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La unidad doméstica y las unidades de producción. Propuesta


interdisciplinaria de estudio

Chapter · January 2007

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Linda Rosa Manzanilla


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EL
COLEGIO
NACIONAL

MEMORIA
2007
LA UNIDAD DOMÉSTICA Y LAS UNIDADES DE PRODUCCIÓN
PROPUESTA INTERDISCIPLINARIA DE ESTUDIO1

LINDA R. MANZANILLA
Miembro de El Colegio Nacional

INTRODUCCIÓN

Las interacciones entre los individuos de una sociedad tienen lugar en


diversos sitios: en los escenarios de las actividades productivas, en los si-
tios de reproducción, en los puntos de intercambio, en el ámbito público
y en el privado. Este trabajo pretende abordar el tema de la metodología
interdisciplinaria que hemos aplicado al estudio del ámbito privado de
los moradores de grandes capitales prehispánicas, como Teotihuacan.
La arqueología es una ciencia observacional que estudia patrones de
conducta, y está limitada por su objeto de estudio, que son las trazas ma-
teriales de las actividades humanas, pero aquellas que son repetidas una
y otra vez en el mismo espacio, y que dejan restos —sea macroscópicos
como artefactos, ecofactos, materias primas, desechos y construcciones; sea
microscópicos, es decir, concentraciones de compuestos químicos, polen,
fitolitos, ADN.
Las escalas de análisis espacial son unidades territoriales incluyentes en
las que están plasmadas estas interacciones: desde las áreas de actividad
femeninas o masculinas, individuales o colectivas, pasando por el espacio
arquitectónico rodeado por tres o cuatro muros, la casa de una familia,
sus espacios externos de actividad, las unidades residenciales multifami-
liares, el grupo de casas alrededor de plazas, el barrio, la comunidad y su
área de sustentación, la región y la macrorregión (Struever 1969 en Flan-
nery 1976: 5).
Este trabajo tiene como objetivo proponer una metodología interdis-
ciplinaria para abordar el tema de las actividades en los espacios domés-

1 Ponencia presentada en la Cuarta Mesa Redonda de Monte Albán: Bases de la Com-

plejidad Social en Oaxaca, Oaxaca.

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ticos de las sociedades prehispánicas, y sus transformaciones en el tiempo
(Manzanilla 2004b). Hemos probado esta metodología tanto en Teoti-
huacan (Manzanilla 1993, 1996) como en Cobá, Quintana Roo (Manza-
nilla 1987).
En varios trabajos, siguiendo a Flannery, hemos insistido en la im-
portancia que tiene abordar el tema de las áreas de actividad como las
unidades espaciales mínimas del registro arqueológico en la que las ac-
ciones sociales, repetidas, quedan impresas (Flannery 1976: 5-6; Flannery
y Winter 1976; Manzanilla 1986a, 1993). En nuestros proyectos, defini-
mos al área de actividad como concentraciones y asociaciones de mate-
rias primas, instrumentos, productos semiprocesados y desechos en su-
perficies específicas o en cantidades que reflejen procesos particulares
de producción, consumo, almacenamiento o desecho (Manzanilla
1986a: 11).
Más allá de la clasificación de Schiffer (1972) en áreas de abastecimien-
to, manufactura, uso-consumo, almacenamiento y desecho, hemos pre-
ferido contrastar los tipos de producción (sean éstos de elementos de
subsistencia, de manufactura y de construcción) contra los tipos de con-
sumo y uso que se hace de ellos (individual/familiar inmediato, repro-
ductivo, en la rama de la distribución y el intercambio, en la instancia po-
lítica y en la vida simbólica) (Manzanilla 1986b: 281).
Más allá de la determinación de trazas de diversas actividades en el es-
pacio doméstico inmediato de una unidad familiar (Manzanilla 1986a,
1993; Ashmore y Wilk 1988; Hendon 1996), es necesario abordar el tema
del tipo y la conformación de las unidades domésticas, las identidades y
su materialización en el registro arqueológico, las trazas de especialización
del trabajo, los indicadores de estratificación social y jerarquías. Un grupo
doméstico está formado por los individuos que comparten el mismo es-
pacio físico para comer, dormir, crecer, procrear, trabajar y descansar. Los
tres criterios básicos que nos permiten definir este concepto son: el de
residencia, el de actividades compartidas y el de parentesco (Manzanilla
1986a: 14).
Las unidades habitacionales incluyen la vivienda (con sus dormitorios,
cocinas, bodegas, traspatios, sectores de desecho, áreas para recrear el
ritual doméstico y el funerario) y las estructuras accesorias para almace-
nar, preparar alimentos, criar animales domésticos, cultivar hortalizas,
etcétera (ya Flannery y Winter 1976: 45 habían introducido el concepto
de “conjunto doméstico” o household cluster). Al analizar un sector deter-

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minado de un sitio arqueológico es necesario, pues, abordar el pro-
blema de la función específica a la que están destinadas las construc-
ciones.
Hemos insistido continuamente en el enorme potencial de las excava-
ciones extensivas controladas para comprender asociaciones de artefac-
tos, desechos y materias primas en superficies o volúmenes discretos.
Hemos basado nuestro trabajo en la premisa de que un grupo doméstico
es esencialmente un grupo que comparte actividades, como Ashmore y
Wilk (1988: 3) lo han señalado recientemente. Si bien algunos arqueólogos,
como Kent (1987: 2), han escogido una metodología etnoarqueológica
para abordar estudios espaciales, en particular para desarrollar métodos
de estudio de áreas de actividad, mi equipo interdisciplinario ha preferido,
sin embargo, análisis más convencionales que se basan en la interpreta-
ción de patrones de distribución de información arqueológica, osteoló-
gica, química y paleobiológica en estructuras domésticas (véase Manzani-
lla 1993, 2 vols.; 2004b; Manzanilla y Barba 1990; Barba y Manzanilla, en
Manzanilla 1987; Barba 1990a, 1986; Barba et al. 1987; Ortiz 1990; Ortiz
1991; véase también Binford 1983; Flannery 1976; Flannery y Marcus
2005; Hill 1968).
El grado de transparencia de estas unidades en el registro arqueológico
no sólo está relacionado a los procesos naturales y culturales de transfor-
mación (Rathje y Schiffer 1982; Seymour y Schiffer 1987), sino a las mo-
dalidades de abandono de un sitio (Manzanilla 1979; 1986b: 165; 2003a;
Schiffer 1988).
Quisiéramos ejemplificar nuestra metodología con nuestros proyectos
en el Valle de Teotihuacan, ya que la gran ciudad del horizonte Clásico
fue un gran asentamiento planificado y multiétnico, donde es posible es-
tudiar las múltiples dimensiones de las identidades y los comportamientos.
En ella se dio una nueva magnitud en el aprovechamiento de recursos, no
sólo en el abasto de alimentos, sino en el uso de la cal, la explotación de
rocas, yacimientos de obsidiana y arcillas; y en los movimientos de bienes.
Además los temas de especialización del trabajo y jerarquías sociales son
puntos esenciales de la vida de Teotihuacan. Esta evaluación tiene que
ser hecha de manera diacrónica, con el fin de precisar cuáles fueron las
nuevas estrategias de aprovechamiento de recursos después de la caída
de Teotihuacan, y cómo puede el arqueólogo analizarlas.

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METODOLOGÍA INTERDISCIPLINARIA

La metodología que proponemos se basa en las siguientes acciones:


1. Prospección geofísica y geoquímica, además de topografía y reconocimiento de
superficie. Se trata de una especie de radiografía de la superficie (Barba
1990b) que nos permite hacer una “cirugía” de la corteza terrestre más
precisa, con mayores elementos para elegir convenientemente las áreas
de excavación. Además de la aplicación sistemática de una retícula de re-
ferencia, generalmente utilizamos fotos aéreas de baja altitud con el fin
de individuar cambios de vegetación y de microrrelieve, correlacionados
con estructuras sepultas. Posteriormente, aplicamos una “batería” de téc-
nicas de prospección ideada por Luis Barba (Manzanilla y Barba 1994),
que incluye el uso de magnetómetros, resistivímetros y radar de penetra-
ción terrestre, con el fin de contrastar entre sí las anomalías magnéticas,
sobre todo las termorremanentes (como aquellas producidas al pasar el
aparato sobre un antiguo horno de cerámica), con la resistencia que los
muros de piedra sepultos ofrecen al paso de la corriente, o el rebote de
ondas electromagnéticas que impulsa el radar. Además, en los puntos
de intersección de la retícula, de manera sistemática, no sólo se toman
mediciones geofísicas, sino mediciones topográficas y muestras geoquí-
micas, para hacer mapas de fosfatos, carbonatos, pH y color en superficie,
y que permiten tener una idea de dónde podrían estar las zonas de mayor
concentración de desechos orgánicos, frente a aquellas donde se pudo
trabajar la cal, por ejemplo. Además se recolecta el 100% del material
arqueológico de superficie, por cada cuadro de un metro cuadrado. La
superposición de todos estos mapas, que están referenciados a una retí-
cula común, nos permite generar hipótesis sobre lo que puede estar in-
mediatamente bajo la superficie.

2. Excavación extensiva. Después de la prospección geofísica, geoquímica


y arqueológica del área por excavar, se lleva a cabo la excavación extensiva
de áreas habitacionales de los diversos momentos de la historia prehispá-
nica, en la que se establecen con precisión los niveles de ocupación con
sus áreas de actividad y estructuras (Manzanilla 1993, 1996; Manzanilla y
Barba 1994).
Además de delimitar la ubicación concreta de cada área de actividad,
su forma, dimensiones y espesor, matriz, contenido, componentes macros-
cópicos y asociaciones, se toman muestras de polen, fitolitos y flotación

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(macrofósiles botánicos) para establecer los restos de flora; todos los res-
tos óseos de fauna; restos óseos humanos; muestras de tierra y de los pisos
mismos para análisis químicos, con el fin de individuar actividades en
aquellos pisos que no tienen información de artefactos; muestras para las
diversas técnicas de fechamiento, con el fin de establecer la secuencia
cronológica. Generalmente utilizamos radiocarbono, hidratación de
obsidiana y arqueomagnetismo, aunque hemos tomado muestras siste-
máticas para termoluminiscencia y paleointensidades magnéticas. Ade-
más, los artefactos, materias primas y desechos permiten establecer las
distribuciones de entidades funcionales dentro de los espacios techados
y abiertos (Manzanilla 1993, 1996), una vez que nos hemos pregunta-
do sobre las formas de abandono y los procesos post-deposicionales que
pudieron alterar los contextos.

