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Bl autor; Honoré de Balzac (francés, 1799-1850). Como ijera Victor Hugo en el cementerio de Pere Lachaise ante la tumba del creador de las nume- rosas novelas reunidas en la Comedia humana, “ quiérase 0 no, el autor de esta obra inmensa per~ tenece a la poderosa raza de Ios escritores revolu- cionarios”. Defensor del Trono y el Altar, su obra, sin embargo, distaba de {da por un mundo intranquilo, vulgar, mezquino, jones insatisfechas, de desplaza- Principales se Papé Goriot, tregas, habiendo merecido mas tarde la de Cézanne, de Rilke, de Schinberg, de Picasso. ‘Texto de contratapa: Escrito por Eugenio Tellez para esta edicién, Honoré de Balzac La obra maestra desconocida 881 Ses) = ines Coleccién dirigida por Germén Marin Gillette Revisada por G. de P. En una fria maflana de fines de 1612, un joven de humilde apariencia se paseaba nerviosamente ante la puerta de una casa situada en la calle des Grands Augustins, en Paris, Luego de haber andado de un lado a otro durante largo tiempo con la irresolucién de un enamorado que no se atreve a presen- tarse ante su primera amante, concluyé por franquear el umbral y preguntar a la porte- ra si se hallaba en casa el seftor Porbus. Ha- biendo obtenido una respuesta afirmativa de la vieja sirvienta, que hallabase entregada en ese i a la limpieza del piso bajo, el joven trepé las escaleras lentamente, dete- niéndose en cada peldafio, como muchos cortesanos de reciente memoria que siempre mmador que adornaba la puerta del taller don- de sin duda se hallaba trabajando en estos momentos el pintor de Enrique IV, a quien Maria de Médicis abandonara por Rubens. Eljoven experimentaba esa profunda sensa- to, composiion, cid que ha debido estremecer el coraz6n de adn e impresn: LOM Ediciones, antag de los grandes artistas cuando, en pleno fervor de su juventud y de su amor por el arte, se 5 ven préximos a enfrentar a un hombre de genio oa una obra maestra. Existe en todos los sentimientos huranos una flor primiti- va, engendrada por un noble entusiasmo, que va languideciendo a medida que trans- empo, hasta marchitarse de! lad no es nada més que tos repentinos. Aquel que hal igero de bolsa y lle- no de juventud y de genio, no haya nunca temblado ante la presencia de un maestro, carecerd siempre de un no sé qué toque de pincel en su corazén, de un sentimiento im- preciso en su obra, de una indefinible expre- sin de poesia en su arte. Si bien hay quie- nes creen demasiado pronto en su porvenir, estos fanfarrones, envanecidos de si mismos, son tan s6lo hombres de espiritu para los tontos. Pero en cambio el mérito de nuestro joven desconocido debia ser grande, si ‘medimos por su timidez, por ese pudor definible que los hombres destinados a saben perder en el ejercicio de su arte, 18 mujeres hermosas pierden el suyo en la préctica constante de la coqueteria. hébito del triunfo adormece la duda, y el pudor quizé no es otra cosa que una duda. ‘Zaherido asi por su timidez y sus vaci- laciones en el instante mismo de su audacia, nuestro joven ne6fito no se habria atrevido al fina penetrar en el taller del pintor a quien 6 | | | | | | debemos el admirable retrato de Enrique LV, sino hubiese mediado una circunstancia ria que el azar se encargé de pro- .cababa de trepar las escal joven adiviné andar. Retrocedi atar ivocos que delatan el ca- récter de un hombre, y en el que esperaba encontrar el indicio de una aficién al arte o de una afinidad con este mundo de la pintu- ra, Pero habia en esta figura algo vagamente diabélico, y sobre todo ese extrafio nosé qué que seduce al artista. Imaginate una frente calva, combada, prominente, descendiendo en una cerrada curva sobre una pequesa nariz aplastada, respingada como la de Rabelais o 1a de Sécrates; una boca riente y arrugada, un mentén breve, orgullosamente levantado, adornado por una barba gris cor- tada en punta, ojos color verdemar amorti- guados en apariencia por la edad, pero que Por contraste con el blanco nacarado en el cual flotaba la pupila deberfan ser capaces de arrojar miradas magnéticas al influjo de la c6lera o del