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2 Corintios 5:16-21

Terminamos nuestro programa anterior considerando el


versículo 16 de Segunda de Corintios 5, que leeremos
nuevamente, para recordar lo que dijimos en cuanto a él:
"De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie
conocemos según los criterios de este mundo; y aun si a Cristo
conocimos según esos criterios humanos, ya no lo conocemos
así".
Ahora, estimado oyente, nosotros ya no pensamos de nadie
según los criterios de este mundo. Ahora no vemos a los seres
humanos desde el punto de vista que solíamos tener cuando
pertenecíamos al sistema del mundo. En ese sistema mundano,
sola hay personas perdidas. En otras palabras, no evaluamos a
las personas por sus antecedentes raciales, sociales o
intelectuales. Sabemos que de acuerdo a la vieja naturaleza
humana, están perdidas al estar sin Cristo. Pero Cristo murió
por todos ellos, indiferentemente del nivel que ocupen en la
sociedad y de lo que de ellos se piense desde un punto de vista
humano.
El apóstol Santiago escribió sobre esto en el segundo capítulo de
su epístola. Dijo que estaba mal dar en una congregación el
lugar de honor a una persona adinerada que se acercase con un
anillo en su mano y vestida con ropa cara, mientras que a una
persona pobremente vestida se la colocaba en un lugar poco
visible. ¿Por qué? Porque como hijos de Dios tenemos que ver a
la totalidad de la familia humana como pecadores por quienes
Cristo murió. Incluso la línea entre judíos y no judíos ha sido
borrada. Todos los miembros de la raza humana son pecadores
delante de Dios. La única solución para todos es aceptar el
mensaje del Evangelio de Jesucristo. Así que todos están en el
mismo nivel.
Luego Pablo dijo, y aun si a Cristo conocimos según esos
criterios humanos, ya no lo conocemos así. Ahora, creemos que
el apóstol Pablo conoció a Cristo físicamente. Creemos que
estuvo presente en la crucifixión del Señor Jesucristo. No
podemos imaginarnos que un fariseo tan brillante como este
joven Saulo, no hubiera estado presente en Jerusalén en la
crucifixión.
Jesucristo caminó por esta tierra hace más de 2.000 años. Nació
en Belén, se crió en Nazaret, caminó por Galilea, comenzó su
ministerio en Caná de Galilea, fue a Jerusalén, murió allí en una
cruz, fue sepultado fuera de la ciudad en la tumba de José,
resucitó al tercer día, apareció a los suyos, y regresó al cielo. Y
ya no le conocemos más como el hombre de Galilea.
Al llegar la Navidad, muchas personas hacen un viaje a Belén. El
lugar está atestado de gente. ¿Qué están buscando allí? ¿Al niño
Jesús? Él ya no se encuentra allí. Y Jerusalén también está
aborrajada por el público en Semana Santa. Pero nuestro Señor
resucitado ya no se encuentra allí. Aunque su historia está
vívidamente relatada en las páginas de la Biblia y continuamos
aprendiendo de ella, ya no podemos pensar en Él de acuerdo
con los criterios humanos, que constituyen la única manera en
que muchos hoy le contemplan.
En este momento, Jesucristo se encuentra en la gloria del cielo,
a la derecha de Dios. Por ello, hoy preferimos contemplarle allí,
y sentirnos identificados con su resurrección, con su victoria. Por
ello el apóstol Pablo dijo que nos hemos identificado con Él en
Su muerte, y con Su resurrección, y ahora se encuentra en los
lugares celestiales.
Pablo pronunció una gran declaración aquí en el versículo 17,
que leeremos a continuación
"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las
cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas".
Permítanos cambiar esa palabra criatura por "creación".
Reconocemos que este versículo es un versículo que se
menciona muchísimas veces en la actualidad. Lo hemos
escuchado mencionar en reuniones en las que personas dan
testimonio de su fe, contando acerca de su conversión a Cristo.
Dicen que ellas ya no satisfacen ciertos hábitos malos a los
cuales se entregaban antes de su conversión, y que consideran
este cambio de conducta como un cumplimiento de este
versículo.
Si usted y yo somos una nueva creación en Cristo Jesús, ¿cuáles
son las cosas viejas que han pasado? Recordemos que
utilizamos una ilustración sobre la caída del hombre desde la
cima de la montaña hasta el pie de la misma, donde vivimos
todos nosotros, que somos pecadores. Ahora que hemos
confiado en Cristo, aquellas relaciones que teníamos antes han
quedado atrás. Nosotros ya no nos identificamos con Adán,
aquel que cayó desde la cima de la montaña. No estamos
identificados más con el sistema mundano de relaciones y
valores. Ahora estamos identificados con Cristo Jesús. Hemos
sido bautizados, introducidos en el cuerpo de los creyentes y
pertenecemos al Señor de ese cuerpo. Éstas son las cosas viejas
que han pasado, y el elemento nuevo ahora es la nueva relación
que tenemos con el Señor Jesucristo, que se encuentra en la
gloria celestial.
