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LOS JUDÍOS ESPAÑOLES DESPUES DE 1868 (I)

En el artículo “La diáspora de los judíos españoles” habíamos comentado la


historia de los judíos desde su expulsión en 1492 por los Reyes Católicos
hasta 1868, fecha en la que el general Prim, corroborado posteriormente
por el general Serrano, dijo que los judíos “son libres de entrar en nuestro
país y ejercer libremente el culto, así como a los miembros de todas las
religiones”.

Los pogromos rusos (1881-1882)

Conviene recordar que el propósito de los gobiernos de signo liberal era de


que España abandonara el aislamiento, que había caracterizado la política
exterior española, tendente a un ensimismamiento, que la alejaba
progresivamente de cuanto ocurría en Europa. Tendencia que se acentuaba
con los gobiernos conservadores presididos por Cánovas del Castillo o sus
más fieles seguidores. En los años 1881-1882 hubo tres posiciones políticas
respecto al tema de los judíos: los partidos liberales, con matizaciones,
apoyan la causa judía y el retorno de los sefarditas a España respaldando al
Gobierno de Sagasta (1825-1903); los conservadores, que aunque
defendían posturas tales como la condena del antisemitismo y la aceptación
de los judíos ricos en España, no deseaban la repatriación de judíos y, la
opción defendida por la prensa integrista católica y el absolutismo
monárquico que manifestaban un antisemitismo visceral lanzando fuertes
críticas al Gobierno liberal por la apertura con respecto a los judíos, que se
oponían al retorno y justificaban al antisemitismo europeo.

Después del fugaz Gabinete conservador de Cánovas (1884-1885), vuelve


al poder de nuevo el Partido liberal de Práxedes Mateo Sagasta que
permanece en el poder hasta 1890, siendo su artífice en la política exterior
el ministro de Estado, Segismundo Moret (1885-1887), más aperturista con
relación al tema hebreo que su anterior en el cargo en el gobierno de
Sagasta, el también ministro de Estado (equivalente a ministro de
Exteriores), Antonio Aguilar y Correa (marqués de la Vega de Armijo),
(1881-1883, 1888-1890, 1892-1893). La postura del partido de Sagasta era
clara: se intentó capitalizar el problema judío para reflejar en el exterior la
imagen de una imagen de una monarquía liberal, buscando respaldo y
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soporte en las potencias europeas; los gabinetes liberales con ideas


librecambistas, piensan que las comunidades sefarditas pueden servir como
vehículo de expansión económica y comercial a través del Mediterráneo.
Moret intensificó las relaciones exteriores, dando lugar a los primeros
intentos de acercamiento a los judíos españoles exilados a través de
entidades culturales que sirvieran de soporte a las actividades económicas.

Los intentos de acercamiento a los sefardíes por parte de los liberales y las
reservas de los conservadores a este respecto, estarán siempre presentes en
la relación con los descendientes de los judíos expulsados en 1492. Esto dio
lugar a multitud de polémicas en toda clase de instituciones, criticando o
apoyando las acciones de los distintos gobiernos. Como se ve, las distintas
posturas ante el problema judío tienen hondas raíces en la historia española,
emergiendo una vez que un factor desencadenante las hace aflorar.
Curiosamente, la explosión del antisemitismo en Rusia (pogromos de 1881
y 1882), dio lugar al primer acercamiento real entre España y los judíos
europeos, aunque ya se había producido años antes por medio de los judíos
norteafricanos. La política exterior del gobierno español en el poder en
1881, se manifestó intentando un acercamiento a las comunidades
sefarditas europeas, abriéndoles las puertas del país e interesándose por el
fenómeno del antisemitismo en tanto que tal. En 1881, una vez el partido
liberal en el poder, el marqués de la Vega de Armijo pide información a los
cónsules españoles en Odessa y Kiev sobre los pogromos rusos contra los
judíos que se están produciendo en esas zonas.

El cónsul de Odessa, José Gómez, confirma la situación antisemita en la


zona. Italia y Gran Bretaña tomaron iniciativas para proteger a los judíos
que huían del Imperio ruso, pero otros países les cerraron las fronteras:
Rumanía y Alemania. El entonces embajador español en Constantinopla,
Juan Antonio Rascón Navarro, conde de Rascón, inició una campaña para
salvar a los judíos que huían de Rusia a Turquía. El rey Alfonso XII aprobó
y apoyó la idea, para dar idea de la apertura política española ante la
opinión europea y mundial. Aparte de ayudarles en su venida a España,
Rascón comunicó al gobierno de Sagasta que “España podría utilizar a
estos judíos como agentes comerciales y ser representantes de sus
exportaciones a estos países de la Europa Oriental y Balcánica y el Imperio
Turco, utilizando los elementos comunes que había con esos judíos: la
lengua y cultura común”. Además, el embajador español expone un plan a
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Madrid para que se creen centros culturales, escuelas, institutos para que
mantengan viva la lengua española, así como la cultura, para facilitar la
reactivación nuestro comercio con aquellos países, que consideraciones
históricas y medidas antijudías aparte, tenía las ventajas comerciales de
poder proporcionar un contacto regular con los sefarditas asentados en
Turquía y Grecia. Se aprobó la vuelta de los que quisieran volver a España,
pero con la condición que los interesados se tenían que pagar sus gastos de
traslado a España. Aun así, Rascón consiguió que 51 judíos turcos fueran
trasladados por compañías extranjeras, que llegaron a Barcelona ese mismo
año. Es llamativo que en sus pasaportes no se hiciera referencia alguna a su
condición de judíos, sólo turcos, pues todavía el término “judío” tenía en
España connotaciones negativas. Esta actuación del gobierno de Sagasta
tuvo impacto internacional; el alcalde de Londres, el judío Arthur Mayer,
felicita al rey español, lo mismo hicieron periódicos alemanes, británicos
“The Standard” y austriacos “La Correspondencia de Viena”.

De nuevo, los sectores conservadores y tradicionalistas criticaron la


actuación del gobierno, suscitando una de las más controvertidas polémicas
que ha habido en la opinión pública española. Por parte del gobierno
sagastino se continuó durante el año siguiente recabando información sobre
la situación de los judíos en Rusia, a través del cónsul español en Varsovia,
Augusto de Lovenberg, del embajador José María Bernardo de Quirós
(marqués de Campo Sagrado), desde San Petersburgo. En 1882, Rascón
consiguió que otras 230 personas judías pudieran volver a España. Las
gestiones del gabinete de Sagasta en favor de los judíos y su magnificación
exterior produjeron en España una intensa reacción en la opinión pública
magnificando la posibilidad de su retorno oficial a España y la acogida que
aquí podría dárseles, cuando en Europa se recrudecía el antisemitismo. El
tema se convirtió en todo un debate nacional, en el que se revisó toda la
historia anterior y se analizó la situación del país en el siglo XIX.

El retorno de los judíos a España.

La prensa intervino de una manera muy directa, entre la liberal destacaba


“El Imparcial”, que dirigido por José Ortega Munilla, era el más influyente
y el de mayor tirada, “El Liberal”, de matiz anticlerical y, por último entre
los de gran tirada estaba “El Heraldo de Madrid”, vinculado a la alta
burguesía. Aparte de estos grandes diarios estaban otros de menor tirada,
vinculados bien a sectores concretos de la política y de la sociedad
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española, partidos políticos o a figuras individuales. Dentro de esta


corriente liberal, los principales eran: “El Globo”, perteneciente al partido
de Castelar (republicano posibilista), “El Correo”, vinculado al partido que
lideraba Sagasta, y “La Iberia” que pertenecía al liberalismo radical. “La
Sociedad Económica Matritense”, presidida por Alberto Bosch, felicitó al
rey por su decisión y proponía crear colonias agrícolas en diferentes partes
de España donde la población fuera más reducida y escaseara más la
producción, dando a los inmigrantes judíos la posibilidad de establecerse en
esas tierras.

