvieron una figuración brillante en la
política, las letras o el escenario nacional. El resto de la pasada nobleza
ha desaparecido en el turbión oscuro de una mezcla burda, cediendo
a intereses de matrimonio; abandonando el coturno y la tizona,
desprendiéndose indignamente de sus credenciales principescas por
el bolsillo del burgués, al hacer sitio en su seno a los chalanos, a los
mercachifles del oro, a los recién salidos del chapatal plebeyo, a los
ignominiosos curculcis de la inmigración.
Esos pocos elementos puros que restan de la antigua aristocracia
castellana se han aburguesado rápidamente, debido a su continuo
trato con la gente advenediza, y a que respiran un ambiente poco
propicio para la creación de modalidades superiores, de modo que
los aristócratas de rango confunden con los falsos aristócratas, o sea,
con los burgueses enriquecidos que se han abierto paso en nuestra
sociedad, figurando a la vanguardia de todas sus manifestaciones.
Hay que tener en cuenta que los aristócratas se hallan en su mayoría
fundidos a consecuencia de sus hábitos dilapidadores, que entran
por mucho en su naturaleza, y de los desarreglos económicos de su
familia, por lo que faltos del primer elemento de espectabilidad, que
es el oro, han cedido el puesto de honor a los especuladores, a los
ricos, a los hongos abrillantados que hoy figuran como distinguidos
en el aquelarre de nuestra sociabilidad.
Algunas de las viejas familias aristócratas, faltas de recursos
para exhibir su rango dignamente, han ido descendiendo en sus
costumbres, traficando con las gentecillas, aguarangándose.
Resulta que hay dos aristocracias dentro de una misma: los
aristócratas guarangos,67 y los aristócratas burgueses. Según este modo

194
Julio Herrera y Reissig

de apreciar las cosas, existen a la par dos burguesías: la primera es


llamada actualmente aristocracia, y considerada como tal en nuestra
sociedad, está compuesta por aquellos elementos de fortuna que
viven con cierto lujo, tienen palco en el Solís, carruajes, y que abren
de cuando en cuando sus salones, durante el invierno o en honor de
algún personaje; la segunda, o sea la modesta burguesía, la forman
las familias de los comerciantes pudientes, y empleados subalternos
y procuradores, cuyos medios de fortuna no bastan a sostener los
compromisos de la figuración.
Atendiendo a que un sentimiento de vulgarización y de medianía;
un verdadero espíritu de adocenamiento, avasalla por igual a los
aristócratas de todas las gradaciones, a los burgueses de distintos
niveles y a los chacueros de la majada plebeya, no vacilo en dividir
nuestra sociedad en tres categorías, perteneciendo a una misma clase,
conforme a una clasificación bien razonada, a saber:

Altos burgueses Falsa aristocracia, aristócratas aburguesados,


guarangos con título académico o algún barniz
de cultura, universitarios plebeyos, periodistas y
literatos, desde Ferreira68 hasta [Viscobo], gente
de fortuna salida de la nada, que se ha criado tras
un mostrador o vendiendo mercaderías por la
campaña; hombres de cuna ilustre pero de ten-
dencias mediocres.

Medianos Comerciantes minoristas, empleadillos, pro-


burgueses curadores sin fortuna, obreros que se ponen
sombrero redondo cuando compran una casa,
dandys de extramuros, aristócratas aguarangados,
industriales fundidos…

Bajos burgueses Populacho. En nuestro país no hay pueblo.

Se notan muchos caracteres entre los elementos de esta triple


categoría, sobresaliendo en todas ellas los rastacueros, los infantiles,
los pasivos, los rutinarios, los escrupulosos, los serios, los charrúas, los
conservadores, los adocenados, los primitivos y los guarangos.
Los rasgos emocionales de este pueblo son muchos y muy variados.
El psicólogo se confunde al penetrar en este mundo revuelto, laberinto

195
Tratado de la Imbecilidad del País

contradictorio de anfractuosidades dudosas, donde no hay línea de


frontera que separe los caracteres, ni resplandor que los defina, donde
todo se funde, se consustancia, se compenetra formando un nudo de
interrogaciones complicadas, de problemas esotéricos imposibles de
resolver.
Voy a oficiar en esta cripta oscura ornado severamente con el
arreo de plomo del observador; voy a soñar un rato sobre las cácteas
espinosas de la duda; arrojaré mi sonda en un océano de espíritus, voy
a medir los triángulos al pie de la montaña de un pueblo.
Vosotros, oh, indulgentes lectores, escucharéis serenamente mis
palabras de Verdad, como el valeroso enfermo, que en el momento
aciago, oye de labios de su médico la revelación desnuda de su crisis, y
estudia una actitud hermosa para morir.
Es la razón quien habla por boca mía. Sabed reflexionar. No creáis
que por lucirme sacrifico la simpatía que nos une tan cordialmente.
Ya no soy el mago con las galanuras del estilo, sino el sacerdote severo,
imperturbable y frío como la profundidad. No hagáis el menor
gesto de displicencia cuando os acuse. Por nada me conmoveré. La
etnología tiene la helada serenidad de un escalpelo en manos de un
autopsista.
Los uruguayos se distinguen por una blandura pastosa, por una
hojaldra de repostería. Una eterna sonrisa angelical les ilumina el
rostro; una amable externidad inclina monjilmente su cabeza. Es
bonomía, falta de carácter, absoluta carencia de personalidad, este
dulce que los hijos del país tienen siempre a la mano. En el fondo,
tras el derretimiento meloso de su fisonomía, late una solapada
perversidad, un tenebroso instinto de hacer el mal sin que nadie lo
advierta, una estrategia púnica, una barbarie troglodita, una envidia
roedora, un odio viperino, una gula reconcentrada de sobreponerse
al prójimo y humillarlo con deleite.
Los uruguayos son hipócritas de un modo inocente. Ni se dan
cuenta de su hipocresía. Viven embelesados con ella. La adoran,
la reverencian, la miman, la acatan sin un átomo de malicia. Como
ciertos tísicos ilusionados, su propio mal les pinta maravillosos
alcázares de optimismo, arquitecturas inverosímiles de grandeza,
países interplanetarios de soberanía. Cada uruguayo es un
Simbad, con una pipa de opio entre los dientes. Su megalomanía
es engendrada por sus defectos, y por la buena [[…]] que tienen
de poseer todas las virtudes, todos los talentos y todas las fortalezas.
Como digo, son [[…]] inconscientes. Ignoran que son turbulentos,

196
Julio Herrera y Reissig

interesados, charlatanes, embusteros, falsos, apáticos, sin virilidad,


ambiciosos, versátiles, acomodaticios, intrigantes, empecinados,
perezosos de una extraviada pedantería, díscolos, malandrines,
banales, imitadores, descontentadizos, vanidosos, retrógrados
inurbanos, de una baja sensualidad, crueles en la guerra, egoístas,
inconstantes, desagradecidos, explotadores, maldicientes, chismosos,
impresionables, rutinarios, tímidos, faltos de carácter, sucios, sin
sentido estético, y superficiales.
Esta empalagosa bonomía, esta repelente blandura, esta falta
de espíritu, esta carencia de personalidad de los uruguayos, está en
todas las cosas del país, desde el suelo que pisamos hasta la carne
que nos alimenta. La tierra uruguaya es débil, no tiene carácter. Es
infantil, afeminada, anémica, insustancial, y ridícula. No tiene ni cal
ni fosfatos. El ázoe69 que posee en cantidad, es un cuerpo invisible
gaseoso, incluso asfixiante, enemigo del calor y del fuego, que apaga
los cuerpos en combustión, pero que ni enrojece los colores azules
de la vegetación. Considerado literariamente, el ázoe es un elemento
imbécil de la naturaleza. Es también pedante y engañador. Hace que
la vegetación se hinche rápidamente, se desarrolle y adquiera un
brillo especial, aunque dicha vegetación sea falta de sustancia y de
vigor alimenticio, sea ruin hasta llenar la medida. Esta agricultura es
también la perfecta imagen del estilo abundoso, hinchado, huero y
plumífero de nuestros literatos, que en vez de fósforo tienen en el
cerebro un ázoe intelectual gaseoso, incoloro, asfixiante, que hincha
las palabras y apaga las ideas. El ázoe es, para los vegetales, como la
gordura fofa que ostentan algunas personas débiles, mordidas por la
anemia, o careadas por la tisis. He tenido ocasión de observar algunas
plantas hermosas y lozanas cuyos frutos casi ni viven. Por ejemplo, la
viña, que en nuestro país constituye una broma impertinente del viejo
Baco.70 La uva nacional es dulzona, femenina. ¿Quién no se ríe del
agua vinícola del país? Cuando no es un vino ni para nonatos, es un
almíbar desagradable, un chaculí vicioso, un brebaje ignominioso, un
menjunje diarreico, lo que sale de nuestras granjas.
Desde luego, fuerza es reconocer que lo que más produce la
bonomía mineral de nuestra tierra, es farináceos. Los famosos
moniatos y batatas de Maldonado son dulces y blandos como el país y
como sus hijos.CXIV

CXIV Hago notar que el olivo no produce en nuestro país. Bien se echa de ver que la
aceituna es amarga.

197
Tratado de la Imbecilidad del País

También produce la infelicidad de la tierra buenas-mozas


remolachas, con las que se fabrica el azúcar nacional, zapallos
tan simples como empalagosos, y pudibundas zanahorias que se
derriten…
Y es así que los terrenos del país, no habiendo alcanzado a la
senectud mineralógica, que es fruto del trabajo y la combinación
de todos los elementos de la naturaleza, apenas han entrado en la
infancia vegetal, como se comprueba perfectamente por las especies
de plantas primitivas y de organización rudimentaria, entre las que
se encuentran muchas monocotiledóneas, que existen en todo el
territorio diseminadas por igual, y siempre las mismas. Ni aun las
distintas latitudes, ni el cambio de las condiciones topográficas, han
podido hacer sentir los efectos del clima y de los vientos a una multitud
impávida y monótona de árboles montaraces, pastos, líquenes,
helechos, hongos y otros congéneres de menor cuantía, individuos
despreciables de una raza inferior, nacida para vivir en una sociedad
de salvajes.
Complementa mi aserto, como prueba innegable, la conformación
de las tierras de cultivo, formadas en general por una débil capa de
humus que cubre el légamo pampeano. El humus es la única parte
espontáneamente fecunda, pues el légamo de carácter arcillo-arenoso
requiere, por su poca permeabilidad, mucha tosca para hacerlo fértil.
En muchas partes la tierra vegetal recién se está formando, debido
a los detritos de la vegetación espontánea, y a los arrastres de todos
los elementos disgregados, que se acumulan en capas horizontales,
siendo susceptibles de la más varia transmutación de sustancia bajo la
influencia del calor, la lluvia y el ácido carbónico. Fuera de los vegetales
citados, nada que valga produce nuestro suelo. Miles de plantas, que
constituyen la riqueza de otros países donde hay fosfatos y cal, y una
temperatura más enérgica, cuyos frutos recorren toda la escala del
valor desde el agrio, hasta el picante; ni quieren ni esperan nada en
una tierra sin pasión, valor, ni alma ni sexo, impotente, castrada por
la naturaleza, que casi no es tierra, merecedora de mi apóstrofe, y que
deberá ser arrancada por una explosión, pereciendo como todas las
cosas débiles, para dar lugar a un congénere superior, manantial de
vida y foco de salud de un pueblo fuerte; teatro de la virilidad, madre
sublime del trabajo. ¡Lámpara del talento, patria de una nueva raza!
Por lo demás, la dulzura del país está vegetalmente demostrada
en ciertos indicadores aborígenes de nuestra flora, cuyos frutos
repugnantes sirvieran de alimentación a los antiguos charrúas

198
Julio Herrera y Reissig

nacionales. Los farináceos, descendientes de Europeos que chorrean


el almíbar del terruño en nuestro paladar, se sentirán amargos al
verse comparados con el butiá, los macachines, el ñangapiré, el yatay,
el aguaí, la pitanga, el mburucuyá, y el carapé, frutillas repugnantes,
jarabeadas, insulsas, pegajosas, imagen de la bonomía de los
uruguayos, de su carácter melifluo, de la debilidad innata del país.
Muchas veces he recordado el azúcar salvaje de esas frutillas
al reparar en la empalagosa dulzura de nuestra literatura, que va
perfectamente al paladar infantil de los cándidos orientales. Las
confituras intelectuales de nuestras frutillas, sus acaramelados
enternecimientos; los recursos lamidos de nuestros grafómanos; el
chorro de licor pronto siempre a salir de la pluma, todo me ha hecho
recapacitar en el lazo filosófico de naturaleza, en el «cabello de ángel»
que liga a los hombres y a las cosas de nuestro país. Hallo que nuestros
escritores son carapés, aguaís, pitangas, butiás, y otras golosinas
insignificantes de la inteligencia. Sabido es que los salvajes igualmente
que los niños son en extremo golosos. ¿Nuestra literatura está, pues,
en un estado de infancia troglodita, en el período candoroso del
alfeñique y de las cuentas? La frase de Talleyrand viene perfectamente
a los uruguayos: «A éstos se los engaña con caramelos.»
Debido a la falta de calcio y ácido fosfórico, la vegetación no reúne
las propiedades necesarias, los componentes químicos que requiere el
organismo para su vitalidad.
Los trigos, fuera de que son hermosos como algunas otras
gramíneas, son débiles, y puede asegurarse que el pan de los uruguayos,
lejos de constituir una base de la alimentación, como sucede en el
de Europa, es solo un accesorio de ésta, pues las harinas con que se
elabora, aparte de su blancura, no tienen fuerza orgánica como para
desempeñar un rol importante en la economía de la existencia. Son
harinas débiles, flojas, que aunque se hinchan literariamente bajo
el imperio del amasijo, sirven apenas de entretenimiento a los tubos
estomacales. Nótese que esta inflación del trigo, consonanta con
el desarrollo ridículo de la chusma degenerada de las vides y otros
vegetales anémicos que especulan en nuestro mercado, con el nombre
prestigioso de sus homónimos ultramarinos.
¡Siempre el ázoe!
¡Qué decir de la carne de nuestros animales!
Una cantidad de esta sustancia enérgica basta en Europa para
alimentar a una familia. Está tan fuerte este alimento, que no es

199
Tratado de la Imbecilidad del País

posible el abuso. Se trata de una carne saludable, grata al paladar,


jugosa, fosfórica, nutritiva.
En nuestro país, la carne es digna hermana del pan. Es flojiza, débil,
acuosa. Se puede comer de ella hasta el cansancio sin que baste a nutrir
el organismo. Es una carne estúpida, malsana, casi pura fibrina, que
recuerda las yerbas aguadas, insulsas y pegajosas de nuestros campos.
¡Maldito ázoe, que ha dado a los hombres, a las plantas y a los
animales su bonomía, su debilidad, su blandura, su hinchazón!
La yerba mate que se cultiva en los departamentos fronterizos
es otro ejemplar ridículo de la debilidad nacional, y de la […lica]
inflación de nuestras cosas.
Es una yerba desjugada, sosa, que apenas tiñe el agua, que se hincha
desmesuradamente, sin que forme lo que nuestros paisanos llaman
espuma gorda del cimarrón. En estos últimos tiempos se ha introducido
en Montevideo de una manera alarmante, aunque mezclada a otras
muy superiores, sin las cuales para nada serviría, a pesar de que casi es
tan buena como el tabaco del país.
No se asombren los viciosos. En el departamento de Tacuarembó
se cultiva una cosa que es como tabaco. Dicen los que lo fuman, que
el tabaco del país tiene una gran ventaja sobre los extranjeros, la cual
es que nunca sacia al fumador, ni le deja perfume a cigarro, ni le
achocolata los dedos, ni siquiera tiene nicotina……
Es un tabaco inofensivo, que lo pueden consumir hasta los niños sin
peligro del mareo, y que mezclado con yerba mate del país adquiere
cierto sabor a la tierruca, que es verdaderamente delicioso…
La turba es otra de las riquezas uruguayas que han soñado los
megalómanos. Es débil como todas las cosas de la tierra. No produce la
menor fuerza motriz; es incapaz de mover el volante de una máquina.
En Rocha, patria donde ha nacido, se la llama carbón con mucha
naturalidad.
No se culpe al ázoe de que la turba del país sea, en materia de
energía, casi inferior al tabaco fronterizo.
Se me argüirá filosóficamente que este combustible no es sino
una masa bituminosa de vegetales mineralizados. Pero, a mi sentir,
el ázoe nada tiene que ver con las cosas muertas, desaparecidas ha
tiempo de la superficie. Se hace preciso deslindar responsabilidades.
Mi caballerosidad se extiende hasta los seres inorgánicos, que por
desgracia no tienen una boca para defenderse.
Sepa el maldicente lector, quien a esta parte del libro estoy seguro
que se ha dejado llevar demasiado por mis prejuicios contra su querida

200
Manuscrito correspondiente al capítulo «Agregaciones sobre el pudor»
Tratado de la Imbecilidad del País

patria, que el ázoe (como los constitucionalistas) no quiere saber nada


con el pasado, es decir, con la hulla, combustible cadavérico que tiene
hasta el olor de los muertos… Desde luego, fuera una profanación
desenterrar éste que, en un tiempo, fue combustible, y que ahora
es tan fuerte como el tabaco de Tacuarembó es tabaco, y la yerba de
Cerro Largo, yerba…
Se podría ser más original que Sardanápalo quien, según Byron,
ofreció un premio a quien inventase un nuevo placer. Se trata de hacer
el milagro de encender una pipa cargada de tabaco del país, con turba
rochense… ¡Ja ja ja!
La debilidad de la tierra también se manifiesta en la vegetación
arbórea, que según los uruguayos está por constituir un éxito para la
ebanistería. Pertenecientes a las familias de las mirtáceas, palmeras,
rhamneas, lauríneas, verbenáceas, leguminosas, terebentináceas,
celtídeas, euforbiáceas, salicíneas, sapindáceas, sapotáceas, y
otras acabadas en incas y en áceas, se alza un populacho de plantas
miserables, cuyos troncos o ramas apenas sirven para leña, dado que
su madera blanda, húmeda, verdosa, se confunde con la carne de las
raíces, y aun es milagro que no apague el fuego en vez de alimentarlo.
Si exceptuamos el coronilla, el quebracho, el algarrobo, y algún otro árbol,
el resto, o sea los mil individuos cimarrones de nuestras selvas, se
pueden atravesar con un alfiler, y reducir a líquido siempre que se les
estruje con algún empeño…
He tenido ocasión de admirar algunos muebles milagrosos, hechos
con madera del país, entre los cuales un ropero industrial, que en los
días de mal tiempo humedecíase de tal modo que la ropa allí contenida
era lavada por encanto.
Enseñómelo su afortunado dueño en ocasión en que hablábamos
de zarandajas domésticas, después de haberme dicho, con gran
sorpresa de mi parte, que nunca una lavandera penetraba en su
domicilio.
También he tenido entre mis manos una guitarra acrobática que
crecía con la humedad, y era tan impresionable que lloraba, «sin la
bordona» por todos los poros de su cuerpo, lloviendo prodigiosamente
sobre el músico que la pechaba.
Y éste sólo no era el atractivo del instrumento, pues, además,
rompía cuerdas que era un placer, y sonaba tan raramente que nadie
lo creyera tal. Su poseedor me la hubo recomendado diciéndome, con
gran misterio, que a ningún precio la cedería, pues imitaba el violín,
el órgano, la gaita, la marimba y otros instrumentos. Habiéndole

202
Julio Herrera y Reissig

preguntado acerca del maravilloso país que tiene la fortuna de tener


una madera tan armoniosa como para hacer guitarras que no lo son,
respondiome conmovido: «Tú no me creerás, Julio; pero esta guitarra
ha sido hecha con algarrobo y quebracho; ¡después han de decir que este
país no es rico!»
Quédeme pensando en cómo serán de músicos los pasados
charrúas. Acto continuo, cruzaron por mi imaginación los rascadores,
los arcos y los garrotes.
Nuestro país es la patria de la debilidad; desde la turba hasta el
vino, pasando por el tabaco y la yerba, se llega a los hombres, quienes
no tienen carácter, ni fortaleza, ni salud, ni personalidad, ni sustancia,
ni nada que no sea hinchazón, apariencia y vanagloria; es decir, ázoe
puro. Un elemento morboso parece que flota en nuestro ambiente,
disolviendo, desgastando, empobreciendo. Todo con el tiempo se
desjuga, se ablanda, pierde su energía.
La juventud de nuestras mujeres es un Veranillo de San Juan. No
tienen plástica sino para unos años, mientras crecen adheridas al árbol
de los abriles. Y se malogran, como ciertas frutas apenas arrancadas,
en cuanto sopla Cupido sobre sus lámparas de vírgenes y abandonan
de brazos del esposo el invernáculo paterno.
En Europa, las mujeres esplenden hasta los cincuenta con la
inmutable arrogancia de las antiguas emperatrices. Tienen, por
decir así, dos juventudes que recuerdan el crepúsculo doble de los
países antárticos. Su cuerpo florece buenamente, conservando con
aplomo la integridad de sus líneas y la turgencia de sus hemisferios.
Hermosotas y duras de carne en sus primeros lustros, las uruguayas se
liquidan rápidamente pasando, como ciertos asteroides que se funden
al desorbitarse, de un estado de solidez pétrea, al de una dilución
etérea. Con propensión a la blandura y al avegigamiento, su arcilla
se desciñe, se desengrana, se desencaja, se afloja, se despega, preside
sus molduras, sus creaciones sensuales, sus venusinos relieves, a punto
que las treintonas son ya provectas, haciéndose recomendables por
su ternura cartilaginosa, como la ubre de vaca, a los desmolados de
cincuenta, a los decrépitos de no tienen dientes para el placer.
Las jóvenes, apenas casadas se hacen chanflinas digástricas. La
maternidad las infla, y llega un tiempo en que son inabordables hasta
para el marido. ¿Sucede a este respecto lo que con cierta arena salada
de nuestras costas, que hincha y humedece las paredes de los edificios,
haciéndolos inhabitables en el Invierno?

203
Tratado de la Imbecilidad del País

Tengo a menudo ocasión de admirar la perfecta imagen de la


juventud de nuestras mujeres, en un vino del país acondicionado
en botellas verdinosas, que lucen regiamente, en el carnaval de la
industria, una flamante masa extranjera. Se trata de un vino, me dijo
su proveedor, «distinto de los demás, que es bueno el día mismo en
que se embotella, y que ya no es vino a los tres meses de encajonado.
Y no es esto sólo. Desde luego tiene Vd. que gustarlo inmediatamente
de haber sonado el tapón, antes de que reciba el contacto de la
atmósfera. A las veinte y cuatro de descorchada la botella, no le sirve a
Vd. sino para ensalada; un soplo de aire le hace cambiar de sustancia,
y viera Vd. cómo se pone turbio como agua de remanso, revuelto y
desagradable. Es una serpentina.»
Después de un rato de silencio, repuse con dignidad: ¿Con que no
es imposible soplar y hacer vinagre?…
Nuestras mujeres son como el vino del cuento. Mientras
permanecen en las botellas de la virginidad, sin comunicación con el
hombre, pueden ser gustadas en el festín de la estética, pero en cuanto
el matrimonio las descorcha, pierden la gracia, el valor, la fuerza,
la cinceladura: sólo sirven para la familia, esta ensalada eterna de la
especie humana.
El ázoe fisiológico constituye una epidemia matrimonial, a la que el
hombre mismo no escapa. Hace del vientre la ciudad triunfante desde
donde dirige sus operaciones.
Convertidas en lunas achatadas, las redondeces marchitas, perdido
el fuego de la armazón; confusas las sinuosidades; despechugadas e
hidrofóbicas, con papadas en los tejidos y boquerones en los alvéolos,
nuestras estatuas femeninas se convierten en bloques de manteca.
Al poco tiempo de ser madres, informes, gelatinosas, bamboleantes,
trémulas aparecen como un flan.
¡Con qué rapidez se transfiguran! ¡Hasta dónde son débiles las
cosas de este país! Apenas tienen un hijo se les ablanda el cuerpo. Les
sucede como a las pelotas cuando se calientan a la mitad del fuego…
¡Vosotras, las que deseáis conservaros bellas, apartaos del
matrimonio! El peloteo conyugal os dejará inservibles…
A las cellencas criollas les sucede algo parecido. Al año de ejercer
la prostitución, no sirven; están disueltas, enteramente blandas. Las
pupilas extranjeras de nuestros harenes se ríen de este prematuro
enternecimiento de sus rivales.
¡Maldito ázoe!

204
Dos de las listas terminológicas que elaboraba Herrera como parte de su trabajo de es-
critura. En la que está en la pagina siguiente, por ejemplo, se acumulan adjetivos es-
drújulos con acento en la a
Tratado de la Imbecilidad del País

¡Repito que nuestro país es inmensamente rico en debilidad, en


blandura, y en hinchazón!
Se nota que los cantantes uruguayos pierden completamente la
voz a los cuatro o cinco años de emplearla, y a esto hay que agregar
que se cuidan como caballos de carrera, mordiéndose la comida, y
gustando a tomas homeopáticas los placeres de los sentidos. Doy por
seguro que si se entregasen al menor exceso, se volverían afónicos en
un abrir y cerrar de ojos. A los artistas extranjeros que se pasan un
tiempo en el país, les sucede lo mismo exactamente. ¡Y no sólo la
voz sino el carácter,CXV la personalidad, la fuerza pierden sin que lo
noten los europeos residentes en el país de ázoe, hasta el punto de
que se les confunde con nuestros afeminados trogloditas, cuando al
cabo de cierto tiempo han perdido relieves de su raza asimilándose a
una segunda naturaleza formada de las mismas emanaciones que han
apagado el espíritu a nuestra uva, que han hecho blandos a nuestros
árboles, sin sustancia a nuestros alimentos, dulzainas a las frutas de
nuestros bosques, insípidos a los pescados de nuestros ríos, débiles y
ventrudos a nuestros hombres, fofas a nuestras mujeres, hinchadas y
sin vigor a nuestras plantas, fraseadores y sin ideas a nuestros literatos,
sietemesina y a la voz de nuestros cantantes, flanes a nuestras cellencas,
cobarde a la turba de Rocha, insustancial a la yerba de Cerro Largo,
infantil al tabaco de Tacuarembó!

CXV Se observa que los burgueses ultramarinos, al poco tiempo de residir en el país
se hacen infinitamente más burgueses que los uruguayos. Aumentan prodigiosamente sus
órganos plomosos, de rutinas, prejuicios y complacencias. El ázoe se posesiona traicione-
ramente de ellos, y si tenían en su patria alguna tendencia progresista, la pierden a poco
de residir en nuestro país. Sus hijos heredan aumentado el bagaje oscuro de los neo-bur-
gueses.

206
Paralelo entre el hombre primitivo emocional
y los uruguayos. Semejanza de caracteres

Introducción
Como agregado social, los uruguayos poseen el convencimiento de
una superior valía. Relativamente al mundo psíquico, se consideran
en la etapa más hermosa del progreso intelectual. Prescíndese en este
momento de la idea de número y pretensión que tienen los uruguayos.
Que sean 50.000 o 900.000 en esta circunstancia, nada importa. Los
Aracucanos fueron veinte veces más que los cuatro mil charrúas, y ni
una vez siquiera más civilizados. Los chinos son millones, y día llegará
en que como los japoneses y los uruguayos se vestirán a la europea, sin
que por esto se deba decir que los chinos son europeos en su manera
de pensar.
El psicólogo ve una chirinada humana donde el autor de una guía
contempla una multitud. El Uruguay, hijo de veinte madres distintas,
criado por el ambiente salvaje que generó a los indígenas, que es
como si dijéramos criado por una nodriza charrúa, salido apenas de
la crisálida inmigratoria, y con el aturdimiento del lepidóptero que
ve la luz de repente, no es ni puede ser un grupo adelantado. Si se
le considera como un embrión colonial, estercolado por las limosnas
de Europa, es un plasma caótico, cuyos caracteres de una simplicidad
confusa pueden ser sus capullos de modificación en el decurso lógico
de la Vida. Una vez que el agregado crezca y se depure, el uruguayo
físico y moral tiene que adquirir lógicamente peculiaridades ventajosas,
si es que como me temo, las condiciones ambientes no determinan
un salto atrás más bien que un adelanto, por motivos expuestos en
capítulos anteriores.
El grupo de los uruguayos me resulta una cosa que no está formada,
algo primitivo que corresponde a la primera etapa de la evolución
sociológica, cuyas unidades físicamente ordinarias parecen apósitos
nerviosos elementales, donde no se concibe integración de ideas,
complejidad de agregados intelectuales, y por lo mismo apropiaciones
psíquicas compuestas.
Haciendo síntesis: el uruguayo interno es una acción refleja. No
hay que ver en los uruguayos de raza blanca a los griegos, como dijo el
doctor Soca, sino la sociedad primitiva, cuyos aluviones están húmedos

208
Julio Herrera y Reissig

por las primeras ondas de una inmigración misérrima. El fenómeno


de un concúbito tan grosero entre elementos sencillos, ha sido la
unidad rudimentaria del uruguayo. En consecuencia, el conjunto de
estas unidades presenta los lineamientos simplísimos de las emociones
inferiores, que distinguen a los últimos rebaños de la especie humana.
Si nuestro pueblo poseyera la convicción de su valer modesto, fuera
en mi presuntuosa pedantería constatar esa convicción por el estudio
científico de los fenómenos emocionales, que corresponden a los
grupos primitivos de la sociedad.
Pero sucede todo lo contrario; y en tal circunstancia me he decidido
a probar la miserable vida interior de los megalómanos del país, cuya
dinámica intelectual es tan pobre como reducida.
Al comienzo de este trabajo me hallo así como desorientado, en una
encrucijada de incoherencias, no sabiendo qué surge de los hechos
y las contradicciones de los uruguayos. El sociólogo y el psicólogo se
asombran a primera vista de nuestro pueblo,
1.o porque a pesar de su contacto con la civilización europea,
presenta muchos de los caracteres de las madréporas sociales que se
agitan en el barbarismo.
2.o, de la pretendida pequeñez y la infancia organitiva que le
atribuyen sus habitantes para excusarlo de un mayor progreso, cuando
en verdad el agregado de Montevideo no desmerece en extensión de
los que en Europa se hallan comprendidas en la segunda categoría,
tales como Bruselas, Ámsterdam, Génova, Sevilla, Florencia, Burdeos
y otras ciudades.
3.o, de que los uruguayos crean envidiable a su nación porque los
hombres se visten a la europea, y porque aquélla tiene su organización
política, un comercio y una industria más o menos desarrollados.
4.o, de que los uruguayos, poseyendo la convicción autovaliosa de
su cultura elevada y de que el país es un compendio de superioridad,
expongan humildemente, cuando desean excusar a su patria de
alguna desventaja poco honorable, que se trata de un país pequeño,
novato y como tal inmune de una inculpación seria.
5.o, de que se pueda dar crédito a su aparente civilización, a su
periferia de organismo elevado, a su plástica soltura de pueblo culto,
cuando tal estado de cosas no se aviene con la emotividad gruesa de
los uruguayos.
6.o de que el Uruguay, siendo en el fondo una tribu primitiva de
elementos ordinarios, ligada a la barbarie por el cordón umbilical de

209
Tratado de la Imbecilidad del País

una ignominiosa etnología, sustente la pretensión de equipararse a los


países europeos.
Entre tantas contradicciones y anomalías como surgen del
examen de los hechos y del carácter de los [[…]] débense a causas
múltiples, que en el [[…]] obra estudiaré, poniendo en claro [[…]]
de sugestiones ambientes y elementos [[…]] desarrolla a través del
tiempo en el escenario de la sociedad.
Conviene por el momento hacer notar el contraste singularísimo
que resulta del aspecto regularmente civilizado de nuestra raza y el
grado inferior de sus caracteres emocionales. El mismo contraste se
observa al comparar el cuño falsificado de su cultura europea, con
las tendencias intrínsecas del salvaje que palpitan bajo el pellejo de
nuestros hombres.
Lamentaría que los uruguayos se disgustaran de mis dudas
científicas respecto de la civilización sentimental de su país, y de
que yo les hable en serio de su semejanza inédita con el hombre
primitivo, pero se debe saber que en todo tiempo he sido esclavo de
las especulaciones desinteresadas de la ciencia, y que por lo tanto
mi único deleite es caminar al resplandor de la Verdad sin saber con
quién tropiezo.
Convengo, a fuer de imparcial, que los uruguayos son en apariencia
al menos, un grupo de relativa importancia, pues tienen sus leyes,
su organización política, su vida económica; sus habitantes son casi
todos de raza blanca; se expresan, aunque malamente, en un lenguaje
europeo; tienen universidad y escuelas, instituciones filantrópicas, y
en tal concepto me ocupo de ellos, pues de otro modo no habría para
qué hacer notar el curioso fenómeno de su parentesco moral con el
salvaje.
Creo con fundamento que se debe atribuir a la naturaleza
infame de su medio ambiente la ignominia de sus rasgos primitivos.
Un observador superficial creyera a este pueblo desventurado un
monstruo de baldón, y le señara por lo menos violentas represalias,
conexiones belicosas, como si él tuviera la culpa de un crimen de la
naturaleza. Yo, que me hallo en posesión científica del bárbaro secreto
de sus irregularidades y resabios, soy por fuerza más indulgente,
y lo contemplo compadecido, como a un enfermo fatal, como a un
delincuente nato para el que no hay remedio. En el curso misterioso
de las rotaciones evolucionales, desaparecerá esta raza, dando lugar
algún día, si cambian las acciones ambientes y otras son las curvas

210
Julio Herrera y Reissig

integrativas, a una más elevada, cuyos aparatos nerviosos se avengan


con el progreso.
Antes de anotar detalladamente la relación interna del espíritu de
nuestra raza con el de los elementos más sencillos de la especie, tócame
referir a la ingenuidad con que los uruguayos siguen creyendo en la
pequeñez geográfica de su nación, y en particular de Montevideo, a la
que medio en broma llaman Aldea. No hay lugar a duda que con esto,
y sin que les asuste la megalomanía, quieren los excelentes uruguayos
explicarse la exigüidad ridícula de su vida emocional, y el abyecto
rezago del sub-grupo inmigrativo. Esta comarca tiene cerca de 200.000
km2, es decir una superficie tan grande como la de Bélgica, Rumania
y Países Bajos reunidos, o sea la tercera parte del área territorial de
Francia, Italia o la Península Ibérica. Por otra parte, Montevideo es
una ciudad de segundo orden considerada por el número de sus
habitantes, pues tiene 250.000 almas, es decir, la mitad de la población
de Madrid, Roma y otras capitales europeas. Lo que es pequeño es
su ambiente. De ahí la impresión que tenemos de su insignificancia.
Sus hábitos aldeanos, el carácter chismoso de la gente, su raquitismo
ingénito, su camaradaje de villería, y su ridícula superficialidad: he
aquí todo. No se debe confundir esto con el perímetro de la ciudad
de San Felipe, que se extiende desde Gonoulhou hasta la Unión y la
cuchilla de Juan Fernández, en un perímetro de cuatro leguas.
Sólo de un punto de vista etnológico Montevideo es una aldea, y
aún de las más inferiores. Asimismo, conviene decir para no calumniar
el significado corriente de la palabra nacionalidad, que el pueblo
uruguayo es en este concepto una tribu sedimentaria de las de menos
categoría.
A continuación hase constar las estrechas semejanzas de caracteres
que existen entre los uruguayos y algunas otras naciones aborígenes de
América, África y Oceanía, como ser los dacotaks, los crikos, los indios
de la Guyana, los napes, los kamtchadales, los damaras, los hotentotes, los
fueguenses y los australianos.

***

Se recordará que dijimos al principio de este capítulo: el uruguayo


interno es una acción refleja… A propósito de esta síntesis, advertimos
al lector que nuestro estudio tiene por base hermética, la demostración
de Spencer en los Principios de Psicología, cuando afirma que el
desarrollo mental es una «acomodación de las relaciones internas a

211
Tratado de la Imbecilidad del País

las externas, la cual se extiende paulatinamente al espacio y al tiempo,


especializándose y complicándose; y cuyos elementos se coordinan
cada vez con más precisión, y se integran en mayor grado.»71
Esta ley sirve de fundamento a todo el progreso social, ya que abarca
conjuntamente la evolución de la inteligencia y de las emociones.
Partiendo de que las emociones se componen de las ideas, de
los sentimientos simples, hasta llegar a un grado de superioridad
integrativa, realizándose por este medio el tejido complejo de los
organismos emocionales, llega Spencer a la conclusión de que un
agregado mayor de ideas y de sentimientos comprende grupos de
elementos constitutivos más variados y numerosos. Según esto, la
representatividad progresiva de los estados de conciencia supone, en
primer término, la mayor heterogeneidad de los elementos entre los
grupos integrados más complejos.
A medida que desarrollemos nuestras observaciones sobre el
carácter de los uruguayos, se verá la escasa coordinación de éstos,
y el integramiento en mínimo grado de las unidades psíquicas.
También se notará la sencillez constitutiva de las emociones formadas,
como se desprende de los sentimientos más simples. Por último,
demostraremos la rústica heterogeneidad de los elementos mentales
en la agrupación uruguaya, cuyos estados de conciencia son como los
del salvaje, y en donde no existen grupos numerosos y complejos de
integración.
Como he dicho, los uruguayos presentan el perfil emocional del
hombre primitivo, con todos sus caracteres fundamentales, y esto
no es una deshonra para el pueblo de mis lectores, sino un lunar
algo oscuro en la faz de la evolución a que, sin duda, quiero creerlo,
está sujeta la valiente tribu de mis compatriotas. Espero que el gran
Spencer, el genio del sentido común, en la próxima edición de su
notable obra intitulada Principios de Sociología, haga constar para
honra de mi imparcialidad, y ensanche de sus constataciones, este mi
descubrimiento, del carácter primitivo de nuestra raza, anotando a
los uruguayos en las páginas de su monumento, para que figuren en
compañía de los Kirguises, los damaras, los hotentotes, los fueguinos, los
Kamtchadales, y otras agrupaciones de la Humanidad.

Impulsividad. Partidarismo. Instinto de la Política


Spencer hace notar en los Principios de Psicología que el signo que
con especialidad puede servir de medida para el desarrollo de la

212
Julio Herrera y Reissig

mente, es el grado de representatividad de los estados de conciencia.72


Una representación heterogénea y numerosa significa un concurso
integrativo del pensamiento, y una combinación lógica de sus partes
en orden progresivo.
De esta manera, las representaciones de mayor alcance, que
corresponden a los pueblos civilizados, se distienden en sentido de la
distancia a través del tiempo y el espacio, abarcando el mayor número
de elementos, por lo que se debe suponer que a todo desarrollo
intelectual corresponde una combinación más lata de las imágenes, en
ascendencia armónica y variable. Las ideas emocionales y cogniciones
que pertenecen a un orden simplemente presentativo, según la
clasificación spenceriana, revelan una infancia psíquica, y están a una
distancia enorme de la múltiple representatividad mental y subjetiva
alcanzada por el hombre superior a través de su peregrinación social.
Las manifestaciones emocionales y por lo tanto intelectuales de
nuestro pueblo, son de una terquedad salvaje, y llevan todas un sello
primitivo profundamente arraigado. Pertenecen a la primera edad de
la evolución, y se producen en el orden llamado presentativo por la
escuela experimental. El carácter impresionable de nuestros hombres,
sus determinaciones repentinas, el infantil aturdimiento con que
obran, la menor distancia que se observa entre el acto y el deseo, todo
revela una simplicidad inculta, que sugiere la separación de la imagen
en la mente oscura. Las representaciones heterogéneas y numerosas
no se operan en nuestros hombres, y en todos sus actos se adivina que
no han existido precedencias representativas, en los estados mentales,
sino impresiones unilaterales, indivisibles, abocetamientos instintivos,
de una humana semi-inconsciencia. Por lo demás, la simplicidad de
estas presentaciones se halla al desnudo, en el ambiente anémico
del colectivismo grosero en que se agita nuestra sociedad como un
rebaño ordinario, en la rutina asfixiante y desconsoladora en que su
espíritu gatea, en la tahona de su existencia igualitaria, en el reducido
lago psicológico en que llanamente se revuelve, y en el monótono
colegialismo intelectual que amasa en la batea de la gramática sus
planes desabridos, sin una sensación original de arte; sin una onda
elevada; en el atumillamiento de los más necios prejuicios en hombres
y mujeres de todas las categorías, y finalmente, en el agua sucia de
nuestra política medioeval, en la que chapotean imbécilmente los
habitantes del país desde hace medio siglo.
Nuestros hombres carecen del sentido de la previsión. El mañana
no existe para ellos. Considerados como seres emocionales son

213
Tratado de la Imbecilidad del País

unos entes antojadizos, nerviosos, impulsivos, desgalichados, que no


calculan en sus acciones, que obran inopinadamente, con intervalos
de desaliento y locura, febráticos, incoherentes, sin que se note en su
vida interna la ligazón vertical, la euritmia trabajosa del pensamiento,
y la lucha relampagueante de las impresiones, antes de solidificarse
en actos volubles de empirismo lógico. Este electricismo bárbaro que
parece tener el músculo frente a la idea, es el distintivo del salvaje,
y lleva en sí la levadura animal de la acción refleja, pues todo grado
de evolución, según Spencer, se puede calcular por la distancia que
medie entre dicha acción y el acto. Nuestros hombres se precipitan
apenas recibida una impresión; son de una compulsividad primitiva; la
operación compleja no se realiza en ellos, y esto más que nada explica
la turbulencia revolucionaria de esta sociedad; el acontecimiento
imprevisto que es su norma de conducta; el insaciable antagonismo
de una política ciega y a menudo ensangrentada por el encono. La
política es [[…]] una caja de sorpresa desde que lo [[…]] es el eterno
carácter de ese [[…]] [macábrico].
A tal efecto corresponde como agentes principales las operaciones
más simples del espíritu, que se efectúan en los hombres apenas
sienten en su plafón sensitivo los acontecimientos. El acto de formar
deducciones prontas, irrevocables, ante la menor indicación,
dice Spencer, dista menos de la acción refleja que el de aseverar
conclusiones deliberadas y modificables mediante testimonios
numerosos. En el alma de nuestro pueblo vibra torpemente el
movimiento brusco, que moldea con rapidez mecánica sus emociones
sencillas hasta convertirlas en actos. Toda la psicología del salvaje se
funda en este mecanismo rápido de representación.
He observado que los orientales no piensan antes de tomar
una determinación, y aun en las circunstancias más difíciles obran
con un aturdimiento que pasma. La primera impresión decide en
ellos una actitud definitiva. Sin ese reaccionismo prudencial que es
consecuencia de una operación psicológica complicada, clavado a un
empecinamiento rudo, nuestro pueblo, por su apego a la rutina y al
tradicionalismo, demuestra la inferioridad perceptiva de su espíritu
y el carácter ordinario de su intelecto. Su escasa vida emocional
puede medirse por su falta de previsión, por su impavidez ante el
futuro. Este pueblo no alcanza a darse cuenta de la correlación de las
circunstancias, y en tal caso acciona como el salvaje, en virtud de una
primera representación.

214
Julio Herrera y Reissig

De modo pues, que el uruguayo, considerado como ser emocional,


es un primitivo. Carece, como diría Spencer, de las emociones
complejas que respondan a las probabilidades y posibilidades
más remotas. Su facultad de percepción difiere de la del hombre
civilizado, en que se compone más bien de sensaciones y sentimientos
representados sencillos, asociados directamente con las sensaciones. Y
también contiene menos sentimientos que impliquen representaciones
de consecuencias más remotas que las que son inmediatas, como
asimismo en que son más débiles dichas representaciones.CXVI
Recorriendo nuestra historia podemos apercibirnos, y hasta
adquirir el convencimiento, de que los uruguayos, en el curso
de varias generaciones, han obrado por impulsividad. Todo
movimiento social o político, las innovaciones de distinto orden, las
frecuentes luchas armadas que han ensangrentado el país llevando
la desolación a los hogares, se explican por este impulso animal del
hombre primitivo, que no es otra cosa que el estallido rápido de las
emociones simples. Furores relampagueantes, acaloramientos de
bestia selvática, sanguinarismos inconscientes, agitaciones epilépticas
de rabia partidarista, todo esto no es más que acometividad salvaje,
que un desborde reflejo de sentimientos inferiores. Examinando con
imparcialidad el antagonismo que divide nuestra política, no se halla
fundamento racional a nuestras banderías rojiblancas. No hay en ellas
tendencia legislativa aparte, ni propia levadura moral que obligue a
seguir rumbos distintos a nuestras colectividades.
Hijas de un pasado ignominioso, de un caos turbulento de rencillas
caudillescas y ambiciones desenfrenadas; nacidas de la rabia, de la
impotencia, de la venganza, del feudo de los que se veneran hoy como
sus santos patronos, no han legado a sus adeptos otra cosa que agravios
y disidencias. Ni una idea altruista, nada que signifique un pensamiento
elevado, una tendencia de progreso, un instinto de sociabilidad, una
dosis de simpatía, una percepción clarividente del porvenir; nada de
esto, repito, enaltece sus programas, los cuales continúan fechados en
Quinteros y en Paysandú, habiendo sido impresos con sangre y babas
de los uruguayos.
Como los descendientes de bergantes corsos que recogen de
éstos con instintivo entusiasmo los testamentos de venganza, de igual
modo colorados y nacionalistas han jurado al pie del ataúd de Oribe

CXVI Spencer.

215
Tratado de la Imbecilidad del País

y de Rivera proseguir la lucha, acometerse con las viejas lanzas, tomar


posesión del poder, extirpar si es posible al grupo derrotado, sin otra
razón que la venganza, para poder los unos venerar las cenizas de
Rivera en la Iglesia Metropolitana, y los otros declarar feriado el día
en que falleció Manuel Oribe. ¡Qué intelectualidad tan testaruda! Se
da como razón de ser de los partidos tradicionales un proceso psico-
fisiológico, sin que se note que los mismos instintos de esta herencia es
precisamente lo que hay que combatir.
Todo progreso, como se ha dicho, no es más que resultado de
un esfuerzo interior contra la naturaleza, la cual no da razones de
causalidad ni determina por sí sola cambios evolucionales.
Las tendencias intrínsecas, como dice Spencer, juegan el rol más
importante en la evolución; la cual es, en sustancia, un efecto de la
sociedad. Por esto mismo, no se concibe más necio ofuscamiento
que el abandono de los destinos de la especie a una ley instintiva de
la naturaleza. Y esto, como saben los lectores, es lo que persiguen los
tradicionalistas, los vendedores de baratijas arcaicas, los archiveros de
la estupidez, los que lejos de volverse al Porvenir, abonan el pasado
con predicaciones calenturientas, y elevan como divisas de progreso el
sudario en que descansan sus momias.
Por otra parte, el instinto de las escisiones, que en realidad es lo que
veneran nuestros uruguayos, se opone a la cooperación social, debilita
los vínculos individuales, y produce el sentimiento salvaje, refractario,
según Spencer, a la obediencia del poder, y al amor a los semejantes.
Se sabe que el partidarismo uruguayo, perfectamente
conservador, no significa idea de gobierno, reforma constitucional,
ni concentramiento de métodos elevados, sino por el contrario,
perpetuación delictuosa de viejos errores, eterno triunfo de los vicios
que distinguieron a sus archipámpanos. Y prueba de ello, que los
gobiernos Nacionalistas han sido, como su preceptor del Cerrito,
despóticos, borrachos de la sangre, dados al exclusivismo, y los rojos,
para no desmerecer su Belerofonte campestre, bochincheros y
ladrones como no los hay en la Penitenciaría, estos últimos se sabe que
han obsequiado al país, durante medio siglo de gobierno y en virtud
de un patrimonio muy generoso, con ciento treinta millones de pesos
de deuda pública. Mire que tiene gracia eso de exaltar perennemente
las glorias de una hiena y un zorro, bregando por que se conserve la
herencia emocional de los Oribes y los Riveras.
Tales partidos entrañan un egoísmo salvaje pues, sin más objeto
que la prosperidad propia; se oponen a los intereses generales del

216
Uno de los folios manuscritos de «Parentesco del hombre con el suelo»
Tratado de la Imbecilidad del País

colectivismo.73 Del mismo modo no tienden al mejoramiento de


los aparatos nerviosos, sino por el contrario, luchan por conservar
un efecto oscuro de mentalidad, trasformado por varias causas en
tendencia de retroceso.
La inmutabilidad que es por decir así la valla del progreso, ha
sellado el estandarte de sus logias tenebrosas, y el dios que ellas
veneran es la inmutabilidad. La inmutabilidad que es muerte,
disgregación y barbarismo, hace las delicias de blancos y colorados,
que como dos lemas de piedra en un viejo templo de Alejandría, uno
enfrente del otro, continuarán mirándose con eterno encono a través
de las edades.
Según Spencer, y contrario a la cooperación, no hay un sentimiento
más poderosamente egoísta que el antagonismo. Y bien, este
sentimiento se halla en el alma de los uruguayos, pero sordo, miope,
automático, e instintivo, en estado salvaje, lo que hace todavía más
peligrosa su estabilidad, y determina, como no hay duda, el vergonzoso
rezago de nuestra gente.
Volviendo al carácter impulsivo de nuestros hombres… El
sentimiento partidista, el furor insano con que se acometen ambas
colectividades, el odio estúpido que se profesan, el enardecimiento sin
ideales que hierve en ambos componentes, no tiene otra explicación
que una herencia patológica de enconos estratificados, de furias
caudillescas alimentadas en el ambiente regresivo de los hogares, bajo
el azuzamiento irritante de la prédica paterna.
El control reflexivo por parte de los sanguinarios y ambiciosos
guerrilleros de medio siglo atrás, y su tendencia a satisfacer
inmediatamente sus apetitos, ya que carecían de todo sentimiento
elevado de organización definitiva y de las nociones intelectuales más
rudimentarias, explica la existencia de un instinto popular belicoso en
nuestra política, acunado y transmitido de generación en generación
hasta el presente. Ese estallido pasional de las impresiones, que se
muestra a las claras en todos nuestros acontecimientos históricos
y políticos, no es otra cosa que el carácter emocional del individuo
troglodita, explicado por Spencer de la siguiente manera: «La
facultad de percibir emociones relativamente sencillas se hallará,
pues, caracterizada por un grado menor de esa coherencia, que
vemos aparecer cuando el impulso de los deseos inmediatos se halla
paralizado por sentimientos que responden a efectos definitorios, y
por un grado más elevado de la irregularidad que existe cuando cada

218
Julio Herrera y Reissig

deseo, conforme toma origen, se descarga bajo forma de acción, antes


que otros deseos en sentido antagónico hayan aparecido.»
El odio partidista de los uruguayos no es otra cosa que una
impulsividad salvaje que ha determinado gradualmente, a efectos
de las circunstancias experimentales, una especialización psíquica, o
lo que es lo mismo, una estructura emocional digna de estudio. La
herencialidad de las tendencias, ya sean intelectuales o morales, es
cosa que no se discute dentro de la transformación evolutiva de la
sociedad, y desde Comte, que señaló la transmisión de los caracteres
psíquicos, hasta Darwin, indicando la correspondencia armónica
de las estructuras fisiológicas respecto a las emocionales, no hubo
experimentalista que contrariara con sus opiniones a este proceso de
la Humanidad.
En definitiva, el partidarismo de los uruguayos no es nada más
que un odio medioeval, un odio ciego, una excitación salvaje, una
impulsividad heredada regularmente de sus antepasados, aquellos
bárbaros que afilaron sus armas en los huesos de los consanguíneos,
bajo el sol ensangrentado de las horrendas carnicerías. Esta
impulsividad rencorosa coloca a los uruguayos a la altura de los pueblos
más atrasados de la tierra, como ser los dacotaks, los Kamtchadales, los
Africanos del Este, los papúes, los hotentotes, etc.

Impulsividad en las mujeres y en los niños

Y no sólo en los hombres sino que hasta en las mujeres, el curare de


la acometividad ha penetrado hasta los huesos.
El tónico legendario tiene el poder inverosímil de sacudir sus
apacibles centros nerviosos, donde sonambulea muy raras veces el
alacrán de la lujuria.
La impulsividad, respecto a nuestras partidaristas Judiths, se abroga
atribuciones que no tiene el Papa, pues como se sabe, interrumpe
casamientos, corta trenzas, excomulga a Cupido, da de bofetones
a la moda, convierte en máscaras a las mujeres, hace adúlteras a las
Lucrecias obligándolas a pecar idealmente con fotografías, promueve
divisiones entre las amistades, con la rúbrica, puesta en pergamino
humano, de algún arañón felino.
Se oye con frecuencia hablar de partidarias […] que desatienden
a sus galanteadores, porque éstos no piensan como ellas en política,

219
Tratado de la Imbecilidad del País

y esto ocurre cuando las ingratas se hallan, según propia confesión,


perdidamente enamoradas de sus tiernos enemigos, a los que para
cederle la mano le impone como precio fijo que use una corbata roja
o celeste. Ellos por lo común fingen ceder, aunque se ha dado el caso
que matrimonios a realizarse próximamente han quedado sin efecto, a
lo mejor y por una desavenencia partidaria, con júbilo y felicitaciones
de los correligionarios de ambas partes.
He dicho que la impulsividad corta trenzas, y esto es tan cierto como
que viste hábitos del Carmen, y echa a perder los precintos de nuestras
vírgenes. Durante la última campaña nacionalista hubo blancas que
ofrecieron a distintos santos cortarse el cabello si la Providencia
ataba triunfalmente al Bucéfalo de Aparicio y la gallinita que dio de
comer a Lamas en uno de los cañones de la Estatua de Joaquín Suárez.
Hubo, durante ese tiempo, quien vistió el severo hábito del Carmen,
despojándose de sus joyas y apareciendo más pálidas, a causa de no
pintarse. También algunas señoritas fueron a visitar a [Carmina],
después de varias caminatas que efectuaran a la Unión, Atahualpa y
Paso de Molino, caminatas ofrecidas a la Virgen de la Caridad, para
que Lamas y Aparicio mataran a por lo menos un par de miles de
colorados. Las rojas no se quedaron atrás en su solicitud, y aunque no
se sacrificaron tanto como aquéllas, deseaban por lo menos que Villar
y Muniz matasen gloriosamente a los novios de sus queridas amigas
blancas.
También el partidarismo da de bofetones a la moda, y convierte
en máscaras a las mujeres. En los aniversarios de la muerte de Rivera,
Lamas, Flores y Oribe, las partidarias de unos y otros hacen un carnaval
de su duelo. Las rojas penetran en la iglesia pidiendo sangre con sus
vestidos y sombreros, acribillados de flores, plumas, fajares y encajes,
que gruñen contra la estética en chillona lengua escarlata. Ese día,
por respeto al luto, no se ponen como los otros carmín en las mejillas,
sino también en la frente y en el pañuelo. Hace dos años, que, ínterin
se solemnizaban los responsos por el vencedor de Cagancha, una
señora, sin que en el preciso momento nadie lo notase, vació en la
pila de agua bendita una botella de sangre. Las blancas, por su parte,
hacen todo lo posible por presentarse en la iglesia más limpias que de
costumbre. De lejos en nada se ve que les falte algo. Muestran en su
palidez el horror del sacrificio, lo mucho que extrañan el pincel. La
política, que desconoce la inmunidad del pudor, hace a las mujeres
adúlteras ideales, con gran disgusto de los libertinos, que claman por

220
Julio Herrera y Reissig

que la temperatura imaginativa del bello sexo haga una excursión a


los Países Bajos del organismo.
Se cuenta que en el Salto, San José y otros parajes, el Coronel
Lamas, en lo más insoportable de un calor de verano, fue víctima,
después de su gloriosa odisea, de tentaciones más terribles que las que
según es fama cubrieron con un zarpullido las carnes de San Antonio.
Las mujeres, casadas y solteras, que ya estaban hartas de besar al ídolo,
en el retrato, y de darle inocentemente ubicación en el mullido seno,
en la redonda garganta, y en el velo de [Tanit]; conforme vieron el
original, trataron de aproximarse a sus brazos para desmayarse en
ellos, pretextando una sofocación debida al gentío y al exceso de
temperatura.
¡Lamas, divino, encantador, ricura, mismísimo Lamas; bijou, budín,
ángel, biscuit (textual): Artigas, Napoleón, San Martín, Julio César,
y hasta San Luis Gonzaga! profirieron mil mujeres en explosión de
locos arrebatos, hallando a Lamas tan bello como Apolo, tan fornido
como Hércules, tan alto como Anteo, tan sabio como Aristóteles, tan
concienzudo como Spencer, tan amoroso como Romeo, tan espiritual
como Voltaire, y tan valiente como Aparicio Saravia. La gente
enloquecida por la emoción lloraba, saltaba, suspiraba, se arrodillaba.
Este delirio nunca experimentado fue un más allá de colmo. En las
casas fue algo inverosímil. Lo besaban, lo abrazaban hasta ahogarlo,
lo hallaron parecido al pariente más hermoso, le secaron la frente, lo
perfumaron, lo sentaron a la mesa en la silla del nene por ser la más
alta; y faltó poco para que, quieras que no, se lo llevasen al lecho. Nos
cuentan que de entrada no más las señoritas, con un aturdimiento
encantador, le colocaban un bomboncito en la boca, y una rosa en el
ojal.
En San José, acribillaron a confites al distinguido huésped, y
se dice que en esta ciudad, donde es fama existen las mujeres más
hermosas del país, fue objeto de insinuaciones cupídicas. También
en Montevideo recibió infinidad de tarjetas de un si es no es amor, o
galantería, que el Coronel, según se afirma, hizo purificar en el fuego.
Conviene hacer constar que en diversas ocasiones sólo por milagro
no salió desnudo, pues, fuera de cauce las mujeres, le arrancaban
los botones del traje, los gemelos de la camisa, los cordones de los
zapatos, la cadena, la corbata, el pañuelo, etc. Todas querían tener un
recuerdo del semi-dios, y no faltó quien, tijera en mano, propusiera a
las del tumulto cortar en pedazos la ropa del héroe, dejando a éste en
paños ligeros.

221
Tratado de la Imbecilidad del País

En la estación «La Cruz» desplumaron la famosa gallina, que como


la cierva que alimentó milagrosamente a Santa Genoveva, obsequiaba
al valioso adalid, con dos huevitos por día.
Como dije renglones antes, la impulsividad se abroga atribuciones
atrevidas A esto hay que agregar uno que otro milagro; ejemplo:
atraviesa el pudor de las mujeres sin romperlo ni mancharlo, como el
sol por un cristal, a la manera que según el Padre [Astete] llegó a salir
Jesús del vientre de María.
Estamos cerca del infausto acontecimiento de la muerte de Lamas,
y de la fúnebre paliza aplicada al caballo que le mató. Las mujeres, en
ese día, perdieron la obsesión de la honradez; parecieron un instante
patricias romanas ebrias en las saturnales, dando vueltas en torno de la
emperatriz desnuda y del belicoso Jano.
«¡Diego, querido, Diego —exclamaba— por qué nos has abandonado!»
Solteras y casadas, viejas y niñas, corrían, lloraban, se desesperaban, se
prosternaban, rogaban a gritos, como las musulmanas, ponían los ojos
en blanco para enseñarle a Dios hasta dónde eran blancas; se mecían el
cabello como los hebreos en Babilonia; no se pintaron ese día por odio
al color salvaje; bien que por ese día, pues que al siguiente transigirían un
poco con el pincel: las solteras, guardando duelo, no besaban a sus novios,
prometiendo sin embargo a éstos que pasadas las 24 horas de ordenanza,
satisfarían la deuda con más los intereses; cuéntase de algunas que no
habiendo hasta la fecha cedido, lo hicieron esa vez en sufragio a Lamas,
ofreciendo a San Antonio su virginidad por el eterno descanso del héroe.
En cuanto a las casadas, refiérese que guardaron abstinencia durante
quince días, no pudiendo ni con bombones, los desaforados maridos,
hacer que las dolientes quebrantasen su voto.
Algunas mujeres, persuadidas de la triste nueva, invadieron en el
primer instante la casa mortuoria, sin solicitar permiso; penetran en la
alcoba, y como quiera dan principio a un saqueo, llevándose los objetos
de uso del malogrado extinto, aun los menos ideales. Principian por
despedazar los jergones y almohadas, húmedos de la sangre del difunto,
y dieron fin al desalojo gracias a la oportuna intervención de la Policía.
Otras besaban el macadam que tuvo a honra libar el líquido vital del
héroe. Se debe saber que durante tres meses se efectuaron verdaderas
peregrinaciones de señoras al sitio en que se halló el cadáver. Con un
salvajismo supersticioso, algunas exorcistas daban con el pie en la tierra
como imprecando, a grandes voces, con ademanes descompuestos.
Significaban con esta ceremonia cafre, las marimachos fastidiadas,
que la tierra había contribuido por voluntad propia a la muerte del

222
Julio Herrera y Reissig

gran hombre, por no haberlo aceptado en su seno con la ternura con


que ellas lo hubieran recibido en brazos.
Se compraba la lana del colchón donde lo llevaron, moribundo; como
asimismo vendíase por gramos, a precios fabulosos, la tierra empapada en
sangre del semidiós, la cual ha sido conservada hasta la fecha por muchas
mujeres en campanas de cristal, como si se tratase de una reliquia sagrada.
Naturalmente que esto dio lugar a falsificaciones sacrílegas; y las ingenuas
uruguayas compraron, durante algún tiempo, pedazos de macadam
pintados con carmín, o vedejas de lana ungida con sangre de toro. Poco
faltó para que dichos objetos se cotizasen en la bolsa, y fuese su oferta
comunicada a Londres. En el primer momento de furia, las impulsivas
uruguayas pidieron frenéticamente que se matara el caballo. Aunque esto
no se hizo, gracias a la oficiosa intervención de la Sociedad que protege a
los cuadrúpedos, el inocente animal fue condenado a no comer durante
tres días, y como una gran merced se le redujo la pena a cuatrocientos
palos en el anca.
A propósito del sector femenino, y de que el pudor no resiste a la
impulsividad, se debe saber que fue inmenso el tumulto de las mujeres en
torno del ataúd. La mayor parte se precipitaba llorando sobre el cadáver;
muchas coronas quedaban en esqueleto; quien tomaba una flor y se la
comía, quien cortaba un pedazo de paño fúnebre, refiriendo en secreto a
la compañía que amaba tanto a Lamas como a su marido; quien pretendía
cortar el exiguo cabello que le quedaba al difunto; quien se quiso arrojar,
tijera en ristre como la esposa de Zadig, sobre las facciones del coronel, con
ánimo de llevarse un trozo de oreja, un pedazo de los ojos, o un costalazo
de nariz, en recuerdo del vencedor de Tres Árboles.
Por último, no faltó quien mordiera los cirios que alumbraban el
féretro; y quien jurase ante el cadáver que no se casaría sino con un
coronel, que fuera blanco y se llamara Diego.CXVII

CXVII Hechos tan primitivos como los mencionados nos recuerdan algunos espeluz-
nantes, que cita Spencer, los que ocurren en varias tribus indígenas. Por ejemplo, entre
los haidahs de los Estados del Pacífico, el brujo inspirado se abalanza sobre la persona y
le arranca de donde puede uno o dos bocados de carne. Entre los nutras, el hechicero y
los fanáticos se ceban en los cadáveres. En Oceanía, las mujeres se arrancan los cabellos
y los ofrecen a sus dioses en sufragio por el muerto. En África, a la muerte de un rey, las
mujeres se desesperan gritando, corren, sollozan y se entregan a grandes abstinencias.
Los indígenas del Brasil, mucho tiempo después de un fallecimiento, concurren en pere-
grinación al lugar en que falleció el héroe. Los vivos en otros puntos se comen, cuando se
trata de un héroe, una parte del muerto, en la creencia de que por este medio se apropian
las cualidades que le adornaron en su paso por la tierra. Creen asimismo que se le honra
con este acto.
El ayuno, las lamentaciones, las abstenciones carnales, y las alabanzas a grandes gritos de

223
Tratado de la Imbecilidad del País

Agréguese a esto que el entierro de Lamas ha sido el más


concurrido de todos cuantos se han efectuado hasta la fecha, y que
las mujeres, dando muestras de un partidarismo rayano en la locura,
contribuyeron desde los balcones, arrojando flores, al éxito más
solemne de la ceremonia.
Esto no para aquí.
A la media hora de haber sido depositado el cadáver, no existía
una flor sobre la tumba. Las charrúas nacionalistas efectuaron en el
cementerio el último de sus malones. Las rojas, por no ser menos que
sus adversarias, dieron prueba ese día de un fanatismo lindero en la
imbecilidad.
Una señora que presenciaba el entierro desde una azotea, gritó con
desaforo, en tono de cornetín prehistórico: «Murió arrastrado, como
había vivido». Algunas señoritas coloradas escupieron repulsivamente
al desfilar el cortejo, y en otras, la indignación llegó a tal punto que
dejaron a sus novios por haber éstos concurrido a la ceremonia.
Las escenas primitivas narradas en este capítulo recuerdan las
que Spencer nos refiere de las kamtchadales, de las fueguinas, de las
taitihanas, las hotentotes, y de las indias de América del Norte, las cuales
mujeres se entregan a hechos irrisorios por el estilo cuando muere
algún cacique, bailando en torno del cadáver, besando a éste en las
extremidades, mutilándose los dedos, dando patadas en los árboles,
golpeándose contra las piedras, y abofeteando los objetos del lugar en
que pereció el héroe, como para espantar a grandes sacudidas el mal
espíritu que está en las cosas.
De tal manera el partidarismo es salvaje en las uruguayas, que es
casi una superstición. Asegúrase que las católicas creen buenamente
colorado al Corazón de Jesús, y blanca a la Virgen María. El origen
de esta creencia infantil está en que la festividad de Jesús es celebrada
por la Iglesia con colores rojos, y la de María, por el contrario, con
celestes y blancos. Los ritos apostólicos tienen la culpa de que entre
las Uruguayas resultó el divino Jesucristo partidario de los votos de
Rivera, y la mansísima María, admiradora de los degüellos de Oribe.
¡Qué quintaesencia de imbecilidad!

las mujeres constituye un rito funerario entre los salvajes, cuando ocurre la muerte de un
cacique.
El hecho de que se haya ideado la muerte del caballo en que montaba el vencedor de Tres
Árboles, nos recuerda el sacrificio de camellos y toros pertenecientes a un héroe entre los
beduinos, inmediatamente de ocurrido el fallecimiento. Palgrave nos refiere varios de
estos hechos supersticiosos.

224
Detalle de la última foto de Herrera y Reissig - 1910
Tratado de la Imbecilidad del País

La impulsividad se revela en las mujeres en mayor grado que en


los hombres. En las niñas, progresivamente, asume proporciones no
creíbles. La mecanización refleja de los aspectos nerviosos, que han
heredado de sus padres, recibe el bautismo de la enseñanza partidaria
de que son objeto por parte de las maestras. Últimamente, cuando
el apogeo del Partido Blanco,74 la Dirección de Instrucción Pública
descubrió que en varias escuelas de la Capital, se daban lecciones de
política a los niños; y que éstos, aunque sabían apenas multiplicar,
recitaban de memoria himnos al Coronel Lamas. Se debe saber
que los niños en los colegios, desde su más tierna edad, revelan un
impulsivismo fiero. Divididos en dos bandos, suelen guerrear con
piedras, a la salida del colegio, gritando ¡Viva Rivera!; ¡Viva Oribe,
Muera Flores!; ¡Abajo los salvajes!; ¡Revienten los asesinos de
Quinteros!
Unos y otros se muestran entusiasmados por las divisas, ostentando
en la corbata o en el forro del sombrero los colores tradicionales.
Durante la noche del 19 de septiembre75, en que los nacionalistas
delirantes se entregaron a una exaltación salvaje de placer, las
charruítas partidarias encendían fogatas en las veredas. Parecían en
torno al fuego, saltando como salamandras, aullando vivas y mueras,
verdaderas indias haciendo pavorosas señales a las tribus amigas en
una noche de guerra.
Tal es la impulsividad de los uruguayitos, que interrogados
acerca de su nacionalidad, suelen sorprender. «Soy blanco, hasta la
muerte.» Verdad es que esto mismo lo dicen todos los uruguayos,
aunque en distinta forma. Verbigracia: «Yo soy colorado antes que
oriental; si llegan a venir los de malón y malón, me hago extranjero
inmediatamente.» Como ven los lectores, no se da ejemplo de una
imbecilidad tan partidista.

***

Lo que antecede no tiene otra explicación que una herencia salvaje


de rencores de medio siglo, los cuales, y por efecto de experiencias
acumuladas de padres a hijos, han determinado una modificación de
los aparatos nerviosos en nuestra raza.
Como dice Spencer, las facultades mentales son productos
hereditarios de experiencias estratificadas, que han dado forma a los
orígenes del pensamiento.

226
Julio Herrera y Reissig

El impulsivismo, que es lo que más dice de la escasa facultad de


representación del salvaje, que supone acciones reflejas, falta de
sociabilidad, sentimientos egoístas, conexiones poco heterogéneas,
y casi ninguna abstracción, es, por decir así, el alma de este pueblo
politiquero, que no sueña sino enconos y venganzas en el palenque
ensangrentado de los odios, auscultando lo pasado, sumergido en la
sombra, y sin abrir a los vientos del futuro una ventana de su espíritu.
Nuestros hombres son niños, que no piensan, no cambian, no
reflexionan, pues, según Spencer, el niño, siendo como es imprevisor,
impulsivo y de escasa representatividad, es el salvaje de los países
civilizados.
Como quiera que sea, niños o salvajes, convénzase nuestros
hombres de su mínima importancia psicológica, la cual se halla de
plano en todas sus maneras individuales y colectivas. Siendo como
niños los uruguayos, sus operaciones mentales pueden medirse
por las de un infante europeo, y no pasara de equidad que nuestra
constitución exigiese, a los naturales de Europa que quieran tomar
carta de ciudadanía, tan solo un minimum de 9 años.
Verdad es que, por el solo hecho de querer hacerse uruguayos,
merecerían los extranjeros que en vez de 21 años se les exigiese 30,
puesto que habría que dudar si realmente a los cuatro lustros de haber
venido al mundo dichos europeos son superiores a los niños.

Caracteres emocionales contradictorios


de los uruguayos en relación con los del salvaje

Se ha observado en los pueblos salvajes una extraña mezcla de


caracteres opuestos. La impulsividad, siendo como es uno de los
rasgos fundamentales del hombre primitivo, se ve desmentida dentro
de ciertas razas por una flema sajona. Lo mismo sucede con otros
caracteres, contrarios por naturaleza unos a otros, debido sin duda a
que las reacciones y contrareacciones se operan en ritmo caprichoso,
y bajo un dislocamiento genético de circunstancias que determinan
con sus oposiciones la variabilidad de los temperamentos. El pueblo
uruguayo, que es impulsivo por naturaleza, es asimismo apático.
Su impulsividad inconsciente sugiere la niñez del bárbaro,
imperturbable y fría ante el ceño de los acontecimientos. Sólo la
política es capaz de grabar un pliegue en la fisonomía de los orientales,

227
Tratado de la Imbecilidad del País

generando emociones, volviendo huraños, irritantes, adustos, joviales


o entusiastas a los hijos de este pueblo.
Las emociones de la vida interna, los sacudimientos universales de
la pasión, las turbulencias de la filosofía, las interrogaciones pavorosas
de lo arcano, los grandes problemas de la sociología, las erupciones
del genio, los huracanes del arte, nada de esto interrumpe la
horizontalidad de su disciplina escolástica, de sus hábitos provinciales,
de sus convenciones monótonas, de su callejerismo banal, de su
insípido status-quo, a tal punto que si mañana estallase el Vesubio y
sepultase bajo sus lavas a un millón de habitantes, a las 24 horas del
suceso, nuestra gente continuaría ocupándose de Cuestas y el acuerdo,
como si tal cosa, con una frescura recién ordeñada. La resignación
cobarde de este pueblo para sufrir las tiranías, su pasividad ingénita,
la blandura de su carácter, todo esto en oposición con la acometividad
estúpida que le distingue en sus odios tradicionales, prueba más que
nada su levadura silvestre, su espíritu cimarrón. Atribuyo al clima y a
las condiciones del medio ambiente orgánico, esta faz primitiva de su
carácter, que está en perfecta consonancia con el de los aborígenes de
Sud América.
Según Spencer, el indio de la Guayana se distingue por una rara
insensibilidad. «Humboldt habla de la resignación de estos pueblos,
como asimismo Wallace de la apatía del indio uapa, que casi nunca
expresa sentimiento de dolor cuando hace un largo viaje, o de placer
cuando vuelve.»CXVIII
La trivialidad práctica de los uruguayos, su falta de energía, su
encerramiento pasivo, deben tener origen, como he dicho, en las
condiciones inorgánicas del medio. Spencer atribuye este carácter
impasible de las razas indias de Sud América a la frialdad sexual
que se les atribuye. Esta frialdad, desde luego, no puede tener otra
explicación que el ambiente. Las condiciones del clima en el nuevo
mundo han empleado un solo molde para los aborígenes y para los
descendientes de los europeos, y esto explica más que nada que las
naciones blancas de Sud América tengan los mismos caracteres
emocionales de los indígenas.

CXVIII A propósito de viajes, he conocido a varios uruguayos que no les ha impre-


sionado absolutamente nada el Viejo Mundo, y sin experimentar la menor emoción han
vuelto a sus lares, ávidos de continuar la vida monótona que tan perfectamente cuadra a
sus propensiones. Habiendo interrogado a uno de estos acerca de los Países y de la Ex-
periencia, respondióme maquinalmente: «Mucha casa de seis pisos, y un barullo inso-
portable. Está bueno para estar un rato, pero mucho, jode.»

228
Julio Herrera y Reissig

Nuestro pueblo, por esa amalgama constitucional de caracteres


contrarios que presenta, tiene afinidad con algunas gentes primitivas,
como son los beduinos del Asia meridional, los cuales según Burton
son de valor variable e inconstante; los damaras, en quienes el
sentimiento de venganza es muy pasajero, hasta el punto de que «se
trueca en admiración hacia el opresor»; los boschimanos, que según
Arbousset son «generosos, prontos, testarudos, vengativos; todos
los días se pelean unos con otros, lo mismo los extraños que los
parientes.»
También se parecen los uruguayos a los malgaches, en quienes las
pasiones jamás llegan a un grado de excitación violenta. Las injurias
no les hacen mella, pero acarician el deseo de vengarse;CXIX a los papúes,
en quienes se advierte la variabilidad ordinaria, pues son impetuosos,
irritables, barullentos, de emociones poco duraderas; a los fueguenses
que «son de carácter pronto, hablan con ruido y acaloradamente.»
Como se ve, los uruguayos reúnen la impulsividad salvaje de las
razas más inferiores, como ser los andamenios, los kamtchadales, los
fueguios y los australianos, a la vez que la apatía estúpida de los criks, los
dacotacks, los uapas y los pueblos salvajes de la América Meridional.
Es imposible, asimismo, desconocer que en distintas circunstancias
históricas, los uruguayos se han mostrado valientes y cobardes, crueles
y generosos, adulones y rebeldes, irritantes y pasivos. Estas distintas
fases de su carácter, como asimismo diversas apariciones de virtud
y perversidad que se notan en sus habitantes, asemejan al pueblo
uruguayo a ciertas razas del oriente de África, en las cuales Burton ha
observado una extraña mezcla de bien y de mal. He aquí, más o menos,
cómo este autor describe al Africano del Este: «Tiene a un tiempo
hermoso carácter y un corazón de roca; es batallador y circunspecto;
bueno en un instante; cruel, sin piedad y violento en otro; valiente y
cobarde; servil y opresor; terco, y sin embargo le gusta variar; apegado
a la idea del honor, pero sin la menor muestra de él en las palabras o
en los hechos».76
¿Quién no ve en el Africano del Este al Uruguayo de cuerpo
entero? Éste, como aquél, tiene un carácter blando, y al mismo tiempo
un corazón de piedra; en el fondo de su aparente dulzura, reina una
bellaquería inverosímil; es revolucionario en ocasiones, abusando
de los gobernantes débiles, y sufrido cuando lo oprimen manos de
domador; es bonachón y hasta generoso en tiempos de paz, y cruel

CXIX Spencer.

229
Tratado de la Imbecilidad del País

hasta la barbarie más repugnante en el campo de batalla, cuando se


trata de ultimar los caídos;CXX es valiente o lo ha sido alguna vez, y
también cobarde y falto de virilidad, habiendo soportado con ovina
mansedumbre los bofetones de sus mandatarios; es servil y opresor,
terco y variable, y por último, apegado hipócritamente a la idea del
honor, sin que muestre con mucha frecuencia esta calidad, llegadas
las circunstancias.

Otros caracteres emocionales de los uruguayos


pertenecientes a la barbarie

En otras partes de nuestra elucubración hemos hablado con harta


frecuencia de la haraganería inverosímil del pueblo uruguayo, así
como de su falta de previsión, atribuyendo a distintas causas estos
rasgos primitivos de su vida emocional. No es necesario insistir sobre
aquello de que los uruguayos, fuera de ocupar un triste empleo en
alguna oficina pública, carecen de toda aptitud para el trabajo, así
como de iniciativa y perseverancia; el espíritu de empresa no se ha
dejado ver hasta el momento en los hijos del país, los cuales, además,
son perezosos por naturaleza, pudiendo apenas trabajar seis horas al
día.
Debido a su falta de previsión, que resulta de su escasa
representatividad, no piensan en el futuro, y por consiguiente no
gustan de una remuneración lejana, prefiriendo por lo contrario
la recompensa mensual, o lo que es lo mismo, el escaso haber
de un empleo. En esto, no son ni más ni menos que las tribus más
atrasadas de la tierra, las cuales sólo trabajan teniendo en cuenta
remuneraciones inmediatas. El salvaje no tiene idea la menor idea
del tiempo ni la distancia, ya lo hemos dicho. La impetuosidad que
distingue a los uruguayos, como al salvaje, y que ellos manifiestan en la
acción política y social muy a menudo, como ya hemos dicho, es según

CXX Existe en nuestro país la bárbara costumbre de degollar a los prisioneros y a los
heridos. En lo más aciago de la retirada, se oye un grito pavoroso, que vuelve de trapo las
piernas de los fugitivos: vienen degollando. Y la horda salvaje, viniendo aprisa, atraída
por el olor de la sangre, sienta sus caballos junto a los infelices, desmonta, saca el facón
y degüella. En medio del espanto de la carnicería, se oyen trágicamente las súplicas do-
lorosas de los infelices, que imploran por sus madres y sus esposas la salvación de la vida.
Impávidos, los asesinos responden con chufletas repugnantes, en medio de una sonrisa
picarona que da horror.

230
Julio Herrera y Reissig

Spencer un rasgo próximo a la acción refleja primitiva y como que


entraña una carencia de representatividad compleja, va acompañada
de imprevisión.
Así como los orientales, los australianos son incapaces de todo
trabajo perseverante que haya de ser recompensado en lo venidero.
Los hotentotes son los hombres más perezosos que alumbra el sol
(Kolben). Los odas de la India son indolentes y holgazanes. Los chiles
tienen horror al trabajo; prefieren morir de hambre a emprender
alguna tarea. Como ejemplo de pereza podemos presentar, en el Asia
del Norte, los Kirguises; en América los pueblos aborígenes, los cuales
necesitan la opresión del yugo para el trabajo. En la América del Sur,
las razas sometidas en un tiempo a la disciplina de los Jesuitas, han
caído en su estado primitivo, o quizás en otro peor, desde el punto
y hora en que desaparecieron las causas que los estimulaban o les
imponían un freno» (Spencer)
Difícilmente creo que se hallará gente más perezosa que la del país.
Y no solo la población urbana gusta de no tener más ocupación que
hablar de política o asomarse a la puerta para ver quién pasa, sino
también la gente de nuestros campos, modelo acabado de haraganería
hotentote, que fuera de tomar un cazo o poner una caldera al fuego,
no saben hacer otra cosa que mascar tabaco.
En varios paseos que he dado por nuestra campaña se me ha
caído el alma a los pies, como vulgarmente se dice, al considerar la
abominable dejadez del paisano, que ni siquiera para tener sombra
durante el verano es capaz de plantar unos árboles alrededor de su
choza. Prefieren asarse vivos bajo el zinc o la paja durante el tiempo
más caliginoso que agacharse un momento y revolver la tierra.
No hay que hablar de otra clase de agricultura. Jamás el paisano
tiene alrededor de su rancho una pequeña huerta; ni siquiera una
hectárea cubierta de hortalizas. Si por casualidad existe un ombú
centenario junto a la solitaria vivienda del gaucho, no se piense un
momento que el dueño de casa lo ha plantado. Es todo lo contrario,
dicho dueño ha ido a plantarse más o menos vegetalmente junto al
arrogante centinela de nuestras cuchillas, levantando su choza, al
amparo de los ramajes, soldados, policianos, delincuentes y locos; he
aquí lo que nuestra campaña ha rendido a la civilización y al bienestar
económico del país.
Bien es cierto que la ciudad, a este respecto, no adelanta mucho a
nuestros cimarrones, pues no hallo mucha diferencia de policianos y
delincuentes a empleados públicos que no hacen nada, espías, vagos,

231
Tratado de la Imbecilidad del País

hijos de la rutina, ladrones políticos, nuestros presupuestívoros que,


con excepciones, constituyen verdaderos murciélagos uniformados;
universitarios inútiles, que marchan por la calle de la ignorancia
con el título y la pedantería a cuestas, etc., etc., y otros parásitos de la
sociedad… a cuál más enemigo del trabajo y de la economía.
Hemos hablado en otro lugar de la gravedad del pueblo uruguayo,
atribuyendo este carácter a un atavismo charrúa, ya que el pueblo
español es de por sí animoso y espiritual. Pero me encuentro con
que Spencer habla, en sentido desastroso para mi teoría, y a favor
de los uruguayos, del júbilo inconsciente, de la locuacidad infantil,
del carácter desmesuradamente pícaro de los indígenas, los cuales
siempre están dispuestos a «reír» o hacer bufonadas, y atribuye estas
manifestaciones a la incapacidad que tiene el hombre primitivo de
formarse una idea del porvenir, o lo que es lo mismo, a su falta de
previsión: «El que un hombre se entregue al placer del momento,
supone un carácter relativamente compulsivo.» Cita como ejemplo
a los escoceses, de carácter grave y previsor, y a los alegres hijos de
Irlanda, faltos de esa cualidad del hombre muy civilizado.
En esto, y humildemente, creo que el gran maestro exagera.
Francia es un pueblo alegre y siempre lo ha sido, y no por eso se ha
de afirmar que los franceses carecen de previsión; pues, si hay un
pueblo que tenga concepto del industrialismo y del sentimiento de
la profundidad, así como de lo que concierne a los negocios de la
economía general y democrática, es el pueblo francés. París es, como
se ha dicho, una ciudad que se divierte haciendo buenos negocios.
También el carácter de los italianos es animoso, y sabido es que los
buenos latinos no carecen de previsión. ¿No se le habrá escapado al
notable filósofo, en el reproche a Irlanda, algo de la natural antipatía
que tienen los ingleses respecto a sus vecinos? Es [[…]] imposible
desconocer que la gravedad [[…]] psíquica por decir así del europeo,
habla a favor de una acumulación de experiencia y de una repre[[…]]
complicada, que da lugar a la previsión [[…]] no así tratándose de
una taciturnidad sal[[…]], que es lo que corresponde a los uruguayos
[[…]]da por el clima y otros agentes inorgánicos. Los charrúas eran
sumamente graves, y no por eso dejaron de ser unos imbéciles furiosos,
tan solo comparables a los australianos y a las tribus más guerreras de
Oceanía.
Cierto que dichos indios constituyeron una de las excepciones a la
naturaleza, pues como se ha observado, el rasgo universal del salvaje es
una risa alocada, casi animal, que tiene parentesco con la del mono.

232
Julio Herrera y Reissig

Asimismo en orden de correspondencia, la gravedad de los uruguayos


es una excepción importante, pues, lejos de ser la gravedad profunda
del inglés, meditativa del alemán, o religiosa del árabe, entraña la
impavidez del estúpido megalómano mongoloide, o la del áspero
habitante de la montaña.
Confirma perfectamente mi hipótesis, del medio ambiente físico
generando por igual el carácter grave del indígena charrúa y del
caucásico uruguayo, las siguientes palabras de Spencer, al hablar del
carácter bufo de los salvajes: «En el Nuevo Mundo, no obstante, hay
razas por lo general impasibles y poco dadas a la alegría».77

***

Es frecuente entre los uruguayos oír hablar de generosidad,


de ofrecimientos esplendorosos, de donaciones inverosímiles,
principalmente entre la gente rural; me refiero a los acaudalados
estancieros que, al dos por tres, sea a favor de una causa pública, de
una revolución, o de cualquier otra cosa, se desprenden con estúpida
facilidad de aquello que les pertenece.
Últimamente, cuando el levantamiento de Saravia,78 hubo
propietarios que vendieron sus fincas para destinar el producto de su
venta a la revolución; estancieros que todo lo donaron al Caudillo. Esto
ocurre desde tiempo inmemorial en nuestro país, y en pequeña escala
se nota en el carácter despilfarrador de los uruguayos de la ciudad,
que ganan tres y gastan cuatro, este instinto superficial y grosero de no
dar valor al dinero y malgastarlo constantemente.
Los ingenuos uruguayos, se burlan irónicamente del sentido
económico del extranjero, que ahorra precisamente para el porvenir,
y el que a cabo de cierto tiempo se ve dueño de algún negocio.
Ellos ignoran que su desprendimiento no es sino una prueba de su
imprevisión,79 de su inferioridad psíquica, de su índole miserable de
hombre primitivo. Ellos, como el salvaje, tienen apenas un sentimiento
rudimentario de la propiedad, y es por eso que son incapaces de dar
valor al dinero. Carecen de «facultad adquisitiva», no aspiran a las
ventajas del confort, ni a los grandes refinamientos de la vida emocional,
y en eso no se distinguen del salvaje, al cual le basta la satisfacción de
sus más groseras necesidades.
Cuando reflexionamos en el carácter del hombre primitivo, dice
Spencer, no tenemos en cuenta que carece de una noción algún
tanto adelantada de la propiedad individual, y que, en las condiciones

233
Tratado de la Imbecilidad del País

en que vive, está incapacitado para ello, puesto que como sólo sabe
que la posesión lleva consigo satisfacción, y esto lo adquiere por la
experiencia, si falta ésta, porque las condiciones no lo consienten,
el sentimiento de la propiedad individual no puede nacer. Puede
afirmarse, en sentido general, que a la gran masa de nuestros campos
le falta lo que el sociólogo llama «experiencia de la propiedad»,
debido a las continuas guerras civiles que han asolado en todo tiempo
nuestra campaña, violando las propiedades, despojando de éstas a
los individuos; pasándolas a poder de los vencedores, dividiéndolas a
capricho etc. etc., lo cual ha impedido el arraigue consciente de ese
placer civilizado que acompaña a la posesión. Además, hay que tener
en cuenta, para explicar la esencia de facultad adquisitiva de nuestros
hombres, que la vida industrial del país, es la más tosca y primitiva de
cuantas existen; me refiero al pastoreo, ocupación salvaje, que marca
apenas la primera etapa de la evolución, y de la cual no puede nacer el
sentimiento de la propiedad. Para satisfacer sus necesidades bastaba a
nuestra gente rural aumentar sus ganados mediante la procreación, y
esta suma facilidad con que obtienen el alimento y los demás recursos
de la existencia, impide el desarrollo de la reflexión y el apego a lo que
se ha adquirido.
Basta esto para explicar la carencia del instinto de acumulación que
se nota en nuestros hombres de campo, los cuales en determinadas
circunstancias se desprenden de una estancia, con la misma facilidad
con que sacrifican la Vida de una vaquillona. Da una idea de este
rudimentarismo de nuestro carácter el concepto que la propiedad
mereció a Rivera, el más ilustre y valiente de nuestros caudillos. En
ocasión en que algunos de sus numerosos compadres o partidarios,
por alguna contingencia, se hallaban apurados de dinero, decíales el
general, con un aire de naturalidad que encantaba: «no te aflijas, che,
andate al campo de mi Compadre fulano, y sacale 500 vacas; hacé que
te acompañe el pardo zutano y ocho milicos.»
Esto, aunque en otra forma, ocurre a menudo en nuestro
país, cuando alza el poncho algún Aparicio, gritando: «¡Muera el
Gobierno!»
El sentimiento de la propiedad no puede existir en nuestro país
en tanto la ganadería sea la principal ocupación de sus habitantes.
Esta industria salvaje, padre de la pereza, del abandono, de la guerra,
del vicio y de la imbecilidad, es tan contraria como nuestro clima al
desarrollo de la facultad adquisitiva de los uruguayos. Se comprenderá
pues, que la magnanimidad de los uruguayos y su natural desprecio

234
Julio Herrera y Reissig

por el dinero, lejos de ser una honrosa cualidad caballeresca de su


carácter, es en parte un atavismo indígena, acaso el que más revela
su estupidez y el estrecho límite de sus emociones, y de otro punto de
vista un síntoma alarmante de inferioridad, que tiene por agente el
imperio de una industria bárbara, generadora de imprevisión, rutina,
inconsciencia y holgazanería.
Sólo, dice Spencer, cuando el hombre pasa al estado agrícola y la
posesión del suelo, es individual, se ensancha la esfera en que puede
desarrollarse el sentimiento de la propiedad.
Ínterin los uruguayos no se hagan agricultores, continuarán siendo
modelos de improvisación y despilfarro, y en esto se parecerán a los
fidjios, los tahitianos y otros salvajes del universo.
He aludido renglones antes a la crueldad que en tiempos de guerra
manifiestan los uruguayos, no obstante la bonomía normal que es su
sello característico. En lo que se refiere a sentimientos altruistas, el
carácter primitivo ofrece algunas curiosas particularidades, a punto
de que los grupos salvajes difieren mucho entre sí por la índole
instintiva que los constituye. Según Sturt, en Australia una tribu se
muestra «decididamente pacífica, al paso que otra es marcadamente
turbulenta.»80 Es innegable, sin embargo, que unas y otras
manifestaciones tienen por causa la impulsividad. Llama la atención
que los habitantes de nuestra campaña, siendo por lo común pacíficos,
y hasta hospitalarios si se quiere, en tiempos de paz; se manifiesten
en el campo de batalla de una ferocidad implacable con el vencido,
un encono selvático, que los lleva a martirizar a sus víctimas de mil
refinadas maneras, cebándose cobardemente hasta con las familias, y
en lo cual, aunque parezca incierto, dan muestras de una impavidez
inconsciente que está fuera de todo límite.
Los hechos observados en diversas tribus confirman esas dos
fases contrarias del carácter emocional, constituidas por un flujo de
sentimientos altruistas, y por una explosión violenta de las pasiones.
Existen naciones salvajes en África y Oceanía cuya moralidad excede a
toda ponderación bajo el influjo de ciertas circunstancias, pero que en
otras, aparecen con inverosímil fiereza, a punto de que los europeos
que trafican en su seno se ven en grave peligro.
En opinión de Livingstone «no sería difícil demostrar que los
makololos son excesivamente buenos o excepcionalmente malos».81
Esto mismo se observa entre los orientales.
En otras partes del libro, tengo expresado que no hay un carácter
emocional fijo, ni puede haberlo, en una sociedad que como la nuestra

235
Tratado de la Imbecilidad del País

ha sido generada de diversas maneras, con distintos elementos, bajo


circunstancias especiales, llena de atavismos bárbaros, y en cuyo
espíritu domina a su antojo la impulsividad que es, como se sabe, uno
de los caracteres fundamentales del hombre primitivo.
Como los makololos, los uruguayos son buenos o malos, hospitalarios
o feroces, según las circunstancias. Por lo demás, todo es incoherencia,
irregularidad y quebrantamiento en el interior de su máquina
afectiva.

***

Esta irregularidad en el modo como se producen sus emociones,


explica los polos contrarios que existen entre su simpatía, su bondad,
y su cruelísima perfidia, según los casos. De otro modo no se explicaría
que los uruguayos, profesándose a lo menos en apariencia una mutua
simpatía, dándose pruebas constantes de amabilidad, de la noche a la
mañana se degollasen en el campo de batalla, con un encarnizamiento
felino, con un deleite canibalesco, cuyas epopeyas se llaman en la
historia Cerrito, Arenal Grande, Quinteros, Paysandú, Florida, Sauce,
Manantiales, Paso Hondo, etc. etc.
Según Spencer, los fueguenses se profesan un afecto mutuo, mas
en las épocas de escasez dan muerte a los viejos, y no tienen reparo
en devorarlos. «Los australianos cometen a menudo actos de crueldad
entre ellos mismos, a pesar de lo cual [Huvert y Eyre] están discordes
sobre la bondad, abnegación y generosidad caballeresca de ellos.»
Es indudable que esta impetuosidad araucana, que coloca a los
uruguayos al bajo nivel de los fueguenses, se condensa por decir así en
los caudillos, los cuales se han mostrado en todo tiempo distinguidos
profesores de la muerte, hermosos ejemplares de belicosidad salvaje.
No queremos cansar a nuestros lectores con la narración de hechos
espeluznantes, por parte de los Oribe, Goyo Suárez, Medinas,
Aparicios,82 y tantos otros que dejan muy atrás a los consumados por
los boschimanos, los tupís, los damaras y los chiles.
Los uruguayos, como los salvajes, no son crueles por el gusto de
serlo, como diría Spencer. En ellos, como en los fanes, la crueldad
es, al parecer, una necesidad de la vida. A pesar de esto, justo es
reconocerles que en tiempos de paz suelen ser, sin más ni menos, tan
sosegados y dóciles como los de las islas de Sandwich, tan dulzones
como los javaneses, tan tranquilos y con costumbres tan morigeradas
como los Malayos de la isla de Célebes.

236
Julio Herrera y Reissig

No faltará alguno que en defensa de los uruguayos me arguya,


ingenuamente, diciéndome que el rasgo de crueldad no se aviene con
el aparato externo de cultura que tiene nuestro país, a lo que desde
ya respondo que los fidgios, siendo sanguinarios por naturaleza, han
llegado a un estado social considerable. También la organización
social del antiguo Méjico, basada como estaba en el canibalismo, no
fue óbice, lo dice Spencer, para que allí se desenvolviera el progreso
en ciertas ramas de la actividad humana.
Para los que se asombren de que los uruguayos, siendo hasta el
exceso, bien que por atavismo salvaje, dadivosos, pacíficos, altruistas
y hospitalarios, sean al mismo tiempo belicosos hasta la ferocidad,
hago cita de las siguientes palabras de Spencer: «Para apreciar la
índole moral del hombre primitivo, y conciliar las manifestaciones
contradictorias, al parecer, de su carácter, puede el lector fijar su
atención en el perro que, dotado de sociabilidad y simpatía hacia su
amo, pasa fácilmente de la amistad a la hostilidad; si en un momento
dado, es capaz de arrebatar la comida a su compañero llegará otra
ocasión en que acuda en su ayuda.»83
Otra de las manifestaciones del carácter uruguayo que revelan su
índole primitiva, es su desmedida afición a los espectáculos taurinos y
a las riñas de gallos. Este rasgo emocional, heredado de los españoles,
y a duras penas reprimido por la autoridad, pone de manifiesto la
excitación impetuosa en que vive, y su gusto natural por las escenas
crueles, gusto salvaje, que la civilización aún no ha podido extirpar,
y que se perpetúa a través de los siglos en detrimento de la moralidad
social. Los orientales, por placer estético —como ellos dicen,
aludiendo a su megalomanía, a las costumbres romanas—, vivirían
como los feroces dahomeyanos en continuos espectáculos sangrientos,
presenciando el destripe de los caballos en los modernos coliseos, y
no hablando de otros asuntos que de corridas de toros y hecatombes
revolucionarias.
Se ha observado que el infanticidio aumenta en nuestro país
de un modo alarmante. Raro es el día que el noticierismo público
no horrorice a la población con la nueva de que alguna madre
ilegítima arrojó su hijo, dado recién a luz, a lugares secretos, o bien
al aljibe, el arroyo, el cajón de la basura, o al medio de la calle.
Tomando por guía, como hace Spencer, en vez de los sentimientos
altruistas propiamente dichos, el instinto parental, para hacer el
examen psicológico del espíritu afectivo de nuestras mujeres,
nos encontramos con que las madres uruguayas, a decir verdad,

237
Tratado de la Imbecilidad del País

manifiestan una ternura incomparable para con sus hijos desde que
éstos nacen. Ellas se vuelven, desde que se casan, todo sacrificio para
el esposo y la descendencia. Los padres son al par modelos de cariño,
y ayudan a las madres en los quehaceres domésticos, moviendo la
cuna del niño para que éste duerma, colocándole la bolsita en
ciertas circunstancias, le peinan, y lo sacan a paseo llenos de orgullo,
chorreando almíbar del labio inferior, enternecidos de su azucarada
paternidad. Esto no tendría nada de particular, y probaría en todo
caso que desde el punto de vista del instinto parental, los uruguayos
se hallan muy por encima del salvaje. Pero por desgracia, sucede,
mejor dicho contrasta con el exceso de maternidad, que el afecto
por los hijos no es real sino cuando las mujeres a vista de todo el
mundo pueden tener el hijo, es decir, cuando son casadas. Se da con
frecuencia el hecho de que las mujeres no casadas, apenas tienen el
hijo lo ahogan en sus brazos, o bien lo dividen en pedazos con un
hacha, arrojándolo al carro municipal envuelto cuidadosamente, y
por último hasta lo llevan a la orilla del mar a hora que nadie pueda
descubrirlas.
Esto probaría que el instinto de maternidad, el que más contribuye
a la «conservación» de la especie, no se despierte en nuestras
mujeres sino a condición de una partida legal de matrimonio, sin
la cual, ellas no reconocen por hijos al ser que durante nueve meses
han llevado en las entrañas, y obtenido al precio de óptimas delicias.
Sea porque en ellas pueden más los convencionalismos de la vanidad
y los escrúpulos del falso honor que el afecto de la madre, sea que
en realidad, no siendo casadas, miran al recién nacido como a un
extraño animal de caza condenado al suplicio por la naturaleza, es
el caso que tamaña anomalía coloca a los uruguayos al nivel de las
australianas.
Toda irregularidad en los afectos revela, según Spencer, una faz
primitiva del colectivismo. Eso de que las madres no casadas maten
a sus hijos, o los arrojen brutalmente en el torno, es un extraño
fenómeno que caracteriza un modo de ser del instinto paternal en
nuestras buenas mujeres. Nada contrario prueba que las madres
autorizadas por la ley sean excelentes, desde que en los pueblos
salvajes «el sacrificio es tan grande o más si cabe que en los pueblos
civilizados», lo que no quita que se produzcan irregularidades tan
monstruosas como aquella de que los fueguenses, que son muy cariñosos
con los niños, los vendan no obstante a los patagones. Del mismo
modo, los naturales de Nueva Guinea profesan un intenso amor

238
Julio Herrera y Reissig

a sus hijos, lo que no quita que los cedan al mercader a cambio de


una fruslería. Tampoco me parece más cruel que la matanza de hijos
bastardos por parte de las uruguayas, aquello de que las australianas, a
pesar de que poseen una afección parental profunda, abandonen sus
hijos enfermos. También los tasmanienses aman tan entrañablemente
a sus hijos como las uruguayas, lo que no quita, según Spencer, que
acatasen el infanticidio, pues que solían enterrar vivas a las inocentes
criaturas junto al cuerpo de sus madres.
A más del infanticidio sorprende al sociólogo que las madres
ilegítimas del país, con la misma naturalidad que mandan arrojar
una carta al buzón, envíen al torno al recién nacido, lo que prueba
que ellas no aman sino a los hijos del marido, lo que no deja de ser
una irregularidad salvaje que pone de manifiesto otra faz primitiva de
las emociones parentales. La cifra de los condenados al torno crece
anualmente, a punto que nuestro asilo está repleto de uruguayitos
que, milagrosamente, han escapado al carro de basura. Hay una
época que coincide por milagro con los nueve meses de haberse
efectuado la fiesta de los españoles, en que nuestro asilo se enriquece
de criaturas antes de las carnestolendas de una manera prodigiosa, no
dando abasto las amas de leche de Montevideo para mantener tanto
uruguayito. Esta es la épica clásica de la heroicidad materna, cuando
con impavidez salvaje, se desprenden las buenas mujeres del fruto
de sus entrañas, haciéndole correr el riesgo de una aventura a media
noche por las soledades del asilo, bajo el rufianismo de una sirvienta.
Para que se juzgue de la familiaridad con que nuestras parteras miran
estos hechos salvajes, doy a continuación la respuesta que una de
esas doctoras dio a un hombre de mundo, en ocasión en que éste la
requería para encubrir del mejor modo el resultado imprevisto de
una aventura galante: «Dígame Vd., Señor, ¿quiere que mandemos la
criatura al asilo, o le pondrá Vd. nodriza?»
De lo dicho se desprende que el instinto parental es en nuestro país
enérgico pero inconsecuente. Diversas circunstancias operan sobre
los sentimientos, produciéndose frecuentes excepciones a la ley que
la naturaleza hace observar en los pueblos civilizados. Para concluir,
afirmaremos que la filo-progenitividad uruguaya es, según dirá
Spencer, como la del hombre primitivo, enérgica, vibrante, pero que
obra como sus demás emociones, irregularmente.
Otro de los rasgos emocionales del hombre incivilizado que ejerce
una influencia poderosa sobre los demás es, a no dudarlo, la fijeza
de costumbres, que guarda una relación estrecha con el hecho físico

239
Tratado de la Imbecilidad del País

de la precocidad de la edad madura.CXXI Los uruguayos son, bajo este


aspecto, unos primitivos, pues no creo que exista pueblo en la tierra
más refractario a las innovaciones, a los perfeccionamientos que
todo progreso entraña, y que son la característica necesaria de una
evolución.
Nuestro país es rutinario hasta la imbecilidad. Desde hace mucho
se comen los mismos manjares en nuestras casas. Puchero, sopa,
asado, carbonada y arroz con leche, es decir, la tumba de familia. Unos
mismos son los hábitos sociales, y el temperamento político, desde
mediados del siglo antecedente.
El tradicionalista se ha perpetuado por la herencia a través de cinco
lustros. Un sello colonial, un espíritu marcado de provincialismo
existe en las costumbres de Montevideo, sugiriendo la impresión de
pequeñez aldeana que de ella tienen los extranjeros.
Por las mismas causas, la vida emocional compleja ni existe en
nuestro país, en cuya atmósfera mortecina languidecen los afectos y se
aplastan las originalidades. Una horizontal monótona de igualitarismo
soso, de impavidez colectiva, se extiende hacia todos los frutos de la
existencia, y parece como que se respira emanaciones de guisado y
olores domésticos a canasto de ropa sucia. El espíritu continuador,
imitativo o lo que podríamos llamar instinto de inmutabilidad
manifiesta en los uruguayos, otra fase bárbara de su emocionalismo
ingenuo, que le coloca al mismo nivel de los pueblos más atrasados de
la tierra.
Dice Spencer: el hombre primitivo es conservador en alto grado. Es
más, si comparamos entre sí las razas superiores, y aun las diferentes
clases de la misma sociedad, observamos que las más atrasadas son las
que tienen más horror a variar. Es difícil introducir en las clases bajas
del pueblo un método perfeccionado; un alimento nuevo le desagrada.
Esta aversión a la novedad es el carácter del hombre incivilizado. Su
sistema nervioso, más sencillo, pierde más pronto la plasticidad y se
incapacita para acomodarse a nuestras maneras de obrar.
De aquí resulta una adhesión inconsciente a las costumbres
establecidas. «Queremos hacer lo que han hecho nuestros padres»,
dicen los negros huras. Esto mismo dicen los uruguayos, y lo
demuestran palpablemente en los hechos. En política, ellos piensan
y continuarán pensando como sus padres. En estética, tendrán los
mismos gustos y emociones que sus ascendientes. En sociedad,

CXXI Spencer.

240
Julio Herrera y Reissig

continúan gastando las mismas costumbres. En placeres, los mismos


refinamientos. El mismo puchero emocional de sus padres, sin que
se den cuenta de las rotaciones del progreso. Toda novedad produce
en nuestra gente escalofríos y excitaciones nerviosas, lo cual es indicio
claro de la confección primitiva de su máquina sensorial.
El sistema nervioso de los uruguayos sufrirá necesariamente
grandes sacudidas, cada vez que hirieron su plasticidad rafagueos
novedosos. Así sucede cuando surge alguna tentativa de innovación en
sus costumbres. Su aversión a la moda, su odio a las nuevas doctrinas
sociológicas, a los paladares sibaritas de la lujuria quintaesenciada, a los
nuevos acomodamientos de la sensibilidad estética, a las originalidades
parisienses, a los horizontes del porvenir, habla más que todo a favor
de su carácter primitivo, en todo semejante al de los aborígenes.
Hasta se burlan en su megalomanía, los buenos uruguayos, de los
hábitos europeos, atreviéndose a tildarles de ridículos, exagerados
o viciosos, en lo cual se asemejan al indio crik, quien se ríe, según
Spencer, cuando se le propone que altere «costumbres y géneros de
vida».
Este espíritu conservador de los uruguayos explica el imperio de las
banderías; el entusiasmo por todo lo que ha sido patrimonio bárbaro
de sus abuelos, y su ridícula aversión al extranjerismo y a la novedad.
Un elegante que tenga en nuestro país la osadía de vestir con
originalidad, luciendo un sombrero que no es del gusto de los
uruguayos o una corbata que sólo se usa en París, está expuesto a que
lo silben públicamente, y desfila ante la aristocracia de la calle Sarandí
en medio de una avenida de risa, acribillado por una consternación
curiosa de semblantes pálidos, de protestas gesticuladoras, de
chascarrillos infantiles, de ceños tormentosos, de babas epilépticas, de
murmullos de colegio, de carcajadas sinfónicas que se alzan en caso
vociferando: está loco, es un ridículo; debían llevarlo preso; esto es un
escándalo. La gente se apelotona en las esquinas para verlo pasar; se
le mira de frente, por atrás, de soslayo; la ondulación de los ademanes
llega a rozarle el rostro; la gente que va en los carruajes, asoma la
mitad del cuerpo con estrepitosa hilaridad; y no falta quien hable
de prodigar al elegante una paliza medicinal por su pedantería de
no ceñirse al capricho de los sastres montevideanos. Los dayaks, cuya
asimilabilidad respecto a los hábitos sociales no paro de ver idéntica a
la del país, muestran según Tyler «un mismo horror a toda novedad,
castigando con una multa a los que se avienen con las costumbres de
Europa.»

241
Tratado de la Imbecilidad del País

Este rasgo de los uruguayos, constituido por la fijeza de los usos,


me explica teniendo en cuenta una especialización emocional
hereditaria, la trivialidad de las mujeres, y su apego estúpido a los
prejuicios de antaño. La mujer, tal como la expresaron Shakespeare,
Milton, Goethe, Heine, Dumas, Vigny, Nerval y Baudelaire, no existe
entre nosotros. El «bello pecado», «el más hermoso defecto de la
naturaleza», «la onda pérfida y sutil», «la fragilidad divina», «la esfinge
desgarradora», «la falda que sueña crímenes y misterios», «la rosa del
suicidio», «la satánica pecadora», nada de esto es realidad en nuestro
mundo femenino.
La mujer siempre una, siempre igual, la carne de matrimonio,
la esclava doméstica, la patrona de la cabaña, es la que manda al
mercado; la fútil hembra humana de los ganados conyugales es la
sola que existe en el país; es la mujer de que habla Max Nordau,84 la
enemiga del progreso, el más firme sostén de la reacción en todas las
formas y en todas las materias, la que permanece apasionadamente
ligada al pasado y a la tradición y considera lo nuevo como una ofensa
personal. Esta mujer, reproduciendo servilmente lo que ha visto
hacer, transforma en su inteligencia la religión en superstición, las
instituciones racionales en formas exteriores, las acciones de profundo
sentido, en ceremonias vanas. Es la autómata que ha de marchar hasta
el punto de parada, tal y como fue dispuesto, y que «no puede cambiar
por sí misma el mecanismo de su marcha.» Por estas mismas razones, la
mujer uruguaya se conserva inabordable cuando soltera, y más tarde es
fiel al marido, cualquiera que éste sea. La tentación de la aventura no
le obsede jamás con su linterna mágica; ama al varón, al compañero,
al que le tocó en suerte en la lotería matrimonial; lo mismo que amó al
marido, hubiera amado a cualquier otro; y es por esto que jamás sueña
con el amante, con el elegido; su cariño es mecánico, de convivencia;
un cariño vecinal; no falta a su compromiso en vista de que no es capaz
de concebir emociones intensas; pues lo mismo le es un hombre que
otro, dado que no distingue entre el valor intelectual que tiene cada
uno.
Por lo demás, todas quieren de la misma manera; y esta vulgaridad
de los afectos es lo que hace que jamás el tifón de la galantería entreabra
las puertas de un gabinete secreto, y sacuda a los hogares del letargo
monástico en que viven. No hay mérito ninguno en que la mujer sea
fiel no habiendo sido tentada, o porque su temperamento es reacio
al poético extravío de la pasión. Por consiguiente, las uruguayas no
son, como lo creen nuestros megalómanos iluminados, una blindadas

242
Julio Herrera y Reissig

Lucrecias; una Sofías de la Edad Media, las mujeres fuertes del poema
bíblico, las inexpugnables amazonas blancas del mito escandinavo,
sino simplemente unas continuadoras atávicas, unos eslabones
orgánicos de costumbres seculares, unos arbustos de trivialidad cuyos
frutos están al alcance de cualquier bimano masculino que se fije en
ellos.
La frialdad de su temperamento, generada por el medio físico y
orgánico, es cómplice natural de esa pseudo virtud mística transmitida
por herencia de que están orgullosos sus cándidos admiradores. Y
debe ser el clima y los alimentos, lógicamente, lo que las escuda de que
la novela o el drama celebre sus torceduras, el clima que ha dado a las
aborígenes de América esa inercia constitucional y esa destemplanza
en el sexo a que hace alusión Spencer cuando habla de los impulsos.
Si se tratase de la sociedad futura, cuando la mujer haya de elegir
esperar sin más interés que el propio amor y la felicidad deseada, una
consecuencia como la que nuestras montevideanas observan respecto
al marido, fuera digna de homéricos ditirambos, de laudatorias
fantásticas, y no tendría más explicación que el carácter elevado de una
idiosincrasia emocional, de una especialización hermosa en el alma
del bello sexo uruguayo. Pero dentro de la sociedad imperfecta en que
se agita actualmente el hombre, donde la unión sexual es sólo interés
e instinto vaciados dentro de una mediana simpatía, la fidelidad de las
esposas uruguayas no significa otra cosa que vulgarismo heredado y
falta de temperamento.CXXII85
Tal es así, que nuestras mujeres son algo así como parodias vivas
de su sexo, símbolos humanos que representan la estabilidad de las
rutinas, incapaces de sentir en su naturaleza la garra de fuego de las
pasiones, que no creen en la realidad de las Manon, las Julias, las
Teodolindas, las Elisas, las Adelaidas, etc., y refiriéndose, con escéptica
risilla, a las representaciones que en sus obras nos hacen los psicólogos
y los dramaturgos, exclaman: «¡Cosas de los libros!».
Con ese mismo aire de perfección que muestran los niños precoces
cuando se niegan a creer en alguna historieta de gigantes, ellas
responden a quien les habla de los acontecimientos galantes que
ocurren en Europa: «Los inventan los escritores para ganar dinero.»

CXXII El modo de ser de piedra de las mujeres da lugar a un ecuador muy caprichoso
en nuestro mundo femenino. Se conoce a las galantes por las que pegan al frito, y a las que
no lo son, por las de coño duro; a esto se debe que, en el concepto general, las amantes son
prostitutas (pegadoras).

243
Tratado de la Imbecilidad del País

La carne fosfórico-arcillosa de que habla Byron no se expende en


nuestra sociedad. Por lo mismo el siroco, que electriza el espíritu,
no sopla jamás en este lavadero de familia, donde no hay otro
acontecimiento que un despliegue de pañales y trapos domésticos,
emparejados en la conversación de cada día, como una enseña
candorosa de paz y buena salud.
En todos lados se pone de manifiesto este instinto genérico
hereditario de nuestras mujeres, este carácter trivial de multitud
plebeya, esta pesadez elefantina que no se impacienta jamás; este
abominable «hallarse tranquilas», que las hace aparecer con la misma
frescura dando de mamar al chico en el balcón, a la hora de paseo,
zurciendo medias, o en el teatro.
Es cosa que paraliza la insensibilidad de las mujeres en el drama y
en la ópera. En los pasajes más intensos, más trágicos o más líricos, en
medio de las grandes sacudidas de la escena, o cuando una convulsión
de notas estremece las cuerdas sensoriales, ellas suelen estar distraídas,
comiendo caramelos. Ni un pliegue, ni una coloración, ni nada que
frunza o turbe la serenidad, tiene acceso a la impavidez emblemática
que manifiestan.
Lo mismo fuera para ellas la representación de Juan Moreira, que
una pieza de Sudermann, Ibsen o Sardou. Lo mismo La Verbena de la
Paloma, que Lohengrin o Mefistófeles. Motivo tienen por ello, desde
que están convencidas que lo que pasa en la escena es ficción. La
realidad no tiene para ellas otro golpe, otro sacudimiento, otra fuerza
vital extrema, que la del verdulero a la puerta de la casa, a la mañana
siguiente, en el instante que le pregunta al marido: «¿qué almuerzo
quieres que te haga?».
Se trata pues, ya no de la mujer que Max Nordau imagina una
condensación de instinto primordial atraída por lo ordinario, sino
de simplísimas petrificaciones cárneas, de protozoarios emocionales,
pues que en ellas no se observa ni por efectos morbosos, ni por artificio
vano, la menor desviación del tipo, una leve desemejanza psicológica
que entrañe para el observador un cambio de estructura.
Tócame referir a un sentimiento de resistencia que, de los caracteres
exagerados que asume en nuestras mujeres, se confunde con otro de
repulsión, que Spencer califica sabiamente de esquivez sexual, el cual
se halla en vigencia entre los salvajes, y tratándose de las sociedades
analizadas, existe en estado semi-natural en las clases más deprimidas
intelectualmente, cuyo grado de inferioridad corre a la par que esa

244
Julio Herrera y Reissig

reserva corta, que ese recato de vergüenza llamado pudor honesto por
los españoles y por los devotos de la casta Clarisa.86
En virtud de una transmisión genética, las mujeres vulgares
conservan importantísimamente ese rasgo primitivo, ese velo
huraño que las vírgenes villanas ostentan con orgullo, como una
reliquia honrosa de los patriarcas de familia. Este sentimiento en
las uruguayas asume, como en las salvajes, un carácter de defensa
fieramente espantada, de aislamiento arisco, de fortificación guerrera,
de punzadora venenosa, de instinto zahareño, que repele toda
insinuación galante, colocando un biombo de distancia entre el varón
y la hembra.
Este sentimiento, que es un antídoto deplorable contra la vocación
por la aventura, sueño de Oriente contra toda determinación atrevida
por parte de las mujeres, se encuentra debilitado, y tenderá a
desaparecer en los grandes centros de la cultura, como ser en París,
Londres, Viena, y otras ciudades, conservándose fieramente en los
grupos parasitarios, donde la fuerza vital de la originalidad no ejerce
su contrapeso respecto de la herencia.
Maravilla el pudor de nuestras mujeres, pudiendo ser comparado
al de las jóvenes boschimanas y al de las sumatrienses, y al las fuegias.
Las uruguayas se vanaglorian de ese pudor, sin el cual las mujeres
fueran, en su concepto, baratijas miserables, ludibrio de la honra,
muebles de serrallo. Ellos ignoran que esta esquivez es una polvorosa
idea de los tiempos bárbaros que ha tomado carácter de sentimiento
incorporándose a la vida emocional por la fuerza de la costumbre. Un
pudor tan acentuado es a las claras un atavismo de los más oscuros,
hallándose a los 90 grados de la ridiculez sobre el polo de la estulticia.
Fatigaría al lector con la narración de hechos, a cual más cómico,
referentes a ese convencimiento inveterado que los orientales tienen
de la inmunidad sacrosanta del pudor, y de que este sentimiento es un
timbre innato de virtud en la naturaleza de toda mujer bien élevé.
Un amigo se expresaba así hablando de su pretendida: «Si cuando
yo le exigí el primer beso, ella hubiese accedido, yo le hubiera tomado
asco. Ella tardó tres años en dejarse acariciar, y aún así derramó muchas
lágrimas, sin lo cual yo hubiese perdido la ilusión.» Otro: «nunca
consintió en que yo le tomase la mano, y se hubiese guardado bien de
usar el escote más discreto. Mi delicadeza se hubiese resentido de tal
modo, que la hubiese abandonado.» Otro: «cuando yo, para probar
su honor, le exigí un anticipo, por medio de una carta adelantándole
que en caso de no cederme la abandonaría, ella guardó lecho durante

245
Tratado de la Imbecilidad del País

tres semanas, y cuando la fui a ver me trató de miserable, después de


lo cual yo le pedí perdón humildemente, diciéndole que todo había
sido una estratagema para cerciorarme de la integridad de su virtud.»
Otro: «cuando yo la miro con fijeza, se enciende de pudor y baja los
ojos. Yo me he enamorado de su recato. La quiero conservar pura
hasta el momento en que la lleve al lecho, y es por eso que nunca la he
besado. Para mí una mujer que besó a un hombre pierde la vergüenza.
El beso es un concúbito moral.» Otro: «mi novia se guardaría bien de
quedarse sola conmigo en la sala: se moriría de vergüenza.»
Estimulado constantemente este sentimiento por el gusto de los
novios y los maridos, se desarrolla de un modo alarmante, y día llegará
en que las desposadas se rehúsen lo más posible a las exigencias del
esposo, a punto que el primogénito verá la luz recién a los tres o cuatro
años de efectuada la boda, en detrimento de la especie.
Nadie puede imaginarse hasta dónde llega el pudor al origen de las
uruguayas. Requeridas por el pretendiente, hay entre ellas quien se
defiende durante tiempo y tiempo, a rodillazos, con las manos, con los
pies, haciendo armas de los objetos de la sala, echando espuma por la
boca, pirueteando, escurriéndose en el suelo, bajo los muebles, detrás
de las puertas, fatigando al gladiador, que acaba por ceder, dominado
en aquel apocalipsis de protesta, por la tenacidad indígena de aquellas
fieras enfaldadas. A ciertos novios les hace gracia la ilusión que ellos
tienen de su amada, y acaban por expresar a ésta el agradecimiento por
las patadas recibidas, casándose gozosos, en premio de tal conducta.
Cierto novio decíame: mi resolución duró 9 años, como el Sitio
Grande,87 después de lo cual los azahares del matrimonio ornaron su
cabeza de Minerva. Si ella me hubiera cedido la hubiera abandonado,
en la certeza de que yo no fui el primero.
Excusado es decir que los pretendientes gustan de enseñar, como
cicatrices gloriosas, los moretones que en sus perniles dejan los
puntapiés de sus Julietas. Éstos por lo común salen descompaginados
de la lucha, llevando alguna fractura en la corbata, el saco o la camisa;
con dos o cuatro botones menos.
Sus novias recogen poco después, como botón de guerra, algunos
mechones de cabellos que han quedado esparcidos sobre la alfombra
y los suelen ofrecer a la Virgen Inmaculada dentro de un relicario,
impetrando fuerzas para la salvación de su virginidad.
Antes de probar, con algunas citas de sociólogos y observadores,
que el pudor de las uruguayas es en todo semejante al de las jóvenes

246
Julio Herrera y Reissig

salvajes, seguiré refiriendo algunas costumbres y acontecimientos en


que este pudor actúa como principal protagonista.
Se da el caso de mujeres que se escapan horrorizadas del lecho
nupcial, que se escabullen de los brazos del marido la primera noche
de su enlace. Aunque estos hechos se encubren del mejor modo, no
falta, por casualidad, quien enterado del suceso, lo revela, y es por eso
que han llegado a mi convencimiento algunos cuadros cómicos de
esta naturaleza.
En un departamento de campaña, hace poco tiempo, una señorita
de buena sociedad, a hora avanzada se presentó en plena calle, dando
gritos desesperados. Estaba como enloquecida, en paños menores.
Alarmado el vecindario acogió con prontitud a la prófuga, dando
aviso a la familia. La señorita en cuestión había contraído enlace la
noche precedente. No he podido averiguar el preciso momento en
que emprendió la fuga. Sólo sé que mamá personalmente tuvo que
devolverla al marido, con la promesa por parte de éste de no tocarla
en algún tiempo, hasta que a la señora se le pasase la vergüenza.
Hechos como éste han sucedido varios, no sólo en campaña sino en
Montevideo. Algunas recién casadas, poco después de la ceremonia,
se han presentado gimiendo como unas Magdalenas en casa de sus
padres, refiriendo desvergüenzas de sus esposos, y protestando
conmovidas la reparación. Estos accidentes, por lo común, se
solucionan entre familia, yendo la madre de la prófuga, durante algún
tiempo, a velar el sueño de la hija, la que tiene su lecho aparte del
esposo. Por lo demás, existen novias que se le desmayan de pudor al
marido en el carruaje, al entrar en la alcoba, al descorrer la cortina del
tálamo, o cuando éste le insinúa la misteriosa caricia. Para el efecto,
casi todos los esposos montevideanos llevan en el bolsillo un frasco
de olor o de agua colonia, y es raro el caso en que algún médico, esa
misma noche o al día siguiente, no visite a la niña, requerido por el
marido. No se da ejemplo de un pudor tan exaltado.
Por regla general, la novia uruguaya afecta una emoción intensa de
pudor el día que el pretendiente la solicita en matrimonio a sus padres.
Guardan cama ceremoniosamente, y el novio puede oír desde la sala
los sollozos estremecidos de sus invioladas reinas. Ellas entienden
que de esta manera demuestran su disgusto por la pérdida inevitable
de esa virginidad que ellas tienen en tan alta estima. Esta costumbre,
que implica un principio de resistencia poderosa, tiene similitud con
el hábito salvaje que nos narra Crantz: cuando una joven esquimal es
pedida en matrimonio «finge inmediatamente la mayor consternación

247
Tratado de la Imbecilidad del País

y se pone en salvo, arrancándose mechones de cabello, porque las


solteras afectan siempre extremada reserva y gran aversión cuando se
les propone un marido, temiendo perder su fama de modestia.»88
Las jóvenes boschimanas, según Spencer, proceden del mismo
modo. «Cuando una de ellas es galanteada, y el pretendiente desea
contraer matrimonio, tiene que obtener su consentimiento y el de los
padres; al recibir la declaración ella se sonroja y pone un semblante
repulsivo, y sus amigas fingen que la riñen.»89
Como ve el lector, este mismo aparato de impresionismo y
malestar, que agrada al hombre promedio y que la mujer salvaje siente
o afecta sentir, está en vigencia en el país, satisfaciendo el gusto de
los uruguayos, quienes se enorgullecen, ebrios en fetichismo, del
lacrimoso pudor de las sensitivas matrimoniales.
La misma palidez dramática, el mismo compungido rostro, el
mismo abatimiento rígido, el mismo relente emocional, orna las
hermosuras de nuestras Clarisas el día de su matrimonio, durante el
cual sus amigas la fortalecen deliciosamente, incitándole a que no tema
la soledad de la alcoba, pues el marido tendrá la suficiente delicadeza
para evitarle sonrojos. Niñas han confesado que le temblaban las
piernas en el momento de subir al carruaje. Con la cabeza inclinada,
los ojos volteados, y las manos sudorosas y frías, penetran en el templo
en la actitud de terror y de inconciencia de los condenados cuando
marchan al patíbulo. Ése es el momento glorioso en que susurra la
gente «Qué mona; parece por su palidez la Virgen de los Dolores; va
anonadada de vergüenza; qué pura; qué aire de inocencia, ¡Pobrecita!
¡Qué noche horrible le espera!».
Ahora me toca referir a las luchas de oso que los galanteadores
uruguayos empeñan con sus prometidas, y durante las cuales, como
he dicho, el varón sale, ultrajado, descosido, amoratado, desmolado,
sin pelo, pateado, arañado, insultado y hasta escupido. Esta resistencia
felina que agrada a los montevideanos; este pudor pindárico,
mitológico, dantesco, ultra-planetario de nuestras mujeres, es el
mismo de las mujeres árabes del Sinaí, donde «la novia se defiende a
pedradas soliendo herir, aunque le ama entrañablemente, a su galán»;
porque, según la costumbre, «cuanto más luche, muerda, grite y azote,
es más aplaudida.»90 (Burckardt). «Al dirigirse a la tienda del novio, la
decencia obliga a llorar y sollozar amargamente.» (Spencer)91
Piedrahita habla de cierto novio mozo que, con el consentimiento
de los padres, «fue a ver a su novia, y estuvo requebrándola durante
tres días; más allá, en vez de mostrarse contenta, contestaba a los

248
Julio Herrera y Reissig

piropos con bofetadas y palos. Recién pasados los tres días se apaciguó
algún tanto, y aderezó la comida de su futuro.»
Esta esquivez de la mujer salvaje es semejante al pudor de las
uruguayas. Según Spencer, no tiene otro objeto que crear reputación;
lo que en tal caso constituye una estrategia de los afectos, ridícula y
supersticiosa, pero que a los buenos montevideanos tiene el honor de
parecer un timbre de divinidad.
Tal pudor, que denota una resistencia a la compañía, y un obstáculo
a la cooperación social, aparece en las razas inferiores en toda su
bárbara plenitud y por lo tanto, no se extrañarán que los uruguayos,
cuyos rasgos emocionales son todos primitivos, lo glorifiquen
orientándolo a la derecha del escudo de su hipocresía.
Existen en el país diversas manifestaciones de esta esquivez, a cuál
más afectada. En la sociedad rural, sobre todo, donde este sentimiento
hipertrofiado vive salvajemente, la resistencia bajo el disfraz de
múltiples ceremoniales caballerea a sus anchas, dándose el caso de que
los matrimonios en nuestra campaña revisten un carácter insensato de
artificiosidad salvaje, que recuerda las uniones de los araucanos y los
sumatrenses.
Se trata de un velorio de personas vivas, o de un espionaje de
castidad, que sucede inmediatamente al acto de la ceremonia durante
una noche entera. Los novios vuelven de la Iglesia o el Juzgado a casa
de la familia de la desposada, ostentando una gravedad fúnebre.
Luego de recibir las felicitaciones de la concurrencia, se ocupan
dos asientos en un ángulo de la pieza. A su alrededor se sitúan las
personas más allegadas, con el oído atento a lo que hablan los novios,
significando con esta actitud la protección a los recién casados de
hablar pecaminosamente de actos sexuales, durante esa noche de
misteriosa capilla en que el prejuicio debe guardar abstinencia, y la
virginidad despedirse con largas cavilaciones de los azahares silvestres.
Por lo común si no se baila esa noche, por ausencia de acordeonistas,
un susurro de monstruoso aquelarre, de brujas del Hartz, vibra
quiméricamente en la alcoba. Los novios, vigilados, permanecen en
silencio, bajo el auspicio espectral de algunos candiles moribundos
que dibujan en la pared largas momias de sombra, y de cursivas pupilas
enigmáticas que agujerean como búhos cabalísticos la carne muerta
de la infeliz paisana. Es lúgubre el espectáculo. Entre tanto, los padres
sollozan, y los parientes ostentan en la inmovilidad de su fisonomía la
honda preocupación del estanque.

249
Tratado de la Imbecilidad del País

Al día siguiente, cuando los desposados se retiran, un epílogo de


forcejeos, alaridos, desmayos y protestas, late tormentosamente junto
a la novia, la que se muestra por pudor sumamente afligida y bañada
en llanto: «Hijita mía que te llevan; te roban; no te vayas.» El novio
tiene que librar una batalla sentimental para llevarse a la novia.
Yo he presenciado uno de estos casamientos en Cerro Chato,
departamento de Durazno,92 y con tal motivo no pude menos que
recordar las escenas de igual sustancia que ocurren, según Spencer, en
las naciones salvajes, sin más objeto que crear reputación. En Sumatra,
«la recién casada y sus parientes consideran como un honor impedir
(o aparentar) que el esposo se lleve a su esposa». «Con motivo de un
matrimonio entre los araucanos, refiere Smith que todas las mujeres se
levantan y, armándose de palos, piedras y de toda clase de proyectiles,
corren a defender a la joven angustiada.» Greeve dice también que un
novio kamtchadal, obtenido el permiso de llevarse su novia, espera todas
las ocasiones de hablarle sola o con poca gente, porque desde aquel
instante todas las mujeres de su aldea están obligadas a defenderla.»93
Como se ve, no hay mucha diferencia entre el velorio de castidad
que he narrado anteriormente, con su epílogo de riña a favor de la
novia y el disgusto que ésta demuestra en el momento de irse con su
esposo, y las escenas que ocurren en idéntica circunstancia entre los
pueblos salvajes. Ambos ritos de la misma naturaleza, revelan que
el sentimiento poderoso alcanza altísimo grado en las sociedades
incultas, y se resuelve en arrebatos teatrales de un énfasis ridículo,
en cuyo fondo no se halla otro que un sentimiento hereditario
de somnolencias retrospectivas, alimentadas en un ambiente de
pernicioso conservatismo, contrario, según Spencer, al progreso
de la sociabilidad y a toda integración compleja de nuevas unidades
psíquicas.
Bueno es hacer constar que, en contra de las aseveraciones de
la ciencia, existe una Santa Alianza del pudor entre España y Sud
América,94 fundada como se sabe en las excelencias de la castidad.
Se persigue el glorificamiento y la vida perdurables de ese arcaico
protagonista de las leyendas del cinturón y de los dramas de las
catacumbas. El pudor es un bárbaro hispano que late todavía en el
alma de América, junto al indígena atávico de la impulsividad tan
ilustre. De cuyo consorcio ha surgido, nuevo, enérgico, exaltado
y hasta enloquecido como un Viriato triunfante, con las armas de
Atahualpa y el ceño de Zapicán.