3. Estudio químico de pisos de estuco. Al introducir el estudio químico de


los pisos, observamos los siguientes fenómenos (Manzanilla y Barba
1990: 42):
a. Las zonas de descanso y dormitorio se encuentran en cuartos inter-
nos y, de existir solamente un cuarto, están ubicadas en un sector opuesto
al fogón, que se reconoce por un aumento en el pH del piso de estuco,
y un viraje de color hacia el oscuro.
b. Las zonas donde se preparan alimentos generalmente incluyen fo-
gones o puntos de ubicación del anafre o estufa portátil, que se correla-
cionan con bajos valores de fosfatos, cambios de color y pH alto. General-
mente es posible hallar semillas carbonizadas asociadas.
c. Las zonas donde se consumen alimentos son ricas en fosfato y bajas
en pH. Se encuentran localizadas cerca de las zonas de preparación, en
una banda semicircular. En ocasiones se detectan concentraciones anó-
malas de carbonato de calcio que son debidas a la preparación del nixta-
mal para las tortillas.
d. Las zonas donde se crían o guardan animales muestran concentra-
ciones altas de fosfato.
e. Las zonas de tráfico y circulación sufren desgaste y son pobres en
compuestos químicos.
f. Los patios rituales evidencian patrones muy diversos de concentracio-
nes químicas que implican el ir y venir desde los cuartos de preparación
del ritual hasta el altar, y de ahí al templo. Generalmente están asociadas
con objetos indicadores del ritual doméstico, como incensarios, sahume-
rios, esculturas, maquetas de templos, figurillas, etcétera. Si observamos

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con cuidado la pintura mural teotihuacana, podremos ver a diversos per-
sonajes ataviados como sacerdotes, en el acto de tirar semillas y otros
objetos junto con líquidos al suelo, actividades que dejan un enriqueci-
miento químico en el piso de estuco; estos actos han sido interpretados
generalmente como rituales de propiciación de la fertilidad (Barba,
Ortiz y Manzanilla, 2007).
Las diversas actividades en las que se derraman líquidos (como pulque,
caldos, sangre, etcétera) o cenizas de manera continua enriquecen los pi-
sos de estuco con compuestos químicos; prácticamente no muestran des-
plazamientos verticales ni horizontales. Ésta es una ventaja indudable
respecto de otros indicadores arqueológicos que sufren las transforma-
ciones naturales y culturales de que nos habla Schiffer.
En cuanto a los estudios sistemáticos de química en pisos de estuco
(Barba 1990a; Barba et al. 1996: 141), se llevan a cabo tres etapas:
1) Pruebas inorgánicas semicuantitativas para definir áreas particulares
para intensificar la investigación química.
2) Técnicas inorgánicas cuantitativas para lograr mayor certidumbre
sobre los resultados.
3) Pruebas orgánicas semicuantitativas en áreas específicas.
Los ácidos grasos pueden resultar de la contaminación de aceites, gra-
sas o resinas, como la que resulta del uso del copal. Las anomalías de car-
bohidratos son creadas por materiales ricos en azúcares y almidones,
como aquellos lugares donde se tiró pulque o pozole. Las soluciones que
contienen proteínas, como caldos donde se cocieron porciones de ani-
males o el destazamiento, resultan en residuos proteicos.
En sitios donde no son comunes los pisos de estuco, sino los apisonados
de tierra, se puede hacer la micromorfología de estas superficies (Courty,
Goldberg y MacPhail 1989, capítulo 7).

4. Paleoflora y paleofauna. Respecto a los estudios paleobotánicos, se uti-


lizan tres tipos de indicadores: el polen, los fitolitos y los macrofósiles bo-
tánicos (es decir, restos de tallos, hojas, semillas, etcétera). Además se
identifican todos los restos faunísticos, no sólo en cuanto a género y espe-
cie, sino qué parte del animal está presente; si tiene huellas de corte, de
modificación o de cocción; y por último, el mínimo número de individuos
así como los mapas de distribución en la unidad excavada, además de la
división entre fauna autóctona y alóctona. Así, el análisis de las especies flo-
rísticas y faunísticas presentes debe ser evaluada en relación al ambiente
que rodeaba al sitio en cuestión, al uso a que estaba destinada cada espe-

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cie, qué partes se consumen, con qué frecuencia, y qué tipo de dieta se des-
prende de esto. Al comparar estos datos en áreas habitacionales de diver-
sos tiempos, uno podría tener el cuadro del uso diferencial de recursos.
Sin duda alguna, habría que evaluar el sistema de abasto en sí, ya que
una entidad urbana tan organizada como Teotihuacan indudablemente
ejercía dominio sobre diversas áreas de la Cuenca de México. Este sistema
contrastaría evidentemente con el sistema de abasto de aldeas formativas
como Cuanalan (Manzanilla 1985), o aquel de los grupos epiclásicos
(Manzanilla y McClung 1997; Manzanilla, López y Freter 1996). Además,
habría que evaluar qué condiciones ambientales y climáticas prevalecen
en cada momento, para establecer la disponibilidad de recursos o su merma.

5. Estudio de artefactos y desechos. Obviamente se estudian todos los frag-


mentos y artefactos cerámicos, de lítica tallada y pulida, de hueso trabajado,
de concha trabajada, y se hacen los mapas de distribución pertinentes
(véase Manzanilla 1993, volumen I), no sólo de artefactos completos o
fragmentados, sino las huellas de manufactura evidentes en la presencia
de desechos de las diversas fases de procesamiento, materias primas, nú-
cleos, huellas de uso, etcétera. En las áreas de actividad se optimizan estos
estudios y se articulan con los ecofactos, los resultados del estudio de los
compuestos químicos y los de las técnicas de fechamiento. Así, se pueden
establecer no sólo cronologías relativas, sino aspectos funcionales asocia-
dos al uso de los artefactos; consideraciones sobre los procesos productivos
cuando están presentes materias primas y, sobre todo, desechos de ma-
nufactura.
No está de más reiterar la importancia de las asociaciones funcionales
que nos dan los contextos arqueológicos excavados.

6. Química en fondos de vasijas. En sexto lugar, el análisis de los conteni-


dos de las vasijas de cocción de alimentos, almacenamiento y servicio,
además de piedras de molienda y raspadores permite conocer qué recur-
sos perecederos se consumen, cómo se preparan y qué tan balanceada es
la dieta. Los análisis de carbohidratos, ácidos grasos, residuos proteicos,
y otros compuestos orgánicos en los fondos de ollas nos dan idea de los
diversos tipos de alimento. En ocasiones, hemos atisbado la posibilidad
de que la forma de preparar la comida puede estar indicándonos aspec-
tos de identidad étnica porque el preparar tamales en hoja de maíz, cocer
totopos en ollas, hacer mixtotes de conejo o moles nos habla de formas
culinarias que son, en ocasiones, características de ciertas regiones.

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7. Estudios osteológicos. Por otro lado, está la información que el análisis
de los restos óseos humanos proporciona. Más allá de aspectos como eva-
luación de sexo, edad, índices y mediciones, aun cuando las deficiencias
nutricionales no necesariamente dejan evidencia en el hueso, a menudo
es posible detectar efectos de los tipos de alimentos que se consumen en
los restos óseos (Manzanilla et al. 2000). Por ejemplo, la atrición dental
en conjunción con caries podría significar el consumo de carbohidratos en
la dieta (Civera 1993: 844); estos datos podrían contrastarse con aquellos
derivados de la química en fondos de vasijas y a los estudios isotópicos de
paleodieta. Hay deficiencias nutricionales que están relacionadas con hi-
poplasias del esmalte, es decir, una serie de líneas, bandas o fosas forma-
das por una disminución en el grosor del esmalte, que también se pue-
den observar en los restos óseos (Civera 1993: 845).
Por otro lado, la hiperostosis porótica podría estar relacionada con di-
versos tipos de anemia, algunas de tipo nutricional (Civera 1993: 848).
Por ejemplo, la dependencia en monocultivos como el maíz, el cual es
bajo en contenido de hierro y contiene ácido fítico (sustancia que inhibe
la absorción de hierro en el intestino), produce frecuentemente espongio-
hiperostosis (Civera 1993: 849). En general, en la población de Oztoya-
hualco 15B:N6W3 y en Tlajinga 33, la incidencia de este padecimiento es
baja debido a una buena ingesta de hierro, probablemente proporcionado
por el frijol.
En Teotihuacan, Civera (1993: 846-7) ha determinado que la incidencia
de caries puede estar relacionada con el consumo de carbohidratos y con
la desnutrición (ya que ésta afecta el desarrollo de los dientes); su inci-
dencia es alta en La Ventilla, y baja en Oztoyahualco 15B:N6W3, sugirien-
do así hábitos dietéticos diversos. Asimismo, la atrición dental está rela-
cionada con una dieta rica en fibras, elementos de dura masticación o
quizá la presencia de partículas abrasivas procedentes de los metates de
basalto (Civera 1993: 851).
Además, los restos óseos presentan también huellas de estrés ocupa-
cional o deformaciones provocadas por movimientos continuos de la
dentición o de ciertas extremidades, el transportar cargas pesadas, trabajar
fibras duras, adoptar posturas inconvenientes, etcétera, muchas de ellas
producto de actividades productivas de índole doméstica, como la mo-
lienda de elementos duros, o artesanal, como el alisar fibras con la denti-
ción. Este tipo de estudios se puede contrastar con el resultado del análi-
sis de las actividades presentes en cada espacio familiar.

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El estudio de los caracteres epigenéticos nos ayuda a relacionar indivi-
duos enterrados en el mismo conjunto doméstico y contrastar esta evi-
dencia con los análisis de ADN, por ejemplo.
Finalmente, la evaluación integral de las características físicas, la forma
de vida, las actividades y patrones de comportamiento, la salud y patrones
de enfermedad, en fin, las condiciones de vida (Civera Cerecedo 2005),
así como los estudios paleodemográficos (Márquez Morfín y Hernández
2001), permiten una evaluación de nuestra población que es susceptible
de integración con el dato arqueológico.

8. Estudios isotópicos de paleodieta. El octavo paso sería el análisis de isóto-


pos en los huesos humanos. Burton y Price (1990) han establecido que el
estado nutricional de los seres del pasado puede ser abordado por medio
del estudio de isótopos de estroncio, bario y zinc. El estroncio se presenta
en cantidades elevadas en vegetales y tiende a acumularse en los huesos de
herbívoros, mas no en los huesos de los carnívoros, como consecuencia
de su dilución progresiva en la cadena alimenticia.
Los cambios en la dieta —representados como acceso diferencial al re-
curso carne— pueden ser registrados por medio de las transformaciones
en los niveles de estroncio en hueso, y pueden estar correlacionados con
diferencias de organización económica, estatus, grupo étnico o estrategias
de abasto de recursos. Cuando el resultado es muy cercano a la unidad,
se deduce que el individuo bajo estudio tenía una alimentación funda-
mentalmente vegetariana y casi carente de carne (Fornaciari y Mallegni
1982). Los niveles altos de estroncio en hueso están relacionados con
dietas ricas en plantas, mientras que valores bajos están asociados con el
consumo de carne (Farnum et al. 1995).
Por ejemplo, al analizar los restos óseos de tiempos epiclásicos en Teo-
tihuacan, una vez que se abandonó la gran ciudad del Clásico, se puede
observar una dieta más dirigida a los recursos vegetales que a la dieta om-
nívora más equilibrada del horizonte Clásico (Manzanilla et al. 2000). En
el Epiclásico, se aprovechan animales pequeños, como la comadreja, el
mapache o el zorrillo, a los cuales anteriormente no se prestaba atención.
Esta tendencia podría representar:
a) un cambio en la estrategia de abasto y equilibrio entre las activida-
des de recolección, caza y agricultura;
b) menor disponibilidad de recursos faunísticos debido a la merma
del ambiente, causada sea por la deforestación, por la sobreexplota-

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ción del recurso, sea por el cambio climático. Aparece un énfasis mayor
en Chenopodium y amaranto que en el Clásico;
c) una mezcla entre los dos factores enunciados.
Los datos de los estudios isotópicos de paleodieta se deben contrastar
con aquellos derivados del análisis osteológico y las huellas de estrés sis-
témico, así como aquellos de fauna y flora, y los de la química de fondos
de vasijas, que nos ayudan a comprender el tipo de alimentación del grupo.