Seamos bien prácticos en este aspecto. Hablemos de las cosas
tal como son en la realidad, estimado oyente. Ahora, alguien
quizá diga: "Éste es un gran versículo, pero, ¿cómo puedo
conocer de verdad si yo soy una nueva creación en Cristo?"
Pues bien, escuchemos lo que dijo el Señor Jesucristo, en el
evangelio según San Juan, capítulo 5, versículo 24; dijo el
Señor: "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y
cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a
condenación, sino que ha pasado de muerte a vida". ¿Ha creído
usted en el Señor Jesucristo, estimado oyente? ¿Confía usted en
Él? ¿Está usted seguro? Pues bien, si usted así lo ha hecho, Él le
asegura que usted tiene vida eterna y no será condenado, sino
que ha pasado de la muerte a la vida. Esto le convierte a usted
en una nueva creación, que ya no está sujeta a la condenación
ni a la muerte. Usted ha pasado a la esfera de la vida.
No trate usted de basar su confianza en la experiencia. Usted es
ya una nueva creación porque Jesucristo así lo afirmó. La base
de su nueva posición se encuentra en la Palabra de Dios. Usted
ya no pertenece a la vieja creación que cayó con Adán. La
nueva creación está firme en Cristo, y usted, estimado oyente,
está en Él, está unido a Él, si está depositando su confianza en
Él. Usted y yo estamos en un lugar de peligro y de tentación, y
podemos fracasar de muchas maneras. Pero, la maravillosa
verdad es que el Señor Jesucristo nos ha redimido y que somos
en Él una nueva creación. Ahora, Pablo se disponía a hablar de
ello, y dijo aquí en el versículo 18, de este capítulo 5 de la
Segunda epístola a los Corintios:
"Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo
mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación:"
Este ministerio de la reconciliación es en realidad el encargo de
proclamar un anuncio, el llamado de Dios a los seres humanos
perdidos, en todas partes, para que vengan a Él con todos sus
pecados; con todas sus cargas y problemas, con todas sus
dificultades, para que sean reconciliados con Dios.
Quisiéramos detenernos aquí para examinar este tema de la
reconciliación. Esta palabra se utiliza dos veces aquí en el
versículo que hemos leído, también dos veces en el próximo
versículo, en el 19, y una vez más en el versículo que sigue, en
el versículo 20, y el versículo 21 no la menciona
específicamente, pero resume todo este concepto.
En primer lugar diremos que reconciliación no es lo mismo que
salvación. La reconciliación avanza un paso más adelante. Es
más que tener los pecados perdonados y la justicia divina
satisfecha. La reconciliación implica una relación cambiada,
completamente cambiada. Significa cambiar algo de adentro
hacia afuera, de arriba hacia abajo. De modo que si alguno está
en Cristo, es una nueva creación.
Veamos ahora que hay un aspecto de la reconciliación desde el
punto de vista de Dios. Él es el que efectuó la reconciliación:
recordemos la frase Dios, quien nos reconcilió consigo mismo
por medio de Cristo, frase repetida en el versículo siguiente, el
19, que dice:
"Dios estaba en Cristo reconciliando consigo mismo al mundo,
no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos
encargó a nosotros la palabra de la reconciliación".
La reconciliación es el ministerio de cambiar completamente.
¿Pero quién está cambiando completamente? Dios nunca
cambia. Él es el mismo ayer, hoy y por siempre. Pero aquí dice
que Él nos ha reconciliado consigo mismo. Literalmente dice que
Dios estaba en Cristo reconciliando consigo mismo al mundo. Es
el mundo el que ha sido reconciliado. Dios ha reconciliado al
mundo. Al observar al mundo vemos que continúa como
siempre, por su camino pecaminoso. Cada persona se apartó de
Dios siguiendo por su propio camino, según dijo el profeta
Isaías. Pero es por medio de Cristo que el mundo es reconciliado
con Dios, es decir, es reconciliado con Dios, por la muerte de
Cristo. Este maravilloso ministerio de la reconciliación es la obra
que Él ha hecho.
Creemos que probablemente sería bueno observar otro pasaje
de las Escrituras en relación con este tema. Vamos a leer los
versículos 20 al 22 de la epístola a los Colosenses, capítulo 1.