250
Julio Herrera y Reissig

A lo que parece, Españoles y Americanos se matarán unos a otros


como los Numantinos,95 hasta dejárselo arrebatar por la Evolución. La
estabilidad de los hábitos en ambas razas garante el endiosamiento de
esa momia conventual, ornada con los prestigios de la leyenda, y los
oropeles de la fantasía, momia infantil y estúpida que muequea desde
su apartamiento polvoso a la Civilización y al Arte, bajo la noche de la
sotana.
Por lo que respecta a nuestras mujeres, es común hacer notar que
la impulsividad puede más aún que el sentimiento citado, habiendo
hecho desaparecer la sonrosada barquilla de Santa Clotilde en
vorágines arrolladoras de partidarismo intenso, bajo el relámpago
de una charretera vencedora. Todo el mundo recuerda alegremente
aquellos felices días en que Lamas pudo hacerse sultán, por los votos
unánimes y generosos de veinte mil ciudadanas vírgenes, que a voz
en cuello ofrecían en holocausto ante el altar del favorito de Jano su
carne nacionalista. El pudor en tal circunstancia vive […], pues las
devotas de Tres Árboles96 protestaban inocentemente por salones,
calles y plazas, que se acostarían con Lamas, el hombre más grande
después de Jesucristo. Las exaltadas Popeas, en su libertinismo verbal,
en saturnianos embelesamientos de imaginaria lujuria, agregaban con
orgullo que en el momento de entregarse a Lamas, una voz celeste las
bendecirá.
Éste y otros acontecimientos de la misma naturaleza, habidos
siempre en épocas de revolución, prueba que por mucho que sea el
aparato de la castidad, desaparece al olor de los cartuchos, aunque
por desgracia no en beneficio de la masa, sino exclusivamente en
provecho de un órgano genital uniformado y grave, que las más de las
veces permanece religiosamente oculto, como el pan de la eucaristía.
A los que nos objeten acerca de este aparente hecho anómalo,
que entraña más que una falta aparente de verdad, dado que un
sentimiento contradictorio, como el pudor, no debería al parecer
evaporarse con tanta rapidez, les respondemos, con Spencer, que el
hombre bárbaro observa una conducta explosiva, desordenada, sobre
la cual no puede fundarse cálculo alguno. Además es preciso tener
en cuenta que sus emociones obran con irregularidad, al capricho
de las múltiples emergencias que son las que deciden, al menos
accidentalmente, la primacía tempestuosa de cada rasgo de su carácter
en detrimento de los restantes.

***

251
Tratado de la Imbecilidad del País

Muchas veces me he preguntado acerca del motivo porque nuestros


hombres son egoístas y reconcentrados, excéntricos y mudables, sin
propensiones a la sociabilidad, poco amantes de los lazos amistosos,
así como huraños, mohines, desconfiados, a punto que el crédito
particular es nulo, y el espíritu de cooperación no existe. No creo que
haya país en que los individuos tiendan menos a unirse y a formarse
los propios defectos. Raro es el hombre que tiene más de dos o tres
amigos, y éstos los tiene a plazo, como quien dice: desde tiempo
inmemorial se oye decir que los orientales, al revés de los porteños,
son desunidos y viven eternamente como gatos rabiosos dentro de
una bolsa; la gente, dividida en grupos comanditarios, se mira con
odio de rivalidad; los unos son los espías y los delatores de los otros.
Dentro de las mismas banderías tradicionales hay desunión y encono.
En literatura, música y demás artes, existen las mismas desavenencias y
raquitismos.97
Todo esto no tiene más explicación ni más causa, según Spencer,
que la impulsividad, que es como se sabe, uno de los caracteres
fundamentales del uruguayo, o lo que es lo mismo, del hombre
primitivo. Reflexiónese en lo que dice nuestro genial sociólogo.
«La impulsividad que guía la conducta de los hombres primitivos
opone a la cooperación un obstáculo considerable. En los tipos más
inferiores, los grupos sociales son muy débiles, y los vínculos que
unen sus unidades, relativamente flojos. Al lado de una tendencia a la
ruptura del lazo social, resultado de las pasiones mal reguladas de los
individuos, no existe casi el sentimiento que promueve la cohesión: en
realidad, cada nota dominante del carácter emocional propende a perpetuar la
existencia de las demás. De suerte que, en aquellas condiciones en que
se originen causas incesantes de disensión entre hombres impulsados
por sentimientos mudables, así por las contingencias del hambre que, como
observa Livingstone, “ejerce gran influencia en el carácter, existe
menos inclinación a unirse por virtud de un afecto místico, y una
tendencia más patente a oponerse a una autoridad que en otra parte
sería una causa de cohesión”.»
Hasta aquí nos explica Spencer el espíritu de exclusivismo y
reconcentramiento de los hombres dominados por la impulsividad;
sin ninguna propensión al vínculo social, la debilidad y escaso
fundamento de los grupos; la tendencia por parte de los individuos
a la ruptura de todo lazo, y en consecuencia al odio que resulta de
la efervescencia de las pasiones mal reguladas. También nos explica
Spencer el funcionamiento simultáneo de dos rasgos, distintos, pongo

252
Julio Herrera y Reissig

por ejemplo la impetuosidad y la apatía, que existen por igual en los


uruguayos según las circunstancias. Según el filósofo: «cada nota
dominante del carácter emocional propende a perpetuar la existencia
de las demás». Por último, en sus palabras hallamos la explicación
de que la política, originando en nuestro país causas innumerables
de disensión entre hombres impulsados por sentimientos mudables,
sea un foco de distanciamiento social, e impida por lo tanto el afecto
mutuo entre los componentes de la sociedad.
Si partimos, en nuestro paralelo psicológico —dentro de la
relatividad del caso, se entiende— que la miseria, o más bien dicho el
hambre, es el estímulo que lleva a los uruguayos a la política, hallaremos
aún más amplitud en la explicación de los distanciamientos y enconos
sociales, así como la respuesta que cabe al espíritu descontentadizo
y revolucionario de nuestro pueblo, que no se sujeta a ninguna
autoridad, teniendo por malos a todos los gobiernos. Si se reflexiona
que no han podido ser más apremiantes las situaciones económicas
del país, desde su independencia, contribuyendo a la exacerbación
de los caracteres, y a la actitud explosiva de los impulsos, se tendrá
la explicación más satisfactoria de su conventillaje social, de la
mueca revolucionaria en que ha vivido durante catorce lustros, y la
estabilidad de sus hábitos pendencieros, exhibidos continuamente en
toda clase de manifestaciones públicas y privadas. Recuérdese lo que
dice Spencer, acerca del hambre y de toda contingencia apremiante,
que ejerce gran influencia en el carácter del hombre primitivo,
determinando la menor inclinación a unirse por virtud de un afecto
mutuo, y una tendencia más poderosa a oponerse a una autoridad.
El sentimiento egoísta o estrechamente individual a que me he
referido anteriormente, y que se nota en el carácter de los uruguayos,
no es sino una consecuencia de su escasa sociabilidad y de las
disensiones en que se agita. No existiendo el instinto de cohesión, y
por lo mismo lazos de afecto mutuo, el hombre se abstrae, se aísla, se
reconcentra, sólo atiende a sus intereses, sin que le mueva el bien de
sus semejantes. Su conducta se encuadra en un personalismo que sólo
persigue la utilidad, sobreviniendo como resultado una degradación
del sentimiento ego-altruista que sella bajamente todas sus acciones.
Una carencia tal de amor a la sociedad, tan pronunciada; la
desconfianza que, resultando de los impulsos, entra por mucho en
la composición del carácter primitivo, hace a los hombres huraños,
excéntricos, irascibles, e indiferentes a la marcha de la comunidad.
Todo se restringe, todo se esconde, todo se niega. El crédito no existe,

253
Tratado de la Imbecilidad del País

las transacciones se aminoran, los contratos escasean, y por último se


paraliza el organismo económico, y los individuos sufren el mal común
que ellos mismos han sembrado. El progreso de la masa desaparece, y
sólo queda la unidad egoísta, en acecho de la unidad.
El que los uruguayos sean egoístas implica su poco apego a la
sociabilidad de la que nace todo sentimiento de simpatía, la mezquina
sencillez de sus representaciones en relación al tiempo, como así
mismo su ninguna adaptación a concepciones morales más extensas
y heterogéneas. El uruguayo no es más ni menos que el primitivo,
quien según Spencer, carece del afecto que viene a poner la conducta
al servicio de otro en circunstancias de lugar y tiempo; de la equidad
que implica la representación de relaciones complejísimas y abstractas
entre los actos de los hombres; y de la abnegación que acalla el
egoísmo, aunque nadie remunere el acto satisfactorio.
Fáltanos analizar otro de los rasgos principales de los uruguayos,
que pertenece también al hombre primitivo, y que es así mismo
consecuencia de su naturaleza impulsiva. Me refiero a su carácter
mudable, a la versatilidad que tanto distingue a este pueblo revoltoso
y descontentadizo. Sabemos que las emociones del salvaje obran
irregularmente. Ahora bien, dichas emociones se «sobreponen unas
a otras caprichosamente, y por lo tanto generan deseos respectivos
y variados. El hombre primitivo —dice Spencer— lejos de seguir el
dictamen de un consejo de ancianos en donde todos desempeñan su
papel, observa una conducta explosiva, completamente desordenada.
El uruguayo, versátil, caprichoso, que hoy ensalza lo que mañana
vilipendiará, y que hace de su bête�����
noir de ayer su ídolo contemporáneo,
es por excelencia el hombre primitivo, con todas sus irregularidades.
Semejante desorden psíquico, que dista poco de la acción refleja, es
propio del bárbaro en cuya celebración imperfectísima se suceden
imágenes rápidas de presentatividad, que lo impulsan al acto bajo
circunstancias diferentes.
Por lo que atañe a la falta de previsión del salvaje, cuyas
representaciones no se distienden en sentido del transcurso, y es
dominado por sus arrebatos pasionales, nuestro pueblo en la política,
principalmente, ha dado y continúa dando pruebas de ese carácter.
Presa del tifón de sus ímpetus, el pobre intelecto de los uruguayos
no piensa en el futuro; y continúa amarrado con criterios, los más
indígenas, a un tradicionalismo estúpido, sin calcular los males
venideros, o lo que es igual, las consecuencias lejanas de su conducta.
Sólo quiere la satisfacción inmediata de sus deseos. Dominado por

254
Julio Herrera y Reissig

pasiones tempestuosas, sin contrapeso alguno, sin que ocurran en


su cerebro representaciones complejas, sólo atiende a los efectos
presentes, sin que una lumbre de previsión lo detenga en la pendiente,
porque rueda descontrolado.
Véase lo que dice Spencer acerca de lo que implica, y cómo se
manifiesta, ese carácter primitivo del uruguayo, demostrado por éste a
cada paso en su conducta política, y en el aturdimiento con que obra
sin reparar en las consecuencias:

El carácter cardinal de la impulsividad supone el tránsito rápido, casi


reflejo, de una pasión única a la conducta que ella produce; implica, por
la misma carencia de sentimientos opuestos, que la conciencia se compone
de representaciones menos numerosas y más sencillas; como así mismo,
que la acomodación de las acciones internas a las externas prescinde de
las consecuencias remotas, y que no se extiende casi en el espacio y el
tiempo. Con la imprevisión, que es el resultado de esta impulsividad, sucede
lo mismo: el deseo va impremeditadamente hacia el objeto que ha de
satisfacerlo, y la facultad imaginativa representa débilmente los resultados
de la satisfacción.

Por esto se ve que los uruguayos —tanto albinos como apopléticos—


lejos de obrar por patriotismo, en prosecución de ideales de gobierno
embarcados en nuevas tendencias que se acomodan al progreso de
la conciencia filosófica, obran atornillados a un pretérito sanguinario
y estúpido por miserables pasiones, prescindiendo, como dice
Spencer, «de las consecuencias remotas; en un tembladeral erróneo,
imprevisión que es el resultado de esa impulsividad; buscando sólo la
satisfacción inmediata de un sensualismo bajo, que tal es el apoderarse
de los puestos públicos, y repartirse indignamente los beneficios del
Presupuesto.
Nuestros vecinos de allende el Plata, cuya conciencia sin duda
se ha componer de representaciones más numerosas y complejas, y
cuya elaboración psíquica se ha de producir en sentido del tiempo,
ateniéndose a los resultados más remotos, han renunciado hace ya
tiempo a sus banderas unitarias y federales, y emprendido nuevos
rumbos evolucionistas que han de dar a su país un emporio de adelanto.
La pátina degradante de las carnicerías no se alza actualmente sobre el
trapo jacobino que don Juan Manuel de Rozas mandara, hace doce
lustros,98 colgar de los proscriptos; ni siquiera la escarapela de los
libertadores que lo combatían luce rencores de gloria sobre la Casa

255
Tratado de la Imbecilidad del País

Rosada. Los argentinos han enterrado en sus manuales históricos las


pasiones de antaño, y abriendo las alas al Porvenir, muestran en todos
sus actos un espíritu mundano. Su facultad representativa es intensa
y luminosa; obran con previsión en sentido de las consecuencias; su
menor impulsividad favorece el desarrollo de los sentimientos ego-
altruistas que determinan el vínculo social. El bien de todos en ese país
es un hecho que se desprende del esfuerzo mayor de cada uno, dentro
de una lucha honrosa de sentimientos levantados. Las celebridades se
transforman, mudan de piel como las culebras en todas las primaveras
de la evolución; nadie sueña en levantar reliquias vergonzosas del
pasado, y por el contrario todos buscan el triunfo de nuevas iniciativas
que armonicen las tendencias generales en pro del interés común.
Esta menor impulsividad de los bonaerenses se demuestra en su
amor por el trabajo; en su poca afinidad con la política; en la solidez
de los vínculos sociales; en la temperancia de los caracteres; en el
sentimiento de cohesión que los mueve a proteger al extranjero y
refundirse en el colectivismo;CXXIII en la mejor simpatía que manifiestan,
debido sin duda a su amor por la sociabilidad; consecuencia de eso
es el menor egoísmo de los hombres; los vínculos; y por último, en
la mayor subordinación a las autoridades gubernativas, pues sabido
es que en ese país no hay guerras a cada paso, ni levantamientos
cuarteleros; ni atentados contra los gobernantes.
Queda dicho pues, que mientras los orientales, aferrados a su
carácter de hombres primitivos, hacen de la política un campo de
impulsividad, los bonaerenses, psíquicamente superiores, evolucionan
en sentido del adelanto, procurando por medios superiores y más
complejos el beneficio de la masa.99
¿Por qué nuestros gobernantes han sido pésimos; irregulares en su
conducta; atolondrados; despóticos; imprevisores? ¿Por qué lejos de
preocuparse del porvenir del país y de los resultados de su obra, se
han atenido a la satisfacción inmediata de la vanidad? ¿Por qué no han
realizado sus programas; por qué no han temido las consecuencias
de sus procederes; ni importádosele nada del juicio venidero? ¿Por
qué se han gozado à plaisir de las satisfacciones del aplauso? ¿Por qué
sus actos buenos y malos, en una suerte extraña, no han guardado
un nivel de conexiones lógicas; ni respondido al parecer a un plan

CXXIII Hago notar que los bonaerenses aprecian a los uruguayos y tratan de favore-
cerlos en cuanto pueden. Hay en ese país cerca de 50.000. Los montevideanos detestan
a los extranjeros, odian en particular a los bonaerenses, a quienes tienen por rivales y no
pierden la ocasión de hablar mal de ellos.

256
Julio Herrera y Reissig

enérgico de administración política? ¿Por qué nuestro país es modelo


de desventuras, miseria, escándalo y efervescencia?
Fácil es satisfacer estas preguntas. Gobernantes y gobernados tienen
la culpa de ello. La máquina primitiva de los uruguayos, cuyo motor es
la impulsividad, ha hecho del país un buque desarbolado en medio
de una tormenta; sin brújula y sin timón, moviéndose a capricho
de corrientes anímicas irregulares; en largas y terribles zozobras de
convulsiones civiles y catástrofes económicas.
Los hombres impulsivos son incoherentes, cambian de conducta
en un momento dado; su irradiación emocional es un zigzagueo
caprichoso; nadie puede fiar de sus promesas, desde que no hay nada
que le detenga en un arranque explosivo; en el acto de obrar no tiene
en cuenta lo porvenir; es imprevisor por naturaleza; despótico en
cuanto acciona demasiado por ímpetus agudos, bajo un determinismo
causal; no tiende más que a la satisfacción inmediata del deseo, en lo
que cifra todo su interés; no le intimidan los males venideros, y por
último no hay un contrapeso en su conciencia que regularice las
inclinaciones.
Estos caracteres que se han observado, y continúan observándose,
en nuestros gobernantes, dan el relieve de la inferioridad psíquica del
uruguayo, y explican terminantemente su abominable conducta en el
poder, que ha originado en todo tiempo la desventura del país. Los
Riveras, los Girós, los Pereyras, los Latorres, los Santos, los Herreras,
los Bordas y los Cuestas,100 cuyos atributos gubernativos, se encuadran
en la más tosca impulsividad, hállanse estereotipados en la descripción
que hemos hecho del mecanismo emocional del salvaje, quien obra
como es sabido a merced de los más locos impulsos, de una manera
trastornadora.
Esta impulsividad, que se revela en todas las manifestaciones de
los uruguayos, pero que tiene su asiento en la política, no puede
ser más opuesta al adelanto. Es un foco de subversiones suicidas, de
paralizadoras desconfianzas; de emergencias fulminantes, continuas
irregularidades. Esto por lo que hace a los gobernados.
De otro punto de vista, convierte al acto de regir a los pueblos en
un continuo pugilato de ruleta, donde no juegan más que los apetitos
desordenados, las electrizaciones de la voluntad y los desórdenes del
pensamiento.
Es, además, origen de discordancia, y hace que los mandatarios
no cumplan sus promesas, se arrojen en brazos de un musulmanismo
indiferente, y por último ni se cuiden del futuro, dado que carecen

257
Tratado de la Imbecilidad del País

de la previsión. Atienda el lector a lo que dice Spencer, hablando del


hombre primitivo, en lo que se refiere a su carácter:

Esa disposición movible e inconstante, que hace que por lo común no se


pueda hacer caso de ninguna de sus promesas, es la negación de esa confianza
en que se han de cumplir obligaciones mutuas, en la cual descansa en gran
parte el adelanto social. Uno de los caracteres específicos, que dependen en
parte de la impulsividad, es la imprevisión. El deseo inmediato, que tiende a
satisfacer irreflexivamente, excluye el temor de los males futuros. Al contrario,
como los males y los placeres venideros no ejercen en la conciencia una
impresión fuerte, el hombre no tiene ningún motivo que le estimule al acto,
a no ser la indiferencia que le absorbe en el presente.101

Insistimos en que la falta de formalidad, las fluctuaciones de nuestros


hombres, sus descargas pasionales demostradas principalmente
en la política, sus instintos fraternófagos, el pampero perturbador
de nuestros belicosos caudillos, los desaciertos monstruosos de los
mandatarios del país en todas las épocas, prueban elocuentemente
el espíritu de impulso de los uruguayos; ese aspecto que es, como
se sabe, un dislocamiento volitivo para el que no sirven de freno las
perspectivas del mañana, desde que las consecuencias, como queda
dicho, no ejercen una impresión en el teclado nervioso del hombre
primitivo.
Tal impulsividad manifestada por nuestro pueblo, a cada paso,
resuelve el enigma de los setenta años de convulsiones guerreras
que han convertido el país en una llaga de país; nos da también
razón del desenfreno impetuoso de nuestros gobernantes, que
no han tenido otro guía que sus impulsos, graduados por cesarinas
ambiciones de mando, ni otra conducta que una continua descarga
explosiva de ilógicas determinaciones, de incoherencias mentales, y
de movimientos irritantes.
Por lo demás, esa falta de formalidad del hombre incivilizado,
así como la conducta inconexa que le distingue, sus fluctuaciones
atolondradas que le hacen cambiar de propósitos continuamente,
y no cumplir lo que promete, me explican que nuestros políticos de
todas las categorías hayan variado de ideas en corto plazo, siendo
buenos la víspera y abominables en lo sucesivo; torciendo los rumbos
cuando menos se esperaba con asombro de sus mismos partidarios.
Me explican asimismo, que faltando a sus promesas de comercio,
dichos gobernantes no hayan realizado sus pomposos programas

258
Julio Herrera y Reissig

de administración; viviendo en perpetua atmósfera de encono y


chismografía; que tal fue lo que pasó con Julio Herrera y Obes, un
lírico universitario devoto de las leyes convertido de la noche a la
mañana en un justiciero del capricho, en un absoluto Luis XIV cuya
influencia directriz, ha dado nombre a una época.
Queda explícitamente demostrado que por la impulsividad que les
distingue, se hallan al nivel de los criks, los kamtchadales, los kirguises y
otras naciones incivilizadas.
La x de por qué han existido tantos tiranuelos en el país, tantos
mandarines oscuros que se han mofado del pueblo, matando y
asolando a su voluntad, se resuelve con estas palabras de Spencer, al
hablar de la impulsividad del hombre primitivo: «El deseo inmediato,
que tiende a satisfacer irreflexivamente, excluye el temor de los males
futuros.»
Temo que se me arguya concisamente acerca de la superioridad
psíquica de los bonaerenses sobre los uruguayos, por lo que me
adelanto complacido a satisfacer esa objeción científica. Dos son los
medios que determinan la mayor o menor diferenciación de carácter
y progreso entre las razas, a saber, el medio físico y el sociológico. En
mi concepto, y como ya lo tengo expresado en capítulos anteriores,
el medio físico del Uruguay (inorgánico y orgánico) concurren
poderosamente a soplar sobre la hoguera antigua de los atavismos,
alentando con su fuelle salvaje; el espíritu emocional de un pasado
remoto que tiende a perpetuarse a través de la civilización.
En virtud de esta influencia de la naturaleza, los rasgos del carácter
indígena amalgamados con los de otras razas que han colaborado en
la obra orgánica de nuestro grupo, subsisten imperiosamente, con
tendencia a prevalecer, en tanto sus congéneres tocan a una disolución
fatal, impelidos al retroceso por factores de orden extraño que así se
avienen con ellos. El adam español huye; el extranjero apronta sus
valijas y sólo quedará el indio en el espíritu de la sociedad, si es que
una inmigración considerable y continua no lucha por mantener sus
posiciones europeas, junto a la tienda charrúa.
El viento, el clima, la composición mineral de la tierra, la
temperatura, son los poderosos aliados de ese pretérito cobrizo que a
duras penas cede a la muchedumbre fisiológica y mental que nos llega
de otro mundo. La degradación de las razas es un hecho que Spencer
no ha negado. Aludiendo a esto mismo, y a que la evolución no se
forma sólo por el crecimiento de unidades mentales, y en virtud de

259
Tratado de la Imbecilidad del País

una herencialidad de productos de experiencias acumuladas que han


modelado los aparatos nerviosos, dice el notable sociólogo:

Es muy posible, y en mi opinión muy probable, que el retroceso haya sido


tan frecuente como el progreso. Concíbese comúnmente la evolución
como efecto de una tendencia intrínseca, en virtud de la cual todo se va
perfeccionando; pero creer que la evolución es eso, es formarse una idea
errónea de ella. La evolución es por doquiera el producto de dos órdenes de factores,
los internos y los externos.102

El concurso de ambos ofrece mudanzas que continúan hasta


el momento en que se establece cierto equilibrio entre las acciones
ambientes y las que el agregado les opone…
De ordinario no hay ni progreso ni retroceso, y a menudo el
resultado es una forma más elemental, porque ciertos aparatos procedentemente
adquiridos huelgan al estar en otras condiciones distintas.
Por manera que, si durante períodos cuya extensión no puede
calcularse, ciertos tipos no han avanzado ni retrocedido, y otros
han seguido una marcha evolucional, existen varios de ellos que han
permanecido rezagados en el progreso.
Como se ve el medio ambiente, con otros factores cooperantes,
determina el predominio de estructuras físicas y emocionales,
haciendo que agregados varios se modifiquen a su influencia, ya en vía
de degeneración o de superioridad.
Es pues innegable que el ambiente físico contribuye a desenvolver
los caracteres de las razas, marcando sus mayores o menores
disposiciones para el progreso.
Esto no agrega un ápice en apoyo de mi aserción acerca de la
superioridad psíquica del bonaerense sobre el uruguayo, pues hay que
convenir en que el medio inorgánico, y aun el orgánico, son casi los
mismos en ambas regiones del Plata. La temperatura, la variabilidad
atmosférica, el pampero,103 las lluvias, la vegetación, la fauna, los
componentes minerales de la tierra, la topografía, difieren poco en
estas dos hermanas de naturaleza. Y creo con fundamento que el
medio físico, tanto en el Uruguay como en la Argentina, constituyó
un aliciente poderoso de salvajismo, con la raza ofreciendo a los
caucásicos artificiales, vale decir a los descendientes de los europeos,
lo que deparó a los agregados indios, esto es automatismo, impavidez,
representatividad inferior, inconexiones bárbaras, imprevisión,

260
Julio Herrera y Reissig

egoísmo, aturdimiento, apatía, espíritu conservador, furores


impulsivos, supersticiones, haraganería, venganza y volubilidad.
Pero si el medio físico constituye en ambos países una fuerza
idéntica de oposición al acomodamiento de la cultura, y del progreso
emocional, no así el medio sociológico, que favorece enormemente a
nuestros vecinos, y contribuye a la formación de un tipo mental más
elevado y uniforme, producto vivo de una herencia nerviosa superior.
Empecemos por analizar el génesis de ambas sociedades, y sigamos
someramente a su desenvolvimiento.
Los primeros acarreos de inmigración andaluza que constituyen
la base del terreno humano en aquel país son, es indudable,
psíquicamente superiores a los de gente asturiana y gallega que
cupieron en suerte al Uruguay.104 La representación inferior, la
rutina, el espíritu de conservación, el egoísmo, la crueleza, la índole
belicosa, la menor simpatía social, el apego a la rancia moral, el
localismo, el horror a variar, la falta de iniciativa de esta última raza, el
bloque cerril y áspero de su carácter montañés, todo ese patrimonio
ha sido trasmutado en documentos espermáticos, de generación en
generación, mezclado a las cargas emocionales del charrúa, lo cual
representa el triunfo de una funesta casualidad histórica de que son
protagonistas vivos los 800.000 uruguayos. Fácil es notar que parte de
los caracteres de Galicia se hallan impresos en el pueblo de Lavalleja,
lo que hace simpatizar tanto a los orientales con todo lo malo que
tiene la Metrópoli. En cambio, el despeje intelectual, el espíritu de
iniciativa, la abierta alegría, el jaleo, la generosidad, el desinterés, la
copa de Málaga del entusiasmo, junto a la bambolla, la mentira, el
atrevimiento y la vanidad andaluces, fue la herencia bastante pingüe
que recibieran los bonaerenses de la Madre Patria.
Todo lo bueno y malo de la raza de María Santísima, unida al
oscuro bagaje emocional indígena, se halla impreso en el carácter de
nuestros vecinos. Pero como sea, es indiscutible que a los bonaerenses
les cupo en suerte la mejor herencia psíquica, de la que forman parte
la amplitud de su carácter emprendedor, su apego a la sociabilidad, su
carácter alegre y levantado, su menor fuerza impulsiva y su entusiasmo
por lo moderno.
Yo veo en el bonaerense la sangría de los rasgos de Andalucía.
Su carácter animoso, dado al sprit y a las grandezas mundanas, tiene
como el del andaluz, mucho del francés. Sevilla tiene por Francia
la misma simpatía que Buenos Aires. Lo que hay es que el alma de
París sonríe por igual en la charla viva, en el amor a la sociedad, en el

261
Tratado de la Imbecilidad del País

carácter altruista y largo, en el estrépito bambollero, en la exageración


salerosa, en las fiestas del placer, que animan al porteño y al sevillano,
haciéndolos parecer unos emigrados ricos de aquella galante Sybaris.
La bambolla, la mentira, la vanidad, el aturdimiento, y el orgullo
del pavo real de Andalucía, son los mismos del lujoso guacamayo
argentino. Los mismos crótalos, la misma jota, el mismo final del
soneto de Cervantes, el mismo Tartarín de empresa, barullean la
misma torre de Babel, guiñan, se embriagan, emergen, sueñan y se
dislocan en ambos pueblos exultos. Mientras el ceño taciturno de las
sierras de Galicia ha celebrado en el Uruguay su consorcio oscuro con
la enferma gravedad del manzanillo salvaje, la hermosa uva de Málaga
fructifica en los sarmientos bonaerenses, rindiendo a la civilización su
generoso zumo.
Esto no para aquí. Si continuamos examinando el proceso
constitucional de ambas, vemos otro de los motivos a que se debe
atribuir las mejores facultades psíquicas del bonaerense, [[…]] lo
mismo la superioridad de sus aparatos nerviosos.
Efectivamente: una inmigración variada y selecta de elementos
anglo-sajones, tudescos, franco-eslavos, y de otros grupos
septentrionales, al mezclarse con los latinos, ha generado en aquel país
al cabo de varios años el fruto cosmopolita de un carácter así genial,
que reúne las peculiaridades psíquicas de sus diversos ascendientes;
fruto en extremo superior al latino-indígena, producido en nuestra
tierra por el concúbito orgiástico de una inmigración misérrima
venida de España, Portugal e Italia, con los naturales de la comarca.
En otra parte del libro, hemos estudiado detenidamente el modo
como se ha producido tan grosera concomitancia, por lo que creemos
innecesario insistir sobre este punto.105 Conviene hacer constar
que los caracteres emocionales del uruguayo son, lógicamente, los
mismos de sus abuelos. Los rasgos asturianos-charrúas, itálicos y
portugueses subsisten, en una mezcla extraña, que hace suponer una
modelación nerviosa inferiorísima y desarreglada, que se aviene, sin
embargo, con las condiciones del ambiente físico. Prevalecen muy a
pesar en el uruguayo los caracteres primitivos del indígena charrúa,
porque lejos de haber sido neutralizado con otros antitéticos de las
razas colaboradoras, han recibido el abono de sus semejantes, los
que se encuentran en buena cantidad, en Galicia, Asturias, Nápoles y
Calabria.
Esto explica que sus rasgos emocionales sean, como ya lo he dicho,
la impetuosidad, la imprevisión, la rutina, el egoísmo, la apatía, la

262
Julio Herrera y Reissig

crueleza, la holgazanería, la volubilidad, y la incoherencia. Por el


contrario, los bonaerenses han ido perdiendo el patrimonio de los
naturales, y se han asimilado los rasgos tudescos y anglo-sajones, que
representan en la evolución psicológica de su estructura emocional
un contrapeso eficiente y una progresiva integración de superioridad.
La flemada sajona ha desvirtuado algún tanto los ímpetus ingénitos,
la imprevisión tiende a desaparecer en la balanza reflexiva de aquellas
razas; la crueleza y el haraganismo se cambian por el espíritu de
trabajo, de método y de circunspección.
Dentro de un bonaerense es fácil encontrar un andaluz, al mismo
tiempo que un inglés; pero un andaluz corregido, modificado, sin
pereza, sin aturdimiento; y un inglés algo latino, sin gravedad, sin
codicia, sin exclusivismo. En suma, un gentleman alegre y un andaluz
elegante. Desde luego, se hace imposible comparar al criollo de
Montevideo, con su impulsividad política, sus inconexiones bárbaras,
su imprevisión, su egoísmo, su apatía, su espíritu conservador,
su crueleza, su haraganería y su poco amor a la sociabilidad, y el
bonaerense, emprendedor, amante del trabajo, devoto de la iniciativa,
de la elegancia y de la novedad, protector del extranjero, viril y sociable
y amigo de los placeres.
Reconozco a pesar de todo, como lo implica mi referencia en
capítulos anteriores a la influencia de la raza americana, que los
bonaerenses no constituyen de ningún modo un grupo de primer
orden, de un punto de vista psíquico. Sólo tienen lo que el psicólogo
llama receptividad. Les falta la inventiva, creación, originalidad. Su
emotivismo, de cuño artificioso, es un pseudo carácter. Muestra esta
raza su receptividad, en que saben copiar al extranjero y aprovecharse
de los adelantos de Europa. Son además superficiales, y de escaso
intelecto. Su vanidad inferior, su rastacuerismo del que los parisinos
tanto se han reído, recuerda los atavíos del salvaje de que habla
Spencer. Tan solo dentro de la relatividad son los bonaerenses una
raza adelantada.
«Es indudable —como dice Spencer—, que los fenómenos
intelectuales y emocionales caracterizan una evolución superior
y la distinguen de otra menos elevada.» Esto es lo que pasa con los
bonaerenses respecto a los montevideanos. A causa, como he dicho,
de una inmigración selecta, las facultades psíquicas del argentino
se han perfeccionado. Los aparatos nerviosos de las razas sajonas,
infinitamente superiores a los que poseen los grupos secundarios
de los latinos, han generado, en virtud del intercambio sexual,

263
Tratado de la Imbecilidad del País

otros aparatos semejantes, y esto es lo que palpa el sociólogo en sus


experiencias, al comparar las manifestaciones de la sociedad porteña
con las respectivas de Montevideo.
El uruguayo descendiente de indígenas, los últimos grupos de
Italia, España y Portugal, grupos inertes, insustanciales, limitados, y de
escaso intelecto, no puede haber recibido por herencia el patrimonio
psíquico del bonaerense, entre cuyos progenitores, a más de los
andaluces, raza inteligente y generosa, de cerebración enérgica, se
hallan elementos galos y sajones, que se distinguen por actividad muy
superior, sometidos desde hace siglos a experiencias que han debido
cambiar la forma de sus aparatos nerviosos. Esto es muy lógico, desde
que, según Spencer, las facultades mentales no son sino productos
hereditarios de experiencias acumuladas que han dado otra forma a
dichos órganos del pensamiento.
De modo, pues, que una larga experiencia psíquica, y una
acumulación de pensamiento europeo, ha debido variar el
cauce emocional de la primitiva sociedad porteña, mientras la de
Montevideo, invariable, tosca, alimentada siempre por los mismos
elementos insustanciales e inertes, ha quedado a la retaguardia de la
América, soportando en las cavernas de la mente la noche de Galicia y
los cardos que cubren el sepulcro de Abayubá.
Para que los uruguayos dentro de medio siglo estuviesen al nivel
de los bonaerenses, fuera forzoso introducir en la ciudad 30 o 40
mil sajones que procrearan con las criollas. La impetuosidad de
los políticos, o lo que es lo mismo, el instinto fiero de la política,
desaparecería, como así mismo la crueleza belicosa, la imprevisión,
la apatía, el horror a variar, la volubilidad, el distanciamiento de los
hombres, y la afición a los empleos públicos, o la haraganería, que es
lo mismo. La plomada inglesa y el acicate tudesco harán reflexionar y
mover este rebaño de hombres que vaga por las malezas más inferiores
de la instintividad, anteriormente cubierto por la flechilla de los
atavismos.
Muchos de los que miran las cosas superficialmente se extrañan
de lo que Buenos Aires adelanta, mientras Montevideo permanece
rezagado, sin echar de ver que es el hombre en sí quien determina
el progreso de la sociedad de allende el Plata, y respectivamente la
paralización oscura de la noche. Dice Spencer:

Con respecto de los factores intrínsecos, notamos en primer término que,


considerado como una unidad social, el individuo posee caracteres capaces

264
Julio Herrera y Reissig

de determinar el desarrollo y la estructura de la sociedad. Distínguese en


cada caso más o menos por caracteres emocionales que favorecen, dificultan
o modifican las acciones de la sociedad, y los progresos a ella inherentes.
De análogo modo su inteligencia y las inclinaciones de espíritu que le son
peculiares, toman siempre una parte en la inmovilidad o las mudanzas de
aquella.106

Además de los factores originarios que determinan el adelanto o


el retroceso de una sociedad existen otros secundarios «que la misma
evolución social pone a contribución».
Uno de estos factores secundarios, ocupa un lugar prominente
en el desarrollo intelectual y económico de Buenos Aires, ejerciendo
una influencia decisiva en el perfeccionamiento de las unidades,
modificando el modo de sentir, pensar y obrar de los individuos, en
armonía con el progreso de la masa. Me refiero al aumento de volumen
del agregado «que por lo común va unido a un aumento de densidad.»
Afirma Spencer que la masa es a la vez una condición y un efecto de
la organización en una sociedad. Es evidente que la heterogeneidad
de estructura sólo es posible con unidades numerosas. La división
del trabajo no podría alcanzar un regular perfeccionamiento, si no
hubiera más que un cierto número de individuos para repartirlo.
Sin una multitud es imposible que haya diferenciación de clases.CXXIV Se
trata, pues, de un factor [destacado], que como el resto, es a la par
una consecuencia y una causa de progreso: tal es el desarrollo social,

CXXIV Llama la atención, como ya lo he dicho, la estructura de aldea que se nota en


Montevideo. Tal estructura, simplísima, casi homogénea contrasta ridículamente con
la de Buenos Aires, compleja, subdividida, ordenada tanto en lo económico como en
lo social. Se nota en todo, que en aquella sociedad se ha efectuado una poderosa inte-
gración. También se observa que en Buenos Aires existe una perfecta diferencia de clases;
mientras que en Montevideo la sociedad sugiere una familia donde no existiesen patrones
ni obreros, lacayos ni señores. Las dueñas de casa y las personas de alcurnia se dan per-
fectamente con las sirvientas, las planchadoras y otros jornaleros. Éstos por su parte, se
inmiscuyen en los asuntos de la gente más elevada y se saben al dedillo cuanto ocurre
en materia de secretos en los hogares de la ciudad. Las sirvientas llegan hasta tener in-
timidad con las señoras a las |que| comunican ocurrencias sociales, comentándolas a su
saber. El chisme es el lazo de unión entre la gente. Al parecer no existen clases. Las sir-
vientas después que se casan suelen usar sombrero y [tratar] de igual a igual a las antiguas
señoras. El almacenero y el carnicero que tienen hijas hermosas aspiran a casarlas con
jóvenes que figuran en primera sociedad. Por lo demás antiguos cocheros y maestros de
cocina son hoy coroneles y figuran en primera categoría. También hay doctores negros,
así como ex despachantes de mercería que hoy reciben en su casa. No se puede imaginar
una provincialidad tan cuartelera como la que significa la sociedad de Montevideo. Los
mantos sociales, insisto en que son un mito. Sólo el dinero y el matrimonio dan títulos a
condición. Por lo demás el último jornalero puede aspirar a ser diputado.

265
Tratado de la Imbecilidad del País

considerado únicamente desde el punto de vista del número de


los individuos. Producto del concurso de otros factores, éste junta
su acción a las de aquéllos para engendrar nuevos cambios. Se ve,
pues, que el aumento progresivo de la población de Buenos Aires ha
determinado un progreso social considerable, y en consecuencia un
desarrollo de las facultades psíquicas del individuo en virtud de una
cooperación más complicada, y de una germinaria provechosa de esas
mismas facultades.
De otro punto de vista, el agregado social de Buenos Aires,
incomparablemente más extenso que el de Montevideo, ha tenido un
influjo más penetrante con respecto a las unidades. De ese modo, los
bonaerenses, en virtud del magnetismo que liga el todo con las partes,
y a éstas con el todo, han sido modificados en el mejor sentido y con
más intensidad que los uruguayos, en cuyo seno las combinaciones
han sido reducidas, y el crecimiento por agregación, más limitado.
Sobre esto dice Spencer:

La influencia recíproca entre la sociedad y sus unidades, la del todo sobre


las partes y de las partes sobre el todo, constituye otro factor secundario.
Tan luego como una combinación social adquiere cierta estabilidad,
principian las acciones y reacciones entre el todo de la sociedad y cada uno
de sus miembros componentes, de tal suerte que cada miembro afecta a la
naturaleza de otro. La influencia que el agregado ejerce sobre las unidades
del mismo tiende inalterablemente a modificar sus modos de obrar, sus
sentimientos y sus ideas, en concordancia con las necesidades sociales;
cuyos modos de obrar, de sentir y de pensar obran de nuevo con arreglo a
la naturaleza. Hemos de tomar en cuenta, no sólo la naturaleza primitiva de
los individuos y la naturaleza primitiva de la sociedad que ellos componen,
sino la naturaleza derivada de ambos. Las unidades experimentan sin cesar
modificaciones que se sobreponen; a éstas se agregan otras modificaciones
de la estructura social. Finalmente, esta cooperación del individuo y de la
sociedad llega a ser una causa poderosa de transformación para el uno y para la
otra.107

Creo haber dicho lo bastante para que el lector se dé cuenta del


cómo y el por qué de la superioridad psíquica del bonaerense sobre el
uruguayo. Insisto en que los aparatos nerviosos de los primeros son
superiores en forma a los de los segundos, pues como dice el psicólogo,
las ideas elaboradas por las facultades del individuo durante su vida

266
Julio Herrera y Reissig

son producto de sus experiencias, a las que corresponden ciertas


modificaciones delicadas de los aparatos hereditarios.
La cita de Spencer que he aducido renglones antes es merecedora
de ser enriquecida con algunos comentarios que, como verá el lector
comprueban de un modo definido mis afirmaciones. Con efecto,
el contagio social que llamó Guyau, ejerce en la ciudad vecina una
influencia profunda. Los individuos, sin que ellos lo noten, ni lo
puedan impedir, se ven modelados a semejanza de la sociedad. La
tromba febricitante de la actividad porteña envuelve a las unidades
arrojándolas al trabajo, a la lucha, a la emulación, al concurso, y a la
vida de los intereses. El hombre-estanque, el hombre-haraganería,
el hombre-política, el hombre-imprevisión, el hombre-rutina, el
hombre-trivialidad, el hombre-egoísmo, el hombre-apatía, en suma, el
uruguayo, no puede existir en aquel océano efervescente; clamoroso,
convulsivo, exuberante y arremolinado, donde cada ola se precipita
sobre la compañera, bajo un viento de estímulos poderosos, en
dirección al bien de cada uno y a la felicidad de todos. En Buenos
Aires se efectúan poderosamente las que Spencer llama «acciones y
reacciones entre el todo de la sociedad y cada uno de sus componentes,
de tal suerte que cada miembro afecta a la naturaleza de otro».
Esto es tan cierto, que hasta los extranjeros que se incorporan a la
sociedad porteña, al poco tiempo, salen convertidos en verdaderos
bonaerenses. Los montevideanos establecidos en Buenos Aires son
ellos mismos documentos de metempsicosis anímica. No se da el caso
de una transformación tan absoluta como la que sufren los uruguayos
al cabo de un tiempo de residencia en el seno de la capital vecina.
En dicha capital existen como 50.000 que, por lo que respecta a la
vida emocional y a las costumbres, se parecen tanto a los uruguayos
de Montevideo como a los chinos. Entraron en la fundición
porteña siendo haraganes, politiqueros, imprevisores, rutinarios,
cejijuntos, aturdidos, triviales, huraños, intrigantes, envidiosos,
apáticos, descuidados en el vestir y guarangos, y al poco tiempo no se
les encontraba aunque fueran buscados con linterna, y era preciso
cuando menos la partida de nacimiento para poder probar que eran
los mismos que, un tiempo antes, se embarcaron en Montevideo.
Con efecto, fundidos en los hornos milagrosos de los bonaerenses,
y modelados a continuación por la naturaleza anglo-andaluza de
aquella gran ciudad, se les vio, de repente, nuevos, elegantes, activos,
retozones, coquetos, escrupulosos, zalameros, fantaseadores, hablando
de grandes empresas, reflexivos, sociables, perfeccionistas, benévolos,

267
Tratado de la Imbecilidad del País

iniciadores, audaces, entusiastas por todo lo moderno, finos en los


placeres, cuidados en la expresión, y caminando a la porteña con
ritmo extenso y majestuoso. Habían perdido hasta las posturas, como
se dice; saludaban de otro modo; no eran limones uruguayos, sino
tangerinas de restaurant premier; no hablaban mal del prójimo, sino por
el contrario, se expresaban con elogio y cierta altiva conmiseración de
sus compatriotas; preferían la lista del hotel a la carbonada de familia,
y el té a la inglesa les había hecho olvidar el mate a la criolla; no eran
holgazanes sino proyectistas, modelos de actividad febril; de cejijuntos
que eran habíanse tornado risueños, joviales, chistosos; el bigote araña
daba otro acento a sus fisonomías; lejos de ser rutinarios, eran dados
a la originalidad, a la travesura, aceptaban lo nuevo sin reticencias
ni contorsiones; preferían la colina de Montmartre al Cerro de
Montevideo; los más huraños y enemigos del buen tono aspiraban a ser
dandys de la sociedad porteña: y se les veía todas las tardes en Palermo,
encharolados y relucientes; los que habían sido blancos o colorados
eran, a la sazón, socialistas, universales; spencerianos; muchos que
hicieron en su antigua patria décimas criollas a Rivera o a Paysandú,
se dedicaban a estudios de Psiquiatría y Criminología; los burgueses
intelectuales se hicieron escritores concienzudos, y ocuparon en la
prensa lugares distinguidos. En fin, ya no eran los moluscos rutinarios,
los cuervos de la política, las marmotas de la plaza Independencia,
los felinos de las tertulias, los onanistas de la tradición, los charrúas
exornados a la europea, sino los bonaerenses, los modernos, los
hombres del porvenir, con una nueva emotividad, con un aparato
nervioso bastante modificado.
Por lo expuesto anteriormente, se ve que Spencer tiene razón
cuando dice: «La influencia que el agregado ejerce sobre las unidades,
tiende inalterablemente a modificar sus modos de obrar, sus
sentimientos y sus ideas.» Una acumulación continua de experiencias
psíquicas es, como lo afirma el psicólogo, una agregación de potencia
hereditaria. Por lo tanto, es indudable que ese factor consecuente que
representa la reciprocidad emotiva de la sociedad y de sus miembros
juega un rol importantísimo en la superioridad interna del bonaerense
sobre el uruguayo.
La transformación pasmosa que sufren los uruguayos en Buenos
Aires me recuerda de un modo científico las de los animales
inferiores de que nos habla Darwin, v. y g. la rana, que empieza
siendo pez rudimentario, con órganos de respiración simplísimos,
sin extremidades, y concluye en su forma más perfecta, con patas y

268
Julio Herrera y Reissig

pulmones, nadando a la manera del ser humano por encima del agua.
Las anomalías que a este respecto se notan, contrarias a los uruguayos,
son muy considerables, y por lo tanto merecen un capítulo especial.
Si examinamos la influencia del individuo respecto de la sociedad
nos hallaremos que, en Buenos Aires, sea por el mayor número de
las unidades, o porque son psíquicamente superiores, los hombres
ejercen una influencia más honda sobre la masa que la que en su
centro determinan los montevideanos.
Esto no tendría nada de notable si la confluencia en ambas partes
guardase una proporción de equivalencia. Pero se da el caso de que
el influjo individual es nulo en Montevideo. La sociedad uruguaya es
una masa de témpanos inconmovibles. Las acciones y reacciones entre
los miembros, de que nos habla Spencer, se circunscriben a la política,
pues en otros círculos de emociones el individuo desaparece en el
nivel monótono de una fría regularidad.
Mientras en Buenos Aires fructifican los talentos, se desarrollan
las actividades, lucen las aficiones, se aprovechan los esfuerzos,
se imprimen todos los ecos del espíritu, las radiaciones emotivas
se distienden para el bien común, y la acción individual vibra en el
colectivismo modificando las estructuras, en Montevideo, por el
contrario, el hombre en sí no es nada, todo se asfixia, todo sucumbe,
nada se oye, todo desaparece en un vértigo de apática imbecilidad,
de trivialismo rústico; las originalidades se aplastan, los caracteres
se malogran; lo multiforme, lo diverso, lo idiosincrásico, se entierra
silenciosamente en el tembladeral común; una sola línea, un solo tono,
un solo sabor, una sola voz llena el circuito de cuatro leguas poblado
por 25.000 catalépticos. Toda la población es un monótono Mar
Muerto, cuyas olas blancas y coloradas piden famélicas un mendrugo
en la política para devorarlo hasta la muerte.
Por eso nadie hace carrera en nuestro país sino a condición de
chapotear en el partidarismo y adorar las momias atávicas. Quien se
distinga de los caucásicos salvajes y aspire a la gloria de una posición
intelectual, tiene que disponer de medios para trasladarse a Europa.
De otro modo, le conviene irse a Buenos Aires, donde hallará estímulos
para el trabajo y espíritus sensitivos en que se impriman las ondas de
sus emociones.
He afirmado, y con razón, que es una monstruosa anomalía lo
que ocurre en nuestro país respecto a la influencia recíproca entre la
sociedad y sus unidades, y si se compara dicha influencia en ambas
márgenes del Plata. Consecuencia de esto, es otra anomalía no menos

269
Tratado de la Imbecilidad del País

extraordinaria, la pobreza vital de Montevideo, la mezquindad de


sus manifestaciones económicas y sociales, sus hábitos primitivos,
y su quietismo anémico, que ni dentro de la selectividad guarda
proporción con la exuberancia y el aparato, el flujo y el movimiento
de Buenos Aires.
La ciudad de San Felipe tiene como quiera la tercera parte de la
población de Buenos Aires, y no alcanza a tener un centésimo de la vida
de aquel agregado importantísimo. Montevideo tiene más o menos la
mitad de la población de Madrid, Roma, y otras capitales europeas, y
sin embargo es una aldea miserable, cuyo comercio reducido iguala
apenas al del Rosario, una ciudad esta última que no tiene apenas ni la
3era parte de la población de Montevideo.
¿En qué consiste, pues, su atraso vergonzoso? Es indudable que en
sus moradores, los cuales como he dicho tienen un aparato nervioso
desarreglado, y son inferiores […mente] a los argentinos. Sólo una
inmensa inmigración sajona que corrija sus innúmeros atavismos
salvajes, que cambie por así decir a los uruguayos, podrá, quién sabe,
con el andar de los siglos, hacer de Montevideo una ciudad civilizada.
Con motivo de mi aserción sobre la ninguna influencia provechosa
del individuo sobre la sociedad en Montevideo, y de que los
uruguayos son en todos los órdenes de la vida una masa de témpanos
inconmovibles, conviene recordar lo que aconteció con Reus en los
cinco minutos que los orientales tuvieron de resucitados.
El levántate Lázaro de este financista hizo que los catalépticos
se saliesen, sonámbulos y como olvidados, de la tumba de su
imbecilidad. Reus, con su famoso suceso económico, pareció dar vida
a los montevideanos que, olvidándose de las flechas y las boleadoras
que llevan en el espíritu, atropellaron como novillos bravos a los
gallardetes de remate, mientras el financista los capeaba complacido
bajo el frenesí de las aclamaciones.
Todo parecía revivir a la sombra de un estandarte individual, pero
sucedió que Reus fue víctima de las cornadas de los novillos más
fieros, precisamente cuando había contraído una dolencia a causa del
egoísmo uruguayo, contra el que tuvo que hacerse pedazos en varias
ocasiones.108
Muerto el Mesías económico, los uruguayos volvieron en silencio a
la tumba de su imbecilidad.

270
Psicofisiología de los uruguayos.
Continuación de los caracteres
emocionales. Agregaciones
sobre El Pudor.
Sus distintos grados. El Pudor es el país. Delirio absurdo
de este sentimiento. Anomalías monstruosas. Faz antitética
del Pudor: reverso de este vicio. Sus relaciones con la moral,
la estética, el temperamento, las costumbres y la cultura.
Hipocresía que determina en hombres y mujeres. La cachondez
como oposición a la frialdad. Vulgarismo en los afectos.109

Se observan distintos grados de pudor en nuestras uruguayas,


teniendo en cuenta que dicho sentimiento, disfrazado de moralidad,
reúne toda la pauta primitiva desde la estupidez hasta el absurdo.
A más de los pudores huraños, religiosos, felinos, guerreros,
selváticos, matrimoniales, enemigos del lecho, votivos, cimarrones,
de que he tratado en el capítulo antecedente,110 existen otros más
originales, de origen indio-cantábrico, a saber, los octogenarios, los
de ultratumba, los periodísticos, los asociacionistas, los anti-estéticos,
los ingenuos, los temerosos, los gazmoños, los anti-filiales, los sucios,
los zoológicos, los jurídicos, los inhospitalarios, los municipales, los
policiales, los incrédulos, los envidiosos, los compasivos, los ásperos, los
apáticos, los virgófagos, los morfeicos, los prostibulares, los galantes,
los saturnianos, los religiosos, los parentales, los injustos, los espías,
los indumentarios, exofagal, exclusivista, de arrepentimiento, los
políticos, los literarios, los concejales, los conventilleros, los turistas,
los anti-diuréticos, los entontecidos, los porteriles, y los dogmáticos
feudales. A todos voy a referirme en el capítulo presente por orden
de clasificación, para que los lectores retengan lo más posible en su
memoria las distintas fases de este sentimiento hipócrita y fingido que
reina en nuestra sociedad.111

Ejemplo de pudor octogenario


Una anciana de setenta y cinco años se expresaba en estos términos:
«¿Yo, acostarme delante de mi marido? ¡En la vida lo haré, señora!

271
Tratado de la Imbecilidad del País

Aunque tiene casi un siglo, no por eso es menos pícaro. Siempre


acecha la ocasión de mirarme las pantorrillas. Sepa Vd. que cuando
me desnudo tengo buen cuidado de ocultarme bajo las sábanas».
Esta misma señora, al tener noticia que su nuera hallábase en
situación interesante, exclamó roja de vergüenza: «¡Qué escándalo,
por Dios! ¡Vaya con la cochina! ¡Quién los ve tan zorros!»

Pudor de ultratumba o póstumo


He conocido una señora que apenas era madre de catorce hijos, la
cual llegó a decir en cierta ocasión en que fulminaba sus maldiciones
contra unas prójimas enfermas, que no habían tenido reparo en
dejar tocarse los muslos por el médico: «A mí ni muerta me tocará
ningún hombre: serán mis hijas las que me vestirán para ponerme en
el ataúd». El marido no la había tocado, se sobreentiende.

Pudor periodístico
Se sabe que a ciertas representaciones, comunes en Europa,
no asiste por pudor la sociedad montevideana. Cuando Zazá,112 El
Bien,113 diario católico, amenazó a las señoritas que tuvieren la poca
delicadeza de asistir al drama con publicar sus nombres al siguiente
día, exponiendo a la execración del público el ignominioso pecado de
las rebeldes. Era de suponer que el fondo del castigo fuese, en realidad,
que excomulgadas por El Bien, las señoritas perdieran por lo menos
99% de probabilidad de encontrar un novio religioso. Palpitaba, en la
sombra de la tinta con que fue impreso dicho auto, el dedo terrible de
Fouquier-Tinville.
Últimamente, cuando Iris,114 se repitieron dichas amenazas. El
mismo diario se ocupó, en extensos editoriales, de la inmoralidad de
la obra, empleando en sus apreciaciones términos subidos. Parecía dar
a entender que los uruguayos son capaces de dar una lección a Europa
en materia de gusto y de placer estético. Muchas familias se abstuvieron
de pecar, porque creían ofendían con esa obra la susceptibilidad
pundonorosa de sus virtudes astringentes. Un diario, defendiendo
la obra, dijo que Iris se hallaba por encima de Manon, La Dama de
las Camelias, Rigoletto y Bohème�,115 debido al mayor encubrimiento
de las escenas corruptivas y al perfume virginal que se escapa de la
protagonista, la que, como se sabe, prefiere las mordeduras de los
gusanos a los zarpazos de la deshonra. Este argumento pareció,

272
Julio Herrera y Reissig

al entusiasmo que los escritores rinden a la castidad, el colmo de la


grandeza artística, por aquello de Guyau de que «las ideas determinan
los sentimientos». El cronista aludido se permitió, con todo lujo, hacer
alusiones despreciativas a la Gautier y a Manon, hallando a éstas poco
simpáticas.
Cuando la representación de Coralie116 y cía, los periódicos se
desataron en protestas enloquecidas contra la desvergüenza de la
obra. Y todo porque la escena ocurre en una casa amueblada, donde
más de un redactor y una señora habrán estado de paseo, siquiera una
vez al año. Las familias se pasaron la voz para no concurrir, y así pasó,
con gran júbilo de El Bien y varios periódicos, que se congratularon
porque el país hubiera dado la lección que se merecen los pueblos
europeos. Esto tiene que ver con lo que aconteció en Buenos Aires
antes de ponerse en escena la nueva ópera de Mascagni. Las señoras
de los abonados presentáronse en grupo a la Compañía al saber que
Iris iba a representarse. Exigieron enérgicamente que se excluyera del
abono dicha obra, y así se hizo. Al parecer, la América no desperdicia
oportunidad de corregir a la Civilización. ¡Mire que tiene gracia!
Cuando surge alguna polémica, los redactores se encargan de
encubrir lo más posible las expresiones que ellos encuentran desnudas,
por el pudor de los lectores. Las poesías y demás trabajos literarios
en que hay apenas un vislumbre de sensualidad son desechados
incontinenti. Las Revistas Literarias son fermentaciones de azúcar, de
una falsedad, una chafalonía y un afeminamiento repugnantes. Llega
a tal extremo el índice de estos periódicos, que en caso de publicar
algún trabajo de los aludidos, con un desconocimiento absoluto de
los derechos del autor se mutilan sin piedad el verso o el párrafo
sospechoso, y se presenta al público con la mayor buena fe la obra
mordida.

Otra faz del pudor periodístico


Un montevideano que ejerce en Buenos Aires la profesión de
periodista dio a luz un artículo sobre la [Cher de Marat (la reine de
belle)], la Emile D´Alençon y otras magas de la galantería parisiense,
cuya toilette aparece en la crónica junto a la de las princesas, en este
orden: Grand Monde, Demi Monde; a quienes acatan las señoras, y en
cuyas mansiones inverosímiles hacen antesala los millonarios y los
príncipes que llegan a París para quemarles su incienso, para rendirse a
su gracia. El bárbaro de Montevideo escupía sus nombres, hablando de las

273
Tratado de la Imbecilidad del País

estrellas del chic, con un candombe de guitarra, con una risilla ultrajante
de moralista, con una sorna canallesca. «Mujeres de tal jaez…», decía
el bárbaro en uno de los pasajes. ¡Sauvage Americain!
No faltan sin embargo las excepciones. La impulsividad puede
más que el pudor, ya lo hemos dicho, y es prueba de nuestro aserto
lo que aconteció con motivo de unas denuncias [[…nal]] referentes
a castigos aplicados en los cuarteles. El Día117 d[[…]] publicación
purpurina, por odio político, en un ataque de impulsividad fulminante
al que denunciaba, salió en defensa de los jefes acusados, explicando
las causas por las cuales sufrieron los delincuentes, los rigores de la
disciplina.
Orgullo de naturalidad, con aire de absoluta candidez, de no saber
qué [es] lo que hace, dicho diario (sin cuidarse en absoluto de velar
los hechos, y con prescindencia del pudor de los lectores) daba cuenta
de toda una pornografía de género masculino, en la que intervinieron
los cazadores del batallón N.o 4. Se hablaba de concúbitos en las tuberías
bajo el túnel, de ofrecimientos a domicilio, de becerradas nocturnas, de
enfermedades posteriores, en un lenguaje zafio, soez, de relator de
prostíbulo. Fue tan agudo el ataque de impulsividad que El Día no
pensó siquiera en los propios intereses, en que las familias [pudiesen]
escandalizarse, y al efecto de coser la boca al periódico nacionalista,
hizo una descripción que hubiera escandalizado a Zola.
El pudoroso El Día se bajó los pantalones en plena calle. ¡Trogloditas
púdicos!118

Pudor asociacionista
Los clubs y distintas agrupaciones del país [[…]] intervienen con
frecuencia en la vida privada de los asociados. A continuación van dos
ejemplos:
Florencio Sánchez, perteneciente a un círculo social de la Colonia,
paseaba un día con una amante por las pastosas calles de aquel [sitio]
histórico. En posesión del hecho, la Directiva del Club llamó al
imprudente para someterlo a juicio.
Apenas hubo entrado Florencio, señalósele con gravedad una silla,
y los jueces, poniéndose a distancia, dieron principio al interrogatorio.
Sánchez, ignorando hasta entonces lo que significaba aquella
ceremonia, se apercibió por fin de lo que acontecía; tomó el sombrero,
y esquivando toda respuesta, abandonó sonriente el banquillo de los
acusados.

274
Carta de invitación a colaboradores para el segundo tomo de La Revista. Herrera escribió
parte de este Tratado... en el reverso de estas hojas
Tratado de la Imbecilidad del País

No ha mucho que varios jóvenes de Montevideo obsequiaron con


un banquete a unos marinos norteamericanos. Terminada la comida,
se resolvió dar esparcimiento al ánimo, como llaman los uruguayos
al matreraje nocturno de la Calle Santa Teresa. Consecuentes con su
educación charrúa, y para que el esparcimiento hiciera época en los
anales teresinos, los alegres penetraron en lo de Juana Amestoy,119
y se entregaron al bandolerismo. Pusieron alas a las copas, hicieron
leña con las sillas sobre las cabezas de las mujeres, despedazaron los
espejos, lo que como era natural, dio origen a la prisión de los Fra
Diávolos. Días después, Juana Amestoy entabló demanda contra los
pudorosos quienes pertenecían, como después se supo, al Centro
Moralista de la calle Cerrito. Sabedora la Comunidad del Club Católico
del público pecado de sus socios, se propuso hacer una investigación
con el objeto de comprobar la culpabilidad de los héroes, y en
consecuencia inducirlos a que cumplieran con el sexto mandamiento
de Moisés. Citados a comparecer, se les sometió inmediatamente a un
interrogatorio inquisitorial, con el propósito edificante de hacer un
proceso más célebre que el de Dreyfus.
Después de una hora de silencio, y hallándose los acusados en el
banquillo, preguntó el juez, que era, según se nos asegura, el más
ferviente de los socios:
—¿Reconoce Vd. haber estado en la calle Santa Teresa?
—El reo (con altivez): ¡Sí!
—¿Piensa Vd. frecuentar esa calle?
—(indecente orangután): No señor. Muy bien señor, no volveré;
me haré la paja; voy a subir al palo enjabonado.
Con otro acusado.
—Juez: ¿Piensa Vd. delinquir en esa calle?
—El reo (negociante): ¡No señor, si Vd. me paga una hembra, no
volveré, lo juro!
Después de una breve deliberación resolvióse expulsar del Centro
a los hipócritas. Mas aquí no termina la comedia, pues según se nos
afirma, el Club, que no anda bien en sus negocios, los ha llamado a su
seno, el Padre del Hijo Pródigo, ofreciéndoles toda clase de franquicias
y liberalidades. Las bases del perdón consisten en que los socios
demuestren su arrepentimiento pagando las cuotas atrasadas. Por
su parte, el Club otorga indulgencia plenaria a los que satisfagan
la deuda, y se compromete a no averiguar la vida privada de los
Musolinos, dejando a los confesores de los reincidentes la tarea de

276
Hojas cortadas de un documento de la Comisión Especial encargada del proyecto para la
construcción del Puerto de Montevideo. Su reverso fue otra de las superficies que empleó un
Herrera escaso de papel
Tratado de la Imbecilidad del País

lavar con misteriosa lejía las manchas seminales de los enemigos de


Juana Amestoy.

Pudor anti-estético
Es notoria la acritud que se tiene al naturalismo en la literatura,
como en las artes plásticas. El gusto almibarado y la crítica pudorosa
execran hasta el fanatismo los libros en que palpita la desnudez,
aunque tengan éstos un mérito subido. Se prefieren los mamarrachos
de biblioteca, sahumados con el perfume virginal de la Edad Media,
a los manjares modernos de los sibaritas de la sensualidad; los
enternecimientos de sacristía, a las visiones pecadoras del misticismo
baudeleriano; las perfecciones áureas de la inverosimilitud romántica,
a los modelos palpitantes de la forma antigua. Se prefiere Lamartine
a Marcel Prevost,120 Jorge Onet a Paul Adam, José Zorrilla a Richepin,
Etchegaray a Suderman, Campoamor a Sardou, Alejandro Dumas a
Flaubert. Desde que Mauricio Zabala fundó Montevideo, la obra
que más representaciones [[…]] belleza no vale para los uruguayos
serios [[…]] moralidad. Horroriza el humo de las orgías, el benjuí de
los gabinetes secretos, la encrucijada de las citas, los misterios de la
enagua.
La notable Zazá se representó sin el primer acto, arreglada por
Samuel Blixen, para el pudor del país. La amputación de la obra es lo
de menos cuando se trata del gusto del público, ya que nada se tiene
en cuenta la tesis y el resultado del acontecimiento.
Cuando se desliza en la escena algún pasaje de dudosa moralidad,
las señoras se ponen a discurrir sobre temas indiferentes. Miran
con aire de discreción para la platea o el cielorraso, haciéndose las
desentendidas. Por más brillante que una artista sea, si no se conserva
pura, la sociedad de Montevideo la mira con desdén, y el público
indignado le niega sus favores.
Algunas actrices sobresalientes que han trabajado en el Solís,121
la Della Guardia122 por ejemplo, se han ido decepcionadas, con la
impresión de que esta gente si no es salvaje, lo anda cerca.
Y todo porque la distinguida actriz desagradó con sus blasones de
amante (siendo casada) al pudoroso público uruguayo, y cometió,
en concepto de éste, una inmoralidad, representando las obras
naturalistas de los grandes dramaturgos. No faltó periódico que
opinase en el país del agravio a las condiciones de la artista, tildándola
de mediocridad con fama. En cambio la Guerrero, por ser esposa con

278
Julio Herrera y Reissig

documento y representar las comedias moralistas de Calderón y


de Lope, mereció los mimos de la sociedad y las aclamaciones de la
crítica adulona. Todas a una aspiraban con fruición los azahares de
la heroína y opinaban con elogio de sus mejores talentos. El teatro
mereció un lleno absoluto, y la noche de su beneficio recibió la casta
esposa infinidad de obsequios. Se advierte para el caso que el público
del país no entiende ni un ápice de drama. La Compañía Leiget-Reiter,
que es sin duda la más completa que haya pisado el escenario, vendió
apenas, el día del debut, treinta localidades de platea y unos pocos
palcos. Las gentes no quieren saber nada con el drama modernista.
Lo revolucionario, en punto a moralidad, les estorba sobremanera. Su
pudor no aplaude sino las obras bendecidas por la Iglesia, y en cuanto
a las artistas, todas son detestables si no exhiben sus maridos o viajan
con sus papás. A propósito, la Tonia Dilorenzo, la adorada, la mimosa,
el chiche del público de Montevideo, especialmente de las mujeres.
El virgo le conquistó a la Tonia los afectos calurosos de la crítica, y
la concurrencia en masa de la sociedad, que asistía embobada a sus
representaciones, llenando a la ninfa de flores y regalos en homenaje
al cinturón de oro de la invencible fanciulla. Como se sabe, la Tonia,
una verdadera uruguaya nacida por casualidad en Roma, se ha casado
recientemente. Nuestro público tiene el mejor olfato cuando se trata
de aplaudir a quienes por sus propensiones burguesas no llegan a
humillarlo. Preveíase que el final de la talentosa virgen no podía
ser otro que el casamiento. El pudor, que es el sexto sentido de los
uruguayos, no se equivoca nunca: es infalible. La Tonia lo acaba de
corroborar.
Igualmente, se juzga deshonesto, provocador, como de mal vivir, el
modo erguido de una mujer cuando pasea. Las uruguayas, que andan
como a tropiezos, como cerdos en el barro, haciendo ángulos con
las piernas, inclinadas, flojas, echando ancas atrás como si fueran a
sentarse, miran como los jorobados del cuento a las de cuerpo airoso,
élancer, de remos sólidos y de cabeza a lo Estuardo. Dicen con agresivo
desprecio, refiriéndose a las elegantes: «qué modo de andar de loca;
lo hace para buscar hombres.» Ellas dicen de su desvencijo: «Aire
modesto de señorita».
Unas montevideanas aconsejaron a una señorita de formas
elocuentes, que caminaba con el cuerpo a plomo, que mirase para
el suelo y que no se ciñera, por lo mismo que tenía esa manera de
caminar sospechosa. He aquí el reproche: «¿En dónde has aprendido
a caminar así? No sabes que es el modo que usan las locas, para que los

279
Tratado de la Imbecilidad del País

hombres las sigan. ¡Encógete, inclina la frente, baja los ojos; dame el
brazo; de esta manera no se te conoce tanto!»

––

Las uruguayas tienen horror a la elegancia, a lo nuevo, a lo que


viene de París, pues les parece que esto amenaza la pureza de los
hogares. Las señoras de Montevideo no viven para el mundo, este
terco enemigo del voto matrimonial. En opinión de las uruguayas,
los elegantes sólo gustan a las mujeres de mal vivir. También suelen
llamar a los elegantes, siendo éstos bien parecidos, afeminados, con
un tonillo de moralidad autoritaria. En este país en que los hombres
no saben caminar, ridículamente las uruguayas se ríen de un elegante
que lleva el paso como es debido, y el cuerpo a plomo, llamándole
agresivamente marica. Toda la sociedad se exaspera por ese modo
de caminar, tildado de presunción femenina por las serranas de
Montevideo. Esto nos recuerda la fábula del europeo en el país de
los jorobados. Éstos se reían del intruso, y le gritaban a cada paso,
«Contrahecho, monstruo, ridículo». Así mismo, consideran la
limpieza en el hombre como un afeminamiento de los más ridículos.
Se advierte desde ya que los uruguayos no usan bidets. Volviendo al
horror a la novedad, han llegado de París unos juegos de porcelana
para matrimonios, compuestos de tres tacitas, una de las cuales es para
el amante. Bueno es que los maridos de Montevideo se acostumbren a
admitir esta tercer tacita.

Pudor ingenuo
Abundan en Montevideo las demi-vierges. Merecen este calificativo la
mitad, por lo menos, de las señoritas. Por un convencionalismo de los
más ridículos, se dejan tocar y retocar sin que por ello cedan. Su fiebre
alterna entre los 39 y 40 grados, sin que llegue a los soñados 41, que es
cuando sobreviene el delirio delicioso y la paciente ignora lo que se
hace. Consideran ingenuamente nuestras demi-vierges, hijas de María,
que lo único que les arrebata la diadema sacra de la castidad es el acto
de la posesión. Otra de las razones de la purísima es que se la juzga
una virtud aristocrática. ¡Qué paradoja indígena! Se finge ignorar
la conducta de las grandes mujeres de París, de la nobleza pecadora
de Saint Germain. Una señora no cede porque cree con eso dejar de
ser señora. Las mujeres del pueblo, que tienen mucho orgullo, por

280
Julio Herrera y Reissig

igualar a las clases altas, poseen el mismo concepto del honor, y en


consecuencia no aflojan, como dicen los uruguayos.

Pudor temeroso
Otra de las razones porque no ceden las señoritas, es el pánico del
qué dirán. Un pánico tan intenso acoquina sus deseos. Hace que las
palomas del divino cazador se duerman en sus nidos, trémulas de
miedo. Temen perder su cetro de representación, las demi-vierges,
entregando la otra mitad a sus pletóricos galanteadores.

Pudor gazmoño
Algunos jóvenes que, aunque reconocen el estilo magistral de
Pierre Louis y otros autores sensualistas, declaran que no les gusta el
género, son enviados a la campaña por prescripción facultativa, al poco
tiempo de su matrimonio, a consecuencia, como se comprende, de los
excesos del tálamo. Dichos jóvenes, aunque se conservan sobrios en el
hablar y poco dados a transigir, se empinan el tálamo hasta las heces.
Las señoras uruguayas, aunque tengan catorce hijos, gustan del
estilo romántico, y exclaman ante la obra de un sensualista, con
gesto de asco: «¡Qué chanchos!». Por lo común son lacrimosas,
sentimentales, gustan de Lamartine y de Dumas. Su moralidad se
deleita en esas obras. Se enternecen cuando leen estos autores.
Cuando se publicó Sueño de Oriente,123 hombres y mujeres babeaban
escandalizados. El pudor de unos y otras se revolvía con espanto en
una epilepsia de maldiciones y sonrojos. Esto no quita que, por lo
bajo, todos se regocijaron, y buscaron ávidamente la clave del libro.
Durante días y días, indagaron con gran secreto acerca de la heroína y
de su esposo. En todo lo cual ostentaban una risilla canalla que parecía
decir: «¡Nos gusta!» Un ex redactor de un diario católico, casado y con
hijos, que se distingue por su exaltación pudorosa, se ofreció a una
artista como amante oficial, exponiendo que se había hecho cargo
de un puesto importantísimo, y que esto lo ponía en condiciones de
responder a su compromiso. Agregó que era soltero, y poco después
enviole una carga de dulces de El Telégrafo, como para que la señora
se diese cuenta de su elevada posición. No hemos podido averiguar el
resultado de la golosina.
Se advierte que muchas personas morales, entre quienes se
notan excelentes maridos, tienen por amantes a las capatazas de los

281
Tratado de la Imbecilidad del País

prostíbulos. Es lógico: les gusta variar. Por regla general, los amantes
oficiales de las mujeres más frescas de Santa Teresa124 son diputados.
Éstos tienen derecho a estar con ellas dos noches a la semana,
y los domingos por la tarde a la siesta. Los jóvenes distinguidos
tienen también por amantes a las teresinas; las dejan para casarse
ofreciéndoles, al despedirse, una comida romántica.
Contrasta con el lenguaje bajo que usan los uruguayos por calles y
plazas, con sus agresiones a mano a la virginidad de las mujeres, y con
la calumnia de que las hacen objeto en sus conversaciones, la olímpica
indignación que muestran por un término violento en una polémica,
por un giro pornográfico. El terror de ellos es que esas palabras sean
leídas por sus mujeres, por sus novias, por sus hermanas.125 Tales
expresiones, dichas en público y envueltas por lo común en oropeles
de retórica, afectan en su concepto la integridad de sus mujeres.
Temen celosamente que estas cosas provoquen en las puras ardores
lúbricos, y puedan las Santas Cecilias pecar con el pensamiento. ¡Qué
sensualidad tan refinada la de estos creófagos enmascarados!
Se observa a pesar de todo que nuestras mujeres son menos
moralistas que los hombres. Se ve que Nietzsche tiene razón cuando
asegura que la mujer es más natural que el hombre.
Se debe saber que algunas uruguayas no se disgustaron de El Sueño
de Oriente. Mientras los hombres se enfurecían, ellas, en secreto,
enviaban por el libro a un mensajero de confianza. Casi no faltó una
que no leyese el divino sueño a horas en que el esposo no las veía.
¡Ojo maridos!
Varios señores aconsejaron a una casada que no leyera tal obra por
ser un libro monstruoso. Ella no hizo caso; y por el contrario, se nos
afirma que lo halló del todo bien.
¡Un aplauso a la señora!
¡Mis felicitaciones a Roberto!

Otra faz del pudor gazmoño


Una señorita aconsejaba a otra que no se dejase galantear por un
joven hijo bastardo a quien ninguna que se preciara podía aceptar.
Con efecto, nadie miraba al joven deshonrado por una infamia de la
naturaleza. Una vez casados los padres del hijo de la vergüenza, éste,
que pasó a ser legítimo, fue disputado por las señoritas.

282
Julio Herrera y Reissig

Distintos casos

Dos hijas naturales eran mal recibidas en los salones. Cuando hacían
su presentación, las mujeres las evitaban, riendo estrepitosamente.
Una señorita reprochaba a otra que se metiera desnuda en la
bañadera; la pudorosa tiene la costumbre de coleccionar estampillas
obscenas. Muchas personas de la buena sociedad sacan niñas del
expósito de 10 a 12 años para traficar con ellas. Las ofrecen a sus
íntimos por dinero. Esto da lugar a que en el asilo tomen muchas
precauciones para ceder una niña; los varones se entregan más
fácilmente, sin requisitos complicados.
Una señorita dejó de saludar a una amiga porque ésta se acercaba
demasiado a su novio cuando hablaba con él en el teatro. Se debe
saber que toda la familia de esta pudorosa escandalizada la ha corrido
famosamente. Una envió dos hijas al expósito; la otra no era ajena a los
alquileres ambulantes. A propósito, se nota que muchas señoritas muy
devotas juegan a las escondidas por dinero en las amuebladas, con
personas ya provectas. Algunas señoritas tienen un perrito cachondo
aleccionado de marido para todas ellas. Se turnan el perrito. De ese
modo transigen con el mimoso.
Se debe saber que algunas señoritas de Montevideo que no
asistieron a la representación de Iris en Solís, se embarcaron poco
después para Buenos Aires con el objeto de ver en esa ciudad la
impudicia de Mascagni. Las familias que tuvieron rubor de asistir a Iris
en Montevideo, no tienen inconveniente de realzar con su presencia
el éxito de algunas zarzuelas españolas de chiste desnudo y grueso, en
que abundan las alusiones a los distintos alvéolos del organismo. La
obra predilecta de las montevideanas es La Trilla. He aquí un pasaje:
«Después de la rodada del patrón le enjarreté la untura en la vena que
se le ablandaba, y ahora está tan dura que nuestro amo sirve hasta para
el amor: ¿Qué les parece a todos mi ungüento? ¡Véale Vd. ahora la
vena al patrón!»
Al oír esto, los solteros aplauden locamente; se pide el bis en medio
de una orgía de carcajadas. Los maridos guardan discretamente una
circunspección de censura, y escrutan con disimulo el rostro de sus
mujeres para notar el efecto. Las señoras y las señoritas se hacen las
que no advierten; un ligero rubor tiñe sus rostros; algunas se sonríen
mirando al suelo con un recato de mimosa coquetería. Otras, con
disimulo práctico, se dirigen seriamente en actitud normal a sus
compañeras.

283
Tratado de la Imbecilidad del País

Cierto que más tarde le toca el turno a la moralidad: hay una


compensación matemática en la obra, y obtiene un éxito estruendoso
en ambos sexos, la siguiente frase: «La honra es lo más grande, es lo más
sublime; sin la honrita, adiós, adiós.» Las mujeres al oír esto se hinchan
de satisfacción; hallan el triunfo de sus cadenas seculares, la apoteosis
de su virtuosa exclusividad, el salmo teatral de su inexpugnable
fortaleza, la sanción lírica de sus candados de vírgenes. Los maridos
sonríen con mesura, con un placer coquetón de propietarios felices a
quienes se elogia su ingenio…
Las esposas sonríen orquestalmente fraternizando con sus maridos.
Hay bis indefectiblemente.
No ha mucho se dio en el Ateneo de esta ciudad una conferencia
sobre la Emancipación y derechos de la mujer. Se prohibió la entrada
a las víctimas. Titulóse la conferencia: «Para hombres solos». Un
estudiante, excelente moralista, estigmatizador de oficio, se ofrece
exclusivamente para hombres solos, a quienes da conferencias sobre
el ningún derecho fisiológico de la mujer. Es sultán de varios amigos.
Todos los que se le acercan perecen sin empacho. El homófago no
se explica cómo pueden gustar al hombre los alvéolos femeninos. Es
muy armado. Es el Patrono de los polainas pederastas.
Una señora de la sociedad fue abandonada por su marido, quien
huyó en compañía de una mujer de teatro con rumbo a Guatemala.
Unos meses después, la señora hizo acto de presencia en la Ópera de
Solís. La indignación del público llenó la sala. Sus relaciones dejaron
de visitarla. Hízosele el vacío. Se la maldijo.
La sociedad opinó que era una desvergüenza que una mujer
abandonada por el esposo tuviera ánimo de divertirse. Se exclamaba:
«Merecería que el esposo no se acordase más de ella». Se habló de
un mensaje a Guatemala dándole cuenta al marido de la probable
infidelidad de la viuda.
Una señorita, mientras tenía un hijo con un hombre casado,
aprontaba el ajuar para enlazarse con otro. Se observa que muchas
niñas se dan a los hombres casados por un exceso de pudor, pues
juzgan como una ignominia tener tales confianzas con un soltero,
quien no constituye para ellas un hombre de respeto. A más porque
desconfían de la discreción de los célibes, y en materia de honor
se hace preciso mucho disimulo, una reserva de ministro. Otra
señorita, muy celosa del pudor, se despidió de su novio para un viaje
a la Exposición de París, en compañía de sus hermanas. De Buenos
Aires dio vuelta, cambiando de vapor en la dársena, y echó anclas

284
Julio Herrera y Reissig

triunfalmente en casa de la partera. A los seis meses, del cono de San


Francisco saludaba el divino Palestrina el triunfo de su regreso de la
Exposición, bendiciendo a la recién llegada y a su esposo con inefables
armonías de epitalamio celeste. ¡Casarse muchachas!
Cuando murió la madre de una amante aristocrática, Montevideo
distinguido concurrió al sepelio. Sin embargo, ninguno de los
acompañantes entró a la casa, que parecía infectada por la deshonra.
A una señora, mientras era amante de un conocido hombre público,
nadie la distinguía, todos la despreciaban, llamándola con acritud la
concubina. Una vez casada, la mejor sociedad de Montevideo le rindió
homenaje, concurriendo a sus recibos. Falleció poco después de su
matrimonio. Todo el mundo lamentó la irreparable pérdida, los
diarios labraron las más hermosas diademas fúnebres, elogiando las
virtudes privilegiadas de la extinta.
Se sabe que a los famosos bailes ecuménicos de máscaras que se
efectúan en el Solís,126 concurren bajo el disfraz señoras y señoritas de
la más alta aristocracia. Las primeras se les escapan a sus maridos con
pretextos ingeniosos. No obstante, nadie piense en una carnavaleada
de las eximias Lucrecias. Su objeto es curiosear un rato, es darse cuenta
de los hervores de la orgía, sin peligro de que nadie las critique.
Hay quien augura sin embargo (vox populi, vox dei), que las mujeres
salen sin calzones en carnaval. Estos días de locura son una especie de
saturnal cristiana, una vacación de la abstinencia, un descanso a las
pesadas tareas de los deberes conyugales.
Es la única época del año en que las uruguayas echan una canita…
Cierto que también en la fiesta de los españoles la clase menos
elevada se permite unas ojeras [enlace]-episcopales (traslado a
Tiberio127). Los asilos se enriquecen a los nueve meses de estas grandes
alegrías; las parteras y nodrizas ganan para todo el año; los tambos no
alcanzan a satisfacer las necesidades del consumo.
Durante el carnaval, las amuebladas lucen una tablilla, como la de
los trenes que dice completo.
La juventud disputa sobre quién ha ligado más enfermedades
venéreas en sus excursiones por el bajo. En esto, y en bailar bien con
quebrada, y en quién sabe jugarle pierna con elegancia más orillera,
cifran toda su vanidad los asiáticos de Montevideo. Los Don Juanes de
Santa Teresa, los conquistadores de cinco reales, pasan el domingo
tomando mate, en animada tertulia, con las Leonores de los marineros
de nuestros misteriosos prostíbulos, entre el perfume de puesto de
pescado que se respira en sus compartimientos.

285
Tratado de la Imbecilidad del País

Cuéntase de un joven melancólico, desolado porque todos sus


camaradas habían obtenido, por lo menos, la condecoración de un
chancro, mientras él, hasta entonces, no podía vanagloriarse de tan
lumínica honra. El nostálgico aspiraba con ansiedad fiebrosa, a
ser un elegido de la sífilis, del hada lúgubre que precipitó al cínico
lusitano en las cloacas de la miseria.CXXV Sospechando vivamente
que una prostituta podía hacerle este regalo (Lord Byron), dirigiose
a la infectada y poco después, el incólume caballero pavoneábase
enorgullecido con una placa conmemorativa bajo la lengua.
Se hacen apuestas entre los jóvenes al que tiene más aguante para
echar diez vainas en la calle Santa Teresa. Recorren todos los hoteles
sirviéndose un vermouth en cada uno. El vencedor es aclamado, y el
vencido satisface con deleite los gastos de la guerra. El mayor orgullo
de los jóvenes montevideanos consiste en la longitud de la jabalina. El
que es armado, el de biznaga más voluminosa, como ellos dicen, goza
de un prestigio inverosímil entre los compañeros, como así mismo
entre las cellencas. Todos dicen de él con tono de admiración: «Es
demasiado hombre para una sola mujer; ¡qué buena lanza!». Se armó
recientemente, en un baile aristocrático, una interesante discusión
entre varios jóvenes, acerca de quién poseía el fusil de más calibre (la
potencia de los uruguayos merecería un capítulo aparte). Uno de ellos
invitó a los circunstantes para la letrina, y acto continuo se trasladaron.
(La sala se despobló. Las señoritas desconcertadas. Ruido de fuga en el
vestíbulo. Cuchicheos en la cocina, sombras en el tercer patio escondidas en la
carbonera).
El vencedor, que era un estudiante, sacó por el cuello, por encima
de la corbata, algo así como un pez raro. Los testigos, en medio de
una estupefacción admirativa, se descubrieron respetuosamente,
felicitando al púgil. Alguno dijo: «Me ganaste raspando por media
pulgada».
Los fisiologistas declaran que los salvajes poseen órganos inferiores
sumamente desarrollados. El vientre y el aparato generador
asumen proporciones hiperbólicas, al contrario de las funciones
cerebrales, cuya organización es reducida. Los ventrudos uruguayos
no desmienten esta regla. Su pene constituye la credencial más
gloriosa de su rango primitivo. Cierto que a dar crédito a una teoría,
el triunfante pene de los uruguayos debe su importancia fisiológica
al amasijo de la masturbación. Es salvaje sólo por artificio… Hecho

CXXV El Don Juan de Guerra Junqueiro.

286
Julio Herrera y Reissig

a mano, desde la edad más tierna, representa un milagro de la


gimnasia, fruto indiscreto del pudor de nuestras mujeres. La potencia
de los uruguayos, su vanidad irracional, es la gran excepción al ázoe,
al elemento omnipotente en que flota todo el país, es una paradoja
fulgurante del organismo que da en pleno rostro una bofetada a la
naturaleza. Juzgando por inducción, los órganos de los hombres han
de consonantar armoniosamente con los voluminosos esdrújulos
masculinos. A tales armas, tales panoplias. Aunque parezca extraño, un
pene da la medida de una civilización. Los parisienses y los japoneses,
dos razas superiores, dos razas cerebrales que se han impuesto en la
Humanidad, poseen, según un naturalista, el pene más reducido entre
todos los grupos de los hombres: un pene culto, un chiche, un pene
oficial como dicen en Roma las refinadas. [[…]] por confesión de
médicos se debe a la falta de consumo cerebral; todo sale por el pomo.
Es por esto que no son artistas. Estos pomos, estos monumentos, estas
hipérboles de Boccaccio, son muy del gusto de las uruguayas, las cuales
lo primero que miran en un hombre es lo que llaman el bulto. Una
señora expresaba a una señorita: refiriéndose a un caballero que por lo
visto no podía entrar en competencia con el poseedor del pez: «¡Mire
con disimulo; ese mozo no parece hombre!» Y ponía en guardia a su
protegida contra la probabilidad peligrosa de un marido poco lancero.
Se comprende que acostumbradas a estas violencias las uruguayas, a
estas vigas, no les haga efecto el mini. Pasó lo que con el borracho que
cocido por el aguardiente no gusta de los licores.
Un joven de nuestra sociedad esconde un monstruo bajo su
pretina; un guanaco arisco que escupe a torrentes en la calle Santa
Teresa. Se considera al joven una eminencia prolífica, y se le dirigen
cumplimientos a Su Majestad zoológica, que él recibe lisonjeado con
inclinaciones de coquetería.
Por esta gracia de la naturaleza es conocido el joven con el nombre
de Bergalli. Un admirador ha fotografiado el pene.
Otro caballero es el terror de los serrallos de Montevideo. Tiene
que pagar el doble. Para connubiar el niño, es necesario que cuatro
almohadas se interpongan rufianescamente entre su cuerpo y el de
la mujer. Se le mide de este modo un pene natural, y la suave vaselina
atempera sus furores haciendo del machete un palo enjabonado.
Cuando el joven asiste a un baile, usa cierto pantalón-bombacha. Se
entablilla el muslo con el pene, y éste, prisionero de una venda que
abarca hasta la rodilla, queda inmóvil toda la noche.

287
Tratado de la Imbecilidad del País

Se cuenta de una novia despavorida durante la iniciación. Su


marido, un gran lancero, penetraba en su carne como en manteca.
(Proclama del mariscal Ney). En un momento de pánico, la víctima se
desvanece diciendo: ¡No me pongas la rodilla, bárbaro!
Por una aberración de la naturaleza, existe un uruguayo de pene
exiguo que vive atormentado constantemente por la preocupación
de que no es hombre. Considera que la pequeñez de su miembro lo
rebaja, y para disimular el ridículo, abulta el bolsillo del pantalón con
dos pañuelos anudados que apedantean su pretina.
Allá en Florida las mujeres huyen espantadas de un joven Pichón
que, según las malas lenguas, se enrosca el pene en la cintura como
si fuera una faja. Las mujeres le dan con la puerta en las narices,
poseídas de un temor supersticioso. El descubrimiento del fenómeno
se debe a una sirvienta que vio al joven en la bañadera por el agujero
de una cerradura. La noticia cundió por la ciudad en menos de un
relámpago.
Se sabe que algunos uruguayos matan a sus mujeres a poco del
matrimonio. Hay casados que han muerto dos y se preparan para la
tercera. ¡Las infelices sucumben de peritonitis, reventadas por un
monstruo legendario, por un cabalgador furioso que les destroza las
vísceras! Un delincuente de este género discutía con un colega sobre
quién de los dos merecía ser condecorado por virilidad, diciendo: «Yo
he muerto dos». El otro repuso: «¡Con esta es la cuarta!» Esto recuerda
los dos caballeros que, al ponerse en guardia para batirse, se dijeron:
—«Es el diez y ocho que mato; con que aprontaos»
—«Y yo el ciento veinte».
Las cocottes extranjeras se asombran de la potencia asnal de los
uruguayos y de de sus órganos monumentales, aunque con un pero:
Ils ne sont pas vraiment des artistes�!… La potencia de los uruguayos.

***

Los jóvenes, como he dicho, son esencialmente pudorosos.


Alardean de moralidad; son pletóricos enemigos de la carne. Durante
el noviazgo, se abstienen de besar a sus vírgenes. ¡Son tan ideales!
Sin embargo, se ceban para casarse con tres meses de anticipación.
Toman […], chuño, huevos candeales,128 depurativos para la sangre,
aceite de bacalao. ¡Y todo con tan buen gusto! Guardan asimismo
abstinencia, y se ponen alcanfor bajo el vientre para no excitarse por
la noche, pues en ese caso perderían los ahorros testiculares, que

288
Julio Herrera y Reissig

acumulan prudentemente para obsequiar a sus prometidas con un


regalo de bodas que vaya bien a su castidad. La primer noche, que así
se titula el sueño de oro de su juventud, es para ellos una causa de
preocupación constante. «¿Como haré para desnudarme? ¿Quién
lo hará primero? Yo me muero de vergüenza. ¡Qué horror! Ella tan
pura… ¡Me da lástima!» Esto no quita que posterguen un solo día el
divino descorchamiento. La primer noche del plenilunio, ellos se
entregan a Venus con un deleite de azúcar.
Es algo pasmoso lo que ocurre sobre el tálamo. Los muebles se
sacuden violentamente, como si se tratase de una sesión espiritista.
Los autores del terremoto, en un rapto de pudor, se abalanzan sobre
sus víctimas, las que despeinadas y sudorosas, ruedan entontecidas por
el lecho bajo el empuje de un canon hidráulico.
Cuéntase de un joven que echó 11 la primera noche. Se advierte
que los primeros tres sin sacar, como dicen los uruguayos. Ella, con el
objeto de recuperar las fuerzas y por consejo del anfitrión, tomaba en
los intervalos bizcochitos de oporto, mientras él llegó a consumir en
poco tiempo media botella de cognac.
Al otro día, consecuencia de los excesos, no pudieron abandonar
el tálamo; tenían las piernas como de trapo, y unas barrancas negras
bajo los ojos. Por consejo del médico fueron disminuyendo la dosis,
plantándose regularmente en cinco, lo que era para el moralista un
colmo de exigüidad.
Se sabe que los uruguayos solicitan una licencia para casarse,
sin la cual no podrían prepararse para la comida sensual, ni comer
a gusto, ni hacer sultanescamente las digestiones. Por lo demás, se
considera como un impudor de ridículo monstruoso que los recién
casados se presenten elegantemente en público durante el misterioso
[plenilunio] de la iniciación, cuando los novios, a juicio de la
hipocresía, deben esconder la vergüenza de la alcoba, los secretos del
[almizcle] en lo más profundo de la soledad de una cartuja.
Natural es que los recién casados, teniendo que sufrir la condena
de tan largo encierro, no resistan a la tentación de experimentar una
noche de placer, abandonándose cómodamente en el lecho, sobre
emplumados de [carne], sobre edredones de vellones, sobre hamacas
de moiré y elásticos de marfil. El secreto de que muchos vayan a pasar
la luna de miel en el campo no es otro que sustraerse, durante una
quincena, a las visitas de la familia, las cuales, por un etiquetismo
importuno, interrumpirían el abandono lánguido de los gastrónomos.
El dueño de un restaurant de Santa Lucía nos refirió no ha mucho

289
Tratado de la Imbecilidad del País

que unos novios, pertenecientes a la primera sociedad de Montevideo,


pasaron la luna de miel en la cama, haciéndose llevar la comida a la
pieza, donde ellos no se vistieran más que una vez durante las dos
semanas de su permanencia en el campo. En el hotel de Villa Colón
donde debutan por lo regular los conyugados de Montevideo, ocurre
frecuentemente que las parejas no se dejan ver sino por el servicio.
Esto hace pensar en los hambrientos de Santa Lucía.

***

Aumentan las luzonadas nocturnas a nuestro asilo de huérfanos.


Un empleado nos manifestó que las señoritas de la aristocracia echan
en [[…]] por el buzón, adjuntándoles una seña. La seña [[…]] en
un hijo de fotografía de la madre [[…]] si se le antoja reclama [[…]]
retrato. Existe en esa Institución sagrada [[…]] en la que figuran
las estrellas de la [[…]] Deutsche Schule [[…]]. Unos padres muy
honrados [[…]] doctor; ni [[…]] señorita, falta de [[…]] al Expósito,
con la seña [[…]] de una sífilis contagiada [[…]] por la honradez de
las po[[…]] apropósito de [[…]]

Pudor antifilial
Una señora pudorosa, enemiga acerba del escándalo, dejó que
naciera su hijo sin que ella le hubiese hecho ni siquiera una camisa.
La madame preguntóle con extrañeza si hubo estado imposibilitada
durante el tiempo del embarazo. Y ella respondió, muy sorprendida
de que se le hiciera tal pregunta: «¿Cómo quiere Vd.. que yo le abra los
ojos a mis hijos?» Debe saber el lector que la más nena de las hijas no
pasa de 20 años.

Pudor sucio
Se sabe que nuestras mujeres se descuidan el cuerpo, debido
más que todo a un escrúpulo de pudor. Si no se lavan ciertas partes
con la prolijidad necesaria es porque lo consideran un pecado.
Pueden, mientras dura el lavaje, tener un mal pensamiento. No usan
irrigadores ni otros aparatos de limpieza por miedo a la fractura de
la virginidad, esa aureola matrimonial que representa para ellas el
precio de su liberación. Muy al contrario, creen ingenuamente que la
antisepsia prolija y el lavado interior son impropios de una señorita;

290
Julio Herrera y Reissig

y no tienen más uso que en las locas, como dicen ellas. Las señoras
no se lavan al acostarse, porque en su concepto es un impudor cuidar
excesivamente de la flor maldita de Satanás. Todo está en tener limpia
la conciencia y en lavarse el alma en los confesionarios cada siete días.
Respecto a las señoritas, el perfume virginal impide que se perciban los
olores desagradables. Este deprecio por la carne, nacido en el pesebre
de Bethleem, conserva toda su integridad en nuestra gente pudorosa.
Consecuente con este mito, se confunden las defecaciones con los
sublimes efectos genitales, debido a la mínima distancia que existe
entre los alvéolos. En las casas, todos se ocuparán de los salones y piezas
de recibo, pero nadie repara en la letrina. Es un impudor ocuparse
del lujo higiénico de los comunes.129 Éstos, que nada saben de water
closet,130 cañerías, baños, bidets, jabón y toalla, son unas cuevas de dos
metros de largo, por medio de anchura, en las cuales el protagonista
navega en un océano de bacterias, nada en una Venecia inmunda, y
sale luego medio asfixiado por el pudor que allí se respira.CXXVI Estos
templetes de promiscuidad cular, levantados por la pureza necia
de nuestra gente, tienen una ubicación muy racional, razonable y
orgánica pues, como se sabe, distan apenas dos metros de la cocina.131
La falta de cámaras higiénicas y cuartos de baño en los domicilios de
Montevideo no simboliza otra cosa que un exceso de escrúpulos de
moral, la cual, severa como es, desprecia dignamente las funciones de
la materia. ¡Qué gesto de repulsión hubieran hecho los Petronios del
paganismo, los adoradores de su cuerpo, los perfumados varones de
Atenas, Roma y Alejandría, los poetas de los baños, ante la suciedad
salvaje de este pudor hispano indígena que fermenta en nuestros
uruguayos!

***

No hay nada más complicado en metafísica que la media pulgada


que existe entre los alvéolos. Nuestro público gusta locamente del
chascarrillo repugnante; de esa gracia zarzuelesca de caño maestro,
que ellos aplauden en la conversación, en el escrito, en el teatro, con
desbocamiento de hilaridad, como si se tratase de un sprit hermoso.
Esta clase de chiste les parece inocente, y de ahí el entusiasmo que
le profesan. Hasta las mujeres se muestran complacidas con el

CXXVI
Contrastar estas letrinas con las de última moda de París en las cuales hay perfumadores y
bibliotecas.

291
Tratado de la Imbecilidad del País

carambus inmundo que desemboca en el más grueso de los intestinos.


Tratándose de la ojiva neutra, el pudor, lejos de sentirse agraviado,
se sonríe con malicia como un chiquillo precoz. Pero si el chiste se
equivoca de alvéolo, nos guarde Mahoma de la tempestad de furias, de
los crujimientos de dientes, de los sordos hamaqueos de indignación
de que son víctimas los que, momentos antes, platillaban a dos manos
las chufletas mal olientes del protagonista. En los corrillos o en el
teatro las mujeres enmudecen atemorizadas, o toman sus abrigos para
retirarse; los hombres se agitan como víboras furiosas con la lengua
afuera.CXXVII ¡Válganos Dios; por media pulgada, cuánto barullo!
El pudor que transige con el alvéolo neutro pierde los estribos en
cuanto el actor suelta las riendas a su Pegaso y éste resbala por el
bosque sagrado de la Diosa. Como se ve, la moral uruguaya, que huele
castamente a cebolla y a cocina, se yergue como un Moisés con las
Tablas en la mano apenas Afrodita descubre una pelusa.
La media pulgada es también la causa de que los uruguayos
entiendan, ingenuamente, que la sensualidad es una inmundicia.
¿Para qué habrá colocado Dios ambas cosas tan juntas, en vez de
arreglarlas a gusto de los uruguayos? En el cuerpo humano, como en
los domicilios de Montevideo, la letrina está cerca del comedor. Los
sensualistas dicen, sin embargo, que esto va bien.
A pesar de todo, es cosa que enternece los pudores anti higiénicos de
nuestras cándidas Clarisas, sus virtudes diamantinas, su cristiano poco
aseo. ¡Oh moral sucia, embrollada! ¡Oh pureza inaccesible, inmutable
como las nieves eternas! ¡Oh el sacro fuego de sus corazones, la cera
de sus inocencias, el tabernáculo de sus virginidades, la miel de sus
ternuras, el musgo de sus dientes, la noche de sus uñas, el oro de sus
orejas, el zorrillo de sus sobacos, la aceituna de su cabeza, la perdiz
refinada, francesa de su aliento, por donde han venido a resultar
franceses los uruguayos! ¡Todo se une en santa paz! ¡El Pudor es el
país!

Pudor zoológico
Una señora de mucho pudor a quien le regalaron varias gallinas
y un solo gallo, consecuente con su moral monógama, se propuso
celebrar el casamiento de dichas aves y para el efecto compró un gallo

CXXVII Tal confunden la inmundicia con la sensualidad, que se oye con frecuencia
decir a los uruguayos: «Una vez que se me entregó le tomé asco, perdí completamente la
ilusión». Efecto del olor a chivo, como diría Javier de Viana.

292
Julio Herrera y Reissig

para cada gallina. Naturalmente que los varones se hicieron pedazos,


con lo cual la dueña no se disgustó gran cosa, ni se decidió a transigir
con el harén pues según dijo, era una desvergüenzan un solo gallo
para muchas gallinas.
[[…]] como a las yeguas [[…]] las cuales como [es sabido] gozan
[[…]] de la misma forma que las pupilas de los gallos. Es también
una gran calumnia de los orientales. Las yeguas por lo común nacen y
mueren vírgenes, abdicando sus funciones generadoras en las mulas,
que las representan dignamente. A semejanza de las mujeres del país,
las yeguas nacionales son reacias a la cópula divina. Se defienden a
patadas, como las señoritas de Montevideo. ¡Qué vínculo filosófico
liga a los seres de nuestra naturaleza! Todas tienen una misma alma,
todas las mismas tendencias, el mismo temperamento. Únicamente
las yeguas de raza, en cuyas venas corre sangre aristocrática, gozan
de los sublimes privilegios de la sensualidad y se abandonan, como
las mujeres de raza, como las parisienses, como las españolas, como
las turcas, como las inglesas, a los deleites lascivos, al culto de la
carne.CXXVIII
¡Oh si nuestras mujeres fueran castas como las palomas! ¡No
habría paraninfos ni masturbadores, ni cloróticas, ni neurasténicas, ni
histéricas, ni hipocondríacas, ni neuropáticas, ni idiotas, ni dementes,
ni místicas, ni epilépticas, ni anémicas, ni degeneradas, ni medulares!
No existiera, por fortuna, la juventud sifilítica de la calle Santa
Teresa, [[…]] de las escrófulas y los fétidos tumores se albergaran en
el Expósito. No nacerían [c…] los niños de la caridad; condenados
indirectamente al vejamen y al martirio [[…]]nencia yeguariza de
nuestras zafias mujeres. No pasearan tan orgullosos, con aire [[…]]
[maridos] de Montevideo pensando en la aventura del aura seminalis
por las trompas de L[[…]]. No bracearíamos, locos de fiebre los hijos
de Afrodita, chapoteando en el deseo, entre una muchedumbre de
unicornios ratés.
¡Cuántos óvulos fecundos, cuántos úteros colmados, cuántos
repliegues mimosos, cuántos clítoris eréctiles, cuántos pubis
satisfechos, cuánto licor vaginal se uniera con el esperma! ¡Cuantos
hímenes preciosos disputados a la baba del repugnante insecto de las
tumbas!

CXXVIII Se dicen en cambio aludiendo los temperamentos fríos: tener sangre de pato,
cuando este animal es tan fogoso como el cerdo. Después del connubio el pato sufre un
desmayo violento una epilepsia lasciva. Y como no goza tanto como la paloma.

293
Tratado de la Imbecilidad del País

La vampírica espermatorrea no chupara los cerebros, no


destruyera la mente precipitando a este pueblo en la estulticia y el
chisme. Tendríamos literatura en vez de vicios de tinta y de neurosis
de aplausos, tendríamos hombres y no parodias del sexo, chafalonías
humanas, tendríamos un país en vez de una necrópolis de imbéciles.
Un Balart de Montevideo podría parodiar la cuarteta del liróforo
de su familia: v. y g.:

Granada como una espiga


Al trabajo no dio tregua,
Guardosa como una hormiga
Y casta como una yegua.

O de otro modo:

Granada como una espiga


Fuerte como una atalaya,
Guardosa como una hormiga
Casta como una uruguaya.

O bien,

Yegua como una uruguaya

(Dos términos iguales a un tercero son iguales entre sí)

Pudor jurídico
Unos doctores en jurisprudencia, entre los cuales hay jugadores,
tramposos y libertinos, se han presentado a un señor de mucha
autoridad rogándole que encabezara un petitorio dirigido al Tribunal,
con el objeto de que éste suspendiera en sus funciones a un abogado
pederasta; petición que se fundaría en el pudor de las leyes.

Pudor inhospitalario
Un joven se presentó en uno de los principales hoteles de
Montevideo, pidiendo alojamiento para una señora. Contestole el
dueño, con un gesto de disgusto, que en el hotel no se reciben señoras
que no se hagan acompañar de sus esposos. La señora se vio obligada

294
Julio Herrera y Reissig

a alquilar un marido. Este pudor tiene que ver con su congénere, el


transatlántico de la compañía de vapores «Cánovas del Castillo», la cual
exige de los pasajeros, si son hombres, que presenten su fe de solteros
o casados, y de las señoras, que viajen con sus esposos.
Una mujer que alquila piezas en su domicilio y ejerce la profesión
de rufiana, exige a sus parroquianos la papeleta del matrimonio.
En los vapores rioplatenses no se admiten los amantes en el corazón
del buque, en la cámara. Se los relega, como de favor, a proa, en las
afueras del navío, como para que se ventilen, y el perfume del pecado
huya en alas del pampero.
Nunca falta un pretexto en boca del Comisario para satisfacer esta
medida; v. y g., que los camarotes se hallan todos ocupados. Los mozos
de servicio tienen el aire adusto; sirven con encogimiento, como con
repulsión. Si los amantes han pedido un camarote para cada uno,
son vigilados por la tripulación, cuyos individuos se turnan detrás de
ellos para evitar que penetren en el mismo camarote, esto es, que se
descarrilen. (El Capitán, como un nigromante misterioso, adivina
perfectamente la legalidad de las parejas.)
Si los amantes se quedan en el salón, cada cuarto de hora entra
un mozo y escruta con desconfianza, como un pájaro cabalístico. Se
considera que los amantes tienen apetito siempre. No así los esposos,
que tienen régimen para comer, para tomar el postre, como dice
Zola.

Pudor municipal
Se sabe que por una reglamentación del Municipio, atentatoria
a la libertad, existe un radio para las prostitutas, cosa inicua que no
rige en ningún país. El comercio de las mujeres es tan considerable
como libérrimo. Esta costumbre se remonta a la época de los Papas
en Roma, cuando se creyó posible moralizar de un golpe la sociedad,
suprimiendo la prostitución. Este atentado prohibitivo se basa en que
es un impudor que la vecindad honrada tenga que sonrojarse a la vista
de esas pecadoras infames, que deberían esconder su vergüenza en las
tinieblas de un claustro. Habiéndosele preguntado a un miembro de
la Junta acerca de esa disposición czarina, éste se limitó a responder:
«¿No tiene Vd. hijas?»
Se debe saber, a esto, que no ha mucho se habló con entusiasmo
de un proyecto de la Municipalidad referente al ostracismo de las
prostitutas, convertidas, por otra gracia del Julio Verne administrativo,

295
Tratado de la Imbecilidad del País

en Escipiones montevideanas. Entiéndase por ostracismo el


aislamiento insular de que iban a ser gracia las cellencas, como si se
tratase de pasajeros presuntos de Bubónica. Por el tal proyecto, se
obligaba a las prostitutas a trasladarse en éxodo al peñasco carbonífero
llamado Isla de Ratas. Hubiera sido cómico que los graves uruguayos,
al resplandor de la casta luna, fuesen a coger en vaporcito.
Un periodista liberal halló exagerado el proyecto, y limitose a
decir que lo que convendría, por ahora, es que se les diese por cárcel
el Barrio Reus.132 Estos pobrecitos uruguayos no saben que todo un
Papa como Sixto V sentía el mayor respeto por las cellencas, a quienes
expulsó de Roma. Pero en vista de los crímenes y desórdenes sociales
que se produjeron en ausencia de esas válvulas a que se da el nombre
de prostitutas, tuvo que reconocer su falta, y abrioles solemnemente
las puertas de la ciudad divina con indulgencia plenaria, Te-Deum, y
bendición de San Pedro.

Pudor policial
Existe una disposición policial por la que se prohíbe
terminantemente salir a la calle, y ni siquiera asomar a la ventana,
mientras alumbre el sol, a las pupilas de Santa Teresa. Esta prohibición,
gemela casta de la municipal que hemos referido, se funda como
aquélla en las inmunidades que el pudor de las familias debe gozar.
Dicho pudor, a juicio de la Jefatura, debe ser garantido por los sables
y las multas, pues fuera escandaloso que la autoridad no velase por
la buena conservación de los perfumes virginales. Los guardianes del
orden tienen derecho a llevar presas a las buscadoras de marchantes,
como llaman los uruguayos a las prostitutas nocturnas que se lanzan de
paseo. Se advierte que para salir en libertad, las pecadoras tienen que
ceder a los empleados de policía, lo que se juzga más moral que andar
de paseo escandalizando cuando la gente ni las ve. También, no deja
de ser muy pudoroso que en las comisarías se ejerza clandestinamente
la prostitución. Por lo demás, se sabe que ésta no se permite fuera
del radio. No obstante, hay excepciones; los comisarios la permiten a
cambio de que la dueña los acaricie cuando hace frío una que otra vez,
o les agencie algunos budines, como dicen ellos.

296
Julio Herrera y Reissig

Noticia de última hora

Los agentes de policía de extramuros tienen orden terminante


de disolver las parejas después de las once de la noche. En el Parque
Urbano, Playa Ramírez y puente del Ferro-Carril del Este,133 donde
los amantes pululan y se solazan a escondidas, bajo el auspicio de la
sombra, los rufianes de uniforme se valen, como los frailes del San
Bernardo, de perros mimosos que husmean a las libertinas, a saltos
entre las pilas y los zanjones, donde los pajes de la lujuria improvisan
sus alcobas. «¡Eh, sepárense; cada uno por su lado!», es el grito de
guerra que espeluzna a los matreros. A unos novios, sorprendidos por
los perros en las arenas de Ramírez, les cupo una suerte lúgubre. A él
se le redujo a prisión; a ella se la acompañó hasta el tren.

Pudor incrédulo
Si por casualidad un amigo hace a otro una confidencia de
género galante, el camarada parece no oírlo. Pocas horas después,
ha olvidado que tal confidencia le ha sido hecha. Su rostro expresa
una incredulidad de hielo. Los uruguayos, en fuerza de no tener
nunca una conquista, han llegado a considerar ingenuamente que es
imposible que un hombre tenga amores libres fuera de la consabida
Santa Teresa. Quejándose Roberto134 de su desengaño del placer, se le
contestó con gesto de disgusto, que esto se debería a la baja condición
de las mujeres con que él tiene amistad, y le aconsejó la misma persona
que se casase … A un hombre que manifieste desvío por Santa Teresa
se le considera pedante, y se sonríe de su pretensión.

Pudor envidioso
Si, contrariamente, el amigo logra que se le escuche porque se ha
expresado con un misterio dramático, el oyente se aflige, ostenta un
aire compungido, parece implorar con un gesto de amargura suspenso
de una desesperación infinita que se le desengañe cuanto antes, que
se le diga que todo ha sido una broma. Le sucede como a los niños a
quienes se ha referido un cuento doloroso, y los que se tranquilizan
luego con el clásico engaña pichanga.

297
Tratado de la Imbecilidad del País

Pudor compasivo

Cuando se oye hablar de alguna aventura galante ocurrida en


Europa, Buenos Aires o Montevideo, las señoras compadecen a la
heroína, exclamando: «¡Pobrecita! ¡Qué deshonra, se ha perdido para
toda la vida! ¡Y él, qué pícaro, qué infame!»
Algunos jóvenes uruguayos, que se distinguen en sus modos por
una bonomía de farináceos, ostentan en las casas de prostitución un
alma cándida, que llega al extremo de condolerse por la suerte de la
damisela. Su primer palabra es preguntarle: «¿Cómo se ha perdido?
¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¡Y su familia no sabe nada! ¿Tiene
Vd. madre y hermanos?», haciendo de la entrevista una ceremonia
fúnebre. Al cabo de un momento están los dos tristes, en actitud
hierática.

Pudor áspero
Los hombres son respetuosos con las mujeres casadas. Acatan
la dignidad del matrimonio, y creen ingenuamente que cualquier
libertad les está permitida con una amante, a la que consideran una
prostituta y califican con el nombre de hembra. En su concepto, las
amantes no tienen derecho a la consideración social. Se mofan de
ellas con una risilla canalla, que hace pensar en los visajes picarescos
de los niños cuando aluden a cosas de la carne que impresionan su
sensibilidad. Las amantes son tratadas como esos indios de la Tierra del
Fuego a quienes, por un caprichoso desprecio, se acribilla a disparos
desde los buques que costean aquellas regiones.
No hay que decir que ningún hombre se atrevería a salir de paseo
o a presentarse en público con una amante. Tal audacia le divorciaría
de la sociedad. Él y su compañera no serían mirados. A este respecto,
un sentimiento de solidaridad intuitivo pone en comunicación
eléctrica todas las voluntades para que el vacío se produzca alrededor
de los escandalosos profanadores del respeto social. Los conocidos
pasarían junto a la pareja, bajando los ojos, con aire jesuítico, para
evitar el saludo. Al día siguiente, 50.000 personas condecorarían con
epítetos agresivos a los audaces enamorados. A más, evitan el saludo
por un sentimiento que ellos llaman delicadeza. Creen, los ingenuos
pudorosos, que una cortesía en tales casos equivale a una sanción o,
de otro modo, a una complicidad rufianesca, que ellos están lejos de
ejercer.

298
Julio Herrera y Reissig

Hay también algunos que por envidia manifiestan su irritación a las


amantes de otros, dirigiéndoles impertinencias y alusiones indelicadas,
con un aire suspicaz de altura principesca.
Al hablar de mujeres que hacen vida galante, las estigmatizan con
el nombre de ovejas. Es una manera de moralizar.
¡Pudibundos bellacos!

En oposición a esto, se halla la acometividad a las mujeres en las


fiestas de Momo. Los puros echan entonces una cana al aire. Se ceban,
por lo general, con las mujeres que no pertenecen a la crème. Con un
cinismo de lazzaroni se abalanzan sobre sus víctimas, a las que acosan
por todos lados con manotones de hambriento, despedazándoles
las ropas, deshaciéndoles los peinados. Y esto con la particularidad
de que lo hacen para que el público vea, para que todos admiren su
desenvoltura conquistadora, el toupet Terroriano de que ellos hacen
gala.
¡Onanistas hidrófobos!

Cuando las mujeres se arriesgan a salir después de las 9 de la noche


por las calles oscuras, vuelven a su domicilio machucadas, con las raíces
del cabello doloridas por las agresiones a mano de que son objeto. Los
uruguayos llaman a esto salir a matrerear.
¡Camastrones carnívoros!

Estas monadas impolutas ofician con frecuencia la ceremonia del


becerro,CXXIX trátese de cualquier mujer, negra o amarilla, jactándose
alegremente de estas hazañas de corsario, de estos abusos brutales con
las infelices.
¡Trogloditas púdicos!

También es de notar la pederastia in crescendo por parte de


estos predicadores de moralidad. Los comunes son, por lo regular,
los templos venusinos en que se efectúan tales holocaustos. La
universidad es, según se asegura, una Babilonia de pederastas. Este
vicio es consecuencia del excesivo pudor de los uruguayos, de la falta
de ejercicio de sus órganos genitales, del desprecio que guardan
por todas las mujeres que no son esposas. El onanismo, según

CXXIX Becerro - Consiste en que varios individuos se aprovechen por fuerza de una sola
mujer.

299
Tratado de la Imbecilidad del País

declaraciones de muchos facultativos, consume diariamente a nuestra


juventud moralista, desarrollando su imbecilidad.
Esperan casarse, los inocentes Gonzagas, para efectuar un acto
que determina la naturaleza desde cierta edad sin intervención de
sacerdotes ni jueces.
¡Connubios mastuerzos!

A propósito de la pederastia, un catedrático hacía gala de no haber


tocado una mujer hasta el día en que se casó.
Cómo serán nuestros caballeritos, que en los bailes que durante las
carnestolendas se efectúan en varios Clubs, no se les permite el disfraz
con el objeto de evitar sus piraterías, desmanes que consisten, como ya
he dicho, en manotones y en bromas, a cuál más puro.
¡Catonianos Babuinos!

***

En sociedad se teme, se odia, a las personas libres, a las que no


manifiestan sus propensiones por el matrimonio.
Un joven, en una declaración que hizo a una señorita, tuvo la
desgraciada ocurrencia de expresarle: «Es Vd. un sueño de Roberto
de las Carreras». La señorita se indignó, diciendo: «¡Cómo me trata
Vd.! ¡Cómo me considera!». El pudor áspero de las mujeres hace que
Roberto de las Carreras se considere más seguro entre las patas de un
caballo de raza que a distancia de una señorita.
Se observa, en oposición con esto, que las señoritas en el carnaval
echan también su cana al aire. En un baile del Club Español, un
joven desapareció en compañía de una señora, perdiéndose en las
oscuridades de un segundo patio. El joven, en el apresuramiento,
olvidó prenderse la bragueta, y entró en la sala aclamado por varias
señoritas, que le dirigieron a grandes voces bromas y alusiones
picarescas. La concurrencia se agitó como un océano. Las señoritas
miraban gozosas la abertura del pantalón, exclamando: «¡Qué poco
disimulado eres! ¡Le vamos a contar a Marieta! ¿Donde la dejaste,
che?» ¡Las Hijas de María!

Pudor apático
Es notable la insensibilidad filosófica de las mujeres en lo que
se refiere a escenas de la vida libre que se representan en el teatro

300
Julio Herrera y Reissig

o desfilan en la novela. Su pudor, en cierto punto, no se agita gran


cosa cuando se las noticia de algún rapto pasional, de algún hecho
que ellas juzgan como impúdico pues, incrédulo como es, no da fe
sino al juicioso amor uruguayo que desemboca en la sacristía. Este
carácter apático de las mujeres tiene que ver de cerca con las uniones
sexuales. El casamiento es, casi siempre, consecuencia de la vanidad
de la mujer, que desea obtener el triunfo de ser elegida, y del instinto
genital del hombre. La mujer uruguaya, falta de imaginación, llana,
sin ideales, sin sensibilidad ni gusto artístico, disciplinada desde que
nace a resoplidos de pulmón por el jefe de familia, habiendo respirado
durante toda su vida una atmósfera de convento, no elige: acepta como
marido al primer hombre que se le presenta, siendo éste del agrado
de sus padres. En las sociedades cultas, aunque los matrimonios son
más o menos convencionales, el amante reivindica para la mujer los
derechos del amor. En Montevideo, las mujeres se unen sin pasión
con el primer venido, y lo que es grave, ni sueñan en tener amantes.
En cierto modo pareceríales elegir un impudor, pues, eso de fluctuar
entre la carne más o menos bien modelada, de preferir al joven de 25
años, que tiene más cálida la sangre, que al de 40, representa para ellas
una indelicadeza latente. Es así que casi siempre, si es fiel y trabajador,
como ellas dicen, lo mismo da Apolo que Tersites. La hermosura y el
intelecto nada pesan en su balanza. Prueba que rara vez una señorita
deja por otro a su pretendiente. El pudor apático de nuestras bellas
se resentiría con ocuparse tanto de los hombres. Hay que hacer notar
que el 70% se casan por despecho con cualquier insignificante, debido
a que un novio las ha dejado, lo que apoya nuestra aserción de que
jamás eligen. No obstante, el ardor político y hasta religioso rompe en
nuestras mujeres su natural apatía. Una señorita, a quien la mamá le
daba instrucciones severas respecto del matrimonio, respondió que a
ella le agradaría tener un marido, siempre que éste no le contrariara
en ideas de partido y de religión. De solteras, y luego del matrimonio,
son víctimas inconscientes de una rutina convencional y monótona,
encariñadas naturalmente con el varón, al que consideran dueño
absoluto de su voluntad. No piensan nada propio; no tienen un solo
deseo que contraríe los del marido. Aman hasta los defectos de éste,
y culpan los propios sufrimientos que el hombre determina a los
azares de la fortuna y a la voluntad de Dios. No hay en el mundo una
mujer más enemiga de la emancipación que la uruguaya. Aman la
esclavitud; algunas dicen con orgullo que necesitan ser manejadas con
modos ásperos por su esposo, y que deben a éste todo lo que han sido.

301
Tratado de la Imbecilidad del País

Expresan esa sumisión canina llamándolo con respeto el padre de mis


hijos. El marido corresponde a esta teurgia llamando a su mujer, en
tono sacerdotal, con arrobamiento místico en el que existe un dejo de
humildad salvaje: mi señora, enorgullecido de que sea casta aquella que
Dios le ha dado por compañera.
Se sabe que muchas mujeres no experimentan las sensaciones
conyugales debido a que los maridos no les revelan el placer,
consecuentes en sus principios severos de moralidad de que las esposas
deben conservarse castas, como antes del matrimonio. Por su parte,
las mujeres, en su pudor apático, no se inquietan al verse condenadas
a perdurable abstinencia. Muy al contrario, experimentan una
satisfacción deliciosa al considerar que sus esposos las tratan como a
divinidades sagradas, y andando el tiempo se convencen que el placer
les está prohibido, como los judíos el manjar de cerdo. El marido es
un segundo padre y es incapaz, por lo tanto, de abrirles los ojos. Creen
las ingenuas que la sensualidad es un privilegio del marido, cosa de
los hombres, como ellas dicen. Por eso, durante el acto, guardan a
gusto del sultán una circunspección religiosa. No mueven un dedo; ni
un suspiro se les oye. Están como sonámbulas, con los ojos fijos en el
techo, aguardando con toda paciencia a que el esposo cierre la canilla.
Una señora declaraba a unas señoritas que ella se encontraba lo mismo
que antes de su matrimonio, que su pureza no había sufrido ninguna
alteración. La señora tenía el aire de no encontrar virtuosas a las que
pensasen lo contrario. Una de las señoritas puso cara de ingenuidad,
diciendo que le parecía imposible. Otra repuso con viveza que ella
concebía perfectamente el milagro.
Por otra parte, según declaraciones de médicos, hay muchas
mujeres que debido a la frialdad de su temperamento no conocen
el placer. Tienen vino Piriápolis135 en las venas. Naturalmente, sus
esposos no han descorrido nunca el velo de este fenómeno. Pobres
mujeres unas y otras. ¿Qué les compensará de los supremos dolores del
parto? Son malas negociantes. Aconsejo a las primeras que se agiten a
su gusto. Para las segundas no hay remedio.
De un punto de vista científico nuestras mujeres son, como decía
Spencer, hembras salvajes. Sustancialmente primitivas, viven todas para
la especie, para el aumento de la sociedad. ¡En ellas se suprime el
individuo, y sólo queda el eslabón orgánico, despachadas en su destino
como carne de matrimonio!

302
Julio Herrera y Reissig

Pudor virgófago

Se da el hecho típico de que los hombres, consecuentes con su


pudoroso desprecio por las queridas, no se enamoran de mujeres
casadas, ni de artistas, ni de amantes, sino de vírgenes insospechables,
y entre estas mismas buscan las católicas, que se distinguen por sus
prácticas exageradas. Los liberales uruguayos son los primeros en
procurarse una mujer católica, la que luego induce al marido a las
prácticas de la religión, acabando por convertirlo. Varios esposos
uruguayos, que de solteros se distinguían por la prédica de doctrinas
filosóficas bastante adelantadas, han concluido por ser católicos. He
conocido algunos heroicos apedreadores del Club Católico que se
indignaban más tarde si su mujer, por pereza, suprimía las visitas a
los templos, y en particular a los confesionarios. Esto se debe a que,
en su concepto, el catolicismo asegura la fidelidad de las esposas, y
que la confesión hace en el temperamento de las mujeres, si por
acaso es brioso, el efecto de una regadera. Por otra parte, sólo el
amor de las vírgenes merece a su sentir el calificativo de ideal. Siendo
semi-bárbaros los orientales, y por un atavismo charrúa de los más
sorprendentes, gustan de las vírgenes como los salvajes. ¡Sueñan con el
deleite supremo de ensangrentar el lecho en medio de un paroxismo
agudo, trepidando, rugiendo, braceando en la delicia, babosos de
satisfacción, entre suspiros ahogados y vértigos de cachondez! Es por
eso el afán que manifiestan por la higiene espiritual de las solteras. Las
cuidan como los eunucos a las pensionistas de serrallo, maniobrando
para el efecto con el chisme y la delatación.
Son, en resumidas cuentas, una mezcla de salvajes y cristianos de
las catacumbas. Durante las vigilias del celibato se pasan lustrando
a puño la sangradera costosa, que hará su debut triunfal en la noche
de Himeneo. Los tres vintenes, como ellos dicen, valen más que todo
Rothschild.
Nada más típico de los uruguayos que su religión [[…]] castidad,
en cuanto se trata de las novias y [[…]] casamiento es cosa seria, dicen,
arrugando el ceño, con los ojos bajos [[…]] es una hembra»

Es sin duda el matrimonio


Según se acierta o se yerra,
Gloria o infierno en la tierra
Don de Dios o del demonio;

303
Tratado de la Imbecilidad del País

Es una grave medida


Que mucho se ha de pensar,
Y es bueno para no errar
Pensarla toda la vida.

(Francisco Acuña de Figueroa)

Tienen la obsesión diabólica de los cuernos. Es por esto que son


celosos, y martirizan a sus mujeres, no dejándolas ni a sol ni a sombra.
Recientemente un uruguayo, a quien su esposa abandonó del brazo
de un bonaerense, hizo vestir de luto a sus hijos, dándoles a entender
con aparato tan fúnebre la muerte de la honradez.
Es cosa interesante escuchar las opiniones de los uruguayos en
materia de relaciones cupídicas. Todos los paladines de la juventud
opinan como un bizarro Tenorio con quien tuvimos el siguiente
diálogo:
—¿Qué tal esos amores?
—¿Vd. lo ignora? No sabe que es una casquivana; que no ha sabido
tener en consideración mi comportamiento de caballero.
—¿Qué ha ocurrido?
—Empezaré por referir a Vd. mi delicadeza. En cinco años de
amores nunca le falté el respeto; me hubiese guardado bien de
tutearla, y menos de proponerle una caricia. Me hubiese parecido
que la manchaba tocándole un cabello, que cometía una profanación;
siempre quise conservarla pura, para que llevase dignamente los
azahares cuando nos uniéramos en matrimonio. En la vida le he
causado el menor disgusto, la más leve inquietud con exigencias
indignas de un amor tan puro como lo era el mío.
—¿Por qué ha dejado Vd. sus relaciones?
—He roto porque no ha sido una señorita como yo soñaba. Una
noche la encontré en la puerta hablando con un individuo de esos
audaces que no conocen la vergüenza ni por los forros. Yo la amaba
con tal delirio que la perdoné, previniéndole sin embargo que si otra
noche la encontraba con aquel granuja, rompíamos los platos. Ella me
prometió enmendarse. Pero fue inútil su arrepentimiento. Algunas
noches después la encontré con el dragón, y no tuve más recurso que
enviarle todas sus cartas en un sobre enlutado.
—Pero amigo, Vd. ha procedido con mucha debilidad. ¿Por qué no
trató de dominarla desde el comienzo de sus amores? A las mujeres,

304
Julio Herrera y Reissig

como dice Nietzsche, hay que hacerles entender a zurras lo que no


entienden con la sonrisa.
—¿Vd. se ha enloquecido, o habla en broma? Quién puede ser tan
cobarde para tratar de ese modo a la dueña de su corazón. Sepa usted
que si yo la hubiese dominado no sería para mí quien era; me hubiese
parecido una mujer vulgar; a mí me gusta la mujer fuerte, que tenga a
raya a los hombres, una verdadera amazona que sepa con una mirada
hacer temblar al más fuerte. Esa es la mujer que vale. Convénzase mi
amigo que cuando se domina una mujer se pierde por completo la
ilusión. ¡Cualquiera la engaña! ¡Pobre del que se case con ella; del que
le dé su nombre! Por mi parte le garantizo que mujer a quien bese,
está perdida. De eso a lo otro no hay más que un paso. La mujer se
vuelve sinvergüenza con mucha facilidad. ¡Ojo, mi amigo!

Pudor morfeico
Las uruguayas para dormir se hacen un peinado en extremo
ridículo. Consiste en estirarse el cabello como carpeta hacia atrás
lo más posible, haciendo rematar sobre la nuca en unas trencitas o
caireles, que a modo de colas de ratón cuelgan de un rodete nudoso,
torcido como una cuerda, y acribillado de horquillas. Este peinado
montañés, muy parecido al de las inmigrantes de Nápoles y Galicia,
les hace caras funambulescas de vejetes pelados. Las cabezas de las
señoritas dan la impresión de cocos.
Éste es un artificio pudoroso al sentir de las uruguayas, las cuales
opinan que conservar durante la noche un peinado elegante es propio
de locas.
Una doncella satisfecha con su peinado pudoroso exclamaba:
«¡Qué bien estoy así; qué fresquita!», burlándose de otra que no usaba
ese artificio. Y proseguía: «¡Qué asquerosas, qué sinvergüenzas las que
duermen de peinado!»
Otro caso. Una porteña preguntaba a una señorita de Montevideo:
«¿Qué peinado me haré cuando me case, la primera noche, para
dormir?» (Estupefacción de la uruguaya): «¿Qué preguntas; no sabes
hacerte la trenza?» Y agregó: «A los maridos les gustan las mujeres
hacendosas, y no las cocotonas.» Otra decía, con énfasis inapelable:
«Una señora que realmente es señora se hace trenza para dormir.»
Otra: «¡Anoche no me hice trenza, y mi marido me gritó tanto!»,
dando a entender, babeada de satisfacción, la delicadeza del esposo.
Algunas señoras extreman la castidad [[…]] peinado nocturno

305
Tratado de la Imbecilidad del País

poniéndose cofia. Complementan el hábito severo con el uso de un


[[…]] cerrado hasta las orejas.

