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LA «NUEVA

NORMALIDAD»
29 DE ABRIL, 2020 · ACTUALIDAD> ACTUALIDAD GLOBAL

España, Francia o Italia empiezan ya el desconfinamiento. Las cifras absolutas de


nuevos contagios están en el mismo rango que cuando comenzaron. Y las
muertes siguen siendo más de 300 al día en los tres países. El peligro de la
«desescalada» es evidente. Pero es que el objetivo de los gobiernos no es acabar
con la epidemia y retomar la normalidad cuando sea seguro sino recuperar la
actividad económica, incluso en hostelería y turismo, aceptando «convivir» con
la epidemia y sus consecuencias mientras las cifras de pacientes que requieren
UCI no desborden el sistema sanitario. Esa es la «nueva normalidad» que buscan
y que va a cambiar las condiciones de vida, la organización del trabajo y hasta la
división internacional del trabajo.

La «nueva normalidad», decretada a marchas forzadas, al poner el listón en la no


saturación de UCIs significa aceptar contagios y muertes que de continuar las
medidas de confinamiento no tendrían por qué producirse. Es decir, significa
anteponer las inversiones a las vidas y pasar la responsabilidad de los nuevos
contagios, muertes y secuelas, desde el estado a los individuos, como si de éstos
dependiera no encontrarse nunca a menos de dos metros de otras personas.

En vez de mantener las condiciones sociales que reducen el riesgo, le tiran la


pelota a una sociedad atomizada y le dicen que cambie su modo de vivir para
intentar sobrevivir indemne a una epidemia arrolladora. Si sale mal, es culpa
nuestra. El mensaje era explícito hace tres días en Spiegel:

Si no ocurre ningún milagro, y la experiencia ha demostrado


que los milagros raramente suceden, entonces la pandemia y
sus efectos continuarán acompañando a la sociedad durante
meses, si no años. En otras palabras, no habrá normalidad
como la de antes del covid hasta nuevo aviso. Nuestra forma de
vivir juntos es demasiado incompatible con frenar aún más la
propagación del virus. Ya sea por la forma en que trabajamos
juntos en oficinas, por cómo educamos a nuestros hijos o
dejamos que jueguen en los parques infantiles, por cómo
celebramos fiestas o por cómo vamos de compras. Demasiados
pilares de nuestra sociedad se basan en el hecho de que las
personas están (demasiado) cercanas entre sí, ya sea en el
trabajo, en el teatro o en el estadio de fútbol. ¿Qué podemos
hacer? Es necesario un nuevo estándar.

«Curiosamente», ese nuevo estándar, esa «nueva normalidad», acelera aún más la
tendencias de fondo que el capital lleva empujando durante las últimas décadas.

Virtualización, teletrabajo y «riders»

MINISTRO ALEMÁN DE TRABAJO.

En Alemania el gobierno ya ha anunciado el reconocimiento del «teletrabajo»


como un «derecho social»: si tu trabajo es virtualizable puedes elegir hacerlo en
remoto. Según las estadísticas alemanas, un 20% de los puestos de trabajo podría
virtualizarse.

En la práctica eso supone para los trabajadores: tomar como propios costes de la
empresa, sufrir una mayor atomización y pasar a sistemas de gestión del trabajo
por objetivos que son la versión moderna del destajo. Respecto a la
«voluntariedad», las cosas no son tan fáciles. Como ocurre ya en no pocas
empresas de servicios, si la empresa ve la oportunidad, reducirá costes de
oficinas, dejando mesas y espacios para solo un cierto porcentaje de trabajadores.
Eres bienvenido si quieres trabajar allí, pero ni tienes un lugar asignado ni nadie
te garantiza que vaya a haber sitio cuando llegues. Como la carga de trabajo del
día se fija individualmente, ¿quién va a arriesgarse a ir para tener que volver?
Todo muy voluntario, eso sí.

Por supuesto, la tendencia también afecta a la pequeña burguesía agraria y


comercial, a la que obliga a gastos improductivos como la promoción aunque sea
en ferias virtualizadas, e incorporar servicios de entrega a domicilio y venta
online o desaparecer. Resultado: más «riders» ultraprecarizados y más capital a
colocar en las empresas de «delivery».

Y, para que no digamos que no dan ejemplo, las grandes empresas también han
modificado la forma de sus Juntas hacia la virtualidad. Menos costes, pero sobre
todo más control centralizado para la burguesía corporativa sobre las empresas
que gestiona.

