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Los intentos de acercamiento a los sefardíes por parte de los liberales y las
reservas de los conservadores a este respecto, estarán siempre presentes en
la relación con los descendientes de los judíos expulsados en 1492. Esto dio
lugar a multitud de polémicas en toda clase de instituciones, criticando o
apoyando las acciones de los distintos gobiernos. Como se ve, las distintas
posturas ante el problema judío tienen hondas raíces en la historia española,
emergiendo una vez que un factor desencadenante las hace aflorar.
Curiosamente, la explosión del antisemitismo en Rusia (pogromos de 1881
y 1882), dio lugar al primer acercamiento real entre España y los judíos
europeos, aunque ya se había producido años antes por medio de los judíos
norteafricanos. La política exterior del gobierno español en el poder en
1881, se manifestó intentando un acercamiento a las comunidades
sefarditas europeas, abriéndoles las puertas del país e interesándose por el
fenómeno del antisemitismo en tanto que tal. En 1881, una vez el partido
liberal en el poder, el marqués de la Vega de Armijo pide información a los
cónsules españoles en Odessa y Kiev sobre los pogromos rusos contra los
judíos que se están produciendo en esas zonas.
Madrid para que se creen centros culturales, escuelas, institutos para que
mantengan viva la lengua española, así como la cultura, para facilitar la
reactivación nuestro comercio con aquellos países, que consideraciones
históricas y medidas antijudías aparte, tenía las ventajas comerciales de
poder proporcionar un contacto regular con los sefarditas asentados en
Turquía y Grecia. Se aprobó la vuelta de los que quisieran volver a España,
pero con la condición que los interesados se tenían que pagar sus gastos de
traslado a España. Aun así, Rascón consiguió que 51 judíos turcos fueran
trasladados por compañías extranjeras, que llegaron a Barcelona ese mismo
año. Es llamativo que en sus pasaportes no se hiciera referencia alguna a su
condición de judíos, sólo turcos, pues todavía el término “judío” tenía en
España connotaciones negativas. Esta actuación del gobierno de Sagasta
tuvo impacto internacional; el alcalde de Londres, el judío Arthur Mayer,
felicita al rey español, lo mismo hicieron periódicos alemanes, británicos
“The Standard” y austriacos “La Correspondencia de Viena”.
Desde las propias esferas del Gobierno se alentó como efecto político la
creación de estos centros, que tuvieron incidencia e impacto en el
extranjero. Determinada prensa judía estimuló parcialmente esta operación,
sin embargo, otra prensa, quizá más realista como la “Alianza Israelita
Universal”, de Burdeos, aunque valoraba positivamente el apoyo de estos
grupos minoritarios, trató de desanimar a los judíos de volver a España por
el ambiente hostil que presumiblemente encontrarían desde el punto de
vista religioso y social. A pesar de esto, Lapuya anunció en 1887 que 13
judíos procedentes de Brody (frontera de Ucrania con Austria) llegaron a
Madrid faltos de recursos y sin dinero, que habían acudido en busca de
ayuda. Tenían un aspecto miserable y pobre y no el distinguido de
financieros que Lapuya imaginaba. Les ayudó a sus expensas, compadecido
por su situación y por miedo a que estos refugiados se echaran a la calle y
perjudicaran su reputación. Hizo un llamamiento a los principales
periódicos judíos, pidiéndoles fondos para repatriar a su lugar de origen a
este primer grupo llegado a España. Antes que recibiera respuesta, llegó un
segundo grupo de otros 13 judíos procedentes de Marruecos, en las mismas
condiciones paupérrimas que los anteriores. Con la ayuda de amigos y
vecinos pudo Lapuya ocuparse de estos grupos, pero de ahí no pudo pasar.
Estos judíos tuvieron que regresar a sus países de origen.
fue mucho más restrictiva que los gobiernos de Sagasta: “las leyes
españolas no se oponían a que los judíos vinieran a España garantizándoles
la libertad de convivencia, pero sin facilitarles socorro alguno ni auxilio de
ninguna clase”.
También a los judíos les interesaba esta relación, pues, como contrapartida,
los españoles eran sus protectores ante los ataques de los musulmanes a la
judería. Se establecen relaciones cordiales entre ambas comunidades, como
lo prueba la gran amistad entre el rabino Isaac Bengueli y un grupo de
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Durante este tiempo la ciudad sufrió el azote de fiebre y peste tifoidea, que
afectaron de una manera directa a la población judía, lo que sirvió de
aglutinante entre sefarditas y españoles. El cónsul español contrató los
servicios de un médico italiano, pero la ayuda no duró mucho tiempo; no
había dinero para pagarle. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos,
se pidió al Gobierno la creación de un hospital de caridad, para lo cual el
cónsul entra en contacto con notable judíos que estaban dispuestos a
colaborar con una importante cantidad de dinero en unión con la colonia
española. El cónsul sugiere y recomienda al Gobierno, que debería apoyar
esta idea por el buen nombre y el efecto exterior que tendría para España
ante estas comunidades hebreas.
dirige Ramón Lon, que muestra hacia los israelitas una entrega generosa
considerándolos como ciudadanos españoles. La comunidad judía agradece
a las autoridades españolas esta ayuda y, especialmente la del médico del
Consulado, Francisco Palma, dirigiéndose tanto al Gobierno español como
a la organización judía internacional más importante de la época “Alliance
Israélite Universelle” elogiando la labor del médico del Consulado y
haciendo referencia a “la ayuda a los descendientes de los proscritos
españoles de 1492”.