Pudor prostibular
Las cellencas criollas, por un atavismo de pudor, se resisten a los
acomodamientos más adelantados de la lujuria. Las extranjeras se
ríen de estos escrúpulos de las uruguayas. En concepto de éstas,
el placer debe llegar a cierto punto, y no pasar de ahí. Riñen como
agrimensores, por pulgadas, y nada saben de la geometría de Venus.
Se da el caso de una cumbleza, con cinco meses de prostitución,
que se resistía ferozmente a ser gozada por un hombre que no la
solicitare largo tiempo.
Después de una ruptura de camisa y forcejeos desesperados, cierto
individuo que la codició tuvo que desertar de su temible empresa
hasta nueva resolución de la Troyana. Hechos como éste se repiten a
cada paso.

Pudor galante
Las pocas Safos que existen en Montevideo son a cuál más pudorosa.
Resisten en primer término a dejarse admirar su desnudez, y sin mucho
abrigo y poca luz no se abandonan a los brazos del amante. No quieren
saber de los refinamientos sibaritas de la sensualidad parisiense;
imponen gravemente condiciones para el acto, no tocan toute la lire.
Por el contrario, sólo chapurrean estilos criollos de mecánica lujuria
en una vieja guitarra.
Se da el caso de una mujer galante de Montevideo que imploraba
de un parisiense (juntando piadosamente las manos): «¡Por Dios, lo
más natural posible!»

Pudor saturniano
Parecería un horror a los uruguayos que los hombres se bañasen
junto a las señoras, como sucede en todas partes del mundo. ¡Hasta
en España! Un fluminense enloquecido con nuestras aberraciones
locales se expresaba del siguiente modo en el Hotel de los Pocitos,
haciendo alusión al divorcio marino de las desnudeces montevideanas:
«En mi tierra no se creería que la gente de esta sociedad lleva el pudor
hasta el océano. En todos los países civilizados que conozco los seres

306
Julio Herrera y Reissig

humanos, sin distinción de sexo, penetran en los baños públicos con la


tranquilidad con que se pasean en una plaza.» Acaso los uruguayos no
han caído en la cuenta que el frío de las aguas neutraliza los alborotos
de la carne.
A lo que parece, el rigor oficial de esta ridícula autonomía no está
lejos de tener constancia y fuerza de jurisdicción en el código Civil, o
bien en las severas faltas del derecho de gentes. Existen, como se sabe,
algunas líneas de frontera marcadas con cuerditas entre los países
acuáticos de ambos sexos.
La castidad prohíbe terminantemente a los hombres que se
acerquen a la barandilla de los puentes, a cien metros de distancia
de donde zambullen las señoras. Esto, sin embargo, no quita que las
mujeres pasen cuando se les ofrezca junto al baño de los hombres. ¡Se
sabe que las señoritas no miran en público lo que no deben!
Cuántas entre las hechiceras de Montevideo no harían, con el
escandaloso que las mirase en el baño, lo que la pudorosa Diana con
Acteón, el cual como se sabe fue convertido en liebre por las flechas
de la virgen, y devorado por sus propios perros.
Con el pudor de las montevideanas hay para crear una Mitología
más asombrosa que la de Grecia… ¡Aunque con olor a guisado!

Pudor religioso
Este pudor es muy joven; tiene apenas un lustro. Considerando
Monseñor Soler y algunos otros prelados que es una inmoralidad
y una falta de respeto a Jesucristo que los hombres se hallen en los
templos junto con las mujeres, ha prescripto la separación de los sexos,
señalando la nave central para las señoras, y el trasero de las colaterales
para los hombres. Se evita, con esa determinación, el roce de las
carnes y los asfixiamientos de calor que producen en un lugar santo
las enaguas y los pantalones, a efecto una impudorosa promiscuidad.
Durante las solemnidades, las iglesias dan la impresión de lujosas
caballerizas, con apartamientos separados para animales de distinto
sexo.

Pudor parental
Entre todos los pudores éste es uno de los más furiosos, y el que
entraña más solapamiento. Es, por decir así, el alma de este pueblo
[[leng…]], en que el individuo desaparece para dar lugar a la familia y

307
Tratado de la Imbecilidad del País

[[…]] interés de uno abarca el interés de todos, llegando a conmover


pieza por [pieza] el mecanismo de la sociedad. El pudor parental
corre libre[mente] por todos lados, de casa en casa, de boca en boca,
como el aire, como las epidemias, como el polvo, como el bostezo.
Hermanos, primos, abuelas, nueras, cuñados, son unas hidras del
chisme y la delatación [[…]], cuidando de común acuerdo, con una
solicitud ridícula, con una [tontería] ignominiosamente servil, con
un entusiasmo rufianesco, a las novias de la tribu. Hasta los amigos
de los parientes de la enamorada juegan un rol interesante en esta
gimnasia de la lengua, en esta justa de la envidia y de los celos, en
estas matemáticas del convencionalismo y de la hipocresía. Creen los
chismosos de la aldea que cumplen con un deber de amistad, velando
pudorosamente por las devotas de Himeneo. Y a este solo título
vomitan sin cesar a los padres, hermanos, y aun a la protagonista,
todo lo que se hable de ella y de su pretendiente, terminando en un
dictamen coercitivo y pesetino, cuyas expresiones son las siguientes:
«es una vergüenza para el apellido; no puede perder tiempo; qué dirá el
mundo; es necesario cortar de un golpe; puede presentarse otra buena suerte;
hay que echarlo inmediatamente.» En cuanto a ella, se la amenaza con el
convento, o se la lleva a la estancia.
Valdría la pena hacer un libro para anotar un sin número de casos
pertenecientes a este género de pudor, en el que no hay uruguayo
que no incurra y domicilio que no sea una Pyrámide, una Palmira de
leyendas. Nace este sentimiento de que toda una familia se juzgue
solidaria de la conducta de la novia. ¡Debido a tal creencia, llegan
los arcángeles custodios a sentirse vivir bajo las faldas, en comunión
sentimental, en consustanciamiento místico con los ardores de la
hermosura!
Lo que distingue propiamente a este pudor es el carácter de
hacheros, de guardias imperiales, de pontífices de Israel, que se
arrogan los hermanos y parientes de las señoritas.
Cada uno de estos es como el Don Juan de Núñez de Arce:
delator, juez y verdugo. Tienen por lo común a su servicio una policía
londinense de voluntarios, que les rinde cuenta de lo que se susurra,
de lo que se hace respecto de los novios, quienes pasan a ser, en
consecuencia, los presuntos reos de la agrupación.
¡Guárdenos el cielo de esta Triple Alianza del Chisme, del Pudor
y de la Hipocresía! ¡Qué [[forma…cia]]! Es algo rastrero, volátil,
nadador, trepador, chupador, que anda a saltos como la pulga,
erizado, punzante, ovíparo, multiforme, dúctil, elástico, maleable,

308
Julio Herrera y Reissig

cabalístico, intangible, que nada en los elementos, acuático, que


hiere por todos lados, de distintos modos, en diversas partes. La
naturaleza es impotente para luchar con ella. Sus castillos navegantes,
sus aeróstatos de guerra, su lidita terrible, su electricidad pavorosa,
se introducen por los agujeros de las cerraduras, se esconden en
los abanicos, se parapetan en los cafés, batallan en las azoteas,
parlamentan en las conferencias, espían en los balcones, evolucionan
en las tertulias, acampan en las calles, acechan en las esquinas, triunfan
en las amuebladas. Los duendes de Perrault y la pulga de Victor Hugo
no tienen la picardía, ni la astucia, ni la ligereza, ni la constancia de
esa triple conflagración nacional, alma capitolina de los valientes
uruguayos. El ejército de que disponen es tan variado como el de
Aníbal. De carácter ecuménico, figuran en sus filas el mozo de cordel,
el carbonero, la sirvienta, el guarda-tren, la sirvienta, el repórter, el
conserje, el barredor, la huevera, el joven, la discípula, el diputado, la
adivina, la partera y hasta el Presidente de la República.
Todos saben a uno los secretos de cada cual; todos se los comunican;
el changador no ignora lo que pasa en el palacio; el médico sabe todo
lo que ocurre en el conventillo. Si vosotros no gritáseis, gritarían las
piedras, dijo Jesucristo al entrar en Jerusalem. Del mismo modo, puede
afirmarse que si los hombres no hablasen, hablarían los buzones.
Y todas las mañanas hubiera de caer, como un copioso maná sobre
Montevideo, un granizo de anónimos interrumpiendo el transito.
Calumnia quien tal dijo: se dice que las paredes oyen. ¡Es el país quien
oye!
Sigamos con el pudor parental. Se nota que los hermanos son más
guardianes y agresivos que los padres y demás miembros de la familia.
Continuamente se da el caso de incidentes y atentados de que son
protagonistas los celosos fratellos de las novias.
El pudor parental lo experimentan aun los libertinos, aquellos que
se precian de poseer ideas adelantadas, de última moda, y combatir a
todo trance los imbéciles prejuicios de las mayorías. Indudablemente,
no lo pueden remediar. Ellos se sienten así como violados en la
persona de sus hermanas. El espasmo del connubio les viborea
en los intestinos. Se diría que viven dentro de sus allegadas. Que se
alimentan del mismo pudor, que respiran con deleite su perfume,
que abrevan en los humores de la vagina. Sus hermanas son como ellos.
Por el honor de la sangre, como dicen los uruguayos, se va al terreno, se
cometen crímenes, se ponen tocas, se bebe bicloruro, se escandaliza a
la sociedad. Y todo, válganos Dios, porque los alvéolos neutros de los

309
Tratado de la Imbecilidad del País

celosos varones son dínamos en comunicación con el clítoris de las


mujeres. Ese capricho de ubicar el pudor de las mujeres en una parte
tan débil, tan irregular, tan traviesa, tan tentada, tan impresionable,
tan nerviosita, tan golosa, con un buraco abierto por la naturaleza
para que el enemigo se deslice, no se aviene con la gravedad de
la honra, con el deber de la resistencia, con el énfasis catoniano de
este sentimiento, alma del teatro español, cariátide poderosa de los
charlatanismos medioevales. Así como las cascabeles que se ponen a las
mulas de las cordilleras para que no sientan el cansancio, el hombre,
el déspota, el dueño de todos los siglos, ha colgado de las mujeres,
envuelto en oropeles vistosos y sonoras declamaciones, el elogio de la
honra para que las esclavas no se den cuenta de la pesadumbre de la
que son objeto.
A propósito el verso de Calderón:

Al rey la hacienda y la vida


Se ha de dar; pero el honor
Es patrimonio del alma
Y el alma sólo es de Dios.

¡Pobres mujeres! Víctimas seculares del sofisma monstruoso, de la


impostura de los charlatanes, ¡de la sugestión de esas fieras celosas que
se llaman hombres! Rebelaos. ¡Romped de una vez la servil cadena
que durante largas centurias os ha hecho padecer vigilias dolorosas!
¡Odiaos menos entre vosotras, no reparéis en las libertades de vuestras
compañeras, no queráis ser siempre los gansos del Capitolio, los
cómplices de la delatación, ayudando a vuestros déspotas en sus planes
egoístas! Nadie más que los hombres son vuestros enemigos. Eso que
ahora llaman pecado será, sin duda, el deleite social, el vino hermoso
de los siglos venideros. Pensad que la honra, ese mamarracho de la
barbarie, contraria a la naturaleza, no puede bajo ningún pretexto
tener ubicación en vuestro organismo. Pudo haber sido colocada
entre los dientes, o en las axilas, si le hubiese antojado al déspota
dominador.
Sonó la hora de vuestra libertad, esclavas deliciosas. No tenéis más
que pedir, y el mundo será vuestro.
Haced ascos a la honra, Cet ail de basse cuisine. (Verlaine)

310
Julio Herrera y Reissig

Pudor injusto

La moral en este país es carne pura. La calumnia y el robo no


escandalizan a los uruguayos. Últimamente se ha llevado a cabo en
varias oficinas desfalcos considerables, sin que nadie se indigne de lo
acaecido. Al contrario, se compadece a los autores del hurto porque se
les destituye públicamente de sus cargos, y todos tratan de disculpar a
los lazzaroni; dicen, refiriéndose al delito: «un mal momento; se trata
de un excelente padre de familia, de un esposo muy honrado»; nadie
les niega el saludo. Sólo a los libertinos se les desaira después de una
aventura. Es de notar que los orientales son en extremo aficionados
al harmonium; aumenta el número de los desfalcadores; día llegará
en que se marquen con el dedo los empleados sin tacha, pues a lo que
se ve, la tendencia a quedarse con lo ajeno es algo innato en esta gente
pudorosa. Esto hace parecer que el robo es inherente al pudor. No
deja de ser un atavismo salvaje esta falta de escrúpulos aristocráticos
de los que comen con los dineros del estado. Mas lo cierto es que los
ladrones, y hasta los asesinos, no son delincuentes al modo de los
sacerdotes de la lujuria. Un crimen no causa tanto alboroto como una
aventura galante, como una disertación literaria sobre las caderas de
una casada, como el susurro de un adulterio. A este respecto, la gente
es severísima, implacable. No hay perdón para los devotos de Afrodita;
aquellos más moralizadores no reparan, sin embargo, en calumniar
a todo trance a las personas que no les son adictas y, en lo particular,
a las mujeres que frecuentan la sociedad. Se da el caso de que por
la noche se juntan en los cafés y restaurants quince o veinte jóvenes
evangelistas para matar el tiempo, como ellos dicen. El verdadero fin
de tales concilios es hablar en broma, inocentemente, con términos
vulgares, acribillados de inmundicias de baño bajo, de las señoritas
de Montevideo que tienen más lindas piernas, de los cachos o quesitos
que ellos se comieron en matrimonio, así que ejerzan una profesión
o consigan un buen empleo. Estos corrillos se constituyen en tribunal
supremo cuando se trata de juzgar las ligerezas de una señorita que
habla a solas con su novio. Cuando no hay asunto de interés palpitante,
se calumnia alegremente; cada cual refiere a sus aventuras tras de las
puertas, en las escaleras y sobre los divanes. A veces resulta, cuando
crece el entusiasmo y ellos se olvidan de su papel honroso, que la casi
totalidad del bello sexo no son tan vírgenes como parecen, a pesar
de que rato antes las señoritas de Montevideo eran, a juicio de los
camaradas, síntesis de virtud, ejemplos de alta moralidad. Si se habla

311
Tratado de la Imbecilidad del País

en ese momento de algún libro pornográfico en vísperas de aparecer,


todos a una recobran la razón, como el ebrio a la vista del peligro.
En un espasmo profético, se yerguen indignados y profieren anatemas
contra el escandaloso que se atreve a profanar la santidad de los clítoris.
El veredicto es terrible para el acusado, y termina luminosamente en
consideraciones ditirámbicas sobre el pudor y el respeto a las señoras.
Momentos después, terminadas las efervescencias, alguien dice:
«Muchachos, vamos al bajo». Y todos se precipitan a la puerta gritando:
«¡Un escote; a lo de las andaluzas!»
Inmediatamente, de dos en fondo, dados del brazo, a marcha
regular entre carcajadeos, agrediendo a mano a las sirvientas,
cazando culonas, se dirige a la calle Santa Teresa la alegre comparsa de
montevideanos.

Pudor espía
Este pudor terrible, omnipotente, cabalístico, enmascarado,
misterioso como la masonería, resume el mayor número de actividades
de los uruguayos, y constituye el ejército permanente de los maridos de
Montevideo. Nace de un sentimiento de moral colectiva; es un alerta
de conservación; un instinto dinámico de eunucos y guardadores de
mujeres, que velan por el honor de los hogares.
Hermano legítimo de la paz armada que tanto cuesta a las naciones,
debe tener representación en el próximo congreso del desarme que
se efectuará en Bruselas.
Los hombres de Montevideo se parecen a las solteronas por la
chismografía, fruto del celibato, del onanismo. Son excéntricos,
envidiosos, irascibles, con emulación por las queridas ajenas. Los que a
falta de dinero no han podido casarse, tienen el hígado infectado. Este
órgano no desempeña en los uruguayos otra función que el chisme.
Los uruguayos son espías por temperamento. Hombres de todas las
edades, mujeres de todas layas, se ocupan con deleite de averiguar lo
ajeno. La delatación es intuitiva en esta gente aviesa. A semejanza de los
indios poseen, tratándose del espionaje, sentidos en extremo agudos,
y sus percepciones se verifican con una rapidez pasmosa. No se les
escapa nada a los uruguayos, ni siquiera una aguja, cuando se empeñan
en seguir los rastros de los pecadores. Rastrean admirablemente,
como los perros de Diana. Dragones de mirada cabalística, adivinan a
las mujeres bajo el misterio de los disfraces. Gatos satánicos, agujerean
con sus miradas las cortinillas de los carruajes. Gozan, a semejanza de

312
Julio Herrera y Reissig

los boschimanos, de una vista telescópica. También pueden competir


con los karens del Indostán los que, según Spencer,136 ven tanto a
la simple vista como un hombre con anteojos. Asimismo, poseen
los uruguayos un oído delicado, no tanto para la música como para
escuchar los pasos de Mefistófeles, las sandalias de Afrodita. En este
sentido sobrepujan a los abispones, a los tupís y a los indígenas del Brasil,
de los que refiere Herndon que oyen cosas imperceptibles para los
europeos. Hasta en esto de la superioridad de facultades perceptivas
se parecen a los salvajes los uruguayos, lo que confirma, bajo otra faz,
nuestras aseveraciones sobre los caracteres primitivos de esta sub-raza.

Espionaje público
Cuando pasea un hombre con una señorita, todo el mundo se
conmociona, la gente sale a las puertas, se asoma por los balcones,
escruta por los resquicios de las ventanas; se preguntan con tono
misterioso: «¿A dónde irán?; ¿De dónde vienen?; ¿Lo sabrá la madre?;
¿Quiénes son?; ¡Qué pícaro, ¿no se podría avisar a un celador?!; ¡Y qué
joven que es la muchacha!; ¡Pobrecita!; ¡Cómo se pierden esas niñas!;
¡Esos padres que las dejan solas!» Y se la mira por todos lados.
La gente se para; se ven rostros afligidos, rabiosos, huraños;
los cocheros de los vehículos dan vuelta y se hacen guiños con
los transeúntes. Los guardatrenes sonríen canallescamente; los
conductores de los tranvías tocan la corneta: «Bartolo tenía una flauta
con un aujerito solo». Los casados miran a la señorita con aire de jueces,
demostrando un ansia loca de ser fiscales de menores. Es de notar la
obstinación sañuda de la mirada en que la crucifican. La asociación
de estos babuinos es tan simple, tan animal, tan refleja… Cuando ven
dos amantes, se les representa el acto, y sus bocas se fruncen, se dilatan
con una risilla concupiscente de mono que se masturba a la vista de
una mujer. Por el contrario, cuando ven dos esposos, se les aparece
el sacramento, la sotana, el campanario el principio de la virtud; se
hacen a un lado y bajan la vista con respeto.
Una familia pagó a una sirvienta para que dijera a una señorita
que no es hija de sus padres, sino que fue sacada del Expósito, cosa
que la señorita ignoraba. Otro caso. Una sirvienta iba todas las
mañanas, durante un tiempo, a interesarse por el clítoris de una
señora, preguntando si el señor había pasado la noche en casa. Una
señora de la alta sociedad, que da los más espléndidos recibos en sus
salones, hablaba con un periodista. Inmediatamente el esposo de la

313
Tratado de la Imbecilidad del País

señora fue acribillado a anónimos. Hasta se le mandaron mensajeros


informándole de las citas, y de quién era el galanteador. Como si esto
no bastara, un grupo de moralistas ideó el siguiente proyecto: retratar
el adulterio con una instantánea del seductor y la señora in fraganti.
Sorprendiéronles en el Cementerio Central. La fotografía, fiel a su
cometido, fue presto a referir al marido la infidelidad de la esposa.
Hallábase la familia en plena mesa. Y en el momento de servirse el
postre, un criado entró con una carta dentro de la cual venía la
delatora instantánea. El esposo sufrió un desmayo.137
Formaba parte del proyecto la impresión de un libro con
ilustraciones, donde se refería la aventura con todos sus incidentes.
Miles de ejemplares serían arrojados, como una banda de mariposas,
desde el Paraíso de Solís en una noche de gala.
Un policiano, reconociendo una señorita fichada, tocó pito. Acto
continuo se presentó a caballo el oficial Inspector, quien observó a la
señorita con ingenua curiosidad. Fuera luego tranquilamente, después
de haber cambiado con el subalterno una risilla de cachondez.
La misma señorita penetró en una casa de alquiler con ánimo de
visitarla. Un uruguayo que hubo seguido sus pasos entró detrás, y
púsose a olfatear, como perro cazador, descaradamente en presencia
de la dama por todos los rincones del domicilio, sin olvidar el water
closet y los altillos. El uruguayo creyó apresar una cita. Buscaba con
ojo pícaro el hombre que la señorita debió de haber escondido
misteriosamente.

Otra aventura
El gran complot
Recientemente ha conmovido nuestra aldea, ha hecho ruborizar
hasta los huesos, la campaña de un tutor byroniano con su pupila,
una estrella descarriada de la moral ambiente, prima del corregidor,
en cuya sangre italiana, cardenalicia (el cardenal Rampolla, el futuro
Papa, es tío abuelo de la señorita), arde el fuego del Vesubio, fermenta
la combustión imperial de los Borgias y los Boccanera.138
La noticia descuajó la sociedad, cundió como el incendio en una usina.
Todos se preparan al ataque. Por donde ellos pasaban se interrumpía el
tránsito; la gente llenábase de horror, como al toque siniestro del carro
de los bomberos. Se dio aviso a la Policía, y merodearon los agentes
alrededor de la pareja. En las tiendas se suspendía el crédito a la señorita.
Ningún hotel les quiso dar alojamiento. En las casas amuebladas se

314
Julio Herrera y Reissig

les despedía de mal modo, se los miraba con desconfianza. Por fin
encontraron donde pasar la noche.
Habiendo sabido, por los espías voluntarios en inusitado
movimiento, el paradero de la pareja, unas señoritas fueron al hotel
a prevenir al gerente que tenía en su casa una prostituta de Santa
Teresa. Una de ellas alquiló una pieza de hotel para estar en el asunto,
haciendo al dueño varias algaradas, gritándole, loca de indignación,
que de cualquier modo debía de arrojar a la señorita del hotel, que el
novio traficaba con ella. La espía, rodeada por sus relaciones, llamó a
la sirvienta, preguntándole cuántos hombres le había traído el novio
a la señorita; durante el parto, que si la señorita pasaba hambre.
Habiéndosele contestado negativamente, manifestó la espía que era
de la conveniencia comercial del joven tenerla gordita.
A los pocos días de haberse efectuado la aventura, cuando la
multitud tuvo conciencia de aquella ostentación zafada de amor libre,
curtida por el latigazo en plena frente de los libertos exóticos, cuando
sufrió la tortura de mil vértigos fulminantes, de mil puntazos cardíacos;
cuando los lidiadores hicieron brotar el humo del testuz de la nación,
y se sentía el chisporroteo de la carne provocada, la sociedad, tomando
altura de represalia eficiente, fingió no advertir el paso de los amantes
cuando éstos se presentaban en público a marcha de emperadores.
Fue como un desdén legal a los que prevaricaron. Un estigma de
silencio, una ejecución de vacío. ¡Los megalómanos del país fingieron
tener enajenadas las percepciones, indiferente la sensibilidad, el
ánimo hiperbóreo ante la sacrílega pareja nunciadora del escándalo,
que marcaba con orgullo el orto de las rebeldías!
Un uruguayo amigo de la señorita pasaba por delante del Hotel.
La princesa, al verlo, enarboló entre sus manos el primogénito real,
como para que el súbdito se descubriese humildemente.
No lo hubiera hecho. El rebelde, con brusquedad, dio vuelta el
rostro.

Otra aventura
Un joven tenía amores con una casada de la sociedad. Los amigos
del marido se turnaron para seguir los pasos de la mujer y evitar que
ésta se viera con el galán.
Uno de ellos, de palabra fácil, persuasiva, fue comisionado por el
grupo para hablar a la señora solemnemente, y convencerla de que
no debía continuar faltando a su marido. El comisionado cumplió

315
Tratado de la Imbecilidad del País

brillantemente su misión evangelista, presentándose a la señora, la


cual, en un principio, creyó que se trataba de un chantage. Sofocada,
entre temblores de indignación, la señora expulsó con violencia al
diplomático. Poco después, Montevideo en masa comentó el fracaso
de la cancillería. Y como estigma, se negaba el saludo al galanteador,
del que se dijo con acritud: «¡Ha perdido una señora! ¡Ha manchado
un hogar!»…

Última aventura
Una de las señoritas más bellas de Montevideo salió de su casa
escoltada por su novio en dirección a una calle sospechosa. Esto llama
la atención de un espía del pudor, el cual sigue a la pareja. La señorita
penetra en una amueblada. El espía, durante el trayecto, requirió la
asistencia de varios conocidos para atestiguar el hecho. Ínterin duraba
la merienda de los novios, partieron del grupo cinco ayudantes de
campo, mensajeros espías, que dispersaron la noticia hacia los cuatro
puntos cardinales. La sociedad se trasladó presurosamente, en alas de
la denuncia, al barrio infecto. No faltaron las bicicletas. Los teléfonos
funcionaron. Hervía la indignación. Al salir por separado los novios
desfilaron por una avenida de […], por [una] batahola de lenguas
bifurcadas triunfantes, ante el vivac del grande ejército de los espías.
El jefe de la línea, el delator generalísimo, recibió noches después
una condecoración de sangre en medio de la cabeza, una corona de
ñandubay.
Desde entonces la señorita cambió de nombre: Virguito.
Sospechada una señorita de tener relaciones con un joven, fue
seguida por una rufiana. Como hemos dicho, se dividen las mujeres
entre las que pegan y las que no pegan. Las primeras se conceptúan
inexpugnables como plazas fuertes, y el dirigirse a ellas despierta
escrúpulos de moral. Es considerado como una balacada de chiquillo,
como una pedantería tartarinesca, como uno de los más intensos
despropósitos. Todas se dirigen a la que afloja, a semejanza de los
visabostas, que esperan impacientes el bosteo de la vaca para lanzarse
en montón sobre el manjar codiciado.
De todos modos, hay que hacer honor a la ingenuidad de los
perdigueros montevideanos y a su espionaje habilísimo. Cuando ya no
haya país, cuando la patria se liquide, cuando se cierren las puertas del
comedero político, los orientales podrán hallar colocación ventajosa
al servicio de las soberanas, en la policía del Czar de Rusia, entre los

316
Julio Herrera y Reissig

bomberos más famosos de las Europas, muniéndoseles de automóviles


y bicicletas para el mejor éxito de las campañas.
Para dar una idea suprema de este policianismo de la familia
uruguaya cuyo engranaje complejo, cuya elaboración cosmopolita se
enmaraña prodigiosamente, como las algas subfluviales del Amazonas,
en todas las clases de la sociedad, referiremos el caso de un sirviente el
cual tenía una novia que no usaba velo al salir a la calle. Esto, notado
por los patrones de los amigos del sirviente, se conceptuó impropio; y
en este sentido se le hizo saber ceremoniosamente al novio el fallo de
la censura, incitándole con calurosos consejos a que amonestase a su
prometida.
La delación entre los uruguayos asume proporciones
paquidérmicas, escandalosas. Es por eso que ni las sirvientas
connubian con los hijos de los patrones, ni con los visitantes de la
familia. En Castello de Campaña una mujer del servicio insinuose a un
huésped de Montevideo con demostraciones halagüeñas. El huésped,
ofendido, fue inmediatamente a expresar a la señora la conspiración
de la sirviente, diciéndole con dignidad: «¡Es una ramera en vez de
una criada; mucho cuidado, señora!»

Último momento. Gran aventura con pleito y divorcio


Ha electrizado al mundo social el nudo de una aventura.
Protagonistas: Un médico, y la consorte de un espléndido
comerciante.
Tipos:
El médico: Bajo, moreno, bigote oscuro, sin barba. Hipocritón;
cejijunto; moralista; hombre de cátedra; de cuna inmigratoria; tímido;
blanco; reservado; excéntrico.
La consorte: Una bellísima señora; intelectual, nostálgica de París.
Una italiana de fuego.
El comerciante: Un libertino dilapidador; un magnífico sultán que
tuvo amantes en su propia casa; que afrentaba a sus mujeres ostentando
sus conquistas; un macho dominador; un discípulo de Nietzsche.
A una orden del médico, la señora enferma. Éste dispuso, después
de auscultarle a solas, que se separase del marido inmediatamente,
sin lo cual él no respondía por la princesa. Luego, transcurrido un
tiempo, el mal se desarrolló como el médico lo había previsto, y hasta
la bella señora. El nigromante habló al marido que se dispusiera a
gastar $ 20.000, enviando a la paciente a un sanatorio de Alemania,

317
Tratado de la Imbecilidad del País

donde podría recuperar en dos años la salud que le faltaba. El acto de


separarse en el muelle los esposos fue hondamente conmovedor. El
marido, por un momento olvidándose de las amantes y de los veinte
mil pesos, no pensó más que en la ausencia, consolado por el médico,
que le decía, palmeándole con suavidad: «Piense Vd. en la salud de su
mujer. Qué hermosa, qué gruesa saldrá del sanatorio.»
Es imposible decir lo que lloró la señora. Al poco tiempo, fuese
el médico tras ella, con ánimo de consolarla. La señora salió a los 15
días del sanatorio, dada de alta por un mensaje que le envió el médico
desde París. Ambos, enteramente libres y alegres como dos gorriones
en la primavera, echáronse a correr el mundo en alas del placer, que
es el mejor sanatorio para las señoras lindas. La señora recibía mes a
mes del afligido esposo cinco mil francos, para atender a sus gastos y
pagar el sanatorio, dinero que la señora gastaba en su convalecencia y
en retribuir escrupulosamente los consuelos del doctor.
El chisme estaba en acecho, como un ave inmigratoria de alas
negras y mirada perforante. Varios uruguayos habitués de nuestra
legación escribieron un telegrama desde París, dirigido al esposo de
la Princesa, y en el que se delataba la perfecta salud de la señora, su
regocijo perverso, su infidelidad turista. Entre tanto el marido era un
buzón de anónimos. Se le metían entre las piernas, ágiles como busca-
pies; saltaban a sus bolsillos como langostas en fuga, corridas por el
viento, anónimos que él hallaba a la mesa, junto al plato, como una
lista del menú, entre las sábanas al acostarse, y en el estribo del coche.
El marido, que era un escéptico, sonreía de los anónimos,
atribuyéndolos a bromas de los íntimos. Su mujer escribíale a menudo
diciéndole: «¡Cuándo saldré de este presidio! Me aburre el sanatorio.
Dile al doctor lo que me prueba el tratamiento.»
Finalmente una carta extraviada del doctor a la señora hizo saber al
marido, con gran contento de los espías, los amores de la princesa con
su médico afortunado.
Coincidió con el descubrimiento de la carta el arribo a Montevideo
de la señora y el protagonista. Ella, muy delicada como siempre, con
aire triste, protestando de las rarezas de los alemanes.
«¡Cómo extrañaba a mi médico!», decíale al marido. «¡Veinte mil
francos tirados!»
En posesión del asunto, el magnífico mayorista —que es todo un
hombre de mundo, de carácter acerado— mandó, con exquisita
diplomacia, en busca del doctor, quien llegaba en su carruaje poco

318
Julio Herrera y Reissig

después repitiendo su estribillo profesional: «¿Cómo anda la enferma?


¡Cuánto mimo!»
«Soy yo el enfermo», dijo el esposo y, llevando aparte al médico,
le presentó la carta traidora. Sucedió una cosa inesperada. El amante
desplomose ante el marido. Un ataque de nervios inutilizó al doctor,
y el marido muy galante tuvo que hacer sus veces, atendiéndolo como
a esos casos, con éter y fricciones en las sienes de agua colonia. Un
criado daba aire con una pantalla. Seguían las convulsiones: por fin, a
los diez minutos, una aguda crisis de llanto dio término al accidente.
Al volver en sí, tartamudeó el amante con mansedumbre infinita unas
excusas que dieron lástima: «Un mal momento, un mal momento»,
decía, «Vd. sabe lo que le quiero. Un hombre en mi caso es digno de
compasión». El esposo, muy amable, sereno, como marino avezado a
las tormentas del mundo, obsequió con una taza de té a su paciente,
diciéndole: «Tome Vd. doctor: esto es bueno para reponerse; no está
envenenado. ¿No quiere unos bizcochitos?»
El marido acompañó al médico hasta el carruaje, estrechándolo
con ironía: «Hasta el pleito», le dijo al saludarlo, «Guarde bien la bolsa;
le regalo mi mujer».
Consideraciones:
Don Juan ha muerto. Esta aventura señala nuevos rumbos al teatro,
a la novela, al Poema. Hasta ahora el burlador, el cínico, el hombre
espiritual, era el amante. Desde hoy, es el marido. Montevideo ha
cambiado la faz del arte.
Voila l´imbecil. ¡Un amante que, en vez de erguirse soberanamente,
con gallardía satánica, se prosterna ante el conyugado, al que debiera
acribillar a frases, a sarcasmos explosivos!
Los honores del triunfo pertenecen al esposo. El Viejo Comendador
hase vengado de Byron.
En verdad que tal marido no era digno de ser cornudo.
¡Aberraciones de la fortuna!

Otra faz de la inmiscuidad


Un marido traficaba con su mujer, la cual pertenecía al más alto
rango de la sociedad.CXXX Presentábase la señora con el descaro de un

CXXX Decíale el marido: «Si no traes dinero para comprar leche, te partiré el corazón
de una puñalada. Ya sabes tú que Vicente no puede pasar sin leche: ¡Vicente, un hombre
débil!».

319
Tratado de la Imbecilidad del País

astroCXXXI en los escritorios, casas de comercio, en la Bolsa, en el Palacio


de Gobierno, y en las oficinas públicas, convidando a los hombres
de fortuna al paladeo sibarítico de su carne ilustre, prestigiada por
el timbre de un apellido patricio. Decía la Cleopatra, cambiada la
salutación: «Soy hija de Fulano de tal, y me acuesto con usted por cien
pesos»; o bien, simplemente: «yo soy changadora.» Habiendo llegado
a conocimiento de un compatriota bien encumbrado que la Cleopatra
era víctima de la voracidad comercial del monstruo, marido de la
señora, trató de intoxicar a éste comprando, para el efecto, al maître�
d´hotel del matrimonio. El marido estuvo en las fronteras de la Parca,
por un milagro del bicloruro.

Pudor indumentario, o etiquetado


Las señoritas usan ropa interior de género ordinario de vela de
buque, bien atrabancadas en sus calzones. El pantalón francés, abierto
por delante, se considera impúdico; nadie lo acepta. Lo mismo sucede
con la ropa fina adornada con puntillas, encajes y lazos, que se juzga
como el pantalón francés de la calle Santa Teresa. Con las trencitas
que figuran cuerdas de buque y la vela de lona, las uruguayas desafían
las tempestades de la carne. Las señoras usan un traje austero, en
relación con sus dignidades; uniforme liso; nada de cortes airosos,
gorra, pocas alhajas; se permiten a lo sumo un violáceo episcopal, un gris
taciturno, un pastel enfermo, una fantasía para casadas. A las señoras
les está prohibido pintarse el rostro, encenderse los labios, dorarse
el cabello. ¡Un marido manifestó que si su mujer le pidiera permiso
para usar afeites, él la mataría de una bofetada; y que si los usase sin su
consentimiento, la consideraría adúltera!
Los uruguayos, con ese olfato que les es peculiar, conocen a la
distancia a los esposos y a los que no lo son, ya sea por el modo de
caminar, por el garbo, por la indumentaria, por la serenidad hierática,
por el volumen parsimonioso de los primeros, o bien, por el aire libre,
por la ligereza de gorrioncitos, por la sonrisa revolucionaria, por la
marcha polirítmica, por el traje alegre, por la esbelteza de los que
entienden el amor como el Ingenuo de Voltaire.CXXXII

CXXXI Victor Hugo.


CXXXII Con este personaje simboliza Voltaire la razón de la Naturaleza sobreponiéndose
al dolor y a la estupidez atávica. Desentendiéndose de jueces y sacerdotes penetra el buen
hurón en la cama donde su novia hallábase entregada al sueño. Ésta despierta con so-
bresalto sintiéndose presa de los voraces abrazos de su idolatrado ingenuo, de las deli-

320
Julio Herrera y Reissig

Con frecuencia se oye decir en un balcón o tras de una reja:


«Mira qué monada; éstos, sí que son casados. ¿No ves? Tiene vientre
de señora. ¡Y qué moderadito el color de la bata!». También se oye
exclamar: «Mira mamá, qué rico este matrimonio. Son recién casados
porque ella tiene cintura, ¿no ves? Qué juntos van. ¡Y qué señora, así
da gusto! Lleva un traje liso para no llamar la atención y nada de escote
ni de pollera ajustada.»
Las modistas de Montevideo ofrecen la pudorosa particularidad de
ser anti modistas, es decir, enemigas de la moda. Las extranjeras no
le van en zaga a las uruguayas, y parece que consultan con el señor
obispo antes de decidirse a elaborar la ropa conforme a los modelos
que llegan del Viejo Mundo.
Una, la más eximia, hace propaganda por lo que llama, con
énfasis sacerdotal, «traje señor», toilette monsieur. Colores oscuros,
pocos pliegues, nada de escote; voilá la toilette monsieur que la erudita
pregona.
La tal modista esconde los figurines de la tentación, en que
aparecen vestiduras con escotes para calle y para paseo, de modo que
persuade más fácilmente a la clientela de que nada es más hermoso
que una rica toilette monsieur. No le falta elocuencia, parábolas, gestos
aderezados, verbosidad de peluquería para convencer a sus visitantes,
y sobre todo a las artistas, que el escote no es bonito, que no hay
nada que parezca más a una señora que un cuello altito, que llegue
hasta la barba. Con este motivo, tuvo una larga reyerta con Lafons,
empeñándose en demostrarle por «a + b = x» que la moda del porvenir
será, es indudable, la toilette monsieur, y que, para entonces, todo el
mundo se acordará de su predicción.
Una señora que ignoraba el álgebra, y que por consiguiente no
se convenció con las razones del «a + b = x», pidiola un escote de
último capricho. Entonces la modista, algo picada, expuso que tenía
previamente que hablar con el marido de la señora, no fuera a creer
que era ella, la modista, quien le metía esas ideas en la cabeza. Agregó
con gravedad: «Una modista sin conciencia, no es modista.»
Se sabe que en París están en uso unos escotes hasta el ombligo,
cosa por demás naturalísima. Tal moda en Montevideo se consideraría

ciosas quemazones que le produce el mozo en sus desnudeces más recónditas. Apenas
atina helada a decirle: «Qué quieres, hurón mío; qué haces; te has vuelto loco?» «Me caso.
Me caso», es la sola respuesta del razonable galán. Y, en efecto, se casaba el hurón hace dos
siglos como se casan hoy los que no inclinan la cerviz ante la más baja de las supercherías,
ante el más ridículo de los fraudes de la sociedad.

321
Tratado de la Imbecilidad del País

monstruosa. Ay de la que, confundiendo a Montevideo con un barrio


de París, se atreviese a salir de escote. Sería conducida a la Jefatura
como escandalosa por el primer guardia civil que la notase. Los
hombres se creerían en el legítimo derecho de asaltar sus desnudeces,
y es seguro que la infeliz entraría en el calabozo con los senos en pelota.
Los uruguayos, que son menos que inocentes, llegarían a considerar
que la mujer se les ofrecía del modo más ostensible, al enseñarles
públicamente lo que es secreto del matrimonio.
Por un fenómeno inexplicable, los uruguayos respetan los escotes
en la ópera, y les parece tan natural en ese sitio, como que las mujeres
se desnuden para bañarse. La carne no les tienta en las funciones
líricas. Será porque la música neutraliza los efectos de su cachondez
hidrófoba, o bien será porque será, pues que los uruguayos tampoco
podrían explicar el por qué de su ridiculez. Al drama no se va de escote
porque el drama es serio, y porque los uruguayos consideran que el arte
dramático no ocupa los honores de la música. Parte esta convicción
filosófica de que en la ópera hay a la vez drama, canto, orquesta (esto
es mucha cosa como se ve; la ópera es más compleja). Habiendo más
ruido en el escenario, tiene que ser la ópera infinitamente superior al
drama. ¡Bien por los uruguayos!
Una señora se presentó osadamente de escote en el drama,
ocupando una localidad muy bien situada. La gente se sobrecogió,
como si alguien se hubiera puesto a bailar en un entierro. Los hombres
pasaban por turno detrás de la señora, haciendo como que buscaban
el número de su sillón y, con un exquisito disimulo de comisario de
investigaciones, se inclinaban con avidez echando una mirada en el
escote, para sondar hasta adentro una mirada lechosa de neófitos
de pecado, de niños masturbadores, en la que dejaban el alma. Los
uruguayos son respecto a las mujeres como los inocentes que dejan los
ojos en las vidrieras de las confiterías. Se contentan con poco nuestros
ilustres cachondos: ¡Mirar muchachos! ¡No ser tontos! ¡Vale más eso
que hacerla con aceite!
La indignación contra la señora dentro de bastidores debió salir
en los diarios. Algunos habitues decían: «Está hecha una bufa» (Bufa
quiere decir en uruguayo «mujeres que se adornan con elegancia»).
Entre nuestras mujeres, que se visten con más sencillez que las amas
de llaves y las aparadoras de París, las bufas son detestadas, bien que
apenas haya media docena. Se oían voces en los grupos como las
siguientes: «Hay que echarla del teatro»; «Es un escándalo que se la
admita.» Un uruguayo se permitió decir que la señorita estaba muy

322
Julio Herrera y Reissig

elegante. Otro que lo oyó repuso, sin conocerlo: «¡Tiene Vd. muy mal
gusto!»
En Montevideo se consideran sólo elegantes los trajes moderaditos.
Cierta modista, rival de la citada, se indignó ante la insistencia de una
cliente que le pedía un escote que no fuera toilette monsieur, por lo cual,
dando pruebas de despecho malhumorado presentole la madama
un escote de orgía que abarcaba espalda y vientre, diciéndole con
sarcasmillo: «¡Va Vd. a estar muy espléndida!»
La elegante tuvo que llamar al orden cierta vez en que la
insurrecta insistió sobre la razón de poner al traje cinta negra, en vez
de malva y granate como se le exigía. La modista exclamó con tono
recriminatorio: «La gente va a hablar mal de Vd. señora, y también de
mí.»
Sólo en Montevideo se puede encontrar modistas que, en vez
de hacer el reclamo de la moda, complacer en todo a sus clientes y
fomentar el buen gusto, hacen propaganda ardiente por los hábitos
monacales y no tienen en su paleta otro color que el oscuro.
Hay otras modistas que, sin hablar, obran a su voluntad con política
espontánea, haciendo caso omiso de la clientela. Éstas agrandan los
trajes, abultan el vientre, dejan la falda suelta, anchota. Tratándose de
señoras, ellas no hacen el traje al cuerpo, y multiplican su ingenio para
dejar a sus clientes sin cintura y sin contornos.
La creadora de la toilette monsieur, al ver a una elegante, partidaria
del escote, con un traje ancho desgastado, moderadito, exclamó
embelesada, conmovida hasta los huesos, abriéndole los brazos como
a un hijo pródigo: «¡Ahora sí que es Vd. una verdadera señora, una
señora elegante!»

Pudor exofagal, o elefantiásico


Se sabe que las mujeres después del parto deben permanecer
inmóviles durante algunos días, y fajarse cuidadosamente para evitar
el desquicio de su cuerpo, que las carnes se desborden. Las uruguayas
voluntariamente no se fajan, ni permanecen inmóviles, por lo que se
explica su obesidad delantera, la gelatina tembladora de su plástica.
Tienen el orgullo de que su vientre abulte, la coquetería franciscana
de su deformidad, multiplicadoras letárgicas, gruesas como coliseos,
exhiben el pedigree de reproductoras de categoría, la proliferancia
honrosa de sus talentos vaginales, el miriñaque materno. Ocurre
preguntar si Santos Dumont no sería más feliz en sus excursiones

323
Tratado de la Imbecilidad del País

tomando por aerostato el vientre de una uruguaya. Una señora que


se faja, que cuida de su cuerpo, parece sospechosa. Se le dice con
extrañeza que para qué se preocupa de sus formas, puesto que ya tiene
marido. Hecha la conquista, la hembra debe deformarse. Una señora
delgada no inspira respeto, no tiene aire de señora. Parece algo volátil,
poco serio, arte piccola. De esto se desprende que la balanza es quien da
título de representación a las uruguayas. Cierto que la adiposidad, la
amplitud ensoberbecida de las carnes, acorta el paso a las matronas,
y pone en sus movimientos una pesadez arqueológica de escombro
documental, un ritmo de buey solemne. Estas barrigas sugieren
vagamente a Guerra Junqueiro: «��������������������������������
asomam ângulos faciaes de uma /
bestialidade espesa que horroriza�� ».

Pudor exclusivista
Las señoras no bailan más que con sus esposos en las tertulias.
Las iniciadas recientemente ostentan un aire compungido de garzas
melancólicas. Los ojos se les caen sobre el pavimento. Los maridos,
hieráticos, pasean con sus mujeres, con pompa china, una legitimidad,
un derecho, algo así como el viático, como la constitución de un
imperio.

Pudor de arrepentimiento
En concepto de los montevideanos, las mujeres que han cometido una
falta deben arrepentirse, mostrarse compungidas, no salir a la calle,
retirarse a la campaña, hacer penitencia, visitar mucho los templos.
Sus amigas hablan con turbación religiosa de que un pícaro la engañó,
de que la joven ha tenido una desgracia. Parece darse a entender que
la señora no ha tenido ninguna complacencia en su desventura; que
por lo contrario, ha sufrido. No se concibe que la delincuente no haya
cambiado de fisonomía, que tenga un aspecto normal, que no se afloje,
que se muestre en público, que no haya desmejorado. Esto parece
una desfachatez absurda. En cambio, se espera que la recién casada
se transforme favorablemente en menos de 15 días, que florezca, que
primaverice, que aumente de volumen, que su rostro se tiña con los
más vivos colores matinales. Sugiérese que la casada tiene la concesión
del goce, el privilegio de la cópula divina. El dulce le hace provecho.
Verdad que una digestión tranquila es la base de la salud.

324
Una de las fotografías del artículo sobre Herrera en Caras y Caretas de 1907, con su pie
de foto. Fotografía de Ángel Adami
Tratado de la Imbecilidad del País

Una amante recién estrenada hallábase de visita en casa de unas


plebeyas. Después de un rato de silencio, se la trajo con insinuaciones
al campo de batalla… Se habló de honrita.139 Las circunstantes tomaron
aire sacerdotal, de confesores benevolentes. Se miraba con tristeza,
con desesperación a la pecadora. Parecía rogársele que llorara, que
se desahogase, que refiriese su desventura, que ellas la consolarían.
Después de todo, no era la primera: «¡Dios ama a sus ovejitas; es tan
misericordioso; quién no tiene un mal momento!»

Deja, loca mujer, la danza impura,


Arroja tanta gala mundanal,
Y en vez de la brillante vestidura
Toma de penitencia ancho sayal.

¡Vuela, que un solo instante de tardanza


Las sendas de salud te cerrará;
Y do buscaba aliento tu esperanza
Reprobación eterna encontrará!

Elévense tus preces ejemplares


Al Dios que «la luz sea», dijo, y fue:
Arrójate a los pies de sus altares,
Y exclama un mar de llanto: «¡yo pequé!»

(Adolfo Berro)

El arrepentimiento de la virgen nada vale para la familia, no se quiere


la conversión, sino la muerte de la pecadora. Con un radicalismo que
asusta, los padres se oponen tercamente al enlace de la hija pródiga
con el infame seductor. Se considera imborrable una mancha entre
los muslos. En tal circunstancia, un casamiento parecería el colmo de
la desvergüenza, una ceremonia cínica, la legalización del vicio. «¡Con
cualquiera menos con el cómplice!», profieren inconmovibles los
hermanos de las señoritas. Los bondadosos amigos de la pareja son los
que hacen al matrimonio. El pleito concluye en una trans[acción]. No
obstante, la frialdad de la familia es eterna como la del polo.

326
Julio Herrera y Reissig

Pudor político

Los políticos del país deben guardar continencia.


De lo contrario, la censura periodística y el clamoreo privado
previenen al escandaloso, haciéndole entender que no hay política
sin moral. En distintos casos hubieron de haber interpelaciones a
Presidentes y Ministros por haber éstos incurrido, según el espionaje
público, en delitos de lujuria. A Julio Herrera, tratósele de impedir
el paso a la Presidencia, con el pretexto de que sus órganos genitales
iban a trabar todo el mecanismo de la administración. Un soltero, se
dijo, no puede ser el jefe superior de un pueblo, porque la nación
uruguaya no es sino un inmenso hogar. Y agregaba un periodista,
enemigo de Julio Herrera: «Quien no sabe los deberes de un padre
de familia, no puede ser un buen gobernante. Este hombre ha vivido
entre rameras; sus manos sacrílegas, manchadas por el libertinaje,
no pueden penetrar en el santuario de las leyes.» A tal grado llegó
la excitación de ciertos grupos contra el celibato de Herrera, que se
trató de hacer una solicitud al hombre público, encabezada por varios
amigos, para que se casase. Un íntimo se expresaba de este modo,
hablando a nuestro héroe: «Cásate Julio, la diadema de la esposa
será la del gobernante.» Por fin el descarriado libertino prohibió
terminantemente que se le hablase de matrimonio con esta enérgica
frase: «¡Son Uds. procuradores de mi presunta esposa!» Hay que
advertir que los solicitantes se habían entendido para el caso con la
proyectada presidenta. Los emisarios corrían locamente de casa en casa
buscando firmas.
El fracaso de Julio Herrera, sus desventuras, el odio de sus
enemigos, la animosidad de la prensa, del alto comercio, de los
hogares montevideanos, y hasta de la plebe, se debe atribuir a su fama
de libertino, a que no habíase manifestado ni uruguayo ni conyugal,
a que premió con sus favores gubernativos a las artistas, a las amantes,
a las bohemias de los tálamos. El grave comercio, la plaza, los altos
círculos bursátiles, los hombres de finanzas, execraron al elegante,
quien cruzó con el látigo de su desprecio a la moral montevideana,
brindando finamente por que llegase la hora de que los burgueses
conservadores anduviesen en alpargatas. El Petronio no honró jamás
con su presencia las tertulias de los club-sociales. Su carruaje se dirigía
triunfalmente día a día a casa de las Pompadour, con gran escándalo
del villorrio.

327
Tratado de la Imbecilidad del País

Todo el mundo se ocupaba de las aventuras del galante. Se inquiría


dónde su cuerpo descansó la noche; en qué morada se efectuó el
pecado.
Llenábase de rubor la gente en el teatro, viendo al gobernante
dirigir impasible sus anteojos a los muslos de las danzarinas, a
las palomas de la cazuela, a sus amantes que ocupaban los palcos
delanteros y encendían con sus trajes maravillosos, en el prestigio
asiático de sus joyas, el éxito de la representación, humillando a las
villanas legítimas de nuestra aristocracia burguesa con la altivez de su
gracia.
Los personajes de la sociedad, las matronas de Montevideo, no
concurrían a las fiestas de su palacio, cubierto desde el vestíbulo hasta
la alcoba de estatuas desnudas, de motivos orgiásticos, de hermosuras
prohibidas como el huerto de Satanás. (El Obispo entraba con los ojos
bajos.) La casa del gobernador daba una idea del programa sultanesco
de su vida refinada, del erotismo selecto de este Luis hermoso.
Entusiasmaba de indignación a los capotudos que el parisiense, de
espaldas a los problemas administrativos, se ocupase con preferencia
de la troupe de una Compañía. Posteriormente, uno de los indignados
exclamaba, de pie ante las ruinas del ídolo de las amantes: «Este
hombre no hay duda que sería un Bismarck si se hubiera casado,
satisfaciendo el gusto de la sociedad; lástima grande, su celibato lo ha
perdido.»
El éxito de la política, como el de la literatura, se debe entre los
uruguayos al pudor. Les obsede el catecismo, como si tratara de
impertinentes seminaristas. Todos los grandes problemas se relacionan
con la moral. El jazmín de la familia debe invadir la Casa de Gobierno.
El Presidente debe ser una matrona; la carne es el país.

Pudor literario
El arte sin pudor es letra muerta. El estilo evocador, altisonante,
plúmbeo de los albatros anunciadores de nuestra grave literatura, de
las pitonisas que cantan desde su trípode los secretos del Porvenir,
impide que se escuche el froufrou de la manera suave y deleitosa, el
lánguido fraseo de la pereza galante, de la hermosura entregada, de
las aspiraciones quejosas en que se inician las flores lúbricas.
El Pensamiento que no huele a doncellas inmaculadas, a flores
de naranjo, a mirra de consistorio, se considera fácil, superficial,

328
Julio Herrera y Reissig

sin mayor importancia, arte de juguetería, pedregullo del ingenio,


travesuras del escándalo.
La emoción por la desnudez, por la juventud violenta, por los filtros
satánicos de las enajenaciones espasmódicas, por los misticismos de
la plástica omnipotente, se atribuye a espíritus enfermos, a oscuros
alienados que aterran en su aljaba las visiones de la anemia, de una
intelectualidad hecha a remiendas, sin erudición, sin bríos, sin aliento
filosóficos para ceñirse en lo alto.
Menfis, Atenas, Alejandría, Sybaris, Babilonia, París, el arte de
las civilizaciones mismas, de las carnes floridas, de las sensibilidades
complicadas, de los cansancios elegantes, no simboliza otra cosa
para los primitivos uruguayos que una irreverencia por el deber, que
un atentado a la lógica, que un descarrilamiento de la razón severa;
gracias de libertinaje, embriagueces de trasnochaciones que pasarán
con el tiempo sin arrugar la frente de Minerva y sin haber empollado,
para los siglos futuros, el huevo de los inmortales.
Armand Silvestre, Swinburne, Pierre Louis, Baudelaire, Mendés,
Oscar Wilde, Lorrain, Octave Mirbeau, Paul Adam, D´Annunzio,
son para los uruguayos personajes ficticios, algo así como sombras
shakesperianas que velan en las librerías. Puede darse por seguro
que si estos autores hubieran nacido en Montevideo, existirían en el
concepto de locos, delincuentes, pues la moralidad del país juzgaría
como tales a quienes le brindaran en bandeja de oro la sabrosa carne
de […].
El pudor literario explica perfectamente el fracaso de algunos
libros eróticos, confeccionados con arte, de un sensualismo ducal.
Una obra de arte género subversivo, publicada no ha mucho, causó
pánico en el país. Hubo un complot de silencio. Los críticos y la
prensa se aliaron con las familias para apagar la llama; los catadores
retóricos enmudecieron sensatamente. Las librerías rechazaron el
libro; en la bolsa los traficantes bramaban contra el autor, olvidándose
de los negocios. Los intelectuales negaban a la obra valorización
artística. Un escritor achacole con irritación dos peros gramaticales.
Los megalómanos exclamaban con altura que definir caderas, que
ocuparse de las curvas de una señora, es un asunto imbécil. El público
parecía dar a entender que hubo esperado del autor una obra seria,
de alcances sociológicos, de utilitarismo para el país. Es una obra
pésima, es una obra inmunda; exclamaban los sucios, crispados de
indignación; se trata de un pobre loco; semejante libelo debería ser

329
Tratado de la Imbecilidad del País

quemado en medio de la plaza. La zafia aldea enroscose como una


víbora contra un periódico amigo que hizo elogios de la obra.
En este pueblo salvaje existe, al parecer, un código no escrito
para los literatos. En él se marcan temas, el autor debe ceñirse a la
legitimación vigente de los gustos montevideanos. Se pueden escribir
cantos a la patria, novelas sentimentales, panfletos económicos,
oraciones políticas, piezas inocentes para el teatro, tesis de sociología
y de estética literaria. Nada de carne. En todas partes del mundo,
una obra de gran estilo siempre sonó por el asunto que le da vida,
por la belleza desinteresada, por el mérito intelectual que la realza.
En nuestro país no reconocen las prerrogativas del arte, que es como
quien dice potestad de los pueblos, el derecho de gentes, las libertades
del individuo.

Una faz interesante del pudor en la literatura


Ha llegado a tal extremo la furia de la castidad, la neurosis
anticoitiva, que el señor Rafael Sienra, hombre de letras del Uruguay,
ha escrito todo un tratado contra la calle Santa Teresa.140 En tal libro se
sustenta como tesis sociológica, con absurdo de fisiología, la necesidad
absoluta de dar fin a la prostitución. El tratadista, después de hacer una
pintura horripilante, un desnudo viscoso, un cuadro vivo de lo que
ocurre en esa calle, parece dar a entender que la moral de los hombres
consiste en privarse del connubio hasta luego del matrimonio. El
señor Sienra ni piensa en las amantes, ya sea porque no las hay en el
país, o porque no concibe que las tengan los uruguayos quienes, como
se sabe, pasan de un salto desde el prostíbulo al hogar, que es como si
dijéramos, de cama a cama…
Demás es decir que el libro del señor Sienra, aunque produjo gran
alboroto y fue recibido con muestras de entusiasta aprobación, no
pudo conseguir que los mismos que lo aplaudieron, abandonaran
a las prostitutas… Uno de los lectores más amigos del señor Sienra
exclamaba con un desplome de incertidumbre: «¡Qué diablo, tiene
razón! ¿Pero qué hacemos si se nos quita Santa Teresa…?»
Este pudor de la literatura tiene por fundamento filosófico la
conservación de la honra, la propiedad de la mujer. Temen los moros
uruguayos, los esclavólatras feministas, los cabañeros conyugales,
que se les hurte la esposa, que la corrupción las contamine, que las
pervierta una sonrisa del Lucifer hechicero, que la carne ignorante de
sus compañeras se exaspere con violencia en posesión de los secretos

330
Julio Herrera y Reissig

que a Salambó se prohibían. Ellos ven el Mercurio de la diosa misma


ofreciendo [[…]] explosivas al sexo inerte de las esposas. Temen las
revelaciones del placer, los halagos de refinamiento, los guiños de
Mefistófeles, que la nueva de la libertad futura electrice las vírgenes
matrimoniales. Un libro erótico se considera entre [los] maridos un
crimen de lesa-hogar.
Por las mismas razones se explica el triunfo de obras mediocres, de
glosas serias sin sustancia creadora, que vienen a reforzar el andamiaje
pétreo de la moral vigente, que pasan de largo por el clítoris de las
mujeres, reconociendo la soberanía conservadora de los patrones
de Montevideo. Estas obras son las que los maridos hipócritamente
clasifican de serias, dando a entender con esto que la gravedad barbuda
es inseparable eterna de la virtud apostólica. En este mismo concepto,
juzgan lo grave como profundo, como intelectual en esencia. Es
por esto que se les impone como rayo del Sinaí, como el ceño de
Tetragrámaton, el aire metafórico de ciertas literaturas. Nuestros
autores son policías de la continencia, guardianes del matrimonio,
palafreneros del status quo, ayudas de los maridos, candados
medievales de las esposas uruguayas. Los maridos, almibarados de
gratitud, remuneran con el incienso, con la admiración estrepitosa,
con el elogio glorificante, a los literatos castificadores. Hasta los
solteros toman parte en este hosanna. Ellos, en previsión de que serán
esposos, se precaven contra el peligro. Pues en su concepto, aplaudir
a los moralistas, es echar tierra a los libros revolucionarios, es poner la
planta a tiempo sobre la cabeza de la serpiente. ¡Válganos Dios! ¡Todo
el mundo es marido! Por lo pronto, los futuros cónyuges tienen temor
de que sus novias lean los libros eróticos. La virginidad, como ellos
dicen, «es un cristal transparente: no hay nada más delicado, cualquier
aliento lo empaña.»

Mujeres vi de virginal limpieza.


Entre altas nubes de celeste lumbre;
Yo las toqué, y en humo su pureza
Trocarse vi, y en lodo y pesadumbre.

(Espronceda)

En concepto de un escritor uruguayo, es absolutamente imposible


rehacer una virginidad. (Traslado a un fisiologista): «Tú eres mujer,

331
Tratado de la Imbecilidad del País

un fanal / Transparente de hermosura, / ¡Ay de ti! Si por tu mal /


Rompe el hombre en su locura / Tu misterioso cristal.»
Ellas se saben de memoria el gracioso cuento de Catulle Mendés;
la historieta pícara del cántaro que se rompió; y del hábil cirujano que
compone las rupturas de la vasija misteriosa. Las eruditas católicas
no son ajenas a los secretos astringentes del alumbre, así como a los
eyaculantes en «Punzó Mayor» del amuleto de hígado.
Extrañándose un estudiante que en el texto de literatura no se
hubieren incluido los cantos de Salomón, interrogó al catedrático
sobre ese particular. Éste dijo simplemente: «¡Cómo quiere Vd. que
en un libro serio se estudien inmoralidades! ¡Salomón es para la calle
Santa Teresa!»
No soñó nunca Heinrich Heine en nuestra cachondez escrupulosa,
virginal, al concebir su frase munificente sobre el espíritu de la Biblia
(«Le mot se trouve dans une modalité sacre qui donne le frisson»).
Es notable el concepto que el desnudo merece a los uruguayos. Un
nuevo charrúa, queriendo probar el ningún valor literario de una obra
sensualista, exclamó con sarcasmillo: «Me hace bailar el mono.»
Este mismo catador decía de Armand Silvestre: «¡Un chancho!»
El pudor literario es legítimo hijo de España, como todos los demás
pudores. Refleja la llama roja de la inquisición; es un personaje del
Escorial; ha dormido durante largas centurias en las celdas de los
conventos; el Índex cristiano lo enarboló sobre un cilicio; desde
Cádiz hasta Madrid los antiguos caballeros paseáronlo triunfante;
las bibliotecas de Castilla le sirvieron de tabernáculo; las vírgenes de
Zaragoza lo abonan con su perfume.
En el día, los escritores de España continúan con entusiasmo
defendiendo este pudor. Los hombres de periódico y de novela,
los lingüistas, los filólogos, los coleccionadores, los poetas, los
corresponsales, de común acuerdo fustigan el naturalismo cárneo, los
derechos que la razón acuerda a la mujer, la libertad del connubio, las
mieles que el esposo disputa a la anatomía.
En diccionarios, léxicos, prólogos, traducciones y siluetas
biográficas, se estigmatiza con irritación a la diosa sensualidad, se
definen los placeres de los nervios como vicios repugnantes, no se
quiere saber nada con la arcilla combustible, se le teme, se le excusa,
se le rebaja como si los hombres fueran de cartón y esta materia oliese
con encrespamiento, en hinchazón de náuseas, del modo que el perro
al gato, a su enemiga, la carne.

332
Julio Herrera y Reissig

El pudor literario de la decrépita España enloquece a la Verdad,


trastorna la inteligencia, derriba las leyes del buen gusto, se burla de
los autores, modela a capricho las tesis de los sociólogos, corrige el
pensamiento, disfraza los estilos, entra a degüello en las academias,
castra la antigüedad, cristaliza el paganismo, convierte a Venus en la
Virgen Madre, hace español a Kalidasa, fraile a Sócrates, moralista a
Dumas, montevideano a Byron (Núñez de Arce)

Ejemplos
El Honor, de Sudermann,141 es, como se sabe, una obra cuya tesis
libertaria combate el sofisma ridículo de la honra en las mujeres. La
traducción castellana de El Honor es traidora del dramaturgo, pues
exalta el sentimiento de la honra o, lo que es lo mismo, afirma todo lo
contrario a lo que dice Sudermann. Los traductores hispanos llaman
cándidamente a este degüello atentatorio «adaptar la obra al gusto de
la Península.»
La Fontain, de Goncourt, se convierte en muchacha pudorosa,
siendo así que la protagonista es una histérica sin escrúpulos que
naufraga en el delito.
El pacienzudo Menéndez y Pelayo, coleccionador galante de las
odas de Horacio, ha suprimido dos de las mejores silvas del amigo de
Mecenas, acusándolas de que ofenden a la moral, en los siguientes
términos de su advertencia al público: «Es forzoso alegar, entre las que
conozco, las menos malas, para que ninguna de sus poesías líricas deje
de leerse aquí; fuera de las dos odas del Epodon “a una vieja libidinosa”,
las cuales, por su extremada obscenidad, que llega hasta lo soez y
tabernario, no parece bien que corran en romance, ni menos en un
libro popular y destinado a la común lectura.»
Recientemente el español Bartolomé Amengual ha traducido unos
retazos del Quo Vadis?, los únicos que merecen el honor de la lectura,
por la decencia de las [deconfeccionés].
El señor Amengual ha creído aleccionar a Sienkiewicz dándole al
mismo tiempo una prueba de alta estima.
Ha corregido paternalmente las escenas del polaco, con el apoyo
más entusiasta del arzobispado de Sevilla, quien da a entender que
el autor habíase internado en casa de Petronio sin acordarse de San
Pedro… Reconoce el protagonista que la purga de Amengual ha
sufrido gran efecto en la novela Quo Vadis?

333
Tratado de la Imbecilidad del País

Por su parte, los editores acribillan las obras que se traducen al


castellano con infinidad de notas impertinentes, doctrinando contra
los autores, haciéndoles sofistas o libertinos, indultándolos en ocasión,
a veces con indulgencia. Roen, de paso, los trozos atrevidos, las ideas
pecaminosas que en su concepto atentan contra la moral de España.
Resulta, las más de las veces, la obra traducida, un debate
universitario interrumpido, fogoso, en que un honrado librero de
Madrid combate con sus lóbulos catecismales las tesis de los ilustres.
Las amantes españolas no asombrarían al mundo a no ser por las
literaturas extranjeras que las han estereotipado, que las han fundido
en el metal diuturno. Ha sido necesario que liróforos venusinos de
la estatura de Byron, Merimée, Chateaubriand, Dumas y el gran
Alfredo142 oficiaran febricitantes a las divas de amor nacidas en la tierra
de la molicie y el vino. Que Bizet en un desdoble mosaico melodizase
a Carmen con música española en la que hay sollozos árabes,
nostalgias de torero, cóleras del mar Cantábrico, celos de pantera,
enloquecimientos de crótalo, desmayos de zampoña, languideces de
guitarra.
Cádiz, gracias a Byron, ha venido a resultar inglesa, del mismo
modo que Sevilla, por los favores de Merimée,143 es una ciudad de
Francia.
El Don Juan, personificación del hombre libertino, del Satanás
moderno, la paradoja humana que estremece con sus apóstrofes la
bóveda social de los hogares, fue obra del bardo inglés que dio relieve
inmortal a su figura insolente. Inés, la encantadora reina del edén de
Andalucía, el asfódelo milagroso de la gruta de la sal, fue absorbida por
la literatura de Albión. El gran romántico la sacó a fierro del vientre
constreñido de la católica España. Y así desfilan, adoptadas regiamente
por el arte de Europa, las Eloísas y las Dolores, las Eulalias y las Emas.
España no existiría si no fuera por sus mujeres, aquellas hembras
tempestuosas que algaraban de su religión para huir al desierto
en brazos de los musulmanes, las que escapaban furtivamente de
las celdas bajo los disfraces de la seducción; aquellas que en el seno
de las cartujas, bajo el calor de las fiebres espasmódicas, se dirigían
sonambuleando a las alcobas de los frailes jóvenes para ofrecer a
Citerea144 la inviolabilidad de sus carnes martirizadas por el hábito.
Gloria a las emperatrices que naufragaron en semen, las que de lascivas
galas, néctares lubrificantes y lenguas apetitosas sufrieron grandes
harturas, las que se abandonaban en los campamentos tricolores,
donde cerniose el águila de Napoleón a los heroicos franceses,

334
Julio Herrera y Reissig

saludando en las quintaesencias paganas el desmayo sabroso, en


brazos de los bienvenidos al babeo enajenante, el placer filosofal.
Es una calumnia de la historia, el más grueso falso de los maridos de
España, que las nietas de los árabes hayan luchado contra los franceses,
arrojándoles agua caliente. Por lo contrario, un escritor galante de
aquellos tiempos felices asegura que los bellos oficiales del Emperador
eran disfrutados por las madrileñas que, escapándose a los padres y a
los esposos, iban a pedir posada, locas de sensualidad, en las tiendas de
la conquista. Al retirarse Napoleón de España, los franceses lloraban
amargamente, teniendo que abandonar una plaza de concupiscencia,
una mina de mujeres encantadoras.
En cambio las uruguayas no se entregaron a los valientes del
Brasil que vinieron con Lecor, ni a los hermosos ingleses que se
apoderaron de Montevideo. ¡Qué degeneración de raza! Los árabes
no conquistarán este mendrugo; no lo han de convertir en un venero
de amantes importando el vino del Chiraz en nuestra cepa criolla.
¡Abandonemos a las uruguayas!
¡A Madrid, libertinos! ¡A Cádiz, el paraíso Andaluz!
Allá nos esperan impacientes la Padilla encantadora, con celos de
potranca turca, la Montálvez, sin el segundo tomo, ¡escapada al imbécil
Pereda! Currita Albornoz, la Victoria Coloma, Teresa la sensual
sonámbula, la amante de Jesús convertida por los montevideanos en la
protectora de la inmundicia; las Venus efervescentes de Espronceda y
Campoamor, las ninfas semi-desnudas que viven entre los naranjos en
la verdosa Granada, las golondrinas de los patios andaluces estrelladas
de claveles, eróticas de perfume, que sueñan lánguidamente con
ojivas, torneos, cabalgatas y aventuras.
¡A España, libertinos! ¡Despreciemos una vez por todas a las
vírgenes del Uruguay! Corramos a plantar nuestro estandarte en el
seno de las Madriles. Hay un harén al mundo donde se habla nuestra
lengua. ¡Vamos a ser sultanes!
Afortunadamente para el romance, para el orgullo del sexo, la
propaganda de la continencia ha tenido que deshacerse en España
luchando con el jerez bravío de la sangre, mezclada con el Málaga
insurrecto que la caliente Arabia puso en el odre godo. En nuestro
país el catolicismo ha triunfado sin esfuerzo. El vino Piriápolis, que
mezclado con leche ingenua de los tambos circula mansamente por los
caños de nuestras hembras, se ha ofrecido sin condición a los sofismas
tiránicos del tiempo oscuro. De ahí que las anémicas montevideanas,
tan distintas de las briosas reinas de la Metrópolis, jamás se desboquen,

335
Tratado de la Imbecilidad del País

jamás rompan el freno despidiendo en un balance a su cabalgador,


tomando campo abierto con rumbo a los gloriosos destinos de la
belleza.

Pudor consejil
Este sentimiento colectivista es ingénito en los uruguayos.
Converge al matrimonio, a la honra y a la moral privada. Diluvia
continuamente alrededor de los noviazgos, y tiene por divinidades
el juez y el sacerdote. «¿Cuándo se casa? No puede hacerla perder
tiempo. Es una señorita muy virtuosa; le ha sido muy constante. ¿Qué
espera? ¡Cómo hablará la gente!» Así se expresan los intermediarios,
los corredores de matrimonio, mostrándose amables o duros según
las circunstancias y el temperamento del galanteador. En casos graves,
constituye una alianza instigadora entre las familias y los amigos.
Todos a una, intervienen solemnemente con diplomacia estudiada,
invocando las sombras de los muertos, poniendo por anatema el mito
de la mancha, el arsenal de la crítica, el degradamiento del nombre. En
todo lo cual persiguen, los muy ladinos, recurriendo a la tragedia, el
acollaramiento ante el código de los dos amantes, de los imprudentes
cínicos que viven, como se expresan ellos, en escandaloso concubinato.
Cuando se trata de encubrir un adulterio, de poner tierra a un
escándalo, de reconciliar novios o cónyuges, se ofrecen nuestros
corredores a los interesados con una galantería deleitosa de abate de
Palacio en tiempos de Luis XIV. Con el índice puesto sobre la boca
para Misterio, entre una turba de rufianes ceñudos y apesadumbrados
que se esmeran en su misión ortodoxa de componer el himen, deslizan
un anillo.

Pudor conventillero
Cuando se conoce la falta de una señorita en un hogar, la señora
y todos los miembros de la familia la insultan a grandes voces. Suele
haber agresiones a puño y amenazas de Buen Pastor.
Una señorita amante se hallaba haciendo compras en casa de la
modista. Unas personas de su amistad que vieron entrar a la señorita,
se precipitaron tras ella desde una casa de enfrente, sin sombrero, en
traje de matinée, dando gritos, descompuestas como Ménades furiosas,
como demonios borrachos. Clamaban fuera de sí; dirigiéndose a saltos

336
Julio Herrera y Reissig

a la modista: «No le fíe, no le va a pagar, échela, que es una loca, acaba


de tener un hijo.»

Pudor turista
Un montevideano hallábase en París, en carácter de Plenipotencia.
Algunos compatriotas visitáronle en su casa. Él les dio noticia de la
vida de París, revelando a los parvenus que ese desborde de placer y
de inmoralidad atribuido a la ciudad maldita es un prejuicio del
mundo, una preocupación calumniosa; que París, respecto al orden
social, es semejante a Montevideo, que las orgías, los escándalos,
las perturbaciones de la capital de Europa son charlas de los libros,
«inventos de los novelistas.»
La compañera de uno de los visitantes se convenció de la verdad
de este juicio al ver algunas señoras de la aristocracia, las cuales
le sorprendieron por su seriedad y compostura. Como la honesta
cónyuge escuchara en Montevideo que las señoras de París solían tener
amantes a discreción, pensó hallarles el aire descocado, libre; el sello
del libertinaje en el vestir, en el modo de caminar. Viendo el porte
severo de las aristócratas parisienses, decía la señora edificada: «¡Qué
seriedad, qué corrección, qué juicio! ¡No miran! ¡Es una calumnia que
las parisienses tengan amantes!»
El Señor Ministro, jefe del grupo, dio instrucciones terminantes
a uno de los montevideanos sobre la conducta que debía observar
en las carreras de Auteuil: «Se le acercan a usted muchas mujeres,
pero tenga usted cuidado en entablar conversación con ninguna. Se
comprometerá Vd. muy seriamente; enterraría su reputación.»
El ministro, en las carreras, hizo saber a sus compatriotas, a las
familias, a sus huéspedes, que los hombres elegantes, regios, que
acompañan a las demi-mundo, no eran personas honorables, sino
caballeretes decorativos, pagados por aquellas locas, vestidos por ellas
mismas para que las acompañaran en público.

Pudor antidiurético
En todas las ciudades civilizadas del mundo hay, de distancia en
distancia, desde [[…]] orinaderos para hombres y señoras, lo que
es bastante lógico, y no debiera asombrar a nadie. No obstante, gran
escándalo causó entre los uruguayos la colocación de los orinaderos en
la Plaza Independencia. Los periódicos, olvidándose de la política, se

337
Tratado de la Imbecilidad del País

dieron a maldecir en sendas elucubraciones al malhadado invento del


Municipio. La vecindad de la Plaza solicitó de la Junta que los quioscos
fueran retirados, pues era algo monstruoso que las señoras, desde los
balcones, presencien las entradas de los individuos a sitio tan inmoral.
Se decía que desde un balcón pudiérase distinguir las piernas, hasta
la rodilla, de los hombres que orinaban (que tanto da verles las patas a
la sota; cuando se trata de adivinar, muy picarescas…) Por lo mismo,
los solicitantes, basándose en que las señoras no se conformarían con
verle apenas los pantalones a los individuos, rogaban a las autoridades
la supresión de los meaderos.
Pero esto no fue nada comparado con lo que aconteció dos años
hace, cuando la Junta tuvo la buena ocurrencia de colocar dos quioscos
en la Plaza de Constitución. Fuera de sí, la gente bramaba enardecida,
aduciendo las más raras argumentaciones contra el criterio científico de
la honorable Junta. Levantose la prensa en masa. La Razón, el periódico
antidiurético por excelencia (nefritis por antonomasia), se ocupó durante
quince días, en editoriales muy bien fundados, de la medida higiénica del
Municipio, tildándola de sucia, disparatada y escandalosa… Se adujo que
la Plaza de Matriz era unos metros más corta que la de Independencia,
y por lo tanto no podría permitirse la colocación de los orinaderos; que
las señoritas de las calles Cámaras e Ituzaingó tendrían que privarse, por
sus novios y por sus vecinos, del placer de estar en los balcones durante las
mejores horas. Un periódico dijo que, para bochorno, demasiado con que los
angelitos de la fuente de dicha plaza estuvieran enseñando a las señoritas,
que los contemplan de soslayo, muchas veces al día, los órganos genitales
sin el menor disfraz… cosa por demás extraña a nuestras costumbres…
Hasta no faltó quien, dirigiéndose a la Junta, exclamase: «¡Por Dios! ¡Por la
Santísima Trinidad! ¡Qué ridiculez! ¡Qué sacrilegio: una letrina frente por
frente a la Asamblea, al escudo de la Nación! Sólo en este país se pueden
ver tales cosas. ¡Qué dirán los extranjeros!» Al fin, la coalición obtuvo la más
ruidosa victoria. La Junta, convencida, ordenó el retiro inmediatamente
de los kioscos… Dos conmociones ha habido en el país que se han impreso
en el Calendario con eternos caracteres: la muerte del coronel Lamas, y la
erección de los orinaderos en la Plaza Constitucional. Esto último pareció a
los uruguayos tan extraño, tan emocionante, tan inasible como el teléfono
sin hilos, como la escritura del pensamiento…
Nadie puede calcular lo que ocurriría en el país si a la Junta se le
antojase la colocación de orinaderos para señoras en las plazas de
la ciudad, a semejanza de las que existen en el mundo civilizado.
No hay duda que estallará una revolución sangrienta (una Saint

338
Julio Herrera y Reissig

Barthelemy contra la Junta). Los maridos, puede darse por seguro


que considerarían adúlteras a sus mujeres en caso de que las señoras,
apuradas por el orín, entraren a vaciarse en los susodichos quioscos.
Son comunes en nuestras aristócratas las enfermedades a la vejiga y
al meato a causa, como se comprende, de la continencia urinaria a
que las obligan los hombres. Por precaución, las infelices no toman
líquidos antes de salir, y en el momento de ponerse los guantes
diluvian en la escupidera.
Las que se ven corridas en plena calle, se agachan puritanamente
en los zaguanes y en los portones de las barracas, y en las obras que se
construyen… Otras economizan a la Junta el chorrito de las regadoras,
orinando con disimulo, mientras caminan… Cuántos Gonzagas que al
encontrarse con dichos rastros piensan mal de los perros, siendo así
que no son perros sino sus esposas y sus hermanitas.

Pudor entontecido
Una señora muy pudorosa dejaba que su hija145 regresase de Los
Pocitos en tranvía junto a su pretendiente, quien durante el trayecto
tocaba el piano en los muslos de su compañera. En cambio la mamá
no pudo transigir en que la flor de Mayo regresase de Ramírez junto a
su novio, entregada con distracción al masaje caliente del sibarita.
He aquí la sentencia de la madre cuando protestó la esclava: «¡De
Los Pocitos es otra cosa!»
Viendo a un amigo que iba de paseo con una niña, un joven se
expresaba así: «Yo no lo saludo; porque la mujer que lo acompaña
puede ser una cualquiera. Es cierto que en París, se saluda sin
escrúpulos a una pareja sospechosa; pero es distinto en Montevideo…
puede ser una prostituta.»

Pudor parteril
Este sentimiento se funda esencialmente en el pudor que tienen las
uruguayas de tener hijos en casa de la familia. Los sanatorios funcionan
en los domicilios de las parteras, donde las madres, a precios módicos,
son perfectamente cuidadas con oporto, caldos de pulpa, y huevos del
día.
No obstante, para los lavajes emplean las cuidadoras, en vez de
bicloruro, querosén, vino seco y caña. Las parteras, por orgullo, por
rivalidad con los médicos, no admiten la farmacopea. Esto aboca a las

339
Tratado de la Imbecilidad del País

Herrera y Reissig “en los paraísos de Mahoma” Foto de Ángel Adami.

pupilas a una fiebre puerperal, o el contagio de otros males inherentes


al asunto. Las comadronas uruguayas son las grandes enemigas de la
antisepsia. No se lavan las manos con la pulcritud debida. Se valen de
una botella, que introducen en la vagina para extraer la placenta. El
corte lo ejecutan bárbaramente con un cuchillo infeccioso. No ligan
como debieran el cordón umbilical. Por esto se producen hemorragias
torrenciales en las infelices puérperas. El hijo sucumbe a menudo,
víctima del amor propio de las cirujanas. No obstante las madres
disculpan a las infanticidas, como se comprende, y ven en ellas la
mano de la Providencia, un milagro de la Virgen Santa. La muerte de
la criatura, del fruto de la deshonra, es un consuelo para las puérperas.
Un testimonio menos de su pecado.
Aconsejo a las señoritas que, a pesar de las comodidades aparentes,
del relativo confort de las parideras, del misterio que se les brinda,
se enfermen en sus casas, evitando de ese modo el más serio de los
peligros. ¡Qué diablo! ¡La honra no vale la vida! ¡Reflexionen las
montevideanas sobre este grave particular!
Se paga tres pesos diarios la discreción, la delicadeza, el sacrificio
[[…]] madama. En algunos sanatorios el abono es convencional
según [[…]]. Las enfermas de campaña pagan menos que las señoras

340
Julio Herrera y Reissig

de Montevideo. Éstas, más conocidas, corren mayor peligro. Se


presupone, por otra parte, que el honor de una montevideana vale más
que el de una floridense,146 por ejemplo. Hay honorarios espirituales.
Una partera decía, con énfasis de holocausto: «¡Estas cosas se pagan
con el alma!»
El parto y la botica se abonan como extra.

Reglamento de los sanatorios


Hay una hora prefijada para que el amante visite a la señorita. La
familia suele verla después de media noche. Las parientes bajan a todo
correr del carruaje como si lloviese, envueltas en un crespón. Algunas
madres muy recatadas —las primerizas— no se dejan ver hasta la
hora del alumbramiento. El amante no asiste al parto. La partera, por
decoro, no lo permite.
Con el objeto de que las puérperas hagan ejercicio, la madama
les hace lavar la pieza y arreglar el lecho. En sus relaciones con las
pensionistas, la partera usa un ligero tono despreciativo, decente.
Cuando las niñas hablan en voz alta, la doctora les grita con imperio:
«Muchachas, no armen escándalo.»
Ocurren en los sanatorios escenas interesantes. Tres señoritas
compañeras de colegio se encontraron por casualidad en casa de la
comadrona. Cambiados los desvanecimientos y los sollozos de estilo, se
entregaron juntas, después de mutuos consuelos, a tejer los escarpines
de sus respectivos nenes, en animada tertulia. La partera muy galante
las convidó con jerez. Al final hubo risas. Se habló de pe[[…]].

Pudor dogmático-feudal
Un joven literato hablaba, con un eximio personaje de un bando
de la política,147 sobre lo agradable de las caricias de una esposa al
regresar el marido… El personaje contestó con indignación que eso
era según las mujeres con que se tratara; que él consideraría una grave
falta de moralidad en la esposa que se insinuase al marido con la más
tímida demostración. He aquí «lo inverosímil en lo cierto», como
dice Maupassant. Continuó diciendo el abogado que él pudiera pasar
seis meses sin intimidad con su esposa, seguro de que su cónyuge no
profanaría lo sacrosanto del lecho con la caricia más leve.
¡Qué modo de prescindir de todo derecho de la mujer! Se la
considera como un lujo de moralidad.

341
Tratado de la Imbecilidad del País

Con las cosas que pasan en el país, podríase componer el código de


la risa. Se conserva entre nosotros el mito español de la casta espera.
En España se dice naturalmente que el placer de las cónyuges debe ser
moderado.
Nótese que se ha hecho germinar en la mujer un amor propio
negativo, y para lisonjearla se le dirigen cumplimientos a su vulva; v. y
g. casta, digna, muy señora, edificante.
A propósito la cuarteta de Balart, vate doméstico:

Granada como una espiga,


Lozana como una poma,
Guardera como una hormiga,
Casta como una paloma.

Es tan exaltada la fantasía de castidad en este bardo, que le parecen


puras las palomas. ¿Quién le ha dicho al señor Balart que las palomas
son menos concupiscentes que las gallinas de las que se dice que son
locas de la calle Santa Teresa?CXXXIII Las infelices gallinas, con ver las
que alimentan a las esposas después del parto con huevos y calditos,
han sido calumniadas por la ofuscación de los maridos. Está por
saberse si una veintena de palomas se contentarían con un macho,
como lo hacen las amantes de los gallineros. Preciso es rehabilitar a las
gallinas.
Esto se relaciona con la preocupación uruguaya de que un hombre
no debe casarse con la mujer que se le ha entregado. Dícese en tal caso:
«Se casa con ella después de haberle hecho un hijo. ¡Qué imbécil!»

Otra nota
Un marido viendo unos fotograbados de artistas europeas exclamó
con entusiasmo ante una cara montevideana: «¡Qué ideal! Ésta será
excelente para esposa.» Al notar otra de vivaz fisonomía, de aire suelto,
clarificó en un rapto de cachondez luciente: «¡Qué hembruna! ¡Qué
polvareda! ¡Qué limonero! ¡Qué caderazas! ¡Me le afirmaría por la
retaguardia!»

CXXXIII
Expresión de los uruguayos: puta como una gallina.

342
Julio Herrera y Reissig

Dogmatismo férreo

En opinión de una burguesa apostólica existen dos pudores: el


de la virgen y el de la casada. ¡El uno sucede al otro! ¡La casada, por
modestia, no dijo cuál era más noble…!

Una forma de feudalismo


Los uruguayos no quieren ni por broma que las mujeres se agiten
en el lecho. Si esto sucediera, pensarían de seguro en una iniciación
de contrabando durante la pubertad. Verían el arte, la prostituta,
París… Perderían la ilusión, como ellos dicen. Traslado a su falta de
experiencia. Como no han conocido amantes los uruguayos, sino
viles rameras, conceptúan que el espasmo, que el temblor venéreo no
deben sentirlo las honradas. Conceden como mucho que la esposa
tenga en secreto sus sensaciones. Se adula en esto la hipocresía de la
mujer, que debe gozar como los antiguos héroes morían: en silencio.
Es un estoicismo agudo, teómano, quintaesenciado. La mujer es
siempre mártir, eterna esclava de una lujuria despótica, especulante,
de horca y cuchilla, estúpida a la vez, necia y vandálica. Es abstinente
hasta en el lecho. Debe parecer siempre virgen, siempre niña, ingenua
siempre. El marido debe tener ante sus ojos en el parto, y después
del parto, la beatífica visión del himen, la media luna de sangre.
Connubian las mujeres con las manos puestas en actitud de plegaria,
solemnes ambos, hieráticos, episcopales. El Espíritu Santo las invade,
las transporta, las penetra. La escala de Jacob desciende sobre el lecho
desde el trono del altísimo. El pene se posa en el santuario como el
pan de los apóstoles. Los patriotas, los partidarios, los catones de la
República, celebran coitos cívicos. ¡El marido reflexiona en que está
haciendo un ciudadano, y la mujer, una señorita!
No se extrañe que los montevideanos tengan como superstición
que la mujer no debe gozar. En España, la Santa Sede, la capital
pontificia del pudor, reina igual superchería. Según el dogma, sólo el
marido connubia. Esto lo dan a entender las novelas de los españoles,
y lo prescriben severamente los libros de fisiología, que son como
las biblias profundas en que se consigna la continencia de la mujer.
Alejandro Martínez, notable médico de Cataluña, autor de un libro de
esta especie, se expresa como sigue:

343
Tratado de la Imbecilidad del País

Ya hemos dicho que la mujer, en general, es menos sensible que


el hombre a la materialidad del goce, pero en cambio suple con otras
condiciones de sensibilidad imaginativa las que de lo otro le faltan.
La joven recién casada tendrá a raya en lo posible, con cariñosas
advertencias, los deseos de su marido, para evitar que los excesos le hagan
caer en la impotencia. De esto se desprende que la mujer en el instante
supremo conserva toda su serenidad de espíritu.
La falta del tamaño en el pene y las escasas erecciones [impiden] a
muchos individuos de efectuar el acto carnal y de [unirse] en matrimonio,
temerosos de no dar a la mujer la complacencia suficiente en tales casos
requerida. Esto es un error. La joven […] e inocente que se une con el
hombre en matrimonio sabe cumplir con sus deberes amando a su marido
por el alma y no por el cuerpo. Además que no habiendo nunca conocido a
hombre ninguno, su inauguración no puede vagar en deseos de reflexiones
imaginarias. La conciencia del tamaño de ciertos órganos no puede tenerla
una doncella antes de unirse. O no es doncella.

(Traslado a los frágiles, y más a los de este pueblo, donde no hay


adúlteras. ¡Casarse, impotentes!)

En la mujer, que es bastante pasiva para el acto carnal (¿Quién le ha dicho al


psicologista que todas las mujeres son uruguayas, o que las uruguayas son mujeres?)
hay otras causas muy importantes que atenúan los deseos conyugales.
Si su esposo no tiene el talento de reunir al acto carnal, grosero en sí
(¡¡Qué bárbaro!! ¡Calle usted, hombre!) los goces del alma y no se disfraza la
materialidad del acto con hábiles preludios, como besos, caricias y palabras
amorosas (¿Besos? —Son coitos con la boca, y más si son de lengua) es seguro que
su mujer ha de tomar repugnancia a un acto que más bien ha de martirizarla
que complacerla.

(¡Qué sacrilegio! Se halla Vd. muy por debajo de la risa, no


encuentro adjetivo para condenarlo. Doy a Vd. carta de ciudadanía en
mi país, en la República del Onanismo.)
Sigue el fisiologista:

La mujer rubia, de piel blanca, linfática, etc., tiene sus deseos casi apagados.
Se necesita una serie grande de excitaciones para que llegue a sentir deseo.

(Siempre la manía de insensibilizar el clítoris a las mujeres.


Aconsejo a los uruguayos que se casen con rubias; éstas son las más

344
Julio Herrera y Reissig

ideales, hechas como para ellos. De ese modo se ahorrarán el trabajo


de velarles el placer).

Sería un error profundo en un esposo que se obstinase en obtener de


ellas trasportes que su naturaleza repele. (Pierda cuidado el fisiologista, que los
de por aquí no se obstinarán en semejante cosa).
Por el contrario, la mujer morena, exuberante, que no se ha entregado
a la masturbación (ojo uruguayas; ¡cuidado con las velas!) ni está consumida
por los excesos (de éstas no se ven muchas por aquí), siente violentamente el
goce material (¿con qué transigimos con las morochas? ¿Y no hay muchas morenas
en España?) y si choca con un marido fatigado o enclenque puede muy bien
hacerlo enfermar, si exige la repetición abundante de los coitos, y hasta
ocasionarle la muerte por consunción o sus consecuencias.

(Traslado a los maridos de Montevideo, que a los tres meses de su


matrimonio andan atáxicos; a los que van a reponerse de las fatigas del
tálamo en las estancias departamentales. ¿Cómo es que los uruguayos,
amantes de la castidad, gustan más de las morochas que de las rubias?
¡Misterio…!)

Pudor abortivo
Este sentimiento sanguinario consiste en hacer abortar a las
señoritas para ocultar la deshonra. Se da el caso frecuente de novios,
padres y hermanos, que suministran el contraveneno para salvar
el honor de la probable víctima, la señorita que lo toma de la mejor
voluntad.
Aumenta incesantemente la estadística de los abortos, con lo cual se
ve que la moral entre los uruguayos no es otra cosa que la hipocresía.
Todo se reduce a parecer que se tiene himen, aunque para esto se
exponga la propia vida y se desprecie la de los hijos.

Pudor infanticida
En distintas partes del libro hemos hablado de este pudor, que
consiste en matar los recién nacidos y arrojarlos al aljibe, a la calle
o al carro de la basura. Suele haber entre las uruguayas excelentes
estranguladoras. Al hijo, por lo común, lo envuelven en un periódico,
después de haberlo picado como para hacer pasteles.

345
Pudores piccolos
Pudor franco

Una señorita excesivamente delicada, enemiga de todo


acercamiento con el novio, para quien una caricia es una mancha
indeleble que la obsediera hasta en sueños, recibió, en un descuido, a
viva fuerza, un ósculo en plena boca.
Muy sutil, muy ingeniosa, para desvirtuar la afrenta, para
desmonetizarla, para que se viese claro su inculpabilidad, para que
se admirase su espíritu cristalino, resolvió la doncella confesarse en
público, como los antiguos israelitas que descargaban sus faltas,
vociferando dolientemente sobre el cordero de la expiación…
Convocó sus relaciones a una comida, y en plena mesa les dijo,
con énfasis de virtud: «¿No saben lo que pasa? ¡Fulano me ha dado un
beso!»

Pudor cronológico
Hay novios que embarazan a las señoritas. Interviene la parentela.
Se casan. Naturalmente que la señora tiene el hijo a los nueve meses
de haberla visitado la célula fecunda que se parece a los congrios, y a
los seis o siete meses de haberse unido en matrimonio. Al destaparse
el champagne entre familias, todos se convienen en soportar la nueva
que ha visto la luz del mundo un hermoso sietemesino.
¡Cómo se calumnia al almanaque! Los trapos sucios, como dicen
los montevideanos, se lavan en la cocina.
Dos niños, hijos naturales de diferente madre, albergados en casa de
una familia moral, llevábanse cuatro meses. Esto indicaba claramente
que las amantes se habían divertido en una misma época, lo que era
bastante feo y había que ocultar al mundo por necesidad. En consejo
de familia se decidió que los niños se llevaran dos inviernos, con lo
cual parecía que se atenuaba las infracciones de las madres, ya que dos
pecados juntos era un escándalo vivo.

Pudor chúcaro
Se ubica este pudor en los alrededores de la ciudad, y se hace notar
por movimientos regresivos, vueltas de espaldas, cierre de puertas,

346
Julio Herrera y Reissig

palideces fulminantes, sonrojos instantáneos, y gestos de antipatía.


La Unión148 es la capital y el punto donde residen las autoridades
femeninas de este sentimiento arisco, atrabiliario, cazurro,
desconfiado, misántropo, cerril y escamón. Las hermosas unioneras,
que suelen asomarse a la puerta o a los balcones para entretenerse
mirando pasar los carros, dan una media vuelta, espantadas, trémulas,
temerosas como los carpinchos que se arrojan al agua al sentir el
menor rumor en la selva, apenas un montevideano asoma las narices.
Cuando el transeúnte se halla a corta distancia de donde ellas privan
con su escultura monástica, emprenden un salto atrás y cierran la
puerta estrepitosamente, con ese terror de los niños cuando ven
asomar al cuco.
Poco después que el montevideano ha pasado, ellas, con cautela
de nutria vivaracha, abren un poco el postigo, atisban picarescamente
al extranjero inquietante, y sacan una instantánea de su figura y de su
indumentaria. Finalmente cuando el desconocido se ha alejado, 100
metros por lo menos, asoma triunfante a la ventana toda la familia de
los carpinchos.

Pudor insomne
Un matrimonio que vive lejos de la ciudad perdió el tren de media
noche que va para las afueras. Considerando impropio que gente
de buen vivir pernocte en una casa de huéspedes, se decidiera a no
dormir, y para el efecto dirigieron a la Iglesia Matriz en cuyo atrio
estuvieron hasta la mañana. Se entiende que no tomaron un carruaje
porque juzgaron que eso de coche, después de las 12, es altamente
inmoral o criminal.

Pudor dantesco
Una señorita tiene un dije que lleva colgado al cuello con esta
inscripción: «Húndase el mundo antes que faltar a Dios o a mi
esposo.»

Pudor retroactivo o pretérito


Un uruguayo tuvo con una amante varios hijos. El más aventajado
en ocasión de sacar en el examen la nota de sobresaliente, solicitó de
su padre como gracia de extralista, que se uniera en matrimonio con

347
Tratado de la Imbecilidad del País

su madre, a lo que contestó el uruguayo con gravedad de profeta: «¡Yo


arrojaría sobre mis hijos una mancha indeleble si me saliera casando
con la que fue vuestra madre ilegalmente, vergonzosamente!» El
estudiante, comprendiendo las razones que asistían a sus padres,
admirando su profundidad, se abstuvo de continuar.

Pudor criminal
Se trata de un pudor educativo, de un pudor con que se nutren los
estudiantes de derecho, los futuros jueces de la nación, aquellos que
se encargaran un día de fallar con conciencia lo que en la cátedra se
les predica.
En Medicina Legal, tratado de que es autor José Ferrando y Olaondo
—obra llena de ridiculeces bárbaras— que lleva el visto bueno de
don Elías Regules, y que los estudiantes de Montevideo se tragan de
memoria, sin la menor protesta puede leerse el comentario que va a
continuación, relativo a las disposiciones sobre el aborto de nuestro
Código Penal.
(Múnase el lector de agua meliz y éter)

El aborto, que por otra parte pocas veces se presenta, no es considerado


por todos como delito, mientras que otras personas se escandalizan y
declaman contra el médico que interviene en un aborto, lo que implica
una exageración, pues todo depende de la intención que lo haga llevar a
cabo. Además, entre dos males debe optarse por el menor; y así, supóngase una mujer
deshonrada: ¿Qué vale más, la vida material del hijo o la reputación de la madre?
La obra del aborto se debe suponer buena en este caso, pues, así se salva el honor de la
mujer, que sin eso estaría completamente perdida para la sociedad. (¡!)

(¡Admire el lector la proclamación del crimen y la hipocresía, como


medio de salvar ese honor que las mujeres llevan en su organismo!)
Sigue el autor:

Fuera de esto, un marido puede tener interés en hacer abortar a su mujer,


porque sucede a veces que una muchacha se entrega a su novio antes de
casarse y contrae enlace embarazada, y, en este caso, no pudiendo el marido
ocultar que a los 4 o 5 meses su mujer salga de cuidado, debe considerársele
el derecho de hacerla abortar.

348
Julio Herrera y Reissig

(Qué privilegio el del marido, qué refinamiento de moral. ¿Y el


amante no puede matar al hijo a menos que no le pague treinta pesos
al Juez para que lo nombre marido? Véase cómo los esposos adquieren
hasta el derecho del crimen.)
El proclamador de los abortos, el que halla buenas las hemorragias
de la madre y cosa de poca monta la existencia de la criatura,
encuentra poco después que las penas que establece nuestro código
son altísimas, y como consecuencia de estas penas bárbaras (¡un
bárbaro que encuentra las penas bárbaras!) y desproporcionadas, se
saca como resultado el que no tengan aplicación.

***

Como se ve el pudor entre los uruguayos asume caracteres


alarmantes, a punto que el extranjero tendrá que intervenir
oficialmente con sus escuadras y sus batallones, para que dicho
sentimiento no continúe bajo una forma legal autorizando el crimen
en un país que se tiene por civilizado y que en el fondo no es más culto
que el Imperio Chino…
No vemos la razón, porque la Europa pueda inmiscuirse
soberanamente, como árbitro de la justicia, del progreso y del decoro
de la Humanidad en los asuntos de Oriente, tratando de encarrilar
las costumbres de esos pueblos estúpidos y sanguinarios —y no deba
igualmente hacer entender con la lógica de los cañones, a estos
trogloditas púdicos, a estos bellacos ingenuos, a estos hipócritas
morbosos, a estos charrúas caucásicos, los principios más elementales
de la moral sociológica.
¡Que vengan los europeos y se adueñen de la toldería! ¡Que
desaparezca para siempre en las cataratas de las irrupciones esta sub-
raza inferior! ¡Que sobre los escombros del derrumbe dantesco se
yerga para siempre la Ciudad de la Anarquía, la ciudad deslumbradora
del Porvenir de la Especie!

Fin de los Pudores

349
Psicofisiología de los uruguayos,
con continuación de los caracteres
emocionales.

Irregularidad de su naturaleza. El medio físico en


relación con el temperamento. Antítesis de los caracteres.
Las nórdicas y las pampeanas. Las desequilibradas. Predominio
de la cachondez. Ocurrencia de esta baja sensualidad. Su
influencia en el lenguaje. Grados que adquiere.

Uno de los fenómenos fisiológicos más extraños se observa en el


colectivismo de nuestra sociabilidad respecto a nuestras mujeres.
Las que no son glaciales, de una carne efímera, vacua, insustancial,
exánime, hiperbórea, de un temperamento incipiente, impávido,
inactivo, atrofiado, inmueble, achaflanado, glúteo, anestésico,
insaboro, indiscernible; son, por el contrario, cachondas, de una
sensualidad de puchero, potencialmente inaudita, de concupiscencia
plenaria, elefantiásica, pedestre, etiópica, promiscua, diluviana,
porcina, consumidora, intemperante, pleonástica, paroxismal,
eruptiva, caudalosa, inenarrable.
Esta clasificación no alcanza al sexo fuerte, porque todos los
uruguayos son cachondos superlativos, capaces de repetir el treceno
de los trabajos del gran Hércules «que fue el deshacer cincuenta
doncellas en una noche»CXXXIV
Varios son los agentes de esta oposición antípoda en los
temperamentos femeninos. La balumba inmigratoria en primer grado;
luego, el bodrio conyugal entre las clases; la sangre profanada, sucia,
turbulenta, todo un revoltijo ecuménico en las capas del rebaño. Por
lo demás se sabe, que en las razas inferiores, como lo afirma Spencer,
la irregularidad obra a capricho, y el mundo de los caracteres ofrece
dislocamientos agudos, incoherencias y desórdenes que pasman al
observador.
De un cálculo aproximado resulta que la mitad, más o menos, de las
uruguayas, son burdamente sensuales. Las restantes son catalépticas,
témpanos fecundos de la especie, aparatos para hacer hijos. No hay

CXXXIV Voltaire - El ingenuo.

350
Julio Herrera y Reissig

tibias entre las uruguayas. Esto induce a juzgar, como una de las causas
más eficientes de la oposición climatológica de su sangre, la variedad
de las temperaturas, el antitético sube y baja de los termómetros,
las bocanadas libidinosas del Viento Norte a las que suceden los
repentinos rafagueos del Pampero, y los tiritamientos polares del
Viento Sur. A un clima que no es templado, ni regular, ni culto, ni
estable, no pueden corresponder mujeres de un temperamento fijo.
Deben existir cachondas alentadas por los abegos tropicales de las
selvas brasileñas; por el meridiano fogoso que irrita la sensualidad
de los titís; y muñecas de nieve insípida, de carne embalsamada, que
viven del amparo del Polo Austral, y con los chuchos de los desiertos
pampeanos.
De este modo, las uruguayas se dividen en pampas, frigoríficas o
polares, y en selváticas nórdicas o cachondas.149 ¡Oh, delicia del
milagro!
Los vientos cachondos y frigoríficos tienen la virtud de mantener
en el país dos familias de mujeres rabiosamente diversas; por lo que el
Uruguay es como ciertas montañas del Ecuador y de Andalucía, donde
se reproducen indistintamente las floras del equinoccio y de los climas
fríos.
A las cachondas, pertenecen las variables o desequilibradas, que son
las que se corresponden con el estado del tiempo.
Según prive el Sur o el Norte se muestran frías o cálidas. Muchos
las confunden fácilmente con las pampeanas por cierto estado de
serenidad glacial que las invade cuando el Pampero y los alientos
del Sur azotan al territorio. Pero en cambio, si los vientos del Brasil
queman el aire, se excitan afiebradamente; su carne se estremece,
presa de los apetitos más apremiantes, de temblores de animal en
celo.
Las desequilibradas varían constantemente. En tiempo muy reducido
se hielan o se calcinan, según las variaciones atmosféricas y las
temperaturas de las diversas estaciones. Extraviados, confundidos, sin
saber a qué atenerse, los cazadores galantes se llevan sendos chascos
apuntando en el momento menos propicio, cuando el Pampero
anestesia celosamente la carne de las tentadas.
Las cachondas llegan a su mayor grado de excitación en las horas
de la siesta, inmediatamente después de la comida, de ocho a once de
la noche, y al venir la madrugada. La primavera es por excelencia la
estación en que florece la cachondez.

351
Tratado de la Imbecilidad del País

Luego en el verano, por ser ésta la época en que más sopla el Viento
Norte, las cachondas llegan al delirio; se encabrita su sensualidad;
ignoran lo que hacen cuando se hallan con un hombre.
En varios capítulos de este libro, y sobre todo en el que antecede, me
he ocupado, refiriéndome al pudor y a la hipocresía de los uruguayos,
de las cachondas y de las frías, de aquellas que con un traje de recato
insospechable, y de bondad amorosa, penetran en los aposentos de
Lucifer, de las que se ocupan tranquilamente de dar tetas a los hijos,
seis meses en el año, y también de no dejárselas tocar por nadie; ni se
le ocurra a la honrita.
Pero es el caso que conviene gravemente a los fines de esta obra
dejar detalle por detalle, constancia de todo lo que concierne al país,
y es por esto que nos ocupamos con detención del temperamento de
las uruguayas. De las pudorosas hemos hablado suficientemente; de
las frías no cabe apenas hacer una alusión pues, como todo lo frío,
no tienen gracia, y además debe considerarse que están muertas
por su misma temperatura, no dando nada que decir con su estéril
abstinencia, su cómodo solteraje, o su maternidad de bestias mansas.
En cambio la cachondez es manantial milagroso de sensaciones
lozanas, de interesantes vicisitudes, de terremotos de escándalo,
de anécdotas espeluznantes, de mágicos episodios, de mitológicas
ridiculeces. No hay oro en el mundo con qué pagarla, y así como hace
mis delicias y hará sin dudas las de mis pudorosos lectores, hubiera
enloquecido de desbordamiento al gran Voltaire y hecho envejecer de
risa a Byron y Heinrich Heine.
Entro pues en materia, al hombro el documento humano, y con el
país a la espalda.
Por lo que se refiere a la cachondez y a lo que con ella reza,
nuestros hombres se dividen en maridos cabañeros; maridos cornudos
(hay unos cuantos más de lo que parece); en novios onanistas, que
se contentan con mirar a las novias y masturbarse; en paraninfos
moralizadores (que abundan entre los estudiantes y en la aristocracia);
en Teresianos;150 en ovejistas (los uruguayos rurales, la gente de las
estancias que tienen por mujeres a las ovejas); ambulantes (entre los
que se notan muchos sifilíticos y atáxicos); algunos tienen mataderos.
Las mujeres se dividen en histéricas-masturbadoras (que despedazan
velas); en consolatrices (que usan consoladores comprados en
lo de Müller); en homófagas (que se comen a los maridos); en
uterinas (que connubian con los sirvientes, con los cocheros y con
los niños); en canisólatras (que viven con perritos amaestrados); en

352
Julio Herrera y Reissig

tortilleras (que cohabitan con hermanas de clítoris desarrollados,


amigas marimachos); en buscadoras (que van a las amuebladas); y en
prostitutas (las de la calle Santa Teresa).
Libertinas no hay más que tres. Una se halla en Buenos Aires.
Amantes, no alcanzan a media docena.
Concubinas abundan en todas las clases.

Fases y recurrencias de la cachondez


A lo mucho que el lector conoce sobre la lujuria de pone y saca
de los uruguayos, hay que agregar algunos casos importantísimos,
de intensa vivacidad, que en nada desmerecen de lo apuntado hasta
ahora.

Cachondez fulminante
Un abogado muy distinguido casó no ha mucho con una hermosa
señorita de la sociedad, que atrajo en todo tiempo el mimo de los
salones con sus ojos tenebrosos. El nido de la pareja, ubicado en la
calle Cámaras 25, fue objeto inmediatamente de los telescopios de
los espías, incansables como siempre por acechar embelesados la
misteriosa luna de las delicias nupciales. Los estrategas del espionaje,
vecinos del palomar, tomaron, desde el siguiente día de la boda, las
avanzadas más altas en las azoteas y miradores contiguos, procurando
no ser vistos en el momento de robar con la instantánea las siluetas de
los novios. El plan, hábilmente combinado, tuvo un éxito maravilloso,
gracias a la paciencia y al sigilo de los que le fraguaron. Durante nueve
días no aparecieron los novios por el patio de la casa. Era indudable
que dormían. Por fin el décimo, siendo las dos de la tarde, la novia,
con su atavío de nieve, hecha un hada deliciosa, halló el mármol del
zaguán, sentándose regiamente en un canapé soberbio y amplio,
de seda malva y granate. A punto de dar un grito de satisfacción los
incansables espías, no obstante que el triunfo no estaba sino a medias
asegurado. Pasó una hora, dos, tres horas.
Los espías aguardaban, detrás de una chimenea, con una paciencia
apostólica, sacando las cabecitas, como animales silvestres que temen
al cazador. Por fin, eran casi las cinco, cuando la novia dio un salto
distendiendo los brazos en una efusión de loca, incrustándose en
un hombre que abalanzó frenético, metiendo su cabeza de oso en el
escote blanquísimo. Dos mundos polares descubrieron los Colones

353
Tratado de la Imbecilidad del País

de la fotografía sobre el corpiño de la emperatriz. La lucha duró


un minuto. La ninfa vencida, ajada, descompuesta, destartalada se
dobló sobre sus rodillas, desplomándose en el pavimento. Entonces
él, baboso de concupiscencia, tomola entre sus garras y la arrojó
violentamente sobre el canapé, gastándola, mordiéndola a su sabor,
mientras la enagua de la prisionera desprendida, rota acaso, flotaba
entre ambos como una victoria de potencia bruta.
Durante algún tiempo no se habló de otra cosa en nuestra
sociedad.
A todos hizo gracia el entusiasmo de los novios, y parecioles el acto
más natural de lo que es. Un uruguayo idealista que comentaba el
asunto, exclamó transportado: «¡Cómo se quieren; así da gusto!»
Las instantáneas del incidente se deslizaban con sigilo a precios
aristocráticos.

Cachondez alevosa
Hace cosa de año y medio casó triunfalmente con una bella
uruguaya, un fino animal criollo de barba y bigote negro, corpulento
y sólido como un castillo. Sin duda no hubo, a semejanza de otros
a quienes les da mucho que pensar el suceso de la primer noche,
meditado un plan sesudo para escurrirse en el lecho de los desposados,
cosa por demás difícil, sabido que a las selváticas pudorosas les duele,
les llega al alma el aparato demasiado grande de los uruguayos.
Sucedió, pues, que la novia, libre de su ajuar nivoso, se arrebujó
entre las sábanas, aguardando al príncipe celestino que, sin que ella
lo sospechara, se desnudaba pared por medio. Abriéndose de súbito
las puertas, un orangután se presentó solemnemente a la vista de la
cónyuge, quien loca de terror al verlo, clamaba: «¡Socorro, socorro!
¡Dios me proteja!» En el instante perdió el sentido, quedándose
sumida en un letargo apopléjico.
El uruguayo completamente desnudo, ennegrecido de pies a cabeza
por un matorral de pelo, se hallaba en el medio de la alcoba, ebrio de
cachondez. Cuando la novia volvió en sí, pareciole haber soñado con
un animal tenebroso que tenía bajo el vientre una trompa inverosímil.
Éste es el único caso en que la cachondez fracasó.

354
Julio Herrera y Reissig

Cachondez reflexiva

Con frecuencia nuestras niñas rechazan un novio porque no tiene


suficiente cuerpo —formas de hombre, como ellas dicen aludiendo a
la adiposidad de los varones—. Por una asociación simplísima, juzgan
que la sangradora fálica debe estar en consonancia con el volumen
del todo. ¡Qué inocentes nuestras señoritas! ¡Cómo se equivocan!
Sepan ustedes que los hombres finos, esbeltos y delgados, son los
más nerviosos y los más armados. En París, las grandes hembras se
enloquecen por los ágiles, cuyos nervios inquietantes hacen prodigios
en el lecho, por los taumaturgos de la carne que hacen brotar con su
vara milagrosa un manantial de agua surgente sobre los muslos de las
sultanas.
Una señorita de Montevideo rechazó las galanterías de un caballero,
porque éste era delgado, según lo dijo ella misma confidencialmente.
Una amiga tuvo con la señorita el diálogo que sigue:
—¿Por qué no lo atiendes? Es rico, buen mozo, de familia bien.
—¡Bah; todo eso qué me importa; más valiera que tuviese carne; yo
no quiero un marido que se esté cayendo!
—¿Y a ti te gustan los gordos?
—¡Callate con los flacos; qué cosa tan triste tener que abrazar
huesos, el hombre hombre debe ser gordo!
Se adivina en la preferencia de nuestras mujeres por la robustez,
una burda glotonería, una espesa sensualidad de baja salud, un apetito
cuartelero de hembra exuberante, que da la preferencia al rigor sobre
el refinamiento, a la cantidad sobre la especie. Ellas no poseen ese
tacto electivo, sutilmente culto, que se educa en las mujeres europeas
a efecto del intercambio sexual con gentes civilizadas en el placer.
A nuestras cachondas les gusta un hombre carnoso, con músculos
de locomotora, de campañones taurinos, cuya viril sangradora penetre
hasta las entrañas.

Cachondez parturienta
Es inmenso el número de señoritas y de consortes de Montevideo
relacionadas con las parteras. Existen veinticuatro o treinta doctoras
que reciben en su casa, a hora de consulta, multitud de jóvenes
heridas en la parte más delicada. Fácil es hacer el cálculo de las que
abortan clandestinamente, ilustrando de ese modo nuestra anémica
estadística. Varias parteras nos han manifestado que concurren a su

355
Tratado de la Imbecilidad del País

domicilio mensualmente, como término medio, treinta pensionistas,


de las cuales veinte son señoras, y las restantes señoritas.

Operación 25 parteras
x 30 abortantes
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Resultado 750 que abortan con felicidad151

Hay entre todas una partera excelente, que es el crédito de la


sociedad cachonda. Ésta recibe hasta cincuenta lesionadas, un mes
con otro, todas señoritas, porque la partera, ella misma lo pregona,
no quiere tener asuntos con maridos. Es la única doctora de quien
se fían los médicos, porque usa permanganato, bicloruro y ácido
fénico, en vez de querosén, aguarrás y orines. Los médicos —podemos
asegurarlo— conocen punto por punto la cachondez uruguaya.
Ellos son los grandes conquistadores, los que hacen cornudos a los
maridos en Montevideo. Se sabe por confesión de las parteras que no
hay médico que no tenga sus conquistas en la sociedad. Trátese de
señoras o de señoritas, ellos acaparan sigilosamente todas las frutas del
mercado de esta sensualidad ciega y barata. Son tan egoístas que no
les dejan nada a los abogados ni a los literatos masturbadores. Natural
es que las nórdicas, que no eligen, para quienes todos los hombres
son iguales y algunos no tan buenos como los perritos, se entregan al
que les ofrece más seguridades de guardar el secreto, como asimismo
ocasiones más propicias. Para esto no hay nadie como los médicos.
Sus consultorios son logias de lujuria gruesa. Sus carruajes, tálamos
ambulantes. No gozan de ese privilegio nuestros abogadillos, los
gacetilleros de nuestras crónicas sociales, ni siquiera los grafómanos
onanistas que siguen creyendo a pie juntillo en la fuerzas de las
uruguayas. Se puede afirmar en consecuencia, que los médicos son los
grandes patronos de las selváticas, los reemplazantes afortunados de
los perritos, las velas y los consoladores.
Al domicilio de la sabia partera que he citado concurren las esclavas
de nuestros médicos abortadores. Uno de estos mandó nueve; otro
siete, y el que menos un par de señoritas románticas y muy devotas. La
partera es moralísima. Gusta nuestra madama de las mujeres fecundas,
elogiando su placidez, que les permite ser madres. Esto lo dice la
partera sin creerlo, sólo por halagar a sus relaciones, pues interrogada
por un libertino acerca del temperamento de las uruguayas, respondió:

356
Julio Herrera y Reissig

«¡Las que vienen aquí son mujeres muy calientes; tienen petróleo en
las venas; hay algunas que son histéricas, verdaderamente terribles!»
Esta partera es una defensora acérrima del aborto. «Crea —nos
decía— que esto es hacer obra de virtud, evitar el escándalo. ¡Cuántos
maridos no matarían a sus mujeres; cuántos suicidios, cuántas cárceles;
cuántos cornudos vencidos de vergüenza, si no fuera por este aparato!»
Y diciendo esto, me enseñó unas tenazas que saben más de honrita
que todos los maridos juntos.
«Yo —agregaba— soy una mujer de sacrificio; estas cosas sólo las
premia Dios; yo tengo más secretos que un confesor. ¿Acaso las mujeres
dicen la verdad a los curas? Van a la Iglesia para engañar a los maridos.
¡Ah, si esta cama hablase! Usted no, pero si usted fuese casado quizás
se cayese muerto de terror, oyendo el nombre de su esposa. La mitad
de las mujeres que hoy figuran en Montevideo me deben la Vida, la
salvación de su honra.»
—¿Vd. les ha compuesto la honra? —me atreví a decir.
—Sí señor —repuso la partera sonriendo—, pero es el caso que
cada cuatro meses se la descomponen y yo soy después la que tengo
que estar dale que dale con el espejo y con las pinzas.
—¿Qué tal le pagan? —le dije.
—Eso va bien. ¡Cien pesos, precio fijo, a los médicos! A los clientes
pobres, cincuenta pesos. Hay que ser caritativa.
—Dígame —seguí diciendo— ¿entonces abortan muchas?
—¡Bah, usted no sabe! Todo Montevideo aborta —repuso la
partera, sin dar importancia a lo que decía— ¡Cuántos disgustos
habría en los matrimonios si se conocieran las personas que se han
sentado donde usted se sienta! ¡A cuántas señoritas antes de ponerse
los azahares, les he puesto con esta mano las tenazas eléctricas y el
espejito! No me hable usted de vírgenes.
—¿Pero cómo es eso que aquí nada se sabe? Porque a usted no se
ocultará, madama, que nuestras mujeres son demasiado virtuosas en
concepto de los uruguayos.
—Virtuosas…; me río yo de la virtud de Montevideo; yo se las he
dado por cien pesos.
—Entonces, ¿es cuestión de hipocresía?
—¡Ah sí, sí! Ningún país conozco, donde haya más hipocresía que
éste. Tenga usted seguro que si acá no se abortase, al cabo de algunos
años habría tanta gente como en mi tierras.CXXXV

CXXXV Rusia.

357
Tratado de la Imbecilidad del País

¡Pensé luego en la hipocresía de los uruguayos! Se la llama


discreción; se la adula, se la fomenta.
¡La cosa es no dar escándalo! ¡Qué vicio tan inocente! Resulta de
este modo que se convierte en un sacrificio, en una virtud cristiana, el
más feo de los pecados de los que dieron muerte a Jesús. ¿Cómo se las
arreglará la hipocresía para luchar contra el espionaje y el chisme de
los uruguayos, contra la envidia insidiosa de las solteronas histéricas,
de los onanistas, de la aristocracia, de las frigoríficas charlatanas, de las
tortilleras católicas y las perrunas?
La respuesta es bien sencilla aunque simule una paradoja. Entre
bueyes no hay cornadas. El espionaje, el chisme, la envidia, todas estas
cosas son moralistas en nuestra tierra, tienden a hacer el bien tanto
como la gazmoñería. El mismo chisme que la debiera burlar no es el
chisme del escándalo, el chisme de la alegría, es el chisme reservado y
condicional, el chisme hipócrita; el espionaje que la debiera descubrir
es silencioso, reconcentrado, discreto, la envidia que debiera devorarla
es diplomática, tierna a veces, conciliadora. Se nota a más que los
espías, los chismosos y los onanistas son hipócritas, divertidos. ¡Por
consecuencia, unos y otros constituyen los diversos poderes de una
sola y complicada administración!
¡Viva la Alianza!

Aborto filarmónico
La madama enternecida con la discreción, con el disimulo de sus
pensionistas, con lo bien que se conducen respecto a la observancia de
las prescripciones, nos dijo:
—Así da gusto; son todas muchachas buenas, gente honrada la que
viene a mi consultorio. Yo no quiero pueblo, chusma de los suburbios.
Métase usted en negocios con la plebe y estará usted en la cárcel
inmediatamente. Si yo asistiese a una cualquiera, pobre de mí. La
policía, los jueces, las acusaciones, la prensa. ¡Cuánto barullo! Porque
una mujer de ésas, si por casualidad enferma con el aborto, lo dice a
todo el mundo, y quien paga es la partera.
—Dígame señora, ¿son guapas sus clientes; para sufrir abortan con
dificultad; cómo anda su naturaleza?
—Perfectamente señor; a pedir de boca; ninguna se queja; así como
les place el hombre y se enloquecen por el gustito, sufren la operación
sin exhalar un lamento. «Quien quiera celeste que le cueste», como se
dice. Algunas de mis muchachas son muy nerviosas; y en el momento

358
Julio Herrera y Reissig

de hacerles la operación muerden la almohada que es un gusto.


Algunas se meten el pañuelo entre los dientes; hay otras que chupan
un caramelo. Pero es sencillo el asunto; dura cuando más un cuarto
de hora. Se trata de un almuerzo a la minuta con la cabeza abajo y las
piernas al aire (Zola). Sí, de un pinchacito, y luego estopa, estopa, un
relleno de algodones en el boquete.
—Entonces —insistí— ¿abortan fácilmente sus muchachas?
—Le diré a usted. Viene aquí una que es la reina de las criollas. Yo la
despacho en cinco minutos. Luego en su casa aborta tranquilamente
tocando el piano. El aborto y la pieza concluyen juntos.
—¿Y para qué la música; se aplica el arte a la obstetricia? ¿Beethoven
es un abortivo? ¡Ja, ja!
—¿Usted se ríe? No hay purga como la música; es excelente para
hacer bajar la sangre.
—¿Cómo hace la señorita para burlar la vigilancia de los padres? ¿Y
el óvulo, y la criatura, el envuelto?
—Se lo pasa al novio por la ventana.
—¿Y la cuestión de la regla; porque usted sabrá que las mamás
revisan cada treinta días los trapos de la menstruación?
—¡Oh, si se dan maña! Con un frasco de sangre de la carnicería y
unas vendas mojadas en ese líquido que ellas se ponen en la cosa, todo
se acabó.
—Dígame señora, ¿cuál es el médico más afortunado entre sus
amigas?
—¡Oh, se hace usted el que ignora! Usted bien sabe que el petizón,
el blanquillo. ¡Es un peine! A mí me ha mandado nueve. El enano es
muy astuto. Quiere estar solo con sus enfermas; así lo hace entender
a la familia, a quien aleja del cuarto de la paciente con el pretexto
de concentrarse, de auscultar en el mayor silencio, sin que nadie lo
distraiga. Habla poco: su casa inspira respeto. Las familias acatan
su excentricidad de sabio. Es el picarón más serio que conozco. Él
sabe dónde tiene que auscultar a las señoras. Muchas le llaman «¡mi
mediquito!» Otro, que usted también conocerá, nació de pie para
el amor. Una casada muy histérica tiene locura por él. La señora en
sus ataques grita furiosamente que quiere verlo. Entonces el marido,
tratando de complacerla, va en busca del doctor, quien calma a la
señora en menos de diez minutos, dándole buenos consejos un poco
abajo del vientre.

359
Tratado de la Imbecilidad del País

Cachondez bellaca

El joven que se casa con la señorita que es su amante, con la que


se le ha entregado sin intervención del juez, es objeto de sarcasmillos
amargos, de censuras picantonas. Acéchalo por todos lados una mueca
de imbecilidad jocosa. Se le llama «tonto, infeliz, niño, bebito.» Se
oyen frases como estas: «¡Ah bruto, casarse después que se la tuvo!»;
«¡En vez de buscar un virgo, algo nuevo!»; «Qué idiota unirse con una
hembra. Debiera vivir con ella, y buscar otra decente para casarse»;
«La que está rota no tiene gracia.» «Después que se comió el gajo,
guardar la cáscara.»
Muchas lo compadecen y dicen con protección, como quien discute
un delito: «¡Va, si la quiere; no es tanta la vergüenza, él es quien la
deshonró!»; «¡No se reían; hay que tenerle lástima; pobre gente; quién
no tiene un mal momento! ¡Demasiado suspiran con su desgracia!»
Cuando el público conoce la iniciación de una señorita, ésta es
objeto de sonrisas picarescas por parte de los jóvenes de la sociedad
y de los changadores estacionados en las esquinas. La gozan con la
mirada. Sus rostros expresan para con ella una intensidad de lecho.
Se le ofrecen; la interrogan; se muestran placidos, como si la señorita
hubiese dormido con todos. Las mujeres las satirizan con visajes
agresivos.
Es un fenómeno extraño. En todas partes del mundo las que se
burlan delicadamente son las amantes; las cismáticas que rompen
con la sociedad; las audaces superiores que embisten con su travesura
el engranaje burgués. La Virtud es seria; y esta seriedad parece
representar lo inamovible de los principios vigentes. Entre nosotros
sucede lo contrario. Las casadas y las puras son las que ríen. La Virtud
mofándose del vicio es algo que pasmaría si se supiese en Europa. ¡Qué
paradoja ingenua! ¡Qué salvajes divertidos! ¡Se piensa en una monja
riéndose de Voltaire!
En esta tierra primitiva que es la […] del ridículo, todo se halla de
revés.
¡El Uruguay es San Antonio de cabeza en casa de la madama!
Es perecer de risa el concepto de la fidelidad que tienen nuestros
cachondos. Según ellos una amante se halla a disposición del primero
que la solicite. Sólo la casada es fiel. También en esto último se hallan
los uruguayos de espaldas a la Europa. A propósito el siguiente diálogo
entre un moderno charrúa y un joven que aspiró en un tiempo a
unirse en matrimonio con una dama que hoy es su amante:

360
Julio Herrera y Reissig

—El charrúa, con sonrisa picaresca dirigiéndose al ex-dragón: «¿Y


usted qué hace? ¿Qué tal es esa señorita? ¿Tuvo usted algo con ella?
¿Qué discreto, no? Es natural, usted un hombre de dinero tenía que
ser el preferido de la niña.»
—(El ex-pretendiente): «En efecto; tengo medio millón que
hubiera servido para los lujos, para los caprichos de mi señora.»
—El charrúa: «¿Y por qué no le dio usted esos lujos de soltera, a la
señorita?» (Volviéndose a un amigo que escuchaba) «Éste es un tonto,
no sabe aprovechar.»

Cachondez refinada
El sueño de los libertinos de la calle Santa Teresa es tener un
matadero; vale decir, una casa o algún cuarto donde poder llevar de
noche una mujer tres X, de esas reservaditas, que llaman ellos. Los
teresinos emplatados realizan esa ilusión de toda su juventud. En
calles apartadas de la Ciudad Vieja y de extramuros se ubican estos
harenes de los cachondos aristócratas, de aquellos que están hartos
de correrlas por los prostíbulos y devorarse toda la lista de los mejores
hoteles.
El calavera que es dueño de un matadero de rango se considera
entre sus amigos un exigente, un sibarita cortés, un paladeador de
quintaesencias brahamánicas, un hijo de D´Annunzio, un extenuado
versátil de liviandades mimosas, un descontento del mundo.
Disfrutan del matadero los amigos del sibarita, con la condición
expresa de dividir la mujer con el hastiado exigente, con el hijo de
D´Annunzio.
Un paladeador brahmánico que fue a París, volviendo más generoso
con finuras de última novedad, ofreció a un amigo el Matadero,
manifestándole que lo hacía sin interés de partición.
La noticia cundió como un relámpago por la calle Santa Teresa,
dejando asombradas a todas las prostitutas.

Cachondez pública
Las esposas cuando marchan de paseo convierten en rufianes a
los transeúntes, haciéndoles espectadores de sus mimos azucarados.
Fingen no reparar en que les están mirando, y ostentan con orgullo
retozón su felicidad meliflua. Durante los espectáculos tienen
actitudes lánguidas; se adormecen contemplándose en un transporte

361
Tratado de la Imbecilidad del País

hipnótico, de teosofistas; se hacen guiños picarescos de ilusas


virtualidades; una mímica simbólica de cosquillas que se escurren, de
caprichos indóciles de carne acometiva, de enervantes travesuras bajo
sábanas; melodizan unos runrunes aterciopelados con variaciones
quiméricas, quejiditos de la rana, inhalaciones armónicas, abreviado
espolvoreo, de lúbrica onomatopeya, ambiguas lamentaciones de algo
que se vacía de ondulaciones paroxismales, de fatigas postdatadas, de
errabundas epilepsias, de valores igniscentes; todo un caló delicioso,
cuyos signos son: «¡Yi-mikica-chitu-pipipipi-piu-rrricusiquita, bichu,
titi-chochocha; fififi!» También usan otras telegrafías: se sonríen con
deleite dejando asomar la lengua; se oprimen los pies por debajo del
asiento, se entrelazan las manos furtivamente y suspiran con misterio,
cual si quisieran decir: «En ti pienso amado mío, monono mío, pichón
mío, condoncito mío. ¡Cuántas caricias te haré esta noche! ¡Te voy a
volver loco! Hoy llegaremos a siete.»
Algunas pierden la vista y los oídos en ciertos momentos solemnes
de ilusión benedictina, de súplica ruborosa. Ponen ojos de palomo,
de carnero moribundo; como un higo que chorrea, cae baba de
sus labios, y entonces blanda, cautelosamente, inclinan la cabeza,
y dejándose ir sobre el consorte, quien oculta su emoción con gran
esfuerzo, repantigado en la butaca, fingiéndose el distraído, mirando
para otra parte, haciendo por parecer bien a su esposa, atezándose las
guías, con una ostentación arzobispal de acartonada etiqueta.
El público edificado, enternecido, los contempla llenos de una
curiosidad benevolente y hasta con cierta gratitud. Las madres, entre
tanto, los señalan a sus hijas.

