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El Silencio de Adan (The Silence of Adam)

Don Hudson
Dios llama a los
hombres a romper...

Cómo convertirse en hombres


de valor en un mundo de caos
Los Expertos Hablan Acerca
de, El Silencio de Adán
Algo único les está sucediendo a los hombres ahora mismo,
que se está convirtiendo en una ola creciente de sentimiento
popular. Como de costumbre, Larry Crabb es uno de nuestros
mejores guías. Seguro de sus instintos, llega al meollo de las
cosas.
Bob Buford
Presidente de Buford Televisión, Inc. y
autor de Halftime
El Silencio de Adán ofrece a los hombres un novedoso enfoque
para definir su propia hombría, avivando la pasión por Cristo
en medio de las dificultades actuales. Si usted está dispuesto a
hablar de los misterios de su caos y oscuridad personales, El
Silencio de Adán le abrirá nuevos horizontes en la búsqueda
de fortaleza e intimidad con Dios.
Dr. Kenneth W. Ogden
Primer director de consejería de
Enfoque a la familia

¡Bíblico! ¡Informativo! ¡Alentador! No es otro libro más sobre


esfuerzo personal, ni un desafío a seguir una determinada fór-
mula para el éxito. Este libro ofrece una perspectiva novedosa
acerca de los hombres —quiénes somos, por qué y cómo lu-
chamos, qué significa ser orientadores y cómo podemos ser los
verdaderos hombres que Dios ha planeado que seamos.
Gary R. Collins

Acorde con su historial, Larry Crabb lo ha hecho de nuevo. El


Silencio de Adán perturbará a algunos y desafiará a los hombres
en lo más íntimo, para que lleguen a ser como Jesucristo. Léalo.
¡VÍVALO! y ¡LIDERE!
Dennis Rainey
Vida familiar
Antes de llamarnos a romper sencillamente el terrible silen-
cio de Adán, Larry nos pide que prestemos oído a nuestros
sueños perdidos, a nuestros padres, a nuestros hermanos, pero
sobre todo, a nuestro Dios. Cuando nuestras historias sean res-
tauradas, seremos libres, como hombres, para realizar nues-
tros mejores sueños de una nueva manera.
Michael Card
Compositor de canciones, y autor
El Silencio de Adán combina una aguda percepción psicológica
con profunda sabiduría bíblica. Es un llamado realista para que
los hombres primero sean piadosos, mostrando luego cómo
todo lo demás que un hombre debe ser vendrá por añadidura.
Este libro trae buenas noticias para los hombres, y para las
mujeres e hijos que los aman, para la Iglesia y para la sociedad
contemporánea.
Daniel Taylor
Instituto Betel
St. Paul, Minnesota

Otros libros escritos por el Dr. Larry Crabb


Principios bíblicos del arte de aconsejar. ( E d i t o r i a l UnilitJ
El arte de aconsejar. (Editorial Unilit)
El Edificador matrimonial. (Editorial C.L.C.)
Hombres y mujeres: disfrutando las diferencia. (EditorialUnilit)
De adentro hacia afuera. (Editorial Unilit)
Dr. Larry Crabb,
Don Hudson y Al Andrews

Dios llama a los


hombres a romper... El
Silencio
de
Adán
Cómo convertirse en hombres
de valor en un mundo de caos

CT C ^
^ CENTRO DE LITERATURA CRISTIANA
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en países de habla hispana

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ISBN: 9 5 8 - 9 1 4 9 - 9 4 - 4

El Silencio de Adán, por Larry Crabb, D o n Hudson y Al Andrews

© 2 0 0 2 . Todos los derechos reservados de esta edición por C e n t r o de Literatura


Cristiana de Colombia.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en ninguna forma total o parcial
por sistemas, impresión, audiovisuales, grabaciones o cualquier medio, sin permiso
por escrito del Editor, excepto en el caso de citar porciones pequeñas en artículos o
revistas.

© 1 9 9 5 , por LaurenceJ. Crabb, J r „ P H . D . , PA., DBA, Institute o f Biblical Counseling,


Publicado originalmente en inglés con el título THE SILENCE OF ADAM, por
Zondervan Publishing House, Grand Rapids, Michigan 4 9 5 3 0 , U S A .

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas son tomadas de la Nueva Versión
Internacional ( N V I ) © 1 9 9 0 por la Sociedad Bíblica Internacional, usada con permiso.

Edición y Diseño Técnico: Editorial C L C

Impreso en C o l o m b i a - P r i n t e d in C o l o m b i a
A nueti fiijos
Repten
Mtef
Hir
Esperamos ser bueu> adresjtara ustedes
Contenido
Los Expertos Hila» Acerca de. El Silencio de Adán .... ^
Reconocimientos 1i
Adán Guardó Sifcncio Cuando Debió Hablar ^^
Introducción

La Historia Comenza ^
Larry Crabb 25
Don Hudson 29
A l Andrews

PARTE 1 - A l g o Serio Anda Mal 33

S e Pierde el Sueño
Capítulo 1 35
Una Visión para loi Hombres
Capítulo 2 47
Hombres Varoniles j Hombres poco Varoniles
Capítulo 3
Teología por Fórmula
Capítulo 4 71
Penetrando la Oscuridad
Capítulo 5 g1
De Caos en Caos
Ciptulo 6 93
Un Llamado a Recordar
Capítulo 7
Adán Estaba Ahí, y C a 103

121
Conclusión de la Parte
PARTE 2 -Algo Vital H 7 a l t a
Los Problemas d e laiunidad Masculina 123
Capítulo 8
Hombres Que Luchan (i la Oscuridad 127
Capítulo 9
Cómo se Relacionan losibres Poco Varoniles 139
Capítulo 10
Hombres que Exigen A: L a Pasión
de la Necesidad
Capítulo 11
Hombres que Sólo se Nan a Sí Mismos:
159
L a Pasión de la Dureza
171
Conclusión de la Parte 2

P A R T E 3 -Algo Poderostá Disponible


175
U n a Generación d e tejeros
Capítulo 12
Padres: Hombres que C;n Nosotros 173

Capítulo 13
1 01
Hermanos: Hombres qunparten Secretos
Capítulo 14
E l Sueño Realizado: Lcneración de Consejeros 203

L a Historia Continúa
A l Andrews 213

Don Hudson 221

Larry Crabb 231


Reconocimientos

Agradecemos a:
John Sloan, quien editó este libro en inglés, y a todo el
equipo de Zondervan. Siempre es un placer trabajar con
ustedes. Su integridad los define.
Sealy Yates y Tom Thompson, hermanos en el ministerio
que se disfrazan de agentes literarios.
Sandy Pierce, una mujer que lleva muchos sombreros y
los usa bien: hermana en Cristo, amiga cercana, asistente
personal, colega, animadora; y quien, a propósito, digitó
el manuscrito junto con Cindy Skelton. Cindy, gracias
por tu arduo trabajo, tiempo y apoyo.
Rachael, Suzanne y Nita, nuestras esposas, quienes con
gracia soportan nuestra lucha por convertirnos en hom-
bres piadosos, y hacen que ésta valga la pena. Las muje-
res hermosas merecen hombres activos. Queremos
avanzar hacia ustedes todos los días de nuestra vida.
Nuestros padres—Larry, Donald Eugene y Andy— hom-
bres que marchan delante de nosotros y nos animan a
seguir en el camino.
Adán Guardó
Silencio Cuando
Debió Hablar

onde estaba Adán cuando la serpiente tentó a Eva?


Por Satán i ' d k e q u e d e s P u é s de que ella fue engañada

esposo 1 ' ? d e l f r u t 0 Prohibido... y comió. Luego le dio a su


comióleénesiff^" (paráfrasis d e l autor)' 7 también él

su esonc V ° A d á n 3 h í t o d o e l tie ropo? ¿Estuvo parado junto a


¿ E s t u v e \ m i e n t r a s l a serpiente la embaucaba con su astucia?
e s t u v o ahí, escuchando cada palabra?
entonretUV° ^ ~ y r a zón para creerlo—
exÍSte una b u e n a

NADA? SUrge Una fuerte Pegunta: ¿POR QUÉ NO DIJO

que m n ? d e q U e D Í O S c r e a r a a B v a ' Y a le había ordenado a Adán


cara ] a ' . C ? m , e r a d e c i e r t o árbol. Se esperaba que le comuni-
na v B r o m b l c l o n a su esposa cuando ella apareció en la esce-
' > su Ponemos que lo hizo.
confunH^ U a n d 0 l a s e r P i e n t e entabló conversación con Eva para
no diio n Í T P e n s a m i e n t 0 acerca de la bondad de Dios, Adán
ovó a Fv / , p f S e 3 q u e e s t a b a escuchando cada palabra! Él
él Adán c , t a r d e manera incorrecta el mandato de Dios que

vándo n , C U l d a d o s a m e n t e le había comunicado. Estaba obser-

dirigirse a q , c o m e n z ó a mirar el árbol prohibido, la vio


' y a r g a r la mano para arrancar su fruto, pero no
a ,
12 & Silencio de Adán

hizo ni dijo nada paa detenerla. ¡Adán se quedó callado! ¿Por


qué?
Recuerde, Eva he la engañada por la serpiente, no Adán
(1 Timoteo 2:14). Elsabía lo que estaba pasando. Tal vez debió
decir: "¡Un momenlto, querida!, esta serpiente no está traman-
do nada bueno. Pvedo ver su astucia diabólica. Te está enga-
ñando haciéndote }ensar que ganarás más desobedeciendo a
Dios que permanecendo fiel a Él. ¡Eso es mentira! Permíteme
decirte exactamenUlo que Dios me manifestó antes de crearte.
Mira a nuestro alreiedor. Esto es el paraíso. Dios lo hizo y nos
lo dio todo a nosotos. No tenemos razón para dudar de su
bondad". Y luego, dejándose de Eva: "Serpiente, esta conver-
sación se terminó. LARGO DE AQUÍ!"
Pero Adán no djo nada. Estuvo ahí parado, escuchando y
observando, sin d c i r una palabra. Le falló a su mujer. Falló
en su primera luchí espiritual, pues no representó a Dios. ¡Fa-
lló como hombre!
El silencio de Acán es el comienzo del fracaso de todo hom-
bre, desde la rebelón de Caín hasta la impaciencia de Moisés,
desde la debilidad ce Pedro hasta el hecho de que ayer no amé
a mi esposa como d-bía. Es un cuadro —perturbador y a la vez
revelador— de la raturaleza de nuestro fracaso. Desde Adán,
todo hombre ha mntenido una inclinación natural a perma-
necer callado cuanco debería hablar. Un hombre se siente más
cómodo en aquella situaciones en las que sabe exactamente
qué hacer. Cuandolas cosas se ponen confusas y difíciles, las
entrañas se le contaen y retrocede. Cuando la vida lo frustra
con sus enloquecedores imprevistos, siente que la ira surge en
su interior. Y luego lleno de terror y rabia, se olvida de la ver-
dad de Dios y comenza a depender de sí mismo. D e ahí en
adelante, todo le sae mal. Comprometido sólo consigo mismo,
pelea por hacer qrn su vida funcione. El resultado es lo que
vemos todos los dís: pasiones sexuales fuera de control, espo-
sos y padres que n< se comprometen, hombres enojados a los
que les encanta ir «i el asiento del conductor. Todo comenzó
cuando Adán se re luso a hablar.
Los hombres soi llamados únicamente para recordar lo que
Dios ha dicho y hadar de acuerdo con eso, penetrando en la
incertidumbre peligosa con la confianza y la sabiduría que sólo
llegan cuando se ecucha a Dios. En vez de eso, al igual que
Adán, nos olvidamos de Él y guardamos silencio.
Adán Guardó Silencio Cuando Debió Hablar 13
Por eso Satanás sigue teniendo muchas victorias: en nues-
tra sociedad, en nuestras iglesias, y e n la vida de nuestras es-
posas, hijos y amigos. Es tiempo de q u e los hombres recuperen
su voz, escuchen a Dios..., y hablen.
Introducción

J^T ste libro ha sido escrito por tres hombres que esta-
mos en crecimiento, pero luchando a la vez —hombres
que confesamos abiertamente que nuestras luchas parecen in-
tensificarse a medida que nuestras vidas continúan, y aunque
éstas sencillamente no concuerden con la forma en que la
cultura cristiana parece pensar que deberían ser. Se espera
que los hombres cristianos, especialmente los que ejercen lide-
razgo, se sientan siempre animados y apasionados por su vi-
sión, y con muy pocos problemas. Se supone que los hombres
maduros no luchan con pensamientos desatinados, ni con
impulsos pecaminosos, o sentimientos de desesperación, pero
nosotros creemos que sí lo hacen.
Opinamos que desde el punto de vista espiritual, la hom-
bría está más relacionada con seguir funcionando a pesar de
las dificultades que con superarlas exitosamente. Creemos que
el Espíritu de Ehos está menos interesado en decirnos cómo
poner en orden nuestra vida, y más interesado en avivar —en
medio de nuestras dificultades actuales— nuestra pasión por
Cristo. Dios en vez de resolvernos los problemas, con fre-
cuencia los usa para perturbarnos, para que estemos menos
seguros de cómo funciona la vida, para incitarnos a preguntar
los temas difíciles que nos aterra encarar, para sacar a la super-
ficie las dudas obstinadas y las desagradables demandas que
nos distancian de Cristo.
No creemos que la Biblia brinde un plan para hacer que la
vida funcione como pensamos que debería ser, y en cambio sí
creemos que ofrece una razón para seguir adelante aun cuando
la vida no funcione de esa manera. Si pudiéramos encontrar
16 & Silencio de Adán
fórmulas que realmente funcionaran —fórmulas para vencer
el enojo, producir hijos piadosos o sentirnos más cerca de nues-
tras esposas— las seguiríamos. Pero n o creemos que existan.
En nuestra opinión, los verdaderos hombres admiten su mie-
do a la confusión, pero no huyen de ella hacia una seguridad
fácil o un plan detallado paso a paso.
El misterio de la vida nos atrae más que su previsibilidad.
No porque nos guste particularmente sentirnos confundidos
y fuera de control. Es difícil sentirse así, y a veces lo detesta-
mos. Pero creemos que no tenemos opción. No, si somos ho-
nestos con nosotros mismos al enfrentar la vida.
Algunas partes de la vida, por supuesto, están en orden y
son manejables. Los carros no funcionan sin gasolina; los dien-
tes que se limpian con hilo dental desarrollan menos proble-
mas; las familias no se llevan tan bien si no cuentan con un
esposo y padre comprometido. Se deben hacer las cosas que
sean factibles. Aquellas partes de la vida que se pueden mane-
jar, deben manejarse bien.
Pero las partes más importantes de la vida, las que constitu-
yen lo que es el cristianismo, nos parecen más misteriosas que
manejables, más caóticas que ordenadas. ¿Qué hace usted cuan-
do descubre que su hija fue abusada sexualmente por la perso-
na que la cuidaba? ¿Cómo maneja los celos punzantes que
siente ante un amigo que gana más dinero que usted? ¿Qué
puede hacer con una vida de fantasía inmoral que simplemen-
te no se va? ¿Cómo se acerca a Dios cuando siente que en su
interior todo está muerto? ¿Cómo hace el Espíritu de Dios para
llevarnos al hogar del Padre donde se está celebrando la fiesta?
Sencillamente, no hay ninguna fórmula para seguir al ma-
nejar estas cosas de tanta importancia. Y creemos que Dios lo
ha diseñado de esa manera, no para frustrar o desanimar sino
para que mostremos lo que puso en nosotros, algo que se libe-
ra sólo cuando nos abandonamos a El en medio del misterio.
La hombría espiritual implica el valor para seguir avanzando
—en medio de una confusión abrumadora— hacia las relacio-
nes. No se trata, entonces, de entender exactamente qué es lo
que funciona y luego hacerlo.
Escribimos este libro como tres hombres que viven histo-
rias inconclusas. Luchamos con preguntas que nadie contesta.
Fallamos de formas que creíamos ya superadas. Luchamos con
Introducción 17

los desagradables deseos que abrigamos, incluyendo el im-


pulso de abandonarlo todo cuando la vida nos agota. Lucha-
mos por vivir en comunidad los unos con los otros.
Pero aun así tenemos esperanza. Quizá nuestras vidas se
estén moviendo hacia una clase de madurez que abrirá nues-
tras bocas y dejará mudo a Satanás. Abrigamos esa esperanza
porque, aunque estemos confundidos, algunas veces desani-
mados, y ocasionalmente desesperados, todavía nos movemos
hacia nuestras esposas, nuestros hijos, nuestros amigos, y nues-
tro Dios.
No siempre avanzamos bien, y a veces nos detenemos. Pero
eso nunca es una decisión permanente. Y ésta es la esencia de
nuestro mensaje: LA HOMBRÍA SIGNIFICA ESTAR MOVIEN-
DOSE —no siempre con éxito, ni siquiera con victoria, sino con
la clase de movimiento que sólo puede producir una apasiona-
da fascinación por Cristo, que cuando está dirigida por el Espí-
ritu, nos consume. Esa es la verdadera victoria.
Permítannos presentarnos: somos tres hombres, cada uno
con una historia que contar —historias de tristeza, gozo, fraca-
so, éxito, aburrimiento, pasión, venganza y amor. Unase a no-
sotros mientras examinamos lo que significa ser un hombre que
vive como Dios planeó que los hombres vivieran.
La Historia
Comienza
LARRY CRABB

El chico en la fila del frente con la sonrisa traviesa —el que


está más a la izquierda— soy yo a los cuatro años. Siento algo
extraño al verme casi cincuenta años más tarde y preguntarme
lo que había detrás de esa sonrisa que llamaba la atención. Mi
mente se desvía de esa foto y se aleja en varias direcciones.
Recuerdo cuando, alrededor de los treinta, acababa de diri-
gir un estudio bíblico en la sala de Phil y Evelyn. Durante la
reunión posterior al estudio, agarré un pedazo de la torta de
Evelyn e hice la ronda. Me puedo ver bromeando, fastidiando,
divirtiéndome —llamando la atención de cada una de las per-
sonas a las que acababa de enseñar, con lo que mi memoria me
dice que era una sonrisa ruidosa, no distinta a la de mi foto.
Cuando todos se fueron, menos mi esposa y yo, Evelyn se me
acercó con una mirada comprensiva pero algo preocupada, y
me dijo:
"Creo que sé por qué a veces actúas como un payaso".
De inmediato me sentí atrapado y un tanto desconcertado.
Pero me las arreglé para hacer como si nada hubiera pasado.
"Muy bien, ¿por qué?"
"Porque te libera de la presión de ser el hombre que eres".
22 & Silencio de Adán

Tengo otro recuerdo: quizá tenía doce años, me encontraba


de vacaciones con mis padres y hermano, pasando la noche er
una cabaña de troncos e n las montañas de la parte alta de Nue-
va York, justo en las afueras del soñoliento pueblo de Schroon
Lake. Mi cama era la de arriba del camarote. Había una venta-
na que daba al lago iluminado por la luz de la luna, el cual
estaba rodeado por miles de pinos.
Recuerdo que estaba acostado en el camarote, mirando hacia
afuera por la ventana, totalmente inmerso en la majestuosidad
de la escena. Un sentimiento irresistible de que yo era parte de
algo grande, de algo hermoso, entró sigilosamente en mi con-
ciencia. Eso fue, tal vez, lo más cercano a un llamado de Dios
que haya escuchado en toda mi vida. Sabía que encajaba, sabía
que era parte de una historia mayor, y me conmoví. Tenía algo
para dar que haría la diferencia.
Estaba emocionado, contento; me elevé a una dimensión
que nunca había experimentado, pero también sentía temor,
por un miedo que me quería paralizar.
Mientras escribo, otro recuerdo viene a mi mente. Cuando
era un niño que crecía en Plymouth Meeting, un diminuto su-
burbio de Filadelfia, mi alcoba quedaba al final de un largo
pasillo. Cuando tenía alrededor de 13 años, una noche estaba
tendido en mi cama leyendo la Biblia. Al oír los pasos de mi
padre dirigiéndose a mi habitación, r á p i d a m e n t e escon-
dí la Biblia debajo de las sábanas y tomé un libro de historietas
cómicas.
A él le habría encantado verme leyendo la Biblia. ¿Por qué
le negué ese gozo? ¿Por qué preferí que m e viera con un libro
de historietas cómicas?
Si le preguntan a mi madre cómo era y o de joven —como
lo ha hecho muchas veces— inmediatamente responderá, con
una profunda mirada de exasperación: "¡Travieso!"
Durante mis años de infancia, hasta l o s de bachillerato y
universidad, me esforcé por parecer tonto. Ninguno de los
que me conocían en ese entonces se imaginó alguna vez, que
yo sentía el llamado de Dios y que leía la Biblia. A la mayoría
de mis amigos de adolescencia le ha sorprendido el hecho d e
que yo escriba libros serios en lugar de chiquilladas.
¿Será que por años, desde el p r e e s c o l a r en adelante, h e
Lsny Crabb 23

estado intentando esconder mi esencia detrás de mis tonterías?


¿ Bromeaba con mis amigos del estudio bíblico para evitar que
me tomaran demasiado en serio? ¿Me aterrorizaba tener algo
que decirle a este mundo? ¿Hacía travesuras para poder hun-
de! primiti/o sentido que m e llamaba a ser un hombre, tratan-
do de negar los sueños que se estaban formando dentro de mí?
Quizá odavía soy el travieso que gesticula cuando se sien-
ta en la primera fila de mi congregación. Me pregunto si la pers-
pectiva de moverme en mi mundo como la persona que sé que
soy todavía m e aterra, quizá m e enfurece, y me deja aislado,
desconectado, solitario. Estos pensamientos entran en mi mente
al observar los gestos del niño de cuatro años que fui, y que tal
vez todavía soy.
Mientras miro la foto, me viene a la mente un tipo de pen-
samiento totalmente diferente. No lo recuerdo bien, pero no
puedo imaginar que mi maestra de escuela dominical estuvie-
ra especialmente complacida con mi risa traviesa. Si cierro los
ojos y visualizo su presunta mirada de desaprobación, puedo
sentir un olacer extraño, un definido sentimiento de satisfac-
ción. Nunca me sentí parte del grupo de compañeros. Nunca
me he sometido fácilmente a las normas. Quizá me gusta ser
así. Un poquito de rebelión sabe bien.
Tal vez haya una buena forma de rebelión, arrojo, valor
para vivir auténticamente, aun a costa de no encajar. Podría ser
el valor para soñar, pero sin importar lo que fuere, me gusta.
Un poco de reflexión honesta me hace pensar que soy un
iconoclasta, un inconforme, un radical con pelo corto y cha-
queta azul marino. En cierto seminario me contrataron como
catedrático por siete años —y luego me despidieron, porque
no les caía bien a algunos de sus integrantes. Al recordar, pue-
do detectar cien cosas que dije e hice, y comprendo que les
preocupara, porque muchas eran inmaduras, otras pecamino-
sas, y unas cuantas las volvería a hacer.
Liberar lo que soy parece ser un asunto peligroso. Podría
ser, más a menudo de lo que m e doy cuenta, simplemente un
rebelde, con un gesto travieso en mi cara. Pero ni la rebeldía ni
la travesura m e definen.
Hay otra cosa más esencial en mi existencia. Soy un reflejo
masculino del carácter de Dios. Fui diseñado para moverme
a través de mi mundo, con risa y esperanza. Soy llamado a
24 & Silencio de Adán

preocuparme menos por l a conformidad que por la integridad,


menos por el encajar y m á s por las visiones de un soñador. La
liviandad de la risa esperanzada y el valor de estar solo mien-
tras se persiguen los sueños, son marcas de un hombre.
La risa que provoca u n a payasada es barata. La sonrisa d e
los payasos es fingida. Los hombres ríen. La rebelión es inte-
gridad corrompida. Los rebeldes destruyen. Los hombres dan
vida. No quiero ser un payaso ni un rebelde, pero no quiero
evitar estos dos errores d e forma tan rigurosa que pierda las
buenas cualidades que disfrazan. No quiero ser un conformis-
ta predecible, atrapado e n algo que requiera de mí menos q u e
lo estoy llamado a dar, pero tampoco quiero una vida de fanta-
sía que pueda disfrutar sin salir nunca del sofá. Quiero sueños
que me hagan mover frente a las imposibilidades.
Deseo tener esperanza cuando la vida es intolerable, y quie-
ro romper lo que la hace intolerable. Quizá, el gesto del travieso
rebelde para llamar la atención, madurará un día y se converti-
rá en la risa de un romántico y en el valor de un soñador.
DON HUDSON

Dios hizo al hombre porque le encantan las historias.


Elie Wiesel, The Gates of the Forest
(Las Puertas del Bosque)

La mayor parte de mi vida me he sentido como un impos-


tor. Así que me pongo un traje bonito, asumo una posición de
triunfador, sonrío, y aparento que tengo todo en orden. Soy la
imagen del éxito. Pero no permita que la foto de este libro lo
engane. Hay otra foto que nunca muestro a nadie. Si me viera
como yo lo hago, vería a una persona diferente, a un h o m -
b r e que se siente inseguro e incompetente, a un hombre que
pierde horas de sueño en la noche debido a que le preocupa
n o tener éxito. Vería a un hombre que aunque cree no tener
nada, pretende tener algo que ofrecer. Vería a un hombre pre-
guntándose si hay algo debajo del traje bonito.
El muchacho con traje es un excelente retrato de mi vida
c o m o hombre, porque exteriormente f i n j o que todo marcha
bien, mientras por dentro me estoy desmoronando. Tenía seis
años cuando me tomaron esta foto, no m u c h o tiempo después
de la separación de mis padres. Al comenzar mi primer grado
deseaba tanto identificarme con mi p a d r e , que cambié mi
primer nombre por el suyo. Increíble, u n niño de seis años
26 & Silencio de Adán

cambiando su nombre. Pero eso hice. Ya no sería Michael


Hudson, sino Donald Hudson.
Recuerdo claramente el vacío desolador de nuestro hogar,
cómo echaba de menos a mi padre y anhelaba que estuviera
con nosotros. Soñaba con que regresaría algún día. También
temía por el bienestar de mi madre. Durante las primeras dos
semanas de mi primer grado, me escapaba secretamente de la
clase y regresaba corriendo a casa, pues estaba preocupado por
mi madre. Mientras el resto de mis amigos permanecía en la
escuela, dándole duro al abecedario, yo me atormentaba acer-
ca de cómo saldríamos adelante. Un niño de seis años se con-
virtió en un hombrecito, atrapado entre la necesidad de ser un
hombre para mi madre, y la soledad de ser un niño pequeño
sin padre.
No era hombre, ni me sentía como tal, pero eso no era un
problema. Lo que más importaba era que, siendo un niño pe-
queño, mi mundo se desmoronaba bajo mis pies, y me enfren-
taba a un caos horripilante. Las circunstancias me obligaron a
inventar cierta forma de encarar el terror, la confusión y la tris-
teza. Pero, ¿cómo podía hacerlo si no había nada a lo cual recu-
rrir? ¿Cómo podía ser un hombre cuando en realidad era un
niño pequeño? Estaba convencido de que era imposible ser
hombre, era como tratar de sacar agua que diera vida de un
pozo seco. Así fue como el impostor inició su viaje.
De esa manera viví cuando era pequeño, y ese fue el estilo
que escogí para llegar a ser hombre. La mayoría de los hom-
bres parece enfrentar el matrimonio, los hijos, la vocación y las
finanzas con gran facilidad; yo los enfrenté con un temor para-
lizante. Por ejemplo, el matrimonio fue una decisión angustio-
sa con la que flirteé durante años. Salía con alguien durante
unos cuantos meses o años, y luego —cuando la probabilidad
de matrimonio parecía cada vez más cerca— de repente, mila-
grosamente, evocaba convincentes dudas "venidas de Dios",
que incluían preguntas, como si ella podría vivir en una casa
rodante cuando fuera mi esposa, o si podríamos sobrevivir con
el salario de un pastor, o preguntándome (después de estar
saliendo durante unos meses) qué habría pasado con la "quí-
mica" que alguna vez disfrutamos.
Mi patrón de citas era tan predecible que aterrorizaba. Cuan-
to más se acercaba alguien a mi corazón, más ferozmente
Don Hudson 27

llegaban las dudas, y más rápido huía. Corría d e s p a v o r i d o sin


saber de qué huía. Siempre m e excusaba explicando con
mucha habilidad a la gente que, sencillamente, se debía a mi
personalidad. "Oigan, soy un tipo libre que no se complica".
Sospechaba que estaba huyendo de aquellas cosas que más
deseaba, y aunque me aterrorizaba, ansiaba desesperadamen-
te amar y ser amado. Deseaba en forma apasionada compartir
mi vida con alguien especial, alguien que acompañara mi ca-
minar. Aunque me encantaban los niños, nunca creí que po-
dría ser padre.
Para compensar mi temor y mis sentimientos de incompe-
tencia, seguí el patrón que aprendí en mi infancia: descubrí
una forma de sentirme hombre. Al cumplir los veintiocho años
había alcanzado muchos de mis sueños vocacionales. Era com-
petente y exitoso en mi ministerio, y me lanzaba violentamen-
te al trabajo. Vivía para competir y ganar, desafiando a las
personas a que me dijeran que no podía desempeñar alguna
tarea, para demostrarles que estaban equivocadas todo el tiem-
po. La misma foto, sólo que un poco mayor —traje bonito, son-
risa de un tipo agradable y posición exitosa.
Pero algo andaba terriblemente mal. Aunque era un triun-
fador estaba vacío. Cuanto más sobresalía en el trabajo y
educación, más sentía que me superaba en cosas que no im-
portaban. Gateando a través del laberinto que la sociedad pone
frente a sus hombres, llegué a un callejón sin salida. Y lo peor,
yo era un callejón sin salida. Vivía en secreto bajo el lema: "No
poseo lo que se necesita para ser hombre". Gastaba toda mi
energía convenciendo al mundo de que vaha porque era com-
petente. Mi pozo estaba vacío y yo intentaba llenarlo con cosas
externas, cosas que en realidad carecían de importancia. Vivir
y amar costaba un millón de dólares, y en mi bolsillo sólo tinti-
neaban unos pocos centavos.
Si me detuviera en este punto, mi historia sólo sería una
tragedia más. En este libro le damos mucha importancia a las
historias, y una de las razones principales para hacerlo es nues-
tra convicción de que somos una generación de hombres sin
historias, de hombres que no sabemos quiénes somos, por qué
estamos aquí, o hacia dónde vamos. Todos estamos en este ría-
je llamado hombría, pero pocos de nosotros, si somos hones-
tos, n o s sentimos bien con el terreno que pisamos. Debido a
28 & Silencio de Adán

que no tuve el privilegio de crecer con mi padre, creía no tener


alguna historia a la cual recurrir, alguna que me permitiera con-
tinuar. Sentía que no había nadie que me apoyara, así que te-
nía que valerme por mí mismo.
La ausencia de una historia en mi vida me ha hecho retro-
ceder a la historia extraordinaria de mi Padre, quien siempre
estuvo ahí. Y he descubierto que sí tengo una historia que con-
tar, porque de mi pérdida ha surgido una historia rica y varia-
da. Ahora puedo ver con un poco más de claridad que mi
historia trata por completo del toque inhabilitador, redentor,
de un Padre. Es una historia que le ha dado valor a un hom-
bre aterrorizado, confianza a un hombre inseguro, y esperan-
za a un hombre desanimado.
Si nos sentáramos a tomar café y usted me observara en la
actualidad, el cuadro que vería le resultaría extraño. De vez en
cuando podría percibir al muchacho que lo defraudaba con un
traje y una sonrisa. Todavía observaría a un muchacho que como
tiene temor, desfallece. Pero la mayoría de las veces vería a un
hombre, no a un muchacho que ha cambiado dramáticamen-
te. Hablaría con un hombre que ama a su esposa y está total-
mente cautivado por su hijo, a un hombre que tiene algunos
pocos amigos cercanos, y que ya no margina a su padre, a quien
ama.
Solía pensar que ser un verdadero hombre era saltar de la
cama todas las mañanas con una historia perfecta, sin temores,
tragedias ni inseguridades, sin dudas acerca de sí mismo. Pero
ahora creo que ser hombre en este mundo es ser alguien que
tiene el valor de superar su temor, fe para responder sus du-
das, y amor para ir más allá de su pérdida. La esperanza, para
mí, radica en mi potencial para tocar en forma redentora a la
gente durante las siguientes generaciones, en lugar de simple-
mente rozarlas como si fuera un fantasma dirigido.
AL ANDREWS

Sobre un aparador de nuestro dormitorio, entre otros re-


cuerdos familiares, reposa una fotografía en blanco y negro,
enmarcada, del jugador de las Pequeñas Ligas. Imagino a mis
nietos analizando algún día, en el futuro distante, el uniforme
familiar a rayas, mi cabeza cubierta con una gorra, y la pose
con el bate en el hombro.
Me pregunto cómo me verán. ¿Mirarán la foto de la misma
manera desinteresada con que a menudo yo recorro los viejos
álbumes familiares? ¿Se reirán por el antiguo uniforme y por
las orejas que sobresalen de una gorra demasiado grande? Po-
drían reír, aunque espero que hagan algo diferente. Quiero que
sepan algo más. Mi deseo es que entiendan que esta fotografía
e s simplemente una imagen tomada de una película que per-
maneció por mucho tiempo en cartelera y que es imposible de
entender fuera del contexto total de la misma. Me gustaría q u e
s e cuestionaran acerca de ese muchacho. ¿Cómo era? ¿Cuáles
eran sus lados fuertes, sus fracasos, sus sueños?
No estoy seguro de cómo transmitiré ese sentido de la his-
toria, pero antes de transmitir algo, debo saberlo yo mismo. Al
respecto, debo interesarme profundamente en esa fotogra-
fía antes de pedirle a otro que la analice. Quiero entender las
30 & Silencio de Adán

escenas de mi pasado en el contexto global, y luego ver cómo


encajan dentro de un cuadro mayor, una película que se estaba
exhibiendo mucho antes de que yo naciera, y que continuará
para siempre.
Por eso deseo formar parte de este libro, para pensar acerca
de mi propia historia de una forma que haga la diferencia para
aquellos con los que me relaciono: mi esposa, mi familia, mis
amigos y mis colegas. Quiero pensar en ella no de una manera
ensimismada, sino de tal forma que conduzca al cambio.
La foto que reposa sobre el armario refleja lo que quiero
decir. Es mi fotografía a los ocho años, vestido y listo para el
juego. Eso es lo que está ante su vista. Lo que usted no podrá
ver, es al muchacho que no sobresalió en los deportes en equi-
po. Y algo que tampoco podrá ver, pues ni siquiera yo pude
verlos durante años, son los compromisos profundos del cora-
zón que ese jugador de las Pequeñas Ligas tenía con una forma
de vida en particular. Permítame explicárselo.
Nunca olvidaré mi primera vez en la base del bateador.
Después de entrenamientos y meses de ansiedad, estaba don-
de alguna vez había soñado: "bateando". El lanzador de ese
día era uno de los muchachos más grandes de ocho años. Una
figura intimidante para ese entonces. El primer lanzamiento,
un giro y un golpe errado —strike one. El segundo, que s e
podría argüir que no estaba sobre la base, pero lo tomaron como
bueno —strike two. El tercer lanzamiento, muy a la izquierda
—bola uno. El cuarto, un giro y un golpe errado —¡strike three!
No recuerdo que mi fracaso haya sido una experiencia terri-
blemente inusual o difícil; los "fueras" eran muy comunes e n -
tre los Angeles.
No obstante, a medida que pasaban las semanas y mis
"fueras" continuaban, me empezó a invadir un sentimiento ex-
traño. Muchos de los otros muchachos del equipo estaban co-
menzando a darle a la pelota, y los batazos eran seguidos por
vítores, gritos y corridas jubilosas alrededor de las bases. Mien-
tras ellos disfrutaban del juego, yo todavía no había conectado
una bola con el bate. Gradualmente, mi emoción y entusiasmo
por el juego se convirtieron en bochorno y en una faena mo-
nótona. Se empezó a sentir que la temporada podría ser larga,
por lo menos para mí.
Luego noté algo. Algunos muchachos podían llegar a la base
Ai Andrews 31

sin darle a la pelota. E r a n a q u e l l o s bateadores a los que les


habían lanzado más b o l a s q u e strikes y a los que luego se les
permitía ir a primera b a s e . D e v e z en cuando hasta podían dis-
frutar la emoción de l o s vítores cuando aporreaban las bases
en su camino a la meta, p o r q u e después de ellos había seguido
un buen bateador en e l orden d e bateo.
Como los "fueras" s e volvieron más y más humillantes, tomé
una decisión, aunque rio recuerdo haberlo hecho de manera
consciente. En vista de q u e los lanzadores de las Pequeñas Li-
gas no eran conocidos p o r su precisión absoluta, me di cuenta
de que era m u y probable que algunas de las pelotas lanzadas
en mi dirección fallaran en llegar a la zona de golpe. Si no gira-
ba, al menos tendría la oportunidad de llegar a una base, y
podría poner un alto a aquella espantosa sensación que llega-
ba con los "fueras". Durante el resto de la temporada, nunca
más volví a balancear el bate, que descansaba sobre mi hom-
bro lanzamiento tras lanzamiento, y aunque me cantaron más
"fueras" de lo que hubiera esperado, llegaba a la base y luego a
la meta, de vez en cuando.
Esta historia es una metáfora que, tristemente, encaja con
la forma que escogí para vivir durante gran parte de mi vida.
Por muchos años, incluso ya de adulto, tuve el fuerte com-
promiso de n o balancear el bate, porque hacerlo era dema-
siado doloroso. Cuando un hombre se balancea y falla el
tiro, saborea el fracaso y la humillación. Su incompetencia
queda al descubierto, y como resultado viene la vergüenza.
Aun si se balancea y conecta, siente la presión de las expec-
tativas. Después de todo, si usted le dio una vez, debería
poder hacerlo otra vez. Es más fácil dejar que el bate des-
canse sobre su hombro y esperar la caminata ocasional, de-
pendiendo de la falla del lanzador y del éxito del siguiente
bateador. La emoción de erguirse hacia atrás, seguir la di-
rección de la bola y darle lanzándola sobre la baranda es,
para muchos hombres, inconcebible.
Ese era el cuadro de mi vida: un hombre parado que rehu-
saba moverse, q u e lo deseaba y se contenía debido a un
compromiso m a y o r y previo con la seguridad, ya fuera en la
vocación, en las relaciones o en las responsabilidades de la vida
diaria. Como cualquier éxito que se lograra era atribuido a otros,
internamente se miraba con sospecha.
32 El Silencio de Adán

Al escribir estas palabras tengo, al mismo tiempo, un senti-


miento de pesar y gozo. Pesar por el daño que mi falta de mo-
vimiento le ha ocasionado a otros. Pesar por vivir una gran parte
de mi vida fuera del diseño que Dios planeó para mí como
hombre. Dolor por los años que pasé, por decisión propia, en
una impotencia aparentemente necesaria.
Si ese fuera el final de la historia, no tendría razón para
escribir. Pero hay una pluma moviéndose en mi mano. He lle-
gado a conocer la sensación del balanceo y golpe, y en el pro-
ceso, lo que temía ciertamente ha ocurrido. El fracaso ha sido
más que evidente, y la presión que proviene de hacerlo bien
sólo se ha incrementado. Pero la pasión, aniquilada por mi
falta de movimiento, ha resucitado, y eso me ha hecho desear-
la más.
PARTE 1

Algo Seno
Anda Mal

Se Pierde el Sueño
34 & Silencio de Adán

¡ f \

Los hombres se sienten fácilmente amenazados,


y cada Vez que esto sucede,
cuando ya no se sienten a gusto en su interior
que no entienden, se retiran naturalmente
a una esfera de comodidad o competencia,
o dominan a alguien
o algo a fin de sentirse poderosos.
Los hombres se niegan a sentir
el horror paralizante y
humillante de la ineertidumbre,
ese horror que los podría conducir a la confianza,
o que podría liberar en ellos el poder
para entregarse profundamente a una relación.
Como resultado, la mayoría de ellos se siente lejos
de todos y mucho más de Dios,
al tiempo que todos se sienten lejos de ellos.
Hay algo bueno que se detiene en los hombres,
pero que necesita seguir moviéndose.
Cuando el movimiento bueno se detiene,
el movimiento malo (retirada o dominio)
seguramente se desarrolla.

J
Capítulo

Una Visión
para los Hombres

éC abía estado casado por menos de dos años, y las cosas


andaban muy mal. Se sentía perdido, confundido,
enojado. De lo único que estaba seguro era de que deseaba
hablar con su padre. Más que nada, anhelaba que lo entendie-
ra, que estuviera con él, que lo mirara amablemente, con com-
promiso y respeto, que no lo sermoneara ni retrocediera.
Su padre siempre había sido su héroe, el modelo de todo lo
bueno. Estuvo exitosamente casado durante treinta y cuatro
años con su fiel madre, una mujer que nunca se quejaba y que
siempre permanecía en casa. Podía recordar cuando expresaba
su interés por trabajar en un hospital cercano para niños. Real-
mente le gustaban los chicos, pero su esposo siempre evadía el
tema y con una amable reprobación le recordaba que era él
quien mantenía a su familia.
Su padre también era un maravilloso ejemplo en la iglesia.
Era anciano, serna mensualmente los elementos en la Santa
Cena. Luchó por mantener el culto d e oración y estudio bíbli-
co a mitad de semana, cuando el nuevo pastor asociado sugi-
rió que fuera sustituido p o r grupos en los hogares. Nunca
36 & Silencio de Adán

bebía (todos lo sabían), diezmaba fielmente, celebraba el altar


familiar casi todas las noches y siempre mantenía a sus tres
hijos bajo control. Siempre sonreía y glorificaba a Dios cuando
a menudo le decían que "su familia daba un buen testimonio".
¿Por qué el viaje de veinte minutos hasta la casa de su padre
le parecía tan largo? ¿Por qué su pecho estaba tan oprimido?
"Papá", comenzó, "Tengo que hablar contigo. Las cosas an-
dan terriblemente mal en mi matrimonio. No sé qué hacer".
De nuevo la sonrisa, la misma que mantuvo a su madre en
casa durante treinta y cuatro años. La misma que otros veían
como manifestación de humildad. Entonces, por primera
vez, se dio cuenta de cuánto odiaba esa sonrisa.
Su padre respondió con dos títulos de libros, seguidos por
la advertencia de que leyera Efesios 5, y por la sugerencia de
que le encomendara todo al Señor.
"¡Pero, papá!", casi explotó. "He leído los libros, he estudia-
do Efesios 5, y he orado de la mejor manera que sé hacerlo.
¡Quiero algo más de ti!" Su padre se sentó, callado. La sonrisa se
desvaneció y fue sustituida por una mirada matadora, una
mirada que ya había visto antes, pero dirigida a él. Silencio.
Después de un aterrador momento de tensión, su padre se
levantó y, sin decir palabra, salió de la habitación.
"Esa fue la primera vez," admitió más tarde, "que me di
cuenta de que mi padre era un hombre débil".

Me pregunto cómo sería ver a un hombre totalmente en-


tregado a Dios.
Sobre la pared cercana al escritorio, en mi oficina, tengo
colgadas y enmarcadas las palabras de D. L. Moody, en un lu-
gar que me permite verlas todos los días:
El mundo todavía tiene que ver lo que Dios puede hacer
con, para, a través, en y por el hombre que se ha consagrado
total e íntegramente a Él. Haré todo lo que pueda por ser ese
hombre.
Me encanta leer biografías, historias de hombres c o m o
Oswald Chambers, C. S. Lewis, J o h n Knox, Jonathan Edwards,
Agustín, Pablo y Jeremías. Al leer sobre sus vidas, me da la
Una Visión paraI'osHombres 37
impresión de que nuestras ideas modernas de la madurez mas-
culina están muy lejos de lo que los hombres piadosos de las
generaciones pasadas entendían y practicaban.
Actualmente hablamos mucho de cosas como la vulnerabi-
lidad y el valor para sentir nuestro dolor. Ellos parecían inte-
resarse más en adorar y testificar. Nosotros hablamos de comu-
nicación honesta y vivir de acuerdo con nuestro potencial. Ellos
caían de rodillas con quebrantamiento, y se levantaban para
servir.
Me pregunto si aquellos hombres de antaño cuyas batallas
más duras fueron contra todo lo que les impidiera conocer a
Cristo obtuvieron, de forma natural, las virtudes que tratamos
d e desarrollar.
Nosotros nos reunimos en grupos pequeños para compartir
nuestros sentimientos y discutir sobre principios para relacio-
narnos más íntimamente o para levantar la autoestima. Ellos
hacían largas caminatas con hombres mayores que hablaban
fácilmente de Dios y se ponían a orar sin previo aviso.
Durante su "noche oscura del alma" (que duró varios años),
Oswald Chambers salió un día con John Cameron, un viejo
amigo de Escocia, acompañados de dos perros. El propósito de
la excursión era cazar conejos, pero cuando llegaron a un terra-
plén cubierto de hierba, Cameron sugirió que se detuvieran
un momento para orar.
" N o s arrodillamos y él dirigió la o r a c i ó n " , escribió
Chambers. "Luego comencé a orar, pero el cachorro pastor es-
cocés, que había estado completamente callado durante la ora-
ción del anciano, se imaginó que yo sólo servía para jugar
con él, y comenzó a restregarse contra mí, a tocarme por todos
lados con sus patas, a lamerme la cara y aullar con deleite.
Cameron se levantó, lo tomó severamente por la nuca y me
dijo: 'Vaya, vaya, yo me sentaré sobre el perro mientras usted
ora'. Y lo hizo".1 '
Los hombres religiosos de la actualidad muy a menudo han
encontrado a un Dios conveniente, al Dios de utilidad inme-
diata que promueven los h'deres que se llenan más con la emo-
ción de las multitudes, que adoran, que con su oportunidad de
tener una comunicación íntima con Dios. El pecado más per-
durable en la historia de Israel fue cometido por el rey Jero-
boam (véase 1 Reyes 12, especialmente los versículos 26-33)
38 & Silencio de Adán

quien le facilitó a su pueblo la adoración reduciendo a Dios a


una deidad local visible. Lo hizo sólo p a r a promover sus pro-
pias ambiciones, y le funcionó porque ganó a muchos segui-
dores y reinó en Israel durante veintidós años.
Las grandes multitudes pueden producir buenas cosas. Pero
m e asustan. La obra más perdurable y profunda de Dios ocu-
rre con mayor frecuencia en el aislamiento, en un diálogo en-
tre uno y otro, o en discusiones de grupos pequeños. Algunas
veces su mejor obra comienza en grandes multitudes, p e r o lo
que allí sucede se puede malinterpretar fácilmente como algo
concluido, cuando es algo que apenas ha comenzado.
Las grandes multitudes nos ayudan a los hombres moder-
nos a sentirnos hombres, ya sea que estemos animando a
nuestro equipo de fútbol o proclamando el nombre de Jesús,
porque manejamos nuestro vado llenándonos con cualquier
emoción que podamos encontrar. Las concentraciones enor-
mes nos inflan con lo que pareciera ser una hombría auténtica.
Los hombres de generaciones pasadas libraron, durante
años, batallas intensamente personales, que sólo se redujeron
cuando ellos se rindieron totalmente a Cristo, y no cuando se
sentían invadidos por una nueva pasión en una gran reunión,
o cuando descubrían algo distinto acerca de ellos mismos me-
diante terapia. El gozo de encontrar a Cristo se liberaba cuan-
do al quebrantarse por el pecado, ese quebrantamiento los
conducía a la entrega en adoración a Dios. El conodmiento ín-
timo de Cristo se desarrollaba mediante la obra profunda del
Espíritu de Dios, que a veces ocurría en las grandes multitu-
des, aunque con mayor frecuencia durante las largas tempora-
das de oración agonizante en soledad.
Se podría argüir que los hombres de hoy tienden a ser más
sensibles, en términos de relaciones, que nuestros severos
antepasados. Quizá sabemos más sobre como "conectarnos"
con nuestra esposa, hijos y amigos. Tal vez estamos aprendien-
do a ser verdaderos hombres, tiernos y fuertes a la vez, de formas
en que los hombres mayores nunca entendieron claramente.
Al movimiento de consejería moderno se le puede adjudi-
car una porción considerable del crédito por ese buen efecto.
Pero cualquiera sea la ganancia que hayamos obtenido en
la sociedad moderna, a ésta se l e h a quitado su valor en gran
Una Visión paraI'osHombres 39

medida, porque la mayoría de nosotros ha perdido la profun-


didad de la conexión con Cristo que sólo se da mediante un
sufrimiento inexplicable, un quebrantamiento atroz, y un pro-
fundo arrepentimiento.
Este libro es un llamado a regresar a las antiguas sendas; no
a renunciar a las buenas lecciones que el pensamiento cristia-
no moderno nos ha enseñado. Es un llamado a regresar a
un enfoque mucho más fuerte: a encontrarnos a nosotros mis-
mos perdiéndonos en Cristo. Me gustaría ver que dejamos
de lado los esfuerzos por resolver nuestros problemas, sanar
nuestro dolor y recuperar nuestro valor personal. Quiero
desocupar el escenario para que Cristo llene la parte ilumi-
nada por el reflector; quiero que fijemos nuestra atención de
una forma tan completa en su belleza y poder, que todos los
demás pensamientos sean perfumados con su fragancia.
Adorarlo, orarle, buscarlo ávidamente a través de las Escri-
turas, humillándonos ante El con quebrantamiento por nues-
tro orgullo y devoción fría, esperando en Él para que nos llene
con su Espíritu, sirviéndole con un propósito determinado y
una pasión que consuma a los demás. Éstas son las sendas an-
tiguas a las que debemos regresar.
Al ir leyendo este libro, no pierda de vista una sencilla ver-
dad: La única forma de ser masculinos es siendo, primero, piadosos.
En nuestros días, los hombres buscan más la hombría que a
Dios. Muchos hombres cometen el error de estudiar la hom-
bría y tratar de practicar lo que aprenden, sin prestarle la sufi-
ciente atención a su relación con Dios. ¿Realmente amamos a
Cristo, o nuestra pasión es más inventada y vacilante que ge-
nuina y constante? ¿Estamos creciendo en una santidad que
acerca a otros (particularmente a nuestras familias) a Cristo, o
exhibimos una efervescencia, y practicamos una conformidad,
que simplemente impresiona a otros con nuestro celo?
Ronaldo era parte de un grupo de hombres que temprano
en la mañana se reunía semanalmente en su iglesia, para ha-
blar acerca de batallas con la lujuria, tensiones en el hogar,
preocupaciones en el trabajo. Oraban y cantaban juntos, se abra-
zaban y algunas veces lloraban, eran responsables de rendirse
cuentas unos a otros. Ronaldo siempre salía de esas reuniones
motivado y Üsto, como un hombre, para medirse con su mun-
do. No pudo sentirse más sorprendido cuando su esposa le
40 & Silencio de Adán

pidió un día que dejara de asistir al grupo, porque a ella no le


gustaba el efecto que éste producía en él. Sentía que salía más
excitado que tierno, más resuelto a hacer lo correcto que a ocu-
parse de su familia y amigos.
Nuestros mejores esfuerzos por volvernos varoniles nun-
ca producirán la auténtica hombría hasta que crezca un senti-
do perenne de adoración en nuestro corazón. Y si pensamos
que encontrar a Cristo es algo que podemos hacer en un semi-
nario de fin de semana, entonces nuestra adoración será poco
profunda. Para encontrar a Cristo necesitamos librar una larga
batalla que aplaste nuestro orgullo y nos conduzca, mediante
la desesperación, al gozo inmanejable de la llenura del Espíri-
tu, y luego nos lleve de regreso, mediante una desesperación
más oscura, a un gozo aún más brillante. Los hombres que evi-
tan esa batalla sólo experimentan un arrepentimiento superfi-
cial. Su compromiso real será con cosas que verdaderamente
no importan. Nunca desarrollarán una pasión capaz de tocar
el corazón de otra persona con el amor que da vida.
Ronaldo se alejó del grupo. Comenzó a reunirse para desa-
yunar con un caballero mayor de su iglesia en quien se había
fijado durante años, pero al que nunca había conocido. Al es-
cucharlo orar muchas veces en la iglesia, notaba que lo hacía
en forma diferente. Parecía conversar íntimamente con un
amigo muy amado. Durante casi cuatro meses, Ronaldo se
reunió con ese hombre, algunas veces cada semana. Le pedía
que le hablara de su vida, su matrimonio, su relación con Dios.
El hombre siempre traía su Biblia y a menudo la abría con la
emoción de un abuelo que saca las fotos de su primer nieto.
Cuando ya no pudieron reunirse con regularidad, la esposa de
Ronaldo se sintió decepcionada.
Los hombres que aprendan a fascinarse más con Cristo que
con ellos mismos se convertirán en los varones auténticos de
nuestros días. Los hombres de esta generación deben apren-
der a calcular el costo de seguir a Cristo (que se puede calcular
fácilmente: todo lo que tenemos). Debemos sentir el vacío de
nuestras almas hasta que ningún costo parezca demasiado alto
si nos pone en contacto con El; debemos resistir la influenda
de una cultura '"cristiana" que valora más el descubrimiento
del yo y la realización de las ambidones propias que nuestro
sometimiento a Dios. En otras palabras, debemos preocupamos
Una Visión para I'os Hombres 41

más por conocer a Cristo que por encontrarnos a nosotros


mismos.
Si todo esto llegara a ocurrir, dentro de treinta años más
hijos podrían encontrar, en la generación mayor, ejemplos de
hombres varoniles piadosos. Ellos podrían ser atraídos a bus-
car a Dios con todo su corazón y con toda su alma, debido a la
consistencia poderosa y al amor libre de amenaza que verán
en nosotros.
Tengo un sueño. Sólo el tiempo dirá si es verdaderamente
de Dios, y creo que lo es.
Mi sueño es realmente muy simple. Cuando miro hacia los
años futuros, veo a unos cuantos grupos diseminados por aquí
y por allá, a través del paisaje cristiano, en los que el caráctei
piadoso y la sabiduría espiritual serán más honrados que los títulos y
destrezas, y más valorados que los logros o la competencia.
Veo a una comunidad de gente luchadora, plagada con to-
das las enfermedades que provienen de vivir en un mundo
que nunca se pretendió que soportáramos, una comunidad que
lucha contra inclinaciones e impulsos que nunca se pretendió
que sintiéramos. Veo a personas cuyos matrimonios son horri-
bles, con hijos que han echado por tierra su esperanza de una
familia feliz, con sus emociones fuera de control, que pasar
noches terriblemente largas, aterrados por los recuerdos de una
niñez con abusos indescriptibles. Tan heridos por el rechazo
que pareciera q u e el corazón les está siendo arrancado de
su pecho, odiándose a sí mismos por los impulsos sexuales per-
vertidos que braman dentro de ellos, al punto de casi renun-
ciar a toda esperanza bajo el peso de una soledad infinita.
En mi sueño veo a estas personas hadendo algo, que hoy,
muy pocas están haciendo en la vida real. Las veo despreocu-
padas por la oficina con la placa que anunda a un profesional
cuya capacitación garantiza la competenaa técnica, pero no el
carácter piadoso. Las veo regresando libros a los estantes de la
librería cristiana. Libros con carátulas que prometen falsamen-
te ahora lo que sólo el cielo proveerá más tarde. Las veo tomar
un volante que promueve el seminario del que todos hablan,
al que le dan una mirada y luego dejan.
Pero también las veo llegar a la sala de la viuda solitaria;
abrirse paso a la cafetería para pasar un par de horas con el
viudo cansado; tocar a la puerta del estudio donde espera
42 & Silencio de Adán

alguien vestido de humildad y ávido del cielo. Las veo espe-


rar a alguien que es fiel al señalar a Cristo cálidamente y sin
cohibiciones.
Me imagino a una generación sin tanta escasez de conseje-
ros, en la que los pastores y ancianos de nuevo sean tenidos en
gran estima porque pastorean y se desempeñan como ancia-
nos, una generación en la que a los líderes cristianos ya no se
les pida que dirijan ministerios de la forma en que los ejecuti-
vos construyen las corporaciones, sino que más bien sean
reverenciados como hombres de influencia piadosa. Si miro
fijamente mi sueño, puedo ver un ejército de mujeres y hom-
bres sabios distribuidos entre el pueblo de Dios, armados sólo
con un discernimiento afable y sabiduría penetrante, cualida-
des del carácter forjadas en el fuego del sufrimiento. Éstos son
los que han pagado un precio que pocos están dispuestos a
pagar, y lo han pagado continuamente durante años, sin des-
canso. Estos hombres son PADRES, éstas mujeres son MADRES,,
gente piadosa cuya quieta presencia se siente y valora.
Una joven pareja me escribió desesperada. "Hemos estado
casados por seis años, y simplemente no funciona. ¿Conoce a
algún buen terapeuta cristiano en su área?"
¿Por qué aquella pareja me escribió a mí, un psicólogo p r o -
fesional autorizado y entrenado, en vez de pedirle a un ancia-
no de su iglesia que se reuniera con ellos? ¿Les atrajo mi título?
¿Mi carácter? ¿Por qué la mayoría de la gente con problemas
piensa inmediatamente en conseguir "ayuda profesional"? ¿Por
qué no se dirigen a hombres y mujeres cristianos sabios? A n t e
la necesidad de ayuda por ataques de pánico o luchas sexuales,
la mayoría de nosotros no consultaría con un anciano de nues-
tra iglesia, por la misma razón que no le pediría a un pastor
que le hiciera un trabajo de endodoncia. ¿Por qué?
Nuestra cultura se ha tragado la mentira de que los proble-
mas personales no son de naturaleza diferente a los problemas
físicos. En ambos tipos de problemas, pensamos que algo a n d a
mal y que sólo puede ser arreglado por un experto cuyo e n -
tendimiento sobrepase la sabiduría que proporciona la Biblia.
Hemos perdido completamente de vista el hecho de que todo
problema no físico es, en esencia, un problema moral,2 que ra-
dica en la relación de la persona con Dios.
Por lo tanto, hemos producido una generación de terapeutas.
Una Visión paraI'osHombres 43
un ejército de consejeros entrenados para lucha con proble-
mas que poco entienden, porque han pasado m ls tiempo en
las aulas volviéndose expertos que en la presencie de Dios con-
virtiéndose en ancianos. Hemos perdido interés < n el desarro-
llo de consejeros, hombres y mujeres sabios qu( sepan cómo
llegar al verdadero fondo de las cosas, y que t ngan el po-
der para hacer que influyan recursos sobrenatur les en lo que
anda mal.
Si mi sueño se vuelve realidad, toda nuestra :ultura cam-
biará. Al igual que un terremoto cambia dram ticamente el
paisaje, así lo hará mi sueño. Si se realiza, alten "á profunda-
mente nuestras instituciones más queridas. Han añicos nues-
tros supuestos más atrincherados sobre cómo c abemos vivir
nuestras vidas.
Todo lo que no es material cambiará. Por suj íesto, las co-
sas que se basan en hechos científicos y en procedimientos pro-
bados empíricamente, no serán afectadas. Las técnicas para
hacer cirugías y los planes de ingeniería para construir rasca-
cielos no serán cambiados por la revolución que visualizo, tam-
poco cambiará el uso legítimo de los medicamentos para los
ataques de pánico, desórdenes obsesivo-compulsivos y algu-
nos casos de depresión.
Pero sí se alterará radicalmente la forma en que nos ocupe-
mos de la iglesia, en que influyamos vidas, en que brindemos
liderazgo social y moral, en que vivamos juntos en familia y en
comunidad.
Las celebridades se nublarán. Unas cuantasioraciones de
un anciano significarán más que todos los secre os para vivir
eficazmente, compartidos por un comunicadoi aclamado en
un seminario de fin de semana. Los grandes ev ntos "cristia-
nos" se limitarán al evangelismo o la oración sig ificativa, a la
adoración apasionada o la instrucción bíblica. L gente anhe-
lará más pasar noches en el hogar de un consejer|, que la opor-
tunidad de asistir a una concentración de moth ición. Sabrán
que lo primero tiene más poder para cambiar vic as que lo últi-
mo, y los banquetes de premiación de la comuridad cristiana
serán menos parecidos a los eventos de Hollywood. A las per-
sonas se las honrará, humillándolas significativamente en vez
de enaltecerlas y hacerlas sentir más importantes debido a sus
logros. Nadie competirá con Cristo por los más altos honores.
44 & Silencio de Adán