Dice allí: "y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas,
ya sean las que están en la tierra o las que están en los cielos,
habiendo hecho la paz mediante la sangre de su cruz. Y a
vosotros también que erais en otro tiempo extraños y enemigos
en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha
reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte,
para presentaros santos y sin mancha e irreprochables delante
de él". Comparemos esto con Filipenses 2:10, donde se nos dice
que ante el nombre de Jesús todos caerán de rodillas, todos los
que están en los cielos, en la tierra, y debajo de la tierra, lo cual
se refiere al infierno. Hay que destacar que en este pasaje de
Colosenses, al hablar de reconciliación, solo se mencionan al
cielo y a la tierra. Porque el infierno no está reconciliado con
Dios. Aunque en el infierno todos se arrodillarán, solo aquellos
que estén en el cielo y en la tierra son reconciliados. Ahora, ¿de
qué manera son reconciliados? La respuesta se encuentra en los
versículos 21 y 22, de Colosenses 1, que acabamos de leer. Es
decir, que la muerte de Cristo es lo que ha reconciliado el
mundo con respecto a Dios.
Observemos que Dios no es reconciliado; Él no ha cambiado.
Pero, el mundo ha sido colocado en una posición diferente. ¿Por
qué? Porque Cristo murió. Es que cuando Adán pecó, cuando se
encontraba en el jardín de Edén, un Dios santo no podía
alcanzarlo y salvarlo. Dios tenía que hacer algo acerca de ese
pecado. Es decir, que Dios tenía que juzgar al hombre. En el
libro del profeta Ezequiel 18:20, figuran estas palabras: "El alma
que pecare, esa morirá". Y Dios le había dicho a Adán que el día
en que él comiera de ese fruto prohibido, moriría. Pues bien, él
murió espiritualmente ese mismo día. Y 900 años después murió
físicamente. Cuando murió espiritualmente, quedó alejado y
separado de Dios. Y ésa es la misma condición en la que se
encuentra el mundo. Y Dios lo tiene que juzgar por ello.
Pero ahora que Cristo murió, la posición del mundo ha
cambiado. Dios, en el día de hoy, tiene Sus brazos abiertos para
un mundo perdido, con una actitud de invitación a venir hacia
Él. El peor pecador en el mundo, puede acercarse hoy a Él. No
hay ninguna diferencia en cuanto a quien sea usted; usted
puede venir a Él. Como Cristo murió, un Dios santo ya no se
muestra dispuesto a condenarnos, sino que se acercó para
salvar a todos aquellos que vinieran a Él. Jesucristo llevó sobre
sí mismo el juicio y condenación del pecado, de manera que el
mundo ha sido reconciliado con respecto a Dios. Usted no tiene
que hacer nada para ganarse el favor de Dios. Él no está
enfadado con usted ni le detesta. Por el contrario, Dios le ama.
Cristo no vino al mundo para cargar los pecados del hombre en
su cuenta, sino para pagar la deuda del hombre.
¿Recuerda usted lo que ocurrió con esa mujer que fue llevada
ante el Señor Jesucristo, según el capítulo 8, del evangelio
según San Juan? ¿Recuerda usted lo que el Señor le dijo a ese
grupo de líderes religiosos hipócritas? El Señor les dijo: "El que
de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra
contra ella". Y entonces Jesús se inclinó y escribió algo con el
dedo en la tierra. Éste es un detalle muy interesante porque
Jeremías en el capítulo 17, versículo 13, dijo: "¡Oh Señor. . .
todos los que se apartan de ti serán escritos en el polvo, porque
abandonaron al Señor, fuente de aguas vivas!"
Y el relato de Juan nos contó que aquellos fariseos, comenzando
con los más ancianos y continuando hasta los más jóvenes, se
retiraron. Los de más edad quizá tenían un poco más de sentido
común que los jóvenes, que se quedaron allí más tiempo.
Quizás algunos de los más ancianos habían tenido relaciones
con esa mujer; pensaron que nadie se había enterado pero, por
supuesto, el Señor lo sabía. Quizá lo único que hizo Jesús fue
escribir el nombre de la muchacha; y cuando algunos de los
fariseos lo leyeron, recordaron que tenían algo que hacer en
otro lugar y salieron apresuradamente. Antes de que pasara
mucho tiempo, todos se habían retirado, con la excepción de
una persona; y ¿quién era esa persona? El Señor Jesucristo. El
único que podía haber arrojado una piedra contra ella, pero no
lo hizo. Y entonces preguntó: "¿Dónde están los que te
acusaban?" Y ella le contestó: "Todos se han ido, no quedó
ninguno". Y entonces Jesús le dijo: "Ni yo te condeno; vete, y
no peques más". Por ello Pablo pudo decir en este pasaje de
Segunda de Corintios 5:19, que estamos considerando, que Dios
estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles
en cuenta a los hombres sus pecados. Él había realizado la
reconciliación. Jesús no estaba cerrando Sus ojos al pecado, ni
mirando para otro lado, pero por causa de aquel pecado, para
morir por todos aquellos pecados, Él se dirigía hacia la cruz. La
condena iba a caer sobre Él, y como aquella mujer confió en Él,
Jesús pudo despedirla sin condenarla. Veamos ahora lo que
Pablo dijo en el versículo 20, de este capítulo 5 de su Segunda
epístola a los Corintios:
"Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si
Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de
Cristo: Reconciliaos con Dios".
