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ISBN 978-987-9165-89-8
1ª EDICIÓN
POLEMOS, BUENOS AIRES, 2007
© de esta edición
EDITORIAL POLEMOS S. A.
Moreno 1785, 5° piso,
1093 - Buenos Aires, Argentina
www.editorialpolemos.com
editorial@polemos.com.ar
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN: 978-987-9165-89-8
patriici
Índice
.
I NTRODUCCIÓN
Juan Carlos Stagnaro y Norberto Aldo Conti |9
C APÍTULO 1
LA AFECCIÓN HISTÉRICA
Thomas Sydenham |11
C APÍTULO 2
D EFINICIÓN DE LA HISTERIA
Paul Briquet |19
C APÍTULO 3
MI CONCEPCIÓN DE LA HISTERIA
Joseph Babinski |27
C APÍTULO 4
P ARÁLISIS HISTÉRICO - TRAUMÁTICA MASCULINA
Jean-Marie Charcot |41
C APÍTULO 5
L OCURA HISTÉRICA
Emil Kraepelin |91
C APÍTULO 6
T RATADO PRÁCTICO DE CANSANCIO NERVIOSO ( NEURASTENIA )
George M. Beard |107
C APÍTULO 7
LA ANSIEDAD PAROXÍSTICA
Édouard Brissaud |167
C APÍTULO 8
EL CASO DE LA S RITA . F...
Jean Étienne Dominique Esquirol |177
C APÍTULO 9
LA LOCURA DE LA DUDA ( CON DELIRIO DEL TACTO )
Henri Legrand du Saulle |183
Introducción
***
incluso dolor cuando la tal parte está dotada de una sensibilidad exquisita,
y perturban las funciones de los órganos, tanto de aquellos de los cuales
se retiran, como las de los que cargan. Unos y otros no pueden dejar de
estar fuertemente dañados por esta distribución desigual de los espíritus
que es netamente contraria a las leyes de la economía animal (…).
Las mujeres histéricas y los hombres hipocondríacos expulsan a
menudo grandes cantidades de erina clara y límpida, como lo he hecho
notar más arriba. Este síntoma proviene también del desorden de los
espíritus animales, los cuales, alterando la economía de la sangre, hacen
que la serosidad se separe antes de que ella haya tenido tiempo de ser
impregnada con las partículas salinas que han de darle su color cetrino.
Todos los días vemos un bello ejemplo en las personas que han bebido
copiosamente algún licor ligero y diurético porque, inmediatamente,
mingen una orina muy clara; porque la sangre sobrecargada y como
circundada de una serosidad imposible de retener la deja escapar antes
de haber tenido tiempo de tomar el color natural de la orma.
Hace cerca de tres años un hombre de alta condición me hizo llamar
para atenderlo de una enfermedad que me pareció ser un cólico
hipocondríaco semejante a la pasión ilíaca, debido al dolor y enorme
vómito que lo acompañaba y que había agotado casi enteramente las
fuerzas del paciente. Noté cuidadosamente que cuando se encontraba
peor, su orina era siempre clara y sin color; y que cuando estaba un poco
mejor era de un color aproximado al cetrino y esto duró toda la enfermedad.
Un día, habiendo ido a ver al enfermo, percibí una orina cetrina que
había mingido en tres diferentes veces y que habían guardado en tres fras-
cos diferentes. Se alegraba de este feliz acontecimiento y pensaba tomar
algún alimento liviano diciéndole que tenía apetito; pero en este momento,
apareció alguien que lo puso de tal manera en cólera que se encontró mal
en ese mismo momento y habiendo pedido la bacinilla, expulsó en ese
mismo momento gran cantidad de orina clara como el cristal. (...).
Creo haber mostrado suficientemente que la afección histérica e
hipocondríaca proviene sólo del desorden de los espíritus animales, y que no se
produce, como ‘dicen algunas autores, por la corrupción de la simiente o de la
sangre menstrual capaz de llevar los vapores malignos a los lugares afectados:
ni, como lo aseguran otros, debido a cierta depravación de los jugos o a una
conglomeración de los humores amargos, sino por las cosas señaladas (...).
La causa antecedente del desorden de los espíritus animales es su
demasiada debilidad, ya sea natural, ya accidental, que los hace fáciles a
desacomodarse y a disiparse; la constitución de los espíritus, que no
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C APÍTULO 2
Definición de la histeria 1
Paul Briquet
***
2. Œuvres d’Hippocrate, Trad. de E. Littré, Paris, 1851, T. VII, p. 312; T.VIII, p. 10.
3. N. del T.: En francés textual “Confrication de la vulve”.
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Estas ideas distan mucho, en verdad, de las teorías que sólo encuentran
en la histeria apetitos insatisfechos, u órganos genitales inflamados,
infectados o cancerosos. Pero si se alejan de aquellas groseras teorías de
la antigüedad, que luego actualizaron los griegos, se aproximan muchí-
simo a otras opiniones más filosóficas como las de Raulin, o las de
Sydenham, que reconocieron que había en la mujer histérica un
conjunto de sufrimientos, o al menos una disposición general al sufri-
miento, que residía en todo su ser, y que expresaron por medio de las
palabras movilidad, susceptibilidad o debilidad nerviosa; son en cierto
modo la consecuencia de aquellos corolarios ya antiguos que hacían del
cerebro, vale decir del centro de la sensibilidad, el foco al que llegan las
sensaciones, causas productoras de la histeria, y el punto de partida de
los fenómenos de esta enfermedad; corolarios debidos a Charles Lepois,
a Willis, y a Georget; esas ideas son, en fin, el complemento de las ideas
de M. H. Girard, quien considera la histeria como el resultado de una
modificación viciosa del organismo, localizada en el cerebro, y de las
del profesor Forget y de M. Gendrin, quienes adelantan que la histeria
no es otra cosa que la expresión de una susceptibilidad especial del
sistema nervioso.
Me detengo aquí, pues mi intención, por el momento, no es otra
que la de comprobar la forma de los fenómenos mórbidos mediante los
cuales se manifiesta la histeria a nuestros sentidos. Más adelante, con el
desarrollo de los hechos, mostraré de qué manera actúan las causas de
la histeria sobre la economía, y a qué género de neurosis dan lugar.
Habituado al curso matemático de las ciencias físicas, no extenderé mis
conclusiones sino a medida que los hechos se vayan desarrollando.
Galeno dijo de la histeria: Passio hysterica unum nomen est, varia tamen
et innumera accidentia sub se comprehendit 5 . No era otra la opinión de
Rivière, cuando decía que la histeria no era morbus simplex, sed morborum
illiada5. Sydenham, por su lado, opinaba que las formas de Proteo y los
colores del camaleón no son más numerosos que los diversos aspectos
bajo los que se presenta la histeria y F. Hoffman definía esa enfermedad
en los términos siguientes: Morbus ille, aut potius norborum cohors 6.
Los accidentes que puede producir la histeria son, en verdad, bastante
variados; sin embargo, son mucho menos variados, y, sobre todo, son
5. N. del T.: “El nombre, padecimiento histérico, in único, pero comprende variados e
innumerables accidentes”.
6. N. del T.: “No una enfermedad simple, sino una miríada de enfermedades”.
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C APÍTULO 3
Mi concepción de la histeria1
Joseph Babinski
enfermas, sin haberse dado cuenta de ello. Esto último fue una de las
causas de lo que se llamó “El escándalo de la Salpêtrière”.
***
3. Ver J. Babinski : “Hipnotismo e Histeria. Acerca del papel del hipnotismo en terapia”.
Lección dictada en la Salpêtrière, Gazette Hebdomadaire, 1891.
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Hasta se puede afirmar, con todo derecho, que la histeria así definida
es la afección mental que más importa saber reconocer, desde el punto de
vista del tratamiento, pues un trastorno histérico puede curarse rápida-
mente, instantáneamente, bajo la influencia de las prácticas persuasivas,
puestas en acción con habilidad, o durar años, la vida entera, según que
su naturaleza sea reconocida o no.
Si se objetara que mi definición de la histeria es arbitraria, he aquí lo
que respondería. Es legítimo, y hasta útil –como ya dije–, formar un grupo
nosológico especial, cualquiera que sea la etiqueta que se le aplique, con
los trastornos que presentan los caracteres sobre los cuales he insistido. Se
podría, utilizando un neologismo, darles la denominación de trastornos
pitiáticos7, que al menos expresaría uno de sus caracteres distintivos, y
disiparía todo malentendido. Sería imposible, en efecto, confundir en
una clasificación los fenómenos denominados “pitiáticos”, es decir, cura-
bles por persuasión, con accidentes que la persuasión no puede hacer
desaparecer. Si utilizo la palabra histeria, aunque sería más razonable
abandonar el uso de un término que ya no tiene para nadie su significado
primitivo y etimológico, es para no romper demasiado bruscamente con
la tradición. Pero si se sigue llamando histéricos a estos trastornos cuya
propiedad esencial es su íntima dependencia de la sugestión y de la
persuasión, es lógico rehusar este epíteto a manifestaciones que no tiene
este atributo; es lógico, en efecto, no designar con la misma palabra dos
cosas profundamente diferentes.
Espero haber obtenido que mi pensamiento se entienda bien, y, como
me parece esencial entenderse de una vez por todas sobre la definición de
la histeria, invito a mis colegas, si no aceptan la que les propongo, a
darnos a conocer su manera de concebir la histeria, y a indicar el sentido
que le asignan a este vocablo, o sea, a definirla a su vez.
C APÍTULO 4
Parálisis histérico-traumática masculina 1
Jean-Martin Charcot
JEAN-MARTIN CHARCOT(1825-1893)
1. Leçons sur les maladies du système nerveux faites à la Salpêtrière, 1887-1888, pp. 344 -347.
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***
2. Leçons sur les maladies du système nerveux faites à la Salpêtrière, 1888-1889, págs. 131-139.
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más frecuentes, y al mismo tiempo, más fáciles de analizar. Les decía hace
un momento que cuatro o cinco años atrás, el Dr. Klein, en su tesis,
había reunido ochenta casos de histeria masculina. Hoy el Dr. Batault
que prepara en nuestro servicio un trabajo especial sobre este tema,
reunió 218 casos del mismo tenor, 9 de los cuales pertenecen a nuestra
clínica7.
