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LA PASTORAL JUVENIL
En la pastoral global de la iglesia, a partir de los años cincuenta, ha venido
apareciendo un área nueva con características propias, que ha ido cobrando una
importancia cada vez mayor: la pastoral juvenil. No es ya una pastoral de adultos
adaptada a los jóvenes, ni la infantil prolongada. El autor reflexiona sobre la respuesta
de la iglesia a un fenómeno cultural y social reciente, que podríamos llamar la
"cuestión juvenil".
Si en una visión global nos remontamos hasta las primeras décadas del siglo, veremos
que el número de adolescentes que entonces prolongaba su educación era reducido. El
trabajo, la constitución de una familia y la inserción social eran precoces, según nuestro
criterio. La juventud no era un sujeto social activo, pues la adolescencia era muy breve
y el control que la sociedad tenía sobre ella muy fuerte. Este panorama no varió con la
extensión todavía relativa de la enseñanza secundaria, y además los procesos de
socialización seguían siendo los normales.
catequesis de iniciación, la educación que para unos pocos se prolongaba hasta el fin de
la escuela secundaria y la asistencia caritativa a los necesitados. En estos dos últimos
campos jugaron un papel clave las congregaciones religiosas. Pero educación y
beneficencia como manifestaciones de caridad, en la práctica, estaban yuxtapuestas a la
pastoral. Esta se refería sólo al ámbito religioso, y su modelo era la pastoral de los
adultos.
Entre las dos guerras mundiales se registraron nuevos hechos. Se difunden, aunque de
forma limitada, agrupaciones educativas para ocupar el tiempo libre y llenar aspectos
que la escuela no desarrollaba: el movimiento scout y la "Acción católica". Así se
organiza un asociacionismo eclesial con sólidos programas de preparación espiritual y
cultural para una presencia cristiana en la sociedad. La pastoral juvenil enriquece su
esquema de acción con la formación de una élite cristiana que se propone ayudar a la
jerarquía y desarrollar un apostolado en la universidad y en el mundo del trabajo.
Hacia los años sesenta el sujeto juvenil empieza a hacerse sentir unido y solidario. En
el panorama mundial aparecen problemas comunes que pueden servir de aglutinante
ideal, mientras que las ideologías proveen el combustible utópico. Son los problemas
del subdesarrollo, de la opresión de los pobres, de la dependencia del Tercer Mundo, de
la insuficiencia de la sociedad para resolver los interrogantes del hombre.
En este punto llega la explosión del 68, considerado el momento clave para la cuestión
juvenil, cualquiera que sea la interpretación que se le dé. Puede haber sido un hecho de
minorías y del hemisferio Norte, pero fue revelador de una situación y su influencia se
dejó sentir en todo el mundo. Con su carga de idealismo, de contestación y de
proyectabilidad, desemboca en el terrorismo, en el disenso y en la contracultura. Es el
momento de la absolutización del compromiso político, de la contestación global y de la
esperanza en la revolución con la exaltación de los varios héroes de los movimientos
populares. La juventud aparece más solidaria que nunca y es fácil concebir la hipótesis
de una clase juvenil revolucionaria y renovadora. Se nota una tendencia exagerada a
privilegiar a los iguales y una cierta cerrazón al diálogo intergeneracional. "No confiar
en ninguno que tenga más de treinta años", decía un slogan. Pero aparece evidente la
dificultad de esta juventud para traducir las utopías en proyectos históricos, y para
convertir el ideal antiautoritario en nuevos modelos de relación familiar y política.
Este fenómeno cogió de sorpresa a todas las Iglesias. Justamente en este año Pablo VI
se hacía esta pregunta: ¿es posible el encuentro entre la Iglesia y los jóvenes de hoy? La
cuestión juvenil había tomado cuerpo sin que hubiera un cuadro de referencia para
afrontarla pastoralmente. La catequesis, pensada para los niños y en forma nocional, y el
pensamiento teológico, elaborado como justificación de la verdad más que como
respuesta a la vida, no respondían a los interrogantes que se iban acumulando sobre la
conciencia y sobre la identidad cristiana de los jóvenes.