entusiasmo. La fisonomia se .demés singularmente marchita por las fatigas de la edad, y més atin por esos pen- samientos que destrozan tanto el alma como el cuerpo. Los ojos carecian de pestafias, y apenas si se vefan algunos rastros de fen el borde de los arcos superciliares. Colo- 7 ca ahora esta cabeza sobre un cuerpo ende- bley fragil, rodeala de una resplandeciente de blancura, pone sobre el jubén negro del vejete una pesada cadena de oro, y tendris una imperfecta imagen de claridad indecisa de ‘marco en esa negra atmé zaal gran pintor holandés. ejo arrojé sobre el joven una mira- que caracteri- da llena de sagacidad, dio con el llamador tres golpes secos en la puerta, y dijo a un sujeto valetudinario que salié a abrir la puer- tay cuya edad oscilaba en los cuarenta afi: “Buen dia, maestro. Porbus se incliné respetuosamente, ¥ dejé entrar suponiéndolo acomy Aado por su visitante, ocupandose tan poco por la presencia de 61 que éste pudo perma- necer inmerso en el encanto que deben ex- intores natos ante el aspec- to del primer taller que ven en su vida y en el cual se delatan algunos de los procedi- arte. Una claraboya abierta en inaba el taller del maestro Porbus. La luz, que se concentraba en una tela colocada en el caballete y en la dos o tres trazos ini- iluminar los negros pr fundos de los dngulos de esta vasta habita- cién; pero algunos reflejos difusos que se expandian en esta sombra rosa iluminaban el vientre de una vieja coraza de guerrero ale- ‘man que se hallaba suspendida de la pared, destelleandoen un ancho abanico de luz que 9 daba sobre la cornisa esculpida y tallada de lun antiguo armario repleto de curiosas vaji- llas, donde reposaban mostrando su graneada trama trozos de pafos y brocados de oro co- Bustos de yeso, fragmentos y torsos de divinidades antiguas jorosamente pulidas por el beso de los si- as consolas. In- les bosquejos, estudios a tres lépi- ces, a la sanguina 0 a la pluma, cubrian los ‘muros hasta el techo. Cajas de colores, bote- llas de aceite y de esencias, escabeles volca- dos cubrian literalmente el piso, no dejando més que un angosto paso para llegar hasta el lugar colocado directamente bajo la aureo- la de luz que proyectaba la alta claraboya, ccuyos rayos caian a plomo sobre la figura de Porbus y sobre el craneo de marfil de su sin- gular visitante. La atenci6n del joven fue pronto exclu- sivamente ocupada por un cuadro que, en este tiempo de disturbios y revoluciones, se habia hecho célebre, yal que visitaban algu- nos de estos elegidos a los cuales se debe la conservacién del fuego sagrado durante los dias turbulentos. Esta bella pagina represen- taba a una Maria Egipciaca que se disponia a abonar el precio de su viaje al barquero. Esta obra maestra, destinada a Maria de Médicis, fue vendida por ella en sus dias de miseria. -Me gusta tu santa verdad mas que nosotros. Habl .gards a comprender | medio por el cual el hombre advierte el efecto de la luz sobre ; pero no hay lineas en la natura os obj leza, donde todo es total. Es tan s6lo mode- lando como se dibuja, es deciz, como se des- tacan las cosas del medio en que viven; la distribucién de la luz da tan sélo la aparien- tarmis contornos, y he extendido sobre ellos. tuna nube de mediatintas rubias y célidas que hace imposible colocar el dedo exactamente en el lugar donde los contornos se confun- den con los fondos. De cerca, este trabajo parece esponjoso y carente de precision, pero a dos pasos de distancia todo se afi ubica y se destaca; el cuerpo gi y el aire embargo, no estoy contento todavia, y tengo mis dudas. Quizé fuera mejor no dibujar un solo trazo, y comenzar una figura por el centro, yendo primeroa las. salientes més iluminadas para pasar en se- guida a las partes mas sombreadas. No es en esta forma como procede el sol, este pin- tor divino del universo? ;Oh Naturaleza! 