1. El designio salvífico de Dios en Cristo y su participación en el
hombre La noción de ley, especialmente de ley moral, posee amplias resonancias bíblicas. Es verdad que una hipertrofia normativista de la vida moral y un exceso legislativo en la vida sociopolítica han ocasionado un desafecto por la ley. Pero el abuso no quita la necesidad de este concepto, incluso en el campo moral. Por eso conviene considerar ahora la relación existente entre las virtudes y la doctrina de la ley moral, para subrayar que la ética de la virtud no es una ética sin ley moral. Más aún, la perspectiva que ve las virtudes como fundamento y razón de las normas morales constituye, a nuestro parecer, el modo más adecuado de interpretar la doctrina de la ley moral según el pensamiento cristiano.
a) El originario designio salvífico divino como ley eterna
En el pensamiento greco-romano existía una importante reflexión sobre la ley eterna, particularmente en el estoicismo. No hay duda de que San Agustín 1 y otros teólogos cristianos se han servido de la definición de Cicerón2. Sin embargo, el influjo de las fórmulas estoicas no explica el importante papel atribuido a la ley moral por el pensamiento cristiano. Este depende de manera mucho más profunda del concepto bíblico de ley de Dios, ligado ya en el Antiguo Testamento a la Alianza entre el Señor y su pueblo: se trata de la «Ley y los Profetas» que Jesús declara no querer abolir, sino llevar a la perfección3.
En el estado actual de la teología moral católica se puede afirmar que el
concepto cristiano de ley eterna no puede ser adecuadamente entendido a partir de las reflexiones estoicas sobre el orden cósmico. La consideración del 1 San Agustín define la ley eterna como «la razón o la voluntad de Dios que manda observar el orden natural y prohíbe perturbarlo» (Contra Faustum, 22, 27: CSEL 25, 621). 2 Cfr. De legibus, lib. 2, cap. 4, 8. 3 Cfr. Mt 5, 17.