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Fallo Gallo Aborto
Fallo Gallo Aborto
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II.
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30.739. “Gallo, N.” Sobreseimiento. Aborto. Instr. 33/170. Sala VII. e
Así, puesto que se trata a juicio del Tribunal de uno de los denominados
“casos difíciles”, donde las argumentaciones en favor de una u otra postura pueden
adquirir relevancia (en tal sentido, ver Bidart Campos, Germán J., Denuncia de un
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delito que tuvo noticia el médico por evidencias corporales de su paciente, en La Ley,
1999-B-164, donde recomienda para el caso la lectura del trabajo de Ricardo
Lorenzetti, El juez y las sentencias difíciles. Colisión de derechos, principios y
valores, en La Ley, 1998-A-1039), bien vale ingresar nuevamente en el estudio de la
cuestión en aras de establecer la doctrina aplicable al caso, aun cuando no pocos de los
argumentos ya han sido desarrollados en las posturas habidas desde antaño sobre el
tópico.
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2. La argumentación afín al plenario “Frías”:
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Conviene entonces que tales pautas legales sean traídas aquí, inclusive
por las actualizaciones que puedan caber si lo que se refleja es una doctrina plenaria a
mérito de una legislación habida hace más de cuatro décadas. Véase.
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y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la
vida arbitrariamente” (art. 4.1).
Entre las denominadas “garantías judiciales”, el mentado Pacto de San
José de Costa Rica estatuye el “derecho a no ser obligado a declarar contra sí mismo ni
a declararse culpable” (art. 8.1.g).
A su vez, tal Convención establece en su art. 32, bajo el epígrafe
“Correlación entre deberes y derechos”, que “los derechos de cada persona están
limitados por los derechos de los demás, por la seguridad de todos y por las justas
exigencias del bien común, en una sociedad democrática” (art. 32.1).
El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
prevé que entre las medidas que deberán adoptar los Estados Partes, hállase “la
creación de condiciones que aseguren a todos asistencia médica y servicios médicos en
caso de enfermedad” (art. 12.2.d).
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos prescribe que “el
derecho a la vida es inherente a la persona humana. Este derecho estará protegido por
la ley. Nadie podrá ser privado de la vida arbitrariamente” (art. 6.1) y que “no se
impondrá la pena de muerte por delitos cometidos por personas de menos de 18 años
de edad, ni se la aplicará a mujeres en estado de gravidez” (art. 6.5).
Además, ese Pacto prevé que “durante el proceso, toda persona acusada
de un delito tendrá derecho, en plena igualdad, a las siguientes garantías mínimas:...A
no ser obligada a declarar contra sí misma ni a confesarse culpable” (art. 14.3.g).
La Convención sobre los Derechos del Niño establece que “es niño todo
ser humano menor de dieciocho años de edad...” (art. 1), disposición que según la ley
23.849, que aprueba la Convención, “debe interpretarse en el sentido que se entiende
por niño todo ser humano desde el momento de su concepción y hasta los 18 años de
edad”.
La citada Convención también prescribe que “los Estados Partes
reconocen que todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida” (art. 6.1); “garantizarán
en la máxima medida posible la supervivencia y el desarrollo del niño” (art. 6.2);
“adoptarán todas las medidas legislativas, administrativas, sociales y educativas
apropiadas para proteger al niño contra toda forma de perjuicio...” (art. 19); y
“adoptarán todas las medidas eficaces y apropiadas posibles para abolir las prácticas
tradicionales que sean perjudiciales para la salud de los niños” (art. 24.3).
Asimismo, el “interés superior del niño” se desarrolla en el articulado de
la Ley 26.061, de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y
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prestar los auxilios de su profesión, salvo que los hechos conocidos estén bajo el
amparo del secreto profesional”.
El art. 183 prescribe que “la policía o las fuerzas de seguridad deberán
investigar, por iniciativa propia, en virtud de denuncia o por orden de autoridad
competente, los delitos de acción pública, impedir que los hechos cometidos sean
llevados a consecuencias ulteriores, individualizar a los culpables y reunir las pruebas
para dar base a la acusación”.
Entre sus atribuciones se encuentran la de “recibir denuncias” (art. 184,
inciso 1°) y cuidar que los rastros materiales que hubiere dejado el delito sean
conservados (inciso 2°).
A su vez, el art. 195 del código de forma prevé que “la instrucción será
iniciada en virtud de un requerimiento fiscal, o de una prevención o información
policial”.
El art. 244 del Código Procesal Penal, bajo el epígrafe “Deber de
abstención”, prescribe que “deberán abstenerse de declarar sobre los hechos que
hubieren llegado a su conocimiento en razón del propio estado, oficio o profesión, bajo
pena de nulidad: los ministros de un culto admitido; los abogados, procuradores y
escribanos; los médicos, farmacéuticos, parteras y demás auxiliares del arte de curar;
los militares y funcionarios públicos sobre secretos de Estado. Sin embargo, estas
personas no podrán negar su testimonio cuando sean liberadas del deber de guardar
secreto por el interesado, salvo las mencionadas en primer término. Si el testigo
invocare erróneamente ese deber con respecto a un hecho que no puede estar
comprendido en él, el juez procederá, sin más, a interrogarlo”.