En mi sueño, veo:
A UNA GENERACIÓN DE CONSEJEROS, ancianos sabios
a quienes se valorará más que a los especialistas capacitados
para ayudarnos a responder los desafíos de la vida. Mujeres y
hombres piadosos cuyo poder y sabiduría llegarán más pro-
fundamente a nuestras almas que el conocimiento y destreza
de un experto.
Para que mi sueño se vuelva realidad se requerirá de un
milagro de Dios, no la clase de seudomilagro sensacionalista
que enriende un movimiento, sino la variedad sólida, profun-
da, que puede comenzar una reforma. Hemos tenido suficien-
tes movimientos, suficientes acontecimientos que crearon una
enorme cantidad de seguidores y llegaron a los titulares. Pero
por bastantes años no hemos tenido una reforma la cual, tal
vez, ya sea tiempo de que ocurra.
Mi sueño se reduce a una oración tan sencilla como pro-
funda: Si los hombres llegan a ser hombres, el mundo cambiará. Tam-
bién es cierto que si las mujeres llegan a ser mujeres, el mundo
cambiará. Se podría escribir un libro, y debería hacerse, acerca
de un sueño paralelo, un sueño sobre mujeres mayores que se
convierten en madres, y mujeres jóvenes que aprenden a ser
hermanas. Un libro así, que trate sobre madres y hermanas es-
pirituales, sería el compañero apropiado para este libro acerca
de padres y hermanos espirituales.
En mi sueño, los hombres mayores actuarán como padres
y los jóvenes como hermanos. Cuando alrededor del mundo
los hombres recuperen su voz, liberen su poder y vuelvan a capturar
el gozo de seguir el llamado de Dios para llegar a ser hombres
auténticos, la naturaleza misma de la comunidad cristiana cam-
biará. Ese es mi sueño.
Pero estoy preocupado por aquellas cosas que deberían tran-
quilizarme. Me preocupa la cantidad de atención que está reci-
biendo este tema de la hombría. Me preocupa que cualquier
cosa buena que se esté desarrollando sea erosionada por un
revés venidero, cuando el movimiento de los hombres se ex-
ponga como una edificación sobre arena.
Me preocupa que no estemos enfrentando los terribles pro-
blemas que hay dentro de nosotros y que desfiguran nuestra
hombría, problemas que sólo una larga y dolorosa cirugía pue-
de curar. Me preocupa que hayamos apuntado demasiado bajo,
Una Visión paraI'osHombres 45
que estemos persiguiendo algo demasiado fácil de alcanzar, y
que el centro de las cosas no sea un amor intensificado por
Cristo.
QuüJá nos estamos contentando con una falsificadón de la
hombría auténtica. Algunas veces pienso que esta idea de
"convertirse en verdaderos hombres7' se ha reducido a una no-
vedad cultural, apenas a un mmmiento acompañado por ele-
mentos comunes como la emodón de las grandes multitudes,
la esperanza de nuevas fórmulas, la inspiración de desafiantes
oradores, la determinación de compromisos gritados y las ideas
de los gurúes actuales.
Lo que no necesitarnos es una explosión temporal de reso-
lución y pasión. Lo que sí necesitamos es una reforma, aquella
obra profunda de Dios marcada por repetidos dclos de que-
brantamiento, arrepentimiento, perseveranda y gozo. Necesi-
tamos que Dios nos dé el poder para entrar en el misterio de
las relaciones a un nivel de conexión dadora de vida que nun-
ca podrán producir el entusiasmo y las frases hechas. Necesita-
mos rendirnos a Cristo de una forma que libere todo lo que su
Espíritu ha puesto en nosotros.
Debemos desairar el costo de llegar a ser hombres hasta
que el atractivo de cualquier cosa menor haya desapareado y
sólo quede el llamado de Dios.
Si vamos a llegar a ser una generación d e consejeros y a
tener una cultura llena de hombres de carácter y sabiduría, que
puedan dirigir la próxima generación hacia la verdadera pie-
dad, entonces debemos pensar detenidamente en cómo serán
los hombres cuando Cristo sea formado en ellos.
En una época en la que está en su apogeo la habilidad de
Satanás para entusiasmarnos con una falsificación de lo real, y
como tenemos la probabilidad de confundir una senda cómo-
da y angosta con la que es aún más estrecha, debemos comen-
zar con una idea clara de cómo es el milagro de la hombría.

1 Oswald Chambers: Abandoned to God (Oswald Chambers: Entregado


a Dios), una biografía por David McCasland (Grand Rapids:
Discovery House Publishers, 1993), Pp. 74-75.
46 £/ Silencio de Adán
2 No creo que todos los problemas personales sean el resultado di-
recto del pecado deliberado y personal que se puede curar obe-
deciendo más. Véase Finding God (Encontrando a Dios) domde
se discuten mis puntos de vista sobre el tema.
Capítulo

Hombres
Varoniles y Hombres
poco Varoniles

sta vez el hombre sí estaba en un grave problema. Ya


antes había ofendido a gente importante, lo suficiente
como para meterse en un aprieto. Pero nunca había hecho algo
tan malo como esto.
Sus amigos querían ayudarlo. Todos eran hombres jóvenes,
robustos, determinados, en la flor de la vida, deseosos de per-
seguir lo que creían. Se reunieron para discutir qué podían
hacer, pero ninguna de sus ideas lograría mucho, lo sabían. Las
cosas habían ido muy lejos.
Poco a poco, la conversación cambió de ideas a quejas. Es-
taban furiosos. Simplemente no era justo. ¡La política! Eso era
todo. Política sucia, podrida.
Después de la reunión, uno de ellos, un hombre grande,
moreno, de tez aceitunada, curtida por los muchos días en el
mar, trató de provocar a un lacayo del otro lado, pensando que
realmente se sentiría bien al golpear a alguien. Aun las malas
48 & Silencio de Adán
palabras le brindaron alivio. ¿Pero por qué no haría algo? Des-
pués de todo, era su batalla, una batalla por su cabeza.
Todos estaban asustados, sus esperanzas se derrumbaban.
¿Qué harían? ¿Qué Ies sucedería si lo mandaban lejos? Eso era
lo único en que podían pensar.
De repente, los citó a una reunión. "¡Bien! Ahora estamos
llegando a algo. Tiene un plan. Está listo para moverse, para
responsabilizarse como un hombre". Pero todo lo que dijo fue:
"Las cosas se van a poner violentas, y me están comenzando a
afectar. Quiero que no se alejen". Antes lo habían visto pre-
ocupado, pero nunca como ese día.
Realmente, deseaban mantenerse vinculados con él. Pero
era difícil quedarse ahí, impotentes, sólo mirando. Llevaban
días sin dormir.
¿Por qué no se hizo oír en la audiencia? Tenía amigos en
puestos altos. ¿Por qué no acudió a ellos? No estaba haciendo
nada para ayudarse. Parecía resignado —no, dispuesto— a so-
brellevar un terrible problema como si fuera su destino.
Después de la única vez que se desmoronó quedó muy ca-
llado, calmado. ¿Cómo se las arregló para mantenerse tranqui-
lo en vez de gritar pidiendo justicia, o venganza? Durante todo
ese tiempo, hasta el final, se preocupó más por sus amigos y
sus enemigos, que por él mismo, aun cuando enfrentaba su
peor pesadilla.
Alguien que lo había estado observando durante algún
tiempo, expresó en palabras lo que muchos estaban pensando:
"¡Jamás ningún hombre habló como él!"

Este libro es un pequeño esfuerzo para que los hombres se


animen a pensar mucho sobre qué es necesario hacer para con-
vertirse en hombres piadosos, hombres que sean vistos por unas
cuantas personas de su comunidad c o m o ancianos, hombres
que sean más conocidos por su influencia piadosa que por sus
talentos o logros.
Nuestra cultura está dividida en d o s grupos. El primero,
formado por unos cuantos expertos "importantes" como teólo-
gos capacitados, pastores populares, hombres de negocios in-
fluyentes, profesionales calificados, líderes de seminario
Hombres VaronilesvHombres poco Varoniles 49

inspiradores, especialistas en autoayuda, y ciudadanos d e cla-


se inedia que viven bien, con empleos estables y niños hermo-
so,, tipos buenos que dictan la "clase a matrimonios jóvenes"
er su iglesia. El segundo grupo está formado por todos los de-
mos, gente común que se ocupa de sus propios asuntos diarios
disfrutando de cualquier placer que encuentre, y soportando
las cosas duras lo mejor que pueda. Estas son las personas que
carecen de colchones gruesos de dinero, comodidades y pres-
tigio que las protejan de los asuntos duros y el dolor verdade-
ra gente que se pregunta si lo que experimenta es realmente
todo lo que hay en la vida.
Imagínese cómo sería si nuestras comunidades cristianas
estuvieran constituidas no por expertos y g e n t e común,
sino por ancianos y discípulos. Ancianos tanto hombres como
mujeres que conocen bien a Dios (aunque insistirían, por
supuesto, en que apenas lo conocen, pero en quienes es evi-
dente que viven para conocerlo mejor), y discípulos, vastas
multitudes de personas cuyos corazones han sido agitados por
la posibilidad de conocer realmente a Cristo, una posibilidad
que ven ejemplificada en la vida de los verdaderamente ma-
duros. Si se produjera una reforma, ésta llegaría a través de
ancianos y no de expertos.
Para que los hombres comunes puedan convertirse en pa-
dres, y los expertos en ancianos, debemos desarrollar cierta idea
de lo que es la hombría piadosa, una imagen que, para comen-
zar, nos llevará al quebrantamiento sacando a flote nuestros
fracasos masculinos, y luego encenderá una pasión implacable
por realizar el asombroso potencial de llegar a ser hombres de
verdad.
Por eso inicio este capítulo con una pregunta básica: ¿Cómo
es el hombre varonil?
¿Tiene hombros anchos, se siente seguro de sí mismo, es
exitoso, poderoso, comprometido con sus fines, capaz de con-
tener las emociones que puedan interferir con el logro de sus
nietas? ¿Se mantiene en movimiento a pesar de toda circuns-
Unria adversa, sin dar rienda suelta al pánico o al llanto? ¿ Su
gozo más profundo proviene más de lo que ha logrado por sí
niismo, que de lo que es estar con El?
Éste es el punto de vista tradicional: los verdaderos hom-
bres son duros, lo suficientemente duros para dirigir, tomar
50 & Silencio de Adán

decisiones y mantenerse en movimiento. Pero durante los últi-


mos diez o veinte años, ese punto de vista ha cambiado.
Desde los púlpitos, en conferencias y en los libros, los hom-
bres modernos han sido animados (y algunas veces se les ha
ordenado) a mostrar su lado débil, a no sentirse incómodos al
exponer su vulnerabilidad y emociones, a dejar de pensar de sí
mismos como superiores a las mujeres, a liberar esa parte de su
humanidad que más que lograr anhela conectarse.
Esa forma de pensar sostiene que los hombres que viven
de acuerdo con el diseño de Dios son más agradables, más
amables, más considerados de lo que suponíamos que debe-
rían ser los hombres. La agresión y el poder, aquellas cualida-
des "varoniles" tradicionales que tienen a los hombres luchando
en el mundo mientras las damas se quedan en casa, ahora son
desdeñadas como errores culturales, perversiones de la verda-
dera hombría.
De acuerdo con nuestro entendimiento moderno, todo lo
que sea legítimo acerca de un "espíritu pionero" pertenece, por
igual, tanto a las mujeres como a los hombres. Y todo lo atrac-
tivo de la vida doméstica los debe conducir a ambos de regreso
a la casa y hogar. Se nos dice que los hombres ya no deben
cazar mientras las mujeres tejen. Esos estereotipos tienen
más que ver con una larga historia de pensamiento patriar-
cal que con las Escrituras. Ese es el parecer de muchos en la
actualidad.
Pero a los hombres se les ha dificultado dejar sus arcos y
flechas, para tomar las agujas y el hilo. El movimiento de hom-
bres modernos, en pleno apogeo, surgió en parte como reac-
ción a la idea de que ellos debían volverse más sensibles en sus
relaciones —más "feminizados", como lo han expresado algu-
nos. Robert Bly propició la idea con su libro Iron John (Juan de
hierro), en el que escribió acerca de la "dureza" que hay dentro
de todos los hombres, esperando manifestarse poderosamente
en la vida. En Fire in the Belly (Fuego en las entrañas), Sam Keen
añadió su vigoroso llamado a avivar el fuego que hay en nues-
tras entrañas, a abrazar y liberar nuestras pasiones más pro-
fundas.
Ninguno de estos hombres, ni la mayoría de los líderes sub-
siguientes del movimiento masculino, quiere regresar al estilo
masculino de John Wayne (en el que los hombres son más
Hombres VaronilesvHombres poco Varoniles 47

duros que suaves), pero han expresado una preocupación le-


gítima diciendo q u e algo primitivo y básico acerca de la natu-
raleza de la hombría está en peligro de perderse en la lucha d e
la cultura por d e f i n i r este movimiento.
Estoy de acuerdo. Algo se ha perdido. ¿Pero qué exacta-
mente? La idea d e una dureza primitiva tocó una fibra sensible
en los hombres. El llamado a vivir las pasiones que son más esen-
ciales que el éxito y el sexo, ha sido escuchado por millares.
Cuando los hombres se paran juntos en las enormes reuniones
de los Promise Keepers (Cumplidores de promesas) y deciden asu-
mir sus responsabilidades, se libera algo que está en lo m á s
profundo de su corazón, por lo cual todos deberíamos estar
agradecidos.
Dureza, pasión, determinación. ¿Son éstas las cualidades
centrales de la hombría que se han perdido y se están volvien-
do a descubrir?
Por razones q u e se presentan en el resto de este libro, creo
que ha habido un acercamiento al centro absoluto de la hom-
bría que, por lo q u e hemos visto hasta ahora en el movimiento
masculino, no se ha alcanzado todavía.
Algo se ha perdido. Algo anda mal con los hombres. Algo
bueno que Dios ha puesto dentro de cada varón —algo que
sólo toma vida mediante la regeneración— no ha sido libe-
rado aún en la mayoría de ellos. Por eso, pocos hombres son
ancianos.
Con el fin de introducir lo que entendemos por hombría,
permítanme animarlos a pensar en ella como una energía, un
ímpetu natural dentro del corazón de todo hombre, un po-
der y un deseo ardiente de moverse en la vida de una forma
particular.
Los hombres en los que la energía masculina se reprime o
distorsiona, son poco varoniles. Son hombres impíos, sin im-
portar cómo los vea la cultura. Los hombres sólo son varoniles
cuando viven en el poder de la energía masculina liberada. Pero,
¿qué significa todo esto?
A fin de desarrollar una idea más clara de lo que es la "hom-
bría liberada", podría ser útil darle primero una breve mirada a
u n hombre imuténtico, alguien cuya energía varonil está inacti-
va o se expresa de una forma corrupta.
52 & Silencio de Adán

H O M B R E S N O AUTÉNTICOS
Si usted se relaciona con un hombre poco varonil, proba-
blemente sabrá por experiencia que es:
—Controlador (impersonalmente poderoso).
—Destructivo (o peligroso).
—Egoísta (comprometido, por sobre todas las cosas, a sen-
tirse de cierta forma acerca de sí mismo).
Un hombre poco varonil controla las conversaciones; ma-
nipula a la familia y amigos; arregla su vida para evitar todo
aquello que no está seguro de poder manejar. No confía pro-
fundamente en nadie. Manipula hasta colocarse bajo una luz
favorable, en una posición donde salga ganando o, por lo me-
nos, sin que lo desafíen. No sabe escuchar. Rara vez hace pre-
guntas significativas, y prefiere dar opiniones o quedarse
callado. Nadie se siente perseguido por él, excepto cuando sus
amistades podrían serle de provecho. Cuando muestra un in-
terés por alguien, se siente como cuando un vendedor de ca-
rros le pide ver una foto de su familia.
Un hombre poco varonil es, además, destructivo. Sus pala-
bras y acciones dañan a la gente, aunque los compañeros de
trabajo podrían sentirse estimulados y desafiados durante un
tiempo (algunas veces por largo tiempo). Los miembros de su
familia son los que sienten el daño más rápida y profundamen-
te; sólo que algunas veces están demasiado asustados como
para admitirlo, aun dentro de ellos mismos. A menudo, la más-
cara de bondad y afabilidad es tan gruesa que el daño sólo se
siente cuando se acumula y destruye lentamente, como si fue-
ran pequeñas dosis de veneno disueltas en el agua para beber.
Algunas veces hiere intensamente a la gente con sarcasmo y
vileza, y otras con violencia. A menudo el daño es ocasionado
por la indiferencia y el alejamiento, la clase de armas que ha-
cen sentir a su víctima culpable o rara por sentirse atacada. La
esposa de un hombre poco varonil rara vez se siente amada.
Quizá nunca se lo diga, pero la mayoría de las veces siente que
la usa, que no la valora, o que la odia. Los hijos y amigos de tal
hombre conservan su distancia; pues están demasiado enoja-
dos, o asustados, como para acercársele.
Su egoísmo no siempre es aparente, pero se manifiesta con
claridad en los tiempos difíciles. A pesar de su amabilidad y
Hombres VaronilesvHombres poco Varoniles 53

generosidad, que a veces es extravagante, cuando la suerte está


echada sale claramente a la superficie un compromiso último
con su propio bienestar.
Los hombres poco varoniles son consoladores, destructi-
vos y egoístas. Pero estos rasgos sólo describen lo que es visible
para otros, lo que la gente siente en su presencia. Raspe por
debajo de la superficie (algunas veces gruesa) y descubrirá que
estas malas hierbas están sostenidas por un sistema de raíces
propio de una vida obstinada. En las profundidades, que a
menudo no son exploradas, debajo de su determinación para
controlar, los hombres poco varoniles se sienten impotentes; su
destructividad es potenciada por una rabia aborrecible y se ate-
rrorizan a tal grado que hacen que el egoísmo parezca su única
esperanza de supervivencia. Mire dentro de un hombre poco
varonil y encontrará a un hombre impotente, enojado y ate-
rrorizado, tratando de mantener en orden su vida mediante el
control, la intimidación y el egoísmo. Las tres primeras caracte-
rísticas —controlador, destructivo, egoísta— son típicas del es-
tilo de relacionarse de un hombre poco varonil; típicas de
cómo la gente lo percibe. Las tres siguientes —impotente,
enojado, aterrorizado— representan las luchas que ocurren
muy dentro de su alma, debajo de su estilo de relacionarse.
Examinemos de cerca este segundo conjunto de características
que representan lo que sucede dentro de un hombre poco
varonil.

Impotente
Brent tenía a n t e c e d e n t e s de que se alejaba de las mu-
jeres exactamente cuando el siguiente paso era el compromiso.
Él explicaba ese patrón de esta manera: "Simplemente, no es-
toy seguro de tener lo que se necesita para que una relación
funcione. ¿Qué pasa si ella me pide que haga algo que no pue-
do hacer, o que sea algo que no soy?"
A los hombres que se sienten impotentes les gustan las co-
sas predecibles, no las sorpresas. Lo inesperado es una aventu-
ra emocionante sólo cuando ocurre en áreas donde un hombre
poco varonil se siente especialmente competente. La adrenalina
fluye en un cirujano experimentado cuando algo sale mal en el
quirófano. Más tarde puede admitir que se asustó, pero hace lo
que sea necesario en el momento preciso, y lo hace bien.
54 & Silencio de Adán

Los hombres de negocios con un historial de éxito mues-


tran, algunas veces, nervios de acero y sano juicio en crisis que
hacen flaquear las piernas de "los menos" hombres. A los plo-
meros experimentados que tienen la capacidad de oler lo que
está mal y saben exactamente qué hacer para arreglarlo, les
aburren las tuberías atoradas y las fugas de rutina. Son los pro-
blemas mayores los q u e les dan la oportunidad de exhibir sus
capacidades. Los intelectuales se levantan ante el desafío del
debate. Ellos reciben con agrado un argumento en contra, al
igual que el toro recibe con agrado una capa roja. Es un llama-
do a atacar.
Sea cirujano, primer ejecutivo, plomero o intelectual, es lo
mismo. La incertidumbre proporciona un desafío emocionan-
te a los hombres sólo cuando se presenta en áreas donde se
sienten seguros de sus habilidades.
Pero debajo de la confianza del hombre más talentoso hay
un temor que no disminuirá. Los hombres poco varoniles son
perseguidos por la posibilidad de que ocurra algo que no
puedan manejar, algo que les exige entrar en un territorio des-
conocido, en el que su competencia no haya sido puesta a
prueba todavía, d o n d e sus talentos comprobados podrían ser
inútiles. Todo hombre honesto experimenta ese temor. El hom-
bre poco varonil no siente nada más fuerte que ese temor, pero
niega cuán fuerte es dentro de sí.
Hay hombres que son fuertes en otros aspectos, pero pue-
den tener temor de hablar en una clase de escuela domini-
cal, o con sus hijas acerca de sexo, al escoger el restaurante ade-
cuado para la celebración de un aniversario o cuando deben
expresar sus sentimientos más profundos a los amigos. No sor-
prende que los hombres poco varoniles se sientan más impo-
tentes en aquella área que nadie puede controlar eficazmente
—las relaciones personales. Acercarse a su esposa, sentirse lo
suficientemente sabios como para ser respetados por sus hijos,
desarrollar una intimidad saludable con los amigos, son las cla-
ses de áreas que tienen el poder de hacer q u e los hombres se
sientan impotentes.
Para ocultar su impotencia, los hombres que se sienten in-
capaces encuentran algo que pueden c o n t r o l a r —algo que
pueden manejar b i e n — y evitan aquello que les causa temor.
Luego, consideran todo lo que pueden controlar como algo
Hombres Varoniles v Hombres poco Varoniles 55

importante y ocupan la mayor parte de su energía para mane-


jarlo. Puede ser algo tan terrenal como mantener limpio el ca-
rro, tan erróneo como seducir a otra mujer, tan irritante como
amenizar toda conversación seria con una broma, tan bien re-
cibido c o m o escribir una crítica de cultura que se convierte en
éxito de librería, o tan absorbente como desarrollar un negocio
o ampliar un ministerio. Los hombres impotentes pasan su vida
controlando cierto resultado, y engañándose a sí mismos al
pensar que eso es lo que importa.

Enojado
Los hombres enojados se irritan fácilmente. Se encienden
cuando alguien les pide que funcionen fuera de su esfera de
competencia, que usen recursos que no están seguros de tener.
Cuando una esposa le pide que muestre compromiso, un hom-
bre enojado tiende a pensar en aquello que ya le ha dado a ella.
Generalmente es una lista de cosas materiales: ("Mira la casa
en que vivimos"), pecados no cometidos ("Siempre te he sido
fiel"), o comparaciones favorables con otros hombres ("Por lo
menos no paso todas las noches pegado al televisor viendo
deportes, como tu hermano. Salimos a cenar con amigos, voy a
la iglesia todos los domingos, y hasta llevo a Susie a sus clases
de piano. ¿Qué más quieres?").
Los hombres poco varoniles son provocados fácilmente. No
se necesita de algo grande para provocarle un arranque de ira
que nunca pasa de la superficie. La vida misma exige conti-
nuamente que los hombres hagan más de lo que se sienten
capaces de hacer. Las responsabilidades nunca disminuyen.
Que hoy se limpie los dientes con hilo dental no significa que
no tenga que hacerlo mañana. Y aun la constante limpieza con
hilo dental no ofrece la garantía de un buen chequeo.
Cuando usted se escapa del consultorio dental sin escuchar
el taladro, el gozo dura poco tiempo. Le aparece un lunar en la
espalda, de color raro. O su hijo adolescente trae a casa u n a
libreta con malas calificaciones, y usted s e pregunta si es ha-
ragán, si anda en drogas o si está siendo afectado por un tras-
torno de déficit de atención. Quizá necesita de esos buenos
medicamentos que hacen que los chicos se distraigan menos; o
tal vez de una escuela cristiana privada. Luego su aire acondi-
cionado se descompone justo cuando llega el verano. Su esposa
56 & Silencio de Adán
le dice que no ha sentido que haya romance durante largo tiem-
po. Entonces, usted quiere matar, golpear y gritar.
Hay épocas en la vida cuando todo sale mal. Y hay otras,
generalmente cortas, cuando la mayoría de las cosas salen
bien. Todos se están llevando de maravilla, la oficina de reco-
lección de impuestos le debe una devolución, y su hija sale con
el presidente del grupo juvenil. Pero aun durante los tiempos
buenos, usted está consciente de un vago pavor que lo amena-
za, como cuando una nube oscura se cierne sobre su día de
campo.
"¡Déjenme en paz!", le gritamos a nadie en particular, o a
Dios, si admitimos que nuestra furia está dirigida hacia Él. Y la
vida (o Dios) parece contestar: "¡Prepárate! Ya te va a caer el
otro zapato. ¿Cuándo? Quiero sorprenderte".
Eso es suficiente para enojar a cualquiera. Y el enojo, de la
clase que la mayoría siente, justifica en forma fidedigna accio-
nes que, para una mente que no está enojada, serían reconoci-
das al instante c o m o erróneas. Las acciones que p a r e c e n
correctas cuando estamos enojados dañan a otros y n o s hacen
sentir mejor. Nos gustan ambos efectos.
Pero la satisfacción es superficial y de corta duración, y a
veces cede al vacío. Entonces nos sentimos menos capaces
de manejar la exigencia continua de la vida de seguir en
movimiento.
En algún punto, no podemos pensar en otra c o s a que en
vengarnos. En la mayoría de los hombres el impulso patente
de destruir no se convierte en un patrón fijo, pero hierve en
momentos raros, y con una intensidad fiera. Los hombres poco
varoniles se sienten extrañamente bien cuando d e n t r o de ellos
tienen una sensación de poder que es capaz de d e s t r u i r y se
sienten aún mejor cuando la liberan.
Esta liberación de energía masculina corrupta p u e d e ocu-
rrir en forma de sarcasmo, de contar los chistes m á s recientes
que intencionadamente excluyen a otros, de usar u r i intelecto
agudo para intimidar, de sencillamente despreciar. S e puede
experimentar con mayor violencia, tanto en una fantasía como
mediante el abuso físico.
Cuando un hombre no está experimentando e l gozo que
sólo puede ser creado por la energía masculina l i b e r a d a , es
Hombres Varoniles v Hombres poco Varoniles 57

atraído al placer del poder. Los hombres destruí tivos son poco
frondes; están enfurecidos con la energía de i hombría dis-
torsionada, con las personas, con la vida y con c o s . Están lie-
n °s de juicio vengativo para todos, menos pan dlos.
Cuando sigo a alguien que baja con lentitu 1 u n tramo de
gradas, algunas veces siento la urgencia de ayu larlo a descen-
J r más rápido. La idea de empujar a alguien y derlo caer dan-
d ° volteretas en las escaleras, puede ser atracti a.

Aterrorizado
¿Qué pasa si la vida me pone al descubierto orno un fraca-
s°/ como alguien que no puede manejar sus d iImandas legíti- y
m as? ¿Qué pasa si no soy capaz de abordar Ai forma eficaz
L_ pci^a
. . si iIU 3uy
. . s^cipsci^ i j — —— -H-.importantes?
i^^^infoc?
asuntos que debo admitir como verdaderamen Istades, mi em-
¿ Qué pasa si arruino todo —mi familia, mis an^

Pleo— y m e q U edo solo, como un perdedor desnudo parado


d °nde todos pueden verlo? ¿Qué pasa si enfrento el hecho de

todo mi dinero, posesiones y tiempos buenos no han lle-


nado ese horrible vacío que siento muy adentro?
Los hombres poco varoniles viven con un terror silencioso
flue, al igual que la presión sanguínea alta, los mata lenta y
Mendosamente. El terror no se irá, y por lo general, permane-
c í a escondido bajo las envolturas del éxito, la sociabilidad y la
rutina, erupcionando algunas veces. Y cuando lo hace, los hom-
bres poco varoniles entran en pánico o se deprimen; algunas
veces sienten el impulso de suicidarse, de m a a r a otro, o de
disfrutar de los placeresVt> sin par
* de la inmoralilad.
Ya sea que el terror permanezca quieto o \ue explote en
u n a realidad, el alivio es algo necesario. Lo qu sea que se ne-

cesite para encontrar alivio parece razonable, 3talmente legí-


timo. Pero aunque la idea de golpear a su perrc o de gritar a su
es Posa tenga su atractivo, se siente mejor iendo "arreglos
---o - -
para tener un placer instantáneo, confiable, l o adormece el
terror con un gozo consumidor que no implicl riesgo.
Las opciones abundan. El placer pornográlco está tan cer-
ca como su farmacia local. Si comprar la revista Playboy esta
m a s allá de un Emite que todavía no va a traspasar, hay place-

res similares disponibles dentro de su imaginación y su memo-


n a - Una visita al restaurante donde la mesera con buena figura
58 & Silencio de Adán

— l a que siempre le sonríe— trabaja en el turno del desayuno,


le ayudará. La meta es el ALIVIO rápido, confiable y fácil de
arreglar. Disfrutar a Dios es trabajo más arduo. ¡Los hombres
aterrorizados quieren el alivio ya!
Permítame resumir. Cuando la energía masculina no se li-
bera, cuando se reprime o distorsiona, los hombres:
1. Se sienten impotentes; lo compensan entregándose
al control de algo. Se convierten en HOMBRES
AGRESIVOS.
2. Experimentan ira y se persuaden a sí mismos de que la
venganza es su deber. Se convierten en HOMBRES
ABUSIVOS.
3. Viven con un terror para el cual no hay solución o esca-
patoria, sólo alivio. Adormecen el terror con placer físi-
co y se convierten en HOMBRES ADICTOS.

H O M B R E S VARONILES
Un hombre auténtico es muy diferente. Cuando se libera la
energía que Dios ha puesto dentro de un hombre:
1. Él sabe que es fuerte en vez de impotente. Los hombres
fuertes toman la iniciativa, aun cuando no estén segu-
ros de qué deben hacer. Su llamado a reflejar a Dios en
su manera de relacionarse compele más que su espe-
ranza de poder o su temor a la impotencia. Un hombre
varonil no es agresivo; es un HOMBRE ACTIVO que se
ocupa en ofrecer relaciones de calidad a otros, que está
más comprometido con desarrollar una fortaleza que
otros puedan gozar, que con alcanzar un sentimiento
de poder y control para sí mismo.
2. Él experimenta menos enojo y no se siente amenazado
con tanta facilidad. Algunos lo llaman paz. Para él, la
frase "más que vencedor" tiene algún significado, aun
durante los momentos duros de la vida. El dolor de un
hombre varonil no le impide sentir la lucha de otros,
aun cuando los problemas de ellos sean menos graves
que los suyos. El tiene el valor de enfrentar honesta-
mente su experiencia. Por lo tanto, siente la tristeza de
vivir en un mundo caído, y la soledad de vivir en una
comunidad imperfecta.
Hombres VaronilesvHombres poco Varoniles 59

Pero su tristeza y soledad sólo generan una ira justa, de


la clase que mueve la compasión de la gente, mientras
se sigue sintiendo ofendido por el pecado. Un hombre
liberado no es abusivo; es un HOMBRE AMABLE, pero
no débil, un h o m b r e cuyo poder es controlado para
buenos fines.
3. El hombre e n c u e n t r a una respuesta a su terror en la
LIBERTAD. Sin importar lo que suceda en la vida, los
hombres varoniles siempre encuentran espacio para mo-
verse. Siempre hay algo que SER, aun cuando no haya
nada que HACER.
Cuando sus familias se desmoronan o sus negocios se
desploman, los hombres varoniles —al igual que los poco
varoniles — son tentados a dar coces de venganza o a refu-
giarse en el alivio.
Pero no hacen lo uno ni lo otro. Son atraídos por la oportu-
nidad de exhibir algo bueno, de reflejar el movimiento de Dios,
que siempre es esperanzador. Se mueven a través de las prue-
b a s con una presencia que otros notan más que ellos mismos.
Los hombres varoniles son tentados por los placeres de la
libertad, por la oportunidad sin estorbos de seguir el llamado
d é l a hombría. Un hombre varonil no es adicto; él trata su cuer-
p o con dureza a fin de evitar caer bajo un poder extraño. Lu-
cha fuerte contra su deseo de placer implacable. Se mueve de
acuerdo con un plan. Es un HOMBRE RESUELTO, que sabe
qué hace y qué puede aportar para alcanzar el propósito para
e l cual vive.
Cada día nos movemos hacia la hombría piadosa, o nos ale-
j amos de ella.
Una de las grandes tragedias de nuestros días es que mu-
chos hombres están yendo por un camino que ellos piensan
que conduce a los placeres de la hombría legítima. Podrían pasar
muchos años antes de que los que se m u e v e n en direcciones
equivocadas se den cuenta de que el camino que han estado
recorriendo libera energía masculina más corrupta que genui-
na, y que esa senda los deja aún más impotentes, amargados y
aterrorizados.
Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por
ser caminos de muerte (Proverbios 14:12).
60 E! Silencio de Adán

Antes de discutir la esencia de la verdadera hombría, quie-


ro pensar acerca de la pasión profunda de los hombres q u e
m a n t i e n e recorriendo el camino que a l e j a de la hombría
piadosa.
¿pítulo

Teologíapor Fórmula

J j a pareja estaba neriosa y enojada. Era su primera se-


sión con el Dr. Gilbrt, el consejero matrimonial que les
había recomendado su pstor.
Hacia el final de su fimer año de matrimonio, ella había
comenzado a hablar acen de conseguir ayuda. Pero a él nun-
ca le gustó la idea, pues pnsaba que podían resolver las cosas
por sí mismos. Si ella no ubiera amenazado con irse, él ahora
no estaría sentado en la)ficina del Dr. Gilbert, a escasas dos
semanas de su segundo niversario. Él tenía veintinueve, ella
era un año menor.
La joven se veía neviosa. Él estaba m u y seguro de no
estarlo. "Oye, iré a u n a ?sión", le había dicho, "para ver si el
tipo sabe de qué habla".
Después de ofrecerle café, que ninguno de ellos aceptó, el
doctor abrió la conversáón en forma muy directa. "Díganme
qué los ha traído". Nadde tonterías, pensó el hombre joven.
Eso estaba bueno. Amale, pero al grano.
La esposa no necesitoa de una puerta más ancha para aba-
lanzarse, y comenzó coipalabras que su esposo ya había escu-
chado antes. "Doctor, nestro matrimonio realmente está en
problemas".
62 & Silencio de Adán

D u r a n t e unos quince minutos, ella le lanzó una historia tras


otra. U n n o v i a z g o con altos y b a j o s , luego un matrimonio que
se iba a p i q u e . Una pelea casi constante. No había una verda-
dera intimidad. En verdad, n i n g u n a . Sólo sexo, y ya no lo po-
día aguantar. No se había casado p a r a eso.
Ella r e s u m i ó el ataque c o n su queja más familiar: "Siem-
pre que trato de decirle cómo m e siento, o bien me sermonea
diciéndome lo equivocada que estoy, o simplemente no dice
nada".
Su e s p o s o decidió defenderse, sin necesidad de que el doc-
tor lo motivara. "Escuche, le he dicho un millón de veces que
estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para que nuestro
matrimonio funcione. La amo. Incluso fui con ella a un semi-
nario porque pensó que nos podía ayudar. Y realmente traté
de hacer lo que el tipo dijo. Muchas cosas acerca de comunicar-
nos mejor, decirle que la amo de formas en que ella pueda es-
cuchar, seguir ciertos pasos que volverían a encender nuestra
relación".
Él hizo una pausa para estudiar el rostro del consejero quien
no se veía convencido ni escéptico.
El esposo continuó: "Nuestro pastor le dijo a mi esposa que
usted era muy bueno, así que estuve de acuerdo en intentarlo.
Hay una cosa en la que ella tiene razón. Realmente no nos lle-
vamos bien. Pensé que si tuviera un dolor de muelas iría don-
de un dentista; así que si mi matrimonio necesita arreglo, me
imagino que tiene sentido ver a un consejero".
La esposa estaba tan exaltada que casi se salía de la silla.
"¿Ve cómo es?", rugió. "Quiero un hombre que se relacione con-
migo, para que juntos compartamos nuestras vidas. Él quiere
reparar algo roto, y esto hace que nuestro matrimonio suene
como un carro arruinado".
Luego, con lágrimas y más calmada, continuó: " N o soy un
objeto que se ha roto. Soy una persona, una mujer q u e simple-
mente quiere ser amada. No sé si alguna vez seremos felices
juntos". Las lágrimas fluían libremente.
Él detestaba verla llorar. Esto lo ponía tenso, l o hacía sentir
impotente, enojado y asustado, pero sobre todo impotente.
Ella continuaba llorando, mientras él permanecía sentado, sin
moverse.
Teología por Fórmula 63

El Dr. Gilbert rompió el silencio. "Dígame, le preguntó a él:


¿Qué está pasando por su mente en este instanl ??".
Sólo pudo encoger sus hombros y decir: " N o >é qué hacer".

Cuando era niño, a menudo, justo antes de rme a dormir,


me acostaba en la grama tibia del verano, y miraba el cielo lle-
no de estrellas. Recuerdo que m e sentía pequef b — y que ese
sentimiento me gustaba, tal vez porque sabía asue había algo
grande en lo que yo encajaba, algo mucho maybr que yo. No
sabía qué era, pero tenía que ver con una grarti historia que
Dios estaba contando, y yo quería conocer esa historia y ser
parte de ella.
Desde entonces he descubierto que perder 1 i mirada en el
cielo es una experiencia muy diferente a estudiar en una bi-
blioteca, escribir una tesis para doctorado, o dar consejería en
un despacho. Al mirar las estrellas puedo reflexionar sobre el
gran cuadro. Las otras actividades tienden a absorberme en
detalles menores. Mis responsabilidades de adulto, en su
mayoría, han sido guiadas por la necesidad de averiguar las
cosas —entender, por ejemplo, por qué ciertos hombres sien-
ten impulsos homosexuales, mientras que otros luchan con la
depresión— y saber cómo superar los problemas. Eso es lo
que se supone que haga un psicólogo: averiguar lo que está
mal y arreglarlo.
Y eso es lo que también se espera que hagan i>s maestros de
Biblia, los pastores y otros líderes cristianos de b >y: llegar a ser
expertos e n el manejo de los problemas "re< es" de la vida,
Si tienen éxito, son reconocidos como compet ntes. Si no lo
tienen, son expuestos como débiles o despedí os por no ser
tremendamente útiles. De cualquier forma, los íderes cristia-
nos y los q u e ayudan parecen más interesadcft en los peda-
citos de la vida que en el cuadro mayor, aquel c xe vi dibujado
en el cielo, donde se cuenta la gloria de Dios y se
de sus manos (Salmo 19:1).
Como resultado, las declaraciones teológicas que surgen de
la cultura moderna parecen más fórmulas para vivir que ver-
dades declaradas acerca de Dios. La teología trascendental, la que
fluye del cuadro mayor, ha sido sustituida por la teología por
64 & Silencio de Adán

fórmula, una forma de pensar que mantiene su enfoque en las


particularidades de la vida. El centro de la teología trascendental
es Dios, su carácter y propósito. El centro de la teología por
fórmula es el hombre, sus necesidades y bienestar.
Esa clase de pensamiento afecta la forma en q u e enfoca-
mos nuestras vidas cotidianas. Tomemos el ejemplo del comien-
zo de este capítulo, la historia de un esposo gobernado por dos
ideas que son como piezas del rompecabezas de la vida: (1)
alguien sabe lo que él debe hacer para resolver su crisis matri-
monial en particular, y (2) si encuentra a ese a l g u i e n y sigue
su consejo, su matrimonio mejorará. Como el líder del semi-
nario no era el experto correcto, tal vez el consejero tenga una
fórmula para hacer que el matrimonio funcione.
La mayoría de nosotros piensa naturalmente de esa forma.
Queremos creer que alguien sabe exactamente q u é debemos
hacer para arreglar nuestros problemas, y —dependiendo de
qué tan graves sean— estamos dispuestos a hacer lo que nos
sugiera ese alguien. Nos hemos convertido en una cultura de
EXPERTOS y SEGUIDORES, todos resueltos a tener en cuenta
las piezas del rompecabezas de la vida.
Veamos u n o s cuantos e j e m p l o s d e l pensamiento tipo
fórmula:
—"¿Quiere saber cómo recuperarse del daño sufrido en la
niñez? Aquí están los ingredientes que Dios provee.
Mézclelos de acuerdo con e s t e plan y preparará una
deliciosa comida de valor personal".
—"Quizá usted tiene que tomar u n a decisión sobre el em-
pleo, o manejar mejor la p r e s i ó n del que y a tiene. Aquí
hay un par de principios b í b l i c o s que lo guiarán. Aplí-
quelos a su vida y pronto e n c o n t r a r á la confianza para
continuar, y el gozo de saber q u e está en e l centro de la
voluntad de Dios".
—"¿Está enojado? ¿No se p u e d e a c e r c a r a su colega o resol-
ver las tensiones con u n a m i g o ? Aquí está l a fórmula de
Dios para deshacerse de su e r \ o j o , solucionar la tensión
y crear intimidad. R e c u e r d e q u e SU medicina siempre
funciona".
Esta forma de ver la vida en p i e z a s afecta la forma en que
el hombre —sea piadoso o i m p í o — s e mira a sí mismo. Un hom-
bre se siente menos h o m b r e c u a n d o se ve obligado por las
Teología por Fórmula 65
circunstancias a levantar sus manos y admitir: " N o t e n g o idea
de qué hay que hacer", y luego no hace nada. Los esposos o
novios indecisos, cobardes p e r o a g r a d a b l e s , v í c t i m a s
quejumbrosas, son hombres visiblemente débiles que viven sus
vidas sentados, sin moverse. Al igual que una bandera q u e cuel-
ga lánguida en un día sin viento, ellos no se mueven, excepto
para hacer aquellas cosas "de hombres", como gritar a las mu-
jeres o a los hombres más pequeños, beber en exceso, o mastur-
barse con sus fantasías favoritas. En una cultura que espera
que los hombres sepan lo que deben hacer, es duro enfrentar
un problema para el cual no hay fórmula que lo solucione.
A menudo los hombres manifiestan que se sienten más hom-
bres cuando pueden decir: "Podría no saber qué hacer respec-
to a ESTO, pero sé qué hacer acerca de AQUELLO. Sé que
puedo hacerlo, lo estoy haciendo, y está funcionando". És-
tos pueden ser exitosos hombres de negocios pero padres
distantes. Generalmente no están conscientes de ninguna lu-
cha con su sentido de hombría, debido a que viven dentro de
los límites de su competencia. Ellos enfrentan sólo aquellos
problemas que están muy seguros de poder manejar.
Los hombres que se sienten hombres no necesariamente
son varoniles. Los hombres que se sienten hombres debido a
su competencia, rara vez notan que las áreas a las que llaman
ESTO —aquellas cosas que no están seguros de saber manejar
—incluyen sus relaciones más significativas, y que las áreas que
llaman AQUELLO— las cosas que manejan bien —tienen más
que ver con tareas que no implican relaciones, que pueden
llevar a cabo fácilmente. Los hombres que, por su sentido
de bienestar, dependen de enfrentar tareas que puedan ma-
nejar, generalmente no son eficaces en sus relaciones cercanas.
A menudo se rehúsan a dejar que sus esposas expresen lo
solitarias, heridas e incomprendidas que se sienten. Cualquie-
ra sea la preocupación que ellos escuchan, o bien la arreglan o
la ignoran. Estos hombres llevan a sus hijos a los juegos de
pelota, pero nunca a dar largas caminatas, ni le revelan sus lu-
chas a nadie, y mucho menos a sus hijos. Los hombres compe-
tentes no saben escuchar ni comparten abiertamente.
Pueden pasar buenos ratos con sus hijas —riendo y bro-
meando amablemente, y prometiendo, enojados de proteger-
las ("Si un chico las daña, lo dejaré sin sentido"), pero pasan
66 & Silencio de Adán

poco tiempo hablando con ellas, porque no saben mucho acer-


ca de las conversaciones íntimas entre dos personas.
Debido a que no tienen la oportunidad de relajarse a fondo
en la bondad como para absorber su maldad, ni oportunidad
de descansar en un amor fuerte confiando en que perdurará, a
las esposas e hijas de los hombres competentes les cuesta estar
quietas, porque tienen que mantener las cosas en orden. Los
hombres competentes crían mujeres duras.
Personalmente creo que un hombre es más varonil cuando
admite lo siguiente: "No sé qué hacer en esta situación, pero sé
que es importante que me comprometa y haga algo. Por lo tan-
to, imaginaré lo que Dios podría querer que ocurra en la vida
de esta persona, o en esta circunstancia, y me moveré hacia esa
visión con la sabiduría y el poder que El me provea". Un hom-
bre varonil se mueve aun cuando no haya fórmulas.
Mi pleito con la teología por fórmula no es con los princi-
pios bíblicos que ésta afirma o con su requisito de que los siga-
mos. Más bien es con su tendencia a hacer de los principios
bíblicos una fórmula para el éxito.
Dios n o ha escrito un libro de cocina para vivir, con fórmu-
las para cada plato que queramos preparar. El responde a nues-
tras situaciones individuales invitándonos a participar en una
historia que es más grande que nuestras vidas. La teología por
fórmula estudia las piezas del rompecabezas de la vida a fin de
ayudarnos a contar mejor nuestra historia. Dios nos invita a que
nos unamos a Él para contar la suya.

