Bl autor;
Honoré de Balzac (francés, 1799-1850). Como
ijera Victor Hugo en el cementerio de Pere
Lachaise ante la tumba del creador de las nume-
rosas novelas reunidas en la Comedia humana,
“ quiérase 0 no, el autor de esta obra inmensa per~
tenece a la poderosa raza de Ios escritores revolu-
cionarios”. Defensor del Trono y el Altar, su obra,
sin embargo, distaba de
{da por un mundo intranquilo, vulgar, mezquino,
jones insatisfechas, de desplaza-
Principales se
Papé Goriot,
tregas, habiendo merecido mas tarde la
de Cézanne, de Rilke, de Schinberg, de Picasso.
‘Texto de contratapa:
Escrito por Eugenio Tellez para esta edicién,
Honoré
de Balzac
La obra
maestra
desconocida
881
Ses)
=
inesColeccién dirigida por Germén Marin Gillette
Revisada por G. de P.
En una fria maflana de fines de 1612,
un joven de humilde apariencia se paseaba
nerviosamente ante la puerta de una casa
situada en la calle des Grands Augustins, en
Paris, Luego de haber andado de un lado a
otro durante largo tiempo con la irresolucién
de un enamorado que no se atreve a presen-
tarse ante su primera amante, concluyé por
franquear el umbral y preguntar a la porte-
ra si se hallaba en casa el seftor Porbus. Ha-
biendo obtenido una respuesta afirmativa de
la vieja sirvienta, que hallabase entregada en
ese i a la limpieza del piso bajo, el
joven trepé las escaleras lentamente, dete-
niéndose en cada peldafio, como muchos
cortesanos de reciente memoria que siempre
mmador que adornaba la puerta del taller don-
de sin duda se hallaba trabajando en estos
momentos el pintor de Enrique IV, a quien
Maria de Médicis abandonara por Rubens.
Eljoven experimentaba esa profunda sensa-
to, composiion, cid que ha debido estremecer el coraz6n de
adn e impresn: LOM Ediciones, antag de los grandes artistas cuando, en pleno fervor
de su juventud y de su amor por el arte, se
5ven préximos a enfrentar a un hombre de
genio oa una obra maestra. Existe en todos
los sentimientos huranos una flor primiti-
va, engendrada por un noble entusiasmo,
que va languideciendo a medida que trans-
empo, hasta marchitarse de!
lad no es nada més que
tos repentinos.
Aquel que hal igero de bolsa y lle-
no de juventud y de genio, no haya nunca
temblado ante la presencia de un maestro,
carecerd siempre de un no sé qué toque de
pincel en su corazén, de un sentimiento im-
preciso en su obra, de una indefinible expre-
sin de poesia en su arte. Si bien hay quie-
nes creen demasiado pronto en su porvenir,
estos fanfarrones, envanecidos de si mismos,
son tan s6lo hombres de espiritu para los
tontos. Pero en cambio el mérito de nuestro
joven desconocido debia ser grande, si
‘medimos por su timidez, por ese pudor
definible que los hombres destinados a
saben perder en el ejercicio de su arte,
18 mujeres hermosas pierden el suyo
en la préctica constante de la coqueteria.
hébito del triunfo adormece la duda, y el
pudor quizé no es otra cosa que una duda.
‘Zaherido asi por su timidez y sus vaci-
laciones en el instante mismo de su audacia,
nuestro joven ne6fito no se habria atrevido
al fina penetrar en el taller del pintor a quien
6
|
|
|
|
|
|
debemos el admirable retrato de Enrique LV,
sino hubiese mediado una circunstancia
ria que el azar se encargé de pro-
.cababa de trepar las escal
joven adiviné
andar. Retrocedi
atar
ivocos que delatan el ca-
récter de un hombre, y en el que esperaba
encontrar el indicio de una aficién al arte o
de una afinidad con este mundo de la pintu-
ra, Pero habia en esta figura algo vagamente
diabélico, y sobre todo ese extrafio nosé qué
que seduce al artista. Imaginate una frente
calva, combada, prominente, descendiendo
en una cerrada curva sobre una pequesa
nariz aplastada, respingada como la de
Rabelais o 1a de Sécrates; una boca riente y
arrugada, un mentén breve, orgullosamente
levantado, adornado por una barba gris cor-
tada en punta, ojos color verdemar amorti-
guados en apariencia por la edad, pero que
Por contraste con el blanco nacarado en el
cual flotaba la pupila deberfan ser capaces
de arrojar miradas magnéticas al influjo de
la c6lera o del entusiasmo. La fisonomia se
.demés singularmente marchita por las
fatigas de la edad, y més atin por esos pen-
samientos que destrozan tanto el alma como
el cuerpo. Los ojos carecian de pestafias, y
apenas si se vefan algunos rastros de
fen el borde de los arcos superciliares. Colo-
7ca ahora esta cabeza sobre un cuerpo ende-
bley fragil, rodeala de una
resplandeciente de blancura, pone sobre el
jubén negro del vejete una pesada cadena
de oro, y tendris una imperfecta imagen de
claridad indecisa de
‘marco en esa negra atmé
zaal gran pintor holandés.
ejo arrojé sobre el joven una mira-
que caracteri-
da llena de sagacidad, dio con el llamador
tres golpes secos en la puerta, y dijo a un
sujeto valetudinario que salié a abrir la puer-
tay cuya edad oscilaba en los cuarenta afi:
“Buen dia, maestro.