Finalmente, la ley 17.132, relativa al ejercicio profesional de la medicina,
estatuye que “todo aquello que llegare a conocimiento de las personas cuya actividad
se reglamenta en la presente ley, con motivo o en razón de su ejercicio, no podrá darse
a conocer -salvo los casos que otras leyes así lo determinen o cuando se trate de evitar
un mal mayor y sin perjuicio de lo previsto en el Código Penal-...” (art. 11).
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en rigor, se tienen con los demás y en la comunidad que cada titular de derechos
habita. El punto de partida, pues, de la interpretación de los derechos constitucionales
debe ser su armonización y no su contradicción”, derivación hermenéutica que se
encuentra sustentada no sólo en la regla general de interpretación constitucional
sistemática, sino que en el caso concreto de los derechos fundamentales se ve reforzado
por la unidad de la persona humana (Serna, Pedro y Toller, Fernando, La
interpretación constitucional de los derechos fundamentales. Una alternativa a los
conflictos de derechos. La Ley, Buenos Aires, 2000, págs. 37/40).
Adviértase que la propia Corte Suprema de Justicia de la Nación ha
fijado su doctrina relativa a que los derechos reconocidos en la Constitución y –por
ende en los tratados que cuentan con jerarquía constitucional a mérito del art. 75,
inciso 22, de la Carta Magna- deben ser interpretados armónicamente, para hallar un
ámbito de correspondencia recíproca dentro del cual obtengan su mayor amplitud los
derechos y garantías individuales (Fallos: 315:1943; 324:975, entre otros).
5. El derecho a la vida:
Las disposiciones constitucionales aludidas anteriormente no dejan
margen de duda alguno en torno a la relevancia del bien de la vida como superior al
resto de los bienes en el ordenamiento jurídico.
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Por ello se ha dicho que el derecho a la vida -que debería ser llamado
“derecho a la inviolabilidad de la vida humana”- es el derecho fundamental
paradigmático, en razón de su peculiar contenido, puesto que el bien humano básico
que constituye su objeto –la vida- no es uno más, sino que tiene una importancia
radical. De ahí que se ha insistido desde todo punto de vista en que posee una
centralidad o imperatividad tal que lo hace trascender a otros derechos (Toller,
Fernando, Jerarquía de derechos, jerarquía de bienes y posición de la vida en el
elenco de los derechos humanos, en J.A. 2006-I-1025/1036).
Así, la particular gravedad de los ataques a la vida viene dada por
distintas razones: 1) la tendencia a mantenerse o conservarse en el ser (primera
tendencia del ser humano); 2) la preeminencia de la vida se basa en que dicho bien
jurídico, que es el objeto del derecho a la vida, prácticamente se confunde con el sujeto
mismo de ese derecho, ello es, con la misma persona humana que es su titular; 3) el
bien de la vida es condición de posibilidad de la efectiva titularidad, ejercicio, gozo y
preservación de cualquier otro bien humano –lo convierte en “el bien más básico”-; 4)
finalmente, el atentado que se lleva a cabo con éxito contra el bien de la vida tiene un
carácter particularmente irreparable, puesto que es posiblemente el único atentado
definitivo (Toller, Fernando, Jerarquía de derechos...).
En otras palabras, “es cierto que no pueden establecerse a priori
jerarquías objetivas entre los bienes y derechos humanos, pero con una importante
excepción: el derecho a la inviolabilidad de la vida. Es decir, puede sostenerse la
imposibilidad de establecer un orden de prelación entre los derechos, pero siempre que
se excluya de esta afirmación al derecho a la inviolabilidad de la vida, el que se
encuentra en un rango superior al del resto de los derechos” (Massini, Carlos I., “El
derecho a la vida en la sistemática de los derechos humanos”, en Massini, Carlos I. y
Serna, Pedro, El derecho a la vida, Edit. Eunsa, Pamplona, 1998, pág. 207).
Por ello, nuestro más Alto Tribunal ha privilegiado el derecho a la vida
como el “primer derecho natural de la persona humana preexistente a toda legislación
positiva que, obviamente, resulta reconocido y garantizado por la Constitución
Nacional y las leyes” (Fallos: 302:1284; 312:1953; 326:4931, entre muchos otros).
Al propio tiempo y en lo atingente a la cuestión aquí suscitada, la Corte
Federal reeditó la preeminencia del derecho a la vida y reafirmó su aseguramiento a
partir de los tratados internacionales que tienen jerarquía constitucional, “que
resguardan la vida de la persona humana desde el mismo momento de la concepción”
(Fallos: 325:292).
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De ahí que “existe una razón más fuerte que antes de la reforma
[constitucional] de 1994, para considerar que también en el derecho federal argentino
se reconoce la existencia de la vida humana desde la concepción” (Gelli, María
Angélica, El derecho a la vida en el constitucionalismo argentino: problemas y
cuestiones, La Ley 1996-A-1455/1467).
