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I.

LA HUIDA DEL DOLOR

Vivimos en una sociedad postmoderna, tópica este, repetido hasta la saciedad.


Aunque no sepamos definirla, ni hayamos nunca oído hablar de este tipo de
sociedad, todos vivimos inmersos en ella, tanto si nos gusta como si no, tanto si
somos conscientes como si no. Una de las características de la cultura
postmoderna es el hedonismo.

El hedonismo es un estilo de vida caracterizado por una búsqueda activa del


placer y una huida, igualmente activa, de todo aquello que pueda producir dolor,
sufrimiento o incomodidad.

Cuando hablamos de placer o dolor, no sólo nos referimos a placeres o dolores de


tipo físico, incluimos igualmente el de tipo emocional o psicológico. También el
dolor o el placer espiritual.

Toda nuestra sociedad ha caído en una turbulencia de perseguir el placer y


escapar rabiosamente del dolor. En mayor o menor grado todos somos partícipes
de estos rasgos culturales. Valoramos las cosas en función del placer que nos
otorgan. Desechamos otras por la incomodidad o dolor que nos puedan producir.
Somos indiferentes a muchas otras porque no nos proporcionan ningún tipo de
satisfacción o gratificación, bien sea física, emocional o psicológica.

Cuando alguien se encuentra rodeado de este ambiente, de este tipo de cultura no


es nada difícil que contemplemos el dolor y cualquier tipo de sufrimiento, de nuevo
insistimos, sea de tipo físico o psicológico, como el mayor mal o la mayor tragedia
que nos pueda acontecer.

El sufrimiento es visto como algo horrible, despreciable, espantoso, un intruso en


nuestra realidad, un enemigo a batir a cualquier precio. Cuando el dolor y el
sufrimiento aparecen la felicidad se quiebra y la frustración y la desesperación se
filtran en nuestras vidas.

Más y más nuestro mundo está perdiendo no sólo la capacidad de resistir y hacer
frente al dolor y al sufrimiento -lo cual, hace más débil y vulnerable a cualquier
cultura- sino también la capacidad de ver ningún aspecto positivo o de valor en
ambos.

El principio del placer, en sus vertientes positiva o negativa, rige tanto en el ámbito
consciente como inconsciente muchas de nuestras actuaciones en la vida
cotidiana. Como consecuencia, cada vez soportamos peor la contrariedad, la
frustración, las expectativas no cumplidas. Se nos hace más y más difícil el poder
lidiar contra cualquier oposición a nuestros deseos y nuestra voluntad.
II. EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO SON UNA REALIDAD EN LA EXPERIENCIA
HUMANA

El hedonismo imperante en nuestra cultura choca cotidianamente con la realidad


del dolor y el sufrimiento. 

Ambos son muy reales y muy presentes en la condición humana. Podemos huir del
dolor, podemos ignorarlo, podemos levantar todo tipo de murallas y protecciones
para que no nos afecte, tal vez incluso podemos tener éxito durante un tiempo más
o menos prologando. Sin embargo, es una batalla perdida.

La realidad que, a veces, no queremos afrontar ni asumir es que el sufrimiento y el


dolor tarde o temprano aparecerán en nuestra vida y nuestra ilusión quedará rota y
la realidad impondrá su imperio.

El dolor físico y psicológico acechan por doquier. La enfermedad, la muerte, el


fracaso, los problemas familiares, profesionales, de relación y, un largo etcétera, se
encargan de recordarnos, en mayor o menor medida, que el dolor y el sufrimiento
son inseparables de la condición humana.

La Biblia, en Génesis 3 nos explica que el pecado es el origen de todo el dolor y el


sufrimiento que experimentamos.

La caída, nuestra rebelión de Dios produjo la introducción de dolor, el sufrimiento y


la muerte en una realidad humana que hasta entonces la desconocía de forma
práctica, aunque tuviera un conocimiento teórico de su existencia. Desde la
desobediencia de Adán y Eva, dolor y sufrimiento son compañeros inseparables,
permanentes de la humanidad.

El sufrimiento y el dolor están siempre presentes en la experiencia religiosa. Todas las


religiones les atribuyen a ambos un valor positivo. Es interesante que todas las
creencias y confesiones lo perciban como un medio de purificación, como un
instrumento utilizado por la divinidad, sea esta la que fuere, para moldear y mejorar
el carácter de los fieles o seguidores de una determinada creencia.