9. Estudios isotópicos de migración. En ciudades multiétnicas como Teoti-


huacan, la presencia de diversos enclaves étnicos puede ser abordado
por la presencia de construcciones domésticas diversas a las teotihuaca-
nas; formas particulares de preparar la comida; presencia de animales y
plantas alóctonos; prácticas funerarias similares a sus lugares de origen;
y por último, la forma como se hace el ritual doméstico (Manzanilla
2005b). Porque, como dijimos, el preparar tortillas en un comal o totopos
en el interior de grandes ollas dice algo más que una masa de maíz cocida;
porque el enterrar a nuestros ancestros como si penetrasen la tierra como
nacieron, ponerlos en nichos o incinerarlos y atesorar sus cenizas, revela
algo de lo que somos. Porque el tener un conejo como nuestro dios tu-
telar, o invocar al poderoso Dios de la Lluvia y el Trueno como el que le
da sentido a nuestra esencia familiar nos habla de complejidades entrete-
jidas entre abuelos, tíos, primos, hermanos.
La estrategia diseñada por Price (véase bibliografía en Price, Manzani-
lla y Middleton 2000) para evaluar posibles migrantes, resulta de compa-
rar la relación isotópica de estroncio 87/86 en el primer molar contra los
datos de un hueso como la cresta iliaca o el fémur del mismo individuo.
Cuando no coinciden estas medidas, se puede hablar de migrantes de
una región con una dieta a otra.
Cuando las cifras isotópicas de estroncio procedentes del molar coin-
ciden con las del hueso, podemos plantear una residencia de largo tiem-
po en un mismo lugar; mientras más diferencia haya entre las dos cifras,
más se apoya una situación de migración reciente.
Para Teotihuacan hemos podido determinar posibles migrantes al com-
parar entierros de los barrios foráneos de la ciudad del Clásico (como el
Barrio de los Comerciantes y el Barrio Oaxaqueño), con los individuos
de unidades típicamente teotihuacanas como Oztoyahualco 15B:N6W3
(Manzanilla 1993), respecto de aquellos procedentes de sitios con ocupa-
ciones post-teotihuacanas, como los túneles atrás de la Pirámide del Sol

456
(Manzanilla, López y Freter 1996) o con entierros de Monte Albán en
Oaxaca (Price, Manzanilla y Middleton 2000; Manzanilla 2005a).
Por ejemplo, de estos datos podemos concluir que la mayoría de los
entierros de Oztoyahualco 15B:N6W3 (Manzanilla 993) son residentes
de largo tiempo en Teotihuacan, mientras que el entierro 13 parece ser un
migrante (Price et al. 2000). Se trató de un entierro adulto, sedente, acom-
pañado con profusas ofrendas de cuencos miniaturas, platos, cajetes ana-
ranjado delgado con soporte anular, una figurilla, un bifacial, un fragmen-
to de incensario, una navajilla, una cuenta de jadeíta, un molar tallado de
mamífero, huesos de ave y un cotiledón de tejocote, además de una ma-
nopla de jugador de pelota, hecha en arenisca, con forma de calavera y
con hematita en un extremo. Esta última pieza nos hizo suponer una re-
lación con la Costa del Golfo (Manzanilla 1993; Manzanilla, Millones y
Civera 1999). Sus lecturas isotópicas se asemejan a las del Barrio de los
Comerciantes (Price, Manzanilla y Middleton 2000).
Los individuos del Barrio de los Comerciantes de Teotihuacan son mi-
grantes continuos, probablemente de dos puntos de la Costa del Golfo.
Algunos individuos del Barrio Oaxaqueño son migrantes de los valles
centrales de Oaxaca, mientras otros ya nacieron en el Valle de Teotihua-
can y son residentes locales.
Para el Epiclásico, algunos individuos Coyotlatelco (c. 600-900 d. C.)
del Túnel del Pirul, detrás de la Pirámide del Sol (Manzanilla et al. 1996)
(como los entierros 20 y el 27) son migrantes, mientras otros son locales,
evidenciando que ya había una generación residente en Teotihuacan, y,
por lo tanto, con dieta totalmente local.
Los individuos Mazapa del Túnel de las Varillas (Manzanilla et al. 1996)
muestran variación ya que el entierro 2 (un adulto femenino) es local,
mientras que los entierros 3 (infante de unos 2 años) y 5 (individuo adulto,
masculino, mayor de 50 años perteneciente a tiempos Mazapa) son mi-
grantes, especialmente el entierro 5 (Price et al. 2000: 910).
Las tasas isotópicas de oxígeno (18/16) pueden ser utilizadas también
para determinar la procedencia geográfica de los individuos; la técnica
se basa en la composición isotópica del agua, misma que refleja las condi-
ciones físicas y climáticas en que vivimos. Estos valores isotópicos de oxí-
geno son incorporados en nuestros huesos y dientes durante la minera-
lización (White et al., 2004: 391). La tasa incorporada al los dientes no
cambia, y si hay movimientos a localidades con tasas isotópicas distintas,
éstas serán registradas en el esmalte. Se puede incluso determinar la
edad aproximada en la que ocurrió el movimiento.

457
10. Estudios de ADN. Por último, están los análisis de genética sobre res-
tos óseos antiguos. Los estudios de ADN nuclear que Rocío Vargas (Vargas
et al. 1998) y otros investigadores llevaron a cabo plantearon una primera
línea de interpretación que, sin embargo, debe ser contrastada con aná-
lisis de ADN mitocondrial.

EL ESTUDIO DE LAS UNIDADES DOMÉSTICAS

El análisis de las unidades domésticas prehispánicas ha sido abordado


desde diversas ópticas, pero propongo que atendamos a las siguientes: la
composición de la unidad doméstica y sus actividades, las identidades y
su expresión en el registro arqueológico, el grado de especialización eco-
nómica, las diferencias socioeconómicas, los patrones de desigualdad so-
cial y la estratificación. Antes de abordar estos temas, quisiera señalar
algunos aspectos que debemos tener en cuenta al analizar las viviendas
de la gente del pasado.

1. La vivienda

El análisis de las viviendas debe comenzar por definir los límites, la for-
ma y las dimensiones de la estructura principal donde yacen los contextos
de dormitorio y estancia, y determinar si dentro de ella o en las inmedia-
ciones se encuentran las áreas de cocina, almacenamiento a diversas es-
calas, desecho, destazamiento, ritual doméstico, ritual funerario, cría de
animales y trabajo artesanal.
Las dimensiones tienen que ver con las funciones, las jerarquías, el ta-
maño de la unidad doméstica, las estrategias de reproducción y el tipo
de sociedad (Manzanilla, Curso “Arqueología del ámbito doméstico:
propuestas metodológicas”, 2005b).
La forma de la vivienda alude a identidades (particularmente étnicas),
movilidad, segregación de funciones, tipo de familia, crecimiento de la
unidad doméstica, factores ambientales y cosmología (véase Flannery
1972 y Shoenauer 1984, por ejemplo).
Los materiales constructivos nos hablan de los recursos disponibles, de
la adecuación al ambiente, de la tecnología empleada y de las jerarquías.
Los sistemas constructivos se relacionarían con las funciones y jerar-
quías, así como con las adecuaciones al ambiente, pendiente y sismicidad.
458
La orientación aludiría a las necesidades de iluminación, ventilación y
protección contra el viento; tendría que ver también con las pendientes
y el régimen de lluvias; se relacionaría con la disposición de las estructuras
vecinas; y en fin, con la cosmogonía.
La distribución de los espacios y funciones al interior de la vivienda
tiene que ver con las fuentes de iluminación, ventilación y calor; la dis-
posición de áreas de actividad, las separaciones de sectores por género,
la estructura de la familia, la jerarquía al interior de la unidad domésti-
ca, la organización y tipo de trabajo, y las estrategias de reproducción
(Manzanilla, Curso “Arqueología del ámbito doméstico: propuestas me-
todológicas”, 2005b).
Los patrones de circulación refieren a funciones, y a la división entre
espacios más públicos (cerca del acceso, con mensajes indéxicos y desplie-
gue de indicadores de estatus, riqueza e identidad) versus espacios más
privados, con mensajes canónicos de índole cultural (Blanton 1994). Asi-
mismo, las fachadas tienen ornamentos que guardan mensajes indéxicos
y elementos estéticos (Blanton 1994) que son percibidos por “los otros”,
es decir, los que se aproximan desde el exterior a esta vivienda.
Por último, la ubicación de la vivienda en su entorno físico requeriría
un análisis de la cercanía a fuentes de agua y recursos, mientras que su
cercanía al núcleo administrativo, político y religioso del asentamiento
tendría connotaciones de jerarquía y función.

2. La composición de la unidad doméstica


Sobre la composición de la unidad doméstica, podemos decir, siguiendo
a Blanton (1994), que la forma más común es la familia nuclear. General-
mente la observamos en casas cuadradas o rectangulares de uno o dos
cuartos (Manzanilla 1985; Flannery y Marcus 2005). Posteriormente ten-
dríamos los añadidos que generalmente son los hijos casados, y allegados
o sirvientes.
Kulp (1925, en Blanton 1994: 6) distinguió entre unidad económica
(son dos o más familias corresidentes con economías compartidas, es
decir, una sola cocina para toda la unidad doméstica) y una unidad ritual
(es decir, cada familia tendría su cocina, pero compartirían, por ejemplo,
un altar de los ancestros). Hemos observado que los solares mayas, como
los que excavamos en Cobá, Quintana Roo, para el Clásico (Manzanilla
1987; Manzanilla y Barba 1990) eran del tipo “unidad ritual” pues cada
familia nuclear tenía su propia cocina, pero compartían el altar, mientras

459
en los conjuntos multifamiliares teotihuacanos, cada familia tiene su pro-
pia cocina y su patio ritual, pero parece que el grupo doméstico se podía
reunir a celebrar ciertas ceremonias en el patio ritual principal del con-
junto, asignado a la familia de mayor jerarquía (Manzanilla 1996).
Para la familia poligínica (Flannery 1972) podríamos esperar varias
chozas alrededor de un espacio abierto, en las que viven el varón y sus es-
posas con sus hijos, pero con una segregación de áreas femeninas y mas-
culinas en chozas diversas.
Las unidades multifamiliares pueden materializarse en diversas formas:
una muy ampliamente distribuida en Mesoamérica es el solar, común en
el área maya (véase Manzanilla 1987; Manzanilla y Barba 1990; Marcus
2004), con áreas de dormitorio y ritual generalmente dispuestas en una
plataforma, y en el espacio alrededor pero dentro de la albarrada aún,
hallamos las cocinas, los almacenes, los animales domésticos, y áreas de
huerta y desecho. Otra forma es el conjunto multifamiliar teotihuacano
(Manzanilla 1996), en el que tres o más familias y allegados comparten
el espacio doméstico y algunas actividades rituales, pero tienen cocinas,
almacenes, dormitorios, patios rituales, patios de servicio y actividades
económicas particulares.
Podemos abordar el análisis de quiénes están relacionados por paren-
tesco biológico en un ámbito doméstico específico a través del estudio
del ADN y de los rasgos epigenéticos, por ejemplo. Podríamos también
establecer si hay allegados que han migrado de otras regiones por medio
de los estudios isotópicos de estroncio 87/86 u oxígeno 18/16.
Para distinguir las diversas familias que co-residen en un espacio do-
méstico determinado unas de otras podemos ver las identidades familia-
res en cuanto a la elección de actividades productivas particulares, el uso
de vajillas y diseños cerámicos específicos, los diseños en textiles, la ads-
cripción a ciertas deidades patronas, prácticas funerarias determinadas,
el uso de emblemas y otros recursos iconográficos (Manzanilla 1996,
2002a, 2005b).
El territorio de cada familia podría ser establecido con la ubicación de
pasillos de circulación entre “apartamentos”, además de la localización
de las cocinas y de los altares de cada familia. La accesibilidad entre los
territorios de las diversas familias se podría ver por los patrones de circu-
lación y tapiaje.
Cuando abordamos estos temas de manera diacrónica en una región,
podemos vislumbrar el cambio en las sociedades a través del análisis de
los espacios domésticos. Para el Valle de Teotihuacan hemos visto una

