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JUAN EDMUNDO VECCHI

LA PASTORAL JUVENIL
En la pastoral global de la iglesia, a partir de los años cincuenta, ha venido
apareciendo un área nueva con características propias, que ha ido cobrando una
importancia cada vez mayor: la pastoral juvenil. No es ya una pastoral de adultos
adaptada a los jóvenes, ni la infantil prolongada. El autor reflexiona sobre la respuesta
de la iglesia a un fenómeno cultural y social reciente, que podríamos llamar la
"cuestión juvenil".

Religiosos educadores en la pastoral de juventud, Proyecto, 1 (1989) 4163

LA CUESTIÓN JUVENIL EN EL SIGLO XX

La cuestión está provocada por un conjunto de factores: la prolongación del período de


preparación para las responsabilidades profesionales y sociales, la ampliación de la
franja juvenil adulta (18-26 años), el paro juvenil y el freno a su participación social con
el malestar subsiguiente, la imposibilidad de que las instituciones acompañen
eficazmente a los jóvenes en este período; y también las diversas actitudes que ellos van
tomando frente al cuerpo político y social: disociación, apatía, inadaptación,
marginación, delincuencia...

Para la sociedad es cuestión y es problema, porque se le presenta como un desafío: ¿qué


quiere transmitir a estas generaciones?, ¿qué capacidad e instrumentos tiene para
hacerlo?, ¿cómo canaliza su vitalidad y la incorpora a la propia vida social? El problema
también atañe a la Iglesia, pues por fuerza de su misión está conectada con cualquier
experiencia humana.

La cuestión juvenil, junto con la cuestión obrera que la precede y el movimiento de


liberación de la mujer que le sigue, marcan en este siglo la vida de todas las sociedades,
especialmente de las avanzadas. Los primeros análisis sociológicos sobre la juventud
son de la década de los cincuenta. La aproximación a la realidad juvenil ya no se hace
desde la descripción del fenómeno evolutivo individual, ni desde el idealismo juvenil
(autenticidad, deseo de verdad, gusto por lo nuevo), sino desde el análisis estructural de
sus relaciones familiares, sociopolíticas y económicas.

Etapas históricas de la cuestión juvenil y la correspondiente respuesta pastoral

Si en una visión global nos remontamos hasta las primeras décadas del siglo, veremos
que el número de adolescentes que entonces prolongaba su educación era reducido. El
trabajo, la constitución de una familia y la inserción social eran precoces, según nuestro
criterio. La juventud no era un sujeto social activo, pues la adolescencia era muy breve
y el control que la sociedad tenía sobre ella muy fuerte. Este panorama no varió con la
extensión todavía relativa de la enseñanza secundaria, y además los procesos de
socialización seguían siendo los normales.

El cuidado pastoral de la Iglesia en la edad evolutiva se dirigía principalmente a los


niños y adolescentes y casi solamente a ellos. Y esto se hacía en tres líneas: la
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catequesis de iniciación, la educación que para unos pocos se prolongaba hasta el fin de
la escuela secundaria y la asistencia caritativa a los necesitados. En estos dos últimos
campos jugaron un papel clave las congregaciones religiosas. Pero educación y
beneficencia como manifestaciones de caridad, en la práctica, estaban yuxtapuestas a la
pastoral. Esta se refería sólo al ámbito religioso, y su modelo era la pastoral de los
adultos.

Entre las dos guerras mundiales se registraron nuevos hechos. Se difunden, aunque de
forma limitada, agrupaciones educativas para ocupar el tiempo libre y llenar aspectos
que la escuela no desarrollaba: el movimiento scout y la "Acción católica". Así se
organiza un asociacionismo eclesial con sólidos programas de preparación espiritual y
cultural para una presencia cristiana en la sociedad. La pastoral juvenil enriquece su
esquema de acción con la formación de una élite cristiana que se propone ayudar a la
jerarquía y desarrollar un apostolado en la universidad y en el mundo del trabajo.