En general, la prensa liberal defendía la causa judía, aunque había


cuestiones en las que se centraban su preocupación: la condena del
antisemitismo europeo, el apoyo a la decisión del gobierno de Sagasta, en
los años 1881-82, de repatriar a los sefarditas españoles y la necesidad de
un revisionismo histórico sobre la expulsión de los judíos en 1492. La
prensa conservadora, lógicamente no estaba a favor estas ideas. “La
Época”, instrumento del canovismo Alfonsino, diario de notables, y
dirigido Juan Ignacio Escobar, mantenía una posición selecta con respecto
al retorno judío al igual que “La Correspondencia de España”, o “La
Ilustración española y americana” que consideraban la expulsión judaica
como un componente más de la circunstancia histórica, al tiempo que
reconocían el error que supuso la expulsión, así como la aportación hebrea
a la cultura española, aceptando, incluso estimulando la venida de
banqueros y hombres de negocios judíos a España, pero oponiéndose a la
repatriación de los sefarditas. El órgano de expresión de esta corriente fue
“El Siglo Futuro”, dirigido por Cándido Nocedal, de tendencia claramente
carlista y siempre enemigo de la Restauración, representada por el rey
Alfonso XII. También de esa filosofía estaban “El Estandarte” y “El
Fénix” y algunas publicaciones de órdenes religiosas. “La Cruz”, revista
integrista, que ataca con gran dureza a los judíos alineándose con las
corrientes antisemitas europeas.

Se creó la distinción entre “judíos de la vieja tradición” y los de “nuevo


cuño”, constatado por la presencia en Madrid de importantes judíos
extranjeros que tuvieron, junto con algunos descendientes de los que se
quedaron en la península, una importante actividad en el desarrollo
económico del país y en la solución de los agobios financieros. Desde
Alejandro Aguado (banquero), a los empresarios y banqueros hermanos
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Pereire (Émile e Isaac), pasando por Rothschild, Ignacio Bauer (agente


comercial de los Rothschild), Abraham Camondo (banquero, agente de
cambio y famoso coleccionista de arte), Daniel Westsvailer (representante
también de la banca Rothschild), Alfredo Lowely (director de unos
ferrocarriles en Andalucía) y otros que ocuparon un lugar importante en la
sociedad y economía nacionales en la Banca, los Seguros, en la
construcción de Ferrocarriles y en otros proyectos de industrialización. La
prensa conservadora abogaba por la venida de estos judíos y no por la de
los refugiados, casi indigentes.

Acercamiento entre judíos y españoles. 1885-1900.

En el bienio 1886-87 se produce un nuevo reavivamiento en la sociedad


española en torno al posible regreso de los judíos, sobre todo en
determinadas instituciones culturales próximas al Gobierno, y se crean
organizaciones para el acercamiento de los judíos en conexión con
organizaciones europeas. El periodista Isidoro López Lapuya funda el
“Centro Nacional de Emigración Israelita” en el que colaboran conocidos
periodistas, políticos y miembros de la “Asociación de la Institución Libre
de Enseñanza”, organismo que se creó en 1876, siendo Laureano Figuerola
su primer presidente, apoyado por un grupo de catedráticos (Francisco
Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Teodoro Sainz Rueda y
Nicolás Salmerón, entre otros), que fueron separados de la Universidad
Central de Madrid por defender la libertad de cátedra y negarse a ajustar
sus enseñanzas a cualquier dogma oficial en materia religiosa, política o
moral por lo que tuvieron que proseguir su labor educativa al margen del
Estado, creando este establecimiento educativo privado laico, que empezó
en primer lugar por la enseñanza universitaria y después se extendió a la
educación primaria y secundaria.

Apoyaron y secundaron el proyecto intelectuales de la talla de: Joaquín


Costa, Leopoldo Alas Clarín, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón,
Ramón Menéndez Pidal, Antonio Machado, Joaquín Sorolla, Augusto
González de Linares, Santiago Ramón y Cajal y Federico Rubio entre otras
personalidades comprometidas en la renovación educativa, cultural y
social. También colaboraron con el “Centro de Emigración Israelita”, Juan
Uña (director general de Enseñanza), Beltrán y Rózpide (abogado de la
Cámara de Comercio de Madrid), el diputado Eduardo Baslega y algún
banquero. Se constituyó oficialmente el 30 de noviembre de 1886,
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publicando sus objetivos: atraer a los emigrantes judíos hacia España


principalmente descendientes de familias españolas que fueron expulsados
en 1492; publicar información fidedigna sobre los judíos españoles, sus
vidas, sus costumbres, ocupaciones; difundir información de España entre
los judíos y determinar, con la ayuda de las organizaciones judías europeas,
quienes eran los judíos más idóneos para la inmigración, así como
proporcionarles ayuda financiera en todas las cuestiones relacionadas con
la integración social en España. Como director se eligió al judío británico
de origen portugués, Haim Guedalla, y, como presidente honorario a
Lapuya, que inició una campaña de prensa que tuvo gran difusión exterior
llegando hasta las comunidades hebreas de los Balcanes y del Imperio
austrohúngaro.

Desde las propias esferas del Gobierno se alentó como efecto político la
creación de estos centros, que tuvieron incidencia e impacto en el
extranjero. Determinada prensa judía estimuló parcialmente esta operación,
sin embargo, otra prensa, quizá más realista como la “Alianza Israelita
Universal”, de Burdeos, aunque valoraba positivamente el apoyo de estos
grupos minoritarios, trató de desanimar a los judíos de volver a España por
el ambiente hostil que presumiblemente encontrarían desde el punto de
vista religioso y social. A pesar de esto, Lapuya anunció en 1887 que 13
judíos procedentes de Brody (frontera de Ucrania con Austria) llegaron a
Madrid faltos de recursos y sin dinero, que habían acudido en busca de
ayuda. Tenían un aspecto miserable y pobre y no el distinguido de
financieros que Lapuya imaginaba. Les ayudó a sus expensas, compadecido
por su situación y por miedo a que estos refugiados se echaran a la calle y
perjudicaran su reputación. Hizo un llamamiento a los principales
periódicos judíos, pidiéndoles fondos para repatriar a su lugar de origen a
este primer grupo llegado a España. Antes que recibiera respuesta, llegó un
segundo grupo de otros 13 judíos procedentes de Marruecos, en las mismas
condiciones paupérrimas que los anteriores. Con la ayuda de amigos y
vecinos pudo Lapuya ocuparse de estos grupos, pero de ahí no pudo pasar.
Estos judíos tuvieron que regresar a sus países de origen.

En 1891, con el partido conservador de Cánovas en el poder, un grupo de


judíos residentes en Odessa, ante un nuevo brote de antisemitismo, vuelven
a solicitar asilo político en España. La respuesta española efectuada por el
entonces ministro de Estado, Carlos Manuel O’Donnell, duque de Tetuán,
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fue mucho más restrictiva que los gobiernos de Sagasta: “las leyes
españolas no se oponían a que los judíos vinieran a España garantizándoles
la libertad de convivencia, pero sin facilitarles socorro alguno ni auxilio de
ninguna clase”.

A partir de estas fechas los acontecimientos europeos marcaran también la


incidencia de la cuestión judía en España. En 1896, Theodor Herzl
(periodista y escritor austrohúngaro de origen judío), publica su famoso
libro “El Estado de los Judíos” y, en 1897 se constituye en Basilea el
primer congreso sionista en el que ya se aborda el problema de la creación
de un Estado judío. Desde entonces se celebraban casi todos los años estos
congresos. El tema ya adquiere implicaciones europeas lo cual comienza a
preocupar a la mayoría de los Gobiernos. Los Gobiernos de corte liberal
burgués lo veían como una maniobra de determinados sectores para hacerse
con el poder, los Gobiernos absolutistas lo veían como un mecanismo
revolucionario por el componente socialista que inspiraba a muchos de sus
seguidores, y que tendría la finalidad de derribar a las monarquías de corte
absolutista.