Porbus se incliné respetuosamente, ¥
dejé entrar suponiéndolo acomy
Aado por su visitante, ocupandose tan poco
por la presencia de 61 que éste pudo perma-
necer inmerso en el encanto que deben ex-
intores natos ante el aspec-
to del primer taller que ven en su vida y en
el cual se delatan algunos de los procedi-
arte. Una claraboya
abierta en inaba el taller del
maestro Porbus. La luz, que se concentraba
en una tela colocada en el caballete y en la
dos o tres trazos ini-
iluminar los negros pr
fundos de los dngulos de esta vasta habita-
cién; pero algunos reflejos difusos que se
expandian en esta sombra rosa iluminaban
el vientre de una vieja coraza de guerrero ale-
‘man que se hallaba suspendida de la pared,
destelleandoen un ancho abanico de luz que
9daba sobre la cornisa esculpida y tallada de
lun antiguo armario repleto de curiosas vaji-
llas, donde reposaban mostrando su graneada
trama trozos de pafos y brocados de oro co-
Bustos de yeso,
fragmentos y torsos de divinidades antiguas
jorosamente pulidas por el beso de los si-
as consolas. In-
les bosquejos, estudios a tres lépi-
ces, a la sanguina 0 a la pluma, cubrian los
‘muros hasta el techo. Cajas de colores, bote-
llas de aceite y de esencias, escabeles volca-
dos cubrian literalmente el piso, no dejando
més que un angosto paso para llegar hasta
el lugar colocado directamente bajo la aureo-
la de luz que proyectaba la alta claraboya,
ccuyos rayos caian a plomo sobre la figura de
Porbus y sobre el craneo de marfil de su sin-
gular visitante.
La atenci6n del joven fue pronto exclu-
sivamente ocupada por un cuadro que, en
este tiempo de disturbios y revoluciones, se
habia hecho célebre, yal que visitaban algu-
nos de estos elegidos a los cuales se debe la
conservacién del fuego sagrado durante los
dias turbulentos. Esta bella pagina represen-
taba a una Maria Egipciaca que se disponia a
abonar el precio de su viaje al barquero. Esta
obra maestra, destinada a Maria de Médicis,
fue vendida por ella en sus dias de miseria.
-Me gusta tu santa
verdad mas que nosotros. Habl
.gards a comprender
| medio por el cual
el hombre advierte el efecto de la luz sobre
; pero no hay lineas en la natura
os obj
leza, donde todo es total. Es tan s6lo mode-
lando como se dibuja, es deciz, como se des-
tacan las cosas del medio en que viven; la
distribucién de la luz da tan sélo la aparien-
tarmis contornos, y he extendido sobre ellos.
tuna nube de mediatintas rubias y célidas que
hace imposible colocar el dedo exactamente
en el lugar donde los contornos se confun-
den con los fondos. De cerca, este trabajo
parece esponjoso y carente de precision, pero
a dos pasos de distancia todo se afi
ubica y se destaca; el cuerpo gi
y el aire
embargo, no estoy contento
todavia, y tengo mis dudas. Quizé fuera
mejor no dibujar un solo trazo, y comenzar
una figura por el centro, yendo primeroa las.
salientes més iluminadas para pasar en se-
guida a las partes mas sombreadas. No es
en esta forma como procede el sol, este pin-
tor divino del universo? ;Oh Naturaleza!
2pero zqué son diez pequefios aos
cuando se trata de luchar con la naturaleza?
Nosotros ignoramos el tiempo que empleé
Pigmalion para realizar la Gnica estatua que
El viejo cay6 en una ensofacién profun-
da, y permanecié con los ojos fijos jugando
mecénicamente con su cuchillo.
Abi esté entablando un didlogo con su
-dijo Porbus en voz baja.
