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Esta tormenta pasará. Pero las decisiones que hoy tomemos cambiarán nuestra vida en los años
venideros.
La humanidad hoy enfrenta una crisis global. Quizás la mayor crisis de nuestra
generación. Las decisiones que las personas y los gobiernos tomen en las próximas
semanas probablemente moldeen el mundo en los años venideros. No solo moldearán
nuestros sistemas de salud, sino también nuestra economía, nuestra política y nuestra
cultura. Debemos actuar rápida y decididamente. También debemos tener en cuenta las
consecuencias de largo plazo de nuestras acciones. Cuando elegimos entre alternativas, no
solo debemos preguntarnos cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué tipo de
mundo habitaremos una vez pase la tormenta. Sí, la tormenta pasará, la humanidad
sobrevivirá, la mayoría de nosotros seguiremos vivos, pero habitaremos un mundo
diferente.
Muchas medidas de emergencia de corto plazo se convertirán en hábitos de vida. Esa es la
naturaleza de las emergencias. Los procesos históricos avanzan rápidamente. Decisiones
que en tiempos normales toman años de deliberación se aprueban en cuestión de horas.
Entran en servicio tecnologías inmaduras e incluso peligrosas, porque los riesgos de no
hacer nada son mayores. Países enteros sirven como conejillos de indias en experimentos
sociales de gran escala. ¿Qué sucede cuando todos trabajan en casa y solo se comunican a
distancia? ¿Qué sucede cuando escuelas y universidades operan en línea? En tiempos
normales, gobiernos, empresas y juntas educativas nunca aceptarían realizar tales
experimentos. Pero estos no son tiempos normales.
En este momento de crisis, enfrentamos dos opciones muy importantes. La primera, entre
la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano. La segunda, entre el aislamiento
nacionalista y la solidaridad global.
*Versión original The world after coronavirus. Financial Times, 20 de marzo de 2020. Traducción de
AS, Bogotá 23 de marzo de 2020.
ciudadanos. Pero ahora los gobiernos pueden confiar en sensores ubicuos y algoritmos
poderosos en vez de espías de carne y hueso.
En la batalla contra la epidemia de coronavirus, algunos gobiernos ya han usado los
nuevos instrumentos de vigilancia. El caso más notable es China. Vigilando atentamente
los teléfonos inteligentes de las personas, usando centenares de millones de cámaras de
reconocimiento facial y obligando a las personas a comprobar e informar sobre su
temperatura corporal y su condición médica, las autoridades chinas no solo pueden
identificar rápidamente portadores sospechosos de coronavirus, sino rastrear sus
movimientos e identificar a todos con los que han estado en contacto. Una variedad de
aplicaciones móviles advierten a los ciudadanos su proximidad a pacientes infectados.
Este tipo de tecnología no se limita al Este Asiático. El primer ministro israelí, Benjamin
Netanyahu, hace poco autorizó a la Agencia de Seguridad de Israel a usar tecnología de
vigilancia normalmente reservada para combatir terroristas para rastrear pacientes con
coronavirus. Cuando el subcomité parlamentario pertinente se negó a autorizar la medida,
Netanyahu la impuso con un “decreto de emergencia”.
Se puede argumentar que no hay nada nuevo en todo esto. En los últimos años, tanto los
gobiernos como las corporaciones han utilizado tecnologías cada vez más sofisticadas para
rastrear, vigilar y manipular a las personas. Sin embargo, si no somos cuidadosos, la
epidemia podría marcar un hito importante en la historia de la vigilancia. No solo porque
podría normalizar el uso de instrumentos de vigilancia masiva en países que hasta hoy los
han rechazado, sino aún más porque significa una transición dramática de la vigilancia
“sobre la piel” a la vigilancia “bajo la piel”.
Hasta ahora, cuando se tocaba con el dedo la pantalla de un teléfono inteligente y se hacía
clic en un enlace, el gobierno quería saber exactamente dónde se había hecho clic. Pero con
el coronavirus, el centro de interés cambia. Hoy el gobierno quiere saber la temperatura
del dedo y la presión arterial debajo de la piel.