Dolor y el sufrimiento que experimentaron todos los personajes de la biblia.


 Noé,
 José,
 Moisés,
 David,
 Elías,
 Jeremías
 Sin excepción todos los profetas.
 Ya en el Nuevo Testamento tenemos el testimonio de Esteban,
 Santiago,
 Pedro,
 Juan,
 Pablo
 El propio Señor Jesús que sufrió, padeció y experimentó el dolor de forma
totalmente injusta, sin ningún motivo ni razón, “varón de dolores,
experimentado en quebrantos” tal y como lo definió de forma profética el
mismo Isaías.
El ejemplo de Jesús, de los santos hombres de la Biblia, de otros cristianos
a lo largo de los siglos -algunos de ellos presentes en nuestras propias
comunidades locales- el testimonio de la iglesia cristiana perseguida en la
actualidad en tantos países, nos puede llevar a la conclusión de que tal vez
el dolor y el sufrimiento es algo que debemos esperar o pensar que pueda
formar parte de nuestra experiencia espiritual.

Por si alguno estuviera tentado a sustraerse de esta conclusión, tenemos la


advertencia clara y explícita de las Sagradas Escrituras en el sentido de que,
nuestra vocación y llamamiento como cristianos lleva implícito el dolor y el
sufrimiento.

Estos forman parte del mismo paquete, del mismo lote que nuestra salvación. Todo
ello nos fue dado por el mismo precio. Nos podemos aceptar una cosa sin la otra.

No olvidemos, de todos modos, que nuestra salvación ya tuvo que ser obtenida a
fuerza de mucho dolor y sufrimiento. Veamos lo que dice al respecto la Biblia:
– Si sufrimos [con Cristo] también reinaremos con Él” (2 Timoteo 2:12)
– “Sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2 Timoteo 2:3)

– “Tenemos por bienaventurados a los que sufren” (Santiago 5:11)

– “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en Él,


sino también que padezcáis por Él” (Filipenses 1:29)

– “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán
persecución” (2 Timoteo 3:12)

– “Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios


por ello” (1 Pedro 4:16)

Nuestros antepasados consideraron un privilegio el poder sufrir por la causa


de Cristo. No creo que lo desearan, sin embargo, lo aceptaron con orgullo y de
buen grado.

Hay un dicho muy cierto que dice: No es posible tener la corona sin la cruz.

Jesús nos decía que estrecho es el camino y la puerta. Todo esto puede sonar
como locura para nosotros, los hijos de una sociedad que glorifica el placer y
anatemiza el dolor.

¿Cómo suena a nuestros oídos el sentir que es un auténtico privilegio el poder


sufrir por Cristo?

III. EL PROPÓSITO DEL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO

Tratar de encontrar un sentido lógico a la realidad del dolor y el sufrimiento


humano siempre ha sido una tarea difícil. Si hemos de ser sinceros, nos resulta
difícil reconciliar ambas realidades sin negar la omnipotencia o la bondad de Dios.

Tenemos problemas para poder colocar juntos ambos atributos a la luz de la


realidad que percibimos. Lo cierto es que es imposible encontrar una respuesta
teológicamente correcta al problema del mal y el sufrimiento negando cualquiera
de los dos atributos de Dios implicados, su bondad y su omnipotencia.

Aceptamos, pues, la realidad de que existe el sufrimiento, de que éste es real. La