460
progresión en el tamaño de estas unidades desde el Formativo Tardío, en
aldeas como Cuanalan (en la porción sur del Valle de Teotihuacan), con
un espectro amplio de explotación de recursos, en que hallamos varias
casas cuadradas de bajareque de 5 metros de lado, para albergar a fami-
lias nucleares. En ocasiones tenían anexos que servían de cocina, y a me-
nudo se hallaron áreas de molienda en su interior. La separación entre
casas variaba de 9 a 12 metros, y se pudo observar que formaban conjun-
tos alrededor de patios. En éstos, se hallaron hornos subterráneos de ros-
tizado y pozos troncocónicos para almacenamiento (Manzanilla 1985).
Ya en el Clásico, en la ciudad de Teotihuacan se definen claramente los
elementos de planificación urbana del sitio, así como la vida doméstica
en conjuntos habitacionales multifamiliares (Millon 1973), hecho que
ha sido interpretado en ocasiones como una manera de tener controla-
da a la fuerza de trabajo para la producción artesanal y la construcción.
Los conjuntos habitacionales multifamiliares varían en superficie, y
generalmente consisten de varios cuartos a diversos niveles, alrededor de
patios abiertos (algunos son de tipo ritual, y otros, espacios abiertos que
sirven de colectores de agua pluvial y de receptores de desechos, además
de proporcionar ventilación y luz); constan de diversos “apartamentos”
unidos por pasillos de circulación; tienen santuarios domésticos, y todo
el conjunto está circundado por un muro externo sin ventanas (Manza-
nilla 1996).
La hipótesis original es que pudieron haber sido ocupados por grupos
corporativos compartiendo oficio, parentesco y territorio doméstico; se
ha observado que los artesanos dedicados a diferentes manufacturas vivían
en conjuntos separados (Spence 1966; Millon 1968). A través de isótopos
de estroncio 87/86 y de ADN hemos podido intuir que los grupos corpora-
tivos que habitaban los conjuntos habitacionales multifamiliares constaban
de familiares pero también de allegados, algunos de ellos provenientes de
otras regiones (Price, Manzanilla y Middleton 2000; Manzanilla 2005a).
Como señalamos anteriormente, los “apartamentos” familiares pueden
ser delimitados tomando en consideración los pasillos de circulación o
los puntos de acceso. En el caso del conjunto excavado en Oztoyahualco
15B:N6W3, preferimos abordar el tema a través de los patrones de distri-
bución de actividades; así, hemos observado que los “apartamentos” pa-
ra cada familia nuclear incluyen una zona de preparación y consumo de
alimentos, áreas de estancia y dormitorio, cuartos de almacenamiento,
sectores destinados al desecho, patios de culto y áreas funerarias. Sin em-
bargo, hay zonas en que todo el grupo familiar se reúne para hacer acti-

461
vidades comunes, particularmente relacionadas con el ritual y quizá con
la cría de animales domésticos. Tenemos la sospecha de que también hay
actividades en que participan miembros de las distintas familias y que
ofrecen al ámbito urbano, más allá del autoconsumo.

3. Las identidades
El estudio de las identidades es un campo relativamente nuevo en la
arqueología (Hernando 2002). Siento que es posible abordarlo desde va-
rias escalas y perspectivas. Las escalas involucran al individuo, a la familia,
al grupo doméstico, al barrio o al enclave, y a la comunidad. Las perspec-
tivas atañen al género, al grupo étnico, al oficio.
Un primer punto para hablar de identidades es centrar este tema en
la escala del individuo. La identidad personal se manifiesta en atavíos, to-
cados, pintura corporal y facial, es decir, la cultura indumentaria. A nivel
arqueológico, a falta de una conservación de muchos de estos elementos
en el registro arqueológico, tendremos que depender de un análisis de las
figurillas, la pintura mural, los instrumentos y elementos que acompañan
a los entierros, así como prácticas culturales como la deformación cranea-
na, la mutilación dentaria y el uso de cinabrio (Manzanilla 2004a; 2005b).
Asimismo, es posible abordar las actividades como un medio de enten-
der identidades. Por ejemplo, la dicotomía más común es la de actividades
femeninas y masculinas (véase, por ejemplo, Flannery y Winter 1976: 44-45;
Marcus 1999, etc.), dicotomía que llega a diferenciar sectores al interior
de la vivienda.
Las familias se diferencian con elecciones particulares, como dijimos
anteriormente. En el caso de Teotihuacan, pudimos observar en Oztoya-
hualco 15B:N6W3 (Manzanilla 1993, 1996, 2002a) que cada familia tenía
un dios patrono diverso al cual se le rendía culto en los patios rituales de
cada familia. El número de patios rituales, de cocinas y de almacenes ha-
blaba de cuántas familias moraban en el mismo conjunto. Asimismo, cada
familia elegía vajillas distintivas, así como ponía énfasis en ciertas activida-
des particulares.
Las identidades étnicas (véase Emberling 1997) han sido abordadas
desde diversas perspectivas. A mi parecer, se reconocen en los siguientes
rasgos (Manzanilla 2005b):
a) Las viviendas, en cuanto a forma, materiales constructivos, patrones
de decoración, elementos que están relacionados con la estructura fami-
liar. Por ejemplo, en el Barrio de los Comerciantes de Teotihuacan, Rattray

462
(1988) ha determinado la existencia de viviendas circulares de adobe
con techos de paja para los comerciantes procedentes de la Costa del
Golfo, en el margen oriental de la ciudad de Teotihuacan.
b) La manera de preparar la comida. Hemos propuesto que una ma-
nera de abordar la identidad étnica es analizar los residuos químicos al
interior de las vasijas así como los restos faunísticos y florísticos, para de-
terminar qué se estaba preparando y cómo. Los ingredientes principales,
las especies, la forma de preparación son parte de la cultura culinaria. Este
tipo de análisis lo estamos llevando a cabo en Teopancazco, Teotihuacan
(Manzanilla 2003b, 2006). Asimismo, se puede contrastar esta información
con los datos procedentes de los entierros en cuanto a condiciones de
salud e información isotópica de paleodieta.
c) El ritual funerario, tomando en cuenta la forma y tipo de tumba, las
técnicas y tratamiento del cuerpo, los objetos que acompañan al indivi-
duo o individuos, la posición y orientación, es decir, la cultura funeraria.
Por ejemplo, Spence (1992) ha señalado la presencia de tumbas con an-
tecámara y cámara, así como urnas funerarias al estilo de Monte Albán,
para el Barrio Oaxaqueño de Teotihuacan.
d) El ritual doméstico, en el que hay que considerar el instrumental, el
procedimiento, el lugar, los íconos y los actores, como señala Marcus
(1999). Al analizar los patios rituales y los cuartos anexos en los conjuntos
multifamiliares de Teotihuacan hemos podido establecer qué objetos se
usaron, cómo se procedía para peregrinar alrededor del altar y hacia el
templo, qué deidades estaban representadas y qué posible jerarquía había
entre ellas (Manzanilla 2002a, 1996; Barba, Ortiz y Manzanilla, 2007).
Por último, es probable que haya producciones cerámicas o textiles
particulares que pudieran ser vinculadas a grupos étnicos específicos.
En el caso de Teotihuacan, la procedencia de la cerámica anaranjada del-
gada del área popoloca ha sugerido que estos grupos canalizaban esta va-
jilla a las rutas de distribución de Teotihuacan.

4. El grado de especialización económica


Sin duda, el tema del grado de especialización económica en las uni-
dades domésticas es uno de relevancia para entender la división del tra-
bajo en esas sociedades.
En su estudio clásico sobre las sociedades formativas del Valle de
Oaxaca, Flannery y Winter (1976:36-40) señalaron que a través de la
comparación de los artefactos, desechos y productos de diversas casas en

463
sitios distintos se podían establecer: actividades universales, aquellas rea-
lizadas en todos los sitios por la mayor parte de las familias, actividades
sólo presentes en ciertos sitios, y actividades únicas. Esta perspectiva re-
quiere el tener un abanico amplio de casas procedentes de sitios contem-
poráneos para comparar el repertorio de actividades (véase Flannery y
Marcus 2005).
Por nuestro lado, hemos propuesto (Manzanilla 1986b) que la manera
de abordar el grado de especialización económica en una sociedad es lo-
calizar las áreas de producción, individuar los productos y después deter-
minar a quiénes llegan los productos, es decir, los lugares de consumo,
con el fin de observar no sólo qué cosas son producidas, dónde y a qué
escala, sino las redes de distribución y el grado de restricción en su circu-
lación.
Dentro de la misma perspectiva, Costin (1991, 2001) ha desarrollado
una metodología para evaluar la especialización, la identificación de los
sistemas productivos, la organización espacial de la producción y la divi-
sión del trabajo en el ámbito doméstico. En particular, en este ámbito, se-
ñala que hay que abordar el contexto, la concentración, la escala y la in-
tensidad de la producción.
En un trabajo posterior, Costin (2004) ofrece una aproximación más
compleja al problema, al abordar el contexto y organización de la pro-
ducción de artesanías. Toca varios temas:
a) Los que producen. Costin nos propone analizar, en primer lugar,
las identidades sociales (género, clase, procedencia, etnicidad y estatus le-
gal) de quienes producen, para después abordar el grado de especializa-
ción, la intensidad del trabajo (es decir, la cantidad de tiempo invertida
en la producción de las artesanías), la naturaleza de las compensaciones
(las relaciones productor/consumidor), la destreza del productor y los
principios de reclutamiento de los trabajadores. A mi modo de ver hay
que analizar los lugares de producción así como los entierros de los arte-
sanos para evaluar estos elementos.
b) Los medios de producción. Costin nos menciona la necesidad de
analizar posteriormente las materias primas (y los patrones de explota-
ción de recursos), las herramientas (con sus huellas de uso) y los conoci-
mientos técnicos, en cuanto a elecciones de tecnologías de manufactura
y funciones previstas para los bienes hechos. Respecto de las tecnologías,
éstas nos ayudan a comprender el grado de especialización y la naturaleza
del involucramiento de la elite en las actividades productivas; Costin pro-

464
pone cinco aspectos a estudiar: la complejidad, la eficiencia, la cantidad
de bienes producidos, el control y la variabilidad.
En esta línea de ideas, Rice (1981) estableció los siguientes indicadores
de producción cerámica especializada: respecto de los productos, observó
una creciente estandarización, resultado de la producción masiva; una
homogeneidad en las formas; el uso de moldes, y la existencia de marcas
de alfarero. Respecto de las áreas de producción, observó concentracio-
nes de herramientas usadas en la manufactura (por ejemplo, moldes);
agrupaciones de materias primas, y de vasijas mal cocidas o rotas.
c) Los principios organizadores. Costin (2004) menciona que existen
patrones temporales (producción diaria o estacional; de tiempo parcial
o de tiempo completo); patrones espaciales o sociales (la organización del
trabajo, la concentración o dispersión de las actividades de manufactura,
el contexto sociopolítico en que la producción tiene lugar), y por último,
la distribución y el control.
d) Los objetos. Respecto de los objetos, habría que establecer, siguiendo
a Costin, el uso de los productos artesanales (si se trata de objetos utilita-
rios o bienes de prestigio), el grado de restricción en su uso, y qué canti-
dad de bienes estaban siendo utilizados.
e) Los principios y mecanismos de distribución. Costin nos propone
averiguar los medios por los cuales los bienes son transferidos de los pro-
ductores a los consumidores y qué tan voluntaria es la transferencia (es-
pecialización independiente versus especialización dependiente, cuando
hay un agente que auspicia la producción).
f) Los consumidores.
A mi modo de ver la propuesta de Costin (2004) es muy sugerente de un
procedimiento sistemático para abordar la producción artesanal. A este
punto me gustaría señalar algunos pasos que yo sugeriría para abordar
el problema.
¿Cómo detectamos quién es un artesano especializado en el escenario
doméstico? A nivel individual, es posible analizar al individuo en tanto
que esqueleto, para estudiar las marcas de estrés ocupacional; asimismo
podemos atender los instrumentos que acompañan a los entierros parti-
culares. En los productos mismos podemos ver, para el caso de la cerámi-
ca, los dermatoglifos que a menudo quedan impresos en la cerámica
enrollada o alisada, o las características técnicas individuales en la pro-
ducción lítica. Asimismo existen marcas de alfarero que permiten asociar
una producción a un artesano en particular, o el uso de sellos.