Me pregunto si la pasión central que gobierna actualmente


nuestra cultura es hacer que la vida funcione. Pensamos que
debe funcionar, si no la vida en general, por lo menos, nues-
tras vidas en cualquier momento dado. Deberíamos sentirnos
bien con nosotros mismos, disfrutar de nuestras amistades,
ganarnos decentemente la vida, encontrar a un médico que
nos pueda curar, y tener el respeto de nuestros semejantes. Hay
expertos que nos pueden ayudar a hacer que la vida funcione.
Lo mismo hace Dios. Cuando los "expertos" deciden pedirle
que los ayude a funcionar sobre sus esquemas, entonces se con-
vierten en teólogos por fórmula.
Teología por Fórmula 67
¡Realmente somos muy cortos de vista!
¿Por qué? ¿Por qué somos atraídos a vivir el cu; dro peque-
no, y no somos inspirados por la oportunidad de í ix elevados
al cuadro mayor que Dios está dibujando? ¿Por qu es tan difí-
cil desafiar la presunción de que "Se supone que i vida debe
funcionar", y mucho más renunciar a nuestra dem nda de que
alguien nos diga cómo manejarla bien? ¿Por qué (as tan popu-
lar la teología por fórmula?
¿Será que, al igual que cada generación que r )s precedió,
nos las hemos arreglado para echar en el olvido \ pr lo menos
un punto vital de verdad bíblica y, por lo tanto, Jemos desa-
rrollado una visión distorsionada del cristianismo *y de la vida
cristiana? En tiempos de Martín Lutero, la iglesia labia perdi-
do de vista la doctrina de la gracia, y el resultado fue una
teología por fórmula de indulgencias y buenas ol ras.
Me pregunto si, en nuestros días, hemos peruido la emo-
ción y el drama de nuestro llamado a revelar al Dios invisible
por la forma en que vivimos, especialmente por la forma en
que nos relacionamos los unos con los otros. La única verdad
importante acerca de la gente es la que se ignora con mayor
facilidad: que llevamos la imagen de Dios. Como portadores
de su imagen, somos llamados a contar su historia con nues-
tras vidas, no a contar nuestras historias con los recursos de El.
Al pasar desapercibida esa verdad, el llamado a ser como
Dios se ha reducido a un susurro, y se está clamando a gritos
para que nuestras vidas funcionen mejor. Te Ldemos a ser
adictos a la recuperación ("¿Cómo m e puedo sentir mejor?"),
o legalistas inflexibles ("¿Cómo puedo hacerlfimejor?"). La
verdad acerca de revelar a Dios a otros mediantj nuestras vi-
das ha sido reducida a retórica religiosa que recibe nuestro be-
neplácito simbólico. Mientras tanto, nos ocúpanos del trabajo
"real" de hacer que nuestras vidas estén en ord A y de poner-
nos cómodos. Preferimos la ayuda práctica en lugar del llama-
do más alto a vivir de acuerdo con el diseño. É

La dificultad, por supuesto, es ésta: n u n c a Jnanejaremos


bien nuestros problemas ni cumpliremos nuestras responsa-
bilidades con motivación espiritual hasta que primero hon-
remos el llamado a portar la imagen de Dios y nos decidamos a
conocerlo bien. Comience con la teología por fórmula y nunca
se elevará más allá de sí mismo. Comience con la teología
68 £/ Silencio de Adán

trascendental y terminará convirtiéndose en el ser que Dios


diseñó que fuera.
Permítame explicar esto. Los dos tópicos mayores dentro
de la teología por fórmula de h o y son la solución de problemas
(el llamado a la sanidad) y el cumplimiento de responsabilidades (el
llamado a la obediencia).
O nos preocupamos por sentirnos bien o nos sentimos pre-
sionados a hacer el bien. Ninguna de las dos cosas nos eleva a
la historia mayor de Dios, ni nos invita a participar en ella.
Aquellos que piensan que nada es más importante que ali-
viar el dolor de una identidad gravemente dañada, o aprender
a ser valorados y aceptados en una relación amorosa, serán
atraídos a los pedazos de una teología por fórmula para su
recuperación. Buscarán a un experto que los pueda guiar a
experimentarse a sí mismos de una forma más plena, más libre
y más feliz en un mundo difícil. Se puede estimular firme-
mente el compromiso con el deber, pero al final del día, en-
contrar la felicidad tendrá mayor prioridad que cumplir con
las promesas.
Una persona que recibía consejería me dijo una vez: "Me
siento mucho mejor acerca de mí mismo como hombre cuan-
do estoy con la otra mujer. Sé que es incorrecto, pero simple-
mente no puedo imaginar que Dios quiera que me quede
con mi esposa si nos hacemos la vida miserable".
Los expertos del otro extremo, aquellos que se especializan
en la exhortación dura, piensan menos en disfrutar a Dios como
"Abba", y más en obedecerlo como a un sargento. Su énfasis
encuentra expresión en una teología muy diferente que toda-
vía es una fórmula, pero con un enfoque sistemático en los pe-
dazos de la responsabilidad. El efecto es más fariseísmo que
gozo, y más presión que libertad.
Un amigo me dijo que al consultar a un consejero, en la
primera sesión le dio una copia impresa con versículos de la
Biblia, le mandó que los memorizara y obedeciera cada uno.
Cuando la gente trata de manejar su vida simplemente es-
forzándose por hacerlo mejor, o bien fracasa y vive en de-
rrota, o tiene éxito y se enorgullece.
Ambos errores nos dejan en una esfera de la vida que pen-
samos poder manejar. Nos gusta creer que hay pasos que po-
demos seguir para sanar, o que nuestros deberes para con Dios
Teología por Fórmula 69

pueden ser trazados delante de nosotros como ín sendero bien


iluminado que podemos recorrer. Después h > cosas parecen
claras, porque sabemos qué hacer. Nunca tei emos que salir-
nos de la esfera de lo manejable, y por lo tan! nunca apren-
demos la dependencia y confianza que sólo s : desarrollan en
la oscuridad.
Pero piense qué pasaría si encontrárarm s el valor para
movernos más allá de las tareas manejables d< la vida y entrá-
ramos en la esfera del misterio, donde no hay 'espuestas prác-
ticas, donde el valor para entrar en el caos e más necesario
que la disciplina para seguir pasos o reglas, luponga que un
padre enojado, que sólo se ha centrado en encentrar una cura
para su temperamento, pudiera ser capturadlo por la idea de
introducir a su hijo en el conocimiento de D y s . Podría no sa-
ber cómo hacerlo, pero de él fluiría una energí \ diferente hacia
su hijo.
Si pudiéramos sacar las fórmulas del centro del escenario,
tal vez los principios buenos que se enseñan serían vistos de
nuevo como formas de conocer y reflejar a Dios, en vez de
como técnicas para promover la sanidad interior, o como re-
quisitos para obedecer mecánicamente. Quizá entonces el ca-
rácter y propósitos de Dios recuperarían su lugar legítimo en
nuestro pensamiento y conducirían al desarrollo de una teolo-
gía trascendental.
El punto de partida para entender la hombría, y para ser
transformados en hombres varoniles espirituales, no es una
fórmula para desarrollar la hombría ni una li ta de ingredien-
tes que se tienen que mezclar. Debemos c 3menzar con el
llamado singular de Dios para los hombres. ¿ te qué forma di-
ferente a las mujeres han sido los hombres d señados para ser
como Dios? ¿Cuál es nuestro llamado trascen ental y especial?
Para animar a los hombres a liberar las ca acidades mascu-
linas profundas que existieron primero en Di< s y luego les fue-
ron incorporadas, y ayudarlos a reflejar aque as características
de Dios que ellos pueden reflejar mejor, se rí juiere de la sabi-
duría de alguien que tenga sentido de quién s Dios y qué está
haciendo. Esto exige un teólogo trascendental, puesto que la
pericia de un teólogo por fórmula sencillamente no lo logrará.
La teología por fórmula encaja mejor en lo que llamo la
ESFERA DE LO MANEJABLE. La teología trascendental se
70 £/ Silencio de Adán

requiere si nos vamos a mover en la ESFERA DEL MISTERIO.


Todos los aspectos de la vida pueden encajar en una de estas
dos esferas.
Los hombres insisten naturalmente en funcionar dentro de
la esfera de lo manejable. Los que están en el camino hacia la
hombría auténtica encuentran el valor de entrar en la esfera
del misterio.
Permítanme definir mis términos:
LA ESFERA DE LO MANEJABLE existe donde las cosas
son más o menos predecibles, donde hay un orden que
se puede entender bastante bien, de manera que poda-
mos usarlo para hacer que nuestras vidas funcionen
como queremos.
LA ESFERA DEL MISTERIO se encuentra donde trata-
mos con cosas que finalmente son impredecibles, don-
de sin importar cuál sea el orden, éste no se puede
entender lo suficientemente bien como para que nos dé
el control que deseamos.
En la esfera de lo manejable, nos podemos mover con la
seguridad de que tenemos, por lo menos, cierto poder para
controlar las cosas, con el fin de establecer objetivos y perse-
guirlos de acuerdo con un plan realizable. En la esfera del mis-
terio, sólo nos podemos mover con la seguridad de alguien en
quien confiemos, pero que nunca podremos controlar. Todo
objetivo que pertenezca a esta esfera se convierte en tema de
oración, mientras dedicamos nuestra energía a agradar a Dios,
y no a hacer que algo suceda.
La tendencia de nuestra cultura es definir las relaciones
—incluyendo nuestra relación con Dios—como una tarea, para
luego averiguar qué hay que hacer para que funcionen. Nos
gusta pensar que crecer en Cristo y desarrollar relaciones sóli-
das pertenecen a la esfera de lo manejable. Así que las coloca-
mos en esta esfera y tratamos de imaginarnos qué es lo que
hay que hacer. Los hombres prefieren hacer algo q u e puedan
manejar. Y la teología por fórmula alumbra el camino.
Debemos retornar a una teología trascendental que nos
habilite para adentrarnos en la oscuridad, d o n d e Dios hace su
trabajo más profundo. Debemos aprender qué significa ren-
dirnos a Dios, y relacionarnos poderosamente con otros, y eso
requerirá que entremos en la esfera oscura del misterio.
Capítulo

Penetrando
la Oscuridad

sta vez, las lágrimas que brotaban eran diferentes, más


desesperadas. N o eran como las lágrimas petulantes que
algunas veces salían cuando sentía que no lo tomaban en cuenta
apropiadamente. Tampoco eran como las lágrimas con puche-
ros que lo hacían sentir como un niño exigente cuando no lo-
gra lo que quiere.
Estas lágrimas eran diferentes. Se sentían más limpias, más
allá del dolor y del malhumor, de la clase que no dejaba detrás
corrientes de odio a sí mismo.
S e apresuró para poder estar solo, queriendo que ella lo
siguiera, pero sin sentirse débil por desearlo, sabiendo que ni
ella, ni nadie más, le podía dar suficiente consuelo para secar
sus lágrimas. Durante u n momento espantoso —parado al lado
de la valla, mirando hacia el lago— pudo ver dentro del aguje-
ro negro, aquel que siempre supo que estaba ahí, pero que
nunca antes había visto, por lo menos no tan claramente.
La serena belleza d e l agua azul sin ondas que reflejaba los
picos dentados y cubiertos de nieve de las montañas Rocosas
canadienses, contrastaba dramáticamente con la agonía que
72 £/ Silencio de Adán
atormentaba su alma, d o n d e sólo percibía oscuridad. No había
respuestas, ni belleza, ni poder, ni significado, ni amor. Estaba
turbado hasta lo más profundo de su ser—y todo se había des-
encadenado por un malentendido con su esposa. Sentía ese
momento como una puerta inocente que, una vez abierta, lo
había absorbido hacia la oscuridad. El terror subió lentamente,
como un trozo de comida mal digerida, hasta que salió dispa-
rado de su boca con una fuerza involuntaria: "¡No sé qué hacer!"
El grito no iba dirigido a nadie —a menos que fuera para Dios,
si estaba escuchándolo.
No hubo respuesta, ni un susurro tranquilizador; no había
una presencia reconfortante. La soledad fue aún más aguda.
¿Era esto una muestra del infierno? Sentía un dolor infinito.
Nadie estaba ahí para ayudarlo. El aislamiento era total.
Pero no estaba en el infierno. El lago que tenía enfrente era
innegablemente bello. Su esposa, de cuyo corazón cargado fluía
libremente una ligera preocupación, estaba a su lado. Él sabía
que estaba en la presencia de Dios; el Dios callado y escondido
que, inequívocamente, estaba ahí.
Pensaba que era extraño. Cuánto podía desesperar la hu-
mildad. Tener que depender por completo debido a que se está
totalmente perdido. Ese pensamiento que se sentía vivo, apa-
reció de la nada.
Pero todavía no había consuelo. La espesura de la oscuri-
dad casi se podía palpar. No se podía mover. ¿Volverse hacia su
esposa y disculparse? Pero su mayor culpa (aunque todavía no
la podía describir con palabras) era contra Dios. ¿Darle un abra-
zo? Pero sólo una persona amada puede amar verdaderamen-
te a otra. ¿Revivir el conflicto? No tiene sentido. Hacerlo sería
simplemente dar otra oportunidad para exhibir su egoísmo.
"¡No sé qué hacer!" volvió a gritar. Nada tema sentido. Su
culpa, frialdad y egoísmo lo hadan sentir atrapado, paralizado.
"¿Podría alguien que sepa cómo hacerlo, decirme por favor
qué hacer?"
De repente la pregunta se extinguió. Perdió todo su interés,
sabía que no habría respuesta, que exigirla era una tontería. Se'
le abrió otro camino: debía prestarle atención a algo más pre-
ocupante que su ignoranda.
Y luego escuchó algo. Palabras que provenían de su propia
Penetrando ¡a Oscuridad 73

mente, palabras nuevas, sin planear, espontáneas, pero total-


mente bienvenidas. La oscuridad lo había cegado — a ú n n o
podía ver— pero ahora oía en la oscuridad lo que nunca había
oído en la luz.
"Verdaderamente estoy en oscuridad", se oyó decirse a sí
mismo. "No sé qué hacer. Estoy en total confusión, desconcier-
to, y profundamente atemorizado. Me siento cerrado para con
Dios. Esta situación me reduce a dos opciones: o bien esperar
hasta que se me pase esta crisis y seguir con las cosas d e la
mejor forma en que pueda, o rendirme a Dios.
"E)e nada sirve simplemente continuar. La oscuridad siem-
pre retorna, de una forma cada vez más horrible; retorna
para confrontarme de nuevo con la elección insensata que
he hecho y conducirme con desesperación a la correcta. La
oscuridad —ese ángel tétrico, pero benévolo —está aclaran-
do todo. ¡No queda otro camino que confiar!
" O h , Dios, me rindo a ti de todo corazón. Consume mi car-
ne. Lléname con tu Espíritu. Eres más que merecedor de toda
mi confianza. Gracias por la oscuridad que m e aquietó lo sufi-
dente como para escuchar tu voz".
Tomando a su esposa de la mano, regresaron lentamente a
su habitadón. Pero aún no se sentían cerca, ni sentían lo que
ambos anhelaban sentir. El gozo de la luna de miel no aparedó.
Pero él sintió que algo mejor estaba por venir. Con esa
convicción se sintió impulsado a moverse hacia Dios, hacia
su esposa, hada la vida, como nunca antes se había movido. Su
esposa sintió el gozo de la esperanza.

Los hombres son llamados a adentrarse en la oscuridad, a


mantener moviéndose hada adelante con propósito y fortale-
za, aunque no puedan ver claramente el camino que tienen
por delante. Tres observariones provenientes del registro de
la creación en Génesis, nos ayudarán a v e r que Dios ya ha
hecho lo que llama a los hombres a hacer.

Observación # 1
La
primera reveladón acerca de Dios e n la Biblia es que Él
es el CREADOR, y que la forma en que creó f u e HABLÁNDOLE
74 £/ Silencio de Adán

A LA OSCURIDAD. Esta observación se discute en los Capítu-


los 4 y 5.

Observación #2
La primera revelación acerca del hombre en la Biblia
está sugerida por la palabra hebrea que aparece en Génesis
1:27, que en español se traduce como VARÓN. En el Capítulo 6
reflexionaremos sobre el significado de esta palabra.

Observación #3
Lo primero que Dios ordenó hacer a Adán fue PONER
NOMBRE A LOS ANIMALES. Adán fue llamado "a hablar para
que hubiera orden" donde no lo había, tal como Dios lo había
hecho en la creación. Cuando Adán habló, hubo orden, pero
cuando calló, el caos volvió. En el Capítulo 7 examinaremos a
fondo las implicaciones de las veces en que Adán habló o guar-
dó silencio.

Hemos visto qué sucede cuando los hombres siguen nues-


tra cultura hacia la poca hombría. Encontrar soluciones me-
diante el uso de teología por fórmula nos ha dado un concepto
que ve la vida en pedazos, un enfoque que encuentra lo opuesto
a la verdadera hombría y nos aleja del misterio y la fe. Ahora,
siga nuestro pensamiento un poco más adelante. El hombre, al
igual que Dios, estaba destinado a hablarle a la oscuridad y
convertirse en un narrador de historias.
Después de la muerte de Jesús, dos hombres iban cami-
nando hacia una aldea llamada Emaús, compartiendo su de-
cepción y confusión por los eventos de los últimos días. No
entendían, pero pensaban en eso mientras caminaban. La Bi-
blia dice: Iban conversando sobre todo lo que había acontecido...
Hablaban y discutían (Lucas 24:14-15).
Quizá querían entender.
Jesús (a quien no reconocieron sino que lo tomaron como a
un extranjero) se les unió, caminó con ellos y les preguntó de
qué hablaban. Ellos se sorprendieron por la pregunta y pen-
saron que debía ser de o t r o pueblo. ¿ Q u é más había para
Penetrando ¡a Oscuridad 75

discutir? Los eventos que rodearon la muerte de Jesús, y todo


lo que había sucedido la semana anterior, eran tan desconcer-
tantes que n o podían pensar en otra cosa. Toda esperanza se
había ido. Nada tenía sentido. Todo era un misterio confuso,
inoportuno y oscuro.
Jesús los escuchó hablar durante unos cuantos minutos.
Luego —quedándose quieto, con una autoridad que los hizo
detenerse— los miró severamente y les dijo: ¡Qué torpes son
ustedes, y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los
profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de en-
trar en su gloria? (Lucas 24:25-26).
El continuó caminando, y mientras lo seguían, ellos escu-
charon un estudio de la Biblia dirigido por su autor. Jesucristo
comenzó por Moisés y por todos los Profetas, les explicó lo que se
refería a él en todas las Escrituras (Lucas 24:27). Más tarde infor-
maron que su corazón ardía de emoción mientras le escucha-
ban revelar al Cristo.
Cuando abrimos nuestra Biblia en el mismísimo comienzo
(como podría haber hecho Jesús con sus dos compañeros de
camino), lo primero que aprendemos es que Dios es el Creador
de todo. Lo segundo, que Él hizo toda su creación inicial en la
oscuridad.
Veamos las dos primeras oraciones gramaticales en la Bi-
blia: Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. Oración núme-
ro uno. La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo, y el
Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas. Oración
número dos.
El resto de Génesis Capítulo 1 nos informa que Dios le ha-
bló a esa oscuridad desnuda y sin forma. Él se adentró en esa
esfera de misterio primordial con tal poder imaginativo que hizo
que de la confusión saliera vida y belleza .
Dios habló diez veces. Las primeras cuatro, da forma a un
m u n d o deforme, y establece orden (Génesis 1:3, 6, 9, 11).
Las cuatro siguientes, llena el vacío con la belleza de la vida
(Génesis 1:14, 20, 24, 26). Las últimas dos veces, le revela su
corazón a la gente que creó, al bendecirla con trabajo significante
para que honrara su dignidad (Génesis 1:28), y con provisión
generosa para sus necesidades físicas (Génesis 1:29-30). Dios se
dio a sí mismo a ellos, y ellos entre sí; no tenían necesidades
personales.
76 £/ Silencio de Adán
A h o r a , deténgase por un momento. ¿Hay algo en este rela-
to q u e hable d e Cristo? Pablo nos dijo que Cristo es el que hizo
todo (Colosenses 1:16). Cristo fue quien le habló a la oscuri-
dad para h a c e r que del caos saliera orden y belleza.
¿ Q u é podría haberle dicho el Creador a sus dos amigos, en
el camino a Emaús, acerca de las diez veces que hacía tanto
tiempo había hablado, cuando entró en el misterio del agua
cubierta de oscuridad a fin de crear vida? ¿Qué pudo haber
dado a conocer sobre sí mismo, que tuvo el poder de hacer que
esos dos hombres se convirtieran en ancianos?
E n el principio, antes de que Cristo hablara, sólo había agua:
agua i n d ó m i t a , fría, sin vida, cubierta por una impenetra-
ble capa de oscuridad. Es importante recordar que Dios le ha-
bló a la oscuridad a fin de crear vida. Pedro nos da a entender
que existe una conexión entre olvidar cómo Dios creó el mundo y
convertirnos en impíos.
Veamos sus palabras: En los últimos días vendrá gente burlona
que, siguiendo sus malos deseos, se mofará... Intencionalmente ol-
vidan que desde tiempos antiguos, por la palabra de Dios, existía
el cielo y también la tierra, que surgió del agua y mediante el agua
(2 Pedro 3:3, 5).
Aparentemente, si olvidamos que Dios creó al hablarle a la
oscuridad, estamos en peligro de volvernos impíos. ¿Cómo?
¿Por qué? ¿Qué significa esto? A primera vista, ambas cosas n o
parecen estar relacionadas.
Pero la conexión entre que recordemos que Dios le h a -
bló a la oscuridad y que nos volvamos piadosos comienza a
quedar clara cuando entendemos qué era la oscuridad a la
que Dios le habló. En los capítulos siguientes sugeriremos
que los hombres están llamados a moverse sabiamente h a -
cia las regiones más oscuras de sus mundos; tienen que h a -
blarle palabras poderosas a la confusión de la vida, con la
misma energía que fluía de Cristo cuando le habló a la oscu-
ridad (Colosenses 1:16, 29).

EL SIGNIFICADO DE L A O S C U R I D A D
La Biblia habla acerca de varias clases de oscuridad. Existe
la oscuridad del SECRETO, de la maldad, una oscuridad que
ama la gente cuyos hechos son perversos (Juan 3:19). Los cris-
tianos han sido llamados de las tinieblas a la luz de la exposición
Penetrando ¡a Oscuridad 77
y el perdón total (1 Pedro 2:9). El manto sombrío de la oscuri-
dad de este tipo, a l igual que las calles del Londres de Dickens
mantienen los h e c h o s perversos fuera de la vista, no tiene lu-
gar en la naturaleza de Dios. En El no hay oscuridad, no hay
región que se m a n t e n g a en secreto para evitar que una falta
sea expuesta a la luz (1 Juan 1:5).
Jesús se refiere a un concepto relacionado cuando nos dice
que a los ángeles rebeldes los tiene perpetuamente encarcelados
en oscuridad para el juicio del gran Día (Judas 6). Ésta es la oscuri-
dad del JUICIO, q u e es lo terrible que sucede cuando Dios,
que es luz, se retira por completo.
Pero las Escrituras mencionan una tercera clase de oscuri-
dad: la que cubría el agua a la cual Dios le habló cuando creó la
vida. Esta oscuridad tiene más que ver con el desorden y el
caos, es decir, con el desorden reiterativo, que con la maldad
escondida o el castigo por el mal.
Es una oscuridad sobre la cual el Espíritu de Dios iba y ve-
nía, en la escena de apertura de las Escrituras, lo que sugiere
una expectación de que algo estaba por ocurrir. Ésta es la oscu-
ridad de la CONFUSIÓN, el desorden que está por ceder a la
luz del orden y la belleza, un caos insustancial totalmente sin
forma y sin chispa de vida, pero aun así que se podía transfor-
mar en algo maravilloso.
La oscuridad de la confusión es tan densa, que detiene todo
movimiento natural. Cuando Dios cubrió a Egipto con oscuri-
dad (la misma palabra de Génesis 1:2 se usa en Exodo 10:21-22),
era una oscuridad que se podía palpar. Nadie se movió duran-
te tres días.
Cuando el guía turístico apaga las luces en una caverna, no
hay necesidad de decirle a la gente que se quede quieta. Nadie
se mueve en una oscuridad que elimina totalmente la visión.
Cuando Dios dio la ley en el monte Sinaí, la montaña esta-
b a r o d e a d a de negros nubarrones y densa oscuridad en
(Deuteronomio 4:11, está otra vez la misma palabra). Se n o s
dice que las personas, oyeron el sonido de las palabras, pero
no vieron forma alguna; sólo se oía una voz (Deuteronomio 4:12).
En la oscuridad de la confusión, usted n o puede ver pero
puede oír; por lo menos, puede oír la voz de Dios. El movi-
miento natural, de la clase que depende d e la vista, se detie-
ne completamente en la oscuridad. Pero el m o v i m i e n t o
78 £/ Silencio de Adán
sobrenatural, tanto el de Dios como el de un hombre que cami-
na por f e en vez de por vista, es posible aun en la más densa
oscuridad.
C u a n d o se levanta el telón y comienza el drama bíblico, de
inmediato vemos a Cristo en el centro del escenario. La histo-
ria se inicia con Dios confrontando la esfera original del mis-
terio: la oscuridad cubría aguas sin forma, vacías. No había
diseño, ni orden, ni belleza, ni vida —sólo oscuridad.
El Espíritu iba y venía en la oscuridad. Luego Dios habla.
Se adentra en el misterio y da vida mediante su palabra, con
un poder mayor que la oscuridad.
Ahora note algo lleno de significado para nuestro estudio
sobre la hombría. Lo primero que Dios le ordenó hacer al hom-
bre fue ponerle nombre a los animales, cosa que Él mismo pudo
haber hecho, pero no hizo. Se los llevó al hombre para ver qué
nombre les pondría. El hombre les puso nombre a todos los seres vivos,
y con ese nombre se les conoce (Génesis 2:19). Dios le dio al hom-
bre, no a la mujer, la responsabilidad de ponerle nombre a los
animales. Eva todavía no había sido creada.
Al igual que Dios, el hombre fue llamado a hablarle a la
oscuridad, a adentrarse en la confusión de un reino de anima-
les totalmente sin nombre, y a ponerle nombre a cada uno. En
la antigua cultura del Cercano Oriente, ponerle nombre a
algo implicaba tener autoridad para definir su carácter, para
darle forma a su naturaleza, para llenar un vacío con algo que
saliera de quien le dio el nombre.
¿Sería que la intención de Dios era que los hombres se com-
portaran como Él adentrándose valerosamente en cualquier
esfera de misterio que encontraran y hablándole con imagina-
ción y poder dador de vida a la confusión que enfrentaran?
Desde la caída de la gracia, la vida de todo hombre está
llena de confusión. Consideremos sólo unos cuantos e j e m p l o s .
¿Qué debería hacer un hombre cuando su esposa lo rebaja
frente a sus amigos? ¿Debería
—reprenderla?
—ignorar el asunto?
—decir algo amable?
—sacarlo a colación más tarde y decirle cómo lo hizo
sentir?
Penetrando ¡a Oscuridad 79

— n u n c a mencionarlo?
¿ Q u é debería hacer un hombre que detesta su empleo"7
¿Debería

—dejar de quejarse y estar agradecido porque recibe un


salario?
—buscar otro trabajo?
—aceptar el empleo como un don de Dios?
—averiguar qué le disgusta más y ver si es posible cam-
biar algo?
¿Qué debería hacer un hombre cuando existe un conflicto
con un amigo cercano? ¿Debería

— h a b l a r con su amigo al respecto, basado en Mateo


18:15-17?
—pasarlo por alto con el amor que cubre multitud de
pecados?
—hacerle caer en cuenta sus faltas, con el propósito de
promover su crecimiento?
La hombría comienza a desarrollarse cuando un hombre hace pre-
guntas para las cuales sabe que no hay respuestas.
Ningún hombre se puede escapar de la esfera del misterio.
Si vive en una relación y desea que ésta funcione, enfrentará
una confusión insoluble. Para que un hombre llegue a serlo
totalmente, debe aprender el significado de moverse en la
oscuridad. Hacerlo requiere que admita: "No sé qué hacer",
con una desesperación tan real que ninguna fórmula pueda
ayudarlo.
Las fórmulas son útiles en una cocina bien iluminada. L a
eología por fórmula, esa colección de principios bíblicos prác-
icos que nos dice qué hacer en cada situación, trata la confu-
;ión como algo que no debe ser abordado, sino resuelto. Esto
educe los misterios de la vida a cosas que podemos manejar.
Los teólogos por fórmula nos dicen cómo hacer que la v i d a
uncione al simplificar las cosas y aliviar la confusión. L o s
?ólogos trascendentales saben que hay una oscuridad de c o n -
usión a la que sólo se puede entrar conociendo a Cristo, per-
naneciendo en Él, confiando e n Él para que provea p o d e r
80 E! Silencio de Adán

sobrenatural para ir y venir sobre cualquier oscuridad q u e en-


frentemos, y luego adentrándonos en ella con palabras q u e dan
vida.
Una vez que exista el compromiso para adentrarse en la
oscuridad y el misterio, un hombre debe seguir hacia adelante,
decidido a contar una buena historia y a no quedarse callado.
Los coautores Don Hudson y Al Andrews, son los próximos en
confirmar estos asuntos. En el Capítulo 5, Don Hudson escribe
acerca de la historia que los hombres debemos contar a me-
dida que realizamos nuestro viaje: la historia de Dios. Esa
historia nos recuerda que lo podemos lograr, que podemos
continuar moviéndonos. En el Capítulo 6, Al Andrews nos lla-
ma a recordar nuestras propias historias de cómo Dios ha obra-
do en nuestras vidas —historias que dan esperanza, aún más
cuando son compartidas en comunidad. Y en el Capítulo 7,
Don Hudson nos muestra que actuar al igual que Dios cuando
estamos en la oscuridad, honrar su llamado a darlo a conocer,
es romper nuestro silencio y hablar. Así es como llegamos a ser
hombres.
Capítulo

De Caos en Caos

s x y , 1 timbre del teléfono partió la noche en dos. El segundo


Wtfr timbrazo lo sacó d e un profundo sueño. El tercero lo
hizo tomar conciencia de su alrededor. Miró el reloj. Eran las
dos de la mañana. "¿Quién podría estar llamando a estas horas
de la noche?", se preguntó. Alcanzó el teléfono como en cáma-
ra lenta. Justo cuando agarró el receptor, vaciló. "O es una bro-
ma o algo serio anda mal. Espero que sea una llamada falsa", se
dijo a sí mismo. Al cuarto timbrazo tiró del auricular y escuchó.
En el otro extremo de la línea alguien lloraba suavemente.
Después de unos pocos e insoportables minutos, ella balbu-
ceó: "Hijo, soy tu mamá. Tu padre ha tenido una emergencia".
Estas palabras lo dejaron helado e incrédulo. Trató de con-
vencerse a sí mismo. "Mi padre sólo tiene sesenta y cuatro años.
Es demasiado joven para que algo amenace su vida".
" ¿ Q u é pasa?", preguntó.
"Tuvo un ataque al corazón cuando se estaba alistando para
ir a la cama", le explicó. "Llamé al 911 y luego le di resucitación
cardiopulmonar. Estamos en la sala de emergencias y él está
siendo atendido". Luego su tono de voz cambió a uno que él
conocía muy bien, y que detestaba, porque le hablaba como si
todavía fuera un niño.
82 £/ Silencio de Adán

"Ahora, hijo, no te preocupes. Estamos bien, y todo va a


salir bien", le dijo con una voz inexpresiva.
El hijo ignoró su declaración y le contestó que saldría en el
siguiente avión. La madre argüyó sin entusiasmo, explicándo-
le que sería un viaje desperdiciado. El colgó el teléfono.
Por su mente se desplazaban imágenes de su padre y de sí
mismo, luchando en el piso, pescando e n las aguas de las mon-
tañas Smokies, viéndolo llorar una sola vez en la vida, en el
funeral de su padre. Durmiendo cerca de él, cuando estaba
pequeño, una noche en la cabaña de caza. Se dilató en esta
imagen en particular. Ocurrió cuando tenía seis años. Un gato
montés dio un alarido afuera de la ventana. En un segundo,
salió de su cama y se metió debajo de las colchas en la cama de
su padre, apretujándose contra él. A su lado, tenía un mundo
seguro. ¿Qué haría ahora sin él?
"Suficiente", se sermoneó a sí mismo. "Tengo demasiado
que hacer, papá puede salvarse".
Cuando llegó a su desfino, su hermano mayor se reunió
con él en el aeropuerto. Tan pronto como vio el rostro de su
hermano, lo supo. No necesitaba hablar.
"Papá murió h a c e dos horas de u n ataque masivo al
corazón".
Su hermano dio la vuelta y caminó hacia el lugar donde se
reclamaba el equipaje. Por encima de su hombro, le dijo: "Te-
nemos mucho que hacer".
De nuevo, experimentó la sensación de cámara lenta. Obe-
dientemente siguió a su hermano mayor tratando de tragarse
la horrible verdad.
Mientras avanzaba sobre la polea, comenzó a sentir sus pri-
meras emociones. Observaba pasar a la gente. "No lo saben. Si
tuvieran idea de que mi padre está muerto, se detendrían. Da-
rían la vuelta y se irían a casa. Si supieran que mi padre está
muerto, entenderían que sus vidas ya no tienen sentido. El
mundo debería dejar de girar sobre su eje. La vida debería ha-
berse terminado. ¿Por qué Dios se lo llevaría ahora? Mi hijo de
dos años lo ama tanto. ¿ Q u é le diré? Él no va a entender. De-
searía poder hablar con m i padre. Desearía poder levantar
el teléfono y preguntarle q u é hacer con esto. Él sabría. Pero
se ha ido".
De Caos en Caos 83
A medida que los pensamientos inundaban su mente, esta-
ba más enojado. Al llegar con su hermano al carro, se sentía
furioso. No triste, sino furioso.
La semana del funeral de su padre fue una insoportable
pesadilla para él. La casa fue invadida por gente bieninten-
cionada. Algunos miembros de la familia no se supieron com-
portar, y nadie pudo decir las palabras adecuadas. Como él era
un hombre intensamente privado, la presencia de cada perso-
na invadía su dolor.
Su hijo le preguntaba sin cesar: "¿Dónde está el abuelo?"
No había pregunta que le desesperara más. Parecía que cada
treinta minutos tenía que encontrar palabras para explicarle
que el abuelo estaba en el cielo. "¿Regresará pronto?", le pre-
guntaba el niño mirándolo con ojos penetrantes.
"No, hijo. No regresará".
No podía mirar a su esposa a los ojos, a quien ocasional-
mente le daba un abrazo obligatorio, y n o permitía que ella
lo consolara. Ignoraba a su madre con la mayor amabilidad
posible.
El día siguiente al funeral, desapareció. No físicamente.
Estaba ahí, pero era una concha humana. En la mañana se en-
cargó de los pequeños detalles con la funeraria, estudió la póli-
za de seguro de vida de su padre y pagó cuentas pendientes.
Esa tarde, sentado en el porche trasero de la casa de sus
padres, estaba obsesionado con unas pocas cosas que lo hacían
sentirse vivo, tales como el enojo.
Estaba enojado, y conocía bien esta emoción. Siempre se
sentía enojado, aunque muy pocas personas lo supieran. Pero
aquello era más que enojo. Se sentía violento. Su esposa vino y
le preguntó si le gustaría dar una caminata con ella, a lo que él,
mirándola disgustado, le respondió: "¿En el calor del día?"
"Podemos esperar a que refresque", dijo ella. Pero él igno-
rando sus palabras, se volteó. Al verlo tomar una revista y pa-
sar las páginas sin ganas, ella se sintió sola.
Se sentía particularmente violento cuando alguien se diri-
gía a él con amabilidad. Q u e r í a dañar a cualquiera que se le
acercara. La vida le había asestado un golpe trágico, y al-
guien debía pagar por la injusticia. Su enojo era una frialdad
silenciosa que empujaba a los demás, alejándolos.
84 £/ Silencio de Adán

Pero no podía aguantar esa ira intensa por largo tiempo.


Finalmente su enojo no hizo más q u e recordarle que estaba
imposibilitado —que era impotente frente a esta tragedia. Que-
ría algo que hiciera desaparecer su pena, o que al m e n o s la
aliviara. Algo que lo ayudara a olvidar.
Así que fantaseaba soñando con otras mujeres. Se entregó
a pensamientos lujuriosos. En un tiempo como ese era im-
posible acercarse a su esposa. Aquella tarde holgazaneó y dio
rienda suelta a sus fantasías.
Estuvo sentado hasta la puesta del sol, y en la frescura de la
noche recordó que tenía que preparar el sermón para el siguien-
te domingo.

Sexo y violencia —temas que excitan a todo hombre. Las


industrias cinematográfica y literarias generan miles de millo-
nes de dólares sólo con estos dos temas. Los hombres conocen
el poder de la ira, y entienden cuán atractivo es el sexo.
Al enfrentar el peor caos de su vida, el hombre de esta his-
toria encontró consuelo en la ira y la fantasía sexual. Estaba
encolerizado porque su padre le había sido arrebatado dema-
siado pronto. La mayoría de los padres de sus amigos eran
mayores que el suyo, y todavía estaban vivos. ¿Por qué su pa-
dre estaba muerto?
En ese momento de la vida, los recuerdos de su padre no
pudieron aliviarle el dolor. Por el contrario, lo atormentaban
porque eran un recordatorio del hombre bueno que se había
ido. Entonces se sumergió en fantasías sexuales para esca-
par del dolor. Ya no sentía el consuelo de tener a un padre al
cual pedirle consejo. Estaba enojado porque estaba solo. El caos
—esa oscuridad desconcertante que penetra el m u n d o de
todos— se metió por la fuerza en el mundo de aquel hombre
que se volcó hacia algo que ayudaba, a algo que se sentía natural.
¿Cómo responden típicamente los hombres al caos de sus
vidas?
Recuerde la historia de la tentación. En el principio, en el
jardín del Edén, Adán no sabía que existía el caos. La historia
de la creación que se encuentra en Génesis comenzó con caos,
De Caos en Caos 85
pero terminó con la creación. Dios miró todo lo que había hecho, y
consideró que era muy bueno. El transformó la tierra desolada en
un paraíso, y se lo dio a Adán y a Eva para que fuera su hogar.
Antes de la desobediencia de Adán, el hombre tema éxito en
todo empeño. No había cardos ni espinas, su trabajo en lugar
de ser una frustración, le brindaba satisfacción máxima. Y más
importante aún, gozaba de perfectas relaciones con Dios y con
su esposa.
Luego el caos volvió a entrar en la historia. En la cultura del
tiempo en que se escribió Génesis, la serpiente era símbolo de
caos, de una oscuridad inmanejable. La serpiente confundió la
Palabra de Dios al cuestionar a Eva acerca de la sabiduría de Él.
El caos oscureció la claridad de la verdad de Dios. De nuevo, la
oscuridad iba y venía sobre la tierra. En un capítulo posterior
de este libro se explica cómo, cuando Adán encontró caos por
primera vez, escogió callar. Su respuesta transformó el paraíso
en tierra desolada. Con su silencio, introdujo un caos totalmente
nuevo para sus descendientes: violencia y perversión sexual.
El resto de Génesis detalla esas historias de sexo y violencia: el
asesinato de Abel, el incesto de Lot con sus hijas, y la violación
de Dina, para mencionar sólo algunas.
Todo hombre ha repetido la lucha y fracaso de Adán. Nues-
tras vidas están llenas de caos. El caos es tragedia, con un mi-
llón de disfraces. Podría ser el temor a un futuro incierto, o la
decisión que hay que tomar cuando todas las posibilidades
parecen correctas. El caos podría ser la pérdida de un em-
pleo, una reducción del salario, la pérdida de un compañero,
un adolescente rebelde, un mal pronóstico médico. Si somos
honestos, sabemos que el caos nos fastidia a diario. El caos es
esa oscuridad que se cierne sobre nosotros cada vez que habla-
mos con nuestra esposa, desempeñamos nuestro empleo, pa-
gamos nuestras cuentas, y tratamos de hallarle sentido a la vida.
Adán nos enseñó lo q u e no se debe hacer. ¿Hay algo que
nos enseñe la respuesta correcta para el caos de nuestras
vidas?
Antes de dar respuesta a qué significa ser hombre, primero
debemos encontrar el punto de referencia. ¿A qué recurren los
hombres para definirse a sí mismos? ¿Buscan a otros hombres,
a sus padres, a sus iglesias? ¿Recurren a películas, a la televi-
sión, a la psicología?
86 £/ Silencio de Adán
La mayoría de los hombres se define más por la cultura que
los rodea que por la verdad de la Palabra de Dios. Si vamos a
ser los hombres que Dios planeó que fuéramos, debemos re-
tornar a su historia revelada. En su Palabra, El nos ha hablado
y nos ha dado un maravilloso diseño que seguir. Para enten-
derlo, resultará importante y útil comparar la Biblia con las his-
torias paganas de la creación.
Démosle un rápido vistazo a la forma en que la cultura
antigua definió típicamente a los hombres. ¿ Q u é decían
las naciones que no eran de Israel, acerca de los hombres?
¿Cómo eran sus dioses? ¿Cómo se suponía que debían ser sus
hombres y mujeres? ¿Cómo debían actuar los unos con los
otros?
Aunque hay muchos relatos de la creación provenientes de
todo el mundo, miremos sólo dos: uno de la antigua Babilonia
y otro de la antigua Grecia. Al igual que nosotros vemos Géne-
sis para entendernos, los babilonios y los griegos recurrían a
sus mitos para entenderse a sí mismos. Al leer estos mitos
tenga en mente la historia de la creación que se encuentra
en Génesis. La diferencia entre los mitos paganos y la histo-
ria de Génesis es sorprendente.

LA H I S T O R I A BABILÓNICA ACERCA D E L A
C R E A C I Ó N (LOS B A B I L O N I O S LA L L A M A B A N
ENUMA ELISH)

Cuando los cielos y la tierra no tenían nombre, cuando no


había pastizales y no había ciénagas, Apsu ("Agua Dulce") y
Tiamat ("Agua Salada") eran dios y diosa, marido y mujer, y
tuvieron dos hijos llamados Lahma y Lahamu. Luego tuvieron
a Anshar y Kishar, y muchos más hijos y nietos.
Pronto todos los hijos, los dioses, se reunieron y hacían
mucho ruido. Se volvían cada vez más poderosos y alborota-
dores, cosa que perturbaba la paz y tranquilidad de Apsu y
Tiamat, sus padres.
Apsu decidió matar a sus hijos y nietos para que otra vez
hubiera silencio. Tiamat estaba horrorizada, pues aunque le
disgustaban, quería ser amable con ellos.
Como no pudieron disuadirlo, Apsu continuó tramando la
caída de su descendencia.
De Caos en Caos 87
Cuando uno de sus hijos, Ea, escuchó sobre su tortuoso plan,
hechizó a Apsu, su padre, y luego lo asesinó.
Más tarde, Ea y su esposa, Damkina, tuvieron un hijo cuyo
nombre era M a r d u k , el cual tenía cuatro ojos y cuatro orejas.
Era u n dios espléndido, y su padre se regocijaba por su poder
y belleza. Marduk era el mayor de todos los dioses.
Otro dios, llamado Anu, hizo los cuatro vientos, los cua-
les perturbaban las aguas de Tiamat. E n vista de q u e los vien-
tos la molestaban, Tiamat movió, a s u vez, el día y la noche,
perturbando con eso a los otros dioses, quienes se quejaron
contra Tiamat, su madre, y le e c h a r o n la culpa de la muerte
de Apsu.
Airada, Tiamat creó dragones y toda clase de bestias horri-
bles, e incluso demonios que trajeron gran caos a los cielos.
Ea llamó a su hijo Marduk, el gran rey, para que se encarga-
ra de Tiamat. El salió a luchar contra Tiamat, e hizo que gran-
des v i e n t o s a g i t a r a n las a g u a s de Tiamat. E l l a hizo
encantamientos de magia, escupió veneno y abrió su boca para
devorar a Marduk.
Pero Marduk le echó un viento maligno en la garganta y
luego disparó una flecha dentro de Tiamat, la cual, le dio en el
corazón y le causó la muerte. M a r d u k se paró encima de su
cuerpo derribado, haciendo alarde d e su victoria. Con su mazo,
partió la calavera, cortó sus arterias y dejó que los vientos se
llevaran la sangre a lugares lejanos. Por último, tomó el cuerpo
y lo dividió en dos partes: una que se convirtió en el cielo, y la
otra en la tierra.
Marduk terminó la creación. D e la sangre de un dios creó a
los hombres, para que sirvieran a los dioses y atendieran sus
necesidades.
Los dioses se regocijaron por la majestad de Marduk y lo
alabaron grandemente.

LA H I S T O R I A G R I E G A A C E R C A DE LA C R E A C I Ó N
( L O S G R I E G O S LA L L A M A R O N C R O N O S ,
EL D I O S M A S C U L I N O )
En el principio no había nada. Esta nada se llamaba Caos,
Vacío.
88 £/ Silencio de Adán
Pronto apareció Tierra, para q u e los dioses tuvieran en qué
pararse. Luego apareció Tartarus, el mundo de los muertos
Después Eros, el amor, quien era m u y simpático y el más fuerte
de los dioses.
Caos dio a luz a Noche y a Erebos, los cuales dieron a luz a
Día y Espacio. Tierra dio a luz a Cielo y Mar.
Los dioses descansaban en el Cielo, pero hicieron su hogar
en el monte Olimpo. Cielo y Tierra dieron a luz a los titanes. El
más joven de éstos era Cronos, un hijo indómito que odiaba a
Cielo, su padre.
A Cielo y Tierra les n a c i e r o n tres hijos más. C a d a uno
era un monstruo temible y poderoso con cincuenta cabezas.
Esto era demasiado para Cielo, el padre. Como siempre
odió a sus hijos, los encarceló en las regiones oscuras de la
tierra.
La madre, Tierra, conspiró contra su esposo ofreciendo ayu-
dar a sus hijos para que escaparan de la prisión. Todos temían
a su padre, a excepción de Cronos a quien su madre le dio una
hoz que había hecho con anterioridad.
Cielo se allegó a Tierra y se tendió tiernamente sobre ella,
mientras Cronos esperaba en secreto. Este golpeó a su padre
con la hoz y lo mató.
Antes de morir, Cielo maldijo a sus hijos y declaró que to-
dos pagarían por ese crimen contra él.
Cronos tema sus propios hijos. Un día cayó en cuenta de
que ellos podrían hacerle lo mismo que él había i lecho a su
padre. Si pudo matarlo, entonces ellos también podían matar-
lo a él. Cuando su esposa Rea dio a luz a sus hijos, Cronos se
los comió enteros.
Rea le oró a Tierra para que escondiera a su hijo Zeus. Ella
le concedió su petición ocultándolo en el bosque.
Rea tomó una piedra grande, la envolvió y engañó a Cronos
haciéndolo pensar que era su hijo Zeus. Cronos creyendo que
la piedra envuelta era su hijo, agarró el bulto y lo engulló,
pensando que lo había destruido.
Así Zeus se convirtió en el mayor de los dioses, y pronto
destruiría a su padre, Cronos.
De Caos en Caos 89

INFLAMADOS POR LA IRA Y


ENLOQUECIDOS POR LA L U J U R I A
Ambos mitos tienen hilos e n común. Las historias co-
mienzan con caos. En el mito babilónico, el cielo y la tierra
no tenían nombre, y no había tierra cultivable. La historia
griega es más obvia: en el principio no había nada, lo que se
llamaba Caos.
En ambas historias, el dios masculino se siente molesto con
la diosa femenina, quien personifica el caos. Ella es un misterio
que debe ser asesinado y desmembrado violentamente. En la
historia babilónica, el cuerpo dividido de Tiamat se convierte
en el vientre que da a luz a la tierra y al cielo. En la historia
griega, la diosa femenina, Tierra, seduce sexualmente a su es-
poso a fin de destruirlo.
Los dioses hacen guerra contra sus propios hijos. Los dio-
ses y diosas de los mitos paganos asesinan a padres, hermanos,
esposas e hijos.
Los dioses crearon a los humanos para que trabajaran como
sus esclavos porque veían a la humanidad como algo malo e
indigno.
Las historias terminan en caos: muerte, destrucción y per-
versión sexual. A la gente no se la cuida; se la destruye. Los
mitos paganos van de caos en caos.
Dichos mitos sólo pueden afirmar lo que ya se sabe acer-
ca de los hombres: son violentos y sexualmente perversos.
Los paganos dieron forma a sus dioses a imagen del hom-
bre, que tal como era, se convirtió en su punto de referencia.
Ellos sólo podían hablar de lo que era natural para los hom-
bres. Rara vez, si es que lo hicieron, hablaron de lo que el
hombre podía llegar a ser, d e la dignidad y belleza de la
hombría.
En los mitos paganos, los hombres trajeron oscuridad a la
tierra. Como los dioses masculinos eran egoístas, espantosos
y voraces, llevaron caos a sus familias. Los mitos paganos des-
cribían a un dios masculino cuyo único propósito de su exis-
tencia era vivir para sí mismo.
Veamos lo que Cicerón dijo acerca de las historias de la crea-
ción griega y romana:
90 £/ Silencio de Adán

Los poetas han representado a los dioses como inflamados


por la ira y enloquecidos por la lujuria, y han exhibido ante
nuestra mirada sus guerras y batallas, sus luchas y heridas,
sus odios, enemistades y pleitos... sus quejas y lamentacio-
nes, la licencia total y desenfrenada de sus pasiones, sus
adulterios y prisiones, sus uniones con seres humanos,
y el nacimiento de la descendencia mortal de un padre
inmortal.

En el antiguo Cercano Oriente, los hombres le temían más


al caos que a cualquier otra cosa. Los hombres de antaño vi-
vían con el perpetuo terror de que en cualquier momento tam-
bién los tiraran en el caos. Les atemorizaba la hambruna, la
infertilidad y los enemigos merodeadores. ¿Qué hideron en-
tonces con su caos? Hicieron dioses a su imagen —dioses de
violencia y perversión sexual— a quienes también adoraban
con violencia y perversión sexual, para aplacarlos y persuadir-
los de que expulsaran el caos de su mundo. Es así como mu-
chos hombres han respondido al caos.
Pero, ¿cómo pueden los hombres responder al caos de sus
vidas? ¿Cuál es el patrón bíblico?

D E L CAOS A LA C R E A C I Ó N
En la historia de Génesis, el hombre es hecho a la imagen
de Dios. El cristianismo comienza con Dios, n o con el hombre.
Somos hechos a su imagen. Él es nuestro punto de referencia.
¿Pero quién es este Dios? ¿Se parecía en algo a los dioses de los
mitos paganos? ¿Usa Él violencia y perversión sexual para en-
frentar el caos? Jamás.
La historia de la creación de Génesis n u n c a declara la vio-
lencia y el apremiante apetito sexual de los hombres. En vez de
eso, ofrece un rico retrato de lo que el hombre era en su estado
perfecto, y lo que podría ser si viviera de acuerdo con la ima-
gen de DÍos. Masculino y femenino, hombre y mujer, viviendo
en armonía y respeto mutuo. La hembra no aterrorizaba al va-
rón y no buscaba destruirlo. Se cuidaban el u n o al otro, y jun-
tos cuidaban del jardín en el que vivían.
Adán y Eva iban a "cultivar y cuidar el jardín"; es decir,
estaban llamados a proteger y alimentar. La fortaleza, lo opuesto
a la violencia, está en el hombre para guardar las relaciones, no
De Caos en Caos 91

para destruirlas. L a intimidad, lo opuesto a la lujuria, está en el


hombre para nutrir a la gente, no para usarla según sus deseos
egoístas. Las primeras palabras registradas de Adán eran poé-
ticas y hablaban d e relaciones: Esta sí es hueso de mis huesos y
carne de mi carne.
En todo el relato de Génesis y el Antiguo Testamento, el
hombre es el mediador, la conexión entre el pasado y el futuro.
Entiende que n o vive para sí, no destruye a sus hijos ni los
olvida. Sabe que la violencia los destruye y entiende que la
perversión sexual los corrompe. El recuerda las historias de la
antigüedad, las historias de sus padres y abuelos, vive para tras-
pasar la historia d e Dios a la próxima generación, a sus hijos y
nietos. En el futuro, cuando tus hijos te pregunten:'¿Qué significan
los mandatos, preceptos y normas que el Señor nuestro Dios les man-
dó?', responderás a tus hijos... (Deuteronomio 6:20-21, traduc-
ción del autor).
Existe una similitud mayor entre Génesis y los mitos pa-
ganos, registrada en Génesis 3, "La caída del hombre". La
desobediencia d e Adán hizo exactamente lo que los mitos pa-
ganos perdonaban. En Génesis 1 y 2, Dios se movió del caos a
la creación, y e n Génesis 3 Adán se movió de caos en caos, en
un mundo de belleza. La desobediencia de Adán puso en mo-
vimiento un m u n d o oscuro —un mundo de sexo y violencia.
El resto de Génesis describe los resultados del pecado del
primer hombre: odio, asesinato, racismo, violación, incesto y
adulterio.
Cuando u n hombre se adentra en el misterio de la vida con
ira y lujuria, vive como viven los paganos, y cree que no hay
esperanza en Dios, que El está ausente y callado. Un hombre
que no sabe qué hacer con la confusión de su vida, se enfurece
y comete lujuria.
La ira hace que los hombres se sientan poderosos. La vio-
lencia hace que tomemos las cosas por nuestra propia cuenta y
tratemos de corregir a un Dios injusto. La lujuria ayuda a los
hombres a olvidar. La fantasía es una forma egoísta de vivir
para el presente, porque niega el dolor del pasado y la espe-
ranza del futuro. Con la ira los hombres están presentes, pero
son peligrosos. Con la lujuria los hombres están ausentes, pero
se sienten vivos.
92 El Silencio de Adán
El libro de Génesis cuenta una historia de la creación muy
diferente. Sí, la historia termina mal. Pero comienza en forma
hermosa. Esa es nuestra esperanza. La belleza existe. Hay
significado y orden. Cuando se responde al misterio de la vida
con violencia y perversión sexual, nos lanzamos al mundo de
regreso a la oscuridad. Génesis nunca lo perdona. Génesis nos
invita a que volvamos a nuestro diseño, a que nos convirtamos
en hombres de fortaleza e intimidad, a que honremos nuestro
llamado a llegar a ser a la imagen de Dios. El libro de Apocalip-
sis nos dice que un día lo lograremos. Todo lo que está entre
estos dos libros nos dice cómo hacerlo. Ésta es la historia de
Dios, y tenemos que recordarla.

xX
Capítulo

Un Llamado
a Recordar

_ X7,nt:es e n t r a r en el edificio sin ventanas, miró a ambos

w lados, como si estuviera por cruzar una peligrosa inter-


sección. Su corazón se aceleró por temor y excitación a la vez.
Tenía m i e d o de que lo pudieran, o no, descubrir. Sentía la
emoción derivada de su excitación y del riesgo en que se en-
contraba. Aunque sus feligreses rara vez visitaban esta zona
del pueblo, se preguntaba si algún conocido podría pasar por
casualidad ese día. Pero al n o ver ninguna cara familiar, cruzó
con cautela la puerta cuyo rótulo decía: " Sólo Adultos".
En la siguiente hora, h o j e ó con avidez revistas y vio vídeos,
y miró hacia arriba para asegurarse de su anonimato. Durante
ese tiempo se olvidó de t o d o lo que era importante para él: la
agradable jornada de oración que había disfrutado con bue-
nos amigos la noche anterior; su esposa, embarazada del se-
gundo hijo; su hija de brillantes ojos, de dos años de edad; la
iglesia creciente que pastoreaba; el Dios que había conocido
desde su conversión en e l bachillerato. Había tenido que
sacar todo eso de su mente, para no echar a perder la indul-
gencia momentánea.
94 £/ Silencio de Adán

Después de un rato, se f u e con la misma precaución con


que había entrado, s i n t i é n d o s e aburrido y contento a la vez
y profundamente insatisfecho. Durante el largo camino a
casa, el temor y la excitación iniciales de su "aventura" dieron
paso a un conocido sentimiento de derrota.
Del otro lado del pueblo, u n hombre iba conduciendo ha-
cia la misma librería. Era u n camino que él también recorría
con frecuencia. Pero esta vez, durante su viaje agonizante, notó
una vieja catedral de piedra situada al lado de la ruta. De re-
pente, tomó una decisión. C o n d u j o hacia el estacionamiento
de la iglesia, se detuvo, salió y caminó hacia las enormes puer-
tas de roble. Al igual que el otro hombre, estaba temeroso y
satisfecho, pero no necesitaba ver a ambos lados antes de en-
trar. Temía que su elección repentina — u n a elección mejor y
d i f e r e n t e — durara poco tiempo. Pero tal vez había algo noble
dentro de él, algo que impulsaba su elección, presionando
para ser liberado.
Atravesó las puertas. Una vez dentro, caminó calladamen-
te hacia el altar. Ahí encendió una vela, se arrodilló frente a ella
y oró. Estaba humillado y quebrantado por las necias eleccio-
nes que había hecho en el pasado, y agradecido porque hoy
algo era diferente. Pensó en su esposa, sus hijos, sus colegas
del ministerio, y recordando a Dios, lo adoró.
Después de un rato, salió de la iglesia, se metió en el carro y
condujo a casa. Estaba agotado por la lucha, pero por primera
vez en muchos años, tenía esperanza.

L A L U C H A ES REAL
Usted acaba de leer las breves historias de dos hombres con
luchas similares, que hicieron elecciones diferentes. En estas
historias, muchos hombres podrán identificar sus propias lu-
chas con asuntos similares. Miles de hombres han librado bata-
llas vergonzosas como éstas durante años, pero se han sentido
demasiado apenados para hablar de ellas con alguien. Se han
sentido solos. Otros hombres que no luchan con la pornogra-
fía podrían no estar conscientes de adicciones más sutiles,
entregados a pasiones diferentes como adicción al trabajo,
materialismo, gula, necesidad de controlar, necesidad de ser
aceptados, una vida de fantasía activa, masturbación. La lista
es interminable, pero la lucha es la misma. Todos los hombres
Un Llamado a Recordar 95

luchan contra pasiones y deseos abrumadores que desafian el


dominio propio. Y al igual que los dos hombres de las historias
del inicio, algunos libran bien la batalla, mientras otros sólo
conocen la derrota.