siguiente pregunta que nos podemos hacer es ¿existe algún propósito en el dolor y
el sufrimiento? Pensamos que varios.
Uno de los propósitos del dolor es la retribución. La Biblia afirma que la paga -la
retribución del pecado- es la muerte. Dicho de otro modo, la muerte es lo que todo
ser humano, sin excepción, merece por haber pecado. En ocasiones perdemos de
vista la increíble gravedad del pecado y al hacerlo no nos damos cuenta de todas
las consecuencias que comporta. Todo dolor y sufrimiento es consecuencia del
pecado. En muchas oportunidades no es difícil para nosotros identificar el dolor
físico o emocional que padecemos con las consecuencias de nuestras conductas.
Determinadas enfermedades, pongamos por ejemplo el SIDA o una cirrosis
hepática, pueden ser consecuencias de una conducta de pecado. Todo el dolor
emocional que un divorcio puede causar, en nosotros mismos y, en terceras
personas, puede ser una consecuencia de nuestro pecado.
Otro de los propósitos del dolor y el sufrimiento puede ser la disciplina. En las
Escrituras, vemos en ocasiones, que los hombres de Dios experimentaron el dolor
como disciplina por sus pecados. El libro de Hebreos, en un pasaje interesante e
inquietante nos dice:
“No desprecies, hijo mío, la disciplina del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda.
Porque el Señor corrige a quien Él ama, y castiga a aquel a quien recibe como hijo.
Soportad la disciplina, y así Dios os tratará como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su
padre no corrija? Pero si Dios no os corrige, como corrige a todos sus hijos, es que no sois
hijos legítimos, sino bastardos…. Pero Dios nos corrige para nuestro verdadero provecho,
para hacernos santos como Él. Ciertamente ningún castigo es agradable en el momento de
recibirlo, sino que duele; pero si uno aprende la lección, obtiene la paz como premio
merecido” (Hebreos 12:7-11)
El amor de Dios por nosotros puede moverle a infringirnos un cierto grado de dolor
y sufrimiento para llamar nuestra atención hacia la situación de nuestra vida
espiritual. Experimentar cierto grado de sufrimiento puede hacernos recapacitar
sobre la manera en qué estamos viviendo y nuestro caminar con el Señor. Ciertas
experiencias en la vida tienen la capacidad de llevarnos al arrepentimiento, a
reconocer nuestro orgullo y autosuficiencia y aceptar nuestra necesidad de Dios. El
pasaje que hemos leído nos indica que hacernos participes de su santidad es uno
de los propósitos de la disciplina de Dios. A veces, nuestro Señor ha de disciplinar
nuestro pecado como única manera de llamar nuestra atención sobre nuestra
necesidad de santidad personal.
La disuasión es otro de los propósitos del dolor. El dolor, en sus primeras
manifestaciones tiene una dimensión saludable y benéfica. Es un cierto nivel de
dolor el que nos lleva a visitar al doctor y, en muchas ocasiones, evita sufrimientos
posteriores más graves o dañinos. Del mismo modo, la quemadura que puede
experimentar un niño al tocar una estufa, tiene el efecto benéfico de disuadirle de
jugar con el fuego y evitarle con toda probabilidad daños mucho mayores en el
futuro. Ya nos dice el refrán castellano que el gato escaldado, huye del agua. De
esta manera, la sabiduría popular, nos expresa el valor disuasivo de una cierta
dosis de dolor.
El dolor propio, o el dolor visto en otros, hacen que el camino del pecado no sea ni
tan fácil, ni tan confortable para el pecador. Si hemos de ser sinceros con nosotros
mismos, en muchas ocasiones no pecamos o llevamos a cabo ciertos actos, no
por nuestra integridad y santidad, sino más bien por el miedo que nos produce las
consecuencias que podría acarrearnos. Hay personas que no roban o matan, no
porque sean honradas, sino por el pánico a verse encarcelados. Como este,
podríamos encontrar muchos otros ejemplos que nos ayudan a entender el valor
disuasivo del dolor y el sufrimiento.

IV. CUANDO EL DOLOR NO PARECE TENER SENTIDO

Todos nosotros podemos clasificar dolores y sufrimientos en alguna de las


categorías mencionadas en el punto anterior. Nos damos cuenta que, en
ocasiones, el Señor quiere llamarnos la atención acerca del pecado en nuestra
vida por medio del sufrimiento. Otras veces, somos plenamente conscientes de
que sufrimos porque nuestras acciones u omisiones nos han llevado al punto de
dolor y sufrimiento en el que estamos. Finalmente, tampoco nos resulta demasiado
difícil ver el papel beneficioso que cierto grado de sufrimiento ha tenido en nuestra
vida, ya que gracias al mismo, nos hemos librado de padecimientos mucho
mayores.

Hay personas que pueden sufrir hasta la indecible cuando lo hacen por una causa
o un motivo que vale la pena a sus ojos. La historia está llena de mártires por
causas políticas y religiosas. Tal vez podemos aceptar el sufrimiento y el
padecimiento de buen grado cuando comprendemos que puede contribuir al bien
común, pero ¿qué hay de ese sufrimiento que parece no tener sentido o propósito
alguno? ¿Qué sucede con ese dolor y padecimiento que aparenta ser totalmente
arbitrario o injusto? ¿Qué propósito hay en la muerte de un niño, el dolor de unos
padres por sus hijos que extravían de la vida decente, la muerte de un padre y el
consiguiente desamparo económico de toda su familia?.