Ello, máxime frente a que bajo el influjo “del principio pro homine, que
informa todo el derecho de los derechos humanos…las garantías emanadas de los
tratados sobre derechos humanos deben entenderse en función de la protección de los
derechos esenciales del ser humano” (Fallos: 325:292).
Justamente, si “el principio pro homine es un criterio hermenéutico que
informa todo el derecho de los derechos humanos, en virtud del cual se debe acudir a la
norma más amplia, o a la interpretación más extensiva, cuando se trata de reconocer
derechos protegidos e, inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida
cuando se trata de establecer restricciones permanentes al ejercicio de los derechos o su
suspensión extraordinaria…esto es, estar siempre a favor del hombre…” (Pinto,
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las garantías político-criminales de ciertos sujetos activos que sugiere tal doctrina, se
percibe una “radical desprotección de ciertos sujetos pasivos, donde ‘enemigo’ para
este derecho penal será aquel ser humano al que, en la medida en que se le considere
fuente de mal-estar para quienes tienen el poder jurídico de definición, se le niega toda
protección penal (y aun jurídica)…mediante su definición como no-persona en
absoluto…”, circunstancias que concurren de modo esencial en el ser humano
concebido y no nacido. El nivel de desprotección en España es tal –dice Silva Sánchez-
que “ha acabado por atribuir a terceros (médicos) deberes específicos que sólo se
pueden eludir mediante el expediente excepcional del recurso a la objeción de
conciencia” (Silva Sánchez, Jesús-María, “Los indeseados como enemigos: la
exclusión de seres humanos del status personae”, en Derecho penal del enemigo. El
discurso penal de la exclusión, Cancio Meliá-Gómez-Jara Diez (coordinadores),
Editorial B de F, Edisofer S.L., Montevideo-Buenos Aires, volumen II, págs.
985/1010).
Como colofón en este aspecto, no puede perderse de vista que el delito a
investigar en este sumario no es otro sino el de aborto, cuyo bien jurídico protegido es
la vida de la persona por nacer y que, concordemente, la obligación de denunciar lo es
precisamente respecto de “un delito contra la vida” (art. 177, inciso 2°, del Código
Procesal Penal), de lo que se sigue la impertinencia de no referir la problemática aquí
ventilada al primero de los derechos humanos y de reducir la cuestión a una mera puja
entre el deber de persecución penal del Estado –por un lado- y la violación a la
fidelidad que supone el secreto profesional, porque –como se verá-, siquiera el
concepto de “justa causa” de revelación podrá desentenderse del derecho a la vida del
concebido no nacido.
6. El derecho a la salud:
Así planteada la problemática, al propio tiempo, conviene sostener sin
ambages que el derecho a la asistencia del paciente, en todos los casos que pudieren
resultar análogos (abortante, persona que ingiere cápsulas de cocaína, homicida o
ladrón que concurren a la atención médica al resultar heridos), debe quedar
absolutamente asegurado, como garantía implícita que también emerge del art. 33 de la
Constitución Nacional y de las aludidas normas de los instrumentos de derechos
humanos.
En ningún caso de la experiencia común –así se desprende al menos de
los múltiples sumarios que se inician en la praxis- se niega la debida atención médica
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previsible (art. 904 ibidem), siempre le son imputables al autor de tal hecho, puesto que
“cuanto mayor sea el deber de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas,
mayor será la obligación que resulte de las consecuencias posibles de los hechos” (art.
902), norma que exige previsibilidad en el obrar del agente y que rige en toda la vida
de relación del hombre (LLambías, Jorge; Raffo Benegas, Patricio y Posee Saguier,
Fernando, Código Civil Anotado, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 2004, tomo II-B, pág.
32).
En efecto, cuando la abortante –o cualquier otra persona que haya
cometido un delito y sufriera lesiones o una dolencia que deban concitar la atención
médica- concurre a un hospital en las condiciones apuntadas, sea que comente el origen
del padecimiento o que frente a su estado el facultativo se percate por sí del origen de
la dolencia, no vierte aquélla en propiedad una “declaración” en contra de sí misma, en
los términos en que constitucionalmente se concibe la garantía que prohíbe la
autoincriminación.
Es que el hecho de recurrir al expediente de la “declaración” en contra de
sí mismo resulta una aplicación extensiva, por analogía, de la locución “declarar”,
máxime si se tiene en cuenta que aunque forzada por la situación, la concurrencia al
médico y su consecuente atención se desarrollan en un momento en el que los
mecanismos del Estado no se han puesto en funcionamiento, extremo por el que no se
puede hablar convenientemente de declaración. Así, “el presentarse ante el médico con
la evidencia orgánica de un delito en el cual se ha participado no reúne los requisitos
de una ‘declaración’ en contra de sí mismo, aunque esté arriesgando los otros
derechos” (en ese aspecto de la cuestión, aun suscribiendo finalmente una tesis
opuesta, ver Tozzini, Carlos A., Violación del secreto profesional del médico en el
aborto, Doctrina Penal, Depalma, 1982, tomo V, pág. 158).