Reconocidos los espacios que a cada uno le competen, la convivencia entre las
generaciones ha dejado de ser conflictiva, sin llegar a ser comunicativa. Se han pasado
del conflicto al silencio, y de éste al pacto de no agresión... que no llega a ser
comunicación de fe, de cultura y de valores. La causa de esto es la complejidad de la
cultura y de la sociedad, en la que los jóvenes han de formar su identidad. No existe en
nuestra sociedad un centro que tenga poder suficiente para organizar, jerarquizar y
estructurar creencias, convicciones y valores. La sociedad asegura condiciones de
convivencia y bienes para usar, pero no brinda valores ni referencias éticas obligantes.
Estas están a cargo del individuo y de su esfera privada.
La pastoral pensada para estos jóvenes ha de ser misionera. La masa juvenil aparece
poco o nada evangelizada. Escribía no hace mucho una revista hablando de este tema:
"Tal vez jamás en su historia la Iglesia tuvo una juventud tan cristianamente
comprometida en las últimas décadas. Sin embargo, los jóvenes a los cuales alcanza la
propuesta de fe son una ínfima minoría. La gran masa juvenil se halla lejana de Cristo,
aunque inconscientemente camina hacia él"
Incluso donde la Iglesia está implantada desde hace siglos, conviven jóvenes cristianos
con otros que han abandonado toda referencia a motivos religiosos; jóvenes
catequizados con otros que sólo poseen de Cristo y de la Iglesia las noticias que
difunden los medios de comunicación; pocos jóvenes comprometidos y practicantes con
muchos indiferentes y alejados. Muchos de estos últimos ni siquiera tienen conciencia o
sentimiento de haberse alejado: crecieron fuera de la Iglesia, ajenos a las
preocupaciones religiosas. A las escuelas católicas del mundo occidental, hace un
tiempo llegaban jóvenes no catequizados, después llegaron algunos no evangelizados,
ahora están llegando los no bautizados. A muchos de estos jóvenes se les escapa la
originalidad de la fe cristiana. Y si toman la decisión de abrazarla, se debe a aquellas
razones subjetivas, con las cuales se justifican y explican hoy las formas más insólitas
de vida y de comportamiento. Estamos ante la irrelevancia social de la fe.
como tendiendo anzuelos para atraer a la fe, sino porque en su servicio de amor al
hombre y en las circunstancias por las que éste pasa se va haciendo carne e historia
humana la palabra que se predica. Y aunque la pastoral tenga sus puntos álgidos, todo
forma parte de ella: la compañía, la solidaridad, el testimonio, la predicación explícita,
el servicio educativo.
La última característica de esta pastoral nueva es que ha de ser salvífica, pues su fuerza
original es la verdad que puede ofrecer sobre el Hombre, sobre Dios, sobre Cristo. Y la
ofrece sin reducciones, aunque progresivamente; sin acomodaciones, con el lenguaje de
las bienaventuranzas. Sabe que hace una propuesta alternativa a las actitudes y bienes
más perseguidos en este mundo, y que hace como quien siembra una semilla, que lleva
en sí la energía del crecimiento, pero de la cual en un primer momento se percibe sólo la
muerte y no el germen de vida escondido. No piensa adaptar la propuesta evangélica,
sino elevar al joven a la altura de su verdad y de sus exigencias.
Su misión coloca a estos religiosos frente a tres tipos de problemas: el primero abarca
todo lo que afecta a la dignidad de la persona, al crecimiento de la conciencia, al
desarrollo de los valores. Incluye aspectos sociales y políticos, pero vistos desde el
plano superior de la salvación integral del hombre. El segundo asume la educación
específicamente "cristiana" de aquellos que han hecho la opción de la fe o se
demuestran disponibles a considerarla. Se trata de iniciar a la persona a vivir en la
historia como hijo de Dios, incorporado a la existencia de Cristo, miembro de su pueblo.
