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Los animales superiores son atacados por microorganismos y partículas extrañas. Pero poseen
sistemas defensivos frente a tales patógenos; dichos mecanismos tienden a distinguir lo propio de
lo extraño
Inmunología: Ciencia biológica que estudia todos los mecanismos fisiológicos de defensa de la
integridad biológica del organismo. Dichos mecanismos consisten esencialmente en la
identificación de lo extraño y su destrucción. La inmunología también estudia los factores
inespecíficos que coadyuvan a los anteriores en sus efectos finales.
La inmunología es, en la actualidad, una ciencia autónoma y madura, pero sus orígenes han estado
estrechamente ligados a la Microbiología. Su objeto consiste en el estudio de las respuestas de
defensa que han desarrollado los animales frente a la invasión por microorganismos o partículas
extraños, aunque su interés se ha volcado especialmente sobre aquellos mecanismos altamente
evolucionados e integrados, dotados de especificidad y de memoria, frente a agentes reconocidos
por el cuerpo como no propios, así como de su neutralización y degradación.
Igualmente, en la antigua China se había observado que las personas que en su niñez habían
padecido la viruela no la adquirían más adelante en su vida. Los mismos chinos, en el siglo XI a. C.,
fueron los primeros en intentar una aplicación de estas observaciones que indicaban la inducción
de un estado protector por medio de una forma suave de la enfermedad: la inhalación de polvo de
escaras de viruela provocaba un ataque suave que confería resistencia ante infecciones
posteriores. Una modificación\n fue introducida en Occidente en el siglo XVIII por Pylarini y
Timoni, y fue popularizada en Gran Bretaña por Lady Mary Wortley Montagu, esposa del
embajador inglés en Constantinopla, tras una serie inicial de pruebas sobre "voluntarios"
(prisioneros). Sin embargo, este tipo de prácticas no llegaron a arraigar ampliamente, ya que no
estaban exentas de riesgos, entre los cuales figuraba la posibilidad de transmisión de otras
enfermedades.
El primer acercamiento a la inmunización con criterios racionales fue realizado por el médico
inglés Edward Jenner (1749-1823), tras su constatación de que las vaqueras que habían adquirido
la viruela vacunal (una forma benigna de enfermedad que sólo producía pústulas en las manos) no
eran atacadas por la grave y deformante viruela humana. En mayo de 1796 inoculó a un niño
fluido procedente de las pústulas vacunales de Sarah Nelmes; semanas después el niño fue
inyectado con pus de una pústula de un enfermo de viruela, comprobando que no quedaba
afectado por la enfermeda. Jenner publicó sus resultados en 1798 ("An enquiry into the causes
and effects of the variolae vaccinae..."), pronosticando que la aplicación de su método podría
llegar a erradicar la viruela. Jenner fue el primero en recalcar la importancia de realizar estudios
clínicos de seguimiento de los pacientes inmunizados, consciente de la necesidad de contar con
controles fiables.
A finales del siglo XIX existían dos teorías opuestas sobre los fundamentos biológicos de las
respuestas inmunes. Por un lado, el zoólogo ruso Ilya Ilich Mechnikov (1845-1916), que había
realizado observaciones sobre la fagocitosis en estrellas de mar y pulgas de agua, estableció, a
partir de 1883, su "Teoría de los fagocitos", tras estudiar fenómenos de englobamiento de
partículas extrañas por los leucocitos de conejo y de humanos. Informó que existían fenómenos de
eliminación de agentes patógenos por medio de "células devoradoras" (fagocitos) que actuaban
en animales vacunados contra el carbunco, y explicó la inmunización como una "habituación" del
hospedador a la fagocitosis. Más tarde, ya integrado en el Instituto Pasteur, propugnó la idea de
que los fagocitos segregan enzimas específicos, análogos a los "fermentos" digestivos (1900). Esta
teoría de los fagocitos constituyó el núcleo de la teoría de la inmunidad celular, de modo que la
fagocitosis se consideraba como la base principal del sistema de defensa inmune del organismo.
