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La infancia de Theodore (Ted) Bundy estuvo marcada por una gran mentira.

Sus abuelos
asumieron la identidad de auténticos progenitores para ocultar una maternidad inmoral ante la
sociedad. Una protección moral paradójica, considerando los actos que se desarrollaban en el
interior del falso hogar: su abuelo era un hombre violento, aficionado a la pornografía y al
maltrato humano y animal, actitudes que no escondía ante los ojos de su hijo/nieto.

LA SOCIOPATÍA DE UN CIUDADANO EJEMPLAR

De adulto, Ted Bundy supo sobreponerse a su infancia, aparentemente, y llegó a ocupar un lugar
de prestigio en la sociedad. Cursó psicología y derecho e incluso fue aspirante a gobernador del
estado. También fue condecorado por la policía tras salvar a un niño de morir ahogado y realizó
varias actividades comunitarias, entre otras bondades.

Pese a sus logros y reconocimientos públicos, no se sentía integrado en la sociedad y acudió al


sexo violento como vía de escape y, posteriormente, al asesinato y la sodomía. Su fijación serían
las estudiantes universitarias de clase media con pelo largo, negro y liso, casualmente el mismo
aspecto que el de la estudiante universitaria de la que se enamoró unos años atrás.

El modus operandi era siempre el mismo: actuaba en campus universitarios o cerca de


supermercados a plena luz del día, seleccionaba una joven al azar y le solicitaba ayuda para entrar
en su coche al estar impedido de un brazo enyesado. Habiéndose acercado a la víctima, la
golpeaba con una barra y la introducía en el coche para llevarla a algún lugar donde sodomizarla
con retorcidas vejaciones. Cumplido su cruento ritual, la asesinaba y realizaba prácticas
necrofílicas. RASGOS DE UN PSICÓPATA DE LIBRO

El perfil psicopático de Theodore Bundy es un ejemplo perfecto de asesino en serie y cumple


prácticamente todos los requisitos establecidos por los expertos en criminología:

– Infancia traumática: llena de mentiras, el abandono de su madre y abusos de su abuelo.


– Narcisismo: todo giraba en torno a él, procurándose todo tipo de lujos y bienestar.
– Megalomanía: llegando incluso al robo para conseguir ascender de estatus.
– Sociopatía: su carisma, el encanto personal, su don de gentes y la facilidad de palabra le hacían
integrarse perfectamente en la sociedad, pese a sentirse fuera de ella.
– Engaño y manipulación: atraía a sus víctimas con engaño, unas veces fingía estar desvalido y
otras se disfrazaba de agente de la ley.
– Dominación sexual: obtenía el placer sabiéndose dueño de la vida y la muerte y sus crímenes
tenían una alta carga necrofíilica.
– Falta de empatía y remordimientos: la reincidencia y el sufrimiento que causaba son una
muestra de incapacidad de ponerse en el lugar del otro.
– Manía persecutoria: su fijación por un determinado tipo de víctima marcó todos sus crímenes.
– Compulsión: su deseo continuo de asesinar, aún después de haber sido detenido y encarcelado,
deja una prueba evidente de su enfermedad mental.
– Necesidad de emociones fuertes: buscaba continuamente situaciones cada vez más arriesgadas
sin tener en cuenta las evidencias que iba dejando por el camino y que más adelante le
incriminarían.

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