A esta palabra, Nicols Poussin se sin-
{16 embargado por la violencia de una inex-
le curiosidad de artista. Este viejo de
‘jos blancos, abstrafdo y eshipido, se torné
para él en algo mds que un hombre, en una
especie de genio fantéstico que vivia en un
mundo desconocido. Sentia despertar en su
alma mil ideas confusas. El fendmeno moral
de esta especie de fascinacién no puede
definirse, como no puede tampoco traducirse
a emocién provocada por un canto que evo-
ca el recuerdo de la patria al exiliado. El des-
precio del anciano por las més bellas tentati-
vas del arte, su riqueza, sus maneras, las
deferencias de Porbus hacia él, esta obra
mantenida durante tanto tiempo en secreto,
‘obra genial sin duda, a juzgar por la cabeza
de virgen que el joven Poussin habia admi-
rado tan francamente hacia un instante, be-
a aun junto al Adin de Mabuse, atestigua-
28
jo eneste viejo pa
imites humanos. Lo que la rica ima~
de Nicolés Poussin p
leza hecha
la cual se hi
los cuales abusa a menudo, conduci
la fria raz6n, a los burgueses e incluso a los
aficionados por mil caminos escabrosos, en
los cuales no hay nada para ellos: mientras
que, loca de fantasia, esta nifia de alas blan-
cas descubre alli epopeyas, castllos, obras
de arte, jNaturaleza burlona y bondadosa,
fecunda y pobre! Asi, para el entusiasmo de
10s poderes, y de
en el Arte mis-
sus Fugas y sus
-Si, mi querido Porbus -proseguia
Frenhofer-, me ha faltado hasta hoy encon-
trar una mujer irreprochable, un cuerpo en
los contornos sean de una belleza
en donde la carne... ;Pero dénde
puede ser hallada en forma viviente esta in-
asible Venus de los antiguos -exclam6 inte-
rrumpiéndose-, esa Venus tan buscada y de
la cual hemos encontrado apenas fragmen-
tos dispersos en distintas mujeres? jAh!...Por
ver un sélo momento, una sola vez, la natu-
raleza divina, completa, el ideal, en fin, da-
fortuna y seria capaz de ira bus-
carla al limbo, jah,
Orfeo, descenderia hasta el
para regresar con la vida.
-Podemos irnos ya
Poussin-. ‘Ya no nos escucha,
Porbus a-Pasemos a su tall
Svidamente.
~iAhl... El viejo soldado ha sabido de-
fender su entrada. Sus tesoros estén dema-
siado bien guardados para que nosotros po-
amos llegar haste Nohe esperado tu
propuesta para asalto al misterio!
~WHay entonces algin misterio?
-Si-respondié Porbus-.El viejo Frenhofer
es el nico alumno que Mabuse quiso acep-
tar. Convertido en su amigo, en su salvade
ensu padre, Frenhofer sacrificé la mayor par
-propuso el joven
te de sus tesoros para satisfacer las pasiones
de Mabuse. En cambio, el maestro le leg¢ el
secreto del relieve, el poder de dar a las fi-
guras esta vida extraordinaria, esta frescu-
iéndose vendido y bebido el da-
masco floreado con que debia vestirse para
aguardar la legada de Carlos V, pinté en
\dose con
singular de este traje lam la
emperador, quien, creyendo
hacer un cumplimiento al protector del vie-
jo borracho, descubrié sin querer la super-
cheria. Frenhofer es un hombre apasionado
por nuestro arte, que ve més alto y més lejos
que los otros pintores. Ha meditado profun-
damente sobre los colores, sobre la verdad
absoluta de la linea, pero, a fuerza de bis-
quedas, ha legado a dudar del objeto mis-
‘mo de sus biisquedas. En esos momentos de
desesperacién, afirma que el dibujo no exis-
te y que no se puede expresar mediante la
linea més que figuras geométricas; lo que por
20
1
|
|
|
1 otra parte no es cierto, puesto que con la li-
nea y el negro, que no esen modo alguno un
color, es posible hacer una figura; hecho éste
que prueba que el arte, como la naturaleza,
esta compuesto de una infinidad de elemen-
tos: el dibujo proporciona un esqueleto y el
; pero la vida sin esqueleto es
ry que si el razonamiento y la
poesia entran en combate con el pincel, se
ega entoncesa la duda, tal como sucedecon
este buen hombre que tiene tanto de loco
como de pintor. Pintor sublime,
gracia de nacer rico, cosa que
divagar. jNo lo imitest /Trabaja! Los
resno deben meditar més que con los pince-
les en la mano.
~jEntraremos! -exclamé Poussin sin es-
ccuchar lo que decia Porbus. Este sonrié ante
el entusiasmo del joven, y le insté a que lo
visitara pronto.