¿Qué es un embajador? Es un agente diplomático de primera
clase que representa al Estado, al jefe del Estado y al Gobierno
que lo nombra cerca de otro Estado. Nosotros somos
embajadores de Cristo. Estamos en un país extranjero. Pedro
dijo que nosotros somos peregrinos y extranjeros en esta tierra.
Pablo en su epístola a los Filipenses, capítulo 3, versículo 20,
dijo: "Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde
también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor
Jesucristo". O sea que, ya que nuestra ciudadanía está en los
cielos, nosotros somos embajadores aquí en la tierra.
Cuando un gobierno envía a un embajador ante otro gobierno,
quiere decir que ambos países mantienen relaciones amistosas.
Dios aún está manteniendo relaciones amistosas con este
mundo y ha enviado a Sus embajadores. Pero algún día Él
llamará a Sus embajadores a Su país, y entonces comenzará el
juicio.
Cuando el hombre pecó, Dios, en Su Santidad, tuvo que
apartarse del mundo. Pero Dios amó al hombre; y envió a Su
propio Hijo a morir en la cruz. Ahora Dios puede extender sus
brazos abiertos al mundo para decir: "Tú puedes venir". Y como
nosotros somos Sus embajadores debemos anunciar a la gente
que Dios puede salvarles. Todo lo que Dios le está diciendo al
ser humano es que acuda a Él. Dios no está tratando de
desquitarse, de vengar una ofensa. Él no quiere castigarle. No
quiere colocar sobre las personas el peso de Su mano. Dios
invita a todas las personas, en todos los lugares, para que
vengan a Él.
Éste es, pues, un gran día. Y tenemos el privilegio de poder
decirle a usted: ¡Reconcíliese con Dios! Todo lo que le pide es
que se vuelva usted a Él. ¿Y por qué puede Dios adoptar esa
actitud? Porque Cristo llevó nuestro pecado y recibió el castigo
en lugar nuestro.
Dios está en una actitud de reconciliación. Usted no necesita
adoptar ninguna actitud para ganar su favor, para ponerle de
parte suya. No tiene usted que derramar lágrimas para ablandar
el corazón de Dios. Él le ama. Él quiere salvarle. ¿Y por qué?
Leamos, finalmente por hoy, el versículo 21 de 2 Corintios 5:
"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para
que nosotros seamos justicia de Dios en él".
Otra versión reciente dice: "Al que no cometió pecado alguno,
por nosotros Dios lo trató como pecado, para que en él
recibiéramos la justicia de Dios".
Él me ha dado Su lugar. Me ha vestido con Su justicia.
Podríamos decir que Él tomó mi infierno aquí abajo, en la tierra,
para que yo pudiera tener Su cielo allá arriba. Lo hizo por mí.
Estimado oyente cristiano, ¿ha podido usted hacer llegar esta
Palabra divina a alguien más? Quienquiera que usted sea,
dondequiera que usted esté y cualquiera sea la condición en que
se encuentre, ¿qué está usted haciendo para comunicar este
mensaje de reconciliación a un mundo perdido? Como dijimos
anteriormente, Dios es el mismo ayer, hoy y siempre. En el
pasado, en el presente y en el futuro. Él se siente hacia usted
de la misma manera en que se sintió el día en que Cristo murió
por usted, por mí y por toda la humanidad. Éste es el mensaje
que el mundo necesita escuchar de usted. El mundo ha sido
reconciliado con respecto a Cristo, pero las personas tendrán
que cambiar de camino, tendrán que volverse a Él por la fe. Por
lo tanto, debemos difundir esa invitación. Y por ello, estimado
oyente no cristiano, si usted aún no ha dado ese paso de fe de
aceptar al Señor Jesucristo como Salvador, le extendemos esta
invitación a hacerlo hoy mismo, sabiendo que tal invitación no
fue ideada ni creada por nosotros, sino que proviene del mismo
Dios y de Su Palabra.

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