2 pero zqué son diez pequefios aos cuando se trata de luchar con la naturaleza? Nosotros ignoramos el tiempo que empleé Pigmalion para realizar la Gnica estatua que El viejo cay6 en una ensofacién profun- da, y permanecié con los ojos fijos jugando mecénicamente con su cuchillo. Abi esté entablando un didlogo con su -dijo Porbus en voz baja. A esta palabra, Nicols Poussin se sin- {16 embargado por la violencia de una inex- le curiosidad de artista. Este viejo de ‘jos blancos, abstrafdo y eshipido, se torné para él en algo mds que un hombre, en una especie de genio fantéstico que vivia en un mundo desconocido. Sentia despertar en su alma mil ideas confusas. El fendmeno moral de esta especie de fascinacién no puede definirse, como no puede tampoco traducirse a emocién provocada por un canto que evo- ca el recuerdo de la patria al exiliado. El des- precio del anciano por las més bellas tentati- vas del arte, su riqueza, sus maneras, las deferencias de Porbus hacia él, esta obra mantenida durante tanto tiempo en secreto, ‘obra genial sin duda, a juzgar por la cabeza de virgen que el joven Poussin habia admi- rado tan francamente hacia un instante, be- a aun junto al Adin de Mabuse, atestigua- 28 jo eneste viejo pa imites humanos. Lo que la rica ima~ de Nicolés Poussin p leza hecha la cual se hi los cuales abusa a menudo, conduci la fria raz6n, a los burgueses e incluso a los aficionados por mil caminos escabrosos, en los cuales no hay nada para ellos: mientras que, loca de fantasia, esta nifia de alas blan- cas descubre alli epopeyas, castllos, obras de arte, jNaturaleza burlona y bondadosa, fecunda y pobre! Asi, para el entusiasmo de 10s poderes, y de en el Arte mis- sus Fugas y sus -Si, mi querido Porbus -proseguia Frenhofer-, me ha faltado hasta hoy encon- trar una mujer irreprochable, un cuerpo en los contornos sean de una belleza en donde la carne... ;Pero dénde puede ser hallada en forma viviente esta in- asible Venus de los antiguos -exclam6 inte- rrumpiéndose-, esa Venus tan buscada y de la cual hemos encontrado apenas fragmen- tos dispersos en distintas mujeres? jAh!...Por ver un sélo momento, una sola vez, la natu- raleza divina, completa, el ideal, en fin, da- fortuna y seria capaz de ira bus- carla al limbo, jah, Orfeo, descenderia hasta el para regresar con la vida. -Podemos irnos ya Poussin-. ‘Ya no nos escucha, Porbus a -Pasemos a su tall Svidamente. ~iAhl... El viejo soldado ha sabido de- fender su entrada. Sus tesoros estén dema- siado bien guardados para que nosotros po- amos llegar haste Nohe esperado tu propuesta para asalto al misterio! ~WHay entonces algin misterio? -Si-respondié Porbus-.El viejo Frenhofer es el nico alumno que Mabuse quiso acep- tar. Convertido en su amigo, en su salvade ensu padre, Frenhofer sacrificé la mayor par -propuso el joven te de sus tesoros para satisfacer las pasiones de Mabuse. En cambio, el maestro le leg¢ el secreto del relieve, el poder de dar a las fi- guras esta vida extraordinaria, esta frescu- iéndose vendido y bebido el da- masco floreado con que debia vestirse para aguardar la legada de Carlos V, pinté en \dose con singular de este traje lam la emperador, quien, creyendo hacer un cumplimiento al protector del vie- jo borracho, descubrié sin querer la super- cheria. Frenhofer es un hombre apasionado por nuestro arte, que ve més alto y més lejos que los otros pintores. Ha meditado profun- damente sobre los colores, sobre la verdad absoluta de la linea, pero, a fuerza de bis- quedas, ha legado a dudar del objeto mis- ‘mo de sus biisquedas. En esos momentos de desesperacién, afirma que el dibujo no exis- te y que no se puede expresar mediante la linea més que figuras geométricas; lo que por 20 1 | | | 1 otra parte no es cierto, puesto que con la li- nea y el negro, que no esen modo alguno un color, es posible hacer una figura; hecho éste que prueba que el arte, como la naturaleza, esta compuesto de una infinidad de elemen- tos: el dibujo proporciona un esqueleto y el ; pero la vida sin esqueleto es ry que si el razonamiento y la poesia entran en combate con el pincel, se ega entoncesa la duda, tal como sucedecon este buen hombre que tiene tanto de loco como de pintor. Pintor sublime, gracia de nacer rico, cosa que divagar. jNo lo imitest /Trabaja! Los resno deben meditar més que con los pince- les en la mano. ~jEntraremos! -exclamé Poussin sin es- ccuchar lo que