L A R A Í Z DEL PROBLEMA
Si uno de estos hombres viniera a donde usted en busca de
ayuda, ¿qué le diría? ¿Qué consejo le daría para que resolviera
sus problemas?
La mayoría de los que dan consejo podrían tomar una de
varias direcciones. "Necesita estar en comunión con otros cre-
yentes", dirá uno. "Si está en compañía de mujeres y hombres
piadosos, tendrá mayor probabilidad de mantenerse alejado
de patrones pecaminosos. Sea responsable de darle cuentas a
alguien".
"Lea la Biblia y memorice pasajes claves", sugerirá otro. "El
hombre que guarda la palabra de Dios en su corazón no se
verá enredado en las cosas del mundo".
Aun otro le dirá: "Huya de la tentación. Manténgase aleja-
do de ciertos lugares que puedan serle ocasión de caer".
Todos estos consejos son buenos, sólidos y correctos. Todos
tienen fuerte respaldo bíblico. En algunos hombres, tales ex-
hortaciones han producido un cambio notable. Pero para mu-
chos otros, el consejo sólo los deja más desanimados. Quizá
esa sea su reacción. Tal vez usted haya estado practicando
con fidelidad todas estas cosas durante años, y sin embargo,
nada ha cambiado verdaderamente. Usted ha tenido éxitos
temporales, pero su problema siempre vuelve, y se siente más
desalentado que nunca.
Sugiero que consideremos otro enfoque de las luchas de
los hombres —uno q u e incorpora lo bueno de los consejos da-
dos y que aún ofrece más. En lugar de simplemente cobrar más
energía para hacer algo o no hacerlo, examine mejor el asunto.
Pregúntese: ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Por qué es-
cogemos vivir de formas que son contrarias a lo que sabemos
que es verdadero y correcto?
Los hombres son creados a la imagen de Dios. De acuerdo
con nuestro diseño, somos llamados a expresar en forma sin-
gular algo de El por la forma en que vivimos y nos relacionamos
96 £/ Silencio de Adán

eri nuestro mundo. Hemos sido diseñados para movernos, p,a


hablar, para crear, para amar. Si nuestras vidas no reflejan ta
imagen, algo anda mal. Y lo que anda mal aquí, es serio, s
necesario que los hombres hagan una elección importante qa
abarque mucho más que la decisión de si ver o no ver porrv
grafía. Cuando no se puede reconocer la elección equivocad,
resulta en la violación de la naturaleza esencial de un hombr
El problema radica en salirnos del diseño que fue planead
para nosotros. Y esa salida siempre es una elección.

C R E A D O S PARA R E C O R D A R
Ya hemos visto que un hombre vive de acuerdo con la ima
gen de Dios al moverse y hablarle al caos de su mundo. Nc
obstante, el diseño de Dios supone aún más. Génesis 1:27
nos dice explícitamente que Dios creó al hombre y a la mujer a
su imagen... varón y hembra los creó. En este pasaje, la palabra
varón es la traducción de la palabra hebrea zakar, que significa
"el que recuerda". ¡Qué palabra tan curiosa para describir a un
hombre! Uno podría haber esperado una palabra que signifi-
cara "el fuerte", "el que dirige", o "el poderoso". Pero en vez de
eso, el termino hombre es descrito como el que recuerda. ¿Por
qué?
¿Qué se supone que debe recordar el hombre? ¿Debería ser
mejor para recordar dónde dejó sus llaves? ¿Debería esforzar-
se más para recordar fechas importantes, como aniversarios y
cumpleaños? Si eso es lo que significa que un hombre sea el
que recuerda, entonces todos nosotros, a excepción de los más
compulsivos, estamos en problemas. La idea de recordar con-
lleva un significado mucho más profundo. Primero, significa
que tenemos algo importante que recordar; segundo, que te-
nemos una razón para recordar.

ALGO Q U E RECORDAR
Todos nosotros tenemos amigos de mucho tiempo que han
tenido que ver en partes importantes de nuestra vida. Para mí,
esos amigos eran mis colegas de ministerio universitario. Han
pasado varios años desde que tuvimos el último encuentro,
pero siempre que este grupo de amigos queridos se reúne,
cada uno de nosotros sabe qué sucederá: disfrutaremos de
Un Llamado a Recordar 97
una buena comida, nos pondremos al día sobre nuestras vi-
das, y finalmente, en algún momento d e la noche, comenza-
rá el relato de historias. Esta parte no es algo que discutimos de
antemano, ni tampoco algo para lo que alguno de nosotros se
prepara. Sencillamente sucede.
Alguien comienza a contar un evento en particular de nues-
tro pasado compartido, y todos los demás escuchan atentamen-
te. Es una historia que cada hombre del grupo ha escuchado
innumerables veces, pero eso no disminuye el interés en ella.
De hecho, estamos tan familiarizados con cada historia que
quien la cuenta a menudo es corregido por alguien que recuer-
da una parte importante de la trama. La expectación crece a
medida que la historia gana en ímpetu y se mueve hacia su
climax divertido. Cuando llega ese m o m e n t o , todos estalla-
mos en una risa tan ruidosa que las lágrimas ruedan por
nuestras mejillas mientras tratamos de tomar aire. Y cuando
volvemos a recobrar nuestra compostura, se hace una petición:
"Roger, cuéntanos aquella de..." Y el ciclo continúa adentrán-
dose en la noche.
¿Por qué contamos estas historias? ¿Será porque estamos
desesperados por divertirnos? (Algunos lo han sugerido.) ¿Es
porque estamos viviendo en el pasado y somos incapaces de
movernos hacia adelante? (Algunos también han sugerido esto.)
Hay una razón mucho más importante.
Las historias que contamos no son el punto. Por sí mismas,
no son más que saínetes de entretenimiento sobre vidas com-
partidas. Son divertidas y algunas veces tontas, pero de alguna
manera importan. Su valor radica en el poder que tiene para
dirigirnos hacia algo. Nos recuerdan de otro día, de otra época,
de años atrás cuando trabajábamos juntos en un ministerio
estudiantil. Era un tiempo en el que vimos a Dios obrar en nues-
tras vidas y en las d e los alumnos que estaban a c a r g o
nuestro. Ocurrieron cosas significativas, cosas tristes y cosas
milagrosas. Dios hizo la obra en medio de nosotros, y conta-
mos nuestras historias para recordar esos días.
Está bien que en nuestro grupo de hombres se cuenten his-
torias los unos a los otros. Después de todo, los hombres han
sido construidos de esa forma. Somos "los que recuerdan", crea-
dos para recordar el pasado, para contar historias.
98 £/ Silencio de Adán

Recordar es un tema que se repite a través de l a Biblia.


Cuando el pueblo de Dios se reunía para adorar, confesaba sus
pecados y oraba, y uno de sus líderes se paraba en m e d i o y
comenzaba a contar las obras de Dios:

En Egipto viste la aflicción de nuestros padres; junto al mar


Rojo escuclwste sus lamentos. Lanzaste grandes señales y
maravillas contra el faraón, sus siervos y toda su gente,
porque viste la insolencia con que habían tratado a tu pue-
blo. Fue así como te ganaste la buena fama que hoy tienes.
A la vista de ellos abriste el mar, y lo cruzaron sobre terre-
no seco. Pero arrojaste a sus perseguidores en lo más pro-
fundo del mar, como piedra en aguas caudalosas. Con una
columna de nube los guiaste de día, con una columna de
fuego los guiaste de noche: les alumbraste el camino que
debían seguir (Nehemías 9:9-12).

La historia fue contada y vuelta a contar mediante historias


recordadas. Piense en el número de veces que las obras de Dios
se cuentan en la Biblia. ¿Por qué tantas? En el Antiguo Testa-
mento, Dios anhelada revelarse a sí mismo al pueblo que vivía
en medio del caos. Los ancianos sabían que las historias del
amor leal de Dios eran un ancla necesaria para la confianza
continua. El hecho de que volvieran a contar las viejas histo-
rias transmitía un mensaje vital: "Dios es fiel para con su pue-
blo. Una y otra vez El ha intervenido en nuestra ayuda. Ha
demostrado su bondad. Hoy El es el mismo Dios que fue en-
tonces. Así que sean valientes. Tengan fe. No olviden cómo es
y qué ha hecho".
Habacuc, el profeta que se enoja contra Dos por su apa-
rente inactividad y lo acusa de ser sordo y ciego, encuentra
esperanza al recordar, y ora: Señor, he sabido de tu fama; tus obras,
Señor, me dejan pasmado. Realízalas de nuevo en nuestros días, dalas
a conocer en nuestro tiempo; en tu ira, ten presente tu misericordia
(Habacuc 3:2). Habacuc estaba recordando la historia revelada
de Dios.
Una vez, cuando los filisteos se acercaban a Israel para pe-
lear, el profeta Samuel ofreció un sacrificio. El Señor tronó y
aterrorizó al enemigo, permitiendo q u e Israel los derrotara fá-
cilmente. Samuel tomó luego una piedra y le puso por nombre
Un Llamado a Recordar 99

Eben-ezer, que significa "Hasta aquí nos ayudó Jehová". Desde


ese día en adelante, cada vez que la gente pasaba por esa
piedra recordaba la fidelidad de Dios.
Fuimos creados para recordar las palabras y las obras de
Dios. Los hombres son llamados a recordar a Dios al contarles
fielmente a otros quién es Él y qué ha hecho. Pero, ¿por qué?
¿Cuál es el propósito de recordar?

U N A R A Z Ó N PARA RECORDAR
¡Pero tengan cuidado! Presten atención y no olviden las cosas
que han visto sus ojos, ni las aparten de su corazón mientras
vivan. Cuéntenselas a sus hijos y a sus nietos. El día que uste-
des estuvieron ante el Señor su Dios en Horeb, él me dijo:
"Convoca al pueblo para que se presente ante mí y oiga mis
palabras, para que aprenda a temerme todo el tiempo que
viva en la tierra, y para que enseñe esto mismo a sus hijos
(Deuteronomio 4:9-10).

Hace varios años pasé por un tiempo particularmente difí-


cil. Durante meses sentí como que todo en mi vida era una
batalla. Los pacientes de mi ministerio de consejería presenta-
ban problemas excepcionalmente graves y al parecer insu-
perables. Mis amigos estaban pasando por momentos muy
difíciles. Los horrores de vivir en este mundo caído parecían
estar muy cerca.
Comencé a sentirme un poco loco. En cualquier momento,
sentía el impulso abrumador de gritar o pelear. Cuando pasa-
ban una canción inofensiva en la radio, comenzaba a llorar. Si
un conductor me adelantaba tenía que resistir el impulso de
sacarlo de la vía. Si en el supermercado un niño sentado en su
carrito me sonreía, los ojos se me llenaban de lágrimas. Pero si
la fila para pagar no se movía rápido, buscaba enojado a un
gerente para que corrigiera en seguida el problema. Tristeza y
furia. Vivía de acá para allá.
Finalmente, fui a ver a un buen amigo y colega para contar-
le lo que me pasaba. Después de escucharme con atención me
dio la siguiente respuesta solemne: "Es difícil entrar en la bata-
lla y darse cuenta de que no hay forma de salir".
Su respuesta m e dejó atónito — n o obstante, sabía que era
100 £/ Silencio de Adán
correcta. Durante el transcurso de varios años, había comenza-
do a tomar ciertas decisiones para librar una batalla mayor.
Había decidido abrir mis ojos más y más a las terribles realida-
des de un mundo caído. Cuando tenía un poco más de veinte
años había vivido como un hombre que se contentaba dejando
que otros libraran las grandes batallas, mientras me quedaba
en la banca y ofrecía comida y agua. Pero esa posición estaba
cambiando, y lo sabía. Ahora sentía terror de enfrentar el futu-
ro. Esta realidad me causaba lágrimas y enojo. Lágrimas por-
que quería ir a casa (dondequiera que estuviera el hogar); y
enojo por temor a lo que estaba por delante, y a lo que podría
ser requerido de mí.
Después de hablar con mi amigo, recordé unas cuantas de
las historias que mi padre me había contado acerca de la Se-
gunda Guerra Mundial, en la que él había peleado cuando
joven. Lo llamé una noche para preguntarle si podría escribir-
me algunas de sus reflexiones acerca de su experiencia e n la
guerra.
La carta de mi padre llegó la siguiente semana. Con elo-
cuencia, él describía los días preparatorios de la invasión de
Omaha Beach, los sentimientos de los hombres, las palabras
de sus comandantes, el desembarco en las playas, cómo se arras-
traban sobre los cuerpos de los compañeros caídos. Fatiga, pe-
nurias. La causa que le daba valor, y el temor que lo impulsaba
a retroceder. Entremezcladas en la descripción de la batalla que
hada mi padre, había palabras que hablaban de oradón, de
temor, de conocer a Dios en medio de los tiempos terribles y
difíciles.
Devoré su carta. Ella me permitió conocer un lado de mi
padre que antes no había conoddo. Pero lo más importante es
que me dio esperanza. Algo de él, algo de lo que recordaba, me
había sido traspasado. Ahora conozco en una forma más pro-
funda algo sobre los caminos de Dios.
Las palabras de mi amigo y la carta de mi padre sugieren la
razón por la que tenemos que recordar. Los hombres son
llamados a pasar algo importante a las generadones futuras;
no sólo la historia, sino también los recuerdos de Dios en nues-
tras vidas. Es el acto de poner nuestras vidas presentes en una
perspectiva más amplia. De hecho, el salmista testifica de la
esperanza y valor que las historias de Israel le dieron:
Un Llamado a Recordar 101

Oh Dios, nuestros oídos han oído y nuestros padres nos han


contado las proezas que realizaste en sus días, en aquellos
tiempos pasados: Con tu mano echaste fuera a las naciones y
en su lugar estableciste a nuestros padres; aplastaste a aque-
llos pueblos, y a nuestros padres los hiciste prosperar. Porque
no fue su espada la que conquistó la tierra, ni fue su brazo el
que les dio la victoria: fue tu brazo, tu mano derecha; fue la luz
de tu rostro, porque tú los amabas (Salmo 44:1-3).
Mi padre n o me dio las respuestas para mi lucha, pero lo
que él recordó me brindó el valor para continuar en medio de
la misma. Sus historias me dieron esperanza.

LA NEGATIVA A RECORDAR
La mayoría de los hombres se conoce por su silencio. Los
hijos rara vez conocen sobre el pasado de su padre —sus
experiencias, sus fracasos, sus batallas con la fe. El padre, en
vez de pasarle algo a sus hijos, se queda callado, como si no
tuviera memoria. ¿Por qué?
Piense de nuevo en los dos hombres descritos al inicio de
este capítulo. ¿Cómo la idea de un hombre "que recuerda" se
relaciona con su lucha contra un pecado sexual — o contra cual-
quier otro pecado?
Medite en esto. El hombre que entró en la librería para adul-
tos tuvo que sacar de su mente todo lo que estimaba. No podía
"disfrutar" de esos placeres pecaminosos mientras su mente
abrigara todavía pensamientos sobre su esposa, sus hijos o su
ministerio. Durante esos momentos, aunque fueran breves, él
tuvo que sacar de su mente también a Dios, para honrar sus
elecciones pecaminosas.
Piense en alguna ocasión en que usted se movió por su
voluntad —física o mentalmente— hacia algo que sabía que
era malo. En ese momento, ¿cómo estaba su relación con
Dios? ¿Era estrecha? ¿Estaba gozando de intimidad con Él? Por
supuesto que no. Si Él hubiera estado en el cuadro, usted no
podría haber seguido en una dirección pecaminosa. Tal es la
naturaleza de la idolatría —la búsqueda de algo que no es
Dios para satisfacer los propios deseos. Las elecciones pecami-
nosas requieren el olvido de Dios. En este sentido, olvidar es
más que simplemente perder las llaves del carro. Es una elec-
dón activa y voluntaria —una negativa a recordar.
102 £/ Silencio de Adán

El apóstol Pablo pinta un vivido cuadro de lo que sucedió


cuando los hombres cambiaron la gloria del Dios inmortal por imá-
genes [ídolos] que eran réplicas del hombre mortal... (Romanos 1:23).
Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a
la impureza sexual (Romanos 1:24). El versículo 28 merece nues-
tra atención especial: Además, como estimaron que no valía la pena
tomar en cuenta el conocimiento de Dios, él a su vez los entregó a la
depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer. Esas
personas olvidaron a Dios, y lo cual resultó en un pecado
grave.
Aunque los hombres conocían la verdad acerca de Dios, lle-
garon a un punto en el que no veían que valiera la pena guar-
dar la verdad como prioridad en sus mentes. Ellos moldearon
dioses predecibles, dioses que no interferirían con sus eleccio-
nes pecaminosas. ¿Qué hace un hombre al entrar en una libre-
ría de pornografía o cuando fantasea? ¿Qué sucede cuando
ese hombre debe estar en control, y requiere que otros se unan
a su forma de pensar? ¿Cuál es el motivo del hombre cuando
su mayor pasión es caerle bien a los demás? En cada una de
estas situaciones, el problema fundamental es no creer que Dios
es suficiente. "La vida que estoy viviendo no está funcionan-
do. Dios no me está tratando de la forma que merezco. Senci-
llamente la vida no me agrada. Quiero algo o a alguien que me
haga sentir bien o que m e ponga en control. Confiar en Dios
no está dando los resultados que quiero. Por lo tanto, debo
ponerlo a un lado. Debo escoger olvidarlo por un tiempo y
sustituirlo por algo más placentero".
Los hombres logramos esto en una forma muy natural.
Antes de la caída, Adán tenía algo que recordar. Ya sabía mu-
cho acerca del carácter de Dios, por haber sido testigo de su
obra creadora y por sus conversaciones con Él. Adán sabía qué
le había puesto a hacer Dios, qué había provisto para él, y cuá-
les eran sus propios Emites. No obstante, ya hemos visto que
no actuó basándose en lo que conocía como verdad. Cuando la
serpiente tentó a Eva, Adán no habló. La memoria le falló. Para
ser más precisos, se negó a recordar.
¿Estoy sugiriendo que los hombres deberían establecer cada
noche una "hora de contar historias" a su familia? ¿Que cada
vez que sean tentados, deberían recitar pasajes bíbEcos que
cuenten las obras de Dios? ¿Ayudarían realmente estas cosas?
Un Llamado a Recordar 103
Tal vez, aunque sólo podrían presionarlos más para que hagan
las cosas de manera correcta. El llamado es más profundo: un
cambio de corazón. A menos que los hombres enfrenten con
honestidad su deleite tenaz en olvidar y su compromiso con
esas pasiones que son más fuertes que su deseo de Dios, nunca
ocurrirá el cambio duradero.

EL L L A M A D O A R E C O R D A R
Cuando era un cristiano joven me parecía increíble que ese
grupo de personas que presenció la partición del mar Rojo ol-
vidara lo que Dios había hecho y se volviera a la adoración de
dioses falsos. Después de su liberación milagrosa de manos de
los egipcios, los israelitas estaban pecando nuevamente. La
Biblia informa sobre muchos incidentes a lo largo de su histo-
ria, de cuando la gente, pese a conocer la bondad de Dios, se-
guía otros caminos.
Estas historias soban sorprenderme. Pero hoy, al enfrentar
las realidades de mi propia vida, ya no me sorprendo en abso-
luto. Soy u n creyente, un hombre que ha visto la mano de Dios
obrar obviamente en mi vida. Pero aún así, a veces busco algo
que no es Dios para encontrar satisfacción y realización. Al
hacerlo, fallo en recordar lo que es verdad.
Después de tres años, el tiempo de Jesús con sus discípulos
estaba llegando a su fin. U n a noche, los llamó a reunirse para
la cena de Pascua. Este grupo de hombres había estado con El,
había presenciado sus milagros con sus propios ojos, y pronto
sería testigo de su muerte y resurrección. Jesús les dijo: Haced,
esto en memoria de mí. Sin duda, de entre toda la gente, ellos no
necesitarían de un símbolo q u e los ayudara a recordar a Cristo.
¿Cómo podrían olvidar, después de todo lo que habían visto y
oído?
Sin embargo, J e s ú s los conocía, así c o m o nos conoce a
nosotros. Y sabía d e su tendencia a olvidar. Considere su dis-
cusión trivial, r e g i s t r a d a e n Lucas 22:24, q u e ocurrió sólo
momentos después d e que J e s ú s les anunciara su muerte: Tu-
vieron además un altercado sobre cuál de ellos sería el más importan-
te. Aun antes de q u e Jesús s e fuera de su presencia, ellos ya
habían olvidado s u s palabras. Ya se estaban apartando de la
vida a la q u e Él los había llamado.
104 £/ Silencio de Adán

Los dos hombres descritos al inicio de este capítulo enfren-


taron la elección d e recordar. Ambos lucharon, y ambos adora-
r o n . El primero se negó a recordar, y al final adoró en el altar de
u n dios falso. El segundo, al escuchar el llamado de Cristo a
q u e lo recordara, adoró al Dios verdadero.
Capítulo

Adán Estaba Ahí,


y Calló...

"Creo en Dios aun cuando está callado".

ue el día más largo de la semana. Era catedrático de una


^ ^ pequeña universidad y tenía dos empleos para poder
subsistir. Ese miércoles por la mañana se despertó temprano
para dar consejería por teléfono a una persona que vivía fuera
del pueblo. Después, se apresuró para ir a desayunar con un
alumno, y luego corrió a la oficina para asistir a la reunión se-
manal del cuerpo docente. Apenas terminó esa reunión, dio
una clase de tres horas. Luego almorzó con otro alumno, y si-
guió con cuatro horas continuas de consejería. Para concluir el
día, pasó una hora con un colega discutiendo los planes de un
seminario que se avecinaba.
Al conducir a casa esa noche, estaba agotado. Había habla-
do con amigos, alumnos, exalumnos, colegas y pacientes de
las 5:30 de la mañana hasta las 6:30 de la noche. Una vez
más, había dado de sí hasta llegar al punto del agotamiento.
Todavía de camino a casa, decidió que ya no le quedaba nada
más que dar. Por encima de cualquier otra cosa, quería estar
106 £/ Silencio de Adán

solo. Pensó brevemente en cómo podría escaparse por unos


cuantos días.
Mientras escuchaba la radio, soñaba con su cabana imagi-
naria escondida en las montañas de Montana. Sin pleitos, sin
peticiones ni críticas. Pero lo atormentaba otro pensamiento
que aunque lo fastidiaba, era agradable. A pesar de su cansan-
cio, no podía esperar para estar con la gente que más amaba:
su esposa e hijo.
Al llegara a la calzada de su casa, sintió cómo la ira surgía
dentro de él. Se le tensó el cuerpo y un muro que le era familiar
creció en su interior. Sabía con exactitud qué sucedería al en-
trar en su casa, y lo repasó mentalmente al meterse en el gara-
je: su hijo querría jugar, y su esposa saber todo lo que le había
pasado durante ese día. Ella, a su vez, querría contarle sobre lo
que le había sucedido, detallándole todo lo que había enfren-
tado desde su salida esa mañana. Le pediría que viera la
secadora, que arreglara el sanitario o desatascara el colector
de basura.
Sentado en el carro, sentía el peso de lo que su familia le
pediría, y comenzó a culpar a su esposa por su enojo y frustra-
ción. "Pregunta mucho. No entiende las frustraciones de mi
trabajo. No aprecia los sacrificios que hago por ella. Nunca me
da un descanso".
Al entrar en el estudio, ella lo saludó con una pregunta que
millones de esposas hacen a sus esposos todos los días. Era una
pregunta sencilla, que sólo requería de una respuesta del mis-
mo tipo. ¿Por qué le enfadó? Ella no pedía algo que él no
pudiera dar, como la respuesta a un complejo problema de ma-
temáticas. Sólo pedía algo que él podía dar —pero se lo guardó,
tal como un pirata de ojo fiero protege su tesoro más secreto.
"¿Cómo te fue?"
Él había pasado su largo día hablando —aconsejando,
conversando, enseñando, y discutiendo planes futuros. Aho-
ra, después de hablar durante trece horas, contestó lo mismo
de siempre, mirándola directamente a los ojos: "Bien".
Como esperaba que con eso ella diera por terminada la con-
versación, de inmediato recogió el correo fingiendo que éste
era más apremiante que su pregunta. Sin embargo, estaba muy
consciente de que ella deseaba saber más que únicamente cómo
Adán EstabaA h í ,y Calló... 1II

le había ido ese día. Quería que compartiera su vida con ella,
que entablaran una conversación, que aplacara su soledad con
sus palabras y presencia. Pero... él se negó a dar.
Al igual que tantas otras noches, se quedó callado c o n la
mujer a quien amaba. Podía hablar con sus alumnos y pacien-
tes, pero se escondía de su esposa. Más tarde esa noche, en la
privacidad de su mente, agonizaba por su terca y silenciosa
retirada. Se preguntó, como de costumbre: "¿Por qué despre-
do sus preguntas? La amo, pero uso mi agotamiento c o m o ex-
cusa para alejarla. ¿Por qué callé? Este día fue particularmente
largo. Pero aun cuando los días son más fáciles, huyo de aque-
llos a los que amo. ¿Por qué?"

¿QUÉ LES PASA A LOS H O M B R E S ?


Entiendo a este hombre. Lo entiendo porque casi a diario
paso por esa misma rutina y me hago las mismas preguntas.
Sin embargo, tanto mi trabajo con las Escrituras como en la
ofidna de consejería me ha convencido de que todo hombre
lucha con un silencio profundo deddido por él mismo. La pri-
mera vez que enseñé acerca del silencio de los hombres, me
rodeó una multitud de esposas que exclamaba: "¡Mi esposo tam-
bién es callado! ¿Qué puedo hacer para que hable conmigo?"
Y unos cuantos hombres que se me acercaron como a escondi-
das, me susurraron: "Creía que era el único. ¿Usted también
lucha con eso?"
Todo hombre lucha contra la tensión que existe entre el di-
seño, del que no puede escapar, y su violadón diaria del mis-
mo. Todo hombre ha sido diseñado para hablar, y para que le
hablen. Los hombres quieren amar y ser amados, pero sienten
un bloqueo interno. Algo que no permite que sus emociones y
sentimientos salgan.
¿Se nos p u e d e ayudar? ¿Podremos cambiar? Por supuesto,
que sí, pero el viaje de un hombre piadoso comienza de una
extraña manera, al enfrentar el fracaso, no al alcanzar el éxito.
Comienza con u n a evaluación honesta sobre lo que anda mal.
La solución a un problema siempre empieza por la valora-
ción correcta del mismo. Necesitamos entender claramente qué
anda mal en nosotros, antes de que podamos cambiar y vivir
de acuerdo con nuestro diseño. Las Éscrituras nos ofrecen ese
108 £/ Silencio de Adán

conocimiento, pues hablan de u n hombre —el primero— que


tenía el problema del silencio. Démosle una cuidadosa mirada
a esa conocida historia, para ver cuál es el problema y dónde
comenzó.

A D Á N E S T A B A AHÍ...
La serpiente era más astuta que todos los animales del campo
que Dios el Señor había hecho. Y ¡a serpiente dijo a la mujer:
"¿Es verdad que Dios les dijo: 'No deben comer de ningún
árbol del jardín'?" "Podemos comer del fruto de todos los árbo-
les. Pero en cuanto al fruto del árbol que está en medio del
jardín, Dios dijo que no podíamos comer, ni tocarlo; de lo con-
trario, moriríamos". Pero la serpiente contestó a la mujer:
"Ciertamente no morirán. Porque Dios sabe que el día que
coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como
Dios, conocedores del bien y del mal". La mujer vio que el
fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto
y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fru-
to y comió. Y le dio también a su esposo, quien estaba con ella,
y él comió. Y los ojos de ambos fueron abiertos y tomaron con-
ciencia de su desnudez, y cosieron hojas de higuera para cu-
brirse (Génesis 3:1-7, traducción del autor).
A lo largo de su historia, la Iglesia comúnmente ha culpado
a Eva por la caída de la raza humana. La mayoría de la gente
supone que mientras la serpiente y Eva conversaban, Adán
estaba en otro lado. Supone que después de pecar, Eva encon-
tró a Adán y lo tentó para que comiera del fruto prohibido. Y a
menudo, es denunciada porque intentó rivalizar con el inge-
nio de la serpiente, pero en su debilidad, sucumbió ante su
astucia. Se ha enseñado que Eva dio el primer paso para pecar
contra Dios y que Adán simplemente siguió su ejemplo. Algu-
nos intérpretes incluso han sugerido que Adán comió del fruto
para que Eva no viviera sola en su pecado.
En efecto, se hace que Adán parezca noble a la luz de la
petulancia de su "vaso más frágil". ¿Pero qué si estaba ahí, con
ella durante toda la conversación? ¿Qué, si estaba parado a su
lado y escuchó la tergiversación de la verdad por parte de la
serpiente? ¿Qué, si su desobediencia no comenzó al comer el fru-
to sino al rehusarse a hablar con la serpiente o con su esposa?
Si Adán estaba ahí, pero callado, eso arroja una nueva luz
Adán Estaba Ahí, y Calló... 1II

sobre el problema con los hombres. La interpretación que la


Iglesia hace de Génesis quizá les haya permitido a los hombres
culpar a las mujeres por sus problemas —así como Adán culpó
a E v a — y no enfrentar sus fracasos. Pero si Adán estaba parado
al lado de ella, mientras la serpiente la tentaba, esto se torna en
una situación totalmente diferente. Entonces su silencio se con-
vierte en pecado, con implicaciones mayores.
H a y cuatro razones por las que creo que Adán estaba pre-
sente en la tentación: (1) su silencio encaja con el contexto in-
mediato de Génesis 1-3; (2) Génesis 3:6 dice que él estaba
ahí; (3) el estilo del relato entero registrado en Génesis 3:1-7
sugiere que Eva se volvió inmediatamente hacia él y le dio a
comer del fruto; y (4) otros hombres de Génesis siguieron el
modelo de este antiguo problema del silencio de Adán, lo que
sugiere que éste se convirtió en un patrón para sus descen-
dientes masculinos.

A D Á N , EL P O R T A D O R D E LA I M A G E N ,
SE R E S I S T E A R E F L E J A R L A
Primero, veamos el contexto inmediato de este pasaje. Lo
haremos comparando Génesis 3 con Génesis 1. En Génesis 1,
Dios confronta la oscuridad y el caos: La tierra estaba desordena-
da y vacía. Ya hemos visto que Dios creó al mundo de una for-
ma singular. Le habló a la oscuridad e hizo que surgiera orden,
belleza y relación. La comunidad judía tiene una expresión
única para describir a este Creador: "Aquel que habló y el mun-
do existió". Él es un Dios que usa el lenguaje para establecer
una relación sin retirarse de la oscuridad y el caos. Por el
contrario, le habla. Después de su actividad creadora, guar-
da el sábado.
En Génesis 3, Adán —el hombre que representaría a su
Dios—- actúa de una forma muy distinta a Él. Al igual que en
Génesis 1, la historia del Capítulo 3 comienza con caos. La ser-
piente era más astuta que todos los animales del campo que Dios el
Señor había hecho. Él le habló a la mujer, ¿Es verdad que Dios les
dijo...? En el Capítulo 5 observamos que la serpiente represen-
taba el caos. La gente del antiguo Cercano Oriente creía que la
serpiente simbolizaba el engaño y la confusión. En Génesis 3:1,
vuelve a aparecer el caos en la forma de una serpiente que usa
el engaño para confundir a Adán y Eva.
106E!Silencio de Adán

Pero, ¿qué sucede frente al caos? Irónicamente, es Eva quien


refleja con más claridad que Adán, la imagen de Dios, porque
ella habla con la serpiente. ¿Pero qué pasó con Adán? Si se en-
contraba ahí, no estaba hablando. El caos había entrado en su
mundo perfecto, y en la confusión y la oscuridad se quedó
mudo. Las Escrituras no registran instrucciones de Dios para
Adán acerca de lo que debía decirle a la serpiente. Así que él no
dijo nada.
Adán, entonces, era un hombre callado, pasivo. Al igual que
muchos otros hombres de la historia, físicamente estaba ahí,
pero emocionalmente no. Él aparece de manera progresiva en
el trasfondo de la historia, en vez de estar de pie en el frente
y centro del escenario. En contraste, Dios apareció en el frente
y centro de la escena en Génesis Capítulo 1, hablando para
transformar en paraíso una tierra desolada. Adán, por otro lado,
desapareció. Su pecado comenzó con su silencio. Había sido
diseñado para hablar, y no lo hizo. Escuchó a la serpiente, es-
cuchó a su esposa, aceptó el fruto, y luego lo comió.
Antes de comer del fruto prohibido, Adán fue pasivo en
tres ocasiones.
La palabra de Dios hizo que del caos surgiera la creación; el
silencio de Adán hizo que el caos volviera a la creación. Dios
usó el lenguaje para establecer una relación. Adán usó el silen-
cio para destruirla. Dios descansó después de su obra creado-
ra; Adán trabajó más duro como resultado de su silencio. Adán
arruinó el paraíso al dejar de hacer algo. Adán, el portador de
la imagen de Dios, no la reflejó, porque decidió permanecer
ausente, callado, y olvidadizo de su mandato.

A D Á N , QUIEN ESTABA CON ELLA...

Hay una segunda base para creer que Adán estaba presen-
te durante la tentación. El texto dice, en forma explícita, que
Adán estaba ahí. La mujer vio que el fruto del árbol era bueno
para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir
sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. También le dio a su
esposo, quien estaba con ella, y él comió (Génesis 3:6, traducción
y énfasis del autor).
Esta frase, simple, y a la vez acusadora, ha sido ignorada
en gran parte, pero n o debería ser así, ya que es importante.
El hebreo es aún m á s directo. 'Imha está compuesta por dos
Adán Estaba Ahí, y Calló... 1 I I

palabras que se traducen " c o n ella". La c o n s t r u c c i ó n hebrea


es una combinación de la preposición 'im, q u e significa
"con", y el pronombre femenino de la tercera p e r s o n a , ha,
que significa ella.
Cuando se usa la preposición 'im en la Biblia hebrea, deno-
ta una gran proximidad, hasta el punto de contacto sexual. Se
podrían haber escogido otras preposiciones para mostrar aso-
ciación en este versículo, pero el uso de 'im indica n o sólo una
asociación estrecha, sino también proximidad física. Una co-
rrecta traducción de esta frase sería "exactamente ahí con ella".
Muchos versículos confirman esta interpretación de la fra-
se "quien estaba con ella". Consideremos sólo uno, Jueces 13:9,
versículo que aparece en la historia de Sansón relatada en Jue-
ces 13-16. Antes de que Sansón naciera, el ángel del Señor se le
apareció a su madre. Entonces, el ángel del Señor se les apare-
cía exclusivamente a los hombres. ¿Por qué, se le apareció a la
madre de Sansón y no a su padre, Manoa?
La madre de Sansón era estéril, y el ángel del Señor se le
apareció para prometerle un hijo, el cual debía consagrar como
nazareo, un hombre que nunca se debía cortar el cabello. La
mujer se apresuró a contarle a su esposo sobre la aparición y
anuncio del ángel, pero como éste se mostró escéptico, le pidió
al Señor que volviera a aparecer y le dijera a él lo que debían
hacer con el niño. Quizá no confió en las palabras de su esposa
o era lento para captar lo que Dios ya había dicho.
En todo caso, el Señor contestó la oración de Manoa, pero
no exactamente de la forma en que había pedido. Veamos:
Dios escuchó a Manoa, y el ángel de Dios volvió a aparecerse a
la mujer mientras ésta se hallaba sentada en el campo; pero su
esposo Manoa no estaba con ella (Jueces 13:9, traducción y
énfasis del autor). Aquí tenemos de nuevo la misma frase
'imha—, sólo que esta vez se usa con el negativo lo.
En Jueces 13, el ángel del Señor se le aparece a la mujer,
pero su esposo, Manoa, está literalmente lo 'imha —no con ella.
El no está ahí físicamente. En Génesis 3, la serpiente aparece y
habla con Eva cuyo esposo Adán, está 'imha —exactamente ahí
con ella. Así que vemos esta palabra hebrea usada en dos ins-
tancias. En ambos casos, el significado implica claramente proxi-
midad física: Manoa no estaba ahí con su esposa, pero Adán sí lo
estaba. Con estos pasajes de las Escrituras claramente enunciados,
— f¡Jiknc¡o_deAdán
la carga de la prueba r e c a e sobre la interpretación tradicional
para que pruebe q u e A d á n no estaba con Eva, pues el tevtn
indica que sí estaba. Alu

EVA SE VOLVIÓ A SU ESPOSO...


La tercera razón por la q u e creemos que Adán estaba ahí es
que Genesis 3:1-7 se presenta como una unidad de tiempo na
nativa. Nada del pasaje sugiere que haya habido un lapso de
tiempo entre el m o m e n t o en que Eva comió del fruto v e!
momento en que se lo ofreció a Adán. Y no hay nada en e
versículo 6 que sugiera q u e Adán se encontraba lejos durante
la tentación. Tampoco hay evidencia de que Eva comió sola de!
fruto, y despues fue a buscar a Adán. Si leemos la narración
según se presenta, no encontramos ninguna interrupción de
hempo en el versículo 6. En vez de eso, vemos a Eva tomar e !
fruto, comer de el, y luego dárselo de inmediato a su esnn,n
quien estaba con ella pasivo y callado. P
De nuevo la carga de la prueba recae en la interpretación
tradicional, para que pruebe que hubo una interrupción X
tiempo entre el momento en que Eva comió del fruto v su L l i
da de la escena para buscar a Adán.

ADÁN, UNA Y OTRA VEZ...


El autor de Génesis es un narrador de historias que ha
revelado la trama y el problema en los tres primeros ¿apítu
los. Los siguientes 47 capítulos representan, hasta el f i n a l
el mismo tema en innumerables y fascinantes historias Al
igual que con toda buena historia, Génesis repite los mis
mos temas y eventos. El tema del silencio masculino apare"
ce reiteradamente. P
Varios de los hombres descritos en Génesis deciden ser ra
liados e insensibles, ausentes y olvidadizos Ellos de m
consistente se meten en problemas siempre que o p t a n " ™ !
silenciarse en vez de participar, o por olvidar en vez de remr
dar. Por ejemplo, Abram (quien más tarde se Uamó Abrahamt
en lugar de confiar en el cronograma de Dios prestó atención a
la sugerencia de Sarai y durmió con su esclava Aear. Y San,i I
dijo a Abram: 'Escucha, el Señor me ha hecho estéril Por fa-
acuéstate con mi esclava Agarpara que pueda tener hijos por medio de
Adán Estaba Ahí, y Calló... 1 I I

ella'. Y Abram escuchó la voz de Sarai. Y Sarai la esposa de Abram


tomó a Agar, su esclava egipcia, y se la entregó a su esposo Abram
para que fuera su mujer (Génesis 16:2-3 traducción y énfasis del
autor).
Note las similitudes entre Adán y Abraham. Al igual que
Adán, Abraham era pasivo para interactuar con su esposa. Aun-
que Sara estaba equivocada, Abraham la escuchó. Recuerde que
Dios castigó a Adán por escuchar a su esposa. De la misma
manera que Eva le dio del fruto p r o h i b i d o a su esposo, Sara
le dio su esclava a Abraham —¡y él la tomó! Abraham era
callado y pasivo, pero cuatro mil años más tarde su silencio
sigue hablando. Ismael, el hijo de Agar —cuyos descendientes
comprenden las naciones árabes— desprecia a Israel hasta el
presente.
Veamos otro ejemplo. Lot decidió permanecer inconscien-
te ante el pecado patente de Sodoma, una ciudad que encarna-
ba el mal. Lot, en realidad, ofreció sus hijas a un grupo de
violadores pervertidos. Su acción no difiere de Abraham e Isaac,
quienes pusieron en peligro a sus esposas al ofrecerlas a reyes
extranjeros. Ellos nos sirven de ejemplo de lo que muchos hom-
bres son hoy: personas débiles que por cobardía sacrifican a
sus mujeres, y al igual que Adán, para protegerse las empu-
jan hacia el caos. Ellos al igual que Noé, perjudican a sus hijos
durante años —aun generaciones— con sus borracheras. En el
estupor de la embriaguez, Lot no sabía que estaba teniendo
relaciones sexuales con sus propias hijas. Su borrachera lo con-
dujo al incesto, y a la gestación de hijos que más tarde guerrea-
ron continuamente con Israel.
Tal vez la historia más ilustrativa se encuentra en Génesis 38,
una historia oscura y muchas veces ignorada, que merece ser
vista con cuidado porque vuelve a representar, en forma pode-
rosa, la historia del primer pecado.
Judá fue a Canaán a buscar esposa, y se casó con una mujer
llamada Súa, quien le dio tres hijos. "Súa concibió y dio a luz un
hijo, al que llamó Er, y volvió a concebir, y dio a luz otro hijo, al que
llamó Onán. Después tuvo otro hijo, al que llamó Selá" (Génesis 38:3-5,
traducción del autor).
Claramente, Judá n o tuvo problema para cumplir con el
mandamiento divino de multiplicarse y llenar la tierra. Pero al
igual que todas las otras historias de Génesis, el caos entró en
110E!Silencio de Adán

escena. El primogénito de J u d á era malo a los ojos de Dios, y


Él le quitó la vida. Al segundo hijo, Onán, se le mandó que
practicara una forma de matrimonio levítico para que cuidara
de Tamar, la esposa de su hermano fallecido, y perpetuara el
apellido de la familia. Pero O n á n sabía que esos hijos no serían
suyos, ni tampoco la herencia. Así que en vez de hacer lo que
Dios pedía, derramaba el semen en la tierra. ,51 hacerlo, se negó
a mantener viva la memoria de su hermano (y también la de su
padre, Judá). En esencia, se rehusó a recordar. Pero, ¿cuál fue la
respuesta de Dios a esta falta d e memoria? Él también tomó la
vida de Onán.
Ahora, póngase en el lugar de Judá. Usted, al igual que los
padres que le precedieron, quieren desesperadamente un hijo
para que su memoria y su apellido perduren. Entonces se da
cuenta de que la promesa de Dios para Abraham está, como
siempre, a sólo una generación de extinguirse. En resumen, si
no hay hijos no hay promesa. (Por eso los hijos eran tan impor-
tantes para las primeras familias hebreas. Si no los tenían,
entonces la promesa de Dios no se cumpliría.) Usted ha engen-
drado a tres hijos, pero ha perdido a su primogénito, aquel en
el que había puesto su mayor esperanza. Y ahora le da un se-
gundo hijo a la esposa de su hermano para que ella pueda con-
cebir, y éste también muere. La pregunta es ésta: ¿Entregaría
también a su tercer hijo —su última esperanza? ¿Le confiaría
este caos a Dios?
Judá no lo hizo. Y el autor de Génesis dice la verdad sobre
él: "Entonces Judá le dijo a su nuera Tamar: 'Quédate como viuda en
la casa de tu padre, hasta que mi hijo Selá crezca'—porque temía que
él también muriera, lo mismo que sus hermanos" (Génesis 38:11,
traducción y énfasis del autor). Judá tuvo temor. Él era el esco-
gido, y su tercer hijo constituía su última esperanza. Si hubie-
ra confiado en Dios, Judá hubiera dado a su tercer hijo, pero
en vez de eso se paralizó frente al caos, y para quitarle el pro-
blema simplemente trató con flexibilidad a Tamar.

A LOS Q U E SE QUEDAN C A L L A D O S L E S E S P E R A
LA TRAGEDIA
¿Qué sucede cuando los hombres o l v i d a n a Dios y se
quedan callados? ¿Cuál es el resultado c u a n d o se niegan a
moverse sacrificándose en respuesta a la promesa de Dios?
Adán Estaba Ahí, y Calló... 1 I I
Trágicamente, ellos c o n d u c e n a otros a avanzar hacia el caos
de su mundo.
Para Judá, el caos e r a el futuro impredecible. ¿ Q u é le suce-
dería a su tercer hijo s i se lo daba a Tamar? L a incertidumbre
del futuro lo paralizó. Quizá pensó que el problema desapare-
cería si se deshacía d e Tamar.
Pero el problema volvió. Su debilidad y e n g a ñ o lo encon-
traron. Sigamos con e l resto de la historia. La esposa de Judá
murió. Después de c u m p l i d o el tiempo del duelo, él fue a otra
ciudad para esquilar s u s ovejas. Cuando Tamar se enteró de que su
suegro se dirigía hacia Timnat para esquilar sus ovejas, se quitó el
vestido de viuda, se cubrió con un velo para que nadie la reconociera,
y se sentó a la entrada del pueblo de Enayin... Esto lo hizo porque sé
dio cuenta de que Selá ya tenía edad de casarse y aún no se lo daban a
ella por esposo (Génesis 38:13-14). Judá no había cumplido con
su promesa de darle a su último hijo como esposo. Pero como
Tamar no era la mujer pasiva que muchos valoran actualmente
en la Iglesia, se dispuso a rectificar el problema. Por eso se mos-
tró más interesada q u e Judá en continuar la línea de Abraham.
Judá vio a Tamar "y la tomó por una prostituta". Otro hom-
bre de Génesis que estaba inconsciente de la realidad que lo
rodeaba. Durmió con ella sin saber quién era, y luego siguió su
camino. Tres meses más tarde, Judá escuchó que Tamar estaba
embarazada. Como hombre de justicia, se llenó de ira y orde-
nó que la quemaran por no haber permanecido fiel.
Pero Tamar, a diferencia de su madre Eva, hizo algo astuto
en respuesta a la debilidad de aquel hombre. Como Judá la
tomó por prostituta, le pidió favores sexuales. Ella consintió,
pero le pidió su anillo, cordón y bastón. Un erudito ha señala-
do que estas cosas eran el equivalente moderno de la licencia
de conducir y tarjetas de crédito. En una movida brillante,
Tamar le tendió una trampa a su suegro. La hija de Eva revirtió
la desobediencia de ésta, quien no usó su astucia para derrotar
a la serpiente. En cambio, Tamar usó su inteligencia para cum-
plir con el mandato cultural, desempeñando su papel hasta
que llegó el momento perfecto. Siendo una mujer impotente,
ella tenía que condenar a un hombre olvidadizo, pero podero-
so. D e acuerdo con el mandato de Judá, la condenaron a la
hoguera. En el camino, ella dijo a sus ejecutores: "Oh, a pro-
pósito, el dueño de este anillo, cordón y bastón es el padre de
112 E! Silencio de Adán

mi hijo". Atrapado, Judá tuvo que admitir la verdad y después


de mentirle por años a Tamar, respondió honestamente: "Esta
mujer es más justa que yo". ¿Cómo respondió Dios? Bendi-
ciendo a Tamar con gemelos.
El silencio, olvido y engaño de Judá la forzaron a avanzar
hacia la incertidumbre del mundo de él. Al quedarse callado,
Judá negó a Dios, porque no confió en El p a r a el futuro. La
terca parálisis de Judá amenazó su simiente, pensando que al
proteger sus intereses salvaría a su último hijo. Pero estaba equi-
vocado. Si no hubiera sido por Tamar, la promesa de Dios ha-
bría muerto con el último hijo de Judá, y no habría habido u n
David ni tampoco un Cristo. En esta historia Judá tenía una
visión miope y egoísta, y fue Tamar quien lo invitó a tener una
visión mayor y desinteresada.
Al igual que Adán, Abraham y Lot, Judá n o comprendió las
consecuencias trascendentales de sus acciones, su silencio
repercutió en las generaciones futuras. El Nuevo Testamento
conmemora la valentía y astucia de Tamar incluyéndola en la
genealogía de Cristo narrada en Mateo: Relato de la genealogía
de Jesús el Mesías, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham fue el
padre de Isaac, e Isaac el padre de Jacob, y Jacob el padre de judá y de
sus hermanos, y Judá el padre de bares y de Zera, cuya madre fue
Tamar (Mateo 1:1-3, traducción del autor).
Adán no estaba solo en su silencio. Él no era un hombre
diferente de nosotros. Cuando el caos entró en su mundo deci-
dió olvidar. Era pasivo, escogió el silencio y estaba ausente. Su
decisión de permanecer callado estableció, desde esa época, el
patrón para la desobediencia de los hombres.

A D Á N SE Q U E D Ó CALLADO...
Adán no sólo se quedó callado ante la serpiente, sino tam-
bién ante Eva, pues nunca le recordó la Palabra de Dios ni la
llamó a una visión mayor. No se unió a su esposa en la batalla
perspicaz contra la serpiente, sino que la escuchó pasivamen-
te, en vez de hablar con ella con respeto mutuo.
N o estoy diciendo que Adán debió hablar por Eva—o a ella,
como un padre le habla a su hijo o un superior al subordinado.
Muchos hombres cometen ese error. Tampoco estoy sugirien-
do q u e los h o m b r e s t e n g a n que hablar y las mujeres que
callar. Tanto hombres como mujeres son creados a la imagen
Adán Estaba Ahí, y Calló... 1 I I

de Dios, para hablar. Fue exactamente en este aspecto que pecó


el primer hombre.
Adán desobedeció al no hablar con la serpiente y con su
esposa. Estuvo ausente y fue pasivo. Su silencio era el símbolo
del rechazo a mostrar compromiso con Eva. Dios lo castigó por
su silencio. Al hombre le dijo: Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y
comiste del árbol del que te prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu
culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida
(Génesis 3:17). Dios no sólo castigó a Adán por comer del fruto
prohibido, sino también por escuchar a su esposa. Su desobe-
diencia fue un proceso. Primero se quedó callado y luego co-
mió del árbol. Su desobediencia no comenzó cuando comió,
sino cuando se quedó callado. La desobediencia a Dios fue el
resultado de haberse retirado de su esposa. Fue un hombre
callado quien quebrantó el mandato claro de Dios.

EL SILENCIO ES MORTAL

Como todo hombre, soy callado, al igual que Adán. Algu-


nas veces me quedo mudó al enfrentar mi confusión y otras
me erizo cuando mi esposa me pide que comparta hasta la m á s
mínima parte de mí mismo. Cuando llora, me puedo enojar.
Sus lágrimas me atemorizan porque no sé qué hacer. Cuando
me dice que he hecho algo malo, me defiendo hasta el final. Si
encuentra una falta en mí, encuentro diez cosas malas en ella.
Me niego a estar equivocado. Uso palabras, hablo; pero las uso
para destruir relaciones —como hizo la serpiente en el jardín.
Sin embargo, si mi esposa pudiera escarbar bajo la superfi-
cie de mi enojo, descubriría que estoy avergonzado de lo q u e
llevo dentro. ¿Qué pasaría si le compartiera mis pensamientos,
sueños y dudas más íntimos —y ella me rechazara? Recuerde
mi historia. Soy un hombre que se siente como un impostor.
Doy por sentado que no tengo n a d a que ofrecer. Pienso erró-
neamente que es mejor esconderme detrás de mi silencio.
Pero el silencio no es oro — s i n o mortal. El silencio de Adán
fue letal. Produjo el rompimiento d e una relación, y por último
la muerte.
¿Qué le hace mi silencio a mi esposa? La señala con un d e d o
y la culpa por desear demasiado. Al igual que Adán, la quiero
culpar por todo el caos de mi m u n d o . [Adán] respondió: La
mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí
114E!Silencio de Adán

(Génesis 3:12). Culparla me libra de responsabilidad. Mi silen-


cio le pide que dé un paso hacia la confusión de mi vida.
Requiere que ella me persiga en toda interacción. Cuántas ve-
ces, en total frustración, le he hecho esta pregunta: "¿Qué quie-
res que haga? ¡Si me dieras una lista exacta, entonces podría
satisfacer tus necesidades para tenerte contenta!" Dame una
lista, y entonces nunca fallaré. Sabré qué hacer todas las veces.
Por ser un hombre que se siente inadecuado e incompetente,
es importante que nunca esté equivocado, que no se me eche
la culpa.
Y así los hombres desaparecen en su trabajo, sus pasatiem-
pos y sus deportes, en cosas menos importantes que sus rela-
ciones. El silencio o la desaparición se convierten en nuestra
mejor defensa contra el temor.
En eso radica exactamente el problema. Mi silencio es una
defensa contra el caos, y no una entrada en él. Cuando nos ne-
gamos a entrar en el caos de nuestras vidas, perdemos una gran-
diosa oportunidad. Dios hizo a los hombres a su imagen para
crear, para hacer la diferencia, para dejar un legado. Los creó
para llevar la redención a un mundo trágico. Los creó fuertes
para proteger sus límites contra aquellos que los rodeaban,
para que tuvieran una visión que transmitir a otra gente.
Pero todo hombre ha sentido el toque de la tragedia. Ha
sido dañado por su padre, madre, abuelos, esposa, hijos, supe-
riores o socios de negocios. Todo hombre sabe demasiado bien
que su mundo es peligroso, y conoce el riesgo de exponerse, ya
sea en una relación o en el trabajo. Muchos están convencidos
de que la confusión de las relaciones y la incertidumbre del
futuro pueden destruirlos. Así que permanecen callados. No
obstante, cuando callan niegan la existencia y bondad de Dios.
Ese pensamiento me preocupa, porque me considero un cre-
yente en Dios. Pero cuando me quedo callado, vivo como un
ateo, dando así fe de mi creencia de que el caos es más podero-
so que Dios.

Hablar es la entrada a una relación. El silencio es el portero.