El 16 de abril de 1899, el embajador ruso en Madrid, Dimitri Slevich,


entrega al jefe del Gobierno español, Francisco Silvela (1843-1905), un
documento secreto de su Gobierno en el que expone la situación y los
temores de los diversos Gobiernos europeos, y más concretamente del ruso
(Nicolás II), sobre el sionismo y pidiendo información al Gobierno de
Madrid sobre las posibles actividades de este movimiento en España. El
informe giró sobre dos cuestiones: nacimiento, evolución, y finalidad del
mismo, y las acciones que habría que llevar a cabo de acuerdo con otros
Gobiernos europeos frente al mismo.

La oleada de antisemitismo que se desató en toda Europa al final del siglo


XIX tuvo su representación más explícita y espectacular en Francia con el
“affaire Dreyfus” (El capitán ingeniero politécnico del ejército francés,
Alfred Dreyfus, de origen judío-alsaciano, acusado de trabajar para los
servicios secretos alemanes, desató una oleada de antisemitismo
impresionante en Francia, juzgado y condenado en 1894, fue expulsado del
ejército y enviado a una prisión a la isla del Diablo - cerca de la Guayana
francesa - aunque el final, después de varios años y juicios, fue totalmente
rehabilitado). Mientras tanto, en Francia, se desarrolló una autentica
confrontación en la opinión pública, entre grupos de intelectuales y
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políticos que se dividieron en torno al “affaire”. La opinión pública


española no escapó a esa confrontación; siempre con el tema judío en el
trasfondo. Una gran mayoría de la prensa defiende la causa de Dreyfus
apoyando a Emilio Zola (“J’accuse”) en su defensa de Dreyfus, aunque
ciertos intelectuales, que se habían mantenido un tanto eclécticos en los
años anteriores, como Juan Valera (1824-1905) y periódicos como “La
Ilustración Española y Americana” ahora apoyan decididamente a Dreyfus.
Castelar y “El Imparcial” vuelven a ocuparse del problema judeo-español.
El grupo integrista español se alinea con las corrientes antisemitas
francesas, destilando un antisemitismo virulento y agresivo. Periódicos
como “El Imparcial”, “El Heraldo de Madrid”, “La Correspondencia de
España”, “El Liberal” o “El Correo” entran en polémica con otros diarios
como “La Fe”, “El Fénix”, “El Estandarte” y sobre todo “El Siglo Futuro”.
Conocidos periodistas de la época como Mariano de Cavia, Luis de
Bonafoux, Enrique Gómez Carrillo, Arzubialde, Alejandro Sawa, Clarín,
etc., toman parte muy activa en el asunto.

Es evidente que los enfrentamientos y polémicas sobre el antisemitismo en


España, en aquella época, no hacían más que emerger de un caldo de
cultivo que ya estaba latente a tenor de los movimientos antisemitas de
Europa y que ahora se habían incrementado por las circunstancias en las
que se vio inmersa la España del noventa y ocho. La consecuencia del
“affaire” con los efectos del desastre del 98, supuso una especie de catarsis
en la opinión pública española y en las corrientes regeneracionistas que
venían incubándose de tiempo atrás, alcanzaron aquí su eclosión más plena
y también afectaron a nuestra relación con los judíos. Este fenómeno se
inicia en el nuevo siglo, el siglo de oro del sefardismo español, en el cual
los judíos estarán en el punto de mira de los regeneracionistas españoles y a
los que consideraban como elementos importantes para la reactivación vital
de España después del desastre del 98. Entre ellos, destacará especialmente
el Dr. Ángel Pulido.

La penetración española en el norte de África en el siglo XIX comenzó con


la guerra de Marruecos (1859-1860), dirigida por el general O’Donnell. La
entrada de las tropas españolas en Tetuán el 6 de febrero de 1860 puso en
contacto por primera vez a los españoles con un grupo importante de
sefarditas. El periodista Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), publica en
1860 “El Diario de un testigo de la guerra de África”, donde describe a la
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comunidad judía de Tetuán y sus relaciones con los españoles. La opinión


antisemita de Alarcón fue, en parte, puesta en entredicho por otros
periodistas que siguieron el devenir de la guerra y mantuvieron intensos
contactos con los judíos durante el tiempo que duró la ocupación (27
meses). Las tropas españolas socorrieron y protegieron a los judíos, cuyo
barrio fue víctima de un asalto por parte de la población musulmana.

En 1864, la junta gubernativa de los hebreos de Tetuán, se dirigió al cuerpo


diplomático acreditado en la ciudad para que se definiera sobre el trato
diplomático que se debía dar a los judíos, basada en el acuerdo logrado con
el sultán de Marruecos (Mohamed IV, (1854- 1873)) con sir Moisés
Montefiore, barón de Montefiore, político británico de origen judío, según
el cual se igualaba ante la ley a israelitas y musulmanes. España se sumó a
la idea inglesa de que se debía protestar contra las injusticias cometidas
contra los hebreos, aunque no dejó de existir incidentes diplomáticos con
los ingleses; es el caso del “Tartana Luisa” que con bandera británica es
apresado en aguas de Algeciras cuando comerciaba ilegalmente
practicando el contrabando, en el que se demostró palmariamente el
comercio ilegal entre judíos de Tetuán y los del sur de España. Las
relaciones de los españoles con los judíos tetuaníes durante la campaña de
África se podían considerar como espíritu evangelizador, una prolongación
de la Reconquista teniendo un soporte religioso proveniente de las esferas
más altas del poder.

Ese espíritu se demostró claramente en la protección dada a los hijos de


madres judías solteras, con el fin de que pasasen a la comunidad hebrea y
se educaran en la religión católica, ya que la idea de considerar a los judíos
como infieles y enemigos de la Iglesia Católica era muy corriente en el
siglo XIX español, por lo que no es de extrañar las ideas evangelizadoras
presentes en el colonialismo español del norte africano, idea proveniente de
los siglos XVI y XVII, cuando se producían conversiones al cristianismo.
Por otra parte, la protección a los judíos por parte de los españoles venía
dada por su propia conveniencia, pues servían de intermediarios e
intérpretes a los representantes del Gobierno español.

También a los judíos les interesaba esta relación, pues, como contrapartida,
los españoles eran sus protectores ante los ataques de los musulmanes a la
judería. Se establecen relaciones cordiales entre ambas comunidades, como
lo prueba la gran amistad entre el rabino Isaac Bengueli y un grupo de
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franciscanos. Los judíos comprendieron la necesidad de actualizar su


conocimiento del idioma español. Esta mezcla de protección y proselitismo
cultural y religioso acentuó la relación entre judíos y españoles, hasta el
punto de que varios profesores impartieron clases en la escuela
judeoespañola.

Los consulados españoles recibieron la orden de considerar a los judíos


como a sus protegidos. En algunos casos esta protección no sólo era física,
también legal y judicial (asaltos a juderías, homicidios y agresiones),
incluso resolución de problemas entre los propios judíos. La marcha de las
tropas españolas supuso un sobresalto para la comunidad judía; muchos de
ellos siguieron a las tropas españolas asentándose en Tánger, Ceuta y
Melilla dando origen a otras comunidades sefarditas; otros iniciaron una
diáspora hacia países hispanoamericanos, especialmente Venezuela, Perú,
Argentina y en menor medida Brasil y, otros, movidos por el miedo a las
represalias de los árabes, entraron en la península, dando origen a la futura
comunidad de Sevilla. A pesar de todo, una importante comunidad judía
siguió viviendo en Tetuán, donde la presencia española era muy numerosa:
un importante Consulado, un servicio de correos, comisión militar, misión
religiosa, con una escuela de niños y una colonia importante de españoles.

Durante este tiempo la ciudad sufrió el azote de fiebre y peste tifoidea, que
afectaron de una manera directa a la población judía, lo que sirvió de
aglutinante entre sefarditas y españoles. El cónsul español contrató los
servicios de un médico italiano, pero la ayuda no duró mucho tiempo; no
había dinero para pagarle. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos,
se pidió al Gobierno la creación de un hospital de caridad, para lo cual el
cónsul entra en contacto con notable judíos que estaban dispuestos a
colaborar con una importante cantidad de dinero en unión con la colonia
española. El cónsul sugiere y recomienda al Gobierno, que debería apoyar
esta idea por el buen nombre y el efecto exterior que tendría para España
ante estas comunidades hebreas.