Por otro lado, la escuela alemana de Koch hacía hincapié en la importancia de los mecanismos
humorales (teoría de la inmunidad humoral). Emil von Behring (1854-1917) y Shibasaburo Kitasato
(1856-1931), a resultas de sus trabajos sobre las toxinas del tétanos y de la difteria, observaron
que el cuerpo produce "antitoxinas" (más tarde conocidas como anticuerpos) que tendían a
neutralizar las toxinas de forma específica, y evidenciaron que el suero que contiene antitoxinas es
capaz de proteger a animales expuestos a una dosis letal de la toxina correspondiente (1890). La
intervención de Ehrlich permitió obtener sueros de caballo con niveles de anticuerpos
suficientemente altos como para conferir una protección eficaz, e igualmente se pudo disponer de
un ensayo para cuantificar la "antitoxina" presente en suero. Ehrlich dirigió desde 1896 el Instituto
Estatal para la Investigación y Comprobación de Sueros, en Steglitz, cerca de Berlín, y, a partir de
1899, estuvo al frente del mejor equipado Instituto de Terapia Experimental, en Frankfurt.
Durante este último periodo de su vida, Ehrlich produce una impresionante obra científica, en la
que va ahondando en la comprensión de la inmunidad humoral. En 1900 da a luz su "Teoría de las
cadenas laterales", en la que formula una explicación de la formación y especificidad de los
anticuerpos, estableciendo una base química para la interacción de éstos con los antígenos. Por su
lado, R. Kraus visualiza por primera vez, en 1897, una reacción antígeno-anticuerpo, al observar el
enturbiamento de un filtrado bacteriano al mezclarlo con un suero inmune específico (antisuero).
Durante cierto tiempo se creyó que el suero posee distintas actividades inmunes humorales, cada
una denominada de forma diferente: antitoxina (neutralización de toxinas), precipitina
(precipitación de toxinas), aglutinina (aglutinación de bacterias) y bacteriolisina (lisis de bacterias).
Hubo que esperara a los años 30 para caer en la cuenta que todas estas actividades se debían a un
único tipo de entidad, que fue bautizado como anticuerpo.
En 1898 Jules Bordet (1870-1961) descubre otro componente sérico relacionado con la respuesta
inmunitaria, al que bautiza como "alexina", caracterizado, frente al anticuerpo, por su
termolabilidad e inespecificidad. (Más tarde se impondría el nombre de complemento, propuesto
por Ehrlich). El mismo Bordet desarrolló, en 1901, el primer sistema diagnóstico para la detección
de anticuerpos, basado en la fijación del complemento, y que inició una larga andadura, que llega
a nuestros días.
La conciliación de las dos teorías (celular y humoral) se inició con los trabajos de Almorth Wrigth y
Stewart R. Douglas, quienes en 1904 descubren las opsoninas, anticuerpos presentes en los sueros
de animales inmunizados y que, tras unirse a la superficie bacteriana, incrementan la capacidad
fagocítica de los leucocitos. En los años 50 se reconoce que los linfocitos son las células
responsables de los dos componentes, humoral y celular, de la inmunidad.
Una importante faceta de la inmunología de la primera mitad del siglo XX fue la obtención de
vacunas. Se lograron toxoides inmunogénicos a partir de toxinas bacterianas, en muchos casos por
tratamiento con formol: toxoide tetánico (Eisler y Lowenstein, 1915) y toxoide diftérico (Glenny,
1921). En 1922 se desarrolla la vacuna BCG contra la tuberculosis, haciendo uso de una cepa
atenuada de Mycobacterium tuberculosis, el bacilo de Calmette-Guérin. La utilización de
coadyuvantes se inicia en 1916, por LeMoignic y Piroy.