La Biblia hebrea nos enseña que las palabras nos sacan del
silencio y nos conectan con Dios. Y al estar poderosamente
Adán Estaba Ahí, y Calló... 1I I
presentes en nuestras palabras tenemos una gran oportunidad
para llevar vida a esas áreas donde reina la muerte. Pero junto
con esa oportunidad, llega una advertencia aterradora: nues-
tro silencio destruye. N o hay punto medio. El rabino Pinchas
de Koritz lo resume muy bien: "El mundo es como un libro que
se puede leer en cualquier dirección. Existe el poder de la crea-
ción, hacer algo de la nada. Y existe el poder de la destrucción,
hacer nada de algo".
En cada momento de mi vida, estoy haciendo equilibrio
entre la creación y la destrucción. El silencio destruye. El ha-
blar crea. Aunque soy un hombre callado, quiero ser un hom-
bre que habla, que está presente, que —como su Dios— hace
algo de la nada.
Conclusión
de la Parte 1

J ^ e puede entender a un hombre conociendo las pregun-


tas que arden en su interior. Para muchos, hay una pre-
gunta que sobresale entre las demás como la más importante:
"¿Qué debo hacer?" Esa es la pregunta que hacen los h o m -
bres c u a n d o sienten su más profunda agonía.
Cuando un hombre llega al punto d o n d e esa pregunta
no se puede contestar, se mueve hacia otro punto donde
pueda hacerlo. Al ver alrededor y darse cuenta de que se ha
desviado hacia una situación confusa en la que se requiere
de valor y creatividad, encuentra una forma de regresar a la
esfera de lo manejable, a alguna actividad o responsabili-
dad donde su destreza y conocimiento técnico sean útiles,
donde su inadecuación y temor no sean expuestos, ni se
requiera del valor para vivir en un mundo impredecible. En
resumen, se retira adonde pueda encontrar una respuesta a
la pregunta que le quema.
Cuando un hombre huye del terror del misterio hacia la
comodidad de lo manejable, se pone en peligro a sí mismo.
Si está regido por la exigencia de saber siempre lo que debe
hacer, no podrá experimentar los placeres profundos de la
hombría, porque ha violado su llamado y traicionado su
naturaleza.
Dios llama al hombre a hablarle a la oscuridad, a recordar
quién es Él y qué ha revelado acerca de la vida, y con ese re-
cuerdo en un lugar predominante de su mente, a moverse
122 £/ Silencio de Adán
hacia sus relaciones y responsabilidades con la fortaleza imagi-
nativa de Cristo.
Dios está contando una historia llena de vida, amor y gra-
cia, una historia de odiar lo malo y honrar lo bueno, rica en
drama, poesía y pasión. Al ver su historia relatada a través de
nuestro existir, encontramos el valor para manejar la confusión
inevitable de la vida, la fortaleza para seguir adelante, para
correr riesgos y relacionarnos profundamente, porque somos
captados en la más grande historia de Dios.
Dios nos llama a romper el silencio de Adán. Tenemos
que rendirnos a Él con absoluta confianza en su bondad; y
con la libertad que crea tal confianza, debemos avanzar ha-
cia las profundidades de la incertidumbre peligrosa con una
palabra dadora de vida. Esa clase de movimiento podría ser
algo tan simple como estimular a un hijo brindándole aten-
ción extra, o algo tan aterrador como dar su corazón donde
podría no ser deseado.
Pero la dificultad de romper el silencio de Adán radica
en que experimentamos temor. El compromiso con el movi-
miento masculino crea un temor saludable. Nos damos cuen-
ta de que no hay ningún código que seguir en las esferas
que escogimos para entrar. Pero también crea un sentido de
anticipación. Al decidirnos a hablar en la oscuridad, Dios
da el valor, n o del tipo que aquieta las piernas temblorosas,
sino del que n o s ayuda a movernos hacia adelante con esas
mismas piernas.
Es una progresión interesante. Cuando los hombres se
mueven hacia adelante en fe, toman una conciencia más pro-
funda de su necesidad de Dios, y por lo tanto, lo buscan más
sinceramente, y es entonces cuando lo encuentran. Esa es la
promesa.
Los hombres que pasan su vida buscando a Dios son trans-
formados silenciosamente, de simples hombres en ancianos:
hombres piadosos que saben lo que significa confiar en una per-
sona cuando n o hay un plan a seguir; padres espirituales que
entran en cuevas oscuras de las cuales huyen sus hijos; conseje-
ros como Cristo que le hablan a la oscuridad con fortaleza, sin
controlar, con suavidad en lugar de fuerza destructiva, y con
una sabiduría capaz de atravesar la confusión y lograr la belle-
za del más allá.
Conclusión de ¡a Parte / 123

Se entra en el camino de la auténtica hombría a través de la


puerta estrecha de una pasión determinada por rendirse com-
pletamente a Dios. El camino, más allá de la puerta, es la liber-
tad que tenemos para hablarle a la oscuridad, mientras oímos
el eco de la voz de un Dios muy recordado.
PARTE 2

Algo Vital
Hace Falta

Los Problemas de la
Comunidad Masculina
126 £/Silencio de Adán

Si un hombre es honesto consigo mismo,


admitirá que justo en el momento
en que se sienta más amenazado
se aterra y duda de sí mismo.
En ese punto, en Vez de rendirse a Cristo
en bumitdad y fe,
y clejar las explicaciones y garantías,
Jo más probable es que baga preguntas engreídas
para las cuales soto hay una respuesta desalentadora:
"¿Tengo lo que se necesita para manejar aquello
que para míes una amenaza?"
Por lo tanto, ViVe con temor,
desesperadamente decidido a evitar
que su insuficiencia sea puesta al descubierto,
prestándote poca consideración
a lo que significaría dar de sí como hombre.
Generalmente los hombres viven
sin una clara visión del rol
que la comunidad masculina
debe desempeñar en la vida
—especialmente en ¡as relaciones.
Ellos ban perdido et gozo de soñar.
Cuando usted pierde contacto con Cristo,
le es imposible tener sueños nobles.
Capítulo

Hombres
Que Luchan
Contra la Oscuridad

graciable! Eso era él. Amable, considerado, respe-


tuoso, interesado en honrar a Dios en todos sus cami-
nos, especialmente en su trato con las mujeres.
En dos meses cumpliría cuarenta años. Todavía estaba sol-
tero, y no veía nada malo en eso. El apóstol Pablo lo considera-
ba un llamado más alto. No era que no quisiera casarse o que
tuviera problema con el sexo opuesto, y con seguridad, no te-
nía inclinaciones homosexuales.
Sencillamente, no había aparecido la chica adecuada. El sa-
bía que tenía estándares altos. ¿Era eso tan malo? Si algunos de
sus amigos hubieran tenido estándares más altos, hoy no esta-
rían atravesando por tantos problemas matrimoniales.
Quizá sería en este grupo de solteros donde Dios proveería.
Tenía que admitir que en los otros tres grupos también ha-
bía muchas mujeres buenas —pero tal vez todas estaban com-
prometidas con las iglesias equivocadas. Para él la doctrina era
128 £/ Silencio de Adán

importante. Ahora que era mayor, podía ver con más clari-
dad. Las tres iglesias desde sus tiempos de universidad —eso
hacía más d e quince años— estaban equivocadas en algo
importante.
La primera era demasiado carismática, a u n q u e eso lo
había atraído cuando era más joven. La segunda, demasia-
do legalista y la tercera, bueno, bastante "elevada" —mucha
liturgia.
Ahora que estaba en la iglesia correcta, quizá Dios le pro-
porcionaría la compañera adecuada. Debía esperar, ver —y por
supuesto, orar.
La última mujer —una gran dama, atractiva, piadosa, y muy
disponible— pero por la razón equivocada, ya había estado
casada. Él no estaba seguro de si era pecado casarse con una
divorciada, pero realmente quería mantener sus altos estánda-
res. Rompió justo antes de debilitarse lo suficiente como para
proponerle matrimonio. Se libró por un pelito. Le agradeció a
Dios por la fortaleza para retroceder, con esta y otras dos muje-
res anteriores a ella. Sólo salió con tres mujeres en forma regu-
lar para cumplir con unas cuantas citas arregladas por otros,
pero sin posibilidades reales.
Le agradaba una con la que realmente parecían gustarse.
De repente, ella perdió el interés. Dijo algo así como que sentía
que "él no daba en el blanco", y simplemente dejaron de co-
nectarse. Le dijo que era agradable, como un amigo casual, pero
que ella quería algo más. Probablemente era inmadura. Una
chica que buscaba diversión y emoción. Quería que el Príncipe
Azul llegara en su caballo blanco, la levantara y se la llevara.
Bueno, él quería que su esposa tuviera los pies sobre la tierra,
que viviera para servar a Cristo aun cuando la emoción se hu-
biera acabado.
Luego, la anterior a ésta, su primer amor verdadero, o al
menos eso era lo que pensaba en ese entonces. Pero ahora, al
mirar atrás, sabía que había sido un amor juvenil. Después de
salir durante ocho años, ella se cansó de esperar. Él quería estar
seguro de que era la voluntad de Dios, pues nada peor que
adelantársele a EL Era demasiado impulsiva.
Hora de irse a la reunión de solteros. Era mejor orar prime-
ro, pidiendo la bendición de Dios —nuevos amigos, aliento,
tal vez la chica adecuada. ¿Por qué ahora, después de cinco
Hombres Que Luchan Contra la Oscuridad 129
meses, aparecía en su mente el comentario de aquel anciano?
Justo cuando estaba orando. ¿Cómo se llamaba? Stevens. Sr.
Stevens. Jubilado. Le dijo que quería que se reunieran para to-
mar un café. Hizo tantas preguntas, nunca de una forma mo-
lesta, pero con un intenso propósito.
Y luego, aquella frase. Bueno, un par de frases. ¿Cómo fue
que lo planteó? "Espero que me disculpes si soy duro, pero
quiero decirte algo. No creo que la forma en que abordas a las
mujeres sea muy varonil. Creo que quieres que ellas te persi-
gan, como si fueras un chico de bachillerato que espera a que
una chica bonita lo saque a bailar".
No podía sacar de la mente esa imagen —de él parado a un
lado, esperando que una chica lo persiguiera... Cuando el Sr.
Stevens se lo dijo por primera vez, le dolió. Ahora simplemen-
te esto se había quedado ahí como una vieja lesión.
Bueno, sólo tenía que esperar a que Dios le mostrara qué
debía hacer.

Los hombres que preguntan "¿Qué debo hacer?", a menu-


do están haciendo otra pregunta aún más perturbadora: "¿Ten-
go lo que se necesita para hacer lo que Dios ha determinado
que el verdadero hombre haga?" Esa pregunta, por supuesto,
permanece encubierta haciéndonos sentir demasiado incómo-
dos. Pero está ahí, y no podemos escondernos completamente
de ella.
Los hombres fueron diseñados para recordar a Dios y mo-
verse con valor en regiones donde no existe código. En vista
de que fuimos diseñados de esa forma, cuando no nos arries-
gamos sentimos que algo no concuerda. ¡Y lo sabemos! Cada
vez que retrocedemos ante cierto asunto porque nos asusta
mucho tener que enfrentarlo, sentimos que algo anda mal. Pero
como estamos tan asustados, no podemos averiguar qué es.
Nos las arreglamos para adormecer esa sensación de ma-
lestar, y aprendemos a vivir con una conciencia levemente
preocupada. Cuando cedemos al impulso de no arriesgarnos,
estamos en problemas y nos debilitamos en otras áreas.
Algunas veces, el ceder libera otros impulsos demasiado
fuertes como para resistirlos. Una vida d e fantasía que no
130 £/ Silencio de Adán

desaparece, deseos pervertidos que no podemos quitarnos de


encima.
Los hombres que olvidan a Dios a menudo desarrollan
resentimiento hacia sus esposas porque no son vivaces, es-
tán pasadas de peso o son desagradecidas. El resentimiento
puede alimentar las exigencias sexuales o apagar el interés
en ellas, lo cual puede conducirnos a la pornografía a altas
horas de la noche, en la habitación de un hotel, a la mastur-
bación compulsiva o al adulterio.
Nos gusta culpar de las luchas sexuales al instinto sexual
excesivo, al trasfondo loco que cruzó algunos cables sexuales o
a las esposas que no cooperan. Insistimos en que el problema
es simplemente la desobediencia a Dios y que la solución es
pasar más tiempo de rodillas, en la Palabra, y a la par, tener un
mayor compromiso con la pureza sexual.
Es cierto que cada uno de estos elementos puede estar im-
plicado en la lucha de un hombre con el sexo. Ciertamente, la
elección de desobedecer está presente en todo acto de pecado
sexual.
Pero debajo del pecado obvio puede haber pecado escon-
dido, una falta aún más seria, pero menos notable que ver por-
nografía; un pecado que nos debilita y nos engaña hasta el
punto en que la elección de ceder a los impulsos inmorales
parece razonable, e inclusive necesaria. Al igual que un tumor
no diagnosticado que causa dolores de cabeza, nuestro pecado
más profundo continuará dando su fruto inmoral hasta que
sea reconocido y tratado.
El problema fundamental que yace bajo nuestros proble-
mas más visibles es que no luchamos para que haya profundi-
dad o calidad en nuestras relaciones. No somos ricamente
masculinos como esposos, padres, hijos, hermanos o amigos.
Evitamos aquellas áreas de nuestras relaciones que nos des-
conciertan por completo, porque no queremos aceptar nuestra
responsabilidad de movernos sin un código. Toda situación que
requiera que nos movamos con valor, nos confronta con la te-
mida pregunta: "¿Tengo lo que se necesita para hacer lo que
Dios ha determinado que haga el verdadero hombre?"
La salud sexual no puede existir sin relaciones saludables,
y las relaciones saludables requieren que recorramos un sen-
dero que toma formas que no podemos predecir.
Hombres Que Luchan Contra La Oscuridad 131

La p r i m e r a parte de este libro examinó la energía que hay


detrás d e l a pregunta: "¿Qué debo hacer?" Analizamos la de-
manda d e u n código, la negación a hablarle a la oscuridad, la
determinación de vivir dentro de la esfera de lo manejable para
no fracasar, la elecdón de olvidar a Dios, el anhelo "razonable"
de lograr las cosas en la vida sin ejercitar la clase de valor más
profunda, el impulso paralizador de ser como Adán, y quedar-
se callado cuando se debe hablar. Algo serio anda mal con los
hombres, y es nuestro silencio.
En l a segunda parte ("Algo Vital Hace Falta"), examinamos
de cerca el temor que yace bajo la demanda de que la vida fun-
cione c o m o debería —el temor expresado en la pregunta:
"¿Tengo lo que se necesita para hacer lo que Dios ha determi-
nado q u e el verdadero hombre haga?" Le prestamos atención
especial a:
— C ó m o manejamos ese temor (Capítulo 8).
— D o s m a n e r a s típicas de relacionarse los hombres poco
varoniles (Capítulo 9).
—Hombres que exigen ayuda (Capítulo 10).
—Hombres que sólo necesitan de sí mismos (Capítulo 11).
Entonces, en primer lugar surge la pregunta: ¿Qué hacen
los hombres cuando sienten temor al enfrentar una situación
que no tienen ni idea de cómo manejar?
Nadie en este mundo, puede evitar la oscuridad. Todos nos
vemos atrapados en circunstancias que nos dejan perplejos, y
que además, generalmente implican problemas inesperados en
nuestras relaciones.
Un buen amigo mío, a quien llamaré Chad, y que es un
hombre cuya hombría respeto profundamente, se despertó
un lunes en la mañana a causa del ruido de un portazo. Sal-
tó de la cama y abrió las cortinas justo a tiempo para ver
que su hijo adolescente se alejaba rápido de la casa, clara-
mente acongojado.
Chad miró el reloj de la mesa de noche: eran las 6:10, el sol
apenas había salido.
De inmediato mi amigo entró en pánico. Era obvio que algo
andaba mal, pero no sabía qué. ¿Debía ponerse los pantalones
y correr tras su hijo? ¿Debía caer sobre sus rodillas y orar?
132 £/ Silencio de Adán
Como su esposa tenía el sueño pesado, todavía estaba dormi-
da y no había oído el ruido. ¿Debía despertarla?, se pregunta-
ba Chad.
En los pocos segundos que necesitó para estar totalmente
confundido, pudo sentir cómo le subía la ira. No era así como
había planeado comenzar la nueva semana. Su enojo estaba
dirigido hacia su hijo, quien había estado actuando extraña-
mente por más de un mes — y no quería hablar al respecto. A
propósito de esto, desde pequeño el niño siempre fue una fuen-
te de frustración, ya que siempre quebrantaba las reglas de la
familia.
Luego, sin advertencia, la hostilidad cambió de dirección.
Chad ahora estaba enojado consigo mismo. ¿No habría pasa-
do suficiente tiempo con su hijo mayor? Las exigencias del
trabajo se habían multiplicado durante las últimas semanas.
Los devocionales familiares, también las salidas como familia,
eran ahora menos frecuentes. Incluso su esposa había mencio-
nado sin quejarse cuán preocupado se veía él por su trabajo.
Quizá le tenía demasiado miedo como para ser honesta.
¿Serían las cosas peores de lo que creía Chad? ¿Estaría su
matrimonio en problemas? ¿El niño estaría consumiendo dro-
gas? Últimamente parecía más irritable. Sus calificaciones
habían empeorado, y pasaba más tiempo en su habitación, jus-
tamente el poco tiempo que estaba en casa.
C h a d recordó el artículo que había leído la semana pasada
acerca del suicidio en adolescentes. ¿Qué le pasaba a su hijo, a su
familia, a él mismo?
S u mente se aceleró. Sólo habían pasado cinco minutos
desde que se oyó el portazo, y ya estaba teniendo una crisis
nerviosa. Quería despertar a su esposa y gritarle —acerca d e
algo, cualquier cosa. Quería correr tras ese chico necio para
meterle en su cabeza un poco de sentido común. ¡No! Eso em-
peoraría las cosas. Tal vez podía Llevarlo a desayunar para pro-
piciar una conversación real entre padre e hijo; iría a trabajar
más tarde para pasar tiempo con su muchacho. Eso sonaba bien.
C h a d se dijo que debía mantener la calma y controlarse. Si
al fin y al cabo, toda su familia era cristiana —incluyendo a los
abuelos de ambas partes. Dios haría que todo saliera bien. Ne-
cesitaba tener más fe. Podía confiar en Dios.
Hombres Que Luchan ContraLaOscuridad 133

Pero la hija del copastor —embarazada a los dieciséis años.


¿Estaba saliendo eso bien? Y aquella pareja misionera por la
que oraron hace un año —su único hijo se había quitado la
vida. ¿Será que no habían confiado en Dios? ¿Sería por eso que
ocurrió? Era obvio que e n algunos hogares cristianos, mejores
que el suyo, sucedían cosas malas. Y Sid, su compañero de
racquetball [N. de T.: Tenis que se juega en u n lugar encerrado
por cuatro paredes.] — s u hijo, de poco m á s de veinte años,
había estado desaparecido por dos años. ¿Estaría muerto? ¿En
drogas? ¿Demasiado lleno de odio como para llamar a sus pa-
dres? Sid no lo sabía.
Dios, ¿qué has prometido? ¿De qué puedo depender? ¿Qué
es predecible? ¿Qué debo hacer?
Esa es la primera pregunta que se hacen los hombres.
Suponga que en respuesta a esa pregunta, Chad oyera una
voz firme que dijera: " S é hombre. Decide lo que mejor refleje
el carácter de Dios y muévete como corresponde. Sé valiente.
Sé sabio. Sé imaginativo. Amas a Dios. Amas a tu hijo. ¡Haz
algo!"
La mayoría de los hombres ha escuchado esa voz, algunas
veces a través de un hombre mayor y más sabio. A mí m e ha
ocurrido. "¿Pero qué debo hacer?", volvemos a preguntar. Tie-
ne que haber un código. Tiene que haber un experto que sepa lo
que alguien debe hacer en cada situación. No hay problema
con sentirse confundido, aunque no totalmente. El crepúsculo
es una cosa, pero la oscuridad de medianoche otra.
Dios sabe qué debemos hacer, y seguramente nos lo dirá. Y
en efecto, luego nos damos cuenta de que era su voz, dicién-
donos qué debíamos hacer, aunque no con un código. Nos dice
que seamos hombres, que lo amemos, y luego que hagamos lo
mejor según nuestro criterio. Adán le dio nombre a todos los
animales sin que Dios interviniera. El no le susurró sugeren-
cias ("Mira, si ves que avestruz le sienta bien a aquel pájaro de
cuello largo") ni lo corrigió ("¡No, no! Hipopótamo no suena
bien para ese, conejo le va mucho mejor").
Cuando por fin caemos en cuenta de que Dios está espe-
rando que nos movamos y le hablemos a la oscuridad, y de
que su instrucción es que escojamos una dirección consistente
con lo que sabemos de Él, entonces dejamos de hacernos la
134 £/ Silencio de Adán

primera pregunta: ¿Tenemos que...? Él no nos dirá específica-


mente qué debemos hacer. En consecuencia, comenzamos a
enfrentar la soledad de la elección y el terror de la confianza.
Es aquí cuando surge, desde lo más profundo de nuestro
ser, la segunda pregunta, acompañada de un nivel de temor
que nos deja más solos que antes: "¿Tengo lo que se necesita
para hacer lo que Dios ha llamado a hacer al hombre —al h o m -
b r e varonil? Si me muevo, ¿lo haré con sabiduría? ¿Tengo el
valor para hacer algo con la única garantía de dejar que los
propósitos fundamentales de Dios se lleven a cabo? ¿Estoy
dispuesto a adentrarme en el misterio de la relación con otro
ser humano, renunciando a todo esfuerzo por controlar el
resultado?"
Muy pocos hombres durante toda su vida tocan por lo
menos a otro ser humano con una palabra que produzca una
libertad que dé vida. Esto sucede porque simplemente tene-
mos demasiado temor a enfrentar lo que podría pasar si una
esposa, un hijo o hija, o un amigo se salieran de nuestro con-
trol y dieran un paso hacia adelante en su individualidad im-
previsible.
Si realmente decidimos penetrar la imprevisibilidad de las
relaciones, no e s t a m o s seguros de que podamos hablar
una palabra de vida. Y tampoco lo estamos si queremos q u e la
gente haga sus propias elecciones al relacionarse con n o s o -
tros. ¿Podemos manejar lo que podría suceder si nuestros alle-
gados fueran realmente liberados?
Es mejor mantener a las mujeres en su lugar, y a los hijos
silenciosamente obedientes, viéndolos, pero no escuchándo-
los. Y también a los hombres. Las amistades se desarrollan sin
mayor problema si se evitan ciertos temas. Las relaciones rea-
les demandan demasiado de nosotros. Somos capaces de salu-
dar con la cabeza a los conocidos.
Cuando Dios lo confronte con una situación de relaciones
tan confusa e importante que usted tenga que clamar, "Dios,
quiero ser hombre. ¿Pero tengo lo que se necesita?", entonces
regocíjese, porque está ante una puerta que se abre hacia el
sendero angosto de la verdadera piedad masculina.
Por una buena razón es una puerta que muy pocos logran
abrir. Debido a que no hay ninguna fuerza suficiente que pue-
da hacerlo, nunca se le abre a un hombre que se le acerca con la
Hombres Que Luchan ContraLaOscuridad 135

confianza de quien está acostumbrado a hacer que las cosas


sucedan. Sólo el hombre que se ha salido de la esfera de lo
manejable —aquel que ha caído postrado ante el misterio, pero
que ansia con desesperación entrar por ella—•, será, en su debi-
lidad, lo suficientemente fuerte para hacerlo.
Ningún hombre que lleve su propia luz a la oscuridad pon-
drá jamás su pie en el camino a la hombría. Escuche las pala-
bras de Isaías:
Aunque camine en la oscuridad, y sin un rayo de luz, que
confíe en el nombre del Señor y dependa de su Dios.
Pero ustedes que encienden fuegos y preparan antorchas en-
cendidas, caminen a la luz de su propio fuego y de las antor-
chas que han encendido.
Esto es lo que ustedes recibirán de mi mano: en medio de tor-
mentos quedarán tendidos (Isaías 50:10-11).
Encender sus lámparas es otra forma de describir lo que los
hombres hacen cuando se encuentran en un lugar oscuro. Re-
troceden gateando hacia algo que puedan manejar, quizá
redefiniendo la confusión en un paquete más entendible y, por
lo tanto, controlable. Ellos dependen de la teología por fórmu-
la, buscan a un experto que les provea un código que determi-
ne qué deben hacer para garantizar el resultado deseado. Se
rehusan a penetrar la oscuridad sólo con la confianza de que
Dios está con ellos.1
Suponga que mi amigo, el que fue despertado por el ruido
del portazo, hubiera respondido a sus preocupaciones frenéti-
cas sin humillarse. Suponga que nunca hubiera enfrentado lo
que pasaba dentro de él: su enojo, su autorreproche, y el terror
que invadía su corazón. Suponga que en vez de mantenerse
distanciado de esos sentimientos hubiera decidido averiguar
qué debía hacer, y lo hubiera hecho. Nunca habría sido que-
brantado por su orgullo, ni se habría sentido perdido por su
insistencia de querer saber siempre qué hacer, ni tampoco se
habría arrepentido de exigir, egocéntricamente, que las cosas
importantes de su vida funcionaran de acuerdo con un plan
bajo su control.
Si Chad nunca hubiera ahondado lo suficiente en su cora-
zón, hasta sentirse quebrantado por su arrogancia, y humilla-
do por su impotencia, entonces cualquier elección tomada ese
136 £/ Silencio de Adán

lunes por la mañana hubiera significado encender su lámpara.


Permítame ser claro: siempre q u e nuestra agenda principal sea
hacer que nuestras vidas funcionen, entonces, sin importar lo
que hagamos, encendemos lámparas.
Pero cuando nuestra agenda principal es amar a Cristo,
agradarle y representarlo bien ante otros, entonces cualquier
acción nuestra implicará dependencia y confianza "en el nom-
bre del Señor". Si realmente amamos a Cristo, entonces, por
supuesto, haremos nuestras elecciones dentro de los límites
claramente establecidos en las Escrituras. Podríamos despertar
a nuestra esposa, pero no gritarla. Podríamos no despertarla
pero más tarde, en una crisis familiar, no la regañaremos por
estar dormida. Podemos elegir libremente entre despertarla o
no. Sea como fuere, está claramente prohibido desquitarnos
con ella por nuestras frustraciones. Y cuando un hombre pia-
doso hace lo que es malo, cuando se sale de la luz que Dios
ha dado, debe asumir su error, aceptar toda la culpa y pedir
perdón.
Como Chad es un hombre piadoso, veamos qué significó
para él penetrar la oscuridad sin encender su propia lámpara:
Reconoció su gran impaciencia, remordimiento e irritabilidad
en ese momento. Se rindió conscientemente a Dios c o m o un
hombre débil, el cual no sabía qué hacer, y recordó que el
propósito que había deddido para toda su vida, i n c l u y e n d o
ese momento del lunes por la mañana, era amar a Cristo v
honrarlo en todo lo que hiriera.
A pesar de que todavía se sentía enojado y asustado, su
corazón y voluntad estaban determinados tan firmemente
como lo permitía su nivel de madurez. Aunque su fe era débil,
pensó que ésta quizá se acercaba al tamaño de una semilla de
mostaza.
Meditó por un minuto y decidió no despertar a su esposa,
sino vestirse rápidamente, bajar las escaleras, sentarse e n la
grada del frente, y esperar a que su hijo regresara. La i m a g e n
que lo guió fue la del padre del hijo pródigo, quien n o fue a
buscarlo a una tierra extraña, sino que esperó ansiosamente su
regreso. Tal vez ese no era el pasaje que debía aplicar. Q u i z á la
parábola del Señor que va en busca de la oveja perdida d e b í a
guiarlo a buscar a su hijo. No podía estar seguro. No había luz;
Hombres Que Luchan ContraLaOscuridad 137

sólo oscuridad. Pero él confiaba en el Señor, de la mejor forma


que sabía hacerlo. Tomó una decisión aun cuando no sabía qué
hacer. Se movió; se movió hacia el misterio.
El punto importante de la historia no es lo que sucedió des-
pués. No importa si más tarde tuvo noticias de que su hijo se
había suicidado, ni si le dio la bienvenida a casa a los pocos
minutos, porque es claro que se trata de un asunto paralizante
muy significativo. Pero el resultado de la historia no determina si mi
amigo actuó como hombre o no.
Más allá de lo que haya ocurrido después ese lunes por la
mañana, requeriría de más "decisiones de confianza", hablarle
más a la oscuridad, más movimiento sin un código. Si el chico
se hubiera quitado la vida, habría sido necesario tomar deci-
siones relacionadas con el dolor indecible de Chad, quizá co-
menzando con la decisión de permitir que otros lo ministraran
durante una larga temporada de sanidad.
Si su hijo hubiera regresado a casa atacándolo al en-
trar, habría necesitado de un conjunto diferente de decisio-
nes. Si hubiera regresado llorando, ansioso por derramar su
corazón, aun entonces mi amigo habría tenido que tomar
decisiones. ¿Si las había, qué preguntas debía hacer? ¿De-
bía sólo escuchar? ¿Ofrecer consejo? ¿Orar?
Cuando nos convertimos en cristianos, nuestras decisiones
más importantes a menudo se toman en la oscuridad, sólo con
la luz de Dios. Debemos confiar en un Dios que a menudo no
nos dice exactamente qué debemos hacer. Con mayor frecuen-
cia, el Espíritu susurra aliento ("Puedes hacerlo. Estoy contigo"),
en vez de instrucciones ("Ahora ve a decirle esto"). Debemos
desarrollar una relación con Cristo en la que lleguemos a cono-
cerlo lo suficiente como para comportarnos como El lo haría,
sentir lo q u e El sentiría, lo que podría decir. Debemos cumplir
con nuestro llamado a reflejar su hábito de moverse a través de
la oscuridad hacia la belleza.
Dios llama a los hombres a hablarle a la oscuridad, pese a
que algunas veces sigue siendo oscura aun después de que
lo hagamos. No debemos buscar una lámpara con el fin de
que nos alumbre el camino. Cuando insistimos en saber qué
hacer para alcanzar nuestras metas, somos encendedores de
lámparas.
138 £/ Silencio de Adán

Todo hombre caído tiene la tendencia natural a encender


sus propias lámparas. Y esa tendencia es claramente visible, no
sólo en las crisis de relaciones en la vida, sino también en nues-
tro estilo de relacionarnos todos los días. Los hombres qie
rutinariamente encienden lámparas en vez de confiar en Dios,
revelan su falta de hombría, sobre todo en su forma de atraer
a otras personas, y particularmente a las mujeres. En los si-
guientes tres capítulos nos referiremos a estos patrones poco
masculinos de relacionarnos.

1 El pasaje de Isaías, por supuesto, se aplica por completo tanto a


las mujeres como a los hombres. Todo enfoque de la vida que no
se centre en la confianza, eventualmente produce miseria.
Capítulo

Cómo se Relacionan
los Hombres
Poco Varoniles

w^ a impresión que causaba la toma de conciencia no ele-


0 V gida era extraña. Él ya había enfrentado antes cosas du-
ras acerca de sí mismo. Cuando tenía ocho años, la idea de que
era pecador le quedó clara, a pesar de n o haber hecho arreglos
para llegar a ese discernimiento que simplemente sucedió. De
alguna manera, la elección fue mezclada allí, pero se sentía
como algo que había sido más arreglado para él que por él.
Quizá vivía demasiado consciente de sí mismo. Algunos
creían que era introspectivo, ocasionalmente morboso, que se
preocupaba demasiado por sus motivos y sentimientos. Sin
embargo, otros lo alababan por eso, mencionando su apertura
y vulnerabilidad.
La admiración de estas personas había disminuido. Pensa-
ba que si alguien más exaltaba lo "real" que era, se iba a enfer-
mar. Ser real no parecía una gran virtud, que sentía más como
una pequeña parte de su llamado —tan inevitable, y quizá tan
necesaria como respirar.
140 £/ Silencio de Adán

Este último episodio de descubrirse a sí mismo se le había


acercado con sigilo. En realidad, nunca llegó a culminar como
una ráfaga brillante de luz o un descenso angustioso hacia el
quebrantamiento. Sólo se mantuvo llegando poco a poco, como
un goteo persistente que ahora fluía como un río, abriéndose
paso hacia su cerebro.
¿Era en realidad tan mezquino, tan egocéntricamente in-
maduro? ¿Era verdad que intentaba atrapar la aprobación, tal
como un bebé busca a tientas la leche? La evidencia estaba e n
las cosas pequeñas, algunas veces en la honesta retroalimenta-
ción que le daban otros acerca del efecto que producía en ellos;
a veces, como ahora, la evidencia vem'a en forma de aconteci-
mientos rutinarios que de manera inesperada, enfocaron cla-
ramente su patrón.
Fue como durante la semana anterior, cuando se había acos-
tado temprano, agotado, quizá estaba pescando un resfrío.
Después de leer por unos minutos, apagó la luz. Alrededor d e
una hora después, cayó dormido.
Su esposa, quien se estaba poniendo al día con unas cuan-
tas responsabilidades en otra parte de la casa, escuchó un rui-
do. Sintió temor y por reflejo lo llamó. Una vez... y luego otra,
parada fuera del dormitorio, hablando lo suficientemente alto
como para despertarlo.
Antes de que él pudiera responder, su esposa reconoció el
origen del ruido. Era el viento que soplaba a través de una ven-
tana abierta. No era causa de alarma. Ella dijo: "Todo e s t á
bien". Luego se disculpó: "Siento haberte despertado".
Algunos hombres habrían dicho, refunfuñando: "¿No pue-
do dormir un tiempo extra en mi propia casa?" Otros habrían
hablado entre dientes, sólo tratando de volver a dormirse. Los
hombres buenos se habrían preocupado por su esposa, sin gru-
ñir y sin hablar entre dientes. Ellas se habrían sentido amadas,
en vez de fastidiadas.
Al volver a poner su cabeza en la almohada, sintió dos co-
sas. Primero, estaba animado y cariñoso con su esposa, porque
le había hablado sin brusquedad y sin hacer ruidos incoheren-
tes. Sabía que había sido honesto al contestar su disculpa, di-
ciendo: "No importa. Estabas asustada". No se había sentido
orgulloso, sino simplemente animado. Segundo, estaba sereno.
Se dio cuenta de que los demonios familiares no habían sido
Cómo se Relacionan los Hombres Poco Varoniles 141

echados fuera; y aunque se hubieran podido atar, no los había


amordazado. O y ó cómo cacareaban su mensaje seductor: "Las
cosas realmente nunca te salen bien. Es la primera noche en
meses que te acuestas temprano. Creías que alguien notaría lo
cansado que estabas y se preocuparía por ti. Eso no es pedir
demasiado; sólo pedir lo que quieres aunque nunca lo obtie-
nes —alguien que te ponga en primer lugar. Si has estado ahí
para muchos cuando te han necesitado, ¿es malo pedir que
alguien piense en ti?"
Estaba acostado, deseando meterle trapos sucios en la boca
a cada demonio, pero agradecido por haberle prestado aten-
ción a una voz mejor, y más consciente que nunca de que la
batalla real estaba dentro de él mismo, contra un enemigo que
pretendía ser su amigo.

A Charlie no le estaba yendo bien en el trabajo. El nuevo


director de operaciones, un autodenominado mesías totalmente
arrogante, le estaba haciendo miserable la vida. Charlie se en-
contraba desanimado, quizá hasta deprimido. Su esposa lo
apoyaba en forma genuina, y él se lo agradecía.
Pero algunas veces sentía que era una gran carga para
ella. ¿Qué pensaría realmente de él? ¿Cómo reaccionaría
cuando llegara a la casa nuevamente deprimido? Tal vez él
hablaba demasiado de sus problemas, pero n o podía fingir
que andaba animado. Simplemente no podía mostrarse des-
preocupado y alegre sintiéndose de esa manera. En todo el
camino a casa, reflexionaba sobre la mejor forma de mane-
jar a su esposa.
Mark era diferente. Su empleo, como el de Charlie, estaba
hecho todo un lío pero se sentía capaz de lidiar con eso. Su
esposa podía saber cuándo las cosas en el trabajo no iban tan
bien; él se volvió más seguro de sí mismo, y menos reflexivo.
Cuando ella le preguntaba cómo se sentía, su respuesta favori-
ta era: "No hay problema". Pero luego seguía con un chorro de
críticas: "El nuevo gerente no tiene ni idea de qué hacer para
que nuestra compañía realmente surja. Ese tipo nuevo es un
verdadero fiasco. No le caigo bien y él tampoco a mí. Pero lo
solucionaré de una u otra forma".
142 £/ Silencio de Adán

Eso sería todo. Caso cerrado. Puerta cerrada. La conversa-


ción durante la cena sería agradable la mayor parte del tiempo,
a excepción de unas cuantas estocadas dirigidas a los chicos, y
una o dos a ella. Y l u e g o televisión durante tres horas.
Ponga en fila a cien hombres, y obsérvelos de cerca durante
una semana. Sólo con u n poco de discernimiento, usted podrá
reconocer uno de los dos patrones en su forma de tratar a las
personas, setenta u ochenta serán gobernados por una pasión
que se llama necesidad. Algo en su interior necesita de aten-
ción. A los pocos escogidos, de quienes el resto depende to-
talmente, se les pedirá que piensen en ellos y los traten de
cierta manera, estarán más que dispuestos a hacer su parte,
a hacer lo correcto, pero su meta será siempre la misma: ob-
tener algo de otra persona. Charlie encaja en este grupo, al cual
llamaré Patrón 1.
Los otros restantes serán gobernados por una pasión muy
diferente. La que controla su conducta, especialmente en las
relaciones personales, que no es la necesidad, sino más bien la
dureza: una actitud orgullosa del tipo, "no te necesito a ti ni a
ningún otro". Mark pertenece a este segundo grupo, al cual
llamaré Patrón 2.
En sus estilos de relacionarse, los hombres generalmente
son gobernados por una de estas dos pasiones. O bien son con-
trolados por la pasión de ¡a necesidad, que dice: "¡Satisface mi
necesidad! ¡Lléname —estov vacío!", o funcionan de acuerdo
J '

con la pasión de la dureza, donde el mensaje es: "Puedo manejar


las cosas sin ti. Cree en mí desde la distancia, y no me irrites".
Permítame sugerir primero por qué estos dos patrones son
básicos y por qué la mayoría de los hombres encaja en uno de
ellos, y luego, en el Capítulo 10, discutiré el primer patrón. En
el Capítulo 11 le daremos una mirada al segundo.

P O R Q U É LOS H O M B R E S
S E M U E V E N DE U N A U OTRA F O R M A
Dios quiere que todos seamos felices — n o bajo nuestras
condiciones, las cuales realmente nunca traen felicidad, sirio
b a j o las suyas. Al igual que en el manual del propietario de un
carro nuevo, sus condiciones implican que usemos los planes
que han sido trazados específicamente para nosotros.
Cómo se RelacionanlosHombres Poco Varoniles 143

Ningún hombre puede ser feliz a menos q u e viva de acuer-


do con su llamado a ser hombre. Los placeres excitantes, pero
superficiales, de la clase que no requieren que nos preocupe-
mos por cierto llamado profundo a la hombría, pueden disfra-
zarse de verdadera felicidad. Son cantidades de cosas, muchas
de las cuales, buenas en el lugar apropiado, se definen como la
fuente de la felicidad: poder, influencia, dinero, posición so-
cial, conexiones, logros, éxitos, posesiones, comida, sexo, recrea-
ción. El truco es que cumplen con la promesa — o al menos
parecen hacerlo— durante períodos de tiempo variados, y oca-
sionalmente durante años. Esas cosas permiten que nos sinta-
mos bien y hacen algo por nosotros. Pero e n realidad, no
cumplen con el trabajo. No producen un contentamiento que
sobreviva a la pérdida, un gozo que se profundice mediante el
sufrimiento, una confianza humilde que persista a través del
fracaso y los reveses.
Al ir tras esas fuentes de placer, nos rebajamos a marionetas
sostenidas por cuerdas que, si se cortaran, nos dejarían hechos
un montón sobre el suelo.
Ningún hombre puede ser feliz si no cumple con el llama-
do a hacer visible aquello que es difícil ver acerca de Dios. La
felicidad le llega cuando demuestra, con su vida, que Dios siem-
pre se está moviendo, que nunca es detenido por la oscuridad
y siempre está haciendo algo bueno, sin importar qué tan ma-
las puedan parecer las cosas.
Los hombres son llamados a moverse sobre la oscuridad, a
entrar en el misterio de las relaciones hasta que se hayan hu-
millado lo suficiente como para confiar en Dios, y luego actuar
para fomentar sus propósitos. Esa acción, de paso, se vendrá
abajo estrepitosamente a menos que Dios esté en ella. La
mayoría de los hombres nunca piensa ni siquiera así; nunca
dedican un momento para pensar en el llamado de Dios para
ellos. Y ni siquiera el mejor hombre vive su hombría por
completo.
Si es cierto que ningún hombre puede ser totalmente feliz
sin cumplir a la perfección el llamado de Dios a ser hombre,
entonces, en efecto, ningún hombre sobre la tierra es totalmente
feliz. Todos luchamos con cierta medida de infelicidad, con cier-
ta experiencia de vacío interno, insatisfacción y desagrado, que
nuestro Creador nunca planeó que soportáramos.
Cómo se Relacionan los Hombres Poco Varoniles 138

Ningún hombre p u e d e ser feliz a menos que viva de acuer-


do con su llamado a ser hombre. Los placeres excitantes, pero
superficiales, de la clase que no requieren que nos preocupe-
mos por cierto llamado profundo a la hombría, pueden disfra-
zarse de verdadera felicidad. Son cantidades de cosas, muchas
délas cuales, buenas en el lugar apropiado, se definen como la
fuente de la felicidad: poder, influencia, dinero, posición so-
cial, conexiones, logros, éxitos, posesiones, comida, sexo, recrea-
ción. El truco es q u e cumplen con la promesa —o al menos
parecen hacerlo— durante períodos de tiempo variados, y oca-
sionalmente durante años. Esas cosas permiten que nos sinta-
mos bien y hacen algo por nosotros. Pero en realidad, no
cumplen con el trabajo. No producen un contentamiento que
sobreviva a la pérdida, un gozo que se profundice mediante el
sufrimiento, una confianza humilde que persista a través del
fracaso y los reveses.
Al ir tras esas fuentes de placer, nos rebajamos a marionetas
sostenidas por cuerdas que, si se cortaran, nos dejarían hechos
un montón sobre el suelo.
Ningún hombre puede ser feliz si no cumple con el llama-
do a hacer visible aquello que es difícil ver acerca de Dios. La
felicidad le llega cuando demuestra, con su vida, que Dios siem-
pre se está moviendo, que nunca es detenido por la oscuridad
y siempre está haciendo algo bueno, sin importar qué tan ma-
las puedan parecer las cosas.
Los hombres son llamados a moverse sobre la oscuridad, a
entrar en el misterio de las relaciones hasta que se hayan hu-
millado lo suficiente como para confiar en Dios, y luego actuar
para fomentar sus propósitos. Esa acción, de paso, se vendrá
abajo estrepitosamente a m e n o s que Dios esté en ella. La
mayoría de los hombres nunca piensa ni siquiera así; nunca
dedican un momento para pensar en el llamado de Dios para
ellos. Y ni siquiera el mejor hombre vive su hombría por
completo.
Si es cierto que ningún hombre puede ser totalmente feliz
sin cumplir a la perfección el llamado de Dios a ser hombre,
entonces, en efecto, ningún hombre sobre la tierra es totalmente
feliz. Todos luchamos con cierta medida de infelicidad, con cier-
ta experiencia de vacío interno, insatisfacción y desagrado, que
nuestro Creador nunca planeó que soportáramos.
139 £/ Silencio de Adán

Desde lo profundo de nuestro corazón, en aquellos lugares


de nuestro ser que no entendemos, surge un anhelo, un ansia
desesperada por una respuesta, un vario que debe ser llenado.
También es una turbulencia causada por el enojo, que no nos
permitirá sentarnos tranquilos. Por lo menos, hasta cierta me-
dida, todo hombre sabe que no es totalmente feliz. Y cuando
sus deseos no satisfechos salen a la luz, se ve confrontado con
la elección esencial de la existencia humana: confiar, o no con-
fiar en Dios, encender sus propias lámparas o depender del
nombre del Señor. Si confía, la infelicidad (que debe continuar
hasta la muerte) estará rodeada de esperanza, de aceptación,
de significado a pesar de la imperfección, recibirá poder para
moverse bien. Eso trae gozo.
Si se rehusa a confiar, la infelicidad que lleva dentro se con-
vertirá en su problema más apremiante, y tendrá que encon-
trar cierta forma de lidiar con eso.
Debemos entender un principio simple: todo hombre se está
moviendo. El movimiento define su existencia, pero no todo el
movimiento es bueno. Por lo tanto, cuando un hombre no se
está moviendo como debe hacerlo, se moverá de formas equi-
vocadas. Cuando el movimiento correcto se detiene, comienza el mo-
vimiento incorrecto. Correcto, cuando es movimiento hacia Dios
a través de la infelicidad personal. Incorrecto, cuando está diri-
gido solamente a mitigar la infelicidad personal.
Como tanto los hombres como las mujeres son básicamen-
te seres sociales, todo movimiento será visto con más claridad
por la forma en que se relacionan. Producirá vida y belleza en
la gente que conocen, o bien destruirá estas virtudes. El efecto
de un hombre sobre otros puede ser imperceptible o dramáti-
co, pero está ahí. Ninguna interacción de más de unos pocos
segundos, ninguna conversación, por más casual que sea, deja
intacta a la otra persona.
Los hombres varoniles liberan a los otros de su control y los
animan con su influencia. Ellos tocan a sus esposas, hijos y
amigos de formas sensibles, que los liberan para luchar con
su propia soledad, egoísmo y dolor. Los hombres varoniles em-
pujan suavemente a su familia y amigos a las mismas encruci-
jadas en las que ellos encontraron la necesidad de escoger
entre la confianza y la incredulidad.
Los hombres carentes de hombría requieren que sus amigos
Cómo se Relacionan los Hombres Poco Varoniles 140

y familia satisfagan sus demandas. C o m o se m u e v e n c o n t r o -


lando, enojados y aterrados r e d u c e n a otros a la c o n f o r m i d a d
o los incitan a la rebelión del instinto de conservación.

POR QUÉ EL PATRÓN 1


Los hombres carentes de hombría que practican el primer
patrón del movimiento malo en las relaciones, quienes insis-
ten en que otros estén listos para ayudarlos, e n t i e n d e n que
la felicidad nunca se puede hallar e n el aislamiento, s i n o en
comunidad. Su trasfondo generalmente incluye a alguien que
les brindó un placer intenso: quizá una madre consentidora,
un padre demasiado generoso, un pastor juvenil extremada-
mente solícito (que tal vez se involucró de forma inapropiada),
o un atleta admirado que les dio su autógrafo. Cuando chicos,
estos hombres aprendieron una simple lección: la f o r m a más
confiable de aliviar el dolor interno es cuando alguien hace
algo por ellos.
En la mente del pensador del Patrón 1, toma f o r m a una
estrategia que acomoda su inclinación a no moverse de formas
que podrían revelar su insuficiencia: hacer que otros respondan a
sus necesidades sin que tenga que hacer un movimiento correcto. Ahora
no le toca enfrentar su propio terror a la oscuridad y su necesi-
dad real de Dios, porque tiene esperanza.
La pasión de la necesidad gobierna todas las decisiones de
un hombre que sigue el Patrón 1: casarse o no casarse con esta
o aquella mujer, decidir movimientos en su carrera, seleccio-
nar actividades con amigos, determinar si castigar o n o a sus
hijos. Esa misma pasión gobierna hasta las más pequeñas deci-
siones: ¿Debo decirle a mi esposa lo que siento? ¿Voy a esa fies-
ta? ¿Debo quejarme por el servicio de ese mesero?
Al igual q u e el hijo de un hombre rico que depende de
los cheques mensuales de su fideicomiso, un h o m b r e go-
bernado por s u propia necesidad llega a pensar q u e tiene el
derecho a n o moverse nunca por su cuenta. Está dispuesto
a ser responsable hasta cierto punto, y a menudo a ser ama-
ble y considerado, algunas veces útil hasta el sacrificio, pero
siempre con la exigencia de que alguien lo note — y de que
alguien le dé aquello que lo hace sentir bien. Ese es el hom-
bre del Patrón 1.
141 £/ Silencio de Adán

P O R QUÉ EL PATRÓN 2
L o s hombres carentes de hombría se vuelven a otros c o n
un despliegue bien manejado de necesidad, o bien empujan a
la g e n t e lo suficientemente lejos de ellos, a fin de evitar todo
sentido de conexión significativa. Los hombres gobernados p o r
la pasión de la dureza tienen una historia típica, que se caracte-
riza más por el descuido o el enojo que por el compromiso
placentero. Disciplina rígida, padres preocupados, madres des-
cuidadas, iglesias sin significado, teología legalista. En la expe-
riencia de estos hombres nunca existió p o r mucho tiempo la
conexión relacional.
Quienes ahora actúan de acuerdo con el Patrón 2 estaban
hambrientos de relaciones, pero perdieron la esperanza. A ellos
les fue más fácil matar sus anhelos de intimidad, y continuar
con la vida, que abrazar sus anhelos y sufrir. Admitir lo mucho
que deseaban la conexión se convirtió en un terror mayor que
la perspectiva de buscar la relación y nunca encontrarla.
A menudo, salieron a la superficie habilidades que les per-
mitieron encontrar los placeres de la "relación a distancia". El
talento atlético o don académico, la zalamería social o una ha-
bilidad mecánica, les dieron la oportunidad de sentirse pode-
rosos y alcanzar metas dignas de alabanza.
Con el correr del tiempo, el hombre del Patrón 2 llega a
depender tan plenamente de sus habilidades que su anhelo
humano de tener conexiones es sofocado. Y así es como él lo
quiere. La distancia lo mantiene a salvo. N o es necesario sentir
ese terror que abruma el alma por necesitar aquello que podría
no llegar a su manera.
En un sentido, por supuesto, este hombre está tan necesita-
do como el que vive el Patrón 1. Ambos estilos, carentes de
hombría, de relacionarse demandan que otros estén listos para
ayudarlos. Pero los hombres que están en contacto con su ne-
cesidad requieren de la afirmación y apoyo cercanos de unos
cuantos íntimos. Los hombres "duros" quieren el respeto de
una audiencia mayor que guarde su distancia. Los estilos pue-
den ser diferentes, pero ambos son egoístas y ambos ocasionan
gran daño.
Una de las mayores tragedias de la vida es que ningún h o m -
bre ve totalmente el daño que su estilo poco masculino de
Cómo se Relacionan los Hombres Poco Varoniles 142

relacionarse le ocasiona a otros. Los que logran vislumbrarlo


descienden a las profundidades del quebrantamiento y la
contrición.
Es de esas profundidades de donde surge el arrepentimien-
to genuino. Cuando un hombre quebrantado se arrepiente, el
Espíritu le da una nueva visión. Una corriente fría se abre paso
hacia el desierto ardiente de su quebrantamiento. La esperan-
za de bendecir realmente a otros —cuidar de su esposa, influir
positivamente en sus hijos, animar a sus amigos— se hace más
fuerte que el terror de penetrar la oscuridad. Es entonces cuan-
do comienza el movimiento correcto.
Este movimiento nunca sucede porque sí. Tampoco se de-
sarrolla de forma natural, y siempre hay una lucha contra los
impulsos poderosos en la dirección contraria. El movimiento
correcto siempre comienza con arrepentirse por el movimien-
to incorrecto. El arrepentimiento viene después de (1) reco-
nocer lo malo, lo que conduce al quebrantamiento, y (2) una
profundidad de confesión que sólo puede ser creada por la
humildad.
En Los siguientes dos capítulos, analizo estos dos patrones
con mayor detalle. Trate de ubicarse en alguno de ellos. Si n o
se ve claramente en una historia o descripción, entonces quizá
se ubique entre líneas, pero todos estamos ahí.
Capítulo

10

Hombres que
Exigen Ayuda:
La Pasión de
la Necesidad

1 noviazgo había sido tormentoso. Tal vez era algo de


^ m esperarse debido a su edad: ella con algo más de treinta,
y él casi llegando a los cuarenta. Después de tantos años de
soltería, ya tenían sus hábitos establecidos. Ya habían dejado
atrás la inocente etapa del idealismo soñador. Ahora no esta-
ban desesperados por casarse, sino decididos a no cometer un
error.
Había sido difícil, y todavía lo era a sólo tres semanas del
gran día. Pero algo los mantenía juntos. Él creía que era amor.
Ella quería creerlo, pero no estaba segura.
Las dudas de ella se volvían más fuertes cuando sentía que
él abusaba. "A veces siento como si fuera tu madre, como si
quisieras que siempre estuviera ahí con leche y galletas cuan-
do regresas de la escuela. ¡Detesto eso! ¡Detesto sentirme así!"
150 £/ Silencio de Adán

La imagen d e sentirse —como su madre— saltaba en su


mente con mayor claridad siempre que él manifestaba estar
herido por algo que le había hecho o había dejado de hacer.
Parecía patéticamente un niño perdido. Esa misma imagen tam-
bién se manifestaba, aunque no con tanta fuerza, cuando él se
quejaba de fatiga o estrés por el trabajo, o por las preocupa-
ciones con respecto a su salud. El lo llamaba "compartir", o
ser vulnerable acerca de sus luchas. Ella se sentía arrastrada a
estar presente e n su necesidad.
En un momento notablemente raro y honesto, después de
otra larga discusión acerca de los sentimientos de ella sobre el
asunto, él admitió: "Nunca puedo luchar sin dejar de sentirme
como un niño. Siempre que te digo que estoy herido, me sien-
to como un chiquillo. Quizá quiero verdaderamente que me
cuides como a u n hijo.
"En mi niñez, la única vez q u e recuerdo haber sentido
ternura por parte de mi madre fue cuando estuve herido".
Él se echó a llorar. Hubo una larga pausa. Un recuerdo cru-
zó por su mente. "Cuando cursaba el quinto grado m e caí de la
bicicleta y me fracturé la muñeca. El hueso atravesó la piel, y el
doctor tuvo que volverlo a poner en su puesto. Estaba muerto
de miedo. Puedo ver a mi madre, parada al lado de mi cama en
la sala de emergencias. Nunca me sentí tan protegido, tan cui-
dado. Podía verlo en sus ojos", dijo sollozando.
Ella se sintió impulsada a tocarlo, pero el regreso de la ima-
gen maternal la hizo sentir que ese deseo vivo de tocarlo era
sucio.
Pasaron segundos, tal vez un minuto. Después que dejó de
llorar le preguntó, mirando hacia arriba. "¿Lo sentiste? ¿Tuvis-
te la sensación de ser mi madre? ¿Como si yo quisiera que me
cuidaras?"
Ella vaciló, y luego dijo tranquilamente: "Sí, y preferiría no
haberlo sentido".
Los ojos se le secaron de inmediato, y mirándola fijamente,
desconcertado y enfurecido, casi gritó: "¿Es tan m a l o querer
que mi prometida sienta un poco d e mi dolor? ¿Eso te hace
sentir que eres mi madre? ¿No puede un hombre querer algu-
na vez que su mujer esté ahí para él?"
Ahora ambos lloraban. Estaban frustrados; s e n t í a n la
oscuridad.
Hombres Que Exigen Ayuda: La Pasión de ¡a Necesidad 151

"¿Qué vamos a hacer?", preguntó ella.


"No sé", contestó él.