465
Hendon (1996: 53) nos alerta de los participantes invisibles del proceso
productivo, a menudo mujeres y niños, que hacen tareas secundarias en
el proceso, y que generalmente no se toman en cuenta. El análisis de los
esqueletos de ciertos sitios prehispánicos nos ha evidenciado que mujeres
y niños a menudo cargan pesos considerables que deforman sus esque-
letos, y es necesario atender estas marcas de estrés ocupacional.
Las marcas de alfarero han servido en el contexto de las sociedades
Samarra de Mesopotamia para ubicar la producción de artesanos itine-
rantes, que tienen estilos personalizados, decoraciones particulares, y el
uso de pastas locales, pero producciones muy similares en diversos sitios
con marcas idénticas (Manzanilla 1986b).
En relación a la vivienda, podríamos ubicar los lugares donde ocurre la
producción analizando los desechos, los instrumentos, los desgastes y los
compuestos químicos. Respecto de la pregunta de qué tanto se está pro-
duciendo, podríamos atender el volumen de desechos particulares en
los basureros, así como evaluar los productos en los almacenes. En rela-
ción al tiempo que se dedica a la producción, el tamaño de la unidad do-
méstica y el rango de las actividades presentes en el espacio doméstico
nos podrían dar un indicio.
La producción de bienes suntuarios o especializados en el ámbito del
palacio requiere de un análisis del control de la materia prima (véase la
mica, por ejemplo, en el caso de Teotihuacan; Rosales de la Rosa 2004),
qué sector del palacio tiene evidencia de trabajo especializado, qué parte
del proceso está presente, si hay evidencias del control de la tecnología,
y las evidencias del almacenamiento centralizado de los productos y ma-
terias primas (Manzanilla 2005b, 2002b).
A nivel de barrio, podríamos comparar el repertorio de actividades en
cada casa excavada de un sector particular y ver si se están repitiendo las
actividades. Además la concentración de áreas especializadas de produc-
ción (hornos de cerámica, por ejemplo), así como almacenes a nivel de
barrio, nos podrían ayudar a detectar la rama de la producción en que
el barrio está especializado, y contrastaríamos esto con los indicadores
de identidad, particularmente en el ámbito de la etnicidad.
Por cuanto respecta a la especialización a nivel comunal, ya Sanders
(1968) había sugerido un modelo de “simbiosis económica” para las co-
munidades del Formativo Tardío en la Cuenca de México, en la que cier-
ta comunidad se especializaba en la producción de algo, y otra en algún
producto diverso, para llevarlos a un centro de distribución. Flannery y
Winter (1976: 39) aluden a un proceso semejante para el Formativo del

466
Valle de Oaxaca. Es obvio que requerimos hallar instrumentos y desechos
similares en varias casas de un mismo asentamiento, para poder aseverar
que se están especializando en una producción determinada, y estable-
cer la diferencia con la producción de otros sitios. Además, la relación de
desechos contra instrumentos contra productos terminados en la comu-
nidad nos puede dar una idea de qué tantos habitantes estaban implica-
dos en estas actividades especializadas.
Sin duda habrá que considerar, de manera muy puntual y con indica-
dores procedentes de excavaciones extensivas y controladas, la diferencia
entre talleres de uso, talleres de producción, almacenes y basureros, con
los indicadores que Soto y Clark han establecido, para no caer en confu-
siones con datos no confiables (Soto de Arechavaleta 1986).
Para el caso de Teotihuacan, es muy poco lo que se ha hecho para eva-
luar cómo se organiza la producción artesanal en el ámbito de los grupos
corporativos que habitan los conjuntos habitacionales multifamiliares.
La mayor parte de las sugerencias provienen de datos de superficie que
presentan numerosos problemas de evaluación, excepción hecha del ta-
ller de placas de incensario tipo teatro excavado por Múnera (1985), que
parece ser del tipo “taller dependiente”, pero éste yace al noroeste de la
Ciudadela, y no en los conjuntos multifamiliares, y la producción lapida-
ria y de la vajilla Anaranjado San Martín en el sector denominado Tlajinga
33 (Widmer 1987, 1991). Asimismo, Gómez Chávez (2000) tiene eviden-
cias de trabajo lapidario en el frente 3 de La Ventilla 1992-1994.
Por nuestra parte, hemos insistido que con una estrategia como la de-
lineada al principio de este trabajo, se puede determinar qué actividades
son comunes a todas las unidades familiares particulares, como parte de su
reproducción, cuáles son características de una familia en particular, y
cuáles son compartidas por todo el grupo doméstico y que ofrecen al ám-
bito urbano. Por ejemplo, en Oztoyahualco 15B:N6W3, observamos que
todas las unidades familiares particulares compartían actividades de pre-
paración de alimentos, de reavivamiento de filo en instrumentos líticos,
de preparación y uso del estuco, de almacenamiento y de ritual; cada
unidad familiar particular se caracterizaba, sin embargo, por una prefe-
rencia particular en cuanto a tipos de vajillas cerámicas y dioses patronos;
una de las familias tenía, al parecer, una jerarquía mayor, ya que tenía el
patio ritual más grande y con pintura mural, tenía acceso a la mayor can-
tidad y variedad de bienes alóctonos, y tenía como deidad patrona al
Dios de la Lluvia y las Tormentas, dios estatal de Teotihuacan; pero todo
el grupo doméstico de ese conjunto se dedicaba, al parecer, al estucado

467
de muros, pisos y probablemente techos, no sólo dentro de su unidad,
sino para el barrio en su conjunto (Manzanilla 1993). Fuera del conjunto,
al oeste, había una alineación de manchas de carbonato de calcio que
podrían haber sido zonas de preparación del estuco. Otros conjuntos
aledaños tenían trazas de haberse dedicado a la talla de obsidiana, por
ejemplo.
En el caso de La Ventilla, Rubén Cabrera y Sergio Gómez han excavado
una sección de un barrio teotihuacano, con un centro religioso del ba-
rrio que se destaca por ser una especie de plaza de tres templos circun-
dada por un muro, y con destacadas pinturas murales; por otro lado está
un conjunto probablemente administrativo, para la asamblea de grupos
diversos (quizás representados por sus glifos) y, por último, un conjunto
de lapidarios y artesanos que vivían en cuartos mucho más estrechos
(Cabrera 1996; Gómez Chávez 1998, 2000).
En nuestras excavaciones en Teopancazco (Manzanilla 2003b), hemos
hallado una posible especialización en la elaboración de atavíos de los sa-
cerdotes y guerreros de la elite teotihuacana, auspiciada por el templo
del barrio. Partimos de la hipótesis de que las mantas de algodón llegaban
en lienzos desde la Costa del Golfo, región famosa por su producción al-
godonera. Junto con esas mantas llegó cerámica de esa región, moluscos
marinos de ambos litorales mexicanos (conchas y caracoles, que eran tra-
bajados en placas y botones para coserlas a las mantas); peces de las la-
gunas costeras de la Costa del Golfo y aves (como las garcetas represen-
tadas en las vasijas polícromas de Teopancazco, y cuyas plumas, junto con
las de cardenales, patos, guajolotes y otras aves que hallamos en el registro
arqueozoológico, eran también cosidas a las mantas y tocados). Además
contamos con una profusión de agujas, alfileres, leznas, alisadores y per-
foradores para coser los elementos anteriormente mencionados, junto
con placas de armadillo y posiblemente pedazos de pieles de venados, lie-
bres y conejos, amén de los botones de cerámica y concha nácar (Padró
y Manzanilla 2004; Padró Irizarri 2002; Manzanilla 2006).
Asimismo, es probable que en Teopancazco se confeccionaran los to-
cados de esos mismos personajes, pues además de las plumas proceden-
tes de las aves mencionadas, tenemos cráneos de animales cortados en su
porción facial, para ser insertados en la parte anterior de los tocados
(Ibid.).

468
5. Las diferencias socioeconómicas
Generalmente uno asume que los grupos que viven en ciudades que
son capitales de estados tienen accesos diferenciales a recursos básicos.
La literatura arqueológica insiste constantemente en este hecho. Sin em-
bargo, en algunas capitales del Clásico mesoamericano, como Teotihua-
can, hemos visto otro panorama, en el que muchos de los componentes
de la subsistencia (fauna y flora) están presentes en los diversos conjuntos
habitacionales, pero en proporciones distintas.
Mediante excavaciones extensivas controladas, y a través del análisis de
la fauna, la flora, los estudios isotópicos de paleodieta, y los bienes sun-
tuarios y alóctonos de los conjuntos habitacionales teotihuacanos excava-
dos (Oztoyahualco 15B:N6W3, por ejemplo; Manzanilla 1993, 1996),
hemos visto que tuvieron un acceso similar a los recursos florísticos (maíz,
frijoles, calabaza, amaranto, verdolaga, huauhzontle, tomatillo, etcétera),
aun cuando Tetitla ha sido destacado como el conjunto más rico en espe-
címenes botánicos (McClung 1979). Existen algunos conjuntos habita-
cionales con acceso a frutos y productos alóctonos, como el tabaco, el
aguacate y el algodón, quizás asociados con las ramas de la manufactura
y el consumo ritual. Además, hay actividades rituales seguramente rela-
cionadas con el consumo de pulque, ya que en ciertos conjuntos, como
Tetitla, hubo una abundancia de raspadores para maguey (Manzanilla
1996).
Los restos faunísticos indican que la subsistencia dependía de conejos
y liebres, venado, perro y guajolote, suplementado por aves acuáticas y
peces de agua dulce (Starbuck 1975; Valadez y Manzanilla 1988).
Storey (1992) y Widmer (1987) proponen cuentas altas de conejos,
huevos de guajolote, pequeñas aves (como codorniz y paloma), así como
peces pequeños de agua dulce para Tlajinga 33, y bajos porcentajes de
venado, perro y guajolote. Es particularmente interesante el hecho de que
Storey (1992) sugiera que los huevos de guajolote pudiesen ser obtenidos
del exterior, sin necesidad de criar guajolotes en los conjuntos habitacio-
nales como Tlajinga 33.
En Oztoyahualco 15B:N6W3 tuvimos una amplia variedad de especies
de conejos y liebres. Incluso detectamos individuos jóvenes, por lo que
hemos propuesto la existencia de un sitio de cría de estos animales, ade-
más de su representación como deidad patrona de una de las unidades
familiares menos favorecidas del conjunto. También hallamos cuatro crías
469
de perro, presentes particularmente en entierros de neonatos e infantes
(Manzanilla 1993; Valadez 1993).
Aún no tenemos manera de comparar la frecuencia de individuos de
cada especie faunística por unidad de área en los conjuntos habitaciona-
les, ya que la única información integral publicada hasta ahora —de da-
tos faunísticos— es la del conjunto que excavamos en Oztoyahualco
15B:N6W3 (Manzanilla 1993) y la que obtendremos de Teopancazco
(Manzanilla 2003b, 2006).
Starbuck (1975) sugirió que para el lapso del Preclásico Terminal al
Clásico ocurrió “un cambio de recursos animales disponibles localmen-
te hacia una dependencia en un área de sustentación más amplia, pro-
bablemente incluyendo la mayor parte de la Cuenca de México”. Tam-
bién propuso un decremento en importancia del venado durante el
Horizonte Clásico. Sin embargo, tenemos puntos de desacuerdo ya que
nuestra experiencia en Cuanalan (una aldea del Preclásico tardío y ter-
minal del sur del Valle de Teotihuacan) nos sugirió que consumían una
variedad amplia de recursos del lago, la llanura y la montaña (Manzani-
lla 1985). Esta variedad continuó para el Teotihuacan del Clásico.
En época Xolalpan, hacia 500 d. C., quizá hubo problemas en la dis-
tribución de carne debido a la presión de la población (hecho al cual se
atribuye el consumo de peces de agua dulce y de huevos de guajolote en
Tlajinga 33; Storey 1992), aunque este hecho no es palpable en poblacio-
nes de clase media baja como la de Oztoyahualco 15B:N6W3, cuya dieta
(estipulada por los recursos florísticos y faunísticos hallados en el sitio,
los restos óseos, y los isótopos de estroncio, bario y zinc) parece haber si-
do bastante equilibrada (Manzanilla 1993; Manzanilla et al., 2000; Vala-
dez 1993; Civera 1993).
A pesar de que aproximadamente las mismas especies de fauna y flo-
ra están presentes en todos los conjuntos habitacionales, Tetitla mostró
una muy amplia variedad de aves (así como una particular riqueza de es-
pecies botánicas); Yayahuala, una gran variedad de moluscos marinos
(así como una alta proporción de Chenopodium y amaranto); Tlajinga 33,
el consumo de aves pequeñas y peces de agua dulce, y Oztoyahualco
15B:N6W3, la dependencia de varias especies de conejos y liebres (Man-
zanilla 1996).
El grado al cual estos datos reflejan acceso diferencial a recursos flo-
rísticos o faunísticos no puede ser aún determinado, ya que deben ser
consideradas otras alternativas relacionadas a la elección del grupo y la
ideología. Por ejemplo, en Oztoyahualco 15B:N6W3, la alta proporción