Hacia los años sesenta el sujeto juvenil empieza a hacerse sentir unido y solidario. En
el panorama mundial aparecen problemas comunes que pueden servir de aglutinante
ideal, mientras que las ideologías proveen el combustible utópico. Son los problemas
del subdesarrollo, de la opresión de los pobres, de la dependencia del Tercer Mundo, de
la insuficiencia de la sociedad para resolver los interrogantes del hombre.

En este punto llega la explosión del 68, considerado el momento clave para la cuestión
juvenil, cualquiera que sea la interpretación que se le dé. Puede haber sido un hecho de
minorías y del hemisferio Norte, pero fue revelador de una situación y su influencia se
dejó sentir en todo el mundo. Con su carga de idealismo, de contestación y de
proyectabilidad, desemboca en el terrorismo, en el disenso y en la contracultura. Es el
momento de la absolutización del compromiso político, de la contestación global y de la
esperanza en la revolución con la exaltación de los varios héroes de los movimientos
populares. La juventud aparece más solidaria que nunca y es fácil concebir la hipótesis
de una clase juvenil revolucionaria y renovadora. Se nota una tendencia exagerada a
privilegiar a los iguales y una cierta cerrazón al diálogo intergeneracional. "No confiar
en ninguno que tenga más de treinta años", decía un slogan. Pero aparece evidente la
dificultad de esta juventud para traducir las utopías en proyectos históricos, y para
convertir el ideal antiautoritario en nuevos modelos de relación familiar y política.

Este fenómeno cogió de sorpresa a todas las Iglesias. Justamente en este año Pablo VI
se hacía esta pregunta: ¿es posible el encuentro entre la Iglesia y los jóvenes de hoy? La
cuestión juvenil había tomado cuerpo sin que hubiera un cuadro de referencia para
afrontarla pastoralmente. La catequesis, pensada para los niños y en forma nocional, y el
pensamiento teológico, elaborado como justificación de la verdad más que como
respuesta a la vida, no respondían a los interrogantes que se iban acumulando sobre la
conciencia y sobre la identidad cristiana de los jóvenes.

El asociacionismo anterior, fundado sobre un determinado modelo de sociedad y de


Iglesia, cayó por falta de adecuación a la nueva situació n. Por el momento no fue
reemplazando por ninguna otra forma de pastoral semejante. La misma presencia
educativa resultó de poca influencia, pues los recursos humanos de la Iglesia estaban
dedicados a las franjas inferiores de la edad evolutiva, relegadas ahora a un papel
subalterno.
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La aparición de esta juventud adulta y de su potencial contestador sorprendió a las


comunidades eclesiales, sin propuestas y casi sin respuestas. Estaban preparadas para
una adolescencia que pensaban educar, y se encontraron con una juventud que pretendía
opinar, juzgar y reformar. Y esto acaecía cuando las intuiciones del Concilio Vaticano II
que tocaban transversalmente la problemática juvenil no se habían aún difundido y
mucho menos traducido en líneas pastorales.

Pero en esos momentos de sorpresa y casi de dolorosa pasión, empieza a perfilarse la


pastoral juvenil. La Iglesia comienza a tomar en consideración el mundo juvenil en su
originalidad, no sólo como antesala de la vida, sino como portador actual de una
sensibilidad propia, que tiene que ser iluminada desde la fe. La ve como su propia
imagen y como dinamizadora del cuerpo social.

Desde esa fecha la atención fue creciendo y se afianzaron un conjunto de elementos,


que están modificando profundamente la relación de la Iglesia con la juventud. Se
reflexiona sobre la juventud desde una doble vertiente: la místico- ideal y la sociológica.
Se subraya su inquietud por cambios que respondan a la dignidad del hombre y su
sensibilidad respecto a valores que aparecen en el horizonte. Las alusiones a la
condición juvenil en la "Gaudium et Spes" y el mensaje final del Concilio a los jóvenes,
son una muestra de cómo el Concilio abrió una brecha en este campo.

Se han dado también otras manifestaciones: la creación de organismos diocesanos para


la animación de la pastoral juvenil, jornadas de la juventud, el nacimiento de revistas y
centros de estudio especializados, publicación de catecismos para jóvenes, el interés de
la comunidad cristiana por los movimientos seculares de la juventud tales como el
movimiento pacifista, el voluntariado, la objeción de conciencia, el ecologismo..., la
nueva atención a la marginación juvenil.