Así pues, la histeria masculina no es tan rara, ni mucho menos. A
juzgar por lo que veo cada día entre nosotros, estos casos suelen ser poco
conocidos, incluso por médicos muy distinguidos. Se admite que un
joven afeminado pueda presentar, luego de ciertos excesos, penas,
emociones profundas, algunos fenómenos histeriformes; pero que un
artesano vigoroso, sólido, no excitado por la cultura, un maquinista, por
ejemplo, para nada emotivo anteriormente, al menos en apariencia, pueda
volverse histérico, como una mujer, después de un accidente de tren, de
una colisión, de un descarrilamiento, parece que esto supera lo imagina-
ble. Sin embargo, esto se ha comprobado, y habrá que acostumbrarse a la
idea. Y finalmente nos acostumbraremos, como ha sucedido con tantas
otras propuestas hoy ya aceptadas por todos como verdades demostradas,
después de haber suscitado por largo tiempo el escepticismo y la ironía.
Hay un prejuicio que seguramente contribuye en mucho a impedir la
difusión de las enfermedades relacionadas con la histeria masculina: se
trata de la idea relativamente falsa que se suele tener del cuadro clínico de
esta neurosis en la mujer. En el hombre, en efecto, la enfermedad se
presenta por lo general como una afección notable por la permanencia y
la tenacidad de los síntomas que la caracterizan. En la mujer, por el con-
trario –y esta es tal vez la diferencia capital entre ambos sexos, para quien
no conoce a fondo la enfermedad en la mujer– lo que se cree que es el
rasgo característico de la histeria es su inestabilidad, la movilidad de los
síntomas. Se dice entonces que en la histeria, basándonos naturalmente
en observaciones de mujeres, los fenómenos son móviles, fugaces y la
marcha caprichosa de la afección suele verse interrumpida por las sorpresas
más inesperadas. Pero caballeros, como ya lo he mostrado en numerosas
ocasiones, esta movilidad, esta fugacidad no es una característica unívoca
de la enfermedad histérica, incluso en la mujer.
Así es, incluso en la mujer hay histerias de fenómenos durables, per-
manentes, muy difíciles de modificar y que a veces resisten cualquier
intervención médica. Y los casos de este tipo son numerosos, muy nu-
Observación I
Rig…, empleado de comercio, 44 años, ingresó en la Salpêtrière el 12
de mayo de 1884, hace ya un año. Es un hombre alto, fuerte, musculoso.
Trabajó como tonelero y soporta sin problemas un trabajo pesado. Los
antecedentes hereditarios de este paciente son muy llamativos. Su padre
vive aún, tiene 76 años. De los 38 a los 44 años, como consecuencia de
penas amorosas y problemas financieros, sufrió ataques de nervios sobre
cuya naturaleza el enfermo nos puede dar pocos datos. Su madre murió a
los 65 años, era asmática. El tío abuelo de la madre era epiléptico y
murió como consecuencia de una caída en el fuego acaecida durante uno
de sus ataques. Las dos hijas de este tío también eran epilépticas. Rig…,
tuvo siete hermanos y hermanas que no presentaban enfermedades
nerviosas. Cuatro murieron; entre los tres restantes, una hermana es
asmática. Él mismo tuvo nueve hijos, cuatro de los cuales murieron en la
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 65
infancia. De los cinco que aún viven, una hija de 15 años sufre crisis
nerviosas, otra, de 10 años, sufre ataques de epilepsia histérica que el Dr.
Marie pudo comprobar aquí mismo; otra hija presenta una inteligencia
deficiente; finalmente, dos hijos no presentan nada en particular.
En los antecedentes personales, hallamos los siguientes hechos: a los
19 y a los 29 años, el enfermo padece reumatismo articular agudo, sin
lesiones cardíacas. El último ataque duró seis meses y tal vez las deforma-
ciones que tienen sus manos se deban al reumatismo. De niño era muy
temeroso, su sueño se veía perturbado por pesadillas y además era
sonámbulo. Solía levantarse por la noche, trabajaba y al día siguiente se
sorprendía de hallar su trabajo ya hecho. Este estado duró de los 12 a los
15 años. Se casó a los 28 años. No hay antecedentes de sífilis ni alcoho-
lismo, si bien el enfermo era tonelero. Llegó a París a los 32 años, trabajó
primero con su padre, luego como empleado para una fábrica de depura-
ción de aceite.
En 1876, cuando tenía 32 años, sufrió un primer accidente. Se hizo
un corte bastante profundo con una navaja de afeitar que estaba afilando
contra la cara anterior del antebrazo, como es costumbre de mucha gente.
Se cortó una vena y comenzó a sangrar y entre la hemorragia y el miedo
que sintió, el enfermo cayó al suelo, privado de sentido y de movimiento.
Le llevó mucho tiempo recuperarse y permaneció anémico, pálido y sin
poder trabajar durante dos meses.
En 1882, hace tres años, estaba bajando a la bodega una pieza de
vino, cuando la cuerda que la sostenía se rompió; el tonel rodó por la
escalera y lo hubiera arrollado sin duda alguna si Rig… no se hubiera
lanzado hacia un costado. De todos modos, recibió una herida leve en la
mano izquierda. A pesar del miedo que sintió, logró levantarse y ayudar
a volver a subir el tonel. Pero cinco minutos después perdió el conoci-
miento durante unos veinte minutos. Al volver en sí, no podía caminar,
sus piernas se habían aflojado totalmente y tuvieron que llevarlo hasta su
casa en un coche. Durante dos días le resultó imposible trabajar. Por la
noche su sueño se veía perturbado por visiones atemorizantes y se
despertaba gritando: “¡a mí! ¡me matan!”. Volvía a ver en sueños la escena
de la bodega. Diez días después del accidente, cuando ya había retomado
su trabajo, sufrió su primer ataque de epilepsia histérica en mitad de la
noche. Desde entonces, los ataques volvieron más o menos regularmente
cada dos meses y con frecuencia, en el intervalo, durante la noche, ya
fuera en el momento del primer sueño, ya al despertar, el enfermo se veía
muy perturbado por visiones de animales feroces.
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poco espasmo-frenadores (para usar los términos del Dr. Pitres); es decir
que su excitación, incluso intensa y prolongada, sólo sirve para detener
en forma imperfecta la evolución del ataque.
En el estado mental de Rig…, tanto hoy día como en el pasado,
vemos que dominan siempre la ansiedad, el miedo, la tristeza. No puede
dormir en la oscuridad y a pleno día no le gusta estar solo. Presenta una
sensibilidad excesiva y siente gran temor al ver o recordar ciertos animales
como las ratas, lauchas, sapos, que además ve con frecuencia en pesadillas
espantosas y en alucinaciones hipnagógicas. Siempre está triste: “Me aburro
de mí mismo”, suele decir. Vemos que hay una cierta movilidad intelec-
tual que se traduce en el hecho de no poder comprometerse con nada y
en que comienza y abandona con igual facilidad cinco o seis cosas a la
vez. Es inteligente y posee una relativa instrucción. Su carácter es dulce y
sin malos instintos.
Los ataques son espontáneos o provocados. Más allá de cómo se
originen, siempre comienzan con una viva sensación de quemazón a nivel
de los puntos espasmógenos a la que le siguen primero un dolor epigástrico,
luego la sensación de constricción del cuello y de pelota, y al final el aura
cefálica de silbidos en los oídos y latidos en las sienes. En ese momento el
enfermo pierde el conocimiento y comienza el ataque en sí. Este consta
de cuatro períodos bien netos y diferenciados. En el primero, el enfermo
esboza algunas convulsiones epileptiformes. Luego viene el período de
los grandes movimientos de saludo, de una extrema violencia, interrumpidos
de vez en cuando por un arco de círculo absolutamente característico,
que se cumple ora hacia delante (emprostotonos), ora hacia atrás
(opistotonos); sólo tocan la cama los pies y la cabeza y el cuerpo queda en
posición de puente. Durante este tiempo, el enfermo lanza gritos salva-
jes. Luego viene el tercer período, de las actitudes pasionales, durante el
cual el enfermo pronuncia palabras y lanza gritos relacionados con el
delirio sombrío y las visiones aterradoras que lo persiguen. A veces se
trata del bosque, de lobos, de animales espantosos, a veces se trata de la
bodega, la escalera, el tonel que rueda. Finalmente, vuelve en sí, reconoce
a la personas que lo rodean y las llama por su nombre; pero el delirio y las
alucinaciones persisten durante algún tiempo más. Busca a su alrededor
y bajo la cama los animales que lo amenazan, examina sus brazos pensando
encontrar las huellas de las mordidas de estos animales, que cree haber
sentido. Luego vuelve en sí; el ataque terminó, pero en general suele
volver algunos momentos más tarde, hasta que después de tres o cuatro
ataques sucesivos, el enfermo vuelve por completo al estado normal.
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Observación II
El enfermo Gil…, de 32 años, dorador de metales, ingresó en la
Salpêtrière en enero de 1885. No se observa nada particular en los ante-
cedentes hereditarios. Su padre, un sujeto muy violento, murió a los 60
años, como consecuencia de una parálisis sin ataques. Su madre, muerta
de tuberculosis, era nerviosa, pero nunca padeció ataques.
Los antecedentes personales son mucho más interesantes. A los 10
años era sonámbulo. Desde niño sintió temor en la oscuridad y por la
noche sufría alucinaciones hipnagógicas, y pesadillas. Desde muy joven
abusó del coito; de vez en cuando siente un impulso irresistible por las
mujeres. A menudo tuvo que salir corriendo a ver a una muchacha para
luego volver a su trabajo. Además, se masturba frenéticamente. No obs-
tante esto, es inteligente. Es muy hábil y aprende con rapidez; también
es músico, toca el violín y el acordeón. Le gusta ir al teatro; pero como es
de carácter sombrío y taciturno, suele buscar la soledad.
Su oficio, en el que usa mercurio, nunca le provocó accidentes que se
pudieran asociar a la intoxicación con mercurio. No hay signos de alco-
holismo. No hay sífilis.
