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Cuando yo doy algo se podría distinguir hay dos dimensiones: lo dado y el acto de dar;

el acto de dar parecería que desaparece en lo dado, o que tiene que desaparecer en lo
dado. “Yo dono algo”, soy el “origen” de ese algo, yo soy el origen del don, de lo que
ocurre ahí, pero si en el don yo me hago muy presente, se ponen las claras que yo quiero
ser reconocido.

Pensemos ahora en el don más puro, en el don más libre de cualquier interferencia del
acto de dar (el cual estaría vinculado al “origen”). Si nos situamos ahí, ¿no sería un don
en el que el origen del don se oculta? Sería el mejor don, porque ahí donde el origen, en
el don, se hace presente, pues el don mismo está siendo derruido. Un ofrecimiento que,
por tanto en cuanto ofrecimiento, abandonado a sí mismo, ha perdido toda relación con
su origen intencional en un sujeto, con su origen en alguna estructura que haya dado
lugar a ese don. Hay una paradoja en el fenómeno del dar: hay siempre una intención en
el dar, pero si esa intención, que es inmanente al dar, se plenifica, el dar se hace
imposible. Así que, el origen, la condición del dar, es también la condición de
imposibilidad del dar.

Un don en el que el origen del don, o la fuerza que da lugar al don, o el dinamismo
inmanente que abre el espacio del don, no está presente. Porque si está presente, ya no
hay don. Ahora bien, hay un originar del don. Por tanto, estamos hablando de una
aporía: la condición de posibilidad del don es también su condición de imposibilidad, de
tal manera que el fenómeno del don es una aporía, y si no se mantiene como tal aporía,
entonces no hay don; el don mismo es aporético. Esto está en el corazón de la filosofía
de Derrida. Un don que no es presente, está despresente, pero presentemente
despresente: hace notar su despresencia. Es una despresencia que cobra presencia. Por
ejemplo, yo echo de menos algo y ese “echar de menos” es la experiencia de una
ausencia, pero esa ausencia la experimento muy vivamente dentro de mí, esa ausencia
está presente. La experiencia pareciera que tuviera esta estructura paradójica, aporética,
de la presencia despresente, del don que no puede ser dado, de aquello que es en su
inmanencia una aporía.

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