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Asdrúbal, que acabó con el sometimiento, como se ha dicho más arriba, de más de
ciento veinte pueblos a los romanos.
El que en esta ocasión se le ofreciera a Escipión el título de rey (Dión Casio LVII
48; Polibio X 40; Livio XXVII 19) ha sido generalmente visto como ejemplo de la
influencia de una gran personalidad sobre los indígenas, más proclives a comprender y
aceptar el lazo concreto de una individualidad excepcional que el abstracto de
relaciones contractuales con un Estado. En ello confluían viejas tradiciones muy
enraizadas en la idiosincrasia de los pueblos iberos, como la fides y la devotio , bien
conocidas y hace tiempo estudiadas 18. Desde el punto de vista romano, sin embargo,
Mangas 19 ha visto cómo la actuación de las grandes personalidades no estaba
separada de la línea política mantenida por Roma y, en este momento, el Senado era
partidario de una política blanda, de captación por la diplomacia más que por las
operaciones bélicas, siempre que fuera posible; por consiguiente, existía una
coherencia entre directrices políticas de los grupos dominantes en el Senado y las
actuaciones de los generales romanos en Hispania, por encima de una política
atribuible a la voluntad de individuos desligados de las líneas generales del Gobierno.
Y esa línea política fue seguida por Escipión en los años siguientes con total
coherencia, procurando resolver diplomáticamente los conflictos y actuando con mano
dura cuando las soluciones pacíficas parecían impracticables. Así, una vez vuelto a
Tarraco, Escipión se informó de la conducta de los indígenas para premiar a cada uno
según sus méritos (Livio XXVIII 16), pero no dudó en aplicar castigos en los aliados
tibios o rebeldes, como en el caso de las ciudades de Iliturgis y Castulo, los celtíberos e
iberos, fluctuantes entre romanos y cartagineses, o la ciudad de Astapa.
!18 J. M. RAMOS LOSCERTALES, " La 'devotio'ibérica", An. Hist. Der. Esp. I, 1924, 3 ss.; F.
RODRIGUEZ ADRADOS, "La 'fides' ibérica, Emerita XIV 1946, 128 ss.; J.M. BLAZQUEZ, "El legado
indoeuropeo en la Hispania romana", Primer Symposium de Prehistoria de la Península Ibérica,
Pamplona, 1960, 319 ss.
!19 J. MANGAS, " El papel de la diplomacia romana en la conquista de la Península Ibérica (226-19 a.
C.)", Hispania XXX 1970, 494.
20
fuente de mercenarios , la suerte estaba echada y la guerra contra Cartago en la
Península, ganada.
!20 A. BALIL, "Un factor difusor de la romanización: las tropas hispánicas al servicio de Roma (siglos III-I
a. de J.C.", Emerita XXIV, 1956, 118 s.; J.M. BLAZQUEZ, "Las alianzas en la Península Ibérica y su
repercusión en la progresiva conquista romana", RIDA XIV, 1967, 233 s. En 208 Asdrúbal hacía levas en
la Celtiberia (Apiano iber. 24); al año siguiente, Asdrúbal reclutaba mercenarios junto al océano
septentrional (Apiano iber. 28) y los celtíberos auxiliaban a Magón (Apiano iber. 31). En 206, Amílcar, con
un ejército de celtíberos atravesó los Pirineos en socorro de su hermano (Apiano iber. 28) y todavía, en
203, reclutaron los cartagineses un cuerpo de más de 4.000 celtíberos y se atrevieron a intentar levas
en territorio dominado por los romanos, desembarcando reclutadores no lejos de Sagunto (Livio XXX 21,
3).
SOLDADOS HISPANOS HASTA EL FINAL DE LAS GUERRAS CELTIBERO-
LUSITANAS.
!21 Sobre el sistema militar romano, en general, J. KROMAYER-G. VEITH, Heerwesen und
Kriegsführung der Griechen und Römer, Munich, 1928; M. MARIN Y PEÑA, Instituciones militares
romanas, Madrid, 1946; G. R. WATSON, The Roman Soldier, Londres, 1969; G. FORNI, "Esperienze
militari del mondo romano", en Nuove Questioni di Storia Antica, Milán, 1972, 815 ss., con bibliografía;
F.C. ADCOCK, Roman Art of War under the Republic, Nueva York, 1940. La colección de articulos de
diversos autores, recogidos en Problèmes de la guerre à Rome, París, 1969 y Armée et fiscalité dans le
monde antique, Coll. Nat. C.N.R.S. no. 936, París, 1978, ofrecen importantes contribuciones sobre
aspectos del ejército romano.
Conocemos más o menos el mecanismo de reclutamiento por Polibio, que, en el
capítulo VI 19-42, trata en general de la milicia romana. Cada año determinaban los
cónsules, de acuerdo con el Senado, el número y las localidades que habían de
proporcionar contingentes al ejército. La leva era dejada en manos de los aliados; sólo
el lugar y fecha de alistamiento eran determinados en el edicto consular.
En los primeros tiempos, hasta mitad del siglo IV, estos aliados eran latinos y su
designación era auxilia nominis Latini et socii. Con la conquista de Italia, a los latinos se
añadieron otros contingentes de pueblos itálicos que, del mismo modo, aceptaron la
obligación de servir como socii en el ejército romano mediante un foedus. Sin embargo,
no podemos señalar estos elementos no ciudadanos de la época más antigua del
ejército romano propiamente como extranjeros. Se trata, como hemos visto, de
comunidades, pueblos o ciudades, aliados mediante un pacto y, por tanto, con ciertos
derechos reglamentados por las leyes romanas 22.