470
de conejos y liebres en la subsistencia tiene una contraparte ideológica
en una pequeña escultura de conejo que yacía sobre un modelo de tem-
plo en el centro de uno de los patios rituales, quizá como deidad patro-
na. Las patas de los conejos quizá fueron cortadas ritualmente en el
Cuarto 9 como parte de una ceremonia de grupo que se hacía en un san-
tuario semidestruido (Manzanilla 1993).
Entre los conjuntos habitacionales, existen también diferencias en el
número de productos de alto estatus, particularmente vasos trípodes de-
corados o pintura mural y distinciones en la calidad de la construcción
misma. Sempowski (1987: 117) ha evaluado la complejidad de las ofren-
das funerarias en entierros de La Ventilla B, Zacuala Patios y Tetitla, to-
mando en consideración el número total de artefacto, los tipos, y la canti-
dad de objetos decorados o exóticos. Consideramos que aunque este
ejercicio resulta interesante, hemos preferido una metodología alterna-
tiva (particularmente usada en Oztoyahualco 15B:N6W3 —Manzanilla
1993— y Teopancazco —Manzanilla 2006—), en que, a través de excava-
ciones extensivas y trabajo interdisciplinario, se han hecho mapas de dis-
tribución de todos los tipos de artefactos y ecofactos: cerámica, obsidia-
na, piedra pulida, hueso trabajado, asta, concha, así como compuestos
químicos, polen, fitolitos, semillas y otros macrofósiles botánicos, restos
óseos de animales, con el fin de diferenciar las actividades de cada familia
nuclear.

6. Los patrones de desigualdad social y la estratificación


En el estudio de las diversas unidades que comparten un conjunto
multifamiliar teotihuacano, hemos observado indicios de jerarquía entre
las familias: generalmente una es la privilegiada tanto por su acceso a bie-
nes alóctonos, cuanto por su adscripción al culto de la deidad estatal de
Teotihuacan (Manzanilla 1996). Este esquema de jerarquía interna en
los conjuntos multifamiliares también ha sido percibido en las unidades
domésticas Ubaid y Uruk de Mesopotamia (Maisels 1990: 112, 165, 166).
A nivel mayor, el problema de la estratificación en la sociedad teoti-
huacana ha sido abordado con dos modelos: uno propuesto por Millon
(1976, 1981), Cowgill (1992) y otros, con varios niveles claramente sepa-
rados por distinciones sociales, por un lado; y por el otro, el modelo que
percibe toda una gama de sutiles diferencias socioeconómicas entre gru-
pos, tan sutiles que no crean estamentos claramente separados, sino una
progresión de niveles (Manzanilla 1996; Pasztory 1988).

471
A través de variables como el tamaño de los cuartos, el uso del espacio,
la decoración, las técnicas constructivas, los entierros, las ofrendas, etcé-
tera, Millon (1976: 227) señala que la sociedad teotihuacana estuvo for-
mada por seis niveles sociales, económicos y culturales claramente defi-
nidos: a la cabeza de la sociedad teotihuacana estaba la elite gobernante;
el segundo nivel estaba representado por miles de personas de muy alto
estatus pero de segundo orden, es decir, los sacerdotes de los complejos
piramidales de la ciudad; después de un hiato, los niveles tercero, cuarto y
quinto pertenecían a estatus intermedios, representados por el Palacio
Zacuala, Teopancazco y Xolalpan, de mayor a menor; el sexto nivel com-
prendía los conjuntos de estatus bajo como Tlamimilolpa y La Ventilla B.
Pequeños conjuntos habitacionales, como el que excavamos en Oztoya-
hualco 15B:N6W3 (Manzanilla 1993), no fueron tomados en cuenta en
el modelo anterior.
Sin embargo, hemos demostrado (Manzanilla 1996) que conjuntos que
están ubicados en niveles jerárquicos distintos tenían un acceso a los mis-
mos recursos de subsistencia, así como a materiales alóctonos, pero en
proporciones distintas, a pesar de las diferencias en tamaño. Incluso he-
mos visto que ciertos conjuntos multifamiliares podrían tener un estatus
en la fase Tlamimilolpa y otro diferente en la Xolalpan, a raíz de cambios
en las actividades artesanales y su demanda en la ciudad (Manzanilla
2003b).
Proponemos, entonces, abordar los siguientes indicadores.
a) En cuanto a la arquitectura doméstica, ver el tamaño total, además de
las dimensiones de los patios rituales de cada familia y sus dormitorios;
describir los materiales constructivos (y evaluar su accesibilidad y calidad);
constatar la presencia o ausencia de pintura mural, almenas, estelas,
etcétera; ver la ubicación de dicho conjunto en el sitio (distancia al núcleo
cívico-administrativo-ceremonial); observar la complejidad de la planta;
ver qué actividades particulares están presentes; evaluar la capacidad de
almacenamiento y el acceso al agua potable (Manzanilla 2005b).
b) Respecto del consumo de alimentos, ver no sólo las tasas isotópicas
para paleodieta y las marcas de estrés en el crecimiento, sino la identifi-
cación, determinación de hábitats y tecnología de apropiación y proce-
samiento de fauna y flora presentes.
c) Obviamente los objetos que acompañan a los entierros nos podrían
dar un indicio de la apropiación de materias primas y productos alóctonos.
d) El análisis de los atavíos en figurillas, escultura, estelas y representa-
ciones pictóricas también permiten discriminar identidades individuales
y su relación con atavíos y bienes portados.

472
Ernesto González Licón (2003) abordó 12 unidades residenciales y
160 esqueletos de Monte Albán, a través del estudio de su arquitectura
doméstica, las prácticas funerarias, sus bienes y las condiciones de salud
(dieta y paleopatología), para individuar patrones de desigualdad social
y grados de estratificación social en la capital zapoteca. Así, establece que
el estudio de la desigualdad social puede ser hecho a varias escalas, como
mencionamos anteriormente: dentro de una unidad doméstica, entre
unidades domésticas del mismo barrio, y entre unidades domésticas de
diferentes sectores de la ciudad (González Licón 2003: 1). La estratifica-
ción misma puede ser: económica (es decir, por medio del acceso a recur-
sos básicos), política (cuando hay un acceso diferencial a oficios y recom-
pensas) y social (es decir, a raíz del prestigio social, el poder o la riqueza).
La definición de estratos sociales proviene de un análisis como el se-
ñalado anteriormente: González Licón (2003: 10-11) menciona la dife-
renciación entre gente del común, una clase media y la nobleza, a través
de una evaluación multivariada de diferencias cuantitativas y cualitativas de
bienes de prestigio y básicos, la ubicación y tamaño del conjunto domés-
tico, las condiciones de salud y las prácticas funerarias. Sin embargo, de
las tres clases señaladas anteriormente surge una diferenciación más am-
plia, con varias categorías dentro de la elite (la elite gobernante, la nobleza
no-gobernante, las familias de nobles menores, la gente del común de es-
tatus alto y medio), etcétera.
Así, al parecer, en las ciudades prehispánicas por lo menos del hori-
zonte Clásico, hay una variedad de grupos diferenciados a nivel social,
cuyas variaciones económicas no parecen ser tajantes. Esto merece estu-
dios profundos para responder a la pregunta de cómo debe el arqueólogo
abordar la diferenciación social. Nosotros hemos elegido el analizar el
100% de los datos, tanto de recursos básicos como la fauna y la flora,
como de bienes suntuarios y alóctonos, además de la calidad de la cons-
trucción y la presencia de pintura mural, y sin embargo no hemos perci-
bido diferencias claras entre clases sociales, ya que la trama social es muy
compleja. Nuestra metodología interdisciplinaria nos ha permitido, sin
embargo, analizar con detalle nuevos componentes de la producción ar-
tesanal que anteriormente no estaban contemplados.
La estrategia corporativa (siguiendo a Blanton et al. 1996) servía para
dar cabida a una multiplicidad de unidades económicas pero también
para entretejer una compleja trama de grupos sociales y étnicos, entrela-
zados por ciertas actividades, entre las cuales destaca el ritual que se ha-
cía de manera similar en unidades domésticas de clases sociales distintas,

473
hasta las ceremonias del Estado. Uno de los objetos más representados
en los diversos niveles del ritual teotihuacano es el incensario tipo teatro
(Múnera 1985; Manzanilla y Carreón 1991; Manzanilla 2000); es intere-
sante ver cuánto el estado teotihuacano estaba involucrado en la codifi-
cación del ritual doméstico, pues uno de los casos más nítidos de control
estatal de la producción artesanal es precisamente el del taller de placas de
incensario excavado por Múnera al noroeste de La Ciudadela.
Se podría pensar también en los tianguis de barrio, en las plazas de tres
templos y otros centros de barrio, para el intercambio de productos de
subsistencia. Sin embargo, los templos de barrio —probablemente como
el de Teopancazco (Manzanilla 2003b)— pudieron haber fungido co-
mo centros independientes de auspicio de artesanías elaboradas, como la
producción de atavíos de la elite (Padró y Manzanilla 2002), en las que
probablemente hubo relaciones directas de estos templos y los linajes po-
derosos que los controlaban, con las áreas de proveniencia de las mate-
rias primas, en particular: Veracruz y Guerrero. Esto explicaría la presen-
cia de varios tipos de materias primas y productos procedentes de dichas
áreas, al igual que los migrantes con tasas isotópicas de estroncio pareci-
das a regiones como Veracruz, pero que convivían con los teotihuacanos
en sus conjuntos (Price, Manzanilla y Middleton 2000).
Actualmente estamos abordando con la misma metodología interdis-
ciplinaria, el problema del gobierno de una entidad tan compleja como
Teotihuacan, que parece tener una estrategia corporativa donde están
enmascarados los individuos, sus hazañas, sus nombres, tumbas, residen-
cias y objetos. No son visibles como en el área maya, en que domina una
estrategia centrada en el individuo (el gobernante), cuyos palacios desta-
can en los núcleos de los asentamientos, cuyas tumbas reales yacen en
templos funerarios, y cuyas representaciones en vasijas, estatuillas y este-
las son obvias (Manzanilla 2002b).
Teotihuacan representa un reto intelectual por su heterogeneidad,
por su complejidad, y por ser a la vez centro de manufacturas y movi-
miento de bienes, capital de un Estado con estrategia corporativa, sitio
sagrado, asentamiento estratégico en cuanto a recursos como la obsidiana,
ciudad ortogonal muy ordenada en cuanto a traza, y en fin, por ser una
anomalía en el escenario mesoamericano. Sin embargo, una aproxima-
ción intelectual disciplinada y sistemática permitirá, a la larga, desentrañar
la trama compleja de su devenir.