Poussin eché a andar lentamente por la
calle de la Harpe, y llegé sin darse cuenta
hasta el modesto hotel en que se alojaba. Tre-
pando con una inquieta ansiedad los mise-
rables peldafios de la escalera Ilegé hasta una
habitacién del piso superior, situada bajo un
techo enrejado, simple y pequefia ventilacion
de las casas del viejo Paris. Cerca de la tinica
yoscura ventana de este cuarto, una mucha-
‘cha se volvié vivamente en un gesto de viva
felicidad. Habia reconocido al pintor en el
modo en que habia empufiado el picaporte.
an-yBres ti?... -exelamé-. ;Qué tienes?
fengo, tengo... -comenz6 él atosi-
gindose de alegria-, que hoy me he sentido
tor! Hasta ahora habia dudado de mi,
ero esta mafana he creido en mi mismo.
Puedo llegar a ser un gran hombre! ;Gillette,
lette, seremos ricos, felices!... {Estos pi
snaran de oro!
callé repentinamente. Su fiso-
nomia grave y vigorosa perdié su expresion
de alegria cuando comparé la inmensidad
de sus esperanzas con la mediocridad de sus
recursos. Las paredes se hallaban cubiertas
de simples papeles repletos de bosquejos al
lépiz. No tenia més que cuatro telas propias.
bre joven debia resignarsea ver su pal
En el seno de esta miseria, poseia
taba increibles riquezas en su cora-
superabundancia de un genio
devorante. Llevado a Paris por un amigo
do muy pronto una am:
mas nobles y generosas que se avien
sufrirjunto a un gran hombre, comparten sus
miserias y se esfuerzan en comprender sus
caprichos, fuertes ante la miseria y el amor,
como otras lo son para conquis
para pavonearse de su insensi
sonrisa que vagaba en los labios de Gillette
iluminaba este desvan rivalizando con el re-
flejo del cielo. El sol no brillaba siempre, pero
en cambio ella, refugiada en su pasién,
inmersa en su felicidad, en su sufrimiento,
estaba siempre alli, consolando al genio que
desbordaba en el amor antes de hallar su
cauce en el arte.
32.
tor. Era toda gracia,
0 una primavera,
as las gracias femeninas,
porel fuego de una her-
adomada por
quebrillaban en e
mosa alma.
~iAh, Dios mio!... exclamé el pintor-.
Jamas me atreveré a decirte...
~,Un secreto? -pregunto ella-. Quiero
saberlo!
Poussin permanecié abstraido, ausente.
‘escucho.
lette! ;Pobre querida mial
sres pedirme algo? ;Necesitas
-Sise trata de posar ante ti como el otro
10 quiero -repuso ella con un mohin de
lo-. Porque cuando me pintas, tus ojos
no me dicen nada. No piensas en mi, y sin
embargo me miras.
- Preferirias verme pintando otra mujer?
-Quiza -dijoella-,sies una mujer bien fea.
-Pues bien -repuso Poussin con un ges-
to perfectamente serio-. Si yo necesitara que
jeras a posar ante otro pintor, si para mi
futura, para convertirme en un gran
reciso que ta posaras para
ymeterme a una prueba -dijo
. Bien sabes que nunca accederia a s
mejante cosa.
Poussin bajé la cabeza como un hom-
bre que sucumbe ante una alegria o un do-
lor demasiado fuer
mente a Poussin por el puto gastado de su
a3manga-. Ya te he dicho mil veces, Nick, que
seria capaz de dar mi vida por ti. P
te he prometido renunciar a mi a
-2¥ quién habla de renunciar? -exclam6
Poussin.
Si me exhibiese en esa forma ante otro
dejarias de amarme. ¥ yo, yo misma, me sen-
tirfa indigna de ti, Obedecer a tus caprichos,
no es algo natural, simple? A pesar de mi
misma, me siento feliz y orgullosa de hacer
tu voluntad. ;Pero para otro! ;Qué esperan-
Perdoname, Gillettel... -exclamé el
pintor arrojindose a sus rodillas- Eres para
‘mi mis preciosa que la fortuna y los hono-
res. ;Prefiero ser amado que glorioso! Ve,
arroja mis pinceles, quema mis bosquejos,
todo ha sido un error. Mi vocacién es amar-
te, nada mds que amarte, No soy pintor, no
soy nada més que un ar diablocon
elarte y todos sus s
Ella lo
fa reinar en él, comprendia instintivamente
que el arte era olvidado por ella, y arrojado
asus pies como un grano de incienso.
“Sin embargo, no es més que un ancia-
no -agregé Poussin-. No podré ver en i mas
que a una estatua jEres tan perfecta
{Me quieres de verdad? -dijo Gillette,
préxima ya a sacrificar sus escripulos de
amor en homenaje a su amante y alos sacri-
ficios que éste hacla por ella-. Pero -prosi-
{a perderme. A! jPerderme por ti!
Pero, ti dejards de amar-
ichado pensamiento has
he tenido, y te amo -contesté el
35sres que consultemos al padre
Hardouin?
~jOh, no! Quiero que esto sea un secre-
to entre nosotros dos.