Cuando la Constitución Nacional garantiza que “nadie puede ser
obligado a declarar contra sí mismo”, hace efectiva alusión a la existencia de
actuaciones prevencionales o judiciales ya iniciadas legalmente, en las que se protege
al acusado de la autoincriminación forzada, lo que no ocurre en las situaciones aquí
analizadas, puesto que al momento de la concurrencia al facultativo u hospital para su
atención, más allá de examinarse si la situación ha sido o no tan desesperante que lo
obligue a confiar un delito o surjan de su humanidad rastros o elementos reveladores de
un hecho criminoso, no puede sostenerse en verdad que esté declarando en juicio.
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evidencias a partir de su concurrencia al establecimiento de salud. Tanto aquellas
cápsulas de cocaína como los restos del feto resultarán afectados a la investigación
para las comprobaciones pertinentes. En ambos supuestos se da noticia a la prevención
policial frente a la presunta comisión de un delito.
“En ese sentido cabe recordar que desde antiguo esta Corte ha seguido el
principio de que lo prohibido por la Ley Fundamental es compeler física o moralmente
una persona con el fin de obtener comunicaciones o expresiones que debieran provenir
de su libre voluntad, pero no incluye los casos en que la evidencia es de índole material
y producto de la libre voluntad del procesado (Fallos: 255:18…)” (considerando 8).
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ésta siempre ha tenido un neto carácter procesal, de modo que “si no existe proceso no
puede válidamente afirmarse que rige el privilegio. Y en nuestro caso, es tan claro que
no existe proceso cuando la abortante va al médico, que la misma formación del
proceso nace por los dichos de éste. Nadie ajeno impone a la abortante a ir al médico;
para que opere la garantía es necesario que la compulsión provenga de un extraño a
quien la sufre”.
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8. La “justa causa” de revelación:
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para concluir sin más que se ha cometido efectivamente el delito que tiñe de ilegalidad
el sumario instruido en consecuencia. Este razonamiento exhibe un ‘desvío notorio y
patente de las leyes de la lógica’ que lleva a sentar premisas insostenibles y
abiertamente contradictorias” (Tribunal Oral en lo Criminal nro. 6, causa nro. 278,
“Ovando Mendieta”, del 26-9-1996).
Así lo impone el art. 177, en sus dos incisos, para los médicos que
prestan servicios en consultorios privados o en hospitales públicos, en este último
supuesto, adicionalmente por su condición de funcionarios.
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De igual manera, cabe decir que tal “daño”, en todo caso, no le resultaba
extraño a la mujer, siempre que su comportamiento –abortar- importaba
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atenta “contra la vida” (art. 88 del Código Penal y art. 177 del Código Procesal Penal),
mientras que la acción por la violación de secretos es privada (art. 73).
Es que “resulta absurdo suponer que quien cumple con un deber, función
o cargo pueda incurrir en una conducta típica al mismo tiempo que realiza un mandato
emergente del ordenamiento jurídico” (Tribunal Oral en lo Criminal n° 6, causa
“Ovando Mendieta”, ya citada).
Con mayor razón debe entenderse que hay justa causa de revelación
frente a un atentado contra la vida, si tal concepto ha sido aplicado a extremos donde el
bien jurídico tutelado no es aquél, ello es, cuando “la tarea confiada al médico no se
limitaba a auxiliar profesionalmente al imputado para procurar restablecer su salud,
sino que se vinculaba directa y estrechamente con la droga que podía encontrarse
dentro del cuerpo del paciente, y esta circunstancia…implicaba la posibilidad de
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Así, los jueces no pueden sino enfocar la cuestión a la luz de las normas
constitucionales, siempre que una interpretación que sólo examine las normas de
derecho común no puede contradecir las mandas de mayor jerarquía o de primer nivel,
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en especial si, como ahora, se intenta establecer si hay justa causa de revelación
cuando se ha conocido que una mujer ha abortado o consentido en que alguien diera
muerte al niño en gestación.
Así, por caso, se sostiene que la disyunción de valores viene dada, por un
lado, por el derecho personalísimo a la salud, de raigambre constitucional y
supranacional, y por el otro “el disciplinamiento social en el castigo de un delito, con la
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finalidad de evitar la crisis del sistema” (Ghersi, Carlos A., El derecho personalísimo a
la salud y la autoincriminación del delito de aborto, en La Ley, 2006-D-179/181).
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esa potestad penal a un orden legal…De ahí que la Corte Interamericana [caso
‘Velásquez Rodríguez’, del 29-7-1988] imponga al Estado el deber de actuar
eficazmente –prevención, investigación, punición y reparación- en los casos en que se
atenta ‘contra bienes esenciales de la persona (…) que deben ser investigados de oficio
en cumplimiento del deber del Estado de velar por el orden público’. El Estado es,
pues, responsable internacionalmente ante la impunidad de los ilícitos si no ha previsto
un sistema penal adecuado a los fines de la protección de los derechos básicos de las
personas” (Yacobucci, Guillermo, El sentido de los principios penales, Abaco de
Rodolfo Depalma, Buenos Aires, 2002, pág. 184).
