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JUAN FELIPE ROJAS MARTÍNEZ

JOSÉ MATEO LEURO HUERTAS.


LECTURA 9
LAS CINEMATOGRAFÍAS DEL «SOCIALISMO REAL»
El mundo occidental vivió desde el primer «choque petrolero» de 1973 sacudido por crisis
y regresiones socioeconómicas generalizadas, también los países del llamado «socialismo
real», desde China a Polonia, vivieron tiempos difíciles y pródigos en conflictos.
Dando claras muestras de estancamiento creativo, el cine soviético quiso emular a las
superproducciones occidentales con la película-saga, en dos partes, Siberiada (Siberiade,
1977-1979), realizada con brío por Andréi Mijalkov-Konchalovski. Pero resultó significativo
que esta especie de ambicioso 1900 soviético, que abarcaba desde los días de la
Revolución hasta los años sesenta, omitiera en su reconstrucción histórica las sombras del
estalinismo.
Obra de Vladímir Menshov que, al margen del interés ambiental por su descripción de la
vida cotidiana soviética, resultó tan fiel ideológicamente a los supuestos y tesis
hollywoodianas que recibió el Oscar al mejor film extranjero.
Zerkalo [El espejo] (1975), construido en gran medida con recuerdos autobiográficos de
una infancia y de una adolescencia difícil, y los films muy personales de ciencia ficción
Solaris (Solaris, 1972), basado en la novela del polaco Stanislav Lem ubicada en un planeta
rodeado de un «océano pensante», y Stalker (1979), de lectura compleja y ambigua.
Elem Klimov se confirmó en esta época como un cineasta de talento con Masacre (Idi i
smotri, 1985), cuya acción se situó en la debacle bélica de Bielorrusia en 1943. En esta
etapa de reformismo liberalizador y de rehabilitaciones (se autorizó la edición de El doctor
Zivago de Pasternak, por ejemplo), reformismo que fue respaldado en el festival de Berlín
de 1987 con el premio a Glev Panfilov por Tema (retenida por la censura desde 1980), se
rindieron cálidos homenajes a Tarkovski fallecido en el exilio y se intentó el rescate de
otros cineastas soviéticos residentes en el extranjero, como Andréi Mijalkov-
Konchalovski, quien estaba triunfando en Estados Unidos con Los amantes de María
(Maria’s Lovers, 1984) y El tren del infierno (Runaway Train, 1985), film de acción que
llevó a la pantalla un proyecto de Akira Kurosawa.
La cinematografía polaca fue la más convulsiva de este período, en el que perdió (tras las
huellas de Polanski y de Skolimowski) al joven director Andrzej Zulawski, quien tras el gran
éxito de Diabel [El diablo] (1973) se instaló en la producción occidental con Lo importante
es amar (L’important c’est d’aimer, 1974), con un inquietante film de terror rodado en
Berlín, La posesión (Possession, 1981), película que renovó con perversa originalidad las
fórmulas gastadas de un género de moda, y con su exasperada La mujer pública (La
femme publique, 1983) en la que lució a la hermosa Valérie Kapriski.
Pero el gran aldabonazo de su filmografía procedió de El hombre de mármol (Czlowiek z
marmuru, 1977), en donde con su protagonista femenina vertebró una encuesta
periodística casi wellesiana para encontrar el paradero de un antiguo héroe estajanovista
del trabajo socialista. Después de este revelador desvelamiento de las llagas de la historia
de la Polonia comunista, Wajda anunció la disidencia política que se estaba incubando
masivamente en el país con El director de orquesta (Dyrygent, 1980).
AMÉRICA LATINA A LA BÚSQUEDA CINEMATOGRÁFICA DE SU IDENTIDAD.

Si a lo largo de más de una década América Latina había sido un foco de esperanzas
políticas y culturales, con las expectativas abiertas por la Revolución cubana y luego por la
victoria electoral popular en Chile, en un contexto de boom internacional de su literatura
(García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Lezama Lima, Carpentier, Onetti, Donoso, etc.) y
de su cine (Cinema Nôvo de Brasil, aportaciones cubanas, etc.), a partir de 1973, fecha del
golpe militar que derribó al breve gobierno de Salvador Allende en Chile, se produjo una
clara desaceleración de las expectativas, al tiempo que se consolidaban o implantaban
dictaduras militares en los países del Cono Sur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay,
Bolivia, Perú).
Helvio Soto seguía las trazas del cine de reconstrucción política de Costa- Gavras en la
coproducción franco-búlgara Llueve sobre Santiago (Il pleut sur Santiago, 1975), en el
ámbito documental las tres partes de La batalla de Chile (1973-1979), de Patricio Guzmán,
se convirtieron en el mejor testimonio histórico de aquel proceso político, junto con el
también documental de largo metraje La spirale (1975), de Armand Mattelart, Jacqueline
Meppiel y Valérie Mayoux.
El dificultoso camino de Argentina hacia la democracia estuvo jalonado por algunas obras
significativas, como Volver (1982), en donde David Lipszyk relató el regreso a Buenos Aires
de un argentino residente en Nueva York para clausurar una fábrica de una multinacional
para la que trabaja; No habrá más penas ni olvido (1983), de Héctor Olivera; Tiempo de
revancha (1983), de Adolfo Aristaráin; Tangos. El exilio de Gardel (1985), de Fernando
Solanas y premiada en Venecia; La historia oficial (1985), de Luis Puezo y galardonada con
un Oscar; y la historia del rodaje frustrado de un extravagante episodio del pasado
argentino —la coronación de un rey francés en la Patagonia— expuesta con brillantez por
Carlos Sorín en La película del Rey (1986), premiada también en Venecia. En Perú, Jorge
Reyes relató en La familia Orozco (1982) los orígenes del movimiento obrero en su país.
El cine cubano tampoco fue insensible al endurecimiento de la situación política en todo el
continente, y al margen de los siempre eficaces documentales de Santiago Álvarez,
produjo contadas obras de real interés, entre las que figuraron La última cena (1976), de
Tomás Gutiérrez Alea, Retrato de Teresa (1979), de Pastor Vega, y Cecilia (1982), de
Humberto Solás y adaptando la novela de Cirilio Villaverde, cumbre de la ficción
independentista del siglo XIX.
También en México el sexenio presidido por José López Portillo supuso una involución en
la política estatal proteccionista al cine de calidad, que se había iniciado bajo la
presidencia de Echeverría. Entre los títulos dignos de recuerdo en este período figuraron
Canoa (1975) y El Apando (1975), de Felipe Cazals; Las fuerzas vivas (1975) y A paso de
cojo (1979).
Mención especial merece el cine documental y militante que floreció en Nicaragua
durante la lucha contra la dictadura de Somoza y tras la victoria democrática de los
rebeldes. El primer film oficial de la Nicaragua sandinista sería Alsino y el cóndor (1982),
de Miguel Littin.

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