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Palabras clave
La autora inicia este capítulo con dos observaciones certeras. Por una parte,
otorga a la histeria un papel fundamental en los orígenes del psicoanálisis.
Efectivamente, es a propósito de la histeria que Freud esbozará los que habrán
de ser los interrogantes psicoanalíticos básicos: ¿Cómo puede alguien saber
algo y no saberlo al mismo tiempo? ¿Cómo es posible que se olviden
experiencias vitales importantes? ¿Expresa el cuerpo lo que la mente no puede
expresar? ¿Qué puede explicar síntomas tan espectaculares como las crisis
epileptiformes en personas que no son epilépticas o las cegueras en gente que
no tiene problemas de visión?
Por otro lado, subraya cómo Freud, tan frecuentemente acusado de misógino,
muestra un respeto irreprochable hacia estas mujeres cuyo desconcertante
sufrimiento, tantas veces desdeñado como falso por la Medicina, él siempre
intentará comprender.
MacWilliams dedica las últimas líneas de este apartado a aclarar cómo, pese a
la corriente crítica que floreció en ciertos círculos intelectuales desde los que se
atacaba la supuesta misoginia freudiana, lo cierto es que Freud alertó con
frecuencia acerca de los peligros del patriarcado, animó a las mujeres a la toma
de posiciones de poder en lo intelectual y lo profesional y concibió siempre la
envidia del pene como el efecto de una teoría sexual infantil que debía
examinarse, trabajarse y resolverse.
El self histérico
Por otro lado, la convicción de que la valía personal a los ojos del otro reside
exclusivamente en el atractivo sexual puede generar reacciones depresivas
importantes en personalidades histéricas que deben afrontar el paso de la edad
y la pérdida de ese tipo de cualidades (encarnadas con brillantez en el cine, por
ejemplo, por la Blanche de “Un tranvía llamado deseo” o por el Gustav de
“Muerte en Venecia”). Algo que debe hacer pensar en la necesidad de
garantizar y potenciar otras fuentes de autoestima en aquellos pacientes con
este tipo de características.
El vacío que caracteriza a estas últimas (y que pretende llenarse por esa vía de
la vanidad y la seducción) no es lo central en las personalidades que se
constituyen en un modo histérico, y en las que lo fundamental es el temor a ser
rechazadas. De hecho, cuando la histérica no se siente amenazada, puede
mostrarse cálida y cuidadosa de una forma por completo auténtica,
imponiéndose entonces los aspectos más afectuosos sobre los defensivos y
destructivos, con los que aquellos se hallan en conflicto.
Los fenómenos transferenciales fueron observados por primera vez por Freud
en pacientes cuyo sufrimiento se ubicaba en el ámbito de lo histérico, lo cual no
es algo en absoluto casual. Toda la concepción freudiana de la histeria gira en
torno al hecho de que lo que no es recordado conscientemente se mantiene
activo en el inconsciente, y se expresa a través de los síntomas, las puestas en
acto o la actualización en el presente de escenas que pertenecen al pasado. El
presente es percibido de un modo confuso, como si siguiesen ahí los peligros y
las afrentas vividas en el pasado, en parte porque la persona histérica vive con
demasiada ansiedad como para permitir que le lleguen vivencias e
informaciones que refuten tal creencia. Además, los histéricos viven en gran
medida en función de los demás, y son muy expresivos en lo emocional, lo cual
hace que hablen con facilidad de lo que sienten y de las formas en que
reaccionan, en especial con el terapeuta. Todo esto facilita que, en el
encuentro entre un terapeuta varón y una paciente histérica, se pongan de
manifiesto los conflictos centrales de esta última. Así, Freud (1925) se
desesperaba cuando, en sus comienzos, y pese a sus intentos de mostrarse
como un médico bondadoso, no dejaba de ser visto por sus pacientes
histéricas como una presencia masculina provocadora con la que era casi
inevitable sufrir, discutir o, en ocasiones, rendirse al enamoramiento.
McWilliams señala con justeza cómo, hasta hace muy poco, era fácil escuchar
a residentes de psiquiatría teniendo conversaciones “de hombre a hombre” en
las que se lamentaban –jocosamente en ocasiones- de lo desesperantes que
eran sus pacientes histéricas. Algo que incluso ahora llega a suceder cuando
se charla acerca de pacientes borderline (de los que el DSM destaca sus
rasgos histéricos), que generan con frecuencia reacciones
contratransferenciales muy despectivas. Y es que, como recuerda Bollas,
aunque la histeria ha desaparecido como entidad diagnóstica, asistimos al
retorno de lo reprimido a través del concepto contemporáneo de Trastorno
Límite de la Personalidad.
En relación con estos funcionamientos contratransferenciales paternalistas y
agresivos, se observa muchas veces cómo los clínicos tratan a estas pacientes
como si fuesen niñas o adolescentes. Ciertamente, es esperable que la
regresión se despliegue en la histeria, pero sorprende que los terapeutas
caigan en el error de corresponder a esa propuesta con un funcionamiento
omnipotente. Así, incluso terapeutas muy profesionales ceden al impulso de
reasegurar, consolar, aconsejar o alabar a este tipo de pacientes, descuidando
el hecho de que tal acción conlleva en el subtexto la idea de que la paciente es
demasiado frágil como para manejarse por sí misma. Dado que la regresión es
fundamentalmente defensiva (y se articula para protegerse del miedo o la culpa
por funcionar de una manera adulta), es esencial no entrar en confusión
leyéndola como una genuina indefensión. Dado que no es lo mismo estar
asustado que ser incompetente, conviene no perder de vista que actuar de
forma excesivamente indulgente y comprensiva acarrea el riesgo de reforzar en
el paciente un autoconcepto devaluado. Al tiempo que ha de contemplarse el
hecho de una actitud demasiado solícita puede ser no sólo insultante, sino que
puede implicar la infravaloración de la importancia de la capacidad de
manipulación del paciente.
Diagnóstico diferencial
McWilliams subraya que las condiciones psicopáticas y narcisistas son las que
pueden confundirse con más facilidad con las personalidades histéricas, dado
que comparten en ocasiones ciertas formas de presentación en lo superficial.
Durante décadas, muchos autores han apuntado una cierta afinidad entre la
histeria y la psicopatía, representada de forma muy impactante por los
frecuentes enamoramientos de mujeres histéricas por hombres de
funcionamiento psicopático.
Allen, D.W. (1977). Basic treatment issues. In M.J. Horowitz (ed.) Hysterical personality (pp.
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Blatt, S.J. y Levy, K.N. (2003) Attachment theory, psychoanalysis, personality development, and
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