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1
Carlos Domínguez es psicoterapeuta y profesor de Psicología de la Religión en la Facultad de Tecnología
de Granada.
2
Un 38% de los católicos españoles se mostraban favorables en 1983 al aborto en caso de violación y
un 11% por decisión libre de la madre. Esa proporción de actitud permisiva frente al aborto sigue
aumentando, particularmente en las personas que se consideran católicas. A. DE MIGUEL, Sociedad
española 1992-1993, Alianza. Madrid, 1993
Para su justa comprensión podrá resultar útil una breve aproximación a los factores
de cambio más importantes que han conducido a esta importante transformación de
conceptos y experiencias en el ámbito de la sexualidad. La teoría y práctica psicoanalítica
destacan, sin duda, entre los más determinantes al respecto.
Sabemos, en efecto, que Freud llevó a cabo una auténtica revolución en cuanto al
modo de entenderse la sexualidad humana. Ésta dejó de comprenderse como una fuerza
biológica al servicio exclusivo de la reproducción de la especie para pasar a ser considerada
como una fuerza (“pulsión”) que, partiendo del organismo, aspira, en última instancia, a la
satisfacción de un deseo imposible: un encuentro fusional, totalizante y placentero ( 4).
Abierta, pues, a la realidad del deseo, no se dirige ya hacia a un objeto real, sino a un
fantasma: busca ser reconocido como objeto total y exclusivo por el deseo del otro.
La historia que marca a la sexualidad irá necesariamente forzando a una división del
sujeto en una diferenciación de lo posible y lo imposible, de lo permitido y de lo negado. La
sexualidad infantil, omnipotente en sus pretensiones, deberá afrontar una norma y limitación
fundamental, como condición para acceder al nivel de lo humano. El objeto total del deseo
3
El 80% de los jóvenes españoles están de acuerdo en que “es mejor tener relaciones íntimas antes de
casarse”. Cf. ib. Los datos sobre el sentido de la evolución de los creyentes en torno a las cuestiones
sexuales indican direcciones coincidentes en otros ámbitos culturales diferentes de los de España y
tan diversos entre sí como pueden ser los Estados Unidos (Cf. A. M. GREELEY, “Sex and the Single
de Catholic: The Decline of an Ethic”, en América 167 (1992) 342-347 y "Sex and the Married
Catholic: The Shadow of St. Agustine”, en América 167 (1992) 318-323) o Polonia. País este último
que es la nación católica donde más se practica el aborto, o donde, según datos de 1991, el 81% de
la población (practicante en un 70%) se sitúa contra la doctrina eclesial sobre anticonceptivos y el
71% contra la doctrina sobre el aborto. Así aparece en una encuesta realizada en vísperas de la
visita del Papa a Polonia (El País, 6 de febrero de 1992).
4
L. BEIRNAERT, “Difficulté d'un discours éthique. A propos d'un document sur la sexualité" en Etude
3/14 (1976) 480-489.
está excluido del campo de satisfacción. Complejo de Edipo para el psicoanálisis, prohibición
del incesto para el antropólogo, son los términos que responden a la diversa
conceptualización de una realidad que afecta esencial y estructuralmente a la sexualidad
humana. Sus desplazamientos y camuflajes por los campos de la moral y de la religión no
han sido considerados ni anecdóticos ni banales.
Pero, junto al psicoanálisis, otras disciplinas científicas han venido a jugar un papel
importante en la transformación del concepto y experiencia de la sexualidad. La
psicofisiología, por ejemplo, ha mostrado que la actividad sexual va dejando de estar
unívocamente centrada en la reproducción dependiendo de los mecanismos neuro-
hormonales y, por ello, dependiendo progresivamente del sistema nervioso central y de las
funciones que le son propias en el hombre: lenguaje, simbolización, etc. La reproducción
seguirá siendo, sin duda, una función esencial de la sexualidad y también de la humana,
pero ya, rebasado el límite de lo puro animal, no es más que una de sus funciones y no
puede ya definirla en exclusiva ( 5).
5
Cf J. MONEY, Sex Research: New Developments, Holt, New York I965.; V. SIMON y A KREU;/,
“Hormonas y desarrollo psicosexual”, en: C. BALLUS, Psicobiología, Herder, Barcelona 1983, 195-245.