Los hombres carentes de hombría viven para conseguir lo


que creen que necesitan, y cuando son guiados por la pasión
de esta necesidad, tratan de obtenerlo de otros.
Una mujer me dijo: "Cuando oigo el carro de mi esposo
entrando en la calzada de la casa al regresar del trabajo, siento
que se me sale el alma. Inmediatamente me siento más cansa-
da que antes. Soy u n ama de casa que cuida de sus tres hijos
pequeños todo el día. Y ahora, ahí llega el cuarto".
"¿Qué hace él para que usted se sienta así?", pregunté. Él
estaba sentado a la par de ella, arreglándoselas para fruncir el
ceño y parecer herido al mismo tiempo.
"Mil cosas", respondió ella. "Puede ser un suspiro al entrar
por la puerta, o un comentario acerca del tráfico camino a casa.
Algunas veces me dice lo cansado que se siente. Pero siempre
habla acerca de él, acerca de algo que anda mal, como si yo
supuestamente tuviera que hacer algo. Aun cuando me pre-
gunta algo de mí, m e siento obligada a preguntarle acerca
de él. Si ayuda con la cena, me mira como diciendo que debe-
ría decirle lo maravilloso que es".
"Y si hago algo especial para él, incluso algo pequeño como
saludarlo con verdadero afecto, exagera su aprecio. Me hace
sentir como si él realmente necesitara que le siga dando lo mejor,
porque si no, se sentirá muy herido. Algunas veces cuando es
en extremo considerado, creo que me está diciendo que m e
prepare para tener sexo, pero muchas veces no se trata de eso.
No sé de qué otra forma ponerlo —todo lo que hace m e indica
que debo correr en su ayuda".
Muchos hombres necesitados esconden su necesidad me-
jor que como lo hace el esposo de esta señora. Pueden ser mu-
cho más sutiles y "varoniles" en su expresión de necesidad. Y
cada uno de nosotros, en diversas circunstancias de nuestra
vida, sigue ese patrón de hombres duros o necesitados. N o
existe el hombre tipo Patrón 1 o Patrón 2 puro. Pero un pa-
trón a menudo se convierte en el tema de nuestra manera de
relacionarnos.
152 £/ Silencio de Adán

Un hombre que sigue típicamente el primer patrón, vive


p e n s a n d o que otros deberían estar listos para ayudarlo. Su sen-
tido de necesidad es tan real, tan profundo, tan apremiante,
que p e d i r que lo entiendan o le presten atención le parece to-
talmente razonable, y su vida depende de conseguirlo. El hom-
bre del Patrón 1 se define a sí mismo por su necesidad, al igual
que algunos hombres de hoy se definen a sí mismos por sus
inclinaciones homosexuales. Para los homosexuales, el no "de-
clararse como tales" y expresar sus vivos deseos es como trai-
cionar s u identidad, una violación de algo básico dentro de
ellos, q u e es propio de su naturaleza esencial. Lo mismo pasa
con los hombres cuya necesidad es algo esencial de su ser. Se
sienten más cómodos y vivos cuando alguien los cuida. Más
que cualquier otra cosa, se ven a sí mismos como necesitados, y
piensan que alguien debe hacer algo al respecto.
Cuando se sienten defraudados porque alguien no corre
en su ayuda según lo requerido, los hombres que se definen a
sí mismos por sus necesidades sienten que les han fallado
profundamente. Ha habido error en la administración de justi-
cia. Se les han negado sus derechos. La comunidad ha sido
inhumana.
El efecto, por supuesto, es el enojo. El resentimiento hier-
ve y parece justificado. Y con el resentimiento justificado
viene la venganza justificada. Piense con qué facilidad bro-
tan de nuestros labios comentarios sarcásticos. Golpeamos
con críticas q u e hieren. Quizá sólo infligimos heridas pe-
queñas, como las que ocasiona el papel —pero que duelen.
Esa es, por supuesto, la intención. Herir a quien no estuvo
listo para ayudarnos.
Los hombres gobernados por la pasión de la necesidad se
desquitan bien sea con el sarcasmo, hiriendo, o siendo irritables,
malgeniados o indiferentes. Si las esposas de los hombres do-
minados por la necesidad fallan, se les hace pagar. Lo mismo
ocurre con los amigos de estos hombres.
Pero los hombres necesitados no ven el daño que infligen.
En su opinión, es a ellos a quienes les han fallado, no ellos a sus
esposas y amigos. A menudo un hombre necesitado reacciona
al ser confrontado con su crueldad, como un pordiosero muer-
to de hambre al q u e se le sorprende robando unpedazo de pan.
"Mira, tal vez lo que hice estuvo mal, y reconozco que fue así.
Hombres Que Exigen Ayuda: La Pasión de¡aNecesidad 153

Pero t i e n e s que entender por lo que he pasado. Realmente rio


pido m u c h o para lo hambriento que estoy".
Un h o m b r e adquirió el hábito de circular lentamente por
una zona r o j a , donde en ocasiones recogía a una prostituta o
se daba e l g u s t o de ver un espectáculo erótico, persuadiéndose
todo el t i e m p o de que su pecado no era tan grave como el que
cometió s u familia contra él cuando crecía y cómo su esposa le
fallaba a h o r a .
Los veinticinco años que tengo de experiencia en conseje-
ría me h a c e n pensar que nueve de cada diez hombres se pre-
ocupan m á s por la forma en que otros los defraudan que por la
manera c o m o ellos hieren a los demás. Especialmente los hom-
bres casados, se preocupan por cómo les fallan sus esposas.
Los h o m b r e s gobernados por la necesidad se benefician del
hecho de q u e nuestra cultura se ha comprometido a no culpar
a la víctima. Por ejemplo, cuando un padre descuida a su bebé
varón, n o responsabilizamos al niñito por la falla de sus pa-
dres, ni p o r el daño que haya causado esa falla. Lo que ha-
cemos e s apoyarlo en su dolor, y hacer todo lo que posible
para protegerlo de un daño mayor.
Pero hemos llevado nuestra protección de la víctima dema-
siado lejos. Hemos negado la responsabilidad de las víctimas
adultas d e sufrir con gracia y continuar haciendo el bien. He-
mos permitido que la gravedad de los perjuicios de otras per-
sonas contra nosotros no nos deje ver el llamado de Dios a ser
santos, el cual no cambia. A medida que el niñito que fue vícti-
ma del descuido de los padres madure, debemos de animarlo
para que desarrolle una identidad construida alrededor de las
oportunidades de la hombría, y n o alrededor de su dolor y
necesidad.
Pero desarrollar esa clase de identidad se requiere de la obra
del Espíritu Santo. Nadie piensa, de manera natural, en ser
portador de una imagen cuyo llamado más alto es reflejar el
carácter de un Dios invisible. Hay asuntos más urgentes que
demandan atención, tales como conseguir lo que necesitamos
para sobrevivir, y lo que necesitamos para sobrevivir con más
comodidades. Los hombres que enfrentan la bancarrota gas-
tan, por lo general, más energías en calcular cómo pagar sus
cuentas que en aprender a conocer a Dios.
Ninguna medida del daño ocasionado por otros, y ninguna
154 £/ Silencio de Adán

circunstancia de la vida pueden destruir la imagen de Dios q u e


e s t á en nosotros, ni anular el llamado a portar bien esa imagen.
P e r o el dolor es tan elocuente que tendemos a pensar de otra
f o r m a y tenemos dificultad para oír el llamado de Dios a vivir
c o m o hombres. Realmente podemos llegar a creer que violar la
imagen de Dios al hacer negocios oscuros, o al seducir a la
esposa de otro hombre, es poca cosa. Todos luchamos con si-
tuaciones que no parecen muy malas, sobre todo cuando nos
sentimos particularmente defraudados.
Sólo cuando el Espíritu de Dios, a través de su Palabra, re-
v e l e los p e n s a m i e n t o s y actitudes d e l corazón, podremos
v e r con claridad, y reconoceremos la pasión gobernante de
la necesidad como lo que es: una base pecaminosa para rela-
cionarnos con otros, que no es digna de los hombres.

EL EJEMPLO D E SAÚL
El rey Saúl quizá sea el mejor ejemplo de un hombre domi-
n a d o por la necesidad. Él, como siempre sucede cuando las
necesidades gobiernan nuestra vida, perdió su dignidad. El
asunto puede e n t e n d e r s e sólo con u n incidente de los m u -
c h o s que se p o d r í a n escoger. En 1 Samuel 15 encontrará
toda la historia q u e a continuación resumiré.
Un día Saúl cometió un pecado particularmente lamenta-
ble, por el cual Dios le quitó el reino. Al conversar con Samuel
poco después de cometer el pecado, Saúl negó haber h e c h o
algo malo. O b s e r v e cuidadosamente q u e en este punto, cuan-
do todavía pensaba q u e su pecado había pasado desapercibi-
do, afirmaba que n o había sido desobediente.
"He c u m p l i d o c o n las instrucciones del Señor", le dijo
orgullosamente a S a m u e l . Esas instrucciones incluían matar a
todo ser viviente q u e perteneciera a los amalecitas, una nación
cuya destrucción c o m p l e t a había sido decretada por Dios. D e
hecho, Saúl le p e r d o n ó la vida al rey amalecita, un hombre lla-
mado Agag, y n o m a t ó todo el g a n a d o sino que d e c i d i ó
preservar las m e j o r e s vacas y ovejas (para sacrificarlas al Señor,
según dijo m á s t a r d e ) .
En un pasaje casi divertido, Samuel responde a la declara-
ción de total o b e d i e n c i a de Saúl, preguntándole: " ¿ Q u é signi-
fican esos balidos d e o v e j a que me parece oír? ¿Y cómo es que
oigo mugidos d e v a c a ? "
Hombres Que Exigen Ayuda: La Pasión de¡aNecesidad 155

Saúl estaba atrapado. Ya rio podía negar la desobediencia


de n o haber destruido todo. Así que cambió la tonada de nega-
ción por lo que —a primera vista— parece ser una confesión:
'He pecado. He quebrando el mandato del Señor".
Pero el resto de la historia deja claro que el reconocimiento
que Saúl hizo de su pecado no provino del quebrantamiento.
Estaba luchando, buscando una forma de evitar el juicio de
Dios y de mantener, por lo menos, la gratificación de su trabajo
como rey. Saúl ilustra claramente la verdad de que sin que-
brantamiento por el pecado, no puede haber confesión ge-
nuina ni arrepentimiento sincero.
Saúl no demuestra un espíritu quebrantado y contrito. Le-
jos de eso, más bien le ruega a Samuel que regrese a la capital y
se pare con él para adorar en público, esperando que su pre-
sencia le otorgue cierto grado de continuo respeto como rey.
Pero Samuel permaneció inflexible. "No voy a regresar con-
tigo... ¡El Señor! te ha quitado el reinado!"
Ahora, observe cuidadosamente qué hace Saúl a continua-
ción completamente impulsado por su sentido de necesidad
desesperada: "Cuando Samuel se dio vuelta para irse, Saúl le
agarró el borde del manto, y se lo arrancó. Entonces Samuel le
dijo: 'Hoy mismo el Señor ha arrancado de tus manos el reino
de Israel, y se lo ha entregado a otro más digno que tú... '¡He
pecado!', respondió Saúl. Pero te pido que por ahora me hon-
res delante de los ancianos de mi pueblo ante todo Israel. Re-
gresa conmigo para adorar al Señor tu Dios'".1
La pasión de la necesidad se convierte en una pasión go-
bernante cuando se percibe como más fuerte y más urgente
que la pasión por la santidad. "Si sólo pudiera tener " se
convierte en la ambición orientadora detrás de todo lo que hace
un hombre necesitado.
El principio que destaca la vida de Saúl es importante para
reconocer que si el sentido intensificado de necesidad no va acom-
pañado de un sentido aún mayor de pecado, justifica y fortale-
ce el egoísmo. Las personas que están más conscientes de su
necesidad que de su pecaminosidad, manipulan y exigen. Las
personas que están más conscientes de su pecaminosidad se
arrepienten y desarrollan una pasión dominante por la santi-
dad. Sólo estas personas aprenden a descansar en el amor de
D o s y a gozar de su favor.
156 £/ Silencio de Adán

Casi treinta años de matrimonio me han dejado claro que


tiendo más a este estilo de relacionarme que al que voy a dis-
cutir en el próximo capítulo. A menudo me siento más necesi-
tado que duro. Cuando estoy herido, me inclino a ver mi
necesidad de consuelo como una oportunidad para que otra
persona haga el bien. Algunas veces, el llamado a levantarme
por encima de mi necesidad, a encomendarme a Dios, y a ha-
cer el bien a otros, es algo difícil de oír. Cuanto más profunda
sea la herida, menos tiendo a oírlo.
Cuando la pasión de la necesidad domina, ningún con-
suelo hace verdaderamente el trabajo. Los hombres necesi-
tados incluso podrían agradecer los esfuerzos d e sus esposas,
pero sin más entusiasmo que el de un hombre que necesita
cien dólares y le agradece a su amigo por darle veinticinco
centavos.
Cualquiera sea el espíritu de gratitud que exista, éste da
paso rápidamente a la crítica melindrosa: "No sé por qué te-
nías que seguir preparando la cena mientras te hablaba de nues-
tros problemas económicos. ¿Es demasiado pedir un minuto
de tu atención total?"
La persona que asume el trabajo de satisfacer las deman-
das de un hombre necesitado, no tiene esperanza de éxito.
Ningún esfuerzo, ninguna bondad son suficientes. Las perso-
nas que se relacionan con un hombre del Patrón 1 típicamente
sienten:
1. La presión de estar listas para ayudar,
2. Malestar porque nunca brindan la ayuda adecuada.
A veces, la presión y la culpa se vuelven abrumadoras. Pue-
de tomar veinte o treinta años, y luego dejan de intentarlo.
"¿Para qué molestarme? Nada de lo que hago le satisface". La
frustración de relacionarse con un hombre del Patrón 1 es, a
menudo, la razón que va detrás del final de una amistad o
matrimonio de muchos años.
Aquellos que se mantienen tratando de satisfacer a un hom-
bre con necesidades se sienten cada vez más desgastados, hasta
que llega la depresión. La esposa de un hombre necesitado lle-
ga al punto de soñar con una relación mejor. Una relación en
la que se fijen en ella y la aprecien. Dicha esposa comienza a
fijarse en otros hombres, en cómo ellos tratan a sus esposas,
volviéndose vulnerable a la más leve indicación de afecto.
Hombres Que Exigen Ayuda: La Pasión de ¡a Necesidad 151

"Parece que le gusto".


Algunas veces, las novelas románticas, tanto escritas como
televisadas, le brindan alivio. En ocasiones, lo que hace es ocu-
parse en algo: más ministerio, más horas de trabajo, más clu-
bes sociales, más trabajo en el hogar, más educación etc.
Las mujeres casadas con hombres necesitados se sienten
solas y asustadas. Con frecuencia se sienten disgustadas con
ellas mismas. Muchas esconden su dolor bajo la competencia
volviéndose duras y difíciles, incapaces de adorar, de relajarse
o de reír.
Escuche el grito de un hombre necesitado: "¡Satisface mi
necesidad! ¿No sabes lo vacío que estoy, lo desesperado que
me siento, lo dolorosa que es mi vida? ¿Por qué no puedes:
—ser más considerada? —perder peso?
—hablar más —apoyarme más?
amablemente?
—leer más libros? —cocinar con más
creatividad?
—hacerme más buscarme en la cama?
preguntas?
—vestirte en forma —gastar menos dinero?
más atractiva?
—hablar menos en —ser más como ella?
las fiestas?
—apreciarme más? —criticarme menos?"
Un hombre me escribió una carta en respuesta a un libro
que yo había escrito. "Usted no contestó la pregunta que nece-
sitaba que me contestaran, la que supuse iba a abordar en su
libro. Quiero saber por qué algunas mujeres no se cuidan. Po-
seo varios millones, soy anciano de mi iglesia, permito que mi
esposa compre todo lo que desea, no soy adicto al trabajo, y
nunca la he engañado.
Lo que quiero saber es ¿por qué ella no pierde peso? Yo me
mantengo en buena forma, pero ella no hace ejercicio. Ha au-
mentado cuarenta libras en los últimos dos años. La encuentro
tan atractiva como un tazón de gelatina. Hasta le dije que iría a
consejería con ella para examinar cualquier cosa e n la que
yo estuviera fallando. Simplemente no lo entiendo. ¿Qué les
pasa a las mujeres como mi esposa?"
158 £/ Silencio de Adán

Al igual que la mayoría de los hombres dominados por la


pasión d e la necesidad, este hombre:
1. N o encuentra falta en sí mismo,
2. sólo ve lo que otro podría hacer en forma diferente,
3. siente que su enojo se justifica,
4. n o puede ver más allá de sus necesidades y tampoco ve
las de ella.
Como está cegado por su necesidad, la calidad de relación
que le ofrece a su esposa es mala, pero no lo percibe. Piensa
que cualquier lucha que pueda tener con la tentación sexual
es el resultado de la forma e n que lo han tratado. En su men-
te, sus esfuerzos por mantenerse sexualmente limpio son no-
bles, y todo lo que se requiere es que pase más tiempo en la
Palabra y de rodillas. Nunca se le ha ocurrido que no está aman-
do a su esposa como debería, que realmente no es tan hombre,
que nunca ha aprendido a hablarle con amor en medio de la
confusión y dolor que le produce la relación.
Cuando somos dominados por la pasión de la necesidad v
creemos que nuestro gozo más profundo radica en que otros
estén listos para ayudarnos, destruimos la vida y manchamos
la belleza. En ese punto, somos hombres carentes de hombría.

1 Vale la pena mencionar de paso que Samuel en verdad regresó


con Saúl, pero no para honrarlo. El más bien mató al rey amalecita
Agag, a fin de cumplir con el mandato de Dios que Saúl había
desobedecido. Saúl permaneció en el trono, pero las cosas fueron
de mal en peor hasta que finalmente se quitó la vida. Aquellos
que encienden sus propias lámparas reciben algo de la mano del
Señor: eventualmente, quedan tendidos en medio de tormentos.
(Isaías 50:11).
Capítulo

11

Hombres que Sólo


se Necesitan
a Sí Mismos: La Pasión
de la Dureza

A
1 siempre parecía encajar. Sea cual fuere la reunión
—de junta, cena, actividad social de la iglesia— se sentía
cómodo. Conocía a la gente adecuada, siempre se vestía de
acuerdo con el rol que tuviera que desempeñar, y con encanto
y gracia se relacionaba fácilmente en cualquier círculo social.
A veces podía ser bastante obstinado. Sus mejores amigos,
los que estaban con él más frecuentemente, habían visto que la
seguridad en sí mismo había sobrepasado los límites hasta lle-
gar a ser molesta.
Aunque sus amistades podrían no haberlo notado, era un
hombre intensamente privado. Rara vez hablaba sobre luchas
personales y tendía a "resolver" rápidamente cualquier ten-
sión en las relaciones que no hubiera podido evitar o ahuyen-
tar. Nunca se exploraba a sí mismo, ni a nadie más. Su familia
sentía el impc.cto de su compromiso superficial.
160 £/ Silencio de Adán

La toma de conciencia, por supuesto, no era una de sus vir-


tudes. S i se le pedía que se describiera a sí mismo, espontánea-
mente podía usar palabras como sociable, instruido, exitoso,
buen hombre d e familia, cristiano comprometido. Podía hasta
decir varonil e n todo el sentido de la palabra. Nunca se pre-
guntaba por qué alguien le pedía q u e se describiera, ni invitaba
a quien se lo pedía a que compartiera sus pensamientos.
En ocasiones, se ponía emotivo. Por ejemplo: cuando entró
en la habitación de su esposa en el hospital después de una
mastectomía; en el funeral de su padre; al proponer el brindis
por su hija y el novio en la recepción de la boda.
Pero nunca lloraba. Jamás nadie lo había visto derrumbar-
se. En una ocasión, su hijo mayor le preguntó cuándo había
sido la última vez que había llorado abiertamente. " N o lo he
hecho desde que era un chiquillo", le contestó con desinterés,
como si le hubiera preguntado: "¿Cuándo fue la última vez
que usaste medicina para el acné?"
Era bueno tenerlo como compañero de golf o socio de ne-
gocios. Y por cierto, era el hombre indicado para tener al lado
durante una discusión.
Pero no era la persona que usted escogería para abrir su
corazón.
Aunque su esposa se sentía terriblemente solitaria, él nun-
ca se lo hubiera imaginado. Ella sepultaba su dolor muy por
debajo de las trampas de la riqueza moderada y de la ronda de
actividades "importantes" requeridas por su clase social. Se
ocupaba con clubes de jardinería, reuniones políticas, del gru-
po femenino de su iglesia y la redecoración de la casa. Sus tres
atractivos hijos eran el brillante lazo rojo que estaba primoro-
samente puesto sobre el bien arreglado paquete de su vida.
Como pasa en la mayoría de las vidas "perfectas", una man-
cha, una arruga desagradable saltaba a la vista en su cara alisa-
da quirúrgicamente.
Ataques de pánico, que no eran graves pero sí preocupantes,
tendían a aparecer cuando se sentía fuera de control. El prime-
ro lo provocó el hecho de que su hija se fuera a la universidad
y estuviera saliendo con alguien a quien su esposo considera-
ba como de bajo estilo de vida. La madre habló calmadamente
con su hija acerca de sus preocupaciones, convencida de que
HombresQueSólo se Necesitan aSí Mismos: 161
la chica entraría en razón. Y sue. Terminó casándose con un
doctor.
El manejó la crisis del novgo con sarcasmo, —fue enton-
ces cuando usó el término "fe estilo de vida".
Los ataques habían sido «jalares, pero no frecuentes, al-
gunos peores que otros. Los dicamentos que ayudaban los
obtuvo él a través de un iitnista, con quien jugaba golf.
Había hecho la cita en nombée ella, e incluso, hasta condujo
para ir a recoger la primera ifiula.
En su mente, eso arréglalas cosas. ¿Dolor de muelas? Ve
a un dentista. ¿Ataques de piro? Tómate una pildora. Nunca
hablaba con ella sobre sus feores, ni analizaba la causa de
ellos.
Ella había abierto su conn tres veces y admitido cuán
distante e innecesaria se serrante su esposo, a excepción de
ser su pareja social y sexua.na vez lo hizo con un amigo
cercano, pero éste cambió di ma. En otra ocasión con un pri-
mo un poco mayor y casi disnocido que la había visitado y
parecía muy amable. Una roe que se quedaron hasta muy
tarde derramó años de sententos reprimidos. El hecho de
que la escuchara le causó un. radable sensación. Pero él nun-
ca lo volvió a mencionar, nisuiera una palabra a la mañana
siguiente. No hubo una llana telefónica de seguimiento, ni
una carta. Ella se arrepentíac haberle abierto su corazón.
La tercera vez fue dos sr más tarde, con una terapeuta
que conoció y con la que crersó en una fiesta. Realmente
compartió muy poco. Pero lirapeuta parecía haber captado
más de lo que le dijo. Se rruó preocupada. De nuevo tuvo
una sensación agradable y rsideró solicitar una cáta profe-
sional, pero lo pensó mejoropués de mencionarle la idea a
su esposo. "¿Para qué necesta un loquero?", fue todo lo que
le dijo.
Hubo otra ocasión, en laiíma noche de cierta conferencia
bíblica que duró una semauEl mensaje era acerca del amor
de Dios para la oveja perdii la que se sintió abandonada sin
esperanza de ser encontrad! so la tocó.
Desapareció rápidameniurante la oración de despedida
y caminó sola alrededor d e ;o, en una oscuridad silenciosa,
muy cálida y tranquilizador¿,Jo a la luz de una luna creciente
162 £/ Silencio de Adán

que se reflejaba en el agua quieta. Un abrumador sentido de


paz la invitó a soltar sus lágrimas en aquel lugar seguro. Se
dejó caer en la suave grama, y hundiendo la cabeza e n las ma-
nos, sollozó incontrolablemente. Las palabras que fluían de su
corazón sin impedimento, expresaban lo que le había sido ne-
gado por tanto tiempo. "No lo puedo soportar. Simplemente
duele demasiado. Nadie me quiere. Mi matrimonio está vacío.
Estoy más sola de lo que puedo resistir".
Regresó a su habitación después de la medianoche, con los
ojos hinchados. Él, que estaba sentado en la cama, leyendo, le
preguntó: "¿Dónde has estado? Estaba preocupado por ti".
"Caminando. Pensando. Orando. Hasta lloré un poco".
"¿No te has olvidado de tomar la medicina, verdad?"
"No", contestó ella sin sentir nada, mientras se alistaba para
ir a la cama.
No se dijo nada más. Él, inclinándose para besarla en la
frente, le brindó una sonrisa tranquilizadora, se volteó y se
durmió.
A la mañana siguiente, ella estaba bien.

En estos capítulos estoy hablando acerca de dos clases de


hombres: Los dominados por su necesidad y los dominados
por su determinación a ser duros. Estos dos estilos de relacio-
narse son, de hecho, posiciones extremas en puntos opuestos
de una larga y continua serie. En este capítulo analizaré a los
hombres duros.
Pero podría ser conveniente introducir esta discusión ha-
blando un momento sobre la serie continua. No he querido
sugerir otra "tipología" para categorizar a los hombres. No quie-
ro que ellos lean este libro y digan: "Sí, ese soy yo. M e imagino
que así es como soy". Pero sí espero que muchos de ellos reco-
nozcan sus patrones de relaciones y respondan: "Así es como
trato a mi esposa (o a mis amigos). Es horrible. Soy más hom-
bre que eso". Quiero que desarrollemos nuestra hombría en-
tendiendo no sólo el diseño de Dios para los h o m b r e s , sino
también nuestras formas de corromper tal diseño.
Los hombres necesitados son hombres c o r r u p t o s , más
Hombres Que Sólo se Necesitan a Sí Mismos: 163

inclinados a estar conscientes de su sed de afirmación al rela-


cionarse con otros, y a entrar en relaciones sin otra razón que
satisfacer sus propias necesidades. Los hombres duros son igual-
mente corruptos, aunque de una forma diferente. Ellos niegan
todo anhelo profundo de relacionarse, y persiguen metas que
no requieren de la intimidad significativa con la gente.
Estos patrones representan dos extremos opuestos de la
forma e n que los hombres se relacionan, puntos extremos de
una c o n t i n u a y larga serie que se parece a lo siguiente:

ESTILO DE RELACIONARSE
Patrón 1 Patrón 2
A B C D E
D o m i n a d o por M á s sensible Perfectamente Más fuerte Dominado por
equilibrado:
la necesidad q u e fuerte sensible y que sensible la dureza
fuerte a la vez

Sólo un hombre en la historia lo hizo bien, porque estaba


muy consciente de todo lo que anhelaba. Dicha concienciación
trajo consigo dolor y esperanza al mismo tiempo, pesar por lo
que era y gozo por lo que sabía que sería algún día. Sentía su
decepción, pero no de manera tan viva como sentía su espe-
ranza. Lloró libremente por la relación perdida y por el costo
de recuperarla. Estaba profundamente consciente d e todo lo
que sucedía a su alrededor y dentro de ÉL
Pero su sensibilidad nunca lo condujo a preocuparse por sí
mismo o a quejarse. En vez de simplemente sentir la herida de
las relaciones rotas de manera m á s profunda que lo que algu-
no de nosotros se podría imaginar, Él usaba esa herida para
definir y energizar su llamado en una forma más precisa. Se
deleitaba en sacrificar todo placer —tanto los placeres legítimos
que había conocido a través de u n a eternidad p a s a d a , como
las satisfacciones ilegítimas que eran suyas por lo emprendi-
d o — con el único propósito de permitir que la gente v i e r a quién
era realmente su Padre. Nada le interesaba más q u e revelar a
Dios tal como era y es: alguien q u e odia el p e c a d o e n forma
inflexible, y que ama sin cesar a la gente.
Al definirse a sí mismo en términos de su l l a m a d o , en v e z
de por sus anhelos o poder, e n c o n t r ó el valor para h a c e r todo
164 £/ Silencio de Adán

aquello que su llamado demandaba. Él ejemplificó la hom-


bría pura al entrar en regiones donde nunca antes había en-
trado —compare su preexistencia con Dios antes de Belén, con
la oscuridad del Calvario— y se mantuvo perfectamente en
el rumbo, sin deslizarse ni un centímetro a pesar de las prue-
bas de una gravedad incomparable.
Él es el único hombre que ha vivido su vida exactamente
en la posición C : perfectamente sensible, y sin embargo,
invenciblemente fuerte; humildemente dependiente y no obs-
tante, totalmente resuelto; consciente de todo matiz en cada
relación, pero inamoviblemente centrado en su relación primor-
dial. Jesús tenía una mezcla de virtudes que, con seguridad,
compiten entre sí dentro de nosotros. La sensibilidad y la for-
taleza no pueden existir juntas fácilmente. Los hombres con
sensibilidades bien desarrolladas con frecuencia luchan con sen-
timientos de insuficiencia, una tendencia a tener lástima de sí
mismos y a quejarse, y un persistente sentido de descontento.
Los hombres que están más conscientes de su capacidad para
moverse parecen poner más empeño en las tareas que en la
gente. Ellos se vuelven duros, distantes y embotados emocio-
nalmente, protegidos por una capa de amistad convincente.
Los hombres que, sobre todo, se relacionan movidos por la
necesidad (posición A) son los que las mujeres llaman débiles.
Los hombres cuya toma de conciencia de sus necesidades los
ha hecho sensibles a las cosas que suceden dentro d e la gente
(posición B) casi siempre encajan en los criterios de hombría
expuestos por muchos miembros del movimiento feminista:
son suaves, no tienen temor de llorar y son capaces d e sostener
discusiones intensamente personales. A veces pasan años an-
tes de que su falta de fortaleza se haga evidente y se reconozca
el daño que ocasionan.
En las posiciones A y B, la necesidad pone e n peligro la
relación. Los hombres dominados por la necesidad n o irradian
vida en otros, y tampoco gozan de la belleza de la individuali-
dad e independencia de su prójimo. Sus relaciones son con
frecuencia intensas, pero por lo general están en problemas, ya
sea sufriendo una muerte lenta y agonizante o chisporrotean-
do como un carro viejo que pasa más tiempo en e l taller que
andando.
Por otro lado, las relaciones de un hombre duro, son por lo
Hombres Que Sólo se Necesitan a Sí Mismos: 165
general, superficiales pero estables, aunque la estabilidad es
frágil. Al igual que las casas construidas sobre arena, las rela-
ciones de un hombre duro dependen de la conspiración de
pretender que la superficialidad trae satisfacción, y de que los
placeres de la comodidad y la excitación son sustitutos acepta-
bles de los placeres perdidos de la comunión. Cuando un cón-
yuge o amigo atraviesa dicha conspiración y le pide más al
"hombre duro", la relación erupciona como un volcán que ha
estado dormido por mucho tiempo.
Es entonces cuando pueden ocurrir cosas buenas, aunque
rara vez, porque o bien el compañero que ha erupcionado "se
arrepiente" y vuelve a las comodidades de la estabilidad su-
perficial, o la relación termina al desintegrarse en un conflicto
violento.
Los hombres que son más fuertes que sensibles (posición
D) constituyen la mayor parte del liderazgo cristiano y secular.
Todo aquel que haya tenido una posición de liderazgo está
familiarizado con los asaltos que se deben soportar. A veces
parece que, a fin de sobrevivir, se deben adormecer las sensibi-
lidades personales, y también cultivar una actitud de "simple-
mente sigue con tu trabajo". Los tipos agradables, hombres
sensibles que se preocupan cuando hieren a otros y por quie-
nes los hieren, llegan de último. Los hombres encallecidos, cu-
yos "suaves músculos" se han atrofiado porque decidieron no
usarlos, logran llegar a la cima y ahí se quedan.
Por supuesto, todo el que esté al frente debe esperar la crí-
tica. Si difundo mis ideas sobre el tapete público con la inten-
ción de influir en otros, dichas ideas tienen que ser estudiadas
y criticadas.
Pero la crítica excesiva dirigida a los líderes refleja un espí-
ritu enojoso de arrogancia. Los críticos que alcanzan esferas de
influencia sobre la base de la fortaleza de su crítica a otros, casi
siempre son hombres "más duros" que aquellos líderes a los
que critican. Son insensibles al impacto que tienen en la gente;
derriban a todo el que esté en desacuerdo, con una confianza
que atrae a los hombres necesitados que desearían ser duros.
Ellos dificultan más la vida de un líder, que de por sí ya es dura.
La mayoría de los líderes, especialmente pastores y direc-
tores de ministerios cristianos, se sienten menospreciados e
incomprendidos. A menudo la lucha les parece insignificante
166 £/ Silencio de Adán

e inmadura, pero no cesa. Un pastor me contó casi llorando


acerca de la vez en que el cuerpo de ancianos lo cuestionó so-
bre si realmente necesitaba tres semanas de vacaciones.
Algunas veces parece no haber otra solución que construir
un muro alrededor de su corazón. El efecto de erigir un muro
es la pérdida de la rica pasión, junto con el crecimiento de
una determinación a manejar en forma eficaz todo lo que sea
manejable.
Cuando la determinación sustituye a la sensibilidad, el hom-
bre se vuelve duro. El sacrifica el poder para adentrarse
profundamente en la vida de otro. En ocasiones, su único con-
tacto con el mundo de la pasión es mediante el sexo. Eso es en
lo único que puede pensar. Vive al borde de un fracaso moral.
La solución a su adicción sexual requiere más que dominio pro-
pio, y esto implica una renovada disposición a abrir su corazón
al aguijón de la crítica, una disposición que puede ser similar a
poner la cabeza en la guillotina.
Si continúa con su corazón endurecido y defendiéndose
bien contra su dolor, terminará siendo dominado más por la
necesidad de ser duro que por su llamado a reflejar el carác-
ter de Dios. Y si la gente más cercana a él no le brinda
retroalimentación honesta por el dolor que su distanciamiento
creciente le causa, entonces es posible que se aleje más del cen-
tro de la serie continua, hasta el extremo que corresponde a un
hombre poderosamente dominado por su necesidad de ser
duro (posición E).
Esto le parecerá muy necesario, muy justificado. H e visto a
pastores retorcerse en tal agonía que casi he deseado que se
adormecieran en la dureza, para que sobrevivieran. Pero aun-
que eso proporcionaría alivio a corto plazo, sería un error a
largo plazo. Los hombres duros destruyen las relaciones; da-
ñan a las personas al demandarles un desempeño sin propor-
cionarles ningún alimento real para sus almas.
Las mujeres que se relacionan con un hombre duro a me-
nudo se sienten:
1. No deseadas, debido a una fealdad no especificada, pero
supuesta, que "explica" poT qué el hombre duro nunca
parece amarlas,
2. desesperadas, porque alguien o algo las toque con la
Hombres Que Sólo se Necesitan a Sí Mismos: 167

suficiente profundidad como para aliviar el dolor de la


soledad.
Las víctimas de los hombres duros son responsables de
cómo eligen actuar, pero no de la gravedad del sufrimiento que
enfrentan. Ellas están propensas a:
1. Depresión: "No poseo nada que alguien pudiera desear.
¿Por qué molestarme siquiera en tratar de relacionar-
me o progresar?",
2. ansiedad: "Sólo con poderme controlar, estaré bien. ¡Oh,
no! ¿Qué sucedería si pierdo el control?",
3. adicciones: "No puedo mantenerme alejado de todo lo
que me dé suficiente placer como para aliviar mi sole-
dad, aun si el alivio sólo es momentáneo".
Los hombres duros rara vez cambian sin enfrentar primero
su impacto destructivo en otros. Esa es la razón por la que es
crucial que sus allegados se arriesguen a brindarles retroali-
mentación clara acerca del efecto que está causando en otros el
hecho de que sean dominados por la dureza.1
Los hombres fuertes en el sentido real de la palabra, son
muy d i f e r e n t e s de los d u r o s , así como los hombres
maduramente sensibles se diferencian de los débiles. Los hom-
bres duros comparten tres características que se ocultan detrás
de su dureza:
Primera, la inseguridad. C o m o no se sienten seguros de
su hombría, estos hombres son empujados a probarse a sí
mismos, y por eso exhiben su poder para mostrar lo que no
están seguros de poseer. Por otro lado, los hombres fuertes
no tienen necesidad de alardear de su fuerza, porque tie-
nen control sobre su poder y lo sueltan sólo para perseguir
un buen objetivo.
Segunda, la superficialidad. Más allá de su competencia y
encanto, los hombres que caen en el lado duro de la serie con-
tinua no son personas extraordinariamente interesantes. Ellos,
sobre todo, no están conscientes de lo que sucede en su inte-
rior o en el de otros, y no sienten nada más profundo que su
anhelo de poder. En cambio, los hombres fiiertes no temen
enfrentar toda la realidad, incluyendo cosas feas acerca de sí
mismos o de otros que podrían provocar una desesperación
168 £/ Silencio de Adán

abrumadora. Los hombres fuertes recuerdan a Dios, y le ha-


blan a la noche más oscura con el poder de la esperanza.
Tercera, el malentendido. Los hombres duros no han com-
prendido la esencia de la verdadera hombría. Confunden la
sensibilidad con la debilidad; en su mente, el poder y la forta-
leza s o n la misma cosa. Los hombres fuertes saben que la
sensibilidad y la concienciación abren la puerta a armarios mis-
teriosos donde se requiere de valor para entrar. Su deseo de
vivir valerosamente pesa más que el temor a la oscuridad. Ellos
definen la fortaleza como poder bajo control, y no como una
exhibición de poder. Los hombres duros le temen a los arma-
rios, porque saben que su propio poder no puede competir con
el poder invisible que habita en la oscuridad. Al no volverse
sensibles, se mantienen fuera de la oscuridad, y su determina-
ción a evitar el misterio los deja aún más resueltos a manejar
eficazmente lo que tengan que enfrentar. Su poder se degene-
ra en formas de dureza más egoístas, más destructivas y más
malévolas.
Todos nosotros caemos en algún punto de la línea, ya sea a
la izquierda o a la derecha del centro. Los violadores sin con-
ciencia representan un ejemplo del extremo más lejano de po-
der menos sensible. Los adictos a la pornografía, que sacrifican
a su familia y su respeto por u n espectáculo erótico más, esta-
rían en el otro extremo, viviendo para el alivio inmediato de
todo el dolor que produce la sensibilidad sin fortaleza. La ma-
yoría de los lectores de este libro está ubicada en algún lugai
entre estos dos extremos, pero ninguno vive exactamente en el
centro.
¿Por qué? ¿Por qué no se puede usar a ningún hombre como
ilustración perfecta de la posición C, a excepción de uno solo?
¿Por qué únicamente se acercan unos pocos hombres? ¿Por qué
la cultura moderna está c r e a n d o normas d e hombría
alcanzables que nos tranquilizan, indicándonos que no lo esta-
mos haciendo tan mal, y luego anima a otros a unirse en la
persecución de objetivos tan bajos?
Los hombres con sensibilidades bien desarrolladas tienden
a pedirle a otros que corran en su ayuda, y cuando nadie lo
hace, por lo menos no perfectamente, se vuelven vulnerables; a
las perversiones "pasivas" c o m o pornografía, masturbación
compulsiva, fantasías sobre mujeres que responden a cada u n o
Hombres Que Sólo se Necesitan a Sí Mismos: 169

d e sus deseos, sueños de ganarse la lotería. Los hombres que


se m u e v e n audazmente, aunque no estén conscientes de ellos
mismos o de otros, experimentan un vacío diferente que hace
q u e sean atraídos por perversiones "agresivas" como seduc-
ción, sadismo, abuso, riqueza y posición.
Somos realmente un fracaso. Nadie lo hace bien. ¿Por qué?
La respuesta, por supuesto, nos lleva de nuevo a Génesis 3,
cuando Adán se rehusó a hablar. Desde entonces, a cada hom-
b r e que ha sido concebido en forma natural se le ha pasado
u n a corrupción congénita del diseño masculino. Pero el hecho
d e que nuestro problema sea heredado no significa que que-
demos libres de responsabilidad.
Debemos enfrentar la terrible verdad de que somos respon-
sables por no hablar con sensibilidad y fortaleza, y debemos
ser llevados a la desesperación por la verdad aún más terrible
d e que ese impulso interior de no hablar, es demasiado fuerte
para resistirlo por nuestro propios medios. El enfrentamiento
d e estas verdades gemelas nos conducirá al quebrantamiento,
a la confesión, al arrepentimiento y a la confianza. No
enfrentarlas nos dejará abrigando la ilusión de que las cosas
pueden ser malas, pero no tanto como para que Dios sea real-
mente necesario.
A los hombres nos falta algo vital. Nos hace falta el valor y
la fe para hablarle a la oscuridad con el poder que da vida. Y la
falta de valor y fe se debe entender como pecado.
El pecado está en el centro de nuestros problemas. Esa es la
sencilla y terrible verdad. Nada "explica" por qué pecamos. El
hecho de que lo hagamos es la base de todo pensamiento claro
acerca de nuestros problemas. Pero existe un segundo nivel de
entendimiento, que se basa sobre el fundamento de remontar
todo problema a la caída. Este segundo nivel implica las rela-
ciones de un hombre con otros hombres.
Después del pecado original, no existe una influencia más
poderosa en la vida de un hombre que la que e j e r c e n los
hombres mayores, cuyas vidas hemos observado y que h a n in-
fluido en nosotros, particularmente en nuestros años d e for-
mación; y la de los colegas, compañeros y amigos con los que
salimos a divertirnos, intercambiamos historias y decimos co-
sas que no le contamos a nadie más.
170 £/ Silencio de Adán

Hay algo disponible que es verdaderamente poderoso. En


la parte 3, sugiero que el h e c h o de relacionarnos como padres
y hermanos nos puede ayudar a revivir el sueño perdido de la
hombría.

1 Véase Bold Love (Amor Valiente) del Dr. Dan AlJender y Dr. Tremper
Longman, donde se ofrece una discusión detallada de lo que el
amor demanda de las personas que se relacionan con alguien des-
tructivo (Colorado Springs: NavPress, 1992).
Conclusión
de la Parte 2

^ L f T í j ° s o n muchos los hombres que disfrutan de la riqueza


^ ^ f W de la madurez masculina. Sólo dos de los hombres que
fueron libertados de Egipto cruzaron el río Jordán y entraron
en Canaán. El resto vagó sin objetivo fijo en el desierto, hasta
que murió.
El camino a la madurez comienza con una honesta mirada
a la forma en que nos relacionamos. ¿Qué efecto causamos en
la gente? Si nuestras esposas, hijos y amigos tuvieran el valor,
¿qué nos dirían sobre cómo es relacionarse con nosotros? ¿La
gente nos percibe como necesitados, requiriendo que otros
cuiden de n o s o t r o s ? ¿La g e n t e se siente p r e s i o n a d a a
manejarnos bien? ¿O nos experimentan como rudos, duros y
fuertes, sin mucha necesidad de la gente, y lo suficientemente
despegados como para no ofrecer ni demandar intimidad?
Debido a que carecemos de valor para adentrarnos en el
misterio, somos gobernados, bien por pasiones de necesidad,
o por pasiones de dureza. Ni los hombres necesitados ni los
hombres duros son auténticos hombres.
PARTE 3

Algo Poderoso
Está Disponible

Una Generación de Consejeros

\
174 £/ Silencio de Adán

f Continuamos recorriendo el camino a la madurez


S
cuando admitimos cuan profundo es nuestro
anhelo de tener un padre, un hombre que Vaya
delante de nosotros, haciéndonos saber lo que es
posible y llamándonos para que lo sigamos, y un
hermano, un compañero cuyas luchas y
compasión nos animen a dejarle saber quiénes
somos mientras caminamos junios. Cuando ¡a
realidad de que no tenemos padre ni hermano nos
golpee, que es lo que le pasará a la mayoría de los
hombres, la desilusión abrumadora puede
transformarse en amargura, o bien podrá
conducirnos a buscar a Dios con todo nuestro
corazón y a convertirnos en ¡os padres y
hermanos de otros hombres. Para los pocos que
conocen el gozo de tener buenos padres y de ¡a
riqueza que son los hermanos, el llamado no es
simplemente a gozar de estas bendiciones, sino
también a proporcionarlas a otros.
Si los hombres de boy están dispuestos a penetrar
la oscuridad, a recordar a Dios, y luego hablar
palabras que le den Vida a otros, si están
dispuestos a recorrer el largo, angosto y escarpado
camino hacia la Verdadera hombría, entonces
quizá nuestros hijos entrarán en sus años de
adultez con la bendición de tener una generación
de consejeros mayores, hombres que se
desempeñen bien como padres al caminar con sus
hermanos de regreso al hogar.

J
Capítulo

12

Padres:
Hombres que
Creen en Nosotros

_W o s momentos más difíciles aparecían temprano en la

Q ^ m mañana, después de luchar inútilmente por dormirse.


Había estado acostado mientras su mente daba vueltas como
en una montaña rusa. Hubo unos cuantos momentos de cal-
ma seguidos de una larga y atormentadora subida por una
pendiente empinada que le era familiar, rumbo a las alturas
temidas, y luego una súbita caída, un arrebato de frenesí in-
controlable, y pensamientos extraños y desorganizados que lo
hundían en un terror que detenía su corazón.
Los pensamientos tenían algo en común —todos lo afligían.
La llamada de un maestro preocupado por las malas califica-
ciones de su hijo. ¿Cuál era la razón del problema? ¿Era su hijo
un haragán? ¿Indisciplinado? ¿Rebelde? ¿Simplemente era len-
to? ¿Qué clase de futuro tendría?
Después estaba su hija, que no era bonita y había ganado
Peso. A los trece años la apariencia importaba más que antes.
176 £/ Silencio de Adán

Los abrazos y nombres cariñosos de papi ya n o le producían la


misma sonrisa que cuando tenía diez años.
Y luego estaba su esposa. Profundamente dormida a unos
centímetros de distancia. Pero sus corazones estaban separa-
dos por kilómetros. Él se preguntaba por qué había desapare-
do la pasión Diecinueve años de romance en decadencia sólo
¿ e i a r o n una concha hueca d e compromiso. Algunas veces vol-
vía una chispa, pero nunca por mucho tiempo. ¿Cómo sería su
matrimonio dentro de diez años, cuando los chicos ya se hu-
bieran ido 7 ¿Volverían a sentirse realmente cerca? ¿Podría él
ser capaz de descartar las fantasías y vídeos ocasionales, que
eran su única fuente de excitación sexual?
Miró el reloj eran las 12:23 a.m. Su mente se mantuvo
corriendo deprisa hacia otras preocupaciones, sin resolver aque-
llas aue ya lo habían obsesionado. Dinero, la universidad para
sus chicos. Podría ser que su hijo nunca entrara, y su hija tam-
b'én lo necesitaba —bueno, sus probabilidades de matrimonio
parecían escasas. Estaba harto de presupuestar con cuidado,
ahorrando veinte dólares a la semana para un fondo de vaca-
ciones y luego sacando de ahí para gastos imprevistos. La últi-
ma vez fue para pagar la cuenta del plomero cuya fuga él
debió haber sido capaz de arreglar.
Su mente volvió a saltar. El trabajo era aburrido. Su título
de negocios lo capacitaba para un mando medio y algo más.
¿Podría aguantar estar sentado detrás del mismo escritorio
durante otros veinte años?
Para entonces, sabía lo que haría. Era una rutina familiar.
Aearró su bata y la Biblia, se apresuró escaleras abajo antes de
explotar en llanto y despertar a su esposa, cosa que algunas
veces deseaba hacer. Sería agradable que lo cuidaran, v e r la
preocupación de su esposa, sentir su mano en el hombro. Ya la
había sentido antes, y era bueno, pero nunca suficiente.
No Esta vez no. Se las arreglaría para salir a flote. Le pre-
sentaría sus preocupaciones al Señor; recordaría sus promesas
v pediría conocer su presencia. Encontraría el valor para m o -
verse confiadamente hacia la confusión de su mundo incierto
y preocupante.
Encendió la luz y se sentó en la misma silla de siempre. Al
ieual que muchas otras veces, su pánico cedió paso a las lágri-
mas Sollozó. Cayó de rodillas y lloró hasta que ya no p u d o
Padres: Hombres que Creen en Nosotros I 77
más, preguntándose si su esposa lo habría oído. Si fue así, no
bajó a buscarlo.
Luego volvió a la silla y abrió la Biblia. Después de leer du-
rante unos minutos, su mente se vio arrastrada a pensamien-
tos acerca de su padre. Levantó los ojos de la página y se rindió
al suave impulso que lo dirigía hacia esos pensamientos.
Las palabras le pasaban por la mente, como un anuncio en
u n a marquesina cuando las luces se encienden. Éstas eran:
"¡Papá ya ha estado aquí!"
Recordaba las historias e imágenes: Una enfermedad que
costeó su padre, quien tenía tres hijos menores de diez años,
su trabajo durante dos años, su madre trabajadora, que nunca
se quejaba pero siempre parecía cansada, su padre esforzán-
dose por sonreír, pero saliendo algunas veces a dar largas ca-
minatas, de la familia de rodillas, reunida en el dormitorio.
Podía escuchar la voz de su padre: "Pronto estaré trabajan-
do, cariño. Dios proveerá. Luego te podrás quedar en casa".
Luego llegó el empleo, donde ganaba muy bien. Las cosas
eran mejores, más fáciles y felices. Pero su padre todavía pare-
cía preocupado. Podía sentir la tensión ocasional entre sus pa-
dres, pero nunca supo por qué era. Algunas veces su afecto
parecía forzado.
Había más recuerdos de su padre resistiendo durante unas
cuantas crisis de hospital; durante los altibajos normales, y los
horarios ajetreados de sus hijos; durante un tramo de cinco
años de llamadas de la escuela, de llamadas a la puerta por
parte de la policía y varias apariciones en la corte; y luego a
través del dolor y la vergüenza de su renuncia a la junta de
ancianos de la iglesia. Su hermano mayor había roto el cora-
zón de sus padres más veces de las que podía contar. Recorda-
ba las lágrimas y oraciones de su padre.
Su imagen, orando a la hora de la comida, se le pegaba a la
mente: la cabeza inclinada, la voz suave con un temblor oca-
sional. "Padre, manténnos confiando en tu bondad. Gracias por
tu fidelidad a través de Cristo. Haznos a todos sus seguidores".
Las palabras se volvían a cruzar: "¡Papá ya ha estado aquí!"
Y papá lo logró. No siempre estuvo contento —algunas veces
francamente era desolador estar cerca de él —pero continuaba
trabajando; nunca renunció a sus responsabilidades. Y nunca
dejó de preocuparse por su hijo pródigo.
178 £/ Silencio de Adán

Ahora, a los setenta y cuatro años, lleno de un pesar que no


se podía expresar con palabras por la reciente muerte de su
esposa después d e meses de sufrimiento, todavía no estaba
animado y jovial. Pero demostraba una calma que era más que
resignación. Aunque no todo el tiempo parecía esperanzado,
cuando lo estaba parecía poderoso. L e gustaba decir: "Lo
m e j o r todavía está por llegar". Mi padre era real. Su pasión
por Cristo era realmente fuerte.
C u a n d o oraba, las palabras e r a n las mismas, pero
inmensurablemente más ricas. La cabeza inclinada, la voz sua-
ve con el temblor ocasional. "Padre, manténnos confiando en
tu bondad. Gracias por tu fidelidad a través de Cristo. Haznos
a todos sus seguidores".
Había visto a su hijo mayor volver al Señor después de dos
divorcios, ambos ocasionados por su adulterio. Y la hija menor
de su hija, su única nieta, había sufrido cuatro cirugías en sus
tres años de vida, sin garantías para el futuro.
Pero su padre había recorrido el camino, y todavía des-
pués de siete décadas yo lo estaba recorriendo. Papá lo ha-
bía logrado.
Cerró su Biblia a las dos de la mañana. Vaciló, luego tímida-
mente inclinó su cabeza y, con una voz suave que temblaba
levemente, oró: "Padre, manténnos confiando en tu bondad.
Gracias por tu fidelidad a través de Cristo. Haznos a todos sus
seguidores".
Regresó a la cama y se durmió, sin despertar a su esposa.

Un padre piadoso le da tres mensajes a su hijo:


1. "Se puede".
2. "No estás solo".
3. "Creo en ti".
La mayoría de los hombres de nuestra generación nunca
ha recibido ninguno de estos mensajes por parte de sus pa-
dres. En las almas de los hombres que no han sido tratados
como hijos, hace falta algo.
Cuando los tiempos se ponen difíciles, escasea el valor. La
oscuridad parece demasiado densa como para entrar. El futuro
Padres: Hombres que Creen en Nosotros I 77
se ve negro. A muchos hombres, los ejemplos de sus padres no
les dan ninguna razón para soñar en convertirse en hombres
buenos, fuertes, virtuosos, amorosos. Creen que tal vez esto no
se pueda lograr. Nadie ha tomado la lid. Nadie ha demostrado
que sí se puede.
Quizá renunciar, arriesgar la reputación, darse el gusto de
unos pocos momentos de placer barato sólo para aliviar el do-
lor, no sean ideas tan malas. Tal vez tenga sentido encontrar un
camino más ancho y cómodo que el angosto que hemos inten-
tado recorrer. ¿ De todos modos, a quién le interesa? ¿Qué se
puede perder? Supóngase que cometamos un pecado obvio.
Mucha gente sacudirá su cabeza y dirá: "¿Escuchaste lo que le
sucedió a Roberto? Yo siempre tuve mis dudas. Me pregunto si
realmente conocía del Señor. La realidad es que está hecho un
lío. Escuché que su esposa lo ha tomado muy mal. Probable-
mente se divorcien".
A nadie le importará. Nadie nos buscará y nos mirará con
ojos de esperanza. Eso duele, y hace que nuestras amistades
actuales signifiquen menos.
Cuando un padre le falla a su hijo, introduce batallas adi-
cionales en su vida; batallas que nunca tenía que haber libra-
do. Cuando un hombre jamás escucha a otro declarar, con su
vida, que avanzar con resolución hacia la madurez es posible,
sin importar qué depare la vida porque siempre ha habido
quién se interese y se interesará por él, pues ese alguien respe-
ta su corazón y sabe que él puede lograrlo —un hombre que
nunca escucha estas afirmaciones experimentará, en el centro
de su ser, un hondo hueco que da punzadas de dolor desespe-
rante. Hace falta algo que debería estar ahí —y que estaría si su
padre hubiera desempeñado bien su rol.
Este capítulo es un llamado para que los hombres hagan
dos cosas. Primero, que enfrenten la realidad de la relación con
su padre. Si fue, o es, una desilusión grave, deben admitir la
pérdida, abrazar la pena y llorar por ello. No la blanqueen con
frases cristianizadas: "Bueno, él hizo lo mejor que pudo", "Es-
toy agradecido porque no fue peor", "Dios debe tener algún
propósito en todo lo que permitió". Enfrenten los hechos du-
ros. Con toda su fuerza, usted desea que las cosas hubieran
sido diferentes, que lo fueran ahora, pero no puede encontrar
una forma para mejorarlas. Eso duele.
180 £/ Silencio de Adán

Si usted enfrenta las cosas como son, en su corazón se po-


dría desatar un hambre de conocer a su Padre celestial, pero
sólo si el dolor no degenera en una amargura que simplemen-
te se asiente y pase desapercibida e indiscutida. U n a
concienciación más profunda de sus deseos vivos de tener un
padre, podría advertirle sobre hombres en su vida que le hayan
servido como tales; quizá de manera imperfecta e incompleta,
pero todavía significativa. Su corazón podría alegrarse con el
recuerdo de un abuelo, un tío, un pastor juvenil, un maestro
de secundaria, o un entrenador. Tal vez reconocerá a un padre
espiritual en Jeremías, o Elias, o Job o Pedro, hombres que lu-
charon, que fallaron, que se sintieron abandonados y solos,
que conocieron la fidelidad de Dios a través de las prue-
bas y la disciplina —hombres cuyas vidas le dicen que sí se
puede. Pero enfrente la realidad de su relación con su padre.
Eso es lo primero que debe hacer.
Segundo, desarrolle una visión de lo que usted podría sig-
nificar para otros hombres, particularmente para los más jóve-
nes que vienen detrás de usted en el camino. El vacío de n o
tener un padre piadoso no será llenado al convertirse en un
padre piadoso para alguien más; por el contrario, eso puede
agudizar el dolor. Pero el vacío estará rodeado por un sentido
de propósito, y eso traerá gozo; la marca única del gozo cristia-
no que nos sostiene durante el sufrimiento, en vez de ponerle
fin; un gozo extraño que se siente más como una razón para
continuar que como los hermosos sentimientos de un niño en
Navidad.
Los jóvenes universitarios pueden servir de consejeros a
los muchachos de secundaria. Pueden salir a divertirse con
ellos, compartir una pizza, hablar de chicas, calificaciones y
reglas, enseñarles un deporte, a arreglar carros o manejar una
computadora. Los hombres con hijos propios tienen la oportu-
nidad y la responsabilidad obvia de transmitir el triple mensa-
je de la paternidad a su descendencia. Los hombres sin hijos
(tanto casados como solteros), y los padres mayores que ven a
sus hijos adultos sólo una vez al año, todos pueden servir de
padres espirituales a otros hombres en su comunidad. Este ca-
pítulo es un llamado a que los hombres vislumbren qué po-
drían significar ellos para los que están observando.
Padres: Hombres que Creen en Nosotros I 77

T R E S M A R C A S D E U N PADRE P I A D O S O
Un padre piadoso es un hombre que entiende lo q u e signi-
fica para sus hijos, q u e se siente humilde ante el gozo abruma-
dor por el impacto que puede hacer para Dios, y aterrado por el
daño que puede causar. Que se siente emocionado y asustado a
la vez. Debido a su confianza en Dios, la emoción es más fuerte.
Él anhela guiar a su hijo hacia la hombría piadosa median-
te un ejemplo silencioso y con pocas palabras. Al igual que la
mujer experimenta el trabajo de parto para tener al bebé, este
hombre lucha para dar a luz a un hijo piadoso. En la agonía de
su deseo, es como Dios, quien declara: Pero ahora voy a gritar
como parturienta, voy a resollar y jadear al mismo tiempo (Isaías 42:14),
cuando se compromete a rectificar todo error y ganar a su pue-
blo para Él.
Un padre piadoso es urgido por su más alto llamado a com-
placer a su Padre celestial, a volverse como el Hijo y rendirse al
Espíritu. Pero el llamado a pasar su conocimiento de Dios a la
próxima generación también es fuerte. Al luchar por cumplir
con su llamado a recordar a D o s y hablarle a la oscuridad de
una forma que perpetúe el recuerdo, este hombre hace tres
cosas que lo caracterizan como padre piadoso.

