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Acudir a la Mesa.

“Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa”
( 1Corintios 11:28)

Las palabras que forman el titúlo de este capiíulo se refieren a una cuestión
de vasta importancia. Se trata del sacramento de la Cena del Señor.
Quizá no haya ninguna otra parte de la religión Cristiana que se
malentienda tanto como la Cena del Señor. Con ningún otro aspecto ha
habido tantas disputas, peleas y controversias desde el comienzo del
cristianismo. En ninguna otro cuestión han causado tanto daño los errores.
Aún hoy mismo la batalla sigue arreciando, y parese que los cristianos están
divididos sin esperanza. La ordenanza misma que se concibió para nuestra
paz y para nuestro provecho sea convertido en motivo de discordia y en
ocasión para el pecado. ¡Estas cosas no deverían ser así!
No estoy pidiendo disculpas por incluir la Cena del Señor entre los
aspectos pricipales del cristianismo práctico. Creo firmemente que las
opiniones ignorantes o las falsas doctrinas referentes a este sacramento son
la causa de la mitad de las actuales divisiones de los que se confiensan
cristianos. Algunos lo descuidan por completo; otros lo entienden de forma
totalmente errónea; otros lo exaltan hasta un nivel que nunca se pretendió
que ocupara, y lo convierten en un ídolo. Si consigo arrojar un poco de luz
sobre este asunto y aclarar las dudas de algunas mentes, me sentiré muy
agradecido. Me temo que no vale la pena esperar que la controversia acerca
de la Cena del Señor vaya a cerrarse definitivamente antes de que Cristo
vuelva. Pero no es damasiado descabellado pensar que la niebla, el misteri y
la oscuridad que la rodean en algunas mentes se puedan disipar por medio
de la clara verdad de la Biblia.
Al examinar el sacramento de la Cena del Señor, me contentaré con
formular cuatro pregunta prácticas y ofreserles respuesta.
1. ¿Por qué se ordeno la Cena del Señor?
2. ¿Quiénes deberían acudir a la Mesa y ser comulgantes?
3. ¿Qué pueden esperar de la Cena del Señor los comulgantes?
4. ¿Por qué hay tantos entre los que se dicen cristianos que nunca acuden a la Mesa del
Señor?
Creo que será imposible tratar estas cuatro cuestiones con
justicia,honestidad y imparcialidad si no analizamos el tema de este capítulo
más claramente y sacamos algunas ideas nítida y prácticas acerca de los
principales errores que proliferan en nuestros días. Digo “prácticas” con
toda la intención. Mi objetivo fudamental al escribir este libro es fomentar el
cristianismo práctico.
1. En primer lugar, ¿Po qué se ordeno la Cena del Señor?
Respondo a esta pregunta con las palabras del Catecismo de la Iglesia.
Estoy seguro de que no puedo mejorarlas. Se ordenó “Para memoria
continua del sacrificio de la muerte de Cristo, y de los beneficios que
recibimos de ella”. El pan que se parte, se da y se come en la Cena del Señor
pretende recordarnos el cuerpo de Cristo, que se entrego en la cruz por
nuestros pecados. El vino que vertemos y tomamos pretende recordarno la
sangre que Cristo derramó en la cruz por nuestros pecados. Todo aquel que
come de ese pan y bebe de ese vino, gracias a ello, recuerda de la forma más
intensa y contundente los beneficios que Cristo a obtenido para su alma, y
evoca la muerte de Cristo, como el eje en torno al cual girany del cual
dependen todos esos beneficios.
Ahora bien, ¿Esta perspectiva que he establecido aquí se corresponde con
la doctrina del Nuevo Testamento? Si la respuesta es no, que sea rechazada
para siempre, dejada a un lado y negada por los hombres. Si la respuesta es
si, no nos avergoncemos jamás se asirnos de ella, declarar que la creemos,
poner en ella nuestra fe y negarno categóricamente a aceptar alguna otra
perspectiva, no importa quien la enseñe. En cuestione como esta, no
debemos llamar señor a ningun hombre. Poco valor tiene lo que los grandes
obispos y los teólogos eruditos hayan considerado más apropiadó publicar
acerca de la Cena del Señor. Si su enseñanza se sale de lo que hay en la
Palabra de Dios, no debemos creerles.
Tomo mi Biblia y busco el Nuevo Testamento. Allí encuentro nada menos
que cuatro narraciones distintas de la primera institución de la Cena del
Señor. Cuatro autores, S. Mateo, S. Marcos, S. Lucas y S. Pablo, la describen:
Los cuatro concuerdan en decirnos lo que nuestro Señor hizo en esta
memorable ocasión. Solo dos nos cuentan la razón que dio nuestro Señor de
por qué sus discípulos debían comer del pan y beber de la copa.S. Pablo y S.
