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El 11

La otra parte del Evangelio, la primera, recoge unas palabras de Jesús sobre los que
hacen de la vida una exhibición y de sí mismos una fachada. No les importa vivir ni amar ni
hacer sino sólo ser vistos, ocupar los puestos de privilegio y de honor, ser aplaudidos y
homenajeados. Eso que existe en el mundo de la política o de la empresa existe también,
dice Jesús, en el ámbito de lo religioso. En este mundo, los que hacen eso son más
hipócritas si cabe por cuanto ponen su relación con Dios como excusa para devorar los
bienes de los pobres. De esta forma, Jesús pone en contraposición dos actitudes ante la
vida: la de los que buscan nada más que su propio bienestar y para ello no dudan en
engañar y aparentar lo que no son ni tienen y la actitud de los que compartiéndolo todo, sin
medida, con absoluta generosidad, como la pobre viuda, tienen un tesoro inmenso en su
corazón. Jesús nos viene a decir que vivir en plenitud es una cuestión de generosidad, de
compartir sin medida, de no querer acaparar sino de dar todo lo que se tiene. 
El 12
Auméntanos la fe
Es posible que detrás de la palabra “escándalo” tengamos conceptos, interpretaciones,
representaciones… variadas. Muchas veces decimos que hay gente que se
escandaliza por muy poca cosa, o por cosas que apenas tienen importancia.
En el evangelio que escuchamos hoy, es seguro que cuando Jesús habla del
escándalo no se está refiriendo a ese tipo de cosas. La rotunda afirmación que realiza
nos está indicando que habla de aquellos que, con su actuación, están causando un
daño grave a los pequeños, los débiles, los que no tienen posibilidades de defensa. En
cualquier ámbito o esfera de la existencia. Y nuestra comunidad eclesial no está libre
del escándalo producido por sus miembros… ¡qué importante será no mirar para otro
lado y saber poner el remedio posible!
Del escándalo, Jesús pasa de inmediato al tema del perdón. Un perdón que
tendríamos que ser capaces de otorgar siempre. Los apóstoles se dan cuenta de que
la propuesta de Jesús supone muchas veces dificultades casi insuperables, y se
dirigen a Él, esta vez sí, con la petición más adecuada: auméntanos la fe.

El 13
Jesús le da un vuelco con la invitación a “hacerse como niños”. Y aquí los occidentales
tenemos que cambiar un poco la cabeza: el niño del mundo semita no era el inocente, el
encantador… sino el que para nada vale, el que nada merece porque nada bueno ha
hecho… Al niño sus padres le dan todo gratis, por puro cariño. Y Jesús advierte que “el
que no reciba el Reino de Dios como lo recibe un niño no entrará en él” (Mc 10,15). El
Padre nos lo da por puro cariño.
Además de la presunción de haber hecho mucho por Dios, puede darse también la de
“pasar factura a los hermanos”, con el orgullo altanero de haberlos servido mucho, de
haber hecho esto y lo de más allá por ellos, traduzcamos “por la parroquia”, “por el
grupo”… Y surge la tentación de llamarles ingratos. La invitación de Jesús sería la misma:
consideraos unos pobres siervos, no habéis hecho más que lo que os tocaba hacer. El
engreimiento nunca es evangélico y el restregar a los demás el bien que se les ha hecho
priva a esas buenas acciones de su natural nobleza.
El 14
Jesús derriba muros y crea vida en comunión. Según el cuarto evangelio, la misión de
Jesús tiene por objeto “que tengamos vida y la tengamos abundante” (cf. Jn 10,10). Por
tanto, el auténtico seguidor de Jesús tiene que ser un creador y distribuidor de vida,
destructor de barreras y aliviador de dolores, activo inconformista con todo tipo de
sufrimiento y de división.
Nuestro evangelista añade todavía un rasgo llamativo: de los diez leprosos curados, sólo
el samaritano da gloria a Dios y se postra agradecido ante Jesús. Era el doblemente
excluido, por leproso y por heterodoxo o hereje. Jesús enseña a no juzgar ni condenar, y a
que nadie considere la bondad como patrimonio suyo y de los de su bando. También en el
corazón de “los otros” se aloja frecuentemente una exquisita sensibilidad, incluso a veces
superior a la de “los de siempre”