El punto decisivo quedará marcado en este sentido por las guerras púnicas, que
lanzan a Roma fuera de la península Itálica y le proporcionan las primeras posesiones
extrapeninsulares y, con ello, pueblos con una táctica militar distinta y con una reserva
bélica extraordinaria. El contacto con los cartagineses, con el uso abundante de
mercenarios de distintas procedencias, con sus particulares métodos y artes bélicas,
impone a Roma la necesidad de procurarse unas armas y tácticas efectivas contra
estos nuevos modos de guerrear. Aún la primera guerra púnica no debió tener en este
sentido apenas significación. La mayor parte de la lucha se resolvió en el mar, en suelo
de Sicilia, simple prolongación cultural del sur de Italia y, por ello, sin ningún nuevo
aspecto en el terreno militar, o en el propio país enemigo. Pero, al menos, la primera
guerra púnica trajo consecuencias importantes para el posterior desarrollo de la milicia
romana y es el hecho señalado de la toma de contacto de las tropas romanas con un
ejército distinto en su técnica y en su composición polivalente y el despertar de la
necesidad de contraponerle fuerzas equivalentes y efectivas en el mismo grado.
Estos elementos extranjeros llegaban por diferentes caminos a las filas del
ejército romano. Podemos suponer que el primero de ellos es el mercenariado. Ls
!22 Desde finales del siglo III a. C. hasta la guerra social en 91 a. C., los contingentes aliados han
representado, en efecto, un porcentaje considerable de los efectivos anuales reclutados por Roma,
según las cifras restituidas por K.J. BELOCH, Die Bevölkerung der griechisch-römischen Welt, Leipzig,
1886; ID., Der italische Bund unter Roms Hegemonie, Leipzig, 1880; A. AFZELIUS, Die römische
Kriegsmacht während der Auseinandersetzung mit den hellenistischen Grossmächten, Copenhage, 1944:
A. J. TOYNBEE, Hannibal's Legacy, Oxford, 1965, II, 106 ss.; P. A. BRUNT, Italian Manpower 225 B.C. -
A.D. 14, Oxford, 1971, 84 ss.; V. ILARI, Gli italici nelle strutture militari romane, Milán, 1974. La
proporción de itálicos, variable en las fuentes, supone que oscilaba, debido a razones políticas o
demográficas. Así, Veleyo II 15, 8, habla de contingentes aliados dobles en número a los romanos,
mientras Apiano, hannib. 8, testimonia para la segunda guerra púnica dos veces más que los romanos y
Polibio III 107, 12; VI 26, 7; VI 30, 2, indica en su época un número igual de infantes y doble caballería
aliada que los romanos. Según los porcentajes calculados por Ilari, op. cit., si entre 218 y 201 la relación
entre romanos y aliados era de un 45,9 y 54,1 % respectivamente, entre 200 y 168 pasó a ser del 27,43
y 72,57, aunque también es cierto que, en cifras relativas, los números son menos llamativos, puesto que
la capacidad demográfica de los aliados doblaba la de los ciudadanos romanos.
fuerzas púnicas y los reinos helenísticos habían visto desarrollarse el tipo de militar
profesional, con especiales características que lo hacían apreciado por su armamento,
su táctica o su capacidad guerrera. De ellos, con mucho, los más conocidos y de los
que las fuentes nos proporcionan gran cantidad de citas, son la caballeria gala y
númida, los arqueros cretenses y los honderos baleares. Y, como en los estados
helenísticos, hemos de pensar que estos efectivos humanos se conseguían mediante
el envío de personas especializadas, reclutadores, que realizan las levas. Conocemos
en el mundo helenístico incluso mercados de soldados, y no de otra manera hay que
representarse el modo en que Roma, en sus primeros intentos de conseguir una
renovación de su táctica, realizaba el ensamblaje de estos elementos en sus filas. Se
trataba, en cierto modo, de un mal necesario. La experiencia de lo ocurrido en Cartago
al finalizar la primera guerrra púnica no debía hacerlos muy atracticos, pero, sin
embargo, necesarios, si se quería oponer un ejército semejante al del enemigo.
!23 A. GARCIA Y BELLIDO, " Los auxiliares hispanos en los ejércitos romanos de ocupación (200 al 30
antes de J.C.)", Emerita XXXI, 1963, 213.
! 24 Sobre la época, G. FATAS, "Hispania entre Catón y Graco", Hispania Antiqua 5, 1975, 271 ss.
suessetanos de caer, con las tropas romanas, contra sus odiados vecinos (Livio XXXIV
20, 1 ss.; Frontino, Strat. III 10, 1).
Emilio Paulo, pocos años después, debió utilizar también en Hispania los
servicios de tropas indígenas, seguramente apelando a sentimientos de rencor o
enemistad entre pueblos vecinos. Así se explica el famoso decreto de 189, en el que el
procónsul declaraba libres a los esclavos de la ciudad de Hasta que habitaban la Turris
Lascutana, haciéndoles entrega en usufructo de tierras de cultivo. También, en 181, el
pretor Q. Fulvio Flaco, en la Citerior, se vio obligado a reclutar cuantos auxilia pudo
sacar de los pueblos aliados (Livio XL 30, 2), lo mismo que C. Calpurnio y L. Quinctio
(Livio XXXIX 31) unos años antes.