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repugnancia mayor a todo el ordenamiento jurídico que las mencionadas con
anterioridad”.
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denunciar y declara que no cometen delito cuando guardan silencio. La ley protege el
secreto profesional y nada más; no les impone la reserva sino que la autoriza, creando
una excepción al principio genérico. Si el profesional no hace uso de la excepción y
revela, podrá haber cometido un acto contrario a la ética de sus funciones, pero no
incurre en delito. Denunciar una infracción que dé lugar a la acción pública no puede
aparejar una sanción penal para quien así procediese” (Moreno, Rodolfo (h), El Código
Penal y sus antecedentes, Tommasi Editor, Buenos Aires, 1923, tomo V, págs. 37/38).
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Conviene entonces considerar los criterios que se han esbozado para
impedir la formulación de la denuncia y arribar a la doctrina aplicable a las situaciones
en estudio.
Dice Clariá Olmedo que hay casos específicos en los que las leyes
impiden el ejercicio del poder de denunciar. Se da así prevalencia a la protección de un
interés distinto al de la administración de justicia por considerarlo más valioso. Ese
bien resulta puesto en peligro o destruido con la denuncia, y ante ello, la ley la prohíbe.
Un caso es el de la reserva que impone el secreto profesional y otro el de la
preservación del núcleo familiar.
Conforme a tal desarrollo, el art. 156 del Código Penal configura el delito
de violación de secretos y en consecuencia de ello, “los códigos procesales dejan a
salvo la reserva del secreto profesional al imponer la denuncia a quienes profesan el
arte de curar y conozcan el hecho al prestar sus servicios profesionales….Adviértase
que esta exclusión no significa volver a la regla de la facultatividad, sino prohibir la
denuncia por imperativo del C. Penal” (Clariá Olmedo, Jorge A., Derecho Procesal
Penal, Lerner, Córdoba, 1984, tomo II, pág. 48).
Es que la norma del art. 177, inciso 2°, del Código Procesal Penal no
señala la prohibición ni menos la nulidad de la denuncia formulada por un profesional
del arte de curar en las condiciones citadas. Sólo apunta que no es obligatoria. Nótese
que la norma comienza con la expresión “Tendrán obligación de denunciar…”.
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la vida y la integridad física que conozcan al prestar los auxilios de la profesión”, bajo
el amparo del secreto profesional, con mayor razón si se atiende al principio de
taxatividad en materia de nulidades (art. 166 del Código Procesal Penal).
Es más: autores como Creus, en su hora, han llegado a sostener que “el
aborto no requiere la denuncia para poner en movimiento la acción y es nefasto que en
el proceso penal se parta de la ficción de que en esos casos no se tiene la notitia
criminis. Las actuaciones son válidas, aunque el profesional denunciante pueda ser
condenado por violación del secreto profesional” (Creus, Carlos, Protección penal y
procesal del secreto profesional, Colegio de Magistrados del Poder Judicial de la
Provincia de Santa Fe, 1971).
como denuncia, pero de todos modos constituirá notitia criminis, con base en la cual el
fiscal podía requerir la instrucción, salvo en las hipótesis en que la denuncia
formalmente válida es requisito de procedencia de la acción (delitos dependientes de
instancia privada). Aun puede ocurrir que la misma notitia criminis se inserte en un
acto delictuoso (p. ej., violación del secreto profesional), que no será válido como
denuncia, pero significaría desconocer la realidad sostener que tampoco opera los
efectos de aquella noticia” (Creus, Carlos, Invalidez de los actos procesales penales,
segunda edición, Astrea, Buenos Aires, 1995, pág. 98).
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Nótese además que una visión sistemática de nuestro ordenamiento
procesal lleva a comparar los supuestos de “Obligación de denunciar” (art. 177) –según
antes se dijo, con la excepción de los casos conocidos bajo el amparo del secreto
profesional-, con los de “Prohibición de denunciar” (art. 178), vinculados a
determinados supuestos de parentesco.
En el mencionado caso esta Sala invocó además que esa notitia criminis
había resultado idónea para generar la investigación de oficio en la fase prevencional,
pues no obstante la prohibición que establece el art. 178 del ritual, pueden las personas
alcanzadas por la norma relatar hechos delictuosos a la autoridad, tornándose así
factible la iniciación de oficio que autoriza el art. 183 (se citó en el mismo sentido
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Cámara Nacional de Casación Penal, Sala I, “Freire, Roberto”, del 11-8-1993 y Sala II,
“Sucksdorf, Alejandro”, del 4-12-1996).