A los 20 años, Gil… sufrió un primer ataque, sin causa conocida. Se
encontraba en un ómnibus cuando sintió los primeros avisos. Tuvo tiempo
de bajar y el ataque convulsivo se produjo en la calle. Los ataques se repro-
dujeron luego con bastante frecuencia. Pudo contar hasta cuatro o cinco
por mes. Parece ser que en esa época, en varios accesos, se orinó en los
pantalones. Las crisis convulsivas se habían espaciado considerablemente
desde hacía algunos años y sólo se presentaban después de largos interva-
los, cuando en 1880 el enfermo fue víctima de una agresión nocturna.
Recibió una puñalada en la cabeza, en la región parietal derecha, cayó
desmayado, fue robado, dado por muerto y abandonado allí mismo.
Alguien lo levantó y lo llevó a la Charité, al servicio del Dr. Gosselin,
donde permaneció durante tres o cuatro días, inconsciente. Algunos días
más tarde se desarrolló una erisipela alrededor de la herida en la cabeza y al
curarse comenzó una cefalalgia intensa y particular que persiste aún hoy.
Durante largo tiempo, luego de este accidente, el enfermo permaneció
hundido en una suerte de entorpecimiento del que logró salir poco a
poco, y no completamente, pues desde entonces, incluso en sus mejores
días, le resulta imposible trabajar, y hasta leer. Así fue como pronto cayó
en la miseria. Por otro lado, los ataques que le habían dado cierta tregua,
reaparecieron luego más intensos y numerosos que antes. Es por ello que
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Para terminar con este caso, quisiera hablar de la cefalea que G. sufre
en forma permanente y que aumenta ni bien quiere realizar alguna tarea,
por mínima que fuera. Con todas las particularidades que citamos más
arriba, la cefalalgia de este tipo no pertenece al cuadro de la histeria, por
el contrario, la hallamos necesariamente, por decirlo así, en la neurosis
neurasténica (Neurasthenia de Beard10), de la que constituye una carac-
terística predominante y donde también se observa la depresión física y
mental que existe en tan alto grado en nuestro enfermo. He notado que
en este último estos diversos síntomas se produjeron luego del golpe que
recibiera en la cabeza. Ahora bien, el estado neurasténico, con todo el
conjunto de los fenómenos que Beard le asigna en su notable monografía,
es una de las afecciones nerviosas que se desarrollan con mayor frecuencia
después de un shock, en particular en los accidentes ferroviarios. Es lo
que muestran varias de las observaciones realizadas por el Dr. Page11. En
cuanto a mí, he hallado dos ejemplos absolutamente similares a los
publicados por este autor, uno de los cuales concierne a uno de nuestros
colegas de París. Según todo esto, creo que debemos admitir que hay dos
elementos bien distintos coexistiendo en nuestro enfermo G. En primer
lugar, el estado neurasténico, consecuencia inmediata y directa del shock
del que fue víctima, hace tres años; en segundo lugar, la epilepsia histérica,
con todo el cortejo de fenómenos que la caracterizan. Esta existía ya antes
del accidente, pero se agravó en forma considerable después, tal como
podrán apreciar al estudiar los detalles de la observación.
Llegamos ahora al examen de un tercer enfermo quien, por otra parte,
se ubica exactamente en el mismo marco que los dos anteriores.
Observación III
El hombre que ven aquí se llama Gui…, tiene 27 años, es cerrajero.
Ingresó el 20 de febrero de 1884 en el servicio de mi colega, el Dr. Luys.
De su familia, Gui… conoce sólo a su padre, quien murió a los 48 años,
alcohólico, y a su madre, viva aún, quien parece nunca haber sufrido una
afección nerviosa. Tuvo siete hermanos y hermanas; uno solo de sus
hermanos vive aún: al parecer nunca estuvo enfermo y no es nervioso.
Charcot
Grabado sobre madera de Paul Renouard.
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 77
Observación IV
El sujeto que les mostraré a continuación no entra cabalmente en el
marco que hemos visto hasta ahora, en el sentido de que se trata de un
adolescente y no de un adulto. Pero en él, la enfermedad parece tener ese
carácter de permanencia y tenacidad del que ya hemos hablado.
Mar…, 16 años, llegó al servicio de clínica el 29 de abril de 1884, es
decir, hace un año. Nació y vivió en el campo hasta los 14 años. Su madre
habría sufrido algunos ataques de histeria en 1872. Su abuelo paterno
era alcohólico y de carácter muy violento. Es todo lo que podemos saber
de los antecedentes hereditarios. En cuanto a él, se trata de un muchacho
fornido, bien desarrollado, si bien en la infancia tuvo algunas manifesta-
ciones estrumosas, a saber: derrame en los oídos, ganglios en la región
mastoidea. Es inteligente, de carácter alegre y nunca fue temeroso; pero
sí sufría accesos de cólera muy violentos en los que llegaba a romper todo
lo que tenía a su alcance. Hace dos años comenzó a trabajar como aprendiz
en una panadería de París. Poco después, sufrió una pleuresía y el debi-
litamiento que le produjo esta enfermedad influyó ciertamente en el
desarrollo de los accidentes que comenzaron casi enseguida. Tiempo más
tarde, cuando aún estaba convaleciente, sintió mucho miedo. Según dice
fue asaltado por dos jóvenes una noche en la calle; cayó entonces sin
conocimiento y fue transportado en este estado, a la casa de su patrón.
No tenía rastros de herida alguna. A partir de entonces pasó algunos días
hundido en una especie de entorpecimiento. Empezó entonces a sufrir
pesadillas espantosas que persisten todavía hoy. Soñaba que peleaba y a
menudo se despertaba gritando. Por fin, al cabo de quince días comenzaron
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13. Dos días después de esta lección, el Prof. Charcot admitió en su servicio a un joven
de 21 años, belga, de nombre Fal, alto, delgado, de buen color, rubio, quien como los
anteriores ofrece al estudio toda la sintomatología de la epilepsia histérica con crisis mixtas
en su forma más clásica. En los antecedentes hereditarios sólo se destaca el a alcoholismo
paterno y entre los antecedentes personales infantiles encontramos terrores nocturnos,
pesadillas frecuentes e incluso, en pleno día a veces visiones de animales y figuras espantosas.
En noviembre de 1884, F…, enfermó de cólera gravemente. Logró curarse, pero la
convalecencia fue larga y durante varias semanas quedó muy débil, sufriendo calambres en
los miembros inferiores y dolores abdominales. Tres meses después de la cura, aún en el
hospital, en convalecencia, la visión de un cadáver que estaban trasladando lo llenó de
terror y casi enseguida se produjo el primer ataque. Otro terror, experimentado poco
después, como consecuencia de una broma pesada imaginada por un enfermo acostado en
la misma sala, parece haber decidido la situación, pues a partir de entonces, F… no dejó de
sufrir alucinaciones aterradoras, al tiempo que los ataques convulsivos se mostraban
regularmente casi todas las noches. Cuando el enfermo ingresó en la Salpêtrière, se observó
lo siguiente: anestesia cutánea dispuesta en placas diseminadas, disminución del gusto y del
olfato del lado izquierdo, achicamiento del campo visual limitado al ojo derecho; puntos
histerógenos muy extendidos, en forma de grandes placas hiperestésicas que ocupan casi
toda la superficie abdominal y las regiones de los omóplatos, las nalgas, el hueco poplíteo,
la planta de los pies, etc. El ataque puede ser provocado con facilidad cuando estas placas
de hiperestesia son sometidas a una fricción, aunque fuera leve. Después del aura clásica se
produce un período epileptoide muy claramente caracterizado. El período de los grandes
movimientos, con la actitud en arco de círculo también es muy clásica. Por fin, aparece la
fase de las actitudes pasionales durante la cual el enfermo parece ser víctima de un delirio
sombrío o furioso. De este modo, al igual que en los casos tratado anteriormente, la gran
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Observación V
Ly…, obrero, 22 años, ingresó en la Salpêtrière, servicio clínico, el 24
de marzo de 1885. Nacido en el campo, en las afueras de París, es un
muchacho de altura media, poco desarrollado y de apariencia endeble.
Su padre, quien ejerció la profesión de carretero, es alcohólico. Su madre,
muerta de tuberculosis, sufrió ataques de histeria. Finalmente hallamos
en su familia una abuela materna todavía histérica, si bien tiene 82 años,
y dos tías maternas que sufren de histeria. Estos antecedentes revisten
una importancia capital, ¡cuatro histéricas y un alcohólico en la misma
familia! Los antecedentes personales no son menos interesantes. Nuestro
enfermo siempre fue poco inteligente, nunca pudo aprender en la escuela;
pero no presenta trastornos mentales característicos fuera de esta debili-
dad psíquica. Confiesa que durante largo tiempo bebió cinco o seis vasos
de aguardiente por día, y grandes cantidades de vino; pero asegura haber
perdido este habito desde que cayó enfermo. Hace tres años sufrió una
erisipela en la cara, seguida de un ataque de reumatismo articular agudo,
bastante leve, que lo tuvo en cama por quince días. Ese mismo año, se
trató por una lombriz solitaria y tomó corteza de raíz de granada. El
remedio produjo el efecto esperado, el enfermo expulsó primero algunos
fragmentos y luego la lombriz entera. Pero cuando vio la tenia en sus heces,
sintió una fuerte impresión al punto que durante varios días sufrió leves
accidentes nerviosos como cólicos, dolores y sacudidas en los miembros, etc.
Hace un año, mientras trabajaba en Sceaux, el hijo de uno de sus
compañeros recibió una tremenda paliza por parte de su padre. Testigo
de la escena, L… quiso interponerse y le fue muy mal, pues el compañero,
furioso, comenzó a golpearlo a él y mientras L… lograba escapar le arrojó
una enorme piedra que afortunadamente no lo alcanzó. Pero el miedo
sentido por L… fue muy intenso; inmediatamente comenzó a tener
temblores en los miembros y la noche siguiente no pudo conciliar el
sueño. El insomnio persistió durante los días siguientes. Además, se veía
perseguido día y noche por las ideas más negras. A cada momento creía
ver de nuevo su lombriz solitaria o asistir a la pelea de la que casi había
sido víctima; además, sentía comezón en la lengua, había dejado de
comer, se sentía débil y trabajaba mal. Este estado duraba ya quince días
histeria apareció en este hombre luego del debilitamiento causado por una enfermedad
grave, como consecuencia de un miedo intenso, y en él, como en los demás, esta afección se
muestra provista en un alto grado de sus atributos característicos, tal como se la observa en
las mujeres.
