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Ni revolución ni nación 1810

https://journals.openedition.org/nuevomundo/66984

1Adolfo León Atehortúa Cruz, historiador colombiano formado en la Universidad del Valle y la
Universidad Nacional de Colombia, y doctorado en sociología en la Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales de París, presenta en este sucinto trabajo una interpretación del Grito de la
Independencia colombiana, el 20 de julio de 1810. Se trata de un texto orientado tanto a los
especialistas como a los legos, escrito en un lenguaje accesible propio de las publicaciones de
divulgación, pero que no por ello abandona el rigor historiográfico ni su orientación analítica.

2Es justamente en la apuesta hermenéutica, que pone en contexto el acontecimiento para preguntar
por su legado, cuestionando su carácter fundador de la nación y su identidad revolucionaria, donde
quizá se ubica el aporte más importante de la obra, que se encuentra estructurada en introducción,
dos capítulos y conclusiones. Desde la introducción misma, se manifiesta el carácter crítico del ensayo,
cuando Atehortúa realiza un diagnóstico de la conmemoración del Bicentenario, según la cual, más
que la inquietud por el conocimiento o la construcción de narrativas y relatos a partir de tales
festividades, prima su conversión en un espectáculo más, tan efímero como los que hoy atestan la
vida cotidiana de los consumidores:

3“En las celebraciones y actos gubernamentales con motivo del Bicentenario, prima el carácter
conmemorativo, festivo, tradicional y mediático, por sobre la producción y circulación del
conocimiento; la lectura en clave nacional por encima del tratamiento continental que los mismos
episodios emancipadores demuestran y declaran; las interpretaciones históricas vacías, tradicionales,
sin preguntas frente a la construcción de nuevas visiones, narrativas y relatos. Los significados de la
historia, la memoria y la experiencia, parecen fracasar frente a las necesidades de un consumo que se
coloca por encima de los seres humanos para arrebatarles el carácter de sujetos. Los bicentenarios
serán grandes fiestas nacionales que culminarán al día siguiente” (p. 12).

4En el capítulo primero, el autor examina el contexto socioeconómico en el que se enmarca el Grito de
la Independencia. Atehortúa destaca algunas características estructurales de la conquista y la
colonización que habrían impedido al imperio español el desarrollo de una economía moderna y
capitalista, las mismas que se mantuvieron incluso con posterioridad a las reformas borbónicas. Entre
ellas la enorme burocracia que se centralizó y entró a disputarse por los criollos luego de tales
reformas, las restricciones al comercio que alentaron el contrabando e impidieron al formación de un
mercado regional y de procesos de producción industrial conllevando, por el contrario, una “economía
de islas” dependiente de la extracción de minerales y materias primas, entre otras. Todo ello se
tradujo, ya en 1810, en la imposibilidad de disponer de los referentes materiales –un mercado
neogranadino integrado, una clase dirigente unificada- que permitieran el agenciamiento de un
imaginario propiamente nacional en esa coyuntura.

5El capítulo segundo propone un enfoque descriptivo sobre los acontecimientos que se desarrollaron el
20 de julio de 1810 en el Distrito de Santa Fe. El autor justifica esta elección, en primer lugar, por el
hecho de que tales acontecimientos son desconocidos. Al respecto, cita unas entrevistas realizadas en
colegios para destacar que “el conocimiento general más difundido sobre el grito de la independencia
refiere simplemente a la disputa por un florero” (p. 14). En segundo lugar, la orientación descriptiva
se justifica porque “sólo es posible recalcar la inexistencia de una revolución como objetivo y logro de
ese movimiento, cuando se sigue palmo a palmo su desenlace, cuando se develan sus actores, se
desentrañan los conflictos y se ponen al desnudo las restricciones y ambigüedades del liderazgo
criollo, los imaginarios y los embrionarios significados que iluminaron los hechos” (p.15).

6La reconstrucción de los acontecimientos del Grito de la Independencia se enfoca en resaltar el papel
central que en este acontecimiento desempeñó el pueblo santafereño, en contravía de las tendencias
dominantes de la historiografía que se han esforzado por desconocer su importancia. Si bien la disputa
de ese día entre criollos y chapetones pudo haber sido planificada por los primeros, el rumbo que
tomaría el acontecimiento salió de sus manos con la participación del pueblo. Las múltiples
vacilaciones del patriciado criollo, que se expresan en el hecho de que por toda América las mismas
autoridades destronadas con los gritos de independencia pasaron a presidir las Juntas, se explican
porque en su proyecto político no existía el horizonte independentista y porque tenían más en común,
en tanto que una clase, con los españoles que ocupaban los altos cargos burocráticos que con el
pueblo. Más aún, con ellos compartían su desprecio por la “plebe”:

7“…los granadinos preferían la compartimentación del poder antes que la deposición absoluta del
Virrey. El temor a despertar las “castas inferiores”, a la reconquista española o a la decisión de su
aliada Inglaterra, la necesidad en fin de garantizar la sobrevivencia de sus derechos, propiedades y
comunidades, el temor a la plebe, reducían su objetivo al simple acceso a la cúpula administrativa y
política del virreinato en forma legitimada y pacífica” (p. 63).