Por otro lado, siquiera autores que comulgan con los criterios fijados en
“Frías” ponen el foco de la cuestión en la comunicación o denuncia que pueda
formular el médico (se dice que “el precepto pertinente del código procesal no contiene
una prohibición expresa de formular la denuncia, sino que se limita a disponer que
aquélla, cuando pueda estar comprometido el secreto profesional, no es obligatoria”), o
en el policía que recibió tal noticia, es decir, que no reprueban necesariamente la
conducta del galeno o preventor, sino que “en el tapete” está la actuación de jueces y
fiscales que “deben tomar en cuenta la situación de forzada admisión en que se debate
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el autor o autora del obrar ilícito de que se trate” (Niño, Luis, “El derecho a la
asistencia médica y la garantía procesal que veda la autoincriminación forzada: un
dilema soluble”, en Garantías constitucionales en la investigación penal. Un estudio
crítico de la jurisprudencia, Plazas, Florencia G. y Hazan, Luciano A. (compiladores),
Editores del Puerto, Buenos Aires, 2006, págs. 3/16). Ello es, tal postura remite la
cuestión debatida a la garantía que veda la autoincriminación, cuya violación se
descartó anteriormente.
Por lo demás, se ha dicho que según las reglas del código adjetivo
vigente, no se “castigan con invalidez al acto producido en tales condiciones,
contrariamente a cuanto se establece, en cambio y en parigual hipótesis, para la
declaración testifical (art. 244). La razón de ello es que quien conoce el hecho y se
decide a denunciar lo hace por propia voluntad y no compelido por la autoridad, por lo
que la ley supone que aquél no tiene interés en hacer prevalecer la reserva. Véase
además el art. 166…Por otra parte, se ha dicho que la posible comisión del delito de
violación de secretos por el denunciante (delito perseguible sólo por acción privada…)
no justifica el rechazo de la denuncia por la autoridad encargada de la misma pues, por
el contrario, ‘…la autoridad debe recibirla sin condicionar su admisión a que se cometa
o no delito, esto es sin perjuicio de que se abra proceso para determinar si con ese acto
se violó o no el Código Penal’ [Clariá Olmedo, La denuncia…JA Doctrina, 1971-386]
…La validez de los procedimientos derivados de la denuncia en violación al deber de
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reserva encuentra sustento en el fenómeno de la ‘conversión del acto’…
Consecuentemente, se han interpretado válidos los procedimientos derivados de la
radicación de una denuncia en las expresadas condiciones y que ésta puede motivar
eficazmente el impulso de la acción…” (Navarro, Guillermo y Daray, Roberto, op. cit.,
págs. 443/444).
Claro que, entonces, tampoco podría concluirse en que la declaración
testimonial del médico deba recibir la sanción de nulidad (art. 244 del canon ritual),
precisamente porque hay justa causa de revelación; norma que, por lo demás, permite
apreciar las diferencias de tratamiento entre el sigilo confesional y el secreto médico.
Así y más allá de lo sostenido en torno a la ausencia de violación de la
garantía que prohíbe la autoincriminación y de lo apuntado en relación a la supuesta
violación de un secreto, siquiera la comunicación o denuncia formulada por un
facultativo en las condiciones aludidas permite neutralizar la iniciación de un proceso,
o en términos del plenario “Frías”, la instrucción del sumario.
De otra parte, si con arreglo a la experiencia común -uno de los sustratos
de la sana crítica racional-, los profesionales del arte de curar conocen de tales sucesos
en el marco del secreto profesional, fruto de su relación directa con el paciente –o por
revelación tácita de aquél o a mérito de su propio examen físico en supuestos de
inconsciencia- (véase que el art. 66 del Código de Ética Médica de la Confederación
Médica Argentina, en orden al secreto profesional, establece que “…tienen el deber de
conservar como secreto todo cuanto vean, oigan o descubran en el ejercicio de su
profesión, por el hecho de su ministerio, y que no debe ser divulgado”), no se aprecia
el margen de casos remanentes en los que los médicos puedan conocer delitos contra la
vida o la integridad física y no queden limitados por el secreto profesional.
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interpretación debe evitar asignar a la ley un sentido que evite poner en pugna sus
disposiciones, destruyendo las unas por las otras y adoptando como verdadero el
criterio que las concilie y suponga la integral armonización de sus preceptos (Fallos:
313:1149, entre muchos otros también).
Tal precepto debe ser integrado con lo dispuesto por la Ley 17.132,
relativa al ejercicio profesional de la medicina, por cuyo art. 11 “todo aquello que
llegare a conocimiento de las personas cuya actividad se reglamenta en la presente ley,
con motivo o en razón de su ejercicio, no podrá darse a conocer -salvo los casos que
otras leyes así lo determinen o cuando se trate de evitar un mal mayor y sin perjuicio
de lo previsto en el Código Penal-…”.
USO OFICIAL
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Como dice Carrara, “los cirujanos tienen la obligación de denunciar las
heridas o lesiones a cuyo examen hayan sido llamados, aunque el cliente mismo les
recomiende el secreto, por haber sido resultado de un duelo, por ejemplo; el interés
público de que la justicia conozca las acciones criminosas, ha hecho que esto se admita
generalmente; pero en cuanto a las circunstancias de la imputación, creo que no hay
ese deber; por esto, si el herido le cuenta al cirujano que Pedro lo hirió al sorprenderlo
en el lecho conyugal o robando en su casa, el cirujano no tiene ninguna obligación de
denunciar el delito confesado por su cliente” (Carrarra, Francesco, Programa de
Derecho Criminal, Temis, Bogotá, 1977, tomo 4, pág. 458 -parágrafo 1646-).