-Pues bien, iré; pero ti no estarss pre-
sente, Deberas permanecer a
mado de tu daga. Si yo grito, tu entras y lo
matas.
No viendo ya nada mas que s
Poussin, loco de alegria, estreché a Gillette
entre sus brazos.
“Ya no meama! -pensaba
do volvié a quedar sola. ¥ se arrepentia ya
pero bien pronto, frente a
jue su arrepenti-
or alejar de su pensa-
wrosa que se insinuaba
miento una idea
en su corazén. Crefa ya amar menos al artis-
taal juzgarlo ahora menos digno de su amor.
Catherine Lescault
Tres meses después del encuentro de
Poussin y de Porbu:
maestro Frenhofer
ba entonces abatido por uno de esos
desfallecimientos profundos y esponténeos
cuya causa reside, si puede creerse en las ma-
teméticas de la medicina, en una mala
gestion, en el aire, el calor, o cualquier otra
socondrios; o, seguin los
1
‘buen hombre se encontra-
ba simple y sencillamente fatigado de traba-
jar en su famoso cuadro. Se hallaba sentado
‘en una silla de encina tallada, guarnecida de
, arrojé sobre Porbus
de un hombre que se ha instalado ya
resignadamente en su
-Y bien, maestro le
que fuistes a buscar a Brujas no valia nada?
{Os que no has podido moler nuestro nue-
vo blanco? 2Su aceite es malo o los pinceles
se muestran reacios
“iAy, amigo miol... -exclamé el viejo,
rei durante un instante que mi cuadro esta-
a terminado; pero me habia equivocado, en
verdad, en algunos detalles, y no habria po-
dido sentirme tranquilo hasta haber despe-
do mis dudas. Me resolvi a viajar y fui a
”tisfaccin-la Naturaleza misma. A veces lle-
goa tener miedo de que un soplo de aire no
despierte a esa mujer y desaparezca.
Luegose levanté repentinamente, como
para irse.
~jOh!... -exclamé Porbus-. Llegoa tiem-
evitarle el disgusto y las fatigas de
“mo? -exclamé Frenhofer perplejo.
joven Poussin es amado por una
mujer cuya incomparable belleza no tiene
una sola imperfeccién. Pero, querido maes-
2 perfecta.
fin dolorosamente-,
mi esposa? :Desgarrar
el velo bajoel cual yo he cubierto castamente
mi felicidad? ;Pero esto seria una horrible
‘Son diez afios integros que vivo
con esta mujer, ella es mia y yo soy de
esa mi, tan séloa mi, a quien ella
me ha sonrefdo a cada uno de mis golpes de
pincel? Ella tiene un alma, el alma que yo le
he dado. Enrojeceria de vergiienza si otros
ojos que no fueran los mios se detuvieran
sobre ella. ;Exhibirla! ;Pero cual es el mari-
do, el amante lo bastante vil como para con-
ducir a su propia esposa al deshonor? Cuan-
do ti haces un cuadro para la corte, tii no
pones en él toda tu alma, tiino vendes a los
cortesanos nada mds que maniquies colorea-
38
dos. {Mi pintura no es una pintura, es
timiento, una pasién! Nacida en mi tall
debe permanecer virgen, y no puede
alli como no sea vestida, cubierta. ;
las mujeres se muestran desnudas tan
‘a sus amantes! zPoseemos acaso el mo-
delo de Rafael, la Angélica de Ariosto, la
iNo! Vemos de ellas nada
"ues bien, La obra que
jer! Una mujer con la cual
verso, y pienso. :Quieres ti que me despo}
de pronto de una felicidad de diez afios como
se despoja uno de su capa? ;Que deje repen-
tinamente de ser padre, amante y dios? Esta
mujer no es una criatura, es una creacién!
Dile a tu joven que venga. Yo le daré mis te-
val? ;Qué vergiien: hl... Soy amante
antes que pintor,jmés que pintor! Sf, yo ten-
dré la fuerza necesaria para echar al fuego a
mi Bella Morena antes de exhalar el iltimo
suspiro; pero obligarla a soportar la mirada
de un hombre, de un joven, de un pintor.
Nunca! Mataria a aquel.
vido a posar sus ojos en
instante, y te mataria a ti, a mi amigo, sino
cayeras de hinojos ante ella! ;Quieres ahora
que someta mi {dolo a las miradas y a las
(Ab... El
‘estiipidas criticas de los imbéciles
amor es un misterio, la vida tan sélo vive en
‘el fondo de los corazones, y todo esté perdi-
do cuando un hombre dice aun a su mejor
amigo: "|He aqui a la mujer que amo!”
39El viejo parecia haber rejuvenecido. Sus
ojos
se habian tefido con matices de un rojo.
sabia qué respondera un sen-
ingular como profundo.