Este proteccionismo del Gobierno español a los judíos como arma de


proyección exterior, fue a partir de entonces muy normal entre el Gobierno
y las distintas comunidades judías existentes. Aunque los intentos de
construir el hospital no llegaron a buen puerto, la posición del Consulado
español se puso de nuevo a prueba a causa de otra epidemia que vive
Tetuán. Los hebreos ahora son atendidos por médicos del Consulado, que
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dirige Ramón Lon, que muestra hacia los israelitas una entrega generosa
considerándolos como ciudadanos españoles. La comunidad judía agradece
a las autoridades españolas esta ayuda y, especialmente la del médico del
Consulado, Francisco Palma, dirigiéndose tanto al Gobierno español como
a la organización judía internacional más importante de la época “Alliance
Israélite Universelle” elogiando la labor del médico del Consulado y
haciendo referencia a “la ayuda a los descendientes de los proscritos
españoles de 1492”.

Estos reconocimientos iban acompañados muchas veces, de inicios velados


de la obligación española de protegerlos y atenderlos, como una reparación
a los malos tratos y su expulsión en el siglo XV. En 1886-1887, el cónsul
español en Larache, Teodoro Cuevas, recibió de Moret (gobierno de
Sagasta), instrucciones para estimular el desarrollo y creación de escuelas
primarias mixtas para musulmanes, judíos y españoles, instrucciones que
también envía a las legaciones españolas en los Balcanes, referidas a los
judíos, con la intención de difundir el idioma español entre la población
judía de origen español. Estos intentos de creación de agrupaciones
políticas y culturales, en la mayoría de las veces, no pasaban de buenas
intenciones, pero es indudable que se creó una corriente de simpatía a estas
ideas, abriéndose paso en las esferas políticas y medios de comunicación,
en especial en los de matiz liberal.

Destacan en estas relaciones diplomáticas la del cónsul español en Tetuán,


José Navarro, que patrocina estos contactos. El volumen comercial entre
España y estas comunidades aumenta. El Consulado español es utilizado
continuamente como vehículo de comunicación entre la comunidad judía y
la mayoría de las ciudades españolas, así como con Marsella, Gibraltar,
Argel, Londres, etc. Otro brote epidémico se desata en Tetuán y ante la
gravedad de la situación y ante el número de defunciones se pide con
insistencia a Madrid, fondos para la creación del hospital, a cuya demanda,
el Gobierno de Cánovas hace oídos sordos. Diplomáticos como Isidoro
Millas, Carlos Vidal, Ramón Lon, José Navarro, Teodoro Cuevas, y otros,
fueron sensibles a estas situaciones, que no tuvo gran eco en los gobiernos
de turno, excepción hecha de Segismundo Moret, ministro del Gobierno de
Práxedes Mateo Sagasta.

El idioma español, cuya pérdida fue una de las preocupaciones de


diplomáticas de Rascón y políticos como Moret, era uno de los principales
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instrumentos que debían de servir de vínculo en los esperanzados proyectos


de tipo económico y comercial. El antisemitismo era más virulento en las
zonas en las que se asentaban las principales comunidades sefarditas, por lo
que se inician las emigraciones a Palestina en unas condiciones muy
difíciles. Un personaje que destacó de una forma importante en el asunto
sefardita fue el Dr. Ángel Pulido Fernández (1852–1932). Senador vitalicio
y amigo de Emilio Castelar, desarrolló una intensa campaña de
acercamiento a los judíos, pensando que en el acercamiento de los judíos a
España habría una base importante para la recuperación económica del
país. Se sintió atraído por el problema a raíz del encuentro con un grupo de
sefarditas en un viaje por el Danubio en 1882. A través de sus artículos en
el diario “El Liberal” y en sus obras “Plumazos de un viajero”, “Los judíos
españoles y el idioma castellano”, “Los judíos españoles y la raza sefardí”
y “Reconciliación hispano hebrea”, trató de sensibilizar a la opinión
pública española, a políticos e intelectuales, de que el acercamiento a los
judíos sefarditas sería muy interesante para España y que deberían crearse
escuelas e institutos en aquellos países en donde existiera una mayor
presencia sefardí, con el fin de potenciar la lengua castellana, al igual que
hacían Francia y Gran Bretaña como plataforma para su penetración
colonial. Entre estas instituciones estaban la ya mencionada francesa
“Alliance Israélite Universelle” y la británica “Anglo Jewish Association”.
Un grupo importante de escritores como Galdós, Echegaray, políticos como
Gumersindo de Azcárate, científicos como Ramón y Cajal, entre otros,
apoyan la obra de Pulido que en su campaña de sensibilización se dirige,
aparte de a la opinión pública, al Ministerio de Estado, a la Real Academia
de la Lengua, a las Cámaras de Comercio y a la Asociación de Escritores y
Artistas, al tiempo que denuncia la escasa labor realizada hasta entonces
por esos organismos. La actividad de Pulido durante esos años fue muy
intensa; intervención en el Senado, visita al rey Alfonso XIII, y aunque
consigue muchos apoyos en la prensa e incluso de políticos e instituciones
oficiales, no logra poner en marcha operaciones de más envergadura,
aunque sí consiguió una especial sensibilización hacia el problema
sefardita, sobre todo, en las capas cultas y en una gran parte de la opinión
pública del país.

En cuanto a los sefarditas, se logra el conocimiento por parte de los


españoles de los sentimientos de ellos hacia España y, sobre todo, del
estado en que se encontraba la lengua española en la mayoría de las
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comunidades sefarditas. Había de todo entre ellas; desde la nostalgia por la


antigua Sefarad, hasta el rechazo por el duro recuerdo de la expulsión,
pasando por la indiferencia. Y en cuanto al idioma, también posturas
diversas: anticastellanistas o hispanófobos, que rechazaban el castellano;
autonomistas o dialectistas defensores del español como lengua autónoma;
oportunistas o eclécticos defensores del idioma español, según el lugar y
momento; y castellanistas o hispanófilos que querían hacer del español su
única lengua. Como consecuencia de las campañas de Pulido se produce un
removimiento cultural en este acercamiento a los judíos sefarditas,
pensando que con ello vendría también una regeneración.

En 1913, fue creada en Madrid la “Junta de Enseñanza de Marruecos”. Uno


de sus miembros, el profesor de la Universidad Central, Sr. Rivera, que
visitó Tetuán, Larache y Alcazarquivir y emitió un informe llamando la
atención sobre el tema de la enseñanza del idioma español entre los
sefarditas, aconsejando persuadir a los hebreos de la conveniencia que les
reportaría el españolizar la enseñanza. Gracias a Pulido, se consiguió crear
la primera Cátedra de hebreo rabínico en la Universidad Central en 1915,
que desempeñó el hebraísta Dr.Abraham Yahuda. Estas iniciativas fueron
apoyadas por políticos de distintas tendencias: Alcalá Zamora, Melquiades
Álvarez, Antonio Goicoechea, Juan de la Cierva e incluso el rey Alfonso
XIII. Esta campaña tenía como soporte de difusión la revista “La Raza”,
fundada en 1922, y financiada por Ignacio Bauer, personaje de negocios
hebreo, muy introducido en la sociedad madrileña y del que ya hemos
hablado.

Dos escenarios importantes ocuparon mientras tanto la situación de los


hebreos; entre 1902 y 1909 hubo una gran emigración de judíos a Melilla
como consecuencia de los conflictos surgidos en la región oriental de Taza
(ciudad marroquí situada al norte del país) por el sultán Muley Mohamed u
Bu Amara (“el Yoghi”). Muchos judíos se pusieron del lado del Roghi, que
fue el perdedor en el conflicto. Como consecuencia, los judíos (que no eran
españoles) fueron perseguidos y en muchos casos asesinados, por lo que no
tuvieron más remedio que refugiarse en Melilla, siendo protegidos por el
ejército español, instándoles en un campamento en las inmediaciones del
actual fuerte de María Cristina, al igual que existía otro de moros.