LA CUESTIÓN JUVENIL EN LA ACTUALIDAD

Características de la juventud de hoy

La juventud actual, en la última década del siglo XX, aparece fragmentada. Ya no se la


describe como una unidad única. Se ha diluido la conciencia de grupo, de clase. La
masa juvenil se divide en constelaciones, que no corresponden siquiera a categorías
sociales y se desintegra en grupos e individualidades, cada una con una síntesis, con
unas inquietudes y búsquedas propias, con un "sálvese quien pueda", con una verdadera
carrera de supervivencia individual. Por estar fragmentada, la colocación y el peso de la
juventud en la sociedad viene a ser marginal.

Y hay peligro que lo sea también en la Iglesia. El pretendido protagonismo anterior ha


dejado paso a una adaptación, ni entusiasta ni conflictiva. La juventud demuestra una
tendencia a desconfiar de los proyectos a largo plazo, a considerar ingobernables los
grandes problemas que tocan a la humanidad, a desentenderse de las instituciones
sociales. En cambio, se orienta a la realización personal. Algunos la describen como la
generación de la identidad débil, de los proyectos a corto plazo, de los compromisos
sólo temporales. Más que soñar, trabaja con la computadora.
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Ambos fenómenos, fragmentación y marginación, son causa y consecuencia de la


pérdida de vigencia de las grandes utopías y de la caída de las ideologías, que
pretendían dar explicaciones totales. Todo cuadro doctrinal se relativiza. De él se
seleccionan asertos y creencias según las preferencias individuales. Todo proyecto ético
global se descompone y de él se asumen normas y valores según una adaptación
personal. Ahora más que lo coherente está de moda lo ecléctico, más que lo definitivo
se impone lo inmediato, lo efímero.

Esta atmósfera toca también a la Iglesia. La tendencia "libertaria" es la actitud con la


cual el joven se acerca a sus dogmas y preceptos. El Cardenal Martini señalaba tres
desconfianzas que el hombre actual siente hacia la Iglesia. Le atribuye la pretensión de
querer monopolizar la relación con Dios, y él la quiere entablar sin mediaciones
obligatorias. Presiente que la Iglesia se presenta como definidora del orden moral, y él
lo quiere elaborar autónomamente. Sospecha que busca una influencia determinante
aunque indirecta en el orden político para imponer su visión, y en este orden el hombre
actual no quiere imposiciones de estilo de vida. Muy probablemente estas desconfianzas
se dan también en los jóvenes.

Reconocidos los espacios que a cada uno le competen, la convivencia entre las
generaciones ha dejado de ser conflictiva, sin llegar a ser comunicativa. Se han pasado
del conflicto al silencio, y de éste al pacto de no agresión... que no llega a ser
comunicación de fe, de cultura y de valores. La causa de esto es la complejidad de la
cultura y de la sociedad, en la que los jóvenes han de formar su identidad. No existe en
nuestra sociedad un centro que tenga poder suficiente para organizar, jerarquizar y
estructurar creencias, convicciones y valores. La sociedad asegura condiciones de
convivencia y bienes para usar, pero no brinda valores ni referencias éticas obligantes.
Estas están a cargo del individuo y de su esfera privada.

En épocas anteriores había un punto de referencia principal, una filosofía de la vida


única o prevalente, una religión, un símbolo, un líder, un centro capaz de ejercer una
influencia determinante sobre la estructura social. Ahora, nuestro ambiente social parece
carente de legitimación, sufre de ausencia de fundamento. El resultado es una sustancial
fragilidad en los procesos de transmisión de valores. En vez de una cultura unitaria,
ofrece retazos aislados, heterogéneos, con el riesgo de producir una cantidad de sujetos
con escasos sentimientos de pertenencia y de adaptación.