Y el tercero se refiere a la evangelización de la cultura como forma colectiva de
educación: se trata de "cambiar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los
valores determinantes, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos
de vida contrarios a la Palabra de Dios" (Evangel Nuntiandi, 19).
Los jóvenes se ven envueltos en una mentalidad o atmósfera que hace opaca la
trascendencia, y no pueden ver que toda la existenc ia humana está anclada en un
misterio de gratuidad y amor, que es el misterio de Dios. La elaboración cultural que se
les ofrece y las concepciones que se imponen en su mundo, les llevan a concebir la
dimensión religiosa como expresión subjetiva, no verificable, y por tanto irrelevante en
la determinación de los aspectos reales de la vida.
Muchos jóvenes que acuden a las escuelas cristianas buscan en ellas una calificación
profesional sin apetencias explícitas de Evangelio, pues su actitud espontánea hacia la fe
es de indiferencia y distancia.
JUAN EDMUNDO VECCHI
¿Cómo responder a este desafío? Dado que el encuentro se ha vuelto difícil, opaco el
signo y formal el lenguaje, los educadores religiosos tendrán que examinar la
transparencia de su tipo de vida, el lenguaje verbal y simbólico que emplean, su
presencia en los lugares donde la juventud se expresa y busca respuestas, la adecuación
del mensaje a la vida, las nuevas iniciativas para llegar a los alejados.
La cultura tiene que resolver hoy problemas humanos más graves que en el pasado: la
paz y el desarme, el ambiente y la calidad de vida, la pobreza y la justicia internacional,
el valor de la persona y la biogenética, la ética individual y social. Y propone criterios
no compartidos, y a veces poco fundados y ambiguos.
El desafío hoy es llegar a ser protagonistas en la reflexión sobre los problemas del
hombre e iniciar a los jóvenes en la elaboración colectiva de criterios y soluciones. Hay
todo un conjunto de realidades que el joven debe procesar y sintetizar para ubicarse
activamente en el contexto y construir su identidad, combinando aspiraciones
personales y exigencias objetivas.
Si encuentra a alguien que lo guíe por los senderos del sentido, logrará una cultura de
tipo "humano", la que coloca al hombre en el centro de todos los procesos y considera el
ser sobre el tener: una cultura "ética" que cree en la eficacia histórica del bien; una
cultura "solidaria" que lleva hacia la comunión de personas y de bienes a nivel nacional
e internacional. En este sentido, el nacimiento del voluntariado juvenil a escala local e
internacional, animado por religiosos, ha sido un paso interesante.
En la clasificación religiosa y social que hemos presentado, hay otra franja juvenil: la de
los muchachos/as practicantes, que por antecedentes educativos y familiares poseen
conocimientos suficientes de doctrina y manifiestan actitudes de fe.
JUAN EDMUNDO VECCHI
Este desafío es vocacional en el sentido más auténtico de esta palabra. Se trata de dar
testimonio de que la vida puede ser entregada de una sola vez en aras de un amor o de
una causa; de que la persona puede anclarse en lo definitivo, viviéndolo con esperanza y
alegría en el correr del tiempo y de los acontecimientos.
Las causas son muchas: antecedentes desfavorables, formas atípicas de vida, diversidad
étnica o cultural, desconfianza de su parte hacia toda forma de institución, pérdidas de
las oportunidades iniciales. Son áreas donde la acción educativa y pastoral resultan
difíciles.
Lo primero que hay que hay que hacer es recoger el desafío, que la marginación lanza a
los religiosos, de colocarse preferencialmente allí donde aquélla está. En muchos casos
la solidaridad y el simple compartir la situación han representado una fuerza de
promoción. En otros, la sola atención pastoral movilizó energías y dio sentido de
dignidad.
JUAN EDMUNDO VECCHI
El efecto inmediato de esa presencia no será tal vez el cambio de una realidad que se
muestra compleja. Constituirá ciertamente un anuncio y un signo del amor de Dios que
se inclina de forma particular hacia los más necesitados, sobre todo si se realiza no por
pioneros solitarios, sino por congregaciones que optan por los más pobres, y si su
presencia llega a ser consistente y duradera.