6
C. LÉVY-STRAUS, Las estructuras elementales del parentesco. Paidós. Buenos Aires, 1969. G.
BASTIDE, “La sexualidad entre los primitivos”, en: Estudios sobre la sexualidad humana. Morata. Madrid,
1967. M. MEAD, Sexo y temperamento. Paidós. Buenos Aires, 1972. B. MALINOWSKY, La vida sexual de
los salvajes. Morata. Madrid, 1975.
7
W. REICH, La psicología de masas del fascismo. Roca. México, 1973. La función del orgasmo. Paidós.
buenos Aires, 1972. Análisis del carácter. Paidós. Buenos Aires, 1976. La revolución sexual. Roca.
México, 1976. L. DE MARCHI, Wilhelm Reich. Biografía de una idea. Península. Barcelona, 1974. .J.M.
PALMIER, Introducción a W. Reich. Anagrama. Barcelona, 1970.
8
Seix Barral. Barcelona, 1968.
disfrutamos, ahora les vendría el turno a Orfeo y Narciso para poner fin a todas las
instituciones represivas y lograr una racionalidad de la satisfacción.
En esta misma línea, no se podría olvidar tampoco el papel que ha jugado en la caída
de los antiguos moldes sexuales la progresiva secularización de la sociedad occidental.
Muchas conductas sexuales anteriores se mantenían gracias a unas representaciones
religiosas vigentes socialmente e interiorizadas individualmente. Con el “Dios ha muerto”
teórico y, sobre todo, con el ateísmo práctico de las masas, cayeron muchos pilares que
sostenían las pautas de comportamiento sexual. Pero sobre las implicaciones existentes
entre la sexualidad y las representaciones de Dios volveremos más adelante.
Muchos autores han insistido en que los cambios han tenido lugar, no sólo a partir de
un estudio o reflexión sobre la sexualidad misma, sino más bien, a partir del influjo de una
serie de factores de transformación social, que en sí eran y son ajenos a la problemática de
la sexualidad y a sus posibles valoraciones éticas. ( 10).
Entre estos factores, uno que ha jugado de modo decisivo, ha sido el del
alargamiento de la vida que, gracias a los avances de la medicina, la biología, la química y
otras ciencias, nos ha beneficiado de modo tan sorprendente a partir del último siglo. Las
consecuencias en el área de la vida afectiva y sexual han venido a ser de primer orden.
La mortalidad española, por ejemplo, ha descendido del 29 por mil en 1900 al 8 por
mil en 1975. Descenso debido a la casi erradicación de la mortalidad infantil. Tenemos
también que a principio de siglo la esperanza de vida de los españoles era de treinta y cinco
anos, mientras que en 1986 se situaba en torno a los 75 (73,3 para los varones y 79,7 para
las mujeres). ( 11)
Todo ello supone que hace un siglo la vida sexual de la mujer se veía casi
exclusivamente vinculada a las funciones de procreación y crianza de los hijos. Fácilmente la
mujer moría poco antes o después de la menopausia y su Vida matrimonial se veía
prácticamente reducida a una sucesión de embarazos (la media era de cinco ó seis hijos,
9
Cf, por ejemplo, sus obras Sexualidad y represión. Ayuso. Madrid, 1971. Cuatro ensayos sobre la
mujer. Alianza. Madrid, 1971, o Psicoanálisis y Marxismo. Alianza. Madrid, 1969.
10
I. ALONSO HINOJAL, Sociología de la familia. Guadiana. Madrid, 1973. A. VIEILLE-MICHEL, “Familia,
sociedad industrial y democracia”, en: La sexualidad. Fontanella. Barcelona, 1967, 121-141.
11
A. DE MIGUEL, ib. 64-72.
debido, en gran parte, a la mortalidad infantil). Actualmente, sin embargo, pueden bastar
cuatro años como período entre el matrimonio y el último hijo. Tras lo cual, vendrá
normalmente un largo período (la posibilidad de celebrar las "bodas de oro” son cada vez
más numerosas) en el que la pareja afrontará su vida en común en unas claves de
intercambio y comunicación afectiva y sexual, en las que ya no estarán implicadas las
funciones procreativas.