Y en esta situación es donde aparecen nuevas demandas que marcan la generación


actual: la urgencia de buscar personalmente un sentido para la propia vida, la necesidad
de valorizar lo cotidiano como lugar para la propia realización, la búsqueda de las
relaciones personales y la revalorización de los ámbitos vitales (familia, amistades,
grupos) en contraposición con la precedente exaltación de lo político e ideológico, la
gratuidad como forma y lugar del compromiso, la búsqueda de la cualidad de la vida
más allá de los bienes materiales. Puede parecer que es la hora en que las
bienaventuranzas pueden ser escuchadas. Además hay jóvenes que buscan la
interioridad mediante la experiencia de la oración.
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Características y exigencias de la actual pastoral juvenil

La pastoral pensada para estos jóvenes ha de ser misionera. La masa juvenil aparece
poco o nada evangelizada. Escribía no hace mucho una revista hablando de este tema:
"Tal vez jamás en su historia la Iglesia tuvo una juventud tan cristianamente
comprometida en las últimas décadas. Sin embargo, los jóvenes a los cuales alcanza la
propuesta de fe son una ínfima minoría. La gran masa juvenil se halla lejana de Cristo,
aunque inconscientemente camina hacia él"

Incluso donde la Iglesia está implantada desde hace siglos, conviven jóvenes cristianos
con otros que han abandonado toda referencia a motivos religiosos; jóvenes
catequizados con otros que sólo poseen de Cristo y de la Iglesia las noticias que
difunden los medios de comunicación; pocos jóvenes comprometidos y practicantes con
muchos indiferentes y alejados. Muchos de estos últimos ni siquiera tienen conciencia o
sentimiento de haberse alejado: crecieron fuera de la Iglesia, ajenos a las
preocupaciones religiosas. A las escuelas católicas del mundo occidental, hace un
tiempo llegaban jóvenes no catequizados, después llegaron algunos no evangelizados,
ahora están llegando los no bautizados. A muchos de estos jóvenes se les escapa la
originalidad de la fe cristiana. Y si toman la decisión de abrazarla, se debe a aquellas
razones subjetivas, con las cuales se justifican y explican hoy las formas más insólitas
de vida y de comportamiento. Estamos ante la irrelevancia social de la fe.

Y éste es el campo de una pastoral misionera. Es decir, ya no se trata de evangelizar


principalmente a través de las instituciones, como hasta ahora; más bien ha de haber un
viraje hacia un modelo comunicativo, que se propone aprovechar todos los canales que
hablen a la realidad y en todos los lugares donde la juventud se reúna.

Por la complejidad del mundo juvenil y por la necesidad de muchas aproximaciones, la


pastoral juvenil se presenta como una pastoral de comunión, más preocupada de incluir
servic ios y carismas que de excluir, superada ya la concepción que circunscribía la
pastoral al cuidado de las almas, al servicio religioso.

Enfocar la pastoral de la escuela significaba, en otro tiempo, hablar de oración, de


enseñanza religiosa, de celebracione s periódicas, de ejercicios espirituales. Quedaban
fuera los contenidos de la cultura y los métodos didácticos. Era el resultado de concebir
lo religioso como un añadido a lo humano, en vez de considerarlo como su profundidad
máxima.

El Concilio Vaticano II entiende la pastoral como la acción multiforme de la Iglesia,


guiada y animada por los pastores, para suscitar la fe, formar la comunidad cristiana y
transformar la historia con el espíritu del Evangelio. Más que un sector limitado de
prestaciones religiosas, la pastoral indica el criterio, la dirección y la finalidad que
mueve toda la presencia y el obrar de la Iglesia entre los hombres. La Iglesia, aunque
habitada por el misterio de Dios, no sólo se interesa por la vida de los hombres, sino que
la vive como propia, solidarizándose con ellos, interpretando el sentido de lo que les
acontece.

El campo de la pastoral no es la Iglesia, sino el mundo; su tema completo no es lo


religioso, sino la vida; su finalidad no es la pertenencia, sino la salvación. Por eso la
Iglesia actúa en el campo de la cultura, de la justicia, de la educación, de la salud, no
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como tendiendo anzuelos para atraer a la fe, sino porque en su servicio de amor al
hombre y en las circunstancias por las que éste pasa se va haciendo carne e historia
humana la palabra que se predica. Y aunque la pastoral tenga sus puntos álgidos, todo
forma parte de ella: la compañía, la solidaridad, el testimonio, la predicación explícita,
el servicio educativo.

