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1.

Introducción

En Urban Care. Gendered Dimensions of Economy, Ecology and Labor, Elke Krasny
entiende el cuidado como una relación de interdependencia, siguiendo el pensamiento
filosófico feminista de los años ochenta. Esta relación, dice, la tenemos que entender
desde el punto de vista de las prácticas del cuidado pero también con una ética del
cuidado y desde la relación entre estas dos, lo que nos llevaría a una política del
cuidado. Y, además, no solamente teniendo en cuenta a seres humanos en sus relaciones
de interdependencia sino incluyendo a los seres inhumanos (Krasny, 2019). Por tanto, se
trata de entender las relaciones de interdependencia que desarrollamos y tenemos con
los seres humanos y la naturaleza y los objetos que nos rodean en relación a un espacio
determinado (a una ciudad, a una arquitectura determinada).

Siguiendo las palabras de Siri Hustvedt «los mamíferos socialmente aislados están en
desventaja de múltiples maneras, cognitiva y emocionalmente» (Hustvedt, 2017: 217),
por lo que la reivindicación de esa esfera urbana como espacio de cuidado mutuo entre
los habitantes de las ciudades es imprescindible. Sin embargo, nuestras ciudades
contemporáneas «han potenciado una estructura urbana que ha creado rígidas
separaciones por diferencias de clase, de raza o de género, lo cual ha conformado las
divisiones espaciales en las diferentes esferas de convivencia y trabajo» (García Cortés,
2006; 198). En ellas se prioriza todo aquello relacionado con lo productivo y lo
remunerado, y se deja de lado e invisibiliza todo aquello relacionado con la
reproducción y el cuidado. Se trata de conseguir «un cuerpo dócil en un espacio
controlado» (García Cortés, 2006; 197) mediante la implantación de una vida cotidiana
disciplinada y dirigida en todos sus áreas.

A partir de esto, como apunta Marta Borrás, el proyecto urbanismo feminista potencia la
colectividad y la pluralidad frente al individualismo, considera la importancia del rol de
cuidadora que le ha sido asignado a la mujer y propone la creación de ciudades
sostenibles que posibiliten la vida cotidiana y la satisfacción de las necesidades y
cuidados de cada persona (Borrás, 2017). En esta línea, en el trabajo que nos ocupa
vamos a analizar brevemente el desarrollo del cuidado y de la emoción en la ciudad
actual para ver cómo se ha configurado esta situación de la que hablamos, y cómo desde
el arte hay tentativas de cambiar, de abordar y de señalar esta cuestión que es de vital
importancia para cada uno de nosotros.

2. La emoción y el cuidado

En la primera parte de la conferencia, la autora recoge una serie de citas que abordan la
opresión que ejercen algunas mujeres sobre otras y el cuidado entendido como «una
actividad de especie que incluye todo aquello que realizamos para mantener, conservar
y reparar nuestro mundo de forma que podamos vivir en él de la mejor manera posible»
(Toronto, Fischer, 1990, citado en Krasny, 2019), no limitándose así a analizar la
cuestión del cuidado desde una perspectiva humanista. Por lo tanto, el breve análisis que
vamos a realizar a continuación del cuidado y de la emoción hace especial hincapié en
la importancia del contexto y el entorno. Tal y como explica José Miguel G. Cortés:
«la planificación del espacio urbano siempre se ha considerado como una de las
tecnologías de dominación que tiene que estar continuamente tratando de resolver muy
diferentes problemas, entre ellos los relacionados con los aspectos de inclusión o
exclusión, de visibilidad u ocultación, de control o sumisión de los ciudadanos» (García
Cortés, 2006; 199).

Estando en la ciudad de Nueva York, en concreto residiendo en el barrio de Brooklyn


Bedford-Stuyvesants, pude observar de una forma mucho más brutal que en España la
segregación por cuestiones de clase y raza, principalmente. Al tratarse de una de las
metrópolis más grandes, de la ciudad por excelencia, todos estos aspectos se maximizan
y se evidencian de un modo impactante. Mientras que los barrios centrales de la ciudad
tienen precios prohibitivos para la gran mayoría de sus ciudadanos, las clases bajas se
desplazan hacia la periferia (cada vez incluso más debido a los procesos de
gentrificación). El metro se constituye así como un espacio necesario para el
desplazamiento de estas clases, que destinan grandes cantidades de tiempo a dormitar o
a ver las series de moda en él. Sobre todo mujeres cansadas, enfundadas en uniformes
de limpieza o de seguridad, se entregan exhaustas al vaivén del subterráneo. A altas
horas de la noche o temprano en la mañana, estas personas se ven obligadas a entregarle
su tiempo al vagón. En las ciudades españolas, por otra parte, pese a que estas
divisiones por raza y clase son ligeramente más difusas, sin duda también se ven estas
cuestiones y, además, contando con el escaso servicio de transporte público a horas
intempestivas, la condición de estos trabajadores es infinitamente más precaria. En
palabras de Françoise Vergès:

Todos los días, en cada centro urbano del mundo, cientos de mujeres negras y morenas,
invisibles se están “abriendo” a la ciudad. Ellas limpian los espacios necesarios para que
el neopatriarcado y el capitalismo neoliberal y financiero funcionen. Están haciendo un
trabajo peligroso. Inhalan productos químicos y empujan o transportan cargas pesadas.
Han tenido que viajar largas horas muy pronto por la mañana o tarde por la noche y su
trabajo está mal pagado o se considera no cualificado (Vergès, 2019, citado en Krasny,
2019).

Para Eva Illouz la emoción ha sido instrumento del capitalismo para homogeneizar a los
ciudadanos y para consolidar la llamada clase media y un estado de bienestar ficticio.
Como bien dice, «los repertorios culturales basados en el mercado configuran e
informan las relaciones emocionales interpersonales, mientras que las relaciones
interpersonales se encuentran en el epicentro de las relaciones económicas» (Illouz,
2007: 20). Estas cuestiones, por su parte, son las que tienden a desvirtuar la naturaleza y
los problemas que nos ocupan, que lo que demandan son mejoras de las condiciones
laborales, de transporte y de vivienda. La ciudad, por tanto, se convierte en un espacio
despiadadamente desigual en el que la emoción y el cuidado son cuestiones
estandarizadas y a servicio del mercado y del capital; es decir, del poder, alejadas de
toda naturaleza o humanidad.

Partiendo de la base de que «la creación de arte se realiza en una zona fronteriza entre el
Yo y el otro. En un espacio ilusorio y marginal pero no alucinante» (Clarke, 2009,
citado por Hustvedt, 2017: 234), podemos entender que este espacio podría hacer
referencia a ese lugar abstracto común que se concreta en nuestras ciudades. Teniendo
en cuenta todo lo abordado anteriormente, cabe plantearse el papel de esta actividad
creativa y, por anto, sus posibilidades respecto a estas cuestiones. Es por ello que
pensamos que puede ser interesante analizar estos temas a partir de una serie de
prácticas artísticas que ponen en evidencia las cuestiones tratadas y que se sitúan en el
marco urbano de diferentes formas.
3. Prácticas artísticas relacionadas con la emoción y el cuidado

En la segunda parte de su conferencia, Elke Krasny propone una serie de obras de arte
que hacen evidentes y critican estas cuestiones, como los performances The Clean Up
Women (2016) de Patricia Kaersenhout, Hartford Wash: Washing, Tracks, Maintenance
(Outside) (1973) de Mierle Laderman Ukeles o Vigil (2002) de Rebecca Belmore.
Nosotros a continuación vamos a analizar las propuestas que realizan tres artistas en
relación a estos temas de cuidado y emociones en el espacio urbano.

Gema Polanco es una artista valenciana que reside en Madrid y que trabaja
principalmente con la fotografía y el collage. En su fotografía vemos ecos de la
fotografía de Francesca Woodman, por esa escenificación delicada y angustiosa, y
también de la fotógrafa Nan Goldin, por esa crudeza muchas veces despiadada y por
tratar ciertos temas sin tapujos. Como Dios manda (2017) es una serie de fotografías en
las que Polanco analiza cómo los valores religiosos han configurado la forma de
relacionarse de su familia. El cuidado limitado a la relación entre las mujeres, por una
parte resulta en una especie de sororidad cristiana y, por otra, en una carencia de
vínculos afectivos más humanos que sociales o culturales. En su vídeo El cuidado
(2017), por otra parte, la artista graba a las mujeres de su familia se cepillándose el pelo,
un ejemplo de cómo se moldean y transmiten de generación a generación el cuidado y
cariño en una sociedad caracterizada por el hermetismo. En A Burst of Ligh, Audre
Lorde entiende que «el cuidado de sí misma no es autoindulgente, es un acto de
supervivencia y como tal un acto de desafío político» (Lorde, 1988, citado en Krasny,
2019). En este sentido, en la obra de Polanco Matar las horas como hace mi madre
(2019), ella habla de los rituales femeninos como espacios de sororidad y como espacios
políticos para huir del encasillamiento al que condena la sociedad a las mujeres.