En resumen, que si durante-siglos la vida sexual de una mujer duraba una media de
menos de veinte años, de los cuales la práctica totalidad estaba ocupada por una sucesión de
embarazos, en la actualidad, la vida sexual de una mujer puede durar muy bien cincuenta
años, de los cuales sólo seis o siete estarán ocupados por dos o tres embarazos. Ello tiene
una repercusión inmediata en la experiencia de la sexualidad. Sin que ninguna teoría,
ninguna opción ética y ninguna reflexión hayan intervenido, la procreación ha pasado a un
segundo lugar, mientras que las dimensiones afectivas y de desarrollo personal han pasado a
ocupar el lugar preponderante.
veces, como parte de una auténtica acción ética, por el afrontamiento y superación de una
normativa previamente interiorizada y desvelada ahora como represiva y carente de
auténtica fundamentación moral.
EL DISCURSO ECLESIÁSTICO
SOBRE LA SEXUALIDAD
Por una parte, nos encontramos como dato significativo (aunque hay que reconocer
que nada es novedoso) con que las páginas dedicadas al sexto mandamiento superan las
dedicadas al a cualquier otro de los restantes. Todo ello sin contar las consagradas al noveno
12
F. ÁLVAREZ-URÍA, “El sexo de los niños”, en Serie Psicoanalítica 4 (1983) 53-98.
13
Según el santo, el elefante “jamás cambia de hembra; ama tiernamente a la que escoge; pero no está
con ella más que de tres en tres años, por espacio de cinco días, y con tanto secreto, que jamás se deja
ver en este acto; pero el sexto día se le ve ir, ante todas las cosas, a buscar algún río, en el cual se lava
enteramente todo el cuerpo, sin querer volver al rebaño hasta haberse purificado”. FRANCISCO DE
SALES, Introducción a la vida devota, Librería Católica de Pons y Dª, Barcelona 1878, III, 356-357.
14
Cf, por ejemplo, el ya citado H. MARCUS en su obra Eros y civilización, o J.C. SAGNE, “La mutation
des modèles de l’echange sexuel dans une societé en changement”, Le Supplement III (1974) 480-489.
Sin embargo, tras este encomiable inicio en una consideración amplia, abierta y
positiva de la sexualidad, nos vemos de inmediato confrontados con un discurso que
manifiesta primariamente una actitud de censura, de recelo y de temor y que viene a
conducir de inmediato al control y a la coerción. Los términos de “dominio”, “control”,
“resistencia”, “ascesis”, “obediencia”, “esfuerzo”, “tarea”, etc., se multiplican por el texto
(especialmente en los nº 2338-2345).
Esto sucede así hasta el punto de que realmente pueda resultar un tanto difícil seguir
considerando la sexualidad como don de Dios, tal como se afirma en el texto (si bien un
tanto de pasada en el nº 2345), para pensar que se trata más bien de una amenaza
permanente, de una especie de bomba de relojería que hay que controlar y vigilar de
continuo. En definitiva, un dos de Dios, que, por lo que se ve, resulta bastante peligroso y
que obliga a mantenerse en una actitud permanente de vigilia para evitar las amenazas que
comporta.
Y así venimos a la cuestión del placer. Este parece constituirse en el gran enemigo,
o, al menos, en la gran amenaza que hay que estar dispuesto a controlar y a someter. Es
moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo (nº 2351). De ahí, que sexualidad
y procreación se presenten como indisolublemente unidas sin posibilidad ninguna de
separación bajo ningún concepto ni circunstancia. El placer ha de quedar de este modo
sometido, sin capacidad alguna de autonomía y libertad.
15
En efecto, la exégesis bíblica actual está unánimemente de acuerdo en considerar que la problemática
del noveno mandamiento es ajena por completo a la de orden sexual, para referirse exclusivamente al
deseo de apropiarse de los bienes del prójimo.
