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Cristo viene

Algunos argumentan que es imposible que la venida de Cristo hubiera sido


inminente para la iglesia primitiva, dado el hecho obvio de que 2.000 años
más tarde Él no ha regresado todavía. Los escépticos ridiculizan
frecuentemente el cristianismo o retan la inerrancia de las Escrituras con ese
simple argumento.

Santiago, Pedro, Juan, Pablo y el escritor de Hebreos,


creyeron que el regreso de Cristo estaba muy cerca: «delante de la puerta»
(Stg. 5:9); «el Señor está cerca» (Fil. 4:5); «el fin de todas las cosas se
acerca» (1 P. 4:7); «aquel día se acerca» (He. 10:25); «He aquí, yo vengo
pronto» (Ap. 3:11; 22:7).

Entonces, ¿cómo es posible que 2.000 años más tarde Cristo no haya
regresado todavía? ¿Acaso los apóstoles pudieron haber cometido un error en
el cálculo del tiempo? Esto es precisamente lo que alegan algunos escépticos.
A continuación, una típica publicación cuyo único objetivo es atacar la
inerrancia de las Escrituras:
Pablo mismo demostró... que él se contaba entre los que esperaban el
regreso inminente de Cristo. Pero tal como lo muestra la historia de esa
era, todo fue en vano. No apareció ningún mesías... El NT dice
repetidamente que el mesías regresaría en muy poco tiempo. Sin
embargo, la humanidad ha esperado cerca de 2.000 años y nada ha
ocurrido. Por mucho que se estire la imaginación es imposible que esto
pueda considerarse como «venir pronto»...

Sin duda alguna es muy


desafortunado que millones de personas sigan aferrándose a esa frágil
esperanza de que surgirá un mesías para sacarlos de alguna forma de
todos sus problemas.
¿Cuántos años más (2.000, 10.000, 100.000) tienen
que pasar para que ellos digan por fin: «Lo único que nos resta es llegar a
la conclusión de que somos víctimas de una farsa muy cruel»?[1]

¿Qué vamos a hacer con esta acusación en contra de la veracidad de las


Escrituras? ¿Acaso el transcurso de 2.000 años es una prueba definitiva de
que la venida de Cristo no fue inminente en la era de la iglesia primitiva y
que los apóstoles estaban equivocados?
Ciertamente no es así. Recordemos la declaración rotunda de Cristo en
Mateo 24:42: «No sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor». El tiempo
exacto sigue siendo un misterio para nosotros tal como lo fue para los
apóstoles. Pero no obstante, Cristo podría volver en cualquier momento. El
Juez todavía está delante de la puerta. El día se sigue acercando cada vez
más.
No existen otros eventos que deban ocurrir en el calendario profético
antes de que Cristo vuelva para que nos encontremos con Él en el aire. Él
podría llegar en cualquier momento, y es en ese sentido que la venida de
Cristo es inminente. En ese mismo sentido, su venida fue inminente incluso
en los días de la iglesia primitiva.

En cualquier caso, el paso de 2.000 años no es ninguna prueba en contra de


la fidelidad de Dios o de la confiabilidad de su Palabra. Esto es precisamente
lo que Pedro mostró cuando anticipó que se levantarían burladores que harían
mofa de la promesa del regreso del Señor (2 P. 3:3, 4).

En otras palabras, la verdadera razón de la tardanza del Señor no es que Él


sea negligente o descuidado en cumplir sus promesas, sino sencillamente que
es paciente y bondadoso al retrasar la venida de Cristo y la ira que la
acompañará, al mismo tiempo que llama a las personas a que sean salvas.
Cristo no regresará antes que se cumplan por completo los misericordiosos
propósitos de Dios. En lugar de indicar apatía o abandono por parte de Dios,
la demora prolongada de la manifestación de Cristo sencillamente subraya la
extraordinaria profundidad de su misericordia y paciencia casi inagotables.
Por esta razón, el hecho de que hayan transcurrido 2.000 años es totalmente
irrelevante para la doctrina del regreso inminente de Cristo. La venida de
Cristo sigue siendo inminente. Podría ocurrir en cualquier momento. El
mandamiento a estar preparados y vigilantes sigue siendo tan vigente para
nosotros como lo fue para la iglesia primitiva. De hecho, el regreso de Cristo
debería ser un asunto todavía más urgente para nosotros puesto que se acerca
más con cada día que pasa. Seguimos sin saber cuándo viene Cristo, pero
sabemos que estamos 2.000 años más cerca de ese evento que Santiago en los
primeros días de la era cristiana, cuando el Espíritu Santo le impulsó a
advertir a toda la Iglesia que la venida del Señor estaba cerca y que el Juez ya
estaba «delante de la puerta».

¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE EL REGRESO INMINENTE DE CRISTO?


¿Por qué es tan importante creer que Cristo podría volver en cualquier
momento? Porque, la
esperanza de la venida inminente de Cristo tiene un poderoso efecto
santificador y purificador sobre nosotros. «Y todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro» (1 Jn. 3:3). El
hecho de saber que la venida de Cristo está cada vez más cerca debe
motivarnos a estar preparados, a procurar ser más semejantes a Cristo y a
despojarnos de todas las cosas propias de nuestra vida vieja cuando no
teníamos a Cristo.
El apóstol Pablo tomó esta misma línea de razonamiento casi al final de su
carta a los romanos. Él les recordó a los creyentes en Roma acerca del deber
que tenemos de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, al decirles
que el amor es el principio por excelencia que cumple todos los preceptos
morales de Dios (Ro. 13:8-10). Luego, haciendo hincapié en la urgencia de
vivir en obediencia a este gran mandamiento, él escribió:
«Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño;
porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando
creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues,
las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos
como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en
lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor
Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne.»
—vv. 11-14
Ese llamado a despertar es el que el apóstol Pablo hace a toda la Iglesia. El
regreso de Cristo se acerca cada vez más. El tiempo está ahora más cerca que
cuando creímos por vez primera. Cada instante que pasa nos acerca todavía
más al regreso de Cristo. ¿Qué vamos a hacer para redimir el tiempo? Él hace
un llamado a responder positivamente en tres aspectos fundamentales que
resumen perfectamente la perspectiva apropiada del cristiano ante la
posibilidad inminente del regreso de Cristo:
¡A despertar! «Es ya hora de levantarnos del sueño», nos recuerda (v. 11), y
recalca con cuatro frases tanto la urgencia de atender este llamado, como la
inminencia del regreso de Cristo: «es ya hora»; «está más cerca de nosotros
nuestra salvación» (v. 11); «la noche está avanzada»; y «se acerca el día» (v.
12). Queda poco tiempo y las oportunidades se van volando. El Señor viene
pronto. El evento se acerca más con el paso de cada instante. Ahora es el
tiempo para obedecer. El único tiempo con el que podemos contar es ahora
mismo, y puesto que no hay garantía de que vamos a tener más tiempo,
postergar nuestra obediencia es un acto de inconsciencia total.
Consideremos esto: el apóstol Pablo estaba subrayando la urgencia de este
mandamiento en su tiempo, hace 2.000 años. Él creía que la venida de Cristo
estaba cerca y que se estaba acercando más a cada instante. ¿Cuánto más
urgentes son estas cosas para nuestro tiempo? «Ahora está más cerca de
nosotros nuestra salvación» (v. 11), 2.000 años más cerca para ser exactos.
Ciertamente ahora no es momento de bajar nuestra guardia o quedarnos
dormidos. Aunque algunos puedan ser tentados a creer que la larga espera
significa que la venida de Cristo ya no es un asunto urgente; al pensarlo bien
por un momento nos daremos cuenta de que, si en realidad creemos que
Cristo estaba diciendo la verdad cuando prometió volver pronto, debemos
creer que el tiempo está cada vez más cerca, y el carácter urgente del evento
con el aumento de la espera no tiene por qué verse aminorado.
Es perfectamente natural para irreligiosos, escépticos e incrédulos pensar
que la tardanza de Cristo quiere decir que Él no va a cumplir su promesa (2 P.
3:4). Pero ningún creyente genuino debería pensar de esa manera. En lugar de
perder la esperanza porque Él tarde en venir, deberíamos darnos cuenta de
que ahora el tiempo está más cerca que nunca antes. Cristo viene. Como
vimos en el capítulo previo, su Palabra garantiza que Él volverá. Nuestra
esperanza debería ser cada vez más fuerte y no disminuir mientras Él demora
su venida.
Cuando Pablo escribió: «Y esto, conociendo el tiempo» (Ro. 13:11), empleó
la palabra griega kairos para referirse a «tiempo», un término que se aplica a
una época o a una era, no al tiempo convencional (cronos) que puede medirse
con un reloj. Por lo tanto, «conociendo el tiempo» tiene que ver con que
seamos capaces de entender la era en la cual vivimos, de discernir como «los
hijos de Isacar ... entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía
hacer» (1 Cr. 12:32). Cristo increpó a los fariseos porque les faltaba esta
misma clase de discernimiento: «Cuando anochece, decís: Buen tiempo;
porque el cielo tiene arreboles. Y por a mañana: Hoy habrá tempestad;
porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el
aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos [kairos] no podéis!» (Mt.