Cachondez platónica
No hay delicia más sabrosa que contemplar a los novios casi
pegados, abstraídos, hipnóticos, mirándose fijamente en los salones
y en los espectáculos. Sus ojos idos en extenuación fluídica tienen
la vaguedad vítrea, la quietud bobática de los ojos de muñeca: se
reconoce en ellos la mirada lechosa, afligente, polarizada, idiótica,
rendida, del masturbador de oficio que trata de fijar la imagen para
servirse de ella.
Los extranjeros se admiran de ésta y otras manifestaciones
de onanismo público, que constituyen el orgullo de la sociedad
montevideana. El paddock de Maroñas,152 el Prado,153 el [Sporting],
son los sitios preferidos de los cachondos platónicos. En tales sitios,

362
Julio Herrera y Reissig

era el embeleso de las familias la temporada anterior, dos novios a cien


grados que se adoraban en posición de poder hacerse un hijo. Ambos,
con la cara como si hubiesen estado cerca de la cocina, mirábanse
angustiosamente.
Poco a poco, en el calor de la querella, él la arrinconaba contra
un pilar y sus piernas, en descuido inocente, toparon con las muy
hermosas de la señorita. Ella por no desairarlo dejose estar muy a su
gusto, cada vez más encendida. Un espía matemático observó que
la distancia se acortaba por momentos, a rítmicos intervalos, entre
las líneas equinocciales de ambos jóvenes… Cuando los novios se
despidieron rendíales la fatiga. Tenían bajo los párpados unas minas
de carbón.

Cachondez pateada
Los uruguayos en París son objeto del ridículo por parte de las
cocottes, quienes se admiran de su potencia asnal y al mismo tiempo
de su zafia grosería, de su plebeyismo libidinoso. C´est une épicier
(panadero, palabra con que se afrenta en París a la canalla lasciva),
dicen los parisienses, aludiendo a nuestros bárbaros, que ignoran
hasta las fórmulas elementales, las posturas más simples y la política de
estilo, cuando se hace sociedad en cama con una reine de plaisir.
Un uruguayo que concurrió al último certamen de París, se
hizo presentar a una cocotte muy distinguida. Apenas la cocotte hubo
quedado en corsé cuando el uruguayo volteola sobre el lecho,
subiéndosele encima de un empuje, con rigor de jinete de araucaria,
al mismo tiempo que decía echando manos a los senos de la señora:
«¡Hembraza, hembraza, verás qué polvo!»
Repuesta la cocotte del susto, comenzó a bailar un cancán sobre
el vientre desnudo del uruguayo, a quien sacó del lecho a patadas
furiosamente, gritando: «¡������������������������������������������������
Gardez, votre argent, salot! Allez, achetez une
vache��

Cachondez negociante
Cuando alguna señorita por inconstancia rechaza al novio (lo que
sucede muy rara vez) alegando que no lo quiere, la mamá, con ayuda
de las casadas de la familia, se reúnen para persuadirla de que lo debe
aceptar. En tono de firmísima convicción, se le dice: «Tú no tienes
experiencias; tú no sabes; el cariño viene después…»

363
Tratado de la Imbecilidad del País

La cachondez en este punto no anda desorientada. Las señoritas


son agradecidas… Cuando prueban de ese dulce, idolatran al esposo.
«A nosotros» le dicen «que te aconsejamos, nos ha pasado lo que a ti;
recién de casadas hemos sabido lo que es amor. ¡Cásate, cásate; cuanto
antes, hija mía!»

Cachondez ovejista
Muchos ignoraran que la gente que se ocupa de la hacienda, los
peones de las estancias, connubian con las ovejas. Estos mansos
animales reemplazan a las mujeres en el interior de nuestra salvaje
tierra. Excepción hecha del capataz o de uno que otro peón, quienes
se permiten el lujo de tener su china por los alrededores, el resto de la
gente no toca una mujer, a veces en todo el año, para lo cual tendría
que trasladarse a las poblaciones de importancia, distantes leguas y
leguas del establecimiento donde ellos viven.
Hallándome de paseo en una estancia, interrogué a su dueño,
acerca de cómo hacía esa pobre gente para dar satisfacción a sus
necesidades fisiológicas, no acertándome explicar la indiferencia que
se nota [en] esa humanidad apática de nuestros campos.
—«¡Qué inocente!» —me dijo el estanciero— «¿Para qué sirven
las ovejas? ¿Se van a masturbar los peones como hace la juventud
montevideana, los mequetrefes universitarios?»
—«¿Las ovejas? ¡No diga! ¿Cómo lo hacen?»
—«¡Es muy sencillo, cada peón tiene la suya, perfectamente
enseñada! Ellas conocen a su marido; no vaya a creer que disparan.
¡Bien que les gusta! Al principio cuesta bastante; es cuestión de manea,
patadas y de encierro en el corral. Pero después, en el medio del
campo, donde se quiera; el animal es inteligente. Con que la llamen
es bastante. Ustedes en Montevideo no saben nada. Viven como en la
luna.»

Cachondez artificiosa
El onanismo mujeril ha tomado en nuestra tierra un incremento
prodigioso. Tiene que ser así. Las mujeres, obsedidas por la honrita,
con terror al embarazo, se rehúsan a los hombres, y prefieren ser
devoradas en el silencio de la alcoba por vicios solitarios a que se
entregan las calenturientas. ¡Qué necias, y qué inocentes! ¡Qué virtud

364
Julio Herrera y Reissig

tan complicada las subyuga! ¡Qué zonza hipocresía! ¡Qué temores tan
primitivos!
Entre nuestras masturbadoras hay eruditas, ignorantes, y brutales.
Las primeras efectúan la operación con aparatos a propósito; las
segundas, suavemente con el dedo; las últimas, despedazan velas de
estearina; y no faltan en este grupo las que se sirven de una botella.
Son frecuentes las operaciones a la vagina para extraer fragmentos
de vidrios que se quedan en el conducto cuando se rompe la botella.
Nuestros cirujanos las hacen con toda felicidad.
Se extraña que las eruditas no se entreguen a los hombres; pues ellas
que saben de consoladores no debieran ignorar que hay varios modos
de impedir el embarazo, de poner a salvo la honrita al aproximarse
el monstruo, como ser pastillas, irrigaciones de Permanganato, y
laxantes. Sin embargo a este respecto hay una ignorancia crasa en
nuestra sociedad.
Por último debe hacerse constar que existen, entre las eruditas,
muchas pobres (Cordón, Tres Cruces, Arroyo Seco, Barrio Reus,
Aguada, etc.) que no teniendo para consoladores, tienen que emplear
la vela. Entre todas las onanistas, éstas son las únicas que se entregan
por desesperación, cansadas de angustiarse sin encontrar el placer que
los aparatos proporcionan. La Casa de Müller gana cien pesos al mes
en la venta de consoladores para Montevideo, Buenos Aires, y centro
de la República. Es la única que tiene concesión del gobierno en el Río
de la Plata; concesión secreta, se sobreentiende. Esa casa, tan vulgar
en apariencia, es un sitio de conspiración de la cachondez. Tiene
tesoros escondidos que son una curiosidad. Müller da a las señoritas
el anuncio y reclamo de los aparatos que consuelan con este título:
«Objetos graciosos de arte para señoras.» Hay también aparatos para
hombres. Consisten estos últimos en un objeto de mórbido cauchuit
con un alvéolo contráctil, de distintas dimensiones, y un receptor
interno que se llena de agua tibia. Los marinos compran en lo de
Müller estas vulvas artificiales a precios reducidísimos.
Por lo que respecta al uso que hacen de los aparatos las eruditas
cachondas, se sabe que uno solo de estos objetos presta sus auxilios a
varias personas consanguíneas o allegadas por una relación estrecha.
Existe una familia muy highlife que usa consoladores, incluso
la casada. Esto recuerda los niños que tienen teta y se ayudan con
biberón.
Una consolatriz agradecida a los favores del chiche, lo llamaba
tiernamente: «La salvación de mi honra.»

365
Tratado de la Imbecilidad del País

Cachondez ambulante

Es inmenso el número de las señoritas y señoras que concurren


a las amuebladas. De ello pueden dar razón infinidad de burgueses
con dinero, diputados, artistas de zarzuela, generales, concesionarios
comerciantes y viejos libertinos, a cuya oferta sigilosa las selváticas
obedecen con laudable mansedumbre. Cuando se trata de cachondas
de alta alcurnia, o estrenadas recientemente, el precio es convencional.
Algunas, por amor propio, se rinden a un regalito. Los intermediarios
de que se valen las cachondas es gente disimulada y experta, que
viste perfectamente, y se introduce en los salones y en las casas de
familia. Algunos de estos rufianes tienen toda la apariencia y hasta el
nombre de personas distinguidas. Las mujeres tienen más habilidad
para estas cosas, y sus servicios se remuneran copiosamente. Las
nórdicas reservadas de las esferas sociales, que se comprometerían si
se descubrieren sus travesuras, no aceptan a ningún precio la solicitud
galante de los escritores escandalosos. Temen la indiscreción literaria;
que los cínicos artistas inmortalicen su pecado; que se vean, cuando
menos piensen, en pelota sobre una página. Yo alabo su previsión. En
Europa, los autores voluptuosos, como Pierre Louis y D´Annunzio,
son disputados por las mujeres, los enloquecen a solicitudes, son
los dueños de las princesas. Las lectoras se sienten acariciadas por el
libro, compenetradas con el autor en un mismo rapto de sensualidad.
Aman porque admiran, porque piensan, porque sienten. Exhiben a
sus queridas intelectuales, hacen gala, se enorgullecen de la conquista
de un genio. Los uruguayos esconden a sus amantes en el canasto de
la ropa sucia; tal es el concepto de la sensualidad en esta metrópoli de
cachondez.

Prueba inductiva del comercio de los uruguayos


La vida en Montevideo no puede ser más cara. Se trata de una aldea
arruinadora, de un monstruo, para cuya alimentación todo dinero
es insuficiente. Sin embargo de esto, numerosas familias, cuya renta
se sabe que es bien escasa, se sostienen de un modo dispendioso,
con gran lujo, llevando un tren aristócrata. ¿Quién les da para esos
rumbos? ¿Hacen ellas con ochenta pesos lo que Cristo con los panes?
Claro se ve que esas familias connubian clandestinamente. El milagro,
el prodigio espiritista, lo hacen en las amuebladas, con un medium que
no duerme. Se sabe por los espías que en muchas casas respetables, en

366
Una de las últimas fotos de Julio Herrera y Reissig, su gato Holofernes y su esposa,
Julieta de la Fuente, tomada a comienzos de 1910 en su casa de la calle Buenos Aires
124 (actual 377)
Tratado de la Imbecilidad del País

horas tenebrosas, se sienten desde el rez de chaussée, ruidos de orgía,


movimientos peculiares de lechos agitados.
Las señoritas entrainées, clientes de las amuebladas, que parten
mitad a mitad el beneficio con la madama, tienen tarifa como los
cocheros. La hora: cinco pesos. Cinco minutos más, se consideran
como media hora. Se paga adelantado. La intérprete se entiende sobre
cuestión de rebaja, día y lugar de audiencia. El carruaje se queda por
lo común a dos cuadras del sitio malo. Los cocheros tienen su pudor.
No les gusta aguantar la vela, como dicen los uruguayos. Los sitios más
mimados son la casa de Bartolo, en el camino de Larrañaga, hotel y
parque para familias, que ostenta el candoroso título «Los amigos»; el
restaurant Longchamp, que está en el mismo paraje, y que se considera
la segunda estación de la cachondez; la «Bella Helena», decana de las
amuebladas; varias en la calle Reconquista, y otras muy secretas, muy
decentes, muy aristocráticas, cuya dirección me reservo.
Para disimular, para despistar el espionaje, tienen novios las
cachondas, a los cuales no les adelantan ni un beso. Los novios
hablan con orgullo de su virtud blindada, de su nivosa delicadeza.
Los ayunadores sonambuleando, con los místicos arrobos de la visita
oficial, no se sospechan que tras ellas corre sigilosamente, con rumbo
a Larrañaga, un tributario de cachondez.

Cachondez tortillera
Las Ángelas y las Luisas abundan en Montevideo, aunque los
uruguayos afirmen que estos vicios son cosas de París. Los frotamientos
con el clítoris no dejan de agradar a las cachondas, sin que su honor
se rebaje con ello, pues nada más inocente que dos personas del
mismo sexo que se estiman en sumo grado jueguen al matrimonio,
consolándose mutuamente.
El amor libre es un hecho entre las selváticas. Tomen nota de lo
apuntado los novios montevideanos.

Cachondez uterina
Pululan en la sociedad, con aire de discreción, las morbosas
genitales, las afiebradas del útero, las que padecen ataques de lascivia
hidrófoba, las que se comen repentinamente al primero que se les
allega. Los sirvientes de confianza, los cocheros y los infelices, son los

368
Julio Herrera y Reissig

electos de estas victoriosas, en cuyos hornos siempre encendidos se


cuecen los sagrados panes de la lujuria uruguaya.
Una señorita de la sociedad, recogiéndose el vestido en presencia
de un criado negro que la miraba desde un altillo, y haciendo
volteretas graciosamente, le decía, mostrándole ya la parte delantera,
o ya la posterior de su cuerpo: «¡Mira el Sol; mira la Luna!» Se susurra
de muchas señoritas que connubian con los sirvientes a horas en que
vuelven del teatro, y cuando la familia sale de paseo.
Unas cachondas de extramuros jugaban familiarmente con
un mozo de servicio, dándose de pellizcones. La menor, en un
arranque de travesura lasciva, le apretó al hombre «una cosa que
hubieranombrado Quevedo o Rabelais, pero que yo reservo por la
mucha consideración que las damas me merecen».CXXXVI
Las azoteas son los templos venusinos donde se efectúan, a horas
negras, estas funciones de cachondez gatuna en que toman parte las
señoritas y los sirvientes.
¡Oh, si Santos Dumont diera un paseo en su globo por las alturas de
la ciudad! ¡Es seguro cayera con las cosas que vería!

Cachondez canisólatra
Las ovejas y los perros llenan en nuestra República las funciones
sexuales de las mujeres y de los varones. Los hombres de la
Enciclopedia, los sonámbulos Juan Jacobo Rousseau, D´Alembert,
Montaigne, Raynal, Buffon, Condorcet, Diderot, los demócratas
ideológicos, los humanistas más delirantes de la Revolución Francesa,
no soñaron con la igualdad en el vasto reino de las especies.
Ninguno dijo: establezcamos los derechos de los animales. Hoy no
lo dicen, pero lo dan a entender en el país, muchos buenos partidarios
de esa nivelación socialista. ¡Por otra parte, lo exigen las necesidades
de la cachondez! Se impone la fisiología con una ley fatal, ineludible,
sorda a los preceptos de la religión, a los anatemas de la Biblia. Si se
quieren corregir esos abusos contra natura, se hace indispensable el
envío de una plenipotencia al Viento Norte.
Entre tanto, los Haeckhel, los Darwin, los Boas, los Comtes,
sociólogos, codificadores, naturalistas, antropólogos, se verán
obligados, en lo futuro, a considerar, en honor de los orientales, las

CXXXVI Voltaire.

369
Tratado de la Imbecilidad del País

relaciones ocultas del ser humano con ciertas especies que le son
adictas.
¡Oh, qué inocente Voltaire, cuando se pasma, por boca de su
Cándido, de que las señoritas del Paraguay tuvieran por amantes
a los simios, de que las desdichadas se abracen llorando a los
cadáveres de sus raptores! Bien se nota que Voltaire no conoció a los
uruguayos…CXXXVII
Forman un grupo importante las damas que se ocultan en el tálamo
con un gracioso faldero. Nuestros hábiles espías han averiguado, por
medio de la servidumbre, las ternuras acarameladas de esos amores
secretos entre doncellas y cuzcos.
Largo fuera de referir toda una historia sorprendente de
matrimonios antrocanistas que no figuran en nuestras crónicas
sociales. Conténtese el lector con una página de esos infolios oscuros,
que conservo bajo llave en lo más sagrado de mi discreción.
Una familia de la aristocracia tenía un perrito faldero que era
un catedrático de cachondez. Hacíase notar este perrito porque
se metía con frenesí libidinoso entre las piernas de las mujeres que
iban a la casa de visita. Habiendo pasado una doncella la noche en
esa casa, despertó sobresaltada por el perro, que se le introdujo entre
los muslos olfateando con desesperación, emitiendo resoplidos
fatigosos. Rechazado el cuzco, se retiró a paso de entierro, lánguido,
meditabundo, con la cabeza abatida y el rabo a la funerala. «Dos
lagrimones refulgían en sus ojos de Jesucristo».154 Era Musset,
cantando «las noches» de su primer decepción.
En el pueblo de Sarandí Grande todo el mundo comentaba, no
ha mucho tiempo, los amoríos de una señorita muy robusta, de una
tez bronceada y amplias caderas, con un pletórico terranova, una
especie de bárbaro Septentrional a quien le huían llenos de espanto
las colegialas de la parroquia. El famoso libertino volteaba a la señorita
detrás de un cerco en el fondo del corral a la hora de la siesta, cuando
la esposa, burlando la vigilancia de sus padres, íbase junto a su dueño.
Personas que los espiaban aseguran que el terranova era un hombre.

CXXXVII Elmismoarenglónseguido,recordándosedeLocke,haciéndoseelposibilista
se adelanta, medio en broma, a la ciencia de su tiempo, cuando dice con hermoso re-
gocijo que los simios son parientes de los hombres. Desconfío que Voltaire ha dado en
ensalzar al mono presintiendo, más aún que la futura antropología, la sátira que medio
siglo después le regalara Fontanes: «tiene como el mono movimiento gracioso y facciones
deformes.» De cualquier manera, a los entusiasmos de lujuria de una señorita con un
perro y de un hombre con una oveja, «bien se los puede apartar» de los llantos y alaridos
de una infeliz paraguaya sobre el cadáver de un mono.

370
Julio Herrera y Reissig

El pueblo en masa conocía los amores de la cachonda. Se le reían


con cinismo, dábanle bromas con el LordCXXXVIII; los dragones, uno
a uno, la fueron abandonando; el cura la amonestó gravemente;
otras señoritas, que desde entonces no anduvieron sino con perros
chiquitos, dejaron de visitarla.
Pero todo era inútil; la señorita no abandonaba a su amante, al
tirano de su corazón, al que le hizo conocer las convulsiones secretas.
Por último, habiendo llegado a oídos de la familia los amores
caprichosos de la doncella, se resolvió cambiarle el perro por un
hombre, casándola con el primero que se presentara.
La cosa iba siendo eterna. Finalmente se consiguió que un gaucho
adoptase por esposa a la señorita, mediante el obsequio pingüe de una
estancia y de una buena cantidad de oro.
El día de las nupcias recibió muchos regalos el felicísimo novio.
Entre éstos descollaba un perro de terracota con una cosa muy
puntiaguda sobre la frente. El obsequio lo subscribía todo el pueblo
de Sarandí Grande.
Temiendo quién sabe qué, el hermano de la señorita aconsejole al
novio que no tuviese perros en la estancia, porque la señorita era muy
nerviosa; se asustaba mucho de los perros.
Son varios los amantes que han sido abandonados por perritos.
Día a día se introducen estos fieles compañeros en la confianza de
los hogares. La joyería de Müller, aterrada por la competencia que le
hacen los cuzcos, debe de un momento a otro protestar seriamente
ante las familias.

Últimas informaciones
Tres señoritas eran novias de un perrito. Teníanlo atado a la pata
de la cama para que no se cansase con las perras, cosa de tenerlo
fresco en la hora de la recepción. Dábanle mucho café para excitarlo.
No recibió más mimos ni comió más caramelos el Augusto Alfonso
XIII. Estos amores produjeron indignación en la cocina. La cocinera
exclamaba: «¡Yo le había de dar perritos… unos baldazos de agua fría
en la cabeza!»
El foxterrier adorado por las amas era curtido a puntapiés por los
sirvientes. ¡La moral refugiada entre las ollas! Como en Pot Bulle.

CXXXVIII Nombre del perro.

371
Tratado de la Imbecilidad del País

El perrito falleció de un ataque a la cabeza, de una insolación


entre los muslos. ¡Qué desventura en la sala! ¡Qué regocijo en la
cocina! Pocos esposos fueron llorados tan vivamente. Se le enterró
en una quinta del camino de Sorchantes. Al acto de la inhumación
concurrieron las dolientes, quienes ahogadas por los sollozos tuvieron
delicadezas con el cuerpecito amado. Dijéronle al sepulturero:
«¡Póngale un papel sobre los ojos, que se le van a llenar de tierra!»;
«¡Pobre perrito, pobre Chajá!»
El difunto animalito fue sustituido por un hermoso gato capón, de
una lengua de terciopelo.
¡Qué infieles las señoritas!

Literatura cachonda
Fuera un vastísimo trabajo la prolija enumeración de los decires
corrientes en las diversas clases de la sociedad, los cuales rezan con la
lujuria primitiva y canalla de que se trata en este capítulo. Locuciones,
chufletas, proverbios, retruécanos, en forma y en consonancia, todo
un lenguaje de tugurio, carcomido de lepra vergonzosa, de babeante
pornografía; un bosteo popular de retórica de basura, de infecciosidad
de capstan,155 corre de gente en gente, desde el señor hasta el cochero,
desde la señorita hasta el criado, desde el joven de familia hasta el
vendedor de fruta. He aquí algunas expresiones de esa pintoresca
literatura que hace las delicias de los cachondos y que es la verdadera
literatura nacional.
La tiene más grande que un bañadero de patos; me gusta el virgo trasero;
le pega al frito; Bah, si es un putón patrio; cómo tendrá la huevera; ¡qué
huasca para enlazar!; se le afirma por la retaguardia; tiene unos ojos que me
desabrochan la bragueta; no juegue mucho al hoyito; es loco por el bacalao;
es un culiador de órdago; anda por el limonero; le va a romper el carozo; ¡qué
cacho!; ¡qué gran quesito!; me sacó el perro de las casillas; ni un rayo le parte
la butifarra; le sobó las tres ventanas; Bartolo tiene una flauta con un aujerito
solo; mamá dora los cuchillos; ¡cuánto afrecho en el pesebre!; tiene una lanza
macuca; se hace la cusca; sube al palo enjabonado; le saca punta al lápiz;
trabaja con la lengua; ¡se lo mandó guardar!; ¡le hizo sonar los caracuces!;
que se ponga en veinte uñas; revolverle los orejones; ¡qué lastima no ser perro
para tomarle las señoritas!; ¡tiene un pito cojonudo!; se le escapó la mula antes
de entrar al corral; se equivocó de portera; que te… tardas en venir; arrímese
al asador; moje amigo, que todos mojan; tiene seca la salchicha; agarrate
Catalina, que vamos a galopear; aflojale que colea; y salí con la sortijita

372
Julio Herrera y Reissig

compadreando en mi tordillo; la concha-haba; tu madre es una pu… rísima


señora, que vive en un quiló… metro de tierra, y tiene la con… ciencia llena de
pen… samiento; yo la quisiera peer… suadir de que me has de amar; ¡qué polvo
morrocotudo si se levanta el pampero!; etc., etc.
Por decencia, por respeto a nuestras damas, me reservo la
transcripción de algunos versos geniales que cantó la jeunesse doré,
después de media noche, en la calle Santa Teresa.
Y se termina la cachondez.

373
Cuentas y collares. Vanidad inferior del
uruguayo. Atavismo salvaje156

Los uruguayos manifiestan en todo cuanto pueden hallarse dominados


por una emoción ego-altruista de carácter primitivo, que atestigua más que
ninguna otra cosa el protoplasma estático del agregado. Refiérome a la
vanidad inferior de que dan pruebas explícitas en las carnestolendas
del mal gusto. Provocar admiración de un modo cursi, recurriendo
al tono vivo, al oropel, a los floreados y a las recamaduras, es según
Spencer, un sentimiento salvaje que documenta la más inferior de
las egolatrías. «Antes que los sentimientos que hallan su satisfacción
en la dicha del prójimo existan en grados considerables, revélanse
otros, que se satisfacen con la admiración que se inspira a los
demás.» Esta complicidad emotiva se observa en grado superior, y
hasta podemos decir que en estado de na­turaleza, en los hombres
incultos, cuyos placeres se cifran en lo inmediato sin tener en cuenta
el interés común.
El gusto quintaesenciado de los placeres estéticos, aquello que de
un punto de vista artístico ocupa, según Guyau, un bello sitio en la
perspectiva sociológica, lo superfluo divino que llama Anatole France,
la vanidad de lo agradable elevado, en suma el lucimiento de lo que
produce el arte su­perior en Europa, no tiene ninguna afinidad con
la ridícula cursilería de las ostentaciones chillonas, que se dejan ver
en las sociedades rudimen­tarias.
Las cuentas y el plumaje indígenas lo revelan los uruguayos en su
afición por los metales y las piedras preciosas, que lucen a bocanadas
de fatuidad en la corbata, en los ojales de la camisa, en los puños,
en la cadena del reloj, en los objetos de uso más insignificante, con
una cargazón gua­ranga que los hace parecer reclames de joyería. Se
agrega a esto su en­tusiasmo por lo charro, por los colores vivos, a
que las mujeres en particular rinden la ofrenda de su indumentaria.
Hombres con las dedos cargados de anillos, cuyas manos
relampaguean como peces de escamas luminosas, se encuentran a
cada paso por la ciudad, así como señoritas que llevan en sus bajos
banderas internacionales, y jardines de Persépolis en los sombreros.
Esto revela una vanidad salvaje en nuestros hombres, dominados por
lo que el sociólogo llama «deseo de conquistar aprobación». Por lo
demás, el afecto a los tonos llamativos y a los adornos extravagantes

374
Julio Herrera y Reissig

es, según Spencer, una manifestación de emotivismo oscuro que se


nota generalmente en los agregados inferiores, habiéndose revelado
con la infancia de las sociedades. Refiriéndose dicho autor a la
vanidad exagerada del hombre inculto dice:

Los objetos de color encarnado y las conchas marinas agujereadas, des­


cubiertas en las cavernas de la Dordogne, prueban que en la remota época
en que el rengífero y el mammuth habitaban en el Mediodía de Francia,
los hombres recurrían a pinturas y adornos para llamar la atención y ser
admirados de las gentes.157

Las cuentas y el plumaje se revelan en otras varias manifestaciones


de los uruguayos, y en mayor o menor escala en todas las clases de
la sociedad. Citamos en primer lugar los chapeaos que muchos usan
en las cabal­gaduras, principalmente los habitantes de la campaña,
haciendo del mayor ornato de las cabezadas y las riendas cuestión de
orgullo y decoro individual. Consisten los adornos en infinidad de
borlas, floridas monografías metálicas, relieves brilladores, estribos
de plata y rebenque alhajado, con todo lo cual, no persiguen más
objetivo que provocar a admiración. También las cabalgaduras de
Montevideo se muestran aficionadas al recado lujoso y a las doraduras
consiguientes. ¿Quién no ve en esto las conchas marinas y los collares
del hombre inculto?
Algunos gobernantes del país dieron muestras de este delirio
inferior por las propensiones ornamentales. Santos, ejemplo de
hombre-metaloide de microcosmos de Ormuz,158 ha sobresalido con
sus decoros siderales, sus iluminaciones diamantinas, sus fantásticos
uniformes, sus aparatosas fiestas y su fausto de lentejuería. El
gobernante aludido marcó una época política de herraduras de oro y
carrozas de cristal, de brocados y medallones de bajá.
Como Santos, muchos otros gobernantes se dieron locamente
al luci­miento exterior de su personalidad, empleando en ello un
gusto de pelu­quería que va perfectamente al paladar de la nación.
Tal conducta nos sugiere el collar de cuentas, las plumas rasas, y los
brillantes que salen de los carrillos agujereados del africano. Nuestros
gobernantes no han hecho, con tal cosa, más que imitar a los caciques
de tribus bárbaras. Dice Spencer: «El jefe salvaje se ocupa más en el
atavío de su persona que una de nuestras elegantes contemporáneas.
Ejemplo de ello es la costumbre de pintarse la piel, antes que se usaran

375
Tratado de la Imbecilidad del País

los trajes, como asimismo el tatuaje, que tantas torturas y sufrimientos


causa.»159
El gusto por lo chillón, por los afeites polícromos y por los aderezos
de linterna mágica, ha existido en proporciones alarmantes en
nuestros cau­dillos y en los viejos militares, que ostentaban como reyes
Congos una exposición fruslera de cintas y colgajes de oro.
Noto además las cuentas y los collares, en el orgiástico derroche de
filigranas, bordaduras, relieves infantiles, figurillas de yeso napolitano,
que lucen en las fachadas y vestíbulos de varios edificios pertenecientes
a personas ricas, lo que revela el pésimo gusto arquitectónico de los
uru­guayos. El pavorrealismo salvaje vese no sólo en arquitectura, sino
en todas las artes decorativas. Los uruguayos no quieren el tono justo,
la proporción armónica, la orquestación complicada de la originalidad
sutil, sino el ma­sacote petrífico y la floreada chafalonía. Así se adornan,
así viven, así edifican, así amueblan su casa. Su vanidad es un castillo de
confitería. Las cuentas y las conchas les cuelgan en el espíritu.
Esta vanidad inferior está desarrollada en las clases bajas del pueblo.
El sombrero y el traje irisados es el sueño de las villanas, que aspiran a
igualar a las señoritas aristocráticas. La gente de extramuros también
se lame por la ostentación cromática. La cazuela constituye un elogio
andaluz de esta aserción; es un crepúsculo de sacrilegios de arte que
espeluzna, que da fiebre. Yo veo en todas estas manifestaciones los
brazaletes y los aros del salvaje.
Conviene hacer notar el pésimo gusto con que están alhajados
los escritorios, y especialmente las salas, donde no falta el espejo de
costumbre con marco de aro floreado, y una profusión de adornos
aturdidores de por­celanas, mármoles, metales y papeles. Todo un
enloquecido rococó pris­mático que se juega entre los arabescos, los
calados, las cinceladuras y los dibujos, en un atildamiento purista de
tienda provenzal. Vese claramente que se ha buscado con esto un
efectismo rabioso. Se respira en estas salas la vanidad primitiva de los
dueños de casa, que quieren a toda costa pro­vocar la admiración de los
ventanales, no cuidándose en absoluto de la estética refinada.
Compare el lector si no le aparecen las cuentas de los caciques, a
cada cuatro renglones de este capítulo. E1 espejo, que como en Europa
sólo debiera usarse en los tocadores o vestíbulos, es infaltable en las
salas de Montevideo. Verdad es que ejerce una fascinación brillante
con su mirada dormida en la prisión otomana del marco, y es quizás
por eso que los uruguayos lo prefieren a la pared severa. Refiérese
que los abisinios y los cafres son muy dados a los espejitos con que los

376
Julio Herrera y Reissig

europeos obsequian su vanidad, a cambio de productos más valiosos.


Estos espejitos, a modo de relicario los llevan los salvajes, en el pecho y
en las espaldas, sonriendo de orgullo cuando se miran en ellos. Como
se ve, la exagerada ostentación del hombre inculto se halla lejos de
humillar la vanidosa alondrería de los uruguayos. ¡Siempre las cuentas!
El psicólogo palpa en el alma del país, apenas arroja su sonda, que
los sentimientos superficiales de la egolatría prevalecen en mucho
sobre las emociones civilizadas que al sentir de Spencer nacen de la
dicha ajena, en consideración compleja de intereses colectivos.
Hay otras muchas manifestaciones de esa vanidad salvaje, llevada
hasta el ridículo, que se trasluce con frecuencia en los acontecimientos
sociales. Las señoritas más aristócratas, que quieren pasar por ricas
lucen, en el teatro, brillantes de vidrio, negros y blancos, peinetas y
caravanas con perlas de veinte centésimos, y collares de esmeraldas
turbias de esas que venden los árabes en la feria. No les preocupa
otra cosa que provocar admiración, y con gran escándalo del arte se
acribillan, las apócrifas sul­tanas, con pedazos geométricos de botella y
cuentitas de bordadura. Vistas de cerca parecen unas salvajes blancas.
También llama la atención el gusto de las uruguayas por los perfumes
fuertes y ordinarios que usan de un modo ridículo, como los salvajes
del Este del Congo.
Otra de las cosas que más persuaden de este fatuismo cursi del
uru­guayo, y de que tienen como obsesión morbosa el hacerse admirar,
es que no falta jamás la sala en ningún domicilio, por modesto
que sea, aunque falte el comedor, y duerman cuatro personas en
un mismo cuarto. El Cordón, la Metrópoli del rastaquerismo, y la
Aguada, el Vaticano de la burguesía,160 son ejemplos vivientes de una
vanidad tan dislocada. Hay en esos barrios gente que medio comen
una vez al día, y se prohíben usar los utensilios más necesarios en
una alcoba, con el objeto de poder amueblar una sala, y hacer que
una de sus hijas aprenda el piano. Sueñan los megalómanos que se
oiga éste desde la vereda, y los transeúntes queden convencidos del
tren lujoso de la familia.
No habrá para remedios seguramente, pero sobra para comprar
a men­sualidades un piano que desafina, y en el que dos veces a la
semana se tocará la mazurca de la Verbena, y el valse «Sobre las olas.»
Cómo se las arreglaría un Goncourt filisteo para poetizar una de
estas monaditas de extramuros, en que no falta el consabido espejo
clavado al mismo medio de la pared, el sofá de corte antiguo con
forro blanco, la mesita espiritista de palo de escoba cubierta de

377
Tratado de la Imbecilidad del País

terciopelo, el cual terciopelo fue sacado de un vestido de la finada


abuela; las cajitas equiláteras con sus conchas de coral; algunas
piedras de agua y una tortuga sobre un estante; varios objetos de
papel fabricados por las señoritas que son muy habilidosas (así lo
dice la madre); algunas ágatas del Salto; un abanico del Japón;
un cuerno de toro; algunos pañitos de crochet, y en marcos chu­
rriguerescos, lo infaltable, lo más artístico, un cuadro de los
«amantes de Teruel», o de Pablo y Virginia, adquirido en algún
remate.
¡Mire el lector las cuentas y los espejitos en el gusto de los
uruguayos, en ese desborde primitivo de vanidad cordonera!
Por último, no estamos lejos de una célebre moda que hizo aparecer
las casas de Montevideo como verdaderas tiendas de zulús. Me refiero
a las bolas de vidrio de plata y oro que se usaron con entusiasmo en los
zaguanes y en las antesalas.
No me negará que dichas bolas son en mucho superiores a los
collares de los caciques.
Para finalizar, hablaré de un hábito que, dados los caracteres que
asume, y el modo como se efectúa, puede servir de parangón al tatuaje
de los Africanos.
Como se sabe, el capricho de la moda y una vanidad de estética
permiten, como ocurre en Europa, el uso razonable y artístico de
polvos y pomadas que hermosean la fisonomía y dan un bello color
al rostro. Las grandes damas, las cocottes, las artistas se sirven con tan
buen fin de estos inventos, ejecutan sus afectos de tal modo, con gracia
tan exquisita, que no se nota en ellas el artificio —y en eso consiste el
éxito de la atildadura.
[[…]]nes ego-altruistas más rudimentarias, se hallan al nivel de los
hombres anti-diluvianos, y de algunos otros salvajes, como los damaras,
los bhilos, los lepchas y el indio bravo de la América del Norte.
Sin embargo, fuerza es reconocer que son felices.
Se pasan la vida soñando con las cuentas emplumadas.

378
Julio Herrera y Reissig

Psico-fisiología de los Uruguayos


Caracteres Intelectuales
Representatividad inferior. Predominio de la acción
refleja. La rutina atávica en la política. Empirismo salvaje.
Impresiones automáticas. Incapacidad de reflexión. Miopía
de la mente. No existe la correspondencia en el tiempo.
Circunscripción primitiva de los hechos. Límite especulativo
del discurso. Falta de previsión. Ineptitud de la gente del país
para trabajos complejos. El por qué los uruguayos gustan de
los empleos. La prodigalidad del hombre incivilizado. No
existe la facultad de generalización.

161
Toda civilización se caracteriza, ya lo hemos dicho, por
fenómenos intelectuales.

El grado de inteligencia se revela por la mayor o menor correspondencia


que existe entre las ideas y las cosas, por la representatividad que adquieren
las primeras, y por la distancia que media entre ellas y las operaciones
intelectuales relativamente automáticas, es decir, de la acción refleja.162

Nada tan simple y tan reducido como la concepción que de los


hechos tienen los uruguayos. Cautivos de la rutina, incapaces de la
menor inducción, de un razonamiento que trasponga la línea de sus
experiencias, de sentar una premisa con relación al futuro, dan vuelta
en el estrecho círculo de lo evidente y lo atávico, chapoteando en el
apocamiento unilateral de los sucesos y de las trivialidades de la vida
diaria.
Una política de triquitraque, de sortilegios, de divisas, de muecas
arqueológicas, de vicios inveterados, sin cambios fundamentales,
sin evolución organitiva, sin tendencias de progreso, de una enojosa
igualdad en sus procedimientos, que marcha con una venda en los
ojos como las mulas tahoneras: una política al por menor que no
discierne, ni discurre, que no se aviene con los hechos universales,
que da popa a los adelantos científicos; que obra inopinadamente
con un carácter nervioso, señala una inferior representatividad de
los individuos, un familiarizamiento pueril de la inteligencia con las

379
Tratado de la Imbecilidad del País

impresiones recibidas, un cementerio fosílico de emotividad pretérita,


de fenomenalismo salvaje…
Los uruguayos son unas ostras psicológicas, pegadas a la trivialidad
hereditaria. Aun los que pretenden pasar por intelectuales se
muestran conservadores. Muchos claman por el pasado diciendo:
antiguamente todo iba mejor; el progreso desorganiza, echa a perder,
corrompe las costumbres, nuestros abuelos eran más felices. Juzgan
de la bondad de una evolución por un detalle inconveniente.
Un abogado conceptuaba que la revolución francesa había sido
una calamidad, el crimen de unos cuantos facinerosos enloquecidos,
por haber mandado a la guillotina a Luis XVI y María Antonieta. Los
uruguayos juzgan de las cosas como los beduinos, por sus apariencias,
no en sus causas o en sus resultados, y se representan las ideas en el
plano más homogéneo, con la sencillez elemental de un niño. Una
de las lumbreras de nuestro foro, con motivo de que los anarquistas
combatían las elecciones partidarias que hubieron de realizarse en
noviembre del año último, le dijo a Ricardo Sánchez, un leader del
anarquismo: «Uds. son como los constitucionalistas, combaten los
partidos, ¿por qué no se unen a ellos?» Otro uruguayo, enemigo
de la prensa, alegaba que ésta tenía la culpa de que las mujeres no
tuvieran pudor, de que hubiesen leído lo malo, y se tentasen a obrar
inmoralmente por el noticierismo escandaloso de la vida de los
prostíbulos. Y agregaba: «la libertad de prensa no debería existir en
ninguna parte del mundo: habría más tranquilidad; se acabarían las
revoluciones; no se mataría a los reyes; los gobiernos marcharían
en paz; los duelos se terminarían; no habría más anarquismo; todo
andaría como una máquina…»

Familiarizado única y exclusivamente con los hechos particulares que caben


en el estrecho círculo de su experiencia, el hombre primitivo no concibe los
hechos generales. Una verdad amplia posee cierto elemento común a muchas
verdades particulares, y por lo tanto implica una correspondencia más extensa
y heterogénea que estas últimas, como asimismo una representatividad
superior, dado que reúne necesariamente ideas numerosas y variadas en la
idea general; dista más, por último, de la acción refleja, puesto que por sí
sola no excita la acción.163

Los uruguayos, como el hombre primitivo, manifiestan en todos


los actos de su anémica vida social, hallarse familiarizados en cuerpo
y alma con los hechos particulares que surgen de su experiencia. Son

380
Julio Herrera y Reissig

incapaces de abarcar el vasto panorama de las complicaciones, no


pueden representarse los hechos generales; no caben en su psique
las correspondencias heterogéneas y complicadas, las imágenes
superiores de los acontecimientos, las ideas múltiples y divergentes
que implica una Verdad universal.
Obran en virtud de impresionismos más o menos acentuados, de
sensaciones sufridas, que descargan inconscientemente, electrizando
el músculo volitivo.
En sus discursos manifiestan de una manera inconcusa su exigua
representatividad, el movimiento rudimentario, casi animal, de su
intelecto empírico; la falta de lo que llama Spencer correspondencia
reflexiva entre las cosas y las concepciones.
Estrechas, pueriles, exclusivistas, personales, siempre aluden a
sus experiencias, a las pequeñeces que ellos apuntan, a los detalles
atómicos, a los sucesos del terruño, a la localidad, a los ejemplos de
familia; la tradición aislada, el documento particular. Los fenómenos
comparados, la filosofía de la historia; los cálculos de la abstracción,
las influencias del medio ambiente, el método de la lógica, nada de
esto conciben nuestros primitivos. Ellos, como el salvaje, no alcanzan
a comprender las relaciones de concomitancia, las series dilatadas de
los hechos, sino aquellas en que los antecedentes y los consecuentes
están muy próximos, y a esto se debe que no conciban la evolución,
el proceso de las causas y el determinismo de las circunstancias,
aferrándose por lo contrario a sus antiguas creencias.
El uruguayo, cuando discurre, no se aparta de un pequeño círculo.
Jamás generaliza; nunca toma por campo de variaciones el universo
civilizado, ni se orienta por la brújula histórica de los acontecimientos
de los siglos. Para ellos no existe más premisa, más antecedentes,
más proposición, cuando infieren una consecuencia de porvenir,
que la carta de experiencia de lo que han visto, que lo que afirma la
historia de Oribe y de Rivera, del Paso de Quinteros y de la Cruzada
Libertadora. Fuera de su país, de su partido y de la ciudad en que
viven, y de los cuatro diarios de Montevideo, se halla la columna de
Hércules; comienza el caos. Todo acaba en la frontera, por las aguas
del Merín y del Cuareim; todo concluye en las recientes noticias sobre
el acuerdo electoral y la futura presidencia.
En un orden elevado, se sobreentiende les es imposible observar
las similitudes entre las cosas, dejando aparte lo que es distinto.
Las ideas generales resultan, como se sabe, «de una doble
operación de la comparación que observa las semejanzas; y de la

381
Tratado de la Imbecilidad del País

abstracción que suprime las diferencias». Una y otra cosa no pueden


tener cabida en cerebraciones toscas, que confunden lo que de un
modo vago llega a la conciencia, sin que pase por el juicio, facultad
muy poco desarrollada en nuestros hombres, y además incapaces de
esa atención abstractiva que descompone el conjunto y une los rasgos
comunes.
Se puede observar a cada momento que los uruguayos no ven de
los hechos sino la superficie, y de este punto de vista no se elevan sobre
el niño, sobre el salvaje y sobre ciertos animales inmediatos al ser
humano. Un raciocinio de inducción que generaliza en el espacio y
en el tiempo es ilógico que se atribuya a gente que no penetra, que no
compara, que no suprime las desemejanzas entre los objetos; en una
palabra, que percibe pero no comprende. Reflexione el lector cuál podrá ser
la inferioridad psíquica del uruguayo, ya que según el filósofo, «una
de las grandes superioridades del hombre sobre el animal, consiste en
poder penetrar lo particular y lo individual, y elevarse hasta lo general
y lo universal.» Este absoluto propio del ser humano lo expresa Platón
en la siguiente máxima: «Importa al hombre comprender lo general,
esto es, lo que en la diversidad de las sensaciones se comprende bajo
una unidad racional.»
Luego, pues, las que llama Kant representaciones de representaciones
(Critique de la Raison Pure) casi no existen en los uruguayos, y esto
explica, ya que los conceptos son indispensables al trabajo de la
inteligencia, que los uruguayos, como los salvajes, no puedan
abstraerse, y por lo mismo, generalizar.
Fuera necesario extenderse mucho para hablar sobre la
importancia de las ideas generales, en lo que descansa, según Spencer,
el adelanto de una sociedad.
La rutina de nuestras cosas; la falta de iniciativa, el estancamiento
tradicional, el atraso político, la desorientación económica, la
necedad del país, todo puede atribuirse en parte a que los hombres
no generalizan en la esfera más elevada del pensamiento.
Dice un psicólogo:

La generalización constituye el carácter esencial de la razón, mientras se


emplea en distinguir al hombre del animal, o al hombre inteligente del
idiota. Por ese signo dice Descartes que se distinguiera a un ser inteligente
de un autómata. Cree Bossuet que en esa facultad reside el principio de la
invención y del progreso. Sin el espíritu de generalización, las cosas seguirán

382
Julio Herrera y Reissig

siempre un mismo curso, y el hombre quedárase en la misma insensibilidad


que las especies animales.

Por último D´Stewart censura el defecto de los que en Política no


generalizan, de los que se hacen «vasallos de los hechos.» Esto reza
con nuestros hombres, los cuales no salen jamás de lo particular, ni se
elevan un palmo sobre lo que ocurre dentro del círculo de su interés
o de sus necias pasiones; causa de que se agiten imbécilmente en el
pantano de la contienda inútil y de los más necios propósitos.

Pruebas de la falta de generalización

Para nuestros primitivos no existe el hombre, sólo existe el uruguayo.


Cuando discurren sobre un hecho histórico no se remontan a otros
semejantes para formar un juicio; no comparan, se contentan con
decir: aquellos son otros hombres; otras costumbres; no cambie de
conversación; no vaya Vd. tan lejos. Cíteseles el ejemplo de que algo
parecido ocurre en el extranjero, y que tal ocurrirá en condiciones
iguales; que un caso idéntico se ha observado en tales épocas, y en
cuales puntos. A esto responden los uruguayos: estamos hablando de
este país; qué tiene que ver aquello con lo que pasa aquí, no se resbale
por la pendiente; vuelva a su sitio; un colorado a quien le cité algunos
acontecimientos semejantes «a Quinteros», tratando de filosofar
sobre las causas de tal suceso; respondiome: aquello será otra gente;
no compare; si blancos no puede haber en el mundo; ni puede existir
un crimen como el de Quinteros;164 no se salga de la cuestión; déjese
de citas que son pavadas: no sirven sino para embarullar.»
Al pretender persuadir a un uruguayo de que los partidos no
conservan el poder eternamente; porque se gastan, y que constituye
una ley histórica la sucesión de los bandos; citándole como ejemplos
Francia, Holanda, Inglaterra y varios otros países, donde en un lapso
de tiempo gobernaran distintas colectividades, el uruguayo se sonrió
con fiereza, diciéndome: «Vd. porque se ha vuelto blanco se expresa
de esa manera, nuestro país es distinto a todos; los colorados no van a
ser imbéciles que se dejen arrebatar el gobierno; ni de acá a diez siglos
han de soltar las riendas. Historia es una cosa y otra es el valor de los
colorados; esas cosas del extranjero no rezan con nuestro partido; los
borbones, los orleanistas, los republicanos, los de la derecha, los liberales

383
Tratado de la Imbecilidad del País

y otros bandos que Vd. cita, habrán estando compuestos por gente
inútil, sin valor y sin ideales; por eso habrán caído, no como dice Vd.
porque haya sido fatal su desmoronamiento.»
He tenido ocasión de discurrir con varios uruguayos acerca de
ciertos fenómenos que se observan en la sociedad, comunes, se
sobreentiende a todos los países. Inútil ha sido de mi parte encarar
cuestiones con cierta altura, generalizando, reuniendo lo semejante
que se observa en todos los pueblos, con prescindencia de lo diferente
que los supera. Uno me contestaba: «es Cuestas el culpable; son los
blancos a quienes hay que reventar cuanto antes; eso se debe a la
farsa electoral del doctor Herrera; la falta de patriotismo es la causa
de lo que Vd. dice.» Al proponerles que hicieran abstracción de su
partido, de su país, de sus supuestos personales, que distinguiesen
entre lo que les interesa personalmente y lo que debe servir de base a
la discusión, que considerasen una unidad los elementos que en todas
partes del mundo coadyuvan al fenómeno, varios me respondieron:
«Eso no, querido amigo; Vd. se va por las nubes; si Vd. se enreda con
afirmaciones; si Vd. se sale de la Historia y de la Política de nuestro
país, no seguimos el debate. ¡Europa es Europa y nosotros somos
nosotros!»
Fácil es explicar el porqué de la no abstracción en las gentes
ordinarias. Puede decirse que el salvaje, más que ideas, posee las
representaciones o imágenes de los objetos que dan a conocer las
facultades sensitivas. Aquellas que son productos del entendimiento,
y que se conocen como ideas abstractas y generales, implican de una
operación menos espontánea, y constituyen la elaboración de un
intelecto más desarrollado.

La abstracción es reducidísima

La abstracción, o bien el acto por el que se separa de un objeto


cada una de sus partes, o los distintos elementos de una complejidad,
es reducidísima en los uruguayos, por lo que respecta a un orden
elevado. He aquí otro punto de contacto de nuestros hombres con
los salvajes. Simples aprehensiones imaginativas parecen llenar la falta de
ideas realmente abstractas, «la operación voluntaria de aislamiento»,
que en vigor de toda lógica, apenas si se manifiesta en la mente de los
uruguayos.

384
Julio Herrera y Reissig

He hablado en otra parte de la rutina de nuestras cosas, de


la igualdad y de la pequeñez de las ideas en el rebaño, de su tosca
representatividad, de que los uruguayos no asimilan los hechos,
no aprovechan las actividades, de que dentro de lo culminante son
incapaces de reparar, de recurrir, de diferenciar, de clasificar los
estados del espíritu y sus relaciones, en una palabra, de reconocer.
De ese modo, pues, el mundo externo pasará por su mente como
las sombras por un espejo, sin sensibilizarla, sin imprimirse en sus
receptáculos. Sirva lo dicho de punto de partida para fundar la falta
de abstracción en nuestros individuos, ya que en tal caso, dentro de
lo relativo, idénticos agentes producirán el mismo efecto en el salvaje
que en el uruguayo. Con efecto, deduzco de lo dicho, concretando
lo más posible: que experiencias tan iguálitas como exiguas no
pueden producir lo abstracto en la cerebración, siempre que este
abstracto, conviene repetirlo, se refiera a un orden de conocimientos
de relativa importancia, que traspase la vulgaridad. No se concibe
que la homogeneidad y la escasez de las correspondencias entre los
movimientos mentales y las cosas, correspondencias casi mecánicas,
y cosas siempre las mismas, puedan dar lugar a la concentración de
las facultades intelectivas, a un trabajo de [clínica] mental propuesto
de antemano, para luego inducir o generalizar. Esto supone a más
un educamiento, una variación, un ejercicio que no cabe en nuestra
gente, quien como hemos visto no acostumbra a descomponer
ni a reducir los hechos. De ese modo, no le es posible pensar en el
accidente, la relación o la cualidad, en el elemento de una cosa sin
pensar en la cosa misma, lo que dijérase una torpeza que se origina de
la no gimnasia de la facultad suprema; debido, como se comprende, a
las causas ya señaladas.
Por último, mientras no aumente la representatividad como fruto
de un crecimiento de experiencias contradictorias, conjuntas y unidas
en el foro interno, y de un ordenamiento de dichas experiencias, las
abstracciones no pueden ser en una esfera elevada. Cito en mi apoyo
a Spencer:

Mientras las experiencias sean escasas y se distingan tan solo por leves
diferencias, la naturaleza concreta de las ideas correspondientes, apenas
es afectada por el desenvolvimiento de ideas abstractas. Como quiera que una
de estas últimas se deduce de varias ideas concretas, no se las puede aislar
de las mismas, Ínterin su multiplicidad y variedad no conduzcan a borrar
sus diferencias, dejando que subsistan sólo aquellas que le son comunes.

385
Tratado de la Imbecilidad del País

Es evidente que una idea abstracta engendrada de este modo supone que
la correspondencia entre las ideas y las cosas ha llegado a ser más lata y
heterogénea; que la representatividad de los numerosos concretos de los
cuales se ha sacado la idea abstracta ha aumentado en la conciencia; y en
suma, que la vida mental se ha apartado algo más de la acción refleja.165

¡Cuántas consideraciones respecto al candor ingenuo, a la llaneza


ortodoxa, al balbuceo mental, a la insulsez anodina de los uruguayos,
nos sugiere este punto de psicología! Qué simplicidad, qué necia
pesadez, cuando discurren, cuando especulan con su inteligencia,
emitiendo sus pareceres respecto a lo porvenir, a los orígenes de las
cosas, a las ulterioridades de los hechos. El círculo vicioso, la tahona
provincial, la inventiva de pedrogrullo siempre salen a relucir en sus
mentalidades impertinentes. Dan vuelta alrededor de las cosas sin
poder apartarse de ellas; sin aislar uno de sus elementos; las tienen
así «como pegadas entre ceja y ceja»; les es imposible sacar una
unidad de un conjunto, para concentrar toda la atención en ella.
Ni un argumento en que se note la segregación de un hecho, nada
que salga de lo evidente, de la sustancia en bruto, de lo concreto, del
a + b. Son incapaces de una aleación en el éter del espíritu. Tienen
siempre ante la vista la feria de su aldea, su política necrómana, el lazo
de amistad, el zanjón atávico, el albedrío de las mayorías, la honra de
las mujeres, el syllabus conservador. Sustraerse a tales conceptos y a
tal emotividad, para especular remotamente en las alturas complejas
en que ascienden las abstracciones, separar en la conciencia lo
inseparable en la realidad, segregar un objeto para entregarse a un
raciocinio, sintetizar la atención compenetrándose de las esencias
que emanan de los posibles oscuros, es algo que no puede suceder en la
mente rudimentaria de los niños uruguayos.

Pruebas de lo reducido de la facultad de


abstracción

Hemos dado a entender en otra parte que los estudiantes se


muestran tardos, impotentes, en materias que no rozan con la
imaginación y la memoria de los sentidos, prometiendo ocuparnos
de esto con la detención debida al tratar particularmente de la no
abstracción de los uruguayos. Henos, pues, en el caso de demostrar

386
Julio Herrera y Reissig

dos cosas, la 1.ª de un modo explícito, que nuestra gente tiene una
enorme dificultad en abstraerse por ser incapaces de un esfuerzo de
atención considerable; la 2.ª —implícitamente se desprende de la
primera—, que necesita de signos visibles y materiales para aprender,
que las facultades perceptivas en que se desarrolla su educación
escolástica constituyen su pseuda intelectualidad, facultades que como
he dicho le ayudan a manifestar superficialmente en los exámenes lo
que ellos han tomado a las Ciencias de la Naturaleza, sin comprender
en absoluto lo que estas Ciencias entrañan.
Con efecto: hallamos esta prueba de la falta de abstracción en lo
reacios, en lo impenetrables que se muestran los estudiantes respecto
a las Matemáticas y ciencias adyacentes que tratan de extensión,
figura, etc. Los hemos visto en la pizarra ante un problema, trémulos,
sudorosos, hacer papeles desairadísimos, borrando y escribiendo, sin
salir del paso, con expresión angustiosa que daba pena; los hemos
visto ante definiciones y cálculos de Geometría y Trigonometría
desplomados de impotencia. Los examinadores, benévolos por
excelencia, conocen todo lo que al respecto pueden dar los
examinandos, y es por eso que se satisfacen con demostraciones
elementales por parte de éstos; de otro modo, puédese asegurar que
fuera una excepción milagrosa el que saliere con éxito, y muchos
de los que ahora son doctores y bachilleres no lo serían de ningún
modo. Varios maestros y examinadores con quienes hemos hablado
en intimidad sobre la buena memoria que tienen los uruguayos para
aprender Geografía, Historia, Botánica, Fisiología, etc., y de su pésima
disposición para las ciencias abstractas, y aun para la Psicología, la
Lógica, la Metafísica, la Economía Política, y hasta la misma gramática,
han concordado unánimemente con nuestras opiniones respecto
a lo reducido del intelecto de los estudiantes, a que casi no poseen
facultades abstractivas, a lo tardos que se muestran en materias que
hacen indispensable un ejercicio elevado del intelecto, o lo que es lo
mismo, combinaciones cogitacionales, no heredadas; y finalmente a
que les es imposible salir airosos en estudios que no tengan por campo
de actividad operaciones más sensitivas que intelectuales, como ser la
percepción, la memoria y la imaginación, tal como se los halla en la
infancia de la inteligencia.
Se objetará tal vez, por lo que he dicho, de la rudeza primitiva de
los estudiantes respecto a las Matemáticas y nociones adyacentes,
que las ideas abstractas no son las más difíciles en sí, antes más bien
son claras debido a su sencillez. Esto, precisamente, constituye la

387
Tratado de la Imbecilidad del País

mayor prueba de mi afirmación, respecto a que nuestros hombres


no son capaces de descomponer, de aislar un simple elemento de la
realidad, de un esfuerzo atencional rompiendo con la costumbre, de
representar las ideas con signos sensibles que se adaptan a los sentidos,
a la imaginación y a la memoria.
En Europa, los estudiantes, que poseen la facultad abstractiva
bastante desarrollada, aprenden las matemáticas con suma facilidad,
y así es lógico, dado que las ideas abstractas, como dice Laromiguière,
son las más claras y fáciles bajo el concepto intelectual, y sumamente
accesibles a quienes hayan ejecutado la facultad que les corresponde.
Pero esas mismas ciencias, fáciles en sí, y en extremo dificultosas,
como dice un psicólogo, bajo el concepto de la costumbre, se hacen
más y más difíciles en relación al grado de abstracción a que háyase
llegado el que las acomete. Así el hombre en estado de naturaleza,
«acostumbrado a ligar sus ideas a signos materiales», nada enterado
de líneas, números y figuras, les es imposible un esfuerzo de
desprendimiento.
Dice Spencer:

Un ejemplo que tomamos de Galton, hará más patente la índole de la


inteligencia primitiva que analíticamente hemos expuesto. Refiriéndose
a los damaras muestra que, cuando nos servimos de lo concreto para
hacerle desempeñar en lo que cabe el papel de lo abstracto, el ensayo no
puede durar mucho tiempo y el espíritu queda incapacitado para elevar
pensamientos de un orden más elevado. Cuéstales bastante trabajo, dice,
contar más de cinco, porque no tienen en la mano más de cinco dedos que
hacen el oficio de unidades. Pocas veces se les pierde un buey, mas cuando
acontece esto no notan la pérdida porque haya disminuido el número de
aquellos, sino porque les falta una figura que ellos conocían.166

Volviendo a lo que decíamos, el uruguayo, por carecer de una


conciencia desarrollada, y de un ejercicio amplio de abstracción y
generalidad, se encuentra a un paso del hombre primitivo, o sea
del hombre en el estado de naturaleza, y esto explica perfectamente
que nuestros universitarios —unidades biológicas de una raza sin
más intelecto que los sentidos— no llegan al dominio de las ciencias
abstractas, que se sustraen a la rutina de esos mismos sentidos y a las
operaciones de la memoria automática.
Se sabe de una infinidad de jóvenes que han dejado los estudios
de bachillerato, por no haberles sido posible rendir examen de

388
Julio Herrera y Reissig

matemáticas. Algunos tuvieron que ser reprobados dos y tres veces


para que se convencieran de la imposibilidad de trasponer los
mojones del 3.er año. Entre éstos cuéntase un poeta, dos presidentes,
y un político muy astuto que figura en primera línea. El primero de
los citados, cuya única ambición fue siempre llegar a ser médico, se
consuela de sus derrotas universitarias haciendo versos, bastante
bien medidos y con metáforas agradables, lo que prueba, después
de todo, que cierta imaginación y un discreto sentido del ritmo de la
palabra nada tiene que ver con la inteligencia propiamente dicha, en
cuanto sólo requieren el desarrollo de ciertos centros, que según los
fisiologistas, no han de faltar a los animales.
Esto nos trae a un punto muy interesante, y es el siguiente: que la
mayoría de los literatos y periodistas y poetas del Uruguay, que gozan
de la consideración de intelectuales en regla, poseen un entendimiento
discursivo limitado hasta lo increíble. No raciocinan. Es temerario
llevarles al verdadero terreno de la reflexión. No ligan dos ideas. No
generalizan en lo complejo. Se muestran obtusos, tardos, imbéciles
por excelencia. Son incapaces de tratar una cuestión elevadamente;
de profundizar un hecho, de un trabajo consciente que se apoye en
inducciones sólidas. Y sin embargo, algunos de ellos escriben con
soltura y gracia; hacen versos muy bonitos, cincelan bien la frase,
tienen cierto sentido artístico, lo cual viene en apoyo de lo que
decíamos sobre la pseuda intelectualidad de nuestra raza, sobre que
en los uruguayos todo es apariencia, falsedad, charlatanería, oropel
y contrabando, que en el fondo de su cerebro no hay otra cosa que
automatismo y reminiscencia, que gimnasia sensitiva, que emotividad,
que combinaciones organizadas y testadas de padres a hijos, sin
interrupción alguna.
Todos esos jóvenes —que suman cientos— víctimas del álgebra
y de la Trigonometría, que tuvieron que abandonar los estudios del
Bachillerato después de haber costado a sus padres algunos cientos
de pesos, hanse manifestado favorablemente en otras materias
más difíciles en sí que la de los números, siempre que se estudien a
fondo, como es debido, porque todos ellos contienen abstracciones
e implican descomposición en la conciencia, pero sumamente fáciles
en cuanto se estudian de una manera superficial, haciendo uso de la
memoria y de los sentidos, que es del modo como las han estudiado
dichos estudiantes; y como se siguen estudiando hasta la fecha, no se
debe extrañar en consecuencia que los futuros abogados y políticos
abandonen las aulas sin saber nada absolutamente, después de haber

389
Tratado de la Imbecilidad del País

conquistado el título haciendo uso del más simple procedimiento,


con el trabajo animal de los órganos sensitivos, de la imaginación
reproductiva y de los centros ópticos y acústicos, lo que en buena
lógica no puede ser de otro modo, dado que nuestros hombres no
poseen las facultades superiores indispensables para el estudio
consciente.
Por último me resta agregar como prueba irrecusable de lo que he
dicho sobre la impermeabilidad de los estudiantes después de cierta
edad, y de que gracias a la memoria salen airosos de los exámenes,
la declaración franquísima de muchos bachilleres que aseguran no
haber aprendido nada en todo el tiempo de los estudios, no recordarse
siquiera de lo más elemental de las matemáticas, de la Geometría,
de la Química, de la Física, del Latín, de la Filosofía, de las mismas
Ciencias Naturales que momentáneamente y de un modo superficial
grabaron en sus centros de percepción óptica y acústica, no en la
memoria intelectual que ellos no la poseen, la cual «se confunde con la
inteligencia entera o por lo menos con la adquirida» y que consiste
según San Agustín en encontrar todos los conocimientos que se han
adquirido en las Ciencias «retirados a un lugar recóndito, y existentes
en sí mismos, no como imágenes y palabras. »
Detengámonos en este punto que se relaciona con lo que dije
anteriormente refiriéndome a la memoria acústica y óptica de los
estudiantes. Con efecto esta clase de memoria casi animal que poseen
los salvajes en sumo grado es a lo que parece la única de nuestros
hombres, gracias a la que repiten de la introducción al índice las
materias que son objeto de estas percepciones.
Dije percepción acústica porque efectivamente los estudiantes
leen a grandes voces, se comen el libro con los oídos; las palabras, las
fórmulas, las teorías, las clasificaciones, todo se imprime en los centros
acústicos como en un gramófono. No pueden leer en silencio; de ese
modo como se comprende, fracasarían; su memoria es puramente
acústica; hay que gritarle como a los sordos para que escuchen. El
procedimiento de esos estudiantes es idéntico al del músico que
aprende su canto de memoria a fuerza de ejecutarlo u oírlo. Por lo
que se refiere a su memoria óptica nada hemos expresado. Sin la
enseñanza objetiva, nuestros universitarios poco o nada aprenderán.
A fuerza de carteles, figuras, mapas, y objetos que se refieren a Ciencias
Naturales ellos se familiarizarían con lo que más tarde será objeto de
disertaciones. En esto son como los niños.

390
Julio Herrera y Reissig

El salvaje según Spencer posee una memoria perceptiva maravillosa.


Jamás se olvida de los objetos que ha visto una sola vez. De modo pues
que en este sentido lo que trabaja en el estudiante es el globo ocular,
el nervio óptico y luego los centros de sensación y de interpretación
situados respectivamente según la Ciencia en la parte posterior de la
cápsula interna y en el lóbulo occipital izquierdo.
Abreviando podríase decir que los intelectuales del país han
aprendido con los ojos y los oídos. A eso se debe que los bachilleres
salgan de la universidad diciendo: nada sabemos. Hemos perdido seis
años frente a los libros que de nada nos servirán. Compréndese que si
en realidad esos estudiantes hubieran tenido facultades intelectuales,
conciencia, juicio, reflexión, abstracción, generalización, y memoria
propiamente dicha, algo por lo menos deberían saber de cada
materia comprendida en el bachillerato; y ya que no de las palabras
y de las fórmulas, de la nomenclatura, técnica, recordarse al menos
de las ideas, de lo íntimo de esos estudios. Su completa ignorancia,
su absoluta inconsciencia de lo que fue objeto de un trabajo de
percepción inferior, de órganos comunes a los animales, y no de
operaciones supremas del entendimiento, prueba de un modo
terminante que no poseen los uruguayos la facultad de ideación.
Varios examinadores interrogados al respecto han respondido que
nuestros estudiantes son tardos, poco reflexivos, que no asimilan; que
se dejan llevar de la memoria, y que en materias en que realmente se
muestra la inteligencia no dan un paso; se quejan, hacen esfuerzos
supremos por desligarse de esos estudios, y les cobran a fin de cuenta
un odio recalcitrante, sacando las peores notas en las pruebas de fin
de año.
En suma la erudición de nuestra gente es automática y transitoria
por naturaleza. Borradas las impresiones que se grabaron en los
centros sensoriales, al cabo de un cierto tiempo desaparecen, y esto
es lo que se nota en los estudiantes, quienes a poco de haber cerrado
los libros se hallan en el mismo estado que antes de haberlos leído,
intacto su cerebro, su inteligencia como una página en blanco; nada
ha pasado en ella; dijérase que a semejanza de una mansión cerrada,
ni un movimiento, ni un volido, ni un eco, ni una vibración, ha
turbado su profundo sueño.
En otro orden de cosas, la no-abstracción en lo práctico pruébase a
cada paso, y es fuente de innúmeros errores. Citaré algunos ejemplos
en apoyo de lo que afirmo. Un extranjero muy ilustrado platicaba
amistosamente con un uruguayo, sobre el proceso Dreyfus, afirmando

391
Tratado de la Imbecilidad del País

la inocencia del capitán, su conducta irreprochable, su delicadeza, su


sinceridad. El uruguayo, en el colmo de la excitación, decía: «Tiene
que ser un canalla, un miserable, un traidor, un falso como buen
judío que es; harán bien en fusilarle.» El extranjero repuso: «distinga
Vd., señor, entre el hombre y el judío, entre el militar y el israelita.»
«No señor, no puedo distinguir; es un judío y basta; tiene que ser un
vil culpable de todo lo que se le acusa.» Toda razón era inútil por
parte del extranjero; el uruguayo no se abstraía. Para él, Dreyfus era el
asesino de Jesucristo.
La no-abstracción en política es realmente de comedia. Un caso
colectivo es el odio, la prevención que se puso siempre contra Julio
Herrera. La Prensa, el alto Comercio, los personajes, la sociedad
toda, el pueblo, las mujeres, los niños, exclamaban: es un canalla,
engañador de mujeres; es un corrompido; ¿Por qué no se ha casado?
Siempre ha vivido entre locas; es un hombre de orgías; tiene que ser
un pésimo gobernante, un ladrón; sus desaciertos arruinan el país;
es un loco. Hasta llegaron a caricaturizarlo con dos ovejas. Nadie
distinguía entre el político y el individuo, entre la vida pública y la
privada. Todos veían a Julio Herrera, en el despacho administrativo,
sobre una cama, con tres o cuatro mujeres, riendo a pierna suelta,
rodeado de libertinas que se entretenían en pisar los documentos del
estado y los valores de la República, sin preocuparse para nada del
manejo de la Nación.
Otro hecho. Un joven, hijo de un personaje fallecido hace algún
tiempo que hizo una figuración saliente en el Partido Nacionalista,
platicaba con un colorado, acerca de que su padre le hubo dejado
sin duda una herencia de importancia; herencia que no recibió por
manejos ilegales y usurpadores de su madrastra. Agregaba el joven
que existían serias presunciones para que se creyera que su padre
había testado a su favor; que se trataba de un hombre muy metódico,
que tenía sus asuntos en el mayor orden, de un espíritu comercial
por excelencia; que, además, existían declaraciones importantes
de amigos internos, a ese respecto; y que a no ser que la madrastra
hubiese roto o escondido los libros particulares del extinto, él, a esta
fecha, veríase dueño de una cuantiosa fortuna.
El colorado sentenció inmediatamente: «no hable Vd. con ligereza:
su padre no le ha dejado a Vd. nada; su conducta respecto a Vd. es
bastante reprochable, crea lo que le digo.»
Como se ve, la falta de abstracción del uruguayo, alimentada por la
intolerancia política, fue causa de que sentenciare, previsiblemente,

392
Julio Herrera y Reissig

que el padre del citado joven no hubo testado a favor de éste, que su
conducta fue mala. Su coloradismo no vio sino la divisa, un objeto
de venganza. Incapaz de una abstracción, no le fue posible distinguir
entre el padre y el nacionalista.
Discutíase con un uruguayo acerca de la excelente topografía de
Montevideo, de sus espléndidos panoramas, y al mismo tiempo, de la
estúpida vulgaridad de su edificación, del laberinto de sus calles, del
descuido de sus paseos, a causa del pésimo gusto de los propietarios,
de la desidia del municipio, y en general de la ordinariez, de la poca
educación de nuestra gente por lo que respecta a la belleza. Se le
dijo al uruguayo: figúrese a Vd. a Montevideo en el Mediterráneo,
en manos de franceses; qué sería esta Ciudad, que chiche. Cuántas
avenidas, cuántos parques; ¡y qué lujo, qué elegancia en los edificios!
El uruguayo, que opinaba que todo estaba del mejor modo en
Montevideo, respondió: «Nadie puede imaginar lo que Vd. dice:
Montevideo tiene que ser siempre Montevideo; de otro modo dejaría
de serlo; perdería su carácter propio. Si Vd. la lleva a la luna, ¿como es
posible que sigamos hablando?»
Se le adujo: haga usted abstracción de lo que es actualmente
Montevideo, y piense sólo en lo que pudiera ser, en posesión de una
raza distinguida, cuyo espíritu de empresa juega un rol importantísimo
en todas las actividades, a lo que respondió el uruguayo: «Yo no
puedo pensar locuras; los habitantes de Montevideo serán siempre
Montevideanos; no podrían ser de otro modo. ¿Qué han hecho los
extranjeros por el adelanto de la Ciudad? Si Vd. quiere hablar de
Francia discuta sobre París.»

***

Hemos visto que en los uruguayos no se notan las actividades de


generalidad y abstracción; en un orden elevado del entendimiento.
Caracteres son éstos que lo asemejan al espíritu primitivo, y suponen
en el uruguayo, como en el salvaje, lo que dice Spencer: que las
observaciones en una masa caótica pasan por su cerebro sin dejar en él
materiales para formar ideas propiamente dichas.» Dice Galton de los
Damaras: «jamás generalizan» parecen de una estupidez excepcional.
Con referencia a los indígenas del Brasil, dice Bates: «Es difícil
averiguar las ideas que se forman de las cuestiones que requieren
cierta abstracción. »167

393
Tratado de la Imbecilidad del País

Debido sin duda a la poca representatividad de nuestra gente,


y a que en realidad no tienen como ya lo hemos probado una idea
completa de las causas en sí mismas, sino en sus relaciones superficiales
con el universo externo, el espíritu de nuestros hombres no sale de esa
postración que lo asemeja al de los salvajes; postración que se revela
cuando lo hacemos apartar de los objetos sencillos, conexionados con
sus experiencias diarias, con el fin de que se remonte a esferas más
superiores de la vida psíquica. Esto es precisamente lo que ocurre con
el hombre incivilizado. Dice Spencer:

… podemos comprender por qué, careciendo de la representatividad


necesaria, el espíritu del salvaje se gasta en sumo grado luego que se eleva
sobre los pensamientos más elementales. Prescindiendo de las ideas tocantes
a los individuos, las proposiciones que nos son más familiares, proposiciones
tan sencillas como ésta: «Las plantas son verdes» o «los animales crecen», no
toman jamás una forma definida en su conciencia, por la razón de que no
tienen la menor idea de una planta o de un animal fuera de una especie».
Refiriéndose a los Damaras, dice Galton que cuando nos servimos de lo
concreto para hacerle desempeñar en lo que cabe el papel de lo abstracto,
el ensayo no puede durar mucho tiempo, y el espíritu queda inútil para
elevar pensamientos de un orden más elevado…168

Una observación de Hodgson acerca de las tribus de las Montañas


de la India viene a ser otro ejemplo del estado mental que resulta de la
incapacidad de elevarse por cima de lo concreto. «La luz, dice, es una
abstracción superior que no podría comprender ninguno de aquellos
que me hablaban, por más que pudiesen dar equivalentes para el sol,
una bujía o la llama del fuego.»
Sigue Spencer demostrando, con multitud de testimonios
importantísimos de exploradores del Nuevo y del Viejo Mundo, que
el salvaje apenas posee la facultad de abstracción y generalidad. Por
nuestra parte, creemos haber fatigado la paciencia de los lectores
demostrando, punto por punto, la semejanza a tal respecto del
uruguayo y el primitivo, semejanza se sobreentiende, dentro de
una razonable selectividad, en un orden de equivalencias que se
correspondan.

394
Julio Herrera y Reissig

La Concepción de uniformidad se halla poco


desarrollada

Por las innúmeras razones expuestas anteriormente, al explicar lo


reducidísimo de la abstracción de los uruguayos, y su no generalidad
respecto a un orden elevado del entendimiento, se comprende en
buena lógica que la concepción de uniformidad en dicho orden
sea muy limitada en su conciencia, desde que ésta presupone
aproximaciones de varias ideas particulares que presenten un rasgo
común en medio de sus diferencias, y un desarrollo considerable de
las nociones abstractas.
Expliquemos aún más esto. Sin una serie de operaciones re-
abstractas y de generalización, sin una correspondencia lata y
definida, sin una representatividad perfecta, no caben en la mente las
semejanzas lógicas entre las cualidades o entre los objetos. De ahí la
confusión de multiformidad en los uruguayos, el caos efectista, lo que
pudiera llamarse el panorama primitivo de su pensamiento; que ellos
vean muchas cosas diferentes, antinómicas, donde no hay sino un
principio, un alma que las una; que no puedan apreciar el parentesco
de sustancias o de relaciones, el lazo natural de orden o de género en
las cosas y en los fenómenos.
Los hechos independientes unos y de otros, los fenómenos
sin importancia, se estereotipan en su cerebro; los detalles
desemblantadosCXXXIX, las partículas inapreciables, material suelto y
deforme, vive en él sin provecho alguno. El conjunto filosófico, la
conexión de agentes, lo que se llama en psicología la relación causal
abstracta, todo esto es ajeno a espíritus tan sencillos, que se distinguen
apenas del hombre bárbaro por hallarse familiarizados, gracias
a su educación, con las ideas simples y generales de los grupos más
inferiores.
He aquí la mayor prueba de lo afirmado. Para nuestra buena gente,
los disturbios de la sociedad, el malestar de los pueblos, la miseria
de los operarios, las crisis económicas, el agio, el monopolio, la
criminalidad, el hurto, la prostitución, son cosas que no tienen que ver
unas con otras. Cuando más, las atribuyen a un mal gobierno; y dicen
por lo común: «Parará, parará, cuando suba fulano a la Presidencia.»
Son incapaces de ver en el fondo de estos males el cáncer de la
política, las barreras al trabajo, la tiranía burguesa del capital, el enredijo

CXXXIX De Huxley: El hombre futuro ya que será inminentemente intelectual olvidará los
detalles, abarcando los conjuntos, en una visión extensa de lo pasado y de lo porvenir.

395
Tratado de la Imbecilidad del País

de los sofismas, la opresión estúpida del estado, igual poco más o menos
en todas partes del mundo. Para los uruguayos son desemejantes,
débense atribuir a distintas cosas, la emigración italiana que la española;
la miseria de Londres que la de Nápoles; la paralización de Buenos
Aires que la de Montevideo. En su concepto, un hombre con una banda
presidencial puede hacer perfectamente la felicidad de un pueblo.
Si se les habla de miseria en tal o cual nación dicen «¿Qué banco ha
quebrado? ¿Qué presidente robó?»; si de usuras y de monopolios, «eso
durará hasta el fin del mundo, mientras existan hombres malos»; si de
criminalidad, «¡Que se fusilen, que acaben con los malhechores; los
delitos se suprimen suprimiendo los asesinos; nada es culpable de lo
que ellos hacen; si ellos matan es para robar, porque se les da la gana»;
si de prostitución, «esas mujeres son locas de nacimiento porque sí; que
las destierren; ese es el único modo de acabar con la corrupción.»
Cuando se habla con uruguayos del malestar de los pueblos, de
ciertos fenómenos sociales que son comunes a todas partes, ellos dicen:
«aquello no es igual a esto; las causas son distintas; los resultados tienen
que serlo; allá tendrán la culpa de todo los anarquistas, los radicales o
los autócratas; el partido Colorado ¿no es acaso diferente de todas las
colectividades? De su programa, ¿no se desprenden la ventura de los
ciudadanos, la libertad, el orden, la riqueza, la Civilización?»
La psique de los uruguayos a este respecto es parecida a la del
salvaje. Véase lo que dice Spencer refiriéndose a la conciencia de las
conformidades y las semejanzas:

La concepción de uniformidad en el orden de los fenómenos se desenvuelve


a la par que ese progreso de la generalización y la abstracción. El rasgo
dominante del curso de la naturaleza, tal como lo observa el hombre
primitivo, no es la uniformidad, sino la multiformidad. Trátese de lugares,
de hombres, de árboles, de ríos, de piedras, de días, de tempestades o
de contiendas, no hay jamás dos objetos que sean semejantes. (…) La
concepción del orden natural presupone una correspondencia en cierto
modo perfecta, una representatividad superior y una divergencia extrema
de la acción refleja.» «Como la desigualdad y la desemejanza son los signos
característicos de las experiencias primitivas, no hay elementos suficientes
para formarse una idea de semejanza; finalmente, ínterin no exista más que
un corto número de experiencias que corroboren una igualdad perfecta,
entre varios objetos, o una conformidad también perfecta entre las fórmulas
y los hechos, o una demostración más completa de las previsiones por los
resultados, la noción de verdad no puede esclarecerse.169

396
Julio Herrera y Reissig

Con lo dicho, comprenderán los lectores cómo, guardando las


proporciones lógicas entre los tipos mentales, proporciones que
se deben a circunstancias del medio ambiente, nuestros hombres
se asemejan al hombre incivilizado. Sus caracteres son idénticos.
Dijérase del uruguayo que es un salvaje que ha frecuentado la escuela
o la universidad; que se le trajo de una toldería cuando pequeño,
vistiéndoselo a la Europea.
La multiformidad que en el salvaje corresponde al orden de las
cosas naturales, corresponde en el uruguayo al orden de nociones un
poco más elevadas, a la cognición de hechos, fórmulas, relaciones,
fenómenos y cualidades. Así, para el primitivo, no hay dos hombres, dos
árboles, dos piedras, dos lagos que sean parecidos, y para el uruguayo
no hay dos acontecimientos, no hay dos efectos sociales, pongamos
por ejemplo, no hay dos crisis, dos miserias, dos vicios, dos guerras, dos
agitaciones, emparentadas por razón de causa, vale decir semejantes.
En último examen, resulta de lo que antecede que la «concepción
de un orden, en la esfera de lo natural, y con más razón en otra más
elevada que se acomoda a la primera por una serie de relaciones,
presupone una correspondencia en cierto modo perfecta, una
representatividad superior, y una distancia extrema del movimiento
reflejo, cosas que como hemos visto no se hallan ni en el salvaje, ni en
el uruguayo».
Como lo habrán notado nuestros lectores, al final de la cita de
Herbert Spencer se alude a la noción de Verdad, muy reducida en el
hombre incivilizado, por causas que el filósofo señala, y que tienen sus
raíces en la multiformidad, punto que hemos desarrollado lo mejor
posible en la medida de nuestras fuerzas.
Más adelante haremos ver, demostraremos palpablemente,
que la noción de Verdad es también muy reducida en nuestros
hombres, por causas que se relacionan con las supradichas en el
salvaje; y que tienen asimismo sus fundamentos en lo que venimos
llamando el caos efectista de los uruguayos, su panorama primitivo
de mentalidad. Dado que este punto es importantísimo y que merece
ser tratado elevadamente, hemos preferido hacerle sitio en otra parte
de nuestro estudio, sin incluirlo ni limitarlo por circunstancias de
método. Sirvan de preparación a los lectores, antes de arribar a él,
algunos otros caracteres, relacionados inmediatamente con la falta de
abstracción y generalidad, caracteres que en un orden de relaciones
correspondientes se manifiestan por igual en el uruguayo que en el
salvaje.

397
Tratado de la Imbecilidad del País

Límite de la correspondencia en el espacio y en


el tiempo. Gobierno de las acciones reflejas.
El estímulo y el acto se hallan en relación
inmediata. No existe la previsión de los
resultados remotos. Circunscripción primitiva
de las actividades.

Spencer ha demostrado en los Principios de Psicología (§139-§176)


que el desarrollo mental es una acomodación de las relaciones
internas a las externas, la cual se extiende paulatinamente en el
espacio y el tiempo. Cuanto más lata sea esta correlación, en la
medida del transcurso y de las condiciones a que se extienden en el
espacio los objetos materiales que constituyen el sentimiento de la
propiedad, más civilizado es el pueblo que la posee, la inteligencia
de los individuos es más perfecta. Del mismo modo, cuando esta
acomodación es reducida, cuando casi no se extiende en el espacio y
el tiempo, lo que ocurre en nuestro país, como se verá más adelante,
puede afirmarse que la sociedad a que se refiere se halla en un grado
inferior del progreso de la inteligencia, que los hombres que la
forman difieren poco de los primitivos.
Dice Spencer: «El hombre en el estado incivilizado no puede
reconocer largas series de hechos; sino aquellas en que los
antecedentes y los consecuentes estén muy próximos.» Luego agrega,
después de dar como causas de lo que afirma la falta de conocimiento
de unidades de medida y de un lenguaje escrito por parte del salvaje:
«de suerte que la previsión de los resultados remotos, es imposible para él. La
correspondencia en el tiempo se halla encerrada en estrechos límites.»170
Creemos innecesario insistir en que nuestro paralelo entre
el hombre inculto y el uruguayo tiene por condición esencial lo
relativo, es decir, un punto de mira determinado por el medio en
que se agitan ambos. Así, el salvaje no puede reconocer las series
largas de los hechos, ni tiene la previsión de los resultados remotos,
debido a su ignorancia, mientras que el uruguayo, poseyendo por
su educación los materiales indispensables para mantener dichas
correspondencias en el espacio y el tiempo, manifiesta en la esfera
práctica de la Vida, no concebir de las series de hechos, más que
aquelas en que los antecedentes y los consecuentes se hallan muy
próximos, como asimismo no tener la previsión de los resultados

398
Julio Herrera y Reissig

remotos, porque la correspondencia en el tiempo se halla contenida


en límites estrechos.
Ahí está precisamente la rareza, la anomalía monstruosa, que sirve
de base de acercamiento, de presente oscuro entre nuestros hombres y
los primitivos, anomalía que se manifiesta a cada paso en la semejanza
de unos y otros que ya hemos visto aparecer en varios puntos de este
análisis, al encontrarnos sin el por qué de esa extraña igualdad de
caracteres internos que forman un solo cuerpo y un solo espíritu, del
uruguayo y el bárbaro. Prescindiendo de la diferencia de educación
que determina el medio en que se agita cada uno, puédese afirmar
que nuestros individuos son salvajes por naturaleza; que poseen los
mismos caracteres del africano, del indígena del Brasil, y que si se
hace abstracción de aparatos exteriores, de formas artificiales, del
panorama urbano, y de ciertas condiciones adquiridas, se encontrará
al troglodita bajo la piel caucásica de nuestros bípedos.
Sigamos poniendo de manifiesto, rasgo por rasgo, todos los del
salvaje que se hallan en el uruguayo, o viceversa, todos los del uruguayo
que se encuentran en el salvaje. Demostraremos a continuación que la
correspondencia en el tiempo se halla contenida en estrechos límites;
que en la actividad de nuestros hombres no hay más gobierno que la
acción refleja, que el estímulo y el acto se hallan ligados directamente,
es decir, lo más importante, aquello que se nota en el fondo de todas
sus obras en los movimientos de su espíritu, la falta de previsión de los
resultados remotos.
171 He dicho que es en Política donde se manifiestan esencialmente

primitivos, de una pasta montañesa. De un arte tan sutil, tan refinado,


tan engañoso, tan variable y acomodaticio, que marcha con pies de
plomo sobre un cuadro de ajedrez, sujeto en todas partes del mundo
a sorpresas evolutivas, a fases divergentes, a equívocas posiciones
gubernamentales, a regímenes complicados que engendra la
emulación fermentante de las ideas económicas y filosóficas, y la lucha
metálica de las industrias y los intereses, han hecho los uruguayos un
juego de impresiones, un reñidero de instintos. Dijéranse Richelieu,
Pitt, Thiers, Cavour, Bismarck, Gladstone, Crispi, apresurando
la evolución; haciendo la ventura pública con flechas y garrotes
escondidos entre las matas, en emboscadas sombrías.
Nadie piensa, nadie tiene una visión del más allá, nadie mide el
paso que va a emprender; no se buscan las relaciones con el futuro;
no se calculan los hechos; no se aprecian las circunstancias. Un
quijotismo trasnochado de «lanza en ristre y a la carga» se absorbe por

399
Tratado de la Imbecilidad del País

todas partes; es la voz cavernosa y automática de los partidos, miopes e


inconscientes.
La murra electoral, y por este procedimiento un beneficio en la
tesorería, es el solo problema, la ocupación fiebrosa de nuestro indiaje
político. En los uruguayos, como entre las tribus más inferiores, el
estímulo y el acto se hallan en relación inmediata.
Basta un leve movimiento en el espíritu, un incentivo, un ligerísimo
aliciente, para producir la acción. Gobernantes y gobernados obran
en razón de inmediato conseguimiento, sin tener en cuenta mayores
beneficios a producirse en plazos más largos. Los resultados remotos no
adquieren representación en la psique de estos individuos. Todos
aspiran a un triunfo, a un puesto, a un deleite, a un bienestar en el
lapso de tiempo más reducido, sin fijarse en condiciones de duración;
sin que sospechen siquiera las ulterioridades lógicas. Por otra parte,
ya he dicho refiriéndome a los gobernantes, v. y g. Santos, Latorre,
Borda, Lindolfo Cuestas, que se nota en el atolondramiento, en la
cólera inusitada, en las fulminaciones de que hacen víctimas a los
amigos y a los adversarios, el predominio de la acción refleja. Esos actos
presuponen lo que llama Spencer «deducciones prontas, irrevocables
ante la menor indicación».
En las ideas de estos políticos jupiterianos, que surgen confusamente,
con el arrebato de un torbellino, que se exteriorizan por movimientos
eléctricos de una voluntad motora, puede verse más que un acto de los
centros superiores, el trabajo de los nervios sensitivos; la convulsión
automática.
Las colectividades son incapaces de forjar un plan de dominio sólido
a realzarse en tiempos apartados, desechando miras culminantes con
incentivos del presente; son incapaces de canalizar en peña dura para
llegar a su objeto en el transcurso de los años, y recoger de ese modo
un beneficio considerable.
Por el contrario, no les mueve otra cosa que el mendrugo de las
circunstancias; lo que se halle al alcance de sus apetitos; aquello que
se consigue en un abrir y cerrar de ojos; lo fácil, lo inmediato; lo que
no tarda en llegar, lo que no reza de ningún modo con el factor de los
tiempos.
Por eso el espectáculo irrisorio de la Política. La acción refleja en
toda su desnudez palpita fiebrosamente, haciendo de los poderes
gubernativos y de la oposición de los bandos una riña de colegiales
que hace reír al extranjero, que da materia para el epigrama, y que
apresura ostensiblemente la pérdida de la nación. Duelos, polémicas,

400
Julio Herrera y Reissig

guerras, acercamientos, rupturas, a tontas y a locas, se suceden


continuamente burlando todos los cálculos, sin que medien otras
causas para que los grupos luchen o confraternicen que una diatriba,
un chisme, una atención, un homenaje por la prensa, el telegrama
de un caudillo, y otras frioleras del mismo cuño. Nadie marcha
hacia un fin premeditadamente; con la mirada en lo de más allá,
saltando sobre lo cercano, deleitándose, como diría Spencer, ante un
poder ideal de posesión futura. Viceversa, por el modo como accionan,
por la mudabilidad sin rumbos, por el impulso automático de los deseos
estimulados por lo contiguo, por sus incoherencias, por todo lo que
constituye su levadura anómala, es evidente que los rebaños de nuestra
política no piensan para el porvenir. Ocurre con el uruguayo lo que
con el hombre incivilizado: la correspondencia en el tiempo se halla
contenida en estrechos límites, no existiendo por lo mismo aquello
que Spencer llama «la previsión de los resultados remotos».
De otro punto de vista, esta falta de relaciones con el futuro, de
correspondencia en el tiempo, puede verse en la vida práctica de nuestros
hombres, cuya aspiración redúcese por lo común a cobrar cada treinta
días el salario de un cometido. Ellos no miran para el porvenir; se
vanaglorian con un exiguo estipendio, que les alcance para llenar
las necesidades más apremiantes que trae consigo el matrimonio.
No les viene a la imaginación la vejez con sus achaques; no les ocurre
que cualquier mal físico puede imposibilitarles de cumplir con sus
obligaciones, ni siquiera que por alguna eventualidad se les puede
destituir del cargo. Juzgan, con una ciega inconsciencia, que nunca
les podrá faltar lo preciso para la vida. Eso se debe a que no tienen,
como he dicho, una visión del más allá, a que la correspondencia en el
tiempo se halla contenida en estrechos límites, siendo ajeno a su
previsión lo que pasa de lo inmediato. El límite de treinta días, y un
sueldo fijo que no dependa de aptitudes, actividad ni fortuna; he aquí
lo que entra de molde en su psique primitiva. Los éxitos tardíos, las
consecuencias complicadas que dependen de agentes múltiples, las
operaciones de la industria, los negocios que presuponen tiempo,
iniciativa y representatividad; los riesgos de la aventura, las corrientes
empresarias, nada de esto se acomoda al espíritu del uruguayo.
Los extranjeros son en nuestro país los industriales, los
comerciantes, los hombres de iniciativa, los únicos que aspiran a
labrarse un porvenir o mejorar su riqueza, designando sus actividades
con relación al futuro. Tienen una visión de lo remoto complejo,
palpan las mezquindades de un salario, asisten en imaginación a las

401
Tratado de la Imbecilidad del País

inconveniencias de la decrepitud, se representan exactamente las


obligaciones de una familia; miden los beneficios probables, los
mayores conseguimientos que corresponden al trabajo independiente
y audaz.
Por eso se explica que ellos sean los dueños absolutos del terreno,
los propietarios del país, los hombres de capital de cuyas actividades
y fortuna depende principalmente la marcha de la nación. Ellos
mantienen la renta pública, ellos alimentan con su esfuerzo, con la
vitalidad de su trabajo, a los autómatas naturales de este suelo, a los
pordioseros que se murieran de hambre sin el mendrugo de los
salarios.
De la falta de previsión de los uruguayos nace su poco aprecio del
dinero, lo que ellos tienen por una virtud, por un mérito especialísimo
que los caracteriza elevadamente. Se trata ni más ni menos que del
dispendio relativo del montañés europeo, del salvaje africano, y del
gaucho de Sud América, es decir, de la llamada «generosidad mecánica
del hombre incivilizado». No guardan, no economizan, porque no
piensan en lo porvenir; les basta con satisfacer las necesidades diarias;
se dicen a qué guardar, el dinero es para gastarlo; lo que se va por un
lado vuelve por el otro; para qué negocios; antes que se disfrute los
resultados se puede uno morir mil veces; lo mejor es un empleíto; a
fin de mes se tiene fijo el dinero, y sin que haya que pensar en nada.
Por esto puede palparse que los uruguayos son primitivos; ellos no ven
sino aquello en que los antecedentes y los consecuentes están muy
próximos (Spencer) o, siendo en sustancia incapaces de un juego
de abstracciones del razonamiento y de la voluntad que traspase un
orden invariable y simple de apetitos y necesidades. Y aun así, nuestros
ingenuos se lamentan de pobreza, diciendo a cada paso: «los orientales
somos lo último en nuestra tierra, los verdaderos muertos de hambre;
el gringo, el avaro, que ahorra la mitad de lo que gana, que suda como
un animal, la chusma, los atorrantes de ayer, son la gente de dinero.
¡Esto es una vergüenza! Pobres orientales; por ser tan generosos y
hospitalarios viven en la mayor miseria.»
La falta de previsión alcanza a lo fabuloso. Dase el caso de personas
que heredan una cuantiosa suma y la derrochan en poco tiempo,
sin cuidarse para nada de las disidencias que sobrevienen, con
inconsciencia absoluta de una posible escasez. El «Dios proveerá»,
evangélico, que es a toda lógica el medio de concluir en un hospicio,
constituye la piedra filosofal de la inacción de los uruguayos, que no
saben ni siquiera conservar lo que la fortuna les depara. El que acierta

402
Julio Herrera y Reissig

una lotería, es raro que no la pulverice mágicamente, con ostentaciones


de Nabab, dándose a los viajes, tirando la casa por la ventana, con un
tren de soberbio rastacuerismo que asombra a los extranjeros.
Es lógico que una gente tan primitiva no pueda adquirir jamás
una posición estable de aristocracia económica. Hasta el napolitano,
detritus de la purga inmigratoria, tiene el sentido de la previsión, y por
lo tanto economiza, reserva la mitad de lo que gana con aspiraciones
a un bien futuro. Sólo el uruguayo, cangrejo de la empleomanía,
gasta todo y aun más de lo que tiene, como lo prueba el descrédito
particular que les rebaja ante los comerciantes quienes, esquilmados
por los deudores del país, no entregan sus artículos sino al contado,
con excepciones rarísimas.
Pasando a una esfera más elevada de la vida práctica, los individuos
de capital no lo invierten en especulaciones cuyos éxitos despunten
en tiempos algo apartados. Prueba de ello la carencia de accionistas
nacionales en las empresas de importancia, que se hallan por tal
motivo en manos del extranjero, ejerciendo tiránicos monopolios,
gravando al público de una manera monstruosa. El pingüe resultado
de esas compañías de industria y comercio, que al principio marchan
a tropiezos sin rendición lucrativa, constituye el beneficio actual de
capitalistas importantes, que residen muchas de ellas en ciudades
europeas; de modo pues, que las ganancias de esas empresas, lejos
de asociarse directamente a la riqueza pública, emigran en su mayor
parte a Londres, y otros centros, que disfrutan, gracias al oscurantismo
indígena del uruguayo, de una explotación a dos mil leguas de
distancia, explotación abusiva que muerde los peculios particulares,
que pone trabas al trabajo, que expolia brutalmente a todos los
habitantes.
Como decía, los uruguayos de dinero prefieren invertirlo en
compras de títulos, en hipotecas, en adquisición de deuda, con
beneficio mensual, asegurado, aunque ínfimo; ellos no arriesgan un
céntimo; no quieren saber nada con éxitos mejores en tiempo más
distante; algunos lo colocan en una institución de crédito extranjera;
otros lo emplean en usuras escandalosas.
Se ve, pues, que la correspondencia en el tiempo no existe en
nuestro país, donde todas las actividades convergen a lo inmediato.
Las antedichas empresas debieran ser propiedad del fisco, por
haber expirado el plazo de la posesión por parte de sus poseedores,
con lo cual hubiera resultado ganancioso el público, y favorecida la
renta del Uruguay.

403
Tratado de la Imbecilidad del País

Pero, otra vez nos encontramos con que nuestros individuos no


tienen el sentido lucrativo, que prefieren cierta cantidad de dinero
en tiempo presente a rendimientos superiores, a beneficios que
tengan por factor el tiempo, y una actividad constante. Conociendo
esto mismo los accionistas o propietarios de las citadas empresas, y
en atención a los resultados de que se han visto favorecidos repetidas
veces, solicitaron de los gobiernos o de las actividades municipales
nuevas prórrogas de vencimiento, y conseguido lo que pedían,
mediante el abono de cierta cantidad de dinero, insignificante, si se
tiene en cuenta el valor de la propiedad y los beneficios industriales
de la explotación. Con lo que se ve que los extranjeros comercian con
la infelicidad, con el carácter primitivo de los uruguayos, cual si lo
hicieran con salvajes, a quienes por una fruslería se les toman valores
considerables en oro y piedras preciosas. Gracias a este procedimiento,
empresas de Ferro Carril, de Gas, de Aguas Corrientes, de Tranvías, y
de distinto orden, continúan explotando a la población, haciéndose
pagar lo que ellas quieren, sin que el gobierno, que oirá de fijo los
clamores generales, atine con el problema de hacerse cargo de lo que
es suyo.
A eso se debe que las diplomacias hayan desmembrado el territorio
cuantas veces lo han querido…CXL172 ¡Siempre el plato de lentejas!,
siempre lo inmediato sobreponiéndose a lo venidero… Confesémoslo:
los extranjeros desde la oficina de una Empresa de Ferrocarril o de
Aguas Corrientes, o desde el gabinete de las diplomacias en Buenos
Aires o en el Janeiro, han comerciado con la infelicidad, con el
carácter primitivo de los uruguayos cual si lo hicieran con salvajes a
quienes por una fruslería se les toman valores considerables en oro y
piedras preciosas…CXLI
He dicho que el espíritu de compra supone en primer término
la correspondencia en el tiempo, pues, como se sabe, ciertas industrias
no fructifican sino al cabo de algunos años, luego de favorecidas en
diferentes mercados y de acreditadas en la sociedad. La falta de este
espíritu de explotación, en un país que presenta todavía el aspecto
de una colonia, cuyas industria y cuyo comercio se hallan en manos

CXL* Los límites del Uruguay son: por el Norte Aparicio Saravia; por el Sur Juan
Lindolfo Cuestas; por el Este una lengua del Brasil que se bebe toda el agua del lago de
Merín; por el Oeste una garra de la República Argentina que se ha posesionado de Martín
García.
CXLI Sobre la tumba de don Andrés Lamas, debiera ser colocado un collar de
cuentas… Nuestro Talleyrand charrúa merece este honor simbólico.

404
Julio Herrera y Reissig

del extranjero, es una prueba irrefutable de que el uruguayo posee


caracteres primitivos de mentalidad, de que sus representaciones son
insuficientes, de que estas representaciones no se extienden en el
tiempo y en el espacio, de que carece de la previsión de los resultados
remotos.
Acabo de afirmar que no se extienden en el espacio, y con efecto,
el sentimiento de propiedad de nuestros hombres no se aparta un
kilómetro de su país. El citado sentimiento se revela en el hombre
civilizado, según Spencer, en que posee tierras en el Canadá, acciones
de una mina de Australia, valores egipcios, y títulos hipotecarios
de un ferro-carril de la India. La correspondencia del europeo se
extiende, pues, al espacio. Sin esta correspondencia los ingleses, los
belgas, los franceses y los alemanes, no fueran dueños desde su casa,
del capital circulante en bienes industriales y comerciales por varias
fuentes de América; los hijos de la Gran Bretaña no fueran poseedores
absolutos de las vías férreas del Uruguay, de compañías de alumbrado,
de telégrafos, bancos, saladeros, aguas corrientes, tierras, distintas
fabricas, etc.
No hay que hablar de que los uruguayos posean el más insignificante
de los valores en países extranjeros, desde que son incapaces de
explotar sus dineros en su propia tierra de un modo digno. Quién,
que no fuese loco, atreveríase a proponer a nuestros capitalistas la
adquisición de tierras en Chile o en el Perú; la explotación de una
mina en la Guayana, la compra de acciones de un depósito calcáreo
en los Pirineos, de valores de Calcuta, de títulos de una industria en la
Colonia del Cabo. El capitalista a todas luces responderá: «¡Ni aunque
me las den de balde; solamente que me volviera de loco; antes, prefiero tener el
dinero, jugarlo a la lotería!»
Como se ve, en los uruguayos es limitadísima la correspondencia
en el espacio. Muchos hay que rechazan adquirir campos en los
departamentos del Norte, cercanos al Brasil, en condiciones
ventajosísimas. No conciben hallarse seguros de su posesión, ni del
lucro más pequeño, viviendo a doscientas leguas de la propiedad.
Pareceríales una fábula que ellos fueran dueños de lo que no pueden
ver, frecuentemente, cuando se les ocurre. Esto explica que los
Brasileros sean los poseedores de la mitad del país; los estancieros, los
capitalistas al norte del río Negro, desde el Uruguay hasta el Yaguarón,
y de que en esas regiones se hable exclusivamente el portugués,
creyéndose pisar en tierra brasilera.

405
Tratado de la Imbecilidad del País

De seguro que los residentes en la Capital de un país civilizado


poseerán indiferentemente fincas en la frontera, que en el centro o en
la cabeza de la comarca, desde que las poseen en territorios apartados.
Sólo el uruguayo, vale decir el individuo cuya correspondencia en el
espacio se halla encerrada en estrechos límites, no posee el mismo
objeto lejos de donde vive, pues no se creería seguro de otra manera,
y en condiciones que exigieren de él la representatividad de un
europeo.
Puedo citar, como una prueba de que el sentimiento de la propiedad
no traspasa el límite reducido de su silla o de su país, el hecho tan
frecuente como palpable de que aquellos que por herencia reciben
una finca urbana, un establecimiento de campo, una fábrica etc., en
el extranjero, pongo por caso en la República Argentina, en la propia
ciudad de Buenos Aires, se apresuran a venderlo, convenga o no, de
cualquier modo, en cualquier época, desafiando las contingencias de
un remate. Lo único que se proponen es trocarlo en esterlinas o en
billetes, cosa de poderlo acariciar con sus diez dedos; de encerrarlo
en una caja; en algo reducido que se pueda abarcar de una mirada,
de aprisionarlo en una bolsa y colocarlo sobre el mostrador en el
Banco, con el aire de satisfacción de un rústico que pareciera decir:
creo porque mis ojos lo ven. De esto, al sentimiento de la propiedad
en el salvaje que versa sobre un cierto número de cosas como ser sus
armas, sus ajuares, sus alimentos, el lugar donde se cobijan, etc., no
hay más que un paso. Nótese, con lo dicho, que la correspondencia en
cuestión es inferiorísima en nuestros hombres.
Aduciremos algo más en apoyo de lo que afirmamos, sobre que la
correlación en el tiempo es asimismo muy limitada. Las obras públicas
se hacen en pésimas condiciones de durabilidad. Los contratistas se
sirven de materiales inferiorísimos, hallados a costo precio, con lo cual
nuestros gobiernos se satisfacen sobradamente, pues que dado que la
obra sea barata, no importa su duración. El público piensa: «que dure
lo que dure, hágase de cualquier modo; el caso es que haya palacios,
buques, puertos, adoquinados, puentes, caminos, etc.; El que venga
atrás que arríe; ¡Que disfrutemos nosotros, y que revienten los que nos
sucedan!; No vamos a ocuparnos de que ellos lo pasen bien a costa de
nuestros sudores.»
Asimismo, el grupo que gobierna, los que intervienen en los
negocios, no meditan más que en los beneficios que a ellos y a sus
hijos puedan reportarles; sin preocuparse para nada de los que
vendrán, sin tener en cuenta el tiempo venidero. Es por eso que todo

406
Julio Herrera y Reissig

se hace ilógicamente, sin orden, sin preconcebimiento, sin solidez, sin


laboriosidad, de cualquier modo, aunque dentro de algunos años se
tenga que invertir ocho y diez veces el costo de la obra en reformas,
agregados, y reparaciones, como ha sucedido con los buques de la
Escuadrilla, en los cuales, a pesar de que nada representan, se han
gastado y se gastan sumas increíbles, cada vez que entran al dique lo
que, como es notorio, sucede frecuentemente.
Hablando del sentimiento de propiedad que en el hombre
civilizado se extiende incluso al espacio, dice Spencer: «Semejante
correlación es igualmente extensiva al tiempo, cuando se trata de
emociones más complejas: así, el sentimiento de previsión se halla
satisfecho en actos de los cuales no puede el hombre sacar provecho
sino en el transcurso de los años», y por último, «el sentimiento de
justicia busca su satisfacción hasta en reformas de cuyos beneficios
sólo han de participar las generaciones venideras.»173 Nada de lo que
Spencer dice reza con el uruguayo, en el cual, como ya he dicho, el
sentimiento de posesión sólo se satisface con el presente, o alrededor
de un plazo muy reducido; y que no se para en actos beneficiosos de
que hayan de gozar las futuras generaciones.
Constituye otra prueba de que la correspondencia en el tiempo
es muy limitada la cuestión de la garantía y el límite en los contratos,
como así mismo, que no lleven a efecto, por parte del gobierno o de
particulares, a obras vastas, de resultados remotos, en cuya elaboración
se invierte un tiempo considerable, v y g, canalizaciones en el interior
del país, industrias minerales en grande escala, Colonias, adaptación
de cultivos, empresas agricultoras, etc.
Por otra parte los negocios no se hacen a largos plazos, ni se tiene
en cuenta al efectuarlos las consecuencias que presentan en relación
a un tiempo futuro; los beneficios, como dice Spencer, de que han de
participar aquellos que sobrevengan.
Un ejemplo es el Puerto de Montevideo, obra que lleva el aplauso
de toda la sociedad, que representa por decir así, el anhelo, la
satisfacción, la dicha de gobernantes y gobernados.174
«Queremos puerto», se ha dicho el pueblo entero, de cualquier
manera, fuere como fuere, bueno o malo. «No se elijan las
condiciones, no se pierda tiempo en planes», dándose a entender que
con tal que durase dos o tres lustros, todo iría a pedir de boca, el país se
salvaría, nadaríase en esterlinas, se arrebatara a nuestros vecinos todo
su comercio, su riqueza más importante.

407
Tratado de la Imbecilidad del País

La obra a realizarse, que lleva el nombre de Puerto de Montevideo,


ha merecido severísimas censuras del extranjero. Nuestros vecinos
hanse burlado de la impericia, de la infelicidad de los que en ella
intervinieran. Callemos la multitud de desavenencias, de dislates,
de cosas reñidas con la raza y la naturaleza que entraña su futura
funcionalidad, para detenernos en lo que conviene al punto que
desarrollamos. Según el proyecto que se aprobó, el Canal de entrada
debe tener unos 7,50 metros de profundidad. Ahora bien: los barcos
que actualmente vienen a Montevideo, por lo regular, de poco calado
(el que más tiene son 28 pies), podrían atracar perfectamente a los
muelles, pero cuando por virtud de la obra misma nuestro movimiento
comercial se ensanchara, el tráfico marítimo fuera realmente otro,
cuando encontrando mayores facilidades de arribo por la proximidad
del Atlántico, los grandes transportes y buques de guerra quisieran
proveerse en Montevideo, que en eso precisamente consiste el éxito
de la obra y la soñada lluvia de oro de su realización, resultará que
no podrán hacerlo, debido a que el calado menor de dichos barcos
varía de 32 a 34 pies. Se palpa la primitiva representatividad de los
uruguayos, que no se extiende como se ha dicho en el tiempo, que
no tiene en cuenta los resultados remotos en la deficiencia, en la
inutilidad de un puerto que lejos, como debiera de aventajar al de
Buenos Aires desvirtuando toda competencia, atrayendo por sus
perfectas condiciones el desembarque de mercaderías, y el flujo
inmigratorio, y el surtido en plaza de los grandes transatlánticos y
buques de los ríos, constituye un nuevo engaño, hecho a sí mismo
del país entero, y su realización no debilitará absolutamente nada al
comercio de la margen argentina, ni aumentará en un centésimo la
renta del Uruguay.
Cuando la prensa bonaerense, y algunos diarios de Europa,
escandalizados con el pueril aturdimiento, con la patriótica imbecilidad
de los orientales, señalaron a grandes risas los inconvenientes de ese
canal de entrada, de ese arroyito para lanchas pescadoras, no faltaron
periódicos en Montevideo que de por sí, o acogiendo las opiniones
de notabilidades uruguayas en ingeniería, contestaron que cuando
esas deficiencias fueran sentidas, sobraba tiempo de atenderlas,
ahondándose el canal, corrigiéndose el proyecto; que por entonces,
todo estaba perfectamente, y por último, que la venida o no venida
de esos barcos no era de gran importancia, que quién sabe lo que de
aquí a la conclusión del puerto podría acontecer. Algunas personas
competentes arguyeron que hacer una obra en semejantes condiciones

408
Julio Herrera y Reissig

era no salirse nunca de un círculo vicioso, pues se continuaría en el


trasborde, que es la mayor calamidad que hasta la fecha haya pesado
sobre nuestro puerto, lo que precisamente debería evitarse, pues, para
que la empresa tuviese en realidad el éxito que se buscaba.
A esto respondía un uruguayo, genio de previsión, teórico del
porvenir: «Eso no, porque de aquí hasta la fecha en que el puerto se
inaugurase, pueden fabricarse barcos de ochenta pies de calado; qué
hacemos pues con un canal de 34 pies; lo mejor es hacer un canal
pequeño que cueste poco trabajo; siempre hay tiempo para deshacer
lo hecho y efectuar todo de nuevo.»
Se desprende de lo dicho que para los uruguayos, no existe la
correspondencia en el tiempo. Unos cuantos años, que es lo que
tardará en realizarse la primera obra, representan para ellos un
período incalculable; no pueden presentir las metamorfosis, los
cataclismos, los inventos, los prodigios que de aquí hasta la fecha
sucederán, en el momento. Por eso que dicen: «siempre hay tiempo;
contentémonos con poco; hágase de cualquier manera; por ahora
basta un canal de 28 pies, pues será un chasco sorprendente que se
fabriquen buques de 80, y que el canal tuviese 34; ¡lo mismo tendríase
que corregir!; ¡nada importa unos metros de diferencia! ¡Queremos
puesto de cualquier modo, la cuestión es que se haga pronto, que
disfrutemos de sus beneficios!»
He aquí otro ejemplo de esa falta de correlación, y de que nuestros
individuos no se satisfacen en obras «de cuyos beneficios sólo han de
participar las generaciones venideras.»
Un extranjero celebraba, en la redacción de un periódico, las
condiciones en que se realizó el contrato entre Colombia y Norte
América, respecto del Canal que unirá los dos océanos. Un bachiller
uruguayo halló que no participaba del entusiasmo del extranjero.
Dijo entre otras cosas: «¿Qué beneficios resultarán de una obra tan
considerable, para los que hayan tenido participación en el asunto? Se
podrán morir mil veces antes de verla concluida. Es calentar el agua
para que otro tome mate.» Más asombro le causó saber que el contrato
podría ser renovado a los 200 años. Dijo el bachiller: «¡Caramba, 200
años; en ese tiempo se pueden edificar otras pirámides de Egipto;
por dentro de ese plazo, puede producirse un cataclismo, acabarse el
mundo; vase todo a los infiernos! ¿Quién piensa en 200 años?»
Háblase luego de las conveniencias que surgirán para Colombia del
arrendamiento del canal por parte de Norte América. Se le explica al
uruguayo que acaso, al terminar ese plazo, Colombia se encontrará en

409
Tratado de la Imbecilidad del País

condiciones peores que las actuales para tener sobre sí la propiedad


del canal, dado su carácter revoltoso, y que es probable preferiría la
mensualidad a la posesión del paso. El uruguayo repuso: «a lo que yo
veo, lo más lógico sería que Colombia vendiese, plata al contado, todo
el istmo de Panamá, y no ir cobrando mensualidades por un término
infinito, que redundarían en beneficio de otras generaciones. ¡Qué
imbéciles! Qué cantidad de dinero no hubiesen dado los yanquis por
esa parte del territorio. Tenían para repartirse los colombianos; para
tirar el oro a la marchante. A quién se le ocurre hacer contrato por 200
años. Es una verdadera locura efectuar negocios que duren siglos.»
Finalmente, por todas partes se hallan manifestaciones colectivas
o individuales que en nuestros hombres la citada correspondencia se
halla contenida en límites estrechos. Del punto de vista intelectual,
nadie se ocupa del porvenir; nadie confeccionara una obra que tuviese
resultados en un tiempo algo remoto; todos están al día, como quien
dice; la faena periodística, pasión de círculo, de interés de actualidad,
los absorbe por doquiera; las ambiciones son limitadísimas; tienen
por frontera la vida del individuo, y cuando mucho el bienestar de
las familias. El deleite ideal de lo venidero, el anticipo de posesión,
que llama Spencer al sentimiento en que se funda el amor a la gloria,
el ensueño de inmutabilidad, no existe por lo tanto en una raza
primitiva, que se satisface con el presente como el salvaje, que bebe
de la altura de lo contemporáneo sin nada complejo en el espíritu,
incapaz de colocar un ladrillo en la obra de la evolución; ciega para el
porvenir, inconsciente de un más allá, que no traspasa la esfera de un
torpe materialismo, de bajas necesidades.
En último análisis, la falta de correspondencia en el tiempo, por
lo que implica un deleite de la posesión ideal, un anticipo de goce, una
asistencia en espíritu a la apoteosis, a los triunfos que deben suceder en
épocas apartadas más allá de la tumba, nos da la llave de una solución
feliz al problema psicológico de la falta de ambición en nuestra gente.
No hay que confundir este sentimiento noble del individuo que rebasa
la barrera de la típica trivialidad, con el pavorealismo del salvaje, que
toma cierto refinamiento en el hombre civilizado de la masa media,
y de que ya hablamos extensamente en el capítulo de los Caracteres
Emocionales.175
El sentimiento que, como dice un crítico, «trata de pasar por ambición»,
se encuentra en sumo grado en los indígenas y en las mujeres; tiene
sus raíces en las más bajas satisfacciones del egoísmo, y en el afán de
dominios ostensibles que provoquen atención, notoriedad y envidia.

410
Julio Herrera y Reissig

Constituye un onanismo placentero de la imaginación reproductora,


y de operaciones sensitivas de facultades inferiores dentro del cuchitril
de la herencia. Obra en virtud de lo transitorio, de efectos inmediatos
de exhibicionismo y de exterioridades, de impresiones del momento,
no en atención a lo predestinado, a lo que se siente de original en el
organismo, a lo que se funda en una duración ilimitada de la obra,
en un tiempo glorioso del esfuerzo, que tiene por recompensa la
representación en el tiempo de ese triunfo lejano que se anticipa en
imagen.
176
Este sentimiento, ha dicho un psicólogo, se funda en una
exuberancia de vitalidad, «es una impulsión violenta por encarnar
el propio yo en una creación, en una proeza, que le aseguren una
existencia mucho más allá de la duración somática del individuo; es
una lucha apasionada contra la ley universal de la caducidad de las
cosas, el deseo altivo de mantener en su forma especial el propio yo,
que uno siente poderoso y necesario, y de constreñir a que lo respete
la naturaleza misma.»
Este sentimiento, como queda dicho, no lo poseen los uruguayos
que pasan por intelectuales, quienes no aspiran a otra cosa que a
prevalecer materialmente dentro del redil de la localidad; a triunfar
en el palenque de una política irrisoria; procurando satisfacciones
inmediatas y perecederas de exhibicionismos infantiles. No hay quien
piense en dejar un nombre, en trabajar para lo remoto, en un esfuerzo
que no tenga por recompensa efectos transitorios en que se sacien
viciosamente las facultades sensitivas: impresiones del momento,
halagos animales, placeres al contado, que es lo que busca el salvaje.
Ningún uruguayo, hasta la fecha, hase sentido con fuerza de
acometer una obra que fuera una creación, una proeza del esfuerzo
y de la inteligencia, de escribir un libro, de realizar una idea que le
asegurase la inmortalidad, de salirse de lo hereditario, de encarnar un
poderoso yo, de poner a raya a la naturaleza. Esta falta de ambición
implica a todas luces la no existencia de esa vida interna, de ese
poder latente; de ese enérgico fluido de vitalidad que emana de
los centros superiores que distinguen, propiamente hablando, al
hombre de los animales. Denota de igual manera la rudeza primitiva
de nuestra gente, cuyo instinto rutinario, cuya actividad pueril no se
sale de lo transitorio, de lo que se satisface con efectos inmediatos,
con impresiones del momento, de lo que tiene por raíces las últimas
satisfacciones del egoísmo, de lo que constituye la masturbación de las

411
Tratado de la Imbecilidad del País

facultades inferiores, de la memoria de los sentidos y de la imaginación


reproductora.
Llega a tal extremo la falta de ambición en los uruguayos, que no
poseen ni aun la vaga idea de lo que este sentimiento implica, que
no conciben ni siquiera la posibilidad de que exista en hombres
equilibrados, que estén en su sano juicio. Se sonríen, se mofan cuando
alguien les habla de manifestar su espíritu en una obra de importancia,
que luche contra lo establecido, contra el sistema imperante, que
encierre sus paradojas, cuyo triunfo no importa que se efectúe en
tiempos muy apartados. Llámanle loco, imbécil, ridículo, a quien
pretende hacerles entender que los hombres superiores, los grandes
caracteres, no buscan los éxitos inmediatos; que para el genio, para
el inventor, no hay recompensa más grata de sus esfuerzos, no hay
más placer que la posesión ideal, el adelanto de goce que implica la
posibilidad de un triunfo, que la representación en el tiempo de ese triunfo
lejano que se anticipa en imagen.
Por lo común, a quien tal les manifiesta, responden, con aire de
filósofos: «Por Dios, amigo, déjese de soñar; no se rompa la cabeza
inútilmente; tenga juicio; no pierda su tiempo en ridiculeces; haga
lo posible por emplearse; procúrese un dinerito; mande esas cosas al
diablo, que no dan ni para comer; un buen empleo es una gran cosa;
la cuestión es pasarlo bien; entre a figurar en la política activa; no se
ande por las nubes; piense en que la vida es corta; diviértase; trate de
ser práctico, de hacerse hombre; de formar una familia. ¿Qué le van ni
le vienen a usted semejantes problemas?; deje que otros se quemen las
pestañas; si es aficionado a letras, escriba un folleto sobre Quinteros,
trate de hacerse cargo de un periódico anticuestista que reviente a
todo el mundo; haga la apología de Rivera, que aún está por escribirse
la historia de nuestro bando, lo que es una vergüenza para el país. Ésas
son cosas de verdadero provecho que le darán a usted espectabilidad,
aprecio y buenos cobres. Guíese por mis palabras; lo demás se lo lleva
el río».
Las actividades giran en torno de lo inmediato. Los sabidillos, los
universitarios, los que pretenden pensar no tienen en la mente los
resultados remotos. Desconocen la ambición. No alcanzan qué es el
futuro. La correspondencia en el tiempo es en extremo limitada. Es
por eso que se gastan en oratorias de política menuda, en editoriales
de diario, en elucubraciones superficiales de literatura parasitaria,
aspirando cuando mucho a una banca de camarista, a un elogio de los
amigos, a una consideración de la trivialidad. Nadie ha escrito, hasta la

412
Julio Herrera y Reissig

fecha, una obra de pensamiento; nada que viva, que manifieste en su


autor el sentimiento de la ambición, la exuberancia vital, el impulso del
propio ser, la existencia de una correlación en el tiempo, de un anticipo
de goce, de lo que llama el psicólogo el placer de lo imperecedero.
Por el contrario, todo lo que se ha dado a la imprenta es efímero,
ligero, imitado, superficial, común, llano, circunscriptivo, cuando
no vacuo, insustancial y tonto. Hase buscado en ello satisfacciones
superficiales de vanidad, dominios ostensibles, encumbramientos
en la política, efectismos agradables, lisonjas inmediatas, ventajas
materialistas. Tales libros, o producciones de cualquier forma y género,
faltos de observación, de estudio, de seriedad científica o de valor
estético, que no han requerido de sus autores el ejercicio de facultades
superiores, que no presuponen ni contracción, ni laboriosidad, ni
factor de tiempo y de experiencia, hablan, son el testimonio elocuente
de dos cosas a la vez, a cuál más importante: la primera, de la carencia
de ideas en nuestra gente, de su rudeza primitiva, de su intelecto
romo; la segunda, de su falta de ambición, de que la correspondencia
en el tiempo se halla encerrada en límites estrechos; de que nada
les supone los resultados remotos, de que el futuro es un mito para
nuestros uruguayos.
La falta del sentimiento citado alcanza a las poquísimas excepciones,
a los fenómenos que me complazco en reconocer han existido en esta
comarca, excepciones como se comprende a la ordinariez mental de
los habitantes del país. Tales pueden considerarse Manuel Herrera y
Obes, Andrés Lamas, Santiago Vázquez, Cándido Joanicó, Pacheco,
los Varela, los Berro, Vázquez y Vega, Juan Carlos Gómez, entre
los antiguos, y entre los modernos, Carlos María Ramírez, Ángel
Floro Costa y Julio Herrera y Obes, los cuales no se han ocupado
de dotar a la mísera biblioteca de autores nacionales, de una obra
imperecedera sobre diplomacia, derecho, sociología, historia política,
finanzas y literatura, que les grabaran un nombre en el catálogo del
pensamiento.
Por el contrario, dichos hombres han invertido su talento en
ímprobas labores profesionales, en gimnasias gubernativas, en
ajedreces de diplomacia, en efímeras pirotectónicas de lenguaje,
en prédicas del momento, en escarceos retóricos, en desfogamientos
impulsivos de bandería, en guerras de periódicos, en rimas intrépidas
o lacrimosas de menor cuantía, en charangas de bajo entretenimiento,
en elucubraciones epistolares, en sprit de circunstancias, en menipeas
espermatórricas, en fin, en cosas fugaces, de relativo valor, que viven y

413
Tratado de la Imbecilidad del País

mueren con el individuo, que no cooperan en nada a la evolución


social.
El mismo Carlos Ramírez, a sentir esa impulsión violenta por
encarnar el propio yo, en una creación, en una proeza, que le
aseguraran una existencia mucho más allá del sepulcro, hubiera
escrito, es seguro, no una obra como su Historia de Artigas, que no es
ni con mucho notable, sino muchas con fondo más filosófico, con
espíritu más imparcial, que formasen una serie armónica, de altísima
categoría. Sus talentos y su enorme bagaje intelectual hubiéranle
proporcionado lo suficiente para tal empresa, y si gastó su energía
en ensayos, en floreos, que duran lo que el lirio de la mañana, en
almíbares románticos, en el exhibicionismo vanidoso de su escaparate
privilegiado, en vigorosos editoriales, surtidos del mejor juicio y de las
galanuras más ricas, cosas con todo poco durables, que no interesan
sino al momento, es porque no se sintió impulsado para obrar con
relación al futuro, porque la misteriosa canéfora que visita a los
creadores, no llamó a su puerta, incitándolo a beber ese licor sutilísimo
de la posesión ideal del anticipo de goce, que implica una asistencia en
espíritu a los triunfos del porvenir.
Carlos María Ramírez, como Juan Carlos Gómez, Cándido Joanicó,
Santiago Vázquez, Andrés Lamas, Manuel Herrera, los Berros,
Ángel Floro Costa y Julio Herrera, descontando lo que el medio
y las circunstancias exteriores hayan dispuesto en sus actividades,
parecen no haber querido otra cosa durante su existencia que
el bienestar inmediato. Lejos de ellos la verdadera ambición en el
sentido psicológico, el ansia de lo prolífico, de lo perfecto, hanse visto
dominados por la vanidad, sentimiento que adquiere su desarrollo
completo en los indígenas y en las mujeres, y que, como he dicho,
tiene por raíces las más bajas satisfacciones del egoísmo, y el afán
de dominios ostensibles, que provoquen admiración, notoriedad y
envidia. Sus actividades, sus actos todos han constituido un onanismo
placentero de la imaginación reproductora, de operaciones sensitivas,
de facultades inferiores, dentro del cuchitril de la herencia. Han
obrado como niños en virtud de lo transitorio, de lo fugaz, de efímeras
apariencias, de rápidos conseguimientos, de exhibicionismos, de
exterioridades, de impresiones de circunstancias, no en atención a lo
predestinado, a lo que se siente de original en el organismo, a lo que se
funda en una duración ilimitada de la obra, en un triunfo glorioso del
esfuerzo que tiene por única recompensa la representación en el tiempo
de ese triunfo lejano que se anticipa en imagen.

414
Julio Herrera y Reissig

Se me objetará tal vez que dichos hombres no han podido


sustraerse a las influencias del medio; que han sido arrollados por las
circunstancias de una política tumultuosa, que sus talentos han tenido
que encauzar dentro de las necesidades de la época, obedeciendo a
impulsos del exterior: por último, que han tenido que desarrollarse
sus actividades de perfecto acuerdo con las preocupaciones de las
mayorías, siéndoles imposible hacerse una situación, aislarse de la
totalidad, adoptar formas originales. No negando en absoluto lo que las
circunstancias exteriores hayan dispuesto en sus actividades, empero,
es imposible concebir que espíritus de tal índole se acomodasen
subalternamente al medio, se resignaran a ser tornillos o ruedas
del engranaje social, en vez de motores de una máquina autónoma,
si hubieran sentido el espolazo de la ambición, ese sentimiento
poderoso que a todo se sobrepone, que rebasa todas las necesidades,
que avasalla todos los impedimentos, que «es una impulsión violenta
por encarnar la personalidad en una creación, en una proeza que le
aseguren una existencia mucho más allá de la duración somática del
individuo; que es un deseo altivo de mantener en su forma especial el
propio yo, que se siente poderoso y necesario, y de constreñir a que lo
respete la naturaleza misma».
Una de dos; o tales hombres no han sido una excepción, sino
aparente, a la pobreza psíquica del resto de los uruguayos —y en tal
caso no han podido ser ambiciosos, desde que este sentimiento tiene
por base una exuberancia de vitalidad—, o, por el contrario, debido
a una anomalía del organismo que se agrega a las muchas que
hemos señalado en el carácter de nuestra gente, dichos individuos
han poseído una intelectualidad desarrollada, sin que se sintiesen
aguijoneados por la ambición, por lo que llama un psicólogo el ansia
de lo que no muere. Nos inclinamos a esto último; y a la falta de ese
sentimiento, atribuimos más que a ninguna otra cosa, que no hayan
legado nada a la posteridad, que su paso por este mundo haya sido el
de un meteoro, que hayan gastado su cerebración en masturbaciones
psíquicas, en limosnas efectistas.
De otro modo habría para presumir, que tales individuos han sido
un contrabando, que su presunta superioridad no pasa de la más
grosera mistificación.
Con efecto, quien alega que no han podido sustraerse a las
influencias del medio, que han sido arrollados por las circunstancias
de una política tumultuosa, que han tenido que encauzar dentro de
las necesidades de la época, obedeciendo a impulsos del exterior, y

415
Tratado de la Imbecilidad del País

por último que se han visto obligados a desarrollarse de acuerdo


con las preocupaciones de las mayorías, siéndoles imposible hacerse
una situación, aislarse de la totalidad, adoptar formas originales, se
suicida con sus propias armas; confiesa inconscientemente que dichos
hombres han sido unas medianías, tipos del rebaño sin levadura que
valga, terrones de trivialidad incapaces de realizar funciones altas, de
un trabajo poderoso en que tomen parte los centros superiores del
cerebro; pues como dice un psicólogo:

un organismo cuya fuerza vital excede del tipo medio; o bien experimenta
la necesidad de nuevas situaciones, o bien, si en ellas se encuentra colocado,
las domina y se adapta a ellas sin atenerse estrechamente a los ejemplos
conocidos ni dejarse dirigir por los hábitos de los antepasados; un organismo
de esta índole rebasa triunfalmente por encima de las barreras de la herencia
que sólo alcanzan a una cierta altura, y con un vuelo al que jamás se elevan
las individualidades débiles, se desarrolla sin trabas, adoptando formas
personales diferentes por completo de todas las demás.

Por el contrario, un organismo mediano

no busca situación alguna que no haya sido familiar a sus antecesores, obra
según las analogías acostumbradas y permanece encerrado en el círculo de la
herencia, sin salirse de la costumbre, de acuerdo con el medio, conservando
la fisonomía tradicional, dejándose sugestionar por lo que le rodea, dentro
del cauce de las ocupaciones y de los hábitos de la masa.

Nos confirmamos, pues, en la creencia de que a dichos individuos —


monstruosas excepciones a la rudeza intelectual de nuestra raza,— les
ha faltado como a todos los uruguayos, el sentimiento de la ambición,
el resorte poderoso que los hubiera hecho grandes, determinándolos
a estereotipar su nombre en una acción culminante de pensamiento.
Nótase lo asombrosa que es tal anomalía, considerando que ese
sentimiento es inseparable, vale decir congénito de un espíritu
superior; pues es inherente a tales espíritus, exteriorizarse, prevalecer,
constituir, organizar, vencer todas las dificultades, realizar en una
obra importante una misión que les ha sido impuesta. La tendencia
poderosa y fatal a que aludimos no es otra que la ambición; instinto
glorioso, por decirlo así, de las grandes vitalidades. Dicho sentimiento
no ha podido faltar jamás en los hombres superiores; pues de otro
modo no existiera la evolución, la especie quedárase rezagada.