decia Porbus. Este sonrié ante el entusiasmo del joven, y le insté a que lo visitara pronto. Poussin eché a andar lentamente por la calle de la Harpe, y llegé sin darse cuenta hasta el modesto hotel en que se alojaba. Tre- pando con una inquieta ansiedad los mise- rables peldafios de la escalera Ilegé hasta una habitacién del piso superior, situada bajo un techo enrejado, simple y pequefia ventilacion de las casas del viejo Paris. Cerca de la tinica yoscura ventana de este cuarto, una mucha- ‘cha se volvié vivamente en un gesto de viva felicidad. Habia reconocido al pintor en el modo en que habia empufiado el picaporte. an -yBres ti?... -exelamé-. ;Qué tienes? fengo, tengo... -comenz6 él atosi- gindose de alegria-, que hoy me he sentido tor! Hasta ahora habia dudado de mi, ero esta mafana he creido en mi mismo. Puedo llegar a ser un gran hombre! ;Gillette, lette, seremos ricos, felices!... {Estos pi snaran de oro! callé repentinamente. Su fiso- nomia grave y vigorosa perdié su expresion de alegria cuando comparé la inmensidad de sus esperanzas con la mediocridad de sus recursos. Las paredes se hallaban cubiertas de simples papeles repletos de bosquejos al lépiz. No tenia més que cuatro telas propias. bre joven debia resignarsea ver su pal En el seno de esta miseria, poseia taba increibles riquezas en su cora- superabundancia de un genio devorante. Llevado a Paris por un amigo do muy pronto una am: mas nobles y generosas que se avien sufrirjunto a un gran hombre, comparten sus miserias y se esfuerzan en comprender sus caprichos, fuertes ante la miseria y el amor, como otras lo son para conquis para pavonearse de su insensi sonrisa que vagaba en los labios de Gillette iluminaba este desvan rivalizando con el re- flejo del cielo. El sol no brillaba siempre, pero en cambio ella, refugiada en su pasién, inmersa en su felicidad, en su sufrimiento, estaba siempre alli, consolando al genio que desbordaba en el amor antes de hallar su cauce en el arte. 32. tor. Era toda gracia, 0 una primavera, as las gracias femeninas, porel fuego de una her- adomada por quebrillaban en e mosa alma. ~iAh, Dios mio!... exclamé el pintor-. Jamas me atreveré a decirte... ~,Un secreto? -pregunto ella-. Quiero saberlo! Poussin permanecié abstraido, ausente. ‘escucho. lette! ;Pobre querida mial sres pedirme algo? ;Necesitas -Sise trata de posar ante ti como el otro 10 quiero -repuso ella con un mohin de lo-. Porque cuando me pintas, tus ojos no me dicen nada. No piensas en mi, y sin embargo me miras. - Preferirias verme pintando otra mujer? -Quiza -dijoella-,sies una mujer bien fea. -Pues bien -repuso Poussin con un ges- to perfectamente serio-. Si yo necesitara que jeras a posar ante otro pintor, si para mi futura, para convertirme en un gran reciso que ta posaras para ymeterme a una prueba -dijo . Bien sabes que nunca accederia a s mejante cosa. Poussin bajé la cabeza como un hom- bre que sucumbe ante una alegria o un do- lor demasiado fuer mente a Poussin por el puto gastado de su a3 manga-. Ya te he dicho mil veces, Nick, que seria capaz de dar mi vida por ti. P te he prometido renunciar a mi a -2¥ quién habla de renunciar? -exclam6 Poussin. Si me exhibiese en esa forma ante otro dejarias de amarme. ¥ yo, yo misma, me sen- tirfa indigna de ti, Obedecer a tus caprichos, no es algo natural, simple? A pesar de mi misma, me siento feliz y orgullosa de hacer tu voluntad. ;Pero para otro! ;Qué esperan- Perdoname, Gillettel... -exclamé el pintor arrojindose a sus rodillas- Eres para ‘mi mis preciosa que la fortuna y los hono- res. ;Prefiero ser amado que glorioso! Ve, arroja mis pinceles, quema mis bosquejos, todo ha sido un error. Mi vocacién es amar- te, nada mds que amarte, No soy pintor, no soy nada més que un ar diablocon elarte y todos sus s Ella lo fa reinar en él, comprendia instintivamente que el arte era olvidado por ella, y arrojado asus pies como un grano de incienso. “Sin embargo, no es més que un ancia- no -agregé Poussin-. No podré ver en i mas que a una estatua jEres tan perfecta {Me quieres de verdad? -dijo Gillette, préxima ya a sacrificar sus escripulos de