También ha de ser una pastoral situada y educativa. La Iglesia, conciudadana del


hombre, tiene en cuenta la situación en que éste construye su existencia. Toma en serio
todo lo que el joven asume en la construcción de su identidad, en su descubrimiento de
la vida y en su participación en la historia.

El fundamentalismo religioso piensa que el método pastoral apropiado consiste en poner


al joven frente a la decisión de aceptar o no aceptar la fe, de pertenecer o no a la
comunidad creyente. El buen Pastor siguió otros caminos: encuentra a la gente en
encrucijadas, que para ella nada tenían que ver con lo religioso. La situación juvenil es
compleja. Querer simplificarla para un encuentro inmediato con sólo lo religioso, no
resuelve la evangelización del mundo juvenil, pues no alcanza a fundir la fe con la
experiencia humana y aquélla queda como yuxtapuesta a la vida.

La educación entendida como proceso global de crecimiento, es decir, como lo que


capacita a la persona para emerger con su libertad de todos los condicionamientos que
pretenden dominarla, es el lugar y el tema humano en que el anuncio de Cristo puede
resultar significativo para el joven.

El carácter situado y educativo provoca muchos interrogantes prácticos. ¿Hay que


entender la catequesis como aprendizaje doctrinal o como camino personal de fe y
vivencia en la comunidad cristiana? ¿La participación en la Iglesia debe ser entendida
como asiduidad a actos o principalmente experiencia de encuentro, solidaridad y
libertad? ¿Cómo pueden ser los sacramentos una fuerza de construcción de la persona?

No se trata con esta postura de una rebaja concedida a la debilidad. La encarnación de


Cristo nos dice que la vida del hombre es la carne a través de la cual la Palabra de Dios
se hace cercana y perceptible.

La última característica de esta pastoral nueva es que ha de ser salvífica, pues su fuerza
original es la verdad que puede ofrecer sobre el Hombre, sobre Dios, sobre Cristo. Y la
ofrece sin reducciones, aunque progresivamente; sin acomodaciones, con el lenguaje de
las bienaventuranzas. Sabe que hace una propuesta alternativa a las actitudes y bienes
más perseguidos en este mundo, y que hace como quien siembra una semilla, que lleva
en sí la energía del crecimiento, pero de la cual en un primer momento se percibe sólo la
muerte y no el germen de vida escondido. No piensa adaptar la propuesta evangélica,
sino elevar al joven a la altura de su verdad y de sus exigencias.

LOS RELIGIOSOS EN LA EDUCACIÓN

La misión de toda vida religiosa es testimoniar y anunciar el Absoluto, pero los


religiosos dedicados a la educación concretan aquella misión con algunos rasgos
particulares.
JUAN EDMUNDO VECCHI

Su espiritualidad incluye la percepción de la presencia de Dios Salvador en los jóvenes,


una atención hacia el misterio de la persona, una preocupación por ayudarla en la
realización de su vocación, una capacidad de revelar el sentido de la vida, una inserción
entusiasta y llena de esperanza en la cultura. Le interesa no sólo la conversión de los
jóvenes a la fe, sino todos los aspectos que se refieren a su plenitud humana.

Su misión coloca a estos religiosos frente a tres tipos de problemas: el primero abarca
todo lo que afecta a la dignidad de la persona, al crecimiento de la conciencia, al
desarrollo de los valores. Incluye aspectos sociales y políticos, pero vistos desde el
plano superior de la salvación integral del hombre. El segundo asume la educación
específicamente "cristiana" de aquellos que han hecho la opción de la fe o se
demuestran disponibles a considerarla. Se trata de iniciar a la persona a vivir en la
historia como hijo de Dios, incorporado a la existencia de Cristo, miembro de su pueblo.
Y el tercero se refiere a la evangelización de la cultura como forma colectiva de
educación: se trata de "cambiar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los
valores determinantes, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos
de vida contrarios a la Palabra de Dios" (Evangel Nuntiandi, 19).