416
Julio Herrera y Reissig

La vanidad que muchos confunden con la ambición, lejos de


tener el parentesco más simple con este último carácter, se le opone
resueltamente. El primero en psico-fisiología no pasa de una emoción
ordinaria, el segundo constituye un rasgo del intelecto supremo.
Del punto de vista de la moral, el primero puede constituir un vicio,
como la avidez, la codicia, la pasión por el interés, y degenera según los
casos en sentimientos depresivos; así hay vanidad de dinero, vanidad de
las prendas físicas, de los ornatos, del predominio social, de la política,
del poder, de la fuerza, etc., y la más irrisoria, la vanidad intelectiva, la
que por excelencia ha embriagado, ha esterilizado, ha emponzoñado,
ha muerto a los pocos hombres de fortuna psíquica, nacidos en
la comarca, que se resuelve, como se sabe, en manifestaciones de
mezquina literatura, en desperdicios de la política, en contrabandos de
erudición, en editoriales efectistas, en exhibicionismos femeniles, que
buscan el aplauso efímero, los éxitos de circunstancias, la admiración
de la localidad, los laureles de la rutina, la gloria breve, como dice Mill.
El segundo, —véase cuánto difiere, en esencia, la ambición de
la vanidad—, constituye en el sentido psico-fisiológico, la más alta
manifestación de la dignidad del espíritu, el desprendimiento
más noble del interés material, de los halagos inmediatos de las
inclinaciones de las mayorías, la divergencia más extrema de la acción
refleja.
La vanidad es un diminutivo del orgullo, ese sentimiento brutal
e insolente, como lo llama un psicólogo, que tiende a ofender a
todos y que se funda en pseudas representaciones de la propia
personalidad. No obstante, como dice él mismo, «si el orgullo es
detestable, la vanidad es ridícula, es una de las pasiones más míseras, y
debe combatirse por medio de todos los sentimientos viriles». Ahora
bien, el más alto grado de la ambición es el heroísmo, la gloria, el
desprecio de la propia vida cuando se trata de encarnar el yo en una
obra imperecedera. Por el contrario, el más alto grado de la vanidad
es la fatuidad, o sea la adoración de las prendas físicas, de los vestidos,
de las cosas superficiales, el apego exagerado a una vida inútil de
satisfacciones frívolas, de placeres egoístas. En último examen, la
ambición es la egolatría del genio, su coloquio con el tiempo, con lo
infinito, con el misterio, con lo incognoscible; la vanidad es la egolatría
del feroz salvaje, la pasión de la masa media, su coloquio con el espejo,
con lo inmediato, con lo deleznable, con la imbecilidad corriente del
ser humano.

417
Tratado de la Imbecilidad del País

Por otra parte, el reverso de la ambición es el apocamiento, la


debilidad de espíritu, la falta de impulsiones; y el reverso de la vanidad
la modestia, o sea «el justo sentimiento de lo que uno vale y de lo que
no vale», y un punto más abajo la humildad, vale decir, la conciencia
de lo débil que es el hombre.
Nótase hasta aquí lo mucho que difieren ambos caracteres, de modo
que fuera impropio, completamente ridículo decirle a un hombre
ambicioso en tono de corrección: «Sea usted más humilde»; pues que
esto equivaldría, sin duda, a rogarle que abdicara de lo que se halla en
su propia naturaleza como una virtud dignísima de su intelecto. Del
mismo modo fuera una necedad expresarle a un vanidoso, pongo por
caso a una mujer, al cacique de una tribu, o a un literato uruguayo:
«No ambicione usted tanto, no quiera usted un traje de brillantes,
plumas tan hermosas, flechas de oro pulido; no escriba tan seguido
versos y novelas y artículos de periódico, conténgase usted algo, su
gran ambición me daña.»
He dicho que la ambición se opone resueltamente a la vanidad,
y esto, como lo probaremos, no es tan solo apariencia sino desde el
punto de vista de la evolución social. Dije también que uno y otro
carácter se distinguían en el fondo por su mayor o menor distancia de
la acción refleja. Expliquemos ambas cosas.
La ambición, ya que no tiene en cuenta conseguimientos
inmediatos, que presupone la representatividad de un tiempo
indefinido, y un yo poderosísimo que lucha por lo imperecedero,
contra la naturaleza misma, hará siempre acciones dignas, originales,
fecundas, ciclópeas que encanten el mayor trabajo de funciones
superiores, de energías predestinadas. Así el trabajo intelectual de
un Newton, un Pascal, un Kepler, un Colón, un Shakespeare, un
Voltaire, un Goethe, un Darwin, un Spencer, un Lombroso, un
Edison, un Berthelot; mientras que la vanidad tiene que hacer por
lo contrario, acciones fútiles, libros medianos, artículos a la minuta,
discursos de emisión menor, en que se adule a la sociedad, a las
costumbres de la época, a las preocupaciones reinantes, se ocupará
de efectismos, de cosas ligerísimas, de superficialidades de arte y de
política, como manera de conseguir lo único que se propone: v. y g.
beneficios inmediatos, la admiración de un grupo, el aplauso de la
trivialidad, efímeros honores de circunstancias, el poder gubernativo,
la espectabilidad de un momento, etc.
Así pues un hombre vanidoso lejos de ser útil es en cierto punto
nocivo; constituye un elemento retrógrado, un puntal oscuro en la

418
Julio Herrera y Reissig

obra de la conservación; no es más que un pantano, en el camino del


Progreso. Se explica de ese modo que sea la vanidad la antítesis de
la ambición; un veneno para todo aquel que se sienta dominado por
sentimiento tan poco digno. Esto nos da la razón de que hombres
de la talla de Joanicó, Vázquez, Lamas, Herrera, Juan Carlos Gómez,
Ramírez, etc., carecieran de energías para crearse un ambiente,
para aislarse del trivialismo, de su época y del país en que actuaron,
para adoptar formas originales, para desobedecer a los impulsos
del exterior; explica por último que hayan gastado miserablemente
sus talentos en cosas de menor cuantía, sin dejar una obra que les
garantiera la inmortalidad.
Si dichos hombres han sido tan apocados de espíritu, tan faltos
de impulsiones supremas, o mejor dicho si no han dejado nada
imperecedero débese en parte a su enorme vanagloria, al deseo
de triunfos fáciles e inmediatos conseguidos a poca fuerza, a su
embriaguez en el aplauso de la necia vulgaridad, a sus ansias pueriles
de ser siempre los primeros ante los ojos de la multitud que los aclamó
como a Mesías, que los hizo objeto de sus bajas adulaciones, de sus
impresionismos superficiales.
La plaza pública, la popularidad han sido el sueño de esos intelectuales
malogrados, de largas melenas y ademán bravío, que haciendo versos
a la independencia, o elucubraciones sobre gobierno, atravesaron por
la vida, sin que tuviesen nunca la más simple representación de un
porvenir de ultratumba. Su vanidad de fetiches les enajenó el espíritu,
enredóse como una planta parasitaria al tronco de sus energías,
chupóles como un vampiro la savia de sus talentos, adormeciólos como
una cortesana en sus brazos deleitosos, usurpó indebidamente, por
una extraña anomalía, los plintos dignificantes que debieran haber
ocupado las más altas manifestaciones de la nobleza del Yo.
Tales ingenios uniéronse a la Vanidad como los héroes engañados
que se casaron con las Danaides y perecieron víctimas de sus esposas
en medio de los deleites. De ese modo fueron muertos para la otra
vida, aquellos hombres excepcionales. Sus obras, confeccionadas
entre famélicas fiebres, en la batea de la propaganda, que tienen la
inquietud del ruido, y un sello de improvisación nerviosa, han sido
los pobres hijos de ese sentimiento que continúa en nuestro país, bajo
diversas formas, haciendo literatos, periodistas, políticos y pintores.
Por último, la ambición se distingue de la vanidad por su divergencia
extrema de la acción refleja, en tanto que el último de estos rasgos
presupone que el estímulo y el acto se hallan en relación inmediata.

419
Tratado de la Imbecilidad del País

Con efecto, la ambición obra en virtud de un espíritu poderoso que


tiene recompensas para un tiempo indefinido, de que el individuo
goza anticipadamente. Un aliciente lejano, podríamos decir, mueve
su espíritu; una serie de estados de conciencia, de actos profundos y
reposados de pensamiento media entre la obra que reúne todas sus
energías, y el aguijón que las provoca. Nada le apura a manifestarse; muy
al contrario; la elaboración es lenta, e implica una serie poderosa de
cambios reflexivos, de asimilaciones que la preparan. El propio yo que se
funda en una exuberancia de vitalidad, que ha de vivir en una creación,
en una proeza, a despecho de la muerte del individuo, requiere en tales
casos, preconcebimiento, madurez, para que el triunfo dure en relación al
tiempo en que se ha formado. El acto o la suma de operaciones del espíritu
se hallan, pues, a una distancia extrema del agente que lo produce. Supone
además, un dominio absoluto de la voluntad, una resistencia poderosa a la
excitación externa. Por el contrario, la vanidad toca en el linde de la acción
refleja, corno ya lo hemos probado, al referirnos al modo como se produce,
en virtud de rápidos conseguimientos; sin tener en cuenta la durabilidad
del éxito, que procura satisfacciones inmediatas de exhibicionismos, que
tiene por condición esencial la recompensa al contado. Su resorte se halla a
disposición de todas las impresiones; la voluntad es un juguete del estímulo
que hace cabriolas en todas direcciones, ni más ni menos que un palo
arrastrado por la corriente.
Ahora comprenderemos la superioridad del uno y la bajeza del
otro; cómo en las inteligencias más débiles domina la vanidad, y cómo
las más poderosas manifiéstanse por la ambición.
La falta en los uruguayos del sentimiento más alto de la dignidad
humana, del factor indispensable del adelanto social, se halla en
contacto directo, constituye un apéndice importante del punto que
hemos desarrollado en el presente capítulo: «que la correspondencia
en el tiempo se halla encerrada en estrechos límites; que el estímulo y
el acto se encuentran en relación inmediata; que no existe la previsión
de los resultados remotos».

Juicio y raciocinio. Introspección.


Las Cualidades del Espíritu

En la manera de pronunciarse los uruguayos sobre materias algo


elevadas puede verse lo exiguo de la facultad del juicio.

420
Julio Herrera y Reissig

Ya hemos hablado en otra parte de la carencia de discernimiento. A


menudo nuestros hombres toman lo justo por lo injusto, lo verdadero
por lo falso y vice versa. En la conversación; en la vida judicial, en la
literatura, en la historia, en la política, se palpa lo que afirmamos.
Desde luego no cabe ningún género de crítica intelectual en el
riguroso sentido de ese concepto, desde que todo examen implica la
base de penetración, o lo que es lo mismo, la aptitud citada, en cuya
virtud el yo pensante afirma el atributo de una cosa. Recordamos al
caso las notorias aberraciones que en materia de justicia, tanto en lo
civil como en lo criminal, han cometido y cometen los tribunales y
jurados, errores que tienen su fundamento en el poco desarrollo de la
facultad de discernir, peculiar a nuestros hombres, y no como pudiera
creerse en la pasión o en el interés que les sirviera de guía.
En la vida literaria, esa falta de discernimiento se nota
profundamente. No hay críticos en el país. La impotencia de juzgar
un libro se trueca por la vanidad en la virtud de afirmar inexactitudes,
de hacer gala de incongruencia, de falta de lógica, y de mal gusto.
Nada tan erróneo, tan ridículamente superficial, tan falto de rectitud
y justeza, tan fuera de finura y de medida, como la opinión que sobre
un libro formulan los uruguayos, en nombre de la Estética, del interés
sociológico, de la Verdad y de las buenas reglas.
Si pasamos a la Historia, hay que afirmar que consiste en relaciones
superficiales, en apuntes y fechas sacadas de los archivos. No existe
raciocinio, ni se hace inducciones sólidas, ni hay vestigios de generalidad.
No se tiene en cuenta las circunstancias del medio físico y sociológico,
las leyes económicas. El mismo testimonio es escaso y de pequeña
importancia. El juicio del narrador se halla en armonía con el método
que aplica. Afirman de ese modo la impecabilidad de Artigas; el talento
de Rivera; las virtudes de Manuel Oribe; se canonizan los ladrones y
asesinos de la campaña; se dice que el Uruguay ha superado a las demás
naciones en heroísmo y en habilidad. El vencedor de Las Piedras, que
quizá fuera para Lombroso un malvide, un degenerado involutivo,
asegúrase que fue un patriota tan equilibrado como Washington, con
planes admirables de independencia y de extensión territorial. Se induce
de una manera desastrosa, fundándose en cosas que no merecen el
menor crédito, y en un pequeño número de testimonios; se desprecian
los elementos contrarios a lo que afirma el autor y las tradiciones que no
están de acuerdo con el axioma que sienta.
De modo, pues, que el juicio histórico no puede ser más erróneo,
más desencaminado; entendiéndose por tal el conjunto anómico de

421
Tratado de la Imbecilidad del País

proposiciones afirmativas y negativas referentes a los hombres y a los


acontecimientos que se examinan. Lo dicho tiene que ver exactamente
con la política, en cuyos actos revélase la falta de buen sentido en
nuestros hombres, o lo que es lo mismo, la carencia de la facultad de
distinguir entre lo verdadero y lo falso, como la llama Descartes.
No faltará quien dude que en materias de justicia, de literatura, de
historia y de política, puedan los uruguayos carecer de esa cualidad,
que entre esos hombres hay médicos, abogados, intelectuales,
economistas, literatos. Fuera de las razones expuestas en capítulos
anteriores sobre la pseuda erudición de dichos individuos, hay
motivos para suponer que el buen sentido nada tiene que ver con el
conocimiento, pues como dice Kant,

un médico, un juez, un publicista, pueden tener en la cabeza muchas reglas


patológicas, jurídicas o políticas, y sin embargo, flaquea en la aplicación, ya
porque carece de ese juicio natural, ya porque no se han ejercitado en esa
esfera de juicio con ejemplos y con práctica efectiva.177

Es conveniente dar la importancia que tiene a esa facultad que


nuestros hombres creen poseer sobradamente, siendo con que carecen
de ella, como lo demuestran a cada paso en todas sus manifestaciones.
Según la Lógica de Port-Royal:

nada hay más estimable que el buen sentido, y el acierto del espíritu en el
discernimiento de lo verdadero y lo falso: todas las demás cualidades del
espíritu tienen usos limitados; pero la exactitud de la razón es generalmente
útil en todas las partes y en todos los empleos de la Vida.

Kant dice del mismo modo: «El juicio es el carácter distinto del buen
sentido, y la falta del buen sentido no la puede suplir ninguna escuela.»
Hasta en un orden de verdades enteramente prácticas manifiestan
nuestros hombres la falta de sensatez, o sea la condición indispensable
de un buen espíritu. No hay más que hablar con un individuo sobre
lugares comunes para ver como incurre a cada paso en desaciertos;
del mismo modo que un niño. En una conversación sobre el tema más
insignificante trasluce, cualquiera de nuestros hombres, la falsedad
de su juicio. A este respecto podríase aducir infinidad de ejemplos
que suprimimos por no fatigar la paciencia de los lectores, quienes
habrán observado en distintas circunstancias la verdad que hemos
afirmado.

422
Julio Herrera y Reissig

La ausencia de remates déjase ver en el aturdimiento, en el


ilusionismo, en la falta de espíritu práctico, en la necedad proyectista
de nuestra gente. A este respecto los que pasan por intelectuales, y
aun las excepciones que hemos reconocido a la rudeza de nuestros
individuos, hanse manifestado faltos de espíritu seguro; verdaderos
niños que han andado por la vida haciendo piruetas, a tropiezos con
las cosas, eternamente desarbolados. Refiriéndose a esto mismo, dice
un psicólogo:

No debe desdeñarse esta clase de aptitud, pues para la mayor parte de los
hombres que sólo tiene que habérselas con las realidades de la vida, es
más importante que otras cualidades superiores, y su ausencia contribuye
a esterilizar las mejores de ellas. Por esto vemos frecuentemente espíritus
brillantes que salen mal en todo cuanto emprenden, por falta de sensatez.
Nunca hacen lo que importa hacer, ni ven lo que deberían ver. Aumentan o
atenúan las cosas a su antojo, se estrellan en las más fáciles, acometen contra
las dificultades sin haberlas medido, y engañándose siempre, creen que
nunca se engañan. Se parecen a los escolares sobresalientes que descuidan
la gramática y siembran solecismos en sus metáforas. Cuando la originalidad
neutraliza estos defectos, puede tolerarse; pero la ausencia de sensatez no es
una prueba de genio, y un hombre puede ser loco sin dejar por eso de ser
necio.

A este respecto, todo cuanto se diga es poco del burdo ilusionismo


de nuestra gente, hasta en las clases inferiores. La falta de sensatez da
por resultados la miseria, el abandono, el eterno atraso pecuniario,
que se nota en la mayoría de los uruguayos, los cuales, como se dice,
viven en las estrellas, haciendo planes imaginarios, sin darse cuanta, al
parecer, de las realidades de la Vida, despreciando todo objeto práctico
que pudiese mejorar su situación. El empleado más insignificante, un
simple gana pan, demuestra sus inclinaciones al poder, a la riqueza,
sin que esto quiera decir que hagan nada productivo, nada serio
en pro del fin que constituye su desvarío. Dan a entender que esta
riqueza les lloverá del cielo, cuando menos piensen; que esperan
continuamente sacarse una lotería. Por otra parte, aspiran a un cambio
radical de posición únicamente en el sentido de la vanidad, de ningún
modo teniendo en cuenta el futuro, las necesidades de la existencia.
Sus representaciones, como hemos visto, casi no se extienden en el
tiempo; los resultados remotos los superan. Por eso mismo, creen que
la riqueza, como ellos dicen, no es cosa de economía, de acumulación,

423
Tratado de la Imbecilidad del País

de tiempo, de trabajo, sino de suerte. Lo expresan a cada paso,


diciendo: «algún día se ha de dar vuelta la rueda de la fortuna; Para
qué ahorros, para qué derechos: no por mucho madrugar amanece
más temprano; El sol sale para todos; esta vida es un sube y baja; hay
que tirarse a dormir mientras le ensillan el pingo.»
Si entramos en las clases más elevadas, nos hallamos frecuentemente
espíritus cultivados, desprovistos por completo de sensatez, que salen
mal en todo cuanto emprenden; que andan a porrazos por la vida,
incapaces de darse cuenta de los inconvenientes de un negocio; que
no escarmientan en los reveses; que no ven nada en las cosas más
sencillas; que se hallan siempre en la luna, con proyectos infundados.
Entre estos se hallan comprendidas las raras excepciones supradichas,
o sea los hombres de talento que ha habido en el país, los cuales han
muerto en la mayor estrechez, y durante su vida no han hecho otra
cosa que perder sus dineros insensatamente. Si alguno de ellos existe,
es incapaz de acometer una realidad de provecho; sus actividades son
un derroche de aturdimiento lírico; de necedad literaria; un litereo
de fantasía verneana, un arrebato de opio, y es por eso que jamás salen
de las estrecheces. Manuel Herrera y Obes, Pacheco, Juan Carlos
Gómez, Ángel Floro Costa,178 etc., pueden servir de ejemplo de lo que
decimos. La falta de sensatez hales esterilizado, por lo que respecta al
bienestar privado y a la consecución de una fortuna, las más relevantes
de sus condiciones de intelectualidad.
Entre los muchos casos de falta de sensatez, que por no fatigar a
los lectores hemos suprimido, hállase el de un joven estudiante que
derrochó una herencia de 10.000 pesos en juegos de lotería, con la
esperanza, según él dijo, de cincuplicarla. En todas las jugadas el joven
consumía $ 100 de dicha herencia, sin tocar el resto para nada, pues,
así lo hubo jurado, al despertar de un sueño en que una voz le dijo:
«sigue los números tales, hasta sacarte los 50.000, y no dispongas de
un céntimo de dinero para otra cosa, ni en favor de nadie.» Ejemplos
como el citado, se ven a cada momento, y la evidencia de lo que
afirmamos es tal que no escapará a la percepción de los que nos lean,
ni creemos necesario extendernos sobre este punto de psicología, que
atañe esencialmente a nuestros uruguayos.
Claro está que siendo insignificante el juicio en los uruguayos, que
careciendo éstos de un perfecto buen sentido, aunque piensen que lo
tienen en demasía, no posean de ningún modo las otras cualidades
medias que componen un buen espíritu, superiores a la sensatez, que
es el minimum intelectual. Esas cualidades son la rectitud, la justeza y

424
Julio Herrera y Reissig

la seguridad.Un espíritu recto, es un espíritu que, como la palabra lo


indica, sigue siempre la línea derecha; que sin ambages, sin detenerse
en sutilezas ni dificultades, sin dar rodeos, ve claramente en dónde está
lo verdadero, si se trata de opinión, y qué partido débese tomar cuando
se trata de acción. Un espíritu puro es un espíritu recto, naturalmente,
pero con mayor claridad; ve lo que es verdadero, pero también lo que
es falso, y sabe el por qué; conoce el flanco de la objeción, que el otro
se contenta con eliminar por una especie de instinto; mide el valor de
las pruebas, en tanto que el otro va en derechura a la conclusión. El
primero pronuncia el fallo, el segundo lo redacta. Por lo que hace a la
seguridad del juicio, no es otra cosa que la justeza o acierto en los casos
dificultosos: es el talento de detenerse en una pendiente resbaladiza,
de presentir la objeción antes que se produzca, de tomar precauciones
contra sí mismo, de no suministrar armas al adversario, de decirlo
todo sin caer en exceso. Nicole tiene la rectitud; Voltaire la justeza y
Bossuet, la seguridad.
Puede verse que nuestros hombres carecen de esas cualidades
importantísimas de la crítica, de esos elementos del juicio algo elevado,
que implica proposiciones interesantes. Dónde encontraríamos un
espíritu que fuera recto, en gente que anda a tumbos con las cosas, que
se extravía en tortuosidades, en vericuetos de conducta, que se enreda
a cada paso en sutilezas, que se desploma ante el menor obstáculo,
que da mil vueltas y jamás alcanza a ver con claridad el fondo de lo
que tiene por sus opiniones; que titubea íntimamente para decidirse a
obrar.
Con mayor razón, dónde hallaríamos un espíritu justo, en nuestros
hombres aturdidos, miopes de inteligencia, que rara vez distinguen
lo falso de lo verdadero en una esfera algo elevada de especulación
mental, que son incapaces de entenderse con las objeciones; que
aceptan crédulamente lo que se les afirma sin exigir más pruebas; que
se dejan engañar por inducciones falsas, y juzgan por las apariencias.
Por último, los uruguayos carecen de seguridad; como se observa
cuando discurren sobre temas dificultosos; contradiciéndose a cada
paso, resbalando por la pendiente de la discusión, sin el tacto de una
pregunta que el contrincante les hace y ante la cual se desploman;
que no piensan en lo que exponen, que dicen más de lo que deben,
que se matan con sus propias armas. Prueba de ello, inhábiles que
abundan en el país, los cuales pierden los pleitos más fáciles de ganar
en virtud de una contradicción, de una frase que los perjudica, de no
saber deducir pruebas, de haber suministrado con alguna insensatez

425
Tratado de la Imbecilidad del País

armas a la parte contraria, de no haber tenido acierto en pulverizar


una objeción sofística. Los anales de nuestra justicia, tanto en lo civil
como en lo criminal, están llenos de estos casos tragi-cómicos en que
palpita la pobreza intelectual de nuestra gente de título.
Últimamente, un hombre de figuración, valiente en la política,
orador fácil, bien conceptuado, periodista fecundo, y de carácter
explosivo, perdió un pleito considerable en vísperas de que el Tribunal
fallara en su favor, a consecuencia de haberse contradicho en un
informe in voce, dando armas al adversario para que lo destrozara con
una declaración traidora que lo inutilizó completamente, que lo hizo
entregarse atado de pies y manos a la guillotina del enemigo.
El abogado suicida179 perdió el pleito por cinco minutos, como quien
dice, por haber dicho lo que no debiera. Dijérase que el suicida fue
quien falló en beneficio de su adversario. No de otro modo, según
se dice, la parte victoriosa, o sea el muerto resucitado, retribuyó los
servicios de su defensor con irónica generosidad, enviándole dentro
de un sobre una buena cantidad de oro.
Interrogado luego el abogado acerca de lo ocurrido, respondió con
indiferencia: me distraje; son cosas de la vida.
Fácil es suponer que los uruguayos que carecen de rectitud, de
justeza y de seguridad, sean escasos en discernimiento y en sagacidad.
Hemos dicho que el discernimiento está en el acto de separar lo
verdadero de lo falso; en mayor grado, la sagacidad redúcese a la
concepción de una cosa con el seguro de errar lo menos posible.
«Por tanto, el discernimiento es condición de un espíritu justo, y la
sagacidad lo es del espíritu seguro.» «Entre el discernimiento y la
sagacidad no hay otra cosa que una diferencia de grado. La lógica
basta para dar discernimiento; pero se necesita algo más para llegar
a la sagacidad. El discernimiento deslinda los signos aparentes, y la
sagacidad los fenómenos ocultos. Es preciso discernimiento para
comprender, y sagacidad para adivinar.»
Creemos innecesario extendernos sobre lo dicho, para demostrar
con ejemplos que los uruguayos carecen de ambas cualidades, en un
orden elevado del entendimiento. Esta afirmación es un corolario de
que nuestra gente carece de las cualidades medias que nos referimos
anteriormente, y que constituyen la sensatez ilustrada. Por lo demás,
sábese que el salvaje, como el gaucho, según lo hemos probado en
oportunidad, poseen ese discernimiento, y esa percepción asombrosa
que los distingue en cierto orden de relaciones; cualidades que se
refieren únicamente a sus sentidos en extremo agudos, a su exquisita

426
Julio Herrera y Reissig

percepción o, lo que es lo mismo, al funcionamiento de facultades


sencillas en que se gasta su energía mental, y que no se deben confundir
de ningún modo con las que corresponden a un espíritu elevado, con
lo que se hallan en contacto con la vida reflectiva, antagónica como se
sabe a la actividad de las percepciones.
La sagacidad que llamaremos sensorial es propia de las razas
degradadas, en tanto que el discernimiento y la sagacidad que
llamaremos inteligente es lo que distingue a un crítico, como Michelet,
o a un grande hombre como Rousseau.
Por las mismas razones que sirven de fundamento a la escasez de
estas cualidades, explícase la ausencia de otras dos que, según un
psicólogo, pertenecen también a la característica del buen espíritu,
pues que no son sino matices o aplicaciones más delicadas de la
rectitud, la justeza y la seguridad. Nos referimos al tacto y a la medida.
La no existencia de estas condiciones explica esencialmente los
pasos en falso de nuestros hombres, sus afirmaciones infundadas, sus
incoherencias sin número, el desorden en lo que hablan, los errores
en que incurren, y lo que es peor, sus contradicciones continuas,
cosas éstas de que hemos hablado suficientemente en el curso de este
análisis, y apoyándolas con ejemplos elocuentísimos. Véase lo que dice
un pensador sobre este punto, y deduzca luego el lector la verdad de
lo que decimos:

El tacto es una justeza todavía más fina; y la medida está implicada en la


seguridad, porque la seguridad en el espíritu es como la seguridad en el
andar: es poner el pie en el lugar en que hay que ponerle, ni más acá ni más
allá, como hace el caballo acostumbrado a los senderos de los precipicios:
una línea más y se pierde todo. Ahora bien, esta cualidad se llama medida,
la cual es una parte de la seguridad, o sea el sentido del límite. Un espíritu
mesurado afirma esto y nada más: un espíritu inconsiderado y sin mensura,
afirma de una manera indeterminada, sin saber lo que afirma, y de aquí
proviene que se contradice a menudo. El espíritu seguro se libra de la
contradicción, porque lo que afirma es siempre verdad en la medida en que
lo afirma: no tiene, pues, que temer que la experiencia le desmienta. Si por
medida se entiende no ya sólo el sentido del límite, sino como en música,
el sentido de la proporción y de las relaciones, en este sentido la medida se
opone a la incoherencia. Un espíritu mesurado, regulado, bien equilibrado,
no soporta la inconsecuencia, ni en sí mismo, ni en los demás; tiene horror
sobre todo a la exageración que todo lo falsea, y que le es en cierto modo
más odiosa que el error, porque falsea hasta la verdad misma.

427
Tratado de la Imbecilidad del País

En los uruguayos que pasan por intelectuales, de alcurnia


universitaria, se paga con exceso lo que pudiera ser llamado el
tembladeral de la inteligencia. Contradicciones a cada paso en
el discurso, inconsecuencias flagrantes, falta absoluta de límite,
inseguridad de niños, falsedades y adulteramientos. Hablan como
papagayos, incoherentemente, se desdicen a cada paso, exageran, se
suicidan; ponen de manifiesto su espíritu inconsiderado y sin mesura,
que según el psicólogo «afirma de una manera indeterminada sin
saber eso que afirma, a lo que se debe que a menudo se contradiga.»
Hemos hablado hasta aquí del juicio en el sentido que le da el
uso, y de algunas cualidades medias del buen espíritu que lo hacen
más o menos profundo, desde la sensatez, que no viene a ser sino
lo indispensable de esa facultad, hasta el tacto y la medida, que lo
caracterizan elevadamente. Hemos visto que los uruguayos apenas
si poseen la sensatez o simple buen sentido, facultad natural en el
hombre según Descartes y que está mejor repartida, y muy rara en el
concepto de Nicole, quien dice que por doquiera se hallan espíritus
falsos. Hemos afirmado asimismo que los uruguayos carecen de
otras cualidades, como ser la rectitud, la justeza, la seguridad, el
discernimiento, etc., y con mayor razón del tacto y de la medida.
Faltaríanos hablar de la Inteligencia, de la facilidad y la prontitud,
cualidades más elevadas aun que la supradichas, y que constituyen
por decir así el fundamento y complemento, respectivamente, de
un buen espíritu. Pero, en primer lugar, ya hemos hablado de estas
condiciones con más o menos regularidad en el curso de nuestro
análisis, probando de distintos modos que no existen en los uruguayos,
los cuales se asemejan al hombre primitivo por una de las anomalías más
fenomenales. En segundo lugar, aunque la inteligencia, la facilidad, la
prontitud, se relacionan en un espíritu recto de la manera más elevada
al Juicio, dándole extensión y fuerza, sería ocuparnos de esas cualidades
particularmente en este sitio, comprometer la hilación que deseamos
mantener a todo trance, para que llegue a los lectores en el orden que
más conviene la evidencia de este trabajo. Preferimos en todo caso
incluir el análisis de algunas de esas cosas en el Raciocinio, y postergar las
restantes para cuando nos ocupemos de las cualidades raras del espíritu,
abarcando desde la finura y delicadeza, hasta el sprit, la profundidad y
la invención. Por ahora no conviene que nos extralimitemos del asunto
que hemos propuesto desarrollar en la medida de nuestras fuerzas.
Como decíamos: hemos hablado suficientemente del Juicio en
el sentido usual de la palabra. Conviene, pues, antes de entrar en el

428
Julio Herrera y Reissig

Raciocinio, operación que como veremos no se efectúa en nuestros


hombres respecto a un orden algo elevado, echar una ligera ojeada
sobre aquella facultad, en el sentido que le ha dado la filosofía. En
el concepto de la escuela inglesa contemporánea, lo abstracto sale de
lo concreto, o, como dice Spencer, una idea abstracta se deduce de
varios elementos concretos.
La filosofía escolástica pensaba contrariamente al conceder a las
simples aprehensiones valores abstractivos. De ese modo, sostenía
que el juicio era precedido por una representación de los objetos,
vale decir, por una concepción abstracta. Más tarde se entendió por
aprehensiones las sensaciones mismas, «la aplicación inmediata del
espíritu a las cosas, sin reflexión, sin distancia de sujeto y de atributo,
siendo por lo tanto una facultad que se antepone al juicio, y que
éste mismo supone» Desde luego, se ha afirmado «que en el sentido
preciso de la palabra, no hay juicio sino cuando el espíritu es capaz
de deslindar el atributo del sujeto, de percibir el uno en el otro, y que tal
es el caso propio del que es capaz de reflexionar.» Permaneciendo el
atributo en la cosa, no se deslinda; no hay más que aprehensión; mas
no existe juicio de ningún modo, pues que éste supone que el atributo
se ha separado del individuo para universalizarse, reconociéndose que
existe en otros que han actuado sobre la experiencia. De modo que
el juicio parte de una idea, y arriba a otra más elevada. «Es el acto en
cuya virtud el espíritu refiere el concepto de un objeto determinado
(individual o general), a un concepto más general, que comprende
el primero.» Por tanto, el Juicio compónese de abstracción y
generalidad.
Estas operaciones como hemos no se efectúan en nuestros hombres
respecto a un orden algo elevado.
Consecuencia forzosa de esto, el Juicio, en los uruguayos, debe
estar en relación con la pobreza de dichos actos. Ciertamente que la
facultad del juicio la poseen hasta los salvajes, pues nada más sencillo
para el hombre en el uso de su razón, que deslindar el atributo de un
sujeto en un orden practico de referencias ordinarias; sólo el idiota posee
aprehensiones en vez de Juicio.
Pero es el caso que hay muchos grados en el juicio, así como en la
reflexión que éste supone. El acto por el cual el entendimiento vuelve
sobre sí mismo, o sea la reflexión, existe en mínimo grado desde que se
despierta el espíritu, desde que se efectúa el juicio más elemental. De
ese modo el boschimano que ve una flecha también [[…]] y afirma [[que
ésta] tiene punta, ha formado un juicio; y se ha valido de la reflec[[…]]

429
Tratado de la Imbecilidad del País

tividad, ha generalizado y abstraído. De igual manera, el [[…]] cada


momento automáticamente juicios sobre cosas que par[[…]], abstrae
y generaliza en un orden ordinario y práctico de la [[…]] juicio y tal
reflexión primitivos difieren enormemente, no ya con las operaciones de la
especulación científica más abstracta, sino con las actividades algo elevadas
en que asciende naturalmente el hombre civilizado, de abstracción en
abstracción, y de generalidad en generalidad, merced a los conocimientos
que almacena y al grado de desarrollo adquirido por su inteligencia.
He aquí, pues, hasta dónde llega el juicio y la reflexión de los
uruguayos, por una como se ha dicho de las más grandes anomalías,
que se notan desde el génesis de su actividad mental, hasta el último
grado a que alcanza dicha actividad.
Así pues, como no abstraen ni generalizan en un orden algo
superior, no poseen un juicio que rebase una esfera muy limitada de
objetos y de atributos; y de ese punto de vista, poco se elevan sobre el
salvaje. Un juicio relativamente elevado, que implique la adquisición
de un concepto que antes no se tenía, que construya, lo que se dice
un esfuerzo especulativo; que parta de un concepto general y arribe a
una idea todavía más general, en el éter del entendimiento, que
represente una suma de caracteres profundos observados en las cosas;
el acto de conciencia que llama Spencer completo, que se produce
por integraciones, diferenciaciones, clasificaciones, ordenaciones
y recogniciones, no existe en nuestra gente; aun en los que pasan por
intelectuales, por lo que respecta, como se comprende, a un orden
algo superior de seres, fenómenos, y cualidades.
Un juicio de ese género supone sus elementos, es decir, ideas
elevadas de generalidad y abstracción que no poseen los uruguayos;
entendiéndose por esto, no tan solo el total de analogías abstractas
de un orden superior entre las sustancias, las cualidades y las
relaciones, «que esto se ejecuta material y sordamente en el espíritu,
con independencia de la voluntad, sino la suma de concepciones
generales, con sujeción a ciertas reglas en la esfera de la lógica, entre
los atributos esenciales, y los caracteres profundos y recónditos que
una observación atenta descubre en lo más íntimo de la naturaleza
de los seres y de las cosas. Esto, he dicho, es lo que no se nota en los
uruguayos cuando discurren, cuando analizan acontecimientos,
mostrándose incapaces de referirlos a otros de idéntica naturaleza,
impotentes para relacionar los fenómenos, para observar y reunir los
caracteres profundos de los hechos, pasando de las verdades especiales
a las generales, y de éstas a otras más generales.

430
Julio Herrera y Reissig

Diríase que en vez de ideas, tienen sobre materias de estudio, sobre


cosas de un orden algo superior, simples aprehensiones, de ninguna
manera un conocimiento. Les es imposible a lo que parece comparar,
coordinar, resumir, establecer, clarificar, simplificar, sintetizar,
ordenar, dar a cada cosa su rango, a cada efecto su sitio, según el
grado de la extensión y de la comprensión de los diversos grupos. En
espíritus de tal jaez, todo se encuentra esparcido, mezclado, confuso,
irrelacionado, multiplicado, apelotonado: no hay orden, ni sencillez,
ni regularidad, ni método, ni armonía.
Por tanto, se comprende que el juicio a que nos referimos, que
resulta de todo este proceso de operaciones en el espíritu, que
supone indagación, en lo interno de las cosas de conocimiento, se
halle ausente de nuestros hombres, cuya consecuencia prescindiendo
de las actividades organizadas en sus aparatos y recibidas de una larga
serie de antepasados, que como dice un psicólogo, no cuestan al
individuo más trabajo pensarlas que andar, comer, o dormir, pues
que han llegado a ser una parte consuetudinaria del organismo,
compónese de intuiciones sensibles que impresionan su sensibilidad
sin decir nada a su inteligencia, de discernimientos elementales, de
vulgaridades aprendidas superficialmente, y de todo lo que es fruto
de un acto espontáneo de observación debilísima, en que las cosas
parece que se imprimieron en el espíritu por su exterioridad, sin
que éste hiciese nada de su parte por descubrirles el lado íntimo,
el carácter recóndito que albergan, lo que llama un pensador, la
aristocracia del objeto.
Inversamente, queda considerado que los uruguayos, cuya facultad
de juicio la reputamos en extremo limitada, poseen actividades
de comparación, reflexión, abstracción y generalidad igualmente
reducidas, pues aquella operación supone éstas, y se halla de igual
modo en relaciones de importancia con los actos antedichos. El
juicio implica muchas ideas, y como quiera que el más simple de
estos conocimientos definidos supone «la comparación, por la cual se
perciben las diferencias entre muchas intuiciones, la reflexión, por la
cual se comprende cómo pueden reunirse muchas intuiciones en una
esencia única, y la abstracción, o el acto de separar en estas diversas
intuiciones lo que es común a todas, y lo que es propio de cada una»,
infiérese de la importancia de estos actos del espíritu la dignidad de la
idea, y de la importancia de las ideas que constituyen el juicio, el grado
de desarrollo a que esta operación alcanza.
Concretando lo más posible diremos

431
Tratado de la Imbecilidad del País

(a) Que nuestros hombres, como en oportunidad lo hemos


probado: manifiestan en un orden que sobresalga de la costumbre de
conocimiento, o sea, de lo práctico de la vida que se relaciona con las
percepciones, no poseer, en grados correspondientes, las actividades
que constituyen una idea algo elevada, a saber: la abstracción, la
generalidad, y la reflexión.
(b) Que no poseyendo en el carácter expresado las actividades
antedichas que constituyen la idea, ésta no puede existir, tal como la
hemos definido.
(c) Que dado que no poseen ideas de ese género, pues que
simples observaciones y sensaciones, en el concepto de Spencer, no
merecen ese nombre (Principios de Sociología, p. 88),180 la operación
del Juicio debe ser muy reducida, pues los elementos que éste supone
no son otros que las ideas, con las cuales se encuentra en relación de
importancia.
(d) En consecuencia, puede afirmarse que es perfectamente lógico
que nuestros hombres, careciendo de ideas propiamente dichas,
manifiesten el juicio más ordinario; o mejor dicho, una actividad que
es al Juicio lo que la concepción a la idea.
Hemos descubierto en la mentalidad de los uruguayos dos
relaciones que llamaremos primarias, a saber, la de las actividades de
abstracción, generalidad y reflexión respecto a las ideas, y la de las ideas
con respecto al Juicio. Réstanos hacer constar que existe una tercera,
más importante aún que las antedichas. Atendiendo a su categoría, la
llamaremos segunda. La relación a que nos referimos no es otra que la
del Juicio respecto al Raciocinio, es decir a lo que se llama conocimiento
discursivo.
Así como un juicio se compone de varias ideas, un raciocinio
fórmase de varios juicios ligados por una unidad. Del mismo modo
que el Juicio se halla en relación de importancia con sus ideas, sus
elementos, el Raciocinio se halla en idéntica relación con los Juicios,
que lo constituyen. ¿De qué manera es el raciocinio en los uruguayos?
¿Cuál es su intensidad; cuál su valor?
Asunto éste muy fácil de solucionar. Infiérese naturalmente,
de términos conocidos. Siendo el juicio muy ordinario, por no
existir ideas dignas de este nombre, se arriba a la conclusión de que
el Raciocinio, que se compone de varios juicios, sea igualmente
ordinario; o para hablar con más propiedad, falso, como lo es el juicio
y como son las ideas. Entiéndese que con lo dicho me refiero a cosas
que traspasan el orden práctico, pues en esa esfera inferior, hasta el

432
Julio Herrera y Reissig

salvaje tiene raciocinio «que siempre que es natural suele ser la razón
misma».
El conocimiento propiamente mediato implica distinción de
principios y consecuencias, contrataciones, antítesis, lo que dice
Spencer, compatibilidades, o incompatibilidades.
Hablando más claramente: raciocinar es juzgar. Entre el juicio y
el raciocinio, como dice Amédée Jacques, hay sólo la diferencia de
una operación más simple a otra más compleja. Además es cierto lo
que observa Locke, que existen en el raciocinio dos facultades, «la
sagacidad para encontrar las ideas medias, y la facultad de inferir»,
de sacar conclusiones. Rabelais supuso la exactitud como elemento
notable de una facultad raciocinadora.
En suma, los uruguayos, incluso los intelectuales, que como hemos
visto revelan un juicio en germen, o rudimentario, propio de un
hombre que posee facultades inferiorísimas, como el salvaje, se eleva
apenas en el raciocinio, lo que se puede comprobar sometiéndolos
a la experiencia. Son incapaces de la menor especulación, en un
orden que sobrepase la práctica de cada día. Si la premisa es algo
estrecha, si hay algo que inquirir, si hay que deslindar las apariencias
de las realidades, para remontarse en lo futuro, para rasgar un velo,
para enunciar una predicción, en suma, como diría Augusto Comte;
para descubrir o para inventar, según dice Leibnitz, los uruguayos
muéstranse torpes; no dan un paso adelante, se extravían a cada paso,
no deslindan lo diferente de lo semejante; confunden todas las cosas,
efecto de su falsedad de juicio, que no clarifican, no caracterizan, no
definen, no llegan a la esencia de los seres de conocimiento, de que la
actividad de su espíritu es automatismo ciego.
Terciemos con un uruguayo de Universidad sobre historia,
ciencias económicas, política, filosofía; tratemos de que arribe a una
consecuencia; y se verán en un todo confirmadas nuestras afirmaciones.
Se palpará que su inteligencia, como la del africano, no sale ni puede
salir de la órbita de los sentidos, o que es incapaz de remontarse a
lo venidero. Saquémoslo de un orden que traspase las experiencias
vulgares, tratemos de que confirme la relación de dos proposiciones;
que demuestre su creencia en algo, que apoye lo que asegura, y se
hará patente la índole primitiva de su intelecto. El ensayo no podría
durar mucho tiempo; su espíritu quedará incapacitado para elaborar
pensamiento de un orden que no sea el más simple y condicional; pues
de otro modo enredárase en contradicciones; tropezase a cada paso
con dificultades, dará por real lo que es aparente, incurrirá en toda

433
Tratado de la Imbecilidad del País

clase de paralogismos, como suponer como verdadero lo que se busca;


tomar por causa lo que no es causa; enumerar imperfectamente;
juzgar de una cosa por su lado accidental; pasar de lo que es verdadero
por algún concepto a lo que es simplemente verdadero, etc., etc.
Por último el uruguayo, después de andar como un vampiro en
la sombra dando aletazos hacia todas las puntas del raciocinio, saldrá
probando una cosa que está fuera de la cuestión. En las polémicas
periodísticas, en los debates parlamentarios, en la autoría propagandística,
en los asuntos judiciales, en las discusiones de cada día de un individuo
con otro, será confirmado lo que decimos de nuestros hombres; que son
incapaces de elevarse un palmo en la especulación ideológica, sin hundirse
en el tembladeral oscuro de su falsa mentalidad.
Siempre puntos de partida absurdos, peticiones de principio,
incoherencias, puntos flacos, fallacia comparationis; sofismas de toda
clase, y esto de un modo inconsciente; con una buena fe de vírgenes,
con fluidez maravillosa, sin el menor artificio, de que son incapaces
nuestros uruguayos, pues, de otro modo no había lugar para llamarles
estúpidos.
De otro modo se puede formar idea de su poder raciocinador, por
el modo como inducen, para arribar por consecuencia a conclusiones
disparatadas. A los varios ejemplos que hemos aducido sobre
este particular, en otras partes de este capítulo, agregaremos más
adelante algunas otras, que convencerán a nuestros lectores de lo que
afirmamos; ejemplos que se refieren a los intelectuales; pues, individuos
del pueblo, no fuera extraño dada su ignorancia, que fueran incapaces
de la operación citada.
Se advierte, al caso, que todos los ejemplos particulares que hemos
aducido en el curso de esta obra tienen que ver con tales personas, con
la crème de la sociedad. De ese modo, nos libraremos de una objeción
muy probable: que en todos los países la inteligencia del vulgo es
más o menos limitada; que no se puede exigir de un hombre inculto
facultades algo intensas.
La anomalía, lo extraño, consiste precisamente en la ordinariez
mental de los llamados estudiosos, cuya psique, dentro de lo relativo,
poco se eleva sobre la del hombre incivilizado. Por lo demás, esto no
significa bajo ningún principio que el pueblo del Uruguay, o sea la
masa media, no sea de los más estúpidos del universo, cosa que como
hemos visto, y seguiremos notando, se palpa en las manifestaciones
colectivas de la nación uruguaya, de que depende en cierto modo, el
atraso general, y su ridículo, que está en vigencia.

434
Julio Herrera y Reissig

Con efecto, estas manifestaciones colectivas, por lo que se refiere al


partidarismo, o sea a la superstición política, suponen lo que se llama
inducciones prácticas. Cada partido juzga implícitamente hallarse
siempre en lo cierto, respecto a la moral de sus tendencias o al éxito de
sus programas, fundándose en la coincidencia de dos o más triunfos
en el gobierno durante distintas épocas, haciendo caso omiso de los
fracasos o malos acontecimientos que ese partido ha determinado, en
otras circunstancias.
Inducciones tan supremamente groseras no implican el menor
examen de causas determinantes en tal triunfo y en cual otro, y un
deslindamiento de lo real bajo lo aparente, y de lo diferente bajo
lo semejante. Hacen pensar, por el contrario, en un automatismo
opuesto a la reflexión, a una generalidad verdadera, y a una inducción
luminosa. Hablemos de esto más claramente. Los blancos dicen:
«nuestro partido es glorioso; sus tendencias son excelentes». Su
inducción es esta: «Berro ha sido un buen gobernante; Oribe ha
hecho cosas buenas en su gobierno; Pereyra fue muy honrado; cuando
nuestros hombres gobernaban, el país no tuvo deudas; luego, nuestro
partido es el camino a los destinos de la nación.»
¿Puede verse nada más falso que el citado razonamiento? Con
efecto, prescinden los nacionalistas de los actos malos de esos
gobiernos, y de otros de su partido; nada les supone que la experiencia
gubernativa los desmienta en muchas ocasiones, oponiéndose a lo
que ellos han dado como constante, como resultado de la bondad de su
idea.
Llevados por un fanatismo tan estúpido como mecánico, los rojos
igualmente dicen: «el gobierno de Suárez fue muy patriota; Flores ha
sido un héroe; la Cruzada es una gloria; la Defensa es un heroísmo;
luego, las tendencias nuestras son las únicas verdaderas; el partido
Colorado es el partido de la Verdad, de la honradez, del Progreso.»
Ni uno ni otro bando tienen en cuenta sus pésimos gobiernos, sus
crímenes partidarios. Los unos prescinden del vandalismo de Oribe,
la matanza de Quinteros, la tiranía de Berro; la base de su inducción
se halla constituida por los hechos que concuerdan favorablemente; la
consecuencia es la suma de actos buenos de su partido. Los malos se
dan por nulos en el raciocinio. Los otros no hacen caso de Paysandú,
de las vergüenzas de Latorre, Santos, y otros gobiernos.
Así de esta manera sientan como verdad lo que no es sino resultado
de una asociación falsísima; y a pesar de que día a día hechos contrarios
a su preocupación de partido debiera hacerles palpar lo erróneo de sus

435
Tratado de la Imbecilidad del País

creencias, ellos, avasallados por una seria impulsividad, no miran sino


lo que quieren ver; tienen fijo el pensamiento en la premisa anterior;
se cumple lo que un psicólogo dice: cuando una pasión, un interés,
reúnen la idea de un hecho a la de otro, se continúa la ligazón, a pesar
de que lo desmienta la experiencia.
Estos falsos raciocinios reinan en una buena parte de nuestro
pueblo por lo que se refiere a distintas supersticiones, a su creencia en
los adivinos, en las cartas, en los curanderos con palabras, en brujerías,
en muchos hechos que se anuncian de distintos modos.
Sabemos de muchas señoritas de nuestra sociedad que van a cada
paso a consultar a las adivinas por cuestiones de amoríos. Un abogado
muy conocido cree en las cartas, y se guía con entera buena fe por lo
que le anuncia el oráculo. No se crea que sólo la clase inculta es esclava
de supersticiones, de brujerías y de curanderismos esotéricos. Gente
muy distinguida, y que pasa por ilustrada, no oculta preocupaciones
tan groseras, y hasta pretende persuadir que está en lo cierto,
exponiendo algunos casos favorables a su creencia.
De ese modo inducen falsamente, no haciendo caso de los
resultados antagónicos que han dado otros experimentos. Ocurre con
esos uruguayos «que la imaginación completamente absorbida, sólo
echa de ver las circunstancias que aparentemente concuerdan con la
preocupación, y descuida todas las circunstancias contrarias.»
Vése por lo que antecede que el raciocinio de los uruguayos, en
manifestaciones colectivas, se halla de acuerdo con lo que afirmamos
sobre la ordinariez de su entendimiento en lo que se refiere al Juicio,
y a la operación más complicada que resulta de la serie en una unidad
de varios juicios.
Si completamos aún más el análisis, podríamos abonar a favor de
nuestro asunto consideraciones muy importantes. Hemos visto que la
operación de generalizar, en un orden que sobresalga de la costumbre
de conocimiento (pág 434), es muy limitada en los uruguayos, debido a
lo cual sus ideas no merecen este nombre. Ahora bien: la inducción
supone más generalidad que la idea, y que el mismo Juicio; es pues
una generalización vastísima, que extiende los datos de la experiencia.
Mientras la generalización, así llamada, no da más que conceptos, la
inducción recae sobre juicios»; y afirma, mientras la otra sólo concibe.
Infiérese de lo dicho la imposibilidad de que nuestros hombres se
remonten en el raciocinio, ya que apenas generalizan en un orden
que corresponda a verdaderas ideas. No se puede pasar a un escalón
más alto sin haber pasado antes por uno menos elevado. Se necesita

436
Julio Herrera y Reissig

gradualmente más potencia psíquica para formar un juicio que para


adquirir una idea, pues éste implica más generalidad, más abstracción
y reflexión que aquella. De igual modo, la facultad raciocinadora
que combina varios juicios supone, con mucho, más desarrollo de las
citadas actividades.
En consecuencia, puédese decir que es perfectamente lógico que
nuestros individuos no posean, sino dentro de un límite, la facultad
de raciocinio, ya que se hallan desprovistos hasta del sentido recto
(página 427), que es lo menos que se necesita para efectuar dicha
operación. Hay algo más todavía.
Hemos visto (pág. 429) que los uruguayos son escasos en sagacidad,
como así mismo en exactitud (medida); mejor expresado que casi
no poseen esas cualidades. Pues, bien, según Locke, existen en el
raciocinio dos cosas: la sagacidad para encontrar las ideas medias,
y la facultad de inferir o de sacar conclusiones. Valiéndonos de una
metáfora, podríase afirmar que los uruguayos no tienen más que una
pierna para marchar en el raciocinio, pues, a lo que se ve, les falta
una de las facultades que dicha operación supone. Esto no es todo.
También carecen de exactitud, elemento esencial, según Rabelais, de
una facultad raciocinadora.
El paralelo que en este análisis nos proponemos hacer, entre
el uruguayo y el salvaje, nos obliga, antes de aducir ejemplos, en
comprobación de lo afirmado, respecto al Juicio y al Raciocinio
de nuestros hombres, a volvernos hacia aquel último, (el salvaje)
haciendo algunas consideraciones sobre su mentalidad en lo que
respecta al punto que acabamos de desarrollar.
Según observaciones y testimonios importantísimos de distinguidos
exploradores, el hombre incivilizado, a la par que una extrema
facultad de percepción, manifiesta una absoluta inactividad de los
actos del espíritu propiamente intelectuales, de que se forman las
ideas, luego el Juicio, y por último el raciocinio. El hombre primitivo,
dice Spencer, no concibe las ideas generales; tampoco posee la
abstracción; es también incapaz de reflexionar; por fin, no tiene ideas;
es impotente para formar un juicio, y más aún para raciocinar. Vemos,
hasta aquí, que el uruguayo, punto más o menos, no se diferencia del
salvaje; sus caracteres son los mismos, más o menos acentuados en el
uno que en el otro, debido más que todo a la influencia del medio,
al trabajo de la educación. La ordinariez mental del uno respecto a
la del otro subsiste, no obstante las diferencias superficiales que los
separan; si la abstracción, la generalidad, y la reflexión no existen

437
Tratado de la Imbecilidad del País

en el primitivo, son reducidísimos en el uruguayo, y dejan de existir


en cuanto éste quiérese elevar sobre lo práctico de la Vida, sobre la
costumbre de conocimiento. De igual modo el Juicio y el Raciocinio, que
en el salvaje no se manifiestan, no dan señales de vida en el espíritu
de nuestros hombres en un orden algo elevado, que traspase la esfera
simple de la experiencia vulgar.
Por último, si nos particularizamos con la reflexión, y más aún
con la aptitud mental, que constituyen los elementos notables de
la facultad raciocinadora, nos encontramos con que ambas son
tan reducidas en el uruguayo como en el salvaje; como lo prueban
infinidad de manifestaciones de todo género, de las cuales hablaremos
a seguida. Dichas manifestaciones pertenecen a la totalidad y forman
un sinnúmero de caracteres de nuestro rebaño, de que hemos hablado
suficientemente en todo el curso de nuestra obra; a saber, falta de
aplicación, avidez de lo insignificante, superficialidad, habladurías,
placer del chisme, mal gusto intelectual, ineptitud para asimilarse las
partes constitutivas de los fenómenos, observaciones superfluas, y por
último, el desdén con que se miran las contingencias de lo porvenir, cuya causa
es el carácter relativamente impulsivo, que supone que el individuo se entrega a
los placeres del momento. Refiriéndose a estos caracteres dice Spencer, en
los Principios de Sociología:

El gusano, que carece de sentido especial de adquisición, se alimenta de


la corteza que contiene la materia vegetal en parte descompuesta; su canal
digestivo se encarga de absorber la escasa cantidad de alimento que puede,
y de expeler bajo forma de pequeñas masas vermiculares apelotonadas,
las partes no nutritivas. Los anélidos superiores, por el contrario, dotados
de sentido especial y de inteligencia, las abejas por ejemplo, eligen en
las plantas los jugos concentrados, y con ellos dan el sustento a sus larvas;
asimismo, las arañas chupan los jugos nutritivos ya preparados en el cuerpo
de las moscas que caen prisioneras en su tela. No necesitamos buscar en
los vertebrados inferiores un contraste análogo; bástenos decir que, yendo
del menos al más inteligente, se halla siempre una aptitud cada vez mayor
para elegir el sustento. Los mamíferos herbívoros, v. y gr., tienen por fuerza
que devorar en cantidades excesivas partes no nutritivas de plantas, al paso
que los carnívoros, por regla general más sagaces, saben escoger alimentos
mucho más nutritivos en menor volumen. El mono y el elefante, bien que
no son carnívoros, poseen facultades que aplican ambos para escoger,
cuando pueden, las partes nutritivas del reino vegetal. El hombre puede

438
Julio Herrera y Reissig

proporcionarse los alimentos de forma más concentrada; mas el salvaje, que


está a merced del medio en que vive, no puede hacer otro tanto. Nótese
también que el hombre más civilizado somete las sustancias nutritivas que
emplea a una preparación, mediante la cual quedan separadas las materias
inútiles; y hasta en la mesa despoja a muchos manjares de las partes menos
apetitosas, o que no han de ser digeridas.
Cito estos hechos, al parecer ajenos a nuestro asunto, con el fin de
poner de relieve la analogía que existe entre el progreso de la nutrición
del cuerpo y el progreso de la nutrición mental. Los tipos superiores de
inteligencia, como los tipos superiores del cuerpo, son más capaces de
escoger los materiales buenos para la asimilación. A la manera que el
animal superior se dirige en la elección de sus alimentos, y no come más
que las cosas que contienen bastante cantidad de materia organizable,
analógicamente la inteligencia superior, ayudada por una facultad, a la cual
daríamos el nombre de olfato intelectual, pasa por entre una multitud de
hechos que no son susceptibles de orga-181 [[…]]

182
[[…]] electricidad o la materia radiante; del famoso chisme
uruguayo, en el que toman parte desde el mozo de cordel hasta el
Presidente de la República; del chisme, que es arma de combate en
la Política y en los tribunales, en el hogar y en la plaza. Difícilmente se
hallara un pueblo más amigo de habladurías y cuentos; más ávido de
pormenores triviales.
Todo lo que a este respecto se diga resulta insuficiente. Entiéndase
que no es la masa del vulgo, la que únicamente se ocupa de roer como
el gusano la corteza de las cosas, de devorar en cantidad partes no
nutritivas, de absorber lo insignificante para expelerlo bajo forma de
un palabrerío insustancial, de una murmuración mecánica. El país
entero, los personajes de figuración, los universitarios, los del foro y
de la política sobresalen en este arte minúsculo de chismografía. En la
mesa, en el lecho conyugal, en el paseo, en el café, en el estudio, en la
oficina, en las antesalas del senado, en los gabinetes de los Ministerios,
en la sala del Presidente, el Chisme es soberano de las inteligencias;
nadie se ocupa de otra cosa que de rendirle homenaje. Bien puede
afirmarse que éste es el país del chisme. La Política es chisme; la
sociedad es chisme; el ejército es chisme; los negocios son chisme; la
Prensa es chisme; la Bolsa de Comercio es chisme; los médicos son
portavoces del chisme; el teléfono es su conductor continuo; las
bicicletas, son sus medios locomotores; Cupido es su padrino; las
iglesias sus escondites; las visitas sus diplomacias; sus caños intestinales

439
Tratado de la Imbecilidad del País

son los buzones; el correo es su aparato distributivo. Hasta la prensa es


chismosa, como puede juzgarse por el siguiente suelto, aparecido en
un diario del país, de los muchos que sólo se ocupan de habladurías y
delaciones:

Pedímosles encarecidamente a ciertas señoritas de Maldonado, y que


para más señas habitan una casa de la calle 18 de Julio muy al Sud de la
ciudad, que observen un poco de más moralidad cuando salen de paseo y
se hacen acompañar por cierto oficialejo del Piquete de guardia de cárcel,
porque si esto no se hace, nos veremos precisados a ponerle sus nombres
propios, y llegado a este caso, nos será muy doloroso hacerlo, por tratarse
de hijas de un distinguido miembro de nuestra sociedad, y que ocupa la
jefatura suprema de cierta oficina pública, y que también si se llegara a ese
doloroso extremo, tal vez se rozaría muy de cerca su epidermis, y al mismo
tiempo se las indicaría con el codo en el mundo social.
Hacemos esto a pedido de parte interesada, quien también nos
manifestó que si estas señoritas no corrigen su modo tan liberal, se verán
los y las concurrentes a la plaza de San Fernando obligados a no hacerlo,
por no presenciar ciertos actos non sanctos, y que son ofensivos para la
moral. Por el momento nada más; si no se corrigen, será otra cosa.

Fuera del chisme, manifiestan los uruguayos su ineptitud mental


y su manera irreflexiva en una serie de superficialidades, que ponen
su espíritu en relieve; exactamente las mismas a que hace alusión
Spencer, atribuyéndolas a seres raquíticos de inteligencia, incapaces de
analizar y sistematizar, que se elevan un punto apenas sobre el salvaje.
Con efecto, la inmensa mayoría de nuestros hombres vive en perfecta
ignorancia de los descubrimientos científicos; nada le importa los
análisis del psicólogo, ni las investigaciones del economista. Todo esto
es letra muerta para espíritus de tal jaez. Guárdasele aversión a todo
lo que no es fácil de digerir; la misma gente de título, los políticos,
los periodistas, son más bien refractarios a un conocimiento serio;
lejos de hallar un deleite en el estudio, se entregan a leer novelas, por
lo general de entretenimiento, revistas de emisión menor, cuentos
insignificantes, noticias de política, historias de batallas, cosas pueriles
que les diviertan, simples juegos de imaginación; lo único que se
acomoda a su escasa reflexividad.
Los hombres de profesión [[…]] han conseguido el título;
demostrando en ello [[…]] de niños alegres, al llegar las vacaciones.

440
Julio Herrera y Reissig

Es tal [[…]], que sabemos de un estudiante que hizo un auto de fe con


los libros del bachillerato apenas terminó su examen. El estudiante
decía, mientras quemaba las obras: «revienten, canallas, que me han
hecho sudar el quilo; a otro perro con ese hueso.»
Así como el salvaje tiene temor a lo que reclama esfuerzos de
su mente oscura, nuestros hombres, con rarísimas excepciones,
manifiestan idéntica actitud para las cosas que requieren el trabajo
consciente y dilatado de la cualidad fundamental de un buen espíritu,
es decir, de la inteligencia. Cuando por casualidad sale un hombre
como Carlos María Ramírez, Ángel Floro Costa o Julio Herrera y Obes,
que se alimentan de cosas sustanciales, que manifiestan conocimientos
científicos algo profundos, y en lo cual exhiben un desarrollo de la
facultad de comprender, todo el rebaño pónese de pie; la misma gente de
cátedra, los abogados, los médicos, los literatos, admíranles superiores;
tales personajes parecen monstruos en una sociedad superficial,
que no vive de otro pasto que el de insignificancias agradables, que
divierten la imaginación, que agradan a los sentidos; que ocupan la
memoria; que agitan los nervios de la sensibilidad; que competen a
facultades inferiores propias del hombre bárbaro. Aunque a dichos
hombres no se les acoja con simpatía, dase a entender que se les
venera, como si fueran dioses, de una […] sobrenatural, de un poder
sobrehumano, de una naturaleza radicalmente distinta a la del resto
de las personas que viven en el país alimentándose de patrañas, de
habladurías, malas lecturas, insulsos galanteos, asuntos partidarios, y
cuestiones de la familia.
Es asombroso que un país que se tiene por civilizado, que posee
universidad, y medios de adelanto de todo género, no produzca
inteligencias propiamente dichas; espíritus superiores dados a la
reflexión, al estudio, a los descubrimientos. Con todos nuestros
abogados, no abren un libro serio en toda su vida apenas salen de las
aulas para dedicarse a su profesión. A muy pocos les interesa la cuestión
social, la economía política, el derecho filosófico, la psicología. La nata
del país, bien se puede afirmar que, en lo que atañe a la inteligencia,
entretiénese en leer novelas, en saborear memorias de personajes; en
alguno que otro libro de historia, donde lo que más les gusta son las
batallas dadas por hombres notables, los acontecimientos trágicos, las
revoluciones y las intrigas.
Sobre esto mismo conviene que distingamos. Fuera de que los
novelistas algo profundos, o científicos, no gustan sino a muy pocos, y
de que la novela romántica por lo general es la que agrada, hay que ver

441
Tratado de la Imbecilidad del País

cómo leen nuestros individuos. La estética del libro no les importa; el


estilo es lo de menos; lo que se exige es un bajo entretenimiento. Aun
los que leen a Zola lo hacen porque gozan con los cuadros desnudos
que tal autor presenta; la cachondez de los lectores es lo único que
experimenta un deleite. Se prescinde absolutamente del análisis,
del valor propiamente literario de la obra, de la tesis que se plantea,
del procedimiento que se ha llevado. Lo que se quiere son cosas que
entretengan, que exciten la sensualidad de los lectores.
Por el contrario, las descripciones, la escultura de la forma, y sobre
todo los fundamentos científicos que algunos autores modernos
exponen en sus novelas, fatigan a nuestra gente; les obligan a dejar
el libro. Dicen por lo común «es cansado; fastidia; ¡cuesta meterle
diente!» Por lo demás, desde Balzac, Flaubert, los Goncourt, hasta el
mismo Zola, tienen poca aceptación en nuestro país.CXLII
De los aficionados a lecturas, son excepciones los que conocen más
de una obra de estos novelistas, que por su mismo rango reclaman,
de quienes los leen, esfuerzos de facultades algo elevadas, cosas que
como hemos dicho no se avienen con nuestros hombres, que son en
su mayoría completamente cerrados. Los novelistas que agradan, no
sólo a los políticos, sino a los intelectuales, a los hombres del foro y
de la política, son los antiguos entretenedores; los que sin ofender
ante su vista a la moral que ellos aman, hacen cabriolas inverosímiles
de fantasía; fingen hechos misteriosos, ofrecen en sus libros tramas
interesantes que espeluznan y enternecen a […] de esas que gustan
a las mujeres con preferencia. Es así que Dumas, Onhet, Feuillet,
Manteponi, Paul de Paul de Rêve, y otros autores por el estilo, agradan
sobremanera, y constituyen la única venta a ese respecto de las
librerías.
Las obras de la literatura modernísima, llamada decadentismo o
impresionismo, son absolutamente desconocidas en el país. Tales
poetas o prosadores quintaesenciados, que exigen de quienes los
paladean una fina receptividad, y un sensorio también muy fino, fuera
imposible que agradaran a espíritus ordinarios incapaces de analizar
una idea, de darse cuenta de un efecto, de entrever un símbolo bajo
la malla gaseosa de esos astutos extraños. Una que otra figura de ese
género, que se ha hecho en el país, ha caído en el hielo del desdén

CXLII
Recuérdase con este motivo que Carlos María Ramírez no gustaba del notable novelista
autor de Reconditè; y sí, por lo contrario, de algunos inferiores del pasado Romanticismo.

442
Julio Herrera y Reissig

más absoluto; o ha sido recibida con belicosa algazara. Críticos y


apreciadores de diarios han dicho que sus autores son locos.
En verdad sea dicho que no anduvieron descaminados, al calificar
de locos a los nuevos criollos decadentistas; porque no hay campo,
no hay emociones en el país para esa clase de literatura, propia de un
medio en extremo civilizado; y solamente a un loco puédesele ocurrir
empresa tan desatentada; luego, porque entre imbéciles, el hombre
de algún talento tiene que parecer alienado.
Como decíamos, las obras nuevas de la literatura moderna ni
siquiera se expenden en la librería, excepción de alguna que otra que
arriba por casualidad a lo de Barreiro.
[[…]] absolutamente ignorados. Por lo demás, muchos libros
de autores más contemporáneos, como de Anatole France, Samain,
Montesquieu, Armand Silvestre, Moreas, Verlaine, Mendés, ni por el
nombre se les conoce. Tales obras, que se expenden en Buenos Aires
y Rio Janeiro, donde hay mercado, buen gusto y público inteligente,
no vienen a Montevideo, porque en tal caso quedaríanse archivados
eternamente en los escaparates; media docena de ejemplares no se
venderían a buen seguro. Esto se induce de que obras más sencillas, y
de reputación más vasta, no han salido de las librerías.CXLIII
De las últimas obras de Loti, Samain, Pierre Louis y Mirbeau,
apenas si se vendieron media docena. Poco hay que agregar sobre
materia científica; pues producciones pertenecientes a los autores
más modernos en Psicología, Sociología, Economía Política, Lógica,
Astronomía, etc., es rarísimo que salgan de las vidrieras, y más aún
que se reciban en Montevideo. Nadie, como he dicho, se ocupa de
cuestiones serias que atañen al entendimiento. Es así que hay un
sinnúmero de autores, y de obras correspondientes, desconocidas
del mundo que se llama intelectual; entre los abogados y políticos
que abundan en esta tierra, hay muchos que no conocen a Darwin,
a Spencer, a Comte, a Henry George, a Nietzsche, a Hartmann, a
Schopenhauer, a Marx, a Dunant, a los antropologistas italianos y
alemanes, a los psicólogos escoceses. Otros hay que apenas han leído
una que otra obra de estos autores y creen pueden conocer a fondo las
teorías de sus escuelas.
Júzguese de la intelectualidad de nuestros hombres en que la
obra que se ha vendido más es el libro de cocina de M. Pascal. Luego,
almanaques con figuritas; revistas de modas para el sexo bello, obras

CXLIII En Buenos Aires tampoco los comprenden; los compran por vanidad.

443
Tratado de la Imbecilidad del País

para niños, libros elementales de estudio, pluma, papel y tarjetas,


constituyen la mayor demanda en nuestras librerías. Esto, y que no
haya en el país una sola publicación literaria, científica que valga, pone
de manifiesto nuestro ambiente intelectual; da la razón de que los
uruguayos no se ocupen sino de chisme, de habladurías políticas, de
vulgares entretenimientos, de asuntos de familia, de patrañas de toda
especie. Quererles dar una cosa más sustancial es, como dice Spencer,
lo mismo que pretender alimentar con carne a un toro.183
La falta de aptitud mental de nuestra gente se manifiesta aún en
muchas otras cosas; por ejemplo, en el modo que emplean para estudiar,
y en el concepto que tienen de la inteligencia. Se cree que todo consiste
en la retentiva, en el amontonamiento mecánico de leyes, fórmulas,
frases, versos, fechas, clasificaciones. Con frecuencia un jovenzuelo sale
papagalleando en un periódico sobre materias históricas, y es de verse
cómo derrocha fechas, acontecimientos, nombres, número de soldados,
proclamas, opiniones ajenas, sin comprender absolutamente a fondo lo
que le preocupa, sin emitir un juicio que se funde en la filosofía de los
hechos, en las leyes de la sociología, en el determinismo económico. Tal
apilamiento de cachivaches de memoria no implica de ningún modo
una inteligencia, en el sentido riguroso que debe darse a esta palabra. A
este respecto dice un psicólogo:

La inteligencia no es la facultad de conocer con todas sus aplicaciones, sino


la facultad de comprender, lo cual es muy distinto. Se pueden tener sentidos
excelentes, vista penetrante y fría, y no comprender lo que se ve: v. y gr., ser
incapaz para el dibujo, o para hacer experiencias sobre la naturaleza. Se puede
tener una memoria prodigiosa, y saber miles de versos, poseer catálogos de
insectos, conocer todas las fechas de la historia, y no comprender nada en
cuanto a los pensamientos, la naturaleza y los sucesos. Un hombre puede
poseer el caudal de todas las ideas fundamentales, sustancia, causa, infinito,
absoluto, no cometer ninguna falta en el uso de estas nociones, y ser no
obstante un espíritu limitado. El conocer es al comprender lo que la materia a la
forma, el cuerpo al alma, la letra al espíritu. Thiers, en su admirable retrato
del historiador, reduce todas las cualidades que debe tener a esta sola: la
facultad de comprender, la inteligencia. Con efecto ¿qué valen en historia
el colorido, la erudición, la moralidad, y todas las más bellas cualidades del
mundo, si no se comprenden los hechos?

Extremando nuestro análisis, hallaremos otra prueba de la


impotencia mental de los uruguayos en su mal gusto en cuestiones

444
Julio Herrera y Reissig

de arte, lo que debe interpretarse por ineptitud para comprender las


cosas algo complejas, para asimilarse materiales útiles, a su incapacidad
de analizar, de absorber elementos sustanciales, de descomponer, y en
fin, de alimentar su espíritu como es debido.
Prescindiendo que nuestros hombres aborrecen el arte nuevo en
todas sus manifestaciones; de que en pintura, como en escultura,
modas, arquitectura, ornato urbano, confort, se hallan en un grado
superior de atraso, el buen drama y la ópera intelectual no les gustan,
antes bien les desagradan.
Diversas compañías de alto rango que han tentado dar en Solís
algunas representaciones de arte simbólico tuvieron que marcharse
a otro destino, so pena de no tener ni para el viaje si continuaban
en Montevideo. Sudermann, Ibsen, y otros autores, no han tenido
la menor captación en nuestro público. Por lo demás, sábese que el
drama no es del gusto de los uruguayos. Análogamente, la Música
quintaesenciada de Wagner, Saint-Saens y otros autores modernos, no
agrada a la sociedad. Si pasamos a la música de cámara: Bach, Weber,
Beethoven, Liszt, Mozart, Rubinstein, Schumann, los autores de más
genio, cuya música exige cierto poder mental de interpretación, no
gustan sino a unos pocos, por lo regular gente del arte, extranjeros en
su mayoría.
La ciencia de estos autores, su metafísica oscura, su inspirada
profundidad, así como las tesis de los dramaturgos citados, la
gravedad de los diálogos, la desnudez de la acción, la extrañeza de los
personajes, el símbolo que a cada paso aparece, más o menos velado,
el proceso psicológico, son letra muerta para nuestros hombres; no
pueden, como he dicho, digerir este alimento.
En cambio son locos, deliran por la zarzuela, por los dramas
españoles, a cuya representación asiste en masa toda la sociedad,
aplaudiendo con entusiasmo las cursilerías sentimentales, los
chascarrillos infectos, los pasajes más inverosímiles, las más crasas
estupideces del canto y de la escena, estupideces que merecen de los
críticos teatrales de Montevideo, y de la prensa en general, grandes
tiradas de elogios.
Los éxitos de zarzuela, este género burdo, que se acomoda
perfectamente al espíritu de nuestra raza, son admirables. La Verbena
de la Paloma184 se ha dado más de 200 veces, con lleno absoluto,
bajo los auspicios de los catadores, que han llegado a comparar sus
melodías con la de las óperas más notables. Esto mismo ha sucedido
con otras piezas análogas, cuya música se ha puesto por las nubes,

445
Tratado de la Imbecilidad del País

parangonándola con las más selectas de autores célebres. El Último


Chulo185 alcanzó nada menos que a 88 representaciones consecutivas.
El éxito de estos trabajos puede afirmarse que estriba en lo
grosero y en lo cursi, en el chiste grueso, en la mímica payasienta
de los actores. Por lo demás, no hay compañía española que no
arribe, que no prospere a expensas de la intelectualidad artística del
Uruguay. Nuestros teatros se hallan constantemente ocupados por
esas compañías. Sainetes del mismo género han obtenido idénticos
favores. El Patio obtuvo un éxito famoso; Los Galeotes, de igual manera;
los Hermanos Quinteros186, artistas distinguidísimos en el concepto
de nuestra crítica, fueron durante mucho tiempo los ideales de moda.
Ni Sardou ni D´Annunzio hubieran obtenido semejantes ovaciones.
Como decíamos, muy notables compañías francesas e italianas
tuvieron que abandonar a Montevideo, faltando a sus compromisos.
La gente de [[…]] no asistía a sus representaciones; los palcos, las
localidades de platea se h[[…]] dos. La empresa Leiget Reiter es un
ejemplo de lo que decimos. [[…]] debut esta notable compañía, que
es sin duda alguna la más conocida [[…]] pisado nuestro escenario
alcanzó a vender 30 plateas y 5 palcos. Decepcionados con el salvajismo
de nuestro público, con la [[…]] levó anclas apenas pudo darse cuenta
de lo que era Montevideo, de la apt[[…]] de sus habitantes. Uno de
sus actores díjole a un reporter «Siento mucho ten[[…]] «Bello país
para mirarlo de lejos.»
Los éxitos teatrales son dignos de este público. A la Colón, una
artista casi mediana, se la ha elogiado por encima de verdaderas
notabilidades. Un crítico dijo de ella: «Amalia abarca todos los
géneros; canta como la [Bolinccione], y dice como Sarah Bernhardt.»
De La Toga Roja187, que como otros muchos dramas de verdadero
valor, que gozan de reputación universal, fue un fracaso silencioso,
decía este mismo crítico: la obra es mala. A Cirano de Bergerac, [[…]]
tragicomedia de Rostand, satirizóla este catador con unos malos
versos. Decía entre otras cosas que era un plagio de Don Quijote. Otro
crítico halló a Cirano un plagio de Tartarín. Por último, un abogado
muy distinguido decía con gran énfasis del valiente meridional: «Es
un Juan Moreira culto, con el alma de Santos Vega. Rostand lo ha de
haber tomado de alguna tradición americana.»
Puede juzgarse, por lo dicho, del gusto, como asimismo del juicio
de nuestros intelectuales. En tal concepto, no hay que extrañar que
se haya telegrafiado a París el éxito portentoso que obtuvo Ensalada
Criolla, particularmente con el terceto, ni hay que extrañar todavía

446
Julio Herrera y Reissig

que sobre Chopin, Beethoven, Rossini, Verdi, Mascagni, Massenet,


etc., las composiciones que más agradan al público sean, entre otras:
El Automóvil, Sobre las olas, No más lágrimas, el Vals con variaciones de
Metallo, La marche [Bra…], La Guirnalda, Chirimiri, la Mazorca de la
Verbena188, y todo el repertorio de los organillos y murgas callejeras
que hacen, a todas horas, el encanto de la población; o como dijo
un periodista, «ponen de manifiesto el talento filarmónico de nuestra
raza».
También se explica que la gente bostece en el teatro, cuando
se representa un drama de categoría, o una ópera que no está a su
alcance. A propósito, un joven muy aristócrata que en el estreno de la
Barrientos,189 y mientras ésta cantaba, se quedó dormido. Cuando se
le despertó, manifestóse asombrado. No supo lo que le pasaba. Por lo
demás, existen serios testimonios para afirmar que algunas personas
de la aristocracia que se tienen por inteligentes cabecean en el fondo
de los palcos. Entre éstos se cuenta, según se nos asegura, con un
miembro del Tribunal, muy admirador de Shakespeare.
No sería extraño que la poca gente que asiste al drama elevado y a la
ópera moderna, lo hiciera por vanidad. Tal inducción puede resultar
exacta teniendo en cuenta, como hemos visto, la primitiva rudeza
para comprender en materias de arte, y el archipésimo gusto de nuestros
hombres.
Si ascendemos un grado en el razonamiento veremos como resultan
lógicos, y prueban lo que inquirimos, ciertos matices de inferioridad
en las predilecciones de los uruguayos.
Con efecto, no es de extrañarse que la sociedad aborrezca de
todo grado el drama intelectual y la música elevada, pues en cierto
modo, uno y otro hacen pensar, demandan el esfuerzo de facultades
algo superiores, o bien exigen emociones nuevas que implican gastos
nerviosos. Puede decirse hasta cierto punto que hay que formarse una
nueva capa de inteligencia por encima y opuesta a la que se tenía, fruto
inferior de combinaciones existentes, que se produce de un modo fácil,
ya que los centros trabajan de una manera automática, «y no le cuesta
al individuo más trabajo pensar las representaciones y asociaciones
hereditarias que andar, comer y dormir». Es así que se acomodan,
según la demostración que ha hecho Spencer del desarrollo mental,
las relaciones internas a las externas; en caso contrario, no hay
acomodaciones; hay contraste, vale decir impotencia en el individuo.
Respecto a lo que tratamos, esto no sucede en el espíritu de
nuestros hombres. Si un uruguayo, el más inteligente, o si se quiere

447
Tratado de la Imbecilidad del País

el menos obtuso, tuviese la fuerza psíquica de un alemán del pueblo,


de un parisiense cualquiera, de un catalán vulgarísimo, de una ciudad
europea de relativa importancia, gustaría de esos géneros artísticos
de última moda. Pero como su inteligencia es muy limitada, tiene
que conformarse con el pasto más fácil de masticar. Es así que sólo
es accesible a la vieja melodía, que la comprenden hasta las arañas,
y a la ternura arqueológica que nació el mismo día que Eva se puso
a gemir.CXLIV La melodía, como la ternura, se refieren a emociones
heredadas, o experiencias ya hechas en una serie de antepasados;
no implican el menor gesto de ideación, mientras que como dice
un psicólogo «las representaciones nuevas, aún no organizadas
(comprendidas en la nueva literatura y en la armonía) tienen que ser
pensadas, favorecen la cogitación, demasiado penosa y demasiado
incómoda para organismos de escasa vitalidad.»
Esto explica algunos fenómenos que se relacionan con nuestro
medio sociológico, v. y gr. el odio que se tiene al arte complicado en
música y en poesía. Claro está que gente limitadísima, que no vive más
que de las emociones antiguas, que desconoce toda actividad de los
centros superiores de la conciencia, en suma, que siente pero no piensa, se
aferra con delirio, con mujeril fanatismo a lo que le causa placer sin gasto
del menor esfuerzo, a lo que es subjetivamente más agradable, a los
fósiles hereditarios, temiendo a cada paso que la cogitación triunfe
sobre la actividad automática, única de que es capaz que se le arrebate
el patrimonio de sus abuelos, y se quede a fin de cuentas en un mortal
desamparo.
De lo dicho se desprenden estas consideraciones: ¿Qué otro
alimento puédese dar a organismos tan débiles, qué versitos cursis,
acaramelados, de un pegajoso romanticismo, de esos que ofrecen
en nuestros periódicos continuamente, y que no serían leídos ni por
los colegiales en Europa, únicos que se acomodan a su emotividad
mecánica, modesto y sencillo para que los aparatos hereditarios
digiriesen sin mayor esfuerzo? ¿Qué otro manjar que musiquitas de
baile, por el estilo de las que hacen nuestros humildes compositores,
y que repiten noche a noche durante el verano las bandas de la
guarnición?
Revistuelas de menor cuantía, con cuentos y anécdotas para
mujeres, con versos dignos de habitar en el vientre de los confites;

CXLIV
Entiéndase que no me refiero a la melodía en el concepto que de ella tienen Wagner y
Schopenhauer, sino en el sentido usual.

448
Julio Herrera y Reissig

diarios en que se escribe de una manera sacrílega, sin arte, sin


novedad, sin erudición, que no se interesan por nada; diarios, en
fin, para almaceneros; ése es el único pasto que nuestra gente puede
digerir.
Al referirse Spencer a las inteligencias poco desarrolladas, que no
se ocupan sino de pormenores triviales, de habladurías y cuentos; de
hechos y hazañas de personajes de moda; de comentar los procesos
célebres y discursos; que no leen más que novelas de mal gusto,
memorias de hombres de poca talla, volúmenes de correspondencia
que son un tejido de patrañas, y uno que otro libro de historia donde
no ven más que las batallas, ha entendido por tales a los campesinos de
Europa, según lo dice más adelante.CXLV Pues bien, de 100 uruguayos,
99 no se elevan sobre este campesino; sus caracteres intelectuales son
idénticos. Eso es lo monstruoso, lo particular, el sello de anomalía de
nuestros hombres. Dice Spencer:

Para espíritus de tal jaez, incapaces de analizar y sistematizar, este pasto


es el único aceptable; querer darles una cosa más sustancial es lo mismo
que pretender alimentar con carne un toro.
Exagerad un poco esa ineptitud, agrandad la diferencia, suponed que
a la gradación intelectual que existe entre el hombre culto y el campesino
de una sociedad civilizada haya de seguirse otra del mismo linaje, y
tendréis la inteligencia del hombre primitivo. Predilección exagerada por
los fenómenos insignificantes; prurito por los hechos de escaso valer, que
no sirven para sacar conclusiones provechosas; tales son los caracteres del
espíritu salvaje.190

¿Qué dicen de esto los uruguayos? ¿Se atreverán, en presencia de


lo que afirma Spencer, a poner en duda lo que hemos dicho en el
curso de nuestra obra de que respecto a intelectualidad se hallan a un
paso del hombre bárbaro? ¿Acaso dudarán de que no se elevan sobre
el campesino? ¿Podrán seguir creyendo que su espíritu corresponde
al de un europeo de las ciudades? ¿Juzgaranse todavía poseedores
de una inteligencia propiamente dicha? ¿Querrán tener literatura,
ciencia, política, sociabilidad que tales nombres merezcan? ¿Aspirarán
a deslumbrar al mundo con un genio, con un inventor, con un artista?
Creemos que no.

CXLV A propósito de esto, se sabe de muchísimas personas que compran los diarios
sólo por leer las sociales, para enterarse de las defunciones, los crímenes y los enlaces.
¿Harían esto los campesinos?

449
Tratado de la Imbecilidad del País

Deben pensar que a un poco más de su ineptitud se halla la


inteligencia del primitivo, cuyos caracteres, como hemos visto, son
casi idénticos a los suyos. Así en lo que respecta a la inactividad de
la reflexión y a su falta de inteligencia, vemos que el uruguayo, en el
grado que corresponde, confúndese con el salvaje.
Establezcamos ese paraleloCXLVI
1.o: El uruguayo, como el salvaje, «manifiesta predilección por lo
insignificante; prurito por los hechos de escaso valor que no sirven
para sacar conclusiones provechosas»;
2.o: No piensa ni más ni menos «que en aquello que conviene
inmediatamente a sus necesidades materiales de cada día», como el
indio del Brasil, según advierte Bates;
3.o: «su inteligencia parece no salir de la órbita de los sentidos, ni
ocuparse en otra cosa que en el presente», como la del Africano según
Burton.
4.o: No generaliza en un orden algo elevado «semejante a los
damaras quienes, según Burton, «jamás generalizan».
5.o: Juzga de las cosas como las ve ante sus ojos, no en sus causas o
en sus consecuencias «como el Beduino» según Palgrave.
6.o: Ostenta cierta viveza, cierta astucia ratonil, cierta penetración,
cierta facilidad, mas esta aptitud es sólo para las cosas de poca
monta, para asuntos superficiales de la vida práctica; la misma de
ciertos pueblos incivilizados, los tahitianos, los naturales de las islas
de Sandwich, los javaneses, los sumatrenses, etc., que ostentan en lo
que se refiere a cosas sencillas, penetración, sagacidad y hasta una
inteligencia aguda.
7.o: En consecuencia los uruguayos, como ellos dicen, no se
duermen en las pajas; hablan bien sobre menudencias; se las echan
de filósofos, como Sancho, aunque suelan caer muy a menudo,
como el personaje de Cervantes «desde la cima de su agudeza al
abismo de su simplicidad»; tienen facultad para hacer versitos, con
sus correspondientes metáforas; suelen ser verbosos; hay algunos,
y éstos son los más inteligentes, fáciles de pluma para escribir sobre
vulgaridades de política, para gacetillar sobre distintas cosas; por
último, fingen charadas y cuentos; chascarrillean; los que estudian
aprovechan bien su memoria para hacerse pasar por talentosos; hay
quienes son astutos, viveurs; por último existen genios en materia de
espionaje. Del mismo modo, según Ellis, los tahitianos, los javaneses, y

CXLVI Todo lo que se avisa en este paralelo de nuestros hombres lo hemos demostrado
en diferentes capítulos, y lo seguiremos probando en el resto de este análisis.

450
Julio Herrera y Reissig

sobre todo los malgaches muestran con ventaja esas condiciones. Mas
la aptitud en cuestión es sólo para las cosas sencillas. «Los hechos, dice,
las anécdotas, las metáforas, los acertijos, las fábulas relativas a objetos
sensibles, sencillos, son al parecer la base de sus ejercicios mentales».
Por lo demás, estos mismos indígenas son tan limitados en cosas
algo superiores, que sobresalgan de la costumbre de conocimiento,
como cualquiera de nuestros hombres; son igualmente como el resto
de los salvajes, como el campesino y como el uruguayo, incapaces de
reflexionar. Dice Spencer: «un ejemplo de que es general entre las
razas inferiores esta carencia de facultad de reflexión, es el aserto del
Doctor Pickering, quien, tras de repetidas tentativas, no ha hallado
más que un pueblo salvaje, el fidgio, que razone, y con el cual se pueda
seguir una conversación.»191
Hemos visto que los uruguayos no pueden ni podrían poner el
raciocinio en esfera que traspase el orden más ordinario, por ausencia
de condiciones indispensables a la actividad citada. Hemos probado
la falta de esos elementos y del Raciocinio, con detenido análisis del
espíritu de nuestros hombres en todo cuanto se manifiesta, fuera
del trámite vulgar de la razón práctica. Hemos descubierto en su
mentalidad las relaciones negativas entre sus no facultades, ascendiendo
por grados desde la abstracción, genialidad y reflexión, hasta las ideas;
desde las ideas hasta el Juicio; y desde el Juicio hasta el Raciocinio.
Hemos entrado luego en esta actividad, y ahondando más el análisis
de las condiciones esenciales y lejanas que la constituyen, conclusiones
en que nuestros hombres no tienen en el orden ya indicado, juicio,
sagacidad, exactitud, espíritu abierto y reflexión, y por consiguiente,
facultad raciocinadora; que en ordinariez intelectual no se diferencian
del campesino europeo; y que guardando las proporciones, son
idénticos al salvaje, quien como he visto no posee ninguna de las
condiciones de un buen espíritu; es incapaz de raciocinar.
Por último, en un examen de las manifestaciones colectivas y de
algunas particulares, como asimismo del modo como se observa que
se pronuncian los uruguayos, palpamos lo que habíamos afirmado en
la página 434, es decir, la ausencia del raciocinio, o la falsedad de esta
operación, por no existir, como se comprende, las actividades más
inferiores o adyacentes de que se forma, o que coadyuvan al acto de
raciocinar.
No obstante, sería deficiente nuestro análisis si no apoyáramos
lo demostrado sobre la ausencia de raciocinio en el espíritu de
nuestros hombres, con ejemplos, que sirvan a los lectores de pruebas

451
Tratado de la Imbecilidad del País

elocuentísimas. En la página 435 dijimos, después de haber hablado


del modo como induce nuestra gente, para arribar por consecuencia a
conclusiones disparatadas: «A los varios ejemplos que hemos aducido
sobre este particular en otra parte de este capítulo, agregamos más
adelante algunas otras que convencerán a nuestros lectores de lo
que afirmamos; ejemplos que se refieren a los intelectuales, pues
individuos del pueblo no fuera extraño, dado su ignorancia, que
fueran incapaces de la operación citada.» Henos pues, en el caso de
aducir esos ejemplos, lo que equivale a reforzar nuestras afirmaciones
de una manera más concreta, valiéndonos para ese fin del testimonio,
de la observación en que se apoyan actualmente los sociólogos más
distinguidos.

Pruebas individuales que incumben a lo expuesto


en este capítulo sobre la falsedad de Juicio y de
Raciocinio en los uruguayos
Discutíase con un Montevideano acerca de la misión que tienen en
el mundo los anormales evolutivos. Un extranjero defendía con calor
la hipótesis de Ferri, diciendo entre otras cosas: «Casi todos los genios
son anormales; el mismo acto de la creación es una anormalidad. La
antropología tiene que arribar forzosamente a la conclusión de que
la obra del progreso se debe en todas las épocas a los desequilibrados.
Todo progreso humano y social, lo dice un sabio, es obra de los
anormales.» «Eso es un desatino —repuso el uruguayo—, porque si
el progreso fuera obra de los anormales, sería una cosa anormal; los
locos no pueden hacer sino locuras.»
Censurábase que al drama se fuese de media gala, y no a la ópera,
dándose a entender con eso que la etiqueta era sólo para la música. Se
decía: «ése es uno de los caprichos más arbitrarios de la imbecilidad del
país; en ninguna parte del mundo se ve cosa tan fuera de razón.» Un
uruguayo de la aristocracia salió a la defensa de la sociedad, diciendo:
«Yo encuentro muy lógica la moda que Vd. critica; el drama es un arte
simple; en la ópera hay muchas cosas; por eso mismo merece frac.»
Hablando de nuestro Código Civil, absurdo y autoritario, decía un
joven: «la mujer no tiene derecho a administrar sus propios bienes;
sin consentimiento del marido, la mujer no es propietaria; se le niega
el derecho de lo que le pertenece.» Un uruguayo que lo escuchaba,
opinó de esta manera: «claro, la cosa se comprende, así es y será toda la
vida; la mujer para el hogar, para sus hijos; la mujer que se metiera en

452
Ca-
ricatura del Dr. Alberto Palomeque, uno de los personajes criticados por Herrera en su
Tratado de la Imbecilidad del País

tales cosas dejaría de ser mujer; una señora pierde mucho en el manejo
de ciertos asuntos que sólo incumben al hombre. El Estado debe velar
por conservar a la mujer bien femenina. Está contra la naturaleza,
contra el honor, contra las leyes sociales, una mujer echando firmas
aquí y allá por cuanto juzgado existe. Yo creo que el Código Civil a ese
respecto no puede ser más razonable.»
Hallando de que nuestras viñas están todas filoxeradas, y que el
vino recuerda al agua, a causa de la debilidad de la tierra, de nuestras
uvas neurasténicas, dulzonas, femeninas, sin espíritu, lamentaba
un extranjero el fracaso de una industria tan importante como la
vinícola.192 Un uruguayo le rebatió en los siguientes términos: «Lejos
de ser una calamidad para el país lo que Vd. dice, es al contrario
una fortuna. De ese modo no habrá borrachos; el vino flojo no hace
daño a nadie. Sería una suerte para Europa, donde se cuentan tantas
víctimas del vicio, que la tierra fuese débil. Por lo demás esta probado
en sociología: que disminuyendo la ebriedad aumenta la riqueza, pues
hay más brazos para el trabajo.»
En la práctica política se suceden continuamente los actos más
ridículos, que ponen de manifiesto la falsedad de juicio en los
gobernantes. No ha mucho que por una presunta conspiración el
Presidente Cuestas se apoderó de varios ciudadanos, de quienes se
sospechaba. Un alto funcionario leía al señor Cuestas la lista de los
conspiradores, a quienes deberíase conducir a la Fortaleza. Al llegar
al señor Don Duncan Stewart,193 interrumpió el presidente: «No,
Duncan está muy viejo: lleven al hijo, que es lo mismo»; y acto continuo
escribió, con un lápiz rojo, el nombre de Diego Stewart, que horas más
tarde era conducido al Cerro.
Finalmente en la Oratoria, no menos que en la Política, puede verse
al desnudo lo que afirmamos respecto a la carencia de raciocinio en
los intelectuales. Un joven Danton, de interesantes melenas, con fama
de filósofo y de elocuente dio, no ha mucho, una conferencia sobre
Política, a la que asistió toda la juventud del partido rojo, mereciendo
los aplausos más entusiastas de la Prensa y de los literatos. Decía la
gente del orador, días antes de la conferencia, «hace 5 años que no
habla, esto mismo va a hacer que hable mejor que nunca; ¡Qué tigre!
¡Es sin duda nuestro primer filósofo! ¡Vean Uds. qué lógica a lo Pitt!
¡Qué inflexiones a lo Veigniaud! ¡Qué ademanes a lo Barbarrose! ¡Qué
vuelos a la Mirabeau! ¡Qué apóstrofos demostenianos!» Sin exordio
ni cosa que se pareciera, comenzó nuestro uruguayo su discurso tan
ponderado. Alabó la filosofía de la Historia; elogió a Littré; citó a

454
Julio Herrera y Reissig

Carlyle, habló sobre el Porvenir; convocó la religión del amor sobre


las ideas, dando a entender que se apoyaba en Renan; luego se exaltó,
proclamando la guerra a muerte a los enemigos de su partido; hizo
alusiones a los filósofos protestantes, y de ahí pasó a la metafísica más
oscura. Se mostró crédulo y confiado en el porvenir, no obstante ser
discípulo de Schopenhauer; escupió sereno sobre Cuestas; habló a
favor de la calma contra las divisas y los rencores, se enfureció poco
a poco contra los blancos; después elogió la honradez de Cuestas, y
dijo que ésta no era sino un mérito relativo, pues que el bienestar de
un pueblo no dependía de los factores económicos; habló después
contra el utilitarismo, no obstante haber elogiado a los positivistas
y a las modernas tendencias; dijo también que el erotismo podía
estar supeditado al vientre, después de haber optado por el Imperio
de la Razón y de la Experiencia; por último, se dirigió a la juventud
y dijo, proclamándose que se olvidaban las figuras retiradas, que las
mediocridades eran dueñas del gobierno, en lo que se mostró muy
enojado. Apaciguose de repente; tuvo chispazos de alegría, confiando
en ciertas cosas risueñas, y concluyó conmovido, con inflexiones
melancólicas, diciendo que se encontraba en la edad en que Lord
Byron se despedía de la juventud con sollozos inmortales.

455
La inteligencia del uruguayo
como producto del medio
Estagnación mental. Quietud primitiva de las creencias. El
horror a lo nuevo. Misoneísmo.194 La Concepción de Verdad
es muy reducida. No hay escepticismo ni crítica filosófica.
Falta de originalidad. Imaginación reminiscente. Falta de las
condiciones, etc. Espíritu imitativo -no hay creación en el
arte ni en las costumbres. El cerebro grafofónico de nuestro
pueblo es semejante al de los salvajes.

Dice el autor de Principios de Sociología:

Como el medio en que se agita el hombre primitivo es de tal condición que


las relaciones que sostiene con las cosas están relativamente limitadas por el
espacio y el tiempo, así como por la variedad, las asociaciones de ideas que forma
son poco susceptibles de alteración. A medida que las experiencias, ora propias,
ora ajenas, recogidas en más vasta esfera, se hacen más heterogéneas,
las primeras nociones estrechas adquiridas a la sazón que no existían
experiencias contradictorias, se hacen más plásticas, y entonces es cuando
las esencias son más modificables.

Siempre que se establezca un paralelo entre el primitivo y el


uruguayo, preciso es tener presente un criterio de relatividades
equivalentes, sin el cual no hay comparación que resulte lógica. En
este punto de nuestro análisis, es necesario considerar lo distinto que
es el medio en que se agitan ambos, no obstante la semejanza relativa
en la invariabilidad de las costumbres, en la monotonía del mecanismo
social, en el límite homogéneo de las correspondencias, de lo que se
deriva una pobreza monótona en el trabajo del pensamiento.
El hombre incivilizado es un producto de la oscuridad del medio; sus
relaciones con las cosas están limitadas, como hemos visto, por el tiempo
y el espacio; sus experiencias son tan simples como iguálitas. Así mismo,
es indudable que nuestros hombres en sociedad son el fruto legítimo
de un medio primitivo, cuyos aluviones inmigratorios, de una crasa
ordinariez, constituyen un receso intelectual agudamente acentuado.
Las correspondencias que mantienen nuestros elementos
híbridos con las cosas tienen por valla, lo hemos probado, el tiempo,

456
Julio Herrera y Reissig

la variación, y el espacio. No existiendo relaciones de futuro que


merezcan este nombre, ni cambio de perspectivas, ni nada que no
implique un familiarizamiento consuetudinario de la mentalidad con
imposiciones monótonas y continuas dentro del círculo empírico de
los hechos particulares, las asociaciones de la idea resultan lógicamente
poco susceptibles de modificación. Sólo una heterogeneidad de
experiencias propias y ajenas de índole contradictoria, recogidas en
un exterior más vasto, podrá hacer más susceptibles de cambio las
nociones rudimentarias de nuestra gente, y en tal caso resultarán
sus creencias más modificables, reorganizándose el orden de la
evolución.
Lejos de los uruguayos las curiosidades expectantes del intelecto
susano, las ventilaciones de la psique perfeccionada, el acomodamiento
a su carácter y al organismo social, de las corrientes traslúcidas que
emanan de otras esferas. Su instinto de circunscripción y de quietud
timorata; su índole disyuntiva; su impavidez conservadora; la
tendencia a la homogeneidad, se oponen absolutamente a los vínculos
integrativos, a la admisión del pensamiento extranjero.
Hoy como hace media centuria, la potencia refractaria lucha
contra la Europa; el viento de las ideas y de las grandes pasiones
que se baten en los teatros más cultos no puede flanquear el muro
de localismos aborigen que defiende con tenacidad el espíritu
de nuestro pueblo. En medio del fragor universal que produce el
desmembramiento de sistemas y legislaciones, el entrevero de los
fluidos anímicos, de las tendencias mentales, el derrumbe de lo que
se aplasta y de lo que triunfa, el Uruguay es un pantano lúgubre de
política trasnochada, de costumbres pastoriles, de trivialidad eglógica,
de prácticas empedernidas; un cementerio de campo donde se adora
morbosamente los manes de dos caudillos.
Nadie da un paso adelante; la sociedad es un rebaño homogéneo
que marcha paso a paso por las sendas más trilladas, al son de
las antiguas esquilas. El uruguayo, como el hombre primitivo, es
conservador en alto grado, para lo cual tiene un entusiasmo de
conserje de Museo. El horror a variar, que dice Spencer, lo estrecha en
los rediles de las experiencias ordinarias. «Esta aversión a la novedad es
el carácter del hombre incivilizado. Su sistema nervioso, más sencillo,
pierde más pronto la plasticidad, y se incapacita para acomodarse
a nuevas maneras. De ahí resulta una adhesión inconsciente a las
costumbres establecidas». Esto explica el odio de nuestro pueblo, odio
ínsito, irresponsable, casi de bestias, a los hombres originales, a los

457
Tratado de la Imbecilidad del País

que emprenden innovaciones, a los que se distinguen en sus prácticas


y en su carácter de la obtusa totalidad. «Según Tylor, los Africanos
muestran un odio selvático a toda innovación, castigando con una
multa a los que emplean en su trabajo las usanzas europeas.»195 «Yo
soy blanco hasta la muerte»; «soy y seré colorado, como lo han sido
mis abuelos», exclaman nuestros hombres. Dicen los negros huras:
«Queremos hacer lo que han hecho nuestros padres».196 No hay en
esto diferencia entre los salvajes y nuestros hombres.
En el concepto de los uruguayos, el que varía en sus modos de
pensar es un miserable tránsfuga; un descarado traidor; o bien dicen del
hereje: «se ha enloquecido».
Ellos no ven, en el cambio, la conquista de una idea que antes
no se tenía, la marcha hacia la verdad por el camino de la reflexión,
que se pasa de la noche a la mañana, como dice Michelet. Cuando
se reprochó a Victor Hugo que hubiese cambiado con frecuencia
de ideas políticas y filosóficas, dijo serenamente el genio de La
Leyenda: «He cambiado, he subido; he dominado otros horizontes,
otros panoramas; voy en marcha a la Verdad; el hombre que piensa
como pensó, ¿qué ha podido comprender, qué le ha enseñado el
pensamiento?» Sólo el salvaje no cambia, porque no ve nada de nuevo;
es incapaz de subir un tramo de la evolución. «El que deje nuestras filas
es un puerco»; «Firme hasta que me trague la tierra.»; «Viva por los
siglos de los siglos esta divisa»; «A la horca los veletas», son los gritos de
una turba millonaria de hombres y mujeres aferrados a las creencias
históricas de que Rivera y Oribe han sido y serán los salvadores de la
Patria, los Mesías eternales de la Humanidad, aquéllos en quienes el
mundo tiene fija la atención, y sin los cuales no se concibe ni gloria ni
adelanto.
Y no tan solo en política y en hábitos sociales, sino en distintas
especulaciones de la inteligencia, los uruguayos se manifiestan
rocosos, inconmovibles, momias, estacas de razonamiento, peludos de
la convicción. No hay quien les pueda mover el seso. Ni Aristóteles, ni
Bhuda podrán hacerles variar. Son ciegos que no quieren ver. Ellos
jamás se equivocan; siempre se hallan en lo cierto. A semejanza del
indio crik, quien según Spencer, se ríe estrepitosamente cuando le
proponen «que altere costumbres y géneros de vida desde hace tiempo
en vigor», los uruguayos se mofan, hasta caerse de hilaridad, cuando
se les habla de las doctrinas sociales, del anarquismo científico, de las
nuevas inducciones de la Psicología, de las ciencias económicas, de
la socialización, del amor libre, del problema del trabajo, del sofisma

458
Julio Herrera y Reissig

legislativo, de la barbarie judicial, de la Criminología, de la sugestión,


de los fenómenos telepáticos. Para ellos, ser rojo o nacionalista es
sólo hallarse en lo cierto. Lo demás es todo un sueño ridículo de
charlatanes, de pobres desequilibrados.197
Esta necia seguridad, este quietismo impertérrito, esta firmeza
pétrea de arquitectura pelasga, que se la elogia llamándola constancia,
es un signo inequívoco de estagnación de la mente, de ascético
sedentarismo, y constituye una prueba del aislamiento intelectual en
que viven nuestros hombres198 respecto del mundo civilizado; de su
tosca mecánica primitiva, de que sus vibraciones cerebrales difieren
poco de la acción refleja, de que se representan los hechos ni más ni
menos que como el salvaje. Lo afirma Spencer donde dice:

Cuando las creencias son inflexibles, inquebrantables, que es carácter de


inteligencias imperfectas, la correspondencia con el mundo externo es menos
lata, la representatividad de los fenómenos es escasísima, y la inteligencia
dista menos de ese estado mental inferior, en el cual las impresiones causan
invariablemente los movimientos automáticos.199

El horror a variar, o misoneísmo como llama Lombroso a esta


espantosa aversión contra lo nuevo, asume en nuestras gentes
proporciones fenomenales. Sabido es que esta hostilidad es más aguda
en los salvajes, en el niño y en el animal, y se la encuentra en mayor
o menor grado proporcional a la estupidez de los individuos. Tal
espanto en nuestros hombres por una cosa cualquiera distinta de la
que existía, que provoca en ellos sensaciones desagradables —o como
dice un psicólogo— convulsiones atávicas, es una prueba explícita de
la ordinariez de su intelecto, enlazado como un muérdago a las rutinas
más seculares. Agregaremos a los citados algunos otros ejemplos que
demuestran hasta qué punto llega el misoneísmo de la nación —el
cual puede ser comparado al de los hotentotes, al de los sumatrenses, al
de los negros huras y al de los dayakos, que según Tylor se enloquecen
en cuanto ven algo que les desagrada.
Se cita el caso de un caballero que es aborrecido de todo el mundo,
nada más que porque viste de un modo personal, sin sujeción a los
reglamentos de las sastrerías. De este caballero se expresaba un
uruguayo: «es el tipo más repugnante que dar se puede; con sólo verlo
se me revuelven las tripas.»
He dicho que nuestros hombres odian todo lo nuevo cogitacional,
que son, como diría un psicólogo, «enemigos del Progreso y sostén

459
Tratado de la Imbecilidad del País

de la reacción en todas las formas y materias; que permanecen


apasionadamente ligados al pasado y a la tradición, y consideran lo
nuevo como una ofensa personal, reproduciendo servilmente lo que
han visto hacer.» También he dicho que esto se explica porque las
nuevas ideas «exigen esfuerzos para pensarlas, y todos los esfuerzos son
dolorosos», más en una masa como la nuestra, cuya vitalidad supera
apenas a la del salvaje. En arte, en política, en ciencia, en sociabilidad,
hemos visto que lo nuevo siempre sucumbe, ahogado por la rancia
actividad de lo pretérito, que ha tomado posesión del organismo de
nuestros hombres.
Una prueba de que «no pueden encontrarse a gusto sino en
condiciones hereditarias», se halla en que los viajeros que van a Europa
sufren con la nueva vida a que se ven sujetos. El nuevo ambiente los
tortura, porque les arranca de la concha atávica en que han vivido,
porque en cierto modo los obliga a adaptarse a situaciones a que se
opone vivamente su organismo, «para las cuales no están dispuestos ni
su cerebro, ni sus nervios.»
Dichos viajeros regresan al poco tiempo, fatigados, rabiosos de lo
que han experimentado. Cuando se les pregunta acerca de los países
que han visto, responden por lo general: «¡Qué corrupción espantosa;
es para volverse loco! Aquello enferma de repugnancia. No se conoce
honradez. Muchos edificios portentosos, mucha gente, casas muy
lindas, nuevas experiencias; un mundo de maravillas, pero cansa,
aburre. Está bueno para estar uno o dos días y volverse a Montevideo.
Las costumbres son lo más raras; uno se encuentra perdido, así como
en un manicomio. La gente no es franca; las señoritas de la sociedad
no pasean en las plazas; no hay una calle Sarandí. Para conocer a la
sociedad se necesita ser muy rico, tener título de nobleza. Las mujeres
todas tienen amantes. ¡Qué escándalo! Había momentos que yo
hubiera dado mi vida por no haber ido a esas Capitales. Y después,
cuánto barullo, demasiada agitación para un hombre, no se habla sino
de anarquistas, de crímenes, de adulterios, de robos. En Montevideo
da gusto, no hay nada de eso. Me he convencido que para vivir no hay
como Montevideo.»
A propósito, un intelectual elogiaba a nuestro país, diciendo: «ésta
es una tierra en que no sucede nada: da gusto vivir aquí.»
Algunos touristas se han dado vuelta en mitad de sus itinerarios.
Interrogados al respecto, dicen por lo común: «Con lo poco que he
visto, ya estoy harto; aquello es una batahola, capaz de enloquecer al
más juicioso; me dolía la cabeza de tanto movimiento. Todo es distinto

460
Julio Herrera y Reissig

a lo que pasa acá. Estaba mareado continuamente, me parecía no


hallarme en el mundo. Nunca veía la hora de estar en mi casita. Allá la
gente no sabe ni quiénes son los uruguayos ¡Qué ignorantes! ¡Y se dice
gente ilustrada!»
Por lo general, los uruguayos que van a Europa se enferman en
cuanto desembarcan, y permanecen en cama la mitad del tiempo,
lamentando no hallarse en su querida aldea. Un abogado que
estuvo en París decía: «lo que más extrañé fue el Cerro; cada vez
que abría los balcones de mi cuarto y no podía ver la fortaleza, me
desesperaba horriblemente.» Otro intelectual llegó a París el 14 de
Julio, y lo primero que hizo fue meterse en la cama. A las 4 de la tarde
viniéronle a despertar para que presenciase el desfile de las tropas,
que se presumía fuera impresionante. El uruguayo, desperezándose,
respondió: «déjenme dormir, ¡estoy harto de veinticincos de agosto…!»
200 Con frecuencia se da el caso de un meeting social de burlas a un

extranjero que lleva sombrero verde o sobretodo hasta los tobillos. La


gente se enfurece, los paseantes avinagrados insultan a la indumentaria
en la persona de quien la luce.
De un joven uruguayófobo, que vestía con cachet, que ostentaba
ciertas prendas originales en su moderno atavío, decían en coro
nuestros avispones: es un imbécil, un loco lindo; con una pateadura
se le quitarían todas las zonceras; con semejantes mamarrachos insulta
a la sociedad, ofende nuestra cultura. Son varios los dandys que han
desfilado por una avenida de risa, que han sido casi silbados por
distinguirse en sus elegancias de la estúpida totalidad. Tales personas
se han atraído con unas polainas, un frac o una corbata, la aversión
de nuestro rebaño, de los trilingües filisteos, de los arquetipos de
imbecilidad que pululan por nuestras plazas, de los literatoides
bambarrias, y de las mujeres que en nuestro país, más que en la
Cafrería, consideran lo nuevo como una ofensa inaudita a la dignidad
de sus personas y a la aristocracia de su buen gusto.
Un caballero es aborrecido de todo el mundo, nada más que porque
viste originalmente, sin sujeción a los reglamentos de las sastrerías,
porque ostenta sombreros a lo Gales, chalecos de Nabab y corbatas a lo
Chantilly. De este caballero se expresaba un montevideano, ingenuo
como la leche: «es el tipo más antipático que dar se puede; con sólo
verlo se me revuelven las tripas».
La gente intelectual forma el estado mayor del misoneísmo en
este pueblo retrógrado. Hace ya tiempo que una casa de Buenos
Aires propuso a nuestro Municipio la circulación de trenes eléctricos

461
Tratado de la Imbecilidad del País

por las avenidas de la Nueva Troya… Rechazada incontinente la


propuesta,201 el ingeniero de dicha casa pidió a los miembros de la
Junta explicaciones al respecto. Un miembro de dicha corporación,
díjole al enviado: «En Buenos Aires, mi amigo, existe desde hace
tiempo, la manía de las cosas nuevas; aquí en Montevideo se piensa
distintamente. Yo sé bien el peligro de esos tranvías. ¡No están los
transeúntes para tener un rayo suspendido sobre la cabeza! Los
trenes con caballos no presentan ese inconveniente; además, amigo,
qué dejamos, con tanto cambio, para que se conserve la fisonomía
tradicional de nuestro país, que debe distinguirse por costumbres
y cosas propias de todas las demás comarcas. Nada más odioso que
con tanto invento y tanta maquinaria convertir a nuestra ciudad,
cuyo mayor encanto es el ser tranquila, en una Nueva York que nos
destroce el tímpano. Hoy nos proponen ustedes el tranvía eléctrico;
mañana vendrán los automóviles;202 cualquier día ni se verán por
la mañana los mancarrones de los lecheros». Se cuenta que el
ingeniero, que era un francés muy humorista, le dijo a cierto amigo,
cuando se embarcaba para Buenos Aires: «¡Bello país para después
de muerto!»
De otras maneras se manifiesta el horror a lo nuevo. Un joven de
nuestra sociedad, que mereciera ser comido a besos, decíale a un
escritor de cuño propio, que para leerlo era imprescindible conocer
íntimamente su carácter, pues, de lo contrario, podíase tomar a mal
lo que escribía; la gente podría decir: ¡ese pedante, antipático, que
escribe distinto a todo el mundo para llamar la atención! Agregaba el
joven: a usted se le perdonan sus extravagancias; las cosas de usted no
ofenden.
Un sociólogo del país, decíale a este literato, la noche de su
casamiento, mientras le daba la mano: «Bueno es que me felicite;
todo hombre que se sale de las prácticas del medio ambiente, es un
verdadero loco, sólo puede inspirar lástima».
En nuestra tierra no hay innovadores, ni se considera que sean
necesarios. Muchos no creen ni que existan; se los detesta de nombre.
Ante la guerra de los uruguayos a todo lo que no es trivial, a lo que
perturba las viejas asociaciones de su cerebro, se piensa en el salvaje
gaucho que enlazaba a las locomotoras, y apuñalaba los postes del
telégrafo.
Hace algún tiempo, cuando apareció el Ministro Paz con lacayo
en el pescante, produjo una revolución social. La gente ridiculizaba
soezmente al diplomático; una ola de antipatía bañó su nombre. Poco

462
Julio Herrera y Reissig

a poco fuese calmando la hostilidad, y el espíritu de imitación acabó


por decidir el uso de lacayos en los carruajes de categoría.
A propósito del odio que nuestras gentes manifiestan a los
hombres que visten de un modo original, un profesor de filosofía,203
dirigiéndose a un elegante: «Acá no estamos en París; no se deben
hacer sufrir los centros nerviosos de la mayoría. Es insensato lo que Vd.
hace. Vd. no tiene el derecho de perjudicar al público». Con lo cual,
el profesor confería un privilegio a la rutina; un rango invulnerable a
la típica imbecilidad, al mal gusto, a la grosería plebeya del vestir en
Montevideo.
¡Se acabó la elegancia! Un filósofo del Uruguay la hirió de muerte.
¡No deben existir originalidades, creaciones! Fuera el genio, abajo
todas las mentiras. Enterremos el progreso. He ahí lo que se desprende
de las palabras del filósofo. La trivialidad inatacable. Lo nuevo con
esposas. La herencia arriba. El arquetipo en prisión.
Asómbrese el Universo de cómo se aplica la ciencia en nuestro país.
La psicología se ha convertido en socia activa de la estupidez y del mal
gusto, pues ¿qué hay de más original que hacer de la psicología un
punto de apoyo, un sotabanco bíblico de la barbarie, de la estupidez y
del mal gusto?…
Con motivo de habérseme antojado usar el apellido de Hobbes
al pie de mis escritos, se ha levantado una vorágine de protestas, de
habladurías sociales, de rabias belicistas, de murmuraciones de familia,
que me han hecho temer por mi seguridad.CXLVII Hubo hasta quien
dijese que me hacía merecedor al desprecio de mi parentela, que me
avergonzaba del apellido de mi augusta madre, usando un nombre
de otras épocas, que aunque fuera de mi ascendiente más ilustre, era
poco menos que una locura resucitarlo.
Un uruguayo me criticaba de esta manera: «Es un bellaco que hace
el loco; ha echado un baldón sobre su familia, borrándose el Reissig
para ponerse el Hobbes; dónde se ha visto que nadie haga lo que él
ha hecho; ha escupido sobre las canas de su madre; lo que es yo, no
lo saludo más; sólo los criminales pueden cambiarse de nombre.»
Se le arguyó que en Europa los literatos usan el nombre que se les

CXLVII
Desciendo de Tomás Hobbes, hijo amado de Epicuro, padrino egoísta de La Roche-
foucauld; luna negra de escepticismo que visitó las noches de Schopenhauer y Nietzsche.
Mi genio lo proclama. Sé que no soy comprendido. Esto me regocija. Las montañas
no fueron hechas «para ser miradas, por los uruguayos»… Desprecio el Cerro para pe-
destal; éste es una medianía, como los poetas comarcanos, cuya lira cimarrona es una vieja
guitarra…

463
Tratado de la Imbecilidad del País

antoje, que Anatole France, Pierre Louis, Marcel Prevost, y tantos


otros, no son tales como se llaman, que adoptan a capricho el nombre
que actualmente lucen. El uruguayo respondió: «eso será en París,
donde todo está corrompido; esas cosas aquí repugnan; ¿Quién le da
derecho a ese Rimbaud a pasar sobre la costumbre, a pisotear nuestras
tradiciones, el respeto que se le debe al apellido de los padres? A tales
individuos, que escandalizan con sus audacias, debiéraseles rechazar
todo lo que escriben; de ese modo se acabaría con los graciosos, que
tanto ofenden a la sociedad.»
El odio a las innovaciones asume, como he dicho, proporciones
anormales. La gente intelectual forma el estado mayor del misoneísmo
en este pueblo retrógrado.
Un oriental, que reside en Buenos Aires desde hace tiempo,
propuso al Gobierno la construcción de cloacas domiciliarias, que son
sumamente necesarias en la Ciudad. Como se sabe, un triste caño de
barro es aquí todo en esa materia; faltan los conductos respiratorios
para dar salida a los gases, así como las bombas interiores, etc. El
ingeniero municipal, un uruguayo eminente, dijo entre otras cosas
que ésta era una Ciudad demasiado higiénica, que no necesitaba
tales reformas; que todo ese era puro lujo; que estaba bueno para las
ciudades inmundas como Buenos Aires. Un miembro del Municipio
dijo a este respecto: «¿Para qué cloacas? No debíamos ni de haber leído
lo propuesto: eso es ofender a Montevideo, una Ciudad higiénica por
excelencia. Estos porteños, tan amigos que son de cambiar todo.»204
Para dar fin a este punto citaré un último hecho, que es casi de
actualidad, y que pone de manifiesto el último grado de misoneísmo.
Las monedas de nickel, mandadas acuñar por el señor Cuestas y que no
ha mucho entraran en circulación, hicieron sufrir hasta lo indecible el
sistema nervioso de los uruguayos. La gente enfurecía, echaba pestes
contra las nuevas monedas; intelectuales e imbéciles, aristócratas y
chusma, todos renegaban del señor Cuestas, que tuvo el loco antojo
de suprimir las simpáticas monedas cobrizas de a 4 y de 2 centésimos.
Conozco algunas personas que miraban el nickel con un desprecio
lleno de rabia. «Si esto es un mamarracho —decía un compatriota—;
da ganas de escupirlo; qué monedas tan ridículas; si se escapan de las
manos; si se confunden con los realitos.»
En la clase baja, la hostilidad contra el nickel, se tradujo, en feroces
algarabías, en ademanes descompuestos, en murmullos belicosos.
La gente, acostumbrada al cobre, se lamentaba de una ausencia tan
lamentable; no podía acostumbrarse al nuevo huésped. Hubo algunos

464
Julio Herrera y Reissig

que lo arrojaban al suelo, pisándolo con violencia; otros se le reían


en el número. Una señora de mi relación llevó al dispendio genial,
su antipatía entusiasta por las monedillas, arrojando un montón de
ellas por el balcón de su casa. Decía cuando las arrojó: «Fuera, basura;
eso no sirve ni para los chanchos.» Con esto, según me dijeron, quedó
desahogada la furia de la señora. De esto a lo que nos narra Spencer de
los salvajes «que al ver algo que no les gusta, se enfurecen y lo muerden
como un perro», no hay más que un paso.
Por lo dicho, se comprende que el Misoneísmo en los uruguayos
llega a un grado fabuloso, pudiendo ser comparado al de los negros
huras y al de los dayakos, que según Tyler, se enloquecen en cuanto ven
algo que les desagrada.
Dice Spencer:

Como la igualdad y la desemejanza son los signos característicos de las


experiencias primitivas, no hay elementos suficientes para formarse una
idea de semejanza; finalmente, ínterin no exista un corto número de
experiencias que corroboren una igualdad perfecta entre varios objetos, o
una conformidad también perfecta entre las fórmulas y los hechos, o sea una
demostración más completa de las previsiones por los resultados, la noción de
Verdad no puede esclarecerse

Esto nos trae a un punto interesante. Los uruguayos, como ya se


ha dicho, pretenden no incurrir en la incertidumbre. Sonríen con
necedad megalomaníaca cuando alguien les rebate con argumentos
científicos sus convicciones, por lo común heredadas, o sugeridas por
el medio ambiente, siendo así que, debido al poco desarrollo de la
concepción de uniformidad, y a que son incapaces de abstraerse y
generalizar, como acabo de demostrarlo, se hallan a gran distancia
del conocimiento de lo Verdadero. Sus experiencias, monótonas y
primitivas, de pueblo oscuro, el corto número de esas experiencias,
la noche de los atavismos, inexpugnable a un nuevo orden de
agitaciones, lo cual impide un esclarecimiento gradual hacia el
progreso por el camino de la confrontación; todo esto, afirmamos,
impide el desarrollo de la Noción de Verdad, la cual es fruto de una
apertura de espíritu continua y saludable, y de una exuberancia de
vitalidad social, de un panorama superior de causas y de fenómenos
que no existe en nuestro país. En consecuencia, puede afirmarse lo
erróneo, lo inexacto de las creaciones en nuestros hombres, que se
hallan de perfecto acuerdo con su escasa representatividad y con el

465
Tratado de la Imbecilidad del País

medio en que se desarrollan. Sus cerebros se agitan en la sombra


ingenua del hombre primitivo; su fuerza emocional no es otra cosa
que una cándida credulidad, formada súbita, maquinalmente, por
sugestiones de circunstancias, en un orden de acción refleja.
Ya he probado que las ideas de los uruguayos, en distintas cosas,
y más que todo en Política, no tenían otro género que acciones
hereditarias en el proceso biológico de los aparatos, y estímulos
del ambiente, por lo que revisten en la actualidad un carácter de
naturaleza atávico.
Dedúcese de lo expuesto que, en tanto permita la pequeñez oscura
de nuestro ambiente que no varíen las propensiones psicológicas
de nuestro tipo mental, y continúen siendo los mismos los aparatos
nerviosos, la concepción de Verdad no puede esclarecerse, que es
de un punto de vista interno, un efecto complicado de operaciones
familiares a la inteligencia.
El desarrollo de esta concepción, de que depende en sumo grado
el progreso sociológico, traerá como resultado un cambio de las ideas,
y para entonces no existirán los partidos, las necedades tradicionales
que hacen del Uruguay una mofa de pueblo culto.
Me apoya Spencer en todo lo que afirmo, donde dice:

La Noción de Verdad es muy compleja, pues sólo nace cuando la antítesis de


la conformidad definida con la inconformidad también definida, es familiar
al espíritu; y las experiencias del hombre primitivo no propenden a este efecto. Siendo
la concepción de Verdad la de una correspondencia entre las ideas y las cosas,
implica el progreso de dicha correspondencia; como igualmente, representaciones
superiores, porque concuerdan más con las realidades. El desenvolvimiento
de la concepción de Verdad, por último, causa un descenso en la credulidad
primitiva que procedía de la acción refleja; que procedía, decimos, porque
sugestiones aisladas producirán creencias súbitas, que tendrán que conducir
inmediatamente a la acción. Notaré, por otra parte, que tan solo el progreso
de esta Concepción de Verdad, y por consecuencia, de la correlativa de no
verdad, es quien puede traer consigo el escepticismo y la crítica.205

Me detendré en esto último. Como lo dice Herbert Spencer,


no es posible el examen concienzudo, ni la duda filosófica, sin el
perfecto desarrollo de la correspondencia entre las ideas y las cosas,
y en esto se halla la razón de que el escepticismo y la crítica no existan
en el Uruguay. Se desprende, asimismo, que no pueda haber arte
elevado, ni sutilidades de razonamiento, entre individuos cuya

466
Julio Herrera y Reissig

escasa representatividad es del todo insuficiente para el análisis; que


carecen de actividades reflectivas dignas de este nombre, y de la clara
concepción de no verdad.
Por la misma razón, donde no hay arte ni ciencia no puede haber
crítica ni escepticismo. Consecuencia de lo dicho, todo es llano, pobre
y homogéneo. No hay inventiva, no hay originalidad, no existe vida
independiente y elevada en las costumbres y en los sentimientos.
Si nos detenemos en las especulaciones intelectuales y emocionales,
la chafalonía y el contrabando artísticos, verdaderas muecas de
mono, repeticiones mecánicas de andamenios, constituyen el ridículo
comercio intelectual de nuestra gente.
Ni en Arte, ni en Ciencia, ni en industria, ni en indumentaria,
se dice ni se hace nada nuevo. Todo es plagio, glosa, perífrasis,
reminiscencia, involucración, mímica de servidumbres que lisonjean
a sus señores; ecos embarrancados y macilentos de ajenas inventivas.
Ni en Pintura, ni en estatuaria, ni en escultura, se ha producido
cosa que valga. Los uruguayos que se dedican a la Ciencia son
meros vulgarizadores, cuyo osado y beatífico pedantismo traspasa lo
verosímil. Ni una fórmula, ni una teoría, ni una ingeniosa aplicación,
nada ha brotado hasta el momento de sus cerebros elementales.
No hay qué decir de nuestros chapuceros literarios, sino que
plagian hasta los títulos y la forma de las impresiones. De casuistas
retroactivos de la gramática, magros de imaginación, de infieles
esquilmadores de todo lo que se ha expresado, de metrómanos
serviles sin un ápice de novedad compónese la umbrática gavilla de
nuestra pseudo-literatura.
Tiene, por fuerza, que ser así, dada la primitiva inferioridad mental
de los uruguayos, estudiada en este largo examen, y debido al espíritu
de imitación; facultad que, como veremos más adelante, se halla tan
desarrollada en los uruguayos como en los avispones, los Africanos del
Este, y los salvajes del Nilo.