Este tipo de situaciones puede llevarnos, con cierta facilidad, hacia una rebelión
contra Dios debido al hecho de nuestra incapacidad para comprender el porqué de
determinadas situaciones, circunstancias o experiencias.

Muchos cristianos han visto flaquear su fe ante la imposibilidad de encontrar una


explicación lógica y razonable a su sufrimiento o el de los seres queridos y, ante el
aparente o real silencio de Dios en medio de todas estas situaciones.

Muchos cristianos se han sentido solos y abandonados de parte de Dios,


defraudados por la falta de acción e involucración del Señor en sus vivencias de
dolor y sufrimiento. Cuántos creyentes podrían hacer suyas las palabras del
salmista “Despierta; ¿Por qué duermes, Señor? Despierta, no te alejes para
siempre. ¿Por qué escondes tu rostro? (Salmo 44:23-24).

En ocasiones, toda la situación se ve agravada por nuestras falsas expectativas


respecto a la vida y respecto a cómo Dios debe de actuar.

Una falsa expectativa común entre muchos cristianos es que no debemos


sufrir. Consciente o inconscientemente pensamos que nuestra fe nos otorga una
inmunidad frente al sufrimiento y el dolor

¡Falso! Incluso podríamos afirmar que en determinados casos, la fe nos hace más
proclives al dolor, tanto físico como emocional. Los cristianos, por el hecho de ser
humanos, comparten la condición mortal y ésta, como ya hemos visto, está
irreversiblemente ligada a la realidad del dolor y el sufrimiento.
Por otro lado, en ocasiones, nos formamos ideas o expectativas equivocadas
acerca de la forma en qué se supone que Dios debe actuar ante nuestro dolor y
padecimientos.

Él no está obligado a eliminarlo, ni siquiera a calmarlo o disminuirlo. Dios no se


comprometió, en ningún lugar de la Escritura, a hacer de nuestra vida, una vida
libre de padecimientos o dolor. Tampoco tomó el compromiso de suprimirlos,
disminuirlos o borrarlos si éstos llegaran a hacer aparición en nuestra experiencia
vital, en nuestra vida cotidiana.

Ni la lógica ni las emociones son buenas consejeras en estas situaciones. ¿Qué


lógica puede encontrarse en el fallecimiento de un bebé? ¿Qué razones lógicas
podemos dar para explicar el nacimiento de un niño con una enfermedad de tipo
degenerativo? En estas situaciones podemos sentirnos abandonados, traicionados
y defraudados por Dios. Nuestras emociones pueden enviarnos todo tipo de
mensajes en esos momentos, sin embargo, ellas no son de fiar, no pueden ser
nuestro criterio para poder juzgar al Señor ni las situaciones que nos esté tocando
atravesar.

Dios siempre es coherente en su actuación en nuestras vidas y ésta, siempre está


motivada por el amor, sin embargo, su propósito no siempre es evidente ni
tampoco comprensible, no lo sabemos todo ni lo podemos entender todo.

Cuando Job sufría sin sentido aparente para él, repetidamente cuestionó a Dios
acerca de la razón y el propósito de todo lo que estaba sucediendo. Sin embargo,
Dios no le contestó explicándole las razones, sino enfrentándolo con su propia
limitación a la hora de tratar de comprenderle a Él. Ante todo ello, Job replicó al
Señor:

“Yo sé que tú lo puedes todo y que no hay nada que no puedas realizar ¿quién soy yo para
dudar de tu providencia, mostrando así mi ignorancia? Yo estaba hablando de cosas que
no entiendo, cosas tan maravillosas que no las puedo comprender. Tú me dijiste: Escucha
que quiero hablarte; respóndeme a estas preguntas. Hasta ahora sólo de oídas te conocía
pero ahora te veo con mis propios ojos. Por eso me retracto arrepentido, sentado en el
polvo y en la ceniza.” (Job 42:1-6)

Aplicación:

En los momentos en que el dolor y el sufrimiento no parecen tener ningún


sentido sólo nos queda la confianza en Dios.

El libro de hebreos nos dice que sin fe es imposible agradar a Dios.

Unos versículos antes nos indicaba que la fe es estar convencidos de cosas que
no vemos.

Cuando vivimos las circunstancias en que la lógica y los sentimientos no valen, la


fe nos ayuda a confiar en que:

– Dios no nos ha abandonado a pesar de que podamos sentir lo contrario o


las circunstancias así parezcan indicarlo.
– Las promesas del Señor son muy claras en ese sentido: Mateo 28:20;
Hebreos 13:5 y Salmo 23, entre otras.