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 81
cuando una tarde, hacia las seis, ocurrió el primer ataque convulsivo. Ya
desde la mañana L… sufría un dolor epigástrico con sensación de pelota,
de ahogo y de zumbido en los oídos. Cuando el ataque comenzó, según
nos dice, sintió que dentro de la boca, la lengua se le iba hacia la izquierda,
por una suerte de tracción involuntaria, irresistible. Luego perdió el
conocimiento y cuando volvió en sí, le dijeron que toda la cara se había
torcido hacia la izquierda, que sus miembros se habían puesto a temblar
y que una vez que las convulsiones se detuvieron, había comenzado a
hablar en voz alta sin despertarse. Durante los meses siguientes, estas
crisis, todas iguales, se repitieron cada ocho o quince días, y se vio obligado
a dejar de trabajar, por lo débil que se encontraba. Estas crisis fueron
consideradas como ataques epileptiformes de origen alcohólico y durante
un año aproximadamente se lo sometió a la ingesta de bromuro de potasio
en dosis altas, cosa que no tuvo efecto sobre los ataques. Al día siguiente
de entrar en la Salpêtrière, se produjo espontáneamente una serie de
cinco ataques sucesivos que no pudimos presenciar.
Al día siguiente, el examen metódico del enfermo nos permitió com-
probar lo que sigue: anestesia generalizada, dispuesta en placas disemi-
nadas; achicamiento considerable del campo visual de ambos lados; el
campo del color rojo es más extenso que el del azul; diplopía monocular.
Hay dos puntos espasmógenos, uno a nivel de la clavícula derecha, otro
por debajo de las últimas costillas flotantes de ese mismo lado. Si se
ejerce una presión un tanto fuerte en este último punto, se produce un
ataque que pudimos estudiar en todos sus detalles.
El ataque está precedido por el aura clásica: constricción epigástrica,
sentimiento de tener una pelota en el cuello, etc. En ese mismo momen-
to, y antes de que el enfermo pierda el sentido, la lengua se rigidiza y es
atraída hacia el lado izquierdo dentro de la boca. Con ayuda del tacto se
siente que la punta de la lengua queda por detrás de los molares de ese
lado. La boca, entreabierta, también se desvía. La comisura labial
izquierda se levanta y se tuerce hacia la izquierda, todo el lado izquierdo
de la cara participa entonces de esta deformación; finalmente, la cabeza
se tuerce mucho hacia la izquierda. Ya para entonces el enfermo está
inconsciente. Ahora los miembros superiores se rigidizan, quedando
extendidos, el derecho primero, luego el izquierdo. Los miembros infe-
riores, sin embargo, permanecen fláccidos o al menos no tan rígidos. El
movimiento de torsión hacia la izquierda, primero muy acusado en el
rostro, no tarda en generalizarse y al girarse el enfermo queda acostado
sobre el lado izquierdo. Es entonces cuando las convulsiones clónicas
82 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
atento del caso pronto nos sacaría de nuestro error. Tal vez la monoplejia
en cuestión se derive de una lesión cerebral cortical, principalmente loca-
lizada en la zona motora del brazo; pero no se trata de una alteración
material grosera, la lesión es puramente “dinámica”, “sine materia”, del
tipo de las que se imaginan para explicar el desarrollo y la persistencia de
los distintos síntomas de la histeria. Es lo que se desprenderá con
claridad del examen detallado que haremos de nuestro enfermo.
Observación VI
Pin…, 18 años, ejerce actualmente el oficio de albañil, llegó a la
Salpêtrière el 11 de marzo de 1885. Su madre murió a los 46 años, por
“reumatismos” (¿?); su padre es alcohólico. Una de sus hermanas, de 16
años, sufre frecuentes crisis de nervios. Se trata de un joven de apariencia
sólida, musculoso, pero cuyo sistema nervioso siempre dejó mucho que
desear. De los cinco a los siete años sufrió incontinencia urinaria. Siem-
pre fue poco inteligente, su memoria es pobre y no aprendió gran cosa en
la escuela. Además, era un niño temeroso, con terrores nocturnos. Desde
un punto de vista moral es un anormal, un desequilibrado. Ya desde los
9 años solía abandonar la casa paterna para dormir bajo los puentes, en
las salas de espera de las estaciones de tren. Y aunque su padre lo hizo
entrar de aprendiz en una frutería, luego en una pastelería, Pin… volvía
a escaparse. Una noche fue detenido en compañía de una banda de jóve-
nes vagabundos y fue internado en la Roquette donde su padre lo dejó
un año entero.
Hace dos años, cuando tenía 16, sufrió un ataque de reumatismo
articular agudo generalizado, precedido por una erisipela en el rostro. De
esa época debe datar la alteración orgánica cardíaca que vemos hoy.
El 24 de mayo de 1884, es decir hace 18 meses, P…, entonces apren-
diz de albañil, cayó de una altura de unos dos metros y permaneció
algunos minutos inconsciente en el mismo lugar donde cayó. Fue lleva-
do a su domicilio y allí se vio que tenía algunas contusiones en la parte
anterior del hombro, de la rodilla y en el pie izquierdo, contusiones leves
que no afectaban seriamente el uso de las partes interesadas.
Durante algunos días se creyó que todo acabaría allí, pero el 27 de
mayo, es decir tres días después del accidente, P… se dio cuenta de que
su miembro superior izquierdo se había debilitado. Fue a consultar a un
médico que al parecer reconoció una paresia de todos los movimientos
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 85
16. Toda la información sobre lo sucedido en el Hôtel-Dieu, nos fue proporcionada por
la Srta. Klumpke, alumna del servicio donde P… había sido admitido.
86 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
C APÍTULO 5
Locura histérica 1
Emil Kraepelin
1. Emil Kraepelin. Locura histérica, en Clínica psiquiátrica, Madrid: Calleja, 1905, pp. 243-251.
92 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
Señores:
Esta joven de treinta años cuidadosamente vestida de negro que entra
en la sala del brazo de la enfermera, a cortos pasos, casi arrastrando los
pies y que se ha sentado en el sillón cayendo como si se hallara exhausta
de fuerzas, os habrá producido la impresión de que está enferma. Es
esbelta y pálida; parece algo melancólica; trae los ojos bajos. Sus dedos,
primorosamente cuidados, juguetean con un lindo pañuelo. Cuando se
le dirige la palabra habla en voz baja, como con cansancio, sin levantar la
vista, y nos enteramos de que está completamente orientada. A los pocos
minutos se cierran espasmódicamente sus párpados, inclina la cabeza
hacia delante, y parece haber caído en profundo sueño. Sus brazos,
suspendidos por su propio peso, están como paralizados; ha cesado de
responder. Si le abrís los párpados, veréis sus glóbulos oculares inclinarse
hacia arriba; si la pincháis con un alfiler, sólo produciréis ligero estreme-
cimiento; pero si la salpicáis con agua fría, la oiréis suspirar hondamente,
se despertará, abrirá los ojos, lanzará una mirada de sorpresa a su alrededor,
e irá volviendo en sí gradualmente. Ahora nos dice que acaba de tener
uno de sus ataques de sueño, de los cuales viene padeciendo hace siete
años con cierta irregularidad, a veces muchos en un día y con duración
de pocos minutos a media hora.
De sus antecedentes sabemos, por la misma enferma, que sus padres
fallecieron hace dieciseis años, un poco antes que el otro. Un tío abuelo
de línea paterna intentó
suicidarse, y su hermano es extremadamente excéntrico. Debo añadir
que otros dos miembros de su familia dan la impresión de ser enfermos
nerviosos. Nuestra enferma hizo bien la primera enseñanza; se educó en
una escuela conventual, y se examinó ante maestros. Cuando muchacha
inhaló una gran cantidad de cloroformo que pudo adquirir so pretexto de
padecer una odontalgia. También ha padecido de dolores de cabeza hasta
que fue operada de vegetaciones nasales. En las enfermedades febriles
tenía propensión al delirio. Hace trece años ejerció de nodriza en Holan-
da; pero pronto cayó enferma, y desde entonces ha pasado siete años en
distintos hospitales, excepto un pequeño intervalo en Moravia, donde
ejerció su trabajo sin haber sufrido trastorno alguno apreciable.
De las manifestaciones de los parientes y de los médicos que la han
visitado se deduciría que nuestra enferma ha padecido de las más variadas
afecciones, como se comprueba igualmente que ha estado sometida a
98 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
2. Esta enferma falleció de tisis pulmonar en el hospital sin cambiar nada psíquicamente
durante su evolución.
102 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
3. Esta niña fue remitida años más tarde a una institución para idiotas, de la cual salió,
después de seis años de internación, completamente desarrollada.
104 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
***
C APÍTULO II
Síntomas de agotamiento nervioso
capaz de atacar todas las funciones y los órganos. De aquí, que, para que
una descripción del trastorno sea completa, debe incluir los distintas
modificaciones que varias partes y funciones sufren bajo la influencia de
la invasión neurasténica.
Cómo estudiar los casos.– Una razón de por qué la neurastenia ha sido
tanto tiempo negada es que los síntomas son, en algunas instancias, demasia-
do sutiles, ilusorios y difíciles de analizar y clasificar. Alguien que no haya
visto y examinado cuidadosamente un gran número de casos de esta enfer-
medad no creería que fuera posible que se manifieste de formas tan distintas.
La costumbre usual de dar una opinión en casos de este tipo, después de
exámenes escasos, parciales e incompletos, incluyendo conversaciones muy
breves con el paciente, nunca lleva a buenos resultados. Tanto los médicos
como los pacientes han alentado por años, si no por épocas, la costumbre de
llamar al médico por los síntomas aquí descriptos y esperar que una breve
conversación, más o menos sea suficiente para establecer un diagnóstico y
trazar el curso del tratamiento. Ahora, como regla, hacer un diagnóstico claro
de este trastorno requiere más de una conversación de unos pocos minutos, y
la cura no se logra usualmente a través de una simple prescripción descuidada.
