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A veces no me doy cuenta

A veces no me doy cuenta y comienzo a caminar

con medio vestido y el sombrero enganchado en un perchero

y una multitud de besos pequeñitos atados a mi vientre

a cuenta de mi futuro incierto desdeñando años.

Y salgo con el café humeante en el bolsillo, y la tostada en el bolso.

Comienzo a caminar arrastrando, en mi descuido, la tumbas más dulces

que inauguraron mis abuelos, la tierra estriada con una herida abierta,

con protección guerrera de mi padre y sus guerras luchadas a brazo partido

con su ejemplo, la pluma y la palabra enganchada en mi sombra,

con la restauración de mis alas a cargo de mi madre, cosiéndome el alma

para que no se filtren más perdidas, más escombros chiquitos y molestos.

Y arrastro las piernas de un hombre

que me dejó sin piernas para que no lo siguiera a su suicidio.

Y distraída, sigo arrastrando una ristra de lamparitas tristes de la kermesse

y un trozo de alguna chimenea que amamantó los leños para luego

devorarlos como hace el mundo con nosotros.

Y así, sin darme cuenta, en mi autobiografía autorizada de pasión no resuelta,

me pongo a caminar y me llevo por delante la historia y los héroes no

nombrados y una legión de mujeres invisibles y una procesión de seres

desangelados que perdieron sus casa que ahora yacen en los calabozos.

Y sin darme cuenta, arrastro hadas en proceso de educación,

una inauguración del desencanto , un rebanada de sol con chaleco de fuerza.

Y me cuelga de la falda un libro que cerré a tiempo, en la hora en punto del

crepúsculo .
La voz ancestral de los poetas

Después del exterminio, después de los cuencos de dolor,

llega el poeta,

a los tumbos con su amor de pueblo

sorteando, calcinando lápidas de pena.

El poeta escribe bajo un sol menor,

entre el estertor del mito y las lunas muertas,

y en la soledad hace el amor, incesto puro,

con sus propios versos entre el café y los labios de la mesa.

El poeta tiene conciencia anterior a su prehistoria,

es su pacto social para el habitante que moldeó la tierra,

pero solo en su cuarto con embriones

de futuras soledades, sufre la otredad a tientas,

queriendo ser la voz de los que callan,

con la imparable estampida de su lengua.

Cruje su corazón, grita, acusa, sangra, ataca el muro,

hay llagas de luz en su soledad sin tregua,

dándose a luz, rasgando la carne , nada importa,

convidándole a su pueblo, la placenta.

El poeta cumple su oficio y se derrama.

No… no se rinde el poeta.


Tierra amenazada

Este calor, este resquicio en el cielo como labios abiertos del dolor

asfixia los gritos de la tierra.

Hay una pavura de trinos sofocados.

La tierra tiene los tendones rasgados,

el júbilo se seca como un gajo de infancia.

(Préstame tu regazo para esconder el llanto,

para que el embalse no tenga la sed que yo no quiero)

Las oscuras manos de los altos estratos

no ayudan y miran al otro lado del agujero.

No tiene perdón la indiferencia

y los dioses menores deciden la condena.

Nuestra tierra tiene los huesos eternizados de dolor,

los ojos cosidos al asombro. Un día vendrá y seremos las víctimas

luchando , deteniendo la ablación innombrable.

Nadie ayuda. Nadie salva. Los hombres que dan grandes discursos

sufren una ceguera mineral. ¿Y nosotros?

El hombre, la mujer, el niño anónimo abanican la tierra.

Y nosotros, los héroes anónimos sin miedo

nos miramos las manos y con puños de versos y de acero

y con más amor que armas, con fusiles de luz y de aire libre,

decidimos salvarla.

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