{Frenhofer se hallaba en pleno uso de su ra-
{én o era simplemente un loco? {Se encon-
traba acaso subyugado por una ensofacion
de artista, o las ideas que habia expresado
suele producir en nosotr
‘una gran obra? Pod
sigir con una pasién tan arbitraria? Siguien-
do el curso de todos estos pensamientos,
Porbus dijo a Frenhoter:
-gPero no es acaso una mujer por la otra?
{Poussin no librard acaso a vuestras mira-
ddas la belleza de su amante?
{Qué amante? -exclamé Frenhof
Ella lo traicionara tarde o temprano. La mia
en cambio me seré eternamente fiel.
“Pues bien -replicé Porbus-. No hable-
‘mos més, Pero antes de que halle, en el Asia,
‘una mujer tan bella, tan perfecta como aque-
Ia de la cual le he hablado, moriré
haber logrado terminar su
Quien lo viese creeria descubrir al
mujer acostada sobre un lecho de terciope-
detrés de las cortinas, Cerca de ella un
jpode de oro exhala perfumes. Te verias
tentado de tomar la borla de los cordones
que sujetan la cortina y creerias ver el seno
de Catherine Lescault, una bella cortesana
Hamada la Bella Morena, expresar el movi-
aqueria estar completamente seguro...
Vaya entonces al
ida de Frenhofer.
'Y Porbus dio algunos pasos en direccién
ala puerta,
En este momento, Gillette y Nicolés
Poussin habian 1
Frenhofer. Cuand
desu amante y retrocedié como si se hubiese
sentido estremecida por un presentimiento
repentino.
~~Pero qué vengo a hacer yo aqui? -pre-
gunté a su amante con una voz profunda y
miréndolo a los ojos.
Gillette, yo te he dejado amplia
tad y quiero obedecerte en todo. Ti eres
conciencia y mi gloria. Regresa a casi
deseas, y me sentiré més feliz, quizé, que
‘ero soy yo quien te hace hablar ai
iAh, nol... jNo soy mas que una criatura!
iVamos! -agrego haciendo un violento es-
fuerzo-, si nuestro amor perece, y si penetra
en mi coraz6n un eterno remordimiento, 2no
serd acaso tu celebridad el precio de mi obe-
diencia a tus deseos? Entremos, que si debo
quedar como un recuerdo en tu paleta, eso
serd también para mi, vivir.
Y abriendo la puerta de la mansién, los
dos amantes se encontraron con Porbus, que,
sorprendido por la belleza de Gillette, cuyos
‘jos se veian entonces llenos de lagrimas, la
tomé de una mano y la llevé
~Aqui tiene
‘como todas las obras maestras del mundo?
2
en la actitud ingenua y simple de us
georgiana y medrosa, raptada y
‘exhibida por algtin bandido a un mercader
vos, Un ptidico rubor teAia sus meji-
y bajaba los ojos, manteniendo las ma-
os pendientes a los costados, de modo que
Jas fuerzas parecian abandonarla y sus lé-
grimas protestaban contra la violencia que
‘aa su pudor. En este momento,
\, desesperado por haber sacado de
a este bello tesoro, se maldijo a si
mismo. Se sintié mas amante que artista, y
mil escripulos le mordieron el corazén cuan-
do vio la mirada deslumbrada del viejo que,
por un habito de pintor, parecia desnudar,
por decir asi, a esta joven, adivinando sus
formas més secretas bajo las ropas. Experi-
‘menté entonces todos los celos feroces desu
verdadero amor, y exclamé:
“Gillette, vamos!
‘Asta voz, su amante, feliz, levanté las
manos hacia él, y corri6a precipitarse en sus
brazos:
hh, me amas todavial...-exclamé, es-
tallando en sollozos.
Luego de haber tenido la energia nece-
saria como para dominar su sufrimiento le
faltaban las fuerzas para ocultar su dicha.
Oh, déjemela durante un instante ~dijo
el pintor-y la comparavas con mi Catherine!
Si, consiento en ello. ;Os mostraré mi cuadrot
Habia atin amor en el grito de Frenhofer.
Parecia haber una cierta coqueteria en las
frases con que aludia a su cuadro, como si
‘gustara de antemano el placer que le provo-
aria el triunfo de la belleza de su virgen
sobre la de una muchacha real.
43-Nola dejes retroceder -dijo Porbus, gol
peando la espalda de Poussin-. Los frutos d
‘amor pasan pronto, los del arte son inmor-
tales.
Para él -respondié entonces Gillette
mirando a Poussin y a Porbus-, :no soy en-
tonces més que una mujer?
‘cabeza con orgullo; pero, cuan-
jue miraba con deslumbra-
Ja que 61 tomara tiempo
rgione, agrego:
imas me ha mirado a mi
con e308 ojos.
