Está en la página 1de 4

Justicia y

ética pública
Roberto Peñaranda
Módulo I – Lección 6

1
Lección seis

La ética como diálogo social

La pretensión de universalidad de la razón fue ampliamente cuestionada en el siglo XIX


y a comienzos del siglo XX. Nietzsche considera que las teorías éticas, aquellas que
ubican el hecho moral al nivel de la conciencia, a pesar de que pretenden universalidad
al desvelar profundas verdades de la mente humana, no son más que un fraude que
pretende esconder el verdadero objeto de los valores morales que promueven: la
dominación sobre los demás hombres. El bien y el mal no son más que construcciones
que cada cual hace desde su punto de vista. ¿De dónde proceden? Ese es el objetivo que
se traza en su libro Genealogía de la moral. Se consideraban buenos los valores de los
señores, los amos: los valores relacionados con la aristocracia, la nobleza y los privilegios.
Los valores de los esclavos, por el contrario, son la manifestación de la maldad: vulgar,
plebeyo, bajo. Como los poderosos son quienes tiene el poder, imponen sus
concepciones y sus valores de manera activa: el valor, la virtud, el arrojo, no son más que
manifestaciones del dominio de los poderosos. Llama la atención, por ejemplo, en cómo
la palabra griega Areté, originalmente significó habilidad para el manejo de las armas.
Los esclavos “resentidos morales” solo pueden exteriorizar este resentimiento como
impotencia, bajeza, cobardía. Tratando de defenderse los poderosos, es una moral
reactiva.

El triunfo del judeocristianismo trastoca los valores y acoge la perspectiva de los esclavos.
Ante la crueldad de la vida esclava, no queda más remedio que inventarse otra vida, en
la que los esclavos gozarán de la mejor parte. La impotencia se convierte en bondad, la
bajeza en humildad, la cobardía en perseverancia. Esta es la moral europea que critica
Nietzsche, una moral de esclavos.

Los acontecimientos históricos que sobrevinieron a la muerte de Nietzsche parecieron


darle la razón, si así se le puede llamar. El final de la Belle Époque, la primera guerra
mundial, es derrumbe de la visión newtoniana de la naturaleza y la emergencia de la
física cuántica y la relatividad fortalecieron la visión nihilista con respecto a la vida y
escéptica en cuanto a la moral: la vida no tiene sentido y la moral es apenas relativa a los
intereses de quienes la proclaman. La segunda guerra mundial, el bombardeo
indiscriminado de ciudades, las armas de destrucción masiva, el holocausto, no hicieron
más que alimentar esa visión desesperanzada del mundo, del género humano. El
nazismo no fue más que un intento desorganizado y bastante chambón de recuperar lo
que Nietzsche llamaba “la moral de los señores”.

Con la combinación de un pretendido “cientifismo” y el rescate de unas supuestas


verdades antiquísimas, los nazis llevaron al pueblo alemán a cometer los peores
crímenes. Sin embargo, nunca pudieron apoderarse de su conciencia moral. Baste
recordar que el holocausto trató de ocultarse hasta el último momento. Antes que, a los
judíos, Hitler intentó deshacerse de los lisiados y de los enfermos mentales con el fin de

2
desterrar esas “anormalidades” de la herencia “aria”. Ante el malestar popular, tuvo que
detener sus programas de eutanasia y eugenesia. “La solución final”, el genocidio judío,
nunca fue admitido. Aún después de la guerra los alemanes se negaron a admitir lo
sucedido. A pesar de encontrarse absolutamente documentado, aún hoy hay quienes
niegan lo sucedido. Ese afán de negación no es más que el reconocimiento de su
inadmisibilidad moral, es decir, del reconocimiento de la existencia de una postura moral
que rechaza esos crímenes.

Reformular la pretensión de universalidad del punto de vista moral se convierte en una


necesidad para quienes pretenden hacer frente al escepticismo que contribuyó al
desastre moral de la primera mitad del Siglo XX, pero sin regresar a la moralidad
teológica ya insostenible ante los avances de la ciencia. Así que volvemos a aquello que
ha demostrado ser universal: la razón. La razón práctica, para ser específicos, pues se
refiere a las acciones de los seres humanos.

Esta razón práctica tiene una manifestación tangible también universal: el lenguaje, como
vehículo de expresión de la razón. La lógica del lenguaje es la expresión de la razón y
también tiene un carácter universal. Independientemente de la diversidad de los idiomas,
la razón lingüística funciona de la misma manera en todos los seres humanos. Un bebé
aprenderá a hablar de la misma manera, sin importar qué idioma utilice. Y aprenderá
cualquier idioma. Pero, como lo demostraría Chomski mas tarde, el lenguaje no es solo
un asunto de aprendizaje. Un bebé desarrolla sus facultades lingüísticas de una manera
propia, mostrando mucho más de lo que ha aprendido. Hacia los cuatro años el niño
“produce” lenguaje, superando lo que ha “asimilado” del exterior, que no es más que las
características particulares de cada idioma.