Automatización de los servicios

SUPERMERCADO AUTOMATIZADO

Con las terrazas y bares de toda la vida convertidos en posibles focos de contagio,
las condiciones parecen darse para realizar un viejo sueño del capital:
automatizar los servicios de proximidad: hostelería, talleres mecánicos,
lavanderías… Contaba en estos días The Guardian:

Algunos grupos tecnológicos ya están experimentando con


puntos de venta minoristas que no requerirán pagos o cajeros
dirigidos por humanos. Amazon, que se ha expandido a la
venta de comestibles, tiene un supermercado en Seattle sin
asistentes de pago, confiando en su lugar en sensores para
rastrear lo que los compradores retiraron de los estantes,
utilizando la tecnología «solo salir» para facturar a los clientes y
finalizar las colas. McDonald’s está cambiando a los quioscos
de auto pedido en sus restaurantes, eliminando la necesidad de
que los clientes hablen con los trabajadores en el mostrador.
Otros trabajos en los que la automatización ha cobrado su
precio incluyen trabajadores de lavandería, trabajadores
agrícolas y montadores de neumáticos, entre los cuales los
números han disminuido en un 15% o más, dijo el ONS, ya que
las máquinas han reemplazado la mano de obra.

El comercio automatizado «limpio y seguro», está ya escalando en Asia. Cadenas


chinas se plantean la automatización total de las cafeterías. Las ventajas
competitivas son cafés más baratos que los rivales: 30 yuan por un café en un
establecimiento con personal, 9.9 yuan en una cafetería automatizada, todo eso
en un negocio nacional del café que mueve un billón de yuanes (más de 14.000
millones de dólares). Una colocación fantástica para el capital. Pero ¿qué
representa para los trabajadores en un contexto de caída general de la demanda y
bajada en picado de los salarios? Desempleo.

Renacionalización de cadenas
estratégicas

Desde que comenzó la epidemia en China y las cadenas de producción


globalizadas comenzaron a resentirse, comenzaron a aparecer artículos en todos
los medios llamando a la renacionalización de los segmentos estratégicos. Lo que
en principio era un paso más allá en la constación de la fragilidad de procesos
productivos en los que cada fase depende de la anterior y cada una se hace en un
país, en un contexto de guerras comerciales, se convirtió pronto en un auge de
los discursos de «patriotismo económico». Por si fuera poco, la carencia de
suministros médicos suficientes elevó la discusión a problema de salud pública.

Se hizo evidente que la renacionalización de procesos productivos que venía


siendo impulsada por la guerra comercial iba a acelerarse y que sería «el fin de la
economía mundial como la conocimos». Hoy ya no es una perspectiva. Buena
parte de las empresas estadounidenses y japonesas en China han comenzado ya
«planes de salida».

Pero la renacionalización no será como vendieron desde Trump a Bové, la


reaparición de miles de puestos de cadena de montaje bien pagados. Lo que
sustituirá a la producción en Asia serán talleres altamente automatizados y
seguramente precarizados. De lo que se trata no es de «conseguir empleos para
los trabajadores» sino de crear aplicaciones rentables para el capital. Si va unido
al «pacto verde» con sus dosis de subvenciones y proteccionismo, aún mejor para
el capital: más seguridad en el retorno, más volumen a colocar, más
productividad en términos de ganancia por trabajador. Es decir, más explotación
para unos pocos trabajadores en EEUU o Europa y más paro y miseria para los
trabajadores de las fábricas asiáticas.

Y a medio plazo…

SANATORIO PARA TUBERCULOSOS EN SANTA COLOMA HACE UN SIGLO.

Los cambios que acelera la «nueva normalidad» no acaban ahí desde luego. Las
vacaciones de los trabajadores no volverán a ser lo mismo y las oportunidades de
trabajo que el turismo ha dado históricamente se van a ver muy reducidas
durante los próximos dos años con casi total seguridad. Los aviones
probablemente volverán a ser caros durante bastante tiempo.

La vieja pesadilla de los «sanatorios» de tuberculosos volverá como parte de los


servicios de salud para cubrir la necesidad de camas hospitalarias de larga
ocupación. Un nuevo subsector inmobiliario que dará salida a los grandes fondos
y tendrá asegurada la rentabilidad con dinero del estado. ¿Que las residencias de
mayores han sido una masacre precisamente por aplicar «bien» la lógica de la
rentabilidad? ¿Quién va a acordarse de eso cuando nadie quiera hablar de la
epidemia interminable y cada nuevo puesto de trabajo sea un tesoro?

Y vendrán más cambios que querrán imponernos como «nueva normalidad».


Los ámbitos y los ritmos cambiarán, pero todos ellos tendrán al menos dos
elementos en común: todos estarán supeditados a servir de colocación a masas de
capital hoy temerosas y todos serán distintas formas, distintas vías, para articular
una transferencia masiva de rentas del trabajo al capital. El «desescalado» es una
muestra descarada y siniestra de que lo que guía a los gobiernos no son las
necesidades humanas -empezando por no contagiarse y morir o tener secuelas el
resto de la vida cuando es evitable- sino la de las inversiones que exigen
recuperar rentabilidad. Las necesidades humanas universales nunca van a estar
para ningún gobierno nacional por encima de la «salud de la economía», es decir,
la vitalidad del capital nacional. No caben silogismos, el capital es solo el
«derecho económico» a explotarnos. Y ahora a explotarnos aún más. No hay
compatibilidad y cada vez la va a haber menos entre capital y necesidades
humanas. Estas solo encontrarán defensa en nuestras luchas.

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