El 15

El reino de Dios está dentro de vosotros


En el evangelio de hoy vemos a “unos fariseos” preguntando a Jesús cuándo iba a ser
la llegada del reino de Dios. Jesús, en un primer momento les responde dos cosas
claras: que el reino no vendrá espectacularmente y que “el reino de Dios está dentro
de vosotros”.
Bien sabemos que el núcleo central de la predicación de Jesús fue el reino de Dios.
De manera directa o indirecta todas sus palabras nos hablan de él. Nos asegura que
Dios no se contenta con habernos creado y dejarnos a nuestra suerte. Quiere, para
echarnos una mano, entrar en relaciones estrechas con todos nosotros, como Rey y
Señor de nuestra vida, porque es nuestro Dios. Quiere que le dejemos regir y guiar
nuestro corazón, nuestra inteligencia, nuestra vida entera. Y que no tengamos a
ninguna creatura humana como nuestro Rey y Señor. Que amemos a todos los
hombres y mujeres como hermanos, pero que a nadie de ellos le hagamos nuestro
Dios, nuestro Rey.
Jesús nos hace esta propuesta porque sabe que teniendo a Dios como nuestro Rey,
dejándonos guiar por él, nos irá bien en la vida y encontraremos el camino adecuado
para vivir con emoción, con sentido, con esperanza, con alegría en esta tierra,
esperando el segundo tiempo del reinado de Dios, después de nuestra muerte, cuando
sólo Dios y nadie más que Dios, que es Amor, reine en nuestra vida, y todos los
contrarios a Dios, empezando por el mal, sean destruidos para siempre

El 16

El que pretenda guardarse su vida la perderá


Este texto del evangelio de Lucas es conocido como pequeño apocalipsis, para
distinguirlo de otro pasaje más amplio del mismo estilo en el capítulo 21. Se trata de la
venida gloriosa del Hijo del Hombre que llegará sin avisar; los grandes eventos
salvadores en la historia humana siempre nos han encontrado desprevenidos. Parece
no entra nunca en nuestros cálculos el hecho de que nuestra salvación dependa ahora
de la venida en poder del Hijo del Hombre. Y si no admitimos esta vivencia salvadora,
amén de estar vitalmente despistados, nada tendrá valor y nada avalará nuestra
salvación. Por eso el seguidor del Maestro debe vivir con la tensión de la conversión,
esté o no próxima la venida del Señor: siempre dispuestos a dar cuenta de nuestra
vida y servicios. Y esta actitud no se improvisa, es cierto, pero se mantiene la
esperanza si hay empeño de seguir con fidelidad a Jesús de Nazaret. El que pretenda
guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará, al mejor modo del grano
de trigo que cae en tierra y da fruto. Excelente forma de estar siempre dispuestos.

El 17

Es preciso orar siempre sin desfallecer


Jesús es el Maestro y nosotros, los cristianos, somos sus discípulos, somos los que
acogen sus enseñanzas. Hoy Jesús nos enseña a orar, que es la vía para estar en
constante comunicación con Dios. Él mantenía una relación  continua con su Padre
Dios y a esto insta Jesús a sus discípulos y, por supuesto, también a nosotros: a orar
siempre sin descanso. “El espíritu está pronto pero la carne es débil”. Él sabe que
llegarán momentos en que nos cansemos de orar, por eso nos ilustra esta enseñanza
con una parábola, para decirnos, entre otras cosas, que cuando lleguen esos
momentos hay que seguir orando.
Tenemos que tener muy claro que la oración es el cordón umbilical que nos une a Dios
y por tanto es el medio por donde nuestro espíritu y nuestra fe se alimentan, por donde
nos llega la vida, así que sin oración el cristiano está muerto. La oración es el
termómetro de nuestra fe, según sea tu oración así será tu fe, pues la fe va creciendo
con la oración. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: “El fruto de la oración es la
fe”
Jesús nos dice que nuestra oración tiene que ser perseverante, sin descanso, día y
noche, sin desanimarnos nunca, sabiendo que Dios nos escucha siempre. A veces
aparecerán  silencios largos por parte de Dios,  pero nosotros debemos seguir orando
pues aunque  su tiempo no es nuestro tiempo, Él antes o después en su gran
misericordia atenderá nuestras súplicas.
Entrada y saludo inicial. 
S: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. 
R: Amén. 
S: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del
Espíritu Santo estén con vosotros. 
R: Y con tu espíritu.