-Anciano -dijo Poussin saliendo de su
ensimismamiento-. Mira esta espada. La
hundiré en tu pecho a la primera palabra de
protesta que pronuncie esta nifia. Pondré
fuego a tu casa, y nadie saldré con vida de
ella. ,Comprendes?
‘Nicolds Poussin tenia un aspecto som-
fo, y sus palabras eran terribles. Esta acti-
td, y sobre todo el gesto del joven pintor,
consolaron a Gillette, quien le perdoné casi
que la sacrificara ala pintura y a su glorioso
porvenir. Porbus y Poussin permanecieron
en acecho ante la puerta del taller, miréndo-
se uno y otro en silencio. Si en un comienzo
el autor de Maria Egipciaca se permitié algu-
nas exclamaciones: "jAh, ahora se desvistel
El le dice que se coloque a la luz..”, muy
pronto se call6 ante el aspecto de Poussin,
ccuyo rostro evidenciaba una profunda tris-
teza; y, aunque los viejos pintores no tienen
1n pequefios escruipulos en presencia del
los admiré en Poussin tanto como
fan ingenuos y candorosos. El joven
snia una mano colocada sobre la empufia-
45dura de su daga y la oreja pegada a la puer-
ta, De pie, en la sambra, los dos parecian asi
dos conspiradores aguardando el instante de
abatir a un tirano.
Entren,entren!
deciente de felicidad.
ahora puedo
dijoel viejo, resplan-
obra es perfecta, y
strarla con org
pintor alguno, pinceles, colores, tela y luz
haran una rival de Catherine Lescault, la
bella cortesanal
Aguijoneados por una viva curiosidad,
Porbus y Poussin corrieron hasta el centro de
un vasto taller cubierto de polvo, donde todo
aparecia en desorden, distinguiéndose por
todas partes cuadros colgados de los muros.
Se detuvieron de pronto ante una figura de
mujer de tamafio natural, semidesnuda, ante
la cual quedaron mudos de admiracién
~iOh, no se ocupen de eso! -exclamé
Frenhofer-. Es una tela que garabateé para
estudiar una pose. No vale nada. He alli mis
errores -agregé mostrando asombrosas com-
posiciones que pendian de los muros.
‘Aeestas palabras, Porbus y Poussin, es-
Buscaron la obra anunciada, sin
iY bien, ah la tenéis -dijo el
yos cabellos se hallaban en desorden y en
uyo rostro se encendia una exaltaci6n so-
brenatural, mientras Ios ojos brillaban y su
pecho se agitaba como el de un jovenzuelo
mujer y buscan un cuadro. Hay tanta pro-
fundidad en esta tela, el airees tan verdade-
ro, que no pueden distinguirla del aire que
la rodea. ;Dénde esté el arte? ;Perdido, des-
46
las formas mismas de
captado bien el color,
"a que parece determi-
ss el mismo fenémeno
que presentan los objetos en la atmésfera,
como los peces en el agua? ;Admiren los con-
tornos destacindose del fondo! {No parece
que podrian pasar la mano sobre esta espal-
da? jAsi, durante siete afios, he estudiado los
adoraria de rodillas? Las cares palpitan. Se
va a poner de pie. ;Aguardad!
“zDistingue alguna cosa? -pregunté
Poussin a Porbus.
-No. zY usted?
-Nada.
Losdos pintores abandonaron al viejecillo
con su éxtasis, y miraron sila luz, al caer a plo-
‘mo sobre a tela que el pintor les mostraba, no
neutralizaba todos los efectos. Examinaron
entonces la pintura colocdndose a la dere-
izquierda, retrocediendo, avanzan-
‘examen escrupuloso-
‘Ahi tienen el bastidor, el caballete; en fin, he
ah{ mis colores, mis pinceles.
Y se apoderé de un pincel que extendié
7‘una masa confusa de colores contenidos en
tuna multitud de lineas caprichosas que for-
1a muralla de pintura.
-iNos engaftamos, miral... -replicé
imandose descubrieron en un
Angulo de la tela un pie desnudo que surgia
de ese caos de colores, de tonos, de matices
imprecisos, especie de bruma sin forma; pero
sgmento escapado de una implacable, una
increible, una lenta destruccion. Este pie pa-
rec ai como un torso de alguna Venus de
‘marmol de Paros que surgiera entre los es-
combros de una ciudad incendiada.
~iHay una mujer debajo de todo esto.
-exclamé Porbus haciendo notar a Poussin
las capas de color que el viejo habta ido
perponiendo sucesivamente creyendo asi
perfeccionar su obra
Los dos pintores se volvieron esponti-
rneamente hacia Frenhofer tratando de expli-
carse, pero vagamente, el éxtasisen que éste
“Obra de buena fe... -dijo Porbus.