La inmunogenética nace cuando Bernstein describe en 1921 el modelo de transmisión hereditaria
de los cuatro grupos sanguíneos principales, basándose en el análisis estadístico de sus
proporciones relativas, y con el descubrimiento por Landsteiner y Levène (1927) de los nuevos
sistemas MN y P. Los experimentos de transfusiones sanguíneas interespecíficas permitieron
distinguir la gran complejidad de los antígenos sanguíneos, explicables según unos 300 alelos
múltiples.
Otra de las grandes controversias de los primeros tiempos de la Inmunología se refería al tipo de
mecanismos postulados para explicar la especificidad de la reacción antígeno-anticuerpo. Se
propusieron dos tipos de teorías: la selectiva y la instructiva. La primera formulación de tipo
instructivo se debió a Paul Ehrlich (teoría de las cadenas laterales): suponía que las células
inmunes expresan en su superficie una gran variedad de cadenas laterales preformadas; la unión
de un agente patógeno determinado con una cadena lateral adecuada sería análoga a la
complementariedad entre una llave y su cerradura; dicha interacción originaría la liberación de la
cadena lateral, e induciría a la célula a producir y liberar más cadenas laterales de ese tipo
concreto. Como se ve, esta teoría supone que la selectividad de la cadena lateral está determinada
previamente a la exposición al antígeno, que sólo actúa seleccionando la producción y liberación
de la cadena adecuada.
En cambio, durante los años 30 y 40 se daba más crédito a las teorías instructivas. En ellas, el
antígeno juega un papel central a la hora de determinar la especificidad del anticuerpo
correspondiente. Se sugería que el antígeno serviría como un molde alrededor del cual se plegaría
la molécula del anticuerpo, que de esta forma adquiriría su especificidad. Estas teorías,
popularizadas sobre todo por Linus Pauling, podían encajar en aquellos tiempos en que aún
existían muchas lagunas de los conocimientos, pero en los años 50, tras los nuevos
descubrimientos en Biología Molecular (ADN, ARN, código genético, etc.), fueron descartadas.
Una contribución esencial a las ideas sobre el mecanismo de formación de los anticuerpos la
realizó el australiano Macfarlane Burnet (1899-1985), al establecer su teoría de la selección clonal;
ésta argumenta que cada linfocito B, previamente al contacto con el antígeno, sintetiza un único
tipo de anticuerpo, específico para cada antígeno determinante antigénico), de modo que la unión
del antígeno causa la proliferación clonal del linfocito B, con la consecuente síntesis incrementada
de anticuerpos específicos. Esta teoría resucitó las ideas selectivas, y actualmente es el paradigma
aceptado por todos los inmunólogos. Más recientemente Niels Jerne ha realizado nuevas
aportaciones y refinamientos a la teoría de la selección clonal, proponiendo un modelo de
regulación inmune conocido como teoría de las redes idiotípicas.
Los avances en Inmunología durante los últimos años han sido espectaculares, consolidando a ésta
como ciencia independiente, con su conjunto propio de paradigmas, ya relativamente escindida de
su tronco originario microbiológico. Entre los hitos recientes hay que citar la técnica de producción
de anticuerpos monoclonales a partir de hibridomas, desarrollada originalmente por Cesar
Milstein y Georges Kohler en 1975, y que presenta una enorme gama de aplicaciones en
biomedicina, o el desentrañamiento de los fenómenos de reorganización genética responsables de
la expresión de los genes de inmunoglobulinas, por Susumu Tonegawa.
Inmunidad innata (= natural o inespecífica): es una línea de defensa que permite controlar a mayor
parte de los agentes patógenos. Inmunidad adquirida (= adaptativa o específica): suministra una
respuesta específica frente a cada agente infeccioso. Posee memoria inmunológica específica, que
tiende a evitar que el agente infeccioso provoque enfermedad en una segunda infección. Pero
incluso antes de que actúe la inmunidad inespecífica, el organismo posee una serie de barreras
naturales que lo protegen de la infección de los agentes patógenos, así como una protección
biológica por medio de la microflora (microbiota) natural que posee. Comenzaremos nuestro
estudio de la inmunidad precisamente por estas primeras líneas defensivas.
