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Sobre la legitimidad y dominación del Estado: Entre las relaciones de poder, el poder simbólico y la

lucha de clases.

La preeminencia del poder se entiende bajo los términos de la dominación y su respectiva legitimidad.
No obstante, la instalación de un poder político, dominante, no puede independizarse de su escenario
material e histórico, por un lado, y por el otro, no puede pretender imponerse bajo una lógica de
consenso universal, donde preexista un acuerdo totalizante, unificado y según la deseada voluntad. La
constitución del poder dominante conlleva a la necesidad de cuestionar los procesos que lo legitiman y,
en consecuencia, lo hacen viable y emergente. El poder no debe presuponerse bajo la condición de
tenencia o posesión del mismo. Por el contrario, el poder se expresa en la lucha por el mismo, en otros
términos, en las relaciones de fuerza.

De esta manera, partiendo del problema que envuelve la cuestión del poder en términos de legitimidad y
dominación, es imprescindible situar el inicio de la discusión en el análisis weberiano sobre la obediencia
y la dominación legal que expresan un carácter de neutralidad en la constitución y ejercicio en sí mismo
del poder. De ahí, la crítica al enfoque weberiano se va a componer a partir de tres ejes: primero la
perspectiva de Bourdieu sobre la dinámica del campo jurídico y el poder simbólico; y en segundo lugar, y
de manera complementaria al concepto de poder simbólico, se encuentra la crítica de Marx hacia la
dimensión atemporal del poder constituyente y apolítica de la esfera del trabajo y en sí misma de la
clase. Finalmente, con una tendencia hacia el extremo del argumento de Bourdieu y Marx, se presenta la
crítica de Bakunin hacia el Estado Moderno y su poder, donde simplemente se rechaza la idea de
imposición de la autoridad que provenga de cualquier origen, cuestión que entra en enfrentamientos
con lo que en principio consideraba Marx sobre la instrumentalización del Estado en la fase de la
dictadura del proletariado. En este sentido, desde Bakunin se formula una tercera discusión en torno al
tema planteado, que formula la autonomía de los, por así decirlo, contrapoderes políticos de la sociedad
que se encuentran fuera de la pretensión monopolizadora del Estado pero siguen manteniendo cierta
cercanía, en tanto su lucha, con él.

Para comenzar, existe una tradición teórica, que podría plantearse como continuación a lo trazado por
Hobbes, que mantiene y desarrolla Max Weber. Dicha tradición referida a la pretensión de universalidad
es retomada por Weber en cuanto sus definiciones de dominación y legitimación. Con respecto a la
primera el autor sostiene de manera general lo siguiente:

“La dominación, o sea la probabilidad de hallar obediencia a un mandato determinado, puede fundarse en
diversos motivos: puede depender directamente de una constelación de intereses, o sea de consideraciones
utilitarias de ventajas e inconvenientes por parte del que obedece; o puede depender también de la mera
costumbre, de la ciega habituación a un comportamiento inveterado, o puede fundarse, en el puro afecto” 1

Aunque Weber postula diferentes momentos, que tienen su correlato histórico, para definir cada tipo de
dominación (legal-racional, tradicional y carismática), resaltando que la burocracia como dominación
legal-racional solo aparece en un contexto de emergencia y profundización del capitalismo y del aparato
central del Estado, el argumento weberiano deja a un lado cómo se produce efectivamente la
constitución del poder y qué implicaciones tiene el hallar obediencia en un específico mandato y no en
otro.2 Si bien a partir de la dominación legal se constituye un poder que expresa el seguimiento rígido
por lo que la norma describa y obligue, en tanto la norma es racional, y un esquema organizativo legal-
racional es lo más eficiente, ¿Cuál es el proceso para indicar que determinada norma es la racional y la

1
WEBER, Max (2002). “Economía y Sociedad”. México: Fondo de Cultura Económica p. 706
2
Aunque el autor resalta que la dominación mantiene cierto aire de esconder principios o verdades: La dominación
secreta
más eficiente?, ¿Quiénes intervienen en la expedición de la norma? ¿Bajo qué contexto se decide qué
norma determinar? En otras palabras, la pregunta sobre la legitimidad del orden legal o jurídico para
Weber no se presenta de forma tan clara, en tanto el autor no visualiza más allá del consenso: “el pacto
de los interesados para asumir que debe ser ley y definir una autoridad o líder que mantenga el
ordenamiento legal.”3

A pesar del esfuerzo por otorgar la legitimidad no sólo en la racionalidad de la norma sino, a partir de un
proceso que conlleve a los consensos, más allá de esta percepción en Weber se omite la discusión sobre
cómo llevar a cabo esos consensos y, por supuesto, qué significado tiene el producto de dichos
consensos en términos de relaciones de fuerza y poder. Tras la sola obediencia de la ley otorgada por el
consenso se deja a un lado el debate sobre la constitución de él mismo.