Sobre el tópico, cabe traer nuevamente el pronunciamiento de la Corte
Suprema dictado en “Zambrana Daza”, en lo que pudiere ser aplicable al caso aun en
función de la legislación procesal anterior, pues allí se dijo que “la aseveración del
tribunal anterior en grado referente a que la función desempeñada por la médica de un
hospital público no la relevaba de la obligación de conservar el secreto profesional
constituye, a juicio de esta Corte, un tratamiento irrazonable de la controversia de
acuerdo con las disposiciones legales aplicables, puesto que al tratarse de delitos de
acción pública debe instruirse sumario en todos los casos, no hallándose prevista
excepción alguna al deber de denunciar del funcionario, dado que la excepción a la
mencionada obligación –prevista en el art. 167- no es extensiva a la autoridad o
empleados públicos. A ello corresponde agregar que el legislador ha tipificado como
delito de acción pública la conducta del que omitiere denunciar el hecho estando
obligado a hacerlo” (confr. art. 277, inc. 1ro., Cód. Penal).” (considerando 17).
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Concluye el citado autor en que “Todo ello quiere decir que el médico
está obligado a poner en conocimiento del juez de instrucción, juez municipal, de
distrito o de paz, o funcionario fiscal más próximo, por escrito –mediante parte u
oficio- o incluso de palabra, toda clase de hechos que conozca con ocasión de su
ejercicio profesional que puedan tener carácter delictivo: traumatismos,
envenenamientos, sevicias y malos tratos a niños, minusválidos o mujeres, abortos,
muertes repentinas, etc. Obligación de la que puede derivarse, en caso de
incumplimiento, una sanción penal…” (Gisbert Calabuig, Juan Antonio, “El secreto
médico”, en Manual de bioética general, Polaino-Lorente, Aquilino (director), Rialp,
Madrid, 1997, pág. 303; de igual modo se había expresado en nuestro medio Bonnet,
Emilio, Medicina Legal, López Libreros Editores, Buenos Aires, 1967, págs. 30 y 34,
en torno a la obligación de denunciar como justa causa; en cuanto a las disquisiciones
que cabe formular entre el médico por un lado y los abogados y confesores en el marco
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del sigilo y secreto confesional, por el otro, puede verse Carrara, Francesco, opus cit.,
tomo 4, pág. 460, parágrafo 1647).
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preventora constituye o no un hecho ilícito (art. 156 CP), extremos que no han sido
debatidos en autos y que sólo podrán ser dilucidados en un procedimiento que asegure
debidamente el derecho de defensa…” (Suprema Corte de la Provincia de Buenos
Aires, “Iñiguez”, del 7-7-1992, antes citado).
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todos los intervinientes, de esta Cámara, Sala I, causa n° 21.925, “Katz”, del 8-3-
2004).
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del Código Procesal Penal), de modo que se advierte una sobreestimación de los
efectos que pudieren producirse con el anoticiamiento o denuncia del médico.
Inclusive, pregonar que se está ante tal dilema “cárcel o muerte” importa
una generalización tal que bien puede configurar una afirmación dogmática que, por
consecuencia, no es dable predicar en todos los supuestos de la realidad.
liminarmente verificado.
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medida en que ha habido un perjuicio para un tercero (art. 19 de la Carta Magna), a la
sazón, su propio hijo en gestación.
El aborto es un hecho reputado por la ley como delito, tanto como el robo
y el homicidio, cuyo conocimiento por un médico genera la obligación de denunciarlo
y aun cuando pueda pensarse que el secreto profesional lo ampara, claro que hay justa
causa de revelación, como antes se dijo.
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a la abortante ante el dilema de arriesgar su vida o perder su libertad. Todas las cosas
tienen un precio que hay que pagar cuando el motivo determinante que las causa no ha
sido extraño a la propia conducta”, extremo que en términos sistemáticos el
ordenamiento jurídico capta en las disposiciones de los arts. 902, 903 y 904 del
Código Civil.
que impone, como sostiene el juez Iribarne en el citado fallo, “el agotamiento de toda
instancia que asegure la correcta y general aplicación de la ley”.
Por manera que “la posición contraria llevaría al absurdo de sostener que
los funcionarios públicos se hallarían impedidos de investigar las pistas que pudieran
surgir del secuestro de efectos obtenidos a raíz de la concurrencia a un hospital público
por parte del individuo que ha delinquido” (considerando 11).
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De igual modo y por intermedio del voto del juez Boggiano
(considerando 7), se dijo que “no cabe equiparar en forma mecánica, como lo hace el
fallo impugnado, los supuestos de autoincriminación forzada con la situación de quien
delinque y concurre a un hospital exponiéndose a un proceso. Este último realiza un
acto voluntario con el propósito de remediar las consecuencias no queridas de un hecho
ilícito deliberado. No es posible, en tal hipótesis, afirmar que existe estado de
necesidad, pues el mal que se quiere evitar no ha sido ajeno al sujeto sino que, por el
contrario, es el resultado de su propia conducta intencional (arg. Art. 34, inc. 3, Cód.