La parte externa de la epidermis está compuesta de varias capas de células muertas, recubiertas
de la proteína queratina, resistente al agua. Dicha capa se renueva cada 15-30 días. La dermis
subyacente contiene tejido conectivo con vasos sanguíneos, glándulas sebáceas y sudoríparas, y
folículos pilosos. La piel es una auténtica barrera infranqueable para la mayor parte de los
microorganismos. El papel de barrera de la piel se pone de manifiesto por contraste, por ejemplo
al comprobar lo fácilmente que se producen infecciones a partir de quemaduras. Pero como
contrapartida, en un organismo sano, las heridas se cierran rápidamente por coágulos. Algunos
patógenos pueden obviar la barrera de la piel debido a que son inoculados por artrópodos
vectores (ácaros, mosquitos, chinches, etc.).
Por otro lado, existen zonas de la superficie del cuerpo no recubiertas por piel:
ojos intestino tracto respiratorio tracto urinario En estas zonas hay fluidos (y en su caso tapizado
ciliar) que colaboran a la eliminación de microorganismos
Algunos microorganismos han desarrollado estructuras para invadir el cuerpo del hospedador a
partir de las mucosas. Por ejemplo, el virus de la gripe posee una molécula que le capacita para
unirse firmemente a las células de la membrana mucosa y así escapar al efecto de las células
ciliadas. Muchas bacterias patógenas logran adherirse a las mucosas a través de sus fimbrias, que
se unen con ciertas glucoproteínas o glucolípidos de los epitelios de tejidos determinados.
Espermina en el semen.
La microbiota normal del organismo evita la colonización del hospedador por microorganismos
exógenos.
Esa es la razón por la que una limpieza exagerada de la piel y de la vagina puede ser causa de
infecciones por microbios exógenos. Recuérdese el papel de protección que confiere la bacteria
Lactobacillus acidophilus en el hábitat de la vagina. Por otro lado, un abuso de antibióticos
suministrados por vía oral puede llegar a alterar el equilibrio ecológico de la microflora intestinal.
La boca posee una población heterogénea de bacterias, donde son importantes los
representantes orales del género Streptococcus: S. salivaris (en la lengua), S. mitis (en los carrillos)
y S. mutans (en los dientes). Este último es uno de los principales responsables de la placa dental y
de la caries.
El intestino grueso posee una abundantísima flora microbiana, con una concentración del
orden de 1010 bacterias/ml. Funciona como si fuera un quimiostato.
Células:
Células asesinas naturales (células NK): son leucocitos que se activan por interferones
inducidos en respuesta a virus. Reconocen y lisan células "enfermas", infectadas por virus o
malignizadas (cancerosas).
Factores solubles:
Proteínas de fase aguda: aumentan su concentración rápidamente unas 100 veces ante
una infección Una de ellas (la proteína C-reactiva) se une a la proteína C de la superficie del
neumococo, favoreciendo que éste sea recubierto por el sistema de proteínas del complemento
(al que aludiremos enseguida), lo cual a su vez facilita la fagocitosis por los fagocitos.
Sistema del complemento: se trata de un conjunto de unas 20 proteínas del suero que
interaccionan entre sí y con otros componentes de los sistemas inmunes innato y adquirido. En el
sistema de inmunidad innata el sistema se activa por la llamada ruta alternativa. He aquí un
resumen de sus efectos:
Endocitosis
A) Pinocitosis
En cualquiera de estos dos casos, tras la internalización, las vesículas endocíticas se fusionan entre
sí y después con los endosomas. En el caso de endocitosis, el contenido ácido de los endosomas
hace que se disocie la macromolécula de su receptor. El endosoma se fusiona con el lisosoma
primario, para dar el lisosoma secundario. Los lisosomas primarios derivan del aparato de Golgi y
transportan grandes cantidades de enzimas hidrolíticos (proteasas, nucleasas, lipasas, etc.). Dentro
de los lisosomas secundarios, las macromoléculas ingeridas son digeridas hasta productos
hidrolizados (péptidos, aminoácidos, nucleótidos y azúcres), que finalmente son eliminados de la
célula.