El pudín de emergencia
Uno de los problemas que enfrentamos al determinar en qué estamos en materia de
vigilancia es que ninguno de nosotros sabe exactamente cómo nos están vigilando y qué
ocurrirá en los próximos años. La tecnología de vigilancia se desarrolla a gran velocidad, y
lo que parecía ciencia ficción hace diez años son hoy viejas noticias. Como experimento
mental, considera un gobierno hipotético que exige que cada ciudadano use un brazalete
biométrico que monitorea la temperatura corporal y la frecuencia cardíaca las 24 horas del
día. Los datos resultantes son atesorados y analizados por algoritmos del gobierno. Los
algoritmos sabrán que estás enfermo incluso antes de que tú lo sepas, y también sabrán
dónde has estado y con quién te has encontrado. Las cadenas de infección también se
pueden acortar drásticamente e incluso romper del todo. Tal sistema podría detener la
epidemia en cuestión de días. Suena maravilloso, ¿verdad?
El aspecto negativo es, supuesto, que legitimaría un nuevo y terrorífico sistema de
vigilancia. Si sabe, por ejemplo, qué hice clic en un enlace de Fox News y no en un enlace
de CNN, eso le puede decir algo sobre mis puntos de vista políticos y quizá incluso sobre
mi personalidad. Pero si puede controlar lo que sucede con la temperatura de mi cuerpo,
la presión arterial y la frecuencia cardíaca mientras veo el video clip, puedo saber qué me
hace reír, qué me hace llorar y qué me enfurece.
Es esencial recordar que la ira, la alegría, el aburrimiento y el amor son fenómenos
biológicos, igual que la fiebre y la tos. La misma tecnología que identifica la tos podría
identificar las risas. Si las corporaciones y los gobiernos empiezan a recolectar en masa
nuestros datos biométricos, pueden llegar a conocernos mucho mejor que nosotros
mismos, y no solo predecir nuestros sentimientos sino también manipularlos y vendernos
lo que quieran, bien sea un producto o un político El monitoreo biométrico haría que las
tácticas de hackeo de datos de Cambridge Analytica parezcan de la Edad de Piedra.
Imagina una Corea del Norte en 2030, cuando cada ciudadano tenga que usar un brazalete
biométrico las 24 horas del día. Si alguien escucha un discurso del Gran Líder y el
brazalete recoge los signos reveladores de ira, estará acabado.
Se puede, por supuesto, estar a favor del monitoreo biométrico como una medida
temporal durante un estado de emergencia. Que desaparecería una termine la emergencia.
Pero las medidas temporales tienen el feo hábito de sobrevivir a las emergencias, en
especial porque siempre hay una nueva emergencia acechando en el horizonte. Mi país de
origen, Israel, por ejemplo, declaró un estado de emergencia durante su Guerra de
Independencia de 1948, lo que justificó una serie de medidas temporales, desde la censura
de prensa y la confiscación de tierras hasta regulaciones especiales para hacer tortas (no es
broma). La Guerra de la Independencia se ganó hace mucho tiempo, pero Israel nunca
declaró que la emergencia había terminado y no ha abolido muchas de las medidas
“temporales” (el decreto de emergencia sobre las tortas se abolió misericordiosamente en
2011).
Incluso cuando las infecciones por coronavirus se reduzcan a cero, algunos gobiernos
hambrientos de datos podrían argumentar que necesitan mantener los sistemas de
monitoreo biométrico porque hay una nueva ola de coronavirus, o porque hay una nueva
cepa de ébola en África central, o porque... ¡ya entiendes la idea! Se ha librado una gran
batalla en los últimos años por nuestra privacidad. La crisis del coronavirus podría ser el
punto de inflexión de la batalla. Cuando a las personas se les da la posibilidad de elegir
entre privacidad y salud, normalmente eligen la salud.
La policía de jabón
Pedirle a la gente que elija entre privacidad y salud es, de hecho, la causa del problema.