Acto penitencial. 
S: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros
pecados. 
R: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado
mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi
gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los
santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor. 
S: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y
nos lleve a la vida eterna. 
R: Amén. 
S: Señor, ten piedad. 
R: Señor, ten piedad. 
S: Cristo, ten piedad. 
R: Cristo, ten piedad.
S: Señor, ten piedad. 
R: Señor, ten piedad.

Gloria. (Domingos y días festivos). 


R: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por
tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te
damos gracias. Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor Hijo
único, Jesucristo, Señor Dios Cordero de Dios, Hijo del Padre; Tú que quitas el
pecado del mundo, ten piedad de nosotros; Tú que quitas el pecado del mundo,
atiende nuestra súplica; Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de
nosotros; Porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo Jesucristo. Con
el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre. Amén.

Final de la oración. 
S: Por Jesucristo... que vive y reina por los siglos de los siglos (otra versión: Por
Jesucristo nuestro Señor). 
R: Amén.

Liturgia de la Palabra 
(Final de la 1ª y 2ª lectura)
Lector: Palabra de Dios. 
R: Te alabamos, Señor. 
(Lectura del Evangelio)
S: (Al inicio) El Señor esté con vosotros. 
R: Y con tu espíritu. 
S: Lectura del Santo Evangelio, según San... 
R: Gloria a ti, Señor. 
S: (Al final) Palabra del Señor. 
R: Gloria a ti, Señor Jesús.

Profesión de fe: Credo. (Domingos y festivos).


R: Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en
Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del
Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó
de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre
todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu
Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los
pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

Presentación de las ofrendas. 


S: (Pan) Bendito seas, Señor... será para nosotros pan de vida. 
R: Bendito seas por siempre, Señor. 
S: (Vino) Bendito seas, Señor... será para nosotros bebida de salvación. 
R: Bendito seas por siempre, Señor. 
S: Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios,
Padre todopoderoso. 
R: El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su
nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

Plegaria eucarística.
S: El Señor esté con vosotros. 
R: Y con tu espíritu. 
S: Levantemos el corazón. 
R: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
S: Demos gracias al Señor nuestro Dios. 
R: Es justo y necesario.
S: (Proclama el Prefacio correspondiente al día).
R: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están los cielos y la
tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.

Después de la consagración. 
S: Éste es el Sacramento de nuestra fe. 
R: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!

Final de la plegaria eucarística. 


S: Por Cristo... todo honor y toda, gloria, por los siglos de los siglos.
R: Amén.

Rito de la comunión. 
(Recitación del Padrenuestro)
R: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a
nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy
nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos
del mal. Amén.
S: Líbranos... esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. 
R: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.

Rito de la paz. 
S: Señor Jesucristo... vives y reinas por los siglos de los siglos. 
R: Amén., 
S: La paz del Señor esté siempre con vosotros. 
R: Y con tu espíritu. 
S: Daos fraternalmente la paz. 
(Según sea la costumbre, se intercambia un signo de paz con los más cercanos). 
R: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros (se
repite dos veces). Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.

Comunión de los fieles. 


S: Éste es el Cordero de Dios... invitados a la Cena del Señor. 
R: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará
para sanarme. 
S: El Cuerpo de Cristo. 
R: Amén.

Rito de conclusión y despedida. 


S: El Señor esté con vosotros. 
R: Y con tu espíritu. 
S: La bendición de Dios todopoderoso... (todos se santiguan) descienda sobre
nosotros. 
R: Amén. 
S: Podéis ir en paz. 
R: Demos gracias a Dios.

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