Estos síntomas de neurastenia, cerebrastenia y mielastenia, como se ha
planteado en la introducción, no apelan muchos de ellos directamente a
los sentidos; sólo sabemos de su existencia, en muchos casos, por medio de
un examen minucioso del paciente y de los amigos del paciente, o del
médico que nos trae el paciente a la consulta. Antes de introducirnos en el
estudio de esta clase de casos, es bueno examinar los principios de la evi-
dencia derivada del testimonio humano, de modo tal de saber qué aceptar
y qué rechazar, de lo contrario nos perderíamos a cada paso.
Muchos de estos casos, en una primera entrevista conmigo, relatan
una historia de su vida, y de su enfermedad y sus síntomas, con toda
sinceridad y con gran cuidado, que en exámenes posteriores y entrevistas
subsecuentes he descubierto no sólo que no son verdaderos en muchos
aspectos importantes, sino incluso que más bien son lo inverso de la
verdad; mientras que los síntomas y los hechos que, cuando son conoci-
dos, determinan el diagnóstico, son mantenidos ocultos, o alterados o
negados, no tanto a través del engaño intencional sino por medio del
olvido, o probablemente por una mala interpretación o un malentendido
del propósito o la importancia de las preguntas realizadas. He tenido
pacientes de una elevada inteligencia, educación completa, y buena dis-
ciplina mental, que me cuentan una historia, en la primera entrevista, de
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 111
sólo a intervalos largos. Es este olvido del dolor físico y del malestar lo que
hace posible o durable la existencia. Todas las personas quisieran morir, todas
las personas morirían si fueran obligadas a recordar y mantener en mente en
todo momento, o fueran capaces de recoger todos los sufrimientos físicos del
pasado; pero este mismo olvido de los síntomas y la enfermedad hace más
difícil para el médico diagnosticar enfermedades nerviosas funcionales.
Algunos casos de este tipo ilustran este principio de manera notable.
Finalmente, curé un caso muy extraño de neurastenia complicada con
astigmatismo, en el que el paciente se tomó el trabajo de escribir y darme
en detalle una historia de sus síntomas. Lo traté por un largo tiempo, lo
vi varias veces, conversé con él libremente sobre su caso, en el que yo
tenía un especial interés, como él bien sabía, tanto en el relato de su
historia peculiar como en los resultados especiales del tratamiento, y ha-
cia el cierre del tratamiento lo presenté ante la American Neurological
Association; pero incluso después de todo esto conocí síntomas que ha-
bía sufrido, distintas formas de temor mórbido que había experimentado
y del que se había recuperado, pero que nunca antes, durante todo el
tratamiento me había mencionado.
Síntomas de agotamiento nervioso.– El orden lógico exacto es imposible,
pero en aras de la conveniencia y para facilitar la referencia, comienzo con
la cabeza y el cerebro y luego desciendo.
Sensibilidad del cuero cabelludo (irritación cerebral).– Este fenómeno es a la
cabeza lo que la irritación espinal es a la médula. Como en la irritación
espinal, toda la médula puede estar susceptible desde la primera vértebra
cervical al cóccix; o la sensibilidad puede estar confinada a las vértebras dorsal
media y lumbar media; así en la irritación cerebral puede haber sensibilidad
en todo el cuero cabelludo, o ésta puede estar confinada al vértice o a ciertos
puntos en la frente. Algunas veces el cuero cabelludo está tan sensible que
peinar el cabello causa dolor; incluso tocar las puntas del pelo es desagrada-
ble. En el vértice, la sensibilidad puede estar acompañada a veces por un
sentimiento de ardor y quemazón, que puede ser aliviado por la presión
firme. Esta sensibilidad cerebral, como la espinal, es superficial y periférica,
no profunda ni central, como algunos supusieron. En casi todos los casos es
la sensibilidad de las ramificaciones del nervio occipital y de otros nervios
que inervan el cuero cabelludo, así como la irritación espinal es la sensibili-
dad de los nervios superficiales de los huesos de la columna vertebral.
Un foco frecuente de sensibilidad se encuentra alrededor de las cejas y
en la sien izquierda. Esta se encuentra en el dolor de cabeza y en
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 113
2. El trabajo del Dr. Cutter sobre este tema fue leído en el encuentro de la American
Laryngological Association, y publicado en el St.Louis Medical and Surgical Journal,
Noviembre de 1879.
118 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
insanía. Es cierto que la insanía tiene sus temores mórbidos pero éstos
están asociados con delirios o alucinaciones.
Hay una importante cantidad de variedades de temor mórbido
asociado con cerebrastenia, o agotamiento cerebral, sin alucinaciones ni
delirios. El paciente sabe que no hay una causa justa y objetiva para su
temor, pero su naturaleza emocional, bajo la influencia de su condición
nerviosa agotada, supera su razón y su voluntad.
Hace unos años describí una forma de temor mórbido bajo el término
astrafobia o temor a los relámpagos, del griego astrape y phobos, temor.
He visto una cantidad de casos de esta enfermedad y no tengo nada que
agregar a lo que ya ha sido publicado. Los síntomas principales son dolor
de cabeza, entumecimiento y dolor en la parte posterior de la cabeza,
náuseas, vómitos, diarrea, y en algunos casos, convulsiones. Estos sínto-
mas están precedidos y acompañados por un gran pavor y temor. Una de
mis pacientes me dice que siempre está observando las nubes en verano,
temiendo que pueda avecinarse una tormenta. Ella sabe y dice que esto
es absurdo y ridículo, pero declara que no puede evitarlo. En este caso el
síntoma fue heredado de su abuela; e incluso en su cuna, como le contó
su madre, sufría de la misma forma. Una señora ahora bajo mi cuidado,
la esposa de un clérigo, hace seis años atrás fue atacada primero por estos
síntomas, en conexión con otros síntomas de neurastenia y dificultades
uterinas. Su marido me dice que cuando se acerca una tormenta se ve
obligado a cerrar las puertas y las ventanas, oscurecer la habitación y
hacer cosas que en general son inconvenientes para él y su familia.
Después de leer un trabajo sobre este tema en la reunión de la American
Neurological Association, en junio de 1879, el Dr. Webster de New York,
relató un caso de temor a las tormentas, simplemente como tormentas, sin
referencia a los relámpagos. Una mujer de cuarenta años de edad, cuya
madre durante el embarazo fue asustada por una tormenta, sufría mucho
durante las tormentas, caminaba de un lado a otro, con una gran angustia,
y despertando a toda la casa –a veces parecía casi insana por el terror.
Más recientemente Westphal describió una forma de temor mórbido bajo
el término agorafobia, o temor a lugares. Sin embargo, este rótulo es algo
inadecuado para expresar las distintas variedades del temor mórbido que
cubre la expresión miedo a lugares. La palabra griega agora, de la cual Westphal
deriva su término, significa una plaza abierta – un mercado, una plaza públi-
ca donde se hacían las asambleas- y aplicado a los casos descriptos primero
por él es prácticamente, aunque no etimológicamente, correcta, dado que el
temor a atravesar plazas o espacios abiertos, a una distancia desde la casa a
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 123
un negocio, era el principal rasgo en todos esos casos3. Este temor a lugares
abiertos o plazas es, sin embargo, sólo una de un gran número de facetas
que asume el temor a lugares, como describí en otra parte. En sentido
estricto, el temor a lugares debería ser derivado de la palabra griego topos,
lugar, que es un término genérico, mientras que agora es un tipo especial
de lugar; agorafobia sería por lo tanto, una especie de topofobia, o un
temor general a lugares, cuyo síntoma parece capaz de una variedad infinita.
De esta manera, uno de mis casos, un caballero de mediana edad, podía
caminar por Broadway sin dificultad, porque los negocios y tiendas, decía, le
ofrecían la oportunidad de retirarse en caso de peligro. Sin embargo, no
podía caminar por la Quinta Avenida, donde no hay tiendas ni calles interio-
res, a menos que sean muy cortas. No podía visitar el país en ninguna direc-
ción, sino que se quedaba encerrado en la ciudad durante el calor del verano.
Una vez, viajando hacia Broadway, al girar en Madison Square, chilló con
terror, para la sorpresa de todos los pasajeros. El hombre que poseía este
interesante síntoma era alto, vigoroso, física y mentalmente capaz de resis-
tencia. Tenía, sin embargo, otros síntomas de cerebrastenia. Esos temores
tenían fases opuestas; así como para uno es imposible ir a cierto lugar, donde
quizás sufrió el primer ataque de los síntomas malos. Y otro encuentra impo-
sible o muy difícil salir de la casa. Tengo ahora bajo tratamiento a un pacien-
te que por un período prolongado estuvo encerrado en su casa, incapaz de ir
a ninguna parte, simplemente por temor. Durante un largo tiempo fue inca-
paz de venir a la consulta; pero ahora lo veo regularmente; sin embargo, hasta
mucho después, desde que mejoró, no iba a ningún otro lado. He visto una
gran cantidad de personas que encuentran difícil emprender viajes largos y si
lo hacen, deben ir acompañadas. Una persona me escribió desde una ciudad
distante en el oeste, expresando el deseo de consultarme, pero al llegar a una
ciudad a cierta distancia, se veía obligado a regresar a su casa sin llegar a
Nueva York. Todas estas formas de temor mórbido –temor a dejar la casa, de
ir a alguna localidad o en alguna dirección, temor a viajar– son propiamente
variantes de la topofobia, el temor a las plazas o lugares abiertos expresado,
aunque no correctamente, por la agorafobia.
Conocí a cuatro personas que eran incapaces de atravesar el Brooklyn
Ferry, y todo iba bien en unas semanas o meses.
Mi amigo, el Dr. D. E: Smith, de Bronxville, N.Y., me cuenta de una
señora que no puede cruzar el Harlem River en auto, y por consiguiente
no puede visitar la ciudad de Nueva York.
3. En el sentido estrictamente etimológico, agorafobia significa temor a asambleas
grandes de seres humanos, y no al lugar donde la gente se encuentra.