Todo esto nos obliga, pues, a pensar que, de hecho, nos encontramos con un tema
que rebasa con mucho la cuestión de talantes ideológicos o personales de tal o cual
pontificado. Hay algo en la misma estructura eclesial que parece inmovilizar su discurso en
materia sexual, mientras el discurso sociocultural sobre el tema se desplaza y modifica con
esa velocidad vertiginosa que hemos señalado.
Freud ya nos hizo comprender en Psicología de las masas y análisis del Yo, 1921, que
las organizaciones sociales se sustentan en buena medida gracias a una particular
infraestructura de carácter libidinal. La Iglesia Católica y el Ejército se presentan en ese texto
como dos modelos particularmente elocuentes para poner de manifiesto esa economía
libidinal que sustenta a todo grupo. En ambas organizaciones existe un sumo cuidado para
organizar la sexualidad, de modo que jueguen a favor y servicio de la propia institución y no
en contra de la misma. (17)
16
Asombra también el que al mismo tiempo se argumente que la inseminación artificial ya no es un acto
por el que una persona se da a otra. Cabe preguntarse entonces si la pareja sólo tiene capacidad de
darse mediante la unión sexual.
17
Como sabemos, Freud atribuye gran importancia a la corriente de libido homosexual que juega como
factor cohesivo básico en estas dos instituciones. Cf Psicología de las masas y análisis del yo, 1921, G.
W. XIII, 101-108; O.C., III, 2578-2582.
recomendar a sus fieles el celibato e imponerlo a sus sacerdotes. El motivo es claro: el amor
genital pone generalmente en peligro los lazos colectivos, mientras que los inhibidos en su
fin refuerzan y estabilizan este tipo de vinculación. Gran parte de esta energía libidinal
inhibida en su fin es la que la institución eclesial canaliza en su favor proponiendo como
objeto amoroso al líder que representa al padre ( 18). Es la gran ilusión amorosa que recorre
a la Iglesia como institución de fe.
Mala gestora, por una parte, en el campo de la sexualidad y canalizadora, por otra
parte, de una agresividad mal contenida (19), la Iglesia aparece de este modo ante Freud
como ejemplificación de un pernicioso manejo cultural de la actividad desiderativa humana
( 20).
18
Cf Psicología de las masas y análisis del yo, 1921, G. W. XIII, 158-159 y 102-104; O.C., III, 2608 y
2578-2579. Ya hemos resaltado en otro lugar el hecho de que Freud, que confiesa serle ventajosa la
ilustración que lleva a cabo con la Iglesia Católica por el carácter fuertemente jerarquizado de ésta, no
haga nunca intervenir en el texto esa jerarquización de la institución eclesial. Así, por ejemplo, cuando
se refiere al papel del jefe no lleva a cabo ninguna alusión a la figura del papa que, en el aspecto
jerárquico, diferencia a esta Iglesia de otras confesiones cristianas. Cf. D. DOMÍNGUEZ, El psicoanálisis
freudiano de la religión. Ed. Paulinas. Madrid, 1991, 204..
19
El precio de la represión y de la ilusión amorosa –señala Freud- es demasiado alto. Al pretender cerrar
los ojos ante las inevitables dimensiones conflictivas de la realidad interpersonal, el amor desencadena
la agresión y la intolerancia para todo aquel que caiga fuera del círculo ilusorio. Cf. Ibíd., G.W., XIII,
107-108 y 111; O.C., III, 2581-2582 y 2583; El malestar en la cultura, 1930, G.W., XIV, 471 y 474;
O.C., III 3046 y 3047; El porqué de la guerra, 1933, G.W., XIV, 21; O.C., III, 3212; Un comentario
sobre antisemitismo, 1938, G.W., XIX (Nachtragsband, 1987), 779-781; O.C., III, 3272.
20
Ya desde el primer escrito centrado en el tema religioso, en 1907, Freud asemeja la actuación de la
instancia religiosa en el ámbito de las pulsiones con la del síntoma neurótico. En ambos casos tenemos
el resultado de una mala gestión de la economía pulsional. En nombre de la religión y a favor de la
misma –como tiene lugar en el síntoma- se realizan todos aquellos actos que la misma prohíbe como
manifestación de las pulsiones reprimidas. Cf. Los actos obsesivos y las prácticas religiosas, 1907, G.W.,
VII, 138; O.C., II, 1342. Por ello, con un tono más polémico aún, en El porvenir de una ilusión, acusa a
los sacerdotes de traficar con los mandamientos y, a través de ellos con las pulsiones, a través de los
rituales de perdón o de rescate mediante sacrificios y penitencias. Cf G.W, XV, 361; O.C., III, 2981-
1982.
cristianos) en torno al placer sexual. En ella se encuentra implicada la cuestión misma del
sujeto deseante frente al poder que se le opone ( 21).