El otro escenario fue durante las primeras balcánicas (1912-1913) y durante


la primera guerra mundial (1914-1918), en Oriente Medio y, más
14

concretamente en Palestina. Una gran parte del Imperio Otomano estaba


poblado por cristianos y fue el centro de la lucha entre Grecia y Turquía y,
posteriormente, entre Grecia, Bulgaria y Serbia. Todos los judíos de
Salónica (Grecia) eran de origen sefardita y sumaban cerca de 60.000 sobre
una población de más de 173.000; eran fieles a Turquía, con la que habían
mantenido relaciones durante muchos años y temían el fanatismo griego.
En 1912, cuando éstos tomaron la ciudad, los judíos fueron víctimas de los
griegos y muchos de ellos buscaron apoyo en los consulados extranjeros,
entre ellos el de España, dada su ascendencia española. Se dirigen en ayuda
al rey Alfonso XIII exponiendo detalladamente su situación legal y sus
deseos de ser reconocidos como súbditos españoles.

Esta cuestión llega al Parlamento español, que lo acogió con beneplácito y


el Gobierno, presidido por el conde de Romanones, se ofreció llevarlas a
buen término “cuando la paz llegara a aquella zona”. España, como es
sabido, se declaró neutral en la primera guerra mundial. El Imperio turco
(que entre sus posesiones abarcaba toda Palestina) entró a formar parte del
bloque de los Imperios centrales junto Alemania y Austria, con lo cual, los
Consulados en Jerusalén de Francia y Gran Bretaña, al ser enemigos
beligerantes, tuvieron que ser retirados y nombraron como protector de los
mismos al cónsul español (Antonio de la Cierva y Lewita, conde de
Ballobar, cuya madre era una judía perteneciente a la burguesía vienesa),
que al ser país neutral, le obligó a proteger a los súbditos de esos países,
entre los cuales había judíos sefardíes españoles. Ballobar desarrolló una
ímproba labor humanitaria impidiendo, no siempre, la deportación de
muchos de estos judíos a Siria como pretendía el general turco Djamal
Pachá. Al final, Ballobar consiguió convencer al general turco que los
judíos se instalaran en las colonias agrarias de Galilea.

El entonces presidente del Consejo de Ministros, Álvaro de Figueroa y


Torres, conde de Romanones (1863-1950), recibió solicitudes para que el
cónsul español en Jerusalén protegiese a los judíos sefarditas: el ya citado
Abraham Yahuda, Ramón y Cajal, Gumersindo de Azcárate y el propio
Alfonso XIII que escribe al emperador de Alemania, Guillermo II,
pidiéndole que fueran respetadas las vidas de los judíos. Ballobar mantuvo
contactos a este respecto con Haim Weizman (futuro presidente del Estado
de Israel), Max Nordau (escritor húngaro de origen hebreo) y el barón
Edmundo Rothschild, entre otros. El conde de Ballobar fue testigo de la
15

fundación de importantes kibutz así como de la Universidad Hebrea de


Jerusalén, mentor de la política que debía seguir el gobierno español en
aquella zona estratégica, manteniendo y desarrollando lazos históricos con
los judíos sefarditas y actuando como cónsul neutral y elemento conciliador
entre cristianos, judíos y árabes ortodoxos.

Debido a la neutralidad española, el cónsul tiene que hacerse cargo,


además, de los intereses británicos y franceses, de los alemanes y
austriacos, al abandonar los diplomáticos de estos países Jerusalén ante el
avance del general británico Alenby, convirtiéndose en cónsul general
ecuménico representando a todos los beligerantes. Concluida la contienda,
las relaciones con los sefarditas cobraron un mayor impulso. En 1920, se
creó una institución: la “Casa Universal de los Sefarditas”, que tenía la
finalidad de ocuparse de todos los temas sobre los que había escrito y
tratado el Dr. Pulido: promover vínculos económicos con la diáspora
sefardí, regular problemas políticos y legales con ellos, mantener estrecho
contacto con la prensa judía, llevar un censo internacional sobre las
comunidades sefardíes y la difusión de la lengua y literatura españolas.
Personajes destacados de la institución fueron: el judío Ignacio Bauer,
Antonio Goicoechea, Antonio Maura, el conde de Romanones, Melquiades
Álvarez, Alejandro Lerroux, Juan de la Cierva, y Alcalá Zamora y como
presidente, el escritor judío marroquí, José Farache. Ante la opinión
pública, Pulido, tuvo problemas de antisemitismo porque ciertas personas
no entendían el interés que él tenía por la raza judía, preguntándose si no
era él también uno de ellos. Esto le acarreó serios problemas entre sus
amistades y en su relación laboral.

Las campañas de Pulido y las acciones humanitarias y diplomáticas dieron


en 1922 un salto de trampolín y el Gobierno aprobó un programa de acción
cultural más activo; las legaciones diplomáticas españolas en Rumanía,
Turquía, Serbia, Bulgaria, Grecia y Egipto reciben instrucciones para la
creación de una oficina y nuevas directrices con relación a los sefarditas,
prestando, como siempre, especial atención a la lengua y cultura españolas.
Sólo Turquía apoyó totalmente la idea, las otras legaciones o no la
apoyaron o la desaconsejaron por motivos racistas, como fue el caso del
embajador de Bucarest, duque de Amalfi.

En abril de 1922 se volvió a plantear el problema ante el Parlamento. Se


querían abrir Cámaras de Comercio en Salónica (Grecia), pero el ministro
16

de Estado, Joaquín Fernández Prida (1865-1942), mostró reticencias a


nombrar sefarditas como miembros de esas Cámaras, aduciendo que
primarían más los intereses de los sefarditas que los de la Corona Española.
Aun así, se creó un clima de acercamiento a los sefarditas creándose la
Universidad Internacional de Madrid, con la idea de acoger a estudiantes
sefarditas. Con ciertas anomalías jurídicas - como fue el caso del Tratado
de Lausana en 1923 en el que se abolió el sistema de capitulaciones, por el
que a ciertos residentes en Turquía se les permitía disfrutar de la protección
de una potencia extranjera, entre ellos muchos españoles -, el caso fue que
el general Primo de Rivera, por decreto de 20 diciembre de 1924,
“concedía la nacionalidad española a los sefardíes que pudieran demostrar
su origen español” prorrogada hasta 1930.

El problema de la nacionalidad fue poco a poco resolviéndose, tomando la


opinión pública conciencia de la necesidad de una expansión cultural entre
los sefarditas. Por informes se supo que había muchos sefarditas en
Constantinopla, Beirut, Alejandría, Salónica, Jerusalén, Serbia, etc., que
poco o nada sabían de la cultura y lengua española. Incluso desde los
Estados Unidos, se ofrecía mediante empresas hebreas, potenciar los
negocios, especialmente los turísticos y editoriales (“Jewish Day”,”Jewish
Telegraphic Agency”, “American Hebrew”,”Wester Union”,”Post
Telegraph”, ”Associated Press”,”Evening Star”,”Seven Arts Feature
Sindicate”), o editoriales como Adolph Rosenberg, J. Silverman, director
de la revista “Emanuel”, pero una vez más la autorización para que judíos
se instalaran en España se vetó (en carta de Alfonso XIII al embajador en
Norteamérica, Alejandro Padilla), aunque se veía con muy buenos ojos el
inicio de relaciones comerciales de empresas norteamericanas judías con
empresas españolas.