124 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
mo que con frecuencia se confunde con esa afección por los que no
están familiarizados con la neurastenia, incluso uno bien familiarizado
con el agotamiento nervioso en todas sus formas, puede, al primer llama-
do del paciente, confundir esta pesadez y dolor con un enfriamiento
común o un ataque reumático4. Fui consultado por un señor que sufría
de mielastenia, en la que este dolor de la parte inferior de la espalda y de
la ingle era casi el único síntoma subjetivo. En el agotamiento sexual, los
dolores en la ingle y los miembros, que no llegan a neuralgias, pero son
suficientes para causar una molestia severa, son frecuentes pero no están
limitados a la variedad sexual de la neurastenia.
Parece haber un grado de verdad en la sugerencia que frecuentemente
se me ha ocurrido al estudiar estos casos de dolor en la espalda, la ingle y la
región lumbar, que son a los hombres lo que la así llamada irritación espinal
es a las mujeres. Se puede decir que esta condición es a la irritación espinal
lo que la hipocondriasis es la histeria. La distinción no es absoluta, porque
ambos sexos tienen el mismo grupo de síntomas. Pareciera haber más casos
de hombres que tienen esos síntomas -dolor en la espalda, la ingle, por
neurastenia, sin ningún punto sensible ni irritación de la columna- que de
mujeres. Cuando las mujeres tienen dolor y debilidad en la espalda, tien-
den a tener gran dolor con la presión. Esta distinción es, creo, verificable.
Erb, en su capítulo sobre este tema, plantea la misma pregunta.
Dolores punzantes simulando los de la ataxia.– Si hay alguna diferencia
entre los dolores familiares punzantes en las extremidades, que han sido
considerados desde hace mucho tiempo como peculiares de la ataxia, y
los dolores punzantes de la neurastenia, todavía no he podido descubrirla.
Generalmente, estos dolores neurasténicos son más leves que los de la
ataxia, pero este hecho estadístico no interfiere con el hecho de la ob-
servación, que esta diferencia de grado no es en sí misma suficiente para
hacer posible establecer un diagnóstico diferencial; porque los dolores
punzantes de la ataxia no son de ninguna manera, siempre severos, y en
muchos casos de la enfermedad no existen. El error de los que escriben
insistiendo tan enérgicamente en la importancia diagnóstica de esos
dolores punzantes ha sido, y es, fuente de terrible molestia para
los médicos, especialmente para quienes sufren de esos síntomas
neurasténicos.
4. Es bien conocido por los médicos cómo los síntomas de ataxia han sido, y son,
confundidos con el reumatismo.
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 143
Nº1
Nº 2
–a veces durante dos o tres horas– tenía una sucesión de estos sobresaltos
y tirones, que iban acompañados por un gruñido o gemido bastante dis-
tinto al ronquido, y que se escuchaba en la habitación adyacente.
Calambres.– Uno de los síntomas de ciertas fases de la neurastenia es
la ocurrencia de calambres; usualmente en la pantorrilla, y con más
frecuencia a la noche. A veces esos dolores son tan severos que despiertan
al paciente del sueño profundo, y sólo se alivian con fricción fuerte o con
movimientos enérgicos.
En algunos casos, esos calambres se sienten tan pronto uno se acuesta y
se duerme.
Idiosincrasias especiales con respecto a la comida, medicina e irritantes
externos.– Cuando el sistema nervioso se agota, es apto para desarrollar
varias idiosincrasias no observadas con anterioridad; algunas de ellas son
de mucho interés. Por ejemplo, el opio probablemente agrave el insom-
nio en muchos pacientes neurasténicos, en lugar dormirlos excepto que
se usen dosis muy altas. Formalmente el opio era nuestro principal o el
único producto de confianza cuando queríamos hacer que alguien
durmiera. Ahora difícilmente podamos pensar en usarlo con ese propósito
en el tratamiento de pacientes nerviosos, excepto cuando es muy severo
el dolor a aliviar. En los pacientes con agotamiento nervioso el opio evita
el dormir casi al mismo nivel que el café. Tan frecuente es esta idiosincra-
sia que si no fuera por los bromuros, el cannabis indica y la electricidad,
estaríamos desarmados en presencia de estos casos.
Con respecto al alcohol, algunos son tan susceptibles que una gota de
cualquier licor se siente instantáneamente y de forma dañina en alguna
parte del sistema. Otros, por el contrario, pierden toda susceptibilidad
displacentera hacia el alcohol y pueden tolerarlo en cantidades increíbles,
y en muchas ocasiones se benefician de esto. Una señora a quien conozco,
atravesó por años una serie de síntomas de depresión nerviosa que nuestros
expertos más condecorados no habían podido aliviar. Un día, un médico
general ignorante, y creo irregular, llegó a su casa y sin averiguar sobre su
caso le dijo en una forma tosca y autoritaria que consiga el mejor clarete y
beba libremente. El disparo, lanzado en la oscuridad y sin objetivo, golpeó
en el mismo centro del ojo del buey; la señora compró el mejor clarete,
bebió con sorprendente libertad y descubrió que hizo por ella lo que ni el
mejor experto de nuestra ciudad había podido hacer.
El café por lo general hace mal en esos casos. Un hombre joven que me
consultó por agotamiento, con dispepsia nerviosa, me dijo que si bebía una
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en la cara interna del tercer dedo. En otros casos, otros nervios del brazo
pueden estar implicados, y todos los dedos pueden entumecerse. El en-
tumecimiento de este tipo usualmente se va después de una pequeña
sacudida o fricción. Es más probable que ocurra a la noche por estar
recostado sobre el brazo; pero de día también puede ocurrir cuando el
brazo se apoya por unos pocos momentos en la parte trasera de una silla.
Cuando uno está especialmente agotado o preocupado por cualquier causa,
es más probable que se presente este entumecimiento local y transitorio.
La patología de este estado es probablemente, si no seguramente, una
obstrucción en el pasaje de la fuerza del nervio a través de la presión
mecánica. En estado saludable, una presión suficiente producirá esta con-
dición, y si la presión se mantiene, puede ocurrir una parálisis permanen-
te; pero en el agotamiento nervioso, cuando la fuerza del nervio se mueve
lentamente y con muy poco vis a tergo, una presión más ligera es suficiente
para obstruir su pasaje, así como el agua que fluye lentamente a través de
un tubo de goma puede ser controlada con los dedos, pero si fluye rápida-
mente y con fuerza, se necesita una presión fuerte para detenerla.
Sentimiento de agotamiento profundo sin acompañamiento de dolor
positivo.– En los pacientes con agotamiento nervioso ocurren con
frecuencia ataques de una sensación de agotamiento absoluto, como si el
cuerpo no tuviera fuerza para mantenerse junto. Esta sensación de agota-
miento, aunque exactamente no es dolor en el sentido usual del término,
es sin embargo, en muchos casos peor que el dolor. Estos ataques pueden
venir repentinamente sin ninguna advertencia, y pueden desaparecer sú-
bitamente. A la mañana uno puede ser capaz, o sentirse capaz, de correr
por apuestas; en la tarde del mismo día, sentarse inmóvil en una silla,
parece ser un esfuerzo agotador para cada nervio, hueso y músculo. El
sentimiento de que me voy a morir es bastante común en estos casos, y al
comienzo causa alarma. Se puede experimentar tanto de día como de
noche, al irse a dormir o despertarse. Este síntoma, como muchos de
estos síntomas, aparece en la pubertad y en los cambios de la vida; indica
que el sistema está soportando con gran esfuerzo la carga impuesta sobre él.
Los pacientes neurasténicos no pueden depender de sí mismos. Un día
pueden hacer con impunidad lo que al día siguiente causa resultados dolo-
rosos. En un momento pueden trabajar duro, hacer caminatas largas, y
usar el cerebro duramente –pero, bajo las mismas circunstancias, en unos
pocos días se encuentran totalmente distintos. Uno puede continuar du-
rante un largo tiempo casi sin cuidado en la dieta, cuando repentinamente
una comida ordinaria causa molestia. Cuando se planea ir de viaje o em-
152 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
con la recuperación de la salud, este síntoma junto con todos los otros
síntomas de debilidad, desaparecen.
La neurastenia crónica está acompañada como uno de sus síntomas por
emisiones seminales y otras evidencias de irritabilidad de la uretra prostática,
incluso en aquellos que están casados; de hecho, algunos de los casos más
persistentes que he visto han sido de hombres casados. En casi todos los
casos de agotamiento nervioso prolongado, el sistema reproductivo necesa-
riamente participa, tarde o temprano, ya sea como causa o como efecto, o
ambos. En muchos casos, la enfermedad local consecuente con el abuso de
estas partes es una causa prominente de excitación del nerviosismo general.
La impotencia –parcial o absoluta– cuando aparece como un efecto
de neurastenia, como frecuentemente ocurre, en general se recupera con
el mejoramiento de los nervios, a veces sin un tratamiento especial, y en
casi todos los casos se alivia por el tratamiento adecuado llevado a cabo
con confianza. Efectivamente, es mucho más fácil de aliviar que muchos
otras formas de trastorno genital.
La relación entre la función general masculina y el sistema nervioso es
un tema de mucho interés y de gran complejidad. Es un departamento de
la investigación médica que ha sido negado durante un largo período6.
Trastornos de las mujeres.– Las enfermedades de la mujer, como mujer,
pueden ser tanto causa como efecto de la neurastenia.
Usualmente se han considerado los distintos síntomas nerviosos de los
que sufren las mujeres como resultado de alguna enfermedad uterina que
podrían estar sufriendo; pero los ginecólogos más sabios en la actualidad son
concientes de que, tanto en las mujeres como en los hombres, la enfermedad
de los órganos reproductivos pueden ser resultado del agotamiento.
Las distintas congestiones, desplazamientos e inflamaciones, y espe-
cialmente la irritabilidad uterina y ovárica, puede, y de hecho surge de la
malnutrición, que a la vez es resultado y parte de la malnutrición general
de todo el sistema. La irritabilidad de esos órganos, de los ovarios, del
útero, es a veces análoga a la condición del cerebro a la que llamamos
irritación cerebral y que no se cura con el tratamiento puramente local.