16:2–3).
Quizá Pablo había visto señales de letargo o adormecimiento espiritual entre
los creyentes de Roma. Sin duda, la vida en aquella gran ciudad presentaba
muchas distracciones y atractivos terrenales que podían alejar los corazones
de la esperanza anhelante en la manifestación inminente de Cristo. Al igual
que la sociedad en que vivimos, la vida en Roma mantenía cebada la
carnalidad humana al ofrecer muchas comodidades materiales y diversiones
terrenales. Quizás eran propensos a olvidar que estaban viviendo en los
últimos días. Espiritualmente, se estaban quedando dormidos.
A veces parece que la iglesia entera se encuentra hoy día en una condición
todavía peor de somnolencia espiritual. Existe una indiferencia ampliamente
difundida frente al regreso del Señor. ¿Qué pasó con el sentido de
expectación que caracterizó a la iglesia primitiva? El legado que tristemente
quedará registrado en la historia acerca de la iglesia de nuestra generación es
que al irnos acercando a la aurora de un nuevo milenio, la mayoría de los
cristianos estaban mucho más preocupados por la llegada de una traba
informática conocida como «el fastidio del milenio», ¡que por la llegada del
Rey del milenio!
Abundan los cristianos en nuestro tiempo que se han acomodado en una
postura de letargo e inactividad insensatos; es como una falta total de
respuesta a las cosas de Dios. Se han vuelto como Jonás, echándose a dormir
rápidamente en la embarcación mientras las inclementes tormentas de nuestro
tiempo amenazan con arrasarnos (Jon. 1:5, 6). Son como las vírgenes
insensatas quienes «tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron»
(Mt. 25:5). Ya es hora de levantarnos de ese aletargamiento.
Pablo envió un llamado a despertar muy parecido para la iglesia en Éfeso:
«Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará
Cristo. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como
sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos» (Ef. 5:14-
16). Nunca antes ha sido tan necesaria una voz de alarma de este tipo como
hoy día. En palabras de nuestro Señor: «Velad, pues, porque no sabéis
cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al
canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle
durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad» (Mr. 13:35–36).
Cuando Pablo dice: «ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que
cuando creímos» (Ro. 13:11), está hablando por supuesto acerca de la
consumación de nuestra salvación. No estaba sugiriendo que los creyentes
romanos no fueran regenerados. No les dice que su justificación fuera una
realidad futura. Les recordaba que la culminación de lo que había empezado
desde el momento de su regeneración estaba acercándose cada vez más. En
este contexto, «salvación» se refiere a nuestra glorificación, la meta final de
la obra salvadora de Dios (Ro. 8:30). A través de todas las Escrituras esto se
relaciona con la manifestación de Cristo. «Sabemos que cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él» (1 Jn. 3:2). Nosotros «esperamos al
Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la
humillación
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya» (Fil. 3:20, 21).
«Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis
manifestados con él en gloria» (Col. 3:4). «[Cristo] aparecerá por segunda
vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan» (He. 9:28).
Nótese que el escritor de Hebreos emplea la palabra salvar en el mismo
sentido en que Pablo la emplea en Romanos 13:11.
Este aspecto final de nuestra salvación es a lo que Pablo se refería en
capítulos anteriores de su epístola, en Romanos 8:23: «Nosotros mismos, que
tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de
nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.»
Ese aspecto de nuestra salvación es el que está más cerca que cuando
creímos, y sólo espera la venida de Cristo.
De manera que el llamado imperioso de Pablo aquí en Romanos 13 supone
que el regreso de Cristo es inminente. Si tuviera que ocurrir otra era
escatológica (kairos), especialmente la tribulación, antes del regreso de Cristo
por la Iglesia, Pablo seguramente habría apuntado en dirección a la
perentoriedad de esa era y habría urgido a los romanos a prepararse para ella.
Pero lejos de advertirles que esa era tenebrosa de tribulación estuviera en su
futuro inmediato, lo que les dijo fue prácticamente todo lo contrario: «La
noche está avanzada, y se acerca el día» (v. 12). El kairos de persecución,
penalidades y oscuridad estaba ya bastante «avanzado» (prokopto en el texto
griego, que significa «marchando rápidamente» o «siendo desalojado»). Lo
que es inminente es la luz del día, la consumación definitiva de nuestra
salvación cuando Cristo vuelva para llevarnos a la gloria.

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