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Material para clase Periodo: 2

Lectura personal Fecha: Mayo 4 y 5 2020.

Asignatura: Filosofía Grado: 10ª / 11ª. Docente:


Mg. Sergio Armando Barajas Padilla.
Nombre del estudiante:

Tres cuentos breves de Franz Kafka


Este año se cumplieron 95 años de la muerte de Franz Kafka, y el mundo ha celebrado su indeleble
legado para las letras universales. Compartimos estos cuentos breves ('Ante la Ley', 'El buitre' y 'Un
sueño'), que condensan la maestría de lo que ahora conocemos como 'lo kafkiano': situaciones
absurdas y angustiosas que encarnan las ansias existenciales de la Europa moderna.

El buitre

Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora
me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego
proseguía la obra.

Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.

—Estoy indefenso —le dije— vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé


torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí
sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.

—No se deje atormentar —dijo el señor—, un tiro y el buitre se acabó.

—¿Le parece? —pregunté— ¿quiere encargarse del asunto?

—Encantado —dijo el señor—; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿puede usted esperar
media hora más?

—No sé —le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí—: por favor,
pruebe de todos modos.

—Bueno —dijo el señor—, voy a apurarme.

El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el
señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu
necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer
de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y
que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.

Ante la Ley

Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar
a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El
hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde.

—Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no.

Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo
que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice:

—Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y
yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más
poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.
El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser
accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián,
con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a
esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite
sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e
importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños
interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas
indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar
entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en
sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo:

—Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.

Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los
demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley.
Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya
sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del
guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas
que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad
está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un
resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de
morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado
al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite
incorporarse.

El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado
señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino.

—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable.

—Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie
más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?

El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos
debilitados perciban las palabras.

—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora
cerraré.

Un sueño

Josef K soñó:

Era un hermoso día y K quería pasear. Pero apenas había dado dos pasos, cuando ya se
encontraba en el cementerio. Allí había dos caminos muy artificiosos que se entrecruzaban de forma
poco práctica, pero él se deslizó por ellos como por un torrente, con una actitud imperturbable y
fluctuante. Desde la lejanía descubrió un túmulo reciente en el que quería detenerse. Ese túmulo
ejercía sobre él una atracción poderosa y no creía ir lo suficientemente rápido. Algunas veces
apenas podía ver el túmulo, pues quedaba oculto por banderas que se entrelazaban con fuerza. No
se veía a sus portadores, pero parecía como si allí reinase un gran júbilo.

Mientras dirigía su vista a la lejanía, descubrió repentinamente el túmulo a su costado, en el camino,


ya casi a su espalda. Saltó rápidamente al césped. Como el terreno bajo su pie de apoyo al saltar
era deslizante se desequilibró y cayó precisamente ante el túmulo y de rodillas. Detrás de la tumba
había dos hombres que sostenían una lápida en vilo. Apenas apareció K, arrojaron la lápida al suelo
y él quedó como si lo hubieran emparedado. Un tercer hombre, al que K reconoció de inmediato
como un artista, salió en seguida de un matorral. Vestía sólo unos pantalones y una camisa mal
abotonada. En la cabeza llevaba un gorro de terciopelo y sostenía en la mano un lápiz común con el
que, al acercarse, trazó figuras en el aire. Se colocó con el lápiz arriba, sobre la lápida. Como ésta
era muy alta no tuvo que agacharse del todo, aunque sí inclinarse, pues el túmulo, que no quería
pisar, le separaba de la lápida. Permanecía, por consiguiente, sobre las puntas de los pies y se
apoyaba con la mano izquierda sobre la superficie de la losa. Gracias a una hábil maniobra logró
trazar algunas letras doradas con el lápiz. Escribió: «Aquí descansa…». Cada letra apareció clara y
bella, perfecta y de oro puro. Cuando terminó de escribir las dos palabras, se volvió y miró a K, que
esperaba ansioso la continuación de la escritura y apenas se preocupaba del hombre, ya que sólo
mantenía fija la mirada en la lápida. El hombre, en efecto, se dispuso a seguir escribiendo, pero no
podía, había algún impedimento. Bajó el lápiz y se volvió de nuevo hacia K, que, ahora, se fijó en el
pintor y advirtió que éste se encontraba en un estado de gran confusión, aunque no podía decir la
causa. Toda su animación previa había desaparecido. También K quedó confuso. Intercambiaron
miradas suplicantes. Había un malentendido que ninguno podía aclarar. Comenzó a sonar de un
modo inoportuno la campana de la capilla perteneciente a la tumba, pero el artista hizo un ademán y
la campana se detuvo. Transcurrido un rato comenzó a sonar de nuevo, esta vez en un tono muy
bajo y deteniéndose al instante sin ningún requerimiento. Era como si quisiera probar su sonido. K
estaba desconsolado por la situación del artista, comenzó a llorar y sollozó largo tiempo cubriéndose
el rostro con las manos. El artista esperó hasta que K se hubo tranquilizado y entonces decidió
seguir escribiendo, ya que no encontraba otra salida. La primera línea que escribió supuso para K
una liberación, aunque el artista la realizó con gran resistencia. La escritura ya no era tan bella, ante
todo parecía faltar oro. La línea surgía pálida e insegura, la letra quedaba demasiado grande. Era
una «J», estaba casi terminada cuando el artista pisoteó furioso la tumba, de tal modo que la tierra
invadió el aire. K le comprendió al fin. Para pedir perdón ya no había tiempo. Escarbó en la tierra,
que apenas oponía resistencia, con los dedos. Todo parecía preparado. Sólo había una ligera capa
para guardar las apariencias. Una vez retirada, apareció una gran fosa con paredes escarpadas en
la que K se hundió, puesto de espaldas por una suave corriente. Mientras él, con la cabeza todavía
recta sobre la nuca, ya era recibido por la impenetrable profundidad, su nombre era inscrito con
poderosos ornamentos en la piedra.

Fascinado por esta visión, despertó.

Fuente: Arcadia, 2019.

ACTIVIDAD:
1. Será enviada luego de la clase a través de phidias.
2. Debe desarrollarse y socializarse.

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