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Ostracismo es una palabra griega derivada de concha (cuya raíz viene de ostra), debido al tejuelo
en forma de concha en el que los pueblos del mar de la antigüedad, esencialmente los atenienses,
escribían el nombre de los desterrados. El destierro no era la expropiación de la tierra, era la
expulsión del desterrado, por una cierta cantidad de años o para siempre de la polis (ciudad
Estado). Era el peor castigo que un griego podía recibir porque, al contrario de los hombres
modernos, los griegos no tenían ningún concepto de lo que es el yo o la individualidad; en
consecuencia, su identidad venía de su pertenencia al grupo, a la polis. Por lo cual, ser desterrado
no era ser desplazado a otra polis, conservando el sentimiento de unidad psíquica individual, sino
que significaba arrancarle su identidad, su ser, su humanidad.
Dicho castigo no recaía sólo sobre aquellos que habían cometido crímenes contra los dioses o
contra el Estado. Algunas excavaciones han encontrado en el fondo de pozos, conchas de ostra
preescritas con nombres de ciudadanos que le servían a la polis y respetaban a los dioses, pero
que sus enemigos políticos pretendían hacer expulsar manipulando las votaciones, sobornando a
algunos para que presentaran aquellas conchas. Esto dice que el destierro, desde la antigüedad,
ha sido un arma política.
Las causas de ese destierro en Colombia son múltiples: el reclutamiento forzado, la erradicación de
cultivos ilícitos, el uso indiscriminado de minas antipersonal, los ataques aéreos del ejército, las
amenazas, los atentados, los enfrentamientos de grupos armados, las detenciones arbitrarias, el
involucramiento forzado en el conflicto, el desabastecimiento de víveres que usa el hambre como
estrategia de guerra, y, por supuesto, de la intimidación.
Se ha aplicado el eufemismo “desplazado” para designar a la víctima, pero sus testimonios dan
cuenta de que se trata de algo más poderoso que el simple desalojo y el traslado de un lugar a otro
del país. Son numerosos los casos en los que la víctima es perseguida y sometida al llamado
“desplazamiento múltiple”.
En ese acoso, el sujeto pierde las coordenadas psíquicas, simbólicas e imaginarias en las que ya
no puede definirse como ciudadano del lugar donde nació, propietario de tal parcela,
reconocimiento como vecino, con nombre propio, familia e historia, y le es destruida como
referencia identitaria la geografía que lo rodeó y le sirvió de punto de orientación y de construcción
de hábitos sedentarios. Ahora tiene la certeza de saberse dueño de nada y de no pertenecer a
ninguna parte. Hay, en consecuencia, un quiebre psíquico importante en los mal llamados
“desplazados”, por lo que, propiamente, se les debería llamar “desterrados”.
Para el 2007 se registraban en Colombia 2.853.445 personas desplazadas en los últimos diez
años, sin considerar los que no se registran. Aunque “Pastoral Social y Codhes hablan de
3.662.842 personas desplazadas desde 1985, y el reporte del gobierno es el de 1.716.662
contando a partir de 1997” (Martha Inés Villa: Desplazamiento forzado en Colombia. El miedo: un
eje transversal del éxodo y de la lucha por la ciudadanía, Cinep, 2006).
La población desterrada está en su mayoría compuesta por mujeres, niños, adultos mayores,
afrodescendientes e indios. Se verifica un grave impacto que las mujeres viven en esta situación, a
saber, la violación sexual, a pesar del silencio y el difícil registro de este delito, reconocido nacional
e internacionalmente como crimen de guerra. Esto refleja una práctica sistemáticamente aplicada
antes y durante la situación de destierro de la población por todos los actores del conflicto armado
colombiano (militares, paramilitares, reinsertados y guerrillas). También la esclavitud sexual y la
promoción de la prostitución es otro impacto que viven las mujeres como consecuencia del
destierro, al llegar a la nueva zona receptora, donde no encuentran ningún apoyo institucional para
ubicarse de forma digna.
El desterrado encuentra en la huida su última opción y emprende un viaje sin destino; su sola
certeza es la incertidumbre, su única seguridad es la de estar vivo, aunque a veces dice que esa
situación es equivalente a “estar muerto en vida”.
Es difícil para el desterrado volver de su nomadismo a un nuevo sedentarismo, ya que siente que
pertenece a una lista de forasteros, extranjeros, extraños, exiliados, ex humanos que andan por un
mundo ajeno. Su inscripción en el nuevo lugar lleva consigo los traumas por las vejaciones a las
que fue sometido durante su expulsión. El destierro va más allá de los límites geográficos, se
instala en el alma del desterrado, produciendo una neurosis de guerra. Las imágenes del horror
vivido se toman sus sueños para volverlos pesadillas, se despiertan bañados en sudor y con la
respiración a mil.