La evangelización de la juventud actual presenta a los religiosos dedicados a la


educación una serie de desafíos. No son simplemente tareas que cumplir o espacios que
ocupar, son dimensiones de la existencia que hay que reavivar.

Primer desafío: provocar el deseo de la fe

La mayoría de jóvenes están en búsqueda, aunque a veces inconscientemente. El


proceso de crecimiento y la apertura al mundo, que la educación conlleva, suscitan
interrogantes y apuntan respuestas. Sin ser practicantes habituales, están abiertos a los
mensajes que aportan luz a la propia vida. La dimensión religiosa no ha florecido en
ellos, pero tampoco se ha agotado. Puede que vean en la Iglesia, si no una comunidad a
la cual pertenecer, por lo menos una voz interesante que escuchar.

Los jóvenes se ven envueltos en una mentalidad o atmósfera que hace opaca la
trascendencia, y no pueden ver que toda la existenc ia humana está anclada en un
misterio de gratuidad y amor, que es el misterio de Dios. La elaboración cultural que se
les ofrece y las concepciones que se imponen en su mundo, les llevan a concebir la
dimensión religiosa como expresión subjetiva, no verificable, y por tanto irrelevante en
la determinación de los aspectos reales de la vida.

Por otra parte, manifiestan la tendencia a elaborar individualmente, sin mediaciones


obligatorias, su propio código ético y su propia experiencia religiosa. Lo hacen
valiéndose de conclusiones personales, de lo que les llega a través de los medios de
comunicación, de la discusión en grupos, de lo que les sugiere la necesidad de
afirmarse.

Muchos jóvenes que acuden a las escuelas cristianas buscan en ellas una calificación
profesional sin apetencias explícitas de Evangelio, pues su actitud espontánea hacia la fe
es de indiferencia y distancia.
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El desafío en este contexto consiste en abrir ventanas hacia la trascendencia, ayudar a la


persona a escuchar lo que late en lo profundo de la vida, a situarse más allá de lo
inmediatamente perceptible, a ponerse en contacto con el misterio de Cristo, a cuya luz
la existencia revela sus infinitas posibilidades. En una palabra, a provocar el deseo de la
fe, pero más que con contenidos repletos de doctrina con el impacto de una experiencia
que derrama luz y sentido sobre la vida.

¿Cómo responder a este desafío? Dado que el encuentro se ha vuelto difícil, opaco el
signo y formal el lenguaje, los educadores religiosos tendrán que examinar la
transparencia de su tipo de vida, el lenguaje verbal y simbólico que emplean, su
presencia en los lugares donde la juventud se expresa y busca respuestas, la adecuación
del mensaje a la vida, las nuevas iniciativas para llegar a los alejados.

Segundo desafío: educar para el sentido

La inquietud juvenil proviene también de la dificultad de construir la propia identidad y


de concebir el propio rol en un contexto que no ofrece respuestas para los grandes
interrogantes de la existencia individual y colectiva.

La cultura tiene que resolver hoy problemas humanos más graves que en el pasado: la
paz y el desarme, el ambiente y la calidad de vida, la pobreza y la justicia internacional,
el valor de la persona y la biogenética, la ética individual y social. Y propone criterios
no compartidos, y a veces poco fundados y ambiguos.

A la necesidad de llegar a una opción personal en cada una de estas cuestiones y a su


unificación en una visión coherente de la realidad, se suma en los jóvenes el esfuerzo
por resolver los problemas personales de relación, inserción y crecimiento. En estas
circunstancias, acompañar y ayudar a discernir es indispensable.

El desafío hoy es llegar a ser protagonistas en la reflexión sobre los problemas del
hombre e iniciar a los jóvenes en la elaboración colectiva de criterios y soluciones. Hay
todo un conjunto de realidades que el joven debe procesar y sintetizar para ubicarse
activamente en el contexto y construir su identidad, combinando aspiraciones
personales y exigencias objetivas.

