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incumbencia eclesial, y el hecho de que en los textos indicados –y en otros99–


se hable de carismas ministeriales, así como las reglas dadas por los Apóstoles
para el uso de los carismas100, manifiestan que no solamente no hay oposición
entre carisma y jerarquía, sino que son dos realidades estrechamente unidas.
«Los carismas se han de acoger con reconocimiento por el que los recibe, y
también por todos los miembros de la Iglesia. En efecto, son una maravillosa riqueza de
gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo; los
carismas constituyen tal riqueza siempre que se trate de dones que provienen
verdaderamente del Espíritu Santo y que se ejerzan de modo plenamente conforme a
los impulsos auténticos de este mismo Espíritu, es decir, según la caridad, verdadera
medida de los carismas (cfr. 1 Co 13)»101. Las Cartas de San Pablo varias veces ofrecen
una lista de ellos; en conjunto nombran una veintena de carismas: algunos son
prodigiosos, como las curaciones por medio del Espíritu o el poder de hacer
milagros102; otros conllevan solamente la particular aptitud para un cierto oficio, como
el de apóstol para suscitar una comunidad, de profeta para exhortar a los fieles, de
doctor para instruir, etc. Muchos otros pasajes de la Biblia, tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento, sin usar el término, hablan de diversos carismas: la profecía, desde
Moisés a Juan Bautista103, la glosolalia104, el poder de hacer prodigios105, de expulsar los
espíritus inmundos y de curar enfermedades106, la prudencia para juzgar y para
gobernar107, etc.
Mientras los carismas prodigiosos, con el desarrollo de la Iglesia, resultan poco
frecuentes, los ordinarios y necesarios para la vida de la Iglesia existirán siempre. Así
escribe el Vaticano II: el «Espíritu Santo no solo santifica y dirige al Pueblo de Dios
mediante los sacramentos y los ministerios y lo llena de virtudes. También reparte
gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o condición y distribuye sus
dones a cada uno según quiere (1 Co 12, 11). Con esos dones hace que estén
preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a
renovar y construir más y más la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno se le da
la manifestación del Espíritu para el bien común (1 Co 12, 7). Estos carismas, tanto
los extraordinarios como los ordinarios y comunes, hay que recibirlos con
agradecimiento y alegría, pues son muy útiles y apropiados a las necesidades de la
Iglesia. [...] El juicio acerca de su autenticidad y la regulación de su ejercicio pertenece
a los que dirigen la Iglesia»108.

99
Cfr. Ef 4, 11-12; 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6.
100
Cfr. 1 Co 14; 1 P 4, 10-11.
101
Catecismo, n. 800.
102
Cfr. 1 Co 12, 9-10.
103
Cfr. Dt 34, 10; Lc 7, 26.
104
Cfr. Hch 2, 4.
105
Cfr. Jos 3, 7; Hch 2, 43.
106
Cfr. 1 R 17, 17-24; Mt 10, 1.
107
Cfr. Jc 4, 4-6; 1 R 3, 12; Pr 21, 1.
108
Lumen gentium, n. 12. Cfr. Catecismo, n. 801.

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