Fagocitosis
La destrucción del microorganismo en los lisosomas secundarios de los fagocitos se produce por
dos tipos de mecanismos:
Pero como hemos dicho, el paso inicial de la fagocitosis implica que el fagocito debe ser capaz de
unirse al microorganismo y activar la membrana para poder englobarlo. Para ello, cuenta con una
ayuda evolutiva que se ha "añadido" al sistema primitivo ameboide, y que aumenta su eficacia: el
sistema de activación del complemento por la vía alternativa.
En la ruta alternativa podemos distinguir dos grandes fases: la iniciación por el componente C3 y el
ensamblaje del complejo de ataque a la membrana (CAM).
Ahora comienzan a juntarse, junto al C3b, y en orden secuencial, una serie de otros componentes
del sistema complemento, que finalmente constituyen el llamado complejo de ataque a la
membrana (CAM), que representa un canal totalmente permeable a iones y agua. Como lo que
acabamos de describir ocurre en toda la superficie del microorganismo, el resultado son
innumerables complejos CAM ensamblados en la membrana citoplásmica, por los que entran
grandes cantidades de agua con iones Na+, que pueden provocar la lisis del microorganismo.
En este proceso se liberan algunos componentes solubles del complemento, de los cuales los más
importantes son el C3a y el C5a.
b) estimulan la tasa respiratoria de los PMN neutrófilos, lo que supone una activación de sus
mecanismos destructivos dependientes de oxígeno (citados más arriba). estos péptidos son
anafilotoxinas, es decir, estimulan la desgranulación de los mastocitos y de los PMN basófilos, lo
cual supone la liberación de una variedad de sustancias
Todo ello, como se puede ver, va encaminado a congregar hacia el foco de infección a las células
fagocíticas, parte de las cuales se activan para mecanismos defensivos. Pero además, estas
anafilotoxinas inducen el que los mastocitos sinteticen prostaglandinas (PG) y leucotrienos (LT),
cuyos papeles fisiológicos son:
Los péptidos C3a y C5a, junto con los factores quimitácticos segregados por los mastocitos atraen
hacia el tejido afectado a los PMN que están circulando por la sangre, que atraviesan los capilares
ayudados por el efecto de vasodilatación de la histamina. Al llegar al foco del microorganismo
invasor, las células atraídas despliegan todo su arsenal: los PMN neutrófilos reconocen (por medio
de unos receptores específicos) a los microorganismos "opsonizados" (recubiertos) por C3b, los
fagocitan, y en el fagolisosoma formado descargan su "artillería química", entre ella los
mecanismos dependientes de oxígeno, que han sido activados por C3a y C5a.
Una vez ocurrida la respuesta de inflamación aguda, y eliminado el microorganismo por los
fagocitos, tiene lugar la reparación del tejido dañado y la regeneración con tejido nuevo. La
reparación comienza con el crecimiento de vasos capilares en el entramado de fibrina del coágulo
sanguíneo. Conforme el coágulo se disuelve, va siendo sustituido por fibroblastos nuevos. La
cicatriz es el resultado de la acumulación de nuevos capilares y de fibroblastos.