La imaginación del hombre primitivo, encerrada en estrechos límites y


poco heterogénea, solo es reminiscente, y no constructiva.» (Principios de
Psicología, § 492) Si el desenvolvimiento mental se detiene, el espíritu
no desempeña más función que la de recibir y repetir; no puede crear, carece de
originalidad. Una imaginación creadora lleva la correspondencia entre las
ideas y las cosas del dominio de lo actual al dominio de lo potencial; nos
revela una representatividad no ya limitada a combinaciones que han existido o
existen en el medio, sino que abarca combinaciones no existentes, a las que más tarde

467
Tratado de la Imbecilidad del País

el hombre dará realidad; muéstranos, por último, la distancia máxima de la acción


refleja, supuesto que el estímulo que engendra el movimiento no se asemeja en nada a
los que habían obrado con anterioridad.206

Atendiendo a lo que antecede, considérese cuán lógica resulta la


planicie troquelada de medianía que se observa en los uruguayos.
Su automatismo reminiscente constituye la fórmula explícita de su
escuálida cerebración, de su intelecto romo.
Y aun así, se extraña de que no haya un genio, dándose a comprender
que se le busca, que se le aguarda con impaciencia. Entendiéndose
por genio, de un punto de vista sociológico, la síntesis intelectual, la
condensación suprema de una raza superior en una unidad biológica,
no se concibe un optimismo más inocente, una esperanza más
cándida, una sencillez más indígena que la de esta buena tribu, que
en esto mismo trasunta su falta de Concepción de Verdad, su impotencia
absoluta para representarse los hechos, para abstraerse, para tender la
línea mental entre los pensamientos y las cosas.CXLVIII

CXLVIII A propósito, la ingenuidad de un crítico uruguayo, que parece dar a entender en


una de sus obras que la Humanidad desalentada espera su salvación de un poeta, o de un
novelador. No hay, en las historias de las infelicidades místicas y candorosas, algo que se
pueda comparar a la invocación con el que el visionario del porvenir de la Especie remata
su animado opúsculo. Nada representan, nada valen, los Darwin, los Comte, los Spencer,
los Littré, los Renan, los Claudio Bernard, los Proudhon, los Marx, los Stirner, los Arnold
Ruge, los Ruskin, los Nietzsche. No es un filósofo quien desentrañará la Verdad, quien
marcará nuevos rumbos al ser humano; no será un pensador, un sociólogo, el pastor ilu-
minado del Siglo XX. Los que piensan, al sentir del crítico, son los literatos. Ellos son
los que adormecerán, con su repelente milagroso, las desventuras humanas. Oigamos a
nuestro crítico; anonadémonos ante su unción de Bautista inquieto y apesadumbrado,
nunciador de un orto nuevo de progreso y felicidad.
«¡Revelador! ¡Profeta a quien temen los empecinados de las fórmulas caducas y las almas
nostálgicas esperan! ¿Cuándo llegará a nosotros el eco de tu voz, dominando el murmullo
de los que se esfuerzan para engañar la soledad de sus ansias con el monólogo de su
corazón dolorido?…
¿Sobre qué cuna se reposa tu frente, que irradiará mañana el destello vivificador y lu-
minoso; o sobre qué pensativa cerviz de adolescente bate las alas el pensamiento, que ha
de levantar el vuelo hasta ocupar la soledad de la cumbre? O bien ¿Cuál es la idea, entre
las que iluminan nuestro horizonte como estrellas temblorosas y pálidas, la que ha de
transfigurarse en el credo que caliente y alumbre como el astro del día; —de cuál cerebro,
entre los de los hacedores de obras buenas, ha de surgir la obra genial?
***
¿De qué nos hablarás, revelador, para que nosotros encontremos en tu palabra la vi-
bración que enciende la fe, y la virtud que triunfa de la (…)
[Página faltante]
«Yo no tengo de ti sino una imagen vaga y misteriosa; como aquellas con que el alma,
empeñada en rasgar el cielo estrellado del misterio, puede representarse, en sus éxtasis,
el esplendor de lo Divino. Pero sé que vendrás; y de tal modo como el sublime maldecido

468
Julio Herrera y Reissig

Creemos llegado el caso, ya que se relaciona con la falta de


originalidad, de referirnos a la carencia absoluta de las llamadas
cualidades raras en el espíritu de nuestros hombres. Lógico es que,
careciendo de inteligencia en el alto sentido de esta palabra, y en
el concepto que esta facultad merece a la psicología, no posean las
facultades superiores que, siguiendo la escala, se muestran en los
cerebros bien desarrollados de los intelectuales de otras naciones.
Sin embargo, bueno es hacer notar en este detenido examen del
intelecto uruguayo, que faltan, a más de la frialdad y de la prontitud, dos
condiciones de la inteligencia que, según un psicólogo, «reunidas a la
rectitud de juicio, aumentan su pureza y le dan extensión», otras varias
cualidades de un espíritu distinguido, que las iremos enumerando por
categoría.
La finura y la delicadeza, «que son respectivamente un grado
rarísimo de justeza y un grado rarísimo de tacto», no se han dejado
sentir jamás en los presuntos intelectuales que han existido en el país.
Consiste la primera «en deslindar cosas muy próximas entre sí y que no
obstante son diferentes, como una vista fina distingue los matices más
delicados». «La delicadeza se reúne por lo común a la finura, pero sin
confundirse con ella. La finura conviene más a la prosa, la delicadeza
a la poesía.»
El espíritu de los escritores uruguayos hase manifestado, en todo
género de literatura, tosco, exabrupto, de una crasa ordinariez.

de las Blasfemias anatematiza e injuria al nunciador de la futura fe, antes que él haya apa-
recido sobre la tierra, yo te amo y te bendigo, profeta que anhelamos, sin que el bálsamo
reparador de tu palabra haya descendido sobre nuestro corazón.»
Nadie se conoce a sí mismo. Es por eso que nuestro crítico no tiene de sí propio, o sea,
del revelador, sino una imagen vaga y misteriosa. ¡No decía yo que el Mesías ha nacido en
Montevideo: y que tiene un alma buena y cándida, incapaz de maldecir y de injuriar como
la del Turiano Jean Richepin!
Continúa el revelador: «El vacío de nuestras almas sólo puede ser llenado por un grande
amor, por un grande entusiasmo; y este entusiasmo y ese amor sólo pueden serles ins-
pirados por la virtud de una palabra nueva.» No se puede exigir una ingenuidad más
uruguaya. Afirmar, en pleno siglo XIX de escepticismo y de crítica, de Ciencia y de
Trabajo, en el siglo de la Anatomía y de la Mecánica, que el Vacío de la Humanidad, que
es túnel de las Danaidas, sólo puede ser llenado por un grande Amor, y que este grande
Amor puede ser recetado por un hombre de letras, genial o como sea, es algo que da la
medida de la infantilidad de nuestras psiques. Según esto, cualquier fraile caritativo que
haga escuela en literatura basta para colmar los deseos del monstruo humano, para dar
término a los sufrimientos de la especie, y hasta para revelar los problemas económicos
de actualidad, pues nuestro crítico parece dar a entender «que el dios desconocido» y
que aún está por venir, no será otro sino un literato, un cincelador de frases evangélicas y
ardientes; y exclama para terminar «¡Revelador! Revelador!, la hora ha llegado!» … (Fin
de Rodó)

469
Tratado de la Imbecilidad del País

Nada sienten los uruguayos respecto a matices de diferenciación


en el criterio de lo que escriben o de lo que aprecian. Así mismo, a
gran distancia de la delicadeza, condición de un verdadero artista,
los versificadores uruguayos son un modelo de vulgaridad verbal,
emocional y armónica. Tampoco se deja ver esta cualidad hermosa en
la ausencia social, del mismo modo que la finura brilla por su ausencia
en lo que refiere a la inhabilidad de los uruguayos sobre cuestiones de
conducta y de mundanería.
La Fuerza, absolutamente distinta de las cualidades anteriores,
y propia de otro género de espíritus, tampoco se ha dejado ver en
nuestros intelectuales, que no van hasta el fondo de las cosas, que
se muestran apegados a lo superficial, a lo nimio, a los detalles, a las
trivialidades, y a las necias preocupaciones. Dice un tratadista:

El espíritu dotado de verdadera fuerza es creador, porque la fuerza es


la fuente misma de las cualidades que pueden llamarse inventivas. Sin
embargo, puede poseer el espíritu cierto grado de fuerza sin ir hasta la
potencia creadora. Todo espíritu que sigue sin perder nada una larga serie
de asociaciones abstractas, aun cuando no las haya inventado, tiene fuerza;
así como la tiene igualmente aquel que conserva, no muchos hechos en
su memoria, sino la ligazón de muchos hechos a la vez, reunidos con un
solo objeto; y aun cuando no añada nada de su propio caudal. Y como, por
último, la tiene también en filosofía el que comprende los puntos esenciales
de un sistema, que en la crítica se fija derechamente en las grandes bellezas,
que en todas las cosas desdeña lo que es flojo, vago, común, y sólo se aficiona
a lo sólido, lo real, lo natural, lo verdadero y lo sencillo.

Nuestros hombres se muestran, como ya lo hemos probado,


incoherentes, superficiales, incapaces de generalizar, de comprender
las ligazones de los hechos, de abstraer y de sintetizar; no gustan
de las materias escabrosas; lo sólido, lo profundo, lo que requiere
facultades reflexivas, nada les interesa. Sólo viven de patrañas de
literatura y de convicciones políticas. Estas manifestaciones, reñidas
absolutamente con la fuerza, dan una idea de la estructura cerebral de
los intelectuales, que como vamos viendo, no poseen una sola cualidad
que pueda llamarse privilegiada.

470
Julio Herrera y Reissig

Flexibilidad - Penetración - Extensión - Anchura

Un espíritu flexible es todo lo contrario a un pensador uruguayo.


No hay contradicción entre la finura y la fuerza, y se llama flexible
a un espíritu que pasa de una a otro, por los grados intermedios. El
espíritu abierto es una forma de la flexibilidad en extensión; o sea,
la aptitud para comprender las cosas algo diferentes; pero hay una
flexibilidad en grado, en intensidad, que consiste en recorrer toda
la escala del espíritu, desde lo amable, lo fácil y lo agradable, hasta
lo grande y lo profundo. Cuando un espíritu de esta clase se aplica a
componer, es un genio; pero si se limita a comprender y disfrutar, la
flexibilidad no es otra cosa que la cualidad más fina de la distinción. La
flexibilidad es la cualidad más bella del espíritu. Un espíritu flexible es
imagen de la naturaleza misma, que pasa por todos los grados, que
es a la par infinitamente pequeña o infinitamente grande; que tiene
aspectos encantadores, llenos de gracia, y profundidades insondables.
Del mismo modo, el espíritu flexible pasa por todos los matices: no
se cree en la precisión de sostenerse en su fuerza y altura para no
parecer rígido; no se condena a una gravedad triste y taciturna, y su
pensamiento, como su palabra, puede tener sonrisas.
Lejos de poseer esta notable cualidad, los rarísimos intelectuales
que ha habido en el país, y de que ya nos hemos ocupado, han sido
más bien estrechos y unilaterales; su actividad ha convergido a un
solo punto. Así, a cualquiera de esos hombres de espíritu poderoso
le ha faltado la fuerza, o viceversa. Raro es el que ha abordado cosas
desafiantes, raro es el que ha recorrido toda la escala del espíritu,
desde lo amable y lo hermoso hasta lo profundo y abstracto. Un solo
lado, un solo orden de manifestaciones, he ahí la historia de esos
intelectuales, los únicos hombres de talento que ha tenido este país.
Aun en política se han mostrado poco flexibles, y dados a transigir; no
comprendiendo jamás el reverso de sus opiniones; cerrados, en cierto
punto, a toda otra cuestión que se separase de sus tendencias y de la
forma de su carácter.
En cuanto a la extensión, la anchura y la penetración, cualidades
rarísimas, de un aspecto distinguido, y que son grados superiores de
dotes antedichas, no han existido hasta la fecha en los hombres de
este país, no dados al cultivo de diversas materias, impotentes para
asimilarse toda clase de conocimientos, incapaces de conocerlos a
fondo, de reunirlos con un solo objeto; espíritus estrechos que no
concilian las opiniones, incapaces de abordar las doctrinas ajenas y

471
Tratado de la Imbecilidad del País

de extraer la parte de verdad que tienen las ideas contrarias; que no


profundizan, que se muestran entibiados por preocupaciones, y tardos
para resolver un punto dificultoso que los aleje del hábito unilateral
de sus convencimientos.

Libertad - Independencia - Firmeza - Osadía - Moderación


Estas hermosas cualidades, referentes a la actividad del espíritu más
que a su personalidad, no se encuentran en los uruguayos sino como
excepciones rarísimas.
«Es libre el espíritu que no tiene preocupaciones y que obedece sólo
a la Verdad.» Reflexiónese en lo libres que son los uruguayos, esclavos
como se les ve de cuanto sofisma existe, de los más rancios escrúpulos,
de tendencias medievales, encadenados a un partidarismo estúpido
de tradiciones caudillescas, defensores acérrimos del statu quo; que
no tienen la menor ventilación a las doctrinas modernas; mandados
a patadas por todos los atavismos; que lejos de tener desarrollada la
Concepción de Verdad, huyen del resplandor del Progreso, y se muestran
refractarios a toda innovación que amenace dar al traste con los
matices históricos, con la rutina, y con la estupidez de que ellas son las
fuertes columnas.
«La independencia es una especie de libertad, pero sin relación
más que con las preocupaciones externas: un espíritu independiente
puede no ser libre cuando, sacudiendo el yugo de otros, continúa
haciéndose preocupaciones a las que obedece sensiblemente.»
Tampoco existen los espíritus independientes, en esta tierra donde
no hay un habitante que tenga suficiente mérito para separarse de
las preocupaciones del medio, y distinguirse en alguna manera de la
obtusa totalidad. A este respecto, los uruguayos están marcados por
un sello de homogeneidad servil, que muestra hasta dónde llega la
estupidez o la cobardía que los subyuga.
«Espíritu firme es el que no se doblega por ninguna consideración,
y dice claramente lo que piensa, agrade o no.» «Espíritu osado es el
que desafía las preocupaciones más acreditadas y poderosas.» No hay
para qué agregar una palabra sobre la evidencia. Sólo por excepción
monstruosa dará un uruguayo valor a la palabra con la frente alta y
el pecho descubierto, diciendo: esto pienso, guste o no. Por lo
contrario, nuestras gentes, son débiles, afeminadas, pudorosas, llenas
de escrúpulos, tímidas hasta el exceso; siempre transigen, siempre
ocultan lo que piensan, siempre adulan a las mayorías. Gustan de

472
Julio Herrera y Reissig

ser aplaudidas, de recibir el beneplácito del vulgo; nadie arriesga


su popularidad; nadie quiere contemplar un ceño; no tratándose
de partidos, los uruguayos hacen lo posible por esquivar la menor
polémica; y a este respecto, huellan sigilosamente los dinteles de la
hipocresía. Con más razón, no hay espíritus osados, en esta tierra de
servilismo y disimulos.
¿Quién es capaz de desafiar con altivez, con altura, las preocupaciones
más acreditadas? Ni nuestros locos. Tal es el terror que se le tiene a la
autoridad de las mayorías; al éxito del número, a las pezuñas del rebaño.
A este respecto, recordaremos el carácter de un notable pensador,
Federico Nietzsche, de quien dice un distinguido apologista:

Era ante todo franco, leal y directo. Aunque el mundo se viniera abajo, tenía
que decir lo que pensaba. No podía tolerar el disimulo, ni la atenuación de
las ideas en beneficio de preocupaciones existentes. Tenía horror a todo lo
que fuera sacrificar al dios vulgo, al dios éxito. «Un conde Nietzsky no puede
jamás mentir. La sinceridad más absoluta debe de ser su norma, aunque le
cueste la Vida», decía a un hermano, siendo niño. Muestra una profunda
repugnancia por todo lo vulgar o nulo. Posee una voluntad heroica y una
inteligencia dominadora. Él solo se pone en frente de todo el universo, y reta
hasta los fantasmas de su posible conciencia. Detesta toda debilidad, toda
componenda; todo lo mediocre le subleva. Odia la hipocresía y el servilismo
como los mayores crímenes. Sigue la trayectoria que le ha trazado su
superior naturaleza sin que nada le detenga, y en tal conducta es implacable
hasta para consigo mismo; sin temblar sacrifica a sus ideas, su reputación, su
bienestar, su vida.

¡Qué hubiera pensado Nietzsche de los uruguayos, en presencia de


la impermeabilidad pétrea de esta gente esclava, hipócrita, apegada a
lo tradicional, que tiene horror a lo nuevo, cuya ambición es sacrificar
al dios vulgo, débil y encubridora, mediocre y servilmente disimulada,
incapaz de largar un reto a las preocupaciones reinantes!

Sprit

He ahí otra hermosísima cualidad de un espíritu distinguido que


desconocen los uruguayos. Un extranjero muy espiritual, admirador
de Voltaire, de Byron, de Leopardi, de Goethe, de Heinrich Heine

473
Tratado de la Imbecilidad del País

y de Musset, nos decía en cierta ocasión, chanceándose del país: «A


los uruguayos les falta el lóbulo de la ironía. Son cerebros primitivos.
Mire Vd. que no entender de agudeza es un colmo de barbarie. En
mi tierra, en Francia, en Inglaterra, en toda sociedad refinadamente
culta, la risa literaria tiene un lugar permanente. Las inteligencias
más adelantadas de la antigüedad —en Grecia, en Roma— el ingenio,
la sutileza alegre, la burla fina, han ocupado altísimo rango en la
crítica, en el teatro, en el periodismo, en la polémica, en la historia,
en la conversación. Puede decirse que el sprit ha sido patrimonio de
los genios, en las grandes literaturas de los pueblos más ilustres, más
sibaríticos, más aristócratas. Es casi lo último que se aprende, la dernière
conquète en materia de dificultad, de educación y de buen gusto. En
este país no se considera para nada lo más hermoso de la inteligencia,
el faisán con perlas de los emperadores de la palabra. La gente aquí se
queda seria ante un chispazo sutil. No se les mueve un músculo de
la cara. Son como los salvajes. En cambio, son dados al chascarrillo
vulgar, a la gracia pornográfica y desnuda que se relaciona con los
sumideros. Yo no me explico este fenómeno. ¿No me sabría Vd. dar
una explicación sobre la falta de este lóbulo?»
A estas palabras del distinguido extranjero, repuse: Son salvajes,
tiene razón, dice Vd. verdad. Son cerebros toscos, sencillos, de gente
inmigratoria. Fuera de una que otra metáfora, de alguno que otro
efectismo, de alguna alusión patriótica, nada comprenden.
¡Hagamos literatura con estos trogloditas vestidos a la europea!

Originalidad - Profundidad - Invención

Después de un ligero rodeo por las condiciones que asisten a un


espíritu distinguido, condiciones que, como hemos examinado, se
hallan ausentes de nuestros intelectuales, volvemos a ocuparnos de lo
más importante de este capítulo, que es como se sabe «la falta absoluta
de originalidad». A este respecto recordamos las palabras de Herbert
Spencer, insertas páginas antes:

La imaginación del hombre primitivo, encerrada en estrechos límites, y poco


heterogénea, solo es reminiscente y no constructiva. (Principios de Psicología,
# 492) Si el desenvolvimiento mental se detiene, el espíritu no desempeña más
función que la de recibir y repetir; no puede crear, carece de originalidad. Este axioma

474
Julio Herrera y Reissig

psicológico, que se refiere en este caso al hombre primitivo, tiene perfecta


aplicación a nuestra gente, que como hemos probado en todo el curso de
este análisis, carece de las condiciones indispensables para la inventiva, o
bien para la originalidad, y cuyo desenvolvimiento mental escaso determina
una monótona tarea de recepción y repetición que dista poco de la acción
refleja. Originalidad, profundidad e invención, llevadas a un alto grado, son
facultades rarísimas y muy superiores, y constituyen lo que se llama un gran
hombre.

Mas ni siquiera en grado insignificante, y en cualquier orden de


ideas y de costumbres, existe en nuestro país ese hermoso sello que
distingue a un espíritu de otro espíritu. Hase dicho que nadie crea, que
nadie inventa, que nadie profundiza; que los uruguayos han salido de
un mismo molde de medianía y de repetición; que los que dragonean
de científicos son meros vulgarizadores; que la imaginación de nuestros
chapuceros de literatura es en extremo reminiscente; que lo que se dice
y lo que se hace, todo es un puro eco; muecas de mano, ceremoniales
de monaguillo, repeticiones automáticas de andamenios.
Todo esto salta a la vista, y es absolutamente innecesario que nos
ocupemos de ello. Bueno es hacer constar que, a este respecto, los
uruguayos no se diferencian de los salvajes, guardando un orden
de relatividades correspondientes. Dice Spencer en sus Principios de
Sociología:

Hay aún otro carácter de esa forma rudimentaria de inteligencia: la


carencia de imaginación constructiva. Nótase la falta de ésta en el espíritu
que vive de percepciones simples, que está dotado de la facultad imitativa,
que se contenta con ideas concretas y es incapaz de ideas abstractas; tal es el
espíritu del hombre primitivo.
La colección de herramientas y armas que el coronel Lane Fox ha
clasificado, muestra las conexiones que existen entre aquéllas y las originales
de los tipos más sencillos, e inclina a pensar que no es justo atribuir a los
hombres primitivos el espíritu de invención que al parecer indican sus
sencillos instrumentos. Éstos son el resultado de leves modificaciones
introducidas en los tipos primitivos, las cuales produjeron las diferentes
clases de instrumentos, sin que hubiera intento de construirlos.
Sir Samuel Baker nos suministra una prueba de otra especie, pero de
la misma significación, en su artículo publicado en la revista Ethn. Traus,
(1867), donde dice que las habitaciones de las diferentes tribus que viven

475
Tratado de la Imbecilidad del País

junto al Nilo siguen un tipo tan constante casi como los nidos de las aves;
cada tribu tiene un tipo particular, como cada especie de ave. Estos hechos
nos revelan que esas razas, en que las ideas están encerradas en límites
estrechos impuestos por el uso, no gozan de la necesaria libertad para
entrar en nuevas combinaciones y dar origen, por ende, a otras maneras
de obrar y a productos de forma nueva.207

Es, pues, una verdad científica que las razas inferiores no poseen
el don de la inventiva; su imaginación no hace más que repetir, y en
este caso se halla, como he dicho, la gente de este país y de otras varias
naciones de América del Sud, cuya literatura es servilmente parasitaria,
cuyas manifestaciones intelectuales en cualquier género son placas
fotográficas de las que intentan otras razas; sin que se haya producido
hasta el presente una nota original; algo en que se perciba el aliento
de una creación.
Esta falta de originalidad se nota hasta en las costumbres más
insignificantes; en la conducta; en el modo como los hombres se
manifiestan en sociedad; en las ideas prácticas sobre la vida, en las
convenciones de toda especie, en el amor, en el trabajo, en fin en todo
lo que cae bajo la lente del observador.
Se entiende que no habiendo imaginación constructiva, no hay
imaginación destructiva.

La imaginación constructiva presupone la facultad de desasociar imágenes


ya formadas. Si no se pudieran reproducir los recuerdos más que como
se presentan, no se distinguiera la imaginación de la memoria, y jamás
se podría inventar nada que no se hubiese presenciado ni conocido
por cualquier medio. Eso es lo que sucede a los que quieren componer
faltándoles imaginación: no hacen más que resucitar sus recuerdos, pero son
incapaces de crear ficciones.

Es lo que pasa con los uruguayos, que son imitadores y


plagiadores. En todo lo que escriben, no hacen más que recordar
lo que han leído, las imágenes, las alusiones, los argumentos, los
giros, las palabras, todo lo que se ha quedado impreso en su espíritu
reminiscente. Son verdaderos transcriptores. La imaginación
constructora presupone un género de actividad muy complejo, y
subdividido. La preconcepción, que es su elemento más importante,
sólo se deja ver, según Spencer, en las unidades superiores de una
raza superior; los únicos capaces de hacer arte original, y de agregar

476
Julio Herrera y Reissig

un eslabón más a los que ya se conocían. De una raza inmigratoria,


como la nuestra, es imposible que salga no digamos ya un genio, sino
un hombre dotado de condiciones algo elevadas de entendimiento
y de imaginación, capaz de tomarle un eco a la gran naturaleza, a la
prostituta fecunda, como dice Nietzsche, fuerte como para encarnar
en algún rasgo la conquista más lasciva de una sensación. Y si saliera
como de esos hombres, del chapatal biológico de estas comarcas,
este hombre sería un monstruo; y la psicología tendría que buscar su
patrimonio en raíces muy lejanas, y quizás ocultas entre las brumas
de los ascendientes.
Respecto a lo que tratamos, dice un psicólogo:

Una vez elegidos y distinguidos los rasgos más conmovedores e


interesantes de los objetos que la imaginación recoge y extrae al acaso en
las percepciones de la realidad, se necesita un grado más en la imaginación
para reconocerlos, combinarlos, y formar con ellos nuevas combinaciones:
es lo que llaman ficciones; y cuando la imaginación llega a este punto,
llámase creativa. No sólo inventa al combinar sensaciones anteriores,
sino que adivina de antemano una sensación que no se ha visto aún: la
preconcepción.
En cuanto hay combinación o preconcepción de imágenes, hay ya
imaginación constructiva. El último y más alto grado de la imaginación,
que toma el nombre de genio, consiste en reunirse al entendimiento,
o sea la facultad de concebir lo universal y lo general, y de reducir la
multiplicidad a la unidad; en emplear los símbolos para expresar ideas, y
por último, en limitar y coordinar los recuerdos, ligándolos en una unidad
suprema.
El entendimiento, dominando y subordinando a la imaginación, hace
de ella una fuente de invención, en lugar de un espejo pasivo y cambiante
sin cesar bajo el influjo de las cosas externas. Resulta que, por la porción
del entendimiento que contiene, viene a ser constructiva la imaginación.
Por último, debe entenderse que, no habiendo imaginación creativa, no la
hay científica ni estética.

¡Cuantas consideraciones puédense hacer al respecto de lo que


antecede!
Los uruguayos, que como se ha dicho poseen en pequeño grado
la Concepción de Verdad, son impotentes para formarse un concepto
de lo que significa una creación; de las facultades que supone un
genio, aguardan a todo momento la venida de un grande hombre,

477
Tratado de la Imbecilidad del País

de un «Revelador», y creen ingenuamente que los ha habido en


política y literatura. Su megalomanía inocentísima, se complace
en saludar a cada momento un privilegiado en cualquier
badulaque que hace un poema; en cualquier doctorcillo que
presenta un proyecto a la Asamblea; en cualquier panfletista con
humos de novedoso; en cualquier charlatancillo que se desgañita
en la tribuna de un club, hablando sobre partidos; en cualquier
moralista que ellos aclaman como notable, haciendo resaltar, en
ditirambos llenos de grajea, el hábito creador que ha engendrado
el hermoso libro.
Para crear, no sólo se requiere actividades de distinción,
elección, desasociación y agudeza, que como se ha demostrado no
poseen nuestros individuos, sino de coordinación y combinación,
que es un trabajo psíquico más difícil, para formar con las
impresiones la obra original, fruto de una imaginación que se
llama creativa. Y luego, a esto hay que añadir lo que se anticipa,
el elemento preconcepcional, el abarcamiento, según Spencer,
de combinaciones no existentes, a las que más tarde el hombre
dará realidad, mostrando en dicho trabajo la distancia máxima
de la acción refleja, supuesto que el estímulo que engendre el
movimiento es distinto de los anteriores.
Por otra parte, los uruguayos, que según hice constar en otros
capítulos poseen un entendimiento exiguo, si por esto se entiende
la facultad de penetrar, de concebir, de sintetizar, de ordenar y de
conducir, igual están psicológicamente inhibidos para producir lo
nuevo que lleve el carácter del genio. Pues a más de faltarles esa clase
de imaginación que requiere la obra creadora, les falta ese primer
factor que denomínase talento, el cual, reunido a la imaginación
y subordinándola absolutamente, hace con ella el genio, o sea, el
manantial glorioso de donde salen las invenciones.
Bueno es a este respecto recordar lo que en otra parte hemos
dicho de la imaginación de los uruguayos, la cual, lejos de hallarse
en los dominios del intelecto, pertenece a las operaciones sensitivas,
pues no hace más que reproducir las percepciones pasadas. Por esta
imaginación reproductiva, o de los sentidos, semejante a la salvaje,
pasiva, senil, reminiscente, de la que tanto uso hacen los estudiantes, y
gracias a la cual nuestros escritores papagallean de un modo heroico,
haciéndose pasar por talentosos y hasta por creadores, «las imágenes
se reproducen espontáneamente, en virtud de leyes mecánicas, sin
intervención del pensamiento»; viene a ser como un espejo en que

478
Julio Herrera y Reissig

se representan las percepciones, habiéndose probado que existe hasta


en los animales.
[Si] con esta clase de imaginación nuestros cultores de ciencia y arte
consiguen hacer la obra del original, llegarán a ser genios entre los
genios. Serán, ya no genios, sino Dioses.

479
Intelectualidad inferior del hombre de
campaña.
Enumeración de sus caracteres. Su semejanza con el salvaje.
Su agudeza sensorial. Su memoria indígena. Su habilidad
primitiva. En qué consiste su astucia. Su aptitud para la
ganadería. Su destreza para la guerra. Inactividad reflexiva.
El gaucho no se ocupa de otra cosa que del presente. Le
basta, como al indígena, la satisfacción de sus necesidades.
Su inteligencia no sale de los sentidos. Es incapaz de
razonamiento. Su credulidad de niño. La superstición del
gaucho en relación con la del uruguayo de Montevideo.
Conclusión.

Todos oyen hablar elogiosamente de la agudeza del paisano, del


desarrollo de sus sentidos y hasta de su inteligencia, de la que se dicen
cosas asombrosas. El tipo rural tiene en Montevideo sus panegiristas,
sus poetas, sus entusiastas devotos. En todo género de literatura, desde
la épica hasta la lírica, en el drama como el sainete, en la novela y en
el cuento, ha sido deificado gloriosamente. De trovador y estratega,
de gracioso, de héroe, de gallardo galanteador, de todo se le aclama
con pretensiones de certidumbre. Literatos de la Argentina han
contribuido fundamentalmente a ensalzar esa figura solitaria y torva
de las cuchillas y de las pampas. Obligado, Hilario Ascasubí (que
cambió en París), Echevarría, Estanislao del Campo, Gutiérrez,
Fajardo, José Hernández, Leguizamón,208 etc., han vertido la gracia
del ingenio sobre ese vagabundo de la rebeldía, en quienes unos ven al
superhumano de Goethe con el carácter de un Nietzsche y los hechizos
de un Byron, y otros un Hércules nuevo, que tiene el alma luminosa
de los bandidos de Schiller y el individualismo revolucionario de un
héroe de la Montaña.
También se admira en el gaucho, cuando es caudillo de
circunstancias, a un Aníbal fracasado, a un genio de la milicia.
Si es blando o ardoroso, si ha tenido alguna aventura, o ha
concluido en una tragedia, se le ensalza como a un Romeo, como a
un Werther, como a un Otelo. Finalmente, si repite o ha compuesto
algunas canciones para entonar con su guitarra, se convierte en un

480
Julio Herrera y Reissig

Poeta milagroso, de numen inspirado y de talento robusto, que si


estudiara retórica pudiera asombrar al mundo.
Cansado estará el lector de que le zumben en los oídos frases como
las siguientes: «Qué talento natural el del paisano, todo lo comprende,
de todo se da cuenta, nadie lo engaña; ¡Qué sería si estudiara! ¡Qué
versos preciosos hace cuando está de vena, cuando lo inspira la
china! ¡Y qué estilos, qué tristes, qué arpegios, qué piezas inspiradas suele
componer! ¡Y cómo las ejecuta, mejor que muchos maestros; parece
que supiera música! Qué diferencia entre el gringo y el paisano.
¡Nuestro gaucho es sagaz, vivísimo, penetrador; el extranjero es
un idiota; un infeliz; no vive sino para raspar la tierra, es la risa del
paisano! ¡Y qué espíritu independiente; qué resuelto, qué altivo,
qué probo, qué caballeroso es el hombre de campaña! En la guerra
¿quién lo vence? ¡Qué destreza para combatir, para defenderse, para
acechar al adversario! ¡Qué lanza! Un gaucho solo, pelea contra toda
la policía. Hace milagros en el campo de batalla. ¿Qué no se le ocurre
al gaucho? Todo lo adivina; ¡se fuma en pito a todos los doctores, a
todas las autoridades! Cierto que es zorro. ¡Cuidado donde pega el
zarpazo! ¡Y qué gracia tiene para expresarse! ¡Qué ironía, como le
brotan los chistes, qué ocurrencias más originales! ¿Y qué decir de su
memoria? ¡Hay que oírle cantar los hechos! ¡Y qué juicio, qué criterio
elevadísimo para juzgar las cosas!»
Casi todo lo dicho en elogio del paisano constituye una inventiva
absurda de mitólogos de biblioteca. Se trata nada más que de un
semisalvaje, de un pastor de los primeros tiempos, de un primitivo con
todos sus atributos emocionales e intelectuales, muy semejante a los
boschimanos, a los tupís, a los abipones, a los veddahs, a los beduinos, a los
indígenas de la Guayana, a los hotentotes y a los andamenios.
Es innecesario explicar detenidamente el porqué de la ordinaria
intelectualidad del gaucho, más inferior aún que la del uruguayo de
las poblaciones. Ya he dicho que las facultades del pensamiento se
modifican y perfeccionan por las experiencias de la mente durante
la vida del individuo. Claro está que el gaucho, que dadas las
condiciones en que vive, ni piensa ni tiene que pensar, es un cliché de
la herencia, como dirá Max Nordau, que posee los groseros aparatos
nerviosos de otros gauchos incivilizados cuyo género de vida ha sido
semejante al suyo. Dado que no ha habido experiencias psíquicas,
no pueden haberse efectuado modificaciones en sus aparatos, y el
tipo mental, por consecuencia, permanece siendo el mismo a través
de las generaciones. Ocurre preguntar, ¿cómo y en qué virtud podía

481
Tratado de la Imbecilidad del País

ser inteligente y reflexivo un hombre que no ejercita sus facultades


mentales, cuya vida psicológica se encierra, como la del salvaje, en una
actividad pasmosa de sus percepciones?
¿Cómo el gaucho, de espaldas a la cultura, que no piensa sino en
sus necesidades cuotidianas, «cuyo intelecto no sale de la órbita de
los sentidos», condenado por el medio en que se desarrolla a una
constante inactividad de la reflexión, puede resultar una maravilla de
la inteligencia?
No se puede concebir un absurdo más risible, un embuste más
maravilloso que el de esos literatos mistificadores, que a todo trance
pretenden embaucar al mundo con sus ídolos de poncho y lazo. Se
necesita un desconocimiento encantador de las leyes psicológicas, por
parte de esos intelectuales, para que afirmen con entusiasmo, para que
proclamen a tambor batiente la excelsitud del gaucho, sus prendas de
imaginación, el prodigio natural de sus cerebros incultos.209
Puedo asegurar que tales propagandistas, aunque hayan alternado
continuamente con el hombre de los campos, nada han visto, nada
han sondado, nada han recogido de sus experiencias. Son unos
niños ingenuos y unos idealistas de linterna mágica. Si hubieran
sido capaces de un análisis psicológico, de medir por los caracteres
del gaucho su ineptitud campesina, no se atrevieran a otra cosa que
a dejar constancia, en agudas observaciones de arte realista, de la
ordinariez del gaucho, de su psique irregular, de la profunda sombra
en que yace su pensamiento. Téngase además en cuenta que el gaucho
es un producto híbrido. El estúpido charrúa, el negro de África, y
otras razas aceitunadas y oscuras viven en sus aparatos hereditarios,
conjuntamente con los residuos caucásicos de los países latinos. Por
consecuencia, el individuo de la campaña, procedente de extintos
miserables, habiendo recibido por herencia los impulsos del indígena
y la estupidez de sus antepasados inmigratorios, es ya naturalmente
una unidad biológica inferiorísima. La estructura de su cerebro
tiene que ser tan simple que no permita de modo alguno la vida de la
reflexión.
[[…]]
He afirmado en otra parte la igualdad de caracteres entre el
uruguayo rural y el hombre incivilizado. Los principales caracteres
emocionales e intelectuales del gaucho, semejantes a los del salvaje,
son: representatividad inferior; simplicidad de las emociones; no existe
la correspondencia en el tiempo, el espacio y la variedad; sus actos se
confunden con la acción refleja; incoherencia y discontinuidad en las

482
Julio Herrera y Reissig

sensaciones y en los sentimientos; impulsividad a obrar por el primer


movimiento.
Excepciones a la impulsividad: impasibilidad; resignación para sufrir
los dolores físicos y morales; indiferencia flemática. Sanguinarismo
impulsivo; veleidad e inconstancia.
El gaucho es como todos los demás bárbaros, una extraña mezcla
de bien y de mal. Es cruel y piadoso; hospitalario y perverso; tiene,
como el Africano del Este, un bello carácter y un corazón de roca;
es batallador y cobarde, según las circunstancias; es servil y opresor,
terco y condescendiente; avaro y generoso. Pereza. Pasión del ánimo,
actividad a intervalos. Desconfianza. Viveza. Penetración. Desarrollo
de la vida perceptiva. Destreza para la guerra. Astucia de los sentidos.
Observación activa y delicada. Extrema variabilidad emocional.
Imprevisión. Alegría infantil, como la del salvaje. Es dado a la chanza;
chascarrillero, bromista, le placen las bufonadas, ni más ni menos que
a los indígenas de la Nueva Caledonia, los fidjios, los tahitianos, y los de
Nueva Zelanda. Tiene un sentimiento rudimentario de la propiedad.
Carece de facultad adquisitiva. Dedicado al pastoreo como el hombre
primitivo, «ya tiene posibilidad de sacar algún provecho mediante el
aumento de su propiedad; obtiénelo multiplicando sus ganados.» Se
contenta con la satisfacción de sus primeras necesidades. Son amantes
de la libertad. Tienen un espíritu independiente. Son refractarios
a la agrupación social. Son enemigos de la autoridad. Miran a los
mandatarios como a enemigos. Por excepción, algunos se muestran
serviles, como los kamtchadales, con quienes los maltratan. Carácter
con frecuencia revoltoso. Fidelidad a los caudillos. Vanidad excesiva
de su persona. Le agrada el ataviarse con colores, flecos, dorados y
bordaduras, cosas brillantes. Profunda aversión al extranjero. No gusta
de las labores agrícolas. Antipatía al trabajo complicado. Desarrollo
del instinto parental. Son vengativos como los fidgios; tratan a las
mujeres con brutalidad; son déspotas y burlones con los débiles. Fijeza
de sus costumbres. El gaucho es profundamente conservador. Tiene
horror a la novedad. Odia las usanzas Europeas. Es tradicionalista por
naturaleza. Es exaltado en sus simpatías. Conserva como una reliquia
las creencias de sus padres. Es supersticioso en sumo grado. Desdeña
el progreso, la maquinaria y el vestuario del hombre de las ciudades.
El sentimiento de la justicia está poco desarrollado. Circunspección de
los hechos. Jamás generaliza. Es incapaz de discurrir. La prodigalidad
salvaje nace de la falta de previsión. Es hijo de la rutina. Estagnación
de la mente. Falta absoluta de abstracciones, no existe uniformidad en

483
Tratado de la Imbecilidad del País

el pensamiento. Es incapaz de clasificar. La concepción de Verdad es


limitadísima. Sus creencias obedecen a sugestiones de circunstancias.
Movimientos automáticos de la voluntad. Imaginación reminiscente.
No hay inventiva. Carencia de originalidad. El cerebro reproductor.
Rudeza del lenguaje. Su perspicacia y habilidad provienen de sus
facultades sensibles. Es incapaz de admirar. No tiene idea de […]
general. Falta de curiosidad. Miopía del espíritu. No hay propensión al
examen. Imitación inconsciente. Facultad asombrosa para remedar.
Peculiaridades infantiles.
Sería inmensa la tarea de fundar y parafrasear estos caracteres,
que se encuentran de un modo implícito en las acciones del gaucho
de todos conocidas. Fuera asimismo enojoso confrontar y analizar,
hecho por hecho, todo lo que se refiere al habitante de la campaña y
al hombre incivilizado de otras naciones del mundo. Bastará, para que
el lector se convenza de la verosimilitud de ambos, un paralelo entre
aquellas manifestaciones de una existencia casi animal, comprendidas
en el límite de la actividad perceptiva. La interpretación de tales
hechos, y de algunos otros que emanen de su falta de reflexión y de su
impericia para abstraerse y generalizar, implica a todas luces la absoluta
semejanza interna del hombre de campaña y el salvaje más degradado.
Ambos viven internamente la vida de los sentidos, gozando de los
privilegios que la naturaleza no concede a los miembros superiores de
las razas civilizadas.
Dice Spencer:

La mayor parte de los autores que hablan de los salvajes, confirman que
éstos poseen sentidos agudísimos, y que sus percepciones se verifican con
rapidez. Tomemos primero los sentidos. En opinión de Lichtenstein, los
boschimanos gozan de una vista telescópica; «sus ojos penetrantes están sin
parar en movimiento.» (Barrar) Los karios de la India ven tanto a la simple
vista, como nosotros con anteojos; citan igualmente el «alcance de la vista»
de los habitantes de las estepas de la Liberia. «Los indios del Brasil —dice
Rendon—, tienen los sentidos muy vivos; ven y oyen cosas imperceptibles
para nosotros.» Southey afirma lo mismo de los tupís. Según Dobinzhoffer,
los abipones «están siempre moviéndose como los monos» y distinguen cosas
que pasarían desapercibidas al europeo, dotado de la vista más perspicaz.
Con respecto al oído, conocemos hechos análogos, si no tan abundantes.
Todos hemos oído hablar de la habilidad de los indios de la América del
Norte, para percibir los ruidos más insignificantes; «una prueba de la finura

484
Julio Herrera y Reissig

del oído de los veddahs es que sólo por el zumbido descubren los nidos de
las abejas.210

Esto que afirma el filósofo respecto del salvaje conviene


perfectamente a nuestros hombres de campo. ¿Qué decir de la extrema
agudeza de sus sentidos, de la mágica prontitud de sus percepciones,
que asombran al habitante de la ciudad? ¿Quién no ha oído ponderar
una y mil veces, en relatos variadísimos, el ojo prodigioso del paisano,
en el que éste fía ciegamente su existencia cuando lucha con arma
blanca? «Válgame el cuerpo y la vista» es una de sus expresiones
más vulgares, que define la confianza que tiene en la penetración
de su sentido. La vista de nuestros gauchos es realmente telescópica.
A distancias considerables perciben naturalmente los objetos, cosa
imposible para el hombre civilizado. De lejos enumeran las plantas y
arbustos más insignificantes; mil objetos que por su pequeñez pasarían
desapercibidos al extranjero, se imprimen prodigiosamente en su
retina. Conocen a los viajantes desde una legua, así como diferencian
un vacuno de otro en las estancias desde la puerta del rancho. De
noche, perforan las tinieblas; tienen la vista del tigre, del búho, del
zorro merodeador. Ni los siberianos ni los kasis aventajan a nuestros
rurales para adivinar las sendas en medio de la oscuridad, bajo un cielo
de tormenta.
Respecto a lo que oyen, todo es poco lo que se diga. La […] más
ligera, el rumor más leve no escapa al perspicaz oído de los paisanos,
quienes desde lejos perciben los silbidos de las víboras, los aleteos
de los pájaros, y el zumbido de los insectos. No hay cuidado que se
pueda sorprender al gaucho en tiempo de revolución; un roce, una
pisada, un resoplido, la respiración de un hombre, cualquiera de estas
cosas basta para ponerlo en guardia. Con el oído en el suelo, siente
a grandes distancias el avance de un caballo, de un vehículo, de una
locomotora. A este respecto, los Pieles Rojas y aun los egipcios a que no
hace referencia Spencer se quedan muy a la zaga de nuestros diestros
paisanos.
Sigue diciendo Spencer:

Los testimonios referentes a la observación activa y delicada son aún más


abundantes. «Excelentes observadores superficiales» dice Palgrave que son
los beduinos; Burton habla de «la organización superior de sus facultades
de percepción», [Petherick] de la maravillosa aptitud de los mismos, que ha
comprobado más de una vez, para seguir una pista. Los hotentotes muestran

485
Tratado de la Imbecilidad del País

una finura sorprendente para enterarse de cuanto concierne al ganado; los


damaras poseen una facultad maravillosa para acordarse de un buey que
hayan visto una sola vez (Galton) Los naturales de América del Norte gozan
de igual […] Burton hace notar «el desenvolvimiento de las percepciones»
de los indios de los [Llanez], «que es producido por la observación constante
y minuciosa de un número limitado de objetos.»211

Conocemos infinidad de hechos referentes a la observación activa y


delicada de nuestro gaucho. Las facultades perceptivas de los beduinos
en nada le aventajan. A quién no asombra su pasmosa facultad para
descubrir un vestigio, para seguir una huella, para alcanzar al enemigo
o a la presa de caza, conociendo rápidamente la seña de una mano, de
una pezuña, de un ala, de una rozadura. Una hoja que no esté en su
sitio, un tallo que esté inclinado, un pedruzco de más o de menos, un
rastro insignificante ¿Qué no percibe el gaucho? «Dónde vas que no te
alcance» «Es inútil que te fuyas» «Por el olor te conozco» «El tufo dice
que es hembra» «Si la pata lo denuncia» «El orín dice: zorrillo» «Si hay
plumas hay comadrejas» «Lo adivino por la pezuña». Estas son frases
corrientes en los hombres de campaña, que testimonian más que nada
su asombrosa habilidad de ligereza perceptiva, de sutil observación no
igualada por los salvajes.
He conocido un paisano que a gran distancia conocía los animales
por el olor. Él mismo seguía las huellas de una vaca guiándose por
el rastro de la pezuña, sin que se confundiera entre mil vestigios de
otras vacas que pastaban en el mismo sitio. Tratándose de pájaros,
era el individuo un excelente perdiguero. Acuérdome que me decía
«Mientras tenga ojo y nariz, no hay cuidao de morirme de hambre».
Por lo demás ¿quién ignora la finura sorprendente del gaucho para
enterarse, como el hotentote, de todo lo que concierne al ganado? Entre
mil animales, acaso habrá uno solo que escape a su conocimiento. ¿No
los tendrá a los mil en la imaginación; no los sabrá distinguir uno de
otro con pelos y señales, como él dice? ¿Se le perderá uno solo, que él
no procure su paradero? ¿Ignorará que tal vacuno tiene un lobanillo
en el encuentro, y el otro una señal en la barriga; que a tal oveja le falta
un diente, y que a tal otra la picó una víbora?
Si el damara no se olvida jamás de un buey que haya visto una sola
vez, el gaucho no le cede en esa clase de memoria. Un rincón de tierra,
un poste, una piedra, un camino, un cardal, una zanja, cualquiera de
estas cosas que el gaucho alcance a ver rápidamente, no se borran
de su imagen primitiva, aunque transcurran cien años. Él conserva

486
Julio Herrera y Reissig

detalle por detalle, con todos los lineamientos del dibujo, y todos
los contornos, ni más ni menos que una placa fotográfica, lo que fue
objeto de su percepción maravillosa. La mayor prueba de su memoria
salvaje se halla en el modo de referir los sucesos; cosa por cosa, fecha
por fecha, siempre del mismo modo, sin la menor variación. Un viejo
cuentista, a quien le hice de ex profeso repetir una misma historia,
díjomela como la vez primera, sin agregar ni suprimir detalle. El sitio,
el panorama, la hora, la circunstancia, todo fue desvelando a su turno.
El viejo tenía en su imaginación tan fresco lo pasado, que parecía que
la historia le hubiera sucedido ayer.
Fácil es suponer que un desarrollo tan notable de los sentidos en
nuestra gente rural, y de lo que puede llamarse memoria perceptiva, se
debe, como afirma Burton de los indios de los Llanos, a la observación
constante y minuciosa de un número limitado de objetos. Un
ejercicio continuado de esas facultades, es lógico que produzca un
desenvolvimiento como el que demuestran.
Continúa Spencer:

Hechos hay que denotan la rigurosa exactitud con que los chipenayos, como
los dacotaks, se enteran de los sitios que hayan visto pocas veces; pero los
más concluyentes que acerca de este punto tenemos se refieren a las razas
salvajes de la América del Sur. Bates hace notar el extraordinario «sentido
de los lugares» de los indios brasileños. «Allí donde un europeo no puede
descubrir ningún indicio, un arawako, dice Hillhouse, indicará las posadas de
cualquier número de esclavos, el día preciso en que pararon, y hasta la hora,
si es que cruzaron por la comarca en aquel día»; Brett afirma que un indio
de una tribu de la Guayana «dirá cuántos hombres, mujeres y niños han
pasado por un sitio donde el europeo sólo distinguirá las huellas confusas en
el suelo»; «alguien que no es de nuestro pueblo ha pasado por aquí», decía
un natural de Guayana en cierta ocasión que estaba reparando en las pisadas
del suelo; Schomburgh, que cita este hecho, declara que dicha facultad, en
aquellos salvajes, «raya en la magia».212

Tampoco me sorprende lo que afirma Hillhouse de la extrema


sagacidad, del refinado discernimiento del arawako para indicar el día y
la hora en que cualquier número de esclavos pasaron por un sitio. Por
innúmeras referencias y anécdotas históricas, sábese la penetración,
la finura, la viveza del paisano para conocer qué clase de sujeto, qué
número de hombres o de animales ha pasado por tal comarca. El
gaucho sabrá decir en qué hora, más o menos, el tránsito se efectuó;

487
Tratado de la Imbecilidad del País

cuántos eran los jinetes; si los caballos galopaban; si fueron policianos,


matreros o viajantes; si descansaron por el camino, etc.
El lector habrá leído de infinidad de relatos en que se asevera esa
clase de precisión perceptiva, de potencia sensorial del hombre de
campaña tenida como una inteligencia luminosa por los novelistas
y poetas que en otro sitio he nombrado. Los historiadores de las
luchas de montonera, de hazañas de caudillos; los panegiristas de
esa estrategia fluida y cimarrona del gaucho revolucionario, nos han
referido con la boca abierta de admiración, en transportes metafísicos,
los milagros, las maravillas de ingenio de los Güemes, los Facundos,
los Riveras, los Fausto Aguilar, los Ramírez, los Peñaloza, los López,
los Aldaos, los Goyo Suárez, los Caraballos, los Aparicios,213 y otros
taumaturgos de las facultades de percepción sobre el campo de la
guerra, para descubrir el número y la fuerza del enemigo, la intención
de la ofensiva, sus maniobras y ardides, sus ficciones y estratagemas, así
como para engañarlo con mil recursos que lo despistarán, trayéndolo
a la trampa de una astucia inverosímil.
También los contadores, los Ponson du Terrail de tragedias
y heroísmos, los fabricantes de Santos Vega, Martín Fierro, Juan
Moreira, […] Luna, y otros gauchos prodigiosos que dejarían muy
atrás con la agudeza de sus sentidos a los chipenayos, a los dacotaks,
a los arahuacos, y a los de la Guayana juntos, que tanto admiran a
Spencer, nos han trazado sin exagerar la figura de ese salvaje de
chiripá o bombacha, dueño absoluto con su vista, su oído y su olfato,
de un mundo imperceptible de nimiedades y reconditeces. Hay que
reconocer a tales autores, muchos de ellos malos artistas, desabridos
o faltos de sinceridad, que en lo tocante a la habilidad perceptiva de
sus héroes no han exagerado un ápice; por el contrario, de fuentes
naturales de observación y de vanas referencias, ellos han extraído la
figura de ese nómada sagaz, de esa luz mala, de ese brujo temerario de
las llanuras de América. Hay que observarles tan solo su candidez en
creer extrahumanas las facultades primitivas del gaucho, que ellos han
imaginado con un talento natural sin límites, con una reflexión intensa
y desarrollada, pues vemos que en las novelas aparece forjando planes
napoleónicos para evadir o atacar a la autoridad, descomponiendo
fenómenos, […] agentes, haciendo análisis psicológicos, mostrando
una acomodación suprema de las relaciones internas a las externas, en
un orden representativo de cogniciones y sentimientos.
A estos novelistas habría que decirles lo del cura de Cervantes, a
los autores de comedias inverosímiles: «¿Qué mayor disparate, señor

488
Julio Herrera y Reissig

canónigo, puede ver en el sujeto que tratamos, que salió un niño


en mantilla en la primera escena del primer acto, y en la segunda ya
hecho hombre barbado? ¿Y qué mayor que pintarnos un viejo valiente
y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey gana
pan, y una princesa fregona?»
Jadig, el personaje de Voltaire, que observando las huellas sobre
el suelo y otros vestigios supo que el perro de la Reina era hembra,
coja y de orejas largas, y el caballo del Rey de rítmico galope, dos varas
de alto, la pezuña muy pequeña, la cola de vara y cuarto, el bocado
del freno de oro de veintidós quilates y las herraduras de plata de
once [dineros], puede servir de símbolo a esa rara sagacidad, a ese
tono minucioso, a ese incesante ejercicio de la percepción del salvaje;
que el mismo autor de la Henriade toma, al parecer, por un ingenio
sobrenatural, que alaba este hecho nada menos que en un sabio y un
filósofo profundo como lo es Jadig. Plagiando a Voltaire, Alejandro
Dumas hace al inteligentísimo D´Artagnan descubridor, por huellas
del mismo género, de un duelo efectuado entre el conde de Giche y el
marqués de Guardes en un parque de los alrededores de Palacio. No
se debe extrañar que los ingenuos uruguayos confundan la astucia de
nuestro gaucho, la agudeza de sus sentidos, su actividad perceptiva, con
la inteligencia del hombre civilizado, que emana de una función más
alta, de facultades complejas, desde que Voltaire y Dumas han caído
en el mismo lazo, sin darse cuenta del antagonismo que existe entre
unas y otras facultades. El milagro de hacer a Jadig y a D´Artagnan
salvajes, es decir, abispones, tupís, arahuacos, convirtiéndolos en el mejor
de nuestros caudillos, bien se las puede ajustar a la teurgia de ver en
el Conquistador de las Misiones, el vivaracho Rivera, un Napoleón
uruguayo, y en Artigas, Güemes, Aguilar, Santos Vega y Pastor Luna,
otros tantos D´Artagnanes de lanza y poncho.
Se ha confundido nada menos que la inteligencia, una aptitud
superior del hombre culto antagónica a la actividad perceptiva,
con la perspicacia del gaucho, […] que estriba en la finura de sus
sentidos […] que en su tipo mental «dista poco del de las […] razas más
inferiores.»
[[El lector]] deducirá qué clase de inteligencia ha sido [[…]] El
Chacho Urquiza, los [[…]] Aparicio, [[…]] Coronel [[…]] Aguilar,
Ramírez, [[…]] [[y]] otras personalidades de figuración secundaria
que [[…]] de glorias y de ficciones con su sagacidad, con la magia
de sus sentidos los [toneles] anaides [[…]] Los citados caudillos,
que palpitan como [[…ntes]] en la imaginación de estos ingenuos

489
Tratado de la Imbecilidad del País

pueblos del Plata, no ha sido al fin y al cabo, con respecto a su raza,


sino síntesis prodigiosas de agudez perceptiva, de viveza animal, de
astucia chipenaya, verdaderos genius zoologicus. Ininteligentes, incapaces
de reflexionar, faltos de energías mentales superiores, como lo han
demostrado en distintas circunstancias, el funcionamiento de las
facultades más sencillas ha sido extraordinario en estos hombres, que
si ligaron mal o bien su nombre a la posteridad, se debe únicamente
al mecanismo inferior de sus sistema nervioso. Para el psicólogo, un
Rivera es cien veces un arahuaco, un Güemes, otro tanto un indio de la
Guayana; reconociendo en el fondo de sus análisis que estos valerosos
Mesías de la libertad han suplido, con sus facultades creadas por el
medio ambiente y adaptadas a la acción viril, a otros capitanes con
otras facultades más superiores, que hubieran sido del todo inútiles
en estas tierras para dirigir rebaños inconscientes e indisciplinados, y
luchar en montonera con recursos miserables, en sitios escabrosos.
Tal era el desarrollo de los sentidos en estos hombres, que
Sarmiento asegura del Gral. Rivera que conocía en plena noche el
[sabor] de cualquier comarca. Mascaba este caudillo la yerba que
tuviera a mano y por el sabor sabía perfectamente el territorio en que se
encontraba, sirviéndose para […] de este procedimiento sutil. Como
el indio de la Guayana que a decir de Brett no ignora cuántos hombres,
mujeres y niños han pasado por un lugar, así como si el transeúnte es
extranjero,214 nuestro gaucho conoce perfectamente por la distancia
del paso y otras […] señales que en el suelo deja el calzado la edad de
las personas. «Te adevino por la pizada», «Es cajetilla el que ha pasao,
lo vende el hoyo que dejó la bota», son decires muy corrientes en los
hombres de nuestro campo.
Volviendo a lo que dije, el gaucho, como el hombre […], se
distingue por una habilidad casi fantástica para efectuar todo aquello
que se relaciona con sus facultades perceptivas. Sus manos hacen
milagros; la extrema movilidad de sus nervios, su fuerza muscular,
su delicadeza táctil, todo esto resultado de la gimnasia de sus sentidos,
llega a un grado de superior excelencia. La aptitud del juego, que
depende en gran parte del ejercicio de esas facultades, su destreza
para la guerra, para la equitación, para el acrobatismo en lo que cifra
todo su orgullo, sobrepasan el ingenio para tales cosas del indígena de
América, de los indostaníes, los árabes, los tupís, los karios, los dacotaks,
los arahuacos y los naturales de la Guyana.
Esta aptitud, prodigiosamente desarrollada en los caudillos
históricos, en los grandes dominadores políticos de la campaña, ha

490
Julio Herrera y Reissig

contribuido y no poco a la aureola de los Rozas, los Artigas, los Rivera,


los Güemes, los Urquizas, los López y los Ramírez. Ella ha sido la base
de su prestigio en el rincón de su nacimiento, desde los albores de su
carrera casi eventual; con ella han sugestionado a las masas, se han
impuesto solitariamente a sus relaciones; han atraído a las mujeres,
hiciéronse aclamar por héroes, con despotismo a la humildad de los
vencidos y a la simpatía de los admiradores, tal como los caciques de
tribus y los viejos reyes fanáticos, cuyos triunfos tuvieron por pedestal
su destreza milagrosa para ese género de actividades. No quiero cansar
al lector con la cita de infinidad de casos que atañen a este aserto;
baste recordar que Rozas se impuso desde su adolescencia al gaucho
de Buenos Aires, ejercitado sin excepciones en multitud de proezas;
humillando a sus contrincantes en los juegos más difíciles, haciéndoles
ver su enorme superioridad para el dominio absoluto que alcanzó más
tarde, con el apoyo de ese elemento bárbaro que él abatió mil veces.
Desde los caudillos hasta el jefe de partida, desde los grandes
conmovedores de masas hasta el comandante de departamento,
desde el Atila de bota de potro hasta el yaguareté de los escondrijos,
emperador de matreros, todos han escalado la fama merced a su
habilidad para manejar la lanza, para esgrimir el facón, para tirar el
lazo, para dirigir al cazar la fiera el dardo, para cruzar como peces una
anchurosa corriente, para introducir el plomo donde ponen la puntería;
para ensartar la sortija, para dominar a la res con la destreza del puño,
para matar perdices con el rebenque, a todo correr del potro.
En este concepto, el gaucho es un salvaje por excelencia. Véase lo
que dice Spencer refiriéndose a este último:

a la par que esta exquisita percepción, el salvaje posee naturalmente una


destreza incomparable para ejecutar los actos sencillos que inmediatamente
dependen de aquélla. Los esquimales son «ingeniosos y hábiles en los
trabajos manuales»; «los hotentotes muestran gran habilidad en el manejo
de las armas» (Kolben); los fueguenses tiran admirablemente con la honda;
el andamenio jamás yerra el golpe con una flecha a cuarenta o cincuenta
metros de distancia; los naturales de las islas Tongas o de los Amigos son
muy duchos en el arte de dirigir sus canoas; el australiano lanza sus dardos
con notable precisión: todo el mundo ha oído hablar de las habilidades que
ejecuta con su bumirango; los santales de la India descuellan por su «rara
aptitud para el manejo del arco»; matan aves al vuelo y tiran liebres a la
carrera.215

491
Tratado de la Imbecilidad del País

A lo dicho sobre el hombre de campaña debo agregar la habilidad


asombrosa de sus dedos en los trabajos manuales. Conocida es su
destreza para hacer nudos […]. En este género de trabajos supera a
los esquimales que cita Spencer, todo lo cual no es sino el resultado de
un desarrollo perfecto de los centros inferiores que se observa de un
modo más absoluto en ciertos animales cuya actividad mecánica llega
a lo fabuloso.
La facultad de percepción del gaucho, transmitida por sus
antepasados y aumentada con las experiencias personales en la vida
del individuo, tiende a consolidarse en un orden de automatismo
por virtud de las condiciones ambientes a que está sujeto. Se debe
comprender que esta agudez maravillosa de sus sentidos tiene en un
tiempo una necesidad absoluta, tal como es para el salvaje una aptitud
de supervivencia, gracias a la cual subsiste. En las épocas de guerra, de
vandalismos, de escasez; cuando el gaucho tenía que defender su vida
a cada paso, estando alerta de cualquier sorpresa, y en observación
constante de las huellas del adversario, cuando su ojo avizor y la
mirada de punta ahuyentaban el peligro, cuando su oreja de perro
vigilaba como el carpincho para que como él dice «la muerte no lo
agarrara durmiendo», en ese entonces el gaucho era un fantasma sutil,
un gnomo misterioso que hacía milagros con su oído, con su vista,
con la extrema finura de su tacto. Su cuerpo era de goma; un aparato
contráctil lo acortaba o extendía como una serpiente; el espectro
vagabundo de las soledades, el enemigo misteriosamente alzándose
del matorral, y luego se evaporaba en los escondites al abrigo de la
sombra, como un duende fúnebre, pernoctando con el ojo abierto
como las liebres en los lugares de las alimañas, junto al infierno de los
matreros.
He dicho que la destreza para el gaucho ha sido una necesidad
suprema. A esta destreza asombrosa alude Spencer explicando su
razón de ser en el salvaje: «La supervivencia de los más aptos ha debido
tender constantemente a consolidar dichas cualidades, en hombres
cuya vida dependía constantemente de la sagacidad de sus sentidos, de
la rapidez de sus observaciones, y de los resultados que sabían sacar de
sus armas.»
Queda averiguada la similitud perfecta de ambos tipos intelectuales,
y el origen de su actividad. Gaucho y salvaje son para el psicólogo una
misma cosa.
¿Por qué el gaucho, al revés de lo que afirman los idealistas de
la literatura criolla, no es ni puede ser inteligente, tendiendo a la

492
Julio Herrera y Reissig

estupidez, que se estratifica día a día en su cerebro mecánico? Spencer


da la respuesta, donde dice:

El antagonismo que existe entre el funcionamiento de facultades más


sencillas y el de facultades más complejas, es causa de que este predominio
de la vida intelectual inferior entorpezca la vida intelectual superior, porque
la energía mental se gasta en percepciones incesantes y múltiples, con
menoscabo del pensamiento tranquilo y razonado.216

Otros efectos de la ineptitud mental de nuestros gauchos, idénticos


a los del salvaje, se notan en su manera de obrar y de sentir; no pueden
generalizar; cuando buscan la explicación de un hecho, se fijan en
un detalle; les place con entusiasmo la trivialidad; son ávidos, como
el salvaje, de que les cuenten historias de hazañas y de guerreros en
que son protagonistas los caudillos, así como de brujas, de diablos y de
cosas misteriosas; y son impresionistas como los niños; entretiénense
en comentar a su sabor las cosas célebres, los escándalos de la ciudad,
que ellos saben por los viajeros; más que en el panorama general de
un acontecimiento, se fijan en los pormenores; les llama la atención
una tontería, algo que roza su superstición, que les da cuerda para
lanzar una carcajada o decir una chufleta; a cada paso interrumpen
una relación con una pregunta insignificante, tonta, pueril, fuera
de oportunidad; lo grave, lo esencial, lo sumo, pasa por su cerebro
sin dejar rastro; cuando alguien les explica algún fenómeno, ellos se
impresionan con el punto más sencillo; en sus actos manifiestan el
prurito por pequeñeces ridículas.
Véase lo que dice Spencer, refiriéndose a estas condiciones que
se hallan en el salvaje, y con aquellos individuos de inteligencia poco
desarrollada:

Predilección extrema por los fenómenos insignificantes, prurito por los


hechos de escaso valer, que no sirven para sacar conclusiones provechosas;
tales son los caracteres del espíritu salvaje. A cada instante hace multitud de
observaciones sencillas, y las pocas de importancia, confundidas en la masa
de las superfluas, pasan por su cerebro sin dejar en él materiales para ideas
dignas de este nombre. Las inteligencias primitivas devoran con avidez los
hechos de poca monta; son ávidos de pormenores triviales, de hechos y de
hazañas; son incapaces de analizar y sistematizar.217

493
Tratado de la Imbecilidad del País

Se ha demostrado perfectamente la igualdad intelectual del


habitante de nuestra campaña y el hombre incivilizado. No obstante,
quiero dejar constancia de algunas peculiaridades que anota Spencer,
relativas a la falta de reflexión del salvaje; peculiaridades que se
encuentran en el gaucho, como se verá a seguida.
Advierte Bates,218 hablando del indio del Brasil, «que no piensa ni
más ni menos que en aquello que concierne inmediatamente a sus
cuotidianas necesidades materiales.» Esto ocurre con el hombre de
campaña, quien no piensa sino en comer, en dormir, en sus vicios
(mate, cigarro y baile), y si se quiere, en sus pasiones, que son como
es sabido el juego (naipes, carreras, tabas, sortijas) las mujeres, y la
guerra.
Dice Burton219 del Africano oriental: «observa bien, pero nada de
provecho puede sacar de sus percepciones; la inteligencia del africano
no sale, y aparentemente no puede salir, de la órbita de los sentidos,
sin ocuparse en otra cosa que en el presente.» Otro tanto puede
afirmarse del gaucho, cuyas percepciones son tan delicadas como […]
su inteligencia, la que no sale de sus sentidos, ni se ocupa de otra cosa
que no rece con las necesidades, los vicios y las pasiones de cada día.
El Porvenir no existe para el gaucho; la propiedad no representa
nada, jamás espera a tener fortuna. La vida, como él dice, «es un
cigarro, la gracia es que se fume macanudamente, no gastándola al
ñudo, rompiéndose la cabeza con pensares de mañana. Que haya
donde carnear, y que el mesmo diablo se lleve tudo». «Hay que hacer
pata ancha, amigo, no preocuparse de naide». «Que salga el sol por
ande quiera.» «Si hoy hay tormenta, mañana habrá buen trigo» «El
que mira pa´ delante cai más pronto en el zanjón.» «Jesús me dé la
salud, que lo demás es juguete». Estas expresiones revelan que nuestro
gaucho, semejante al Africano, es incapaz de reflexionar, no piensa en
lo venidero.
El testimonio de Galton,220 relativo a los damaras, es aún más
concluyente: «jamás generalizan, parecen de una estupidez
excepcional. Así un damara que supiera perfectamente la senda de
A a B, y aun la de B a C, no tendría idea de una línea recta de A a
C. No se representa en su inteligencia el mapa del país, pero posee
una infinidad de pormenores locales». Igualmente, nuestro gaucho
no puede generalizar, es incapaz de un razonamiento; aparte cuatro
insignificancias de memoria, unos refranes, algún versito, y su
conocimiento como baqueano de todos los lugares que ha visto y de
cuanto pormenor ha pasado por su sensorio, da muestras de una ciega

494
Julio Herrera y Reissig

estupidez, de una infelicidad de niño, pues de nada se da cuenta, nada


comprende, es incapaz de reflexionar; a una pregunta, la más sencilla,
no sabe qué responder, queda perplejo, sonríe de imbecilidad; es
un mito de candidez; cualquiera lo seduce, lo engaña; su conciencia
es un receptáculo de absurdos de superstición, de impulsivismo
inconsciente, de necias tradiciones y de rutinas de animal doméstico;
su risa es una risa estúpida, por motivos insignificantes; su penetración
perceptiva es su única inteligencia; su sagacidad, su astucia, recuerda
la del mono, es hija de facultades simplísimas; su aptitud tiene sólo
aplicación a cosas sencillas, a contar cuentos, a hacer comparaciones
floridas cuando se enfrenta galantemente, a urdir fábulas, a inventar
una tonada, a ejecutar con la guitarra un estilo, una milonga, o un
pericón, a ensillar, atezar y a cepillar su caballo, a vestirse con cierta
gracia, etc.; si se le presenta un asunto para resolver, échase a muerte,
se queja de la cabeza, se impacienta violentamente, prorrumpe en
maldiciones y ternos, se fatiga en extremo, y acaba por abandonarse,
diciendo «esto no lo entiende mandinga; el que venga atrás, que arree;
a otro chancho esta ración; que lo coma otro avestruz; que le meta
diente el diablo; a otro perro con ese hueso».
Lo dicho de nuestro gaucho ocurre con el salvaje. Dice Spencer:

Ciertos pueblos semi-civilizadas, los tahitianos, los naturales de las indias de


Sandwich, los javaneses, los sumatrenses, los malgaches, etc., ostentan «una
inteligencia viva, penetración y sagacidad». Mas esta aptitud es solo para
las cosas sencillas, como lo prueba la afirmación de Ellis, referente a los
malgaches. «Los hechos, dice, las anécdotas, los sucesos, las metáforas, las
fábulas relativas a objetos sensibles o visibles, son al parecer la base de sus
ejercicios mentales». Un ejemplo de que es general entre las razas inferiores
esta carencia de facultad de reflexión, es el aserto del Doctor Pieckering,
quien, tras de repetidas tentativas, no ha hallado más que un pueblo que
razone, y con el cual se pueda seguir una conversación. «Ésta, por corta
que sea, le fatiga, mayormente si las preguntas que se le hacen exigen de él
esfuerzos de memoria o de entendimiento». Spix y Martius nos refieren que
no bien se ha principiado a interrogar al indio del Brasil acerca de su lengua,
muestra impaciencia, se queja de la cabeza, con lo que revela que es incapaz
de soportar el trabajo intelectual. Con referencia a los mismos, dice Bates:
«Es difícil averiguar las ideas que se forman de las cuestiones que requieren
cierta abstracción.» Los abispones, «cuando son incapaces de comprender
algo, al punto aparentan cansancio y exclaman: “Y en resumidas cuentas,
¿qué es eso?» (Dobrizhoffer). Cítanse hechos análogos observados en

495
Tratado de la Imbecilidad del País

razas negras más adelantadas. «Diez minutos, dice Burton, hablando a los
Africanos orientales, bastan para cansar al más inteligente, si se les interroga
sobre su sistema de numeración». Obsérvase igualmente que una raza tan
inferior como la de los malgaches, no posee, al parecer, las cualidades
intelectuales necesarias para pensar con rigor y perseverancia.221

Vése, pues, que no hay, respecto a lo que se trata, la más leve


diferencia entre el gaucho y el hombre primitivo. Por último, debe
saberse que, como el beduino, «juzga de las cosas como las ve ante sus
ojos, no en sus causas o en sus consecuencias» (Palgrave).222
Esto nos conduce, por asociación mental, a la credulidad
ingenua, a la idea supersticiosa, en que el gaucho y el salvaje se
manifiestan indistintamente. Nadie puede ignorar que nuestros
hombres de campaña son dados a creer en agentes esotéricos, en
cosas sobrenaturales; la adivinación, el daño, el mal de los sentidos,
los fantasmas, el sueño, el arte de curandería por ensalmo, las
maldiciones, los fraudes supercheros, los augurios, la brujería, las
ideas de aparecidos y de demonios, los duendes, la […], el exorcismo,
la magia, son familiares al gaucho, tanto como al primitivo, y aun si
no fuera fatigar a mis lectores, podría hacer una confrontación de
las supersticiones que atañen a uno y otro, supersticiones similares,
unidas por un lazo misterioso de naturaleza.
Me concretaré a dejar constancia de que esta credulidad se debe
a la ordinariez de sus facultades, a su impotencia para abstraerse y
generalizar, a su incapacidad para elevarse sobre lo concreto, a que
les es imposible asociar varias ideas especiales y distinguir en ellas el
rasgo común en medio de sus diferencias, de lo que resultara la idea
colectiva, más tarde, la de relación causal, y por último, la concepción de
relación causal abstracta.
No se debe extrañar, en tal manera, que el gaucho admita por
prodigioso lo que no pueda explicarse, que no haga diferenciación
entre una realidad y un absurdo, que tome por extrahumanos los
efectos más sencillos de un orden natural, clasificados y sistematizados
por el hombre civilizado. Spencer da la razón de lo dicho en las
siguientes líneas:

Mientras no se haya constituido una idea general por virtud de la


aproximación de varias ideas especiales que presentan un rasgo común
en medio de sus diferencias; ínterin esta operación no haya asimilado en

496
Julio Herrera y Reissig

el pensamiento dicho rasgo con otro también común, no puede nacer la


idea de relación causal; y en tanto no se hayan observado muchas relaciones
causales, no podrá formarse la concepción de relación causal abstracta. De
modo que el hombre primitivo no podrá hacer la distinción que nosotros
reconocemos entre lo que es natural y aquello que no lo es. No puede existir
la noción antitética de desorden si antes, mediante la comparación de
experiencias diversas, no se ha engendrado la noción de un orden constante
de los fenómenos.
Así como el niño, que nada sabe del curso de las cosas, cree lo mismo
en una ficción imposible que en un hecho familiar, el salvaje, que ningún
convencimiento posee clasificado ni sistematizado, no ve nada de lo
incompatible entre un absurdo y una verdad general establecida; para él
no hay ninguna de éstas.
Por lo tanto, una credulidad que en nosotros no cuadraría bien, es en
él perfectamente natural. Cuando vemos que un salvaje joven toma como
cosa sagrada al primer animal que se le presenta en sueños, mientras está
en la abstinencia; que el negro, como refiere Bosman, comprometido en
un empeño de importancia, elige por Dios y mediador al primer objeto
que encuentra al paso, cuando sale de su vivienda, y ofrécele sacrificios
y oraciones; que el veddah, en fin, que yerra el golpe, achaca su mala
fortuna, no a su falta de tino, sino a que no ha ganado el favor de Dios,
tenemos que considerar las concepciones que esos actos e ideas suponen,
cual consecuencias de un estado mental en el que la organización de las
experiencias no está aún bastante perfeccionada para que pueda deducirse
la idea de causación natural.223

No es de extrañar semejante conducta, si se tiene en cuenta que poco


menos ocurre entre muchas personas que pasan por cultas. Es, por ejemplo,
opinión popular que para preservar de todo peligro a una persona mordida
por un perro rabioso, el mejor medio es matar el animal; otro ejemplo es
el absurdo en que caen de ordinario quienes creen en los fantasmas; dan
por seguro que se aparecen vestidos a los mortales, con lo cual admiten
implícitamente, sin sospecharlo, que también hay apariciones de trajes. Los
hombres de razas inferiores, mucho más ignorantes e incomparablemente
menos capaces de pensar, han de tener por necesidad un verdadero caos
en las nociones y ha de ser corriente para ellos aceptar doctrinas que nos
parecen monstruosas.224

La idea de que en martes y viernes es peligroso casarse o embarcarse;


de que significa la muerte del mayor o menor de los comensales

497
Tratado de la Imbecilidad del País

cuando son trece en una mesa; que este número presagia siempre
desventura; que la araña negra es desgracia y la blanca fortuna; que
encontrarse con un jorobado o que guardar una herradura usada
es suerte; que de contar las estrellas salen verrugas; que saludar a la
luna es buena noticia; que derramar sal o aceite es anuncio de dolor;
que un objeto que caiga denota con su inicial la persona que piensa
en el dueño de lo caído; que soñar con vacas y espejos es peligroso,
y feliz con muslos de criatura; que una picazón en el ojo derecho es
fortuna, y en el izquierdo llanto; que haciéndoles cruces de sal debajo
del asiento a las visitas éstas se marchan; que soñar que una persona se
muere es anuncio de larga vida.
Respecto a lo que antecede los uruguayos de la ciudad tienen
supersticiones que van a la delantera de las del gaucho. Fuera de que
creen en las adivinas, que abundan en Montevideo, explotando la
credulidad; en los presagios; en agentes sobrenaturales; en aparecidas;
en duendes; brujerías; en curas por palabras y signos; en magia de
colores, etc., es algo que sobrepasa los engaños del campesino, quien
mira con espanto el mal de ojo, el chamizo, la maldición en el mate, las
ánimas en pena que vagan en la luz mala; la vuelta de la pisada, el daño
con cabezas de víbora y vidrios rotos, polvo de huevo y vinagre; la paletilla
caída, el retrato dado vuelta; que creen que cuando canta un gallo en
la puerta de la alcoba donde hay un enfermo, éste se muere; y que si
canta en la puerta de la sala, vendrán visitas inmediatamente; que si
los perros aúllan de noche, arribo de forasteros; que si bala una vaca,
fallece alguno; que se cura el mal de ojo quitando la camisa al paciente
y poniéndosela al revés, con dos padre nuestros y cruces en la mano;
que se enamora a un hombre dándole en un terrón de azúcar algunas
gotas de sangre de la menstruación; o haciéndole beber en el mate
el agua en que la novia se lavó la vulva; que se hace daño a alguno
apoderándose de una media que le pertenezca, y acribillándola con
agujas, y otras cosas por el estilo, que bien se pueden igualar a las más
groseras supersticiones de los groenlandeses, los fidgios, los caribes, los
tudas, los inuitas, los boangos, los malgaches, los indígenas de Oceanía, y
los negros del centro de África.

498
Julio Herrera y Reissig

Conclusión

Para que la figura del gaucho quede bien redondeada, para que
nadie ponga en duda su similitud con el salvaje en la mente del lector,
preciso es consignar algunos de sus rasgos emocionales más salientes,
y que más lo acercan al hombre incivilizado.
El gaucho siempre acciona por el primer movimiento. Mil historias
nos refieren que tal o cual individuo de la campaña ha dado muerte al
mejor de sus amigos, o a algún ser de la familia; en un instante de ira,
sin darse cuenta de lo que hiciera.
Recordaré con este motivo varios hechos de impulsividad en que
fueron protagonistas caudillos importantes. Poco antes de la acción
de Perseverano, hallábase el General Aparicio225 disponiendo la
pasada por un arroyo del ejército a su mando. En esto acercósele un
oficial, nacido y criado en Montevideo, ignorante en absoluto de las
cuestiones de campo. Con todo el respeto de la disciplina, le preguntó
al Caudillo en qué orden, cuándo y cómo efectuaría el pasaje. El
General contestóle guarangamente, con un acento de burla: «Pasarás
en una balsa, tirando de una piolita; ¿no te enseñó tu mamá lo que
eran balsas; qué aprendiste en la escuela?». Y como el subalterno se
sonriera, Aparicio, montando en cólera, loco de rabia, precipitóse
sobre el oficial y le atravesó con su lanza, de parte a parte, a la vista
de todo el ejército. Otorgués cometió actos semejantes en distintas
ocasiones. Esta fiera se arrojó sobre un prisionero con una piedra y le
deshizo la cabeza, porque el godo, como él decía, se quedó serio cuando
le hablaba «de ensartar al asador a los reyes de su Galicia.»
Facundo, «el tigre de los llanos», era un feroz impulsivo. Por una
cuestión, la más insignificante, mató a tacazos de su bota a la querida
en el patio de la casa. La escena duró un minuto. Un gesto y una
palabra que no le gustaron al tigre, fueron lo bastante para que éste se
precipitara ciegamente bufando, trémulo de ira, sobre la mujer, a la
que trituró con mecánica fiereza.
En tiempo de revolución es cuando la impulsividad adquiere
mayor empuje. Los hombres matan inconscientemente, acometidos
de extraña furia contra una divisa. El gaucho, que bien puede ser
magnánimo y hospitalario, se convierte en alevosa bestia, en un
monstruo de desolación. Atropella, viola, incendia, roba, despedaza; es
incapaz de dominar sus emociones. Una prueba de la impulsividad de
los gauchos está en que continuamente llenan las cárceles, convictos

499
Tratado de la Imbecilidad del País

de haber apuñalado, en un mal momento, como ellos dicen, el cuerpo de


una mujer o un niño, cometiendo con el cadáver las mayores herejías.
«Yo no vide lo que hacía —dice el gaucho— se me resbaló el facón»,
aludiendo a la ceguera de su espíritu.
Recientemente, un individuo rural, que iba, según propia
declaración, tranquilamente en su caballo de paseo por el campo,
apeose furiosamente, enderezando a un rancho en cuya puerta
hallábase un sujeto que ostentaba un pañuelo rojo colgado al cuello.
El individuo apuñaleó con bárbara ferocidad al del pañuelo, sin
proferir una palabra, hecho lo cual subió a caballo tranquilamente, y
marchó, sin preocuparse de su victoria. El asesino, según declaró más
tarde, no era blanco, ni sabía qué fuesen los partidos, no habiéndose
inmiscuido jamás en cuestiones de banderías. Pero que su padre había
sido un blanco muy exaltado. «Agregó que ignoraba cómo pudo haber
hecho lo que hizo, no acertando a explicarse lo que sintió cuando
miró el pañuelo». Este caso de impulsividad heredada es asombroso,
y el psicólogo descubre en él un acaloramiento fulminante, un furor
sanguinario, producido por un color que representaba, para el padre
del asesino, una furiosa provocación, un sacudimiento para sus centros
nerviosos, un estimulante de su apetito de guerra.
Como excepción a la impulsividad, hay gauchos también apáticos,
que dominan sus emociones. Éstos se parecen a los aborígenes del
Nuevo Mundo. Con frecuencia se oye decir que el gaucho es sufrido,
que soporta las dolencias con resignación, que algunos son hasta fríos,
llegando al estoicismo de los héroes.
Hay razas primitivas que manifiestan este carácter, como lo hace
notar Spencer, donde dice: «Los indios de la América del Norte son
absolutamente impasibles; los dacotaks soportan resignadamente los
dolores físicos y morales; los […] aparentan una frialdad e indiferencia
flemáticas». El mismo hecho es manifestado en los pueblos de la
América Meridional, pues según Bernard, el indio de la Guayana,
aunque pierda para siempre sus seres más queridos, soporta los
dolores más crueles con aparente insensibilidad estoica.
Pero la regla es que el gaucho se manifieste impulsivo, de
repente, en un momento dado cuando se siente alterado por alguna
circunstancia que conmueve sus sensaciones. Esto no quita de modo
alguno que pasada la efervescencia, cuando desaparece o amengua
la causa perturbadora, el gaucho se manifiesta tranquilo, bondadoso,
impasible, flemático, y que en circunstancias de necesidad, cuando
lo exige la disciplina, durante la guerra; cuando su vida depende de

500
Julio Herrera y Reissig

su resignación por sufrir, de no dejarse abatir por el infortunio, se


muestra como el indio de la Guayana, insensible hasta el heroísmo.
No se debe extrañar el tránsito repentino de una acción impulsiva
a un estado de imperturbable frialdad, de indígena apatía. Las
emociones, como dice Spencer, obran irregularmente en el salvaje,
cuya conducta variada recibe siempre la anomalía, el desnivel,
lo inconexo, la falta de un todo constructivo que se oponga a las
influencias ambientes.
De otro punto de vista, la impulsividad revélase en el gaucho en
acciones de distinto orden, como ser, en el trabajo. Con frecuencia se
irrita contra la res que persigue y la golpea, la hiere con brutalidad; en
ocasiones apalea su caballo furiosamente por la misma causa, lo que
no quita que más tarde lo acaricie como a un ser de la familia, velando
hasta su sueño, acepillándolo, atuzándolo, para después lucirlo como
su prenda más bella. Se da el caso de un impulsivo que, apeándose
puñal en mano, dio muerte a su caballo porque el animal, rendido
por la fatiga, no marchaba tan presto como el jinete deseaba. Luego
el gaucho, vuelto en sí de su acaloramiento, comprendió lo que hubo
hecho, y arrojóse llorando sobre el cuerpo del animal, meciéndose
los cabellos, desesperado, diciendo «¡Qué es lo que hice, Virgen
Madre!; ¡Resucítame a mi bayo! Soy un criminal malvao. Mal haiga mi
disgracia.» También se enfurece el gaucho contra los objetos; a veces
arroja de sí una cosa que le estorba; o que le da algún trabajo para
repasarla; a cada minuto prorrumpe violentamente en maldiciones y
ternos contra todo lo que le rodea; y a veces descarga su ira a patadas
con algún objeto o animal, sin preocuparse de los perjuicios que a sí
propio se ocasiona. En los juegos (taba, carreras cortas), se enoja con
frecuencia y es en tales ocasiones que por cualquier bagatela comete
un crimen «entre flor y truco», y de seguro a su caso, es capaz de
ponerle fuego a todo lo que posee. Con respecto a lo dicho afirma
Spencer:

«A pesar de su impasibilidad ordinaria, los dacotaks son acometidos de un


furor sanguinario cuando matan algún bisonte»; los flemáticos crikos suelen
suicidarse por un contratiempo insignificante. En la misma América hay
indígenas que no muestran esa apatía: en el Norte, por ejemplo, el indio
serpiente, de quien se dice que no es más que un niño, que tan pronto
se irrita, como ríe por una bagatela; y en el Sur, el tupí, de quien se dice
equivalente que «si uno de ellos tropieza con una piedra, se enfurece y la
muerde como un perro».226

501
Tratado de la Imbecilidad del País

Los kamtchadales se ponen locos de furor por lo más insignificante.


Vése pues que, a este respecto, el gaucho es idéntico al salvaje. La
variabilidad emocional es la misma en unos y otros.
Todo el mundo sabe que los caudillos han dado alternativamente
muestras de una ferocidad sin límites, y de un carácter generoso; junto
a un acto de sanguinarismo, vese en ellos un rasgo de caballería; hoy
disponen una hecatombe, mañana indultan; le roban a un sujeto para
socorrer a otro, lo propio que hacía Rivera; a un hecho de crueldad,
suceden otros de altruismo; el gaucho que es hoy cobarde mañana es
valiente, y viceversa; el que hoy degüella, mañana llora de ternura; es
déspota y adulón, según las circunstancias; con la facilidad con que
despoja a una familia, se sacrifica por otra, y es capaz de dar hasta la
última de sus prendas por salvar a uno que quizá fue su enemigo. Es
avaro y dispendioso, camorrero y sosegado, hosco y abusador. Los
bandidos más feroces de la campaña, los matreros, tienen rasgos
nazarenos de infinita caridad; y al contrario, los individuos más
mansos de las estancias, no es raro que se conviertan en fieras de
barbarie. Esta irregularidad de procederes, esta mudanza primitiva,
se puede corroborar en los hechos anecdóticos de Artigas, Rivera,
Urquiza, Oribe, Peñaloza, Sander, los hermanos Aldao, Nico Coronel,
Caraballo, López, Ramírez, Aparicio, Goyo Suárez, Aguilar, etc., en
los militares de campaña que han actuado en revoluciones, y hasta
en los héroes criollos que figuran en las novelas de Gutiérrez y otros
anteriores.
En este concepto, el gaucho no se diferencia un ápice del salvaje.
Entérese el lector de lo que dice Spencer:

El carácter de inconstancia y mutabilidad que se noticia en los kirguises y en


los beduinos del Sur, lo hallamos en las razas africanas. Burton nos dice que
el Africano del Este es, como todos los demás bárbaros, una extraña mezcla
de bien y de mal, y lo describe de la manera siguiente: «Tiene a un tiempo
bello carácter y un corazón de roca; es batallador y circunspecto; bueno en
un momento, cruel, sin piedad y violento en otro; sociable y sin afección;
supersticioso y ligeramente irreligioso, valiente y cobarde, servil y opresor,
terco y, sin embargo, le gusta variar; es avaro y económico, y sin embargo
irreflexivo e imprevisor.227

Por último, es nuestro gaucho, en lo que se refiere a la idea de


patriotismo, de ley, de orden y de justicia, ni más ni menos que un
africano. Muestra un apego entusiasta a estas ideas, sin entenderlas

502
Julio Herrera y Reissig

absolutamente: muy al contrario, ha desmentido con sus hechos lo


que se empeña en dar a comprender a cada paso con ostentaciones de
vanidad personal. Casi ningún caudillo, por otra parte, sabe explicar
con la palabra el alcance de esas ideas. A este respecto se manifiesta tan
estúpido como fingido, por más patriota que ha querido manifestarse;
aquellos que más nombran los términos libertad, honor, ley y justicia,
los grandes sugestionadores de las masas no han dado una prueba
sólida de poseer los sentimientos que emanan de esas nociones. Sus
actos más bien han ido contra esos ídolos; ambiciosos, agitadores,
reventando de orgullo, con armas de prepotencia, han pisado de
mil maneras el honor, la libertad, la ley y la justicia, a la sombra del
gallardete celeste y blanco. De igual manera, el africano del este,
como dice Burton, «es apegado a la idea del honor, pero sin la menor
muestra de él en las palabras o en los hechos.»228
Existen otros muchos puntos de contacto emocional entre el
gaucho y el salvaje, cuya fiel confrontación diera lugar a un estudio
más detenido de la psique de ambos tipos.
Por ahora me reservo a dejar constancia de que el gaucho, por lo
que piensa y por lo que siente, no es sino un «niño con las pasiones de
un hombre»; vale decir, un salvaje.

503
Anotaciones
preparatorias y otros
textos vinculados con el
Tratado de la imbecilidad del
país229
Anotaciones. Fragmentos. Comentarios
sobre «Salubridad».230
Datos231 y Cultura232
Los sombreros altos que se ven cuando llega una Compañía de
ópera. Para la ópera, las señoras se visten – al drama no se le concede
tanto (o cuando hay un baile).

***

La ropa negra – el país del negro. Un detalle interesante – por


cuestiones de seriedad – las elegantes Montevideanas se usan las
mangas hasta la punta de los dedos; usarlas cortas sería demasiada
desnudez. – (bonomía) Arena – García Santos – discurso cuando
murió el Dr. Martínez.

***

Palomeque233 – el abogado suicida – Las citas las hace


contraproducentes y en los informes in voce se suicida – en uno de esos
discursos, antes del cual se le había anunciado que tenía ganado el
pleito, se suicidó – […]

***

En el código civil hay leyes de Indias todavía. En la práctica se guían


todavía por las leyes de Indias, aunque el Código no se componga
exclusivamente de leyes de Indias. – Los abogados nuevos se
encuentran desconcertados.

***

Toga Roja – La Robe Rouge234 no a tenido éxito aquí. Declara


Blixen235 que aquí no ha tenido éxito a pesar de su inmensa reputación
Europea – Concluye diciendo que la obra es mala.

***

505
Tratado de la Imbecilidad del País

Para adular a Tonia di Lorenzo, elogió con 9 columnas a Come le


foglie.236 Se permitió también no gustar de Cirano,237 chichoneándolo
con unos malos versos – para adular a los españoles – Dijo que es un
plagio de Don Quijote.

***

A propósito de La Toga Roja, dijo Piera238 que el juez no debió


haberle hecho aquel argumento. ¡Qué ingenuidad! ¡Es un más allá de
colmo! Habla de Tereza Raquini.

***

Las familias de los presidentes que concurren en masa y con


parentela a los palcos de la Prensa – Los diarios exigen medio teatro
a cada compañía. Si la compañía se rehúsa los diarios no elogian. La
prensa está comprada tácitamente.

***

Al drama se va de media gala – a la opera no – se rinde culto a la


música, porque cuando es ópera hay más cosas –

***

El empresario, cómo reparte el teatro; una localidad al sastre; otra


al zapatero, etc.; para saldar sus cuentas. Todo el país es una cocina –

***

¡El vino Piriápolis! Es una degeneración de la raza española – Allá


el recato, el misticismo medioeval no ha contenido el Jerez de las
[Mujerez]. – Allá las españolas tienen fama de grandes amantes; sus
ardores llenan la historia y la poesía.

***

Cachondez – Los novios pegados – en los espectáculos mirándose


fijamente – mirada onanística – Hacer la psicología de esta mirada –

506
Julio Herrera y Reissig

Esa mirada es del onanista que trata de fijar la imagen para servirse de
ella.

***

Las cocottes de cierto nombre emigran del País por no poderse


mantener.

***

Axioma de imbecilidad.
Un uruguayo culto, sociable, que ha viajado decía: Calculo de la
temperatura un día con otro, ¡qué clima templado, divino!

***

La sociedad uruguaya recuerda a Pot Bulle – la obra de Zola por su


[…], su vulgaridad doméstica, su declamación de virtud, etc. – ¡Qué
asco! Como decía Zola.

***

Los caballeros uruguayos a palos – en las calles de Montevideo –


[Huxley] etc.

***

Lo que le pasó a Maciel y señora: ¡Qué artistas! les decían, etc.

***

Los fósforos partidos al medio

***

El ángel con el cubo en la cabeza que despierta a nuestras


románticas gritando: ¡basura!
Verduleros, mercachifles, etc., que afluyen como alondras
sentimentales a las puertas de calle, cantando alegremente el himno
de la bucólica.

507
Tratado de la Imbecilidad del País

***

Vulgarismo de la jerga – checheo – tuteo – vos – andate – etc.

***

El baño-turco antes de casarse. Otros por originalidad, echan


un frasco de agua colonia de 80 centavos – Desearía que se casaran
todos…

***

(Floro Costa): ha tenido un maravilloso sueño científico, etc.

***

Siempre he lamentado que Ramírez haya contestado con una


ironía al distinguido sonámbulo…

***

¡Jueguenlé, como dice Roberto!

***

Floro Costa no tiene ya derecho a reírse de Bizantineces – es un


[Bizantínico]

***

Tilinguería nacional: política, literaria, social; mozos bien –


periodística etc. – Mendilaharsu.

***

Todos los países que no son apegados a la tradición se han ocupado


de quitarle las inconveniencias a los himnos – La Argentina una estrofa
– 2 estrofas solo quedan.
Nosotros 10 o 12 – Nuestro carácter retratado.

508
Julio Herrera y Reissig

***

Las farras de las señoritas de Montevideo en los Pocitos. Las de


Howard, Lasala, etc.

***

Las guarangas del Cordón que hablan de un modo afectado y


ridículo (pedir los datos a Anita).

***

Los funcionarios públicos que sirven para todos los puestos


– generales para los Tribunales – doctores para el Ministerio de la
Guerra – Coroneles para Jefes de comandancia de Marina – Le Petit
Pays de Cancan –

***

El país más chico que tiene el himno más grande del mundo. Haydn
– Ruso – Invocación mística –

***

[Lucrecia] – hinchado de frases – pobre de ideales – […] no hay


quien resista a verlo cantar íntegro – Europa

***

La juventud se enorgullece y se pelea por quién ha tenido más…

***

Los empleados de las oficinas son buitres uruguayos; cuando entra


una persona en la oficina se ríen canallescamente; si se les pide un
dato, lo dan de mala gana y al cabo de un rato – después de una parte
tremenda; lo atienden como por favor – Venden sus renuncias, etc. –

***

509
Tratado de la Imbecilidad del País

Cuando salió El Trabajo en Septiembre – por esos días se reunió


un Club Colorado de las Tres Cruces – y se declaró hacer la guerra al
diario porque su director en el primer número citó en el editorial al
lado de Latorre, Santos, a Berro y a Leandro Gómez – decían todos
«El Trabajo es un diario Blanco». Más tarde, cuando El Trabajo habló
contra Saravia, los colorados dijeron «El Trabajo es nuestro» – Carlos
Blixen le dijo a Quaglianni: «Mire, déjese de embromar, Vd. que es
jefe de los anarquistas debería hacer votar a su gente por el Partido
Colorado – porque así se resolverá poco a poco la cuestión social. Con
unas cuantas reformas, como en Alemania han hecho los socialistas,
todo se acabó – La cuestión social aquí no tiene razón de ser – allá en
Europa todavía, hay más muertos de hambre. Enseguida dijo: «quien
implantase el socialismo, verá en Latorre un hombre de huevos; el
anarquismo ni se discute, son cosas de locos – Métanse en política – y
así efectuarán las reformas.»
Después de fallecer Quaglianni, varios artículos contra el
parlamentarismo, las elecciones, etc. y recomendar que nadie votase,
que [fuese]…

Fragmentos relativos a El Pudor

A Varela cuando se tiró la de Márquez – nadie lo saludaba.

***

Según Spencer – la precocidad es indicio de salvajismo – a los 20


años tenía talento – a los 25, no (capítulo del fósforo.) –

***

Los hombres de Montevideo se parecen a las solteronas por la


chismografía – fruto del celibato, en los que por falta de dinero no se
han casado… ¡Esa castidad!

***

Según el Código Civil uruguayo —absurdo y autoritario— la mujer


no tiene derecho a administrar sus propios bienes sin consentimiento

510
Julio Herrera y Reissig

del marido; no se le concede derecho a la propiedad – (Crítica del


Código Civil)

***

Los jóvenes hablando «de las mujeres que hacen vida galante» las
llaman agriamente ovejas – es una manera de moralizar estigmatizando
– ¡Pudibundos bellacos!

***

La acometividad a las mujeres en carnaval – se ceba especialmente


en las mujeres que no pertenecen a la crème – manotones de
hambriento, con la particularidad de que lo hacen para que el público
vea – ¡Onanistas hidrófobos! – ¡Cinismo de Lazzaroni!

***

Se advierte que los abrigos de cama para solteros no se hallan nunca


de calidad fina. En cambio son de fina calidad las frazadas y otras cosas
de cama matrimonial – la ropa fina se hace para dos.

***

Las mujeres casadas o solteras para dormir se hacen un peinado


especial, arremangándose el pelo en forma de moño sobre la nuca.
Pretender que acertase con un peinado elegante —el normal— es
costumbre de locas – es una inmoralidad…

***

El pudor no se lavan con […] creyéndose así no romper la


virginidad.
¡Risas místicas!
(Letanías) (Artículos)

***

511
Tratado de la Imbecilidad del País

Los juegos de porcelana vienen de París para matrimonios – con


tres tacitas – una para el amante – Bueno es que los maridos de
Montevideo se acostumbren a admitir esta tacita

***

Pederastia que aumenta debido a que no se connubia – gente de


aristocracia

***

En ciertas fiestas, bailes, tienen la […]] de ensuciar los muebles,


destrozar…
[[…]]tes, derramar el vino sobre las alfombras… rajar las telas
a navajazos! ¡Las gracias de estas monaditas! Resabios de salvaje –
atavismos de malón! Ministro chileno –

***

La costumbre del becerro con cualquier mujer, abusos brutales de


[…]
¡Los puros!
La pederastia en parajes secretos – en la universidad es característico
-- ¡Las connivencias del pudor!

***

A los hombres no se les permite el disfraz en nuestra culta


sociedad – Club Uruguay para evitar los desmanes de estos caballeros,
manotones, broncas brutales –
¡Los puros!

***

¡Oh la castidad! Sería un horror que los hombres se bañaran junto


con las mujeres – como sucede en todas partes del mundo – ¡Hasta
en España! Ni siquiera se permite a un hombre que se acerque a la
barandilla de la playa – a una cuadra de distancia de donde se bañan
las mujeres. – Esto no quita que las mujeres pasen cuando se les antoje
junto a los baños de los hombres! ¡Se sabe que las mujeres no miran!

512
Julio Herrera y Reissig

***

El matadero – El que presta el matadero a otro, ese otro divide la


mujer con el dueño del Matadero. Un Montevideano que fue a París,
volviendo refinado, ofreció a un amigo el Matadero, manifestándole
que lo hacía sin interés de partición.

***

Los socios de la Parva Domus regresan borrachos, cantando himnos


de cachondez. Sube una señorita en el tren y todos de consuno
guardan una severa circunspección.

***

Se observa por declaraciones de médicos, que hay muchas mujeres


que no conocen el placer (Estrázulas). ¿Qué las compensa de los
dolores del parto?
Naturalmente sus maridos no han descorrido nunca el velo de estas
sensaciones –

***

[Con]nubian con las manos puestas en actitud de plegaria,


solemnes, ambos, hieráticos, episcopales. El varón piensa en que está
haciendo un ciudadano, y la mujer una señorita. Si ellas se moviesen,
ellos se horrorizarían; verían en su esposa el arte, la prostituta,
París. Perderían la ilusión, como ellos dicen – Traslado a su falta de
experiencia –
Como no han conocido amantes, creen ingenuamente que
el espasmo no debe existir, creen que si acaso sienten placer las
mujeres, deben sentirlo en secreto – En esto consiste el valor de las
mujeres, como antiguamente en los héroes – morir en silencio – es un
estoicismo agudo, místico.
La mujer es continuamente mártir-abstinente hasta en el lecho
conyugal. Debe parecer siempre virgen – siempre niña.

***

513
Tratado de la Imbecilidad del País

(Que … luchad con 100 000 uruguayos No te parece que [hemos]


empleado. Leonidas, el mulato que lucha con 300… millones de pesos
–)

Fragmentos relativos a «Salubridad» y a


Montevideo

Salubridad – No hay una casa en que no haya un tísico y un


neurasténico.

***

Los baños de porcelana de Buenos Aires a 1000 $ papel. – La


construcción de las casas – llenas de recovequeos – variado el interior
– y perfeccionado – Aquí, de un cuarto a otro se oye lo que pasa.

***

No se encuentran artículos de baño en el país, como ser, fajas de


frotaciones. Está demostrado por los médicos del gran mundo en París,
que sin estas frotaciones el cuerpo no queda absolutamente limpio
– Zapatillas para salir del baño, etc. – ¡Los uruguayos son limpios por
naturaleza! ¡No son cachondos como los franceses! (Pureza sucia de
las mujeres)

***

Hotel de París. Una sola sirvienta para todo el Hotel – ésta sirve a la
que le paga más – el remate del servicio – El baño del Hotel, uno para
todo el Hotel, colocado en un desván donde se ponen los trastos y la
bomba de regar los […] (desprecio por la limpieza). Una canilla de
agua fría; al agua caliente se la sube desde una distancia de 2 pisos en
jarras – El bañista no tiene dónde colocar los pies al salir del baño.
El piso es de piedra – Se ruega al Ministro francés, que por el honor
de la cultura de su país, haga honor al nombre del Hotel. – […]
Las letrinas – son tres – ubicadas juntas en el final de cada piso – y
cada […] desfila en las letrinas.

514
Julio Herrera y Reissig

***

Los comerciantes para redondearse se aseguran y liquidan con el


fuego. Felizmente, abrigo la esperanza que alguna vez se queme la
ciudad…
El famoso [modisto] Ernesto Rhom ha tenido la desgracia de que
se le queme tres veces la casa. Merece ser felicitado por su infortunio.
La coincidencia es que ninguno de ellos se queme.
Es un comercio incendiario, ladrón –

515
Prolegómenos de una Epopeya
Crítica (A la manera de Platón)239
Julio Herrera y Reissig
Roberto de las Carreras
(Un salón alhajado con muebles Luis XV. Reina una luz suave.
En un ángulo un busto de Atenea. En las paredes varios motivos de
Watteau. Roberto en un diván con aire de pereza. Julio indiferente
echado sobre un cojín, fumando un cigarrillo, y aureolando con el
humo las redondeces de una Bacante. Sobre una mesa de plata un
manuscrito próximo a imprimirse de Roberto y Julio.)
Julio (galante) Has metodizado una carcajada.
Roberto (complicado) Has cincelado un insulto.
Julio ¡Hemos nacido, como Minerva, de la cabeza del Dios del rayo!
Roberto (con modestia) El rayo es como nosotros…
Julio (Compasivo) Tengamos piedad de este país tan niño, que se
halla en formación geológica, en proceso de levantamiento, surgiendo
lentamente de la matriz de las aguas.
Roberto (dirigiendo una mirada al manuscrito que está sobre la
mesa) ¡Nosotros apresuramos su levantamiento!
Julio Has desgarrado en este país con tu sátira mordedora, con tu
dentellada Byroniana la obra de los hombres, ¡oh, Anaxágoras!
Roberto Y tu la de Dios mismo, ¡oh, Satán!
Julio (con altivez) Provoco el aplauso de los insultos; ¡amo la
popularidad del odio!
Roberto Pienso como tú, oh Byron. ¿No sería acaso humillar a
Epicuro y a los más grandes libertinos connubiar con la Euménide?
Julio (con gravedad) ¡Somos los malditos!
Roberto (sonriendo) ¡Los insolentes!
Julio Tu obra, tu burla orquestal es una ópera en prosa.
Roberto (ingenuo) ¿Como las de Flaubert…?
Julio (exaltado) ¡Eres un camafeísta del insulto!
Roberto (con vehemencia) ¡Eres un poeta en erupción!
(Un silencio)
Roberto Hemos insultado a la América del Sur, desde el Uruguay
hasta el istmo de Panamá.
Julio (Reflexivo) Un insulto de […]240

516
Julio Herrera y Reissig

Julio: (con fiereza) Hemos desatado la lengua a la Verdad; somos


los fundadores de la libertad del espíritu. ¡Podemos prestar a Richepin
la dinamita del insulto! ¡Desafiaremos al Pampero arrojándole nuestro
libro para que luche con él!
Roberto (con épico arranque, aludiendo al «Sueño de Oriente» y a
«Las Cantáridas» de Julio Herrera y Reissig) Cristo hizo la Revolución
Social, Lutero la religiosa, Voltaire la crítica, Danton la política, Darwin
la científica, Comte241 la filosófica, Wagner la musical, Marx242 la
económica, Baudelaire la literaria. ¡Nosotros, la Revolución Sensual!
Julio (sentencioso) Tu obra es la patología de la parálisis intelectual
de este pueblo.
Roberto (con elogio) ¡La tuya es el monumento levantado a su
hiperbólica imbecilidad!
Julio (nostálgico) Nosotros debimos nacer en el país del mármol,
en la divina Grecia; y sólo por aberración del destino hemos nacido en
el país de la piedra, en el país del más estúpido de los minerales!

517
Víctor Pérez Petit243
Entre todos los acorchados megalómanos del país, figura un caso
patológico digno de laboratorio. Es un Torquemada literario, o
iliterario como se quiera, armado con toda la pertrechería de Tartarín.
Irascible, avinagrado y con más espinas que la corvina criolla es además
un tonto de la mejor calidad.
Girardin hubiérale dicho: «encantador de víboras, hasta para odiar
se necesita tener talento», y Byron: «Moscón hidrófobo, ponte un
cerebro». Es un hombre-pincho, el tal grafómano, de una encantadora
ridiculez. Es un serrucho humano, este literatófago sentimental y por
sus neurosis me recuerda una damisela impertinente con alma de gato
montés. Entiéndase que estoy hablando del temible, del simpático, del
malo Víctor Pérez Petit.
¿Malo? Malo no le llamaré, porque es honrar a un tonto llamarle
malo. Lo que le llamaré es tonto quintaesenciado, tonto divino —tres
veces tonto. Jamás le he conocido una idea; sus escritos son de una
inmensa vacuidad y el horror inofensivo que me ha inspirado siempre
lo atribuyo al que según la vieja filosofía, tiene la naturaleza por el
vacío.
Víctor Pérez Petit es un isquemiado común, un macrobio deletéreo, un
anormal inferior, un involutivo, que diría Ferri y en el cual el psiquiatra
experimentador hallaría enormemente desarrollada la protuberancia
del idiota.
Parece mentira que este barrilete pedante y pretencioso se haya
impuesto como escritor, con cuatro sandeces insípidas e incoloras
zancochadas en baba, con cuatro chascarrillos hipnóticos, y con
cuatro colazos de lagarto hambriento, con cuatro diatribas guarangas
y con cuatro melosidades revulsivas que me saben a empanada criolla
y a licor de rosa. Y sin embargo, pasa por ser un crítico en este país de
angelitos – y aunque la Verdad se rasgue – la fama de Pérez Petit pesa
más que toda su colosal estupidez.
En oposición con el principio a priori de los antiguos, ex nihilo nihil
—nada viene de nada— este señor Petit ha salido de la nada y aunque
orgullo de aristócrata me obliga a sonreír de su origen plebeyo, no
puedo menos que hallar la disculpa de su falta de talento en la pobre
savia genealógica que da limosna a sus células.
Si como dice Lombroso la Ciencia Moderna está llamada a dar
celebridad histórica a los más eximios idiotas, al menos como uruguayo

518
Julio Herrera y Reissig

me halaga la idea de que Víctor Petit dará gloria al país, haciéndonos


el honor de su inmortalidad.-
Víctor Hugo parece haber dado en el blanco cuando dice: «No hay
que confundir las estrellas del cielo con las que dejan las patas de las
garzas en la superficie del lodazal» , pues es el caso que en nuestra
tierra cada semejante de Petit (¿los tendrá?) pasa por una estrella de la
literatura.-
¿Quién es Pérez Petit? - Su cabeza es un dantesco pugilato de
libros indigestados que claman por un lanzante. Su erudición es una
mayonesse arcaica, un cachivacherío de sapiencia empolvada y rancia;
es una andrajosa casa de huéspedes en que viven en repugnante
promiscuidad el Padre Astete y George Sand, el cocinero Pascal, la
Pardo, Zola y Verlaine.– En las circunvoluciones laberínticas de su
cerebro deforme muchedumbres de miembros aturdidos han de estar
escuchando los desentones de su pobre acordeón de macrocéfalo.–
Su estilo, si por esto entendemos con Bufón «que es el orden y el
movimiento que se pone en las ideas», es un no sentido, pues no hay
concepción de dislocamiento caótico, de desvencijo de lógica, de
relajación de estética, de macábrica de armonía, que alcance a dar una
imagen del apocalíptico [enmarañamiento] de palabras sin ligazón ni
orden, que salen a empujones borrachas y cayéndose, de la pluma sin
rival del Sr. Pérez Petit.
Por lo demás su manera de expresarse es burda, antieufónica, sosa
y trasnochada como la de un leguleyo ramplón. Cualquier redactor de
reclames de mercería inspira menos desorden que este tuberculoso
del idioma, que por todos lados muestra los feos zurcidos de una
sintaxis mendicante y mustia.
Por lo demás no ha producido nada que no sea ejemplarmente
abominable. Imitando servilmente a Valbuena, comenzó por hacer
un Juan Moreira; insultó a cuatro literatos y se impuso fácilmente
al público. Por entonces Samuel Blixen que fue uno de los que
manoseó con toda insolencia nuestro Dantón literario – respondióle
con un desdén caritativo, con un silencio aplastador de superioridad
insoportable; y hoy ese mismo Samuel Blixen – por conmiseración
sin duda permite que el ratón de Pérez Petit arañe las hojas de «Rojo
y Blanco» con sus producciones andrajosas que inspiran lástima. Y
es porque Samuel Blixen como yo siempre lo ha marcado con una
indiferencia insultante, que equivale a un formidable desprecio.
¿Hizo alguna otra cosa [nuestro] Moreira de pluma?

519
Tratado de la Imbecilidad del País

Ah! Me olvidaba – Una [novelina] de hacer dormir, escrita como


por un colegial de la frontera, que se publicó en «La Revista Nacional»
y que destila por todos los poros el cretinismo enfático del autor.
Quien quiera suicidarse de risa o dormir para no despertar jamás,
haga la prueba y léala. El tal cuento hipertrofiado es un imposible
animal literario de los más raros: no tiene patas, ni cabeza, ni cola, ni
extensión. Después, tuvo la audacia de hacer representar «Cobarde»,
un dramote fenomenalmente ridículo, pueril, absurdo, inconcebible,
de una tontería divina. Petit mostró en este monumento de su
esterilidad cerebral la cobardía de su pensamiento.–
Asimismo robó con un descaro inaudito, con una impavidez
soberbia, una inmensa cantidad de citas y referencias sobre los
Goncourt, el Naturalismo, y la Escuela de Psicología Experimental
a los siguientes señores: Brunetière, Geruzez, Vapereau, Larousse,
Pellissier, Sainte Beuve, Taine, Gudefroy, Bourget, Merlet, Lemaitre,
Gautier, Albert, Janet, [[…]] Hennequin, Zola, Pardo Bazán, [[…]]
Claudio Bernard, Spencer y muchos otros. Con todo ese material
hurtado piratescamente pretendió hacer un estudio de la vida y
las obras de los Goncourt, y en un estilo anémico, desarrapado, de
imprudente desaliño, en el que las frases bailan un […] candombe
y las palabras se repiten mil veces en cada página – abortó un feto
literario, que llevó sacrílegamente el nombre de los autores de Renée
Wauperin.
En dicho emplasto no se halla una idea propia que valga un comino.
Todo es una perogrullada trivial y amasacotada, un embutido de citas
fuera de oportunidad – un metaforeo de antaño y una melifluidad
babosa que desconcierta el espíritu. Gallardetes de carnestolenda
satírica, y chafalonía chillona que descoyunta la Estética y da náuseas a
la proporción y al arte.
Víctor Petit, como todo glosador y plagiario, carece de [[genio
y de]] originalidad, de sentido crítico, y [[…]] de penetración y de
ciencia. Es un [[…]] ignorante con la charlatanería y el aplomo de
[[…]]
Es un pobre diablo que puede cuando mucho aspirar a tener
sentido común. Nada de lo que escribe merece los honores de un
análisis, y sus críticas son tan malas y tan tontas que sería ocuparse de
ellas, una indigna majadería. Yo no le «abanicaría a bofetadas», como
en esta ocasión lo hago, si fuera menos vanidoso y hubiera abusado
menos de los infelices sobre quienes escupió miserablemente. Pero

520
Julio Herrera y Reissig

como le considero un mal zonzo, así lo hago, y le digo sin andarse con
mohines todo lo que pienso de su ilustre personalidad.
Por último, no sólo le creo un zonzo insuperable sino un
mistificador innoble, un envidioso, un falso y un cobarde.
Espero sus padrinos.

521
El Payador Guzmán Papini y ¡Zás!
(que pudo llamarse Apolo)244

El conocido por los nombres de lagarto viejo, concubinato, por


seis vintenes, condón gastado, el varioloso metrómano, el inspirado
imbécil, el pollino trilingüe, el crédito de la estupidez montevideana,
el derrengado chacuero, el repelente plagio de hombre, el
espermatozoide atáxico, el fenómeno conyugal, la reencarnación
de Bertoldino, el atentado a la virilidad, la caricatura de Cuasimodo,
el curculio del chapatal, el microcosmos de bellaquería, el babuino
masturbador, el bagazo diarreico, el descrédito de los apellidos
terminados en ini, el badulaque de los arrabales, el patentado tilingo,
el bodrio mantecoso, el desperdicio de los contubernios, el cacófago,
el bandullo, la bazofia, la excrecencia de los conventillos, el miserable
cuartago, la cagarruta humana, el estantigua de carnestolenda,
la hidra de las zahúrdas de inquilinato, el ludibrio de su sexo, el
calabacinate de la chusma, el camastrón indigno, el muérdago
de la calle Santa Teresa, la carcoma de los cuchitriles, el cobijero
profesional, el mito pringoso, el villano, la escolta de la mulatería
entronizada, el arquetipo de la miseria, la cábala de la imbecilidad
triunfante, el bípedo deformado cuya burlesca humanidad, orgullo
teratológico, debiera ser contratada por algún museo del Viejo
Mundo, el abanderado hipócrita, el conductor esotérico de todas
las infecciones, el pólipo de su raza, el hervidero de microbios
internacionales, cuyas emanaciones se recomiendan para estornudar,
el pasivo de los tipógrafos de la Tribuna Popular en el Reducto desde su
infancia, donde fue varias veces apresado por vicios hermafrodíticos
en la vía pública, el cocotte de los creófagos nocturnos que duermen
en los bancos de la plaza Independencia, el ex-favorito del cocinero
del restaurant Papini (que perteneció a su abuelo), el desgonzado, el
desvencijado, el resquebrajado, el pateado, el gonorreico, el bisexual
Guzmán Papini (alias el impoluto), ex despachante de carnicería,
nacido según declaraciones de varios parientes a la intemperie en una
barraca del camino de Millán, de estirpe inmigratoria, quintaesencia
del guarangaje, maricón hidrófobo, rata intoxicada, adulador
misérrimo, falsario célebre, insultado hasta por los reos, hambriento
de empleomanía; famoso por sus apetitos de gato cachondo en el Café
de la Unión (Calle Yerbal), mucamo del club Vida Nueva, antiguo

522
Julio Herrera y Reissig

caftén del Reducto, de quien se ríen en la propia cara las Maritornes


de Montevideo; cuyo retrato sirve de mofa en las redacciones de «La
Mosca» y del «Quijote», Guzmán Papini, que debiera hallarse en la
Casa de Aislamiento, foco vivo de epidemia, que se lava por capricho
y eso tan solo el día de su cumpleaños; Guzmán Papini, el famoso
tercero que le buscaba las queridas a Isasmendi, el laureado payador
de esta comarca, se ha vuelto loco (lo que es raro, porque jamás un
imbécil se vuelve loco) como lo prueba el haberse atrevido a manosear
mi augusta furia, a morder mi cauda de intelectual con su colmillo
elefantino cascado por la blenorragia, a roer villanamente con sus
uñas enlutadas de minero carbonífero la higiénica excelencia de mi
gusto estético.
Guzmán Papini, que antes de ser alienado tenía la enfermedad
en potencia (traslado a Spinoza), es un isquemiado común, un
macrobio deletéreo, un anormal inferior en el cual el psiquiatra
hallaría enormemente desarrollada la protuberancia del idiota. Es
un acorchado megalómano, un Musolino plebeyo de la literatura
bandolera, un chalán del contrabando artístico, un buharro, un
murciélago de biblioteca, un salteador de libros, un ladrón alevoso
de metáforas, plagiario evidente de Olegario Andrade, Díaz Mirón,
Manuel Flores, Leopoldo Lugones, Gutiérrez Nájera, Vicente Medina,
Herrera y Hobbes, Federico Balart, Quiroga, Zorrilla de San Martín,
Bécquer,CCXXXVI Ruben Darío, Almafuerte, Eliseo Ricardo Gómez
y cuanto poeta existe en América. Usa este efebo imprentil, en sus
payadas ridículas, de una dulzonería de melón criollo y de licor de
rosa. Su sentido filarmónico es el de un lagarto; sus estrofas lunancas,
despernadas, desfondadas, detríticas, tartamudas, asmáticas son un
empedrado de trivialidad soporífera, un babeo de reminiscencias.
Dijéranse cachuchas antieufónicas, zipizapes de disonancias,
coheterías de necedades con puntos admirativos, cumbres arrítmicas,
macabras polimétricas, ensaladas de consonantes que dan jaqueca al
sensorio, que dislocan hasta el organismo. ¡Es un versificador ripioso,
insustancial, bobático, incoloro, parvífico, afeminado, vacuo que se
cae de necio, deshonra de la rima, que hace milagros de imbecilidad!
Sus masturbaciones psíquicas, sus versos de una guaranguería de
extramuros, son inferiores a los que llevan en su vientre los confites
más ordinarios. El horror inofensivo que me ha inspirado siempre este
cleptómano con su vaciedad oscura me recuerda el que según la vieja
filosofía tiene la naturaleza por el vacío.

523
Tratado de la Imbecilidad del País

Mi orgullo de aristócrata me obliga a sonreír desde mi pedestal del


origen terroso de esta canalla del sub-suelo, cuya falta de inteligencia
débese atribuir a la pobre savia genealógica que da limosna a sus células.
La pseuda intelectualidad de este muchacho es un cachivacherío de
fósiles, es un pugilato de lecturas indigestadas que claman por un
laxante. En las circunvoluciones laberínticas de su cerebro deforme
cruzado de tubérculos, una muchedumbre de gérmenes morbosos
determinan los desentones de su acordeón de microcéfalo. Si como
dice Lombroso la Ciencia Moderna está llamada a dar celebridad
histórica a los más eximios idiotas de la intelectomanía, los uruguayos
se deben enorgullecer ante la idea de que el coplero de la Tribuna,
Guzmán Papini, hará inmortal al país.
A lo dicho hay que agregar que Guzmán Papini es un mirasol
político, un malandrín, un fullero, un adulador a intervalos de Herrera,
Tajes, Batlle, Cuestas, Ricardo Estévez, etc.; un gusano pegajoso que
se adhiere al árbol que le da más frutos; un cuzco despreciable de la
vanidad criolla, manejado a patadas por Don Alberto Zorrilla, quien
como es notorio le ha hecho salir callos en las posaderas; es un lacayo
servil, un lamedor baboso de Petit, Ferreira y José Rodó, que se vende
a bajo precio, cuyo sueño ha sido siempre llegar a ser diputado.
Es una hipérbole de cobardía; un absoluto de miseria; una Epopeya
de ridículo. Es el compendio encarnado de mi famoso libro de la
Imbecilidad del País, que saldrá a luz próximamente. En la última
campaña revolucionaria de Piedras de Espinosa, el Tirteo Guzmán
Papini tuvo una figuración brillante, debajo de las carretas, donde se le
halló sin conocimiento, trémulo de espanto, clamando por la familia.
Tal es a grandes rasgos la personalidad de este extracto de
bellaquería, de este parvenu misérrimo, que tiene tíos en la Calabria,
de esta cucaracha de las redacciones, de este escorpión de la envidia,
de esta ironía de ser humano que es l´affiche de La Raza de Caín, de
este epigrama disfrazado de hombre, de este burrajo de la sociedad, de
este espermatozoide frustrado, de esta pelota errante de la famografía,
de este bambarria cuya estupidez es tan popular como La Tribuna, de
este Perckyas de Carnaval, de este predilecto ungido por la musa de la
viruela: mandria, rufián lunfardo, pollino, futuro unicornio, granuja,
ladrón, cobarde, molusco cuya catadura viscosa revela su abolengo de
carnicería.

524
Cosas de aldeaCXLIX
Hay rasgos, uno tan solo, que pintan a un hombre, y hay hombres
que se pintan solos para ser afrentados por la verdad fotográfica;
por esa verdad indiscreta, cruel, austera, enérgica, implacable, que
habla para hacerse oír y grita para hacer temblar a los deformes, a los
blandos, a los pecaminosos, a los reincidentes, a los que si se les habla
de cuerda es como si se les condenara a la horca, a los que en este
momento, como la sombra del lúgubre personaje de Shakespeare,
huyen despavoridos de mi pluma por temor de que los ponga en la
picota de la pública execración.
¡Líbreme el Dios de la Misericordia de emprender una semejante
tarea de verdugo, pues si me sobran la energía, la entereza y el
ánimo para eso y para mucho más, me falta en cambio la crueldad
de doble filo con la que otros se han complacido en hacer morir a
su víctima, haciéndola probar antes, con lentitud torturadora, todos
los refinamientos más dolorosos del martirio, todas las sanguinarias
caricias del metal frío y sin conciencia.
Se trata solo de tajear un rostro, de hacerle un pequeño rasguño
con un alfiler sin punta, pues es mi intención que la marca quede por
mucho tiempo y que, cuando la vean otros de la parentela moral de
mi acusado, aprendan la sana lección del escarmiento, y se ahorren de
esa manera el mal rato de verse ridículamente machucados, sacudidos
en ese rápido zamarreo, infantilmente perverso, que deja los moretones
como manchas de humillación, como estigmas oprobiosos, insensibi-
lizando los miembros hasta hacer que el dolorido, entre zambo y mal-
trecho, corra a ocultarse en un rincón de su vergüenza, y purgue allí
sus abyectas debilidades.
Sabrán mis lectores y mis amigos, porque conviene que lo sepan,
que iba para dos años que desempeñaba el cargo de Secretario
de la Inspección Nacional de Instrucción Pública, cargo de cierta
representación administrativa y para el que se requieren dotes

CXLIX Este texto (aún primerizo y vacilante en su estilo, sin duda) fue con toda pro-
babilidad redactado por Herrera y Reissig a comienzos de julio de 1900, luego de re-
nunciar (el día 8 de ese mes) a su empleo como secretario privado del inspector nacional
de Instrucción Primaria, que ocupaba desde octubre de 1898. Pese a haberlo revisado y
corregido, finalmente optó por no publicarlo. Este es el primer texto en el que Herrera
comienza a emplear su nuevo lenguaje crítico respecto de las prácticas políticas en su país.
Los detalles de este episodio y sus probables efectos para la vida de Herrera se discuten en
las pp. 44 y ss. de mi «Estudio preliminar».

525
Tratado de la Imbecilidad del País

intelectuales que, creo, no me faltan; y cuya categoría era tanta como


exigua su remuneración, pues, en nuestra tierra, el Presupuesto es
todo un compuesto de anomalías ridículas y aberraciones garrafales
que darían risa a los cazadores de gorras del buen país de Tarascón,
haciendo de paso corregidor a Don Quijote.
Dicho está lo dicho para que, por habérseme aceptado vejosamente
la renuncia del cargo que me refiero, no se crea que a estas horas
escucho desde el trípode clásico de la penitencia la voz del despecho
y que, jadeante, sudoroso, lleno de polvo, hablo desde el medio de
la calle, a la intemperie de los desamparos oficiales, quejándome de
impresiones que están bien lejos de mi espíritu y que no caben de
ninguna manera en mi altivo corazón. Por el contrario, hace ya tiempo
que le hube manifestado al dignísimo e irremplazable ex-director de
Instrucción Pública doctor José P. Massera mis deseos de abandonar la
secretaría de la susodicha Dirección, pues, no encontrándome bien de
salud y por motivos de otra índole, deseaba descansar absolutamente,
obedeciendo tanto a una prescripción de la ciencia como a un instinto
de mi naturaleza. De ningún modo quiso el doctor Massera aceptarme
la renuncia, y, por entonces, desistí de ella, reservándola para mejor
oportunidad. Advierto a mis lectores que si el doctor Massera, amigo
mío ya de antes, no hubiera sido mi exclusivo y único jefe administrativo
no lo hubiera acompañado un solo día desde el modesto cargo de
confianza con que fui honrado por las Altas Autoridades hace ya dos
años; pues, mi repugnancia por los favores públicos, y en especial por
los cargos de menor cuantía sujetos a la imperiosidad brutal de los de
arriba, ha sido tan grande como constante, y de esto he dado prueba,
desde los albores de mi juventud, abandonando un puesto que, en
mejores tiempos, hubeCL, y cuya mi deserción se debe considerar
como una verdadera protesta contra la mecánica de los turiferarios de
la rutina, los cuales no pasan jamás de ser simples correas o humildes
tornillos del engranaje gubernativo, pues en nuestro país el estímulo
es letra muerta y los honorarios del Presupuesto solo existen para los
juglares de conciencia, para los paniaguados incondicionales, con
vocación de cimbalistas y testaferros de los gobernantes: sacristanes de
las execrables liturgias del servilismo, fetiches del inmundo becerro
de oro, funámbulos de la maroma que más alto cuelga, colaboradores
de cuanto chanchullo existe y verdaderos Salta Pericos, pues siempre
caen parados y rara vez se descomponen.

CL En la Alcaldía de Aduana, cuando era presidente de la República el doctor Julio


Herrera y Obes.

526
Julio Herrera y Reissig

Hecha la salvedad que antecede de nuestra repugnancia por la


empleomanía o lo que es lo mismo por el embrutecimiento depresivo
que la «heresiarca necesidad» ha trocado en verdadera epidemia social
de nuestro país, entremos de lleno en el asunto que nos ocupa.
Es el caso, pues, que el doctor Massera, por sucesos que son de
pública notoriedad, abandonó la Inspección Nacional a la que se hubo
consagrado con una laboriosidad y una preparación que creemos
única para unas funciones asaz dificultosas y de luengo aprendizaje,
en las que han corcoveado algunos ciudadanos bien intencionados,
y en las que se han inutilizado otros; y siendo tanto más sentida esa
renuncia cuanto que apenas comenzaba el doctor Massera a hacer
uso de ese enorme caudal de observación aguda y prolija que hubo
recogido durante el tiempo en que ejerció sus tareas; caudal que
hubiera sido fructífero, no lo dudamos, para la instrucción primaria
del país, quedando impreso en multitud de obras sanas y fecundas que
bullían desde hace tiempo en el cerebro perfectamente equilibrado y
vigoroso del ciudadano a que me refiero. Mas las cosas ya han pasado,
dejándonos nuevamente la triste impresión de que en esta hermosa
tierra no hay nada estable, y, que, cuando el edificio se halla a medio
término viene un ventarrón y lo echa abajo, por lo que el hombre
intelectual es del todo inútil en los puestos públicos si en ellos no va a
hacer política y a servir a los gobernantes, pues, cuando quiere poner
en práctica aquello que ha tardado tanto en madurar y que debiera
ser el documento vivo de su propia gloria y satisfacción para con el
país y la posteridad, hete aquí que lo hostigan y lo vejan espoleando su
amor propio, zahiriéndolo en su dignidad, hasta el punto de obligarlo
a desertar de su puesto de labor, para que su reemplazante, que entra
como un ciego dando palos en un cuarto, a oscuras, en su voraz instinto
de reformador, haga quizás precisamente lo contrario de lo que se ha
hecho, es decir, darle de bofetones al buen sentido, escupirle el rostro
al progreso, burlarse de la sana experiencia y desvencijar el eje de toda
lógica organización.
Noticiado de la renuncia del doctor Massera conceptué un deber
de delicadeza, sólo un deber de delicadeza, entiéndase bien, y de
ningún modo una obligación, presentar inmediatamente renuncia a
mi cargo, pues fue el doctor Massera, quien contra viento y marea me
propuso al gobierno del señor Cuestas y consiguió que el mandatario
firmase mi nombramiento, después de mil contorsiones de voluntad
y mil flujos de violento desagrado, pues mis lectores se imaginarán lo

527
Tratado de la Imbecilidad del País

mucho que mi nombre y apellido serán queridos por el señor Don


Juan Lindolfo Cuestas.CLI
Para que se aprecie la independencia de espíritu y el verdadero
carácter del Inspector saliente, basta citar este rasgo que sería, lo
creemos firmemente, un monstruoso fenómeno de heroicidad en una
medianía del montón como lo es la figura infatuada y pasiva del señor
Abel Pérez.
Que el doctor Massera haya enfrentado las iras olímpicas del
presidente de la RepúblicaCLII, es algo que prueba la entereza hidalga
de un verdadero varón que todo lo sacrifica en aras del legítimo derecho
y del sagrado albedrío. En aquel tiempo de espionaje y de violencia,
de sospechas y represalias, era más que osadía obligar al gobernante a
poner su rúbrica al pie de una propuesta de nombramiento que podía
considerarse un verdadero acto de fe colectivista, arrojado al rostro del
más implacable enemigo de mi homónimo.
Le pudo costar al doctor Massera el alto cargo que desempeñaba
y sin embargo no hubo peligro que valiese, ni consideración que
amedrentase, para que el amigo de quien hablo desistiera de su
caprichosa determinación.
Cerrado este paréntesis prosigo.
Estaban reunidos en el salón de sesiones los doctores Massera,
Martínez Vigil y Riviere, cuando me presenté con la renuncia en las
manos, y pueden declararlo esos señores el doctor Massera se echó
a reír ingenuamente dándome a entender que le había causado
gracia mi rápida determinación, tal vez algo romántica y fuera de
oportunidad, pues salieron de sus labios estas palabras: «Yo ya no estoy
en el puesto, y por consiguiente, no le puedo aceptar a Vd. la renuncia;
es inútil que insista; quien se la puede aceptar es mi sucesor; aguarde a
que él sea nombrado; tenga calma y espere.»

CLI Cuestas ocupó cargos de gobierno durante la administración de Herrera y Obes,


pero luego se volvió el principal enemigo de éste. Revelando sus sentimientos respecto
de tal cambio, Herrera y Reissig había escrito irónicamente aquí sobre Cuestas, y después
tachó: «tata dios de la Patria, lleno de gratitud para con mis parientes que otrora tanto le
obsequiaron».
CLII El tono inicial de la misiva era en general mucho más fuerte al referirse al pre-
sidente. Aquí la redacción original, luego eliminada por el propio Herrera, decía de
Cuestas, en lugar del aparentemente respetuoso «presidente de la República»: «tercer
dictador de nuestro país cuando los bribones de sus esbirros hacían relampaguear el
empedrado y cuando las más conspicuas personalidades de los partidos servían de pala-
freneros del sultán».