Porque esta es una elección falsa. Podemos y debemos disfrutar de la privacidad y de la
salud. Podemos elegir proteger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus, no
estableciendo regímenes de vigilancia totalitaria, sino empoderando a los ciudadanos. En
las últimas semanas, Corea del Sur, Taiwán y Singapur organizaron algunos de los
esfuerzos más exitosos para contener la epidemia de coronavirus. Aunque estos países han
utilizado algunas aplicaciones de rastreo, se han basado mucho más en pruebas
generalizadas, en informes honestos y en la cooperación voluntaria de un público bien
informado.
La vigilancia centralizada y las sanciones severas no son la única manera de hacer que las
personas cumplan directrices beneficiosas. Cuando a las personas se les informan los
hechos científicos, y cuando las personas confían en autoridades públicas que les informan
estos hechos, los ciudadanos pueden hacer lo correcto incluso sin un Gran Hermano que
los vigile atentamente. Una población motivada y bien informada suele ser mucho más
poderosa y efectiva que una población ignorante y vigilada.
Considera, por ejemplo, el lavado de las manos con jabón. Este ha sido uno de los mayores
avances en la higiene humana. Esta simple acción salva millones de vidas cada año. Si bien
la damos por sentado, solo en el siglo XIX los científicos descubrieron la importancia de
lavarse las manos con jabón. Anteriormente, incluso los médicos y enfermeras pasaban de
una operación quirúrgica a la siguiente sin lavarse las manos. Hoy, miles de millones de
personas se las lavan todos los días, no porque tengan miedo de la policía de jabón, sino
porque entienden los hechos. Me lavo las manos con jabón porque he oído hablar de virus
y bacterias, entiendo que estos pequeños organismos causan enfermedades y sé que el
jabón puede eliminarlos.
Pero para lograr ese nivel de cumplimiento y cooperación, se necesita confianza. La gente
necesita confiar en la ciencia, confiar en las autoridades públicas y confiar en los medios de
comunicación. En los últimos años, políticos irresponsables han socavado
deliberadamente la confianza en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de
comunicación. Hoy, esos mismos políticos irresponsables pueden verse tentados a tomar
el camino al autoritarismo, argumentando que no se puede confiar en que el público haga
lo correcto.
Normalmente, la confianza que se ha erosionado durante años no se puede reconstruir de
la noche a la mañana. Pero estos no son tiempos normales. En un momento de crisis, la
manera de pensar también puede cambiar rápidamente. Puedes tener amargas disputas
contra tus hermanos durante años, pero cuando ocurre una emergencia, de repente
descubres una reserva oculta de confianza y amistad, y te aprestas a la ayuda mutua. En
vez de construir un régimen de vigilancia, no es demasiado tarde para reconstruir la
confianza de la gente en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación.
Definitivamente, también deberíamos usar nuevas tecnologías, pero estas tecnologías
deberían empoderar a los ciudadanos. Estoy a favor de controlar la temperatura de mi
cuerpo y mi presión arterial, pero esos datos no se deben usar para crear un gobierno
todopoderoso. En cambio, esos datos deben permitirme tomar decisiones personales más
informadas, y también para que el gobierno sea responsable de sus acciones.
Si pudiese rastrear mi propia condición médica las 24 horas del día, no solo sabría si me he
convertido en un peligro para la salud de otras personas, sino también qué hábitos
contribuyen a mi salud. Y si pudiese acceder y analizar estadísticas confiables sobre la
propagación del coronavirus, podría juzgar si el gobierno me está diciendo la verdad y si
está adoptando las políticas adecuadas para combatir la epidemia. Siempre que la gente
hable de vigilancia, recuerda que la misma tecnología de vigilancia puede ser utilizada no
solo por los gobiernos para vigilar a las personas, sino también por las personas para
supervisar a los gobiernos.
La epidemia de coronavirus es, por tanto, una gran prueba de ciudadanía. En los próximos
días, cada uno de nosotros tendrá que elegir entre confiar en datos científicos y expertos en
atención médica, o en teorías conspirativas infundadas y políticos interesados. Si no
tomamos la decisión correcta, podríamos estar renunciando a nuestras libertades más
preciadas, pensando que esta es la única manera de salvaguardar nuestra salud.