La artista argentina Hyuro, que comenzó pintando murales en las calles de nuestra
ciudad, utilizaba el espacio urbano para expresar un sentimiento de desarraigo y de
desorientación al que da lugar la ciudad contemporánea bajo toda una serie de
mecanismos. En sus pinturas, la artista retrata a la mujer como a una especie de heroína
cotidiana. En un mundo que tiende a invisibilizarla y a reducirla a ciertos espacios y
tareas, Hyuro presenta este tipo de situaciones y escenarios para reivindicarlos como
propios y como espacios importantes e imprescindibles. La labor del cuidado y el
trabajo doméstico pasan, por tanto, a primer plano; poniendo así de relieve todo el
trabajo que miles de mujeres desempeñan cada día sin que éste sea monetizado o
incluso apreciado.

La valenciana Ana Penyas, por otra parte, ha reflejado estos conflictos abordados por
Hyuro a través del dibujo y el cómic. En su célebre trabajo Estamos todas bien (2017),
Penyas parte del imaginario popular y de escenarios cotidianos para retratar una
realidad: la mujer es la encargada oficial de la colada, de las comidas y de los cuidados
de los más mayores y de los más pequeños. Por si fuera poco, soporta la carga de tener
que mantener la estabilidad y el normal desarrollo de la vida familiar y de cada uno de
sus integrantes. Es especialmente desgarradora la viñeta en la que una mujer sentada en
un banco frente a otra, que se sostiene ayudada por un andador, se sincera ante su amiga
«Tanto sacrificio para nada». Como decía el personaje Harry en la novela Un mundo
deslumbrante «ceder, ceder, ceder (…) siempre cediendo y adaptándome, cediendo y
adaptándome» (Siri Husvedt, 2014: 274).

4. Conclusiones

En la tercera parte de la conferencia, Krasny plantea las posibilidades de ir hacia ese


cuidado teniendo en cuenta la catástrofe ecológica que nos atañe. Ella sugiere que éste
tiene que ver con nuestros cuerpos y también con nuestro entorno, como decíamos al
principio, con ese espacio y con esos seres inhumanos. «Que comemos nuestro entorno,
que respiramos nuestro entorno, que dormimos nuestro entorno» (Krasny, 2019) y, por
tanto, que el cuidado entre nosotros está inevitablemente ligado con el espacio en el que
éste se desarrolla y con la necesidad de que podamos seguir habitando nuestro planeta.

Si bien es cierto que desde las prácticas artísticas que hemos tratado en este trabajo (y
desde muchas otras) se señala de forma ejemplar estas cuestiones de pérdida del
cuidado y de la necesidad de ser conscientes y de cuidar el mundo que habitamos y a
aquellos que lo cohabitan con nosotros, pensamos que es necesario salir del campo de la
representación y de lo simbólico para hacer frente a estas cuestiones y que el cambio
debe hacerse desde lo político y desde la implicación política de cada uno de nosotros
en nuestro actuar cotidiano. Pese a que, como la autora de la conferencia, ponemos en
duda una vinculación directa entre la actitud general de maltrato contra el planeta y el
maltrato al cuerpo de las mujeres, pensamos que ese cuidado al cuerpo tiene que ir
ligado al cuidado con el planeta. Es por ello que, aparte de respetar los cuerpos sin
realizar excepciones de género, clase o raza (al contrario de lo que ocurrió con Sarah
Baartman), es urgente la concepción de la naturaleza como un cuerpo más que cuidar,
sin el que todo lo demás no sería posible.
5. Bibliografía

BORRAZ, Marta, 2017. Así deben ser las ciudades según el urbanismo feminista. En
eldiario.es [en línea]. Junio 2017, eldiario.es [consulta: 14 de diciembre de 2019].
Disponible en: https://www.eldiario.es/sociedad/Ciudades-feminista-
plural_0_649535851.html

GARCÍA CORTÉS, José Miguel, 2006. ¿Son posibles los espacios queer?. En:
Políticas del espacio. Barcelona: IACC/ ACTAR, pp. 196-203.

HUSTVEDT, Siri, 2017. Zonas fronterizas: aventura en primera, segunda y tercera


personas en la encrucijada de disciplinas. En: La mujer que mira a los hombres que
miran a las mujeres: ensayos sobre feminismo, arte y ciencia. Barcelona: Seix Barral.

HUSTVEDT, Siri, 2014. Un mundo deslumbrante. Barcelona: Anagrama.

ILLOUZ, Eva, 2007. El surgimiento del Homo Sentimentalis. En: Intimidades


congeladas: las emociones en el capitalismo. Madrid: Katz editores.

KRASNY, Elke, 2019. Urban Care. Gendered Dimensions of Economy, Ecology and
Labor. Valencia: Facultad de Bellas Artes de San Carlos [consulta: 14 de diciembre de
2019]. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=Z8woDSIOVRk
6. Anexo de imágenes de las obras

Gema Polanco
Como Dios manda, 2017

Gema Polanco
El cuidado, 2017

Hyuro
2019
Hyuro
24 Fragments of a Working Day, 2015
Ana Penyas
Estamos todas bien, 2017

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