Segunda República

Durante la Segunda República el reencuentro entre judíos y españoles


alcanza sus momentos más intensos; Europa empieza a sufrir una de las
oleadas más virulentas de antisemitismo que se conocen y los principales
líderes republicanos españoles, y muchos intelectuales, ponen especial
énfasis en sus declaraciones en la condena del antisemitismo y en el
acercamiento a los judíos con motivo de la llegada del nuevo orden
republicano; Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Alcalá Zamora,
Salvador de Madariaga y Américo Castro. También hubo opositores a esta
17

política de acercamiento; partidos monárquicos, carlistas, integristas


católicos, que utilizaron de acercamiento a los judíos contra ellos al
vincularles a movimientos disgregadores de la unidad nacional o acusarles
de estar vendidos al capitalismo judío internacional o al bolchevismo.

El ambiente se complicó aún más hacia el año 1933, cuando los nazis
subieron al poder y comenzó el inicio de las persecuciones a los judíos a
través de la promulgación de leyes antisemitas en Alemania. Cara a la
galería, la República española desarrollará una política de defensa de los
judíos perseguidos, pero esta defensa y las continuas declaraciones de los
dirigentes republicanos abriéndoles las puertas con aquello de “aquella que
fue su antigua patria” a los judíos perseguidos, generó una oleada de
solicitudes y peticiones de entrada en España a través de Embajadas y
Consulados en el exterior, cuestión que se quería evitar, pues la entrada
masiva de estos judíos crearía más problemas de convivencia y sería un
lastre para la ya maltrecha economía nacional.

A esto había que añadir la concesión de la nacionalidad española, a la que


muchos tenían derecho, propiciaría la entrada por vía legal de muchos de
estos judíos, por lo que se optó por ponerles dificultades para evitar la
entrada masiva, concediéndosela solo a aquellos judíos destacados en
cualquier campo científico o artístico que dieran prestigio al Gobierno
republicano, de cara al exterior. Una parte de la comunidad sefardita turca
es reacia al acercamiento de la República, debido a que muchos de ellos
ocupaban puestos de privilegio en la administración turca o tenían
prósperos negocios y como Turquía atravesaba entonces una crisis
económica el acercamiento a España podía interpretarse por el gobierno
Turco como una doble lealtad.

El gran rabino de Rumania, Sabetay Djacu, le propone a Lerroux la


abolición del Decreto de Expulsión, ampliación del plazo de
nacionalizaciones, formación de una organización conjunta hispano
sefardita, nombramiento de sefarditas como cónsules honorarios de España
en Jerusalén, Salónica, Estambul, etc., y la cesión de la sinagoga de del
Tránsito de Toledo a los sefarditas, creando un museo hispano hebreo (que
se materializó en 1964). La contestación de Lerroux no varió nada con
relación a las hechas anteriormente, mostrándose proclive a los comités
para el desarrollo de la cultura sefardita y considerando abolido el Edicto
de Expulsión debido a los cambios políticos producidos en el país.
18

La comunidad sefardita de Salónica compuesta por unas 60.000 personas,


a través del periódico “El progreso de Salónica” también mostró las
mismas reticencias que los turcos sefardíes. La comunidad judía de
Bulgaria, en cambio, tuvo una reacción positiva. En la importante
comunidad sefardita egipcia fue dudosa; no acababan de fiarse en el
cambio producido en España, preguntando al embajador español, Carlos
García de Cortázar, las eternas preguntas: anulación del decreto de
Expulsión, implantación de comunidades hebreas en España,
nacionalización, etc. La República jugaba a dos caras: cara al exterior se
magnificaba el apoyo a los judíos, pero en las peticiones de vuelta o en la
llegada a España de los judíos, se les ponían muchas pegas. En los partidos
opositores al Gobierno republicano también hay síntomas de antisemitismo
pues consideraban a los judíos enemigos de las esencias nacionales y
portadores de movimientos revolucionarios bolcheviques, comunistas y
anarquistas.

Aparece el libro antisemita “La civilización en peligro” de Luis Araujo


Costa, colaborador de la revista “Acción Española” donde se puede
apreciar claramente la influencia de los llamados “Protocolos de los Sabios
de Sión” (libelo antisemita publicado por primera vez en 1902 en la Rusia
zarista, cuyo objetivo era justificar ideológicamente los pogromos que
sufrían los judíos. El texto sería la transcripción de unas supuestas
reuniones de los “Sabios de Sion”, en la que estos sabios detallan los planes
de una conspiración judía, que consistía en el control de la masonería y de
los movimientos comunistas, en todas las naciones de la Tierra, y tendría
como fin último hacerse con el poder mundial), que empezaba a difundirse
en España.

Los grupos monárquicos enemigos de la República, aglutinados bajo el


nombre de Renovación Española, utilizaron también el antisemitismo
contra los republicanos sirviéndose de la revista soporte de la derecha
tradicional “Acción Española” que aglutinaba a muchos intelectuales: el
conde de Santibáñez del Río (Fernando Gallego de Chaves, director),
Ramiro de Maeztu Whitney, Manuel Bueno, Calvo Sotelo, Antonio
Vallejo-Nájera, José Pemartín Sanjuán, Víctor Pradera, Cesar González-
Ruano, José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos, el
marqués de Lozoya y José María Pemán, entre otros, que critican con
dureza el manifiesto contra el nazismo y fascismo de Unamuno, Marañón,
19

Jiménez de Asúa y varios más. A partir de 1932 se detecta un fuerte


incremento de publicaciones procedentes del carlismo y el integrismo
católico que denuncian a los judíos como enemigos naturales del
cristianismo y de los valores de la hispanidad. El sacerdote integrista padre
Tusquets, director de la editorial que lleva su nombre, publica obras que
tienen cierta aceptación en la derecha española: un ejemplo es “Los
Orígenes de la Revolución Española” que como antaño, vincula al
judaísmo y a la masonería con los propios líderes republicanos. También la
editorial “Fax” está en esta línea.

Durante los dos primeros años de la Segunda República, el órgano oficioso


del carlismo, “El Siglo Futuro” (divulgador del libro “Protocolos de los
Sabios de Sión”), acusaba a muchos líderes republicanos de tener sangre
judía, como era el caso de Fernando de los Ríos o Miguel Maura. Mientras
tanto, la República tiene que definirse sobre el problema de la nacionalidad
de los sefarditas a partir de 1932 – que carecían de pasaporte - y cuando
muchos de ellos huyen de Alemania tras la subida al poder de los nazis
en1933 pidiendo asilo en España, se les suman los que querían salir de
Austria, Polonia y Checoslovaquia por la creación de las nuevas naciones
creadas y desmembración de otras después de la Primera Guerra Mundial y
los procedentes de la Unión Soviética que huían del comunismo de Stalin.

El primer gobierno de la segunda República (1931-1933) amplía el plazo


concedido por el decreto de Primo de Rivera, para conceder pasaportes a
los solicitantes sefarditas hasta febrero de 1933 enviando circulares a los
países donde había núcleos sefarditas: norte de África, Oriente Medio
(Turquía, Egipto y Palestina), Europa balcánica (Yugoslavia, Rumanía y
Bulgaria), Grecia e Hispanoamérica. Durante los dos primeros años, el
Gobierno republicano no hizo más que seguir por inercia la política de su
antecesor en lo referente al problema de la nacionalización de los
sefarditas. El último ministro de Estado de la Monarquía, conde de
Romanones, autoriza al cónsul general en Jerusalén para que conceda
pasaportes a los sefarditas. Con la llegada de la República, tanto el ministro
de la Gobernación, Miguel Maura, como el de Estado, Alejandro Lerroux,
no ponen inconvenientes.

La subida de los nazis al poder en Alemania, como se ha comentado,


provoca una avalancha de entrada de judíos en España, pero se les empieza
a poner pegas y dificultades durante el último tramo del gobierno de Azaña,
20

aunque todavía estuviera vigente la política favorable a los judíos. Una


gran mayoría de estos sefarditas se encontraban en Latinoamérica, en
países como Venezuela, Cuba o Brasil, siendo muchos de estos judíos
procedentes del norte de África y protegidos españoles. La política exterior
republicana sobre este asunto no fue siempre unánime y utilizó muchas
veces normas puntuales según la circunstancia y la situación de la
comunidad de la que se tratase y de sus sentimientos hacia España. La
mayoría de las veces la decisión a tomar estaba basada en los informes del
diplomático de turno. La ambigüedad sobre esta cuestión generó también
en los sefarditas sentimientos contrapuestos sobre las verdaderas
intenciones del Gobierno republicano.