Desde esta perspectiva, además, habría que sostener que toda institución, por el
hecho de serlo, viene a caer bajo sospecha. Ella pondrá siempre de manifiesto esa
incompatibilidad esencial existente entre el orden del deseo y el orden de lo institucional.
Subjetividad del individuo, objetividad de la institución; el deseo frente a la norma, la
autoafirmación frente al control organizativo. ¿No radica aquí también la base última para la
constitución de ese “imposible” que viene a ser la “institución psicoanalítica”?, ¿no se explica
de este modo esa especie de contradicción “in terminis” que existe entre lo “psicoanalítico” y
lo “institucional”?, ¿no radica aquí la base por la que, según J. Lacan, toda institución
psicoanalítica acaba convirtiéndose necesariamente en religión? ( 22).
DIOS O EL PLACER
Si volvemos a la reflexión sobre el discurso eclesiástico tal como nos lo dejan ver sus
más recientes e importantes documentos, constatamos, en efecto, que en la base de ese
discurso moral, que de modo tan importante limita los comportamientos sexuales, parece
latir una idea de fondo que vendría a ser la de una incompatibilidad radical entre Dios y el
placer. Un discurso latente que, de modo repetitivo pareciera repetir una y otra vez la idea
de que a Dios no le gusta que el hombre haga el amor.
Pero este hecho que, desde una consideración psicoanalítica, no tendría por qué
presentar nada de extraordinario, no deja de resultar algo sorprendente si tenemos en
cuenta el discurso sobre el tema sexual existente en los textos fundacionales de esa Iglesia
Católica, a los que ella se remite en otros temas una y otra vez. Nos referimos, naturalmente
a los textos evangélicos en los que tal incompatibilidad entre el placer y Dios no se deja ver
mínimamente.
Efectivamente, como hemos detallado en otro lugar ( 23), una de las cuestiones que
sorprenden más poderosamente cuando nos acercamos a los textos evangélicos para
comprender el lugar que en ellos ocupan las cuestiones concernientes a la sexualidad, es que
nos encontramos con un silencio sorprendente, cuando no chocante. Muy poco se dice sobre
los comportamientos sexuales, a no ser para denunciar la hipocresía de los que encuentran
en ellos un motivo esencial de alejamiento de Dios. Pero lo que resulta mucho más
significativo es el hecho de que, si sobre los comportamientos sexuales específicos apenas se
pronuncia una palabra, sí quedan seriamente cuestionadas las estructuras básicas en las que
la sexualidad se estructura y desarrolla.
21
M. FOUCAULT, Histoire de la sexualité. Gallimard. París, 1976-1984.
22
Como sabemos así lo afirmó en el documento con el que dio a conocer la tumultuosa disolución de su
propia escuela, dando lugar, probablemente sin saberlo, a la más sorprendente sacralización de la
misma.
23
C. DOMÍNGUEZ, Creer después de Freud. Ed. Paulinas. Madrid, 1992, 173-207.
forzando por tanto a una superación de cualquier tipo de nostalgia paterna (pues hay que
dejar que “los muertos entierren a sus muertos”). Por otra parte, la familia, estructura básica
de configuración de las identificaciones y pautas de comportamiento sexual, y por ello,
absoluto constituido por las entidades religiosas o políticas de todos los tiempos, queda
claramente descalificada como realidad sagrada. En ella se puede introducir la división y el
conflicto y así nos muestra el texto que resultó ser para el mismo Jesús. Por último, y en
íntima conexión con todo lo anterior, la mujer, en una sociedad donde “la esencia humana se
confunde con el esperma” (24), es convertida en oyente y proclamadora de la palabra más
allá de su reducción a los roles biológicos de esposa y madre (25). Desde estos
cuestionamientos básicos, los comportamientos sexuales específicos apenas son
considerados, dando lugar con ello al hecho sorprendente de que los moralistas cristianos
encuentren grandes dificultades cuando, según el modo habitual de proceder, intentan
sustentar sus opiniones al respecto en los textos evangélicos (26).