Ver más allá de Weber involucra plantear la problemática del conflicto en la toma de la legitimidad del
orden legal y su consecuente dominación. Sobre su recuento de Bourdieu, Morales retoma cinco
categorías del texto “Elementos para una sociología del campo jurídico”, imprescindibles para el análisis
de la legitimidad del poder que se quiere abordar. La primera categoría que desarrolla Morales es
campo, la cual es caracterizada por ser “un espacio limitado, de lucha, definido mediante regularidades
de conducta y reglas aceptadas (que) presentan momentos de crisis coyunturales, donde las reglas que
hasta ese momento venían regulando el juego se cuestionan (y donde) la distribución de fuerzas es
desigual.”4 Para el tema de la legitimidad del orden jurídico, Bourdieu sostiene la caracterización del
campo jurídico bajo los anteriores elementos denotados. De ahí que el campo jurídico sea “una parte del
espacio social en la que los distintos agentes pelean por el monopolio para decir qué es el derecho […]
para determinar cuál es la autoridad que permite, en última instancia, decir qué es derecho.” 5 Para
concluir, el campo jurídico sumergido en el espacio social no puede identificarse bajo una lógica no
relacional, en tanto el espacio social es puramente relacional. En segundo lugar la categoría de hábito
refleja la relación y cierta clase de determinismo que el agente tiene con la estructura socioeconómica,
cultural y política predominante. Siguiendo esta línea, los hábitos jurídicos corresponderían:

“A las categorías de percepción y de apreciación que estructuran la forma de percibir y apreciar los
conflictos ordinarios y que orientan el trabajo destinado a transformarlos en confrontaciones jurídicas.
Nuestras categorías están en la base de nuestro poder: son el instrumento mediante el cual conseguimos el
efecto de apropiación del que habla Bourdieu.” 6

La categoría de capital puede referirse en Bourdieu a las posibilidades del agente de influir en los hábitos
de un campo, sobre todo en los del campo jurídico. Por lo anterior, Bourdieu reconoce varias formas de
capital, enfatizando en la forma capital simbólico: “el capital simbólico se crea cuando una forma de
capital se reconoce mediante categorías de percepción que reconocen su lógica específica, si se prefiere,
como el desconocimiento de su arbitrariedad en su posesión o acumulación.” 7 Este capital simbólico lo es
más entendible cuando Bourdieu plantea la cuestión sobre el poder simbólico que más adelante se
discutirá. No obstante es importante sobresaltar el énfasis que rescata Bourdieu en el simbolismo y en el
reconocimiento a partir del desconocimiento, elementos que llevan a la legitimidad de una determinada
percepción dentro de cualquier campo. Por último, el formalismo jurídico es la construcción del

3
SERRANO GÓMEX, Enrique. (1994). “Legitimación y Racionalización”. Anthropos, Barcelona, p. 110
4
MORALES de SETIÉN RAVINA, Carlos (2000). “Pierre Bourdie: la realidad no visible de la realidad formal”. En:
BOURDIEU, Pierre; TEUBNER, Gunther. “La fuerza del derecho”. Bogotá. Uniandes. Siglo del Hombre. P. 62
5
Ibíd. P. 64
6
Ibíd. P. 69
7
BOURDIEU, Pierre. “Elementos para una sociología del campo jurídico”. En: Morales, op. Cit. P. 71
monopolio del derecho.8 Mediante la anterior figura es posible hablar de valores dominantes y dominios
culturales. Así el proceso de imposición de determinadas percepciones por medio del capital simbólico
que se ha invertido y ha permitido sus construcciones, no puede quedarse en el simple hecho de
generación de un hábito. El formalismo lleva a la codificación lo cual plantea que:

“El hábito por su propia naturaleza, se encuentra ligado parcialmente con lo vago y con el devenir. Que el
hábito sea parcialmente indeterminado, móvil, dificulta la estabilización de la estructura del campo el
monopolio del capital jurídico oculto en gran medida bajo la forma de capital simbólico. La codificación, la
fijación de rituales, permite alejar las situaciones potencialmente peligrosas para el campo jurídico,
fijándolas y haciéndolas aparecer como necesarias […] Mediante la formalización, los rituales adquieren el
valor de procedimientos legítimos, exponiendo a los afectados las normas que garantizan la solución no
arbitraria de los conflictos sociales. El derecho aparece para Bourdieu como la forma de la violencia
simbólica por excelencia: el derecho da forma a prácticas que a partir de ese momento se reconocen como
convenientes, legítimas y necesarias.”9

La imposición de sentidos y percepciones en torno al derecho se convierte en una forma de violencia


simbólica que pasó por un proceso de reconocimiento tanto por desconocimiento como por adaptar
dicha percepción como necesaria. El punto de inflexión con la perspectiva weberiana del poder y su
respectiva legitimación se encuentra precisamente en dos hechos: primero que la legitimación pasa por
un proceso que más allá del consenso indica la lucha entre agentes por medios de sus capitales, un
conflicto que termina por la dominación de unas categorías sobre otras a partir del capital simbólico y su
respectiva codificación; segundo, la dominación no es simplemente el evento de obedecer una norma, el
principio de dicho acto antecede la acción de obediencia, para Bourdieu el efecto más importante es la
invisibilidad y omnipresencia de la dominación, en otras palabras, hay un momento en el que no se sabe
que se está dominado y ahí es cuando adquiere cierta percepción el monopolio del derecho, he ahí los
efectos del poder simbólico.

Para profundizar detenidamente en lo que manifiesta este efecto de desconocimiento y en sí mismo del
capital simbólico, es importante introducir debidamente el concepto de poder simbólico desde Bourdieu.
Para una primera aproximación sería adecuado tomar la introducción de Bourdieu con respecto al tema:

“No obstante, en un estado del campo en que el poder es omnipresente, así como en otros tiempos en que
se rehusaba reconocerlo ahí donde salta a la vista, no resulta superfluo recordar que, sin hacer de él,
mediante otra forma de disolverlo, una especie de “círculo cuyo centro está en todas partes y en ninguna”,
debemos saber descubrirlo allí donde menos se deja ver, allí donde es más perfectamente desconocido y
por tanto reconocido: el poder simbólico es en efecto este poder invisible que sólo puede ejercerse con la
complicidad de quienes no quieren saber que lo sufren o que incluso lo ejercen.” 10

La caracterización del poder simbólico se constituye en el desconocimiento de lo arbitrario, he ahí su


carácter simbólico. Bourdieu retoma cierto aire marxista exponiendo el carácter de lucha de clase que
tiene la constitución del mundo por medio del poder simbólico, en este sentido se afirma la existencia de
una clase dominante que impone principios por los cuales domina a otra clase y donde se trata de
reproducir las condiciones sociales y económicas que permitan su perpetuación. Esta situación conlleva a
“que las diferentes clases y fracciones de clase están implicadas en una lucha propiamente simbólica por
imponer la definición del mundo social más conforme a sus intereses, el campo de las tomas de posición

8
Morales, Op. Cit. P. 72
9
Ibíd. P. 74-75
10
BOURDIEU, Pierre (2000). “Sobre el poder simbólico”. En: BOURDIEU, Pierre. “Poder, derecho y clases sociales”.
Bilbvo. Desclée de Brouwer. P. 88
ideológicas que reproduce bajo una forma transfigurada el campo de las posiciones sociales” 11 En
consecuencia, la posición ideológica o la ideología en sí misma de determinada clase es: en primer lugar,
una estructura estructurada, en la medida en que es determinada por intereses de clase y por intereses
propios de quienes la producen 12; y en segundo lugar la ideología es una estructura estructurante en
tanto permite darle sentido a esa visión de mundo que las respectivas clases defiende 13. La manera
como finalmente se impone una clase sobre otra y se convierte en el fundamento del poder dominante y
su respectiva legitimación, es el efecto de disimulación del poder simbólico. En otras palabras, las ideas
de la clase dominante se aceptan y legitiman su poder porque ocultan esa división entre clases a partir
de percepciones universales. Luego el poder simbólico es parte del proceso de alienación que retoma
Bourdieu de Marx. No obstante, al igual que el campo jurídico, el campo de producción del poder
simbólico también podría denotarse como uno conflictivo, donde este efecto de disimulación puede
perderse en cualquier ocasión. Este último argumento puede extenderse un poco hacia la legitimidad
del poder político y del Estado que planteaba Marx como producto de la supremacía de principios de la
clase dominante.