amor en homenaje a su amante y alos sacri- ficios que éste hacla por ella-. Pero -prosi- {a perderme. A! jPerderme por ti! Pero, ti dejards de amar- ichado pensamiento has he tenido, y te amo -contesté el 35 sres que consultemos al padre Hardouin? ~jOh, no! Quiero que esto sea un secre- to entre nosotros dos. -Pues bien, iré; pero ti no estarss pre- sente, Deberas permanecer a mado de tu daga. Si yo grito, tu entras y lo matas. No viendo ya nada mas que s Poussin, loco de alegria, estreché a Gillette entre sus brazos. “Ya no meama! -pensaba do volvié a quedar sola. ¥ se arrepentia ya pero bien pronto, frente a jue su arrepenti- or alejar de su pensa- wrosa que se insinuaba miento una idea en su corazén. Crefa ya amar menos al artis- taal juzgarlo ahora menos digno de su amor. Catherine Lescault Tres meses después del encuentro de Poussin y de Porbu: maestro Frenhofer ba entonces abatido por uno de esos desfallecimientos profundos y esponténeos cuya causa reside, si puede creerse en las ma- teméticas de la medicina, en una mala gestion, en el aire, el calor, o cualquier otra socondrios; o, seguin los 1 ‘buen hombre se encontra- ba simple y sencillamente fatigado de traba- jar en su famoso cuadro. Se hallaba sentado ‘en una silla de encina tallada, guarnecida de , arrojé sobre Porbus de un hombre que se ha instalado ya resignadamente en su -Y bien, maestro le que fuistes a buscar a Brujas no valia nada? {Os que no has podido moler nuestro nue- vo blanco? 2Su aceite es malo o los pinceles se muestran reacios “iAy, amigo miol... -exclamé el viejo, rei durante un instante que mi cuadro esta- a terminado; pero me habia equivocado, en verdad, en algunos detalles, y no habria po- dido sentirme tranquilo hasta haber despe- do mis dudas. Me resolvi a viajar y fui a ” tisfaccin-la Naturaleza misma. A veces lle- goa tener miedo de que un soplo de aire no despierte a esa mujer y desaparezca. Luegose levanté repentinamente, como para irse. ~jOh!... -exclamé Porbus-. Llegoa tiem- evitarle el disgusto y las fatigas de “mo? -exclamé Frenhofer perplejo. joven Poussin es amado por una mujer cuya incomparable belleza no tiene una sola imperfeccién. Pero, querido maes- 2 perfecta. fin dolorosamente-, mi esposa? :Desgarrar el velo bajoel cual yo he cubierto castamente mi felicidad? ;Pero esto seria una horrible ‘Son diez afios integros que vivo con esta mujer, ella es mia y yo soy de esa mi, tan séloa mi, a quien ella me ha sonrefdo a cada uno de mis golpes de pincel? Ella tiene un alma, el alma que yo le he dado. Enrojeceria de vergiienza si otros ojos que no fueran los mios se detuvieran sobre ella. ;Exhibirla! ;Pero cual es el mari- do, el amante lo bastante vil como para con- ducir a su propia esposa al deshonor? Cuan- do ti haces un cuadro para la corte, tii no pones en él toda tu alma, tiino vendes a los cortesanos nada mds que maniquies colorea- 38 dos. {Mi pintura no es una pintura, es timiento, una pasién! Nacida en mi tall debe permanecer virgen, y no puede alli como no sea vestida, cubierta. ; las mujeres se muestran desnudas tan ‘a sus amantes! zPoseemos acaso el mo- delo de Rafael, la Angélica de Ariosto, la iNo! Vemos de ellas nada "ues bien, La obra que jer! Una mujer con la cual verso, y pienso. :Quieres ti que me despo} de pronto de una felicidad de diez afios como se despoja uno de su capa? ;Que deje repen- tinamente de ser padre, amante y dios? Esta mujer no es una criatura, es una creacién! Dile a tu joven que venga. Yo le daré mis te- val? ;Qué vergiien: hl... Soy amante antes que pintor,jmés que pintor! Sf, yo ten- dré la fuerza necesaria para echar al fuego a mi Bella Morena antes de exhalar el iltimo suspiro; pero obligarla a soportar la mirada de un hombre, de un joven, de un pintor. Nunca! Mataria a aquel. vido a posar sus ojos en instante, y te mataria a ti, a mi amigo, sino cayeras de hinojos ante ella! ;Quieres ahora que someta mi {dolo a las miradas y a las (Ab... El ‘estiipidas criticas de los imbéciles amor es un misterio, la vida tan sélo vive en ‘el fondo de los corazones, y todo esté perdi- do cuando un hombre dice aun a su mejor amigo: "|He aqui a la mujer que amo!” 39 El viejo parecia haber rejuvenecido. Sus ojos se habian tefido con matices de un rojo. sabia qué respondera un sen- ingular como profundo. {Frenhofer se hallaba en pleno uso de su ra- {én o era simplemente un loco? {Se encon- traba acaso subyugado por una ensofacion de artista, o las ideas que habia expresado suele producir en nosotr ‘una gran obra? Pod sigir con una pasién tan arbitraria? Siguien- do el curso de todos estos pensamientos, Porbus dijo a Frenhoter: -gPero no es acaso una mujer por la otra? {Poussin no librard acaso a vuestras mira- ddas la belleza de su amante? {Qué amante? -exclamé Frenhof Ella lo traicionara tarde o temprano. La mia en cambio me seré eternamente fiel. “Pues bien -replicé Porbus-. No hable- ‘mos més, Pero antes de que halle, en el Asia, ‘una mujer tan bella, tan perfecta como aque- Ia de la cual le he hablado, moriré haber logrado terminar su Quien lo viese creeria descubrir al mujer acostada sobre un lecho de terciope- detrés de las cortinas, Cerca de ella un jpode de oro exhala perfumes. Te verias tentado de tomar la borla de los cordones que sujetan la cortina y creerias ver el seno de Catherine Lescault, una bella cortesana Hamada la Bella Morena, expresar el movi- a queria estar completamente seguro... Vaya entonces al ida de Frenhofer. 'Y Porbus dio algunos pasos en direccién ala puerta, En este momento, Gillette y Nicolés Poussin habian 1 Frenhofer. Cuand desu amante y retrocedié como si se hubiese sentido estremecida por un presentimiento repentino. ~~Pero qué vengo a hacer yo aqui? -pre- gunté a su amante con una voz profunda y miréndolo a los ojos. Gillette, yo te he dejado amplia tad y quiero obedecerte en todo. Ti eres conciencia y mi gloria. Regresa a casi deseas, y me sentiré més feliz, quizé, que ‘ero soy yo quien te hace hablar ai iAh, nol... jNo soy mas que una criatura! iVamos! -agrego haciendo un violento es- fuerzo-, si nuestro amor perece, y si penetra en mi coraz6n un eterno remordimiento, 2no serd acaso tu celebridad el precio de mi obe- diencia a tus deseos? Entremos, que si debo quedar como un recuerdo en tu paleta, eso serd también para mi, vivir. Y abriendo la puerta de la mansién, los dos amantes se encontraron con Porbus, que, sorprendido por la belleza de Gillette, cuyos ‘jos se veian entonces llenos de lagrimas, la tomé de una mano y la llevé ~Aqui tiene ‘como todas las obras maestras del mundo? 2 en la actitud ingenua y simple de us georgiana y medrosa, raptada y ‘exhibida por algtin bandido a un mercader vos, Un ptidico rubor teAia sus meji- y bajaba los ojos, manteniendo las ma- os pendientes a los costados, de modo que Jas fuerzas parecian abandonarla y sus lé- grimas protestaban contra la violencia que ‘aa su pudor. En este momento, \, desesperado por haber sacado de a este bello tesoro, se maldijo a si mismo. Se sintié mas amante que artista, y mil escripulos le mordieron el corazén cuan- do vio la mirada deslumbrada del viejo que, por un habito de pintor, parecia desnudar, por decir asi, a esta joven, adivinando sus formas més secretas bajo las ropas. Experi- ‘menté entonces todos los celos feroces desu verdadero amor, y exclamé: “Gillette, vamos! ‘Asta voz, su amante, feliz, levanté las manos hacia él, y corri6a precipitarse en sus brazos: hh, me amas todavial...-exclamé, es- tallando en sollozos. Luego de haber tenido la energia nece- saria como para dominar su sufrimiento le faltaban las fuerzas para ocultar su dicha. Oh, déjemela durante un instante ~dijo el pintor-y la comparavas con mi Catherine! Si, consiento en ello. ;Os mostraré mi cuadrot Habia atin amor en el grito de Frenhofer. Parecia haber una cierta coqueteria en las frases con que aludia a su cuadro, como si ‘gustara de antemano el placer que le provo- aria el triunfo de la belleza de su virgen sobre la de una muchacha real. 43 -Nola dejes retroceder -dijo Porbus, gol peando la espalda de Poussin-. Los frutos d ‘amor pasan pronto, los del arte son inmor- tales. Para él -respondié entonces Gillette mirando a Poussin y a Porbus-, :no soy en- tonces més que una mujer? ‘cabeza