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Lucas Ochoa 20 de jun de 2019 5 Min. de lectura

Desafíos y debates de la educación y la


tecnología
Este artículo podría haber tenido diferentes títulos: “¿Hay que utilizar la tecnología en el
aula?”, “¿Usando la tecnología se mejora la educación?”, “¿Es posible introducir la
tecnología en las aulas argentinas?” Estos interrogantes se abordarán en el texto pero sus
respuestas afirmativas o negativas quedan descartadas de plano ya que lo importante para
las instancias educativas no son los dispositivos herramentales en sí, sino saber para qué y
cómo podemos utilizarlos en los procesos de enseñanza y aprendizaje en función de sus
objetivos y propósitos.

Por Lucas Ochoa

Sin estas consideraciones, cualquier herramienta puede resultar inútil: no se aprende a


hacer jueguitos con un joystick de PlayStation, por ejemplo. Desde hace más de 30 años,
con la aparición de un conjunto de avances informáticos que crecen sin cesar y cada vez a
mayor ritmo, se discute la incorporación a la actividad escolar de distintas tecnologías y se
sostiene la necesidad de integrarlas a las aulas. La cuestión central, entonces, aparece
cuando se plantean los motivos: mejorar el aprendizaje del alumnado, podría ser uno, pero
no siempre aparece explicitado con sus correspondientes fundamentos, por los que
podríamos hipotetizar que no siempre este es el objetivo principal. “¿Podría acaso haber
otros?”, es posible que alguien pregunte. Por supuesto: empresas tecnológicas pujan por
vender diversos tipos de productos informáticos a las instituciones de la educación bajo la
premisa del avance tecnológico y su poder mágico de solución.

Tecnología y la educación son dos conceptos que se encuentran arraigados


inexorablemente a interrogantes sobre la sociedad que habitamos, el modo de producción,
la función que debe tener un Estado, y los roles de la institución escolar. Por lo pronto, las
finalidades de la educación deben ser definidas por cada sociedad en su conjunto “por
medio de las múltiples formas de acción colectiva con cuya intermediación las sociedades
Home se conservan
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transforman” yjuvenil
“mediantePolítica
los órganos
Local delInvestigación
Estado o de instituciones
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particulares, según el tipo de educación a que se apunte” (Piaget, 1967).

Desde ya, la tecnología por sí misma no cambia nada, ninguna herramienta se presenta
ante la sociedad como nacida y creada por sí sola y le señala qué función debe tener en
ella. De por sí, si tomamos el origen griego de la palabra, tekné, veremos que puede ser
igual de considerada para los términos de arte, técnica y oficio, por lo que el pizarrón y la
tiza ya formarían parte del material técnico/tecnológico. Por el lado del término “nuevas
tecnologías”, es innegable el avance de múltiples dispositivos que se presentan como
posibilidad para ser incorporados en los procesos dentro del aula: el sistema educativo debe
estar dispuesto a utilizar estas herramientas para mejorar, perfeccionar, innovar en
modalidades de enseñanza y aprendizaje, formas de evaluación, estructuras disciplinarias y
organizativas asumiendo estos avances, pero las dificultades y los obstáculos para
conseguirlo no son menores.

Sin embargo, es frecuente un mito en el sentido común que señala que irremediablemente
“la sociedad debe adaptarse a las nuevas tecnologías, y los alumnos deben prepararse para
trabajos que aún no existen”, como si no existiera una trama política y social que a través de
su desarrollo vaya posibilitando las condiciones para su creación y divulgación y teniendo en
cuenta sus propias necesidades: un avance de la tecnología que puede, por un lado, ser
pensada para un mayor desarrollo del bienestar, y por otro, con el sólo fin de beneficiar a
una minoría que se impone sobre otra a través de las relaciones de poder.