Teniendo en cuenta lo último y anteriormente enunciado, es preciso profundizar en la tesis sobre la


legitimación del poder y en particular el poder moderno heredado de los análisis tanto hobbesianos
como hegelianos, y aún más, sobre esa lucha incesante entre las clases que anteriormente se sostenía en
Bourdieu. Marx enuncia dos problemáticas de la constitución del poder en el Estado Moderno: 1.) Bajo la
existencia de la esfera pública y privada, hay sectores de la sociedad civil (la esfera privada) que han
quedado por fuera del ámbito político, es decir, los inconvenientes de la esfera privada no deben ser
demandados desde dimensiones políticas; 2.) Partiendo desde esa escisión, el poder del Estado moderno
se legitima a partir de una falsa conciencia: “el poder moderno, que se supone legítimo por estar
construido sobre la igualdad que excluye el dominio del hombre sobre el hombre, por eso mismo estará
privado de cualquier tipo de legitimidad desde el momento en que sea revelado como función factor de
una desigualdad que le permite dominar al hombre.” 14El último punto indica simplemente lo que se
planteó en la categoría de campo en Bourdieu: como el campo es un espacio de disputa que se
construye a partir de la edificación de cierto capital simbólico, siempre está latente su cambio, es decir,
que cambien los principios, creencias y valores que fueron codificados e instalaron cierta concepción del
mundo. Siguiendo el anterior argumento, se podría considerar que Marx veía ese cambio de valores en la
sociedad capitalista del siglo XIX. El autor observaba que la política trascendía la esfera del Estado y por
lo tanto no hay una especie de consenso neutro a la manera weberiana, existen son relaciones de fuerza
que se mantienen en permanente lucha, en la lucha de clases; implicando, de manera específica para
Marx, que la igualdad que mantiene el Estado es sólo una fachada para excluir de la política algunos
problemas de la sociedad y sobre todo para mantener la dominación del hombre sobre hombre.

Evidentemente el plano de la dominación se da en un espacio y tiempo en Marx, por tanto, el poder


tiene una materialidad concreta: el capitalismo. El mero ordenamiento jurídico que impone el Estado
contribuyendo a la dominación de una clase sobre otra, no es suficiente para sostener una relación del
poder y la dominación. Claramente, como sostiene Merlo, existe un tránsito argumentativo de Marx
hacia la consolidación de su obra el Capital, donde se sostiene que el ocultamiento de dicha relación de
dominación, bajo la forma de libertad e igualdad jurídica del Estado, es necesario para la multiplicación
11
Ibíd. P. 94
12
Ibíd. P. 96
13
Se podría comparar, con cierto matiz, esta visión de ideología con lo que postulaba Althusser con respecto a ella.
En: ALTHUSSER, Louis (2005), Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado, En Slavoj Zizek,
Ideología: un mapa de la cuestión, México, FCE.
14
RAMETTA, Gaetano; MERLO, Mauricio (2005) “Poder y critica de la economía política en Marx”. En: DUSO,
GIUSEPPE. “El poder. Para una historia de la filosofía política moderna”. México, Siglo XXI, p. 295
del modo de producción capitalista. De manera que puede existir una doble dominación determinada
por el disimulo de las verdaderas relaciones sociales producto de esa escisión entre sociedad civil y
Estado: para empezar existe una dominación bajo la figura del Estado en tanto su poder se legitima a
partir del mantenimiento de la igualdad y libertad formal de los ciudadanos; y en segundo lugar, existe
una dominación en el mercado, es decir en la sociedad civil despolitizada, en la cual los individuos entran
a él en igualdad de condiciones mientras sostenga el factor de status y pertenencia social: el dinero. No
obstante en esta segunda dominación, Marx es claro en señalar el trabajo asalariado como la más visible
contradicción y expresión de dominación: el obrero no es beneficiario del producto de su propia fuerza
de trabajo, es el capitalista quien se apropia del valor. En consecuencia, esta doble dominación es
indispensable para el modo de producción capitalista y su continúa reproducción en tanto se plantee la
sociedad civil como apolítica, en cuanto lo social sea separado de lo político.