Marca #1: Recorre un camino bueno a la vista de


su hijo, para dejarle saber que "Sí se puede hacer".
N o hay sentido de exhibición, ni postura con la finalidad
de impresionar a su hijo, sino que sencillamente recorre el ca-
mino que Dios le ha trazado, porque confía en Él. Aun cuando
no haya evidencia que respalde su creencia, se agarra de lo
que conoce como verdad acerca de Dios porque lo ha escucha-
do hablar a través de su Palabra, y cree en lo que ha dicho.
Un padre piadoso es un hombre de fe cuyas penas, aunque
profundas y constantes, no eliminan el gozo (por lo menos no
por mucho tiempo), alguien que nunca usa sus fracasos para
justificar la dureza, alguien cuyas luchas, que lo tientan a re-
nunciar, nunca lo vencen. Sin saberlo, el semblante de un pa-
dre piadoso ocasionalmente brilla. N o son muchos los que lo
ven, pero unos cuantos son deslumhrados por la brillantez de
su pasión por Cristo, una pasión que infunde respeto en quie-
nes lo observan.
182 £/ Silencio de Adán

Cuando se da cuenta de que su vida ha estimulado profun-


damente a su hijo para que recorra el mismo camino, se sor-
prende — y se siente agradecido. Cuando la gente habla
afectuosamente de su influencia, lo toman desprevenido. Este
hombre se encuentra tan absorto con la gloria de Cristo, que
no ha notado que se le ha pegado un poquito de la misma.
Un padre piadoso no finge. La vida es dura y él lo sabe. Las
espinas y los cardos lo pinchan haciéndolo sangrar en ocasio-
nes, y las malas hierbas lo frustran. La vida por fuera del jar-
dín a menudo es difícil, y a veces horrible. Los que lo observan
saben que se lucha.
En ocasiones está más consciente del fracaso que del creci-
miento. Pregúntele a un hombre maduro si lo es, y cambiará
de tema sintiéndose incómodo. Cuando reflexiona sobre sí
mismo, seguramente se asombra de que Dios se deleite en él, y
se siente avergonzado porque para que eso fuera posible a Dios
le costó su único Hijo.
Un padre piadoso es un relator de historias. El enseña, más
por medio de historias que con discursos. Sabe que las leccio-
nes envueltas en las historias penetran más profundamente y
son más duraderas. Él cuenta historias de sueños de la niñez
que dieron paso a la dura realidad de la adultez.
Escuche una historia que mi padre me contó en una carta
reciente:
"Tengo un recuerdo extremadamente vivido al cumplir doce
años. Estaba impresionado por la llegada de mis años de ado-
lescencia. Trece sonaba muy maduro; después de todo, el si-
guiente paso era veinte. Y sabía de algunas personas que se
habían casado a esa edad.
Me senté con mi madre e n el portal de atrás de una impre-
sionante mansión en Chestnut Hill. La tía Lily trabajaba allí
como institutriz, y tenía permiso para que su hermana pasara
el verano con ella mientras la 'realeza' viajaba por Europa. Yo
estaba tratando de decirle a mi madre lo mucho que la cuidaría
cuando fuera grande. En esa época vivíamos en la casa de la
Calle Baynton, y yo me la imaginaba en la mansión donde
estábamos ese día, siendo yo el proveedor. Como dijo el poeta:
'Fue una ignorancia infantil, pero, oh, lo que parecía ser'.
La vida se parece mucho a eso. Los sueños se desvanecen
cuando la dura realidad toma posesión.
Padres: Hombres que Creen en Nosotros I 77

Esa historia de mi padre me permitió saber que él, igual


que yo, tuvo sueños alguna vez. Muchos de sus sueños más
queridos han sido rotos, y sin embargo todavía sigue a Dios y
su vida es ejemplo de fidelidad.
Los padres piadosos cuentan otras historias de sueños no-
bles que se han hecho realidad, de victorias y también de
derrotas, de la mano de Dios en sus vidas, de aquellas pocas
veces cuando una momentánea visión de Cristo los dejó cie-
gos para todo lo demás, y de las muchas en que la vida simple-
mente parecía demasiado dura.
Cuando el hombre joven puede, al escuchar estas historias,
ver al hombre mayor recorriendo el camino, comienza a darse
cuenta de que cada una de sus propias luchas ya ha sido en-
frentada antes. Siente que una cálida esperanza baña su alma
cansada, refrescándole con fortaleza y valor renovados.
"¡Se puede!", grita el hombre joven. "Él pudo. Véanlo. Ha
enfrentado todo lo que yo enfrento, ha soportado el mismo
temor, angustia y fracaso, ha hecho las mismas preguntas y
escuchado el mismo silencio que m e enfurece, y todavía confía
en Dios. Él lo logró. ¡Se puede!". 1

Marca #2: Ocasionalmente, se voltea y mira a su


hijo para hacerle saber que "No está solo".
Un padre piadoso recorre un camino bueno, sabiendo que
su hijo está caminando treinta años detrás de él. El hijo obser-
va desde atrás y, sin dialogar con él, escucha el mensaje: ¡se
puede!
De vez en cuando, ante la frustración de ver que los tiem-
pos parecen haber sido establecidos al azar y son completa-
mente imprederibles, un buen padre se detiene, se da vuelta y
mira a su hijo. Mientras no se haya dado vuelta, su hijo siente
la distancia que hay entre ambos; no una distancia fría y esté-
ril, pero al fin distancia. Él anhela escuchar de su padre algo
más que sólo aquello que transmite mediante el ejemplo, el
mensaje de que realmente es posible permanecer fiel al llama-
do que uno tiene como hombre. Quiere sentirse conectado,
escuchado, tomado en cuenta. Anhela saber que el hombre
que vitoreó en el combate de lucha del primer ciclo de secunda-
ria y se paró orgullosamente para aplaudir en la graduación
184 £/ Silencio de Adán

universitaria, todavía está comprometido, interesado, todavía


lleva a su hijo en el corazón. Para un hijo adulto, tiene un valor
incalculable ver que su padre está de rodillas delante del tro-
no, mencionando su nombre, y saber que siente el dolor de
toda lucha —y el gozo de cada victoria— en la vida de su hijo.
Cuando este padre se voltea, su hijo recibe una mirada
que deshace toda duda: "Papá todavía se preocupa. ¡No es-
toy solo!"
Un padre piadoso se vuelve hacia su hijo —quizá en una
carta, una llamada telefónica, una visita— no para instruir ni
para amonestar. Hay un tiempo y lugar para esa clase de co-
municación, pero la agenda central del padre es escuchar.
Cuando se da vuelta, no habla, invita. Aun aquellas cartas en
las que un padre no se puede resistir a dar una palabra de con-
sejo, lo que hacen es ofrecer consejo más que imponerlo. El
respeta el derecho, y la enorme responsabilidad de su hijo
de hacer sus propias elecciones.
Cuando sus ojos se encuentran, aún antes de hablar, el hijo
se siente escuchado. Quizá su padre se dio vuelta entonces, y
no antes, porque sintió que él necesitaba hablar. El Espíritu de
Dios a menudo trae al hijo a la mente de un padre amoroso, y
luego éste levanta el teléfono. Recuerdo —y los ojos se me lle-
nan de lágrimas —la noche en que mi padre me llamó y dijo:
"No te pude sacar de mi mente anoche. Me imaginé que Dios
te estaba guardando. ¿Está pasando algo por lo cual pueda
orar?"
Un padre piadoso piensa a menudo en su hijo. De vez en
cuando, el pensamiento viene con una fuerza que lo hace
detenerse y darse vuelta. Y cuando lo hace, se inclina hacia
él, poniendo su oído tan cerca de su boca como para decir:
"No me quiero perder ninguna de tus palabras".
Eso es exactamente lo que Dios hace con los hijos que lo
recuerdan. Y él los escuchó y les prestó atención (Malaquías 3:16).
Él escuchó una voz que captó su atención, y luego se inclinó
para oír. Ese es el significado de los escuchó y les prestó atención.
Su mensaje al darse vuelta es claro: "Nunca estás lejos de
mi mente y siempre estás en mi corazón. Estoy contigo. ¡No
estás solo!" Un padre piadoso es un ejemplo disminuido del
Padre celestial que siempre escucha, el Dios que recoge cada
lágrima en una botella, guardándolas hasta el día cuando
Padres: Hombres que Creen en Nosotros I 77
revelará el buen propósito que tenía en cada prueba que pudo
haber evitado.
El mensaje de un padre piadoso es escuchado por su hijo:
"No estás solo. Estoy escuchando. Escucho tu dolor. Nunca te
he contado los detaÚes de mis batallas con la lujuria, la codicia
y el orgullo, y tú nunca me has contado las tuyas. Pero sé que
las tienes. Nada me escandalizaría. Yo también soy hombre. Y
nada te p o n e fuera del alcance del amor de Dios. Su gracia es
mucho m á s grande que nuestro pecado, al igual que la tierra
es más grande que un grano de arena. Ambos somos hombres
caídos que todavía no hemos sido liberados de la presencia del
pecado. S é que la vida es difícil, algunas veces aterradora, y
con demasiada frecuencia dolorosa, aún más de lo que se pue-
de expresar con palabras. Me duelo contigo cuando te preocu-
pas por problemas monetarios, por desilusiones en tu carrera
o problemas familiares. Siento el peso de tus preguntas y ora-
ciones n o contestadas; conozco la oscuridad que enfrentas con
frecuencia. Pero sé qué ha prometido hacer Dios. Por lo tanto,
puedo oír acerca de tus problemas sin derrumbarme o necesi-
tar rescatarte. En tus gozos y tristezas, te doy mi presencia. ¡Es-
toy contigo!"
Ese es el mensaje de la mirada de este padre cuyo hijo, en
respuesta, se siente inclinado a hablar. El no le comparte todo
—algunos secretos se comparten mejor con los hermanos—
pero lo que sí llega a compartir, se escucha. Nada significa
tanto para un hombre cuando está luchando que sentirse acom-
pañado por alguien a quien le importa, sin demandar recono-
cimiento ni agradecimiento, sino simplemente deseando estar
ahí para cuidar y ayudar, atento y aceptando. Ese hijo, a medi-
da que habla con su padre, que lo escucha, encuentra el valor
para moverse a lo largo del camino oscuro que tiene por delan-
te, sabiendo que su padre ya estuvo ahí y ahora está a su lado.

Marca #3: Continúa su caminar hacia Dios,


confiando en que El guiará a su hijo para que lo
siga, diciéndole con eso: "Creo en ti".
Un padre piadoso no puede pasar todo el tiempo escuchan-
do a su hijo. Nuestro Gran Sumo Sacerdote sí lo puede hacer,
pero un padre humano no — y no debe hacerlo. Si escucha
186 £/ Silencio de Adán
durante mucho tiempo y se envuelve demasiado en sus pre-
ocupaciones, ofrecerá demasiada ayuda o bien se desilusiona-
rá y se volverá cínico o enojado. Podría enviar el dinero que
liberaría a su hijo de una oportunidad difícil de crecimiento, o
en su frustración daría algún consejo que conduciría a una lu-
cha de poder: "¡Más te vale que hagas lo que digo, o realmente
echarás a perder todo!"
Los padres piadosos tienen que hacer algo más impor-
tante q u e escuchar a sus hijos. Durante cortas temporadas,
escuchar se puede convertir en la prioridad principal. Pero
el patrón de la vida de un padre debe reflejar su compromi-
so para permanecer en el camino angosto, ya sea que su hijo
lo esté o no siguiendo.
Recuerdo haberle dicho a uno de mis hijos, durante ur
período difícil: "Me puedes partir el corazón, pero no puedes
destruir mi vida. Seguiré a Cristo sin importar lo que hagas
Mi vida está escondida en Cristo. Eres importante, pero no
poderoso".
Cuando un padre piadoso continúa su camino y hace de
ese caminar su patrón característico, pone a su hijo en el lugai
apropiado, lo libera de la insoportable posición de ser el centro
de la vida de su padre. El hijo, ya liberado de una carga que no
puede manejar y que lo resiente, ahora es más capaz de dar a
su padre, de buena gana, aquello que posee y que puede dar.
Cuando este padre se aleja de su hijo, rompiendo el con-
tacto visual para fijar nuevamente sus ojos e n Jesús, él sabe
que no lo hace por rechazo o indiferencia y que sólo la pro-
babilidad de conocer mejor a Dios podría alejarlo. Un padre
piadoso sabe que su hijo está en buenas manos, manos más
poderosas que las suyas, y aprende a descansar.
Un padre que descansa significa muchísimo para su hijo.
Los padres preocupados transmiten la expectativa de que sus
hijos encontrarán alguna forma de echar a perder sus vidas.
Los padres relajados comunican que sus hijos son responsa-
bles de sus elecciones ante Dios, un Dios q u e m o v e r á los cie-
los y la tierra para conseguir que obedezcan.
La vida de un padre piadoso demuestra el primer mensaje:
que es posible seguir a Cristo sin importar lo que la vida depa-
re, y que su presencia le asegura a su hijo que no está solo. El
segundo mensaje es que alguien se interesa. Y su negativa a
Padres: Hombres que Creen en Nosotros I 77
fluctuar —manteniendo el ojo prendido de las cosas y cargan-
do a su hijo cuando él debería encontrar la fuerza para cami-
nar por sí mismo— comunica el tercer mensaje: que cree en su
hijo, que lo acepta como individuo responsable de sus decisio-
nes y, por la gracia de Dios, capaz de escoger bien, y de levan-
tarse después de caer.
"Se puede".
"No estás solo".
"Creo en ti".
Ningún hombre ha escuchado estos mensajes tan clara o
consistentemente como lo desearía. Los padres piadosos a ve-
ces fallan, y a veces se entrometen, dependen demasiado de
sus hijos, o están tan absortos en sus propias luchas que ya no
escuchan bien, aunque a menudo se preocupan. Sus pregun-
tas transmiten falta de confianza en la habilidad de su hijo.
No debemos demandar perfección de nuestros padres. Más
bien, debemos buscar patrones. Debemos aprender a apreciar
a los padres imperfectos, pero piadosos, que se las arreglan para
volver al buen camino, que evidencian su cuidado en forma
genuina (aun si no lo hacen con la frecuencia que quisiéramos),
y que saben algo sobre descansar en la soberanía de un Dios
amoroso.
La triste verdad, por supuesto, es que la mayoría de los
hombres no tiene padres piadosos. Muy pocos pueden si-
quiera señalar, en sus vidas, a un hombre mayor que haya co-
municado poderosamente estos tres mensajes. La mayoría ha
escuchado tres mensajes muy diferentes, que les gritaron en
sus oídos:
1. "La vida es demasiado difícil de vivir como Dios de-
manda. Es necesaria una pequeña transigencia, cierto
alivio con el cual pueda contar, alguna oportunidad de
hacer lo que me hace sentir bien ahora, con respecto a
mí mismo, ¿una verdadera vida piadosa? No se puede
lograr".
2. "Seguro, m e interesas. Bueno, así que no escucho bien
todo. Vamos, tengo mis propios problemas. Me parece
que deberías estar agradecido por todo lo que hice cuan-
do eras niño. Quizá ahora sea mi turno de recibir un
poco de atención. Realmente no me interesas".
188 £/ Silencio de Adán

3. "Mira, la vida se está tornando difícil, sabes. ¿Tienes al-


guna idea de lo que es volverse viejo? Bueno, algún día
lo entenderás. Hago lo mejor que puedo. Sé que no es
tan bueno. Pero dudo de que tú lo harás mucho mejor".
Cuando un hombre de treinta y cuatro años, hijo de un
acaudalado negociante llegó a su lecho de muerte, las últimas
palabras que escuchó de su boca, fueron éstas: "En el testa-
mento te he dejado mi compañía. Si tuviera otro hijo, se la de-
jaría a él. Ahora estás a cargo. Calculo que te tomará cerca de
un año destruir el trabajo de toda mi vida".
Ese hijo tuvo dificultad para encontrar el valor de seguir
adelante. Luchó contra la depresión, gastó insensatamente el
dinero, y bebió en exceso. Algo vital le hacía falta a su corazón,
algo que su padre pudo haber depositado en él.
¿Deberíamos culpar al padre por los fracasos del hijo? No.
Su Padre celestial había provisto todo lo que necesitaba para
vivir una vida fiel y responsable.
Pero ese hombre joven libró batallas que nunca debió li-
brar. En el juicio final, quizá recibirá una mayor recom-
pensa por la batalla de toda su vida contra la bebida, que
lo que yo voy a recibir por todo lo que he enseñado, aconse-
jado y escrito.
Enfrente la realidad de su relación con su padre. Enfréntela
con honestidad. Duélase por lo que hace falta. Sienta el enojo
provocado por el dolor y el descuido. Regocíjese en todo aque-
llo que sea bueno. Escuche los mensajes que le ha transmitido
su vida.
Luego tómese de la mano de su Padre celestial. Observe a
su Hijo transitar perfectamente por el camino angosto, y sepa
que la vida de Él está en usted, permitiéndole crecer en obe-
diencia y nunca renunciar. Imagínese a nuestro Gran Sumo
Sacerdote escuchando cada vez que invocamos su nombre,
luego inclinándose para escuchar cada palabra, cada suspiro,
cada grito. Obsérvelo ascendiendo al rielo, con la confianza de
que sus hijos lo seguirán, sabiendo que hará todo lo que sea
necesario para mantenerse atrayéndolos hasta que estén con
Él. Y busque a otros —tal vez a un hombre mayor aplomado,
de su iglesia, que apenas haya notado— cuya vida le diga que
sí se puede, que usted no está solo, que cree en usted.
Padres: Hombres que Creen en Nosotros I 77

Luego, decídase a convertirse en uno de esos hombres que


silenciosamente dan buenos mensajes a los más jóvenes que
los siguen en el camino. Calcule el costo de convertirse en
tal hombre —es enorme. Pero valore el privilegio y anticipe el
gozo. No existe mayor llamado que representar a Dios ante
alguien, viviendo la vida de un padre espiritual con él. Con-
viértase en un anciano.

Aquí hay un gran peligro. Los hijos a menudo creen que no pue-
den llegar a ser mejores que sus padres. Cada padre que lo "ha
logrado", de cierta forma se ha quedado corto. Sólo el Hombre
Perfecto lo ha logrado totalmente. Nuestro llamado es a parecer-
nos a él, y no a nuestros padres terrenales. Y Dios da el poder
para volvernos como Cristo, aun en maneras de las cuales nues-
tros padres nunca se imaginaron. No permita que un padre límite
su visión para usted mismo.
Capítulo

13

Hermanos: Hombres
que Comparten
Secretos

Í ^ Q / í j a c e tanto tiempo que sucedió! ¿Por qué el recuerdo


/ V m todavía se abalanzaba contra los bordes de su mente
como un ratón impulsado por un microbio que pasa rozando
los zócalos de la que, si n o fuera por eso, sería una casa limpia?
La tentación todavía estaba presente. No todo el tiempo,
por supuesto; y algunas veces ni siquiera lo estaba. Pero él te-
nía esa sensación amenazadora de que en cualquier m o -
m e n t o el deseo podría surgir como un monstruo del mar al
que tendría que agarrar por el cuello y dominar.
Comenzó a la edad d e once años, cuando por primera vez
fue a un campamento. Quizá el vacío creado por la nostalgia lo
predispuso.
Su amigo — d e trece años, ya con músculos, gran atleta, tipo
"campista de la s e m a n a " — lo descubrió primero: un agujero
que quedó al desprenderse un nudo de la madera, en la pared
de una de las cabañas d e las chicas. Lo único que separaba los
192 £/ Silencio de Adán

campamentos era una corta caminata a través del bosque, y


una cerca fácil de trepar.
Nunca antes había sentido algo semejante. Salieron por la
ventana cuando ya habían apagado las luces, entraron furtiva-
mente en el bosque, como un comando de unidades especia-
les, y se arrastraron sin hacer ruido hasta el agujero. Con un
ojo cerrado y el otro bien abierto, se pusieron a mirar. La conse-
jera de las campistas les había permitido tener la luz encendi-
da después de la hora señalada.
¿Fueron esas pocas noches las que dieron inicio a la obse-
sión? ¿Por qué el deseo era tan fuerte, tan apremiante, y el pla-
cer tan satisfactorio que, aun ahora, años después, parecía más
tarde, ser una parte irresistible de su carácter?
Él había recibido a Cristo esa misma semana de campamen-
to. Y fue real. Sus padres, que habían orado, estaban emocio-
nados. Nadie sabía qué otra cosa comenzó durante esos días.
Desde entonces, la batalla había sido fiera. Durante sus años
de adolescencia, hubo unas cuantas películas que nunca debió
haber visto, unas que todavía no podía olvidar, y otras cuantas
más cuando apenas pasaba de los veinte años. Luego, aquella
visita ya tarde en la noche, al club de "adultos".
Las películas, lo podía confesar; aun el espiar por el agujero
parecía más travesura que algo serio. Pero, ¡dos horas en un
lugar como ese club! La gente era amistosa y de buena condi-
ción social; una sensación de estar haciendo algo cotidiano
había calmado su conciencia hasta que salió por la puerta, jus-
to antes de la medianoche.
Eso fue hace ocho años, cuando tenía veintinueve y estaba
casado, con dos niños pequeños, y él con su esposa a cargo del
grupo juvenil de la iglesia. Ahora tenía treinta y siete, y sus dos
hijos eran parte del grupo juvenil que todavía dirigía. La sor-
presa maravillosa d e la familia era una bebé, que ahora tenía
seis años. Como presidente del comité de misiones, había diri-
gido dos viajes misioneros recientes a Europa oriental, de los
cuales el último incluyó a toda la familia. Su vida era como una
camisa blanca con una mancha de comida, cubierta por una
corbata bien puesta.
Hubo veces en que la idea de abandonarse a esos viejos
placeres prohibidos parecía prometer algo que n a d a más
Hermanos: Hombres Que Comparten Secretos 185

podía proporcionar, incluyendo su fe —no, especialmente su fe.


El simple pensamiento d e vivir sus fantasías podía aliviar un
terror que llevaba dentro. Tapaba el agujero sin fondo que siem-
pre estaba presente, e s p e r a n d o su poder siniestro para
succionarlo algún día h a c i a sus profundidades. A veces, los
placeres del pecado parecían su único medio de superviven-
cia, su única esperanza d e gozo.
La ruta de la casa al trabajo lo hizo pasar a tres cuadras de
ese misino club. En todos esos años, sólo unas pocas veces salió
del camino para pasar por ahí. Una vez, había bajado la veloci-
dad, pero no estacionó s u carro, y mucho menos salió de él
para entrar.
En su pensamiento, había disfrutado mil veces de los pla-
ceres que estaban disponibles dentro de ese edificio, y se de-
testaba por eso. Cada vez que el recuerdo se convertía en una
imagen enfocada, se s e n t í a avergonzado, sucio, débil—pero
extrañamente vivo. Aun cuando el recuerdo era borroso, toda-
vía estaba presente, esperando capturar su mente.
Nadie lo sabía. Haría un par de años, en su grupo de hom-
bres, había admitido tener un problema con la lujuria. Todos lo
escucharon cuando daba apoyo, pero con el mismo interés que
podía provocar una confesión de masturbación ocasional.
Quería contarle a alguien la terrible verdad, con suficientes
detalles como para dejar bien claro que su pecado era grande,
que permitirse ese gusto parecía como la puerta del paraí-
so. ¿Pero a quién se lo podía contar? ¿A su esposa? ¡No! No
estaba seguro por qué, pero no. ¿A su padre? Otro no, categó-
rico, porque sentía que era inapropiado.
Dos ancianos oficiales de la iglesia sobresalían por ser más
que sólo administradores del ministerio. Ambos eran hombres
buenos y piadosos, pero de una manera convencional. Pare-
cían más estables q u e vivos. Podía imaginar su respuesta:
preocupación sincera, promesas de que orarían, pero sin se-
guimiento, a excepción, quizá, de decirle ocasionalmente:
"¿Cómo va esa lucha?" Todavía estoy orando por usted".
Sus tres amigos más cercanos bromeaban demasiado sobre
cuestiones de sexo. El lo resentía. Se rehusaba a correr el riesgo
de convertirse en el objeto de su humor irreverente.
¡Stan! Nunca antes se le había ocurrido ese nombre como
194 £/ Silencio de Adán

u n posible confidente. Él lo conocía bastante bien. Habían al-


morzado juntos unas cuantas veces, estuvieron más de un año
e n el mismo grupo de estudio bíblico, y también compartieron
u n a noche de larga conversación. Stan. Preocupado, apasiona-
d o , luchador, decidido, ¡divertido, pero nunca frivolo! D e su
misma edad, tal vez un año menor.
Decidirse le tomó ocho meses. Hasta que finalmente lo hizo.
L e compartió su secreto, sin detalles atractivos sino con una
confesión clara de pecado real y de terror.
Stan escuchó. Unas cuantas preguntas; ninguna que esti-
mulara detalles específicos innecesarios, ni palabras ni expre-
siones fáciles que indicaran que su respeto había disminuido.
S u conversación se sintió limpia, dignificada, importante. Stan
n o ofreció consejo, n o intentó interpretar o explicar la lucha,
n o redujo ninguna verdad a trivialidad. Habló más acerca de
una visión; de lo que las vidas de ambos podrían ser dentro de
u n año —diez años— a medida que el Espíritu de Dios hiciera
su obra. La visión no fue transmitida con una intención de
"¡Oye, relájate! ¡Estarás bien!", sino más como un sentimiento
de "Piensa lo que podría ser. No te desanimes. Vale la pena
cualquier costo". Y se puso a la orden para seguir hablando.
Eso fue hace como un año. La lucha persistía. El monstruo
todavía rondaba en las profundidades. Pero se sentía más lim-
pio, más esperanzado, tomado por un poder mayor que lo lla-
maba a algo más alto.
Desde entonces, había pasado frente al club sólo una vez, y
quería entrar. Por un momento, entrar parecía ser su única es-
peranza para sentirse vivo. Pero ahora el pensamiento de re-
sistirse al impulso, de no entrar, de cerrar la fantasía d e lo que
había ahí, parecía importante, a veces aun apremiante; alejarse
de esos placeres parecía ser parte de algo mayor. Antes, decirle
no al pecado parecía apenas obedecer un mandamiento, algo
que uno hacía para evitar la censura, como conducir respetan-
do el límite de velocidad cuando un vehículo policial aparecía
en su espejo retrovisor.
Desde su conversación, Stan lo había llamado en tres oca-
siones durante un año. Él lo había llamado dos veces. Se re-
unieron en privado en una sola oportunidad, cuando tuvieron
un largo desayuno un sábado por la m a ñ a n a . Hablaron d e
Cristo, visión, poder; sólo un poco acerca de luchar contra el
Hermanos: Hombres Que Comparten Secretos 195

pecado. Todavía estaban en el mismo grupo de estudio bíblico.


Durante esas noches cuando el grupo se reunía, reían juntos,
intercambiaban historias del trabajo mientras tomaban refres-
cos, bromeaban fácilmente y algunas veces discutían el pasaje
que el grupo acababa de estudiar. Intercambiaban con otros de
forma natural. Ninguno de los dos se sentía presionado por el
otro.
Se dio cuenta de que cada vez se sentía más cómodo con la
palabra victoria. Ahora ya no contema ningún indicio de com-
placencia, n i n g ú n pensamiento de haber madurado más
allá de la realidad aterradora de la dependencia. Ahora victoria
significaba esperanza, propósito y movimiento hacia una vi-
sión irresistible.
Se sentía más presente con su esposa durante sus tempora-
das de conflicto. Estaba más consciente de que tenía algo que
trasmitirle a sus hijos, y estaba más que dispuesto a hacerlo.
Tenía más hambre de Dios y estaba más apasionado por la
vida. Aunque las tentaciones sexuales todavía eran fuertes,
parecían menos amenazadoras que el terror al agujero negro
que todavía podía arrastrarlo hacia sus profundidades sin sen-
tido. Dicho terror se sentía, a veces, menos poderoso que su
hambre de conocer a Cristo.
Cuando escuchaba a alguien pronunciar la palabra herma-
no, Stan siempre llegaba a su mente.

Los padres infunden aliento al mostrar el camino, al ir de-


lante de nosotros. Los hermanos alientan al compartir nuestras
luchas, al caminar con nosotros.
En un estudio informal de cuatro mil hombres, uno de cada
diez reportó que en su vida había alguien a quien miraba como
padre. Sólo unos cuantos han experimentado el estímulo de
otro hombre cuya vida proclama: "Se puede. No estás solo. Creo
en ti".
La misma encuesta indicaba que uno de cada cuatro tenía
un hermano que no era simplemente otro descendiente varón
de los mismos padres, sino un compañero con quien no se sen-
tía avergonzado.
Si esa encuesta es precisa, entonces noventa de cada cien
196 £/ Silencio de Adán

hombres no tienen padre, son hombres sin un guía. Setenta y


cinco de esos mismos cien no tienen un hermano, y son hom-
bres que viven con secretos.
Hay varios tipos de secretos. Están los secretos que tienen
que ver con eventos específicos, recuerdos de cosas que otros nos
han hecho, o cosas que hemos hecho. Están las realidades inter-
nas secretas: deseos persistentes, intereses, luchas, motivos,
pensamientos, creencias o sentimientos que consideramos in-
aceptables, que creemos que arruinarían toda relación si se die-
ran a conocer. Algunas veces las cosas que escondemos son
impresiones vagas, pero poderosas, que generalmente envuelven
una sensación sin nombre, pero aterradora, de su propia vile-
za, una sensación que —tememos— otros confirmarían si tu-
vieran la oportunidad.
Los secretos tienen tres efectos principales:
1. Debilitan el valor.
2. Aislan de la comunidad a quienes los guardan.
3. Erosionan el sentido legítimo de seguridad e n uno
mismo.
Para entender el daño letal que crean estos efectos, recuer-
de la definición de tres partes de la hombría:
Los hombres somos llamados a:
1. Examinar profundamente el misterio; a enfrentar con
honestidad la confusión irresoluble de la vida,
2. a recordar el carácter y obras de Dios; a ver su historia
invisible revelada en las Escrituras y en los e v e n t o s de
nuestras vidas,
3. a adentrarnos en el caos de la vida, con el p o d e r para
restaurar el orden y liberar la belleza.
Los tres efectos de guardar secretos les presentarán obstá-
culos sustanciales a los hombres que anhelan cumplir c o n su
triple llamado. Permítanme explicarlo.

Efecto 1: Los secretos debilitan el valor,


reduciendo la posibilidad de que los hombres
examinen profundamente el misterio.
Todo hombre se pregunta si tiene lo que se necesita para
Hermanos: Hombres Que Comparten Secretos 197

sobrevivir al reto de ver la vida con h o n e s t i d a d . Los hombres


que tienen secretos están convencidos d e que n o los tienen.
En conversaciones consigo mismos — q u e algunas veces no
escuchan conscientemente— los h o m b r e s que tienen secretos
se preguntan: "¿Cómo podría un h o m b r e como yo manejar los
desafíos reales de la vida? ¿Cómo podría entrar en el desorden
de las relaciones y mantenerme con el poder de hacer el bien,
cuando conozco lo que realmente soy? Mi única esperanza es
mantenerme bien alejado de lo que no puedo manejar, a fin de
que no quede al descubierto cuán inadecuado soy como hom-
bre. Lo mejor que puedo hacer es encontrar algo que pueda
realizar bien y dedicarle a eso todas mis energías".
A los hombres que guardan secretos les aterroriza la posibi-
lidad de ser puestos al descubierto. Pero hay algo que los ate-
rroriza aún más. El temor menor —revelación de algo que ellos
saben, pero que nadie más conoce— algunas veces los protege
contra tener que enfrentar el temor mayor. Al igual que alguien
que está tan preocupado por su tobillo torcido que no siente el
dolor que tiene en el pecho, los hombres pueden enfocar su
atención en lo que están escondiendo, para evitar enfrentar
algo peor.
Cuando un hombre comparte sus secretos, a menudo su
primera reacción es de alivio. Pero pronto toma conciencia de
un temor más profundo. Los hombres sin secretos ven más cla-
ramente la naturaleza aterradora de la existencia, su profunda
falta de control, y su poder para destruir todo sueño. Cuando
llegamos más allá de los secretos que guardamos hermética-
mente, éstos parecen poca cosa a la luz de lo que entonces co-
menzamos a enfrentar. Lentamente (algunas veces con el
correr de los años), nos volvemos conscientes de un negro agu-
jero que se abre y que amenaza con tragarnos hacia sus pro-
fundidades. Las presiones diarias de la vida —cuentas sin
pagar, hijos rebeldes, conflictos de relaciones— parecen ser sólo
la punta de un témpano. Algo más está oculto abajo, una fuer-
za siniestra que se las ingenia para que nuestras vidas se de-
rrumben a nuestro alrededor, y así dejarnos en la miseria,
solos, sin esperanza de escape.
El guardar secretos es cobardía. Nos ayuda a mantenernos
lejos del desafío mucho más significativo que enfrenta todo
hombre, el cual es ver hacia adentro de la oscuridad de una
198 £/ Silencio de Adán

vida que no tiene sentido, y moverse en ella con gozo. Los hom-
bres que guardan secretos nunca encuentran el valor para
examinar el misterio de la vida. No cumplen con el primer
elemento del llamado a la hombría.

Efecto 2: Los secretos estimulan el aislamiento,


lo cual dificulta ver la mano de Dios en la
comunidad, y por lo tanto, le dan al hombre
menos que recordar.
El aislamiento es, quizá, el efecto más obvio de guar-
dar secretos. Nos sentimos solos, desconectados, excluidos,
como extraños en una muchedumbre a la que queremos perte-
necer. Los secretos crean distancia.
Cuando era adolescente, desarrollé un caso grave de acné
en el pecho. Por más de un año llevé gasa medicada de forma
rectangular sobre una herida abierta, quizá de un tamaño de
cuatro por seis pulgadas. Nadie fuera de mi familia (con excep-
ción del médico que me estaba tratando) sabía el secreto que
mantenía guardado debajo de la camisa. Antes y después de la
clase de gimnasia, me cambiaba rápidamente, viendo hacia la
pared mientras me desabotonaba la camisa. Nunca me duchaba
en la escuela.
Haría lo que fuera necesario para guardar mi secreto. Y esa
tarea tenía mucho más significado para mí que participar en
oportunidades sociales. En cualquier muchedumbre, era cons-
ciente de que estaba escondiendo algo que —si se descubría—
me pondría a un lado como raro, desfigurado, difícil de dis-
frutar. Nunca me relajaba lo suficiente como para compartir
en comunidad con la facilidad y naturalidad que anhelaba
experimentar.
Algo similar le sucede a todo hombre que guarda se-
cretos, que vive para evitar que se ponga al descubierto lo que
teme que lo marcaría como extraño. Y le sucede lo que teme. Se
llega a encontrar aislado de la comunidad a la que se había
destinado que entrara.
Esto no pasa en la comunidad con la gente, sino también
en la relación con Dios.
La gracia hace posible permanecer en la presencia de Dios
Hermanos: Hombres Que Comparten Secretos 199
sin tener vergüenza, y restaura el sueño de pertenecer a d o n d e
uno más desea pertenecer. Pero los hombres que guardan se-
cretos nunca llegan a ver realizada esa oportunidad. Cualquie-
ra sea su situación externa, su hombre interior siempre está
viendo hacia abajo, lejos de la posibilidad de hacer contacto
con los ojos de alguien, especialmente con los de Dios.
El efecto es grave. Los que guardan secretos no sólo sienten
que cierta parte de ellos se mantiene desenganchada durante
conversaciones rutinarias, sino que cuando el tópico se vuelve
a cosas espirituales, estos hombres se sienten más como escu-
chas indiscretos que como participantes, al igual que el niño
que aprieta su cara contra la vitrina de una dulcería que está
cerrada. Ellos encuentran poco consuelo en los pensamientos
acerca de Dios. Ni la oración ni el estudio bíblico se conecta
con el hambre que hay dentro de ellos.
Olvidar a Dios se convierte en una forma de vida, tan natu-
ral y tan necesaria como respirar. Recordarlo, pensar y hablar
con otros acerca de Él, se siente frío y forzado. Los pensamien-
tos sobre sexo o discusiones acerca del último partido de fútbol
se conectan más poderosamente con algo muy dentro de ellos.
Mantener a Dios fuera de nuestra mente facilita el que disfru-
temos de nuestros pecados secretos.
Los hombres con secretos no recuerdan a Dios de la forma
que Él desea ser recordado. Por lo tanto, no mantienen el re-
cuerdo vivo, ni lo pasan a otros. Ellos no cumplen con la se-
gunda parte de su llamado a ser hombres.

Efecto 3: Los secretos erosionan la seguridad,


robándole a los hombres la anticipación gozosa
de moverse con poder para restaurar el orden y
liberar la belleza en la comunidad que los rodea.
Este tercer efecto de guardar secretos les dificulta hasta
imaginarse a sí mismos entrando poderosamente en la vida de
otra persona.
Entre sus virtudes sin par, el Evangelio purificará nuestra con-
ciencia de las obras que conducen a la muerte (Hebreos 9:14). Tiene
el poder de callar a nuestros acusadores, de cerrar la boca de
aquel que se deleita en recordarnos los fracasos que más qui-
siéramos olvidar. U n a conciencia atribulada grita un mensaje
200 £/ Silencio de Adán

destructivo que dificulta escuchar cuando el Espíritu susurra


su mensaje de vida: "Perteneces a Cristo. Tus pecados te son
perdonados en forma tan completa que el Padre no los vuelve
a recordar. He venido a residir dentro de ti para darte el poder
de volverte como el Hijo, y para hacer progresar los propósitos
del Padre. Regocíjate. Tienes razón para cantar".
Los que guardan secretos escuchan un mensaje muy dife-
rente, que a veces piensan que viene del Espíritu: "Sigues sien-
do u n desastre. Ya deberías estar mucho más lejos. Estoy a punto
de disgustarme lo suficientemente contigo como para darme
por vencido. La única evidencia de creatividad en tu vida es tu
habilidad para inventarte nuevas formas de fracasar".
Cuando ese mensaje resuena en los oídos de estos hom-
bres, ellos se niegan a moverse sin código hacia algún lugar, si
no h a y un plan fácil de seguir que prometa el éxito. En forma
obstinada se retiran a la esfera de lo manejable, decididos a
mantenerse alejados del misterio, con la única seguridad de
que carecen de sabiduría para manejar los ricos desafíos de la
vida.
Los hombres que tienen secretos no se mueven hacia el
misterio de las relaciones, porque no le encuentran sentido
ya que sólo los conduciría al fracaso. Por lo tanto, no cumplen
con el tercer elemento del llamado para los hombres.

COMPARTIENDO S E C R E T O S CON U N H E R M A N O
Los hombres que tienen secretos no pueden vivir de acuer-
do con su llamado. Ningún hombre debe vivir en el aislamien-
to de la vergüenza. La Biblia es clara: tenemos que confesarnos
nuestros pecados unos a otros. Esa instrucción es seguidc
por el recordatorio de que la oración del justo es poderosa y efica:
(Santiago 5:16).
Note que Santiago dice justo en vez de justos. Quizá nos
está animando a confesar nuestras faltas a individuos, y nc
necesariamente a grupos. Y a sea esto, o no, lo que implica e
pasaje, la mayoría estaría d e acuerdo en que la apertura indis
criminada no es buena. Pero sí lo es encontrar a un hombre coi
quien abrirse por c o m p l e t o , alguien con quien usted p u e d
caminar lado a lado en el v i a j e hacia el hogar, sin secretos entr:
los dos.
Hermanos: Hombres QUC Comparten Secretos 201

Por supuesto, para Dios no hay secretos. Ninguna cosa crea-


da escapa a la vista de Dios. Todo está al descubierto, expuesto
a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas (Hebreos 4:13). Y
somos invitados, aun estando todo secreto totalmente expues-
to ante Dios, a acercarnos a Él confiadamente... para recibir miseri-
cordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la
necesitemos (Hebreos 4:16).
Y el hecho de que la gracia de Dios lo libera para acep-
tarnos, aunque por nosotros mismos seamos inaceptables,
debería afectar la forma en que nos relacionamos en la co-
munidad cristiana. El cuerpo de Cristo debe reflejar fielmen-
te su carácter.
Cuando un hombre le da a conocer a otro lo que es menos
atractivo acerca de sí mismo, en su interior sucede algo. Al com-
partir nuestros secretos con un hermano, sucede algo que no
sucederá de otra manera. Es esencial que derramemos nuestro
corazón delante de Dios. Pero presentándonos como realmen-
te somos, poniendo al descubierto todo secreto ante otro ser
humano, nos contactamos con el poder liberador de la gracia
de Dios de una manera que nadie que guarde secretos llegará
a conocer.
Cuando un hombre deposita su confianza en otro, cuando
dos hombres caminan juntos y están de acuerdo en que sólo el
pecado inconfeso y los secretos que se guardan herméticamente
nos pueden poner fuera del alcance de la gracia santificadora,
se escuchan tres mensajes de vida:
1. "Nada que usted sea o que haya hecho lo condena a la
derrota. El brazo de Dios es lo suficientemente largo
como para llegar al agujero más negro y profundo, y lo
suficientemente fuerte para levantarlo y sacarlo. Cami-
naremos juntos, con un valor tal para enfrentar la vida
con honestidad que nada nos lo podrá quitar. Juntos
miraremos hacia la confusión oscura y aterradora de la vida".
2. "Usted tiene algo poderoso q u e dar. Sus secretos no lo
definen. Por debajo de su peor fracaso y su más profun-
da herida yace un hombre, u n portador de la imagen
de Dios, q u e puede conocerlo y revelarlo sólo en co-
munidad. C o n esperanza y gozo, usted puede levan-
tar su m i r a d a al rostro de Dios. Puede recordarlo y
pasar el r e c u e r d o hasta que éste ceda ante la realidad
202 £/ Silencio de Adán

deslumbradora de su presencia. Usted y yo tenemos algo


que decir. Juntos procuraremos conocer a Dios y haremos rea-
lidad la visión que tiene para nuestras vidas".
3. Hay un llamado para su vida que n o puede ser elimina-
do por ningún secreto. Dios ha h e c h o la desconcertante
elección de obrar a través de fracasos redimidos. Y a
pesar de que seguimos fallando, somos hombres con
apetito de Dios, un apetito que nos mantiene adentrán-
donos en la oscuridad, donde Él puede ser conocido y
revelado más plenamente. Somos hombres llamados por
Dios para restaurar el orden de su diseño, y para liberar
la belleza de su carácter hasta el día en que nos dejará
perplejos a todos con el orden de u n mundo nuevo y
con la belleza de Cristo revelada en sus hijos. Hasta en-
tornes, juntos le hablaremos en su nombre a la realidad oscura
de este mundo.
En oración debemos buscar a un hombre que pueda llegar
a ser nuestro hermano. Pero más aún, en oración debemos bus-
car ser nosotros un hermano para otro hombre.
Hay una reserva de poder sin explotar en la comunidad
cristiana. Parte de ese poder sólo será liberado cuando los hom-
bres se conviertan en hermanos.
Capítulo

14

El Sueño Realizado:
Una Generación de
Consejeros

P n u n mundo caído, el optimismo generalmente está mal


Íto, ftodavía
orientado. Aunque el pesimismo no es el antídoto correc-
se debe decir que las personas que tienen un punto
de vista bien confiable son, a menudo, ingenuas. Dicha in-
genuidad se caracteriza por una obstinación que se puede
percibir más como una decisión que como un accidente del
temperamento.
En los círculos cristianos, el optimismo típicamente se cons-
truye sobre la idea de que el propósito central de Dios es ben-
decirnos con la clase de vida que queremos, o transformar la
cultura en un entorno más agradable para los cristianos. Los
consejeros se especializan en resolver nuestros problemas y
aliviar nuestro dolor. Los líderes nos dicen que nuestras ora-
ciones, activismo e influencia unidos pueden darle un giro a
nuestra nación e introducir una sociedad piadosa. Ambos gru-
pos podrían ser culpables de distraernos del llamado real de
Dios.
204 £/ Silencio de Adán

Son nuestras vidas individuales y nuestras comunidades


cristianas las que deben dar un giro. Debemos aprender a con-
tinuar sirviendo a C r i s t o cuando llegan los problemas, y
acercarnos a Él en medio del sufrimiento no aliviado. Cual-
quier influencia que tengamos en la cultura debe ser el pro-
ducto de una pasión profunda por Dios, una pasión que nos
haga hombres atractivamente diferentes y que nos manten-
ga luchando unidos e n una comunidad que, en forma im-
perfecta pero genuina, es amorosa.
La realización de cruzadas sociales es mucho más fácil que
encontrar a Dios. La lucha por las normas cristianas algunas
veces parece implicar una beligerancia q u e compromete la
humildad, o una agresión que se disfraza de valor. Y trabajar
para superar nuestros problemas personales requiere menos
de nosotros que buscar a Dios con todo nuestro corazón. Ni la
realización de cruzadas sociales ni la solución de nuestros pro-
blemas aviva la clase de toma de conciencia que nos permite
saber que el problema real está dentro de nosotros.
No es asunto sencillo convertirnos en gente piadosa, a me-
nos que definamos la piedad como simplemente evitar el pe-
cado obvio (y hacer que otros hagan lo mismo), o como una
manera de resolver nuestros problemas para que los sentimien-
tos placenteros vuelvan —sentimientos que entonces podemos
llamar victoria.
Pero cuando la piedad se entiende como algo que implica
una pasión por Dios que transforma continuamente la manera
en que nos relacionamos con otros, nos hace estar dispuestos a
posponer la comodidad personal. Esta piedad aviva un deseo
de conocer a Cristo que es más fuerte que cualquier otro deseo,
y nos muestra que nuestro mayor enemigo somos nosotros mis-
mos. Volvernos como Cristo se convierte en la pasión que nos
consume.
La gran necesidad de nuestros días no será satisfecha al
capacitar a más consejeros, ni por el llamado de los líderes a
que nos unamos para luchar contra la contaminación moral de
nuestra sociedad.
En la actualidad, la mayor necesidad de nuestro mundo es
simplemente ésta: mujeres y hombres piadosos que posean y
exhiban una calidad de vida que refleje el carácter de Dios, y
¿/ Sueño Realizado: Una Generación de Consejeros 205
que despierte curiosidad en otros acerca de cómo ellos podrían,
también, llegar a conocerlo.
Si podemos reconocer el camino hacia la madurez espiri-
tual, si podemos identificar y responder al apetito por Cristo
puesto en nosotros por el Espíritu de Dios, entonces quizá den-
tro de treinta años mi sueño de una generación de consejeros
se podría convertir en realidad. ¡Piense en eso! Padres y ma-
dres espirituales, hermanas y hermanos piadosos, creando co-
munidades de personas q u e se preocupan por los de afuera y
atraen a los que están fuera del círculo hacia algo que nunca
han conocido, pero que siempre han anhelado. Comunidades
de personas cuya pasión por Cristo sea más fuerte que sus re-
sentimientos, su competencia por el reconocimiento, y sus ce-
los. Cristianos que por largas temporadas han tenido a padres
y madres espirituales como consejeros, y que —como resulta-
d o — el conocer m e j o r a Cristo los consume tanto que se
quedan ahí, resistiendo el desorden de la comunidad y no dán-
dose nunca por vencidos acerca de sí mismos o de otros, por-
que saben que Cristo no se ha dado por vencido —y nunca lo
hará. Ellos lo han visto a El e n sus consejeros.
¿Cómo sería la Iglesia si los hombres comenzaran a hablar?
¿Si fuéramos quebrantados por la pecaminosidad de nuestros
patrones de relarionarnos, q u e no son varoniles, y si estuviéra-
mos dispuestos a renunciar a nuestra condición de expertos y
pagar el precio de convertirnos en ancianos? ¿Qué sucedería
en nuestras comunidades eclesiásticas si los hombres en posi-
dón de liderazgo fueran más allá de su fortaleza natural —su
habilidad para administrar ministerios— y dependiendo de
Dios condujeran a sus congregaciones hacia una visión
inspiradora? ¿Qué movimiento del Espíritu podría ocurrir si,
en cada iglesia, unos cuantos hombres apasionados por Dios
atrajeran a otros a que lo buscaran incesantemente? ¿Qué su-
cedería si muchos de estos hombres luego se relacionaran unos
con otros, con una apertura que los condujera a luchar juntos
de ahí en adelante?
¿Cuál sería el impacto en las familias si los hombres enfren-
taran con valor la confusión aterradora del mundo, y luego
recordaran lo sufidente acerca de Dios como para moverse con
poder y sabiduría en sus relaciones?
¿Qué ocurriría en el corazón de las mujeres si los hombres
206 £/ Silencio de Adán

tuvieran una v i s i ó n para sus esposas, hijas, hermanas, ma-


dres y amigas, u n a visión que perseguirían con una fortaleza
bondadosa, y u n a pasión poética que ninguna mujer podría
detener?
Nuestra cultura está al día con todo, menos con encontrar a
Dios. Es más beneficioso usar a Cristo que conocerlo. Lo usa-
mos para sentirnos mejor, para desarrollar un plan para que la
vida funcione, para seguir con la esperanza de que obtendre-
mos todo lo que creemos que necesitamos para ser felices, pero
rara vez lo adoramos.
Un hombre d e ochenta y cuatro años quería hablar conmi-
go después de mi prédica en una conferencia bíblica. Lo vi es-
perando mientras yo conversaba con un grupo que se había
reunido. Cuando las personas se fueron, rápidamente me diri-
gí a donde este anciano bajo de estatura. Él, poniendo sus ma-
nos en mis hombros me contó esta historia: "Dr. Crabb, tengo
ochenta y cuatro años. Hace cinco mi esposa murió después de
cincuenta y un anos de un buen matrimonio. No puedo expre-
sar la pena que siento cada mañana al tomar café solo en la
mesa de la cocina. Le he rogado a Dios que alivie esta terrible
soledad que siento, pero no h a contestado mi oración. El dolor
que siento en mi corazón no se ha ido. Sin embargo..." y en
este punto el caballero hizo una pausa y mirando más allá de
mí, me siguió diciendo:"... Dios m e ha dado algo mucho mejor
que alivio para mi pena. Dr. Crabb, Él me ha dado un vislum-
bre de CRISTO, y eso vale la pena. Dondequiera que predique,
déle mucha importancia a Cristo". Después de estas palabras,
dio la vuelta y se fue.
Qué triste es que gastemos nuestra energía arreglando pro-
blemas, levantando la autoestima, recuperándonos de la ver-
güenza, venciendo el enojo, y encontrando formas para ser
liberados de la esclavitud espiritual. Ninguna de estas cosas es
mala en sí, pero ellas deben ser el resultado de una fascinación
por Cristo, porque ésta cambia la forma en que hacemos todo
lo demás.
Entonces ya no necesitaremos buscar fórmulas cuando es-
temos confundidos, o "distracciones sobrenaturales" cuando
estemos aburridos. Ya no demandaremos garantías para ali-
viar el terror de la incertidumbre, o mantenernos ocupados para
que nunca tengamos que estar solos con nosotros mismos. Ya
¿/ Sueño Realizado: Una Generación de Consejeros 207

no tendremos que pedirle algo a la vida, que ésta no puede


dar.
La desilusión con la Iglesia, el desaliento en nuestras vidas,
y la decepción con otros son producto de la enfermedad
medular de la cultura occidental: exigimos la satisfacción de
una vida que funcione bien. El sufrimiento es algo que se tiene
que aliviar. Los problemas son cosas que se tienen que arre-
glar. Las emociones angustiosas deben ser sustituidas por las
placenteras.
Las personas que nos convencen de que saben cómo aliviar
el sufrimiento, arreglar los problemas y cambiar las emociones
no deseadas, se convierten en nuestros líderes, expertos que
captan nuestra atención, porque nos dicen que nuestros
sueños de una vida mejor pueden volverse realidad. (Véase
jeremías 29:8.) En estos últimos días, llenos de amadores de sí
mismos que tratan el aborrecerse a sí mismos como el mayor
pecado, nos hemos rodeado de muchos maestros que nos di-
cen las novelerías que queremos oír (2 Timoteo 4:3).
Nuestra cultura se está moviendo en la dirección equivo-
cada. Estamos en un vuelo decidido y frenético que nos está
alejando de Dios. Pascal escribió:
Cuando todo se mueve a la vez, nada parece moverse, como
sucede a bordo de un barco. Cuando todo mundo se mueve
hacia la depravación, nadie parece moverse, pero si alguien
se detiene, pone en evidencia a los otros que están corriendo,
al actuar como punto fijo.1
El movimiento bueno comienza cuando uno resiste el mo-
vimiento cultural equivocado quedándose quieto. Un ancia-
no, un consejero, un padre espiritual, un hombre que luego
se mueve hacia Dios y hacia otros, ha sido llamado a poner al
descubierto el movimiento que se aleja de Dios al permanecer
lo suficientemente quieto c o m o para e s c u c h a r l o decir su
historia.
Quizá una segunda reforma se levantará sobre el funda-
mento de la primera, al hacernos el llamado para q u e conozca-
mos a la Persona que es nuestra justificación. Quizá llegará
mediante el cambio de depender de expertos que conocen prin-
cipios para una vida eficaz, a considerar la sabiduría de ancia-
nos que conocen a Cristo. Es m i esperanza que e n nuestras
208 £/Silencio de Adán

iglesias, Dios hará una obra fresca —silenciosa pero profun-


da— que conducirá a los hombres a conocer a Dios lo suficien-
temente bien como para servir de padres a los que vienen
detrás, y de hermanos a los que transitan lado a lado en el ca-
mino hacia la verdadera madurez.
El llamado a la hombría auténtica nunca será popular, por-
que es un llamado a la soledad, a dar sin que le agradezcan, a
sufrir como el medio necesario para adquirir sabiduría. Es un
llamado a aceptar —sin queja ni temor— que las partes más
importantes de la vida son confusas, un llamado a apagar la
luz artificial que suministran los expertos y a movernos hacia
la oscuridad de la luz de Dios.2 Es un llamado a un cansancio
tan profundo, que la exhortación a continuar haciéndolo bien
parece cruel.
Los hombres que responden a este llamado, que deciden
convertirse en padres y hermanos, deben estar dispuestos
a pagar un precio tan e n o r m e que sólo u n a vislumbre cla-
ra de Cristo les permitirá seguir adelante. El precio incluye, pri-
mero, la disposición a librar batallas de toda una vida. Batallas
contra la lujuria, donde la victoria se debe definir como el re-
sistir —no siempre reducir— los impulsos poderosos; batallas
contra la fricción en las relaciones que a veces no se pueden
entender, y que ocasionalmente terminarán e n la congoja de la
ruptura; batallas contra el desaliento, tan pesadas que amena-
zarán con detener todo movimiento bueno.
Segundo, el llamado a la hombría requiere de una dispo-
sición a confiar en lo que Dios ha dicho, durante temporadas
largas, cuando no haya evidencia visible q u e demuestre su
verdad.
Y tercero, el precio de seguir el llamado incluye la disposi-
ción a ser reducidos a un nivel de humildad e n el cual no sere-
mos capaces de realizar ningún movimiento hacia otros, un
nivel en el cual lo único que podemos hacer es permitir que
otros oren por nosotros.
El camino a la hombría es difícil, pero cada paso vale la pena,
porque brinda un significado que no se p u e d e encontrar en
ninguna otra parte. Hay temporadas de contentamiento y mo-
mentos de gozo que nos llevan más alto de l o que los hombres
caídos alguna vez se imaginaron que p o d í a n escalar. En las
ocasiones en que no podemos predecir ni controlar, el Espíritu
¿/ Sueño Realizado: Una Generación de Consejeros 209

de Dios abre la cortina y llena nuestros ojos con una visión de


Cristo que nos permite decir, como Pablo: Pues los sufrimientos
ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna
que vale muchísimo más que todo sufrimiento (2 Corintios 4:17).
Los conceptos presentados en este libro pueden parecer
abstractos, y necesariamente, serán frustrantes para los hom-
bres que demandan un código. Pero para los muchos que an-
helan una experiencia más rica de su hombría, esperamos que
guiarán su anhelo de que se vuelva una realidad.
En un esfuerzo por ponerle un poquito más de carne al
esqueleto, cerramos nuestro libro con la continuación de las
historias personales que cada autor comenzó al inicio del libro.
Compartimos brevemente algo de nuestro viaje continuado
hacia el tipo de hombría que hemos descrito. Deseamos que al
leer los capítulos de la conclusión, su anhelo de conocer a
Cristo se profundice hasta que sobrepase toda otra pasión. De-
seamos que se mueva a lo largo del camino que lo llevará a
convertirse en padre y hermano, en un hombre espiritual
que será parte de lo que se convertirá en una generación de
consejeros.