Segunda República
El ambiente se complicó aún más hacia el año 1933, cuando los nazis
subieron al poder y comenzó el inicio de las persecuciones a los judíos a
través de la promulgación de leyes antisemitas en Alemania. Cara a la
galería, la República española desarrollará una política de defensa de los
judíos perseguidos, pero esta defensa y las continuas declaraciones de los
dirigentes republicanos abriéndoles las puertas con aquello de “aquella que
fue su antigua patria” a los judíos perseguidos, generó una oleada de
solicitudes y peticiones de entrada en España a través de Embajadas y
Consulados en el exterior, cuestión que se quería evitar, pues la entrada
masiva de estos judíos crearía más problemas de convivencia y sería un
lastre para la ya maltrecha economía nacional.
de judíos a Palestina que huían de las persecuciones del nazismo, pero que
podrían crear problemas con la mayoría árabe, allí asentada. España apoyó
la protección de las minorías judías, destacando en estas negociaciones el
diplomático Salvador de Madariaga. Las relaciones de la República
española con la Alemania nazi fueron un tanto reticentes en este aspecto, en
especial cuando se nombran embajadores en Berlín, como es el caso de
Luis de Zulueta (1878-1964), que había sido defensor a ultranza de los
judíos en la Sociedad de Naciones.
Times”, y el “The New York Times”) serviría para reparar el gran error
histórico de la expulsión de 1492. La situación no era muy propicia, tanto
para Einstein, como para otros judíos científicos alemanes que deseaban
instalarse en España, pero mientras éstos no consiguieran situarse en
universidades británicas o norteamericanas (inicialmente se iban a
acomodar en España pero con el miedo español de que fueran reclamados
por otras universidades europeas o americanas), la oferta española no se
cerraba, manteniéndose la situación hasta comienzos de 1935.
Los problemas políticos eran tales que tenían absorbidos a los españoles y
el proyecto no se materializó. Durante la Guerra Civil española, Einstein,
fue un acérrimo defensor del bando republicano, en los Estados Unidos
donde al final fue a residir. Mientras tanto el antisemitismo en los años
1934 y 1935 va en aumento y la presión de estos judíos sobre las
Embajadas y Consulados en Europa que eran limítrofes con Alemania
sigue aumentando. Ante los obstáculos del Gobierno, surgen
organizaciones clandestinas encargadas de pasar judíos a España, la
mayoría dirigidas por un despacho de abogados franceses (André Pop). Se
insertaban anuncios en “Le Petit Parisien”, dirigida a los judíos que
llegaban de Alemania, especialmente los indocumentados, cobrándoles
entre 15.000 y 20.000 francos. Algunos judíos funcionaban sobre la base de
la corrupción de los funcionarios españoles de la frontera, especialmente en
Cataluña, llegándose a formar una importante comunidad hebrea de este
origen en Barcelona. Las logias masónicas fue otra puerta de entrada a los
judíos que deseaban entrar en España. Intervienen la Gran Logia Valle de
Tetuán, el Gran Oriente de Madrid, la Gran Logia Simbólica de Levante, el
Gran Consejo Federal Simbólico Los Valles de Madrid, la Gran Logia Dax
de Marruecos, la Logia La Saguesse, la Logia Renovación y Valle de La
Línea, creando el Comité de Socorro para los judíos. Estas logias ante las
dificultades españolas dada la crisis económica, proponen instalar
comunidades judías en las colonias de Guinea o Fernando Poo, donde –
pensaban – podrían desarrollar actividades comerciales. España se
convirtió en un escenario que a la vez era refugio de judíos, algunos
comunistas y revolucionarios y, también en un campo en el que los nazis,
seguían las actividades de los mismos.
en Córdoba del médico, rabino y teólogo judío Moshé ben Maimón (1138-
1204), más conocido como Maimónides. Este hecho, en la fase final de la
República, provoca una de las mayores catarsis en el reencuentro entre
judíos y españoles: se organizaron grandes eventos culturales,
exposiciones, interviene el Gobierno y las principales organizaciones
sefarditas del mundo entero, pero detrás de toda esa retórica, está la
realidad de los hechos, pues aunque despierta un gran interés
propagandístico, los judíos siguen presionando por la concesión de su
nacionalidad. En Alemania se estrecha cada vez más el cerco sobre los
judíos, que siguen llamando a las puertas del gobierno de la República y,
éste sigue haciendo declaraciones grandilocuentes que vuelven a generar
otra oleada de solicitudes de entrada en España.