Ante este panorama de dominación y contradicción del régimen capitalista Marx visualiza la emergencia
tanto conceptual como material de la clase obrera. La connotación que Marx emprende sobre la clase
obrera “no se reduce a reivindicar un reconocimiento del trabajo en base a su utilidad social o el
resarcimiento de una milenaria exclusión […] La clase no afirma un lazo social ni una identidad, sino un
sujeto al que no le corresponde ningún objeto en el orden del capital […] Definida por sustraerse al
mecanismo de calificación jurídica constituido por la representación, la clase es un sujeto asimétrico que
excede el mecanismo económico de la equivalencia.” 15 Esta visión del pensamiento de Marx permite a
Merlo resaltar lo enunciado por Marx con respecto a la experiencia de la Comuna en 1971:

“La Comuna ha mostrado que la clase obrera no puede adueñarse pura y simplemente de una maquinaria
estatal ya lista y ponerla en marcha para sus propios fines. Su primer acto debe ser en cambio la destrucción
del poder colectivo de las clases dominantes. (De ahí que) la clase obrera no puede contentarse con tomar
posesión de la maquinaria del Estado sin modificarla y hacerla funcionar a su favor. El instrumento político
de su sometimiento no puede servir como instrumento político para su emancipación” 16

Dentro de esta discusión sobre la emergencia de la clase obrera como sujeto destructor de la
dominación y de la explotación del capital sobre el trabajo surge efectivamente la pregunta sobre la
relación de fuerza y en sí mismo el poder que implantaría la clase en la hipotética situación que llegara a
eliminar el modo de producción capitalista, lograra la revolución ¿Es necesario utilizar los aparatos del
Estado como Marx planteaba con aquella transición de la dictadura del proletariado hacia la sociedad
comunista? O, de manera previa a esta pregunta, ¿Las luchas que pretendan desafiar el poder
dominante deben hacerse al margen del Estado? Por tanto ¿Bajo qué lógicas actuarían estos
movimientos, por así llamarlos, revolucionarios?

En primer lugar para Marx dicha cuestión sobre el uso o no del Estado por parte del proletariado es un
poco ambigua. Si bien con la experiencia de la Comuna Marx comprendía la posibilidad de la clase obrera
de emprender otras lógicas por fuera del poder de la clase dominante, en diferentes confrontaciones con
los anarquistas el autor sostenía tesis un tanto contrarias. Sin embargo, algunas discusiones sobre este
tema han acusado cierta confusión que posteriores teóricos marxistas, durante la vivencia soviética, han
argumentado sobre lo expuesto por Marx:

“Se puede objetar a la denuncia de Bakunin del marxismo en que ésta es positivamente engañosa acerca de
la propia teoría de Marx sobre el Estado. Marx previó por supuesto el control estatal del crédito, el
transporte y las comunicaciones. El proletariado, después de conquistar la supremacía política, “centralizará
todos los instrumentos de la producción en las manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como
clase dirigente” (Obras Escogidas, 52). Esta definición del Estado es lo bastante ambigua como para evocar el
15
Ibíd. P. 307
16
MARX, KARL. “La comuna de París. La guerra civil en Francia”. En: Gametta y Merlo. Op.cit. p. 308-309
autoritarismo que Bakunin vio en él. Pero la posición de Marx es particularmente antiestatal. En sus
primeros escritos Marx consideraba al Estado como un aspecto de la enajenación; y en sus últimos años
atacó el intento de Lasalle de perseguir el apoyo estatal de Bismarck, y fue mordaz con el slogan del “estado
libre” adoptado en 1875 por el programa de Gotha del partido social demócrata alemán.” 17

Profundizando en la discusión, la perspectiva anarquista en cabeza de Bakunin mantiene dos posiciones:


primero el rechazo total y la necesaria abolición del Estado, y segundo, la supresión y negación de toda
autoridad y poder ajeno. Lo anterior Bakunin lo resalta de la siguiente forma:

“A nadie debe confiársele el poder, pues cualquier individuo investido de autoridad debe, por la fuerza de
una ley social inmutable convertirse en un opresor y explotar de la sociedad. Somos, de hecho, enemigos de
toda autoridad, pues comprendemos que el poder y la autoridad corrompen a quienes los ejercen tanto
como a quienes se ven forzados a someterse a ellos. Bajo su dañina influencia algunos pasan a ser déspotas
ambiciosos, ávidos de poder y codiciosos de ganancia, explotadores de la sociedad en su propio beneficio o
en el de su clase, mientras otros se convierten en esclavos.” 18

