METALITERATURA

¿Qué es la metaliteratura?

Esta definición no está

contemplada por la Real
Academia Española. Es
sorprendente que una palabra
que aparece en las revistas
literarias no tenga aún cabida
en los diccionarios.

En esencia, la "metaliteratura" es la literatura que habla sobre

la propia literatura. Los libros encuadrados en esta categoría son en
los que, teniendo una trama principal –más o menos ajena- se
reflexiona especialmente sobre el propio acto de leer y escribir.
También son los libros que incluyen referencias a la obra o la vida de
otros escritores y los que presentan una abundancia de citas
bibliófilas, es decir, convierten libros o literatura en los protagonistas
de la novela.

El escritor “metaliterario” se caracteriza por demostrar un

exceso de lecturas. El acto de escribir va irremediablemente ligado al
acto de leer y, para escribir bien, se ha de haber leído mucho antes.

Escritores
“metaliterarios” serían, por
ejemplo: Vila-Matas, Borges,
Torrente-Ballester, Luis
Goytisolo, Gaite, Umberto Eco,
Perec, Piglia, Pynchon, etc, etc.

Biblioteca Pública del Estado en Santa Cruz de Tenerife.

C/ Comodoro Rolín nº 1 38007 Santa Cruz de Tenerife
TEL. 922 479 309 / FAX 922 479 338 www.bibliotecaspublicas.es/tenerife
 Fragmerntos

Recordaba muy bien cómo su padre había prohibido siempre sacar los
libros de la biblioteca. Ello había obligado a todos sus hermanos a
elegir entre el aire libre y la lectura. Las tardes de la infancia
transcurrieron así junto a Julio Verne,
Alejandro Dumas, Stevenson, Homero,
Walter Scott. Fuera, bajo el sol, el resto
de los niños gritaban y alborotaban,
pero él estaba siempre dentro, leyendo,
con la mente sumergida en mundos que
los demás apenas intuían. Años
después, cuando regresó a casa tras un
largo periodo de ausencia, él mismo
cambió aquellas normas. Le encantaba
ver a los niños leer al sol, tumbados en
la hierba del jardín, sentados en las
viejas y confortables ramas de un árbol, mordisqueando manzanas,
engullendo tostadas con mantequilla, dejando las huellas pringosas
de sus dedos en aquellos volúmenes que tanto amaba.

El despertar de la señorita Prim

Natalia Sanmartín Fenollera

“Rosemary, ¿por qué le gustan tanto los libros?” y yo contesté:

“Pues no lo sé”. – Y animada, casi infantil, prosigue--: “Creo que
me gustan porque son silenciosos y me los puedo llevar al
parque”. –Entorna los ojos--. Él me miró sin decir nada. Entonces
añadí: “Bueno, la verdad es que los libros me gustan porque son
mis mejores amigos”

El Sr. Penumbra y si librería 24 horas abierta

Robin Sloan

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 Miró alrededor, y lo primero que le llamó la atención del salón de
Joe Patience fue la
cantidad de libros que
había. Las paredes
estaban llenas de estantes
donde no había ni un solo
hueco que no estuviera
ocupado por volúmenes
de tapa dura, algunos
escritos en idiomas que
Alfie ni tan siquiera
entendía. Joe advirtió el
asombro con que lo
miraba todo, con la boca abierta, y sonrió. —¿Te gusta leer, Alfie?
—preguntó. —Me gusta Robinson Crusoe —respondió él—. El señor
Janácek me lo regaló el día que cumplí cinco años. En ese
momento, me costó leerlo, pero ya me lo he leído tres veces
desde entonces. Es el mejor libro que se ha escrito nunca.

Quedaos en la trinchera y luego corred

John Boynet

Fue lo primero que sacó de su maleta, en cuanto se cerró la

puerta de su habitación detrás del mozo de los equipajes: el paquete
envuelto en papel de seda que contenía aquellos cinco libros. Y los
colocó, como siempre, en la mesilla, apartando un poco el teléfono y
la lámpara, en riguroso orden alfabético: Duras, Lawrence, Miller,
Nabokov y Sade. Cinco maneras de entender la sensualidad
femenina.

La felicidad es un té contigo
Mamen Sánchez

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 Seguimos al guardián a
través de aquel corredor
palaciego y llegamos a una
gran sala circular donde una
auténtica basílica de tinieblas
yacía bajo una cúpula
acuchillada por haces de luz
que pendían desde lo alto. Un
laberinto de corredores y
estanterías repletas de libros
ascendía desde la base hasta la
cúspide, dibujando una colmena tramada de túneles, escalinatas,
plataformas y puentes que dejaban adivinar una gigantesca biblioteca
de geometría imposible. Miré a mi padre, boquiabierto. El me sonrió,
guiñándome el ojo. —Daniel, bienvenido al Cementerio de los Libros
Olvidados.

La sombra del viento

Carlos Ruiz Zafón

Ya había salido de la estación cuando, bruscamente, regresó

corriendo, tras dejarle la maleta a un taxista atónito. Subió al tren a
la carrera, encontró su vagón y convenció a las encargadas de la
limpieza de que la dejaran hurgar en las bolsas de basura, hasta que
me encontró. Me estrechó contra su corazón y se fue a grandes
pasos. ¿A caso creía que si me restauraba tendría más posibilidades
de reconstruir su amor? […] me pegó como pudo, con gran esmero,
de modo que sólo me queda una larga cicatriz, apenas visible, en el
lomo.
Las aventuras de un libro vagabundo
Paul Desalmand

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 Selección bibliográfica

El último lector, de Ricardo Piglia

El viaje de invierno, de Georges Perec
Antagonía, de Luis Goytisolo
Dafne y sus sueños, de Gonzalo Torrente
Ballester
El tamaño de mi esperanza, de Jorge Luis
Borges
Bartleby y compañía, de Enrique Vila-matas
Firmin, de Sam Savage
En el nombre de la rosa, de Umberto Eco
La biblioteca de los muertos, de Glenn Cooper
Las aventuras de un libro vagabundo, de Paul Desalmand
La librería de las nuevas oportunidades, de Anjali Banerjee
La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón
La bilbiotecaria de Austwitch, de Antonio G. Iturbe
El lector de Julio Verne, de Almudena Grandes
Libros de Luca, de Mikel Birkegaard
La elegancia del erizo, de Muriel Barbery
El Club Dante, de Matthew Pearl
El maestro iluminador, de Brenda Rickman Ventrease
Adiós, Hemingway, de Leonardo Padura
El librero de Selinunte, de Roberto Vecchioni
Los guardianes del libro, de Geraldine Brooks
La comerciante de libros, de Brenda Vantrease
Los ojos amarillos de los cocodrilos, de Katherine
Pancol
El taller de los libros prohibidos, de Eduardo Roca
Signatura 400, de Sophie Divry
Las tres heridas, de Paloma Sánchez-Garnica
La librera y el hereje, de Brenda Rickman Vantrease
El despertar de la señorita Prim, de Natalia
Sanmartín
La vida cuando era nuestra, por Marian Izaguirre
Hot sur, por Laura Restrepo
Quedaos en la trinchera y luego corred, de John Boyne
El lector, de Bernhard Schlink
Sangre de tinta, de Cornelia Funke

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