Especialmente complicadas fueron las conversaciones con las comunidades


de Cuba y Venezuela. En Cuba había tres instituciones hebreas muy
influyentes: la “Bikur Holim”, la “Unión Israelita” y la “Unión Hebrea”,
siendo la primera una de las que con más tenacidad solicitaba la
nacionalidad, invocando el cambio de régimen en España y la injusticia de
la expulsión en 1492. En Porto Alegre (Brasil) había otra comunidad
sefardita importante, pero a pesar de las solicitudes del cónsul para
conceder los pasaportes, el gobierno de la República no concede la
nacionalidad a los solicitantes aduciendo que el plazo había vencido en
exceso. Mientras tanto la institución cultural judía francesa “Alliance
Israélite Universelle” hacía campañas de captación para la cultura francesa.
Pero quien más se oponía a la vuelta de los sefarditas a España, era el
propio movimiento sionista, que hacía una labor de atracción de sefarditas
con destino a la creación del futuro Estado de Israel. En el resto de países
europeos: Suiza, Estonia, Letonia, Lituania, Gran Bretaña y Holanda, las
solicitudes de nacionalizaciones de judíos fueron más escasas. En Oriente
Medio, sobre todo en Egipto, había tres entidades culturales muy
vinculadas a España, en los que había muchos sefarditas: el “Centro
Comercial Español”, la “Agrupación Republicana Española” y la “Escuela
Española”. Aquí el gobierno republicano fue siempre proclive a establecer
un sistema de protección lo más amplio posible. Otra comunidad sefardita
muy importante fue la de Jerusalén.

1931-1933. La República española toma una posición bastante clarificadora


cuando en el seno de la Sociedad de Naciones (creada a raíz del Tratado de
Versalles y antecesora de la actual ONU), se plantea en 1933 la emigración
21

de judíos a Palestina que huían de las persecuciones del nazismo, pero que
podrían crear problemas con la mayoría árabe, allí asentada. España apoyó
la protección de las minorías judías, destacando en estas negociaciones el
diplomático Salvador de Madariaga. Las relaciones de la República
española con la Alemania nazi fueron un tanto reticentes en este aspecto, en
especial cuando se nombran embajadores en Berlín, como es el caso de
Luis de Zulueta (1878-1964), que había sido defensor a ultranza de los
judíos en la Sociedad de Naciones.

Tema curioso, totalmente politizado, fue el de Albert Einstein; el científico


judío que ya había estado en España en 1923 dando conferencias en
Madrid, Barcelona y Zaragoza y que su estancia tuvo un eco importante en
casi toda la prensa. El gobierno de la República montó una operación de
propaganda pues se había creado una cátedra de Física expresamente para
él. A mediados de 1933 Einstein se encontraba en los Estados Unidos y ya
no podía entrar en Alemania, a causa de las leyes raciales nazis, por lo que
se establece temporalmente en Bélgica. A partir de ese momento comienza
toda una operación para traer al físico a España, en la que intervinieron el
entonces embajador en Londres y amigo personal de Einstein, Ramón
Pérez de Ayala, el entonces ministro de Instrucción Pública, Fernando de
los Ríos, y el profesor de hebreo de la Universidad Central, Abraham
Yahuda (que curiosamente defendía la idea de que no se debería repatriar a
los sefarditas en general, sólo a aquellos que pudieran ser de algún interés
para la economía o cultura española). El científico estuvo en un principio
interesado en venir a España pues en 1933 el Consejo de Ministros le creó
una cátedra de física.

Los contactos se mantuvieron durante 1934. Einstein no rechazó totalmente


la idea para salvar su situación de emergencia en Bélgica, al prometérsele
además, la creación de un instituto de investigación que llevaría su nombre
y que él dirigiría. Las continuas dilaciones del Gobierno español,
anunciando a bombo y platillo la venida de Einstein en la prensa, buscando
un efecto exterior que respaldara su política, no coincidía con la realidad.
El alemán no acaba de llegar a un acuerdo con las autoridades españolas
porque en el fondo se barajaban otro tipo de intereses. La República
buscaba un impacto exterior que magnificase su política de apoyo a los
judíos con la venida de Einstein, al tiempo que en el interior se difundía la
idea de que la venida del judío (cubierta a grandes titulares por “The
22

Times”, y el “The New York Times”) serviría para reparar el gran error
histórico de la expulsión de 1492. La situación no era muy propicia, tanto
para Einstein, como para otros judíos científicos alemanes que deseaban
instalarse en España, pero mientras éstos no consiguieran situarse en
universidades británicas o norteamericanas (inicialmente se iban a
acomodar en España pero con el miedo español de que fueran reclamados
por otras universidades europeas o americanas), la oferta española no se
cerraba, manteniéndose la situación hasta comienzos de 1935.

Los problemas políticos eran tales que tenían absorbidos a los españoles y
el proyecto no se materializó. Durante la Guerra Civil española, Einstein,
fue un acérrimo defensor del bando republicano, en los Estados Unidos
donde al final fue a residir. Mientras tanto el antisemitismo en los años
1934 y 1935 va en aumento y la presión de estos judíos sobre las
Embajadas y Consulados en Europa que eran limítrofes con Alemania
sigue aumentando. Ante los obstáculos del Gobierno, surgen
organizaciones clandestinas encargadas de pasar judíos a España, la
mayoría dirigidas por un despacho de abogados franceses (André Pop). Se
insertaban anuncios en “Le Petit Parisien”, dirigida a los judíos que
llegaban de Alemania, especialmente los indocumentados, cobrándoles
entre 15.000 y 20.000 francos. Algunos judíos funcionaban sobre la base de
la corrupción de los funcionarios españoles de la frontera, especialmente en
Cataluña, llegándose a formar una importante comunidad hebrea de este
origen en Barcelona. Las logias masónicas fue otra puerta de entrada a los
judíos que deseaban entrar en España. Intervienen la Gran Logia Valle de
Tetuán, el Gran Oriente de Madrid, la Gran Logia Simbólica de Levante, el
Gran Consejo Federal Simbólico Los Valles de Madrid, la Gran Logia Dax
de Marruecos, la Logia La Saguesse, la Logia Renovación y Valle de La
Línea, creando el Comité de Socorro para los judíos. Estas logias ante las
dificultades españolas dada la crisis económica, proponen instalar
comunidades judías en las colonias de Guinea o Fernando Poo, donde –
pensaban – podrían desarrollar actividades comerciales. España se
convirtió en un escenario que a la vez era refugio de judíos, algunos
comunistas y revolucionarios y, también en un campo en el que los nazis,
seguían las actividades de los mismos.

1934-1936. En marzo de 1935 hubo un acontecimiento que tuvo gran


impacto entre las comunidades sefarditas: el 800 aniversario del nacimiento
23

en Córdoba del médico, rabino y teólogo judío Moshé ben Maimón (1138-
1204), más conocido como Maimónides. Este hecho, en la fase final de la
República, provoca una de las mayores catarsis en el reencuentro entre
judíos y españoles: se organizaron grandes eventos culturales,
exposiciones, interviene el Gobierno y las principales organizaciones
sefarditas del mundo entero, pero detrás de toda esa retórica, está la
realidad de los hechos, pues aunque despierta un gran interés
propagandístico, los judíos siguen presionando por la concesión de su
nacionalidad. En Alemania se estrecha cada vez más el cerco sobre los
judíos, que siguen llamando a las puertas del gobierno de la República y,
éste sigue haciendo declaraciones grandilocuentes que vuelven a generar
otra oleada de solicitudes de entrada en España.