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483
LAS “CASAS” NOBLES DE LOS BARRIOS DE TEOTIHUACAN
ESTRUCTURAS EXCLUSIONISTAS EN UN ENTORNO CORPORATIVO1

LINDA R. MANZANILLA
Miembro de El Colegio Nacional

INTRODUCCIÓN

Teotihuacan representa la construcción multiétnica de un experimento


excepcional. La confluencia de pueblos diversos que huyeron de las
erupciones del sur de la cuenca de México durante el primer siglo de
nuestra Era, y que llegaron al valle de Teotihuacan, ya poblado con gru-
pos formativos, generó una articulación original sobre la cual se inserta-
ron otros de la Costa del Golfo y del Occidente de México.
Para organizar a grupos humanos de tantos orígenes, intereses y estra-
tegias, el grupo que le dio forma a la ciudad ortogonal de tiempos Tla-
mimilolpa (c. 200-350 d. C.) quizás consideró que el orden podría ser una
manera para organizar a la mano de obra multiétnica así como para atraer
a grupos de diversas procedencias en los esfuerzos de construcción, ma-
nufactura y movimiento de bienes. El orden, manifiesto en la retícula
urbana y en los módulos constructivos (Millon, 1973), el colorido de los
murales (De la Fuente [coord.], 1995), el esfuerzo por constituirse en el
centro del mundo conocido, donde todas las lenguas eran escuchadas y
los diversos tipos de juego de pelota desplegados, hizo de Teotihuacan una
excepción en el Clásico mesoamericano (Manzanilla, 2006).
La organización corporativa de la vida doméstica en conjuntos multi-
familiares (Manzanilla, 1996) es una de sus características excepcionales;
pero quizás también lo corporativo llegó hasta los niveles del co-gobierno
central, donde sugerimos la existencia de cuatro co-gobernantes (Manza-
nilla 2002, 2006), como la vasija de Las Colinas, publicada por Sigvald
Linné (1942: 68), sugiere.
1 Ponencia presentada en la XXVIII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antro-

pología, 2007, Ciudad de México, en el simposio coordinado por Gerardo Gutiérrez.

485
Al repensar la estructura política de la ciudad de Teotihuacan, tema
por demás difícil de abordar sin la profusión de textos, representaciones
y contextos de la realeza que abundan en el área maya para el mismo te-
ma (Manzanilla 2002, 2006), a mi modo de ver salta a la vista una posi-
ble contradicción entre la organización interna de los barrios y las elites
intermedias que los rigen, por un lado, respecto de la utopía corporativa
del co-gobierno central.
Abordaremos aquí el tema de cómo concebimos la organización de
los barrios en la ciudad de Teotihuacan, y la posibilidad de que las elites
intermedias que los encabezan estuviesen organizados como “casas”
(Maisons), en el sentido que Lévi-Strauss (1982) sugirió. Consideramos
que los barrios, sede de las elites intermedias (à la Elson y Covey [2006]),
son las unidades sociales intermedias más dinámicas de los sitios urbanos,
y las que pueden dar luz sobre la organización de base, los procesos de
transformación y las tensiones finales de los asentamientos multiétnicos
complejos.

EL CONCEPTO DE “CASA” À LA LÉVI-STRAUSS

La “Maison” como grupo social es caracterizado por Lévi-Strauss como


algo más que un grupo doméstico: es un grupo corporativo grande, or-
ganizado por la residencia compartida, la subsistencia, los medios de pro-
ducción, el origen, las acciones rituales o la esencia metafísica (Gillespie,
2000a:1). Tiene una propiedad territorial con riqueza material e intangi-
ble que se perpetúa a través de la transmisión de su nombre, sus bienes
y sus títulos a lo largo de una línea real o imaginaria, considerada legíti-
ma mientras su continuidad se exprese en el lenguaje del parentesco o
la afinidad o ambos (Lévi-Strauss, 1982: 174).
En términos prácticos, una “Maison” puede representar relaciones socia-
les, económicas, políticas o rituales entre varios individuos que pueden
formar una colectividad temporal o permanente (Gillespie, 2000a: 6), o
en términos de Bonte e Izard (1991: 435): la sociedad de “casa” representa
la alianza temporal o prolongada entre dos o más linajes para crear uni-
dades sociales de un nuevo tipo con ventajas para todos. Es una persona
moral autónoma poseedora de derechos y obligaciones.
Según Gillespie (2000a: 2), una de sus estrategias de largo plazo es ad-
quirir, conservar o reemplazar recursos que son la base de su estatus y
poder. El grupo social no sólo se representa por la estructura física de la

486
casa, sino por los objetos que lo acompañan: reliquias, tumbas, emblemas,
máscaras, atavíos, etcétera y territorios de caza, pesca y recolección (Gilles-
pie, 2000a: 3; 2000b: 25-26), además de las tradiciones de migración, los
relatos de fundación de asentamientos o santuarios ancestrales; los nom-
bres o títulos; los oficios en las sociedades secretas; las danzas, cantos y re-
presentaciones rituales (Gillespie, 2000a: 12).

LA ECONOMÍA DE OIKOS EN MESOPOTAMIA

Algunos autores, como Susan Pollock (2002: 117 et seq.), han llamado
la atención sobre la existencia de economías de Oikos (figura 1) que, se-
gún Max Weber, son economías orientadas principalmente a la satisfac-
ción de necesidades, en las que varias unidades domésticas o unidades
de producción son responsables de la manufactura de bienes para su
propio uso, almacenamiento de materias primas o bienes, y manufactu-
ra de bienes indispensables para el intercambio.

Figura 1.

487
Para Pollock (2002), en el tercer milenio a. C., la concentración de
población en villas y ciudades llegó a proporciones sin precedentes. La
urbanización trajo consigo la reorganización de la economía, ya que con
menos población rural y mayor población urbana, la extracción del tri-
buto se redujo. La respuesta de unidades domésticas más grandes y ricas
fue la de emplear una fuerza de trabajo sustancial constituida por gente
no emparentada entre sí para producir la mayor parte de lo que era usa-
do o consumido. Además de las unidades domésticas de parientes, que
no desaparecieron del todo, hay una compleja red de unidades interde-
pendientes económicamente cuyos miembros tenían conexiones y obli-
gaciones con más de una unidad doméstica.
Así, varios tipos de “unidades domésticas” o de oikoi son citados por Po-
llock (2002: 117): familias extensas en co-residencia, casas señoriales de
oficiales públicos, palacios reales y templos.
Las “oikoi” serían grandes unidades socio-económicas con una mano de
obra dependiente, personal administrativo, manadas de animales, pastu-
ras, campos, huertos, almacenes y talleres artesanales (Ibid.: 118). Su per-
sonal incluía agricultores y pastores que vivían parte del año en la ciudad,
y a cambio tenían medios básicos de subsistencia. El oikos controló crecien-
temente los medios de producción: tierra, herramientas y materias primas
(Ibid.: 120).
Los miembros del oikos recibían raciones de comida: cebada, lana y
aceite, además de dotaciones ocasionales de harina, pan, tela, pescado,
lácteos, frutas, carne o cerveza. El tamaño de las raciones dependía de la
edad, el género y el tipo de trabajo (Pollock, 2002: 120).
Según Pollock (Ibid.: 124), para identificar un oikos arqueológicamente
hay que encontrar la mayoría de los siguientes elementos: una estructura
grande o grupo de estructuras relacionadas con evidencia de una pro-
ducción variada de subsistencia, almacenamiento de materias primas y
bienes, participación en el intercambio y sistemas de contabilidad.

LOS BARRIOS DE TEOTIHUACAN

Dada la estructura corporativa de Teotihuacan, es posible que en los


centros de barrio se dieran estructuras tipo oikos, donde confluyen varios
contingentes sociales de diverso orden en un centro ritual y administra-
tivo que organiza una mano de obra dependiente; añadiríamos que mu-
chas veces, particularmente en la porción sur de Teotihuacan, es posible

488
que dicha mano de obra especializada pudiera ser de carácter multiétnico.
Además esta agrupación socio-económica giraba en torno de una nobleza
intermedia que administraba y dirigía el barrio; portaba emblemas y ata-
víos característicos; tenía tierras y recursos cercanos y lejanos.
Ampliando una propuesta original de Sergio Gómez et al. (2004; Gómez
Chávez, 2000) sobre los elementos que constituyen los barrios, conside-
ramos ahora que los centros de barrio de Teotihuacan, como cualquiera
unidad intermedia de grandes urbes, tienen un centro físico, y éste tiene
cinco componentes:
1. un componente ritual, es decir, grandes templos y plazas con altares,
donde los moradores del barrio asisten a las ceremonias;
2. un componente administrativo, más difícil de percibir, pero que po-
dría estar representado posiblemente en el Patio de los Glifos de La Ven-
tilla, donde ocurren las audiencias de la administración central con los
grupos corporativos y de manufactura;
3. un componente artesanal muy especializado para hacer frente a las
necesidades de las elites intermedias que rigen los barrios, particular-
mente para la manufactura de atavíos y tocados;
4. un componente residencial de la “casa” noble del barrio;
5. un espacio abierto anexo, que según Sergio Gómez y colaboradores
(2004: 175 et seq.), estaba destinado al intercambio, a la celebración de
festividades y al juego de pelota.
En los barrios cercanos al núcleo cívico de la ciudad y a la Calzada de
los Muertos, varios de estos componentes están separados en conjuntos
arquitectónicos distintos y contiguos. En barrios de la periferia, al parecer
estaban integrados alrededor de la plaza principal del barrio, como mó-
dulos constructivos anexos, pero sin un muro perimetral, excepto donde
inicia el gran espacio abierto.
En Teopancazco (figura 2), un centro de barrio de la periferia sureste
de la ciudad, hemos podido comprobar la existencia de una gran plaza
con altar y templos, más grande que los patios rituales de los conjuntos
multifamiliares de vivienda; algunos indicios de indicadores administra-
tivos, representados por sellos de estampa; la presencia de componentes
multiétnicos para el trabajo artesanal muy especializado de atavíos y toca-
dos, y por ende, materias primas, productos terminados y animales de la
Costa del Golfo; la existencia de un gran espacio hacia el este del cual está
separado por un gran muro inexistente como tal hacia el oeste y norte
(según muestra la prospección geofísica encabezada por Barba) (Manza-
nilla, 2006); y por último, indicios de que a la cabeza de este centro de
barrio yacía una “casa” con nobles de la elite intermedia quizás original-

489
Figura 2.

mente de origen foráneo, y un componente militar que funcionaba como


guardia.
Teopancazco carece de cocinas dispersas en los diversos sectores del
conjunto, característica que sí vemos en los conjuntos de apartamentos,
como Oztoyahualco 15B:N6W3 (Manzanilla [ed.], 1993; Manzanilla
1996). Los centros de barrio también tienen evidencias de rituales masivos
extraordinarios, como el que apareció en Teopancazco en el nivel cons-
tructivo de fines de la fase Tlamimilolpa y principios de Xolalpan tem-
prano, y que consiste de más de 25 cráneos de individuos la mayoría mas-
culinos, cada uno en una vasija con cinabrio y tapado por otra vasija
(Manzanilla, 2006).

1. El primer componente, el ritual (figura 3), tiene como indicadores


• la gran plaza de 275 m2;
• un gran templo ubicado al este de patio, cuya fachada está al oeste,
con un recinto de c. 57 m2;
• un altar en la plaza;
• la traza química del ritual a los cuatro rumbos (Pecci, Ortiz, Barba y
Manzanilla, en prensa);

490
• el mural principal de Teopancazco, hallado originalmente por el al-
farero Barrios y que dio pauta para que Leopoldo Batres excavara por
primera vez un conjunto de éstos, hacia 1884. Este mural fue dibuja-
do por Adela Breton (en Marquina, 1922, cáp. III, tomo I, láms. 34 y 35)
y estudiado también por Rubén Cabrera (1995: 160). En él destacan dos
sacerdotes sembradores que tiran líquidos con semillas, que ahora sabe-
mos son de Salvia o chía, gracias a las identificaciones de Martínez Yrízar
y Adriano Morán (2006), y que se dirigen a un altar, además de otros
sacerdotes sembradores y guerreros;
• en los márgenes de la plaza central hay fosas con los desechos de gran-
des banquetes comunales, en los que, entre otras cosas, se consumían
peces marinos (identificados por Edmundo Teniente del IPN y Bernardo
Rodríguez de la UNAM);
• hay rituales extraordinarios, particularmente las fosas con más de 25
individuos, muchos de ellos decapitados, que son cráneos en vasijas, y
muchos con cinabrio.