Los casos de este tipo son a veces tratados durante un largo período sin
ninguna satisfacción, simplemente porque se niega el tratamiento cons-
titucional general. El tratamiento constitucional sólo, si se lleva delante
6. El trabajo del Dr. Cutter sobre este tema fue leído en el encuentro de la American
Laryngological Association, y publicado en el St.Louis Medical and Surgical Journal,
Noviembre de 1879.
156 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
de los síntomas mencionados, y como ellos los ataques van y vienen; son
aptos para aparecer luego de un sobreesfuerzo o excitación, incluso cuan-
do no ha habido pérdida del sueño. Un paciente neurasténico, ahora
bajo mi cuidado, me dice que después de leer un periódico por un perío-
do prolongado luego del desayuno, empieza a bostezar aunque ninguna
otra evidencia de cansancio lo molesta; en su caso los ojos son astenópicos,
y el uso prolongado de ellos produce varios síntomas.
Apariencia juvenil.– Las personas afligidas con neurastenia, con
mucha frecuencia, y creo en la mayoría de las casos en las que la condi-
ción es prolongada, parecen más jóvenes; soportan el peso del tiempo
más fácilmente que los flemáticos y los fuertes; y cuando tienen, por
ejemplo entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años, pasan por personas
diez años menores que su edad real. Llegué a esta generalización no de
forma apresurada sino después de mucha observación y reflexión. Cons-
tantemente me encuentro sorprendido cuando un nuevo paciente, a quien
nunca antes he visto, me dice su edad. Observo que aquellos que llevan
una larga batalla con sus sentimientos mórbidos, que se han visto
discapacitados, estropeados, exiliados por su incapacidad nerviosa,
parecen diez años menores que sus vigorosos amigos. Los neurasténicos
están menos arrugados y arruinados; tienen menos grasa y músculos que
suministran los materiales para la flaccidez y la aspereza del futuro. Sus
pieles son más delgadas y suaves y muestran la sangre con más facilidad.
Tienen menos probabilidad de ser atacados por cambios degenerativos
en los vasos sanguíneos y en la piel que son los signos y los resultados de
la edad. En una palabra, se ven jóvenes por la misma razón por la que
viven mucho.
Se puede verificar también una generalización más amplia; a saber,
que el nerviosismo que acompaña a la civilización va acompañado de esta
apariencia juvenil. Las clases altas parecen más jóvenes y las clases bajas
más viejas. A veces, cuando soy contactado con el Departamento del
Dispensario Demilt de Nueva York, noto que la mayoría de los pacientes
parecen entre cinco y diez años mayores que su verdadera edad. Esto
ocurría en ambos sexos y en casi todas las formas de enfermedad nerviosa.
Los que estaban entre los veinte y los treinta años parecían de treinta y
cinco o más, y sólo preguntar más de una vez me convencía en algunos
casos de que no había ignorancia o engaño. Pero difícilmente cualquiera
de esos pacientes fuera neurasténico, porque en esas clases la neurastenia
y sus afecciones afines son muy raras.
158 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
de la cara del mismo lado. Los ruidos en los oídos, que he descripto como
uno de los síntomas de la neurastenia, pueden estar limitados comple-
tamente al lado derecho o izquierdo, incluso cuando no haya una enfer-
medad demostrable en los oídos.
De forma similar las muscae volitantes, o manchas ante los ojos pueden
estar confinadas, y frecuentemente lo están, a uno ojo o son mucho más
marcadas en un ojo que en el otro. El síntoma de migraña es por regla
general más común del lado izquierdo que del derecho, aunque puede
aparecer en ambos lados en el mismo individuo; igualmente los síntomas
de escalofríos, de espasmos musculares, contracciones fibrilares, calor y
frío localizados, pueden observarse especialmente en uno u otro lado del
cuerpo. Los dolores en la pantorrilla y los calambres pueden estar restrin-
gidos al lado derecho o izquierdo, o pueden ser mucho más fuertes de un
lado que del otro. Una pierna o un pie, o un brazo o una mano, pueden
estar fríos durante varias horas o días, mientras que los miembros del otro
lado tienen una temperatura normal. Una oreja puede estar roja y caliente,
la otra puede tener color y temperatura normales.
La hemianestesia de un lado del cuerpo es un síntoma bastante fami-
liar, especialmente en la histeria; pero muchas otras fases de la debilidad
nerviosa pueden del mismo modo ser confinadas a un solo lado del cuerpo.
Curso y capricho de los síntomas.– Los enfermos de neurastenia con
frecuencia se quejan de que tienen muchos síntomas; que su dolor y
molestia ataca demasiadas partes y órganos; pero cuando recordamos que
la neurastenia, una vez en la constitución, es susceptible de atacar cual-
quier órgano y función, surge la pregunta de cómo pueden escapar de
tantos otros síntomas; es en verdad uno de los misterios de la enferme-
dad, que los que sufren en algunas direcciones están bien en otras. Así
una persona que es neurasténica y ha estado afligida durante muchos
años; puede no sufrir para nada en los ojos, los oídos, ni tampoco el
estómago; todos los síntomas pueden estar concentrados en la columna y
las extremidades inferiores, con los órganos genitales o el sistema
reproductivo, o puede haber ataques de severa depresión mental; y es
importante señalar que aquellos órganos y funciones que no son atacados
por la neurastenia, que son pasados por alto por la tormenta que barre
todo el sistema, son tan fuertes y resistentes como en las personas com-
pletamente saludables. Uno puede tener una fuerte depresión mental en
un momento, o todo el tiempo puede tener astenopia neurasténica, dis-
tintas formas del temor mórbido en sus distintas fases, pero sin embargo
ser capaz de una gran resistencia muscular, de caminar distancias largas,
160 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
unas a otras; que los síntomas en una parte del cuerpo toman el lugar de
los síntomas de otra parte. Pareciera, efectivamente, que las enfermeda-
des descriptas representan una cierta cantidad de fuerza en el cuerpo
que, si nuestro conocimiento de la química fisiológica fuera más preciso,
podría ser medido en unidades; y esta fuerza puede estar concentrada en
una parte del cerebro o de la columna, o estar distribuida en distintas
porciones en la periferia. De esta forma, podemos explicar sobre la base
fisiológica la aparición, por ejemplo, del dolor de cabeza, tan pronto
como nos deja el dolor de estómago, de la alternancia entre la cabeza y el
estómago, o el dolor pélvico como sustitución del trastorno visceral o
cutáneo y viceversa; el alivio y la cura de muchos trastornos por un ataque
de enfermedad aguda, como por ejemplo fiebre del heno o diarrea; la
revolución realizada en la constitución por una enfermedad prolongada;
la exención en la enfermedad neurálgica de muchos problemas
inflamatorios; la restricción de los efectos de la enfermedad del sistema
reproductivo, en muchos casos, a las partes afectadas y en algunos casos
su difusión a través de toda la estructura y, quizá lo más interesante de
todo, del alivio obtenido por la contra-irritación, a través de ampollas, o
cauterización o hidroterapias o aplicaciones de electricidad. Esos síntomas
nerviosos, efectivamente, juegan una suerte de juego en el cuerpo, en el
cual las sensaciones desagradables son empujadas de una parte a la otra.
El carácter periódico y rítmico de algunos de estos síntomas es muy
interesante.
Mientras estoy revisando este trabajo, me consulta un clérigo de mediana
edad, quien, con muchos otros síntomas de neurastenia, sufre ataques de
depresión especial y peculiar, que duran alrededor de un día más o menos.
Esos ataques son anunciados usualmente por un sentimiento de excitación
mental; después viene la diplopía, con otros fenómenos anormales de la vi-
sión, y así sucesivamente atraviesa una serie bastante regular de síntomas
nerviosos. La postración por el calor fue la causa original de los ataques, que
ahora se producen por cualquier agotamiento mental o físico o influencia
molesta. Una vez tuve bajo tratamiento a un joven que tenía ataques de
depresión nerviosa todos los días alrededor del mediodía; duraban poco tiempo,
pero eran periódicos como los escalofríos y la fiebre y, al igual que los escalo-
fríos y el caso precedente, atravesaban una serie de etapas definidas.
Un estudiante de medicina, ahora bajo mi cuidado, ha tenido ataques
de debilidad profunda en la región del sacro y el cóccix, con sensación
displacentera en la cabeza, que comenzaban a las once de la mañana y
duraban un corto tiempo.
166 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
C APÍTULO 7
La ansiedad paroxística 1
Édouard Brissaud
***
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 169
C APÍTULO 8
El caso de la Srita. F... 1
Jean Etienne Dominique Esquirol
1. J. E. D. Esquirol, Des maladies mentales, Ed. Bailliére, Paris, 1838, pp. 361-364.
178 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
iba a visitar a su tía. Empezó a tardar cada vez más para hacer las cuentas y
las facturas por temor a cometer algún error, escribir una cifra por otra y, en
consecuencia, perjudicar a los compradores. Más adelante, temía, al tocar
el dinero, retener entre sus dedos algo de valor. Vanamente se le objetó que
no podía retener una moneda sin apercibirse y que el contacto de sus dedos
no podía alterar el valor del dinero que tocara. Es cierto
–respondía– mi inquietud es absurda y ridícula, pero no puedo defender-
me de ella. F... debió dejar el negocio. Poco a poco las aprehensiones
aumentaron y se generalizaron. Cuando tocaba algo, sus inquietudes se
despertaban y lavaba sus manos con abundante agua. Cuando sus vestidos
frotaban cualquier cosa se inquietaba y atormentaba. En cualquier lugar
que estuviera prestaba mucha atención a no tocar nada ni con sus manos ni
con su ropa. Entonces, F..., contrajo un hábito singular: cuando tocaba
algo, cuando sus vestidos entraban en contacto con un mueble u otro
objeto, cuando alguien entraba en su departamento o ella misma entraba
de visita, sacudía vivamente sus manos y frotaba los dedos de cada mano
unos contra otros como si tratara de sacarse una materia muy sutil escondi-
da bajo sus uñas. Ese singular movimiento se renovaba a cada instante del
día y en toda ocasión.