528
Julio Herrera y Reissig

La satisfacción del doctor Massera era mucha, por este rasgo de mi


delicadeza, y se le traducía en el rostro alegre y como siempre satisfecho,
iluminado por una sonrisa de grata y amistosa complacencia.
Aguardé, pues, y al día siguiente de haber sido nombrado Inspector
de I. Pública el señor Abel J. Pérez, me presenté en la Dirección con
la renuncia en el bolsillo y con ánimo de entregársela personalmente
al agraciado, haciéndole saber de paso mis votos por que la nueva
Corporación tuviera el mejor acierto en el desempeño de sus delicadas
funciones.
Supe, más tarde, que el nuevo Inspector, refiriéndose a mi persona
hubo exclamado en cierta ocasión, haciendo el más gracioso mohín
de desagrado, como si le hubieran puesto vinagre en la lengua: «ese
señor Herrera»; tal como suena: «¡ese señor, ese cualquiera de la
majada anónima de los desconocidos; ese de los que avergüenzan con
su blasón de familia; ese individuo que apenas se ha oído nombrar; ese
ilustre quidam; ese empleadillo… ese…[»]
Sin ni siquiera sospechar lo que antecede, porque jamás hubiera
concebido un descomedimiento semejante, pues que no es el señor
Pérez con su insolente inferioridad quien puede faltarme al respeto
de esa manera, adelanté sonriente y tranquilo, y dirigiéndome al
nuevo oficinista (caído del cielo a la calle 18 de Julio y Cuareim) y
apenas hechos a la disparada los cumplidos de ordenanza, le expuse
brevemente los motivos que me obligaban a dimitir, expresándole
que no quería ser obstáculo para su obra futura, y, que, como mi
puesto era esencialmente de confianza, mi sola delicadeza ponía
en sus manos la renuncia que de inmediato le presenté y que me
fue aceptada secamente, con un monosílabo que otro (¡refunfuños
de incomodidad!) sin agradecérseme siquiera, haciendo uso de
un cumplimiento galante, de una expresión diplomática, de una
inclinación urbana, mi actitud exclusivamente voluntaria y personal;
que es como en tales casos se da a entender en lenguaje caballeresco
la complacencia a que todo acto desinteresado obliga. Balbuceé una
que otra palabra, tratando de cambiar de asunto, para que no se me
tradujese la indignación de que me vi presa, pero todo fue inútil…
el silencio de un juez severo, la rigidez de la Esfinge de Tebas, la
majestad de un acusador convertido en estatua, fue lo único que hallé
por respuesta; y comprendiendo entonces que estorbaba con mi solo
apellido, me retiré, casi violentamente, ¡tratando de disimular con una
sonrisa de veterano de cancillería los impulsos que en ese momento
me dominaban!

529
Tratado de la Imbecilidad del País

Un día después llegó a mis manos la nota de aceptación en la que


ni farisaicamente se me agradecen los servicios prestados; dándoseme
a entender por lo contrario que se me despide como a un peón de
fábrica, con las palabras más duras y precisas.
He aquí los términos de la expresada nota:

Comunico a Vd. que he resuelto aceptarle la renuncia por Vd. presentada


del Cargo de Secretario de la Inspección Nacional.
Saluda a Vd. etc.:

Firmado:
Abel J. Pérez

Lo ocurrido me sugiere las consideraciones que siguen. ¿Pudo


el señor Pérez mostrárseme amabable y expresivo en atención a mi
voluntaria renuncia, y haciendo, al menos por oficiosidad, uso de
cualquier pretexto para fundar su resolución premeditada, con lo
que me hubiera dejado plenamente satisfecho y a la vez reconocido
a su expansiva cordialidad?… – La respuesta salta de afirmativa, si se
juzga el punto de vista de la acción caballerosa y personal, y a la vez
si el protagonista es un hombre independiente, cumplido y falto de
membrana política. Pero, bien mirado y tomado por base de cálculo el
meridiano utilitarista que pasa por la cabeza del señor Cuestas y por
el estómago de muchos de sus mantecosos cortesanos, el señor Pérez
observó una conducta irreprochable, habilísima, estratégicamente
decorosa: ¡brava conducta que será tenida en cuenta por el magistrado
más alto de la Nación! – Como todo el mundo comprenderá revela
el primer esfuerzo de energía, de intrepidez subalterna; un verdadero
debut de temerario arlequín, una hazaña de ínclito vigor para con un
Herrera, consanguíneo nada menos que del Pontífice Colectivista,
de aquel pontífice en buen hora excomulgado por el Payaso,CLIII y
mil veces maldito cuyo solo apellido en la actual administración
suena malísimamente, desentona, chirrea, produce escalofríos a los
hombres que enseñan las rodilleras y las mochilas naturales, formadas
de haberse agachado tanto, y del uso del ceremonial japonés de mil
genuflexiones y saltos acrobáticos!
Ha hecho bien, perfectísimamente bien el señor Pérez. El Dios-pan
es hoy el todo-poderoso, y mostrarse complaciente con los allegados

CLIII Esta de «payaso» y las demás referencias en el pasaje que sigue —«Dios-pan»,
«patrón de todas las hambres», etc.— remiten todas al presidente Cuestas.

530
Julio Herrera y Reissig

al Luzbel de esa su divinidad de hoy día, y de siempre, es pecado de


alta irreverencia, de infame deslealtad, que le cerraría las puertas de
nuestra flamante figuración política, haciendo de su estómago una
dolorosa flauta mágica, lo que de ninguna manera conviene en este
país donde uno no sabe cómo ganarse el pan a no ser dándose a todas
las caprichosas transformaciones de una serpentina, o lo que es lo
mismo convirtiéndose en un luciente camaleón de ideas!
Además el señor Pérez, que ha aprendido a odiar el hambre
pasándola, no es tan corto de ingenio para no saber halagar al patrón
de todas las hambres que existen hoy en nuestro país.
El haberse mostrado huraño y descortés con un Herrera es
simplemente hacer méritos.
¡Bah! Ya no es Herrera su ídolo y quizá (¡nada más que quizá!) no
lo será ya nunca.
El zonzo de Julio Herrera se ha vuelto congénere de sus chiches de
ayer pues no hace otra cosa que ladrar a la Luna… CLIV
Dirá el señor Pérez: «Ya pasaron aquellos felices días de la
administración del Tata Julio en que tuve la rara habilidad de caerle
en gracia, pues me hizo (digo mal, me eligieron) diputado, vice-
presidente de la Cámara, senador, abogado del Banco Nacional y de
la Luz Eléctrica, ídem ad-hoc para entender en los asuntos fiscales.
Miembro de la Comisión de Caridad etc. etc… Toda una odisea
gloriosa durante su gobierno, pues era un verdadero Don Preciso, y lo
mismo pronunciaba un discurso que cobraba mes a mes, en distintas
tesorerías, un total de mil pesos (¡nada más que mil pesos!) ¡cerca
del triple de lo que hoy me da Tata Juan! Por entonces yo fui el niño
mimado, el gracioso volatín de ese Obes que me necesitaba para ejercer
distintos cargos a la vez, y en los cuales hacía el milagro del célebre
Taumaturgo: estar en el púlpito y cantar en el coro!»
Además el Señor Pérez ha oído decir que el doctor Massera era
débil, que carecía de condiciones de carácter. Es cierto, el doctor
Massera carece de esa brutal energía soldadesca que se traduce en
asperezas y malos modos, en groserías y palabrotas de mozo de cordel.
Voy a decirlo claro; no es enérgico, ¡desde que tiene el defecto de ser
educado y extremosamente culto!
Por el contrario el señor Pérez es enérgico (¡no lo será con
el Ministro de Fomento, ni con el Presidente de la República, se
entiende!) y tal es su energía que ¡bum! ya dio pruebas de poseerla

CLIV Herrera y Obes estaba para 1900 exilado en Buenos Aires por un decreto de
Cuestas, y sin posibilidad de ejercer actividad política directa.

531
Tratado de la Imbecilidad del País

en grado superlativo, pues, bruscamente, diome a entender que no


quería saber nada con un Herrera; que mi presencia tenía la rara virtud
de un fuerte amoníaco que le hiciera contraer los músculos de su cara
arrugada de máscara japonesa; que su eterna sonrisa coquetona de
peluquero parisiense no era para mí, ni mucho menos, que yo tenía
la habilidad de parecerle desconocido, que yo ya no era el señor Julio
Herrera y Reissig, sino simplemente «¡¡Herrera, el no sirve, el no lo
conozco, el me estorba!! ¡ese Herrera!... ese…![»]
¿Quién después de esto no se convence de que Schopenhauer es
un sabio, y cuál es el que duda de que el señor Abel J. Pérez va a ser
un excelente Inspector Nacional del Sr. Cuestas y de su Ministro de
Fomento?...

Julio Herrera y Reissig

532
Posfacio
Nueve provocaciones
críticas para leer
el Tratado de la imbecilidad del país

Aldo Mazzucchelli

1. Genealogías
Las tesis de este libro no son originales. Son, en esencia, las mismas
ya elaboradas por Domingo F. Sarmiento en su Conflicto y armonías de
las razas en América, de 1883. Esas tesis las resume José Ingenieros, en
el prólogo que aún en 1915 acompaña a la reedición del libro de Sar-
miento: la herencia española y el mestizaje habrían sido factores con-
trarios a la modernización continental, mientras que la inmigración
europea y la educación general serían los principales remedios a
aplicar para corregir el rumbo de su desarrollo. En la región, otros en-
sayistas argentinos, desde José M. Ramos Mejía a Carlos Octavio Bunge,
Agustín Álvarez o el propio Ingenieros, desarrollaron esta línea de
pensamiento en numerosos volúmenes, publicados los últimos bien
entrado el siglo XX.
Influencia directa no parece haber existido entre esos autores y
Herrera, quien no muestra haberlos conocido. Pero sea como sea,
aunque las líneas generales del diagnóstico herreriano no son nuevas,
el texto –la textura, la realización- sí lo es. El carácter irónico, barroco
y excesivo de cada página del "Tratado de la imbecilidad" lo apartan
de la solemnidad "científica" de los tratados al uso en el momento de
su escritura. La asignación del escrito de Herrera y Reissig a cualquier
genealogía cultural o de género literario es, por eso, un asunto difícil.
El componente desafiante de la obra de Herrera y Reissig se articula
en textos y gestos, en un hilo que consiste tanto en las tiradas satíricas

533
Tratado de la Imbecilidad del País

contra los que considera estrechos valores montevideanos, tiradas que


recorren el Tratado de la imbecilidad del país…, como en el uso —y el
alarde del uso— de la morfina, o el ponerse un chaleco de colores (o
un sombrero verde, un chaleco a rayas, una capa y un bastón, como
De las Carreras). El desparpajo de Herrera y De las Carreras es, en eso,
un ejemplo más de lo que se ha llamado burgeoisiephobia, una de las
marcas más evidentes que acompañaron, a lo largo de todo el tiempo
de su apogeo, al desarrollo de la burguesía. Esta actitud es esen-
cialmente romántica. Lo dijo maravillosamente Trotsky hablando, ya
no de un modernista, sino de un futurista como Maiakovsky:

Los románticos, tanto franceses como alemanes, hablaban siempre cáustica-


mente de la moralidad burguesa y de su vida rutinaria. Llevaban el pelo largo
y Théophile Gautier se vestía con un chaleco rojo. La blusa amarilla de los
futuristas es, sin ninguna duda, una sobrina nieta del chaleco romántico que
despertó tanto horror entre los papás y las mamás.II

La misma necesidad de romper con las convenciones, que inauguró


el Romanticismo, aletea aún en estos «modernistas», De las Carreras,
Herrera y Reissig, lo cual no es sorprendente, pues se ha observado
que el Modernismo es el verdadero romanticismo hispanoamericano.
Octavio Paz agregaba que lo es como reacción al positivismo, que es
la verdadera Ilustración hispanoamericana. Lo cual nos deja frente a
un Tratado de la imbecilidad… que es, a la vez, antipositivista (en tanto
modernista, que lo es por su esteticismo verbal) y positivista (por su
formato, referencias y estructura). La escasa pertinencia de cualquier
encasillamiento del texto en categorías de historiografía intelectual
predefinidas puede aguzarse aún más: si esa clara vocación de destruir
una cultura que es sentida como anacrónica es patrimonio común de
los románticos y los modernistas, no cuesta nada constatar que el tono
de Herrera y Reissig en su Tratado de la imbecilidad del país… es sospe-
chosamente parecido al que empleaban Filippo Tomasso Marinetti y
sus amigos para agredir el imaginario de los burgueses de provincias
en sus serate futuristas.III

 Peter Gay: The bourgeois experience: Victoria to Freud, vol. 3: The cultivation of hatred
(Nueva York: Norton, 1984-c1998).
II La frase de Trotsky citada en Octavio Paz: Los hijos del limo; del romanticismo a la van-
guardia, 2.ª ed. (Barcelona: Seix Barral, 1974).
III En estas tertulias, munidos de extraños instrumentos musicales, en teatros, o enca-
ramados en estatuas y otros dispositivos del ornato público a los que se empleaba como

534
Julio Herrera y Reissig

Las contradicciones se acumulan, sirven para evitar cualquier consi-


deración simplista del tipo de fenómeno que el Tratado de la imbecilidad
del país por el sistema de Herbert Spencer representa. Pues, si tiene ese com-
ponente romántico constante, sigue allí el sociodarwinismo del texto,
su desafiante inclusión del nombre de la bestia negra que siempre es
contrapuesta al vuelo imaginativo y metafórico modernistas, el gris,
sistemático, omniabarcante y derogado Herbert Spencer. Y es que
Herrera y Reissig es también un evolucionista, pese a ser un poeta, dos
condiciones que nunca han ido juntas cómodamente.IV
El evolucionismo se confunde en América con lo que —de modo
un poco vago — se ha llamado positivismo, la corriente de ideas hege-
mónica en el continente, y también en el Uruguay, en el último cuarto
del siglo XIX.

estrados primero y como parapetos enseguida (pues el público respondía, como mínimo,
a tomatazos), Marinetti desplegaba una cuidada selección de frases, todas ellas tendientes
a burlarse de aquello que para la ciudad o el pueblo que los recibía constituyese lo más
sagrado. La tradición más valorada localmente sería la más ridiculizada. Estos episodios
artísticos terminaban siempre en grandes tumultos, quizá con algunos de los participantes
detenidos en la comisaría, mientras Marinetti renovaba su credo, que en este punto con-
sistía precisamente en lograr ser silbado, rechazado y agredido, demostrando con ello el
impacto ideológico y artístico de su trabajo ante un público normalmente ignorante.
L a
semejanza entre la actitud de los futuristas (y el lugar de la literatura y el arte escénico
como vehículo verbal de esa actitud) no puede desarrollarse en este espacio, pero es pa-
tentemente similar, en forma y espíritu, a la que subyace a la composición de los textos
de Herrera y Reissig, y sobre todo a la de Roberto de las Carreras al irrumpir en el Ateneo
para dispersar un acto político contra el divorcio organizado por el legislador Amaro
Carve, o la de entrar en el velorio de una señora de alta sociedad muerta violentamente
y arrojar volantes mientras se lee un poema ante el cadáver, o la de Aurelio Del Hebrón
irrumpiendo en 1910 en el entierro de Herrera y Reissig para pronunciar la última
diatriba que el poeta generó (post mortem), y Del Hebrón mediumnizó ante sus amigos y
demás asistentes.
IV Que las fuentes que manipuló Herrera para construir este ensayo no habían sido his-
tóricamente simpáticas a la poesía queda claro apenas uno se arrima a examinar los es-
quemas que organizaron la lucha de ideas en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX.
Uno de los escasos autores que en los últimos ochenta años han estudiado la revolución
que significó entonces el evolucionismo en sociología y antropología, considera que esta
tendencia positivista ha obligado a los poetas a una defensa de valores aparentemente
contrarios desde al menos el siglo XVII: «En un contexto más amplio que la teoría po-
lítica, es posible, por cierto (…) presentar la historia intelectual de Inglaterra desde el
siglo XVII, como una batalla por la supervivencia, librada por aquellos que deseaban dar
a la emoción y la espontaneidad el espacio que les corresponde, defender la intuición
como fuente válida de conocimiento, ver a la tradición como una justificación válida, y a
la vida de la imaginación como algo más que unas vacaciones de la realidad, en contra de
un positivismo que todo lo erosionaba». J. W. Burrow (John Wyon): Evolution and society: a
study in Victorian social theory (Londres: Cambridge U. P., 1966): 1.
 Marta de la Vega ha argumentado persuasivamente sobre diferencias fundamentales

535
Tratado de la Imbecilidad del País

2. Positivismo

El positivismo tiene una larga e importante historia en el


pensamiento continental —países de habla hispana y Brasil— de
fines del XIX y principios del XX, pese a que hoy por hoy está
completamente olvidado.VI La ideología positivista jugó un papel
hegemónico en general en los países latinoamericanos, por su
capacidad de proveer explicaciones históricas verosímiles sobre la
situación de estos países, así como porque se imbricó con instituciones
como las militares, las educativas, jurídicas y sanitarias.VII En la mañana
que sigue al nacimiento de Herrera y Reissig —quien entra en escena
en la medianoche entre el 9 y el 10 de enero de 1875— estalla en la
plaza Constitución de Montevideo un motín que, con el respaldo
del coronel Lorenzo Latorre, instalará en el poder por un año a

existentes entre la filosofía de Spencer y la de Comte, esta última el positivismo, y acerca


del error potencial de asociarlas acríticamente, incluyendo —como se ha hecho en
la historia de las ideas latinoamericana— al inglés dentro de una filosofía positivista de
la que se mostró explícitamente apartado. La inercia terminológica conspira, como es
natural, contra la tesis de la autora citada. Véase para esto Marta de la Vega: Evolucionismo
versus positivismo. Caracas: Monte Ávila Editores y Latinoamericana, 1998.
VI La lista y la importancia de los nombres de los positivistas de México al sur es larga, y
sorprendente quizá por el grado en el cual están olvidados muchos de ellos. Desde lo que
Zea llama «los precursores» —Sarmiento y Alberdi en Argentina, José María Luis Mora en
México, José Victoriano Lastarria en Chile y Arosemena en Panamá— a las sucesivas gene-
raciones propiamente llamadas positivistas: Miguel Lemos, Raimundo Teixeira Mendes
en el Brasil, Gabino Barreda, Justo Sierra en México, Luis Lagarrigue, Valentín Letelier
en Chile, Salvador Camacho, Rafael Núñez en Colombia, Alfredo Ferreira o José María
Ramos Mejía en Argentina, Ángel Floro Costa, José Pedro Varela o Martín C. Martínez
en el Uruguay, Mariano Cornejo, Javier Prado y Ugarteche o Manuel Villarán en el Perú,
Alcides Argüedas en Bolivia, César Zumeta o Laureano Vallenilla en Venezuela, Enrique
José Varona en Cuba, Eugenio María de Hostos en Puerto Rico…, todos miembros de
la primera oleada fuerte de publicaciones en ese sentido. La lista es mucho más larga,
no obstante, y debe aumentarse aquí, al menos, mencionando a los autores que escri-
bieron en la misma línea, aprovechando ya la experiencia de los anteriores, en el cambio
de siglo y primeras dos décadas del XX, entre ellos los argentinos Carlos Octavio Bunge,
Agustín Álvarez, Alfredo Colmo, José Ingenieros en Argentina, Porfirio Parra en México,
Rafael Villavicencio en Venezuela. Habrá, todavía, un positivismo tardío —y ya con un
espíritu muy distinto al de los precursores y los autores del período «clásico»—, con pu-
blicaciones como las del boliviano Ignacio Bustillo o los ecuatorianos Julio Endara o Be-
lisario Quevedo en la década de 1920, o las de Lucas Ayarragaray en Argentina, en los años
treinta. Véase Pensamiento positivista latinoamericano. Compilación, prólogo y cronología
de Leopoldo Zea; traducciones de Marta de la Vega, Margara Russotto y Carlos Jacques
(Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1980).
VII Para un análisis contemporáneo del fenómeno positivista en América, véase Oscar
Terán: Positivismo y Nación en la Argentina; con una selección de textos de J. M. Ramos
Mejía… [et al.]. (Buenos Aires: Puntosur, 1987).

536
Julio Herrera y Reissig

Pedro Varela, antes de que el propio Latorre asuma directamente


el gobierno. En aquel motín del 10 de enero se marca la irrupción
del positivismo en el poder del Estado en el Uruguay, la cual
vendrá acompañada de una era de afirmación de la modernización
económica del país, sus comunicaciones y su infraestructura en
general, al tiempo que se procesa un decisivo cambio en el sistema
estatal de educación. Ese mismo año de 1875 en que nace Herrera
y Reissig, también el médico argentino José María Ramos Mejía
publica la obra pionera de una serie de tratados que cerrará ya en el
siglo siguiente: Las neurosis de los hombres célebres en la historia argentina.
Junto a Ramos Mejía, Carlos Octavio Bunge, Agustín Álvarez y José
Ingenieros serán, con el correr del tiempo y entre otros, los autores
más destacados dentro de una línea de pensamiento que discute a la
vez planos diferentes. Si por momentos debate los datos biológicos,
geológicos e históricos de la materia física americana, en seguida
imbrica esas cuestiones experimentales con la cuestión «psicosocial»,
trasladando en gigantesca y a menudo descontrolada metáfora de un
plano al otro, del clima a las emociones, de las habilidades adaptativas
de los diversos individuos a las cualidades morales de los inmigrantes.
Esa dimensión psicosocial se reúne con una dimensión crimino-
lógica, de la cual los italianos Enrico Ferri y Cesare Lombroso son los
dos nombres más referidos. En esa mezcla el evolucionismo elabora
diagnóstico y profilaxis sobre los nuevos fenómenos sociales —desde
el «anormal» hasta las «multitudes», desde el «simulador» hasta el
«tirano»—. Por cierto que los agudos cambios que reclamaba y a la vez
producía el vértigo de la modernización pone en cuestión todas las
certezas y los órdenes heredados de la vida colonial, y estos ensayistas
discuten con tanto entusiasmo las causas del rezago, como con recelo
y dudas las consecuencias y perspectivas abiertas por la irrupción de
esas multitudes en el continente, propiciadas en el Río de la Plata en
esos años por una intensa inmigración.
En términos generales, el positivismo americano se organiza, pues,
en torno a posturas naturalistas, evolucionistas o cientificistas que
dan lugar a una antropología de base biológica.VIII Esta antropología

VIII Hugo Edgardo Biagini: Filosofía americana e identidad: el conflictivo caso argentino
(Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, c1989): 3. Al mismo tiempo, Real
de Azúa cree ver que no hubo elaboración americana en cuanto a las ideas predominantes
en el continente en ese período. «Doctrinas hay, que han influido hondamente, sin una
perceptible o recordable elaboración por nuestra parte. ¿La han tenido, acaso, el bio-
logismo evolucionista, o el organicismo sociológico?», En «Ambiente espiritual del 900»,
Número, año II, n.o 6-7-8 (enero-junio 1950): 15-36 [17].

537
Tratado de la Imbecilidad del País

tenía como sustento filosófico la adopción de una visión monista que


aparece expresada en la frase de José María Ramos Mejía: «desde la ru-
dimentaria colmena hasta la sociedad inglesa o norteamericana, la na-
turaleza es una y sus múltiples manifestaciones consisten únicamente
en una sucesión de grados… El átomo, el hombre, los pueblos y sus
intermediarios forman un todo único y armónico…».IX
La asunción del punto de vista «científico» de la «psicología social»,
y por ende de carácter prescriptivo en su dictado de soluciones, lleva
a que los cultores de tal discurso —que se proyecta «como prolon-
gación del modelo médico, bajo el sesgo de una psicopatología de la
historia y la sociedad»— oscilen entre la diagnosis y la prescripción
de soluciones, estas últimas naturalmente de carácter político. Los
temas que interesan a los positivistas importantes de la región en esa
generación,XI todos ellos argentinos —José María Ramos Mejía, Carlos
Octavio Bunge, Agustín Álvarez o José Ingenieros—, coinciden con los
que trata Herrera. Son «los grupos y sus características, el liderazgo y
la sugestión, las dimensiones infraconscientes de la vida de los grupos,
el peso del pasado y la memoria colectiva». En una definición y síntesis
de sus influencias, otro argentino de ese momento, Juan Agustín
García, dice en un interesante estudio de 1899: «La psicología social
no es una ciencia vieja, está en vías de constituirse, apenas una media
docena de autores le han dedicado atención». Y cita entre ellos a Le
Bon, Psychologie des foules; Sighele, La foule criminelle; Psychologie des sectes;
Tarde: Psychologie pénale; Psychologie sociale; Taine: L´Ancien Règime; La
Révolution.
García amplia entonces su descripción de lo que era la llamada «psi-
cología colectiva» para ese momento:

IX Ramos Mejía: Historia de la evolución argentina (Buenos Aires: Librería La Facultad de


Juan Roldán, 1921): 3-4.
 Ídem, 17.
XI El positivismo llega más temprano al Uruguay, y aparece con mucha fuerza a prin-
cipios de la década de 1870 en las discusiones que enfrentan a la generación principista
en los debates del Club Universitario y, en seguida, del Ateneo. La discusión entre po-
sitivismo y espiritualismo se desarrolla en el nivel público. La polémica entre Varela y
Ramírez es nada más que la más célebre en una generación de duradera contribución a la
historia política del Uruguay. La discusión incluirá, pronto, una lucha por el poder dentro
de la Universidad, y es ya en 1880 que Alfredo Vásquez Acevedo asume, en nombre del
positivismo triunfante, el Rectorado. La tardía organización de las primeras cátedras cien-
tíficas experimentales, en la Facultad de Medicina, se deben a Julio Jurkovsky, José Are-
chavaleta y Francisco Suñer y Capdevila. Todo este período ha sido muy exhaustivamente
analizado por Arturo Ardao en varios textos, de los cuales el principal es Espiritualismo y
positivismo en el Uruguay, 2.ª ed. (Montevideo: Universidad de la República, Departamento
de Publicaciones): 1968 [1950].

538
Julio Herrera y Reissig

La psicología colectiva determina las cualidades generales del carácter


nacional y establece las leyes de su acción. Estudia la energía de una nación,
su influencia en el gobierno, su explicación por las condiciones físicas del
territorio, los antecedentes históricos y de raza, los sentimientos, notando
aquellos más sociables, indicando sus tendencias, la manera de educarlos
faltando su más amplio desarrollo. Nos ayuda a comprender la historia,
porque todos los acontecimientos son el efecto de la acción de ciertas ideas
y sentimientos predominantes en un grupo; y conociendo el carácter nacio-
nal, nos representaremos con mayor facilidad la forma en que se desarrolla
un período histórico, las exageraciones de una revolución, las causas de una
tiranía, por qué duró tantos años, los errores y aciertos de los partidos polí-
ticos y los hombres de Estado.XII

Esta descripción del campo muestra que el texto de Herrera se


articula como tratado en primer lugar psicológico. El objeto de esa
nueva ciencia de la psicología social es «el espíritu público, las distintas
agrupaciones que componen una nación, la resultante moral de todas
las tendencias individuales, la cualidad común, predominante, que
imprime su sello al conjunto». Herrera, en su estudio, practica pues
esta nueva ciencia, y su examen de casos individuales no funciona
sólo en el plano del ejemplo, sino que se postula como exposición de
causas, pues de acuerdo con la teoría positivista, el conglomerado es
la resultante de los elementos que lo componen, incluyendo en ello
el análisis de los componentes raciales, con especial atención a la
cuestión inmigratoria.XIII

3. Hibridación textual
Ya establecida la ola positivista en el continente hacía tiempo, el
contacto con los Principios de Sociología de Herbert Spencer produjo
no obstante una inmensa impresión en el joven Herrera y Reissig.

XII Juan Agustín García: Introducción la estudio de las ciencias sociales argentinas. 4.ª ed.
(Buenos Aires: A. Estrada, 1907 [1899]): 84-85.
XIII Véase esta frase de Terán: «Por otra parte, cuando el evolucionismo de Spencer
se convierta en la oferta positivista más recurrida, no serán pocos los intelectuales que
hallarán en los temas del darwinismo social nuevos estímulos para interpretar —dentro
de los parámetros de la lucha por la vida y la supervivencia del más apto— el agitado
mundo social que la modernización había lanzado a la vida urbana, de manera especial
en aquellos países en los cuales la política inmigratoria había promovido activamente la
irrupción de una población aluvional a raíz de la cual se temió a veces por la goberna-
bilidad de estas naciones». Op. cit.: 13.

539
Tratado de la Imbecilidad del País

La sensación de estar frente a una obra pionera que abría todo un


universo de estudios, el tono ordenado y sostenidamente inductivo
que tiene la exposición spenceriana, al apoyarse en una enciclopédica
cantidad de ejemplos —Spencer empleaba y sistematizaba los aportes
de numerosos autores, muchos de los cuales eran exploradores y
viajeros que habían realizado «trabajo de campo» en comunidades
«primitivas»—, todas esas cuestiones impulsan a Herrera a encarar un
trabajo de largo aliento y aparente importancia: demostrar que, en
punto a civilización y avance emocional e intelectual, los uruguayos
no eran, en su mayor parte, más «avanzados» que cualquiera de las
tribus y grupos indígenas que Spencer había empleado en sus tratados
como ejemplo de «salvajismo» y escasa evolución. Herrera y Reissig
bautizará a los miembros de la cultura que así diagnostica como
«nuevos charrúas».
Tanto por su fecha de publicación como por el tipo de enfoque
que elige, Herrera y Reissig expresa a tiempo, desde el Uruguay, esa
elaboración del evolucionismo en clave sociológica, un darwinismo
social en auge.XIV Incorporado así excéntricamente dentro de esa

XIV Por supuesto, estamos refiriéndonos aquí a la segunda generación positivista, su-
perado ya el primer momento de elaboración en el que se debe contar, en el Uruguay,
por lo menos a Ángel Floro Costa, y especialmente a la obra mayor de José Pedro Varela
—sumados a intentos menores de figuras como Martín C. Martínez y otros.
Para observar el arco temporal que estas tendencias ocupan en la región, basta advertir
que José Ingenieros comienza su escrito de 1909, «La psicología en la República Ar-
gentina», mencionando como obra pionera en la materia la de Ramos Mejía Las neurosis
de los hombres célebres en la historia argentina, publicada en 1875. «Ramos Mejía ha
contribuido a la psicología como alienista y sociólogo», dice, mostrando la interconexión
entre esos calificativos, y la concepción de la disciplina como un ámbito en que convergían
otras. En otro trabajo de título parecido, Los estudios psicológicos en la Argentina, éste
de 1919, Ingenieros informa que desde 1822 en la Universidad de Buenos Aires los es-
tudios filosóficos se dieron del nombre de ideología, y allí se incluyeron estudios de psi-
cología. En cuanto a los últimos estertores productivos de estas corrientes en la región,
llama la atención observar que todavía en 1937 Lucas Ayarragaray usa en Buenos Aires un
lenguaje exaltadamente racista cuando «se opone a la irrupción de grupos considerados
incompatibles para la complexión nacional: la “marea amarilla”, la “ralea judaica” o los se-
diciosos políticos, proclamándose una América para la humanidad blanca y cristiana, una
inmigración científicamente selectiva en un país “de criadores y mestizadores eximios”
como el nuestro que amenazaba con transformarse en “la cloaca del mundo” si no se lo
poblaba “con método”». (Frases extraídas de dos libros de Ingenieros: Cuestiones y pro-
blemas argentinos contemporáneos [Buenos Aires: Talleres L. J. Rosso, 1937]: 231, 449, 233, e
Ideario [Buenos Aires: Hachette, 1939]: 16, 140.)
I n -
genieros menciona decenas de nombres y publicaciones en ese período, revelando una
activa vida científica en este terreno en la Argentina. Aparte de Ramos Mejía, Ingenieros
cita entre 1890 y 1910 algunos trabajos publicados que comparten preocupaciones con las
de Herrera y Reissig. Cito los más relacionados con el punto de vista que adopta Herrera.

540
Julio Herrera y Reissig

corriente de ensayistas de la región —con los cuales, como ya lo


hemos notado, no guarda ninguna relación textual explícita, sin que
haya una sola cita en el Tratado… herreriano que revele que conocía
o había leído a sus colegas sudamericanos—, la cuestión política de la
nacionalidad es una de las preocupaciones de fondo que subtienden
todo el estudio de Herrera y Reissig, cuestión que por supuesto está
también presente en los ensayistas continentales que lo anticipan o
le son contemporáneos, pues a menudo el positivismo fue utilizado
como una instancia interpretativa del entero pasado nacional.XV
Herrera aborda la cuestión de la viabilidad de la mezcla racial, de
la adaptación de las diferentes corrientes inmigratorias a un territorio
que les es extraño, y especialmente del tipo de mentalidad que tal
proceso abre, en su contraste con las demandas del discurso moder-
nizador.XVI La necesidad de encontrar «algún principio de unidad
frente al fantasma recurrente de la anarquía, la desintegración o la
composición heteróclita de la sociedad»XVII obra como estímulo de
tales elaboraciones, y lo hará especialmente en las repúblicas multina-
cionales del Río de la Plata.
Herrera asume las conclusiones básicas de la gran corriente so-
ciodarwinista —sobre la raza, el clima, las bases biológicas de la in-
teligencia, etc.— y las emplea con desparpajo teórico extremo, po-
niéndolas al servicio de la música textual que repetidamente toma el
control de su tratado. Eso no obsta para que el uso que hace de varias
de las categorías de la psicología y la sociología de su tiempo resulten
productivas a la hora de describir los defectos que percibe en el juicio
y raciocinio de sus compatriotas.

El Dr. Francisco Veyga «aplicó al estudio de la psicopatología legal los criterios más re-
cientes de la psicología biológica; son numerosas sus publicaciones en tal sentido, y,
aunque esparcidas en folletos y revistas, forman un digno corolario a sus magníficos “Es-
tudios médico-legales sobre el Código Civil argentino”. El Dr. Benjamín T. Solari editó un
libro, Degeneración y crimen, y algunos estudios interesantes sobre el estado mental de los
leprosos, la castración de los degenerados, la pedagogía correctiva, etc. […] El libro del
doctor Lucas Ayarragaray sobre Las pasiones fue bien acogido, pero obtuvo mejor éxito La
anarquía argentina y el caudillismo, rico en observaciones de psicología social».
XV Terán: op. cit., p. 14.
XVI Hugo Vezzetti dice que Las neurosis de los hombres célebres es ineludible por su «ca-
rácter inaugural de una serie histórica que bajo distintas nociones y figuras (raza, carácter
nacional, alma colectiva, personalidad nacional, pueblo) va delineando y problema-
tizando la composición étnica y moral de la sociedad argentina». Véase Carlos O. Bunge
(et al.): El Nacimiento de la psicología en la Argentina: pensamiento psicológico y positivismo;
estudio preliminar y selección de textos por Hugo Vezzetti (Buenos Aires: Puntosur,
c1988).
XVII Ibídem, 19.

541
Tratado de la Imbecilidad del País

La tesis central de Herrera y Reissig pasa por asociar tales defectos


(además de a razones de clima y raza, de difícil sustentación) a lo
escaso del conglomerado social uruguayo, y a la consecuente escasez
de estímulos a los que se ven sometidos sus habitantes, debido a su
lejanía y cierre respecto de las culturas centrales de referencia, lo
cual tendría como consecuencia un menor desarrollo de su «psicofi-
siología». Estas causas, resumidas en el concepto de representatividad
inferior, derivan en impulsividad —por falta de elaboración de los con-
troles racionales a las reacciones puramente sensorias y emocionales—
, rutinarismo, escasa capacidad para proyectarse en tiempo y espacio.
El provincianismo alegado de los uruguayos, su conservadurismo,
y su dificultad para comprender y vivir de acuerdo con los códigos
culturales y sociales de aquellas colectividades y urbes que Herrera y
Reissig —como todos sus contemporáneos— tomaban como modelo,
son consecuencias de esas causas primeras, ubicadas pues en el nivel
material.
En definitiva, la dislocación en la capacidad de establecer una
adecuada jerarquización de elementos y problemas, resumen de todo
provincianismo, está en la base de los defectos que Herrera y Reissig
critica.
Pero, como decíamos, Herrera se deja llevar la mano por la lite-
ratura. Allí donde los tratados positivistas a la Ramos Mejía o Bunge se
afanan por la precisión de las categorías enumeradas, el de Herrera se
deja llevar por la música. Al introducir la clásica idea de la existencia
de una relación causal entre los elementos naturales y los culturales,
Herrera —poéticamente— la transforma en una relación de se-
mejanza. En el plano estético, que como siempre predomina, además,
una atinada combinación de esdrújulas y agudas construye una sonora
enumeración de características climáticas, geológicas, botánicas, que
reemplaza la más austera descripción de causas que sería propia del
tratado científico:

De igual modo la prosapia congénita del charrúa. Los colaboradores de su


historia y de su fiera intelectualidad no son otros que el pampero, desme-
didamente salvaje, vandálico y traidor; la cafeta de arbolejos venenosos y
erizados de púas de esta comarca misérrima; la fauna parvífica, estólida y
miserable que habita sobre un suelo intérmino, sobre un párvulo geológico
digno de conmiseración; la peñasquería friática, brutal y tosca, que levanta
sus ásperas pezuñas por todos lados del territorio; la versatilidad lunática de

542
Julio Herrera y Reissig

las estaciones, y otros generadores mezquinos de la belicosa estulticia de los


vasallos de Zapicán.

Pero esta dominante estilística no es constante ni consistente, sino


que alterna con largos pasajes de sobriedad expositiva. El estilo del
Tratado… herreriano es, por pasajes, un calco del estilo de Spencer.
Que Herrera haya leído extensamente a Spencer es cosa muy dudosa.
Julio Herrera y Reissig demuestra conocer de Spencer tan solo algunos
capítulos de uno de sus libros, los Principios de Sociología. Elabora los
quinientos folios de su Tratado de la imbecilidad del país… y los ensayos
adyacentes sobre la base de la lectura de los capítulos III al VIII, y es-
pecialmente el VI («El hombre primitivo-emocional») y el VII («El
hombre primitivo-intelectual») del tomo I, de los Principios de So-
ciología de Herbert Spencer. Como sus citas lo demuestran, los lee en
la traducción de Eduardo Cazorla, publicada por Saturnino Calleja en
Madrid en 1883. Esos pocos capítulos de una obra que se extiende en
dos gruesos tomos son la referencia spenceriana básica del Tratado…,
que, luego de un estudio etnológico, organiza a su vez su «Psicofi-
siología» en dos grandes áreas, la primera dedicada a los «Caracteres
emocionales», y la segunda a los «Caracteres intelectuales» de los uru-
guayos, siguiendo en ello puntualmente el orden de los citados ca-
pítulos spencerianos.
Es sorprendente el efecto que causa la lectura del Tratado de la
imbecilidad… luego de frecuentar por algún tiempo las páginas de
la traducción al castellano de Spencer que Herrera tuvo a la vista.
Los mismos giros, el mismo tono sobrio —en los pasajes en que se
mantiene apegado a Spencer—, intentando apoyarse en abundante
exposición de datos, inductivo-deductivo, estableciendo a cada paso
relaciones de causa efecto, definiendo los conceptos y poniendo
ejemplos. Giros completos, el mismo orden de palabras, las continuas
citas, generan en el lector que consulte ambos textos una sensación de
mimetismo de uno en el otro, de Herrera y Reissig con la influencia de
la prosa traducida de Spencer demasiado fresca en su propia mano.
Esto, unido como es natural a la falta de experiencia científica y
aun ensayística del uruguayo, no puede menos que dar una im-
presión, a veces, de indigencia ideativa, una repetición continua de los
temas spencerianos y su aplicación al caso «uruguayo». Si el Tratado
de la imbecilidad del país… hubiese quedado en ese ejercicio, tan pobre
habría sido su resultado que sería inútil siquiera querer recorrer sus
numerosas páginas. No es ése el caso, sin embargo. No lo es porque

543
Tratado de la Imbecilidad del País

Herrera y Reissig tiene intuiciones acerca de algunos problemas que


le parecen constitutivos de su sociedad, que dirigen una y otra vez su
pensamiento y buscan su expresión más allá de esa a veces molesta
retórica a que nos referíamos. El resultado final es un híbrido que
mezcla el tono serio de la fundamentación científica con el vuelo a
menudo afinado de la descripción crítica, en una proporción que se
inclina claramente hacia el segundo de los polos.

4. Monismo y misticismo
El estudio que Arturo Ardao dedica a la visión filosófica de Herrera
y Reissig ha tenido larga influencia en la crítica posterior. Si en él se
anota de modo muy aclarador la crisis de ideas del poeta alrededor
de 1900 y se la vincula con su crisis personal en otras dimensiones, el
destacado ensayista establece una «vuelta a la metafísica» de Herrera,
en 1903, en términos muy sutiles, que a veces han llevado a un uso pos-
terior de la noción de metafísica que puede llamar a equívocos. Incluso,
la asociación entre Rodó y Herrera que hace, parcialmente, Ardao, no
puede llevar a confundir las visiones filosóficas de ambos, que se man-
tuvieron aparte de un modo muy hondo. La demostración del giro o
vuelta de Herrera a las inquietudes metafísicas está hecha en el estudio
de Ardao a partir de una fuente única: el poema herreriano «La vida»,
de 1903. Pero de ahí no surge que Herrera haya abandonado alguna
vez sus ideas monistas y místicas a la vez, que ya estaban en él antes de
1903, como es evidente cuando se leen estos pasajes, de su Tratado de
la imbecilidad…:

El alma, en un sentido naturalista, no es una entidad puramente


humana, sino una fuerza individual, un espíritu complementario, resultan-
te del organicismo personal de todos los seres. Hay que imaginar el yo de las
cosas y penetrar suavemente en ese mundo subjetivo, cuya real idealidad
interroga a la metafísica y abre una puerta a la estética. Invirtiendo los
términos, y con un concepto [conforme] de su naturaleza, ese universo
interior es idealmente real.
Una aurora científica anuncia el orto de un astro nuevo que alumbrará
las almas de todos los seres, dando relieve y color al pensamiento activo de
la naturaleza. Yo creo que tienen alma las plantas y los animales, y hasta las
cosas llamadas inorgánicas en un sentido superficial. Tal cerro y tal mineral
existen y eso me basta para que les crea sujetos a la variabilidad de la sustan-
cia, amén que susceptibles a la modificación, y al magnetismo que ejerce el

544
Julio Herrera y Reissig

todo sobre las unidades. Yo los imagino con cierto movimiento pasivo, que
los hace entrar con más o menos intensidad en la mecánica del conjunto.
Ellos tienen un alma como todas las cosas: una voluntad, un sentimiento,
una expresión y una idea.

En el pasaje, anterior a la crisis de inquietud «metafísica» que


propone Ardao, está ya expresada de modo explícito esa inquietud
metafísica en Herrera, y también el camino en relación con ella: éste
pasa por la ciencia spenceriana, el evolucionismo. Un evolucionismo
que en 1901 ya no se oponía, en Herrera y Reissig, a hablar de alma,
en una aproximación panteísta, viendo la división «orgánico-inor-
gánico» de la química como «superficial». Si uno sigue sus estudios
de estética y otros textos en prosa publicados tan tarde como en 1907
(«En el circo») y en 1908 («Psicología literaria»), en todos ellos las
ideas de Spencer y su referencia están presentes, en diversos grados de
elaboración.
Como se discutirá en oportunidad de considerar la relación entre
Herrera y Rodó, tal separación en dos períodos, y la idea de que hay en
Herrera una segunda etapa «metafísica» (la vaguedad de la definición
no ayuda), que es seguida sin mayor examen en varios estudios ulte-
riores,XVIII contribuye a desgajar el Tratado de la imbecilidad… del resto
de la obra, especialmente de la obra poética, como algo superado.
Es importante advertir contra la simplificación de la filosofía he-
rreriana que ello implicaría, pues metafísica se confunde demasiado a
menudo, en una visión vaga, con lirismo y con dualismo, y ni una cosa ni
otra son sinónimas.
Hay una especie de sensibilidad metafísica monista, que admite la
gradación sin solución de continuidad que va «del pólipo y el ganglio»
a las más altas especulaciones espirituales, en la cual Herrera y Reissig
se siente cómodo antes y después de escribir «La Vida», con inde-
pendencia de que, como bien lo dice Ardao, en esa segunda «crisis»
Herrera sigue una evolución filosófica que le es contemporánea y que
se venía preparando desde varias tendencias, en la que «de Spencer a
Guyau o Haeckel, del actualizado Schopenhauer a Hartmann o Nie-

XVIII El por otro lado muy interesante y raro estudio que Carmen de Mora dedica a
la relación entre poesía e ideas estéticas «Herrera y Reissig o la búsqueda de la palabra
himética» (PCP: 1060-1082, esp. 1064), asume esta distinción, lo mismo que lo hace Idea
Vilariño en su estudio en la edición Ayacucho. Ángel Rama, en cambio, destaca la vin-
culación entre el giro spenceriano del Novecientos y la concepción estética general de
Herrera y Reissig, expresada en «El círculo de la muerte».

545
Tratado de la Imbecilidad del País

tzsche, antes de que pasara a primer plano el mismo Bergson, distintos


caminos conducían a biologismos o vitalismos».XIX
Es el mismo Herrera y Reissig el que, oportunamente, incluye
una cautela aclaratoria ante el uso de la palabra metafísica aplicado a
su persona, y lo hace todavía en 1907. Cinco o seis años después de
terminar su Tratado…, Herrera muestra el desarrollo de algunas
tendencias que se manifestaban ya en ese trabajo, en su texto «En el
circo», que abre el primer número de su rápidamente naufragada
revista, La Nueva Atlántida. En él, siempre con la preocupación central
de la estética, las tendencias a una síntesis de lo material, lo intelectual
y lo espiritual, aparecen con un grado de explícita madurez en
Herrera, quien advierte:

A aquellos que nos hallen demasiado estetas, o metafísicos, rogámosles no


quieran embanderarnos entre la negra hueste de los despreciadores del
cuerpo; venimos a hacer obra de belleza, antes que nada, y el ideal griego
será nuestro punto de mira, el más elevado a que puedan converger miradas
e intelectos humanos.

Esta visión, que incluye la sensibilidad metafísica y a la vez el


sociodarwinismo, es consistentemente la visión personal y original de
Herrera y Reissig. La hibridación que el Tratado de la imbecilidad del
país… representa lo es entonces, también, por ser una muestra de tal
mezcla de ingredientes filosóficos, que constituyó el temperamento
herreriano.
El individualismo, predominante en aquella época modernista
de primer fin de los relatos metafísicos, es experimentado hasta
el fin por Herrera y Reissig. Sin embargo, los canales por los que él
llega a ese ese individualismo parecieron a algunos cronistas de las
ideas de ese período incompatibles entre sí: exaltación de las leyes
impersonales de la biología y el evolucionismo social (individualismo
social spenceriano, liberal y progresista), por un lado; exaltación del
individuo contra las convenciones burguesas de la sociedad, por el
otro.
La segunda de esas exaltaciones, la del individuo en tanto potencial
«superhombre», es de raíz nietzscheana, lo que armonizaba más en
Montevideo por entonces con los grupos anarquistas y socialistas, los
seguidores de Bakunin, Max Stirner o de un parcialmente desconocido

XIX Ardao, op. cit.: 294.

546
Julio Herrera y Reissig

Marx, de dificilísima yunta con los dos anteriores. Que la alianza de


Nietzsche con Marx sea sensata en términos de talantes filosóficos
es sin duda neblinoso, pero el panorama de ideas de la Montevideo
finisecular permitía esas licencias. En todo caso, ambas vertientes,
si contradictorias en la doctrina, no lo son en cuanto convergen
en estimular la lucha del individuo por su propia realización, su
personal asunción de la necesidad de jugar sus cartas en un teatro de
«supervivencia de los más aptos» que, si los spencerianos proclamaban
abiertamente y sin hipocresía, los socialistas asumirían en forma de
lucha despiadada desde su propia perspectiva vital, aunque lo hicieran
bajo un ropaje de solidaridades fuertemente idealizado.
Además de esa convergencia, se da en Herrera la de un materialismo
evolucionista al que enfoca como un misticismo monista de la
naturaleza, en donde la mente y el intelecto son uno y forman un todo
orgánico con la materia, el territorio, las piedras y los animales. No es
tampoco imposible o incoherente esta unión, que ha existido siempre
desde el más antiguo de los panteísmos, y que hoy por hoy puede verse
en las diversas formas en que la biología y la ciencia cognitiva exploran
dimensiones mentales y espirituales.
De modo que las distinciones clásicas en la historia de las ideas
en el Uruguay que para el período hacía Zum Felde en 1930,XX si
sirven como marco de referencia para ubicar la postura de Herrera
y Reissig, no sirven ya como su última clasificación. Una vez más, el
desconocimiento de estos textos y de su importancia relativiza las
siempre desde entonces repetidas adscripciones de Herrera y Reissig
únicamente a un positivismo «no spenceriano», sino «de índole
socialista o nietzscheano». No son nada socialistas las observaciones
raciales de Herrera y Reissig, su desdén por toda forma de burocracia,
su exacerbado individualismo, su elitista culto de los mejores, su
esteticismo, ni su desprecio por los perdedores en la lucha por
la excelencia. El intento de sumarlo a las filas de los «socialistas», e
incluso de los «anarquistas», implica eliminar de su obra y de su actitud
una porción vital.

XX
Especialmente las primeras 22 páginas del tomo II de su Proceso intelectual del Uruguay,
en el que traza las líneas fundamentales del escenario ideológico y filosófico monte-
videano a comienzos del siglo XX.

547
Tratado de la Imbecilidad del País

5. Ironía

Se ha referido a la capacidad «irónica» de Herrera y Reissig


respecto del propio lenguaje modernista.XXI Me interesa vincular
aquí esta ironía, tal como aparece en estas prosas herrerianas, con la
noción de «observador de segundo orden», que funciona en el nivel
epistemológico, como la adquisición de un segundo nivel de reflexión
en el acto de observar, que consiste en el «observarse observando».XXII
La vinculación entre esa observación de la observación, apurada por
la disociación que provoca la aplicación de modelos transoceánicos a
realidades locales, parece productiva para ubicar la extraña operación
de crítica cultural que representa este Tratado…
Frente al discurso positivista clásico, incluso en su versión
hispanoamericana (diagnóstico de las condiciones objetivas americanas
que obstaculizaban la modernidad —clima, raza— y proposición de
medidas correctivas —educación popular, organización democrática,
inmigración dirigida en un extremo; exterminio de los grupos que no
se adaptaban a la modernidad o cabañismo social en el otro extremo—
), Herrera y Reissig reacciona de modo híbrido. Por un lado, formatea

XXI
Coinciden en esta centralidad de la ironía en la poesía de Herrera y Reissig, con dife-
rentes formulaciones, los más importantes estudios críticos sobre el poeta de las últimas
décadas: Emir Rodríguez Monegal («El caso Herrera y Reissig: reflexiones sobre la poesía
modernista y la crítica», en Eco, v. 37, n.o 224-226, [junio-agosto 1980]: 199-216); Américo
Ferrari («La poesía de Julio Herrera y Reissig», en Inti, n.o V-VI: 62-71, University of Con-
necticut [primavera-otoño de 1977]); Guillermo Sucre («La imagen como centro», en La
máscara, la transparencia: 49-60 (Caracas: Monte Ávila, 1975); Saúl Yurkievich («Herrera y
Reissig: El áurico ensimismamiento», en Celebración del modernismo [Barcelona: Tusquets,
1976]: 75-98]; Eduardo Espina (Julio Herrera y Reissig. Las ruinas de lo imaginario [Mon-
tevideo: Graffiti, 1985]); Jorge Luis Castillo (El lenguaje y la poesía de Julio Herrera y Reissig
[Montevideo: Biblioteca de Marcha, 1999]).
XXII Hans Ulrich Gumbrecht, quien estudia la emergencia histórica del fenómeno
como un «momento epistemológicamente decisivo», menciona entre quienes desarro-
llaron el concepto, por supuesto, a Michel Foucault en su Les mots et les choses, y también
a Niklas Luhmann. En ese mismo pasaje, Gumbrecht recuerda que tres son las dimen-
siones que ese observador de segundo orden inaugura en el contexto de la modernidad
decimonónica: «Primero, el observador de segundo orden descubrió que cada elemento
de conocimiento y cada representación que pudiese jamás generar sería necesariamente
dependiente de su ángulo específico de observación. […] Al mismo tiempo, redescubrió
el cuerpo humano y, más específicamente, los sentidos humanos como parte integral de
cualquier observación. […] por otro lado, y lo más importante de todo, trajo al ruedo
la cuestión de una posible no-compatibilidad entre una apropiación del mundo a través
de los conceptos («experiencia») y una observación del mundo a través de los sentidos
(«percepción»)» (H. U. Gumbrecht: Producción de presencia. Lo que el significado no puede
transmitir [México D. F.: Iberoamericana, 2004]: 50 ss.).

548
Julio Herrera y Reissig

su discurso de acuerdo con el positivista, encontrando de ese modo


una vasta y actualizada legitimación a su mirada crítica. Por el otro,
inserta dentro de aquel discurso una serie de descripciones que
provienen de su experiencia directa, perceptual, de su sociedad, que
siguen el modelo de los informes de los exploradores que Spencer
mismo empleaba para sus especulaciones. Spencer especula de
primera mano sobre datos de segunda mano. Herrera y Reissig, en
cambio, especula de segunda mano sobre datos de primera. Pero al
observar su propia experiencia de acuerdo con los parámetros de la
«ciencia» de su momento, convierte a sus conciudadanos en objetos de
observación, maniobra que no es fácil de producir para el ciudadano
que vive su experiencia sin cuestionarse sobre ella como si no fuese el
marco natural de su existencia.
De este modo, el texto de Herrera y Reissig produce un
extrañamiento que es una de las bases de su comicidad. Pero su
maniobra no está exenta de conciencia: dice que ella es tanto «hija de
la risa como de la ciencia» y, aludiendo explícitamente a ese carácter
distanciado, mediado por sus lecturas de las hipótesis europeas,
que sus constataciones «son hipótesis de hipótesis»XXIII. Y también,
colocándose en una postura externa con respecto al texto que
construye y sus efectos, deja ver la presencia del autor real por detrás,
y en un plano retóricamente distinto, de la de la voz que habla en el
grueso del texto:

Pero ante todo, querido lector, te pido perdón por si lastimo tu amor
propio, que es uruguayo, de lo más susceptible. Tú eres un ciudadano de
las cuchillas y de las piedras, y yo soy el Júpiter de Vermeer, con ciudadanía
del Mundo.

Y yendo un paso más allá en su crítica, enarbola su método mismo,


esa capacidad de reírse de todo, como una virtud, arrojando de paso a
sus «uruguayos» un certero dardo,XXIV cuando observa:

XXIII «Lo que yo escribo en estos momentos es tan hijo de la risa como de la ciencia.
Bien que Voltaire haya dicho de la risa que es una ciencia burlona… Por otra parte
mis constataciones son hipótesis de hipótesis, como dijo el filósofo, y esto te servirá de
consuelo, lector bizantino, colorado o blanco.»
XXIV Es difícil, al acercarse con cierta imparcialidad al panteón de la literatura
«neocharrúa», discrepar aún hoy con la exactitud del juicio herreriano. Veinticinco años
después, desde Buenos Aires —siempre pronta y sabia para reconocer ese ceño adusto de
los esforzados orientales—, la revista porteña Martín Fierro ilustraba su edición del 4 de
mayo de 1924 con una gran caricatura en la que algunos «próceres» de la intelectualidad

549
Tratado de la Imbecilidad del País

Esto explica que los uruguayos —o sea los nuevos charrúas— sean graves,
siendo tan superficiales. Los uruguayos no comprenden la ironía. Es gente
triste que se aburre. Les falta el sentido de la risa: son universalmente
taciturnos. No se ha heredado el sentido humorístico del carácter español.
La risa, en literatura o en lo que sea, parece cosa nimia. Los uruguayos son
serios como una pitonisa puesta en el trípode.

La declaración que pone al Tratado… bajo el patrocinio tanto de la


risa como de la ciencia es definitoria de la clave doble en que funciona
toda la obra. Por un lado aplica a una realidad periférica que quería
reconocerse central, los códigos de análisis centrales, y el resultado
es decepcionante. Por otro, la capacidad de reírse de esa misma
periferia le da a su postura una dosis innegable de centralidad (en el
nivel intelectual, esa centralidad es definida por la conciencia, no por
el nivel de desarrollo material u objetivo). He ahí uno de los dramas
centrales del intelectual americano: capaz de estar mentalmente
inserto en los discursos más elaborados de esa cultura occidental de la
que se siente parte, no es capaz de estarlo existencialmente. Dicho de
otro modo, es un paradigma del llamado observador de segundo orden en
el nivel antropológico: observa su cultura desde la matriz conceptual de
la "alta" cultura de Occidente, pero en el nivel perceptivo vive inmerso
en las maneras, las costumbres, los reflejos culturales americanos, de
modo que obtiene de su misma dimensión existencial una experiencia
vicaria, o al menos un conflicto permanente. Lo que se ha afirmado
como uno de los componentes de la aparición del observador de segundo
orden, la conciencia de una incompatibilidad entre la experiencia
sensorial y la conceptual, tiene aquí un ejemplo sudamericano.
Mientras el intelectual europeo vive esa misma incompatibilidad como
un problema esencialmente teórico, el sudamericano lo vive como un
problema no principalmente teórico, sino existencial. El método de
resolución de ZolaXXV es parecido a lo que ensaya Herrera, pues en el

y la política montevideanas, vivos o muertos, empezando por «Herodoto de San Martín»


y «Pericles Batlle y Ordóñez», y terminando por «Platón-Rodó» y «Aspasia Brum», como
rígidas figuras griegas en un paisaje antiguo en el que se divisa el «Partenón - Teatro Solís»,
seguido por una irónica leyenda al pie en que dice que la imagen refleja «los griegos del
más brillante siglo helénico uruguayo». Puede observarse que la visión literaria moderna y
desenfadada que los argentinos expresaban en la década del veinte había sido anticipada
por Herrera y Reissig.
XXV El Tratado de la imbecilidad… puede verse aquí como un modesto intento cuasi-
zoliano de dar cuenta, intentar resolver la incómoda separación entre experiencia y per-
cepción que se había constituido en el gran obstáculo (o condición) epistemológica de
la representación y el pensamiento en el siglo XIX. Gumbrecht observa que «el explícito

550
Julio Herrera y Reissig

Tratado… Herrera aplica claramente los principios naturalistas: apego


por la investigación metódica, «científica», de las realidades descriptas;
adopción de una visión darwiniana de la naturaleza y la sociedad;
actitud del autor que metaforiza la del médico con el escalpelo en la
mano: la disección era un requisito para la descripción; aceptación de
la idea de Taine de que el crítico literario debía ejercer una variante
de la psicología; creencia en un determinismo dado en los factores
de raza y medio ambiente; rechazo de toda forma de escapismo
(veremos luego sus juicios sobre Rodó, sus críticas al «infantilismo»
intelectual de sus compatriotas); actitud de construir cada trabajo
como un «estudio» puntual —al modo de un pintor—; gusto por las
estadísticas.
La aplicación de una visión y un método sociodarwinistas, con sus
pautas de evaluación transoceánicas, a una realidad local produciría,
a lo sumo, tratados como los de Ramos Mejía o Bunge. El acto de
observarse en la operación de hacer esa observación, sin embargo,
agrega una dimensión irónica y paródica al texto de Herrera y Reissig,
el cual parece intuitivamente explotarla, desarrollando al mismo
tiempo la risa, la crítica cultural, y el texto esteticista de lenguaje que
reflexiona y juega sobre sus mismos límites.

6. Sátira
La mezcla de observación de su cultura y su sociedad a partir de
modelos transoceánicos, y la simultánea observación de sí mismo al
hacerlo, que dispara una sensación de desesperación que se resuelve
en humor, reúne pues en sí el mecanismo clásico de la sátira.

La sátira es usualmente entendida como un doble gesto de reverencia y


desprecio. Vistiendo lo ordinario moderno con las frases y las imágenes
del verso heroico, se revela una disparidad que es al mismo tiempo cómica
y con autoridad: en la forma épica están implicados los estándares que la
ordinariez nunca será capaz de alcanzar.XXVI

objetivo de la serie de veinte novelas de Émile Zola, Les Rougon-Macquart, era «explicar la
historia de varias generaciones de una familia, a través de la convergencia entre su dispo-
sición genética y la influencia de múltiples entornos sociales». Op. cit.: 52.
XXVI
Jonathan Lamb: «Originals and Copies: The Double Principle in Eighteen Century
Comic Fiction», en Pavel Petr, David Roberts y Philip Thomson: Comic Relations. Studies in
the Comic, Satire and Parody. (Frankfurt: Peter Lang, 1985).

551
Tratado de la Imbecilidad del País

Reemplazando en el párrafo anterior el «verso heroico» por las


formas de los tratados científicos finiseculares, y los efectos de sentido
que logra producir la sociedad «neocharrúa» como lo «ordinario
moderno», el procedimiento de Herrera se revela en su afiliación a la
tradición satírica.
El Tratado… se abre así como exponente de una forma de
aproximación doble, intrínsecamente irónica, que es la marca de
fábrica de toda la obra de Herrera y Reissig, tanto en su prosa como en
su poesía. En ambas, ha llevado las formas que emplea —modernismo
poético o positivismo ensayístico— a sus límites, revelando su mirada
ya despojada de compromisos con los materiales de que se vale.
Cobra entonces toda su dimensión una olvidada observación hecha
en un estudio publicado en La Nación de Buenos Aires por Octavio
Ramírez en 1925: «Herrera y Reissig es un humorista. Sí, el más grande
humorista que ha cultivado el verso en la América del Sur».XXVII
Efectivamente, aunque la observación se refería a la poesía de este
autor, puede extenderse aún con más validez a su prosa.
Herrera construye así una parodia de discurso científico, que
obtiene rendimientos tanto en el nivel poético como en el nivel del
diagnóstico: escribe, a lo largo de cientos de páginas, la catarsis en prosa
estilísticamente impecable de una sociedad imaginaria, construida
desde una Europa textual. Al hacerlo, obra en él una conciencia de
que no es europeo, que no puede escribir ese libro desde el sitio en
el cual Herbert Spencer o Nietzsche construían los suyos. La salida de
esa imposibilidad es en este caso el estallido del humor, del exceso,
de la parodia. A diferencia de los tratadistas positivistas que hacen el
solemne y serio intento de cumplir con el modelo británico, Herrera
hace que su texto se desarrolle y se redima de sus modelos gracias
al desorden, a la digresión que se traga el argumento, al desaforado
ejercicio de talento poético que consigue párrafos de sostenida
sonoridad que funcionan no obstante al servicio de las tesis generales
del volumen. Por ese procedimiento de elaboración irónica y paródica
de su imposibilidad de escribir desde el centro, desde París, desde
Londres, consigue Herrera comunicar intuir rasgos fantasmagóricos
de una sociedad «enferma» (al decir de Zumeta en su El continente
enfermo, otro de los tratados continentales al uso). Una intuición
parecida a la del argentino Agustín Álvarez, que desde una asumida

XXVII Octavio Ramírez: «El humorismo de Julio Herrera y Reissig», en La Nación, Su-
plemento, domingo 23 de agosto de 1925, tomo I, n.o 9: 15-16.

552
Julio Herrera y Reissig

y parodiada anglofonía titula South America a su tratado de crítica del


continente de 1894.XXVIII
El objeto de sátira en el Tratado… no es un gobernante, un enemigo
literario, una clase social: es una «mentalidad», pero entendida como
el resultado íntimo de unas condiciones materiales y culturales,
«psicofisiológicas». En el caso de Herrera y Reissig, el esfuerzo
descriptivo, las pruebas de sus razonamientos, que es donde el humor
estalla, tienen un referente realmente abstracto. Esa mentalidad de los
uruguayos, sus costumbres, su presunta incapacidad para adaptarse
a los requerimientos de una modernización que los «civilizaba», es
descripta por Herrera y Reissig haciendo el proceso teórico de sus
causas, tratando —al hilo de las especulaciones spencerianas— de
mostrar el camino que lleva, desde la escasa cantidad de estímulos
sensoriales que una comunidad pequeña debe procesar, a la escasa
inteligencia abstracta de esa misma comunidad. El combustible
literario que hace atractivo a tal esfuerzo es, sobre todo, la miríada de
narrativas parciales que lo componen, la casuística, los ejemplos.
El aparente nihilismo completo de la obra de demolición que encara
Herrera y Reissig resulta sin embargo contradictorio con la posibilidad
misma de una sátira cabal, pues ésta necesita de ciertas concepciones
morales, aunque sea subyacentes. Como agudamente observa Peter
Elkin, si en términos generales el satírico es un género «negativo,
escéptico, cuestionador, incrédulo. Su tema es ilimitado —en verdad,
“todo lo que hacen los hombres”, como Juvenal observó— y, en
teoría ciertamente, aunque quizá no totalmente en la práctica, puede
burlarse y ridiculizar todo estándar, norma, valor, código, práctica e
institución que haya sido concebida alguna vez. Desde el punto de
vista general, la sátira debe pues ser descripta como “nihilista”. Sigue
siendo cierto, sin embargo, que ninguna sátira en particular puede ser
nihilista, en el sentido de que ninguna sátira en particular puede evitar
referencia a ciertas normas o estándares, sean éstos políticos, morales,
éticos, sociales, o simplemente estéticos».XXIX
Los estándares morales de los que una sátira se sirve para mostrar,
ridiculizando, aquellas prácticas que no cumplen con ellos, no

XXVIII Agustín Álvarez: South América; historia natural de la razón (Buenos Aires: Imprenta
de la Tribuna, 1894). Publicado en 1918 en nueva edición (Ed. La Cultura Argentina),
que lleva el título South America. Ensayo de psicología política.
XXIX Peter Elkin: «The Problem of Virtue in Satire», en Pavel Petr, David Roberts y
Philip Thomson: Comic Relations. Studies in the Comic, Satire and Parody. (Frankfurt: Peter
Lang, 1985): 140

553
Tratado de la Imbecilidad del País

son más que herramientas en manos del creador de la sátira, y no


necesitamos creer en ellos para disfrutar de la sátira. Meramente,
debemos reconocer lo apropiados que son esos valores para conseguir
el efecto que buscan.XXX La sátira, además, funciona mordiendo en
las imperfecciones que postula, lo cual, implícita o explícitamente,
implica la existencia de un fuerte sistema de valores a partir del cual
se hace la crítica. No existe el ataque a un sistema de valores que no
se apoye siquiera en la presunción de otro, aunque este segundo sea
poco más que el esquema invertido de los valores atacados.
Estos ocultos mecanismos de la sátira erosionan, por tanto, un
presunto nihilismo herreriano, como también su aparentemente
adamantino determinismo. Si no hay una sola propuesta constructiva
o de salida en el Tratado…, eso puede responder más al hecho de
que exprese un período de demolición en la vida de Herrera y en
su aproximación al país, que en alguna adscripción última a un
pesimismo filosófico.
La postura de Herrera y Reissig funciona en la crítica destructiva de
lo existente, contra el trasfondo, pues, de un ideal agudamente intuido.
En su breve nota introductoria del «Epílogo wagneriano a “La política
de fusión”», en 1902, es Raúl Montero Bustamante el primero en
poner en perspectiva este texto, percibiendo que el vuelo herreriano
pedía una mirada que se elevase a su vez por encima de lo local, para
percibir detrás de la aparente crueldad la dosis de sensatez, abonando
a su vez a la común visión del poeta como un extranjero en su propio
medio. Escribía: «El concepto pesimista, de una crueldad refinada, no
es más que fruto del medio ambiente; dentro de otra órbita, lo que
aquí es artificial, enfermo, resultaría sano y profundamente viril».
Esta observación de Montero revela la pionera percepción que
el crítico tuvo de las dificultades que encontraría el Tratado de la
imbecilidad… para abrirse camino en sus parciales lectores y críticos.
Montero Bustamante reincide en la publicación del «Epílogo
wagneriano…», esta vez en forma de libro, en 1943. Año importante
para la liturgia montada sobre Herrera y Reissig, es cuando se trasladan
sus restos al Panteón Nacional, en medio de una serie de homenajes
al más alto nivel político y cultural. En esa oportunidad, Montero
Bustamante inserta un prólogo que agrega otra perspectiva, también
interesante, aunque requiera con seguridad una mayor elaboración,
que es la del «patriotismo de Herrera y Reissig». La tesis de Montero

XXX (Ibídem.)

554
Julio Herrera y Reissig

en ese caso es que Herrera y Reissig se impuso una tarea difícil: «ir
en contra del patriotismo multitudinesco; de los partidos; de la
historia del país; de todo, en fin, lo que es tabú para el hombre de las
ciudades». Después de observar los «errores» en que incurrió Herrera
al no ver la valía de tantos de sus conciudadanos, y luego de notar
que las nociones raciales y biológicas de Herrera y Reissig resultaban
también equivocadas, Montero complementa aquella primera idea
respecto de la actitud de Herrera contraria al patriotismo vulgar o
«multitudinesco», afirmando ahora que

la valiente, intrépida más bien, carta de Herrera y Reissig merece un lugar en


la literatura uruguaya, pues contiene pensamientos de enjundia y vale sobre
todo, porque aun despreciando cuanto a su alrededor había, ese desprecio
equivale al grito de desesperación de quien deseaba que su país fuese mucho
más de lo que era. Forma ésta de patriotismo superior a la de los que creen
que lo de su país es más que los otros. (…)

7. Sexo
La actitud de Herrera y Reissig frente al sexo y al género es compleja
y contradictoria. La imagen de lo femenino que se dedica a atacar y
desenmascarar es una que se ha instalado por todo Occidente para
esos años. Pese a los nacientes movimientos feministas a ambos lados
del Atlántico —los que cuentan con contradictorias muestras de apoyo
de los anarquistas y algunos socialistas—, vemos en Europa tanto como
en Estados Unidos y en el Río de la Plata una sorprendente unidad
imaginaria en este punto.
Una de las formas centrales que la concepción de lo femenino
toma hacia la segunda parte del siglo XIX es lo que Bram Dijkstra
llama «el culto de la monja doméstica». La expresión es gráfica: para
comienzos de la década de 1850, «el siempre creciente encierro de
las mujeres dentro de las ornadas paredes del hogar de clase media,
y su siempre menor derecho de ejercer cualquier forma de elección
intelectual y social —un patrón que se había venido desarrollando por
más de un siglo— estaba virtualmente completo».XXXI Hombres como
John Ruskin, Jules Michelet o el mismo Auguste ComteXXXII cantaban

XXXI Bram Dijkstra: Idols of Perversity. Fantasies of Feminine Evil in Fin-de-Siècle Culture
(Nueva York-Oxford: Oxford University Press, 1986): 3-4.
XXXII Ídem, 11 ss.

555
Tratado de la Imbecilidad del País

loas a esa mujer vista como fuente de descanso y renovación para las
batallas en que se pintaba continuamente envuelto a aquel hombre
que estaba «construyendo el progreso». Y por cierto, son las mismas
mujeres quienes se suman frecuentemente a tal visión, incluso cuando
están intentando defender las virtudes de su propio sexo. Manuales
que enseñan a la mujer a adoptar ese rol sumiso aparecen, como el de
Sarah Stickney Ellis en 1839, The Women of England: Their Social Ruties
and Domestic Habits, que se convierte en un éxito inmediato a ambos
lados del Atlántico. Buena parte de estos nuevos ideales dirigidos a la
mujer son elocuentemente repasados en un texto de John Ruskin:

«El poder del hombre es activo, progresivo, defensivo. Él es eminentemente


el realizador, el creador, el descubridor, el defensor.» El talento de la mujer,
sin embargo, es «la modestia del servicio». Las habilidades femeninas no
estaban adaptadas «a la invención o la creación»; en cambio, ella debía
«ser resistente, incorruptiblemente buena; instintivamente, infaliblemente
sabia —sabia, no para desarrollarse ella misma, sino para saber hacer sus
renunciamientos». Era su trabajo transformar el hogar de la familia en «un
lugar sagrado, el templo de una vestal, un templo del corazón vigilado por
los dioses del hogar.XXXIII

Ruskin desarrolla también la imagen de la esposa ambulando en su


jardín cerrado, en donde se convierte en otra flor, tan prisionera —al
tiempo que da al ámbito una belleza sublime, para exclusivo disfrute
espiritual del marido— como sus lilas y sus rosas.
Las virtudes femeninas de repertorio en tal ideología son la
pureza —especialmente un modo estrictamente biológico de pureza,
concretado a la conservación del himen, que Herrera y Reissig se
dedicará a demoler por el ridículo—, la pasividad, sumisión, carácter
imitativo, cortesía, capacidad de sacrificio, negación de sí misma,
recato, disposición al servicio.
La crítica herreriana a muchas o todas las dimensiones de esta
ideología de encierro y sumisión de la mujer en tanto esposa es
amplia, profunda y sistemática. Herrera identifica varios frentes en
esta batalla, y los va atacando de a uno. Reivindica, para empezar, el
placer femenino, pero al mismo tiempo se ríe, en sus apuntes sobre la
«cachondez», de los excesos promovidos por un doble estándar moral
que funciona como una olla a presión. Si la zona visible del iceberg

XXXIII Ídem, 13.

556
Julio Herrera y Reissig

de pasiones es caracterizada por una tersa superficie de cortesía,


respeto y contención, las fuerzas del sexo saltan a cada momento
traicionando la misma fuerza social que las contiene, y explotan en
cataratas incontenibles apenas se encuentra el espacio para ello, que
generalmente es clandestino.
Así pasa un detallado reporte —pocos documentos sobre la vida
privada rioplatense o americana, si es que existe alguno, pueden
compararse en riqueza de detalles y crudeza de exposición con éste—
de las formas del sexo practicado por señoritas o por señoras, toda una
subcultura de la masturbación femenina, de la zoofilia, de las citas a
escondidas con sus amantes, así como de la incontenible lujuria de los
montevideanos varones, su guaranga agresividad con el sexo opuesto
en lugares públicos, su siempre adolescente gusto por la competencia
crasa respecto del tamaño del pene, su ignorancia respecto de las
artes amatorias. En esta crítica hay espacio destacado para un ataque
a la brutalidad masculina, a la ignorancia de los montevideanos sobre
cómo enfocar su vínculo físico, a la escasa elaboración y fluidez en
la agenda del deseo. Aquí rinde también la imagen del salvaje, la
oposición que corre como eje a lo largo de todo el tratado entre el
refinamiento y la vulgaridad, entre la inteligencia y la ignorancia.
Incluso algunas formas más o menos sutiles —ahora son evidentes,
pero el texto fue escrito en 1900— de dominación del eros y el cuerpo
son notadas y comentadas. El discurso médico sobre la mujer, en
particular, con sus efectos de control multiplicados por el prestigio de
la ciencia, también es denunciado con acritud por Herrera y Reissig.
Un factor en esta actitud diferente respecto de la norma de
sus conciudadanos —especialmente de aquellos que estaban
construyendo al mismo tiempo formas mesocráticas de mentalidad,
fuertemente apoyadas en un discurso regulatorio, y formas
democráticas de gobierno— viene del origen aristocrático (aunque
el término sea claramente un exceso en el contexto uruguayo) de
Herrera y Reissig. Su voz, como la de Roberto de las Carreras, como
la de José Asunción Silva al escribir De sobremesa, por ejemplo, es la del
hijo de familia acomodada que observa desde fuera todo ese aparato
ideológico que el medio pelo adoptaba.

8. Degeneración
Herrera y Reissig no repite puntualmente en su tratado la
concepción predominante respecto de la «degeneración». Roza

557
Tratado de la Imbecilidad del País

el tema —en su habitual tono irónico— al hacer, por ejemplo, sus


observaciones sobre Llagas sociales de Rafael Sienra, un texto que
hacía el estudio de esa «degeneración» en uno de sus ejemplos
clásicos: la vida de las zonas prostibulares, para el caso, el llamado Bajo
montevideano y su calle Santa Teresa.
En aquel cambio de siglo, la «degeneración» es vista como el costo
de la modernización. La sociología del siglo XIX recurrió a la teoría
de la degeneración a efectos de explicar los «terribles costos humanos
de la modernización, expresada en el crecimiento que se percibía del
crecimiento de las enfermedades “urbanas”: alcoholismo, crimen,
locura, suicidio, y diversas perversiones sexuales».XXXIV
El texto de Sienra —un escritor católico— reúne una postura moral
estricta con una pluma amena en su descripción de aquella zona
de la vida urbana. Herrera y Reissig cree simplemente inverosímil
la postulación de la necesaria erradicación de la prostitución, que
considera una tesis sociológica elaborada «con absurdo de fisiología».
Parece deslizarse en esos pasajes el rechazo de la voz autoral
del Tratado… a las escenas de la calle Santa Teresa, «una pintura
horripilante, un desnudo viscoso, un cuadro vivo de lo que ocurre
en esa calle» —y es ésta una de las pocas veces que se percibe ese
velado rechazo estético ante zonas que en general en el Tratado… son
abordadas con una ironía neutral y distante.
En cuanto a la ciudad, la actitud de Herrera respecto de los
conventillos, la higiene y demás es también tributaria de su época, al
igual que la que mostrará en sus punzantes críticas sobre el cuerpo de
los uruguayos.
Montevideo, de la que Herrera observará su caótico urbanismo,
parece sugerir problemas que algunas ciudades de Europa sufrieron
en los picos de su propia modernización. Estos problemas fueron
integrados en la conciencia de la ciudad hasta estabilizarse en la idea
de que existían simplemente zonas que funcionaban como caldo
de cultivo de una clase subhumana de seres «permanentemente
pauperizados, conocida como “el residuo”. Esto reemplazó a la
teoría, ya pasada de moda —cuyas trazas aún aparecen sin embargo
en el texto herreriano al referirse a la sensualidad de los negros— de
que la pobreza era “un producto de un hedonismo rampante de la
clase baja”. La teoría de la “degeneración urbana” mantuvo así que
el alcoholismo, la abulia y la falta de previsión eran síntomas y no

XXXIV Gilman: Sandor: Difference and Pathology. Stereotypes of Sexuality, Race, and Madness.
Ithaca y Londres, Cornell University Press, 1985 (67).

558
Julio Herrera y Reissig

simplemente causas de un síndrome de pobreza cuyas causas reales


enraizaban en la ecología patológica de los arrabales urbanos».XXXV
La higiene se convierte así en central punto de atención, azuzada
por las prevenciones de una cada vez más central perspectiva médica y
epidemiológica de los fenómenos sociales.
En su Tratado… muestra Herrera atención crítica a tales discursos.
Su postura aquí también es personal, y difícil de encerrar como
puramente partidaria del nuevo orden que propugnaba la limpieza
y la gimnasia. Frente a los crecientemente populares gimnasios y
clubes deportivos montevideanos —bastiones de la nueva cultura
del cuerpo— sus apuntes son negativos, por ejemplo, aunque no es
totalmente claro si esa negatividad comporta rechazo a las nuevas
prácticas de cuidado físico, o a la forma en que éstas eran desarrolladas
en Montevideo. En otros casos, como la denuncia constante de los
problemas higiénicos de la ciudad, o la burla respecto de los olores
de sus compatriotas, su postura es más clara: defiende las nuevas ideas
de limpieza, siempre bajo el supuesto de que se trata de la conducta
de sociedades que considera más avanzadas, y que por tanto debieran
ser adoptadas. El eje progreso-atraso organiza siempre los valores que
defiende Herrera, eje sobre el que incluso monta, imaginando que
no hay pudor en París, su crítica al pudor, como fuente de timideces y
pacaterías que aumentan la suciedad. El alcantarillado y el sistema de
cloacas de la ciudad, las previsiones sanitarias en el interior de las casas
y hoteles (la cercanía espacial entre la cocina y el baño es un tópico
recurrente), el fracaso de unos baños públicos que se pretendió
instalar en la plaza Matriz, la falta de controles sobre los tambos,
son algunos de los problemas endémicos que comenta, en los que
expresa la misma crítica por la falta de adaptación de los uruguayos
a una cultura más refinada y que integre los adelantos tecnológicos y
el nuevo conocimiento médico y biológico sobre enfermedades y sus
modos de transmisión.
El texto herreriano incluye así, en sus largas zonas descriptivas,
elementos que resuenan al discurso de un examen historiográfico
de la sensibilidad que, para el Uruguay, se hará ochenta años más
tarde.XXXVI

XXXV Robert Nye: «Sociology and Degeneration: the Irony of Progress», en J. Edward
Chamberlin y Sander L Gilman (eds.): Degeneration: the dark side of progress (Nueva York:
Columbia University Press, 1985): 64-65.
XXXVI José Pedro Barrán: Historia de la sensibilidad en el Uruguay (Montevideo: Ediciones
de la Banda Oriental y Facultad de Humanidades y Ciencias, 1989-1990).

559
Tratado de la Imbecilidad del País

Sin embargo, las disonancias e incompatibilidades entre ambos


enfoques parecen sonar en todas partes de la lectura. Herrera y
Reissig es, a la vez, un disciplinador y un barbarizador; quiere destruir
la cultura anterior en lo que ésta tiene de incapacidad para asumir
los desafíos de la modernidad, pero a la vez se ríe de la cultura
modernizada en lo que tiene de represivo, en su incapacidad por
ensancharse e integrar valores que la desafían.
Herrera y Reissig aboga no por el disciplinamiento de esa cultura,
sino por una denuncia más radical de sus insuficiencias a la luz de los
estándares europeos que maneja, que sirven para criticar a la vez la
cultura de los propios modernizadores locales. Insuficiencias, por
cierto, que permanecerán por debajo del «disciplinamiento» que, a
ojos de Herrera, es poco más que cosmético.
La visión de Herrera y Reissig no sólo no se adhiere mayormente a
muchos aspectos del disciplinamiento, pues, sino que opera como un
gran «indisciplinador» —piénsese en su visión del sexo y la moral, en la
que hace más que casi todos por denunciar una corriente ordenadora
que ve como represiva, o en su desprecio por la burocratización y
progresiva estatización de la sociedad, rasgo que irá cómodamente de
la mano con ese «disciplinamiento» y que lo servirá muy bien—. Sus
pasajes contra el mal uso del empleo público y los «presupuestívoros»
locales son a menudo memorables.
Distante del examen histórico posterior, Herrera y Reissig actúa
como un apasionado fiscal de la tontería y la insuficiencia de su
sociedad. En ese rol fiscalizador, no homologa el nuevo orden que
el comienzo de siglo está consolidando. Éste nuevo orden incluye
la entrada de una clase media inmigratoria a una maquinaria
democrática que además –y en parte por ello- está robusteciendo y
ampliando su institucionalidad. Ésta clase media asumirá las premisas
del «disciplinamiento» ya de un modo visceral e inconsciente,
convirtiendo su nueva visión del país en una doctrina que explica el
pasado y su transcurso como una necesidad para llegar a un presente
de áurea realización, paradigmáticamente visible —y no en base a un
mero constructo ideológico, sino con amplios avales en la experiencia
común de los ciudadanos y los gobernantes— en la década de los
veinte.
Al funcionar en aquel rol de fiscal, Herrera tuvo que mantenerse al
margen de esa nueva corriente que llegaba, y esa nueva corriente jamás
podría entender sin ocultamientos a Herrera y Reissig y a la virulencia
de su denuncia. Ésta es, a la vez, treno por una —idealizada— sociedad

560
Julio Herrera y Reissig

«patricia» que se muere, y desprecio por las pobrezas disfrazadas de


complacencia que cree que la sustituirán.
En el crudo lenguaje que elige, traba Herrera y Reissig resistencia
a la pacatería de su sociedadXXXVII, e invocando y llevando a extremos
quizá un naturalismo léxico que se le daba fácil, hace al correr de los
folios el inventario del lenguaje coloquial de los montevideanos y las
montevideanas medianamente acomodados, junto a la transcripción
del lenguaje soez de los muchachones de todas las clases. Esa capacidad
de no pagar tributo a los nuevos códigos que traía una modernización
que a Herrera se le antojaba demasiado poco arriesgada —aunque
se haya mantenido parcialmente en la zona privada de la no
publicación— es una de las notas importantes de este tratado, en
donde lo «bárbaro» e indisciplinado se toca con lo más refinado, con
el desdén del aristócrata que cree saber lo poco que valen los códigos
lingüísticos y de todo tipo de una medianía social ya hegemónica, a la
que desprecia.
No hay en el tono de este discurso herreriano ni la velada simpatía
por las libertades de la cultura bárbara, ni una defensa ni un ataque al
disciplinamiento «neocharrúa». Herrera y Reissig desdeña al mismo
tiempo todas las expresiones del «charruismo» en lo que considera
tienen de ridículo e insuficiente, tanto las formas coactivas de la nueva
mesocracia burguesa e inmigratoria en ascenso, como aquellas formas
«bárbaras» que sólo en parte se solapan con lo que él llama «charrúa»,
y que le parecen más propias de una infancia de la mentalidad y la
cultura, que de aquella presunta «libertad» celebrada a veces en las
investigaciones sobre la cultura «bárbara». Aquéllas, en la mirada de
Herrera, suenan más a fruto excesivamente fácil de una sociedad poco
laboriosa y de vida regalada. Obsérvese, por ejemplo, su juicio sobre la
incuria del habitante de la campaña uruguaya:

No hay que hablar de otra clase de agricultura. Jamás el paisano tiene


alrededor de su rancho una pequeña huerta; ni siquiera una hectárea
cubierta de hortalizas. Si por casualidad existe un ombú centenario junto a
la solitaria vivienda del gaucho, no se piense un momento que el dueño de
casa lo ha plantado. Es todo lo contrario, dicho dueño ha ido a plantarse más
o menos vegetalmente junto al arrogante centinela de nuestras cuchillas,
levantando su choza, al amparo de los ramajes, soldados, policianos,

XXXVII Antes que él en Uruguay hizo uso de similar lenguaje directo Francisco Acuña de
Figueroa en su Nomenclatura y apología del carajo, aunque la transgresión tiene un peso
diferente en el contexto más permisivo de Acuña.

561
Tratado de la Imbecilidad del País

delincuentes y locos; he aquí lo que nuestra campaña ha rendido a la


civilización y al bienestar económico del país.

La disonancia entre los análisis de la sexualidad y el lenguaje


hechos sobre el eje de barbarie versus disciplinamiento, y el enfoque
herreriano, se pone de manifiesto en el error de cálculo que representa
la siguiente inferencia:

Esta reflexión sobre lo sexual que hacían nuestros intelectuales «bárbaros»


—de obvia raíz popular— no tiene, aclarémoslo para llegar si es posible a
una de sus esencias, nada en común con el «libertinaje» contestatario de
los intelectuales del Novecientos, el anarquista de Roberto de las Carreras,
el modernista de Carlos Reyles o el sabio erotismo de Delmira Agustini.
Esta reflexión sobre lo sexual que combinaba la escasa culpa con la alegría
jocunda y llamaba a las cosas por sus nombres «soeces», hubiera chocado de
seguro a los «decadentes» del Novecientos, más proclives a la sensualidad
—vivida y sobre todo, imaginada, que a la sexualidad.XXXVIII

Sin embargo, hay que decir que no sólo los «decadentes» del
Novecientos tuvieron visión e intereses puestos en la dimensión
sexual mucho más crudos y realistas que los que deducía el prestigioso
historiador en su publicación de 1989, sino que fueron mucho más
allá —Herrera y Reissig al menos— que Acuña de Figueroa. Donde
Acuña juega y provoca, Herrera juega y describe con lujo de detalles,
analiza y ríe a la vez. El «modernismo» herreriano, tan íntimamente
contaminado de romanticismo y rebeldía, está en este punto antes,
después y más allá del eje que ha acostumbrado a menudo a la
intelectualidad uruguaya a esquematizar su pasado fundacional en
términos de imaginario.

9. Un anti-Ariel
La cronología y el análisis de la evolución estética e intelectual que
experimenta Herrera y Reissig en el cambio de siglo ha sido ensayada
por Arturo Ardao.XXXIX Sus conclusiones hacen oportuna alguna
observación al terminar estas provocaciones críticas.

XXXVIII Ídem, 167.


XXXIX Arturo Ardao: «De ciencia y metafísica en Herrera y Reissig», en Etapas de la
inteligencia uruguaya (Montevideo: Departamento de Publicaciones de la Universidad de
la República, 1968): 287-296.

562
Julio Herrera y Reissig

La esencia del argumento de Ardao es que Herrera y Reissig


procesa, en los años que van desde 1899 (cuando saca a luz La
Revista) hasta 1903, un cambio que lo lleva del romanticismo inicial,
pasando por un positivismo transitorio y con «algo de ingenuo fervor
de catecúmeno» entre 1901 y 1902, a una vuelta a la metafísica, que
coincide puntualmente, señala Ardao, con la condensación de tal
tendencia en la Introducción a la Metafísica que Bergson publica ese
mismo año 1903.
Al seguir este razonamiento, Ardao sugiere que hay una coincidencia
entre el «acabado compendio de la conciencia modernista en lo que
tuvo de quiebra de las confiadas seguridades realistas del positivismo»,
que mostraría ya Herrera y Reissig en 1903, «tal como había irrumpido
ya en nuestras letras con “El que vendrá”, de Rodó».
Pienso que la lectura completa de los inéditos de Herrera y
ReissigXL hace posible una revisión de esta última conclusión. Si
interesante y certera parece la intuición de Ardao respecto del cambio
filosófico que se está procesando en estos años en Herrera y Reissig,
creo que en éste existe —y existirá siempre, hasta su muerte— una
aproximación diferente a la de Rodó al «modernismo», es decir, a la
crisis de la metafísica que deja a los «modernos» con una sensación
de orfandad en la búsqueda de un Ser que se volverá siempre más
relativo, esquivo, o inexistente. Y creo que esa diferencia está marcada
sustancialmente en la desconfianza herreriana con respecto a la
orientación excesivamente espiritualista, a la solución «humanística»
que Rodó propone ante la crisis de confianza que impregna toda
aquella época.
En Herrera y Reissig, tal respuesta es siempre, por un lado, un
programa «práctico», de promoción de las ciencias y las artes aplicadas,
que está expuesto tanto en su Tratado de la imbecilidad del país… en
1901-2, como, mucho más tarde, en su artículo de presentación
de La Nueva Atlántida de 1907.XLI Se trata de un programa, desde el

XL Ardao no conocía el texto del Tratado de la imbecilidad del país… al escribir este ensayo.
Dice al pasar que Herrera «transcribe [en su «Epílogo Wagneriano»] pasajes de un
extenso libro inédito sobre el país, “que saldrá a luz próximamente” (pero que nunca
publicó, si es que lo concluyó)». Op. cit., p. 290.
XLI La Nueva Atlántida se proponía hacer la síntesis entre los fenómenos paranormales
(para usar una expresión anacrónica) y la ciencia, y en la presentación que escribe
Herrera para el primer número resalta que «los experimentos del magnetismo y del hip-
notismo [son] hoy dominio de la ciencia positiva». En la revista, siempre con la preocu-
pación central de la estética, las tendencias a una síntesis de lo material, lo intelectual y lo
espiritual, entendidos como elementos no excluyentes entre sí, aparecen con un grado de
explícita madurez en Herrera. La revista se inaugura con una discusión planteada sobre

563
Tratado de la Imbecilidad del País

punto de vista filosófico, de tipo monista, en donde la materia y su


conocimiento y transformación es un continuum que no deja nunca
de tener un rol central en cualquiera de los niveles de la vida mental,
artística e intelectual, o «espiritual».
Los pasajes de Herrera y Reissig de crítica a Rodó que aparecen en
el Tratado de la imbecilidad… no son, si es correcta esta observación,
meramente el síntoma de una postura pasajera del poeta, que —como
sugiere Ardao— éste superará, para hacer desde 1903 un acercamiento
a las visiones equilibradas y el deslinde analítico, típicos del autor de
Ariel. Al contrario, creo que la separación personal completa entre
ambos, que durará de por vida, responde a causas más hondas que una
mera antipatía coyuntural o a una división provocada, por ejemplo, por
las circunstancias políticas de 1900. Es que su aproximación general a
la poesía y al arte, así como a la política y la sociedad, son radicalmente
incompatibles, aunque ambas compartan sólo una cosa, que es aquello
que todos los autores modernistas compartieron: la sabiduría de que es
en el trabajo de orfebre de la letra, en la materialidad del lenguaje, en
donde se debate la legitimidad de lo literario. Pero en todo lo demás
son aproximaciones refractarias, como creo que lo fueron también la
de Rubén Darío y la de Rodó.
Los modernistas americanos, entre ellos tanto Herrera como
Rodó, participan así de la crisis que había tenido origen puntual en
la filosofía —y en general en la cultura— europea con el derrumbe
—intensificado desde mediados del siglo XIX— de la confianza en
la posibilidad, por parte de la Metafísica, de cumplir con cualquier
programa de discusión del Ser. Pero, aunque ambos la experimenten,
tal crisis arroja a estos dos autores hacia rumbos distintos.
Esta crisis es quizá el elemento esencial en el fin de la Modernidad
clásica, y por cierto que, aunque el «modernismo» literario americano
incluye un intento de superación de la fe de catecúmeno materialista

la base de dos notas, una de Lombroso «Sobre fenómenos espíriticos y su interpretación»,


y un reportaje sobre «La Ciencia y el Espiritismo» al científico italiano Enrique Morselli.
Entre ellas, poemas de Emilio Frugoni y de Carlos López Rocha. En el segundo número,
el mismo tema da ahora lugar a una polémica entre Lombroso y un sacerdote jesuita
de Milán, el padre Franco. Y la posición herreriana —siempre enmascarada como la de
«La Dirección» de la revista, o en notas editoriales anónimas— es la de un eclecticismo
que une la simpatía y la fidelidad a la ciencia positiva y el método experimental, con la
esperanza de que éstos sean la vía para probar la existencia del alma y su inmortalidad.
Como se ve, la misma noción de ecléctica asunción de realidades espirituales, sobre la
base de una adhesión al «método positivo» en todos los campos del quehacer práctico,
que puede verse en muchos pasajes del Tratado, sigue vigente, con ajustes, en una época
de mayor madurez intelectual de Herrera y Reissig.

564
Julio Herrera y Reissig

del positivista clásico, rechazando de paso la aproximación de éste a


la Verdad con mayúsculas que buscaba a través del lento camino de
los datos experimentales (he ahí la «superación» del positivismo que
Rodó proclama como rasgo del modernismo), ese modernismo no
tiene por sí mismo un «método» de superación de tal dilema.
Esta diferencia entre movimiento filosófico e inquietud existencial
es importante aquí. El modernismo es el nombre de una crisis del
espíritu, un momento en el largo derrumbe de las certezas metafísicas;
pero las herramientas para afrontar tal crisis no son parte constitutiva
del modernismo, que es esencialmente un movimiento estético y
literario, y no filosófico.XLII La confusión de ambos planos puede llevar
a suponer que los escritores finiseculares compartieron puntos de vista
filosóficos e ideológicos, pero esto sería simplificar exageradamente las
cosas. Si el arte —el arte verbal, en este caso— sirve maravillosamente
para dar expresión a la inquietud metafísica, otra cosa es decir que
éste haya postulado una «solución», un «programa» filosófico de
salida. No creo que ni siquiera en Rodó o en Vaz Ferreira, los más
«pensadores» entre los hombres de tal generación en Montevideo,
pueda encontrarse tal programa. Y si «El que vendrá» es un síntoma
de la crisis metafísica a que venimos refiriendo, no es el vislumbre
que parece ofrecer para el futuro (la vaga esperanza en la venida de
un «redentor» hermeneuta) una orientación avalada por Herrera y
Reissig, ni en 1900 ni en 1910.

***

La dimensión de tal diferencia entre Herrera y Reissig y Rodó


trasciende lo anecdótico para ayudar, además, a orientar una posible
ubicación del Tratado de la imbecilidad… en el contexto de ideas y
orientaciones que se debaten en la época, y que involucran de modo
central la legitimación de un nuevo rol social: el rol de «escritor» puro,
no legitimado en un discurso y una acción política.
Una discusión doble que atravesará el siglo —entre autonomía de
la literatura y dependencia de ésta a discursos políticos, por un lado;
entre autoctonía y universalidad, es decir entre «lo nuestro» y «el

XLII Por esta razón, a menudo pienso que es descaminada o poco significativa
la sorpresa con que algunos autores se sorprenden y resaltan el carácter «caótico» del
modernismo, como si hubiese alguna razón para pensar que un momento de inquietud
espiritual debiera presentar un «rostro» coherente o consistente. El modernismo no es
caótico, sino que es variado y ancho, como variadas e idiosincrásicas son las respuestas a
una inquietud existencial y epocal por parte de temperamentos distintos y distantes.

565
Tratado de la Imbecilidad del País

mundo», por el otro— está en ese momento quizá en el punto más


fermental que haya atravesado en el continente. Por primera vez,
entonces, algunos literatos americanos se dedican exclusivamente al
trabajo intelectual y al arte verbal. Se liberan del corsé de los discursos
políticos que atraparon la labor de todos quienes habían escrito una
página desde la Independencia hasta aquel albor del nuevo siglo.
Y al mismo tiempo, nunca como entonces los poetas y novelistas
americanos —de Rubén Darío en adelante— crean un discurso
literario originalmente americano, y son tenidos en cuenta, leídos,
escuchados y discutidos en España y —con menos amplitud— en otras
partes de Europa.
Este tener en cuenta implica, además, una lucha en la que algunos
críticos españoles resienten el estilo afrancesado del nuevo arte, y
tematizan en sus artículos la necesaria fidelidad (si no directamente
la pertenencia) a «España» de esta nueva creatividad al otro lado
del Atlántico. Como reacción ante esta posición en algunos críticos
peninsulares —el ejemplo paradigmático es Leopoldo Alas, Clarín,
pero también hasta cierto punto es la expectativa de Unamuno— los
americanos reivindicarán su independencia cultural, y no tendrán
inconvenientes en ostentar su atención a los modelos literarios
franceses. Rubén Darío, en sus «Dilucidaciones», niega que tal atención
sea una cuestión meramente retórica: es una cuestión de ideas, de
ideas nuevas en el continente americano que no tienen representación
en España, y que al serlo tienen sus formas correspondientemente
nuevas.XLIII
Herrera y Reissig tuvo escasos vínculos con la crítica española,
como lo muestra el excelente estudio de Vicente Granados y
Ángeles Estévez.XLIV Entre esos pocos contactos, uno señalable
debido a la importancia del crítico peninsular involucrado, Miguel
de Unamuno, nos enfrenta con un juicio que resume una forma de
estas incomprensiones. Dice Unamuno, con la honesta capacidad de
síntesis que lo caracteriza:

XLIII «El predominio en España de esa especie de retórica, aún persistente en se-
ñalados reductos, es lo que combatimos los que luchamos por nuestros ideales en nombre
de la amplitud de la cultura y de la libertad. No es, como lo sospechan algunos profesores
o cronistas, la importación de otra retórica, de otro poncif, con nuevos preceptos, con
nuevo encasillado, con nuevos códigos. Y ante todo, ¿se trata de una cuestión de formas?
No. Se trata, ante todo, de una cuestión de ideas».
XLIV Véase PCP: 920 ss.

566
Julio Herrera y Reissig

Lo que aquí en España, ha desacreditado a los escritores hispanoamericanos,


en especial a los poetas, es la deplorable frecuencia con que se nos vienen con
cosas exóticas y librescas, con fantasmagorías seudohelénicas, tiquismiquis
de psicologiquería bulevardera y amenas superficialidades imitadas de lo no
bueno francés. Y como no nos dan la impresión de América, ni menos la de Europa,
los dejamos a un lado.XLV

Unamuno comentaba el libro Palideces i púrpuras, libro


primorosamente editado en papel negro y tinta roja, de Carlos López
Rocha, que llevaba un prólogo de Herrera y Reissig.
Independientemente de toda consideración sobre el valor del
libro y del prólogo, lo que interesa aquí es la premisa según la cual
Unamuno dice juzgar los libros «hispanoamericanos» (por qué no
directamente «americanos») que le llegan. Él espera encontrar en
ellos a «América». Pero el punto es que no espera Unamuno que sea
un americano quien le diga de qué se trata esa América que Unamuno
espera. Dice «como no nos dan la impresión de América…», no
admitiendo a los hispanoamericanos un ejercicio no tutelado ni
mediado en la ex metrópolis de su libertad creadora y sus posturas
respecto de las corrientes estéticas —o filosóficas o políticas— de
Occidente.XLVI

***

XLV Miguel de Unamuno: «A propósito de un libro argentino», en La Nación,


Buenos Aires, 10 de octubre de 1906. Citado por Vicente Granados y Ángeles Estévez:
«Modernismo versus Creacionismo: Julio Herrera y Reissig en torno a sus polémicas».
PCP: 908-954 [920]. Énfasis agregado.
XLVI Luis Cernuda, otro español que más tarde repite y agrava aquella postura, dice:
«[Herrera y Reissig] quien, en un escrito titulado “Conceptos de Crítica”, da algo que
pudiera considerarse como definición del movimiento modernista: “Una paleta confusa,
un derroche desordenado de flores exóticas de todos los países y de todas las latitudes”.
Todos los países y todas las latitudes, sí, menos el único y la única que al modernismo im-
portaba: América, que desdeña mirar a su tierra nativa. Aquella tierra aguardaba al poeta
indígena que hallará, tras de las apariencias cotidianas, la realidad poética de América»
(Luis Cernuda, Conferencia pronunciada por el Servicio Latino Americano de la BBC de
Londres, Cultura, n.o 3, p. 4, Montevideo: 1945. Énfasis agregado).
Es Rafael Alberti, otro español, admirador temprano de Herrera y Reissig, quien le
contesta con síntesis a juicios como los de Cernuda y Unamuno, cuando dice, refiriéndose
a los sonetos herrerianos: «¡Arcadia humilde y pura, que me trajo en su aire, por encima
del mar, el perfume de América! (Sí, de América, aunque cierta crítica nacionalista,
cerrada, estrecha y de campo contrario niegue raíz nativa, por parentesco de univer-
salidad, a la poesía de Herrera y Reissig.) Rafael Alberti: «Imagen primera de la poesía
de Herrera y Reissig», en Imagen primera de… (Madrid: Turner, 1975): 125-132. (Repro-
ducido en O. C., 1235, de donde cito.)

567
Tratado de la Imbecilidad del País

En ese contexto hay un libro central en la historia de las ideas


continentales, porque a partir de una mirada que se pretende
«americanista» terminará siendo instrumental, sin embargo, a aquella
mirada que define y determina lo americano desde una asignación de
roles externa, que fija unos límites en última instancia eurocéntricos
al quehacer intelectual y artístico americano, el que queda así
asignado a repetir el gesto de una supuesta «originalidad» de difícil
determinación. Ese texto es el Ariel de José Enrique Rodó. El Tratado de
la imbecilidad del país… funciona, en ciertas dimensiones importantes
relacionadas con este nudo de problemas, como un anti-Ariel.
El Ariel de Rodó sería el ejemplo más notorio de una estrategia
«americanista» de salida a la mencionada crisis metafísica que
aguijonea a los modernistas, por la vía de elaborar una suerte de
coartada moral ante la constatación de los fracasos económicos y
sociales del continente y sus sociedades. Si con criterios objetivos y
«positivistas» no se logra la explicación del rezago, quizá exista una
reformulación de lo que el positivismo consideró causas duras —
raciales, territoriales, económicas— que permita abrir una esperanza
de salida por otra parte.
Como ha sido sugerido, fue la simultánea «autonomización» y a la
vez «estatización» de la literatura en aquellos años una condición de
su capacidad para desarrollar ese tipo de discurso por entonces. Un
discurso ideológico con elementos nuevos. Como ha anticipado Julio
Ramos, «podría pensarse que esa autonomía de lo estético, en Rodó,
es la condición de posibilidad de su antiimperialismo y de su concepto
mismo de América Latina como esfera de la «cultura», autónoma de la
economía de ellos».XLVII
Si clásicamente el «letrado» existía desde la colonia, había sido
vocero o portavoz de alguna forma de interés o discurso directamente
estatal, del gobierno o la burocracia, el nuevo tiempo lo presenta
ahora como voz «intelectual», independiente, y que «clama en
el desierto». Pero para ello, el literato necesita elaborarse nuevas
legitimidades. Una de esas legitimidades es la de elaborar un espacio
«puro», no contaminado por el «utilitarismo» y el materialismo —
entendido en sentido de afán de lucro— que se veía como propio de
la modernización.
Es en ese momento y ese gesto de nacimiento de una literatura
autónoma en el continente que se articula pues un discurso literario

XLVII Julio Ramos: Desencuentros de la modernidad en América Latina: literatura y política en


el siglo XIX (San Juan: Ediciones Callejón, 2003): 99.

568
Julio Herrera y Reissig

definido por su oposición a la racionalización que la modernización


positivista acarreó.XLVIII El nuevo hombre de letras, ahora «liberado»
—en los hechos, dejado de lado— de su anterior responsabilidad
como hombre público siempre imbricado en la consecución y el
mantenimiento del poder —discursivo y político—, hallará un nuevo
campo de acción en la crítica a esa modernización, a esa omnipresente
racionalidad, a ese «hombre lógico» (la expresión es de Eugenio
María de Hostos) que se impone, al tiempo que se impone la lógica
comercial y la pedagógica del positivismo en todo el continente.
La reacción modernista a las insuficiencias de la modernización
toma, en Rodó, su forma hegemónica: se postula la necesidad de
una pedagogía estética del ciudadano, y se postula una superioridad
—o al menos una equivalente dimensión cultural y moral— de
la herencia espiritual latina frente al «utilitarismo» positivista,
simbolizado en la idea de lo sajón, en el concepto de nordomanía, la
modernización fría, la masificación, etc. A partir de esto, una lectura
desafortunada y parcial, pero con semillas en el texto rodoniano,
hará —en las dos o tres décadas siguientes— que ese discurso se vaya
volviendo crecientemente «antiimperialista», «americanista» o luego
«latinoamericanista».
En lo sustancial será ese discurso latinoamericanista en ciernes el
que dotará de legitimidad a la tarea del intelectual en el continente:
ser intelectual en el sentido «oficial» pasará crecientemente a ser
«arielista», ser «independiente», lo que en los hechos querrá decir
ser opositor a todo gobierno real, ser «antiimperialista», mirar con
recelo tal modernización «importada», y volverse cada vez más a las
fuentes míticas de una supuesta pureza originaria del continente
americano, que por cierto será calurosamente aplaudida desde una
mirada eurocéntrica de la que es común encontrar exponentes tanto
en Europa como en Estados Unidos.
El enorme éxito continental de Ariel es difícil de explicar de otros
modos, pues el texto en sí se trata de la postulación de un discurso
pedagógico que recuerda puntualmente la estrategia de Schiller
sobre la educación estética del ciudadano, bien conocida por los
románticos y los hombres cultos de toda clase desde mucho antes, y
no hay novedad alguna en ello que pueda justificar una conmoción
continental.

XLVIII Ídem: 81.

569
Tratado de la Imbecilidad del País

Ante esta visión compensatoria del texto de Rodó, se alza la voz


contraria de los positivistas del momento. Éstos ven con alarma lo
que consideran una mistificación en curso, y se concentran en la
profundización de la modernización. Serán los perdedores de aquella
importante partición de aguas. Herrera y Reissig, que como poeta
ha sido rescatado en su modernismo, está sin embargo entre los
perdedores en términos ideológicos del aquel momento americano.
Ésta es una de las cuestiones centrales en torno al Tratado de la
imbecilidad del país… y tal vez guarde —por su evidente contraposición
al talante «arielista» de muchos intelectuales continentales durante
el siglo XX, especialmente en el Uruguay— alguna relación con su
escasa suerte editorial durante más de cien años.
Con todo y sus debilidades argumentales, Herrera y Reissig opone,
a las inquietudes pedagógicas de Rodó que se legitiman en una
supuesta espiritualidad superior de raíz mediterránea, una cultura de
la acción que se legitima en la ciencia del norte. Y no puede ser más
explícito al hacerlo como lo es cuando escribe —en una larga nota al
pie de su Tratado…— su crítica al espíritu que anima «El que vendrá».
Dice Herrera y Reissig de Rodó:***

A propósito, la ingenuidad de un crítico uruguayo [Rodó], que parece


dar a entender en una de sus obras que la Humanidad desalentada espera
su salvación de un poeta, o de un novelador. No hay, en las historias de
las infelicidades místicas y candorosas, algo que se pueda comparar a la
invocación con el que el visionario del porvenir de la Especie remata su
animado opúsculo. Nada representan, nada valen, los Darwin, los Comte,
los Spencer, los Littré, los Renan, los Claudio Bernard, los Proudhon, los
Marx, los Stirner, los Arnold Ruge, los Ruskin, los Nietzsche. No es un
filósofo quien desentrañará la Verdad, quien marcará nuevos rumbos al ser
humano; no será un pensador, un sociólogo, el pastor iluminado del Siglo
XX. Los que piensan, al sentir del crítico, son los literatos. Ellos son los que
adormecerán, con su repelente milagroso, las desventuras humanas. […]
Continúa el revelador: «El vacío de nuestras almas solo puede ser llenado
por un grande amor, por un grande entusiasmo; y este entusiasmo y ese
amor sólo pueden serles inspirados por la virtud de una palabra nueva.»
No se puede exigir una ingenuidad más uruguaya. Afirmar, en pleno siglo
XIX de escepticismo y de crítica, de Ciencia y de Trabajo, en el siglo de la
Anatomía y de la Mecánica, que el Vacío de la Humanidad, que es túnel de
las Danaidas, sólo puede ser llenado por un grande Amor, y que este grande
Amor puede ser recetado por un hombre de letras, genial o como sea, es

570
Julio Herrera y Reissig

algo que da la medida de la infantilidad de nuestras psiques. Según esto,


cualquier fraile caritativo que haga escuela en literatura basta para colmar
los deseos del monstruo humano, para dar término a los sufrimientos de
la especie, y hasta para revelar los problemas económicos de actualidad,
pues nuestro crítico parece dar a entender «que el dios desconocido» y que
aún está por venir, no será otro sino un literato, un cincelador de frases
evangélicas y ardientes; y exclama para terminar «¡Revelador! Revelador!, la
hora ha llegado!» …

Como se ve, la posición y lectura del continente y sus problemas


que hace Herrera y Reissig está radicalmente distante del discurso
que, apelando a una supuesta superioridad espiritual, Rodó viene
elaborando, en el que encontró luego fundamento una división cuasi
ontológica norte-sur.XLIX
Herrera y Reissig parece intuir los peligros, los desajustes del
genialmente eficaz ensayo de Rodó. Presiente cierta ingenuidad
esencial que lo informa. Percibe —junto con los demás positivistas
de su momento— que no habrá desarrollo cultural autónomo del
continente sin desarrollar a la vez su economía, y que este desarrollo
no puede ocurrir si se empieza por proclamar una superioridad ética
o moral basada en una incomprensión de las culturas del Norte y una
desestimación a priori de las causas de su éxito en todos los planos.LI
Pero si el tono salva a Rodó, pierde a Herrera y Reissig, desplomado
éste en el colmo de una incorrección política ya perceptible para el
tiempo en que escribió su Tratado de la imbecilidad…, lo cual se puede
comprobar fácilmente al notar que no encaja dentro de ninguno
de los estándares de curso en su época: por su lenguaje crudo, por
su falta de límites en la descalificación —aunque a menudo funcione
en clave irónica— de lo que casi todos los demás —si bien más

XLIX La conciencia de esta oposición está lejos de ser un hallazgo posterior: fue cla-
ramente expresada ya en la época, por otros autores aparte de Herrera y Reissig. A su
vez, debe consignarse en esta posición de Herrera un cambio en el propio poeta, quien
pocos años antes, en 1899, había publicado en La Revista un texto, llamado «Conceptos
de crítica», en el que mostraba una línea de pensamiento cercana a la de Rodó en «El que
vendrá», y manifestaba además su aún escaso interés por las nuevas tendencias literarias.
 El problema con la lectura parcial y falsa que hace Rodó de la cultura sajona en su
Ariel fue percibido enseguida. Un ejemplo paradigmático es Colmo: «La filosofía de
Rodó», en Nosotros, año XI, tomo XXVI, n.o 97 (Buenos Aires, mayo de 1917): 173-185.
LI Uno de los mayores desajustes en la evaluación que hace Rodó de Estados Unidos
en su Ariel está en el escaso conocimiento de los logros culturales y «espirituales» norte-
americanos ya para el cambio de siglo. La lectura norteamericana e inglesa del Ariel lo ha
puesto de manifiesto.

571
Tratado de la Imbecilidad del País

hipócritamente— consideraban «razas inferiores» en el continente;


por su inviabilidad política en cualquiera de las hipótesis de poder
vigentes en el Uruguay de entonces.
Sigue Herrera y Reissig el camino de criticar las insuficiencias de
las realizaciones del discurso moderno desde dentro de la propia
racionalidad que instaura esa modernidad.LII En lugar de tomar la
línea que tomaría el conjunto de la literatura «latinoamericana» —
tomando a Rodó y su Ariel como uno de los textos guía—, es decir,
la de la crítica a la modernización importada, «definiendo el ser
latinoamericano por oposición a la modernidad de “ellos”: EUA o
Inglaterra»,LIII Herrera y Reissig increpa a sus contemporáneos por la
incapacidad que demuestran en ser definitivamente «modernos».

***

No sorprende, ante esto, la hostilidad mutua que Rodó y Herrera


y Reissig se mostraron en vida, de la cual este manuscrito aporta una
prueba en estas irónicas críticas que el segundo hace de «El que
vendrá» —pero también en un comentario al pasar que el mismo
Herrera tachará luego del manuscrito: «Rodó, el autorcillo de Ariel»,
como apostrofa en la única y despectiva mención a este importante
texto que puede encontrarse en el Tratado de la imbecilidad del país…
Pero la posición antiarielista será rechazada mayoritariamente por
los nuevos literatos continentales. Las no pocas voces que, en su tiempo,
hicieron la reivindicación del camino no arielista, desde Alfredo
Colmo a Carlos Octavio Bunge en clave de seriedad, y un bastante
solitario Herrera y Reissig en clave satírica, no serán recordadas por
ello. Tampoco lo será, en parecida vena, Pedro Figari, quien en 1916
pierde una análoga discusión con Batlle y Ordóñez que tiene como
eje la necesidad de acentuar la educación de oficios en el Uruguay.
El presidente no lo acompañará, decidido a profundizar un modelo
generalista de formación con fuerte peso de unas humanidades que se
enfocarán a través de programas de orientación universalista.LIV Pese a

LII Abril Trigo, en su estudio de parte de los manuscritos aquí transcriptos, ha señalado
esta crítica de la modernidad empleando las propias fuentes ideológicas de la misma,
aunque Trigo adopta a su vez un tono crítico respecto de esta opción. Véase Abril Trigo:
«Una olvidada página sociológica de Julio Herrera y Reissig», en Hispanic Review, vol. 59,
n.o 1 (invierno de 1991): 25-36 (28 ss.).
LIII Ramos: op. cit.: 81-82.
LIV Ver sobre esto Julio María Sanguinetti: El Doctor Figari (Montevideo: Aguilar, 2002):
124 y ss.

572
Julio Herrera y Reissig

sus diferencias, será la línea de Rodó, no la de Herrera y Reissig, la que


seguirá hegemonizando el modelo intelectual y cultural en Uruguay,
trayendo a su clímax un país fecundo en abogados y aficionados a la
literatura, con menos desarrollo —y un lugar menos notorio en el
imaginario público— de las ciencias, los oficios y las artes aplicadas de
lo que, según la opción positivista, hubiese sido necesario.
Al desarrollar, casi desesperadamente, esa visión alarmada, el
texto del Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert Spencer
no resulta interesante por proponer una verdad serena, sino por el
ejercicio de una intuición que caricaturiza con ferocidad. Herrera
y Reissig no es equilibrado en lo que aquí dice. Menosprecia la
estatura —hoy definitivamente consagrada— de muchos de sus
contemporáneos, y no atiende a los matices y hasta a los datos que
contradirían severamente sus conclusiones. Pero puede ser hoy un
equilibrador, iluminando zonas que la visión hegemónica de la historia
intelectual del país dejó en una pudorosa sombra, ya en una época
suficientemente distante como para comenzar a comprenderlo.

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Zum Felde, Alberto: Proceso intelectual del Uruguay, tomo II
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del Centenario, 1930).
Zum Felde, Alberto: Proceso histórico del Uruguay, 5.ª ed. (Montevideo:
Arca, 1967 [1920]).

581
Apéndice
información sobre algunos nombres propios
citados por Herrera y Reissig

Este apéndice permite brindar alguna información sobre los nombres


propios mencionados por Herrera y Reissig que no han sido referidos
en las notas al final. En ellas, por su parte, se incluyen aquellos nombres
cuya presencia en el texto da lugar a un desarrollo temático específico.
Para elaborar este apéndice he elegido incorporar los nombres propios
citados por Herrera y Reissig no referidos en notas, exceptuando aquellos
que por ampliamente conocidos del lector sería ocioso mencionar o
aquellos cuya mención en el téxto es circunstancial o poco imporante.
Al decir lector estoy pensando en alguien no necesariamente uruguayo
ni familiarizado con la historia del país. Ésa es la razón por la que he
debido agregar a esta lista nombres de personajes de esa nacionalidad
que son, para los uruguayos mismos, ampliamente conocidos. El lector
familiarizado con el país de Herrera y Reissig disculpará, pues, las breves
(y para él obvias) referencias a figuras de importante talla a nivel de la
historia local, como Artigas o Rivera.
No se han incorporado en general los nombres de ensayistas, filósofos
y escritores cuyo conocimiento se considera parte del patrimonio común
del lector culto (v. g. Spencer, Goethe, Taine, Paul Adam, Nietzsche,
etc.), de modo de reducir la lista a dimensiones manejables. Se concentra
así la información en figuras de campos como las ciencias naturales y la
historia, algunas probablemente ya poco recordadas hoy.
Las menos frecuentes referencias toponímicas, así como los títulos
de obras artísticas o libros, están también incluidos en las notas al fin del
texto y en los indices correspondientes.
Las fuentes empleadas para elaborar este glosario son variadas, y
sería excesivamente prolijo citarlas respecto de informaciones que están

582
Julio Herrera y Reissig

en el dominio público por múltiples canales. El único propósito de


esta lista es facilitar al lector una búsqueda que de todos modos podría
realizar él mismo sin demasiadas complicaciones.
Simplemente dejo constancia de que la fuente principal para estas
anotaciones ha sido la Enciclopædia Británica (ed. 2001). En la mayor
parte de los casos referidos a Uruguay, en cambio, he reunido la infor-
mación de fuentes históricas uruguayas. Especial reconocimiento en este
caso debe darse a los trabajos de J. M. Fernández Saldaña y de Arturo
Scarone citados en la Bibliografía general.
Se incluyen aquí nombres que aparecen en los segmentos publicados
en papel, asi como otros que aparecen solo en el texto electrónico.

***

Artigas, José Gervasio (1763-1850). Es considerado, mayoritariamente


desde fines del siglo XIX, el principal prócer uruguayo, fundador de
la noción de una nacionalidad independiente en la banda oriental
del río Uruguay. Su figura, no cuestionada hoy en general, ha estado
sin embargo muy controvertida en diversos momentos históricos,
especialmente desde la tradición unitaria porteña y desde parte de la
tradición liberal uruguaya.

Astete, Gaspar (1537 - 1601). Sacerdote católico. Su catecismo tuvo


gran difusión en América.

Bernard, Claude (1813-1878). Fisiólogo francés, relevante por sus


investigaciones sobre la función del páncreas en la digestión, así
como por la idea de la existencia y relevancia para la vida de un
medio interno equilibrado, u homeostasis.

Boskovich, Rudjer Joseph (Ruggiero Giuseppe Boscovich) (1711-


1787). Filósofo, astrónomo y matemático jesuita, nacido en Ragusa,
la actual Dubrovnik. Escribió numerosos tratados sobre temas
matemáticos y astronómicos.

Boucher de Perthes, Jacques (1788-1868). Paleontólogo francés, fue


el primero en desarrollar la noción de que la prehistoria podía ser
medida sobre la base del tiempo geológico.

Burmeister, Hermann (1807-1892). Naturalista y geógrafo alemán.

583
Tratado de la Imbecilidad del País

Viajó a Brasil entre 1850 y 1852 y a Argentina entre 1857 y 1860, en


donde reunió una colección zoológica. En 1861 se trasladó a vivir a
Argentina, y fundó el Instituto del Museo Nacional en Buenos Aires.
Contribuyó en la redacción de un volumen de descripción geográfica
del Uruguay (junto con otros territorios de la región), publicado
en 1875: Die süd-amerikanischen Republiken Argentina, Chile, Paraguay,
und Uruguay nach dem Stande der geographischen Kenntniss in 1875. A.
Petermann y H. Burmeister.

Campos Salles, Manoel Ferraz de (1841-1913). Presidente del Brasil


entre 1898 y 1902. Defensor de la causa republicana, participó
activamente de la revolución que derrocó al emperador Pedro II. Fue
ministro de Justicia en el gobierno provisional de 1889.

Cudworth, Ralph (1617-1688). Teólogo y filósofo de la ética inglés.


La referencia es a su obra The true intellectual system of the Universe.

Cuestas, Juan Lindolfo (1837-1905). Político uruguayo perteneciente


al Partido Colorado. Como presidente del Senado, ocupó la primera
magistratura al ser asesinado el presidente Juan Idiarte Borda, el
25 de agosto de 1897. En 1899 fue electo presidente constitucional
—después de un período muy conflictivo en el año 1898, en el que
llegó a disolver las cámaras, controladas por los colectivistas de Herrera
y Obes, sus antiguos aliados, y ahora opositores dentro del Partido
Colorado. Esa lucha que llevó contra la tendencia colectivista tuvo
directa incidencia en la vida personal y política de Herrera y Reissig,
tal como se refiere en el Estudio Preliminar a este Tratado… Culminó
su período presidencial en 1903, e inmediatamente pasó a París, en
donde moriría el 21 de junio de 1905.

Cuvier, Georges, Baron de (1769-1832). Zoólogo francés, contribuyó


decisivamente a establecer las ciencias de la Anatomía comparada y
la Paleontología.

Dunant, Jean Henri (1828-1910). Filántropo suizo, fundador de la


Cruz Roja Internacional. Dunant publicó numerosas obras y fue
promotor de causas humanitarias. Compartió el primer premio
Nóbel de la Paz (1901) con Frédéric Passy. [333]

Ferri, Enrico (1856-1929). Criminólogo italiano que continuó

584
Julio Herrera y Reissig

el estudio científico del crimen iniciado por Cesare Lombroso,


destacando los factores sociales y económicos. Argumentó en contra
de los sistemas penales que enfatizaban únicamente la acción
punitiva, recomendando la prevención. Sus ideas tuvieron influencia
en el código penal argentino de 1921.

Flores, Venancio (1808-1868). Caudillo que tuvo destacada actuación


militar durante la Guerra Grande, y luego de ella pasó a ser el líder
principal del Partido Colorado hasta su muerte, por asesinato, el
19 de febrero de 1868. Participó siendo mozo en las acciones de
Rincón y de Sarandí, en la campaña libertadora del Uruguay. Luchó
junto a las fuerzas de Rivera, y luego junto a Justo José de Urquiza
cuando en 1851 éste encabezó las acciones decisivas contra Rosas.
Integró, en 1853, un triunvirato con Rivera y Lavalleja, aunque éste
no llegó a formarse efectivamente debido a la muerte sucesiva de los
otros dos integrantes. El 12 de marzo de 1854 la Asamblea General
lo eligió presidente constitucional del Uruguay, para completar el
mandato de Giró, pero no logró terminar ese período debido a la
grave situación política y económica que ocasionó una revuelta de
los sectores conservadores de la capital y provocó su renuncia el
10 de agosto de 1855. A continuación, rechazado por buena parte
de su propio partido, pactó con Oribe (Pacto de la Unión) en el
sentido de favorecer el olvido de las divisiones pasadas, la fidelidad a
la Constitución y el acatamiento al gobierno elegido por el pueblo.
En esa compleja situación política, pasó a Entre Ríos, en donde
permaneció, negándose a participar en el alzamiento de César
Díaz que terminaría trágicamente en los sucesos de Quinteros.
Tuvo destacada participación militar en ese período sirviendo en el
ejército argentino de Mitre. En 1863 encabezó un alzamiento contra
el gobierno de Bernardo Berro, a quien derrocó el 20 de febrero de
1865. Inmediatamente a asumir la dictadura, en 1865, y habiendo
tenido antes el apoyo de la flota brasileña, fue participante del pacto
secreto de la Triple Alianza con Argentina y Brasil, y condujo al país
en la guerra que esta alianza llevó contra el gobierno paraguayo de
Francisco Solano López. Durante su gobierno se dieron los primeros
pasos firmes en la senda de la modernización del país.

Flourens, Marie-Jean-Pierre (1794-1867). Fisiologista francés, fue el


primer científico en demostrar las funciones generales del cerebro
de los vertebrados.

585
Tratado de la Imbecilidad del País

Fouquier-Tinville, Antoine Quentin (1746-95). Revolucionario


francés que llegó a ser el símbolo de la brutalidad del Terror. Fiscal
del Tribunal Revolucionario, es responsable de la muerte de Maria
Antonieta y Georges Danton, entre otros. Murió él mismo en la
guillotina luego de la caída de Robespierre.

Herrera y Obes, Julio Julián Basilio (1841-1912). Es un personaje


clave en la vida del Uruguay en el siglo XIX, y de fuerte ascendiente
sobre su sobrino Herrera y Reissig —incluso existen argumentos,
no completamente fundados, aunque persuasivos, para afirmar
que Herrera y Reissig era en realidad hijo natural, y no sobrino,
de Herrera y Obes—. Nacido exactamente 34 años antes que
Julio Herrera y Reissig, el mismo día del mismo mes (9 de enero),
descendiente de una antigua familia canaria, fue un personaje
romántico, original, brillante, y con una intensa importancia política
e intelectual desde diferentes posiciones y circunstancias. Se formó
en Montevideo, en donde cursó y culminó (aunque nunca retiró su
diploma) sus estudios de Jurisprudencia en la Universidad Mayor
de Montevideo. Cuando contaba 24 años participó en la Guerra
del Paraguay como secretario del general Venancio Flores. Éste, en
1866, le confió una importante misión diplomática ante el gobierno
brasileño, en la cual Herrera y Obes obtuvo un acuerdo sobre las
reclamaciones que históricamente hacía Brasil por perjuicios de
guerra ocasionados a sus súbditos en el Uruguay. Colaborador
desde los primeros tiempos de los periódicos El Siglo y La Tribuna,
fue uno de los jóvenes liberales que con el tiempo animarían las
discusiones del parlamento principista de 1873. Pero antes de ello
sufrió su primer destierro (durante la presidencia de Lorenzo Batlle).
En esa oportunidad residió en Buenos Aires junto a su pariente
José E. Ellauri. En 1872, a sus 31 años, fue nombrado ministro de
Relaciones Exteriores por el presidente Tomás Gomensoro. Ocupó
una banca en las cámaras principistas del 73, siendo considerado uno
de los líderes de aquella generación. En ese ejercicio en una ocasión
«acusó en sala al diputado Isaac de Tezanos trayendo al debate la
negociación de su voto en la elección presidencial, concitándose con
ello la tremenda antipatía de los [colorados] “netos”» (Fernández
Saldaña: 634). Por este motivo, cuando sobrevinieron los sucesos
de enero de 1875 que terminarían con el gobierno de Ellauri, sus
enemigos lo tratarían con dureza. En el enfrentamiento que se
originó el 10 de enero (al día siguiente del nacimiento de Herrera

586
Julio Herrera y Reissig

y Reissig), Herrera y Obes participó —según noticia de la época,


«valientemente»— defendiendo la institucionalidad. Al triunfar el
«motín» que acabó con el gobierno constitucional e impuso a Pedro
Varela, fue uno de los condenados a ser deportado en la barca Puig,
lo cual lo llevó a visitar los Estados Unidos. A fines de ese año 1875,
ya de vuelta en el Río de la Plata, participa de la revolución Tricolor,
derrotada por Varela. En los cinco años que pasaron hasta 1880 vivió
en Buenos Aires, adoptando una actitud absolutamente intransigente
con el poder vigente en Uruguay. Desde 1880 comienza a actuar
nuevamente en la prensa, como opositor a los gobiernos militares,
especialmente al de Máximo Santos, y trabaja muy activamente en
la reorganización del partido Colorado. En 1890 fue el hombre
elegido presidente al volver el poder a los civiles. En su gobierno
se efectuó la transición hacia un funcionamiento más acorde con
los ideales de la Constitución. Consideró que era necesario elegir
hombres capaces con independencia de su origen partidario, y a
la vez defendió su polémica noción de influencia directriz, es decir,
la necesidad de que una elite ilustrada y liberal en el poder («un
núcleo de hombre cultos o aptos, que la politiquería no hubiera
admitido nunca ni el caudillaje anacrónico habría aceptado» —
citado en Fernández Saldaña: 636—) ejerciese su influencia en todos
los ámbitos de la vida política e institucional. Durante su mandato
se consolidaron el presidencialismo, y la centralización del poder
en la ciudad-puerto de Montevideo, aunque Herrera y Obes supo
emplear algunos elementos tradicionales del caudillismo político,
como el amplio uso de los símbolos de su partido, para ampliar la
presencia y el poder de éste en el campo. Su gobierno se vio sacudido
desde el comienzo por una honda crisis económica que afectó la
imagen pública del mandatario. Luego de haber entregado el poder,
después de sus cuatro años constitucionales de mandato, entró al
Senado. Nuevamente fue desterrado, esta vez por Cuestas, debido
a que se opuso a la paz de septiembre de 1897 y a la candidatura
de este último. En sus últimos años sufrió una serie de problemas
económicos que lo llevaron a enfrentar una vejez pobre, habiéndole
sido rematados sus muebles y otras pertenencias. Cuando murió, el 6
de agosto de 1912, la población de Montevideo terminó llevando en
andas su féretro al Panteón Nacional, pese a la oposición mantenida
por el presidente del momento, José Batlle y Ordóñez, quien llegó a
observar la resolución del Parlamento que le daba honores de jefe de
Estado a Herrera y Obes, aunque esta observación fue levantada por

587
Tratado de la Imbecilidad del País

la Asamblea General. Tanto Batlle como Cuestas, luego de haberlo


apoyado, se convirtieron en enemigos irreconciliables de Herrera y
Obes. Este enfrentamiento, cuya importancia no puede subestimarse
debido a la máxima —y sucesiva— influencia de ambos personajes en
el período que abarca toda la vida de Julio Herrera y Reissig, afectó
el destino político del poeta, quien adoptó en 1900 una postura
contraria a Batlle y Ordóñez, lo cual no contribuyó a que obtuviese
las diversas posiciones públicas a las que por su talento y relaciones
podría quizá haber aspirado, y en alguna ocasión dijo aspirar.
En 1899, fue Julio Herrera y Obes quien sugirió, en Buenos Aires,
la idea de que su apellido Obes era una deformación de Hobbes,
teoría que su sobrino adoptaría para justificar su transitorio cambio
de nombre en 1900-1901. Finalmente, digamos que la vida privada
de Herrera y Obes —quien nunca se casó, mantuvo un vínculo de
«noviazgo» permanente con Elvira Reyes y tuvo numerosas amantes,
aparte de su elegancia y fineza legendarias— se constituyó también
en un factor político que le ganó enemigos entre la sociedad
montevideana de su tiempo. Esto último, en especial, es comentado
por Herrera y Reissig en repetidas ocasiones en este Tratado…

Kalidasa. Considerado uno de los mayores poetas en lengua sánscrita.