Habermas emprende el desarrollo de una lógica del discurso práctico a partir del cual se
pueda formular una ética comunicativa universal basada en las condiciones del lenguaje,
es decir, en la argumentación. En otras palabras, podemos llegar a acuerdos sobre qué
es lo correcto comunicándonos con los demás, razonando con ellos, argumentando. La
razón, entonces, no “descubre” lo que es ético, sino que lo acuerda con los demás. Este
acuerdo sobre lo ético no se logra sobre presupuestos de imposición, sino de consenso.
De alguna manera, se vuelve al imperativo categórico kantiano reformulándolo. La
argumentación se convierte entonces en el marco común tanto del discurso teórico
como del discurso práctico, y define la validez de sus postulados.

Las normas, es decir, las pautas de comportamiento existentes pueden ser objeto de
análisis a través de la argumentación, del aporte de razones a favor y en contra, que
pretende establecer la rectitud de su mandato, que solo se materializa cuando hay
acuerdo sobre ello. En otras palabras, una norma es “buena” en la media en que hay
consenso alrededor de ello. Pero este consenso no es producto ni de la imposición, de
la intuición o del voto de la mayoría, es producto de la razón que se expresa en forma
de argumento. ¿recuerdan que admitimos que un argumento podría hacernos cambiar
de punto de vista (no de “opinión”) respecto de un aspecto moral?

3
Los actos morales, entonces, son debatibles y su debate puede generar consenso. Para
llegar a este consenso, para que sea válido, tenemos que ser rigurosos con el
procedimiento que se debemos seguir durante el debate. "Sólo se permiten normas que
en su ámbito de validez pudiesen encontrar un asentimiento general (…) el principio de
universalización sirve para excluir, como no susceptibles de consenso todas las normas
que encarnan intereses particulares, intereses no susceptibles de universalización”. A
contrario sensu, las necesidades, procesos psíquicos, se transforman en deseos que
"pueden ser expresados como objetivos; en tal caso pretenden expresar intereses
generalizables, capaces de ser justificados por normas de acción, es decir: como
mandatos”, gracias a la estructura de la intersubjetividad lingüística, al debate. La
reflexión racional solitaria (Kant) es remplazada por el debate. El debate, como tal, debe
cumplir unos presupuestos que le dan validez: el discurso ético debe tener una ética del
discurso.

El primer presupuesto es garantizar la universalidad, que se convierte en garante de la


imparcialidad, en la medida en que no toma en cuenta intereses particulares: no se debe
excluir del diálogo a ninguna persona con interés en el problema sobre el que se dialoga.

El segundo presupuesto es la libertad: una vez en el diálogo todos los interesados tienen
igual derecho a la palabra, sin ser coaccionados cuando hablen.

El tercer presupuesto es la igualdad: la conclusión o norma moral concreta a la que se


llegue después del diálogo debe ser asumida por todos los afectados. Es decir, que todos
los que tengan relación con la norma concreta acepten las consecuencias de estar bajo
la misma.

Estos presupuestos constituyen la Teoría de la Acción Comunicativa, que como pudimos


ver, guarda coincidencias con la teoría de Rawls, en tanto se trata de un debate entre las
personas para concertar los principios que regirán la vida de todos. Pero para Rawls este
debate solo puede darse bajo el velo de la ignorancia, para Habermas el procedimiento
racional, la comunicación que tome en cuenta los tres presupuestos que componen la
ética del discurso, lograran un acuerdo justo.

Lo que hace especialmente interesante la propuesta de Habermas sobre la que de Rawls,


es que esta última parece mucho menos probable en la vida real, pues cuesta trabajo
imaginar que sea posible lograr un “velo de ignorancia” al discutir sobre cuestiones
públicas, que esforzarse en cumplir con los presupuestos del diálogo en la teoría de la
acción comunicativa.

En uno y otro caso lo que queda claro es la discusión moral no está restringida al ámbito
íntimo. Por el contrario, la esencia del debate radica en la intervención de los demás.

Pero, por otra parte, indica que las asociaciones públicas, no solo el Estado que dicta las
leyes, las instituciones, las corporaciones, etc., son susceptibles de una evaluación ética.
Que pueden adoptar valores que permitan establecer si están haciendo las cosas bien o
están haciendo las cosas mal. Y es precisamente ese el tema que nos interesa en este
diplomado.

También podría gustarte