Si encuentra a alguien que lo guíe por los senderos del sentido, logrará una cultura de
tipo "humano", la que coloca al hombre en el centro de todos los procesos y considera el
ser sobre el tener: una cultura "ética" que cree en la eficacia histórica del bien; una
cultura "solidaria" que lleva hacia la comunión de personas y de bienes a nivel nacional
e internacional. En este sentido, el nacimiento del voluntariado juvenil a escala local e
internacional, animado por religiosos, ha sido un paso interesante.

Tercer desafío: arrastrar al compromiso

En la clasificación religiosa y social que hemos presentado, hay otra franja juvenil: la de
los muchachos/as practicantes, que por antecedentes educativos y familiares poseen
conocimientos suficientes de doctrina y manifiestan actitudes de fe.
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Es conocida la incertidumbre que sienten frente a la posibilidad de apostar la vida por la


causa de Cristo. La radicalidad no es de estos tiempos, como no lo son las ideologías
totalizantes ni los compromisos definitivos. Cuesta aventurarse en el mar abierto de un
futuro personal sin una previsión exacta de pérdidas y ganancias. Los ideales y las
metas a largo plazo son sustituidos por objetivos comprobables.

Este desafío es vocacional en el sentido más auténtico de esta palabra. Se trata de dar
testimonio de que la vida puede ser entregada de una sola vez en aras de un amor o de
una causa; de que la persona puede anclarse en lo definitivo, viviéndolo con esperanza y
alegría en el correr del tiempo y de los acontecimientos.

La propuesta vocacional ha recorrido diversas fases en los últimos años: de una


preocupación organizativa se pasó a una mentalización teológica, y más tarde a una
insistencia sobre la espiritualidad de los animadores. Hoy más bien lo que cuenta es la
experiencia directa y la presentación de la propia vida sin tapujos y sin idealizaciones.
Los jóvenes que se plantean con seriedad la propia existencia cristiana esperan y
necesitan ese testimonio, esa palabra y esa experiencia.

Cuarto desafío: ser Buena Noticia para los más pobres

Hay una numerosa franja de jóvenes que se hallan al margen de la sociedad, de la


cultura, de la educación, de los circuitos por donde pasa la promoción de la persona. Y
un dato que hace pensar: no les alcanzan las iniciativas normales de evangelización,
tales como la atención religiosa, los grupos, la catequesis, la parroquia.

Las causas son muchas: antecedentes desfavorables, formas atípicas de vida, diversidad
étnica o cultural, desconfianza de su parte hacia toda forma de institución, pérdidas de
las oportunidades iniciales. Son áreas donde la acción educativa y pastoral resultan
difíciles.

Desde tiempos inmemoriales, los religiosos, con actitudes proféticas, afrontando


conflictos sociales y eclesiales, estuvieron junto a quienes tenían menos posibilidades
de vida digna, o por debilidad personal o por efecto de las transformaciones sociales.
Muchos fundadores vieron en los pobres la llamada de Cristo e hicieron de la presencia
entre ellos un rasgo saliente de su espiritualidad.

Las formas más graves y extendidas de pobreza se encuentran hoy en la marginación.


Una acción eficaz para superarla comprende simultáneamente la educación de las
personas para que sean capaces de superar condicionamientos, negativos, el cambio de
mentalidad social que tiende a penalizar a quien se halla en inferioridad de condiciones,
y la transformación de estructuras generadoras de marginación, entre las cuales hay que
contar algunas educativas.

Lo primero que hay que hay que hacer es recoger el desafío, que la marginación lanza a
los religiosos, de colocarse preferencialmente allí donde aquélla está. En muchos casos
la solidaridad y el simple compartir la situación han representado una fuerza de
promoción. En otros, la sola atención pastoral movilizó energías y dio sentido de
dignidad.
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El efecto inmediato de esa presencia no será tal vez el cambio de una realidad que se
muestra compleja. Constituirá ciertamente un anuncio y un signo del amor de Dios que
se inclina de forma particular hacia los más necesitados, sobre todo si se realiza no por
pioneros solitarios, sino por congregaciones que optan por los más pobres, y si su
presencia llega a ser consistente y duradera.

Condensó: IGNACIO VILA

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