con orgullo; pero, cuan- jue miraba con deslumbra- Ja que 61 tomara tiempo rgione, agrego: imas me ha mirado a mi con e308 ojos. -Anciano -dijo Poussin saliendo de su ensimismamiento-. Mira esta espada. La hundiré en tu pecho a la primera palabra de protesta que pronuncie esta nifia. Pondré fuego a tu casa, y nadie saldré con vida de ella. ,Comprendes? ‘Nicolds Poussin tenia un aspecto som- fo, y sus palabras eran terribles. Esta acti- td, y sobre todo el gesto del joven pintor, consolaron a Gillette, quien le perdoné casi que la sacrificara ala pintura y a su glorioso porvenir. Porbus y Poussin permanecieron en acecho ante la puerta del taller, miréndo- se uno y otro en silencio. Si en un comienzo el autor de Maria Egipciaca se permitié algu- nas exclamaciones: "jAh, ahora se desvistel El le dice que se coloque a la luz..”, muy pronto se call6 ante el aspecto de Poussin, ccuyo rostro evidenciaba una profunda tris- teza; y, aunque los viejos pintores no tienen 1n pequefios escruipulos en presencia del los admiré en Poussin tanto como fan ingenuos y candorosos. El joven snia una mano colocada sobre la empufia- 45 dura de su daga y la oreja pegada a la puer- ta, De pie, en la sambra, los dos parecian asi dos conspiradores aguardando el instante de abatir a un tirano. Entren,entren! deciente de felicidad. ahora puedo dijoel viejo, resplan- obra es perfecta, y strarla con org pintor alguno, pinceles, colores, tela y luz haran una rival de Catherine Lescault, la bella cortesanal Aguijoneados por una viva curiosidad, Porbus y Poussin corrieron hasta el centro de un vasto taller cubierto de polvo, donde todo aparecia en desorden, distinguiéndose por todas partes cuadros colgados de los muros. Se detuvieron de pronto ante una figura de mujer de tamafio natural, semidesnuda, ante la cual quedaron mudos de admiracién ~iOh, no se ocupen de eso! -exclamé Frenhofer-. Es una tela que garabateé para estudiar una pose. No vale nada. He alli mis errores -agregé mostrando asombrosas com- posiciones que pendian de los muros. ‘Aeestas palabras, Porbus y Poussin, es- Buscaron la obra anunciada, sin iY bien, ah la tenéis -dijo el yos cabellos se hallaban en desorden y en uyo rostro se encendia una exaltaci6n so- brenatural, mientras Ios ojos brillaban y su pecho se agitaba como el de un jovenzuelo mujer y buscan un cuadro. Hay tanta pro- fundidad en esta tela, el airees tan verdade- ro, que no pueden distinguirla del aire que la rodea. ;Dénde esté el arte? ;Perdido, des- 46 las formas mismas de captado bien el color, "a que parece determi- ss el mismo fenémeno que presentan los objetos en la atmésfera, como los peces en el agua? ;Admiren los con- tornos destacindose del fondo! {No parece que podrian pasar la mano sobre esta espal- da? jAsi, durante siete afios, he estudiado los adoraria de rodillas? Las cares palpitan. Se va a poner de pie. ;Aguardad! “zDistingue alguna cosa? -pregunté Poussin a Porbus. -No. zY usted? -Nada. Losdos pintores abandonaron al viejecillo con su éxtasis, y miraron sila luz, al caer a plo- ‘mo sobre a tela que el pintor les mostraba, no neutralizaba todos los efectos. Examinaron entonces la pintura colocdndose a la dere- izquierda, retrocediendo, avanzan- ‘examen escrupuloso- ‘Ahi tienen el bastidor, el caballete; en fin, he ah{ mis colores, mis pinceles. Y se apoderé de un pincel que extendié 7 ‘una masa confusa de colores contenidos en tuna multitud de lineas caprichosas que for- 1a muralla de pintura. -iNos engaftamos, miral... -replicé imandose descubrieron en un Angulo de la tela un pie desnudo que surgia de ese caos de colores, de tonos, de matices imprecisos, especie de bruma sin forma; pero sgmento escapado de una implacable, una increible, una lenta destruccion. Este pie pa- rec ai como un torso de alguna Venus de ‘marmol de Paros que surgiera entre los es- combros de una ciudad incendiada. ~iHay una mujer debajo de todo esto. -exclamé Porbus haciendo notar a Poussin las capas de color que el viejo habta ido perponiendo sucesivamente creyendo asi perfeccionar su obra Los dos pintores se volvieron esponti- rneamente hacia Frenhofer