El mismo ambiente con respecto a los judíos continua igual cuando el


Frente Popular gana las elecciones de 1936 y, desde el punto de vista
exterior se continúan solicitando las nacionalizaciones de muchos
sefarditas. El nuevo gobierno consiguió que los sefarditas que residían en
Grecia no tuvieran que hacer el servicio militar, del que estaban exentos,
pero fracasó en solucionar los problemas que los sefarditas residentes en el
Marruecos francés tenían; en la Conferencia de Madrid de 1880, el sultán
podía conceder la ciudadanía a sus súbditos extranjeros, los sefarditas de
aquella zona eran reconocidos como protegidos españoles manteniendo sus
leyes y sus tribunales, pero a partir de 1935 el sultán exigió a todos los
extranjeros que pasaran a convertirse en sus súbditos lo que incluía a los
judíos españoles que querían evitarlo para no verse afectados por los
pogromos árabes y mantener sus estatus de protegidos españoles. Las
negociaciones continúan, los sefarditas presionan y exigen la resolución de
sus problemas, pero todo se paraliza por el Alzamiento Militar del 18 de
julio de ese año.

Según el historiador alemán Manfred Böcker, en aquella época, había


cuatro fuerzas políticas importantes con carácter antisemita: el catolicismo
social de la CEDA (Gil Robles), el carlismo reunificado, los monárquicos
Alfonsinos de Renovación Española y la Falange, siendo esta última la más
activa por la influencia del nazismo alemán, siendo Onésimo Redondo el
personaje que más conecta con esta corriente, ya que en 1932 publicó en el
semanario “Libertad” los famosos “Protocolos de los Sabios de Sión”. A
partir de 1933 en adelante, los ataques a los negocios de los judíos en
24

Alemania son permanentes; en España, al no haber comunidades judías de


entidad suficiente para desencadenar ese sentimiento, no alcanzaron esa
virulencia, pero los escasos negocios que aparecen (en 1934, los judíos
suizos Henry Resisenbach y Edouard Worms fundan los almacenes SEPU
en Barcelona y Madrid, la productora judía Iberia Films vendía películas a
Hispanoamérica) son ya el blanco de determinados grupos falangistas,
exhibiendo un gran mimetismo con el nazismo alemán. Desde el diario
falangista “Arriba” se somete a un continuo acoso a estos almacenes
invocando siempre la condición de judíos de sus fundadores. Ni la
República fue tan projudía ni el franquismo tan antisemita. Sí que lo fueron
en cuanto a sus manifestaciones exteriores, debido al alineamiento político
o “realpolitik” que dictaban las circunstancias que se estaban viviendo.

Los dos bandos, muchas veces, actuaban según la conveniencia del


momento y toda una gama de posiciones intermedias se producían según
depararan los acontecimientos. La intelectualidad judía occidental, fue en
general, proclive a apoyar al bando republicano, basada en que tenían un
enemigo en común: el fascismo y el nazismo, pero también es cierto que la
República estaba sostenida en su lucha contra el franquismo por
comunistas, anarquistas y otros grupos revolucionarios que no tenían las
simpatías de núcleos importantes de judíos. Algunos judíos norteafricanos
del protectorado español y otros del norte de Italia tomaron partido por el
bando franquista, obligados y otros de “motu propio”. Incluso Franco fue
felicitado por el conocido líder sionista Wladimir Jabotinski (1880-1940),
muy implicado entonces en la creación del Estado de Israel y en su lucha
contra el Imperio británico. En el interior del país las comunidades judías
eran muy pequeñas y rápidamente se diluyeron ante las proclamas de
antisemitismo de los grupos políticos que apoyaron al bando franquista, y
pasaron al anonimato. Las comunidades judías del protectorado mantenían
relación con los militares españoles ya desde la época colonizadora -
protegiendo a los judíos de los ataques musulmanes, como ya se ha
comentado – y eran abastecedores y suministraban a las tropas españolas de
gran parte del avituallamiento, antes de estallar la Guerra Civil.

Al estallar ésta y decretarse el estado de guerra, las comunidades judías,


especialmente las de nivel económico más elevado, pusieron prácticamente
su patrimonio a disposición de la fuerzas sublevadas por varios motivos: las
instrucciones de los militares rebeldes ejercieron un control estricto de la
25

población y por tanto no les quedaba más remedio; el bando republicano en


muchas partes estaba sostenido por anarquistas, comunistas y otros grupos
radicales que defendían una política colectivista y antiburguesa, de la que
serían víctimas algunos de estos judíos y, por último estaba el grado de
amistad que unía a estos notables judíos con las autoridades militares.
Dentro de estas comunidades judías había miembros que pertenecían a
federaciones socialistas y a determinadas logias masónicas; algunos de
ellos fueron fusilados por esta condición, que ejecutaron determinados
grupos falangistas.

En la zona occidental del protectorado había comunidades hebreas


importantes en Larache, Alcazarquivir, Arcila y Villa Sanjurjo. Las
donaciones contra combatir el paro efectuadas por los judíos de la zona se
publicaban en los periódicos a favor del Alzamiento: “El Heraldo de
Marruecos” y “El Popular” y que estaban en torno a las 100 pesetas.
También había aportaciones directas al Ejército español en donde la
aportación judía aumentó a un ritmo creciente. En agosto del 36, los
mandos militares pedían ayuda cada día de una forma más apremiante y
ante esta presión, las comunidades judías incrementan su aportación,
destinada ahora al vestuario cívico-militar. Algunos donantes judíos fueron:
Abraham Medina, José Albilbol, las familias Benchimol y Emergui, Jacob
Toledano, Amram Tapiero, David Cohen, Marcos Hasan, Isaías Chocron,
etc. José Mursuyef (donante), jefe de la comunidad hebrea de Larache, jugó
un papel muy importante en la relación con los militares españoles.

El 19, 20 y 21de agosto de ese año se descubrieron varias logias masónicas


en Larache que suman unas 100 personas de los más diversos oficios y
profesiones; abogados, militares, comerciantes, etc., entre ellas, 17 judíos.
Se supo que Moisés J. Moryusef, presidente de la comunidad judía de
Larache, personaje muy conocido y relacionado con las autoridades
españolas que dominaban la zona y que colaboró activamente con ellos,
estaba incluido en la lista de masones descubiertos. Días después, la
comunidad hebrea de Larache inicia una serie de manifestaciones públicas
a través de la prensa de la ciudad, esgrimiendo y magnificando su apoyo al
bando nacional, posiblemente para evitar cualquier reacción de grupos
falangistas. Las comunidades judías de Alcazarquivir y Villa Sanjurjo
también despliegan campañas de apoyo al bando nacional. En 1937 las
comunidades hebreas siguen haciendo donaciones al bando nacional, y
26

aportan cantidades para la compra de un navío acorazado, “España”, y en


la conmemoración del Alzamiento militar, en julio, el Consejo israelita
regala un coche a la Falange española, al igual que en 1938 los judíos
colaboran para costear el campamento de flechas de la Falange.

La inercia de la propaganda del bando nacional le lleva a difundir


conductas antisemitas que llegaban al mismo protectorado, dándose la
extraña paradoja de que había una colaboración y ayuda al bando franquista
por parte de los judíos y viceversa, una protección a los mismos por parte
de los militares sublevados, y aun así, planeaba esta propaganda antisemita,
más bien de cara al exterior; hasta el punto de que en la prensa de la zona
peninsular controlada por los sublevados, se citaban en esta propaganda los
nombre de los judíos y, en el norte de África, que era donde más había, se
ignoraban y se convivía con ellos. Una cosa era la propaganda política y
otra la realidad de los hechos, como lo demuestra el hecho de que en el
periódico falangista “Azul” publicado en Villa Sanjurjo se podía leer el 30
de mayo de 1937: “Crearemos campos de concentración para vagos y
maleantes políticos; para masones y judíos, para enemigos de la Patria, el
Pan y la Justicia. En el territorio nacional no puede quedar ni un judío, ni
un masón, ni un rojo”. Era la técnica maniquea en el trato a los judíos, con
propaganda antisemita por un lado y a la vez, protegiéndoles.

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