Lucas recogen ambos aquella notables palabras: “Haced esto en memoria de mi”. S.
Pablo añade su propio comentario inspirado: “Por que todas las veces que
comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor proclamáis (o
anunciáis o mostráis) hasta que el Venga” (Lucas 22:19; 1Corintios 11:25-26
LBLA). Cuando la Escritura habla tan claramente, ¿Por qué no pueden
contentarse los hombres con ello? ¿Por qué hemos demistificar y confundir
una cuestión que es tan simple en el Nuevo Testamento? La “memoria
continua de la muerte de Cristo” fue el único gran objetivo para el cual se
ordenó la Cena del Señor. Quien va más allá está añadiendo a la Palabra de
Dios, y lo hace con gran riesgo para su alma.
Ahora bien, ¿Es razonable suponer que nuestr Señor estableciera una
ordenanza para un fin tan simple como el de “mantener la memoria de su muerte” ? Con
toda certeza. De entre todos los hechos de su ministerio terrenal, ninguno
iguala al de su muerte. Fue a la gran satisfacción por el pecado del hombre,
la cual Dios había designado en su pacto desde la fundación del mundo. Fue
la gran expiación de omnipotente poder a que apuntaban continuamente
todos los sacrificios de animales desde la Caída del hombre. Fue el gran fin y
el gran propósito por el cual vino el Mesías al mundo. Fue la piedra angular y
el fundamento de todas las esperanzas humanas de perdón y de paz con
Dios. En resumen, ¡Cristo habría vivido, enseñando, predicando, profetizado
y hecho milagros en vano, si no lo hubiera coronado todo muriendo por
nuestros pecados como nuestro sustituto! Su muerte fue nuestra vida. Fuen
el pago de nuestra deuda con Dios. Sin su muerte, habríamos sido las más
desdichadas de todas las criaturas. No es de extrañar que se extableciera
una ordenanza especial para recordarnos la muerte de nuestro Salvador. Es
la única cosa que el pobre y el débil pecador necesita que se le recuerde de
continuo.
¿El Nuevo Testamento autoriza a los hombres que la Cena del Señor fue
ordenada para ser un sacrificio, y que en elle el cuerpo y la sangre de Cristo
están presentes bajo la forma del pan y el vino? ¡De ninguna manera!
Cuando el Señor Jesús dijo a sus discípulos: “Esto es mi cuerpo”, y “Esto es
mi sangre” (Mateo 26:26-28), evidentemente quería decir: “Este pan que
tengo la mano es un emblema de mi cuerpo, y esta copa de vino que tengo
en la mano contiene un emblema de mi sangre”. Los discípulos estaban
acostumbrados a oírle utilizar este tipo de lenguaje. Recordaban que su
Maestro había dicho: “El campo es el mundo: y la buena semilla son los hijos
del reino” (Mateo 13:38). Ni por un instante se les pasó por la cabeza pensar
que su Maestro quería decir que en sus manos estaba sosteniendo su propio
cuerpo y su propia sangre, y que literalmente les estaba dando su cuerpo y
su sangre físicos a comer y a beber. Ninguno de los autores del Nuevo
Testamento habla nunca del sacramento como de un sacrificio, ni llama
“altar” a la Mesa del Señor, ni siquiere insinúa que el ministro cristiano
pueda ser un sacerdote que oficia un sacrificio. La doctrina universal del
Nuevo Testamento dice que, despúes del sacrificio único de Cristo, ya no
hay necesidad de más sacrificios.
¿El libro de Oración inglés autoriza a los clérigos a decir que la Cena del
Señor se instituyó con el propósito de ser un sacrificio, y que el cuerpo y la
sangre de Cristo están presentes bajo las formas del pan y del vino? Una vez
más respondo: ¡De ninguna manera! Ni una sola vez encontramos la palabra altar
en el Libro de Oración: ni una sola vez se llama sacrificio a la Cena del Señor.