1 Citado en Christianity for Modern Pagans (Cristianismo para paganos


modernos), por Peter Kreeft (San Francisco: Ignatius Press, 1993),
95.
2 "La oscuridad de la luz de Dios" es una frase intrigante que se le
atribuye a Oswald Chambers, quizá sacada de Isaías 50:10-11.
La Historia
Continúa
AL ANDREWS

abía estado tomando clases de piano durante siete


años antes de que el Sr. Buelow me las comenzara a
dar. Mis otros maestros habían sido competentes para enseñar-
me los fundamentos, y aunque él también los enfatizaba, esta-
ba interesado en algo más. Un día, al final de la clase, me pidió
que memorizara un pequeño libro de música que contema sie-
te u ocho piezas cortas. Cuando regresé varias semanas más
tarde, al saberlas ya de memoria, toqué las piezas para él.
Al terminar, él comentó que técnicamente yo había tocado
con precisión. Había ejecutado las piezas tal como estaban es-
critas, pero, en su opinión, faltaba algo.
"No tocaste la música con sentimiento", me dijo. "Tócalas
de la forma en que crees que el compositor quería que se toca-
ran". Para un muchacho de trece años, esas declaraciones po-
dían ser fácilmente dejadas de lado al considerarlas como la
rareza de un adulto, o las excentricidades de un maestro de
música; pero la firmeza de su voz me convenció para que lo
volviera a intentar.
No había tocado mucho en mi segundo intento, cuando
me detuvo. "¡Así no es! Inténtalo de nuevo". Otra vez y otra
indicación de que parara —ahora con mayor énfasis. "Toca la
pieza con tu corazón. ¡Tócala con pasión!" Frustrado, pero con
mayor determinación, me senté por un momento, mirando el
teclado como rogándole que m e dijera cómo tocar. Pensé por
un momento, puse mis dedos sobre las teclas, me incliné sobre
el piano y toqué.
Nunca olvidaré ese momento mientras viva. Una música
diferente salió del piano. U n a pasión diferente se despren-
dió de mí. "¡Eso es!", me dijo. "¡Eso es! ¡Lo lograste!" Al fin le
214 £/ Silencio de Adán

entendí. Esta vez, yo sabía lo que él quería decir. Continué to-


cando, en forma exuberante, deleitándome en su gozo —pero
mucho más en mi propia pasión y libertad.
Fue un día maravilloso, en el que algo se liberó de lo pro-
fundo de mi ser, y el resultado fue la música rica y apasionada
del alma.
Unas cuantas semanas más tarde, renuncié.
Este día me ha perseguido durante años. Al observar a otros
tocar el piano, he deseado ser yo. Me he lamentado por la deci-
sión. Pero en aquel entonces, renunciar parecía ser la única ruta
posible.
¿Para qué? ¿Por qué renunciaría? ¿Por qué —después de
experimentar algo agradable y poderoso a la v e z — me detu-
ve? ¿Por qué me aseguré de que no se repitiera un momento
apasionante? ¿Por qué me retiré cuando un talentoso maestro
me empujó más allá de mis ámbitos conocidos para que alcan-
zara mayores alturas? Al pensar acerca de las respuestas posi-
bles a estas preguntas, he descubierto que hay tres que son
medulares para la forma en que he vivido mi vida.
La primera es obvia: tenía miedo. ¿Le temía al fracaso? En
parte. Pero lo más probable es que tuviera temor a perder el
control. Aun a edad temprana, había trabajado duro para ha-
cer que mi vida fuera lo más ordenada y predecible posible.
No me metía en discusiones, ni emprendía nada con demasia-
da pasión. Quería vivir sin demasiados altos y bajos, siempre
sabiendo qué esperar. Aunque quizá no lograría grandes éxi-
tos, tampoco experimentaría muchos fracasos.
Tocar música que no estuviera en la página podía conducir-
me a un ámbito inexplorado, a un lugar de mayor peligro y
riesgo. Quería vivir la vida que estaba en la página del libro
de música donde las notas están ahí, y también las instruccio-
nes, donde el principio y el final son conocidos. Cuando me
movía más allá de lo predecible y me metía en algo más caóti-
co, había mayor posibilidad de que mi incompetencia fuera
puesta al descubierto. Había mayor probabilidad de que me
pusiera en ridículo; y también mayor posibilidad d e fracaso. Al
igual que la mayoría de los hombres, no disfruto d e tal exposi-
ción. Es mejor seguir las notas, tocar siguiendo las reglas, y sa-
lir ileso. Evitar el riesgo. Mantenerme alejado del caos.
Ai Andrews 2 15

La segunda razón por la que renuncié es un poco más sutil.


Si lo había hecho bien, se me iba a demandar más. Tenía visio-
nes de piezas más difíciles, más recitales, más trabajo, más ex-
pectativas. Era un peso y presión que no quería asumir, y que
sin duda no necesitaba. Si seguía siendo mediocre, no tendría
que preocuparme por eso. No sobresaldría.
La tercera razón por la que renuncié no es nada obvia, pero
sí muy real. Odiaba mi pasión. Sabía que iba a traer cosas des-
agradables a mi vida. Lo que le sucede al pianista también le
sucede al discípulo, al amante, al atleta, al artista, al escritor. Si
lo hace bien, sufrirá. Este sufrimiento será experimentado tan-
to en la persecución como en la soledad. Si un hombre sobresa-
le por su pasión, aunque les caerá bien a algunos, muchos lo
odiarán. Los celos y la envidia se desatan ante la presencia de
la excelencia. Pero más importante aún, las pasiones profun-
das de un hombre tratan superficialmente algo del cielo, son
una muestra de lo que será un día. Con esa muestra llega la
soledad de ser un peregrino que todavía no está en casa, pero
que anhela estar ahí. Al anhelar, siente un hambre insaciable
que no será satisfecha en esta vida.
Duele vivir con hambre. Es doloroso sentirse nostálgico. Si
vivo sin pasión, haciendo un trabajo que es apenas bueno para
defenderme, entonces no sentiré el dolor y n o sufriré.
¿Sabía todo esto cuando dejé de tomar clases de piano? Por
supuesto que no. En ese entonces, mi excusa era que quería
tocar trompeta en la banda de la escuela secundaria. Sólo al
reflexionar he podido ver mi salida, no como un movimiento
hacia otro instrumento sino más bien como u n a huida de algo
diferente. Lo que sea que haya sentido esa tarde, fue demasia-
do peligroso. La incomodidad que me causó opacó el regocijo.
Fue excesivo, y el temor m e dejó sintiéndome hueco.
Durante gran parte de mi vida he sentido ese lugar vacío
dentro. Algo me faltaba. Era como si yo hubiera sido construi-
do en una línea de ensamblaje cósmica, y que a alguien se le
hubiera olvidado ponerme una pieza vital, que he tratado dili-
gentemente de encontrar. La he buscado en seminarios, escu-
chando cuidadosamente para encontrar aquella palabra o
frase que me haría completo. He estudiado libro tras libro, es-
perando que alguna joya de sabiduría saltara d e la página. He
usado a amigos apasionados y talentosos, intentando sacar algo
216 £/ Silencio de Adán

de ellos que creía no tener, esperando absorber todo lo que


pudieran darme. Pero mi búsqueda ha sido vana. La parte que
falta sigue siendo un misterio.
Al hablar con otros hombres acerca de mi búsqueda, la
mayoría reconoce que es también la de ellos. "Sé de lo que ha-
blas", me dicen, indicando alivio con sus voces. "Creía que era
el único". Aunque sus historias son diferentes, cada uno habla
con elocuencia acerca de algo que le hace falta en su interior.
La búsqueda de la pieza faltante es variada, y lo que encuen-
tran para llenar el vacío sólo funciona durante un tiempo, por-
que finalmente, llega a fallar.
Mi historia refleja una realidad que está presente en todo
hombre. Hay algo dentro de todos nosotros que anhela ser ex-
presado, que es apasionado y creativo a la vez, y no necesita
ser aprendido. No es necesario crearlo, porque está ahí, ya
venía en el hombre cuando nadó, y espera ser liberado. Y cuan-
do lo es, resulta aterrador. Eso lo sé ahora, pero no lo supe du-
rante muchos años.
De vez en cuando sabía que dentro de mí había algo que
rara vez se veía, algo que atisbaba cuando estaba muy conven-
ddo acerca de algo, cuando defendía lo que creía, cuando com-
pletaba una tarea ardua, cuando abordaba una situadón difícil
y la superaba. Pero como rara vez ocurría, la explosión ocasio-
nal era más frustrante que estimulante, ya que sólo comproba-
ba mi sentimiento de futilidad. Fue sólo cuando había pasado
de los treinta años que experimenté algo más.
En el verano de 1989, me bajé de un avión en Nashville,
Tennessee, para conocer a Nita Baugh. Esta era sólo la segunda
cita a degas de mi vida. La primera, que ocurrió cuando estaba
en la universidad, fue un desastre. Aunque había prometido
"¡Nunca volver a hacerlo!", la insistencia de un a m i g o d e
confianza y casamentero me convendó de que lo intentara
de nuevo.
Desde el momento en que nos conodmos en el aeropuerto,
los dos supimos que había algo diferente. No era amor a pri-
mera vista, pero ambos reconocimos una conexión instantá-
nea. Durante el fin de semana siguiente, navegamos en un lago
soplado por el viento, disfrutamos de largas conversaciones
mientras tomábamos café, cenamos en un romántico restau-
rante italiano, y fuimos absorbidos el uno por la compañía d d
Ai Andrews 2 217

otro. Esa m u j e r m e cautivó. Por mucho que lo intentara, no


podría encontrar algo malo en ella, algo que me diera la excusa
para huir. U n a n o c h e , durante esa primera visita (que duró
varios días), d e s p e r t é de repente a medianoche. Estaba baña-
do en sudor, y mi corazón palpitaba velozmente. Con el páni-
co, me vino u n sentimiento de pavor con el que estaba familia-
rizado. "Estoy cometiendo un gran error", pensé. "¿Y si ella no
es la correcta? Necesito salir de aquí". Había tenido ese tipo de
pensamientos antes, y finalmente sentí ese pánico en todas las
otras relaciones que tuve con una mujer. Cada vez, los senti-
mientos hacían que m e retirara. Había supuesto que eran una
indicación de que algo andaba mal en la reladón. Eran señales
de advertencia a las que tenía que prestar atención. Pero esos
sentimientos nunca habían aparecido sólo a dos días de co-
menzar una relación. ¡Esto era demasiado pronto! Si hubiera
dispuesto de un carro esa noche, podría haber intentado esca-
par al aeropuerto. Pero como no lo tenía, decidí orar.
Le pedí a Dios que me quitara la ansiedad, y Él no lo hizo.
L e pedí que me diera una señal, pero permaneció callado. El
pánico siguió durante la noche. Fue un tiempo de angustia y
espanto. Después de un tiempo de espera y lucha, algo muy
nuevo salió de mí. "¡Estos sentimientos son incorrectos!", grité.
"Tengo treinta y cuatro años, y estoy harto de huir de las muje-
res. Estoy solo porque siempre me gana el pánico. Ella me gus-
ta, y ¡esta vez no me iré!" Me encontraba en una batalla y lo
reconocía. También sabía que la lucha que estaba librando era
mayor que esta relación. Implicaba algo más: encerraba mi obs-
tinación, mi temor a moverme, mi falta de voluntad para arries-
garme, mi tendencia a huir de la pasión.
Mi pánico, aunque significativo y fuerte, nunca fue mi
realidad final. Los temores eran una excusa conveniente que
usaba para no moverme. Me sentía atraído hacia Nita, y había
disfrutado del fin de semana. Estaba intrigado con ella y que-
ría perseguirla. No quería retirarme debido a un temor inexpli-
cable que era más útil que cierto. Esa noche hice una oración
diferente. Confesé mi propia cobardía y el daño que debido a
eso le había ocasionado a otros. Oré para luchar bien contra mi
deseo de retirarme, y para amar. Me fui a dormir y desperté a
la siguiente mañana con un nuevo compromiso. Seis meses más
tarde, Nita y yo nos habíamos comprometido, y en un año
218 £/ Silencio de Adán

estábamos casados. El pánico nunca más volvió, lo cual me sor-


prendió.
En esta historia no estoy ofreciendo una pauta que deban
seguir. No estoy diciendo que cierta oración le pondrá fin a
todo temor. Muchos han hecho oraciones similares y han ex-
presado palabras fuertes de intención, sólo para sentirse des-
pués más ansiosos que nunca.
No sé realmente por qué la ansiedad se me quitó. Pero sí sé
que tomé una decisión diferente, que fue un cambio de direc-
ción marcado. Decidí moverme a pesar del temor, penetrar la
oscuridad caótica, escalofriante y arriesgada de las relaciones.
Esto implicaba la creencia de que realmente había algo más en
mí que tema que ser liberado. Los resultados no siempre han
sido gloriosos, puesto que hay ocasiones cuando todavía re-
trocedo a las formas antiguas, cuando no me muevo y en vez
hacerlo, vuelvo a caer en patrones débiles y predecibles. Pero
ha habido un cambio.
Dos imágenes han guiado mi vida: el jugador de las Peque-
ñas Ligas que tenía miedo de girar, y el pianista que renunció
cuando sintió pasión. Esas son imágenes que reflejan tanto la
utilidad del miedo como la tranquilidad de la decisión de ir
sobreseguro. He vivido con los resultados que produce esa
decisión: sentimientos de incompetencia, soledad e inseguri-
dad. Si no hubiera habido un cambio, habría vivido mi vida
como un hombre derrotado. Pero lo ha habido, y hay un deseo
de algo más.
¿Qué ha hecho la diferencia? ¿Qué me ha impulsado a se-
guir moviéndome? No ha sido la respuesta a un desafío inspi-
rador, ni la respuesta a una introspección astuta acerca de la
hombría ha impulsado el entendimiento claro de que era u n
hombre que se había ido a un lugar remoto.
Soy un hijo pródigo. Pero mi viaje no fue a una tierra extra-
ña para gastar mi herencia en una vida desordenada, caracte-
rizada por mucho alcohol y mujeres seductoras. Viví en una
forma mucho más aceptable. Mis viajes me llevaron a una tie-
rra de seguridad, donde servía a los dioses de lo predecible y lo
desapasionado. Durante un tiempo, disfruté de esa vida; pero
las punzadas del hambre comenzaron a abrirse paso a través
de la aparente seguridad de la vida que había escogido. Al igual
que el hijo pródigo mencionado en la Biblia, lo que me trajo de
Ai Andrews 2 219

regreso al hogar fue el hambre: el hambre de un hombre. Yo


quería reflejar la imagen del Padre, estar profundamente com-
prometido, intensamente apasionado, y ser locamente impre-
decible. Mi regreso implicó la confesión de que yo h a b í a
escogido otro camino, que sentía pena por el daño que había
causado y que anhelaba estar en casa con mi Padre. Para con-
vertirme en hombre, tengo que regresar al hogar una y otra
vez.
Hace varios meses, el día que cumplí cuarenta años, mi es-
posa me sorprendió regalándome un piano. Y me dio una co-
pia d e la música escrita que estaba tocando años atrás, cuando
renuncié. Al recibir el piano en nuestra casa, me senté en la
banca y vi las teclas blancas nuevas y relucientes. Nita y nues-
tro hijo de siete meses, Hunter, se sentaron a mi lado cuando
empecé a tocar. Esta vez lo experimenté, lo disfruté, y sabía
que no huiría. Con lágrimas, Nita también disfrutó de la músi-
ca, sabiendo todo lo que representaba. Hunter, intrigado por
esos extraños y nuevos sonidos, sonrió con un gesto alegre
mostrando su boca desdentada.
Amo a mi familia. Amo a la gente. Y amo a Cristo. Por lo
tanto, no quiero huir. Prefiero moverme con valor, a fin de con-
tar —a través de mi vida— la historia de la redención. Sé que
tropezaré, y sé que de nuevo me iré a tierras extrañas por un
tiempo. Pero ahora también sé que la música apasionada y el
suntuoso banquete en la casa del Padre me atraerán al hogar
cada vez, hasta que llegue para quedarme.
DON HUDSON

Si las personas vienen con tanto valor a este mundo


que el mundo tiene que matarlas para quebrantarlas,
entonces, por supuesto, las mata.
El mundo quebranta a todos,
y después de eso muchos son fuertes en las partes
que fueron quebrantadas.
Ernest Hemingway.
A Earewell to Artns (Adiós a las armas)

se fue e! niñito que nunca deseé.


Quizá debo explicar. No es que desprecie a los niños. Tam-
poco los considero intrusos. Por el contrario, la mayor parte de
mi vida soñé con tener hijos. El problema era que por más que
quisiera estar casado y tener hijos, no pensaba que eso fuera
posible para mí. ¿Cómo podía ser un padre, cuando no crea
con mi padre?
Al crecer, siempre me consideré inadecuado y defectuoso
—arruinado. Y ahora, tener un hijo sólo sería un recordatorio
minuto a minuto de mis deficiencias. ¿Cómo sería posible que
le diera algo a un hijo, si en primer lugar no tenía nada para
dar?
Nos fue dado un hijo a pesar de mi duda acerca de mí mis-
mo. Nació cuando teníamos cuatro años y medio de casados, y
le pusimos Donald Michael Martin Hudson. Le pusimos los
nombres de su padre y abuelos. Si recuerdan mi historia, sa-
brán que me cambié el nombre cuando tenía seis años. Los
nombres son importantes para mí. Me p u s e ese nombre
222 £/ Silencio de Adán

porque quería tener una identidad durante la época vacía y


desconectada de mi vida. Y ahora, le puse a mi hijo los nom-
bres de sus padres para que sepa que está conectado con hom-
bres buenos —para que sepa que no está solo. Quiero que re-
cuerde a los hombres que lo aman.
Hay momentos sagrados que nos cambian para siempre,
momentos que nos mandan a un viaje q u e nunca podríamos
imaginar. El nacimiento de mi hijo fue u n o de esos momentos
para mí. Me prendé de él. Estaba fuera de mí a causa de esta
arrugada y pequeña criatura, parecida a una lagartija. El dique
de mi corazón explotó el día de su nacimiento, y fui inundado
de amor por él.
No obstante, la misma inundación trajo más que amor. Tam-
bién trajo una nueva preocupación, una con la que nunca me
había encontrado: ¿Y si perdía a este pequeñito? De repente,
dos emociones fuertes se desencadenaron dentro de mí: un
a m o r abrumador y un temor paralizante. Quería correr ha-
cia él, y a la vez, huir de él.
Fue ahí cuando entendí que había cometido un grave error
Mi amor por este pequeñito me había capturado. Siempre
m e había mantenido a una distancia segura de todos. En-
tonces, si alguien me rechazaba no saldría herido, porque no
estaba cerca de nadie. No obstante, ese día en la sala de partos
me vi impotente mientras un diminuto niño me robaba el co-
razón. Él entró en mi mundo como una bravia tormenta occi-
dental, y rompió de golpe los débiles filamentos de mi capullo
emocional.
Un mes más tarde pasamos una de nuestras peores pesadi-
llas. El fin de semana del cuatro de julio [N. de T.: Día de la
Independencia de los Estados Unidos de América], mi esposa
y yo queríamos escaparnos con unos buenos amigos por unas
horas. Habíamos planeado asistir a un concierto. Pero cuando
llegó el viernes por la tarde, Suzanne no sentía libertad de ir.
"Simplemente no me siento bien con la idea de salir", fue todo
lo que pudo explicar. Para entonces, yo había aprendido a con-
fiar en su intuición. Decidimos que yo iría, ya que era el que
más disfrutaba de la banda.
Ya tarde esa noche, cuando regresé, de manera instintiva
supe que algo andaba terriblemente mal. Entré en la casa, y a
medida que me acercaba a nuestro dormitorio pude escuchar
Don Hudson 223

a Michael gritando de dolor. Mi esposa tenía una mirada de


terror en su rostro.
"¿Qué pasa?", le pregunté mientras tomaba a Michael en
mis brazos tratando de consolarlo. "Está caliente. ¿Le has to-
mado la temperatura?" En su pánico y frustración, ella había
olvidado hacerlo.
La t e m p e r a t u r a estaba m u y alta. Conocíamos lo sufi-
ciente sobre niños pequeños como para saber que teníamos
que llevarlo de inmediato al hospital. Cuando llegamos, la en-
fermera le tomó la temperatura. La sala de emergencias estalló
en vida. Una enfermera corrió a llamar a un pediatra. El doctor
llegó en unos minutos y explicó inmediatamente que nuestro
hijo estaba en grave peíigro. Podría estar sufriendo de menin-
gitis espinal, y le ordenó una serie de exámenes.
Yo estaba aturdido por el terror y la conmoción. No tenía ni
idea de lo que significaba meningitis espinal, pero en mi men-
te corrían pensamientos de daño cerebral o muerte. El doctor
nos pidió que nos quedáramos en la sala de espera mientras su
equipo hacía las pruebas, pero me negué. No podía soportar
dejar solo a mi hijo.
Por dentro me estaba derrumbando lentamente. Había pa-
sado por muchas emergencias médicas propias, pero nunca
había estado tan aterrorizado. Esta vez era diferente. La crisis
no tenía que ver conmigo, sino con mi hijo. No había mucho
tiempo para pensar.
Un técnico de rayos X abrió la puerta de golpe y nos llevó al
niño y a mí a un cuarto, para sacarle una radiografía de los
pulmones. Los siguientes momentos han quedado grabados
en rr i memoria. El técnico desapareció, y volví mis pensamien-
tos a Dios. Yo estaba acribillado por el miedo —¡pero también
furicso! ¡Cómo se había atrevido Dios a jugar con mi hijo! Sos-
teniendo a Michael contra mi pecho, me paseé por el cuarto y
luché con Dios. Sin embargo, en unos momentos mi cólera había
cedido, y comencé a hacer una extraña oración: "Padre, por
favor no te lo lleves —llévame a mí. Si esto es grave, y te lo vas
a llevar, por favor, llévame a mí en su lugar. Déjalo vivir".
Por absurda que fuera mi oración, yo hablaba en serio. No
quiero sugerir que esta oración sea un modelo para enfrentar
la adversidad, pero en esa ocasión era algo que yo n o podía
impedir. Era una oradón que tenía que hacer.
224 £/ Silencio de Adán

Gracias a Dios, n o era meningitis espinal sino una infec-


ción viral seria, que se le pasó después de tres días. Sin embar-
go, durante esas horas de crisis, un momento sagrado había
intervenido en mí: aprendí que estaba listo para dar mi vida
por mi hijo. Me acerqué a una vislumbre fugaz de lo que signi-
fica vivir para otro. Más tarde esa semana, me encontré reflexio-
nando con asombro: "Creo que estoy comenzando a entender.
Mi vida no es mía. Soy llamado a vivir para otros. Y quiero ha-
cerlo. Tal vez eso signifique ser hombre".
Esa noche, yo no habría vacilado un segundo en dar mi
vida para salvar la de mi hijo. De lo profundo de mi ser se ha-
bían levantado olas de paternidad que demandaban que yo
actuara a favor de Michael, y no lo podía controlar, ni refutar.
La posibilidad de perder a mi hijo me enseñó verdades sor-
prendentes acerca de ser hombre. Aprendí que ya tengo lo que
se requiere para serlo —que muy dentro de mí hay pasiones.
Hay emociones fuertes y creencias que se desencadenan en mi
interior. Nadie me indujo a hacer esa oración por mi hijo. De
hecho, la intensidad de mis sentimientos me aturdió esa no-
che. A pesar de lo aterrorizado que estaba, había algo fuerte
dentro de mí. Nunca antes me había sentido más atemorizado
y fuera de control —pero eso no importaba. Algo mucho ma-
yor que mi terror surgió en mí.
Aprendí que ser hombre no es una fórmula q u e hay que
resolver o un secreto por descubrir. A mi alma n o le falta nin-
guna pieza que tenga que ser puesta nuevamente d e la forma
en que una extremidad cercenada se vuelve a pegar a un cuer-
po. El problema real no es lo que me hace falta, sino que la
tragedia real ha sido mi negativa a vivir lo que e s más cierto
acerca de mí.
Aprendí que un hombre está diseñado para vivir para al-
guien más. Pero durante toda mi vida, mis sentimientos de in-
suficiencia me habían convencido de que viviera p a r a mí. Creo
que si la emergencia de mi hijo hubiera ocurrido sólo unos cuan-
tos años antes, la habría manejado en forma diferente. Es
probable que después de entregárselo al doctor m e hubiera es-
condido en una esquina oscura del hospital, hasta q u e la emer-
gencia hubiera pasado. Durante un breve m o m e n t o —y sin
intentarlo— me había convertido en el hombre q u e siempre
quise ser. Mis sentimientos de insuficiencia ya n o e r a n excusa
Don Hudson 225
para intimidarme e impedirme que estuviera presente y pode-
roso para mi hijo y mi esposa.
Durante los últimos cinco años, he podido hablar con espe-
ranza. No hablo ni vivo de manera perfecta. De hecho, al
escribir este capítulo estoy dolorosamente consciente de mis
inseguridades y fallas. Pero algo ha cambiado para mí: He en-
contrado una esperanza que quisiera compartir con usted. Esta
esperanza no es un código que se tiene que seguir cuidadosa-
mente, sino una historia misteriosa en la que hay que entrar.
Mi esperanza se deriva de dos verdades:

Soy inadecuado
Durante años pretendí que e r a adecuado, pero estaba
siguiendo un juego. En mi pasado hubo circunstancias devas-
tadoras que me dijeron que era deficiente. Sin embargo, la ad-
misión de tal deficiencia significaba la muerte para mí. Aunque
me sentía inadecuado para todo, yo ponía una fachada de com-
petencia. Era un niño pequeño con traje de hombre.
Vacilé antes de casarme, tener hijos y desarrollar amistades
significativas, porque no tema ni idea acerca de cómo ser hom-
bre. Todas mis insuficiencias me convencieron de que no esta-
ba calificado para la tarea. Mi definición de hombre era la de
aquel que nunca tiene temor, que siempre se siente adecuado.
Así que me esforcé para compensar mi debilidad. Coleccioné
títulos universitarios. Me gradué como el mejor de mi promo-
ción. Luché por ser uno de los mejores catedráticos universita-
rios, pero ninguno de estos logros funcionó. Todavía me sentía
deficiente. Creía que sería un hombre el día en que me sin-
tiera adecuado —el día en que todas mis deficiencias hubieran
desaparecido. En efecto, la obsesión que más me consumía era
vencer mi insuficiencia. Pensaba que al lograrlo podría ser el
hombre que siempre había soñado ser.
Pero, ¿es ésta la definición de Dios acerca de lo que es un
hombre?
Recuerde a Adsmydurante la tentación. Él vivía en un mun-
do perfecto. La séfpíén te era algo totalmente nuevo para él. Y
no hay indicios de que Dios le haya advertido sobre ella. Adán,
probablemente, no tenía ni idea de cómo debía haber respon-
dido. En resumen, no era adecuado para la tarea. Pero pudo haber
226 £/ Silencio de Adán

estado p r e s e n t e , pudo haber sido poderoso, pudo haber re-


cordado lo que Dios había ordenado.
Cuando el caos se entromete en mi mundo, quiero saber la
respuesta correcta. Tengo que saber la forma correcta de actuar
antes de hacerlo. Quiero ser adecuado.
Usted se p u e d e preguntar: ¿Por qué Dios no intervino en la
tentación? De hecho, hay dos personajes callados en Génesis 3:
Adán y Dios. Dios no habla en Génesis 3. Él no eliminó la con-
fusión de la vida de Adán o el caos de este mundo. El hecho
simple es que mostró un respeto profundo por Adán. Él le de-
mandó que fuera hombre.
Dios tampoco elimina mi confusión. Toda mi vida deseé
—rogué— a Dios que eliminara el caos de mi mundo a fin de
convertirme en hombre. Quería que encendiera un interrup-
tor en mi alma para que yo pudiera cambiar. No m e movería
hacia adelante en mi mundo hasta que me sintiera adecuado.
No obstante, mi vacilación no era poca cosa a los ojos de
Dos. De hecho, realmente era una violación de su intención
para mí. El caos de la vida es el don de D o s para los hombres.
Sin confusión y tragedia nunca seríamos los hombres que Dios
diseñó que fuéramos. A través de todo, nos demanda que con-
fiemos en Él, y no en nosotros. Mi exigencia furiosa de ser ade-
cuado era una forma de confiar en mí, en vez de confiar en
Dos. Durante años, mis sentimientos de insuficiencia no me
permitieron ser poderoso en la vida de otros, porque no con-
fiaba en que D o s me ayudaría a moverme a través del caos de
mi vida.
John Steinbeck cuenta una historia reveladora en su libro
Cannery Row (Paseo en bote de fábrica de conservas). Dos hombres
en la novela están discutiendo con otro personaje llamado Henri
el pintor. Henri es un hombre extraño, y en la mayor parte de
la obra, un soñador. Pero hay una cosa que hace bien: construir
botes. Es un maestro artesano que pasa la mayor parte de su
vida construyendo un bote en un terreno baldío. Durante años
reúne materiales —madera, pintura, latón, tornillos y clavos
para construir un magnífico bote. Steinbeck dice lo siguiente
acerca de Henri: "Como constructor de botes Henri es magnífi-
co, un artesano maravilloso. El bote no fue construido, sino
esculpido".
Pero hay un problema, Henri nunca termina sus botes. Los
Don Hudson 227

construye en forma bella y perfecta, pero se rehúsa a termi-


narlos. Siempre que está a punto de completar su obra, cam-
bia de dirección y comienza a construir un bote nuevo y
diferente.
La siguiente es la conversación que los dos personajes sos-
tienen acerca de Henri:
Doc serióentre dientes. "¿Todavía está construyendo el bote?"
"Sí", dijo Hazel. "Lo ha cambiado todo. Es una nueva clase,
de bote, que imagino, desarmará y cambiará. Doc, ¿verdad
que está loco?"
Doc balanceó su pesado saco de estrellas de mar, tirándolo al
suelo, y se quedó jadeando un poco. "¿Loco?", preguntó. "Oh,
sí, me imagino. Tan loco como nosotros, sólo que de una ma-
nera diferente".
Eso nunca se le había ocurrido a Hazle, quien se miró a sí
mismo tan claro como un estanque de aguas cristalinas, y
contempló su vida como en un espejo empañado de virtud
malentendida. La última declaración de Doc lo había ofendi-
do un poco.
"Pero ese bote", gritó. "Ha estado construyendo ese bote du-
rante siete años, que yo sepa. Los bloques se pudrieron e hizo
bloques de concreto. Cada vez que está a punto de terminar-
lo, lo cambia y lo vuelve a empezar. Creo que está loco. Siete
años trabajando en un bote".
Doc estaba sentado en el suelo, sacándose las botas de hule.
"No entiendes", dijo amablemente. "A Henri le encantan los
botes, pero le tiene miedo al océano".
He construido muchos botes en mi vida, y algunos de ellos
en forma magistral. Como dije al comienzo de mi historia, para
cuando tenía veintiocho años había logrado algunos de mis
sueños más anhelados. Pero construí esos logros en áreas que
no eran primordiales. En vez de eso, estaba construyendo en
las áreas que eran seguras para mí —enseñanza, predicación,
educación. Cuando tenía que ver con las áreas más importan-
tes —matrimonio, hijos, amigos— estaba aterrorizado. Oh, pa-
recía que estaba construyendo. En forma frenética aserraba las
tablas, cepillaba el asiento y ensamblaba el equipo. Y probable-
mente parecía hombre al estar haciendo todo eso. Pero me sen-
tía como un niño. Le tenía miedo al océano, así que trabajaba
228 £/ SilenciodeAdán
para c o n v e n c e r m e de que no lo tenía. Me esforzaba mucho
para vencer mi insuficiencia como hombre, porque no navega-
ría en el océano hasta que creyera que era adecuado.
Al igual q u e todo hombre, lucho con la insuficienda. ¿Qué
haremos con e s o ?

Mi Insuficiencia es mi Fortaleza
Los hombres piadosos son hombres quebrantados que no
tienen nada que probar y nada que perder. Corren riesgos. Ejer-
cen una gran fe. Son amantes apasionados.
La forma del mundo es ser fuerte en los lugares fuertes.
Pero eso es el liderazgo pagano, que supone hombres fuertes
dominando a los más débiles, es hombres poderosos usando a
otros para su propio beneficio.
Pero Dios nos llama a ser fuertes en los lugares quebranta-
dos. Cuando nos definimos a nosotros mismos en términos de
nuestro quebrantamiento en vez de nuestra fortaleza, segui-
mos el ejemplo del único hombre perfecto. Él describió el lla-
mamiento para su vida de esta forma: He aquí vamos rumbo a
Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los jefes de los sacer-
dotes y a los escribas, y ellos lo condenarán a muerte. Lo entregarán a
los gentiles. Se burlarán de él, lo escupirán, y lo azotarán y lo matarán
(Mateo 20:18-19, traducción del autor).
El Hijo del Hombre —el hombre perfecto— vino para ser
entregado en manos de sus enemigos, para que los que lo ama-
ban lo traicionaran. El vino a establecer su reino mediante su
muerte, y no mediante una aparente fortaleza. Deliberadamen-
te, se entregó a sí mismo a aquellos que —sabía— lo matarían.
Yo, sin embargo, vivo de una forma que asegura que nunca
me traicionarán. Cuando mi esposa me dice que estoy equivo-
cado, discuto con ella hasta que la arrincono. Soy c o m o un abo-
gado que ha recibido anticipo por sus servicios, preparado para
desquitarse de cualquier ataque. Yo no daré mi corazón libre-
mente, por temor a que alguien me traicione. Entiendo lo gra-
ve que es vivir en un mundo brutal, y que un h o m b r e que s e
da a sí mismo sólo terminará sacrificándose. El caos siempre
ganará de este lado del cielo.
Pero nuestro llamado como hombres n o es diferente al d e
nuestro Maestro. Crecer en mi m u n d o m e ha e n s e ñ a d o q u e
Don Hudson 229
sólo los hombres fuertes, endurecidos, duros, sobreviven y lle-
gan a tener éxito. Cristo —mediante su enseñanza y su v i d a —
nos ha mostrado que somos más fuertes en nuestras áreas
quebrantadas.
Yo miraba mis áreas quebrantadas —la pérdida de mi pa-
dre a temprana edad, mis inseguridades profundamente arrai-
gadas, mis momentos de mal humor, mi propensión al silen-
cio, mi temor a la intimidad —como excusas para vivir una vida
sin amor. Pero cuando me niego a ser quebrantado, a ser trai-
cionado, sigo siendo el niño pequeño vistiendo traje de adul-
to. Sólo mi quebrantamiento me da vida. Puedo ser el hombre
que fui llamado a ser hace mucho tiempo en la mente de Dios,
al ser quebrantado por mis tragedias y mi pecado.
Los hombres piadosos son hombres quebrantados. Si en-
tendiéramos esa verdad, no habría aventuras amorosas ni di-
vorcios. No abusaríamos de nuestros hijos ni de los hijos de
otros. No estaríamos en cárceles. En vez de eso, les recordaría-
mos a nuestros hijos la historia de Dios. Si estuviéramos dis-
puestos a morir por otros, entonces quizá ya no habría más
niños muriéndose de hambre en Somalia, ni huérfanos en
Ruanda. Ya no habría más violencia. Sería un mundo mejor.

¿Qué historia contará usted?


En el cielo contaremos historias. ¿Qué historia contará us-
ted? ¿Detallará tristemente la vida de un hombre testarudo que
nunca permitió que las cosas trágicas o pecaminosas de su vida
lo imposibilitaran? ¿Describirá a un hombre que era dema-
siado miedoso como para confiar en Dios?
Yo espero contar una clase diferente de historia: la mía no
será acerca de un Dios que eliminó el caos de mi vida. Mi histo-
ria será, en esencia, que a pesar de eso —y a pesar de todos los
obstáculos, confusión y temores— confié en Dios. Diré que
nunca quitó mis inseguridades, pero que por su gracia encon-
tré el valor para confiar en Él de todas formas. ¡Y miren lo que
hizo a través de mí! ¿Pueden creerlo? ¡Él usó mis debilidades
—todas— para su gloria!
¿Qué nos permitirá a cada uno de nosotros contar historias
como esa? ¿Qué nos permitirá ser hombres piadosos? La pre-
gunta realmente debería ser, ¿Quién hace que eso sea posible
en nuestras vidas?
230 E! Silencio de Adán

El S e g u n d o Adán se introdujo en nuestro mundo hace si-


glos, e h i z o lo que el primer Adán no hizo: puso el pie en el
caos y m a t ó a la serpiente antigua. El Segundo Adán, el Verbo
encarnado, revirtió la obra del primer Adán.
Y ahora tengo la oportunidad de vivir a la imagen del Se-
gundo Adán. Puedo hablar. Puedo amar. Puedo estar presente,
y mi presencia puede sacar a otros de su silencio sofocante.
Aunque estén demonios mil
Prontos a devorarnos, no temeremos,
Porque Dios sabrá aún prosperarnos.
Que muestre su vigor Satán, y su furor;
Dañarnos no podrá,
Pues condenado es ya por la Palabra Santa.

Martín Lutero, "Castillo Fuerte Es Nuestro Dios"


LARRY CRABB

hora que tengo cincuenta años, creo que la vida es mu-


cho más enredada e inmensurablemente más difícil de
lo que m e imaginaba cuando tenía veinte, treinta, o aun cua-
renta. ( ¿ Q u é iré a pensar cuando tenga sesenta u ochenta?
Cuento c o n que para entonces tendré más fe.)
Permítanme darle una vislumbre de lo que siento que es mi
vida ahora —con su oscuridad, con mi temor, con un movi-
miento más difícil pero más significativo que nunca antes, con
Cristo, siguiéndolo a Él al moverme hacia la hombría.
Las noches oscuras son tan negras como una caverna; me-
nos frecuentes y menos largas que antes, pero más oscuras que
nunca. Antes, siempre había una lamparita. Ahora estoy en una
oscuridad tan densa que puedo palparla —incapaz de ver, con
temor a moverme, buscando a tientas el interruptor de la pa-
red, o la lámpara de mano que está en el escritorio. Cuando
estoy en esa oscuridad, el único movimiento que me arriesgo a
hacer es buscar una luz que pueda encender.
Cuando la encuentro: ahí está el interruptor de luz, que me
es familiar en medio de la pared a unos centímetros de la puer-
ta. Muevo la palanquita, y nada. No hay energía. Siento el es-
critorio y deslizo mi mano sobre él hasta que toco la lámpara
de
mano. Las baterías están agotadas.
Entonces, me quedo ahí parado, en la confusión de un
mundo que no tiene sentido visible, desconcertado acerca de
lo próximo que haré. He perdido interés en explorar la oscuri-
dad. Cada vez que trato de encontrar el camino por la habita-
ción, me raspo la rodilla con algo agudo o me golpeo la cabeza
contra algo duro. Me siento adolorido y mareado. La oscuri-
dad ha perdido su fascinación. Ya no se siente como la aventura
232 £/ Silencio de Adán

de curiosear en el ático de una casa vieja. Eso era divertido,


pero esta habitación se siente embrujada. El movimiento pare-
ce ser peligroso. He aprendido a quedarme quieto.
Pero usted sólo se puede quedar quieto durante cierto tiem-
po. Parece necesario hacer algún movimiento. Mi mente co-
mienza a trabajar. "Me pregunto cómo llegué aquí. Las cosas
soban ser más sencillas y claras, y mucho, mucho más felices.
Tal vez si consigo figurarme el camino que me trajo a esta terri-
ble habitación, podré retroceder para salir de aquí".
Mi mente de consejero arranca. "Veamos, cuando tenía seis
años, mi madre... En el carro ese día, papá... Todavía tengo la
imagen clara de la vez cuando..."
Muy pronto me siento cansado. Cuando se sigue esta clase
de pensamiento, no se siente tanto como retroceder, sino más
bien como andar perdido en un laberinto.
Luego escucho a un amigo que me llama por mi nombre:
"Estoy en la habitación de al lado. Hay algo de luz aquí. Quizá
puedas seguir mi voz para salir de tu habitación y entrar en la
mía".
Siento esperanza. Conozco a mi amigo, es amable e inteli-
gente. El por lo menos puede ver hacia dónde va y lo que está
haciendo. Tal vez me pueda conducir a la luz.
Él vuelve a hablar. "Desde donde estoy, puedo ver que la
oscuridad que te rodea tiene dos fuentes: la habitación misma
(¿Cómo fuiste a dar ahí?) y tu propio corazón (el cual me temo,
es mucho más oscuro de lo que crees). Si pudiéramos entender
la naturaleza de tu oscuridad, el entendimiento mismo podría
iluminar las cosas. Veamos primero la habitación. Donde estás
es tan desesperanzadoramente confuso. Debes aceptar ese he-
cho. En verdad no hay pautas claras para moverte y conseguir
lo que quieres. Podría ser beneficioso que lo enfrentaras.
"Y tu corazón. Me pregunto si hay fuerzas dentro de ti que
nunca has admitido. Quizá necesites pensar bien en cómo eres
realmente. Puedes ser muy exigente, y hasta mezquino. Algu-
nas veces, eres muy arrogante. Ahora, no te desalientes. Tam-
bién tienes muchas cosas buenas. Tu vida ha bendecido a
muchos, y soy uno de ese grupo. Quizá si ves tanto lo bueno
como lo malo que hay dentro de ti, tendrás razón para sentirte
emocionado, y sabrás qué pasa contigo que debería causarte
Larry Crabb 233

q u e b r a n t a m i e n t o . Tal vez, eso iluminará el camino q u e vas


a tomar".
Cuanto m á s habla mi amigo menos interés tengo. Si se lo
dijera, me t e m o q u e lo llamaría resistencia. Yo lo llamo aburri-
miento. H a y algo con lo cual estar fascinado, pero esto no lo es.
Estoy cansado de escuchar los asuntos que intrigan a la mayo-
ría de los consejeros.
Luego, c o n la resignación de un empleado que regresa a
trabajar después del receso para el café, me recuerdo a mí mis-
mo mis responsabilidades. Incluso en la oscuridad, puedo en-
contrar formas de pecar. Tal vez mi cuerpo no se pueda mover,
pero seguro q u e mi mente sí. Las fantasías sexuales tienen
su atracción; las imágenes de enojo llegan sin invitación a mi
conciencia.
Me digo: " N o , esto no es correcto. Debo controlar estos pen-
samientos. Los voy a sustituir orando por otros que están en
oscuridad, y por aquellos que viven en una luz artificial".
Mi buena resolución se siente pesada, como una carga que
una vez dejé caer, pero que he vuelto a recoger. Esta no puede
ser la ruta hacia el gozo.
Aquí estoy, a los cincuenta años de edad, cristiano por
más de cuatro décadas, psicólogo, maestro y autor — y estoy
paralizado en una habitación oscura. Es tiempo de hacer el in-
ventario, de una forma que no lo podría hacer fuera de esta
espantosa habitación. Quizá estoy en un buen lugar para apren-
der aquello que sólo se puede captar en la oscuridad.
Las fuentes de luz que solían ser confiables, no ofrecen ayu-
da. El movimiento es imposible. La evaluación de la oscuridad
—tanto en mi alma como en el m u n d o — promete sólo revelar
mayor confusión. La determinación moral es algo bueno, por
supuesto, pero el bien por decisión propia parece imposible de
lograr.
Entonces, ¿qué voy a hacer? Tengo cincuenta años, parado
—como un maniquí— en una habitación oscura, inseguro so-
bre lo que el tiempo traerá, deseando con todo mi corazón ha-
cer algo, deseando cualquier cosa además de esta pasividad
aplastante.
Reflexiono sobre el niño travieso, haciendo los gestos que
les describí en las primeras páginas de este libro. Y me pregun-
to quién soy ahora, a la luz de lo que afirmo creer.
234 £/ Silencio de Adán

Cuando era un muchacho, tenía dos grandes problemas:


primero, le tenía pavor a mi llamado a vivir como hombre en
este mundo incierto. Segundo, no podía escapar de él. Mi
gesto escondía mi temor. Mi "travesura" era una expresión in-
madura del llamado del cual n o podía escapar, el llamado a
moverme de la forma en que sólo yo podía hacerlo. Tanto el
gesto como la travesura mantuvieron las luces encendidas.
Ahora están apagadas. ¿Es eso bueno? ¿Se ha ido el gesto, ahora
el travieso es alguien que se mueve? ¿Me estoy convirtiendo
en un poeta que ríe, y que vive el carácter de E)ios a través de
su singularidad?
Mi esposa por casi treinta años me dice que no río tan b i e n
ahora, ni tan a menudo como lo solía hacer. A ella le parezco
más serio. Y no es bueno. A veces enfoco la vida como una
tarea engorrosa, como un deber apremiante que no permitirá
la risa. Ella quisiera que yo la enfocara como si fuera una aven-
tura desenfrenada: llena de altibajos que, al igual que una pelí-
cula de antaño, se mueve hacia un acto final de heroísmo que
lo arregla todo. Me imagino que la parte de la risa n o está sa-
liendo tan bien. Y no puedo encontrar la forma de regresar
al gesto del niño travieso.
La parte poética también tiene sus problemas. Unas cuan-
tas vislumbres de la fortaleza dadora de vida de Dios entran
sigilosamente a través del revoltijo de mi existencia. No mu-
chas, pero quizá unas cuantas más ahora que antes.
Y aun así, en medio de todo esto, me siento animado, no
por algo que veo en el espejo sino por una mirada hacia arriba
que ve un cuadro hermoso, como un niño que descubre a un
caballo airoso en las nubes blancas. Sólo que ese caballo está
realmente ahí.
No he visto a Cristo todavía, pero lo estoy buscando como
nunca antes. Algunas veces reconozco su silueta. Más impor-
tante aún, ahora creo que está ahí para que lo vean, que quiere
ser visto, y que lo veré: quizá no plenamente en esta vida, pero
tal vez estaré muy cerca.
Siento su pasión; siento su mover. Creo que sé un poco acer-
ca de lo que El quiere ver desarrollándose en mi esposa e hijos,
y en unos cuantos amigos. Y realmente creo que El me puede
usar para ayudar a que suceda, no de la forma en que un entre-
nador de baloncesto usa al jugador estrella en un partido
Larry Crabb 235

crucial, pero más en la forma cono Cristo alimentó a una gran


multitud con un almuerzo pequeño.
Es difícil hacer gestos en uní habitación oscura, porque no
hay nadie ahí para que los vea. zhora m e doy cuenta de que el
gesto es para una audiencia. Ahora, parece mucho menos im-
portante impresionar o entreterer a alguien. La risa todavía no
aparece, pero —al igual que el ^ue entiende un chiste mucho
después de que escucha la partí divertida— voy a reír. Sé que
está por venir. Simplemente metoma un tiempo.
La determinación traviesa ano ajustarme a las reglas está,
creo, madurando y convirtiénd«se en una libertad para seguir
mi llamado; ese llamado singuar para mi vida que significa
menos seminarios, más tiempopara pensar, lectura de libros
que me ensanchen en vez de sdo informarme, más conversa-
ciones largas con unas pocas personas, en forma individual.
Durante esas noches oscura, todavía no puedo ver nada
alrededor. La oscuridad es demísiado densa, pero puedo oír. Y
a veces escucho la inconfundible voz de Dios. No está en el
viento ni en el fuego, ni en el brremoto. La oscuridad me ha
hecho quedar lo suficientemenfc quieto como para escuchar el
silbo apacible, el cual es dulce, iierte y bueno.
Quiero hacer lo que dice, auique signifique que tenga que
moverme en esta oscuridad aterradora. Veo a mi esposa, que
ya no es joven, más hermose que nunca. Veo a mis hijos
menos como dos razones para preocuparme, y más como dos
oportunidades bienvenidas paa comprometerme y disfrutar
continuamente.
El dinero todavía es demasLdo importante, pero la posibi-
lidad de ministrar verdaderamente a la gente me está alcan-
zando. Este mundo es cada v e menos cómodo. Y a medida
que lo es, una luz del cielo conienza a penetrar la oscuridad.
La veo. Quiero seguirla. Quiercandar fielmente por el camino
que ilumina y quiero ir a casa —¡como un HOMBRE!

T
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recupere la fmm y fl ra pf la hombría
Los hombres de hoy libran una lucha con su problema más arduo: recuperar todo
el potencial de su hombría. Pero en medio de los afanes, reuniones, concentraciones,
seminarios y congratulaciones ¿faltará algo vital? ¿Qué es lo que define y le da
significado a la hombría?
En El Silencio de Adán, el Dr. Larry Crabb y sus colegas, el erudito bíblico Don
Hudson y el consejero Al Andrews, nos ofrecen una fresca mirada sobre la manera
como Dios diseñó a los hombres, recurriendo a datos bíblicos olvidados y a su propia
experiencia profesional para ayudarnos a explorar:
La visión perdida de la hombría
Los problemas de la comunidad varonil
El valor de las relaciones de consejería
El Silencio de Adán expone en forma cuidadosa y honesta las luchas continuas
de los hombres, y las dificultades que enfrentan en sus relaciones. Presenta el precioso
llamado que ellos tienen de revelar a Dios en una forma exclusivamente varonil, y los
desafía a que superen el paralizante temor al fracaso y corranriesgosen forma resuelta,
actuando con una profunda espiritualidad, y viviendo con plenitud.

El Dr. Larry C r a b b es un reconocido orador, autor de un


gran número de libros que figuran entre los de mayor venta, God
of My Father. Finding God. Men and Women (Hombres y mujeres
disfrutando las diferencias). También es un distinguido catedrático
residente de la Universidad Cristiana de Colorado, en Morrison.
D o n H u d s o n es consejero autorizado y maestro de estud:os
hebraicos en el Seminario Western en Seattle, Washington. A l
A n d r e w s es consejero autorizado que maneja su despacho privado
en Franklin, Tennessee.

ISBN 958-9149-94-4

CLC
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Publicado cor permiso de ZondervanPublishingHouse CLASIFIQUESE: HOMBRES VIDA CRISTIANA
Works Cited

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