8Ahora bien, el hecho de que, pese a la algarabía del pueblo santafereño, las autoridades, empezando
por el virrey y siguiendo por la fuerza armada, decidieran no reprimir el levantamiento, puede
comprenderse porque en sus cálculos estaba presente el que de hacerlo las consecuencias podrían ser
peores. En efecto, según Atehortúa, en los designios del virrey, así como de los notables criollos,
pesaba la enseñanza que había dejado el levantamiento de El Socorro, justamente diez días antes: “el
Virrey sabía de sobra una lección. El tratamiento opresivo y de fusilería dado a un pequeño tumulto en
la villa del Socorro, se convirtió de la noche a la mañana en un levantamiento general violento y
dispuesto a todo. El vecindario del pueblo, la provincia entera, se movilizó en contadas horas para
lavar la sangre de los caídos” (p. 73).

9El grito de “cabildo abierto” lanzado por la plebe forzó a la convocatoria de la Junta Suprema del
Nuevo Reino de Granada, presidida por el Virrey Amar y Borbón, y compuesta por representantes del
patriciado criollo. El 22 de julio se estableció una Junta Popular santafereña, que obligó a encarcelar al
Virrey, pero cuya interpelación al pueblo acabó con la paciencia de los notables criollos, quienes
terminarían, un mes más tarde, indemnizándolo al Virrey y reprimiendo con distintas medidas a la
Junta Popular.

10En fin, al final los notables criollos lograron capitalizar en su favor lo que había ocurrido el 20 de
julio. No hubo entonces una revolución, puesto que no hubo un cambio sustancial de las formas y
sujetos del gobierno, pero tampoco fue el momento fundacional de la nación, puesto que la Nueva
Granada se encontraba fragmentada en regiones que no lograban unificarse en términos mercantiles,
ni políticos por la ausencia de una clase dirigente hegemónica.

11En su análisis del Grito de Independencia, Atehortúa consigue articular los factores socioeconómicos
estructurales con la agencia de los distintos sujetos que participaron en la coyuntura, sin descuidar la
contingencia a la que necesariamente estaban libradas sus acciones y sus cálculos.

12Con todo, algunas afirmaciones presentes en su examen del contexto socioeconómico corren el
riesgo de caer en el anacronismo, sobre todo las que resaltan la incompetencia de la Corona para
promover el capitalismo: “incapaz de imprimir sobre la monarquía los cambios institucionales
necesarios para el desarrollo del capitalismo, la Corona española no auspició el crecimiento productivo
ni planeó el mercado; amplió la circulación de metales y productos pero no transformó las formas de
producir en la metrópoli ni en las colonias” (p. 45.). Si bien estos postulados, como es bien sabido,
son correctos, pasan por alto que la construcción del capitalismo, la planeación del mercado o la
promoción de la industrialización, no eran políticas presentes en el imaginario de fines del siglo XVIII,
sino que se proyectan a partir del presente o de un pasado más reciente.

13Por otra parte, es de resaltar la interpretación alternativa que cuestiona en ciertos tópicos la
narrativa hoy predominante sobre las revoluciones hispanoamericanas: aquella basada en las tesis de
F. X. Guerra, quien sostuvo que no se podría comprender este proceso si se abstraía del marco de lo
que a la par estaba ocurriendo en Europa y, principalmente en España luego de la crisis imperial de
1808. Si bien tal proposición puede ser cierta desde un punto de vista comparativo, no puede
pretenderse que exista una suerte de causalidad lineal que llevara de la crisis de la monarquía a la
independencia. En este sentido, el análisis pormenorizado del acontecimiento permite poner el énfasis
en la contingencia de los acontecimientos y, sobre todo, en el hecho de que son resultado de una
correlación de fuerzas entre los distintos actores participantes, que resalta la importancia de lo que
sucedía en el interior de las colonias a la hora de explicar los procesos de la revolución de
independencia.

14A este respecto, finalmente, uno de los aportes clave del libro de Atehortúa es restituir al pueblo
neogranadino como un protagonista de los sucesos. Sin su participación, difícilmente los
acontecimientos hubiesen devenido en lo que, a la postre, devinieron. Llama la atención que ese
análisis esté sustentado en un cuidadoso examen de la historiografía del 20 de julio en la que el autor
pone en práctica una especie de deconstrucción de la “prosa de la contrainsurgencia”, similar a la de
Renajit Guha para, a partir de los silencios y los yerros de esa historiografía, que empieza por los
protagonistas del episodio, inferir la participación del sujeto popular.

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