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Primeras
Primeras
Los más experimentados, sin embargo, saben que todo está por cambiar solo en
apariencia para seguir igual, como el senador Óscar Luna, quien ordena a su ayudante
Julio Rangel que arregle los pendientes antes de que el sexenio concluya. Por medio
de la mirada de Rangel, uno de los narradores de Tenebra, Krauze revela que en
México quizás el principal motor de las actividades lucrativas, sobre todo de las
corruptas, es el resentimiento: Rangel es de piel oscura, ha sido pobre, ha sufrido
discriminación en todos los ámbitos, y desde que trabaja para el senador, aunque se
sienta importante, poderoso, sabe que para los demás políticos no es más que el
“gato” de Luna. Y, no obstante, hace lo que puede por quedar bien con su patrón.
Tenebra es el relato de dos historias paralelas cuyo inminente cruce, anunciado desde
las páginas iniciales, establece una fuerte tensión. Hurga de modo un tanto oblicuo en
la vida de aquellos a los que la mayoría de los mexicanos solo tenemos acceso por
medio de la prensa, y lo hace, paradójicamente, a través de dos seres periféricos a
esa vida: Martín, el exrico, expulsado del paraíso del dinero, y Julio, el que por sus
orígenes jamás será aceptado por completo entre los privilegiados de nacimiento. Tal
óptica marginal, que al mismo tiempo acerca y aleja a los lectores de quienes en
verdad detentan el poder, deviene excelente recurso narrativo al situar a esos mismos
lectores en un punto medio desde el cual, si bien apenas alcanzamos a atisbar los
manejos privados de quienes se encuentran en las capas más altas de la pirámide
social, nos otorga un puesto de visión privilegiado para acompañar a los dos
protagonistas en sus afanes: el de Rangel, que se obstina en seguir prendido a la ubre
del sistema; y el de Ferrer, que lucha por llevar a cabo sus ataques contra el
responsable del fracaso de su estirpe.
Al exponer a Ferrer y a Rangel en sus facetas íntimas, con vidas familiares y de pareja
fracturadas, tratando de huir de la soledad que parece no darles cuartel, pero sobre
todo intentando dejar atrás los problemas de dinero, Daniel Krauze explora los
intercambios sociales de los aspirantes a “mirreyes” desde sus tiempos escolares, con
lo que plasma en las páginas de la novela un panorama a veces ridículo pero siempre
desolador del universo de nuestras clases altas, donde prevalecen la discriminación –a
los prietos, a los pobres, a los sin apellido–, el temor a perder privilegios, el ninguneo,
el culto a la apariencia, la transa, la prepotencia, la necesidad de emparentar con “los
de más arriba”, los malos manejos y el tráfico de influencias con el fin de conservar lo
acumulado durante generaciones. Universo en el que cualquier intento de los otros por
obtener justicia denunciando los tratos por debajo de la mesa entre los poderosos es
visto como una agresión que debe ser suprimida.
Por ello, el senador Luna encomienda a Rangel detener la publicación de una serie de
reportajes de la periodista Beatriz Pineda, novia de Martín Ferrer, sobre negocios
turbios entre el gobierno de Quintana Roo y algunos empresarios locales de dudosa
integridad. Luna, exgobernador del estado, tiene parte en ellos. Rangel investiga a
Pineda, trata de coaccionar a su editor, presiona a una magistrada para que
intervenga en un juicio donde Ferrer defiende a un tío de la periodista, mueve los hilos
desde la oficina de Luna, se apoya en otros políticos y funcionarios. Ferrer, quien
anima a Pineda en sus investigaciones –como parte de su revancha familiar–, se ve de
pronto enfrentado al poder. Hasta ese momento sus mayores preocupaciones,
además de las económicas, eran la relación con su exmujer y su hija, pero ahora debe
salir de esa zona neblinosa desde donde antes actuaba y hacerse visible. Es decir,
tiene que afrontar el choque que se avecina en el que, sabe, todo habrá de
precipitarse.
Delineada con precisión, la trama de la novela avanza con suma fluidez desde el
primer fragmento, en el que vemos a un Martín Ferrer angustiado por el recuerdo
infantil del día en que no tuvo el valor de salvar a un perro del sadismo de tres niños
de su edad –lo que justifica su posterior búsqueda de justicia– hasta el inevitable
choque que tendrá con Julio Rangel alrededor de tres décadas más tarde. En esta
suerte de mano a mano entre los dos narradores, las situaciones y las escenas se
deslizan con naturalidad como si hubieran sido extraídas de la vida misma; el lector
ubica calles, colonias, edificios y restaurantes de la Ciudad de México, reconoce a los
personajes igual que si fueran los que se topa donde sea y, sobre todo, identifica
situaciones, problemas y emociones como algo familiar. Tenebra es, en fin, un relato
realista, verosímil.