tratando de expli- carse, pero vagamente, el éxtasisen que éste “Obra de buena fe... -dijo Porbus. -Si, amigo mig -respondié el viejo reco- brindose-. Es preciso fe, fe en el arte, y vivir durante largo tiempo con la propia obra para producir semejante creacién. Algunas de es- tas sombras me han costado bastante traba- sobre la mela, debajo de los la obser- . Y bien, creanme que este efecto me ha costado dolorosos esfuerzos hasta poder expresarlo. Pero mira también, mi querido 48 comprenderas mejor que tod: yo decirte sobre el modo en el modelado y los contornos. b seno, y observa cémo, por una serie de to- ‘ques bien empastados, he podido captar la verdadera luz y combinarla con la blancura brillante de los tonos iluminados. Y mira cémo, por un procedimiento contrario, es- fumando las salientes y el grano de la pasta, he podido, a fuerza de acariciar el contorno de mi figura, inmerso en una media tinta, cocultar hasta la idea misma del dibujo y de Jos medios artificiales, y darle el aspecto de naturaleza. la redondez misma de Aproximense y veran mej jos, desaparece.jMiren! Al es! es bien visl 'Y, con el extremo de su pincel, mostra- ba a los pintores una pasta de color claro. ipecitos en la espal- facia Poussin. josen éla un gran pin- -Es atin més poeta que pintor -respon- dié gravemente Poussin. Alli -agregé Porbus sefalando la tela- termina nuestro arte sobre la tierra. -Y a partir de alli se pierde en los -dijo Poussin. -;Cudnto goce hay en este trozo de tela! -exclamé Porbus. El viejo, absorbido por la contemplacién ‘tela, no les escuchaba, sonriendoa esta imaginaria. . “Pero, tarde o temprano, concluiré por advertir que no hay nada sobre esa tela ~dijo Poussin. 9 -+jNada sobre mi telal-exclamé Frenhofer mirando alternativamente a los dos pinto- res y a su cuadro. {Qué es lo que has hech Porbus ‘equivocado mi cuadro? Porbus, indeciso, no sabia qué decir; pero la ansiedad pintada sobre la fisonomia blanca del viejo era tan cruel, que él le mos- tr6 la tela, diciéndole: Mire! Frenhofer contempl6 su cuadro duran- te un momento y gimoted: !Nada, nada! ;Y haber trabajado diez Se senté y, escondiendo el rostro entre las manos, rompié a Hlora yy entonces un im tengo talento, ni capacidad. j in loco! No soy mis que comprador de sabe comprar! Contemplaba su tela através de sus grimas, y levant6 de pronto la cabeza con Srpullo,erojando sobre los dos pintores una | mitada ardiente j™"/Porla sangre, por el cuerpo, porlaca- | beza de Cristo; ustedes estin elosos y quie- 1) ten hacerme creer que me he equivocado, veo! exclamé- iMétame! -dijo ella-. Serfa una infame amara atin, porque te desprecio. Te ad- miro, y me causas horror. Teamo, y creo que ya te odio, Mientras escuchaba a Gillette, Frenhofer recubria a su Catherine con un pao verde, con la tranquila seriedad de un tendero que cierra sus escaparates creyén- dose en compaiia de posibles ladrones. Arrojé sobre los dos pintores una mirada de los condujo silen- la puerta de su taller con una prisa repentina; luego les dijo, en el umbral de la puerta de calle: -Adiés, pequefios amigos. ‘sangre de los dos pin- Porbus, inquieto, acu- y supo quehabia muer- to durante la noche, luego de haber quema- do sus telas. Paris, febrero de 1832 2 Indice Gillette Catherine Lescault Indice de Ilustraciones Pagina 8 Pintor recogiendo un pincel, aguafuerte, edi- ‘ién Vollard, ballo y hombres, aguafuerte, edicion Pagina 20 Pintor y modelo, dibujo anterior a 1920 Pagina 26 Pintor ante su cuadro, aguafuerte, edicién Vollard. Pégina 34 Toro y caballo, aguafuerte, edicién Vollard. Pagina 40 Modelo con méscara, escultor en descanso y estatua, aguafuerte, de la Suite Vollard 1933. Pagina 44 Pintor ante su autorretrato y modelo enmas- carada, aguada 1954. Pagina 50 ‘Aguafuerte, 2 de septiembre de 1968, de la se- rie alusiva al relato de Balzac y a los cuadros de Ingres, «Rafael y la Fornarina» y «Paolo y Francesca sorprendidos por Gianciotto». Pagina 53 Indice de aguafuertes de la edicién Vollard. thahaaro on oie Paul Slacersky Ch Se han uedado on oslo Advan Vargsy Anne D

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