Si F... quería ir de una habitación a otra, vacilaba, y durante esa vacila-
ción tomaba toda suerte de precauciones para que sus vestidos no tocaran
las puertas, las paredes y los muebles. Se cuidaba bien de abrir las puertas,
las ventanas, los armarios, etc.; porque algo de valor podía estar pegado a
sus llaves o manijas y quedar adherido a sus manos. Antes de sentarse
examinaba con el mayor cuidado el asiento, sacudiéndolo si era movible,
para asegurarse que nada de valor pudiera pegarse a sus vestidos. También
cortaba los dobladillos de su lencería y sus vestidos temiendo que algo
estuviera escondido en ellos. Su calzado era tan estrecho que la piel los
rebalsaba y sus pies se hinchaban causándole un gran sufrimiento. Esta
tortura tenía por objeto impedir que algo se deslizara al interior de su
calzado. A veces, durante los paroxismos, las inquietudes eran tan grandes
que no osaba tocar nada, ni siquiera los alimentos y su mucama debía
dárselos en la boca. Luego de varios períodos de remisión y de exaspera-
ción, repetidos durante varios años, reconociendo que los consejos de sus
padres, de sus amigos y de su propia razón eran impotentes para aliviarla,
decidió, en noviembre de 1830, viajar a París para tratarse. El aislamiento,
el cuidado de personas desconocidas y sus esfuerzos para esconder la enfer-
medad, mejoraron sensiblemente su estado, pero la pena por haber dejado
a sus padres y el deseo de verlos la determinaron a volver a su casa al cabo
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 181
de dos meses. Allí, retomó poco a poco todas sus inquietudes y manías.
Luego de algunos meses dejó voluntariamente la casa paterna para ir a vivir
en la casa de un hábil médico y su familia. En ese lugar volvió a perder una
gran parte de sus aprehensiones y hábitos raros. Apenas un año después se
renovaron las mismas inquietudes y precauciones. E] paroxismo duró
dieciocho meses y luego de un año de remisión surgió un nuevo paroxismo.
La Srta. F... vino a confiarme su cuidado a fines de 1834: durante dieciocho
meses los movimientos de manos y de dedos y todas las otras precauciones
casi no se notaron pero, desde hace seis meses (junio de 1837), los fenómenos
reaparecieron con mayor intensidad y aumentan cada día.
Para apreciar mejor esta singular aberración relataré, a continuación,
la manera de vivir de la Srta. F… durante un día.
Se levanta a las 6 de la mañana, tanto en invierno como en verano, el aseo
matutino dura, de ordinario, una hora y media y más de tres horas durante
los períodos de excitación. Antes de dejar su cama frota sus pies durante diez
minutos para sacar lo que hubiera podido meterse entre sus dedos o bajo sus
uñas; luego revisa una y otra vez sus pantuflas, las sacude y las muestra a su
mucama para que esta las examine bien y le asegure que no ocultan algo de
valor. Por el mismo motivo, se pasa el peine un gran número de veces por sus
cabellos. Cada pieza de sus vestidos es examinada repetidamente, inspeccio-
nada en todas direcciones, pliegues y repliegues, etc., y sacudida vivamente.
Luego de terminar con todas esas maniobras precautorias sacude con fuerza
sus manos y frota los dedos entre sí. Ese frotamiento se hace con una extrema
rapidez se repite hasta que su número, que es contado en voz alta, sea sufi-
ciente como para convencer a F... de que no tiene nada adherido a ellos.
Durante esta minuciosa exploración, las preocupaciones y la inquietud
de la enferma son tales que transpira y le excede la fatiga y si, por cualquier
circunstancia esas maniobras no se realizan, se siente indispuesta todo el día.
La mucama, quien nunca debe dejarla sola, asiste a ese largo aseo matutino
para ayudar a la enferma a convencerse de que ningún objeto de valor se ha
adherido a sus vestidos o sus dedos. Las afirmaciones de la mucama abrevian
las precauciones y el aseo. Si uno amenaza con enviarle una segunda empleada
el trámite es más corto pero la enferma queda atormentada todo el día.
Antes de comenzar a comer, la Srta. F… explora y sacude las servilletas, los
platos, los vasos, las botellas, los cuchillos y sacude y frota sus dedos luego de
haber tocado las diferentes piezas del servicio. Lo mismo ocurre con la cena. La
presencia de extraños no la retiene. Come con una suerte de vivacidad.
Antes de acostarse toma las mismas precauciones que a la mañana
durante más de una hora.
182 | N ORBERTO A LDO C ONTI | J UAN C ARLOS S TAGNARO
Durante el día, la Srta. F... lee o cose pero se cuida bien de sacudir sus
libros y sus elementos de costura y, luego, cada vez que toca esos objetos
sacude sus manos y frota sus dedos.
Si le ocurre de llevar sus manos a sus cabellos, a su rostro, a sus vestidos
o sobre cualquier objeto cercano, sacude luego sus manos y frota sus dedos
como lo he dicho más arriba. Antes de escribir a su familia para informarles
de su estado, de lo que hace, de sus proyectos, de sus esperanzas de cura-
ción; la Srta. F… sacude el papel, las plumas, el recado de escribir y no
sella jamás sus cartas sin que la mucama le haya asegurado que no hay nada
en los pliegues del papel. Jamás abre las cartas que recibe. Durante los
paroxismos, la Srta. F... no lee, no trabaja y no escribe más que en presencia
de su mucama, y si está accidentalmente sola, aun en su departamento, no
se sienta antes de que ella llegue y le asegure que no hay nada en el asiento
que le impida sentarse. Si va de visita, evita todo contacto al entrar, gira en
torno de un asiento y lo examina y sacude con tal destreza que en un
principio uno no logra darse cuenta de lo que hace. Si recibe visitas y acerca
un sillón en seguida sacude y frota sus dedos. Si viaja a su ciudad natal se
las arregla para llegar muy temprano en la mañana a fin de tener el tiempo
de cambiarse de ropa y lavarse antes de besar a sus padres cuando estos se
levantan. La Srta. F... no pierde nunca la razón, tiene noción de su estado,
reconoce lo ridículo de sus aprehensiones, lo absurdo de sus precauciones,
se ríe de ello y hace bromas al respecto pero también se queja y a veces
llora; no solamente hace esfuerzos para vencerse sino que me indica los
medios, aun muy desagradables, que considera que pueden ayudarla para
triunfar sobre sus aprehensiones y sus precauciones.
La Srta. F... cuida su aseo pero sin refinamiento; hace sus compras pero es su
mucama quien realiza los pagos; luego hace las cuentas con ella y toma el
dinero de su gaveta sin que la enferma lo toque. F... gusta de las distracciones y
asiste a espectáculos y paseos públicos, sale al campo y todas las noches partici-
pa de reuniones sociales, su conversación es alegre, espiritual y, a veces, malicio-
sa, pero si cambia de asiento, se toca el cabello, el rostro, el vestido, su sillón o
el de otra persona, o si alguien entra o sale de la habitación, sacude y frota sus
dedos. Por otro lado, la Srta. F... conserva una buena salud y tiene un apetito y
un sueño muy buenos. A veces tiene cefaleas. Se sonroja ante la más ligera
emoción, se presta a todos los cuidados médicos que se le proponen, pero le
repugnan los baños a causa de todas las precauciones que debe tomar antes de
entrar al agua y al salir de ella. Es imposible sorprender el menor desorden en
las sensaciones, el razonamiento y los afectos de esta interesante paciente
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 183
C APÍTULO 9
La locura de la duda (con delirio del tacto) 1
Henri Legrand du Saulle
fases suspensivas, algunas veces bastante largas como para haber creído
de buena fe en curaciones definitivas, y que en su lenta evolución pasa
por tres etapas muy matizadas y, de hecho, diferentes entre sí.
El primer período, compatible con las mejores condiciones de salud física
e intelectual, consiste en la producción espontánea, involuntaria e irresistible
de ciertas series de pensamientos sobre temas indeterminados, teóricos, abs-
tractos o ridículos, sin ilusiones y sin alucinaciones de los sentidos. Estas
series de pensamientos se traducen por interrogaciones dirigidas para sus
adentros, por un sentimiento a la vez profundo y vago de duda, y por una
suerte de deliberación interna, esencialmente monótona, obstinada y opresi-
va, sobre las mismas cosas; y, en algunos casos, por la representación mental
de ciertas imágenes, así como por preocupaciones fijas, habituales y relativas
a estas imágenes. La lucha es silenciosa: el sitiado no se queja del sitiador.
El segundo período se reconoce por los siguientes fenómenos: revela-
ciones inesperadas a la familia, a los amigos y al entorno, escrúpulos exage-
rados, temores quiméricos, aprensiones y angustias, verdaderos accesos de
excitación previa aura epigástrica, aversión por un animal, disminución
apreciable de la duda y de las interpelaciones personales, necesidad enfer-
miza de repetir las mismas cosas a la misma persona y ser constantemente
tranquilizado por ella, en términos idénticos y, si es necesario, convenidos
de antemano, temor de tocar ciertos objetos, instintos anormales de
limpieza, lavados repetidos, excentricidades múltiples, confesiones espon-
táneas de actos ridículos, largas fases suspensivas todavía posibles, todo ello
siempre con conservación completa de la inteligencia.
El tercer período está caracterizado por un estado de enfermedad se-
rio y permanente. La situación se vuelve cada día más intolerable: toda
sociabilidad tiende a desaparecer; muchos actos normales de la vida son
imposibles, las salidas son aceptadas con repugnancia y luego rechazadas
absolutamente, los movimientos son cada vez más lentos y finalmente
muchas horas son dedicadas ora a la higiene matutina, ora a cada comida
del día, el círculo de las ideas delirantes se torna más estrecho y las
angustias aumentan proporcionalmente, el miedo de caminar, a sentarse,
a rozar a alguien, a dar la mano, a abrir una ventana o una puerta, y las
repulsiones invencibles por tales o cuales objetos, aumentan, los terrores
ya no son expresados, y el movimiento de los labios revela solamente
persistencia de un lenguaje mental, la conciencia perfecta de una situa-
ción tan dolorosa subsiste pese a todo; la demencia no llega jamás, y
la vida se prolonga y se apaga en un estado sumamente cercano a la
inmovilidad.
H ISTORIA DE LA A NSIEDAD | 187