A) Mecanismos humorales:
B) Mecanismos celulares: dependen de células que destruyen "desde fuera" (no por fagocitosis):
células NK (asesinas naturales): son linfocitos grandes, distintos de los B y T que veremos más
adelante, y que a diferencia de estos poseen gránulos citoplásmicos. Su papel es reconocer células
tumorales o infectadas con virus, se unen a ellas y liberan al espacio que queda entre ambas el
contenido de sus gránulos.
una perforina, proteína que se ensambla en la superficie de la célula enferma y origina un canal
parecido al de CAM, provocando la lisis. factores citotóxicos, que matan a la célula enferma PMN
eosinófilos: especializados en atacar grandes parásitos, incluyendo helmintos.
una que reconoce específicamente a cada invasor dos con funciones biológicas: unión al
complemento, activándolo por la ruta clásica;
unión a fagocitos.
la activación del complemento por la ruta clásica, que puede conducir, al igual que en la
ruta alternativa, a la lisis del microorganismo invasor;
neutralización directa de ciertas toxinas y virus por la simple unión Ag-Ac. Obsérvese que
los dos primeros efectos son formas que tiene el sistema específico de "aprovechar" elementos
del sistema de inmunidad innata, mediante los cuales determinados elementos de este sistema
inespecífico son "encarrilados" mediante los anticuerpos (que son específicos) hacia el foco de la
infección de un determinado microorganismo, para su eliminación.
Los Ac están producidos por las células plasmáticas, diferenciadas a partir de los linfocitos B.
Los Ag son las moléculas del microorganismo o partícula extaña que evocan y reaccionan con los
Ac. Son los Ag los que seleccionan el Ac específico que les hará frente. Sin embargo, cada tipo de
Ac está preformado antes de entrar en contacto por primera vez con el Ag. Cada linfocito B que se
diferencia en la médula ósea está programado genéticamente para sintetizar un solo tipo de Ac, a
la espera de contactar con el Ag específico.
Tras su primer contacto con el Ag específico, cada linfocito B se multiplica y diferencia hasta dar un
clon de células plasmáticas, que fabrican y excretan grandes cantidades del Ac específico para el
que estaba programado el linfocito original. A este fenómeno se le conoce con el nombre de
selección y expansión clonal. En cada individuo existen cientos de miles, o millones de tipos de
linfocitos B, cada uno preparado para originar un clon productor del correspondiente Ac.
La respuesta de formación de Ac provocada tras el primer contacto de cada Ag con el linfocito B se
llama respuesta primaria. Este primer contacto confiere al individuo una memoria inmunológica,
de forma que el cuerpo se encuentra preparado para afrontar la eventualidad de una segunda
infección por el mismo agente. En la respuesta secundaria la formación de Ac es más rápida y más
intensa. Ello se debe a que a partir del linfocito primario que tuvo el primer contacto, aparte del
clon de células plasmáticas (responsable de la respuesta primaria), se generó en paralelo otro clon
de células B de memoria: cuando el Ag entre por segunda vez, hay en el cuerpo m<s células
preparadas que las que encontró en la primera ocasión. Además, estos linfocitos cebados de
memoria necesitan menos divisiones celulares antes de poder diferenciarse a su vez en células
plasmáticas productoras de Ac.
La memoria inmunológica es específica para cada antígeno. Su base es que cada anticuerpo
reconoce un solo antígeno (aún más: como veremos, reconocen porciones concretas de cada
antígeno, denominadas epitopos).
Cómo puede el organismo reconocer tan específicamente moléculas "extrañas", a las que ataca, y
discriminarlas respecto de sus propias moléculas, a las que respeta? En 1960 Burnett y Fenner
propusieron un hipótesis que se demostraría b<sicamente correcta años más tarde: El cuerpo
desarrolla ontogenéticamente un sistema para distinguir lo propio y evitar reaccionar contra él.
Cuando el sistema linfoide se está desarrollando (desde la fase fetal a la perinatal) van llegando a
él componentes circulantes de las moléculas de las distintas partes del cuerpo; así, el sistema
inmune "aprende" a reconocer a estos componentes, y se provoca una incapacidad permanente
para reaccionar contra ellos (se "suprimen" o inactivan los clones de linfocitos que reconocen "lo
propio").
