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La otra parte del Evangelio, la primera, recoge unas palabras de Jesús sobre los que
hacen de la vida una exhibición y de sí mismos una fachada. No les importa vivir ni amar ni
hacer sino sólo ser vistos, ocupar los puestos de privilegio y de honor, ser aplaudidos y
homenajeados. Eso que existe en el mundo de la política o de la empresa existe también,
dice Jesús, en el ámbito de lo religioso. En este mundo, los que hacen eso son más
hipócritas si cabe por cuanto ponen su relación con Dios como excusa para devorar los
bienes de los pobres. De esta forma, Jesús pone en contraposición dos actitudes ante la
vida: la de los que buscan nada más que su propio bienestar y para ello no dudan en
engañar y aparentar lo que no son ni tienen y la actitud de los que compartiéndolo todo, sin
medida, con absoluta generosidad, como la pobre viuda, tienen un tesoro inmenso en su
corazón. Jesús nos viene a decir que vivir en plenitud es una cuestión de generosidad, de
compartir sin medida, de no querer acaparar sino de dar todo lo que se tiene.
El 12
Auméntanos la fe
Es posible que detrás de la palabra “escándalo” tengamos conceptos, interpretaciones,
representaciones… variadas. Muchas veces decimos que hay gente que se
escandaliza por muy poca cosa, o por cosas que apenas tienen importancia.
En el evangelio que escuchamos hoy, es seguro que cuando Jesús habla del
escándalo no se está refiriendo a ese tipo de cosas. La rotunda afirmación que realiza
nos está indicando que habla de aquellos que, con su actuación, están causando un
daño grave a los pequeños, los débiles, los que no tienen posibilidades de defensa. En
cualquier ámbito o esfera de la existencia. Y nuestra comunidad eclesial no está libre
del escándalo producido por sus miembros… ¡qué importante será no mirar para otro
lado y saber poner el remedio posible!
Del escándalo, Jesús pasa de inmediato al tema del perdón. Un perdón que
tendríamos que ser capaces de otorgar siempre. Los apóstoles se dan cuenta de que
la propuesta de Jesús supone muchas veces dificultades casi insuperables, y se
dirigen a Él, esta vez sí, con la petición más adecuada: auméntanos la fe.
El 13
Jesús le da un vuelco con la invitación a “hacerse como niños”. Y aquí los occidentales
tenemos que cambiar un poco la cabeza: el niño del mundo semita no era el inocente, el
encantador… sino el que para nada vale, el que nada merece porque nada bueno ha
hecho… Al niño sus padres le dan todo gratis, por puro cariño. Y Jesús advierte que “el
que no reciba el Reino de Dios como lo recibe un niño no entrará en él” (Mc 10,15). El
Padre nos lo da por puro cariño.
Además de la presunción de haber hecho mucho por Dios, puede darse también la de
“pasar factura a los hermanos”, con el orgullo altanero de haberlos servido mucho, de
haber hecho esto y lo de más allá por ellos, traduzcamos “por la parroquia”, “por el
grupo”… Y surge la tentación de llamarles ingratos. La invitación de Jesús sería la misma:
consideraos unos pobres siervos, no habéis hecho más que lo que os tocaba hacer. El
engreimiento nunca es evangélico y el restregar a los demás el bien que se les ha hecho
priva a esas buenas acciones de su natural nobleza.
El 14
Jesús derriba muros y crea vida en comunión. Según el cuarto evangelio, la misión de
Jesús tiene por objeto “que tengamos vida y la tengamos abundante” (cf. Jn 10,10). Por
tanto, el auténtico seguidor de Jesús tiene que ser un creador y distribuidor de vida,
destructor de barreras y aliviador de dolores, activo inconformista con todo tipo de
sufrimiento y de división.
Nuestro evangelista añade todavía un rasgo llamativo: de los diez leprosos curados, sólo
el samaritano da gloria a Dios y se postra agradecido ante Jesús. Era el doblemente
excluido, por leproso y por heterodoxo o hereje. Jesús enseña a no juzgar ni condenar, y a
que nadie considere la bondad como patrimonio suyo y de los de su bando. También en el
corazón de “los otros” se aloja frecuentemente una exquisita sensibilidad, incluso a veces
superior a la de “los de siempre”
El 15
El 16
El 17
Acto penitencial.
S: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros
pecados.
R: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado
mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi
gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los
santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
S: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y
nos lleve a la vida eterna.
R: Amén.
S: Señor, ten piedad.
R: Señor, ten piedad.
S: Cristo, ten piedad.
R: Cristo, ten piedad.
S: Señor, ten piedad.
R: Señor, ten piedad.
Final de la oración.
S: Por Jesucristo... que vive y reina por los siglos de los siglos (otra versión: Por
Jesucristo nuestro Señor).
R: Amén.
Liturgia de la Palabra
(Final de la 1ª y 2ª lectura)
Lector: Palabra de Dios.
R: Te alabamos, Señor.
(Lectura del Evangelio)
S: (Al inicio) El Señor esté con vosotros.
R: Y con tu espíritu.
S: Lectura del Santo Evangelio, según San...
R: Gloria a ti, Señor.
S: (Al final) Palabra del Señor.
R: Gloria a ti, Señor Jesús.
Plegaria eucarística.
S: El Señor esté con vosotros.
R: Y con tu espíritu.
S: Levantemos el corazón.
R: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
S: Demos gracias al Señor nuestro Dios.
R: Es justo y necesario.
S: (Proclama el Prefacio correspondiente al día).
R: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están los cielos y la
tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Después de la consagración.
S: Éste es el Sacramento de nuestra fe.
R: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!
Rito de la comunión.
(Recitación del Padrenuestro)
R: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a
nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy
nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos
del mal. Amén.
S: Líbranos... esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.
R: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
Rito de la paz.
S: Señor Jesucristo... vives y reinas por los siglos de los siglos.
R: Amén.,
S: La paz del Señor esté siempre con vosotros.
R: Y con tu espíritu.
S: Daos fraternalmente la paz.
(Según sea la costumbre, se intercambia un signo de paz con los más cercanos).
R: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros (se
repite dos veces). Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.