Habría vivido entre los siglos IV y V d. C.

Lamas, Diego (1858-1898). Nacido en Salto, hijo del entonces


coronel de su mismo nombre, hizo una destacada carrera militar
en Argentina. En 1897 —luego de haber trabajado en Buenos
Aires como asesor militar de las fuerzas insurgentes nacionalistas—
es elegido en el cargo de jefe de Estado Mayor de las fuerzas
expedicionarias. Tuvo una muy destacada —y muy breve— actuación
militar en este levantamiento nacionalista de 1897 contra el gobierno
del presidente Juan Idiarte Borda, triunfando en Tres Árboles (17
de marzo) contra las fuerzas, superiores en número, de José Villar.
Luego del magnicidio de Idiarte Borda contribuye decisivamente a la
paz que se pacta con Cuestas. Dice de él Fernández Saldaña: «En la
situación creada después de la paz de septiembre, la figura de Diego
Lamas adquirió —y por tantos motivos— un volumen extraordinario
dentro del Partido Nacionalista. Fuera de él, asimismo, sus propios
adversarios reconocían en aquel militar instruido, silencioso y sereno,
un nuevo y eficaz instrumento de cultura y de consejo» (p. 695). No
vivió para confirmar esas generales esperanzas, sin embargo; murió el

588
Julio Herrera y Reissig

20 de mayo de 1898 al caer de un caballo en el que paseaba, en la villa


Colón, cerca de Montevideo. Figura idolatrada por sus partidarios,
especialmente en su tiempo, a su alrededor se construyó una leyenda
a la que Herrera refiere en su Tratado…

Lartet, Édouard (1801-1871). Arqueólogo francés. Entre otros trabajos


importantes, publicó La antigüedad del hombre en Europa Occidental
(1860).

Lecor, Carlos Federico (1765-1836). Militar portugués, tomó el


control de Montevideo en enero de 1817. Fue el gobernante de la
ciudad durante un período de seis complejos años, en los que la
posesión de la ciudad se disputó entre Portugal y Brasil.

Magendie, François (1783-1855). Fisiólogo experimental francés,


primero en demostrar la diferencia funcional de los nervios
espinales.

Menelik (también llamado Menilek) II de Shewa (1844-1913). Líder


político y militar africano, rey de Shewa y emperador de Etiopía.
Resistió la invasión italiana de 1896 y llevó adelante un amplio
programa de modernización de la nación.

Müller, Johannes Peter (1801-1858). Anatomista comparativo y


fisiólogo alemán.

Oribe, Manuel (1792-1857). Militar de las campañas de independencia


de Uruguay, segundo presidente de ese país (1834-1838), y fundador
del Partido Nacional, o Blanco. Siendo presidente constitucional,
cargo al que accedió con el decisivo apoyo de Fructuoso Rivera,
en julio de 1836 debió sin embargo enfrentar el levantamiento
(irónicamente llamado «Constitucional») de Rivera. Comienza allí
una muy compleja sucesión de hechos políticos y militares que
tienen como protagonista al líder argentino Juan Manuel de Rosas y
su trabajo de acentuar las divisiones políticas internas del Uruguay,
una de cuyas intenciones deliberadas era reincorporar a la antigua
Provincia Oriental (entonces Uruguay) a la confederación argentina.
Oribe lideró durante tal período, del lado oriental del río, la fuerza
militar rosista que combatió a Montevideo, entre 1839 y 1852, en
el espacio de la llamada Guerra Grande rioplatense. Tal intrincado

589
Tratado de la Imbecilidad del País

período político y militar definió a Montevideo como un enclave


liberal y cosmopolita, debido fundamentalmente a la composición
multinacional de la población y a su dependencia del comercio
exterior para poder subsistir durante el sitio al que la ciudad se vio
sometida por tierra por las fuerzas rosistas. El período vio pues la
activa participación, en apoyo de Montevideo, de gobiernos, ejércitos
y ciudadanos franceses, ingleses, italianos y brasileños, naciones todas
con abundantes negocios e intereses en la región platense en aquellos
años. Celebrada la paz en octubre de 1851, Oribe se retiró a la vida
privada. En 1853 viajó a Europa, de donde volvería en 1855, y en ese
momento su pacto con Venancio Flores dio la presidencia a Gabriel
Antonio Pereira, el cual se puso casi inmediatamente en contra de
ambos. Falleció en su quinta del Paso Molino el 12 de noviembre de
1857.

Musolino. Nombre de un renombrado bandolero de la Calabria.


Aparentemente su historia llegó a hacerse popular en el Río de la
Plata, pues Herrera lo emplea en el Tratado… como metonimia de
delincuente.

Philippi, Rudolph Amandus (1808-1904). Naturalista y paleontólogo


alemán, alumno de Alexander von Humboldt. Emigró a Chile, en
donde realizó su trabajo científico y dirigió el Museo Nacional.

Phriné. Cortesana griega que vivió en el siglo IV a. C.; se la refiere


generalmente como poseedora de extraordinaria belleza.

(Pierre Alexis, vizconde) Ponson du Terrail (1829-1871). Novelista


francés, uno de los maestros del folletín, de los cuales el más conocido
es Les exploits de Rocambole ou Les drames de Paris, que comenzó a
publicar en 1859, y que fue reunido en volumen en 1884.

Rivera, Fructuoso (1790 ?-1854). Una de las figuras fundamentales en


el período de luchas de la independencia del Uruguay y luego como
primer presidente constitucional del país. Prototipo del caudillo
político de origen patricio, dominó el medio rural uruguayo como
carismático líder durante cuarenta años. Su importancia en la historia
de la región en los primeros cincuenta años del siglo XIX es muy
difícil de exagerar, y no puede sintetizarse en esta nota.

590
Julio Herrera y Reissig

Ruge, Arnold (1802-1880). Filósofo y político alemán. Asociado con el


círculo de los jóvenes hegelianos, coeditó en París, junto con Karl Marx,
la Deutsch-Französische Jahrbücher, ayudando a la coordinación de las
actividades de la extrema izquierda en el movimiento revolucionario
de 1848.

Santos, Máximo (1847-1889). Presidente uruguayo dentro del período


llamado del militarismo (1875-1890), ocupó la primera magistratura
entre 1882 y 1886. Militar de carrera desde su juventud, de origen
modesto, su cercanía personal a Lorenzo Latorre le abrió el camino
al poder. Ocupando cargos militares relevantes durante el mandato
de Latorre, ante la sorpresiva renuncia de éste, coordinó al ejército
para aceptar rápidamente la renuncia y obligar a Francisco A. Vidal a
ocuparse de la presidencia, reservándose para sí el «poder detrás del
trono». En 1882 se hizo elegir presidente constitucional, cargo que
ocupó hasta 1886. Durante este período se produjo un verdadero caos
en el uso de los dineros públicos, y el presidente, quien personalmente
llevaba una vida fastuosa y acumuló una importante fortuna de
origen no claro, dio lugar a la vez a la creación de todo un protocolo y
elaboración del simbolismo estatal que le sobreviviría luego de caído
del poder. Después de un atentado con pistola, cuando el presidente
entraba en un teatro, en agosto de 1886, que casi le costó la vida y
le dejó la cara desfigurada, Santos decidió en noviembre formar un
«gobierno de conciliación», y rápidamente renunció al cargo que se
había reservado como presidente del Senado, en el que fue sustituido
por Máximo Tajes. Santos se retiró a París, de donde intentó volver
en 1887 —hecho que fue impedido por el gobierno de entonces—,
por lo cual fue a Rio de Janeiro, de allí nuevamente a Europa, y
finalmente se estableció en Buenos Aires, donde murió, a los 43 años,
el 19 de mayo de 1889.

Saravia, Aparicio (1855-1904). Jefe militar del Partido Nacional


durante un relevante período político muy difícil de sintetizar en esta
nota. Caudillo rural uruguayo, hombre fuerte de la zona fronteriza
con el Brasil, con actuación militar a ambos lados de la frontera en
diversos movimientos que defendían la autonomía de esa región
frente a los intentos de centralización de las respectivas capitales,
Montevideo y Porto Alegre. Fue el último caudillo rural que se alzó
en armas contra un gobierno constitucional, para el caso, el de José
Batlle y Ordóñez, en 1904. El final de esa revolución, que culmina

591
Tratado de la Imbecilidad del País

con la muerte de Saravia el 10 de septiembre de 1904 (había sido


herido en batalla el 1.o de ese mes), marca el final absoluto de una
época y el comienzo de otra en el Uruguay.

Sardou, Victorien (1831-1908). Autor teatral francés.

Sienkiewicz, Henrik (1846-1916). Novelista polaco, ganó el premio


Nóbel de Literatura en 1905. Con una visión del mundo fuertemente
católica, su novela más importante es Quo Vadis? (1896).

Soca, Francisco (1858-1922). Médico cirujano, que también tuvo


importante desempeño político. Estudió en Montevideo y luego en
Barcelona, para finalmente recibir su título de Doctor en Montevideo.
Luego de ello viajó a Francia, en donde recomenzó los cursos y obtuvo
un segundo título, también de Doctor en Medicina. Fue profesor de
Patología Interna y Dermatología y médico del Manicomio Nacional.
Varias veces electo en cargos de diputado y senador por el partido
Colorado, fue miembro de la Asamblea Constituyente de 1917.
Miembro de la Academia de Medicina de París.

Sudermann, Hermann (1857, 1928). Uno de los líderes del movimiento


naturalista alemán. Luego de sus novelas iniciales, Frau Sorge (1887) y
Der Katzensteg (1889), ganó renombre con sus obras de teatro. Die Ehre
(1889) fue una obra clave del movimiento naturalista. Heimat (1893,
traducida como Magda) lo hizo famoso internacionalmente. Otras
obras son Glück im Winkel (1895), Morituri (1896), Es lebe das Leben!
(1902), y Der gute Ruf (1913).

Suárez, Joaquín (1781-1868). Patriota uruguayo de la época de


la independencia, y luego líder del gobierno de la Defensa de
Montevideo, desde febrero de 1843 hasta el fin de la Guerra Grande
en 1851. Tuvo una importante participación primero como soldado
de Artigas desde 1811 (estuvo en la batalla de Las Piedras, en que
los orientales vencieron a los españoles); luego, aunque se apartó
de Artigas, se rehusó a tomar armas contra él, abandonando la vida
militar en 1815. Se negó a ocupar cargo alguno durante la época
de la dominación luso-brasileña de la Banda Oriental (1817-1828).
Cooperó con la empresa libertadora de Lavalleja en 1825. En 1827
éste lo despojó violentamente de su cargo de gobernador delegado,
que ejercía desde 1826 por voto público. Se retiró de nuevo entonces

592
Julio Herrera y Reissig

a la vida privada. Ocupó numerosos cargos representativos en los


años que siguieron a la independencia del país, desde 1828. Gracias a
su liderazgo se pudo mantener organizada la Defensa de Montevideo,
pese a las múltiples dificultades de todo orden que se sufrieron en
los ocho años que lideró la resistencia. Al consagrarse la paz, dejó
el poder, que entregó tranquilamente a Bernardo Berro, y se retiró
a una vida privada modesta —con ocasionales regresos a la función
pública como senador y diputado que no duraron debido a lo frágil
de su salud—. Fue un hombre de indiscutidas y renombradas virtudes
ciudadanas, que lo llevaron a ser inusualmente respetado siempre,
incluso por sus enemigos políticos.

Tajes, Máximo (1852-1912). Militar y político uruguayo, presidente


de la República entre noviembre de 1886 y marzo de 1890. Durante
su mandato —que, pese a haber sido de un militar, fue elogiado en
general por todas las fuerzas políticas por sus logros económicos
e institucionales— se preparó el retorno de gobiernos civiles, que
ocurrió efectivamente en 1890.

Viriato (180 a. C.-139 a. C.). Uno de los líderes de las tribus lusitanas que
combatieron a los romanos en las actuales Portugal y Extremadura.
Particularmente central fue su participación en la resistencia que
Numancia ofreció a los romanos.

Wouvermans, Philip (1619-1668). Pintor holandés nacido en


Haarlem.

Zorrilla de San Martín, Juan (1855-1931). Escritor y diplomático


uruguayo de resonancia en toda América y España, era a comienzos
del Novecientos probablemente la figura literaria uruguaya más
importante de las que se mencionan en este tratado, junto a Rodó.
Católico ferviente, defensor de esa causa en la prensa y en todos
los ámbitos, hizo sus estudios en Chile, después de haber formado
parte del Club Católico y, por un breve lapso, del Ateneo de
Montevideo, participando entonces en la polémica entre positivistas
y espiritualistas a fines de la década de 1870. El 25 de agosto de
1879 su poema La Leyenda Patria obtiene un resonante triunfo en
un certamen oficial. Ese mismo año fundó el diario El Bien Público,
que será ferviente defensor de la causa católica. Catedrático de
Literatura de la Universidad, es destituido en 1885, y pasa exilado a

593
Tratado de la Imbecilidad del País

Buenos Aires, donde permanece hasta 1888. A partir de allí su carrera


literaria se mezcla con su presencia política, todo ello apoyado en
sus excepcionales dotes como orador. Su obra más conocida es el
poema épico-lírico Tabaré (1889), de ideología romántica y factura
estética a veces feliz (en su tiempo, el renombrado crítico español
Juan Valera consideró que Tabaré «competía y vencía todo lo escrito
hasta entonces en América en cuanto a sentir y expresar la hermosura
y grandeza de las escenas naturales del Nuevo Mundo» [Fernández
Saldaña: 1359]), que plantea el conflicto racial entre el conquistador
español y el primitivo habitante de las tierras americanas en
términos en última instancia conciliadores. En 1892, enviado por el
presidente Julio Herrera y Obes, representa a Uruguay en España
en ocasión de celebrarse el cuarto centenario del Descubrimiento
de América. También representó al siguiente gobierno, de Idiarte
Borda, esta vez en el Vaticano en 1897, para ocuparse de la creación
del Arzobispado de Uruguay. Luego su cargo fue suspendido «por
razones presupuestales» durante el período de Cuestas, por lo
que volvió a la Universidad, donde enseñó Derecho Internacional
Público, y también Teoría del Arte. El gobierno —no favorable al
catolicismo— de Batlle y Ordóñez le confió, sin duda, un importante
cargo administrativo que permitió a Zorrilla vivir de él por el resto de
sus días. Publicó una apologética —y escasamente histórica— Epopeya
de Artigas, en 1910, y otras obras como Resonancias del camino, Recuerdos
de viaje, La escondida senda, El sermón de la paz, El libro de Ruth, así como
volúmenes de discursos, y otras obras menores.

594
Julio Herrera y Reissig

1 Jean-Marie Guyau, L´art au point de vue sociologique. (París: F. Alcan, 1895) [Première
Partie. Les Principes-Essence sociologique de l´Art – Chapitre Premier – «La solidarité
sociale, principe de l´émotion esthétique la plus complexe». II – «L´émotion esthétique
et son character social».]: 14.
<volver>

2 La cita pertenece a Prière sur l´Acropole, que Herrera y Reissig leyó (de acuerdo con su
resumen manuscrito de tal obra, que se conserva entre sus papeles) en Ernest Renan,
Souvenirs d´enfance et de jeunesse (París: Calmann-Lévy, 1883): «El sol apenas se conoce
en este país, sus flores son las algas, las plantas marinas, y las conchas coloridas que se
acumulan en el reflujo de las bahías solitarias. Las nubes parecen no tener color, y hasta la
alegría es un poco triste aquí».
<volver>

3 Nombre de un cacique charrúa. La referencia en el subtítulo del «Epílogo Wagneriano


a “La política de fusión”, con surtidos de Psicología sobre el imperio de Zapicán», es al
nombre de este cacique y no, naturalmente, a «una aldea uruguaya», como equivoca-
damente figura en nota a la mejor edición actualmente disponible de la obra herreriana
[PCP: 664]).
<volver>

4 El antropólogo y lingüista Franz Boas (1858-1942), nacido en Alemania pero que desa-
rrolló toda su carrera en los Estados Unidos, es una de las figuras determinantes en la dis-
cusión científica acerca del rol que raza y cultura juegan en el adelanto de una sociedad.
En ese sentido, esta remisión de Herrera a Boas debe entenderse en un sentido muy li-
mitado. Aquí Herrera se apoya en la autoridad científica de Boas sobre las relaciones entre
el clima y los aspectos físicos, para sustentar su propio punto de vista estético y racial. Sin
embargo, y dejando de lado detalles contextuales, las ideas de Boas han estado muy lejos
de las que Herrera sigue aquí. Franz Boas fue uno de los primeros en defender las ideas de
«relativismo cultural» que llegarían a ser predominantes en la mayor parte del siglo XX;
de acuerdo con este autor, no es la raza sino la «historia cultural» de una sociedad la que
debe explicar su grado y forma de desarrollo. En otras palabras, Boas es uno de los autores
que con más fuerza han contradicho las ideas de evolucionismo cultural y eugenesia a las
que Herrera parece afiliarse en este libro.
<volver>

5 La referencia está tomada de Goethe, Fausto, Acto III. Herrera y Reissig estudió en meti-
culoso detalle la obra —y también Las mujeres de Goethe, de Paul de Saint Victor—, como lo
prueba una libreta inédita de apuntes sobre la última obra, que supera las 250 páginas.
<volver>

6 Estas ideas de Herrera y Reissig, aunque con un alto componente satírico, también
deudoras del «cabañismo» social e innegablemente próximas a la eugenesia, se trocarán
más adelante, al menos en aquellos textos en los que hace su exposición «seria», en un
enfoque más bien pedagógico que biológico. Para 1907, en un breve ensayo que escribe
para abrir el primer número de su nueva revista, La Nueva Atlántida, si bien clama todavía
por una reforma de la «raza» americana, lo hace ahora claramente por la vía de la edu-
cación, entendida en el sentido más amplio. Intelectual y física. Pide «cultura psicológica.
Profilaxia moral. Estímulo educativo». Llama a cincelar «el nuevo tipo social: el varón
fuerte y digno: la Conciencia; el microcosmos armónico; el as futuro de la especie». Luego
de esas definiciones vagas y generales, enumera un programa de desarrollo pedagógico
y psicológico para la población; programa de tipo todavía positivista, y que, dicho sea de
paso, a lo sumo profundizaría las tendencias educativas en vigencia en el Uruguay desde
hacía ya unos treinta años. Pide «Escuelas de agronomía, agropecuaria y de mineralogía
en los departamentos. Enseñanza nocturna para obreros. Difusión de las Artes plásticas.
Universidad libre. Ateneo de verdad. Liceos de enseñanza preparatoria y gimnasios en

595
Tratado de la Imbecilidad del País

toda la República. (…) Democratización de las Ciencias. (…) Tracemos la periferia psico-
lógica futura de la nacionalidad». Véase En el circo (PCP: 608 ss.)
<volver>

7 Nombre de otro cacique charrúa.


<volver>

8 Pedro Martire de Anglería, nacido en Italia. Viaja a España a fines del siglo XV, y se
convierte en cronista en la guerra de Granada, llegando a ser luego capellán de Isabel la
Católica y miembro del Consejo de Indias. En el libro de su amigo José H. Figueira Los
primitivos habitantes del Uruguay (Montevideo: Dornaleche y Reyes, 1892), que Herrera y
Reissig empleó extensivamente para escribir este ensayo, el antropólogo uruguayo cita
la obra de Anglería De Rebus Occeanicis et Orbe Novo, decades tres, publicado en Basilea en
1533 (libro X, p. 66 A, recto, líneas 5 a 10), como dudosa influencia para crear la noción
de una antropofagia charrúa. Figueira es reticente a creer en la versión de Martire de An-
glería, que es precisamente en la que se apoya Herrera y Reissig. La versión de Anglería,
como todas las que manejaba este historiador, eran de segunda mano, como lo hace notar
Figueira, que dice: «Se había creído hace algún tiempo, y aún hoy día no falta quien así
lo afirme, que existía el canibalismo entre los charrúas. Nada tendría de particular que
tuvieran esta costumbre, la cual estaba generalizada entre varias tribus brasileñas y gua-
raníes; pero los que sostienen que eran antropófagos los charrúas se basan en Pigafeta,
Gomara, y sobre todo en Herrera. Pero estas afirmaciones las han hecho con poste-
rioridad a los sucesos y exagerando lo dicho por referencias por el historiador de la época,
Pedro Martire de Anglería, cronista de los Reyes católicos al narrar la muerte de Juan Díaz
de Solís». (Figueira, 1892: 26-27). Luego cita Figueira una serie de autores posteriores que
tuvieron contacto directo con los charrúas y que niegan la antropofagia en éstos.
<volver>

9 La mirada comparativa que Herrera empleará extensamente en su Tratado no era ajena


a Figueira, que puede incluso habérsela sugerido. En un pasaje de aquel libro del pionero
de la antropología uruguaya, se efectúa el paralelo con tribus de diversas partes del planeta
—que Herrera fatigará a lo largo de las páginas de su Tratado…—, al tiempo que ya se ad-
vierte sobre cierta línea valorativa con respecto a los charrúas que, si ha seguido a lo largo
de nuestra historia intelectual, tenía expresiones visibles antes de que entrase el siglo XX.
Véase: «Los datos expuestos, es cuanto he podido recoger acerca de la historia de los an-
tiguos pobladores del territorio uruguayo. Ellos dan una idea del estado de salvajismo en
que se hallaban. Algunos escritores locales, sin embargo, han elogiado el estado social
de los charrúas, sobre todo, fundándose en hechos que precisamente tienen una signifi-
cación opuesta a la que ellos han querido atribuirles. Así, la falta de leyes, de obligaciones,
de división en el trabajo, indican poca diferenciación de aptitudes y escasa cohesión de
los elementos que componen un organismo social, y lejos de ser esto un título de supe-
rioridad, lo es de inferioridad: por eso sólo se observan aquellos caracteres negativos en
las razas más atrasadas, como son los Fuegios, Australianos, Boschimanos, Chepangs, Ku-
sundas del Nepal, Dayaks y Esquimales; el pretendido amor a la libertad, es tan solo el
amor al salvajismo, a la carencia de todo principio regulador de las relaciones humanas,
que acusa falta de aptitudes individuales para adaptarse de manera permanente a la vida
civilizada» (Figueira, op. cit.: 42-43).
<volver>

10 Herrera se refiere de aquí en más al estudio de Figueira ya referido en las notas


anteriores.
<volver>

11 En el año 2004, Iriarte, Holst y otros mostraron sólidos indicios de la existencia, hace
unos 4.100 años, de la primera civilización que habría desarrollado formas de agricultura
en América del Sur, así como formas originales de arquitectura, avances, no obstante,

596
Julio Herrera y Reissig

desconocidos por los charrúas varios miles de años más tarde. Ver «Evidence for cultivar
adoption and emerging complexity during the mid-Holocene in the La Plata basin», en
Nature, n.o 432 (2 de diciembre de 2004): 614-617.
<volver>

12 Refiere a Montevideo.
<volver>

13 Esta cita de Ángelis está con seguridad tomada por Herrera de una nota al pie del
propio Figueira, en la página 18 de su libro sobre los charrúas. Esta parte del capítulo
parece haber sido escrita por Herrera teniendo a la vista el libro de Figueira, que por otro
lado se convierte en la única fuente citada en toda esta zona del manuscrito.
<volver>

14 Algunos historiadores mencionan en Fructuoso Rivera (véase índice de nombres)


una tendencia al derroche, y escasas dotes como administrador, que son los aspectos que
Herrera y Reissig enfatiza aquí.
<volver>

15 Literatura colonial, de Roberto de las Carreras, es el título una obra en que se «des-
trozaba a los literatos» del país, proyectada y no publicada. No sabemos si llegó a ser
escrita.
<volver>

16 Esta cuestión del «control social» ejercido por la sociedad respecto de las costumbres
sexuales será desarrollada ampliamente en el capítulo de «El Pudor».
<volver>

17 Las consideraciones raciales —y racistas— que hace Herrera y Reissig en este capítulo
se apoyan centralmente no sobre la idea de que los habitantes del Uruguay eran ra-
cialmente «indígenas», sino sobre la noción ideológica de que la influencia del territorio
estaba rápidamente «charruizando» a esos habitantes europeos del Uruguay.
Que esa es la motivación herreriana es fácil de demostrar mirando los datos censales, cons-
tantemente disponibles y con razonable grado de confiabilidad para Uruguay desde la
segunda mitad del siglo XIX, que muestra que lejos de tratarse de una población de origen
racial americano o criollo, era predominantemente la del Uruguay, y especialmente la de
Montevideo, una población directamente europea, o de muy directa e inmediata ascen-
dencia europea.
De acuerdo con el censo realizado en 1900, la población del Uruguay en ese año era de
936 120 personas. La composición demográfica del país, atendiendo al origen de sus ha-
bitantes, muestra una sostenida y muy importante participación directa de los extranjeros.
En 1889, un censo que se realizó exclusivamente en Montevideo, da un total de 164 028
habitantes en la capital, de los cuales un 53% era nacido en el país, y el 47% restante,
nacido fuera del territorio nacional. Esta proporción había sido de 56% a 44% en 1868,
como lo había probado Adolfo Vaillant, el primer demógrafo con que contó el país, con
los datos del censo levantado ese año. No obstante, en ese momento en la capital, Mon-
tevideo, la cantidad de extranjeros supera a la de nacionales, invirtiendo la relación (55%
de extranjeros sobre 45% de nacionales).
Puede tenerse una idea del origen de esos extranjeros tomando los datos existentes para
Montevideo en la década de 1880, luego de producidas ya las principales olas inmigra-
torias del siglo. Para el año 1889, un 20% del total de la población montevideana ha
nacido en Italia, un 15% en España, y algo menos de un 4% en Francia. El conjunto de las
demás nacionalidades europeas suman casi un 2,5%. En esa misma década del ochenta,
los censos levantados en Montevideo registran también una cantidad apreciable de ar-
gentinos, quienes sumaban aproximadamente la mitad que los franceses. En cuanto al
peso relativo de la población montevideana respecto de la que vivía en el resto de un

597
Tratado de la Imbecilidad del País

muy poco densamente poblado territorio, en 1868, la población de la campaña (258 163
habitantes) más que duplicaba a la de la capital (126 096). Para 1900, la relación de más
de 2:1 se mantiene: hay 647 313 personas en el campo y las pequeñas ciudades fuera de la
capital, y 288 807 en Montevideo.
El país recibió cuatro flujos importantes de inmigración durante el siglo XIX, que se al-
ternaron con momentos de cierto reflujo, en alguno de los cuales la emigración superó a
la inmigración.
Una primera oleada se da en los tiempos pioneros de la organización institucional del
país. De 1835 data la llegada de artesanos vascos y bearneses. En 1836 se organizó una
inmigración de 400 familias de colonos canarios, a la que seguirían otros contingentes del
mismo origen, compuestas por agricultores, artesanos y gente de oficio. Del mismo año es
la llegada de vascos franceses y la primera llegada en masa de italianos, la que aumentó a
partir de 1838, debido al bloqueo del puerto de Buenos Aires, bajo Rosas. La inmigración
vasca —española y francesa— y canaria fue, pues, la dominante en los primeros 20 años
de vida del país. Andrés Lamas la resume, y para el período 1834-1842 las cifras son las
siguientes: 17 536 franceses, 11 995 italianos, 8 200 canarios, 4 520 africanos, 4 305 es-
pañoles, 1 218 brasileños, más una pequeña cantidad de individuos de otras naciona-
lidades. La casi totalidad de esa primera oleada inmigratoria se quedó en Montevideo o
sus inmediaciones.
La segunda ola inmigratoria, que continúa a la primera, y está compuesta sobre todo
por italianos, se detuvo a comienzos de la década de 1870. En esa década se produce un
«reflujo» que lleva a un momento de emigración, hacia Argentina, hacia los países de
origen, y hacia Brasil, Chile y Perú. Reyes Abadie y Vázquez Romero (W. Reyes Abadie y A.
Vázquez Romero, Crónica General del Uruguay. Tomo VI, «El siglo xx» [Montevideo: Edi-
ciones de la Banda Oriental, 2000]: 10). avanzan la hipótesis de que uno de los factores
que incidieron en este fenómeno, más acentuado hacia fines de la década, y mayor en el
interior que en la capital, fue «la desocupación tecnológica, producida por el alambra-
miento de los campos».
La tercera oleada, que coincide con la administración de Máximo Tajes, hacia fines de la
década de 1880, fue también mayoritariamente de italianos, y también se radicó en Mon-
tevideo. Para ese entonces (1889), como se ha mencionado antes, los italianos son ya una
clara mayoría entre los extranjeros que viven en la capital.
La cuarta oleada, que se da entre 1893 y 1902, no aumentó el número relativo de ex-
tranjeros, sino que meramente contribuyó con un contingente menor pero continuo que
lo mantuvo estable, al equipararlo a la tasa de crecimiento demográfico de la población
local.
Para los tiempos en que Herrera escribe este tratado, pues, las dos mayores mareas inmi-
gratorias que el país había experimentado (hasta 1870) habían sido las que habían tenido
realmente una mayor incidencia en la composición de la población. Ni la cantidad, ni la
«calidad» de los inmigrantes era, para el cambio de siglo, un fenómeno nuevo ni espe-
cialmente relevante ya en términos demográficos. Era otro el fenómeno que entonces se
hacía ver, y al que creo hay que atribuir la mayor parte de las molestias y sorna de Herrera
y Reissig: los hijos de aquellas dos oleadas de inmigrantes, y muy especialmente los ita-
lianos, estaban por primera vez comenzando a aparecer como parte de la elite dirigente
del país, acumulando cargos políticos, alternando con brillo en el comercio y las altas
finanzas. Esto contrastaba con el origen de la mayor parte o todos los intelectuales de
la generación del Novecientos, que eran descendientes o estaban emparentados (Rodó,
Herrera y Reissig, Reyles, De las Carreras, Vaz Ferreira, etc.) con las familias criollas diri-
gentes durante la totalidad del siglo XIX, familias que se habían asentado en el país en
general en el siglo XVIII.

598
Julio Herrera y Reissig

Para un estudio detallado de la inmigración en Uruguay, véase especialmente J. A.


Oddone, La formación del Uruguay moderno; la inmigración y el desarrollo económico-social.
(Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1966).
<volver>

18 Herrera y Reissig refiere al Partido Constitucional, creado en 1880, durante el mandato


del Dr. Francisco Antonino Vidal, en el breve tiempo de relativa liberalización política
que siguió al mandato de Latorre y precedió al de Máximo Santos. Los «principistas» que
volvían a actuar entonces en la escena pública se dividieron nuevamente entre quienes
consideraban posible la «regeneración desde adentro» de los partidos históricos Blanco y
Colorado, y los que no transigían con el hecho de la coexistencia, dentro de éstos, de co-
rrientes ideológicamente contradictorias. Estos últimos crearon el Partido Constitucional,
un nuevo intento de superar las banderías tradicionales, de escaso éxito en términos de
poder formal, pero amplia repercusión dentro de la élite intelectual del país. Un párrafo
de su programa, publicado en aquel mismo año, decía: «Hállanse disueltos los partidos
tradicionales. El interés de la patria desangrada por sus luchas de 40 años, rechaza como
un pensamiento sacrílego la organización de esos partidos. Los progresos de la razón
pública permiten ya, por otra parte, señalar otros rumbos al pensamiento político de los
ciudadanos». Cit. en Eduardo Acevedo, Manual de Historia Uruguaya (Montevideo: Anales
de la Universidad, n.o 151, t. 2.o, 1942): 233. Algunos de los hombres más representativos
del constitucionalismo en el momento de su nacimiento fueron Domingo Aramburú,
Juan Carlos Blanco, José Pedro Ramírez, José Sienra y Carranza (fundador de El Plata,
vocero de las ideas constitucionalistas), Constancio C. Vigil, Luis Melián Lafinur, y Miguel
Herrera y Obes, tío del poeta. Luego adherirían otras figuras políticas e intelectuales de
importancia, como Martín C. Martínez, Alejandro Magariños Cervantes, Pablo de María,
Luis Piñeyro del Campo, Elías Regules, Claudio Williman, Gonzalo Ramírez, Carlos María
de Pena, Alfredo Castellanos, etc.
Herrera y Reissig, pese a haberse alejado —para el momento en que escribió este libro—
de sus orígenes colorados, no comulga tampoco con el estilo purista de encarar la política
que atribuía a los constitucionalistas de su tiempo, que parece juzgar como paradigma
de hipocresía. Basándose en las doctrinas expuestas en su tratado, Herrera invoca más
bien a Spencer para defender otra opción política, una no democrática, por cierto. En
el Epílogo wagneriano a «La política de fusión», publicado en Montevideo en septiembre de
1902, dice sin ambages: «De paso verás que la forma de gobierno democrático no es la
más a propósito para regir estas sociedades, en verdad híbridas, compuestas de elementos
antitéticos las cuales han menester por mucho tiempo de mandones que refrenen y no de
girondinos que pulsen las siete cuerdas» (PCP: 683).
<volver>

19 De acuerdo con una creencia tradicional, «Añang» habría sido el término para de-
nominar al demonio o principio negativo entre los charrúas.
<volver>

20 De acuerdo a noticias tradicionales, nombre del principio positivo entre los charrúas
<volver>

21 La instauración de la figura de José Artigas (véase índice de nombres) como símbolo de


la independencia del Uruguay, proceso que tiene su epicentro en los últimos treinta años
del siglo XIX, no estuvo sin embargo exenta de oposición y críticas por parte de los sectores
liberales que habían estado con la Defensa, y que estaban estrechamente relacionados con
los unitarios argentinos, enemigos estos últimos de Artigas y del tipo de orientaciones fe-
deralistas que aquél defendió. Parece ser el caso de Herrera y Reissig, quien en este pasaje
asocia a Artigas con elementos autóctonos y de escaso prestigio simbólico —la corvina es
un pez muy común en las costas del Uruguay; el yaguareté, un pequeño felino americano
parecido a un leopardo—, generando así una imagen que abunda en rasgos locales y que,

599
Tratado de la Imbecilidad del País

en el contexto simbólico que Herrera va creando, suena a elementos aborígenes, insigni-


ficantes, lejanos de los modelos europeos. Es interesante tener presente este punto como
manifestación del imaginario político del poeta, que es parte de un hilo liberal que ocupa
un lugar relevante en la historia de las ideas en el Uruguay, aunque siempre algo apartado
del imaginario histórico dominante en el país, y que tiene expresión aún hoy. Herrera era
también expresión de esa visión liberal y elitista, más que de alguna opción socialista o
anarquista, como algunas visiones del período parecen sugerir.
<volver>

22 Este ensayo, numerado de modo independiente por Herrera y Reissig, forma parte
por su temática del examen de las condiciones materiales de la civilización «neocharrúa».
A un inicio en que se pone de manifiesto la visión de una unicidad entre todas las dimen-
siones de la existencia, que prefigura un misticismo que Herrera y Reissig explorará en
otras vetas y por otras vías en los años subsiguientes, se sigue un examen geológico en
que se trata de argüir la juventud de parte del territorio de Uruguay, y se relaciona esto
con el carácter culturalmente poco desarrollado de sus habitantes. La influencia aquí es
más que nadie de Taine, como Herrera mismo lo reafirma al pasar en su carta a Juan
José Ylla Moreno de enero de 1904. Al referirse a la influencia del país sobre sus amigos,
dice Herrera: «(…) A César hace diez o doce días que no lo veo, a los demás cofrades, he
perdido la cuenta de su falta… ¡Qué versatilidad femenina! Parécenme sugestionados por
la indiferencia petrífica del país, cumpliéndose la ley de Taine, etc. etc.».
Es especialmente interesante en el capítulo la consideración de un texto de Zorrilla de
San Martín sobre Montevideo, y valiosas por su filo irónico las metáforas sobre la cultura
local que se avanzan a partir de la idea de la omnipresencia de la piedra.
Aunque César Miranda (en La Razón de Montevideo el 20 de abril de 1910, firmando
con su habitual seudónimo Pablo de Grecia) asigna el título «Los peregrinos de piedra»
a un episodio de Las mil y una noches, es interesante (y no contradictorio con lo anterior)
pensar en la relación que pueda tener esta asignación de la piedra al Uruguay con el título
de ese libro, el primero de las Obras completas de Herrera y Reissig publicadas a partir de
1910, y el único que el poeta llegó a corregir y ordenar.
<volver>

23 En el Fausto de Goethe se menciona a Euforión, donde aparece como hijo de Fausto


y Helena. Se trata de una figura entusiasta, capaz de grandes logros, pero carente de la
capacidad de refrenarse en sus intentos por alcanzar lo imposible, rasgo que le acarrea su
propia destrucción.
<volver>

24 Referencia a Goethe.
<volver>

25 Todo el comienzo de este capítulo expone una interpretación que ve a la materia


como dotada de vida. Esta orientación, que se remonta en Occidente a los orígenes de
la filosofía griega y a los intentos sucesivos de los filósofos presocráticos por encontrar
un principio animador de todas las cosas en los diversos elementos, es llamada hilozoísmo,
término derivado de las palabras griegas i.e. (materia) y ose (vida).
<volver>

26 El autor mencionado es Jean-Marie Guyau (1854-1888).


<volver>

27 Una de las fuentes clásicas para la teoría de la relación entre factores territoriales y
culturales (compartida por todos los positivistas) con que aquí abre Herrera y Reissig su
tratado (aunque éste le da además aquí una perspectiva cuasimística), es Buckle: «Buckle,
tal vez el más genial de los historiadores filósofos, en su introducción a la civilización de In-
glaterra, estudia el desenvolvimiento de las naciones y atribuye a dos causas las distintas di-

600
Julio Herrera y Reissig

recciones que han seguido: el medio externo, la naturaleza física, dominadora en los países
de flora exuberante, de tierra pródiga, de grandes montañas o desiertos, donde el hombre
tiene que luchar constantemente con un medio hostil, el clima, las enfermedades, los
animales feroces; la intelectual en las regiones de una naturaleza moderada, fácilmente
reductible, como las europeas. Buckle es positivista por su método y por su concepción
general de la historia, sometida a leyes fijas e inmutables» (García, op. cit., 88).
<volver>

28 Fra Diavolo es la figura de un bandido, protagonista de la ópera cómica en tres actos


de Daniel-François-Esprit Auber, titulada Fra Diavolo, ou L´hôtellerie de Terracine, estrenada
en París en 1830 con libretto de Eugène Scribe.
<volver>

29 Referencia a la ópera de Reinhard Keiser (con libretto de J. U. König), estrenada en


1715. El personaje de Fredegunda está inspirado por la reina de Neustria, del mismo
nombre, que vivió en el siglo VI d. C., cuya violenta vida transcurrió entre una serie de
asesinatos y guerras contra la reina Brunequilda.
<volver>

30 Golconda, ciudad fortificada del sur de la India que floreció en los siglos XVI y XVII,
famosa por sus diamantes, extraídos de las colinas circundantes.
<volver>

31 Visapour, capital del reino del Decan, una de las mayores ciudades de Asia en el siglo
XVIII, época en la que el nombre despertó interés en Europa. Hay una pintura de Pieter
van der Aa, circa 1719, así titulada. También en Gobseck (1840), de Balzac, en un párrafo
se refiere a la ciudad por sus joyas, y ésa es seguramente la referencia que ha inspirado a
Herrera, pues en ella aparecen también unidas Golconda y Visapour: «Beaux diamants!
Cela aurait valu trois cent mille francs avant la révolution. Quelle eau! Voilà de vrais
diamants d´Asie venus de Golconde ou de Visapour! En connaissez-vous le prix? Non,
non, Gobseck est le seul à Paris qui sache les apprécier».
<volver>

32 Como se ha mencionado en nota anterior, Herrera y Reissig realizó un extenso


estudio de un texto de Paul de Saint Victor sobre las mujeres en Goethe, cuyo manuscrito
se conserva.
<volver>

33 El interés por la geología y la geografía no se inician en Herrera y Reissig en este


momento. Con anterioridad a la redacción de este Tratado había escrito un Manual de
Geografía del Uruguay, que no llegó a publicarse, auque estuvo terminado y llegó a ser
anunciado por la imprenta de Dornaleche y Reyes. Fernández Saldaña (op. cit.: 643), y
Herminia Herrera y Reissig coinciden en afirmar que lo había escrito alrededor de 1897,
en colaboración con su primo, el teniente de navío César Fournier.
La información aparecida en la prensa a este respecto es bastante precisa. El diario El Día
publica un suelto en su edición del 13 de octubre de 1898 (p. 4, cols. 4 y 5). Allí, después
de elogios a Herrera y Reissig por dedicar «a estudios científicos el tiempo libre que le
deja la poesía», se afirma que éste «presentó a la consideración de la Dirección General
de Instrucción Pública y Primaria (…) una obra de consulta de la cual es autor y que se
titula Geografía de la República Oriental del Uruguay». En el mismo suelto se transcribe la
opinión favorable que la obra mereció a José H. Figueira, entonces inspector nacional de
Instrucción Primaria y amigo de Herrera y Reissig, el cual a su turno escribió su ensayo Los
nuevos charrúas tomando como fuente principal de información el libro de Figueira sobre
éstos. El sueltista apunta que la obra abunda «en informes y datos estadísticos prolijos y
exactos» y la recomienda para «las bibliotecas de segundo y tercer grado». Una segunda
mención aparece en La Revista, dirigida por el propio Herrera, año I, tomo I, n.o 1 (agosto

601
Tratado de la Imbecilidad del País

20 de 1899): 31 y 32. Allí, en uno de los sueltos que habitualmente la dirección publicaba
bajo el nombre de «Notas de Redacción», hay una que, entre los libros «en prensa»
de los que informa, incluye una «Geografía de la República Oriental del Uruguay por
Julio Herrera y Reissig (Imprenta Artística de Dornaleche y Reyes)». Dos meses después,
aparentemente el proceso de publicación sigue normalmente. Esta vez es el periódico El
Siglo el que anuncia, en su edición popular del 30 de octubre de 1899, la impresión de una
geografía de la República —400 hojas en cuarto— de Herrera y Reissig. Finalmente, aun
entrado el año 1900, y después que Herrera había dejado su cargo en la Inspección de
Primaria, el 9 de septiembre la revista Rojo y Blanco hace una silueta de Herrera y Reissig
(bajo el título «Nuestros colaboradores»), en la que entre otras cosas dice que el poeta
«cultiva también la geografía nacional»: «Fruto de sus investigaciones, es un grueso libro,
manuscrito aún y que deseamos vea pronto la luz…» No figura, como se ve, referencia
alguna a Fournier en estas noticias. Debo estas informaciones a investigaciones llevadas
adelante por Roberto Ibáñez.
¿Cuál fue, entonces, la causa de no publicación de esa Geografía? Fernández Saldaña
informa al pasar que el manuscrito «se perdió», pero sabemos que antes de ello llegó a
tenerlo la casa Dornaleche y Reyes pronto para publicación, por lo que tiene que haber
ocurrido algún cambio de planes entre fines de 1899 y fines de 1900. El cese de Massera en
la Inspección de Primaria en julio de 1900, lo cual llevó a la renuncia de Herrera y Reissig,
con la consiguiente pérdida de influencia de este último en esa repartición, y la distancia
que existía con el nuevo inspector, Abel J. Pérez —según sabemos con certeza por el texto
Cosas de Aldea, que Herrera redactó y no envió, en julio de 1900—, podrían haber con-
tribuido, pues, a hacer caer la prioridad del proyecto de publicación de esa curiosa obra,
que además sirvió a Herrera para interiorizarse de temas de los que habla en este mismo
Tratado, sobre todo en el capítulo Parentesco del hombre con el suelo, en el que hace largas
consideraciones geológicas, topológicas y botánicas sobre el territorio uruguayo.
<volver>

34 Cuñapirú y Corrales, junto con las demás que se mencionan en este párrafo, son loca-
lidades del Uruguay.
<volver>

35 Se refiere al Cerro de Montevideo, una pequeña colina de unos 100 m de altura, al


borde de la bahía de la ciudad.
<volver>

36 Este párrafo da un buen ejemplo de lo dicho en la Introducción, acerca del uso


constante del recurso a la semejanza por parte de Herrera y Reissig. Un juego metafórico
de relaciones de semejanza organiza el texto herreriano, relaciones que el autor presenta
como si fuesen relaciones de causalidad. En el caso del territorio, esta asociación entre una
condición inmadura de la civilización y una supuesta novedad geológica del territorio se
remonta a la "Filosofía de la Historia" de Hegel.
<volver>

37 «Salus» es la marca comercial de un agua mineral extraída de las sierras de Minas, al


sudeste del país.
<volver>

38 El artículo de Juan Zorrilla de San Martín (véase índice de nombres) que aquí critica
Herrera y Reissig se publicó en dos partes, en La Revista (publicación dirigida por el
propio Herrera), año I, Tomo II, n.o 1, (enero 10 de 1900): 1-8, y en la misma publicación,
año I, Tomo II, n.o 7 (abril 10 de 1900): 289-293.
<volver>

602
Julio Herrera y Reissig

39 El artículo de Zorrilla dice: «Mi ciudad tiene indudablemente un carácter, un carácter


que es preciso ir sorprendiendo» (op. cit, p. 2).
<volver>

40 Esta iglesia católica, de la década de 1860, con ingredientes estilísticos del renaci-
miento francés, es obra de Victor Rabu. También el aquí criticado Rabu había sido el
arquitecto de la elegante quinta montevideana de Manuel Herrera y Obes en que nació
el poeta. Ubicada en Lucas Obes y Buschental, fue demolida en 1934, después de haber
sido propiedad de las familias Urquiza, Verney y Beherens. Véase J. M. F. Saldaña, «Dónde
nació Herrera y Reissig», en Mundo Uruguayo (Montevideo, 29 de agosto de 1935): 8-9.
<volver>

41 El tono ácidamente crítico de Herrera hace caudal del eclecticismo de la edificación


montevideana, que como se ve le parece de baja calidad, y crecida sin ton ni son. Sería
oportuno recordar, sin con ello abrir opinión sobre la diferencia de valoración estética
que de ella hacen Herrera y Zorrilla, que esa diversidad arquitectónica de la ciudad en
el cambio de siglo era evidente. Un especialista decía seis décadas más tarde, al hacer un
balance de la ciudad desde el punto de vista arquitectónico: «Pero la mezcla de todos
los estilos de la gran arquitectura tuvo su punto culminante en los últimos años del siglo
pasado, y Montevideo entre 1870 y 1900 vio con el “eclecticismo historicista” trasplantados
a sus calles los más diferentes ejemplos de la arquitectura de las grandes ciudades eu-
ropeas […]». (Julio César Abella, «Arquitectura y urbanismo», en Cuadernos de Marcha,
n.o 22 (febrero de 1969): 79.
<volver>

42 También en esto Herrera apunta a una cuestión clave del desarrollo de la capital. Si
bien es cierto que en 1837 el arquitecto Carlos Zucchi había propuesto algunas directivas
mínimas sobre cuestiones urbanísticas, la ciudad había crecido desordenadamente.
Observa el mismo Abella: «Montevideo carecía de planos de fraccionamiento, y desde
el año 1887 se había extendido hasta Propios y el arroyo Miguelete sin intervención
municipal alguna; la Junta Económico-Administrativa recién el 29 de agosto de 1905,
aprobaba los planos definitivos del amanzanamiento de la ciudad» (ibídem, 81).
<volver>

43 Gran cantidad de obras de jerarquía se construirían en Montevideo por los años en


que Herrera escribe, si bien puede ser importante recordar que la gran mayoría de ellas
son del período posterior a 1903, cuando José Batlle y Ordóñez asume la presidencia —y
cuando Herrera ya había terminado de escribir este tratado—. Pero comenzando aproxi-
madamente una década antes, pueden mencionarse los barrios Reus al Norte y Reus al
Sur, el palacio Jackson, el Ateneo, el Hotel Nacional, el Hospital Militar; y en el plano ur-
banístico, el diseño del Prado, del parque Urbano (luego parque Rodó). Será a partir de
1903, justo cuando Herrera está concluyendo su Tratado de la imbecilidad…, que se desata
un crecimiento arquitectónico de calidad y cantidad inusitadas en la ciudad, que la mo-
dernizarían agudamente también en ese plano.
<volver>

44 Perseverando en este divertido hallazgo, dirá Herrera aún en 1904, en carta a J. J. Ylla
Moreno: «tomo algún chopp de pampero en mi terraza gringo-gallega».
<volver>

45 Esta complicada referencia parece aludir a una pintura perdida, que corresponde a
los inicios de la carrera de Jan Vermeer —puesto que no hay ninguna otra referencia
a Júpiter en el catálogo del maestro holandés del siglo XVII—. El cuadro se titulaba
«Júpiter, Mercurio y Venus», y se desconoce su paradero, lo que puede haber dado pie a
la alusión de «ciudadano del Mundo» que irónicamente hace Herrera y Reissig. Más im-
portante que esto es notar que la cita de Herrera refleja también el interés de su época por

603
Tratado de la Imbecilidad del País

Jan Vermeer. El arte casi científicamente observador de las características de la materia


que es propio de Vermeer tuvo su redescubrimiento a fines del siglo XIX, precisamente
en medio del interés por el refinamiento de la percepción que acompañó a la invención
de la fotografía.
<volver>

46 La piedra de canteras uruguayas fue empleada a fines del siglo XIX como material
para obras civiles en la localidad argentina de La Plata.
<volver>

47 Taparrabos de tela o de cualquier otra cosa.


<volver>

48 Referencia a J. M. Guyau, L´Art au point du vue sociologyque (París, F. Alcan, 1895).


<volver>

49 El autor se refiere por «blancos y colorados» a los dos partidos políticos más antiguos
del Uruguay, el Partido Nacional o «blanco» y el Partido Colorado. Por tradición familiar,
Herrera y Reissig pertenecía al segundo —en general considerado el partido liberal y
urbano, representante además de los extranjeros inmigrantes que contribuyeron a la for-
mación del país—, partido con el cual Herrera y Reissig guardó a lo largo de su vida, y es-
pecialmente a partir del año 1900, relaciones tensas y difíciles que lo llevaron a alejarse de
la política práctica. En este pasaje comienza a notarse una posición política que Herrera
y Reissig mantendrá, sobre todo en los primeros años del siglo, y que consiste en una
especie de elevación intelectual por encima de las pasiones con las que identifica a ambos
bandos de contendores políticos tradicionales, para buscar una solución a través de la
«Ciencia», que contribuya al progreso material y espiritual de la nación. Esto lo llevó a
declarar, por ejemplo, que el país debía evitar seguir exaltando el fervor partidario, y por
ello rechaza, por ejemplo, la práctica de la Historia tradicional, escrita desde uno u otro
punto de vista partisano. En cambio, pide más educación, y una vida intelectual que deje
de ocuparse seriamente de discusiones partidarias sin fin, para sustituirla por la elabo-
ración de tratados «científicos» que, con el apoyo de la sociología, la biología y la psi-
cología evolucionistas, explicasen las causas de las repetidas luchas, derramamientos de
sangre y precariedad institucional que caracterizaron al país entre 1830 y 1904. Estas ideas
se desarrollarán ampliamente a lo largo de este Tratado, y más brevemente en su «Epílogo
wagneriano a “La política de fusión”», que publicará en la revista Vida Moderna en sep-
tiembre de 1902.
<volver>

50 El «cabañismo social» que de modo crudo y literal propugna Herrera y Reissig aquí
—y que en este pasaje no tiene visos de ser tratado humorísticamente— era más común
de lo que se recuerda en el Río de la Plata para el cambio de siglo. En diferentes medidas,
casi todos los ensayistas positivistas que escribían en la región por entonces adherían a un
grado u otro de estas ideas, derivadas, por otra parte, de la ciencia del momento.
<volver>

51 La referencia es al macizo montañoso del Hartz, sitio en el que Goethe sitúa la acción
de Fausto.
<volver>

52 Algunos párrafos, la pertinencia de cuya inclusión no estoy seguro en el conjunto de


los manuscritos, han sido eliminados aquí
<volver>

53 La noción de «degeneración» de la raza española, ya en España, está presente en


muchos ensayistas positivistas del momento. Un tono de época entonces nutre aquí las
críticas de Herrera a los gallegos. Decía, por ejemplo, Carlos Octavio Bunge que en España

604
Julio Herrera y Reissig

«la miseria y el hambre se explican por los gastos excesivos y la ausencia de industrias, la
vida antihigiénica porque la Inquisición ha estigmatizado y proscrito las ciencias, y porque
considera concuspicente y pecaminoso el cuidado del cuerpo, incluso las abluciones que
la religión islamita santifica». En la última parte del argumento asoman los vínculos con
las múltiples observaciones que más adelante hará Herrera sobre «el pudor».
<volver>

54 Entre los apuntes preparatorios para su tratado, Herrera y Reissig escribió unos pá-
rrafos titulados «Los anormales - Enrico Ferri» en que sintetiza brevemente alguna de las
teorías a este respecto del autor italiano, especialmente la idea de que son los «anormales»
los que hacen avanzar las sociedades.
<volver>

55 La laguna Merín ocupa parte de la frontera Uruguay-Brasil, siendo compartidas sus


aguas por ambos países.
<volver>

56 Ángel Floro Costa (1838-1906), político y publicista uruguayo, contribuyó con sus es-
critos a la era positivista americana. Inició estudios de medicina, pero finalmente no pudo
continuarlos por no habérsele concedido una beca para estudiar en el extranjero, por
lo que siguió estudios de derecho en su país y se recibió de abogado en 1862. En 1864,
sin embargo, obtuvo por concurso y ejerció por un tiempo la cátedra de geografía y as-
tronomía de la Universidad. Interesado siempre en las ciencias, tuvo un costado político
que combatió sobre todo a Latorre —luego de haber intentado asesorarlo en 1878— y
mantuvo una relación compleja con Santos, que sucesivamente lo apoyó y lo encarceló,
para liberarlo luego. Sostuvo en algunos momentos polémicas posiciones de apoyo a una
reanexión del Uruguay a la República Argentina, aunque juzgaba que lo más probable era
que el país, inviable en su visión, terminase siendo reincorporado al Brasil. Tuvo un distan-
ciamiento con Julio Herrera y Obes —cuando éste era presidente y Costa senador— por
el poco caso que el mandatario hacía a sus repetidos consejos en materia financiera y eco-
nómica, especialmente. Publicó, además de numerosos artículos periodísticos, temas bio-
gráficos y folletos de economía, Nirvana (1880), un interesante estudio sobre la identidad,
la situación y el futuro regional del Uruguay, en clave positivista y utópica a la vez, del que
este Tratado herreriano podría ser en algunos aspectos continuador.
<volver>

57 Referencia a una polémica que sobre este punto mantuvieron Carlos María Ramírez y
Ángel Floro Costa. Tachado en el texto de la nota al pie de Herrera, hay un pasaje que lo
confirma. Dice «Siempre he lamentado que Carlos Ma. Ramírez haya respondido con una
ironía al más cáustico de nuestros ironistas, en la interesante polémica a que dio lugar este asunto»
<volver>

58 Herrera y Reissig se refiere probablemente a la empresa instalada por Emilio Taddey.


Cito un resumen del caso. «Este contratista se comprometió a incorporar de dos a tres
mil familias italianas de agricultores y jornaleros idóneos, en 1889, y el Estado a abonarle
cinco pesos por cada inmigrante, corriendo por su cuenta, en principio, los pasajes. A
poco de andar, se puso de manifiesto que a título de trabajadores calificados se habían re-
clutado inmigrantes que no reunían las exigencias estipuladas; no obstante ello, llegaron
al país 10 849 personas, en veintitrés remesas, y el contratista cobró su comisión de casi
sesenta mil pesos. Respaldaban la seriedad de la operación los certificados de profesión
expedidos por autoridad competente y visados por el cónsul uruguayo». (Reyes Abadie y
Vázquez Romero, op. cit., tomo 6: PAGINA. 117).
En sus Consideraciones sobre inmigración, dice Álvaro Pacheco respecto de esta operación:
«En definitiva, resultó que esos inmigrantes eran pintores, vidrieros, picapedreros, etc.,
formaban un enjambre de trabajadores que no necesitábamos, menos labradores, que
era lo que habíamos contratado y lo que realmente nos hacía falta. La miseria es tan

605
Tratado de la Imbecilidad del País

grande en Italia que las autoridades no tienen inconveniente en expedir certificados de


labradores —para que emigren de aquel país— a personas que no lo son; así se explica lo
que ha pasado con nosotros. A gran número de esos inmigrantes, en seguida de regresar a
la capital y después de andar algún tiempo mendigando por nuestras calles y quejándose
de su desgracia el gobierno se encargó de embarcarlos de nuevo para Italia».
La «funesta tendencia a los grandes proyectos, a las grandes leyes», criticada por Acevedo
Díaz desde las páginas de La Razón, costó al país ingentes sumas que engrosaron el lucro
privado» (Reyes Abadie y Vázquez Romero, op. cit., tomo 6: 12.). J. A. Oddone (op. cit.)
ha estudiado este episodio con detalle.
<volver>

59 Barrio del sur de la ciudad de Montevideo en el que se ha concentrado históricamente


una parte significativa de la población negra.
<volver>

60 Entre los apuntes preparatorios de Herrera, este fragmento, que podría insertarse
aquí, según indicación escrita del propio Herrera: «La particularidad de nuestras mujeres
de tener las manos grandes, pies soportes, sotabancos, pies fabulosos. (Físico de los uru-
guayos) Las manos de villanas. Las manos lindas han venido a resultar cosas de los libros.
En Europa, todas las mujeres tienen las manos proporcionadas a sus sexos, ya sean feas o
lindas, y de cualquier clase social. De ahí la expresión corriente: manos de mujer. ¿Habrá
habido un cambio de estructura física en los uruguayos – es un caso de evolución bio-
lógica regresiva. Se desconoce el ópalo – no se lustran las uñas – No se usan los guantes.
«No sea loca; no […] quién se hace […] de uñas?»
<volver>

61 Se refiere a José H. Figueira, quien en 1892 publicó Los primitivos habitantes del Uruguay
(véanse las notas 8 y ss.), obra pionera de la antropología nacional en donde se hace el es-
fuerzo de recoger diversos testimonios de fuentes europeas y criollas existentes sobre los
antiguos habitantes del territorio.
<volver>

62 Eduardo Ferreira fue crítico literario y cultural, colaborador en varios medios perio-
dísticos a comienzos del siglo XX. Manifestaba por esos tiempos una marcada animad-
versión contra la innovación en poesía, y contra el «modernismo», al que consideró por
entonces una moda vacía que pasaría sin dejar rastros.
<volver>

63 Julio Herrera había escrito aquí a continuación del nombre de Rodó, y después tachó:
«el autorcillo de Ariel».
<volver>

64 Una clase agresiva de lucha libre, parte del conjunto de competencias en las antiguas
Olimpíadas, en Grecia.
<volver>

65 Se refiere a Montevideo, que se llamó en tiempos coloniales San Felipe y Santiago de


Montevideo.
<volver>

66 Pese a su aparentemente escaso resultado, los reglamentos sobre higiene no eran des-
conocidos en Montevideo. Ya en la década de 1830 se habían dictado decretos relativos a
la instalación de establecimientos industriales que pudiesen perjudicar la higiene pública,
los que luego se complementaron en las dos décadas que siguieron al fin de la Guerra
Grande, en los que se removían los establecimientos industriales perjudiciales a la higiene
pública (1858), se reglamentaba su ubicación (1866), y otras disposiciones complemen-
tarias en 1858. En 1902 se aprobarán en Montevideo nuevos decretos sobre ubicación de

606
Julio Herrera y Reissig

establecimientos insalubres y peligrosos, casas de inquilinato, cementerios, etc., como un


primer paso hacia la zonificación de la ciudad.
<volver>

67 Por extraño que hoy pueda sonar, el guarango resultaba, dentro de la literatura psi-
cosociológica de la época, una categoría perfectamente definida. Ramos Mejía en su Las
multitudes argentinas, lo ubica como uno de los «tipos menores» dentro del mundo social,
aparecidos en América como producto de la inmigración, junto al burgués-aureus, el huaso,
el canalla, etc. Dice entre otras cosas del guarango, a quien define como «un indigente del
buen gusto», que es «un invertido del arte, y se parece a los invertidos del instinto sexual
que revelan su potencia dudosa por una manifestación atrabiliaria de los apetitos. Ne-
cesita de ese color vivísimo, de esa música chillona, como el erotómano del olor intenso
de la carne; quiere las combinaciones bizarras y sin gusto de las cosas, como éste de las
actitudes torcidas y de los procedimientos escabrosos, para satisfacer especiales idiosin-
crasias de su sensibilidad». Ramos Mejía, José María: Las multitudes argentinas; estudio de
psicología colectiva para servir de introducción al libro «Rosas y su tiempo». Nueva ed. corr. con una
introducción de A. Bonilla y San Martín. (Madrid: V. Suárez, 1912): 273 y ss.
<volver>

68 Referencia a Eduardo Ferreira (cf. nota 60), periodista cultural y crítico literario de
la época, colaborador de La Alborada y otras publicaciones, cuyas opiniones contrarias a
las nuevas tendencias en literatura eran bien conocidas, e irónicamente combatidas por
Herrera y Reissig y los demás escritores renovadores del momento.
<volver>

69 Hidrógeno.
<volver>

70 En 1874 el Uruguay «contaba con un solo viñedo, y recién en 1883 tuvo lugar la
primera vendimia en la granja de don Francisco Vidiella, ubicada en Colón, donde aquel
pionero tenía poco más de 120 000 pies de viñas, que con 3500 olivos cubrían unas 30
cuadras» (Reyes Abadie y Vázquez Romero, op. cit., t. 5: 372). No obstante ese comienzo
tardío, en 1893 los viñedos ya ocupaban 2883 hectáreas. Herrera y Reissig se vincularía
más tarde directamente al comercio de tal bebida como representante único para Mon-
tevideo y Buenos Aires de la marca francesa Vieux Carignan. La Dirección General de
Impuestos Directos certifica, el 17 de junio de 1909, que «Herrera y Miranda» están regis-
trados como «detallistas de vinos». Julio Herrera y Reissig y su socio y amigo César Miranda
ubicaron su depósito en los bajos de la casa adonde se mudó a vivir luego de casado, en
la calle Buenos Aires 124 (numeración antigua, actual 375-377). De la lectura de la co-
rrespondencia herreriana surge que la empresa le trajo pérdidas y una buena dotación
de dolores de cabeza, debido a problemas con prestamistas y a la escasa repercusión del
emprendimiento.
<volver>

71 El pasaje, que efectivamente pertenece a los Principios de Psicología, está citado, en


realidad, por el propio Spencer —como otros del mismo tratado— al comienzo del
capítulo VI de la Primera Parte de sus Principios de Sociología. El texto que da Herrera y
Reissig sigue literalmente la traducción de los Principios de Sociología de Eduardo Cazorla,
para su edición de 1883, publicado por Saturnino Calleja en Madrid, p. 57. Es posible que
Herrera nunca haya tenido a la vista los Principios de Psicología, pues no hay otra mención a
ese texto en todo el Tratado… Es seguro, en cambio, que consultó ampliamente los Prin-
cipios de Sociología, que conocía bien, y que lo hizo en la edición Calleja de 1883. Esto se
verá en las demás citas a Spencer en este Tratado de la imbecilidad… En todos los casos, las
menciones a los principios de Psicología son las que Spencer incluye en los Principios de
Sociología.
<volver>

607
Tratado de la Imbecilidad del País

72 En Principios de Sociología, p. 58, Spencer dice: «Hemos manifestado en los Principios de


Psicología (## 479-483) que el signo que con especialidad puede servir de medida para el
desarrollo mental, es el grado de representatividad de los estados de conciencia». Una vez
más, cita de cita.
<volver>

73 El término colectivismo fue primero un mote, puesto por sus enemigos políticos, al
grupo que encabezaba Julio Herrera y Obes. Luego, los propios «colectivistas» adoptaron
el nombre. Dice José María Fernández Saldaña: «Los colectivistas —así nos gustaba lla-
marnos a los opositores, reivindicando como honor la denominación que los cuestistas
habían elegido como ofensivo mote para los legalistas (…)». En «Dónde nació Herrera y
Reissig», Mundo Uruguayo (29 de agosto de 1935): 8-9.
En este uso —genérico y no referido a ningún grupo— que hace Herrera y Reissig puede
verse una acepción que era de uso en la época —algo así como el bien común de la tra-
dición liberal, pero con un toque de sociología.
<volver>

74 Herrera y Reissig refiere con seguridad al período que sigue al fin de la revolución
blanca de 1897, momento en el cual el Partido Nacional alcanzó una importante parti-
cipación en el poder efectivo en el país, gracias a la política de coparticipación acordada
entonces con el gobierno colorado.
<volver>

75 Refiere a las celebraciones por el fin de la guerra civil de 1897.


<volver>

76 Spencer, op. cit.: 61.


<volver>

77 Ídem: 65.
<volver>

78 Refiere a la revolución blanca de 1897.


<volver>

79 Este pasaje sobre la imprevisión es desarrollo del que Spencer dedica al tema en el
apartado 34 del capítulo VI de sus Principios de Sociología: 63 y ss.
<volver>

80 Ídem: 71.
<volver>

81 Ibídem.
<volver>

82 Referencia a caudillos de ambos partidos históricos uruguayos, a los que la generalidad


de historiadores menciona como responsables de diversos hechos de especial ferocidad.
<volver>

83 Spencer, op. cit.: 74.


<volver>

84 Max Nordau publicó la primera edición de Entartung (Degeneración) en 1892, en donde


hace la crítica de diversas dimensiones de la cultura «decadente». Era, especialmente por
ese texto, uno de los más importantes y citados críticos y ensayistas de su tiempo.
<volver>

608
Julio Herrera y Reissig

85 Este párrafo ha sido intercalado aquí. Figura originalmente entre los manuscritos de
«Agregaciones a El Pudor», con una nota de Herrera que dice: «Esto va en la Sociología,
donde se habla del temperamento de las mujeres».
<volver>

86 Ésta es la primera definición que da Herrera de su concepto de «pudor», que dará lugar
a una serie de ejemplos en el pasaje que aquí comienza, y que luego será complementada
por el capítulo que es titulado por él «Agregaciones sobre el Pudor». Al comienzo de esas
«Agregaciones», dice Herrera y Reissig: «A más de los pudores huraños, religiosos, felinos,
guerreros, selváticos, matrimoniales, enemigos del lecho, votivos, cimarrones, de que he
tratado en el capítulo antecedente…». Esa referencia, pues, remite a este capítulo, y a su
vez ayuda a ordenarlo, mostrando que es el inmediatamente anterior al de las «Agrega-
ciones». En nota que insertan Giaudrone y Berriel (op. cit: 27) a su edición del capítulo
sobre El Pudor, afirman: «Se refiere el autor a un capítulo que se encuentra extraviado».
Pienso que tal apreciación es un error. Tal capítulo existe, y es éste que aquí se transcribe.
Las variantes del pudor a las que Herrera referirá al comienzo del capítulo siguiente son
las que a partir de aquí desarrolla, aunque en este caso no lo hace analíticamente ni sub-
titulándolas. En cambio, describe aquí de modo interrelacionado los tipos de pudor a los
que alude al comienzo del capítulo siguiente («huraño, felino…», etc.).
<volver>

87 La ciudad de Montevideo estuvo sitiada (técnicamente al menos, si bien no comple-


tamente aislada de la campaña), desde comienzos de 1843 hasta octubre de 1851, por una
coalición de fuerzas argentinas y uruguayas encabezadas por Rosas y Oribe, en lo que se
conoce como el Sitio Grande.
<volver>

88 Spencer, Principios de Sociología, vol. I, Parte III, Capítulo IV. «Exogamia y endogamia».
<volver>

89 Ibídem.
<volver>

90 Ibídem.
<volver>

91 Ibídem.
<volver>

92 De acuerdo con todos los datos biográficos disponibles, Herrera y Reissig nunca estuvo
en Cerro Chato, lo cual desde luego no es central a la verosimilitud ni a la validez de su
relato. Afirmaciones de una improbable «presencia directa del autor» como ésta se hacen
repetidamente a lo largo del Tratado… Contribuyen a la construcción de una voz autoral
que no coincide con el individuo Herrera y Reissig.
<volver>

93 Ibídem.
<volver>

94 El tópico de la «herencia maldita» española, especialmente en materia de moral y con-


cepciones religiosas, aparece aquí en Herrera y Reissig. Es un lugar común de la crítica po-
sitivista, y son muchos los autores que lo estaban tratando en años anteriores y posteriores,
aunque en este caso se trata de una observación de muy larga data dentro del repertorio
de ideas americanas que trataban de explicar el atraso relativo del continente respecto de
Estados Unidos y de otras naciones civilizadas.
<volver>

95 Referencia a las luchas de Viriato (véase el índice de nombres) frente a los romanos.
<volver>

609
Tratado de la Imbecilidad del País

96 Batalla de la revolución de 1897, en la que el coronel Diego Lamas venció a las fuerzas
gubernamentales.
<volver>

97 Herrera y Reissig mismo fue animador de esas «desavenencias» muchas veces, lo cual
es claro una vez que se consultan sus cartas, llenas de comentarios críticos —a veces con
escasa elegancia— para otros escritores de su tiempo, y su participación —indirecta u
oculta en su momento— en una serie de polémicas durante los primeros años del siglo,
cosa que se ha documentado también como parte de esta investigación. Véase la nota
XXX en esta misma edición. También A. Mazzucchelli, «Camafeísmo del insulto en el
‘900 montevideano. Herrera y Reissig y De las Carreras intervienen en la polémica Fe-
rrando-Papini», en Maldoror, n.o 24 (mayo de 2006): 36-43.
<volver>

98 La fecha aludida, 1841 o 1842, es una confirmación más del momento de redacción de
estas páginas, en 1901-1902.
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99 Este párrafo, resumen de unas ideas sobre la República Argentina y sobre Buenos Aires
que Herrera y Reissig elaboraría y cambiaría —al menos en un nivel anecdótico— luego de
su residencia en esa ciudad en 1904-5, es particularmente interesante a la luz del proceso
histórico rioplatense. Herrera y Reissig refiere aquí a la estabilidad política argentina, que
para 1900 contrastaba agudamente con la inestabilidad oriental. El Uruguay había vivido
los primeros 70 años de su vida independiente en medio de continuos levantamientos,
pronunciamientos, guerras civiles y más o menos provisorios entendimientos entre las fac-
ciones. A partir de 1904, el Uruguay encauzará una estabilidad democrática y una serie de
logros sociales que le fueron en general reconocidos entre quienes se ocupan del estudio
del continente, mientras que Argentina comenzaría lentamente un proceso de deterioro
de la institucionalidad que llevará a que, a partir de 1930 y durante la gran mayoría del
siglo XX, sea la Argentina la que viva en casi permanente inestabilidad institucional.
Otro parece ser el juicio respecto a las condiciones de sociabilidad, espíritu de empresa,
optimismo, etc., en una y otra orilla del Plata. En este punto, la descripción y aun la crítica
de Herrera y Reissig encontrarán quizá opiniones convergentes en el lector contem-
poráneo conocedor de ambas colectividades. Estas ideas son retomadas y desarrolladas
con gran detalle y extensión por el propio Herrera y Reissig algo más adelante, en este
mismo capítulo.
<volver>

100 Todos los referidos ocuparon la presidencia de Uruguay en diversos períodos durante
el siglo XIX. Herrera incluye a su propio tío Julio Herrera y Obes entre los ejemplos de
«tosca impulsividad» que elige. En su altillo de la calle Ituzaingó en Montevideo, conocido
como Torre de los Panoramas, en el que se reunió durante algunos años un cenáculo que
el poeta convocaba, existía un retrato de Julio Herrera y Obes bajo el cual lucía la leyenda
«Un impostor». Tal inscripción es al menos en parte irónica, en el tono de varios de los
signos que se encontraban en la Torre. La relación entre tío y sobrino demuestra en este
texto haber sido compleja y abundante en matices. Si bien hay muestras de admiración y
afecto por parte del sobrino, tampoco escatima las críticas, lo cual queda de manifiesto en
distintos pasajes de este Tratado…
<volver>

101 Spencer, op. cit: 75-6.


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102 Spencer, op. cit., v. 1., cap. VIII, «Ideas del hombre primitivo»: 102.
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610
Julio Herrera y Reissig

103 Viento pronunciado que se levanta en la zona del Río de la Plata desde la dirección
suroeste, y que por lo tanto afecta especialmente a la costa oriental del río y en particular
a Montevideo.
<volver>

104 Independientemente de lo interesante o sugestiva que pueda resultar la descripción


comparada de rasgos de los habitantes de una y otra banda del Plata en que se embarca
aquí el autor, esta afirmación sobre el origen de la inmigración en una y otra ciudad
carece de todo fundamento. Se han referido con cierto detalle los datos inmigratorios
para el Uruguay en la nota 17, a la que se puede recurrir.
<volver>

105 Esta referencia interna permite asegurar que el capítulo sobre «Etnología - Medio so-
ciológico», que es donde se discutió este punto, era considerado por el autor no como un
ensayo independiente sino como parte del libro, cosa que se confirma por la numeración
de folios hecha por el propio Herrera y Reissig. Ese capítulo puede consultarse completo
en texto electrónico.
<volver>

106 Spencer, op. cit., vol. 1, cap.II, «Factores de los fenómenos sociales», p. 8.
<volver>

107 Ídem: 10-11. El énfasis es agregado por Herrera y Reissig.


<volver>

108 Es esclarecedora, a la hora de considerar algunas de las visiones políticas de Herrera,


esta mención elogiosa al empresario español Emilio Reus y su importante paso por el
Uruguay, pues sugiere el interés que en Herrera despertaban el emprendimiento privado
y la apuesta a un desarrollo moderno del Uruguay.
Reus llegó a Buenos Aires a sus 27 años, en 1885, después de una rápida y brillante
carrera política y empresarial en su tierra, culminada no obstante cuando perdió toda
su fortuna en la Bolsa de Madrid. La situación económica era fuertemente dinámica en
ese momento. Un aumento muy importante del crédito tuvo lugar en los últimos años de
la década de 1880, que coincidió con una balanza comercial negativa y el aumento del
consumo de bienes considerados suntuarios. Entre 1887 y 1889 se fundaron 27 bancos y
más de cien sociedades capitalistas en el país. Reus, habiendo nuevamente regenerado su
fortuna en menos de un año en la Bolsa porteña, y habiéndola otra vez perdido, cruza al
Uruguay, y en 1887 presenta un proyecto «en nombre del sindicato de capitalistas anglo-
argentinos formado por Eduardo Casey; Tomás Duggan, Emilio V. Bunge y Domingo Aya-
rragaray». (W. Reyes Abadie y A. Vázquez Romero, Crónica general del Uruguay, tomo 5, «La
modernización» [Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2000]: 416). Obsérvese
que dos de los apellidos familiares de los socios, Bunge y Ayarragaray, reaparecerán en las
décadas siguientes en la tapa de libros de sociología y psicología social positivista: Carlos
Octavio Bunge y Lucas Ayarragaray, de quienes nos ocupamos en otra parte. Esta sociedad
enfrentó al llamado «círculo orista», proponiendo la creación de un Banco Nacional que
ofrecería créditos —hipotecarios, a la marina mercante, al gobierno— en condiciones
muy ventajosas para los tomadores. El gobierno, luego de una agitada discusión, aceptó la
propuesta y creó el Banco el 24 de mayo de 1887. La inauguración fue el 25 de agosto de
ese mismo año. Su primer directorio estaba presidido por Pedro Bustamante e integrado
entre otros por Duncan Stewart, a quien Herrera también cita más de una vez en su ma-
nuscrito. Durante tres años (antes que sucumbiese frente a la férrea oposición del círculo
«orista»), el Banco Nacional fue un importante agente de fomento, tanto por su apoyo a
los agricultores, ganaderos e industriales, como por su efecto en la construcción y el desa-
rrollo urbano —de lo cual los barrios Reus al Norte y Reus al Sur son un testigo aún par-
cialmente en pie en Montevideo. Reus se había retirado del Banco en julio de 1888, cons-
ciente de las dificultades que se avecinaban y disgustado por prácticas especulativas que

611
Tratado de la Imbecilidad del País

habían ganado al propio plantel de ejecutivos del Banco. La gran crisis de 1890, bajo la
presidencia de Julio Herrera y Obes, a quien le costó un duro precio político, se produjo
en el contexto someramente descrito. Reus moriría esenguida, en 1891, a consecuencia
de un problema cardíaco.
<volver>

109 Estas «agregaciones» a lo que se ha dicho del pudor en el capítulo de caracteres


emocionales fueron transcriptas por Roberto Ibáñez, probablemente en los años sesenta.
En 1992 fueron nuevamente transcriptas y publicadas en Montevideo (cf. Giaudrone y
Berriel, 1992). Mi lectura, que he realizado de nuevo en su totalidad, difiere en muy nu-
merosas ocasiones de la realizada en ocasión de esa publicación. Lo que aquí se ofrece es
pues una nueva transcripción, la tercera.
<volver>

110 Ver nota XXX.


<volver>

111 A esta lista agrega luego Herrera, en el texto mismo, los pudores abortivo, infanticida,
franco, cronológico, chúcaro, insomne, dantesco, retroactivo o pretérito, y criminal.
<volver>

112 «La gran actriz francesa Madame Réjane, en su temporada con “Zazá”, “Madame
Sans Géne”, “La parisienne”, y “La dama de las camelias” señala un nuevo y gran estilo de
intérprete […]» (también en 1901) (Á. Curotto, «Vida Teatral Montevideana», en Cua-
dernos de Marcha, n.o 22 [febrero 1969]: 53).
<volver>

113 Referencia a El Bien Público, influyente periódico católico fundado por Juan Zorrilla
de San Martín.
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114 Melodrama en tres actos con música de Mascagni. El libreto es de Luigi Illica. Fue
estrenada en noviembre de 1898 en Italia.
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115 La gran ópera de Puccini se estrenó en Montevideo en 1896 y obtuvo un resonante


éxito. Tal vez como indicio del prestigio de que gozaba pueda mencionarse aquí que era
la obra a representarse el 25 de agosto de 1897 en el Teatro Solís, en la gran función
extraordinaria programada para ese día. El magnicidio de Juan Idiarte Borda ocurrido
horas antes obligó naturalmente a la suspensión de tal representación. El dato es men-
cionado en Curotto, op. cit.: 51.
<volver>

116 Les fils de Coralie, de Albert Delpit, es uno de los más conocidos melodramas franceses
del siglo XIX, con múltiples adaptaciones en distintos idiomas. Parte del conflicto central
consiste en el ocultamiento de una madre a su hijo de su condición de ex prostituta, y el
consiguiente conflicto moral que aparece al ser este hecho descubierto.
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117 Diario fundado en 1886 por quien sería luego presidente de la República por el
Partido Colorado, José Batlle y Ordóñez.
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118 En la carta pública que De las Carreras envía a Herrera y Reissig el 8 de octubre de
1901, cita esta expresión («trogloditas púdicos»), y acota «(tuyo…)», atribuyéndosela ya
en ese fecha a Herrera. Esto no prueba, pero da un indicio de que quizá parte de esta
zona sobre el pudor ya estuviera escrita para tal fecha (y conocida en privado por De las
Carreras).
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612
Julio Herrera y Reissig

119 La primera vez que menciona a esta mujer («la vasca» agrega la segunda vez,
aunque luego eliminó del manuscrito ese apelativo), Herrera pone una A delante de
Mestoy, quedando entonces Amestoy. Subsiguientemente aparece como Mestoy. Dado que
el apellido vasco corriente es Amestoy, entiendo que Herrera corrigió la hoja luego de
haberla escrito, y al hacerlo arregló el nombre sólo en la primera aparición. Así es como
lo incluyo.
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120 Les demi-vierges (1894), del escritor y dramaturgo francés Eugene Marcel Prévost
(1862-1941), es un escandaloso estudio sobre la influencia de la educación parisina sobre
las jóvenes. Le jardin secret (1897); y Les vierges fortes (1900). Frederique y Lea, L´heureux
menage (1901), y Les lettres a Françoise (1902) son sus trabajos contemporáneos a la obra de
Herrera.
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121 La más importante sala teatral de la ciudad de Montevideo, que abrió sus puertas en
1856.
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122 Clara Della Guardia, actriz italiana, actuó en el Teatro Solís de Montevideo en la tem-
porada de 1901.
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123 Breve texto de Roberto de las Carreras, publicado en Montevideo en abril de 1900. El
relato, escrito en primera persona, consiste en las fantasías eróticas del narrador a partir
de la visión de una dama de la sociedad montevideana, a quien en el texto se identifica
como Lisette d´Armanville. El texto acumula observaciones sobre el cuerpo de la mujer
uruguaya, muy en el estilo que luego Herrera y Reissig empleará en la última parte de su
capítulo sobre «Etnología» en este mismo Tratado… Sueño de Oriente es importante además
porque fue a raíz de su publicación, y de una reseña que del libro escribió, enseguida de
su aparición, Herrera en La Revista, que ambos escritores se conocieron personalmente y
comenzaron su amistad y colaboración literaria.
<volver>

124 La calle Santa Teresa era la principal del Bajo montevideano, zona roja de la ciudad
hasta la segunda década del siglo XX, en que fue demolida.
<volver>

125 En una anotación preparatoria se lee aquí: «(alusión a la carta de insultos de


Roberto)».
<volver>

126 En una anotación preparatoria se lee, junto a datos para este pasaje: «Domínguez».
<volver>

127 Referencia al poeta platense Oscar Tiberio.


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128 Candeal, especie de ponche de huevo, leche, canela y aguardiente que se servía en la
región platense.
<volver>

129 Vieja denominación para los retretes o baños.


<volver>

130 Herrera escribe «water-clows»


<volver>

131 Herrera toma repetidamente esta relación de distancia como imagen espacial a la
vez del pudor y del mal gusto. Véase por ejemplo esta referencia, publicada por él algo

613
Tratado de la Imbecilidad del País

antes de iniciar la redacción de Los Nuevos Charrúas: «La broza de la cursilería abunda en
nuestro campo, y en materia de arte y de confort, preciso es confesarlo, hay todavía quien
gusta habitar una casa que tenga la cocina pared por medio del excusado». En Sueño de
Oriente, reseña aparecida en el n.o 8 de La Revista (25 de abril de 1900): 366-372.
<volver>

132 Probablemente se refiere Herrera al barrio Reus al Sur, una de las urbanizaciones
más notorias que se construyeron en la ciudad gracias al impulso del financista español
Emilio Reus, sobre el que ya se ha informado.
<volver>

133 El parque Urbano (actual parque Rodó), ubicado sobre la costa del Río de la Plata
frente a la playa Ramírez, muy cercano al centro de la ciudad, es una zona que suscitó
repetidas veces el interés de Herrera, cuyo abuelo materno tenía allí una quinta, la cual,
según noticia dada por algunos de sus amigos, era uno de sus paseos favoritos. Herrera se
ocupó también en algún periódico de aspectos urbanísticos de Montevideo, a propósito
de este parque.
<volver>

134 Roberto de las Carreras, naturalmente.


<volver>

135 Piriápolis es una ciudad de veraneo en la costa, a 100 km al este de Montevideo.


Fundada por Francisco Piria, un empresario inmobiliario de gran importancia en el
cambio de siglo en el Uruguay, quien además contribuyó más que nadie al loteo y la venta
de nuevos barrios en la capital. Por los años en que se escribe este Tratado…, la viña —que
llegó tardíamente a Uruguay— todavía no había alcanzado niveles siquiera aceptables de
producción de vinos de calidad, hecho que Herrera y Reissig —quien más tarde intentaría
un negocio de importación de vinos franceses— destaca en el primer capítulo de este
Tratado… al considerar las condiciones materiales y geográficas del país. La referencia a
«vino Piriápolis» se dirige probablemente a criticar una variedad de baja calidad asociada
con tal zona del país.
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136 Dice Spencer: «En opinión de Lichtenstein los boschimanos gozan de una vista tele-
scópica; “sus ojos penetrantes están sin parar en movimiento” (Barrar). Los karios de la
India ven tanto a la simple vista como nosotros con anteojos» (Spencer, op. cit.: 85).
<volver>

137 En una anotación preparatoria, presumiblemente relativa a este pasaje, se da el


nombre de la familia involucrada. Allí se lee: «(espía) Fotografía a la de Howard – Mil
anónimos insolentes – lenguas bifurcadas como las víboras – los uruguayos.
<volver>

138 Se refiere a la famosa relación que mantuvo Roberto de las Carreras con su sobrina,
Berta Bandinelli, mientras ésta era menor de edad. Ambos se casaron en octubre de 1902,
aunque de acuerdo con una carta pública que el 8 de ese mes envió De las Carreras a
Herrera y Reissig, el casamiento se aceptó con la intención explícita de violar el espíritu del
acuerdo matrimonial. A propósito de esta relación escribió y publicó también De las Ca-
rreras su «Amor libre. Interviews voluptuosos con Roberto de las Carreras» (Montevideo,
1902), en el que expone su concepción de amor libre y describe, al par que las aventuras
de su amada con otro hombre, su desprecio por la idea convencional de fidelidad.
<volver>

139 El diminutivo de la palabra honra refiere en este caso a la virginidad, aunque se lo


usaba comúnmente y en general, en relación con todas las dimensiones de la honora-
bilidad. Por ejemplo, uno de los capítulos de South America, de Agustín Álvarez, publicado

614
Julio Herrera y Reissig

en 1894 —texto que por su intención, aunque no por su tono, está algo emparentado
con el de Herrera y Reissig—, se titula La negra honrilla. En ese capítulo, Álvarez hace refe-
rencia al nefasto papel que la concepción española de honor habría jugado en la vida social
y política americana.
<volver>

140 Herrera y Reissig se refiere a Llagas sociales - La calle Santa Teresa, de Rafael Sienra
(Montevideo: Imprenta y Litográfica Oriental). Publicado a comienzos de 1896, un índice
del éxito de esta atractiva crónica ciudadana es que ya en el mismo año 1896 se publicaría
una 3 .ª edición. Las críticas de Herrera al pequeño libro —62 páginas en octavo— buscan
apoyarse en el tono de censura moral que trasunta el punto de vista del autor de Llagas
sociales. Es justo señalar aquí, sin embargo, los valores propios del libro de Sienra. El diario
montevideano La Razón, al comentar la primera edición el 1.o de abril de 1896, los sinte-
tizaba bien: «El más brillante de los escritores católicos del país ha hecho una pintura de
los antros de perdición montevideanos, que envidiarían por su exactitud, por sus detalles
y su estilo, muchos de los encumbrados escritores que han cultivado el naturalismo».
<volver>

141 Die Ehre, de 1889, es obra importante del movimiento naturalista.


<volver>

142 Referencia a Alfred de Musset (París, 1810-1857).


<volver>

143 La referencia es naturalmente a Carmen (1845), la novela de Prosper Mérimée


(1803-1870).
<volver>

144 Citerea, la isla sagrada de Venus, diosa del amor, adonde los céfiros llevaron a la diosa
después de su nacimiento. Hay sobre este tema un famoso cuadro de Watteau (Embarque
para Citerea).
<volver>

145 En anotación preparatoria, consta que la señorita aludida era «la novia de
Quintana».
<volver>

146 Florida es uno de los departamentos en que administrativamente está dividido el


Uruguay.
<volver>

147 Consta en anotación preparatoria que los dos personajes referidos son, respecti-
vamente, Florencio Sánchez (Montevideo, 1875-Milán, 1910), el más importante dra-
maturgo de la historia literaria del Uruguay, y Eduardo Acevedo Díaz (La Unión, 1851-
Buenos Aires, 1921), personaje político del Partido Nacional, y narrador de tono entre
realista y naturalista, autor de un importante ciclo de novelas históricas en la literatura del
mismo país.
<volver>

148 Zona del noreste de la ciudad de Montevideo.


<volver>

149 Para la definición herreriana de este término, es útil repasar este fragmento, que se
cuenta entre las anotaciones preparatorias del libro: «Es opinión de los doctores en liber-
tinaje, entre ellos Roberto, que la fidelidad de las esposas montevideanas se debe prin-
cipalmente, aparte de los fenómenos que determina el medio social, a la frialdad de su
temperamento. A su entender son mujeres apáticas, que no aman, para las cuales nada
significa el honor del sexo.

615
Tratado de la Imbecilidad del País

Receta-social. En mi opinión, las hay sensuales en extremo, pero sin ese tacto electivo y fi-
namente culto que se educa en las mujeres de otros países, a efectos de su comercio social
con gentes civilizadas en el placer. Esta baja sensualidad que yo llamo cachondez es una glo-
tonería de gnomo de salud, un apetito de puchero que hace que la mujer no sea exigente
en materia de goces y dé la preferencia al vigor sobre el refinamiento. Le basta y sobra un
varón carnoso, robusto, con músculos de locomotora, de [carácter lujurioso], cuya viril
sangradora penetre hasta las entrañas».
<volver>

150 Referencia a los habitués de la calle Santa Teresa, la vía principal de concentración
de prostíbulos en el barrio montevideano conocido como el Bajo, de 1900.
<volver>

151 La cifra estimada es gigantesca y, por supuesto, de muy difícil evaluación. El cálculo
arrojaría una cantidad de 9000 abortos por año. Para tener una idea aproximada de lo
que eso representaría, basta pensar que la población total de Montevideo se componía de
unas 290 000 personas en 1900.
<volver>

152 Referencia al lujoso hipódromo de Montevideo.


<volver>

153 Paseo al noroeste de la ciudad, sitio de construcción de las quintas de veraneo de


muchas familias pudientes durante la segunda parte del siglo XIX.
<volver>

154 En una anotación preparatoria de Herrera se atribuye esta frase entrecomillada a


«Quiroga».
<volver>

155 Parece una referencia a caftan o caften, que son palabras lunfardas para designar al
macró o tratante de blancas. También se ha llegado a emplear, con más frecuencia, la
similar cafishio o cafiolo.
<volver>

156 La ubicación de este texto es la más difícil dentro del conjunto del material. Por su
contenido y por lo breve de su extensión, podría tratarse de un ensayo independiente.
No tiene vinculación en términos de numeración con el resto del material (el manuscrito
consta de 8 folios ordenados por el autor con letras de la A a la H), aunque la vinculación
temática y estilística es evidente. En el índice analítico que Herrera pone al comienzo de
su capítulo sobre «Caracteres emocionales», hay una referencia a que se ocupará de la
«Estética», aunque no es claro que se refiera a este texto. He optado por incluirlo al final
del capítulo de caracteres emocionales, al que pertenecería siguiendo el esquema spen-
ceriano en vigencia en el resto de este Tratado…
Lo que sí es claro es que, una vez más, el modelo para el enfoque de este ensayo está
dado en los Principios de Sociología spencerianos, en el volumen 1, capítulo VI («El hombre
primitivo-emocional»), § 36. Allí, la argumentación del pensador inglés se orienta a
probar que los sentimientos «que quedan satisfechos con la admiración que se inspira
a los demás» (frase citada al comienzo de este texto por Herrera) preceden en las so-
ciedades a aquellos que llama «ego-altruistas», orientados a obtener placer a partir de la
satisfacción del prójimo. Y afirma que «por grande que sea la vanidad del hombre civi-
lizado, es aún más exagerada la del hombre inculto». A partir de allí, Spencer da ejemplos
sobre el empleo, por parte de diversas tribus y naciones, de «objetos de color», «conchas
marinas», «pinturas y adornos», etc. Es ese mismo procedimiento el que sigue Herrera y
Reissig aquí, abundando en su argumento central sobre el parecido nivel de desarrollo
relativo entre los uruguayos y los miembros de tales tribus y naciones.
<volver>

616
Julio Herrera y Reissig

157 Spencer, op. cit.: 69.


<volver>

158 Puerto del golfo pérsico de gran importancia en las rutas a Oriente durante los siglos
XVI y XVII, es citado aquí obviamente en referencia al «lujo asiático» en que se complacía
la generación modernista. La referencia es a Máximo Santos (ver índice de nombres),
militar que gobernó inconstitucionalmente el país durante un período en los años
ochenta del siglo XIX. Apegado al fasto y el lujo, y quizá con una inusual intuición para los
aspectos semióticos del gobierno, introdujo muy visibles cambios en el ceremonial estatal
asociado al poder, tanto en el nivel del ejército como en el civil.
<volver>

159 Spencer, op. cit.: 69.


<volver>

160 El Cordón y la Aguada son dos barrios de Montevideo, adyacentes al Centro, respec-
tivamente hacia el este y hacia el noreste. Para el cambio de siglo estaban habitados funda-
mentalmente por población de clase media y media baja.
<volver>

161 Se presenta un problema en la ordenación en este punto. Existe en el original una


serie de folios que originalmente estaban numerados para servir de introducción a este ca-
pítulo, que posteriormente fueron tachados por Herrera, y cuyo contenido fue refundido
en el apartado titulado «La abstracción es reducidísima». Sin embargo, en su «Epílogo
Wagneriano a “La política de fusión”», Herrera cita parte de ese texto, tachado en los ma-
nuscritos, como «líneas de introducción al capítulo titulado “Caracteres intelectuales”».
(PCP: 667). Como he dicho en la introducción, numerosos fragmentos y variantes
aparecen tachadas en el manuscrito, incluyendo a menudo páginas enteras, las que luego
se ven reformuladas en otro sitio —señal, por otra parte, del cuidado que puso el autor
en dar terminación a este texto—. En este único caso, y siguiendo entonces el criterio del
propio autor de acuerdo con lo que publicó en septiembre de 1902, he optado por in-
corporar nuevamente aquellos fragmentos, aun los tachados, cuyo contenido no aparece
reformulado en ningún otro sitio, y que funcionan a modo de introducción. Se han rein-
corporado aproximadamente dos páginas, en el orden que Herrera les había dado antes
de tacharlas. El resto de la antigua introducción está, pues, refundido más adelante por el
autor, especialmente en el comienzo del siguiente capítulo, «La inteligencia de los uru-
guayos como producto del medio».
<volver>

162 Spencer, op. cit: 82. Con estas palabras comienza Spencer su capítulo VII de los
Principios de Sociología, dedicado a los caracteres intelectuales del hombre primitivo. Una
nueva prueba de la medida en que Herrera y Reissig reproduce en su libro exactamente la
sucesión de esa obra del autor británico. Lo que Herrera titula «Caracteres intelectuales»
sigue a los «caracteres emocionales», lo mismo que en Spencer el capítulo «El hombre
primitivo-intelectual» sigue a «El hombre primitivo-emocional».
<volver>

163 Spencer, op. cit.: 82.


<volver>

164 Luego de la batalla de Quinteros, ocurrida en 1858, una serie de los prisioneros co-
lorados —entre ellos figuras de gran trayectoria y prestigio militar— fueron ajusticiados
por los blancos, ganadores del combate. Esto se hizo pese a que —según lo reportado
por el bando perdedor— se había garantizado la vida a los prisioneros antes que éstos se
entregasen. El episodio generó una serie de importantes consecuencias políticas, pues
terminó de radicalizar definitivamente y por largo tiempo la antigua rivalidad entre ambos
partidos históricos uruguayos, que habían ensayado una política de «fusión» intentando

617
Tratado de la Imbecilidad del País

dejar atrás esa rivalidad, una vez terminada la Guerra Grande. Un primo del padre de
Roberto de las Carreras —Antonio de las Carreras, ministro de Gobierno de Gabriel
Pereira— jugó un papel decisivo en este episodio, habiendo ordenado directamente las
ejecuciones. Agradezco, respecto a esto último, una precisión del periodista C. M. Do-
mínguez que me permitió corregir un error deslizado en la primera edición.
<volver>

165 Spencer, op. cit.: 82


<volver>

166 Ídem: 93.


<volver>

167 Ídem: 89.


<volver>

168 Ídem: 92-93.


<volver>

169 Ídem: 83
<volver>

170 Ídem: 82.


<volver>

171 Este párrafo tiene, en el manuscrito, algunas variantes con respecto a la versión que se
da en el «Epílogo Wagneriano a “La política de fusión”». De acuerdo con la naturaleza de
este trabajo, doy la versión manuscrita. De ese modo, además, el lector interesado podrá
comparar con lo ya publicado en 1902.
<volver>

172 Los lectores avezados en poesía reconocerán enseguida, en esta nota al pie de
Herrera, el antecedente directo de un poema del brasileño Murilo Mendes, publicado
en 1966: «O URUGUAI. O URUGUAI é um belo pais da America do Sul, / limitado ao
norte por Lautreamont, ao sul por / Laforgue, a leste por Supervielle. / O pais nao tem
oeste. / As principais produções do Uruguai são: Lautréamont, Laforgue, Supervielle.*
/ O Uruguai conta três habitantes: Lautréamont, Laforgue, Supervielle, que formam
um governo colegiado. Os outros habitantes acham-se exilados no / Brasil, visto não se
darem nem con Lautréamont, nem com Laforgue, nem com Supervielle. // *Ilustres
poetas franceses do seculo XIX os dois primeiros; do seculo XX, o terceiro, nascidos no
Uruguai».
<volver>

173 Spencer, op. cit.: 58.


<volver>

174 Los estudios para la construcción del puerto de Montevideo comenzaron durante la
administración de Juan Idiarte Borda, bajo el impulso de su ministro de Hacienda, el Ing.
Juan José Castro. La licitación y asignación de las obras estuvo rodeada de largas y ásperas
discusiones. En julio de 1901 se iniciaron las obras, que finalmente darían lugar a la inau-
guración del nuevo puerto en 1909.
<volver>

175 Esta indicación confirmaría que el capítulo titulado «Cuentas y Collares. Vanidad
inferior del salvaje» debe leerse como parte del capítulo «Psicología de los Uruguayos.
Caracteres Emocionales».
<volver>

176 El final de este capítulo, desde aquí al final, se encuentra perdido dentro del ma-
nuscrito. Sin embargo, ha sido posible reconstruirlo gracias a que ha sido incluido por

618
Julio Herrera y Reissig

Herrera en su «Epílogo Wagneriano a “La Política de Fusión”». La numeración del ma-


nuscrito se encuentra en la página 46 cuando se llega a este punto, y luego se retoma en
la página 57 con el capítulo de «Juicio y Raciocinio». La extensión del fragmento faltante
coincide, aproximadamente, con la incluida por Herrera en su «Epílogo», así como el
contenido, especialmente en el punto de unión entre ambos, de modo que se trata de
una intercalación segura.
<volver>

177 El pasaje sigue a Kant, Critica de la razón pura, Introducción. «De la facultad trascen-
dental del juicio en general».
<volver>

178 Los tres primeros citados fueron figuras descollantes en el plano intelectual y político
en Montevideo durante el período llamado de la Defensa (grosso modo la 4.ª década del
siglo XIX). Los tres (el primero, abuelo del poeta) realizaron acciones diplomáticas de-
cisivas para el gobierno de la Defensa (Herrera y Obes y Pacheco), y posteriormente Juan
Carlos Gómez ante el gobierno de Brasil. Ángel Floro Costa, por su parte, perteneciente
a una generación algo más joven, aunque mayor que Herrera y Reissig, fue uno de los
primeros introductores del positivismo en el Uruguay.
<volver>

179 En una anotación preparatoria se da el nombre del abogado: Alberto Palomeque.


Véase la página XXX. Alberto Palomeque (1852-1937) fue abogado, hombre político y
publicista uruguayo. Se recibió de jurista en 1874, precisamente con una tesis sobre «La
laguna Merim y nuestros derechos a ella» —un tema que Herrera toca con amplia ironía
en este Tratado… Su tarea de abogado fue en verdad turbulenta, como dice Fernández
Saldaña (Diccionario uruguayo de biografías, 1810-1940« [Montevideo: Editorial Amerindia,
1945]), por «la vehemencia que acostumbraba poner en todas sus cosas, y una quisqui-
llosidad personal incompatible con su cargo, en un ambiente político lleno de rencores
y recelos» (965). Dirigió el diario La Opinión Pública en 1887. Luego de una serie de des-
encuentros políticos, se muda a vivir a Buenos Aires, en donde continuará su vida y su
carrera durante largos años. La silueta que de él hace Fernández Saldaña muestra, pese
al trato que Herrera le prodiga aquí, ciertas cercanías con algunos rasgos del poeta: «Al
margen de las parcialidades tradicionales, enemigo de los caudillos prepotentes de espada
al cinto, líder del civismo y la tolerancia política bien entendida, tan honesto en sus con-
vicciones como fuera de la cruda realidad de las cosas (…) el Dr. Palomeque concluyó
por desvincularse de su patria, incorporado de hecho a la vida de su país de residencia, al
tomar la ciudadanía argentina desde 1904» (966).
<volver>

180 Dice Spencer: «A cada instante hace [el hombre primitivo] multitud de observaciones
sencillas, y las pocas de importancia, confundidas en la masa de las superfluas, pasan por
su cerebro sin dejar en él materiales para ideas dignas de ese nombre» (Spencer, op. cit.:
88).
<volver>

181 Ídem: 87-88.


<volver>

182 En este lugar falta una página completa en el manuscrito.


<volver>

183 «(…) no leen más que novelas de mal gusto, memorias de personajes de poca talla,
volúmenes de correspondencias que son un tejido de patrañas, a veces un libro de historia
donde no ven más que las batallas dadas por los hombres notables. Para espíritus de esta
jaez, incapaces de analizar y sistematizar, este pasto es el único aceptable; querer darles

619
Tratado de la Imbecilidad del País

una cosa más sustancial es lo mismo que pretender alimentar con carne a un toro»
(Spencer, op. cit.: 88).
<volver>

184 Popular zarzuela compuesta por Ricardo De la Vega, era una de las obras de re-
pertorio más populares del teatro en la Península y en América.
<volver>

185 Sainete de los autores españoles Carlos Arniches y Celso Lucio.


<volver>

186 El patio es un sainete, y Los galeotes una comedia, ambas éxitos populares en la época.
Fueron compuestas por los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero (Herrera los
cita equivocadamente como «Hermanos Quinteros») prolíficos autores del género.
<volver>

187 Referencia a La robe rouge (1900), drama de Eugène Brieux (1852-1932). La pieza
incluía una crítica a las injusticias sociales.
<volver>

188 Las citadas anteriormente, composiciones musicales ligeras, a menudo parte de zar-
zuelas y otros espectáculos populares.
<volver>

189 «Esa misma sala [el Solís] gozó [en 1901] de los gorjeos de la más grande cantante
de la época, la gran María Barrientos, en una temporada lírica de un mes de duración en
que se cantaron desde “La sonámbula” hasta “Lakmé” y “Los Hugonotes”» (Curotto, op.
cit.: 53).
<volver>

190 Spencer, op. cit.: 88.


<volver>

191 Ídem, 89.


<volver>

192 En 1874 el Uruguay «contaba con un solo viñedo, y recién en 1883 tuvo lugar la
primera vendimia en la granja de don Francisco Vidiella, ubicada en Colón, donde aquel
pionero tenía poco más de 120 000 pies de viñas, que con 3500 olivos cubrían unas 30
cuadras» (Reyes Abadie y Vázquez Romero, op. cit., t. 5: 372). Ver nota XXX.
<volver>

193 Duncan Stewart nació en Buenos Aires en 1833, hijo de un escocés y una uruguaya,
pero hizo su educación y su vida en Montevideo. Presidente del Senado (o sea, presidente
en ejercicio desde el 1 al 21 de marzo de 1894) al concluir el gobierno de Herrera y Obes,
y mientras se nombraba el nuevo presidente, fue también ministro y funcionario público.
Colaboró de modo eficiente con varios gobiernos (el de Lorenzo Batlle, el de Latorre,
cuando organizó las aduanas del país). El episodio que se cita ocurrió durante 1898.
Duncan Stewart murió en 1923, a los 90 años.
<volver>

194 Aversión a lo nuevo. El término fue acuñado por Lombroso (C. Lombroso y R.
Laschi, Le crime politique, t. I., p. 8 y ss.). Más adelante en el texto, Herrera menciona, al
pasar, también el origen del vocablo.
<volver>

195 Spencer, op. cit.: 75.


<volver>

620
Julio Herrera y Reissig

196 Ibídem.
<volver>

197 La situación que motiva la crítica de Herrera y Reissig es sintetizada por Zum Felde:
«Hacia el 1900 llegaron al país, juntamente con los libros de los teóricos del socialismo
anárquico, un grupo numeroso de ácratas, desterrados de la Argentina, donde el mo-
vimiento ya había adquirido desde poco antes, y en un ambiente obrero más propicio,
proporciones que alarmaron al Gobierno determinando medidas de represión. Había
argentinos entre ellos, pero eran en su mayoría españoles e italianos. El asunto aparecía
enteramente nuevo para el ambiente montevideano; y no creyendo acaso que tales ideo-
logías hallaran aquí mayores resonancias, dado el imperio del tradicionalismo político
en nuestro pueblo, las autoridades no obstaculizaron las actividades de los ácratas ex-
tranjeros. No transcurrió mucho sin que se hiciera sentir, empero, la influencia de su pro-
paganda revolucionaria, así en los círculos intelectuales como en el ambiente de las clases
obreras. El elemento obrero criollo fue poco permeable a esa acción ideológica, pues,
en efecto, tenía aún completo dominio sobre él el tradicionalismo partidario; blancos y
colorados en mayoría y adictos al culto de los manes caudillescos —la llamada “cuestión
social” les era ajena» (Alberto Zum Felde, Proceso intelectual del Uruguay, tomo II (Mon-
tevideo: Edición Subvencionada por la Comisión Nacional del Centenario, 1930): 51-52.
<volver>

198 Falta esta página en el manuscrito; se ha agregado a partir de lo publicado en el


«Epílogo wagneriano…» (PCP: 676 y ss.)
<volver>

199 Spencer, op. cit.: 82. Hay una inexactitud en la cita. La palabra con que termina
Spencer no es «automáticos», sino «correspondientes».
<volver>

200 Este párrafo insertado a partir de lo citado en el «Epílogo wagneriano…» (PCP: 678)
<volver>

201 El tranvía eléctrico sería aprobado y comenzaría a circular por Montevideo en 1906,
unos cinco años más tarde de que Herrera escribiese estas líneas.
<volver>

202 Los primeros automóviles circularon por Montevideo en el año 1905.


<volver>

203 El «profesor de filosofía» aludido es Carlos Vaz Ferreira, de acuerdo con una ano-
tación preparatoria.
<volver>

204 El problema del saneamiento urbano de Montevideo era de larga data para el
momento que Herrera escribe. La red cloacal fue «puesta en cuestión al producirse la
epidemia de fiebre amarilla; en rigor, las protestas ya se habían iniciado en 1856 —por
estimarse que las obras realizadas no se ajustaban a las exigencias técnico-sanitarias de
recibo en la época (…)» (Reyes Abadie y Vázquez Romero, op. cit., tomo 5: 69-70). Ante
un reclamo de la población para que la red fuese cegada, la Comisión de Salubridad de la
Junta Económico-Administrativa resolvió mantenerla en funcionamiento, y recomendó
que se la refaccionase, cosa que no se hizo. En 1868 y ante una nueva epidemia, el
problema volvió a plantearse con fuerza, y esa vez la autoridad departamental determinó
que las instalaciones «debían hacerse de nuevo». Más de treinta años más tarde, para la
época en que Herrera escribe, nada de ello se había hecho aún.
<volver>

205 Spencer, op. cit.: 84.


<volver>

621
Tratado de la Imbecilidad del País

206 Ibídem. Énfasis agregado por Herrera y Reissig.


<volver>

207 Ídem, 96.


<volver>

208 Todos los nombrados, poetas y dramaturgos que desarrollaron a lo largo del siglo
XIX lo que vendría a conocerse como género gauchesco —de origen normalmente urbano,
pese a su denominación— tanto en Buenos Aires como en Montevideo.
<volver>

209 En la línea de este argumento desarrolla Borges parte de su propia crítica de la lite-
ratura gauchesca años más tarde. Ver por ejemplo su ensayo "El escritor argentino y la
tradición", publicado en primera versión en "Discusión" (1932)
<volver>

210 Spencer, op. cit.: 84-85.


<volver>

211 Ídem, 85.


<volver>

212 Ibídem.
<volver>

213 Todos los nombrados, caudillos con actuación militar importante en el Río de la Plata
durante el siglo XIX.
<volver>

214 Citado en Spencer, op. cit.: 86.


<volver>

215 Ibídem.
<volver>

216 Ibídem.
<volver>

217 Ídem, 88.


<volver>

218 Citado en Spencer, op. cit.: 89.


<volver>

219 Ibídem.
<volver>

220 Ibídem.
<volver>

221 Ibídem.
<volver>

222 Ídem: 85.


<volver>

223 Ídem: 93-94.


<volver>

224 Ídem: 114.


<volver>

225 El general Timoteo Aparicio comandó las tropas revolucionarias «blancas» en la


acción de Perseverano, el 7 de octubre de 1875, cerca de Mercedes, Uruguay.

622
Julio Herrera y Reissig

<volver>

226 Spencer, op. cit.: 61.


<volver>

227 Ibídem.
<volver>

228 Ibídem.
<volver>

229 En esta última sección se incluyen las anotaciones preparatorias dejadas por Herrera
y Reissig cuyo contenido no está refundido de modo casi literal en el propio Tratado… Así
mismo, se incluye un diálogo que pudo servir de introducción a una obra en común entre
Herrera y Reissig y Roberto de las Carreras de esta misma época, según se explica en nota
al comienzo del texto. Finalmente, se agregan dos diatribas de puño y letra de Herrera y
Reissig, contra rivales literarios del momento. Una contra Guzmán Papini y Zas, la otra
contra Víctor Pérez Petit, que dan ejemplo del «camafeísmo del insulto» que Herrera y
Reissig y de las Carreras se vanagloriaban de haber acuñado y pulido en los primeros años
del siglo XX en Montevideo.
<volver>

230 Entre los manuscritos vinculados con el Tratado de la imbecilidad del país, por el sistema de
Herbert Spencer se encuentran una serie de textos de carácter fragmentario, que se incluyen
en este apéndice. En algunos casos, que ordeno aquí bajo el subtítulo de «Datos» que el
mismo Herrera les dio, parecen corresponder a breves anotaciones hechas con el destino
de ser desarrolladas luego en la obra. En otros casos, que carecen de otra determinación o
aclaración en el manuscrito, se trata de fragmentos, quizá pertenecientes a alguna unidad
mayor, cuya ubicación no resulta clara. Los incluyo porque agregan información sobre la
obra mayor, y tienen interés pese a su carácter aislado e incompleto.
<volver>

231 Se trata de una serie de anotaciones breves de diversa temática.


<volver>

232 Este título de «Cultura» aparece en varias partes en las anotaciones, aunque los frag-
mentos bajo ese rótulo en su mayoría no aparecen luego desarrollados en el texto del
Tratado de la imbecilidad… En especial, en el folio 249-20 figura en una anotación que
dice: «Títulos», y debajo «El Pudor», luego «La Cachondez», y finalmente, «Cultura».
Es probable, pues, que Herrera pensase desarrollar un capítulo sobre este tema que fi-
nalmente no desarrolló.
<volver>

233 Véase la referencia, en otra parte del texto, al «abogado suicida» también. Palomeque
es el nombre referido.
<volver>

234 Herrera se refiere a la obra de Eugène Brieux (1852-1932) La Robe rouge (1900). La
pieza incluía una crítica a las injusticias legales.
<volver>

235 Refiere al crítico uruguayo Samuel Blixen


<volver>

236 Come le foglie (estrenada en 1900) es una de las más importantes obras del dramaturgo
italiano Giuseppe Giacosa (1847-1906). Es interesante la actualidad de la vida teatral
montevideana en el cambio de siglo. Herrera, en 1900 o 1901, podía ya referirse a un
comentario de una obra recién estrenada por su autor en Italia. Giacosa colaboró en el

623
Tratado de la Imbecilidad del País

libreto de tres óperas de Puccini (La Bohème, Tosca, Madame Butterfly); también escribió la
comedia Una partita a sacchi (1873) y el drama I diritti del anima (1894).
<volver>

237 Herrera se refiere con seguridad a la obra de Edmond Rostand Cyrano de Bergerac, es-
trenada en París en 1897 con la actuación del entonces famoso Constant Coquelin.
<volver>

238 Refiere al jurista uruguayo Luis P. Piera


<volver>

239 Este texto se refiere a dos partes de un mismo trabajo, escritos uno por Herrera y
Reissig y el otro por Roberto de las Carreras. Como se ha discutido en la introducción, si
tenemos certeza y prueba de que Herrera y Reissig escribió su parte, esa «introducción»,
que acumula seiscientos folios y que es el Tratado… que en este volumen se publica, no
tenemos constancia de que la obra de De las Carreras se haya escrito. Ángel Rama, en uno
de los textos más interesantes que se hayan escrito sobre este período, dice: «[De las Ca-
rreras] encara con [Herrera y Reissig] la realización de algunos de los libros escandalosos
que diariamente dictaba a sus secretarios en el Moka, interrumpiéndose de pronto para
tararear una melodía vaga que explicaba: «invoco la palabra», «silencio, busco el vocablo».
Entre estos libros estaba la Antología de la aldea, crítica de escritores, El sátiro, que al parecer
narraba con fruición la vida privada de muchos uruguayos, dícese que incluso la de Batlle
y Ordóñez, y Fuego sobre el Ateneo, ambicioso volumen referido al «amor libre» y del que
llegó a adelantar un escrito ocasional, Don Amaro y el divorcio, publicado con motivo del
escándalo que De las Carreras y otros anarquistas promovieron en el santuario ateneísta,
echando de la tribuna al Dr. Amaro Carve, que dictaba una conferencia contra el proyecto
de ley de divorcio y reemplazándola con un alegato por el “amor libre”» (Rama, prólogo
a Roberto de las Carreras: Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas [Montevideo: Arca, 1967]:
26-27). De todas estas obras proyectadas, se conoce hasta el momento poco y nada, lo cual
no significa que no hayan sido realizadas en alguna medida. A la lista de Rama hay que
agregar la Literatura colonial que menciona al pasar Herrera y Reissig en su Tratado de la
imbecilidad… Del texto de estos «Prolegómenos…», junto a la carta de Quiroga a Ferrando
antes citada, se podría inferir, como lo han hecho tanto el propio Rama como Roberto
Ibáñez, que Herrera escribió su parte del trabajo, y que esto, que en principio iba a ser
una «Introducción» al libro de crítica de Roberto de las Carreras, asumió unas dimen-
siones y una independencia que lo convirtieron en otra obra por derecho propio.
Tuve la tentación de incluir los «Prolegómenos…» a la entrada de esta edición del
Tratado de la imbecilidad… He optado finalmente por darlo al final, como un material
complementario, pues la firma conjunta de ambos escritores, y las referencias que en él
se hacen, puede llevar a innecesarias confusiones respecto de la autoría del Tratado…
No obstante ello, la obra de Herrera y Reissig mencionada por ambos amigos en estos
«Prolegómenos…» coincide con algunos de los apartados, al menos, del Tratado…, espe-
cialmente el titulado «Parentesco del hombre con el suelo», en donde se desarrolla la tesis
de la «infancia geológica» del territorio oriental.
<volver>

240 La tercera página de las cuatro que componen estos «Prolegómenos…» está perdida.
<volver>

241 En el original el nombre del filósofo positivista está escrito erróneamente «Compte».
<volver>

242 En el manuscrito el nombre aparece escrito como «Marz». Es interesante este error
en la transcripción del nombre de Karl Marx (al igual que el recién señalado en el caso de

624
Julio Herrera y Reissig

Comte). Podría confirmar cuán poco familiarizados con textos de tales autores estaban
De las Carreras y Herrera a comienzos del siglo XX.
<volver>

243 Esta diatriba contra Víctor Pérez Petit se conservaba también inédita entre los manus-
critos herrerianos. Por su estilo y factura tiene que haber sido escrita entre los años 1901 y
1902, aunque no está fechada ni referida de otro modo, por lo que su datación es incierta.
Es, seguramente, anterior a 1906, cuando Herrera y Reissig publica, en El Diario Español
de Buenos Aires, un muy encendido elogio de la obra Gil, del mismo Pérez Petit a quien
aquí deroga in totum («Gil, de Víctor Pérez Petit», en El Diario Español, de Buenos Aires, 2
de diciembre de 1906).
Parte del espíritu con el que Herrera y Reissig encaraba estos ejercicios punitivos —como
forma de denuncia de cierta hipocresía ambiente— puede quizá inducirse de este pasaje,
extraído de su Tratado de la imbecilidad…:
«Contrasta con el lenguaje bajo que usan los uruguayos por calles y plazas, con sus agre-
siones a mano a la virginidad de las mujeres, y con la calumnia de que las hacen objeto en
sus conversaciones, la olímpica indignación que muestran por un término violento en
una polémica, por un giro pornográfico».
Pérez Petit fue un importante hombre de letras de Montevideo en el cambio de siglo XIX
a XX. Crítico, dramaturgo, ensayista, tiene una amplia lista de publicaciones. Muy vin-
culado a José Enrique Rodó por amistad y afinidades intelectuales, fue uno de los inte-
grantes del grupo fundador de La Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales. La re-
lación con Herrera y Reissig era correcta en lo externo, y es más que improbable que
Pérez Petit se haya enterado alguna vez de la existencia y contenido de este texto, que
parece haber sido escrito motivado por una cuestión circunstancial, y que desde luego
permaneció guardado y ajeno a su destinatario.
Un enojoso incidente posterior involucró a ambos literatos en 1908, cuando Herrera y
Reissig envió a un concurso literario los originales de su obra dramática Alma desnuda
(también conocida como La sombra), concurso en el que Víctor Pérez Petit era presidente
del Jurado. Entre las complejidades de un fallo dilatado (especialmente, según testi-
monios del presidente del Jurado, Pérez Petit, por el descuido de uno de sus colegas en ese
jurado, José Enrique Rodó), el manuscrito herreriano «se perdió», con lo cual no pudo
acceder al premio, pese a haber estado entre las obras seleccionadas en primera instacia.
También de 1908 es una polémica entre Pablo de Grecia (César Miranda, inseparable
amigo de Herrera y Reissig, quizá inspirado por éste en la ocasión) y Petit, en la que llegó
a intervenir también Lugones, y en la que Pérez Petit se vio acusado por De Grecia de
haber plagiado al argentino en su reciente libro de poemas Joyeles bárbaros. También pre-
sumiblemente contra Víctor Pérez Petit, eco de la anterior polémica, fue emitido uno
de los decretos (publicado en 1909) que Herrera y Reissig fulminaba desde su ya virtual
altillo, el que dice:
«Abomino la promiscuidad de catálogo. Solo y conmigo mismo! Proclamo la inmunidad
literaria de mi persona. Ego sum imperator. Me incomoda que ciertos peluqueros de la
crítica me hagan la barba… Dejad en paz a los dioses! Yo Julio - Torre de los Panoramas».
Al día siguiente de morir Herrera, Pérez Petit cerrará su necrológica de la primera página
de El Tiempo de Montevideo diciendo: «Así ha cruzado Julio Herrera y Reissig. Dentro de
algunos años, cuando releamos su obra, nos extrañaremos que aquel muchacho grande,
desequilibrado y enfermizo, tuviera tanto genio. Entonces, acaso, experimentaremos un
remordimiento y una vergüenza».
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244 El texto que aquí se transcribe y da a conocer fue, probablemente, una contribución
desinteresada de Herrera y Reissig —y de Roberto de las Carreras— a la agria polémica
pública entre Federico Ferrando y Guzmán Papini y Zas, que culminó cuando, en
un episodio casual, Horacio Quiroga mata de un tiro a su íntimo amigo Ferrando, el 5

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Tratado de la Imbecilidad del País

de marzo de 1902. Tal polémica es bien conocida en medios literarios en el Uruguay.


Comenzó cuando Papini publicó una silueta de Ferrando (o, mejor dicho, cuando Fe-
rrando se atribuyó una silueta literaria publicada sin referente explícito por Papini), en
La Tribuna Popular, el 26 de febrero de 1902. La silueta, titulada «El hombre del caño»,
hacía sobre todo caudal de la presunta falta de higiene del literato al que se aludía. Al día
siguiente, Ferrando se pone el sayo en El Tiempo, en donde publica una breve nota, en
la cual explica que la causa de haber sido atacado por Papini es que él había publicado
antes algunas críticas a un libro de versos de aquél. En un tono circunspecto y elegante
le informa a Papini que, cuando él quiera, está dispuesto a dirimir el asunto en el campo
del honor. Papini sube la apuesta y aprovecha esa respuesta para, el 1.o de marzo, titular
su siguiente artículo, con sorna, «¡Apareció el del Caño!». En él adopta primero un tono
de chanza, insistiendo con la acusación de falta de higiene de Ferrando, a quien identifica
como «crítico» —dando quizá pie así a la inferencia de causas que había hecho éste en su
nota del día 27—. No obstante, ese estilo en apariencia liviano se vuelve sombrío al final,
cuando Papini cambia abruptamente a la amenaza, y escribe:
«Para calmar las excitaciones nerviosas de esos enfermos, las píldoras de plomo del Dr.
Smith Wesson son las recomendadas por la experiencia. Esas píldoras se compran o se
encuentran, si se buscan».
Esa amenaza se volverá en trágica premonición cuando los acontecimientos se precipiten
en los días subsiguientes. Ferrando, aparentemente motivado por la amenaza de Papini y
por la perspectiva de un duelo u otro incidente armado que veía ahora cercano, manda
comprar un arma de fuego, una pistola Laufaucheaux, y cuando Horacio Quiroga vuelve
de un viaje el día 5 de marzo y lo visita para ponerse al tanto de estas últimas novedades,
sucede, a las 6:45 de la tarde, lo que la misma Tribuna Popular narra en su edición del 6:
«Mientras Quiroga se ocupaba de inspeccionar el arma y cargarla a la vez, los hermanos Fe-
rrando que se hallaban sentados en la cama, observaban la operación. Quiroga se hallaba
frente a Ferrando y después de cargar el arma al cerrar los dos caños para asegurarla se le
escapó un tiro, hiriendo de tanta gravedad al joven Federico Ferrando que dejó de existir
casi instantáneamente. El proyectil le penetró por la boca y quedó incrustado en el hueso
occipital».
La clave para apreciar la intervención de Herrera y Reissig y De las Carreras en el episodio
está en la segunda contestación de Ferrando a Papini. Esa contestación, que salió en el pe-
riódico El Trabajo el 4 de marzo, contiene una serie de párrafos y referencias que revelan
tal participación, y que muestran que Ferrando empleó el texto que aquí se transcribe, de
Herrera y Reissig, como fuente para esa última, y por cierto violenta, respuesta.
Comienza Ferrando diciendo nuevamente que Papini es un cobarde y que ha rechazado
el enfrentamiento a duelo que él dice haberle propuesto. Luego revela la presencia de
terceros que le arriman datos sobre su oponente: «Por otra parte, los informes que me
llueven a propósito de la larga vida de este desventurado, se acuerdan magníficamente
con este hecho culminante de su existencia miserable (…)». Pasa Ferrando entonces a
recordar episodios de cobardía, que habrían tenido como protagonista a Papini, en el
transcurso de «la revolución que concluyó en Piedras de Espinosa». Aquí está ya bebiendo
directamente del manuscrito herreriano, que dice:
«En la última campaña revolucionaria de Piedras de Espinosa, el Tirteo Guzmán Papini
tuvo una figuración brillante, debajo de las carretas, donde se le halló sin conocimiento,
trémulo de espanto, clamando por la familia».
El segundo momento en que Ferrando parece refundir la colaboración oculta de sus co-
rresponsales Herrera y De las Carreras es en el siguiente párrafo. Publica Ferrando:
«En este país, leer cualquier cosa que otros no lean pasa por ser obra de talento. Guzmán
leyó y plagió. Primero a Lugones, y estos plagios pueden verse en las composiciones que
publicó en “La Revista Nacional”; después a Díaz Mirón, a Gutiérrez Nájera y a Flores,
luego a Balart, más tarde a Andrade, Zorrilla, Bécquer, Vicente Medina, Herrera y Hobbes,

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Julio Herrera y Reissig

Rueda, etc., etc., y ahora plagia a Darío y vuelve a Rueda, lo cual es la agonía postrera, y
roba sus consonantes a los sonetos de Los Arrecifes de Coral».
Herrera había escrito:
«plagiario evidente de Olegario Andrade, Díaz Mirón, Manuel Flores, Leopoldo Lugones,
Gutiérrez Nájera, Vicente Medina, Herrera y Hobbes, Federico Balart, Quiroga, Zorrilla
de San Martín, Bécquer, Ruben Darío, Almafuerte, Eliseo Ricardo Gómez y cuanto poeta
existe en América».
El concepto es el mismo, sólo el orden de los nombres se ha alterado. Otras referencias
comunes difícilmente sean obra de la casualidad, como la mención al «colmillito» de
Papini que hace Ferrando, que sigue la hecha al «colmillo elefantino cascado por la ble-
norragia» por parte de Herrera, o las referencias al mayor Isasmendi y el rol de ayudante
de Papini en sus aventuras amorosas, que están en ambos textos; el párrafo en que critica
la variabilidad política de Papini, la idea de que éste se ofreció como «camarero» al Club
Vida Nueva, etc.
Las semejanzas entre el texto de Herrera y el de Ferrando son notorias y evidentes, y
prueban la participación del primero en el texto del segundo.
***
Hemos encontrado un indicio claro de la participación de De las Carreras en este
episodio. Se trata de un texto que se encuentra en el verso de uno de los folios en los que,
en el recto, Herrera escribía su capítulo sobre «Etnología - Medio Sociológico» del antes
mencionado Tratado… En esa hoja, con la caligrafía inconfundible de De las Carreras,
hay escrito un párrafo, precedido por un número 2/, lo que indica que se ha perdido la
página anterior de este texto. Ese párrafo es el siguiente:
«El ignominioso poetastro Guzmán Papini y ¡Zás! (ex-repartidor de mercado…) modelo
de asco… Versificador de una dulzonería repulsiva, ídolo de la plebe, adulador nacional,
príncipe del ripio, estólido, chato, palafrenero, [lamido] detritus social, plagiario im-
pávido y reconocido de Balart, Díaz Mirón, Olegario Andrade, Vicente Medina (español),
Gutiérrez Nájera y cuanto poeta hay en Sudamérica. Cobarde, mandria, deshonra de su
sexo, insulto a la civilización, lacra de hombre, hijastro de la Naturaleza, Triboulet, ham-
briento camaleón político, plebeyo, molusco repulsivo cuya catadura viscosa revela un
abolengo de carnicería.
»Juan Francisco Piquet, un viveur, un bellaco, un rufián que ha hecho la […] de los
turisferarios».
A primera vista, el fragmento es muy similar a una serie de pasajes en el texto completo
que tenemos de Herrera y Reissig, lo cual ya representa un problema. A esto se agrega otra
complicación en la última línea, pues en ella el texto parece continuarse con una nueva
sarta de insultos, dirigida ésta a Juan Francisco Piquet. ¿Qué significaría tal «continuado»
de insultos literarios? ¿Escribió primero uno de ellos —Herrera o De las Carreras— un
«modelo» de diatriba, aplicado en serie a diferentes personajes, que luego el otro
desarrolló? ¿Se trata de un trabajo en común, que el manuscrito herreriano resume?
¿Había en el texto contra Papini escrito por De las Carreras una mención a Piquet?…
En cualquier caso, la tantas veces mentada colaboración entre Herrera y Reissig y De
las Carreras tiene, en estos fragmentos, una prueba difícil de rebatir. Estos manuscritos
demuestran que la colaboración llegó a niveles estrechos, con textos de puño y letra de
ambos en una misma hoja de papel, y con temas abordados por ambos con un estilo más
que similar.
Roberto Bula Píriz, por su parte, ha afirmado que Herrera había escrito este manuscrito
de «El Payador…» contra Papini en 1908, cuando Herrera «se disgustara» con éste.
De ninguna manera puede, este manuscrito sobre el que hoy escribimos, ser de 1908.
Aparte de las coincidencias mostradas con el texto de Ferrando de 1902 y de la mención
al levantamiento de Zenón de Tezanos en 1899 como «la última revolución» —lo que
circunscribe temporalmente el texto como anterior a 1904—, hay que agregar que, para

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Tratado de la Imbecilidad del País

1908, el estilo herreriano estaba, en público y en privado, alejado de aquel arte del insulto
que cultivó con cuidado de orfebre en los primeros dos o tres años del siglo.
Estas cuestiones están más ampliamente desarrolladas en mi artículo «Camafeísmo del
insulto en el ‘900 montevideano. Herrera y Reissig y de las Carreras intervienen en la po-
lémica Ferrando-Papini», en Maldoror, n.o 24, nueva época. (Montevideo, mayo de 2006):
36-43.
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