Está en la página 1de 2

Percepciones desobedientes

Silvia Duschatzky, Carolina Nicora y Ariel Sicorsky

Energías contrastantes; cuerpos “adultos” dispuestos a dejarse contaminar por los estados de
infancia (que no es puerilidad). Niñes, cuya estatura no llega al metro, albergando un flujo de
fuerzas que atraviesa la pequeñez de sus cuerpos y, como flechas, sobrepasan sus fronteras.

Sábado 29 de febrero de 2020. Nos reunimos con un grupo de niñes de entre 6 y 8 años.
Queremos pescar cómo ven, cómo se vinculan con materiales poco convencionales, o más bien
recorrer el tránsito de la percepción niña. Comenzamos mostrando pinturas de Caravaggio y El
Bosco. Ellos pintan –mayoritariamente – versiones singulares basadas en la lectura de las
sagradas escrituras. Así y todo sus imágenes resultan “profanas”, dislocadas, osadas, extrañas
ayer y hoy. Mientras uno trabaja con la carne del dolor, el otro (El Bosco) se interna en la
fantasía, la burla y la ironía.

¿Qué pasó entre nosotros, los pibes y el material?

Poco a poco íbamos exponiendo pinturas y fotos. ¿Qué ven? Curiosamente no rescatan objetos
a secas, ni se adhieren a formas fijas, más bien captan un espíritu, una energía, y la hacen
bailar en una “historia”. El tríptico del Bosco pintado en el renacimiento temprano pone en
escena una narración del tiempo. Los pibes lo vieron. “Me parece que primero va esto, después
esto y después esto”, haciendo caso omiso a alguna linealidad temporal y por fuera de alguna
pregunta nuestra que los volcara en la cuestión de la temporalidad. “Esto se transformó en esto”
mientras señalaban con el dedo el “orden” arbitrario de las imágenes. Mutaciones del tiempo, la
materia, lo orgánico pasado por una lengua simple…esto se transformó en esto...

¿Qué ven? “Para mí…”, y ahí se dispara el torbellino de imágenes enlazadas que no tienen
techo. El para mí que uno a uno vociferaban como punto de partida…excluye al hay. No es el
yo el que habla; es una percepción conjugada entre el “ojo” (que es el alma) y el aura de la
imagen. Nunca una cosa que significa, nunca una estabilidad…siempre una máquina de
funcionamiento. Las imágenes circulando en una trama…la de dios que viene a destruir, la de la
mitología , la de las maestras que enseñan mentiras, la de la sombra que asusta a su portador,
la de los brazos en alto pidiendo paren paren. No ven un señor con las manos en alto, ven el
grito. Porque ver es escuchar. Donde se observa un cuchillo envuelto, ellos ven cuchillo pero
inmediatamente se detienen en la sombra adosada. El ojo no se fija, las imágenes sólo son
detonadoras. Raro, raro...un raro que no amilana, un raro que invita a meterse en sus entrañas,
la del delirio niño

¿Maestros? Cosas desparramadas dispuestas por ahí. No cualquier cosa y cualquier cosa. No
algo que tiramos con el afán de estimular una actividad plástica. Aquí las cosas (ahora papeles,
fotos, hojas, pinturas, lápices) funcionan como las imágenes previas de las fotos y pinturas que
no eran más que recursos para conquistar otra materialidad. El ojo y la mano se empalman. El
ojo, la mano y la imaginación. Monstruos, seres anfibios, brazos articulables, planetas
cuadrados, universos que ocupan todo el papel y ahí en la pequeñez casi invisible la tierra,
nuestro país y la casa en la que estamos. Minúsculas formas albergando poblamientos.

Modos de ver de Berger filma en los '70 el espíritu indómito que traza bifurcaciones frente a las
pinturas de Caravaggio. Mirada bífida que en el detalle de una expresión capta lo andrógino.
Nosotros en el 2020, sin guión, nos proponemos subirnos a un viaje cuyo destino ignoramos.
Vuelvo a Berger, luego al momento del sábado. Los niñes de Berger transitan un tiempo
ralentizado; estos niñes en cambio son un huracán de palabras, voces y movimiento. Lenguaje
y cuerpo físico navegan a mil, y sin embargo la sutileza de la mirada funciona ahí, en esa
experiencia de los '70 y en esta otra 50 años después. Tal vez una diferencia...Berger
interrumpía o más bien acotaba a los registros de esos pibes alguna pregunta que insertara
esas observaciones en los contextos históricos de las pinturas que escandalizaban a la iglesia
allá por los siglos XVI y XVII frente a cuerpos indóciles. En nuestro caso, la observación de los
pibes, sus registros, activan el frenesí de una imaginación que por lo menos revela el remolino
de un tiempo caotizante, proclive no sólo al hiperrealismo sino al devaneo “surrealista” y
caprichoso.

También podría gustarte