Algo ha debido ocurrir entonces, para que, lo que en el discurso fundacional ocupa un
lugar, ciertamente, anecdótico y secundario, llegue a situarse en una posición tan central en
el discurso de la institución. Así como para que también, esas otras cuestiones de relevancia
(el espacio vacío del padre, la desacralización de la familia y la dignificación de la mujer)
hayan sido tan sistemáticamente obviadas. Un enorme desplazamiento, en el sentido más
psicoanalítico del término, ha tenido lugar. Desplazamiento que merece la pena intentar
descifrar desde su misma dinámica interna.
24
I. MAGLI, La Madonna. Ed. Rizolli. Milano, 1987.
25
Todas estas cuestiones las hemos desarrollado con amplitud en el capítulo “Los lazos de la carne” de
la obra citada Creer después de Freud.
26
A. HUMBERT, “Les péchés de sexualité dans lel Nouveau Testament”, en: Studia Moralia VIII (1970)
149-183.
En una increíble resonancia con toda esta problemática, en la moral sexual católica,
Dios parece exigir de continuo la negación del placer sexual, la renuncia y el sacrificio. “O yo
o el placer”, parece que se le quiere hacer decir a Dios en ese discurso moral. Y tenemos que
pensar, en efecto, que en la medida en la que la imagen de Dios (elaborada necesariamente
a partir de las representaciones parentales), mantenga materiales edípicos irresueltos, es
decir, en la medida en la que el dios cristiano incorpore elementos infantiles inconscientes
provenientes del padre imaginario detentor del falo, del todo poder y del uso exclusivo del
gozo… en esa misma medida, Dios tiene que resultar incompatible con el placer. Cada
pequeña porción de placer obtenido será una porción de autoridad que se le niega. La culpa
tendrá todos los motivos para establecerse, aunque no posea razón objetiva ninguna para
fundarse.
Sentir que Dios es ofendido por la mera obtención del placer sexual es equivalente,
pues, a pensar que Dios se ofende particularmente por la propia autoafirmación y
sentimiento de independencia y autonomía. Todo se sitúa así en la dialéctica del “o tú o yo”
edípico infantil. Una brizna de placer es una brizna de autoridad que se le niega a Dios. Con
razón no, pero con motivo sí, el sujeto se siente culpable y amenazado ( 28).
Desde esta dinámica concreta se entiende que el placer no pueda nunca ni bajo
ningún concepto ni circunstancia (por terrible que ésta sea, como tenemos en el caso de la
propagación del SIDA en el continente africano) quedar en libertad ni ser considerado un
valor legítimo disociado de otra función o norma (29). Desde esta estructuración
inconsciente, es obligado que el placer permanezca atado a una normativa inmutable.
Normativa que viene a representar la ley del padre imaginario que impone su existencia y
que exige sometimiento.
27
J. POHIER, Au nom du Père. Ed. du Seuil. París, 1972; 192.
28
Esta falta de razón, pero esta incuestionable motivación, es la que jugaba, por ejemplo, en la
dinámica de un neurótico obsesivo que decía no creer en Dios, pero que se sentía obligado a confesarse
(a situarse de rodillas ante un padre ofendido, habría que interpretar) cada vez que se masturbaba.
29
D. DOMÍNGUEZ, “Niño y sexo: el placer como valor”, en: Diálogo, familia, colegio 95 (1979) 10-17.
inmutable”, se presenta, pues, como la ley que garantiza la canalización del placer y su
necesaria y esencial subordinación.
¿Nos encontramos aquí, por lo demás, una expresión más, dura por cierto, de esta
irreductible oposición entre el orden del deseo y el orden de la institución?
30
Sobre este tema nos hemos detenido en el estudio “Sacrificio: apuntes psicoanalíticos sobre culpa y
salvación”, en: Proyección 40 (1993) 33-35.