Los linfocitos T reconocen al Ag extraño siempre que esté situado sobre la superficie de
células del propio organismo hospedador. Pero no pueden reconocer al Ag por sí solo, sino que
éste ha de estar en combinación con una molécula marcadora de la superficie celular, que le
"dice" al linfocito que está en contacto con una célula "enferma".
El receptor de los linfocitos T (TCR) es diferente a los Ac, aunque ambos comparten
algunos rasgos estructurales.
Los linfocitos T citotóxicos son los principales efectores de la inmunidad específica celular:
destruyen células del propio organismo infectadas por virus. En el cuerpo existe multitud de clones
distintos de TC, cada uno de los cuales posee en su superficie receptores distintos de los Ac,
aunque con porciones parecidas a las de los Ac.
Cada clon de TC está programado para fabricar un solo tipo de receptor, y reconoce la
combinación de un determinado Ag junto con una molécula MHC de clase I, situados sobre la
superficie de la célula diana enferma. De esta forma, el TC entra en estrecho contacto con la célula
diana, tras de lo cual le da el llamado "beso de la muerte", consistente en la secreción de
sustancias citotóxicas, que la matan. También secreta interferón gamma (IFN-(), que tiende a
reducir la diseminación del virus en caso de que éste no induzca bien el IFN-" o el IFN-8.
Los linfocitos T colaboradores no tienen actividad matadora, sino que ocupan un papel central en
el sistema inmune, activando a otras células: macrófagos, linfocitos TC y B.
Se unen a una combinación de {Ag + MHC de clase II} presente en la superficie de macrófagos que
tengan en su interior algún parásito que ha logrado sobrevivir intracelularmente. (En estos casos,
el macrófago, aunque no ha logrado vencer por sí mismo al parásito, ha logrado al menos procesar
y enviar a la superficie antígenos del invasor). Al unirse al macrófago de esta manera, se induce en
el TH la producción de IFN-gamma y de linfocinas, que activan las funciones del macrófago,
provocando la muerte intracelular del parásito. De nuevo nos encontramos con otro ejemplo de
conexión entre el sistema de inmunidad natural y el adquirido. (El sistema de inmunidad
adquirida, que es muy específico, y que supone un logro evolutivo "reciente" -apareció en los
vertebrados- aprovecha lo que ya sabía hacer el más primitivo sistema de inmunidad natural,
mejorándolo y confiriéndole especificidad de modo indirecto; esto es un buen ejemplo de que la
evolución no suele desechar logros antiguos, sino que los reutiliza y modifica para integrarlos en
sistemas cada vez más complejos y perfectos).
Los linfocitos TH juegan un papel importante en la activación y expansión clonal de los linfocitos B
para producir anticuerpos, y de los linfocitos T citotóxicos.
Como se ve, la inmunidad innata y la adquirida no se dan independientes una de la otra, sino que
interactúan estrechamente entre sí en toda respuesta inmune. Como ha quedado indicado, los
macrófagos y otras células del sistema innato de inmunidad intervienen en la activación de la
respuesta inmune específica (adquirida); por otro lado, varios factores solubles del sistema de
inmunidad adquirida (citoquinas, componentes del complemento) potencian la actividad de las
células fagocíticas del sistema innato.
Resumiendo, podemos expresar así las principales características de las respuestas inmunes
específicas:
Discriminación entre lo propio y lo ajeno: durante las primeras fases ontogenéticas del
individuo el sistema inmune específico "aprende" a reconocer lo propio, de modo que se induce
un estado de autotolerancia (incapacidad de atacar a los componentes del propio individuo). Esto
supone que los trasplantes de tejidos procedentes de donadores genéticamente distintos sean
rechazados. Los fallos en este sistema de discriminación entre lo propio y lo ajeno puede
desembocar en enfermedades por autoinmunidad (ataque a componentes propios).
Otras moléculas del sistema inmune que interactúan con los antígenos, así como el
procesamiento de éstos
Visión global de la respuesta inmune (humoral y celular), incluyendo el contexto anatómico donde
se producen