Penal)”.
Es que, como dijo el juez Millán en el fallo plenario tanto veces aludido,
“la ley argentina no coloca a la mujer embarazada en ningún ‘dilema’ cuando
incrimina el aborto. La coloca siempre…en la alternativa de conservar o perder la vida
naciente que lleva en su seno. Es en este instante en el que debe ubicarse el problema y
no en el subsiguiente a la ilícita maniobra abortiva”.
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Expresado de manera más gráfica: “Si se dice ‘la muerte del chico ya
sucedió, ahora nos queda la vida de la madre’, para decir: ‘si castigamos a la madre en
lo futuro las madres que aborten no irán a curarse por miedo a la cárcel’, se incurre en
la incoherencia de admitir…un efecto preventivo o ejemplar para el futuro a la
conducta del juez, cuando declara la impunidad del aborto, (que estará indicando a la
mujer ‘andate a curar, que no habrá ningún problema’), pero en el mismo instante no
adjudicarle ejemplaridad para el futuro a la conducta del juez si es que manda el
castigo, y que indicaría a la mujer que no lo mate porque irá presa (‘Cuidado, si matás
a tu hijo podés ir a la cárcel…’ –aunque en realidad este delito es excarcelable-. Por
qué admitir, a la vez, perspectiva de futuro y ejemplaridad para el acto que decreta la
impunidad de un delito pero no admitirla para la punición del mismo delito?...”
(Hernández, Héctor H., Superación de ‘Natividad Frías’: Luces y sombras de un
USO OFICIAL
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referenciados), es la asistencia médica. Pero ese habrá de ser el propio fin que llevara
al requerimiento de atención por un profesional. Jamás la finalidad primordial será
aquella que asegure al paciente el secreto revelado o verificado por sí por el médico,
pues en tal caso ese propósito no conllevaría sino la pretensión de asegurar su propia
impunidad.
Por el contrario, el ilustrado voto del juez Iribarne en el caso resuelto por
el Superior Tribunal de la Provincia del Neuquén, que trae datos estadísticos extraídos
de la propia ex Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, resulta elocuente en
orden a demostrar que los efectos que trataba de evitar la postura fijada en “Frías’ en
modo alguno se vieron concretados –disminución de muertes por aborto en la Capital
Federal- sino que en los diez años subsiguientes aumentó sensiblemente la mortalidad
por aborto: “la doctrina, en cambio, sí tuvo por efecto la virtual desincriminación del
delito en cuestión, pues a partir de entonces disminuyó sensiblemente la tramitación de
causas derivadas de ese ilícito en jurisdicción de la Capital Federal”, sostuvo en ese
pronunciamiento el citado juez.
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En la misma dirección, cabe traer aquí el meduloso voto del juez Vigo
en “Insaurralde”, en tanto dijo que “ si consideramos que ‘una de las pautas más
seguras para verificar la razonabilidad de una interpretación legal es considerar las
consecuencias que se derivan de ella’ (Fallos, 234:482; 302:1284; 303:917; 307:1018;
312:157; 314:1764…), no podremos dejar de tener en cuenta que la conclusión de la
Alzada lleva al absurdo resultado de que le basta al individuo que ha delinquido con
concurrir a un hospital público, para impedir automáticamente al Estado proceder a la
investigación y eventual castigo por hechos previstos en la ley penal como delitos de
USO OFICIAL
acción pública, todo lo cual se traduce en un menoscabo del bien jurídico amparado
por el tipo penal de que se trate, y que, en el sub examine, es el de más relevante
jerarquía: la propia vida humana”.
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jueces tienen el deber de ponderar las consecuencias sociales de su decisión (Fallos:
313:1232)…De ahí que no exista una recta administración de justicia cuando los jueces
aplican la ley mecánicamente y con abstracción o indiferencia por las consecuencias
que esa aplicación tiene para las partes y, de un modo distinto pero trascendente, para
el cuerpo social todo (Fallos: 322:1537)…en definitiva, la evaluación de las
consecuencias relevantes está en relación con criterios de justicia, sentido común,
conveniencia y orden público…”.
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protegidos, por entender que constituyen el reaseguro último para la vigencia de los
derechos. ‘Al derecho internacional le es indiferente que esa obligación se cumpla por
vía administrativa, judicial, o del Poder Legislativo…’…” (Abregú, Martín, “La
aplicación del Derechos Internacional de los Derechos Humanos por los tribunales
locales: introducción”, en La aplicación de los tratados sobre derechos humanos por
los tribunales locales, Editores del Puerto, Buenos Aires, 1997, págs. 8/10).
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manifiesta el ejercicio del poder público, de manera tal que sean capaces de asegurar
jurídicamente el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos”, porque, agregó
nuestro más Alto Tribunal, la Nación “se obliga internacionalmente a que sus órganos
administrativos, jurisdiccionales y legislativos lo apliquen a los supuestos que ese
tratado contemple, a fin de no comprometer su responsabilidad internacional” (Fallos:
325:292, con cita de Fallos: 319:2411, 3148 y 323:4130).
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