En toda la sección que se refiere al culto de comunión, la única idea de la
ordenanza hacia la cual se nos llama continuamente la atención es la de
“memoria” de la muerte de Cristo. En cuanto a que haya presencia del
cuerpo y la sangre físicos de Cristo bajo las formas del pan y del vino, la
rúbrica que aparece al final de esa sección contradice dicha idea de la forma
más llana y clara. La rúbrica en cuestión afirma de manera expresa que “el
cuerpo y la sangra físicos de Cristo están en el Cielo, y no aquí”. Aquellos
clérigos, por llamarlos de algún modo, que se deleitan en hablar del “altar” ,
el “sacrificio”, el “sacerdote” y la “presecia real” que hay en la Cena del
Señor harian bien en recordar que están utilizando un lenguaje que la Iglesia
de Inglaterra no emplea jamás.
La verdad que tenemos ante nosotros es de vasta importancia.
Aferrémonos finarmente a ella y no la soltemos nunca. En relación con la
cuestión, nuestros Reformadores tuvieron su más dura controversia con los
católicos romanos, y prefirieron ir a la hoguera en vez de ceder. Antes de
admitir que la Cena del Señor era un sacrificio, entregaban sus vidas con
alegría. Establecer otra vez la doctrina de la “presencia real” y volver a
transformar aquella buena comunión inglesa de antaño en la “misa” católica
romana es verter despricio sobre nuestros mártires y trastocar los principios
fundamentales de la Reforma Protestante. No, más bien es hacer caso omiso
de la clara enseñanza de la Palabra de Dios, y supone una deshonra para
función sacerdotal de nuestro Señor Jesucristo. La Biblia enseña
expresamente que la Cena del Señor se órdeno para ser “una memoria del
cuerpo y la sangre de Cristo”, y no una ofrenda. La Biblia enseña que la
muerte vicaria de Cristo en la cruz fue el único sacrificio perfecto por el
pecado, y que no hace falta repetirlo nunca más. Afirmémosnos bien sobre
estos dos grandes principios de la fe cristiana. Tener un concepto claro de la
intención de la Cena del Señor es una de las mejores salvaguardas del alma
contra los errores de los tiempos modernos.
2. En segundo lugar, permíteme tratar de mostrarte quiénes deberían ser
comulgantes. ¿Qué clase de personas se pretendia que acudieran a la Mesa
y recibieran la Cena del Señor?
Las cosas quedarán más claras si primero quiénes no tendrían que
participar de esta ordenanza. La ignorancia que prevalece en esta materia,
así como en todos los demás aspectos de la cuestión, es vasta, lamentable y
terrible. Si soy capaz de aportar algo que pueda arrojar luz sobre el asunto,
me sentire muy agradecido. Los principales gigantes que describe Juan
Bunyan en “El progreso del peregrino”, que tan peligrosos resultaban para
los peregrinos cristianos, eran dos: “Papa” y “Pagano”. Si aquel buen
puritano de antaño hubiera podido ver los tiempos en que vivimos, habría
dicho cuatro cosas sacerca del gigante “Ignorancia”.
a. No es correcto apremiar a todos los bautizados a convertirse en
comulgantes. Hay que tener en cuenta la aptitud y la preparación para la
ordenanza. No funciona como una medicina, que no depende del estado
mental de quienes la reciben. La enseñanza de los que presionan a toda su
congregación acercarse a la Mesa del Señor, como si el mero hecho de
hacerlo tuviera necesariamente que beneficiar a todo el mundo, está totalmente
desautorizada en la Escritura. No, más bien es una enseñanza calculada para
causar un inmenso daño a las almas de los hombres y para convertir la
recepción del sacramento en un simple rito. La ignorancia no puede ser
nunca el origen de una adoración aceptable, y un comulgante ignorante que
acude a la Mesa del Señor sin saber por que razón lo hace está
completamente fuera de lugar. “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así
del pan, y beba de la copa” (1Corintios 11:28). “Discernir (…) el cuerpo del
Señor” (1Corintios 11:29)- es decir, comprender lo que representan los
elementos del pan y el vino, por qué se designaron y qué sentido especial
tiene recordar la muerte de Cristo- es un requisito esencial para ser un
verdadero comulgante. Dios “manda a todos los hombres en todo lugar, que
se arrepientan” (Hechos 17:30); pero él no manda a todos del mismo modo,
ni de la misma manera, que acudan a la Mesa del Señor. No; ¡este acto no
puede tomarse de forma inconsciente, a la ligera y sin ningún cuidado! Es
una ordenanza solemne, y debería practicarse con toda solemnidad.
b. Pero esto noe s todo. Los pecadores que viven abiertamente en pecado, y
están decididos a no abandonarlo, en ningún caso deberían acudir a la Mesa
del Señor. Hacerlo es un verdadero insulto hacia Cristo y equivale a verter
desprecio sobre su evangelio. Es un insensatez profesar que desea-

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