Figura 3.

491
2. El segundo componente, el administrativo (figura 4), podría estar repre-
sentado por los sellos de estampa que pudieron ser utilizados por los gru-
pos sociales del barrio para sellar con pigmentos, bultos y contenedores
donde se almacenaba la producción especializada del centro del barrio.
Aparecen sellos con flores de cuatro pétalos (posiblemente el glifo em-
blema de la ciudad, a decir de López Austin [1989]), símbolos del Dios
de las Tormentas (la deidad estatal de Teotihuacan), el Dios del Fuego, el
quincunce, e incluso un mono (que quizás esté vinculado con los indivi-
duos procedentes de la Costa del Golfo de México).

Figura 4.

3. El tercer componente, el artesanal especializado, está representado por


múltiples instrumentos de hueso (Padró Irizarri 2002; Padró y Manzanilla
2004) (figura 5) para unir mantas de algodón procedentes de la Costa del
Golfo, así como adherirles placas de concha (figura 6), cangrejos, tortugas,
y otros elementos marinos, que constituían el elemento de identidad de
este centro de barrio. La presencia de los múltiples instrumentos y mate-
rias primas (sobre todo de origen fáunico) con los cuales se formaban los
atavíos y tocados de los nobles de este barrio constituyen una prueba del

492
Figura 5.

grado extremo de especialización de los artesanos del barrio, los “sastres”,


y de la importancia de los símbolos de identidad del barrio, con elemen-
tos iconográficos que no se repiten en otros de la ciudad. Los códigos
simbólicos impresos en los trajes de los nobles referían al barrio particular
de donde procedían, y podían ser identificados incluso por los diversos
contingentes étnicos de la ciudad.
En Teopancazco, a diferencia de la mayor parte de los conjuntos mul-
tiétnicos de apartamentos, buena parte de los metates están dirigidos a
la producción artesanal, ya que evidencian una mezcla de estuco, pig-
mento rojo, fibras diversas y lacas, y no fitolitos de maíz (Manzanilla, Reyes
y Zurita 2006).
En general, consideramos que en los centros de barrio de Teotihua-
can se hacían los atavíos y tocados (figura 7) que tenían elementos de
identidad de las “casas” nobles de Teotihuacan, y que diferían de un ba-
rrio a otro. Este nivel de manufacturas sería el tercero (figura 8) de cua-
tro escalas de producción artesanal que propongo para Teotihuacan
(Manzanilla et al., en preparación).
493
Figura 6.

Figura 7.

494
Figura 8.

4. El cuarto componente es el residencial para la “casa” que regía el barrio,


y que estaba ubicado hacia el norte de la plaza (figura 9), para época Tla-
mimilolpa (200-350 d. C.) y posiblemente al suroeste, para época Xolal-
pan (350-550 d. C.).

5. El quinto componente es el espacio abierto que yace al este, y que si-


guiendo la sugerencia de Gómez et al. (2004), podría estar dedicado al
juego de pelota, a albergar a peregrinos que participaban en las festivida-
des periódicas, y a ciertas actividades de intercambio (véase Manzanilla,
2006).
Debemos resaltar, de manera especial, que además de los barrios cla-
ramente foráneos en la periferia de Teotihuacan, a saber: el Barrio
Oaxaqueño, el Barrio de los Comerciantes y el pequeño enclave michoa-
cano, los centros de barrio teotihuacanos tienen la presencia de artesa-
nos muy especializados provenientes de otras regiones de Mesoamérica,
convocados por las “casas” nobles. Estos elementos foráneos se pueden
detectar:

495
Figura 9.

1. gracias a las proporciones isotópicas dispares de estroncio 87/86 y


oxígeno en algunos individuos de Teopancazco (informes técnicos para
mi proyecto de Peter Schaaf, 2007, y Pedro Morales, 2007);
2. la presencia de cerámica foránea que se añade a la profusión de ani-
males, particularmente los marinos, provenientes de Veracruz que ya ci-
tamos;
3. la diferencia en práctica mortuoria entre los teotihuacanos y los in-
dividuos foráneos (entierros parciales de los foráneos, versus entierros
completos flexionados, sea sedentes, sea laterales, de los teotihuacanos,
excepto quizás en el caso de los fundadores del barrio).

CONCLUSIONES

La “casa” noble que regía Teopancazco quizás tuvo como emblema al


pez (figura 10), que aparece representado en el Mural de los Animales
Mitológicos (véase De la Fuente [coord.], 1995). Ningún otro sitio exca-
vado de Teotihuacan tiene la cantidad y variedad de restos de peces
496
marinos como Teopancazco: en el sitio hemos detectado más de 12 va-
riedades de peces de las lagunas costeras de Veracruz, entre los cuales po-
demos enunciar (gracias a la identificación de Edmundo Teniente [IPN]
y Bernardo Rodríguez [UNAM]): al bagre, la mojarra plateada y la común,
el jurel, el ronco, el robalo, el guachinango, la barracuda, el pez loro, ade-
más de un diente de tiburón (Edmundo Teniente, IPN, informe técnico
para mi proyecto; Rodríguez Galicia 2006, 2007). Asimismo, hallamos un
fragmento de espina tallada de erizo de mar (Francisco Solís, UNAM, in-
forme técnico para mi proyecto) y diez fragmentos de pinzas de cangrejo
que habitan pastizales a lo largo de las zonas costeras, además, de placas
de carapachos de varios tipos de tortugas (Kinosternon sp. y Pseudemys scrip-
ta), placas de armadillo y 30 placas subdérmicas de cocodrilo [Rodríguez
Galicia, op. cit.].
Los peces también podrían haber estado dispuestos en los tocados, co-
mo lo sugiere el segundo tipo de sacerdote sembrador de Teopancazco
(véase dibujo de Adela Breton en Marquina, 1922, Tomo I, lámina 35; De
la Fuente, 1995), y que posiblemente también aparece reiteradamente
en el Mural de la Agricultura (Marquina, 1922, Tomo I, lámina 33; De la
Fuente, 1995).

Figura 10.

497
Los rituales en los que participaban los “sacerdotes del océano” (como
Kubler [1967] los denominó) involucraban el sembrar semillas de chía,
cuyo aceite era utilizado en el siglo XVI para la elaboración de lacas, según
destacan Martínez Yrízar y Adriano Morán (2006), y pienso que lo mismo
sucedió en Teopancazco. Estas lacas eran utilizadas para decorar cuencos
hechos con arcillas locales y hacerlos parecerse a la cerámica Naranja
Laca de Veracruz, como la pieza hallada en el entierro 105 de tiempos
Tlamimilolpa (200-350 d. C.).
La manufactura de mantas de algodón no se hacía en Teotihuacan sino
en Veracruz; sin embargo, en la gran metrópolis fueron elementos cuyo
uso estaba destinado a gente de alto estatus, y cuya iconografía refería di-
rectamente a barrios particulares. Los nobles que regían los barrios de la
mitad sur de la ciudad pudieron haber tenido una relación particular
con la Costa del Golfo, y en particular Teopancazco pudo haber traído
mantas finas de algodón en grandes cantidades, desde la fase Tlamimi-
lolpa (200-350 d. C.), hecho que le pudo otorgar un poderío económico
sin precedentes, dado el consumo de éstas por la nobleza teotihuacana.
En época Xolalpan (350-550 d. C.), después de magnos rituales de termi-
nación hacia 350 d. C. (decapitación de varios individuos foráneos; gran-
des fogones con desmembramiento de figurillas; el “matar” vasijas polícro-
mas y monócromas, además de objetos diversos en una esquina del patio
principal del conjunto), es probable que el Estado teotihuacano haya
ejercido un control más directo sobre el barrio de Teopancazco, al intentar
evitar que elites foráneas tuvieran un poderío desmedido en la ciudad.
Tengo la hipótesis de que la fundación del barrio de Teopancazco pudo
haber sido atribuida a la llegada de nobles procedente de otra región de
Mesoamérica, trayendo consigo mucho de la cultura culinaria, artesanal
y ritual de la Costa del Golfo; pero quizás, a la larga (en época Xolalpan),
los nobles teotihuacanos parecen haber tomado la administración del
barrio, y asumido los vínculos, los recursos y la mano de obra foránea para
articular relaciones directas con Veracruz. En todo caso, parece que los
vínculos eran directos y más allá de la supervisión del estado teotihuacano.
Éste pudo ser uno de los elementos que desgajó la estructura corporativa
del Estado teotihuacano desde dentro.
Las elites intermedias que regían los barrios se comportaron posible-
mente como señores feudales, con sedes, tierras, recursos, mano de obra,
emblemas, atavíos, reliquias, y probablemente mitos de origen que los
hacen asemejarse a las “casas” nobles según Lévi-Strauss.

498
Una de las características que parece haber separado Teotihuacan del
resto de Mesoamérica es la posibilidad de un co-gobierno (Paulinyi, 1981).
Es probable que en el co-gobierno de Teotihuacan participaran varias de
estas “casas” nobles, particularmente los cánidos del suroeste, las serpien-
tes del sureste, los felinos del noreste y las aves de rapiña del noroeste;
sin embargo, a la larga, la estrategia corporativa de gobierno con la cual
Teotihuacan quizás organizó muy eficientemente a una gran población
multiétnica en sus inicios, resultó impracticable para hacer frente a la vo-
racidad económica de las “casas” nobles de los barrios. La contradicción
entre dos formas de organización, una a nivel de la autoridad central y de
la población en general, y otra, en las sedes de los barrios, no tuvo solución.

AGRADECIMIENTOS

Agradezco a mis colaboradores del proyecto “Teotihuacan: elite y go-


bierno” que dirijo, particularmente a: Diana Martínez, Cristina Adriano,
Emilio Ibarra, Raúl Valadez, Bernardo Rodríguez, Liliana Torres Sanders,
Johanna Padró, Luis Barba, Alessandra Pecci, Agustín Ortiz, Jorge Blancas,
Adrián Velázquez, Belem Zúñiga, Norma Valentín, Gerardo Villanueva,
Ana María Soler, Avto Gogichaishvili, Laura Beramendi, Galia González,
Peter Schaaf, Hector Neff, Michael Glascock, Mauro de Ángeles, Claudia
López, Claudia Nicolás, Beatriz Maldonado, Marcela Zapata, Sandra Rie-
go, Gilberto Pérez Roldán, Miguel Angel Baez, Edgar Rosales de la Rosa,
Alejandra Guzmán, Citlali Funes, Mayra Lazcano, Edgar Gaytán, Leila
França, Juan Rodolfo Hernández, Laura Bernal, Nidia Ortiz, Emiliano
Melgar, Carolina Bucio, Julio César Cruzalta, Enah Fonseca, Gabriela
Mejía, Berenice Jiménez, Jaime Urrutia, Judith Zurita, Manuel Reyes, Fer-
nando Botas, César Fernández, Rubén Jaimes, Rafael Reyes, Edmundo
Teniente, Ramiro Román, Francisco Solís y muchos otros más; y la parti-
cipación del INAH en las excavaciones de Xalla, particularmente a Leo-
nardo López Luján, William Fash y Warren Barbour.
Este proyecto fue posible gracias al financiamiento del Conacyt y de la
UNAM, y al permiso federal del INAH.

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