El ideal anarquista es realizable para Bakunin en la medida en que el poder emane verdaderamente de lo
colectivo, lo solidario, lo liberador e igualitario. Partiendo de la anterior afirmación, en general Bakunin
pretendía la abolición total del Estado y no veía con buenos ojos la instrumentalización que algunos
marxistas querían ejercer sobre el Estado bajo el fin de su misma supresión. De alguna u otra forma, este
radicalismo en el argumento bakuniano significaría la supresión del poder simbólico desde Bourdieu, en
tanto no existiría la pretensión de dominación; en términos homologables con Marx implicaría su ideal
de eliminar la lucha entre clases. Bajo el ideario bakuniano y generalizando un poco al anarquismo, la
supresión de la autoridad y el poder en términos de dominación sería una forma distinta de concebir la
política y al mismo poder, tal vez ya no en el sentido de relaciones de fuerza como lo planteó Marx como
Bourdieu. Sin embargo queda difícil, y es una de las críticas al anarquismo, hacer realizable y aplicable
dichos valores, pues bajo su instalación se vuelven rígidos y ambiguos.

En sintonía con lo que se ha planteado anteriormente, cabe postular un tipo de resolución hacia el
segundo interrogante: ¿Existe una forma de apartarse y librarse del poder como relación de fuerzas, de
dominados vs dominantes, del poder dominante del Estado?

Tratando de explorar una respuesta a lo anterior expuesto, Poulantzas retoma la perspectiva del poder
de Foucault otorgando importancia a la relación entre poder-resistencia que él último autor sostenía.
Foucault mantenía que aún las resistencias se involucraban bajo una lógica relacional dentro del poder
que era imposible de evitar o excluir. En este sentido, “toda lucha no puede, más que alimentar el poder
sin jamás subvertirlo, porque esa lucha no tiene nunca otro fundamento que su propia relación con el
poder; en realidad no tiene nunca otro fundamento que el mismo poder.” 19Sin embargo, el anterior
argumento es matizado por Poulantzas, determinando que esa relación de poder que se emprende
dentro del Estado por parte de las distintas clases, depende de la estrategia política que establezca el
polo de la resistencia. Dicha estrategia debe converger hacia cierta autonomía del movimiento-
resistencia con respecto a los aparatos del Estado, sin significar el aislamiento total hacia la
institucionalidad estatal; por último, Poulantzas señala la importancia de establecer una base fuerte bajo
lógicas autogestionarias y de democracia directa. No obstante, el autor vuelve a señalar lo estratégico
que debe resultar el hecho de ser resistencia: “ponerse a cualquier precio fuera del Estado, pensando
situarse de esta manera fuera del poder (cuando en realidad esto es imposible), puede ser a menudo el

17
CARTER, April. (1995). Teoría política del anarquismo, En: http://www.kclibertaria.comyr.com/lpdf/l223.pdf
18
BAKUNIN, Mijail (1978). “Escritos de filosofía política”. Madrid, Alianza, p. 315
19
POULANTZAS, Nicos (1979). “Estado, poder y socialismo”. Madrid. Siglo XXI, p. 182
mejor medio, precisamente, de dejar el campo libre al estatismo, en una palabra, de retroceder en este
terreno estratégico frente al adversario.”20

El énfasis que propone Poulantzas sobre la estrategia política de la resistencia simplemente retorna una
vez más a la discusión del Estado como instrumento de la clase dominada o como medio para la
revolución, por dar un nombre en general a lo expuesto por Bakunin y Marx. Teniendo cada autor su
respectivo concepto, tan ambiguo como ecléctico que pueda ser, si es importante enfocar la atención al
problema que presenta Poulantzas en la anterior cita, rescatando al Estado como un lugar donde el
poder se juega entre las clases y por lo tanto su abandono resulta perjudicial para los fines de las
resistencias. A manera muy reflexiva, Poulantzas pudo sostener con la anterior que no necesariamente
la resistencia tiene que escapar a esas relaciones de poder que se da en el Estado, y que, igualmente,
participar en dichas relaciones no excluye la lucha en otros espacios o redes de relaciones de poder
dentro de lo social. En conclusión, la institucionalidad estatal puede seguir siendo un espacio de lucha y
de resistencia estratégica y políticamente valioso.

20
Ibíd. P. 186

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