– Dios tiene su tiempo que, muy a menudo, por no decir siempre, es diferente
al nuestro. En su momento Él cumplirá su propósito.

– En Romanos 8:28-29 Pablo nos indica que cuando una persona ama a
Dios, todas las cosas ayudan para bien. Pero ¡Cuidado! No olvidemos que
ese bien, no es cualquier bien. No se trata de nuestra gratificación o placer
físico o emocional. Dios no está hablando de nuestras propias y personales
expectativas del bien. Se trata, de que se desarrolle en nosotros el carácter
de su hijo. A los ojos del Señor, ese es el mayor bien posible. Por tanto, el
dolor y el sufrimiento estarían justificados si traen como consecuencia el
mayor bien que Dios puede proporcionarnos, ser como Jesús.

– El amor incondicional de Dios está siempre detrás de sus designios.


Dios ha demostrado ese amor en la cruz muriendo por nosotros cuando
éramos sus enemigos, cuando éramos pecadores y lo único que
merecíamos era la muerte y total destrucción.

LOS BENEFICIOS DEL DOLOR. Aunque parece ser un título ridículo en la


situación hedonista en la que nos ha tocado vivir. Para personas que pasamos
buena parte de nuestra existencia buscando todo lo que pueda nos pueda producir
placer y huyendo, cual alma en pena, de todo lo que huela a sufrimiento o dolor,
hasta puede parecernos sarcástico. Pero el dolor tiene sus beneficios.

No estamos diciendo que debamos desear el dolor, no me refiero al masoquismo,


sólo quiero referirme en los beneficios que podemos sacar en situaciones que,
seamos realistas, van a ser inevitables en nuestras vidas.

1. Atención acerca de la realidad de que algo está mal en nuestras vidas.


a. Este autor cristiano C.S. Lewis afirma que Dios nos susurra en
nuestros placeres, habla a nuestra conciencia, pero grita en nuestros
dolores.
b. El dolor, el sufrimiento y el padecimiento son los megáfonos que
Dios usa para llamarnos la atención

2. Nos hace conscientes de nuestra propia y finita realidad como seres humanos. 
a. El dolor y el sufrimiento acaban con nuestra autosuficiencia y orgullo.
b. Nos obligan a enfrentarnos a la realidad de que somos impotentes,
frágiles e incapaces.
c. Al experimentarlos, nos sentimos vulnerables y necesitados, a
menudo, desamparados y sin fuerzas.

3. Pueden llevarnos de vuelta a Dios. 


a. Nuestra fragilidad, incapacidad y vulnerabilidad pueden ser nuestros
guías directos hacia el Señor.
b. El aceptar la realidad de nuestra incapacidad, impotencia y finitud
nos puede abrir las puertas a reforzar nuestro caminar, nuestra
dependencia y nuestra experiencia del Señor.
c. El dolor puede ser decisivo para los no creyentes. Las personas se
dirigían a Jesús impulsadas por su necesidad.
d. El dolor puede hacer a un inconverso plenamente consciente de su
realidad.

4. Son medios para experimentar la gracia de Dios. 


a. Ante un dolor y sufrimiento inmenso Pablo recibió la respuesta:
Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.
b. Su gracia nos es prometida, pero no necesariamente para mitigar el
dolor o suprimirlo, mas bien para que podamos glorificar a Dios con
nuestra experiencia de su gracia.
c. Dios promete darnos las fuerzas y la capacidad para poder vivir a
través de las circunstancias, no para suprimirlas.
5. El dolor prueba nuestra fe. 
a. El sufrimiento purifica nuestra fe y la hace más perfecta.
b. El bienestar, la salud, el placer, la comodidad y otras cosas por el
estilo no favorecen que digamos el desarrollo de un carácter
cristiano.
c. Por el contrario, la prueba y la adversidad si que ayudan a madurar,
crecer y fortalecernos espiritualmente.

Sirva tan sólo como ejemplo. La iglesia ha crecido y madurado mucho más en
tiempo de opresión que en tiempo de libertad. Se ha comprometido mucho mas en
tiempo de escases que en tiempo de abundancia. Se ha solidarizado con otros en
épocas de sufrimientos más que en momentos de placer…

¿Qué tipo de iglesia queremos ser?

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