-Si, amigo mig -respondié el viejo reco-
brindose-. Es preciso fe, fe en el arte, y vivir
durante largo tiempo con la propia obra para
producir semejante creacién. Algunas de es-
tas sombras me han costado bastante traba-
sobre la mela, debajo de los
la obser-
. Y bien, creanme que este efecto me ha
costado dolorosos esfuerzos hasta poder
expresarlo. Pero mira también, mi querido
48
comprenderas mejor que tod:
yo decirte sobre el modo en
el modelado y los contornos. b
seno, y observa cémo, por una serie de to-
‘ques bien empastados, he podido captar la
verdadera luz y combinarla con la blancura
brillante de los tonos iluminados. Y mira
cémo, por un procedimiento contrario, es-
fumando las salientes y el grano de la pasta,
he podido, a fuerza de acariciar el contorno
de mi figura, inmerso en una media tinta,
cocultar hasta la idea misma del dibujo y de
Jos medios artificiales, y darle el aspecto de
naturaleza.
la redondez misma de
Aproximense y veran mej
jos, desaparece.jMiren! Al es!
es bien visl
'Y, con el extremo de su pincel, mostra-
ba a los pintores una pasta de color claro.
ipecitos en la espal-
facia Poussin.
josen éla un gran pin-
-Es atin més poeta que pintor -respon-
dié gravemente Poussin.
Alli -agregé Porbus sefalando la tela-
termina nuestro arte sobre la tierra.
-Y a partir de alli se pierde en los
-dijo Poussin.
-;Cudnto goce hay en este trozo de tela!
-exclamé Porbus.
El viejo, absorbido por la contemplacién
‘tela, no les escuchaba, sonriendoa esta
imaginaria. .
“Pero, tarde o temprano, concluiré por
advertir que no hay nada sobre esa tela ~dijo
Poussin.
9-+jNada sobre mi telal-exclamé Frenhofer
mirando alternativamente a los dos pinto-
res y a su cuadro.
{Qué es lo que has hech Porbus
‘equivocado mi cuadro?
Porbus, indeciso, no sabia qué decir;
pero la ansiedad pintada sobre la fisonomia
blanca del viejo era tan cruel, que él le mos-
tr6 la tela, diciéndole:
Mire!
Frenhofer contempl6 su cuadro duran-
te un momento y gimoted:
!Nada, nada! ;Y haber trabajado diez
Se senté y, escondiendo el rostro entre
las manos, rompié a Hlora
yy entonces un im
tengo talento, ni capacidad. j
in loco! No
soy mis que
comprador de
sabe comprar!
Contemplaba su tela através de sus
grimas, y levant6 de pronto la cabeza con
Srpullo,erojando sobre los dos pintores una
| mitada ardiente
j™"/Porla sangre, por el cuerpo, porlaca-
| beza de Cristo; ustedes estin elosos y quie-
1) ten hacerme creer que me he equivocado,
veo! exclamé-iMétame! -dijo ella-. Serfa una infame
amara atin, porque te desprecio. Te ad-
miro, y me causas horror. Teamo, y creo que
ya te odio,
Mientras
escuchaba a Gillette,
Frenhofer recubria a su Catherine con un
pao verde, con la tranquila seriedad de un
tendero que cierra sus escaparates creyén-
dose en compaiia de posibles ladrones.
Arrojé sobre los dos pintores una mirada de
los condujo silen-
la puerta de su taller con
una prisa repentina; luego les dijo, en el
umbral de la puerta de calle:
-Adiés, pequefios amigos.
‘sangre de los dos pin-
Porbus, inquieto, acu-
y supo quehabia muer-
to durante la noche, luego de haber quema-
do sus telas.
Paris, febrero de 1832
2
Indice
Gillette
Catherine LescaultIndice de Ilustraciones
Pagina 8
Pintor recogiendo un pincel, aguafuerte, edi-
‘ién Vollard,
ballo y hombres, aguafuerte, edicion
Pagina 20
Pintor y modelo, dibujo anterior a 1920
Pagina 26
Pintor ante su cuadro, aguafuerte, edicién
Vollard.
Pégina 34
Toro y caballo, aguafuerte, edicién Vollard.
Pagina 40
Modelo con méscara, escultor en descanso y
estatua, aguafuerte, de la Suite Vollard 1933.
Pagina 44
Pintor ante su autorretrato y modelo enmas-
carada, aguada 1954.
Pagina 50
‘Aguafuerte, 2 de septiembre de 1968, de la se-
rie alusiva al relato de Balzac y a los cuadros
de Ingres, «Rafael y la Fornarina» y «Paolo y
Francesca sorprendidos por Gianciotto».
Pagina 53
Indice de aguafuertes de la edicién Vollard.
thahaaro on oie
Paul Slacersky Ch
Se han uedado on oslo Advan Vargsy Anne D