La idea de que el cambio tecnológico y su correlato social son inevitables y de que la


educación debe adaptarse, entonces, es inconsistente con la propia función social de la
educación ya que “la educación no es un instrumento de adaptación, sino uno que conjuga
otras dos funciones: la conservación o reproducción de la cultura y su necesaria producción
y transformación” (Daniel Brailovsky, Victoria Orce, 2018). En este sentido, el término
adaptación, presente de sobremanera en las políticas educativas de los últimos años,
configuran al educando como un sujeto que debe ser capaz de adaptarse a las
circunstancias que se le presenten en la vida, un constante “aprender a vivir en la
incertidumbre”, como señalaría en su momento el Licenciado en Sistemas y actual Senador
Esteban Bullrich, de modo que se perpetúe en la sociedad una reversión del viejo lema del
darwinismo social, en el cual sobreviva el que mejor se adapte a través de la selección
natural.

Riccardo Petrella, politólogo italiano, señala que una de las trampas que deben evitarse y
que intenta imponerse a modo global es la creencia de la subordinación de la educación
frente a la tecnología: el autor enfatiza que desde los años 70’ habita la idea de que la
tecnología es el principal motor para los cambios de la sociedad. Así, los dirigentes han
impuesto la tesis de su primacía y de la emergencia de que hay a adaptarse a esta. Por eso
es importante discutir esta red de significaciones ya que, como dice Barthes, el mito de
ninguna manera se trata de una esencia abstracta, de lo contrario “es una condensación
inestable, nebulosa, cuya unidad y coherencia dependen sobre todo de su función”. La
postura utópica de que las nuevas tecnologías determinan a la nueva sociedad y que, al
mismo tiempo, la vuelven más justa, más transparente, más solidaria, más próspera,
producen un optimismo exagerado: la herramienta tecnológica no va a proponer algo que no
se encuentre ya en una trama social que la anteceda.

Nuevamente, en los discursos actuales es agotadora la catarata de significantes que


refieren a “preparar a los alumnos para el Siglo XXI”, “actualizar la educación a las
demandas del mundo global”, etc. Diego Levis, doctor en ciencias de la información, señala
Home que el Debates
Notas predominio social de un grupo
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el resto puede Investigación
Local verse a través deCandidatxs
avances en Jaque
tecnológicos que en principio son desarrollados con fines militares y que luego se ponen en
práctica en otros sectores de la sociedad. En este sentido, como remarca el autor, es
importante no olvidar que el software es pensado por y para los humanos, y hay que
desterrar la idea de que este se impone sobre la sociedad por su propio peso y que viene a
determinar nuevas formas de conducta y socialización, por lo que los humanos son quienes
tienen la creatividad, la emocionalidad y la subjetividad para conducir esos procesos, es
decir, las tecnologías son elementos que funcionan como extensión (un cerebro jamás
podría memorizar semejante cantidad de datos como la red), pero que la categorización,
tratamiento, utilización y aprovechamiento es siempre humano.

Las nuevas tecnologías, en sus distintos formatos, pueden cumplir muchas y distintas
funciones en los procesos de enseñanza y aprendizaje, pero lo importante es saber para
qué, y de qué modo. Por lo tanto, no hablamos de adaptar sino de incorporarla
estratégicamente, y siempre teniendo en cuenta la cuestión fundamental: los objetivos
pedagógicos y el sentido didáctico del proyecto educativo y su consecuente proceso áulico
en una sociedad determinada.

Valoramos la pluralidad de opiniones. Las notas publicadas por Política en Jaque no


necesariamente representan los valores de la organización.
BIBLIOGRAFÍA

Barthes, Roland (1957): “El mito, hoy” en Mitologías. Hay varias ediciones.

Daniel Brailovsky y Victoria Orce (coord.) (2018): “El “docente del futuro” en el proyecto
“Unicaba”. algunas notas pedagógicas desde la reflexión colectiva”, en Observatorio
Participativo de Políticas Públicas en Educación (OPPPEd)- FFyL-UBA.

Levis, Diego (2009/2014): La Pantalla Ubicua. Televisores, computadoras y otras pantallas.


caps.3, 7 y 10. Buenos Aires: La Crujía. 2º edición revisada y ampliada. [1º ed.1999]

Petrella, Ricardo (2000): La enseñanza tomada de rehén. Cinco trampas para la Educación.
En Revista Iberoamericana de Educación. Nº 36/3, 25 de junio 2005 (edición original en Le
Monde Diplomatique).

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