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ética pública
Roberto Peñaranda
Módulo I – Lección 6
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Lección seis
El triunfo del judeocristianismo trastoca los valores y acoge la perspectiva de los esclavos.
Ante la crueldad de la vida esclava, no queda más remedio que inventarse otra vida, en
la que los esclavos gozarán de la mejor parte. La impotencia se convierte en bondad, la
bajeza en humildad, la cobardía en perseverancia. Esta es la moral europea que critica
Nietzsche, una moral de esclavos.
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desterrar esas “anormalidades” de la herencia “aria”. Ante el malestar popular, tuvo que
detener sus programas de eutanasia y eugenesia. “La solución final”, el genocidio judío,
nunca fue admitido. Aún después de la guerra los alemanes se negaron a admitir lo
sucedido. A pesar de encontrarse absolutamente documentado, aún hoy hay quienes
niegan lo sucedido. Ese afán de negación no es más que el reconocimiento de su
inadmisibilidad moral, es decir, del reconocimiento de la existencia de una postura moral
que rechaza esos crímenes.
Esta razón práctica tiene una manifestación tangible también universal: el lenguaje, como
vehículo de expresión de la razón. La lógica del lenguaje es la expresión de la razón y
también tiene un carácter universal. Independientemente de la diversidad de los idiomas,
la razón lingüística funciona de la misma manera en todos los seres humanos. Un bebé
aprenderá a hablar de la misma manera, sin importar qué idioma utilice. Y aprenderá
cualquier idioma. Pero, como lo demostraría Chomski mas tarde, el lenguaje no es solo
un asunto de aprendizaje. Un bebé desarrolla sus facultades lingüísticas de una manera
propia, mostrando mucho más de lo que ha aprendido. Hacia los cuatro años el niño
“produce” lenguaje, superando lo que ha “asimilado” del exterior, que no es más que las
características particulares de cada idioma.
Habermas emprende el desarrollo de una lógica del discurso práctico a partir del cual se
pueda formular una ética comunicativa universal basada en las condiciones del lenguaje,
es decir, en la argumentación. En otras palabras, podemos llegar a acuerdos sobre qué
es lo correcto comunicándonos con los demás, razonando con ellos, argumentando. La
razón, entonces, no “descubre” lo que es ético, sino que lo acuerda con los demás. Este
acuerdo sobre lo ético no se logra sobre presupuestos de imposición, sino de consenso.
De alguna manera, se vuelve al imperativo categórico kantiano reformulándolo. La
argumentación se convierte entonces en el marco común tanto del discurso teórico
como del discurso práctico, y define la validez de sus postulados.
Las normas, es decir, las pautas de comportamiento existentes pueden ser objeto de
análisis a través de la argumentación, del aporte de razones a favor y en contra, que
pretende establecer la rectitud de su mandato, que solo se materializa cuando hay
acuerdo sobre ello. En otras palabras, una norma es “buena” en la media en que hay
consenso alrededor de ello. Pero este consenso no es producto ni de la imposición, de
la intuición o del voto de la mayoría, es producto de la razón que se expresa en forma
de argumento. ¿recuerdan que admitimos que un argumento podría hacernos cambiar
de punto de vista (no de “opinión”) respecto de un aspecto moral?
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Los actos morales, entonces, son debatibles y su debate puede generar consenso. Para
llegar a este consenso, para que sea válido, tenemos que ser rigurosos con el
procedimiento que se debemos seguir durante el debate. "Sólo se permiten normas que
en su ámbito de validez pudiesen encontrar un asentimiento general (…) el principio de
universalización sirve para excluir, como no susceptibles de consenso todas las normas
que encarnan intereses particulares, intereses no susceptibles de universalización”. A
contrario sensu, las necesidades, procesos psíquicos, se transforman en deseos que
"pueden ser expresados como objetivos; en tal caso pretenden expresar intereses
generalizables, capaces de ser justificados por normas de acción, es decir: como
mandatos”, gracias a la estructura de la intersubjetividad lingüística, al debate. La
reflexión racional solitaria (Kant) es remplazada por el debate. El debate, como tal, debe
cumplir unos presupuestos que le dan validez: el discurso ético debe tener una ética del
discurso.
El segundo presupuesto es la libertad: una vez en el diálogo todos los interesados tienen
igual derecho a la palabra, sin ser coaccionados cuando hablen.
En uno y otro caso lo que queda claro es la discusión moral no está restringida al ámbito
íntimo. Por el contrario, la esencia del debate radica en la intervención de los demás.
Pero, por otra parte, indica que las asociaciones públicas, no solo el Estado que dicta las
leyes, las instituciones, las corporaciones, etc., son susceptibles de una evaluación ética.
Que pueden adoptar valores que permitan establecer si están haciendo las cosas bien o
están haciendo las cosas mal. Y es precisamente ese el tema que nos interesa en este
diplomado.